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Singular, particular, singular

La función del tipo clínico en psicoanálisis


Gabriel Lombardi

La estructura de una neurosis es algo muy enmarañado, no solamente hay un nudo, sino que ese nudo está muy enmarañado.
Reducir ese nudo a unos pocos cordones, que siguen anudados pero puede al menos ser distinguidos unos de otros, podría ser el
mayor beneficio de un análisis.
Lacan conjeturo que los hilos que sostienen nuestra existencia y nuestro deseo puedan ser reducidos finalmente a unos pocos.
Advirtió que los equívocos del leguaje pueden entenderse como la trama intima de uno de esos cordones, al que llamó “simbólico”.
Otro cordón, separado del anterior, encarno lo real en tanto imposible de entramar en lo simbólico, un tercero figura lo imaginario
que toda estructura requiere como consistencia mínima. Consideró esa tripartición de las referencias subjetivas como su aporte a la
lectura de Freud y de la experiencia del psicoanálisis.
Constató que no alcanza con esos tres elementos para configurar un nudo borromeo capaz de alojar al ser hablante en tanto ser
social. Entendió como una cuarta consistencia la necesidad freudiana de ese mínimo mito, de creencia, de padre, de realidad que
liga, que salva del desencadenamiento.
Tal vez después de un tiempo de psicoanálisis se pueda simplificar y rebautizar ese cuarto nudo, llamándolo simplemente sacrificio
sintomático, dolor y goce simultáneos del nudo social del que pende nuestra existencia más o menos normalizada.
El valor práctico, ético, del psicoanálisis en tanto tal, surge la evidencia de que no se puede tirar la soga de lo simbólico tanto como
uno quiera, que a nivel asociativo no somos tan libres. Si estiramos demasiado de esa cuerda, se produce un tironeo del nudo que
duele fuertemente en alguna parte, alguna parte que hace cuerpo con ese organismo del que no podemos liberarnos, y
generalmente duele en alguna zona ya frecuentada por el dolor, desde aquel primer encuentro con un goce que marco un antes y
un después, un goce seleccionado entre otros, que singulariza al ser hablante en sus coordenadas.

Singular, particular
Si consideramos únicamente la singularidad de cada cual, esto viene a coincidir con el universal: cada uno de nosotros es singular.
Saber esto, aun si es cierto, no nos aporta mucho a la hora de ocuparnos de resolver la maraña de la neurosis. Para desenmarañarla
habría que pasar de los síntomas múltiples y cambiantes de la histeria al síntoma, sutil pero definitivo que define su estructura
desde la perspectiva de la clínica psicoanalítica ya clásica.
La singularidad tiene la virtud de la excepcionalidad, y el defecto de ser cosificante, comenta Colette Soler. Dada mi singularidad, el
Otro no puede reconocerme, y si por azar desea algo de mí, no sé qué es…
Que la singularidad cosifique forma parte de las coordenadas acostumbradas de la paranoia, cuyo sujeto, en tanto excepcional, se
siente objeto de deseos en el Otro que lo perjudican. Su respuesta al ¿qué me quiere? es que el Otro quiere gozar de él de un modo
que el sujeto rechaza, apartándose de lo social. La paranoia es una singularidad vivida como tal, por fuera del registro tranquilizador
del “para todos”.
En el neurótico, el sentimiento de singularidad no exige salir del principio de placer: se puede ser una víctima universal. Lacan explica
que la función del padre consiste en encarnar una excepción tal, que releva al sujeto de ese lugar, de ese goce de lo que el Otro
desea oscuramente. El padre como función mítica y lógica al mismo tiempo, alivia al neurótico de lo que la singularidad tiene de
excepcionalidad cosificante para el psicótico.
Lo que incomoda al neurótico no es la singularidad, sino la particularidad de su síntoma, que lo señala como perteneciendo a cierta
clase. El psicoanalista no solo debe buscar su clasificación sino también su reacción sintomática a los indicadores de lo que su
síntoma tiene de típico. Esto advierte que la singularidad no es normal ni universal, que el síntoma es algo suyo pero también algo
ajeno, que le es familiar pero también extranjero ya que le ocurre a otros neuróticos que padecen la misma neurosis que él.

Particular, singular
La particularidad del síntoma es condición de la ubicación del padecimiento subjetivo para el paciente, y también de la posibilidad de
abordarlo analíticamente. El psicoanálisis no realiza en ello ningún afán clasificatorio, ni se trata de un momento intermedio de un
pasaje a un universal de salud. Por el contrario, a ese primer juego clasificatorio responde luego un movimiento inverso que
singulariza realmente al analizante, por una vía que hace a la definición lacaniana de lo que es el síntoma en psicoanálisis: es lo que
el sujeto conoce de si, sin reconocerse en ello.
Hay en el síntoma algo que resiste a la particularización. El carácter opaco del síntoma, no se reducirá con su clasificación, por el
contrario, se reforzará con ella, tomará fuerza allí y durará hasta el final del análisis. El síntoma es el punto de opacidad y de división
que constituye y da presencia a un ser irrepresentable para sí y también para el Otro. El síntoma es la división instalada en el ser
hablante, división que de él hace sujeto.
El síntoma a la postre no se cura, pero su incurabilidad demostrada por el proceso analítico otorga al ser hablante la posibilidad de
arreglárselas con él: el síntoma ha sido simplificado, desenmarañado, advertido como división del ser. Ya no atemperado por los
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beneficios secundarios, se puede entonces saber que el alivio del dolor no depende del Otro sino del propio obrar. Es en esa
dirección que el análisis empuja: va de la inhibición al obrar, de la singularidad ficticia a la singularidad del acto que no es solo ficción
inoperante sino corte real.
No todo se sublima, un resto sintomático queda. El síntoma en análisis, alcanza el destino del hablante, su fijación singular en lo que
ahora está advertido, permitiéndole definir su política ante lo inmodificable. Se abren opciones diversas allí donde parecía no
haberlas.
No encontramos el síntoma al comienzo de los análisis sino en un proceso diagnostico que requiere tiempo, trabajo, interpretación,
a veces incluso demostración; un proceso en el que se basa la presencia y la ulterior caída del analista. El síntoma se singulariza por
su no inscripción en el campo del Otro.

El proceso diagnostico en psicoanálisis, algunas precisiones


Mónica Gurevicz y Edmundo Mordoh
Introducción

El proceso diagnostico psicoanalítico, a diferencia del diagnostico psiquiátrico, conlleva de por si efectos terapéuticos, en el punto en
el que el sujeto puede, en dicho proceso, determinar su participación inconsciente en la etiología del síntoma que lo aqueja, advertir
su implicación en la formación y en el mantenimiento del mismo.
Sin embargo, no podemos reducir el sujeto y su relación con el padecer sintomático al tipo clínico en el cual aquel se inscribe.
Diagnostico psicoanalítico: trabajo por el que el analista se ubica en el campo transferencial del paciente para hacer posible desde
allí una manifestación más nítida del síntoma en tanto expresión de un saber inconsciente que concierne y divide al sujeto que lo
padece. (Lacan, seminario 12)

¿De quién es el diagnostico?

El diagnostico psiquiátrico, tiende a dejar al sujeto en una posición pasiva, recibe desde el exterior un saber clasificatorio
preestablecido. Allí, diagnostico y terapia están separados y el primero determina a la segunda.
En psicoanálisis, dilucidar la estructura en juego será necesario justamente para que el analista tome su lugar en ella, a fin de que
pueda sostener la transferencia en su singularidad en cada caso.
No tiene buenos efectos cuando colocando una pequeña etiqueta sobre el paciente. El diagnostico puede tener también peligrosos
efectos sobre el terapeuta, ya sea inhibiciones o excesivos cuidados ante un caso de psicosis, o excesivo alivio ante una neurosis.
Reducir el diagnostico a la aplicación desde el exterior de un conocimiento “analítico” no solo no nos garantiza la posibilidad de
realizar un tratamiento psicoanalítico, sino que además nos expone al riesgo de obstaculizar la aparición del sujeto del inconsciente.
El diagnostico constituido en la situación transferencial, ubica un punto por fuera de cualquier intento sugestivo del terapeuta de
catalogar el malestar del paciente. El dispositivo analítico habilita la emergencia de un sujeto capaz de ubicar y advertir su
responsabilidad en el padecer que lo aqueja.
El proceso diagnostico de la clínica psicoanalítica es el que le permite al sujeto, en la escena transferencial, dar cuenta y modificar su
posición ante la enfermedad misma.
El proceso diagnostico genera el encuentro del sujeto con lo real del lenguaje, y se presenta como algo inarticulable para el analista.
La clínica psicoanalítica precisa su efectividad en el punto en el que el analista no posee un saber dado de antemano sobre el sujeto.
El saber sobre el goce de un sujeto en particular, es sin duda un saber “imposible” para el analista.
No podríamos predecir entre otras cosas, la duración de un tratamiento pues “el neurótico” puede alterar su tempo. Freud en esta
figura ubica la acción de un sujeto que ya no es víctima de su enfermedad sino que se posiciona activamente entre los significantes
que lo representan.
Es en el interior del dispositivo, de acuerdo a la posición del paciente en transferencia y a su respuesta a las intervenciones del
analista, donde el sujeto puede “diagnosticar” o advertir determinadas características de su posición subjetiva. Por lo tanto
tratamiento y proceso diagnostico no estarían separados, en el punto en que el advertir su propia responsabilidad en el padecer
sintomático ya tiene de por sí, efectos terapéuticos.
Se trata de generar el encuentro del sujeto con lo real de la estructura subjetiva más allá de cualquier metalenguaje, o de cualquier
operación sugestiva del sujeto.

¿Cómo responder?
El paciente viene a veces a demandar que lo autentifiquemos como enfermos, suelen ser los mismos sujetos que demandan un
diagnostico, que tranquiliza frente al desconcierto reinante.
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Si el analista intenta satisfacer las demandas desplegadas, se perderá la posibilidad para el paciente de dar cuenta y modificar su
singular posición subjetiva frente al padecer, quedando confirmada su condición de “enfermo”.
La posición transferencial, le da al analista otra manera de abordar la diversidad de los casos, y a partir de ese momento quizás se
llegara a encontrar una nueva clasificación clínica.
El analista responde, pero de otra manera. Llevando al paciente hacia el “lado opuesto de las ideas que emite”, esto implica llevarlo
hacia otras ideas o hacia otro diagnostico distinto, sino a enfrentarse con su propio deseo articulado a la metonimia de la cadena
significante. Para eso no debe responder mediante un saber exterior, sino operando con la transferencia misma.
La abstinencia del analista no es por fuerza silenciosa, sino que al operar con la transferencia, reenvía al sujeto desde la demanda
hacia el deseo.
Interpretar significa desarticular el ligar del Otro significante donde el sujeto se aliena en el discurso de la demanda del destino.

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