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Cap.

1- LA APOLOGÉTICA: PRINCIPIOS BÁSICOS


(Del libro de John Frame, Apologetics to the Glory of God, pp. 1-30)
En 1ª Pedro 3:15-16, el apóstol exhorta a sus lectores (y a nosotros) así:
“Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados
para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os
demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia,
para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean
avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo.”

1.0- DEFINICIONES:
La apologética cristiana busca servir a Dios y a la iglesia ayudando a los creyentes
a cumplir el mandato de 1ª Ped 3:15-16. Podemos definirla como sigue: La
apologética es la disciplina que enseña a los cristianos cómo dar razón de su
esperanza.

Podemos distinguir 3 aspectos de la apologética, los que estaremos viendo con


más detalle en capítulos posteriores, y son:

1.1- La apologética como prueba:


Se trata de presentar una base razonada de la fe, o sea, “probar que el cristianismo
es la verdad”. Jesús y los apóstoles con frecuencia ofrecieron a las personas con
problemas de fe, pruebas de que el evangelio era la verdad. “Creedme que yo soy
en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras” (Jn
14:11; ver también Jn 20:24-31 y 1ª Cor 15:1-11). También los creyentes a veces
pueden tener sus dudas, por lo que a ellos les puede servir la apologética, muy
aparte del papel que juega en el diálogo con incrédulos. En pocas palabras, la
apologética confronta la falta de fe tanto en el creyente como en el incrédulo.

1.2- La apologética en su aspecto defensivo:


Se trata de responder a las objeciones de la incredulidad. Pablo describe su misión
con estas palabras: “la defensa y la confirmación del evangelio” (Fil 1:7; compara
con el v. 16). La “confirmación” puede quizá referirse más al punto anterior; pero la
“defensa” indica más claramente dar respuesta a las objeciones. Y mucho de lo que
Pablo escribe en sus epístolas es apologético en este sentido. Piensa, por ej, de
cuántas veces contesta a los que anteponen objeciones (sean personas
imaginarias o quizá reales) en la carta a los romanos. Y recuerda con cuánta
frecuencia Jesús trata las objeciones de los líderes religiosos en el evangelio de
Juan.
1.3- La apologética en su aspecto ofensivo:

Se trata de atacar la necedad (“Dice el necio en su corazón: No hay Dios...” Sal


14:1; ver también 1ª Co 1:18-2:16) del pensamiento incrédulo. En vista de la
importancia del 2° inciso, no nos sorprende que algunos definen la apologética
simplemente como “la defensa de la fe”. Pero una definición así puede causar
malentendidos. Dios llama a su pueblo, no sólo a contestar las objeciones de los
incrédulos, sino para ir hacia el frente en una ofensiva en contra de la mentira. Pablo
dice, “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios
para la destrucción de fortalezas, refutando argumentos, y toda altivez que se
levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la
obediencia a Cristo” (2ª Cor 10:4-5). Según la Biblia, el pensamiento no-cristiano
es “necedad” (ver 1ª Cor 1:18-2:16 y 3:18-23), y uno de los papeles de la
apologética es el de revelarlo y dejarlo al descubierto tal cual es.

Estos 3 tipos de apologética están relacionados en su perspectiva. O sea, que cada


uno, cuando bien hecho, incluye los otros 2, pues es una manera de ver el todo de
la empresa apologética. Para poder dar buena razón de la fe (#1), hay que
vindicarla contestando objeciones (#2) y confrontando otras alternativas (#3)
ofrecidas por los incrédulos. Por lo mismo, una explicación completa del tipo #2
tendrá q. incluir los ##1 y 3, y una explicación completa del tipo #3 incluirá los ##1
y 2. En cierto modo, pues, las 3 formas de hacer la apologética son equivalentes.

Sin embargo, es bueno que hagamos estas distinciones de perspectiva, pues


representan enfoques realmente diferentes que pueden complementar y fortalecer
el uno al otro. Por ej, un argumento a favor de la existencia de Dios (perspectiva
#1) que no toma en cuenta las objeciones de los incrédulos a ese argumento
(perspectiva #2), ni toma en cuenta las demás maneras en las que los incrédulos
buscan su auto-satisfacción mediante puntos de vista del mundo alternativos
(perspectiva #3), será en ese mismo grado un argumento debilitado. Por ello, es
siempre útil en la apologética preguntar si un argumento de tipo #1 puede ser
suplementado o mejorado con argumentos de tipo #2, o de #3, o de ambos.

2.0- LAS PRESUPOSICIONES:


Nuestro texto clave, 1ª Ped 3:15, comienza con la frase “santificad a Dios el Señor
en vuestros corazones”. El apologeta en principio tiene que ser un creyente en el
Señor Jesucristo, y entregado a su señorío:

--“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón


que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rm 10:9).

--“Nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede
llamar a Jesús Señor, sino por el Esp. Santo” (1ª Cor 12:3).
--“Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil
2:11).

Algunos teólogos hacen uso de la apologética casi como si fuera una excepción al
compromiso con Cristo. Nos dicen que cuando se discute con los incrédulos, no
debemos basar nuestros argumentos en criterios o normas derivados de la Biblia.
Argumentar sobre esa base, dirían, sería hablar con un prejuicio. Más bien
deberíamos presentar a los incrédulos sólo argumentos sin prejuicios, argumentos
sin tendencia religiosa alguna, ni a favor ni en contra, sino solamente los que sean
puramente neutrales. Hay que usar, según este punto de vista, criterios y normas
que los mismos incrédulos pueden aceptar. Entonces, la lógica, los hechos, la
razón, la experiencia, etc., ellos se convierten en las fuentes de la verdad. La
revelación divina, especialmente la de las Escrituras, por definición así quedan
excluidas.

Parece muy razonable a simple vista este argumento: puesto que son Dios y las
Escrituras las que están en discusión, obviamente no podemos hacer suposiciones
acerca de ellos cuando argumentamos. A eso se le llama la falacia del argumento
en círculo. Además, pondría un fin al intento de evangelizar, pues si de antemano
pedimos a los incrédulos que presupongan la existencia de Dios y la autoridad de
las Escrituras para entrar al debate, nunca consentirán en ello. Se rompería toda
posibilidad de comunicación entre el creyente y el no-creyente. Por tanto, debemos
evitar hacer este tipo de demandas, y en su lugar debemos presentar nuestros
argumentos sobre bases neutrales. Así, inclusive, podemos alardear que nuestros
argumentos presuponen solamente criterios que el mismo incrédulo acepta (sean
éstos en la lógica, los hechos, la consecuencia o lo que sea).

A esta forma de hacer apologética se le llama a veces el método tradicional, o


clásico, pues ha tenido muchos exponentes a través de la historia de la iglesia,
particularmente los apologetas del s. II (Justino Mártir, Atenágoras, Teófilo y
Arístides) y el gran teólogo del s. XIII, Tomás Aquino, con todos sus seguidores, y
en tiempos más recientes, José Butler (murió en 1752) y sus seguidores, e inclusive
la gran mayoría de los apologetas de nuestros propios días.

Cuando afirmo que la apologética tradicional se pronuncia por “la neutralidad”, no


estoy diciendo que ellos hacen a un lado su fe cristiana por dedicarse a la tarea
apologética. Muchos de ellos en efecto creen que la Biblia avala esta manera de
hacer apologética, y por tanto es una manera en la que ellos pueden “santificar a
Dios el Señor en sus corazones”. Con todo, sí le dicen al incrédulo a que piense en
forma neutral durante el encuentro apologético, y sí tratan ellos de desarrollar un
argumento lo más neutral posible, que carece de toda presuposición bíblica
específica.
Lejos estoy de querer descalificar por completo esta tradición, por inservible. Pero
sobre el punto particular que estamos tocando, que es el asunto de la neutralidad,
definitivamente creo que su posición NO va de acuerdo a la Biblia. En el texto lema
que dimos al principio, vemos que el argumento de Pedro es completamente
diferente. Para él, la apologética no se hace una excepción a nuestro compromiso
global al señorío de Cristo.

Es todo lo contrario: la situación apologética es una en la que debemos de


“santificar a Cristo como Señor”, o sea, debemos hablar y vivir de una manera que
enaltezca su señorío, y que anime a otros a hacerlo también. En el contexto más
amplio, Pedro está diciendo a sus lectores a que hagan lo que sea correcto y bueno,
a pesar de la oposición de los no-creyentes (vv. 13-14). Nos exhorta a no temerlos.
Para nada fue su opinión que en la tarea apologética presentáramos un argumento
que no sea toda la verdad, simplemente por temor a que esa verdad sea rechazada.

Por el contrario, lo que nos dice Pedro es que el señorío de Jesús (y por ende, la
verdad de su Palabra, pues ¿cómo podemos llamarle “Señor” si no hacemos lo que
nos dice, Luc 6:46?) es nuestra presuposición final. Una presuposición final es una
entrega fundamental del corazón, es una confianza final. Tenemos fe en Jesucristo
como asunto de vida eterna o de muerte. Confiamos en su sabiduría más allá de
toda otra sabiduría. Creemos más en sus promesas que en las de cualquier otro.
Nos pide que le demos toda nuestra lealtad, y que no permitamos que ninguna otra
lealtad compita con él:
--“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es: Y amarás a Jehová tu Dios de
todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Dt. 6:4-5).

--“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro,
o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”
(Mat 6:24).

--“El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge desparrama”


(Mat 12:30).

--“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino
por mí” (Jn 14:6).

--“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a
los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch 4:12).

Debemos obedecer su ley, aun cuando entre en conflicto con leyes de menor
jerarquía (“Respondiendo... los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios
antes que a los hombres” Hch 5:29). Puesto que creemos en él con mayor certeza
que a cualquier otra cosa, él (y su Palabra) viene a ser el criterio, la norma final de
la verdad. ¿Qué norma más alta, o de mayor autoridad, podría haber? ¿Qué norma
es la que más claramente nos ha sido revelada (ver Rom 1:19-21)? ¿Cuál es la
autoridad que en última instancia avala a todas las demás?
El señorío de Cristo es final e indiscutible, no sólo por encima de todas las demás
autoridades, sino también en todas las áreas de la vida humana. En 1ª Cor 10:31
leemos: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria
de Dios”. Compara también:

--Rom 14:23, “Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo
hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado”;

--2ª Cor 10:5, “Refutando argumentos, y toda altivez que se levanta contra el
conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a
Cristo”;

--Col 3:17 y 23, “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en
el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él;... Y todo
lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”; y

--2ª Tim 3:16-17, “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.

Lo que pide el Señor de nosotros es todo-comprensivo. En TODO lo que hagamos,


nuestro propósito debe ser el de agradarle a él. Ningún área de la vida puede ser
considerada neutral.

Este principio por supuesto incluye las áreas del pensar humano y del
conocimiento. El autor de los Proverbios nos recuerda: “El principio de la sabiduría
es el temor de Jehová” (1:7ª; ver también Salmo 111:10 y Prov 9:10). Los que no
han sido traídos al temor de Jehová por medio del nuevo nacimiento, ni siquiera
pueden ver el Reino de Dios (Jn 3:3, “De cierto, de cierto te digo, que el que no
naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”).

El asunto no es que los no-creyentes desconocen la verdad. Antes bien, Dios se ha


revelado a cada persona con toda claridad, tanto en la creación (Sal 19 y Rom 1:18-
21), como en la propia naturaleza humana (Gén. 2:26ss). Existe un sentido de la
palabra en el que el no-creyente sí conoce a Dios (“Pues habiendo conocido a Dios,
no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en
sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”, Rom 1:21). En algún
nivel sea de su conciencia o de su inconciencia, ese conocimiento sigue allí. Pero
a pesar de tener ese conocimiento, el incrédulo intencionalmente distorsiona la
verdad, y la cambia por una mentira (Rom 1:18-32; 1ª Cor 1:18-2:16, nota
especialmente el v. 14, “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han
de discernir espiritualmente”; y 2ª Cor 4:4).

De modo que el no-creyente realmente está “engañado” (Tito 3:3, “Porque nosotros
también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de
concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y
aborreciéndonos unos a otros”). Conoce a Dios (Rom 1:21) y al mismo tiempo no
lo conoce (1ª Cor 1:21, “ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios
mediante la sabiduría...” y 2:14, “el hombre natural no percibe las cosas que son
del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender...”).

Evidentemente estos datos enfatizan la verdad de que la revelación divina tiene que
gobernar nuestro manejo de la apologética. Al no-creyente le es imposible (porque
no quiere, no desea) creer, sin tener el evangelio bíblico de la salvación. Ni
sabríamos cuál es la condición verdadera del incrédulo, a no ser por la Biblia.
Tampoco podremos confrontarla, al menos que estemos listos y dispuestos a
escuchar a los principios apologéticos propios de la Biblia.

Esto significa no sólo que el apologeta debe “santificar a Jesús como Señor”
personalmente, sino también que SU ARGUMENTO necesariamente tiene que
presuponer dicho señorío. Nuestro argumento debe exhibir dicho conocimiento,
dicha sabiduría, la que está basada en “el temor de Jehová”, y no exhibir la necedad
de los no-creyentes. Así las cosas, el argumento apologético no puede ser más
neutral que cualquier otra actividad humana. Cuando presentamos un argumento
apologético, como en cualquier otra cosa que hacemos, estamos llamados a
presuponer la verdad de la Palabra de Dios. O aceptas la autoridad de Dios, o no
la aceptas; el no aceptarla sería pecado. No importa que a veces estemos
conversando con gente no cristiana. Es entonces, y quizá más (pues es cuando
damos testimonio), que debemos ser fieles a la revelación que nos ha dado nuestro
Señor.

Decirle al no-creyente que podemos razonar con él (ella) sobre una base de
neutralidad, aun cuando quizá atraiga mejor su atención, sería mentir. Sería una
mentira de las más serias, pues falsificaría el meollo mismo del evangelio -- la
verdad que Jesucristo es EL SEÑOR. Por un lado, no existe la neutralidad. Nuestro
testimonio o es según la sabiduría de Dios o es según la necedad del mundo. No
hay opción intermedia. Por otro lado, aun cuando hubiera la posibilidad de la
neutralidad, esa ruta nos está prohibida.

3.0- ¿UN ARGUMENTO EN CÍRCULO?


¿Significa todo esto que somos llamados a emplear la argumentación en círculo?
Sí, pero sólo en un sentido. No somos llamados, por ejemplo, a utilizar argumentos
como éste: “La Biblia es la verdad; por lo tanto la Biblia es la verdad”. Como
veremos más adelante, es totalmente lícito argumentar sobre base de evidencias,
tales como los testimonios de los 500 testigos a la resurrección (“Después apareció
a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya
duermen” 1ª Cor 15:6). La evidencia de un testigo ocular se usa así: “Si las
apariciones de Jesús después de su resurrección fueron bien atestiguadas, se
puede dar como un hecho la resurrección. Fueron bien atestiguadas las apariciones
de Jesús después de su resurrección; por lo tanto, la resurrección es un hecho.

Esto de ninguna manera es argumentar en círculo. Sin embargo, puede verse cierta
circularidad si alguien pregunta, “¿cuáles son tus criterios finales del buen
testimonio? O, ¿Qué concepto general del conocimiento humano te permite razonar
de testimonio ocular a milagro? Sólo por citar un ejemplo, el empirismo de David
Hume no permitiría ese razonamiento. Pero aquí el cristiano presupone una
epistemología cristiana: un concepto de conocimiento, de testimonio, de testigos
oculares, de apariciones y de hechos, que están sujetos todos a las Escrituras.
Dicho en otras palabras, está utilizando normas bíblicas para probar conclusiones
bíblicas.

Elimina esto toda posibilidad de comunicación entre un creyente y un no-creyente?


Aparentemente, sí. El cristiano argumenta sobre base de criterios bíblicos, que la
resurrección fue un hecho. El no-cristiano responde que no puede aceptar dicho
criterio, y que no aceptará el hecho de la resurrección hasta que no lo comprobemos
mediante las normas (digamos) del empirismo de Hume. Nosotros a la vez
afirmamos que tampoco aceptamos como válidas las presuposiciones de Hume. El
no-creyente dice no poder aceptar las nuestras. ¿Termina eso la conversación?
En verdad, no la termina, y por varias razones:

3.1- En primer lugar:


Como he dicho antes, la Biblia nos dice que Dios se ha revelado al no-creyente con
toda claridad, a tal grado de que conoce a Dios (Rm 1:21, “pues habiendo conocido
a Dios, no lo glorificaron como a Dios...”). Aunque suprima este conocimiento, en
algún nivel de su subconsciente guarda la memoria de dicha revelación. Es contra
esa memoria que peca, y es por esa misma memoria que Dios lo responsabiliza
por sus pecados. En ese nivel del que hablamos, él sabe que el empirismo está
equivocado, y que las normas bíblicas son legítimas. Nuestro testimonio
apologético, entonces, se dirige no tanto a su epistemología empirista (o de
cualquier otra clase que fuere), sino a la memoria que tiene de la revelación de
Dios, y a la epistemología implícita en esa revelación.

Para hacerlo, es decir, para establecer comunicación significativa, no sólo podemos


-- sino debemos -- usar los criterios cristianos, y no los de la epistemología
incrédula. De modo que cuando el no-creyente diga, “No puedo aceptar tus
presuposiciones”, respondemos algo así: “Hablemos un poco más, y luego quizá te
sean más atractivas mis presuposiciones (lo mismo que tú esperas que las tuyas
me lleguen a ser más atractivas a mí), conforme expresemos nuestras ideas con
mayor lujo de detalle. En el entretanto, sigamos usando cada quien sus respectivas
presuposiciones, y hablemos de asuntos que aún no hemos discutido.”
3.2- En segundo lugar:
Nuestro testimonio al no-creyente nunca le llega solo. Porque si Dios quiere usar
nuestro testimonio para propósitos que él tiene, entonces siempre añadirá un
elemento sobrenatural a dicho testimonio: el Espíritu Santo, que obra con, y en, la
palabra. Ver:

--Rom. 15:18-19, “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio
de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia
de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios, de manera que desde
Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de
Cristo”;

--1ª Cor 2:4-5, y 12-14, “y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras


persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder,
para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el
poder de Dios; ...y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu
que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual
también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las
que enseña el Espíritu, ...pero el hombre natural no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han
de discernir espiritualmente”;

--2ª Cor 3:15-18, “y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está
puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se
quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad”;

--1ª Ts. 1:5, comparado con 2:13: “pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en
palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena
certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros;
... por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando
recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra
de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros
los creyentes”; y,

--2ª Tes 2:13-14, “pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a
vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el
principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad,
a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro
Señor Jesucristo”.

Si por alguna razón dudamos de nuestra capacidad de comunicar, pero que nunca
dudemos del poder del Espíritu Santo. Y si nuestro testimonio es el instrumento
básico que usa el Espíritu, entonces la estrategia que seguiremos será la que la
misma Biblia nos dicte, y no nuestras supuestas suposiciones de sentido común.
3.3- En tercer lugar:
Lo anterior es precisamente lo que hacemos en casos semejantes y que no son
normalmente considerados como “religiosos”. Imaginémonos a alguien viviendo en
su propio mundo de sueños -- quizá un paranoide, que cree que todo mundo está
buscándolo para matarlo. Digamos que se llama Oscar. Digamos que Oscar
presupone este horror, de modo que toda evidencia contraria, la tuerce y la hace
que confirme su conclusión. Toda acción buena, por ejemplo, en su punto de vista
sólo es evidencia de un nefasto complot para hacerle bajar la guardia, y luego
alguien le meta el cuchillo entre sus costillas.

Oscar está haciendo los que hacen los no-creyentes según Rom 1:21ss: cambiando
la verdad por la mentira. ¿Y cómo poderle ayudar? ¿Qué le podremos decir? ¿Qué
presuposiciones, qué normas, qué criterios usaremos? Seguramente no los de él,
porque así estaremos aceptando su propio estado paranoico. Seguramente no
criterios “neutrales”, porque no existen. O se acepta sus presuposiciones, o se
rechazan.
La respuesta, por supuesto, es que razonamos con él sobre base de la verdad,
como la entendemos nosotros, aun cuando ésta choque con sus creencias más
profundas. Quizá de vez en cuando nos diga, “Parece que estamos discutiendo
sobre presuposiciones diferentes, y así no vamos a llegar a ningún lado”. Pero en
otras ocasiones, nuestros razonamientos verdaderos quizá penetren sus defensas.
Porque después de todo, Oscar es un ser humano. Y en algún nivel de su
subconsciente (así lo suponemos) el tiene que saber que en verdad todo mundo no
está buscando matarlo. En ese nivel será capaz de oír y cambiar. Personas
paranoides, después de todo, a veces vuelven en sí y sanan. Por ello le hablamos
la verdad, con la esperanza de que eso suceda, y sabiendo que si palabras le van
a ser útiles, tendrán que ser la verdad y no más mentiras, para que pueda sanar.

Por esto creo que el método de apologética “presuposicional” es algo que no sólo
la Biblia apoya, sino ¡también el sentido común!

3.4- En cuarto lugar:


La apologética cristiana puede asumir muchas formas diferentes. Si el no-creyente
pone objeciones a los argumentos “en círculo” sobre las evidencias, el creyente
puede simplemente cambiar a otro forma de argumentar, como por ejemplo una
apologética “ofensiva” que ataque el punto de vista del mundo o la epistemología
del no-creyente. Dicha apologética también será en círculo precisamente en el
mismo sentido que he mencionado arriba, aunque no será tan obvio. Podríase
presentar en forma socrática, como una serie de preguntas: ¿Cómo explicas tú el
que haya leyes lógicas universales? ¿Cómo llegas tú a la conclusión de que la vida
humana vale la pena vivir? O quizá se haga como el profeta Natán cuando el rey
David no quería en un principio arrepentirse de su pecado (2° Sam, cap’s 11 y 12),
y contarle al no-creyente una parábola. Quizá pudiéramos contarle la del rico necio
(Luc 12:6-21).

En fin, los que piensan que el presuposicionalísmo destruye toda comunicación


entre creyentes y no-creyentes, subestiman el poder de Dios para tocar el corazón
incrédulo. Subestiman asimismo la variedad y la riqueza de la apologética
verdaderamente bíblica, y la capacidad creadora que Dios nos ha dado como
portavoces suyos, así como las múltiples maneras en las que se puede dar la
apologética cristiana.

3.5- En quinto lugar:


En mi libro, Doctrine of the Knowledge of God (“Doctrina del conocimiento de Dios”),
y en otros lugares más, distingo entre argumentos en círculo circunscrito, y
argumentos en círculo amplio. Un ejemplo del anterior sería: “La Biblia es la Palabra
de Dios, porque es la Palabra de Dios”. Otra manera de decir lo mismo, quizá sea:
“La Biblia es la Palabra de Dios porque dice serla”. Se está diciendo una profunda
verdad, y en forma vívida, con este argumento muy circunscrito: a saber, que no
hay autoridad más alta por la que se pueda evaluar las Escrituras que las mismas
Escrituras, y que en el último análisis hay que creer en ellas por su propio
testimonio.

Sin embargo, el argumento circunscrito tiene desventajas obvias. Específicamente,


un no-creyente lo más probable es que lo rechace sin más, al menos que se dé
muchísima explicación. Estas desventajas las podemos superar si pasamos a
utilizar argumentos en círculo amplio. El argumento amplio sería algo así: “La Biblia
es la Palabra de Dios en base a muchas evidencias” (y luego se pasa a detallarlas).
El argumento sigue siendo en círculo en un sentido, porque el apologeta escoge,
evalúa y formula la evidencia en una forma que la misma Escritura controla. Pero
el argumento dado así tiende a mantener por más tiempo la atención del no-
creyente, y tiende a ser más persuasivo para él. Lo “circular” de un argumento, en
el sentido que yo le estoy dando, puede ser tan vasto como el mismo universo, pues
cada dato es testimonio a la verdad de Dios.

4.0- LA RESPONSABILIDAD DE DIOS, Y LA NUESTRA:


La relación entre la soberanía divina y la responsabilidad humana es uno de los
grandes misterios de la fe cristiana. Desde la perspectiva de la Biblia, es claro que
ambas son reales, y ambas son importantes. A la teología calvinista se le conoce
por su énfasis sobre la soberanía divina, por su punto de vista de que Dios “hace
todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef 1:11). Pero también, el
calvinismo pone por lo menos el mismo énfasis sobre la responsabilidad humana.
¿El mismo énfasis? Muchos no dirían así del calvinismo. Pues bien, considera el
énfasis que el calvinismo pone sobre la autoridad de la ley de Dios -- un punto de
vista de la ley mucho más positivo que en cualquier otra tradición de teología
evangélica. Todo calvinista sabe que el hombre tiene que cumplir ciertos deberes
para con Dios. Adán fracasó, no cumplió y hundió a toda la raza humana en el
pecado y la miseria. Empero Jesús sí cumplió el deber humano, y consiguió para
su pueblo la salvación eterna.

Aun cuando Dios es soberano, es sumamente importante para él la obediencia del


hombre. Dios llenará y sojuzgará la tierra, pero sólo a través del esfuerzo del
hombre:

Gén 1:28-30, “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra
y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas
las bestias que se mueven sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda
planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y
que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves
de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta
verde les será para comer. Y fue así.” Juntará en su iglesia a los elegidos de entre
todas las naciones, pero sólo por medio de la predicación de hombres:

Mt 28:18-20, “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada


en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”

Hch 1:8, “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo
último de la tierra.”

Rom 10:13-15, “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en
aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo
predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies
de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!”

La salvación nos viene por la soberana gracia de Dios, sin mediación del esfuerzo
humano; sin embargo, aunque la recibimos por gracia, debemos ocuparnos en ella
“con temor y temblor” (Fil 2:12); y ello -- no a pesar de -- sino porque “Dios es el
que en (nosotros) produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (v.
13).

Por todo lo anterior, vemos que lo más típico es que la soberanía de Dios no
excluye, sino que involucra, la responsabilidad humana. En efecto, es la soberanía
de Dios la que permite la responsabilidad humana, es la que ofrece libertad y
significado a las decisiones y acciones humanas, y es la que concede al hombre el
tener un papel importante dentro del plan de Dios para la historia.

Es importante para la apologética mantener el equilibrio correcto entre la soberanía


divina y la obediencia humana. Vimos anteriormente que la apologética no puede
tener éxito sin el elemento sobrenatural, a saber: el testimonio del Espíritu Santo.
En ese sentido, la apologética es una obra soberana de Dios. Es él quien persuade
a la mente y el corazón de los no-creyentes. Por supuesto, también hay un lugar
para el apologeta humano. Tiene el mismo lugar que el predicador que se menciona
en Rom 10: 14; es más, él es el que predica.

La apologética y la predicación no son dos cosas diferentes. Ambas son esfuerzos


por alcanzar a los no-creyentes para Cristo. La predicación es apologética, en
cuanto busca persuadir. La apologética es predicación, en cuanto presenta el
evangelio buscando la conversión y la santificación. No obstante, las dos
actividades se caracterizan por sus perspectivas o énfasis diferentes. La
apologética enfatiza el aspecto racional de la persuasión, mientras que la
predicación enfatiza la búsqueda de un cambio espiritual en la vida de las personas.
Pero si la persuasión racional es una persuasión del corazón, luego es lo mismo
que un cambio espiritual. Dios es quien persuade y convierte, pero lo hace por
mediación de nuestro testimonio. Otros términos relativamente sinónimos
(relacionados en perspectiva), son: testimonio, enseñanza, evangelización,
argumentación.
Otra manera de decirlo es: que el Espíritu es quien convierte a la persona, pero
normalmente lo hace por medio de la palabra. La fe que obra el Espíritu es una
confianza en determinado mensaje, o sea, en la promesa de Dios. Así como la tierra
fue creada por el Espíritu y por la palabra juntos (Gén 1:2-3; Sal 33:6, “aliento” =
Espíritu), también Dios re-crea a hombres pecadores, mediante su Palabra y su
Espíritu (Jn 3:3ss; Rm 1:16ss; Sant 1:18, “él, de su voluntad, nos hizo nacer por la
palabra de verdad”; y 1ª Ped 1:23, “siendo renacidos, no de simiente corruptible,
sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre”).
Como ya visto, el papel del Espíritu es necesario, pero obra por medio de la
iluminación y la persuasión a creer en la Palabra de Dios (1ª Cor 2:4, “Y ni mi
palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino
con demostración del Espíritu y de poder”; y 1ª Tes 1:5, “Pues nuestro evangelio
no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu
Santo y en plena certidumbre...”).
Como ya dije, el papel del Espíritu es necesario, pero también lo es el del
predicador/apologeta. El trabajo del predicador/apologeta es el de presentar la
Palabra. No es sólo el de leerla, sino predicarla: es decir, exponerla; aplicarla a sus
oyentes; y mostrar su hermosura, su verdad, y su racionalidad. Busca contrarrestar
las ideas falsas de los no-creyentes y presentarles la Palabra tal cual es. Es a este
testimonio que también el Espíritu da testimonio.
Sirva esta discusión como respuesta a aquellos que se oponen a la labor
apologética, por temor a que se trata de “jugar a Dios”. No tiene por qué haber
rivalidad alguna entre la obra de Dios y la nuestra, siempre y cuando reconocemos
que Dios tiene soberanía final, y que ha determinado utilizar el instrumento humano
para cumplir sus propósitos. La apologética no es “jugar a Dios”, entendiéndola
bien; simplemente es ejercicio de una vocación humana divinamente establecida.

Sirva también esta discusión sobre la soberanía divina y la responsabilidad humana


como una ayuda para responder a aquellos que insisten que la Biblia no necesita
defensa alguna. A Carlos Spurgeon se le ha citado (¡quién sabe de dónde!) la frase:
“¿Defender la Biblia? ¡Mejor defendería a un león!” Ciertamente la Escritura,
cuando acompañada por el Espíritu, es muy poderosa (Rom 1:16, “Porque no me
avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación, a todo aquel
que cree, al judío primeramente, y también al griego”; y Heb 4:12, “Porque la
palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y
penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne
los pensamientos y las intenciones del corazón”). Ciertamente también, se auto-
defiende, dando razones para lo que dice. Piensa, por ej, en los muchos “así pues”,
y “así que” en la Biblia, como en Rm 8:1 y 12:1. La Biblia no sólo nos dice que
debemos creer y hacer ciertas cosas; nos da los motivos por los que debemos
creerlas y hacerlas. Así es como la Biblia se defiende a sí misma, pues nos expone
sus razones. Por supuesto, cuando nosotros como predicadores hacemos
exposición de la Biblia, debemos también incluir esas razones en nuestra
exposición. De manera que defendemos la Biblia usando los argumentos de la
Biblia misma. Incluso, la Biblia no sólo se defiende, sino que ¡se lanza a la ofensiva
en contra del pecado y de la incredulidad!

Pero llama la atención cómo la Escritura nos exhorta a salir en su defensa: Fil 1:7,
“por cuanto os tengo en el corazón; y en mis prisiones, y en la defensa y
confirmación del evangelio...”; v 16, “los unos anuncian a Cristo por contención...”;
v 27, “oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo
unánime por la fe del evangelio”; 2ª Tim 4:2, “que prediques la palabra; que
instes...redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”; y 1ª Ped 3:15,
“estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia
ante todo al que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”.

Defender la Biblia es en última instancia presentarla tal y cual es: presentar su


verdad, hermosura y bondad; presentar su aplicación a los oyentes de hoy día; y
por supuesto, presentar sus razones. Si se predica este mensaje, y de una manera
que la gente lo pueda entender, la Biblia se defiende a sí misma. En cambio, la
Biblia no se defenderá a sí misma si no se ha oído su mensaje. Por ello, extender
su mensaje es tarea humana, tarea de los defensores humanos. Escucha lo que
dijo Pablo: “Te encarezco ...que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera
de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2ª Tm 4:1-
2).
5.0- SOLA SCRIPTURA:
Algunos usan la frase “la Biblia no necesita que la defiendan” en una manera un
poquito diferente: es decir, les sirve para invocar el gran principio protestante de la
“sola Scriptura”, la suficiencia de la Biblia. Algunos tienen miedo de que la
apologética (que a través de los siglos ha sido notoria por introducir nociones
filosóficas no-bíblicas) trate de someter la Biblia al juicio de algo más allá de la
Biblia. Esto sí es un peligro para la apologética de tipo “tradicional”, y quizá incluso
ocurra no intencionalmente con apologetas que están tratando de ser presuposicio-
nales. Pero si la apologética es consistentemente presuposicional, es decir, si
reconoce con franqueza que sus propios métodos están sujetos a las normas
bíblicas, entonces es cuando podrá evitar dicho peligro.

El principio de la sola Scriptura, después de todo, no exige que se excluyan datos


extrabíblicos, incluso tratándose de la teología. Lo único que dice es que, en el
campo de la teología como en todas las demás disciplinas, la autoridad más alta,
la norma suprema, ha de ser siempre la Biblia y sólo la Biblia. La Confesión de Fe
de Westminster (1.6) reza así:

“Todo el consejo de Dios, tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria
y para la salvación, fe y vida del hombre, o está expresamente expuesto en las
Escrituras o se puede deducir de ellas por buena y necesaria consecuencia; y a
esta revelación de su voluntad, nada se puede, ni se debe, añadir nunca...”

Nadie debe objetar el que se traigan a colación datos extrabíblicos en la


apologética, siempre y cuando no se presenten esos datos como si fueran “el
consejo de Dios”, al mismo nivel que la Escritura. Pensamiento humano, incluso en
el campo teológico, requiere de datos extrabíblicos, pues tenemos que ver
constantemente con el mundo contemporáneo en medio del cual Dios nos ha
puesto. Obviamente, la física, la sociología, la geología, la sicología, la medicina,
etc., responden a datos que no se encuentran en las Escrituras. La teología hace
lo mismo, pues su función no es simplemente la de leer la Escritura, sino de
aplicarla a la problemática humana. La teología corre el peligro de elevar los
conceptos del teólogo sobre la problemática humana hasta un nivel correlativo, o
incluso superior, al de la Biblia. Pero con oración y meditación de la Palabra de
Dios, este peligro puede ser evitado.

Por ello, el que defendamos la Biblia, y según sus propias normas aún usando en
el proceso datos extrabíblicos, no significa que estemos añadiendo algo a la
Escritura como nuestra norma suprema. Simplemente estamos exponiendo, como
dijimos arriba, la racionalidad de la Biblia.
A veces se nos hace difícil desprendernos de la idea de que alguien que argumenta
una verdad de la Biblia basándose en datos extrabíblicos eleva esos datos a una
posición de mayor autoridad que la Biblia. Parece que estamos midiendo la Biblia
por dichos datos; que estamos midiendo la Biblia en base a su autoridad (que
presumiblemente es mayor). Pero no es así el caso. Cuando por ejemplo digo, “Hay
diseño en el mundo; por tanto, Dios existe”, podría de hecho estar tomando mi
premisa ¡de la propia Biblia! (Porque sin duda la Biblia enseña que hay un diseño
en el mundo.) Y cuando me dirijo a un no-creyente, me dirijo al conocimiento que
según Rm 1:18ss él ha obtenido de la creación. De hecho, cuando digo eso, estoy
muy posiblemente expresando la seguridad que tengo en lo más profundo de mi
corazón de que el diseño no es inteligible aparte del Dios de la Biblia, y por tanto el
que haya diseño implica la existencia de ese Dios. Y es así, no porque mi concepto
de diseño es algo por el que voy a medir la Biblia; simplemente es que la Biblia me
dice que tiene que ser cierto para que exista el diseño.

¿Y qué diríamos de usar datos históricos o científicos extrabíblicos para confirmar


enseñanzas de la Biblia? El que eso se hiciera, dirían algunos, implica tener mayor
confianza en esos datos que en la Biblia, pues para el que así hiciera tienen más
credibilidad que la propia Biblia. Nuevamente mi respuesta es en lo negativo. Tengo
mucha mayor confianza en la verdad de la historia bíblica que en la credibilidad,
por ejemplo, de un Josefo. Pero en ocasiones Josefo confirma lo dicho en la Biblia,
y yo pienso que es perfectamente lícito mencionar este hecho en la discusión
apologética. El asunto no es tanto que Josefo tenga mayor autoridad que Lucas,
por ejemplo. Más bien es que incluso un no-cristiano como Josefo reconoce en
ciertos puntos los datos de la historia que narra la Biblia. Los estudiosos modernos,
muchos tan escépticos que están prontos para creer hasta al historiador no-
cristiano más poco fiable en preferencia a creer el testimonio de la Palabra de Dios,
tienen que aceptar que incluso un historiador no-cristiano del siglo I, escribiendo
como se espera de un historiador, confirma la verdad del testimonio bíblico.

Nuevamente, esta forma de argumentar no añade a la Biblia nada que comprometa


el principio de la sola Scriptura. No añade nada a la suprema fuente de verdad
autoritativa, pues esa fuente está en la Biblia y en ningún otro lugar. Por otra parte,
argumentos como el de la causa última, o el de Josefo, aunque contienen datos
extrabíblicos, tienen el único propósito de comunicar la Escritura “tal y como es”.
Después de todo, si quieres mirar correctamente la Escritura, te ayudará mirarla en
sus varios contextos: el contexto de su propia cultura contemporánea (con autores
como Josefo), el contexto del universo entero (con su causa y propósito). El que
mira correctamente la Escritura verá como ella encaja en, e ilumina esos contextos.
En ese sentido, un buen argumento de causa, o de comparación histórica, no iría
más allá de la Escritura. Sólo mostrará cuán aplicable es la verdad bíblica a ciertas
áreas del mundo. Y así se estará demostrando el significado pleno de la Biblia.

La conclusión a la que llego es que podemos usar datos extrabíblicos, pero no como
criterios independientes por los que la Biblia sería medida. ¡Qué ridículo es pensar
que la Palabra de Dios se considerará en error por no concordar con Josefo, o
Eusebio o Papías, o con alguna teoría de algún antropólogo acerca de la
“antigüedad del hombre”! Precisamente debe ser lo contrario. Debemos presentar
la Biblia tal y como es; es decir, que en ocasiones concuerda con otros escritos, y
en otras ocasiones no. Es lo que esperamos de una Palabra de Dios que entra a
un mundo finito y lleno de pecado. Es más esta consideración, por la gracia de Dios,
puede ser persuasiva. Lo que a nosotros nos corresponde es presentar la Biblia tal
y como es. Y para hacer esto, habrá que hacer frecuente referencia a los diferentes
contextos.

6.0- SOLA SCRIPTURA Y LA REVELACIÓN NATURAL:


El relacionar la Biblia con sus contextos equivale a relacionarla con la revelación
natural. La revelación natural es la revelación de Dios en todo lo que ha creado (Sal
19:1ss; 104:1ss; Rm 1:18ss), incluyendo al ser humano, el cual está creado a su
imagen:
--“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra
los creó” (Gén 1:27);

--“El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada;
porque a imagen de Dios es hecho el hombre” (Gén 9:6); y

--“Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que
están hechos a la semejanza de Dios” (Stg. 3:9).

La revelación de Dios nos rodea a todos, incluso está dentro de nuestro ser. En
esto incluyo al no-creyente. Como dije antes, el no-creyente también tiene un
conocimiento claro de Dios (Rom 1:21, “Pues habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus
razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”); pero trata en diferentes
maneras de suprimir dicho conocimiento.

La revelación natural revela el “eterno poder y deidad” de Dios (Rom 1:20). Revela
sus normas éticas: “quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que
practican tales cosas son dignos de muerte...” (1:32); y revela su ira en contra del
pecado (mismo verso; también el v. 18, “porque la ira de Dios se revela desde el
cielo contra toda impiedad e inujsticia de los hombres que detienen con injusticia la
verdad”). No obstante, en la revelación natural no se revela el plan de salvación de
Dios, pues éste se da concretamente en la predicación de Cristo:

“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues,
invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no
han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no
fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que
anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! ... Así que la fe es por el oir,
y el oir, por la palabra de Dios” (Rom 10:13-15,17).
Tenemos esa predicación de Cristo en forma definitiva en la Biblia; y con esa
autoridad continuamos predicando el evangelio en todo el mundo.
¿Por qué requerimos de dos clases de revelación? Una razón sería, que cuando
Dios habla directamente, la “curva del aprendizaje” se hace mucho más chica. Aún
Adán en su estado de inocencia necesitaba oir la voz directa de Dios,
suplementando e interpretando para él su revelación en la naturaleza. No lo tenía
que descifrar y descubrir todo solito Adán, pues en muchos casos quizá le hubiese
llevado tiempo hacerlo, o quizá hubiera sido imposible para su mente finita. De
modo que Adán, como siervo fiel del pacto que era, acepta con gratitud la ayuda de
Dios. Acepta la interpretación que Dios le da acerca del mundo, hasta el momento
trágico cuando decide aceptar en su lugar la interpretación de Satanás.

Ya después de la caída, son dos las razones por las que se necesita la
comunicación verbal especial de Dios. Una era la necesidad del hombre de tener
una promesa salvífica, la cual nunca se deduciría por sí sola de la revelación
natural. Y la otra era para corregir toda interpretación pecaminosa de la revelación
natural. Rom. 1:21-32 explica cómo la gente maneja la revelación natural cuando
no hay otra palabra más de parte de Dios. La “detienen”, la suprimen, la
desobedecen, la cambian por una mentira, la desvirtúan, e incluso honran a los que
se rebelan ante ella.

Por ello, Dios nos ha dado la Escritura, la “revelación especial”, tanto para
suplementar la revelación natural (añadiendo a ella el mensaje de salvación), como
para corregir el mal uso que el hombre hace de la revelación natural. Como dijera
Calvino, el cristiano debe mirar la naturaleza con los “anteojos de la Escritura”. Si
al Adán en inocencia Dios le tuvo que dar revelación verbal para que pudiera
interpretar el mundo, ¡cuánto más nosotros!

El asunto no es tanto que la Escritura pudiera ser más divina o tener mayor
autoridad que la revelación natural. La revelación natural es toditita palabra de Dios
y por ende de autoridad absoluta. La diferencia está en que la Escritura es una
comunicación verbal divina q. Dios dio con el fin de suplementar y de corregir
nuestra interpretación de su mundo. Debemos aceptar con toda humildad esta
ayuda. Al hacerlo, no por ello decimos que la Escritura sea de mayor autoridad que
la revelación natural. Más bien, permitimos que esa Palabra (con su Espíritu
siempre presente) corrija nuestras interpretaciones de la revelación natural.
Para permitir que la Escritura ejerza dicha influencia correctiva, tendremos que
aceptar el principio de que nuestra fe convencida sobre la enseñanza bíblica tiene
prioridad sobre lo que podemos aprender solamente de la naturaleza. Dios nos dio
la Escritura como la constitución del pacto para el pueblo de Dios, y si nos ha de
servir como tal, tendremos que darle la prioridad sobre toda otra fuente del saber.
Es un error, por ejemplo, sugerir (como muchos hacen) que leamos juntos, lado a
lado, los “dos libros de la naturaleza y de la Escritura”, ambos con igual peso en
todos los sentidos. Este tipo de argumento ha sido usado para justificar
cristianamente, pero sin mucho sentido crítico, la aceptación de la teoría de la
evolución, la sicología secular, y otras más. Este tipo de argumento no le permite a
la Escritura hacer su labor correctiva, y proteger al pueblo de Dios de la “sabiduría”
del mundo (ver 1ª Cor 2:6-16). Por ello, sola Scriptura.

Con todo, la revelación natural, leyéndola bien a través de los “espejuelos de la


Escritura”, es de tremendo valor para el cristiano, y específicamente para el
apologeta cristiano. Cuando miramos la naturaleza con la ayuda de Dios,
entendemos que los cielos en verdad “cuentan la gloria de Dios” (Sal 19:1). Vemos
varias de las maneras muy interesantes en las que los hombres reflejan la imagen
de Dios. Vemos cómo Dios le da al mundo y a la mente humana una estructura
racional, de modo que puedan adaptarse una a otra las dos estructuras.

Vemos a través de la ciencia la asombrosa sabiduría del plan de Dios (ver el Salmo
104). Vemos a través de la historia y de las artes, cuánto mal resulta cuando la
gente abandona a Dios, y cuánta bendición (¡así con persecuciones, Mc 10:30¡ “que
no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas,
madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna”)
se derrama sobre los que le son fieles.
Apologetas tradicionalistas no siempre comprenden que la naturaleza es revelación
de Dios. Aquino, por ej., no hizo distinción entre la revelación natural y la especial;
más bien la hizo entre el razonar con la ayuda de la revelación y el razonar sin esa
ayuda. Resulta fácil entender que estos puntos de vista se hayan calificado como
“autónomos” o “neutrales”. Otros apologetas tradicionalistas, sin embargo,
enfatizan más el concepto de la revelación natural, y describen su método como
uno que presenta la revelación natural al no-creyente de alguna manera como no
parte de la revelación especial.

Por supuesto, no hay objeción alguna a que se presente la revelación natural a un


no-creyente. Lo que sí tenemos que cuidar, es que lo que digamos acerca de la
revelación natural esté de acuerdo con la enseñanza bíblica; o sea, que veamos la
naturaleza a través de los “espejuelos de la Escritura”. Mostrarle la revelación
natural no es necesariamente una invitación a q. razone en forma neutral o
autónoma, o que ignore la Biblia. Realmente, en este sentido, la revelación natural
y la especial nunca deben separarse cuando en una conversación apologética.

Por tanto, el uso de evidencia fuera de la Biblia en la apologética puede ser tenido
como un buen uso de la misma Biblia. Pues será la respuesta obediente al punto
de vista que pinta la Biblia del mundo. Según nos enseña la Biblia, la naturaleza
apunta a Dios, de modo que el apologeta cristiano obediente, mostrará al no-
creyente las varias maneras en las que la naturaleza revela a Dios, pero no
presentándolas como pensamiento neutral, ni permitiendo el uso de criterios no-
cristianos de la verdad. De modo que el apologeta cristiano apela a la revelación
natural, y a la vez apela a la Escritura. Pues el propósito mismo de la Escritura
(como enfatizo en mi libro Doctrine of the Knowledge of God) es para hacer
aplicación. La Escritura ilumina las situaciones de vida y las personas inclusive de
los que no están en la Biblia. El “mirar la creación a la luz de la Escritura”, y el
“aplicar la Escritura a la creación”, son una y la misma actividad, vista desde
perspectivas diferentes.

Si aceptamos este punto de vista sobre la apologética, no tendremos que hablar de


competencia entre presuposiciones y evidencias. Nuestras presuposiciones
bíblicas autorizan el uso de evidencias, y las evidencias no son otra cosa que la
aplicación de la Escritura a nuestra situación particular. El uso de evidencias no es
contrario al principio de sola Scriptura, sino que lo obedece.

7.0- LOS VALORES:


¿Qué uso tiene la apologética, qué propósito, qué valor? Debido a que la
apologética y la predicación tienen perspectivas similares, los beneficios de ambas
son las mismas. Si la predicación busca la conversión de los perdidos y la
edificación de los santos, lo mismo la apologética.

El esfuerzo por ofrecer una razón intelectual satisfactoria tiene su beneficio dentro
de estos contextos más amplios. Para el creyente, la apologética confirma su fe,
mostrando la racionalidad de las Escrituras. Esa racionalidad también ofrece al
creyente un fundamento intelectual, una base para su fe, y una base para la toma
de decisiones sabias en su vida. La apologética en sí no es ese fundamento; pero
lo que sí hace es mostrar y describir el fundamento que presenta la Escritura, y
mostrar y describir la manera en la que debemos edificar sobre ese fundamento.

Para el no-creyente, Dios puede usar razonamientos apologéticos para eliminar de


tajo la racionalización, o sea los argumentos que aquel usa para resistir la
conversión. La apologética puede ofrecer la evidencia que conduce a un cambio de
convicción. No estoy diciendo que el no-creyente carece de evidencia. En verdad
está rodeado de evidencia: en la creación (Sal 19:1ss; Rom 1:18ss) y en su propia
persona (Gén 1:26ss) a favor de la existencia de Dios. Y hay bastante evidencia en
la Escritura a favor de otras doctrinas cristianas. Pero lo que hace el apologeta es
formular la evidencia, y hacerlo de una manera provocativa a fin de atraer la
atención del no-creyente a ella. Y también, puede aplicarla a las objeciones muy
particulares que pudiera tener el no-creyente.

Y para los que nunca llegan a creer, la apologética aún puede seguir haciendo la
obra de Dios. Es como la predicación, añade a su condenación. El que no quiere
arrepentirse y creer, a pesar de una presentación fiel de la verdad, tendrá que sufrir
una condenación más severa:

“Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo


conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo
cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya
dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se
le pedirá” (Lc 12:47-48).
8.0- LOS PELIGROS:
Santiago nos advierte (3:1): “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de
vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”. Si no enseñamos,
nuestros errores afectarán sólo a nosotros; pero si enseñamos, nuestros errores
podrían afectar también a otros. Por ello, se condena con mayor severidad a los
errores en quienes son maestros. Como indiqué anteriormente, el apologeta es un
maestro; por ende la advertencia de la Escritura es aplicable también a él.

¿Quieren que sea más específico? Bueno, en el pasaje lema de este capítulo, 1ª
Pedro 3:15-16, Pedro exhorta a los apologetas a que mantengan “buena
conciencia”, de modo que los que murmuran puedan ser avergonzados. Es de
interés notar que Pedro no pide a los apologetas ser inteligentes o de mucho estudio
y conocimiento (aunque esas cualidades definitivamente son de ayuda); más bien
les pide q. lleven una “buena conducta en Cristo”. Nos da, pues, una norma práctica
para na disciplina que la tendemos a ver como teórica.

De hecho, toda presentación apologética tiene contextos prácticos importantes.


Nuestra comunicación con los no-creyentes no sólo consiste en lo que decimos,
sino también en cómo vivimos ante ellos. Si lo que hacemos desmiente lo q.
decimos, o sea, si nuestra vida contradice nuestra doctrina, nuestra apologética se
verá como llena de hipocresía, y perderá credibilidad. Pero si nuestra vida es
consistente con la doctrina, los que nos quieran hacer ver mal entonces serán los
que pierdan credibilidad. En el día final, si no antes, serán avergonzados.
Para ser un poco más específico, los apologetas son sujetos a los mismos pecados
que todos los demás, pero en el correr de los años, se han visto más propensos a
pecar en dos áreas específicas. Efesios 4:15 nos insta a seguir la verdad en amor;
pero podemos afirmar que apologetas hay que han sido culpables de decir
mentiras; como los hay que son culpables de hablar sin amor.

8.1- La falta de verdad:


El primer error es muy criticado en la polémica del N.T. que levanta en contra de
toda enseñanza falsa (ver 2ª Timoteo 3 y 2ª Pedro 3, etc.). Nos admiramos de ver
cuántas herejías se deben a móviles apologéticos. El apologeta piensa, “Para
presentar con mayor persuasión el cristianismo, tendré que mostrar que es
compatible con los movimientos intelectuales de nuestro día. Por ello, debo
presentar el cristianismo como una fe de mucha ‘seriedad intelectual.’” Así, varias
de las doctrinas cristianas podrían quedar comprometidas, reemplazadas por las
doctrinas de la filosofía popular vigente.
Los apologetas del siglo II (Justino, Arístides, Atenágoras) fueron personas muy
entregadas a la fe cristiana en términos generales. Pero comprometieron la doctrina
cristiana de la creación, acomodándola a la idea filosófica de los gnósticos de una
línea continua de ser entre Dios y el mundo. Esto indujo a que tuviesen un concepto
de Dios casi impersonal (estando el ser incomprensible en la punta superior de la
línea), y una doctrina subordinacionista de la Trinidad (que el Hijo y el Espíritu están
subordinados al Padre, de modo que pudieran interrelacionarse con el mundo de
una manera que el Padre no podía).

Así se ven móviles similares en Clemente de Alejandría y en Orígenes como


también en Tomás de Aquino, y más recientemente con Schleiermacher en su obra
Speeches to the Learned Despisers of Christianity (“Discursos a los eruditos
despreciadores del cristianismo”), y con los muchos teólogos modernos desde
Bultmann hasta Tillich y Pannenberg, que quieren mostrar al “hombre moderno” el
valor intelectual del cristianismo. Pero con harta frecuencia su móvil apologético
conduce al desvío doctrinal. Esto no quiere decir que el móvil apologético sea malo;
pues como hemos dicho antes, el móvil en sí es muy bíblico. Pero los modelos
históricos, así como la misma admonición de la Escritura, nos debe hacer
cautelosos en extremo. No seas, pues, apologeta al menos que tu lealtad sea
primeramente con Dios -- antes que con el respeto intelectual de los demás, antes
que con la verdad en el abstracto, antes que con los no-creyentes como tales, y
antes que con alguna tradición filosófica.

Otros pecados podrían también contribuir a esta falla: el amor mal dirigido, la
subestima del pecado en el hombre (como si lo que más necesitara el no-creyente
es simplemente un mejor argumento), la ignorancia de la revelación de Dios
(especialmente en lo que concierne al presuposicionalismo bíblico), y el orgullo
intelectual.

8.2- La falta de amor:


El error contrario sugerido por Ef 4:15 es el de hablar sin amor.
Desafortunadamente, la disciplina de la apologética atrae a muchas gentes
contenciosas y amantes de las discusiones. Hasta no estar inmersas en alguna
controversia, no pueden estar contentas. Si no hay controversia, se la crean,
buscando pleito sobre asuntos que fácilmente podrían pasarse de alto, o bien
arreglarse en santa paz. La Biblia comenta acerca de esta clase de persona, y
siempre es en términos negativos; por lo que si hay alguien que quiera hacer de la
apologética su carrera, que medite bien los textos siguientes:

“Ciertamente la soberbia concebirá contienda; mas con los avisados está la


sabiduría” (Pr. 13:10).
“Los labios del necio traen contienda; y su boca los azotes llama” (Pr. 18:6).
“El carbón para brasas, y la leña para el fuego; y el hombre rencilloso para encender
contienda” (Pr. 26:21).

“¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y
violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan” (Hab 1:3).

“(Pagará)... ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino
que obedecen a la injusticia” (Rom 2:8).

“Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé,
que hay entre vosotros contiendas” (1ª Cor 1:11).

“Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal
costumbre, ni las iglesias de Dios” (1ª Cor 11:16).

“Los unos anuncian a Cristo por contención no sinceramente, pensando añadir


aflicción a mis prisiones” (Fil 1:16).

“Pero evita las cuestiones necias, y genealogías, y contenciones, y discusiones


acerca de la ley;...son vanas y sin provecho” (Tit 3:9).
Este espíritu de contención procede de la soberbia, según Pr. 13:10. Cuando una
persona es tan vanidosa que no puede “recibir consejo” de otras personas, termina
insistiendo en su propio camino, hasta no verse forzado a desistir. Lejos de ser
sabio, esta persona es necia (Pr. 18:6), e incluso se halla bajo el control del mismo
diablo:

“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus
obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en
vuestro corazón, no os jactéis ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no
es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay
celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Stg. 3:13-16).
Luego sigue diciendo Santiago así: (vv. 17-18)

“Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica,


amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni
hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.”
Pablo inclusive llega a decir que la “conocimiento” sin amor no es verdadero
conocimiento:

“El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Y si alguno se imagina que sabe
algo, aún no sabe nada como debe saberlo. Pero si alguno ama a Dios, es conocido
por él” (1ª Cor 8:1b-3).

Defender la fe cristiana con un espíritu contencioso es defender el cristianismo y la


contención al mismo tiempo; lo cual resulta un híbrido de autodestrucción. El
cristianismo verdadero -- el cristianismo al que estamos llamados a defender con la
palabra y con la vida, es el que dice: “Bienaventurados los pacificadores, porque
ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5:9); y, “Si es posible, en cuanto dependa
de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Rom 12:18).

Cap. 2- EL MENSAJE DEL APOLOGETA


(Tomado del libro de John Frame, Apologetics to the Glory of God, pp 31ss)

INTRODUCCIÓN:
El mensaje del apologeta es, a fin de cuentas, nada menos que la revelación entera
de las Escrituras, aplicada a las necesidades de los oyentes. Ahora bien, en un libro
de texto sobre la apologética como el presente, creemos importante ofrecer un
resumen breve del contenido de las Escrituras, con el fin de darle una mejor
dirección a nuestro testimonio como apologetas. No es difícil la tarea. Las
enseñanzas de la Biblia sí pueden ser resumidas. Es más, existen dentro de las
mismas Escrituras resúmenes de su enseñanza, como por ejemplo los pasajes
siguientes:
--Juan 3 6:23
--1ª Corintios 15:1-11
--2ª Cor:16
--Romanos intios 5:17 - 6:2
--Efesios 2:8-10
--Filipenses 2:5-11
--1ª Timoteo 2:5-6
--Tito 3:3-8, y
--1ª Pedro 3:1

Estos textos nos muestran que hay diferentes maneras de resumir el mensaje
bíblico, cada una con su énfasis particular un poco diferente. A estos énfasis los
podríamos llamar “perspectivas”. Con respecto a los propósitos de la obra presente,
será útil resumir el mensaje Escritural desde dos perspectivas:
a)- la primera, el cristianismo como una filosofía; y
b)- la segunda, el cristianismo como buenas nuevas.

1.0- ES FILOSOFÍA:
Al decir “el cristianismo como una filosofía”, quiero decir que el cristianismo ofrece
un punto de vista comprensivo sobre el mundo. Nos ofrece un relato, no sólo de
Dios, sino del mundo que Dios creó, la relación que guarda el mundo con Dios, y el
lugar del ser humano dentro de ese mundo, o sea, su relación con la naturaleza y
su relación con Dios. El cristianismo trata de:
--la metafísica (la teoría de la naturaleza fundamental del universo)
--la epistemología (la teoría del conocimiento) y
--los valores (la ética, la estética, la economía, etc.)

Como tal, el cristianismo ofrece un punto de vista sobre todo. Creo que hay un punto
de vista particular que el cristianismo ofrece sobre la historia, la sociología, la
educación, las artes, los problemas filosófi-cos, etc. Y como vimos con anterioridad,
la autoridad de nuestro Señor es comprensiva; todo lo que hagamos tiene que estar
relacionado a Cristo (“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo
para la gloria de Dios”, 1ª Cor 10:31).

Entonces, el cristianismo entra en competencia con el platonismo, el


aristotelianismo, el empirismo, el racionalismo, el escepticismo, el materialismo, el
monismo, el pluralismo, el humanismo secular, el marxismo el pensamiento de la
teología de proceso, el pensamiento de la Nueva Era, y con cualquier otra filosofía
habida y por haber; compite también con otras religiones, como el judaísmo, el
islam, el hinduísmo, el budismo.

Una de las repercusiones más desafortunadas de la idea distorsionada que hay


sobre “la separación entre la iglesia y el estado”, es que los educandos pueden
escuchar a los proponentes de cualquier sistema de pensamiento, excepto aquellos
que son arbitrariamente calificados como de una “religión”. Pues ¿quién puede
decir que no se puede hallar algo de verdad en algunas de estas posturas
religiosas, o incluso alguna verdad exclusiva de esa postura? Y hablando en
términos de la libertad de pensar y de creer, ¿es justo limitar la educación pública
a los puntos de vista llamados “seculares”? ¿No es también esto un gran lavado de
cerebro?
Además, los separacionistas extremos (Frame aquí reflexiona sobre el panorama
estadounidense) con frecuencia se oponen en particular a las expresiones que se
dan en público del cristianismo; no así con las de las religiones en general. Con
harta frecuencia admiten sin objeción alguna, presentaciones en las escuelas que
favorecen el misticismo oriental o incluso la brujería moderna; lo que sí objetan es
cuando se trata del cristianismo. Por inconsecuente que parezca, este proceder
específicamente anti-cristiano realmente tiene sentido. Pues como veremos más
adelante, es el cristianismo, y no el misticismo oriental o la brujería o los ritos de los
nativos americanos, el que se planta firmemente en contra de las tendencias de la
mente humana no-regenerada. Al cristianismo se le excluye de las escuelas a pesar
de que (o quizá precisamente porque) ofrece la única alternativa válida a la
“sabiduría de moda” del aparato político y de la sociedad modernos.
Sin embargo, esa “sabiduría de moda” nos ha legado un vasto aumento en los
índices del divorcio, del aborto, de familias con padres (madres) solteros(as), niños
de la calle, la farmacodependencia, las pandillas, el crimen, el Sida (y otros
problemas más de salud, p.ej, el resurgimiento de la tuberculosis), la falta de
vivienda, la falta de alimentos, los déficits gubernamentales, los altos impuestos, la
corrupción política, la degeneración en las artes, la mediocridad en la educación, la
falta de competitividad en la industria, grupos de intereses particulares exigiendo
toda clase de “derechos” (derechos que no tienen sus responsabilidades
correspondientes, y que vienen a costa de los demás), la contaminación del
medioambiente, etc.
Nos ha legado un gobierno “mesiánico”, que reclama para sí autoridad plena, y
ofrece solucionar todos nuestros problemas (“salvación” secular), pero que
generalmente termina dejando las cosas peor. En las instituciones de enseñanza
superior, anteriormente bastiones de la libertad intelectual, ahora cunden ideas de
lo “políticamente correcto”. La cultura en general ahora permite el uso de
vocabulario anteriormente considerado vulgar, ofensivo y blasfemo. Ha creado un
ambiente en que la música popular (de estilo “rap”) insta a la gente a matar a los
guardianes del orden.

Siendo así las circunstancias en las que vivimos, ¿no deberíamos estar pensando
de otras alternativas a esta supuesta “sabiduría de moda”? ¿O será que sólo una
alternativa existe? De ser así, -- y la tesis que aquí sustento es que así es --
entonces nos urge tomar dicha alternativa mucho muy en serio.

Con el fin de mostrar que el cristianismo es LA alternativa, o sea, la única opción


viable, permítanme exponer el contenido del cristianismo como filosofía: es decir,
como metafísica, como epistemología y como sistema de valores (con énfasis
particular en la ética). En relación a esto, también creo de importancia decir que el
cristianismo es evangelio (o sea, buenas nuevas), y quizá sea más importante este
aspecto que los anteriores. Pero esto lo diremos a su tiempo.

Reconocemos que en nuestros tiempos modernos, por así decir, en comparación


con la sociedad de hace 600 años, la gente de hoy día ignora el punto de vista
cristiano sobre el mundo. Por ello deben de entender el punto de vista cristiano
sobre el mundo (la filosofía cristiana), de modo que pueda cobrar sentido para ellos
el aspecto llamado evangelio, las buenas nuevas.

Primero, pues, presento el cristianismo como filosofía, para luego presentarlo como
evangelio:

2.0- ES METAFÍSICA:
Las 4 cosas más importantes que debemos recordar acerca de la forma cristiana
de entender el mundo, son: a) la personalidad absoluta de Dios; b) la distinción
entre el Creador y la criatura; c) la soberanía de Dios; y d)- la Trinidad.
2.1- La personalidad absoluta de Dios:

Dios es “absoluto”, en el sentido de que es el Creador de todas las cosas, y por


ende, la base de todo lo que existe. Como tal, no necesita de ningún otro ser para
existir (“ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él
es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas”, Hech 17:25). Nada ni nadie lo
hizo existir; siempre ha sido (“Antes que naciesen los montes y formases la tierra y
el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”, Sal 90:2; “Firme es tu trono
desde entonces; tú eres eternamente”, Sal 93:2; “En el principio era el Verbo, y el
Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” Jn 1:1).

Tampoco pueda haber nadie que lo destruya; siempre existirá (“Porque yo alzaré a
los cielos mi mano, y diré: Vivo yo para siempre”, Deut 32:40; “Ellos perecerán, mas
tú permanecerás; ...pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán” Sal 102:26-
27 y citado en Heb 1:10-12; “el único que tiene inmortalidad...” 1ª Tm 6:16; “y juró
por el que vive por los siglos de los siglos...” Ap 10:6). Su existir es atemporal, pues
es el Señor del tiempo (Sal 90, especialmente el v. 4, “porque mil años delante de
tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche”;
Gál 4:4, “pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo...”; Ef
1:11, “...que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”; 2ª Ped 3:8,
“...para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”.

Dios conoce con la misma perfección de siempre todos los tiempos y todos los
espacios (Is 41:4: “¿Quién llama las generaciones desde el principio? Yo Jehová,
el primero, y yo mismo con los postreros”; Is 44:7-8: “¿Y quién proclamará lo
venidero, lo declarará, y lo pondrá en orden delante de mí, como hago yo desde
que establecí el pueblo antiguo? Anúncienles lo que viene, y lo que está por venir.
No temáis, ni os amedrentéis; ¿no te lo hice oír desde la antigüedad, y te lo dije? ...
No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno.” Como lo dijera el
Catecismo Menor (preg. #4: “Dios es espíritu, infinito, eterno e inmutable en su ser,
sabiduría, poder, santidad, bondad, justicia y verdad.”

Esta definición enfatiza no sólo que Dios es absoluto, sino también que es una
persona. En la Biblia, “Espíritu” es personal, y Dios es Espí-ritu (Jn 4:24). Como
Espíritu que es, Dios:

--habla “y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres


hombres te buscan” (Hech 10:19);

--dirige, “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos
de Dios” (Rom 8:14);

--da testimonio, “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos
hijos de Dios” (Rom 8:16);
--ayuda, “...el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad (Rm 8:26);
--intercede, “...pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
indecibles” (mismo versículo);

--ama, “os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del
Espíritu...” (Rom 15:30);
--revela, “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu...” (1ª Cor 2:10); y

--escudriña, “porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (mismo


versículo).

Aunque la voz griega para “Espíritu” (pneuma) es de género neutro, el N.T. a veces
enfatiza que el Espíritu es una persona, en que se refiere a él con un pronombre
masculino (por ej, Jn 16:13,14). También son de orden personal las referencias del
Catecismo a los atributos de sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad.
La Biblia con frecuencia atribuye estas cualidades a Dios.

La gran pregunta q. confronta a la humanidad moderna es esta: siendo que en el


universo existen tanto personas (por ej, tú y yo) como estructuras impersonales (por
ej, la materia, el movimiento, el azar, el tiempo, el espacio y las leyes físicas), ¿cuál
es fundamental? ¿Está basado el aspecto impersonal del universo en las personas,
o es todo al revés?
La idea secular generalmente presupone que es lo último, es decir, que las
personas son el producto de la materia, del movimiento, del azar, etc. Sostiene que
el explicar un fenómeno en términos de intención personal (por ej, esta casa está
aquí porque alguien la construyó para vivirla) no llega a ser una explicación final y
última. La última explicación, en esta manera de pensar, se encuentra en lo
impersonal (por ej, la persona construyó la casa porque los átomos de su cerebro
se movieron en ciertas formas). Pero, ¿es necesaria una presuposición así?

Pensemos más sobre cuáles serían las consecuencias, según cada uno de estos
puntos de vista. Si lo impersonal tiene prioridad, luego en el origen absoluto de las
cosas no hubo ni consciencia, ni sabiduría, ni voluntad. Lo que nosotros llamamos
“la razón” y “los valores”, no son más que consecuencias accidentales, carentes de
intención, de eventos azarosos (Entonces, si la razón sólo es el resultado de
sucesos irracionales, ¿por qué confiar en ella?) Al final de todo, la virtud moral no
se premiará. La amistad, el amor y la hermosura no tendrán ninguna consecuencia
final, pues quedan reducidos a un proceso ciego, sin cuidado alguno. Bertrand
Russell fue por demás elocuente sobre las consecuencias de esta forma de pensar,
a pesar de que él la sostuvo, pues es “el mundo que la ciencia nos presenta para
creer en él”. Dice así:

“El hombre es el producto de causas que no podían prever el fin que alcanzarían;
su origen y desarrollo, sus esperanzas y temores, sus amores y sus credos, no son
otra cosa más que el fruto de colocaciones accidentales de átomos; ningún ardor,
ningún heroísmo, ningún pensamiento o sentimiento intenso, pueden preservar una
sola vida particular más allá de la tumba; pues todo el trabajo hecho a través de las
edades, toda la devoción, toda la brillantez como del mediodía del genio humano,
todo está destinado a desaparecer en la vasta muerte del sistema solar; y el templo
entero del logro humano inevitablemente quedará enterrado en los escombros de
un universo en ruinas. Sólo sobre base de estas verdades, sobre el cimiento firme
de una inflexible desesperación, se podrá construir la habitación segura del alma
humana.”

Pero por otra parte, si lo personal es lo que tiene prioridad, luego el mundo fue
hecho según un plan racional que puede ser entendido por mentes racionales. La
amistad y el amor no son simplemente experiencias humanas profundas, sino
ingredientes fundamentales del orden universal. Pues hay alguien que quiere que
exista la amistad, que desea que exista el amor. El bien moral es, también, parte
del gran plan del universo. Si la personalidad es absoluta, luego hay alguien a quien
le interesa lo que hacemos, que aprueba o desaprueba nuestra conducta. Y esa
persona tiene también un propósito para el mal, por más misterioso que ello nos
parezca.

La hermosura tampoco es algo que sólo aparece en forma fugaz; es el arte de un


gran artesano. Y si en verdad el sistema solar tendrá su desenlace en “una vasta
muerte”, existe una persona que nos puede librar de esa muerte, si le place. De
modo que quizá, después de todo, algunos de nuestros pensamientos, planes,
confianzas, amores y logros sí tienen consecuencias eternas, consecuencias tales
que imparten a estas cosas una gran seriedad, y a la vez humor. Humor, digo, por
la comparación irónica que tienen nuestros pobres esfuerzos tan pequeños con
esas “consecuencias eternas”.

¡Qué diferencia! En lugar de ser el mundo un lugar gris lleno de materia, movimiento
y casualidad, un mundo en el que cualquier cosa puede suceder, pero en el que
casi nada sucede jamás (q. sea de interés humano), el mundo sería la creación
artística de la mente más grande que se puede imaginar, un mundo lleno de una
hermosura que deslumbra y de una lógica que fascina. Tendría una historia que es
a la vez un drama, con un interés humano, una profunda sutileza y alusiones más
iluminadoras que cualquiera que pudiera inventar el novelista más grande. Esa
historia divina tendría una grandeza moral que cambia todo el mal del mundo a
bien. Y lo más admirable de todo, ese mundo estaría bajo el control de un ser que,
de alguna manera maravillosa, resulta... ¡semejante a nosotros!

¿Podríamos orar a él? ¿Lo podríamos tener como amigo? ¿O por ser él nuestro
enemigo tendríamos que huir de él? ¿Qué esperaría él de nosotros? ¿Qué
experiencias increíbles tendría él reservadas para nosotros? ¿Qué nuevos
conocimientos? ¿Qué bendiciones? ¿Qué maldiciones?

Sospecho que muchos de los que están en la incredulidad secretamente quisieran


que algo así pudiera ser cierto. Es el trabajo del apologeta no sólo el de defender
la verdad con argumentos, sino el de mostrar la verdad tal y como ella es, en toda
su hermosura, sin encubrir sus tonos más oscuros. Cuando así la describimos,
como atractiva pero con sus retos, cumplimos con nuestra misión apologética. Pues
con frecuencia sucede que, antes de que alguien acepte y confiese la verdad, llega
al punto de querer que ella sea la verdad. Y eso es bueno. Desear algo no hace
que sea ni cierto ni falso, y sería una calumnia asegurar que el cristianismo sólo es
el cumplimiento de los deseos humanos. Pero una persona que desea algo, y que
quisiera verlo cumplido, esa persona muchas veces ya está en el camino hacia la
fe. Un incrédulo consecuente con su propio sistema de fe no ve nada de atractivo
en el punto de vista de la Biblia sobre el mundo; más bien le da la espalda.

¡Una persona absoluta! ¡Un absoluto personal! No he estudiado bien todas las
religiones no cristianas, por lo que no quiero decir que es sólo el cristianismo la
única religión que afirma un absoluto personal. Existen variantes del hinduísmo y
budismo que se clasifican a veces como “teístas” y de acuerdo a algunas religiones
animistas de Africa y de las Américas, detrás del mundo de los espíritus existe un
ser personal que les ha de pedir cuentas a todos esos espíritus. Con todo, es cierto
que la religión bíblica es el candidato más fuerte hoy día para ser el “teísmo de
persona absoluta”.

Las religiones principales del mundo, en sus formas más típicas (diríamos en sus
formas más auténticas) son: o panteístas, como los hinduistas y los taoístas; o bien
son politeístas, como los animistas, algunas formas del hinduísmo, los sintoístas y
las religiones tradicionales de Grecia, Roma y Egipto, etc. El panteísmo tiene un
absoluto, pero no un absoluto personal; y el politeísmo tiene dioses personales,
pero ninguno de ellos es absoluto. Inclusive, aunque la mayoría de las religiones
tienden a enfatizar ya sea el absolutismo panteísta o el no absolutismo personal,
generalmente se pueden hallar elementos de ambos debajo de la superficie. En el
politeísmo griego, por ejemplo, los dioses son personas, pero no son absolutos. Sin
embargo, esta clase de politeísmo tiene un suplemento en su doctrina del destino,
que es una forma de un absoluto impersonal. Algo similar encontramos en el
animismo, pues detrás de sus dioses está Mana, una realidad impersonal. El
budismo es difícil de clasificar, pues en su forma original pudo haber sido atea, y
también porque su concepto de “la nada” tiene muchos problemas. Pero sí, en el
budismo más conocido, no existe un absoluto personal. La gente parece sentir la
necesidad o el deseo de tener ambos: una persona y un absoluto; pero en la
mayoría de las religiones, estos dos elementos se mantienen separados, por lo que
se comprometen (se contradicen), en lugar de poderse reforzar el uno al otro. Por
ello, entre todos los movimientos religiosos principales, el único que nos insta a
adorar a un absoluto personal es la religión de la Biblia.

Piensa un momento sobre este hecho: el punto de vista cristiano del mundo es
único entre todas las religiones habidas y por haber. ¿Por qué lo sería? Se podría,
en teoría, pensar que la gente de buen criterio y sano juicio (cuando carentes de
evidencia y obligados a la especulación), y confrontados con la pregunta de cuál es
primordial: lo personal, o lo impersonal, estarían divididos y más o menos parejos
en su división. Pero resulta que no: casi siempre se inclinan hacia el punto de vista
de que, si existe un absoluto de alguna clase, ese absoluto ha de ser impersonal.
(Y si no existe el absoluto, equivale a decir que el azar, o el “destino” es absoluto,
que es lo mismo que un absoluto impersonal.)

La ciencia moderna no es la excepción (como tampoco la fue en tiempo de Russel).


Cuando los científicos buscan las causas de todo, casi siempre presuponen que los
elementos personales del universo se explican por los impersonales (la materia, las
leyes, el movimiento), y no lo contrario. Y cuando los científicos buscan absolutos,
por ej, el “origen del universo”, buscan “la partícula elemental”, una ley universal (la
“teoría del todo”), un movimiento inicial (el “Big Bang”), o bien una combinación de
éstos.

Y ¿por qué piensan así? ¿No sería igualmente razonable el que la materia, el
movimiento y la fuerza impersonales sean explicados por las decisiones de una
persona? Todos hemos observado cómo personas crean y luego manejan objetos
impersonales para su propio beneficio. En fábricas, los trabajadores ensamblan,
por ej., tractores (diseñados y planeados por personas); y en los campos los
agricultores los usan para arar la tierra. Pero jamás hemos visto que un campo
arado produzca a un agricultor, o que un tractor produzca un grupo de trabajadores.
La idea es inverosímil.

Pero muchos científicos, y muy educados, dan por sentado que lo impersonal tiene
prioridad en el universo. Es, por así decir, su presuposición. Y la adoptan, no en
base a la evidencia (pues ¿qué evidencia podría probar la proposición negativa que
no existe Dios?), sino en base a una fe irracional que está opuesta al cristianismo.

La única explicación ante esta situación es la que da la Biblia: que aunque la


existencia de Dios ha sido claramente revelada a todos (Rom. 1:18-20), el hombre
en su rebeldía trata de suprimir esa revelación, y por ello opera sobre el principio
de que el Dios de la Biblia ni existe. ¿No será ésta la razón más lógica de que haya
una preferencia casi universal-- aun cuando--irracional, por lo impersonal y en
contra de lo personal?
Por supuesto, no he probado en esta sección que el personalismo bíblico sea
verdad. Simplemente lo he expuesto en contraste a su antí-tesis, para mostrar al
amable lector una de las tareas fundamentales de la apologética. Dios nos llama a
tomar una posición firme en contra de la presuposición casi universal de que el
universo es en su base impersonal. No podemos dejar que el incrédulo suponga lo
que por supuesto supone: que por supuesto lo impersonal tiene primacía. Tenemos
q. retarle a que por lo menos considere la posición alternativa. Y si nos dice que
está seguro de su posición pro-impersonalidad, y que todos los que piensan
diferente son supersticiosos o estúpidos, tenemos que pedirle nos dé la misma
evidencia a favor de su posición que nos exige de la nuestra. Y una vez que le
hayamos demostrado que su posición pro-impersonal es el producto de una fe
irracional, estaremos en una buena posición como para presentarle la única
alternativa a esa posición, la alternativa que presenta la Biblia.
2.2- La relación Creador/criatura:

De acuerda a la enseñanza de la Biblia, Dios es tanto trascendente como


inmanente. Su trascendencia estriba sencillamente del hecho de que es
radicalmente diferente a nosotros. El es el Creador, y nosotros sus criaturas. El es
absoluto, como dijimos en la sección anterior. Nosotros no lo somos. Incluso su
personalidad es diferente a la nuestra, porque la suya es original, y la nuestra es
derivada. Dios es absolutamente persona en lo absoluto depende de lo impersonal;
en cambio nosotros sí dependemos de la materia impersonal (del “polvo”, Gén 2:7),
y de fuerzas impersonales para mantenernos con vida.

La inmanencia de Dios es su involucramiento en todas las áreas de su creación.


Porque él es absoluto, luego él controla todas las cosas, él interpreta todas las
cosas, él evalúa todas las cosas. Porque es omnipotente, ejerce su poder en todo
lugar. Tan es así, que nadie puede escapar de él, de modo que es omnipresente.
El que sea un ser personal lo mueve a involucrarse con su creación de otras
maneras. Pues a pesar de las grandes diferencias que existen entre Dios y
nosotros, somos similares a él. Somos creados a su “imagen”.

Según la Biblia, Dios constantemente busca tener conversaciones, estar en


comunión, y vivir con su pueblo. Habló con Adán en el huerto del Edén, y cuando
cayeron nuestros primeros padres en pecado, siguió Dios visitando al ser humano,
para hacer pactos con él y para adoptar familias enteras (como las de Noé, de
Abraham, de Israel) como suyas. En varios puntos de la historia Dios (de alguna
manera misteriosa que no menoscaba en nada su omnipresencia general) ha
puesto su presencia dentro del tiempo y del espacio, y morando en ciertos lugares
particulares (como por ejemplo en la zarza ardiente, en el monte Sinaí, en el
tabernáculo, en el templo, en la persona de Jesús, y en la iglesia como templo del
Espíritu Santo).

Dios es el Gran Orquestador de -- así como el Actor Principal en -- la historia


humana. En última instancia, es con él que tendremos que ver. Desde Génesis
hasta el Apocalipsis, la más grande pregunta al que se tiene que enfrentar el ser
humano es, ¿cómo responderemos a Dios y a su mundo? Lo mismo sucede hoy
en día: detrás de todos los retos y las dificultades de esta vida, nuestro reto final
es: ¿honraremos a Dios y obedeceremos su Palabra, o no?

Es importante mantener puntos de vista bíblicos acerca de la trascendencia y de la


inmanencia de Dios. La trascendencia trae a la mente la distinción Creador/criatura.
Dios es el Creador, nosotros sus criaturas. Jamás podremos llegar a ser Dios y
perder nuestra condición de criatura; así como jamás podrá Dios perder su
condición de ser divino. Teólogos cristianos a veces han errado en esta área,
diciendo que la salvación convierte a los hombres en Dios.
Los no cristianos de toda persuasión terminantemente niegan la distinción que pinta
la Biblia entre el Creador y su creación. Los ateos lo niegan, por supuesto, pero
también los panteístas que afirman que el mundo en sí es de carácter divino. Lo
niega el humanismo secular, pues adora en su lugar la mente humana, colocándola
como la norma final de toda verdad y justicia. Lo niega también la filosofía kantiana,
que dice que la mente humana es la fuente de las formas de su experiencia. Lo
niega el existencialismo, que afirma que el hombre define su propio significado. Lo
niegan todas las formas de la ciencia naturalista, que en efecto dicen que el
universo es su propio creador. Lo niegan las religiones orientales y el recién
movimiento occidental de la Nueva Era, la que insta a la gente a buscar “al Dios
dentro de uno mismo”, y “a crear su propia realidad mediante la visualización.

Los teólogos de corte liberal, en cuanto no se someten a la Biblia, e incluyen


libremente ideas no cristianas en sus teologías, también niegan sistemáticamente
la distinción bíblica entre el Creador y la creación. Insisten en pensar en forma
autónoma (o sea, no reconocen ninguna norma absoluta fuera de sí mismos), por
lo que niegan la autoridad del Creador sobre ellos. Para ellos, la trascendencia de
Dios consiste no tanto en que sea un ser absoluto (como hemos definido arriba),
sino porque es un ser remoto, “distante”. En la teología liberal (incluyendo la neo-
ortodoxia) Dios es “totalmente otro”--tan es así que ni con la ayuda de la revelación
podemos hablar o pensar correctamente de él. De manera que el teólogo de corte
liberal no sólo evade la autoridad de las Escrituras, sino que le da a dicha evasión
una racionalización teológica.

Será de igual importancia sostener el punto de vista bíblico sobre la inmanencia de


Dios. De nuevo, el asunto no es el que Dios pierde su deidad o que el hombre se
diviniza. Pensadores no cristianos, incluyendo a los de teología liberal, con
frecuencia hablan de la inmanencia para dar la idea de que el mundo en cierto
sentido es verdaderamente divino, o que Dios es igual q. el proceso de la historia
(así Hegel, la teología secular y la teología de la liberación). La teología del proceso
usa la retórica de la inmanencia (por ej, “Dios está realmente relacionado”) para
negar la soberanía divina, la eternidad y la omnisciencia, a como la Biblia las define.

Y Karl Barth, el padre de la neo-ortodoxia, añade a la noción de un Dios “totalmente


otro” la noción contradictoria de que Dios en Cristo es “totalmente revelado”.

Esta versión de una inmanencia “totalmente revelada” contradice la doctrina bíblica


de la transcendencia de Dios; y la versión de un Dios “totalmente otro” contradice
la doctrina bíblica de la inmanencia de Dios. Ambas falsificaciones nacen de la
incredulidad, su origen está en el deseo de suprimir la verdad descrita en Rom
1:21ss, pues ambas ideas intentan evadir su responsabilidad ante la Palabra de
Dios. Si Dios es “totalmente otro”, entonces por supuesto, no nos puede hablar. Y
si es “totalmente revelado”, entonces está en nuestro nivel y no puede hablar con
autoridad.
Como lo dijera Van Til, el punto de vista cristiano del mundo es el de un concepto
de realidad en 2 niveles. Van Til solía entrar al salón de clase y dibujar en la pizarra
dos círculos, uno debajo del otro, conecta-dos por una línea vertical de
“comunicación”. El círculo más grande, el de arriba, representaba a Dios; el más
pequeño, el inferior, representaba la creación. El decía que todo pensamiento no
cristiano es pensamiento de un solo círculo. O bien eleva al hombre al nivel de Dios,
o baja a Dios al nivel del hombre. En cualquiera de los casos, Dios (si es que
siquiera lo toman en cuenta) es el igual del hombre, simplemente una parte más de
lo que compone el universo. La apologética cristiana no puede entrar en
componendas de ninguna manera con semejantes formas de pensar.
La Biblia enseña una relación Creador-criatura que es tan linda, como la doctrina
de la personalidad absoluta de Dios. No tenemos que sufrir bajo la carga intolerable
de estar jugando a Dios; de estar tratando nosotros mismos de ser la norma
absoluta de la verdad y de lo bueno, con todas las preocupaciones que hacer esto
conlleva. En lugar de ello, podemos descansar en el seno de nuestro Creador y
aprender de él cosas maravillosas sobre cómo fue creado el mundo, y cuáles son
sus propósitos para nosotros. Luego podemos integrar nuestra breve experiencia
con su revelación, y tratar de aplicar esa revelación a nuestra situación. Y lo que
aún no alcanzamos a entender no resulta para nosotros una amenaza, pues lo
tomamos como el buen secreto de un Padre que nos ama.

2.3- La soberanía de Dios:

En mi libro, Doctrine of the Knowledge of God, escribí ampliamente sobre el tema


del señorío de Dios, y que entiendo es su control, autoridad y presencia. Creo que
el término tradicional soberanía es sinónimo de señorío en los 3 aspectos
mencionados. He aludido arriba sobre la presencia y la autoridad de Dios; sólo falta
versar sobre su control.

Es importante para el punto de vista cristiano, el que Dios esté en control de todo;
Ef. 1:11, él “...hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. La relación
entre Jacob y Esaú ya estaba pre-ordenada desde antes que nacieran (ver Rom
9:10-25). Pablo toma esta relación, y la aplica a la relación más general que existe
entre judíos y cristianos. Dios obra todas las cosas para bien de los que le aman
(Rom 8:28).

A la doctrina que afirma que Dios pre-ordena y dirige todos los eventos se le llama
doctrina calvinista. No tengo empacho alguno en ser conocido como calvinista. Pero
otras tradiciones cristianas también creen en esta doctrina, aunque a veces muy a
pesar de ellos mismos. Por ej., el arminianismo: este sistema enfatiza la “libre
voluntad” e insiste que nuestras decisiones (especialmente las que tienen
significado religioso) son libres, no pre-ordenadas ni de alguna otra forma
determinadas por Dios. El arminianismo busca reforzar el concepto de la
responsabilidad humana (doctrina con la que en sí el calvinismo no está peleado).
Pero sabe que:
(1) Dios conoce de antemano--y en forma exhaustiva--el futuro; y
(2) Dios creó el mundo sabiendo lo que en el futuro sucedería.

Por ejemplo, Dios sabía que Venustiano tomaría la libre decisión de aceptar a
Cristo. De alguna manera lo supo, y lo supo antes que naciera Venustiano. De modo
que aún desde entonces, la decisión “libre” de Venustiano era inevitable. ¿Por qué
era inevitable? No en razón de la voluntad libre de Venustiano, pues éste aún ni
había nacido. Tampoco en razón de la predestinación, pues el arminiano niega
desde el principio esta posibilidad. Pareciera, pues, que la inevitabilidad tiene otra
fuente aparte tanto de Venustiano como de Dios. Pero al final, la predestinación
divina siempre es el elemento clave, pues Dios: (1) conoce de antemano la decisión
de Venustiano, y (2) crea el mundo de tal manera que se dé esa decisión de
Venustiano. El factor decisivo es la creación de Dios con conocimiento previo. Es
la creación la que pone en marcha todo el universo. ¿Sería mucho afirmar que la
creación de Dios con conocimiento previo es --efectivamente-- la causa de la
decisión de Venustiano?

De esta manera el arminiano permite el concepto calvinista, sin que lo admita


conscientemente. Por ello, algunos arminianos han abandonado la premisa de que
Dios conoce todas las cosas de antemano, y han tomado una posición que más se
asemeja a la teología del proceso. Aunque esto es muy dudoso, de acuerdo a las
Escrituras.

El asunto principal es: los cristianos que honran las Escrituras como la Palabra de
Dios que son, reconocen--a pesar de sus formulaciones teológicas que dicen lo
contrario--que Dios gobierna toda la naturaleza y toda la historia. Esta doctrina de
la soberanía divina es el tesoro de la iglesia cristiana entera.

El gobierno divino es un concepto importante para la apologética, pues le destruye


al incrédulo su pretensión de autonomía. Si Dios crea y gobierna todas las cosas,
luego él interpreta todas las cosas. Su propio plan es la fuente última de todos los
eventos, tanto en la naturaleza como en la historia, y su plan nunca falla. Por ende,
su plan determina lo que las cosas son, lo que es verdadero o falso, lo que es bueno
o malo. Para nosotros juzgar en alguna de estas áreas, nos será necesario
consultar su revelación (en la naturaleza, así como en las Escrituras), buscando
con humildad pensar los pensamientos de Dios así como él los piensa. Nunca
podremos poner a nuestra mente, o ninguna otra cosa creada, como la norma final
del ser, de la verdad o de la virtud.

2.4- La Trinidad:
Finalmente, el Dios cristiano es tres en uno. Es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sólo
hay un Dios (Dt 6:4-5, “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás
a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”; Is
44:6, “Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy
el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios”).

Pero el Padre es Dios (Jn 20:17, “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he
subido a mi Padre; mas vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro
Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”); el Hijo es Dios (Jn 1:1, “En el principio era el
Verbo, y el Verbo era con Dios,y el Verbo era Dios”; Rm 9:5, “de quienes son los
patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas
las cosas, bendito por los siglos. Amén”; Col 2:9, “porque en él habita corporalmente
toda la plenitud de la Deidad”; Hb 1:10-12, “Tú, oh Señor, en el principio fundaste
la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces;
y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un vestido los envolverás,
y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán”); y el Espíritu es
Dios (Gn 1:2, “...y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”; Hechos
2; Romanos 8; y 1ª Tes 1:5, “pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras
solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre...”).

De alguna manera son 3, y de alguna manera son (o es) uno. El Credo Niceno dice
que son una “esencia” pero 3 “substancias”; o en otra traducción, una “substancia”
y 3 “personas”. En lo particular, prefiero decir, “un Dios, 3 personas”. Los términos
técnicos no deben tomarse en ningún sentido preciso o descriptivo. La pura verdad
es que no conocemos cómo los 3 pueden ser uno, y el uno ser 3. Lo que sí sabemos
es, que los 3 son Dios, son iguales, no existe ninguna superioridad o inferioridad
dentro de la Deidad. El ser Dios es superior a cualquier otra cosa. Los 3 tienen
todos los atributos divinos. Los 3 son “Señor”. Los 3 guardan la relación con la
creación que anteriormente habíamos imputado a Dios. Los 3 pertenecen al círculo
superior del dibujo de Van Til.

Aun cuando hubiere duda sobre las doctrinas discutidas anteriormente es


indiscutible q. la Trinidad es una doctrina exclusiva del cristianismo. Hay tríadas
interesantes (distinciones que se dan en 3 partes) en otras religiones, tales como
en los dioses hindúes Brahma, Visnu y Siva. Muchas personas instintivamente
piensan que hay algo especial en el número 3. Pero los dioses hindúes son 3
dioses, no un Dios en 3 personas; y así, todas las demás comparaciones que se
traen a colación de otras religiones, pierden su fuerza al ser examinadas. Las
religiones rivales del cristianismo de hecho ignoran, o bien niegan, la Trinidad. A
pesar de las tríadas de Hegel, no hay nada semejante en la filosofía secular. No
hay nada semejante en las demás religiones principales del mundo. Y aún en las
herejías cristianas se habla muy poco de una Trinidad. De hecho, dicha doctrina es
con frecuencia la primera que niegan estas herejías.
¿Y por qué es importante para la apologética la Trinidad? Bueno, ¿qué sucede
cuando el trinitarianismo se sustituye por el unitarianismo (la creencia de que Dios
sólo es uno)? Un resultado es que al definirse Dios así, tiende a perder la definición
y las marcas de personalidad. En los primeros siglos de la era cristiana, los
gnósticos, arrianos y neoplatonistas adoraban a un Dios no trino. Dios era unidad
pura, sin pluralidad de ninguna clase. Pero, ¿de qué es la unidad)? No hay
respuesta a esa pregunta; no se puede decir nada. Cualquier cosa que diríamos de
Dios sugeriría una división, una pluralidad, por lo menos entre el sujeto y el
predicado. Decir “Dios es x” crea (según ellos) una pluralidad entre Dios y el “x”.
Así no podemos decir nada acerca de Dios. Para éstos, la naturaleza de Dios es el
“totalmente otro” (término más moderno). No se podía describir en lenguaje
humano, pues (entre otras razones) la mente humana no puede concebir de una
“entidad vacía”. La conclusión lógica a la que aparentemente se llega, pues, es la
de no poder decir nada acerca de Dios.

Pero los unitarios antiguos no aceptaban la conclusión. En respuesta a la pregunta,


¿un qué?, señalaban a la creación: Dios es la perfecta unidad de todas aquellas
cosas que en la creación están separadas. Pero el problema es que si a Dios se le
define sólo en términos de la creación, luego es relativo a la creación. Y de hecho,
los unitarios primitivos veían el universo como una “cadena del ser” entre el Dios
no conocible y el mundo conocible (un mundo que era una emanación divina: Dios
en su pluralidad). De esta forma, Dios es relativo al mundo, y el mundo a Dios.

Ideas antitrinitarias siempre tienen ese efecto. Conducen a pensar en un Dios


“totalmente otro”, en lugar de un Dios que es trascendente en la forma en la que
dice la Biblia. Y paradójicamente, conducen a pensar al mismo tiempo en un Dios
que es relativo al mundo, en lugar del Soberano Señor como lo revela la Biblia.
Conduce a pensar en un “Uno” vacío, en lugar de la persona absoluta que enseña
la Biblia. Hace que la distinción Creador-creatura sea una distinción más bien de
grado, no una diferencia de ser.

Por ejemplo, el Islam enseña una doctrina de predestinación que con frecuencia
suena a un determinismo impersonal, en lugar del sabio y buen plan del Señor que
enseña la Biblia. Y el Alá del Islam es capaz de sufrir cambios arbitrarios en su
misma naturaleza, no como el carácter personal permanente y confiable del Dios
de la Biblia. O sea, la doctrina de la Trinidad viene a reforzar los puntos que
anteriormente hemos dicho sobre Dios y sobre el mundo.

El N.T. nos da una respuesta sorprendente a la pregunta: ¿Un Qué? Nos dice:
¡“Una unidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo”! Resulta por demás interesante que
el N.T., cuando quiere enfatizar más el aspecto de la unidad de Dios, parece no
poder resistir mencionar más de una de las personas Trinitarias. Como ejemplo de
esto, veamos 1ª Cor 8:4-6:

“Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos q. un ídolo
nada es en el mundo, y que no hay más q. un Dios. Pues aunque haya algunos que
se llamen dioses: sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos
señores), para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden
todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor Jesucristo, por medio del
cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él.”

Otro ejemplo es Ef 4:4-6, “un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados
en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un
Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos y en todos.” Noten
también q. 1ª Cor 12:4-6 enseña que la unidad de la iglesia depende de la unidad
que existe en Dios: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el
mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad
de operaciones, pero Dios que hace todas las cosas en todos, es el mismo”.

Otros pasajes relevantes serían Jn 17:3 “Y esta es la vida eterna: que te conozcan
a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”; y Mt 28:19ss (la
“Gran Comisión”).

Resistimos de instinto a este estilo de expresión. Si hubiera sido yo el autor de estos


textos, seguramente hubiera evitado hacer alusiones a la Trinidad en contextos
donde más bien quiero enfatizar la unicidad de Dios. Pero los autores bíblicos
pensaban diferente, pues para ellos la Trinidad confirma, no compromete, la
unicidad de Dios. La unicidad de Dios es, precisamente, una unicidad de tres
personas.

Ya que Dios es 3 y uno, puede ser descrito en términos de persona, sin que ello lo
relativice al mundo. Por ej., Dios es amor (1ª Jn 4:8). Pero, Amor ¿de qué?
Podríamos contestar inmediatamente, “amor del mundo”. Mas entonces tendríamos
un problema, pues de esta manera el atributo divino del amor depende de que
exista el mundo. Y decir que los atributos divinos dependen del mundo es decir que
Dios mismo depende del mundo. Este camino nos lleva al concepto del Totalmente
Otro. Entenderíamos la lógica del gnosticismo, del arrianismo y del neoplatonismo:
pues si Dios es simplemente uno, o bien es un “Totalmente Otro”, o bien es relativo
al mundo -- o quizá, de alguna manera ambas cosas.

Pero Dios no es simplemente uno. Es uno en 3. Su amor en principio es el amor


que el Padre, el Hijo y el Espíritu tienen el uno al otro (Juan 17). De modo que su
amor, al igual que su ser, es autoexistente y auto-suficiente. No depende del mundo
(aunque sí llena el mundo), y no tiene porqué ser absorbido por el agnosticismo
religioso.

La Trinidad también significa que la creación de Dios puede a la vez ser una y
múltiple. La filosofía secular oscila entre los extremos del monismo (que el mundo
realmente es uno, y la pluralidad es una ilusión) y del pluralismo (que el mundo está
totalmente desunido, la unidad es una ilusión). La filosofía secular se mueve de un
extremo al otro, debido a su falta de recursos para encontrar una definición
intermedia; y también porque busca un absoluto en alguno de los extremos -- como
si tuviese que existir una unicidad absoluta (sin pluralidad), o de lo contrario un
universo insólito, de elementos desconectados, un pluralismo absoluto que
destruye cualquier unicidad universal. Para el filósofo, es importante poder tener un
absoluto en cualquiera de estas direcciones, pues le daría una norma adecuada
fuera del Dios de las Escrituras. Y en esto detectamos que la búsqueda del filósofo
tiene una dimensión religiosa: trata de hallar en el mundo un absoluto, un dios.

Pero el cristiano sabe que no existe ninguna unidad absoluta (unidad carente de
pluralidad), como tampoco existe ninguna pluralidad absoluta (pluralidad carente
de unidad). No existen, ni en el mundo, ni en el Creador del mundo. Si en el mundo
existiera cualquiera de estas cosas, sería una especie de dios unitario. Pero no
existe más que el Señor Trinitario. Un dios unitario así sería desconocido, pues no
podemos conocer un “uno” vacío, ni tampoco un absolutamente “único”. Y si esta
unicidad perfecta o este “único absoluto” es la esencia metafísica de la realidad,
entonces no podemos saber absolutamente nada.

Pero el cristiano sabe que Dios es el único absoluto que hay, y que es un absoluto
tanto del uno como de los muchos. Por ello, estamos libres de la necesidad de tratar
de hallar en el mundo una unidad absoluta o una desunión absoluta. Si buscamos
criterios (o normas) absolutos, buscamos no en algún concepto de “unidad
máxima”, o de un “único absoluto” dentro del mundo, sino al Dios vivo y verdadero,
el único que ofrece un criterio para el pensamiento humano. De esta manera, la
doctrina de la Trinidad tiene implicaciones también para la epistemología.

3.0- LA EPISTEMOLOGÍA:

He discutido extensamente la epistemología en mi libro Doctrine of the Knowledge


of God (“La doctrina del conocimiento de Dios”), y también he bosquejado en el cap.
1 de este tomo mis preocupaciones epistemológicas principales. Recuerden
también lo dicho arriba bajo el tema de “Soberanía divina” -- de que Dios, como
Señor que es, interpreta todas las cosas en forma definitiva; de modo que cuando
nosotros queremos saber algo de cualquier cosa, estamos obligados a pensar sus
pensamientos como él los piensa. Además, y debido a la epistemología trinitaria
que acabo de exponer en los párrafos inmediatamente anteriores contiene lo más
importante de lo que se puede decir sobre el tema, esta sección va a ser
relativamente breve.
Dios no sólo es omnipotente, sino también es omnisciente. Como hemos dicho ya,
él controla todas las cosas mediante su plan sabio. Por ende, él conoce todas las
cosas (Heb 4:12-13, “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante
que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las
coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del
corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien
todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que
dar cuenta”; y 1ª Jn 3:20, “Porque si nuestro corazón nos reprende, mayor que
nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas”). Por ello, todo conocimiento
humano tiene su origen en Dios; y por lo mismo, “el principio de la sabi-duría es el
temor de Jehová” (Prov 1:7).
Dios no solamente es el origen de la verdad, sino que es también la autoridad
suprema del conocimiento. La autoridad es parte de su señorío. Dios tiene el
derecho de dar órdenes, así como el de ser obedecido. Dios tiene, por tanto, el
derecho de decirnos qué es lo que debemos creer.

Cuando gente pecadora intenta obtener conocimiento, mas lo quiere sin el temor
de Dios, ese conocimiento se distorsiona:

“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias,


sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue
entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del
Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de
cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en
las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus
propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y
dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos.
Amén.” (Rom 1:21-25)
“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se
salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito: Destruiré la
sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos. ¿Dónde
está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo?
¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de
Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los
creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los
griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los
judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados,
así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo
insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte
que los hombres. Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos
sabios según la carne, ni muchos pode-rosos, ni muchos nobles; sino que lo necio
del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió
Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió
Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su
presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho
por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está
escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor. Así que, hermanos, cuando fui a
voso-tros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras
o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a
Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y con mucho
temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de
humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra
fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1ª
Cor 1:18-2:5)
Con esto no estamos diciendo que nada de lo que dicen es verdad. Lo que sucede
es que su punto de vista del mundo está distorsionado y no es de confiar.
Epistemológicamente hablando, su más grave error es el de proclamar su propia
autonomía, de hacerse ellos mismos (o alguna otra cosa que no sea el Dios de la
Biblia) la norma final de la verdad y de la virtud.

Así las cosas, la filosofía racionalista declara que la razón humana es la norma final.
El empirismo, reconociendo los vuelos especulativos que la “razón” desenfrenada
tiende a tomar, exige que todas las ideas sean en ultimada instancia probadas por
la experiencia de los sentidos humanos. Y el escepticismo, reconociendo q. tanto
la razón humana como los sentidos humanos tienden a errar, declara (¡por su
propia autoridad!) que la verdad es algo inalcanzable. El pensamiento kantiano y
existencialista hace que el hombre sea en efecto la fuente misma del significado de
las cosas, por su propia experiencia. Los teólogos de corte liberal están muy
ansiosos de seguir en estas líneas y tradiciones, y en consecuencia “herejías
cristianas” siguen manipulando el mensaje bíblico según su propio antojo.

Así como vimos en el apartado de “Metafísica”, aquí también queda evidente que
LA alternativa ante la sabiduría convencional, el consenso de los filósofos y de los
religiosos, de los de teología liberal y pensadores populares, es únicamente el
cristianismo verdadero. Los tiempos en los que vivimos parecen ser tiempos en que
todo mundo proclama su autonomía, su derecho de “hacer lo que te guste”. Y Dios
califica a todo ello como necedad (1ª Cor 1:18-2:5). Dice que proviene del diablo
(“en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para
que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la
imagen de Dios”, 2ª Cor 4:4).

El apologeta no sólo debe rechazar toda componenda con semejantes


epistemologías distorsionadas, sino que debe llamar a los incrédulos a
abandonarlas. Pues dichas epistemologías forman parte de la manera en la que los
ellos suprimen la verdad. Al igual que la distorsión en el área de la metafísica, ésta
representa un deseo de evadir su responsabilidad ante Dios, y para no atender a la
voz de Dios diciéndole qué debe hacer.

No podremos hacerles semejante reto si construimos, como tantas veces


tradicionalmente se ha hecho, nuestra propia apologética sobre base de algunas
de esas opciones epistemológicas no cristianas.

4.0- LA ÉTICA:
La ética es el campo donde se estudia asuntos como el bien y el mal, lo debido y lo
indebido. Y como en la metafísica y en la epistemología cristianas, también la ética
cristiana es distinta a las demás.
Dios es perfectamente bueno y justo (Gn 18:25, “Lejos de ti el hacer tal, que hagas
morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas.
El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?”; y Sal 145:17, “Justo es
Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras”).

Como hemos visto arriba, por cuanto es el Señor, tiene autoridad suprema sobre
toda su creación. En lo que respecta a la epistemología vimos que Dios es el criterio
supremo de la verdad y la mentira. Ahora bajo el rubro de la ética, hemos de
observar que Dios también es la norma suprema del bien y del mal, de lo justo y de
lo injusto. Además, él nos ha expresado sus normas en sus palabras que nos ha
dirigido:

“Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que
los ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros
padres os da. No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella,
para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno.
...Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó,
para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de
ella. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y
vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatu-
tos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. Porque
... ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta
ley que yo pongo hoy delante de vosotros?” (Deut. 4:1-2,5-6,8).

“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de
todo tu corazón y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo
te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de
ellas estando en tu casa; ...Guardad celosamente los mandamientos de Jehová
vuestro Dios, y sus testimonios y sus estatutos que te ha mandado. Y haz lo recto
y bueno ante los ojos de Jehová, para que te vaya bien, y entres y poseas la buena
tierra que Jehová juró a tus padres" (Deut. 6:4-7).

La Biblia además afirma que los incrédulos no sólo saben que Dios existe, sino que
también conocen sus normas y sus requerimientos: “quienes habiendo entendido
el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte...” (Rom
1:32). Sin embargo, desobedecen esas leyes, y todavía más, tratan de evadir su
responsabilidad:

“Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres
cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también
los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos
con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en
sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en
cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no
convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia,
maldad; llenos de envidia, homicidios contiendas, engaños y malignidades;
murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos,
inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto
natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios,
que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino
que también se complacen con los que las practican” (Rom 1:26-32).

De nuevo, la historia de la filosofía ilustra cómo los pensadores humanos tratan de


evadir su responsabilidad a Dios, reclamando para sí su propia autonomía. Como
no quieren obedecer las leyes divinas, se erigen a sí mismos como los jueces
finales de lo que es justo. La ética teleológica trata de basar los valores sobre la
experiencia de los sentidos, pero no puede tender un puente entre el “es” de la
experiencia y el “debe ser” de los valores. Y la ética ontológica afirma una fuente
del deber más allá de la experiencia, pero en realidad esa fuente es en final
instancia un misterio -- tan es así que totalmente pierde toda efectividad. Por otro
lado, la ética subjetivista basa sus juicios sobre los puros sentimientos; pero ¿por
qué el sentimiento de una persona llamará la atención de otra persona, o tendrá
alguna influencia en su conducta?

Después de los filósofos, los teólogos de la teología liberal entran corriendo,


enhestando la bandera de la autonomía. La teología situacional de Joseph Fletcher
pertenece a esta categoría, modelo para toda una pléyade de eticistas modernos:
los Callahan, Childress, Gustafson, Kervor-kian, Spongs. Las páginas editoriales
de los periódicos, así como los conductores de los programas de radio de tipo
entrevistas, y los mismos políticos, todos siguen el mismo hilo. El aborto se
convierte en algo lícito, simplemente por la razón de que la gente así lo desea. Es
la “opción” que manejan. Así se desarrolla la “sabiduría de moda” -- y así se van
desarrollando los males en la sociedad que se deja gobernar por esa sabiduría. Si
la autonomía ética realmente es cierta, entonces podremos justificar la existencia
de las pandillas, de la drogadicción, del “rap” sádico y de todo lo demás. Pero si
realmente somos responsables ante Dios, tendremos que abandonar todas estas
“modas societales” con alacridad.

Cristianismo es LA alternativa ante todo esto. Sólo el cristianismo puede confrontar


varonilmente la fe humanista en su propia autonomía. Por ende, sólo el cristianismo
tiene las respuestas para la anarquía.

5.0- LAS BUENAS NUEVAS:

Pero el cristianismo no es sólo una alternativa a las filosofías seculares, o un


conjunto de normas éticas mejor que el que tiene en su momento la sociedad actual.
Es que es evangelio, es buenas noticias. Y también en este orden de cosas es
único -- es una alternativa real a la forma tradicional de pensar del mundo.

La Biblia enseña que el hombre fue creado a la imagen de Dios, pero que pecó en
contra de Dios (Gén. 3:1ss). Hoy día llevamos la culpa del primer pecado de Adán
(Rom 5:12-19), así como el peso de nuestros propios pecados en contra de Dios
(Rom 3:10ss). Nuestro problema, entonces, no es nuestra finitud como dicen
algunos panteístas, pensadores de la Nueva Era y otros), como tampoco la solución
es q. nosotros nos convirtamos en Dios. Ni es que nuestro problema sea la
herencia, o el medioambiente, o nuestra naturaleza emocional, o la pobreza, o
nuestras enfermedades, etc. Más bien, el problema es el pecado: es la transgresión
deliberada de la ley de Dios (1ª Jn 3:4, “Todo aquel que comete pecado, infringe
también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”). De acuerdo a la Biblia, los
males que nos acarrean la herencia, el medioambiente, las enfermedades, etc.,
provienen todos de la caída:

“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol
de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldito será la tierra por tu causa;
con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá,
y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que
vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo
volverás” (Gén. 3:17-19).

“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables
con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo
ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque
la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del
que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la
esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos
que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora”
(Rom. 8:18-22).

Y, ¿cuál será la solución? “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado
a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna” (Jn 3:16). Jesús murió por nuestros pecados y fue resucitado por
nuestra justificación (Rm 3:20-8:11; 1ª Cor 15:1-11). La exhortación bíblica no es q.
nos esforcemos más por obtener el favor de Dios (“ya que por las obras de la ley
ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el
conocimiento del pecado” Rom 3:20). Más bien la instrucción es que aceptemos la
misericordia de Dios ofrecida como regalo gratuito por medio de Cristo (“Porque por
gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en
Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas”, Ef 2:8-10).

Ninguna filosofía, ni la teología liberal, ni ninguna herejía cristiana ofrece solución


alguna para el pecado del hombre, más allá de poner mayor empeño en la
superación propia. Por más persuasivos que sean en otros respectos, estas
ideologías concuerdan en que no hay regalo gratuito como el perdón divino a través
del sacrificio de Jesús. El empirismo, el racionalismo, el idealismo, el judaísmo, el
islam, el mormonismo, los testigos de Jehová, todas son religiones de justicia por
obras, que es igual a decir auto-justificación. Lo único que pueden ofrecernos es la
exhortación hueca al esfuerzo por lograr la superación propia, o bien, la idea
éticamente dañina de que Dios nos perdonará sin pedirnos nada.

Permítaseme hacer la aplicación, en el sentido de que el evangelismo es parte de


la apologética (y también vice-versa, en nuestra perspectiva)! El apologeta siempre
debe estar preparado para presentar el evangelio. No debe enredarse tanto en
argumentos, pruebas, defensas, discusiones y críticas que termina sin dar al
incrédulo lo que él más necesita.

Vemos, pues, que el cristianismo como filosofía y como buenas nuevas es LA


alternativa -- la única -- a la “sabiduría de moda”. Esta cualidad única del
cristianismo es en sí de mucho significado apologético. Sabemos que algo que es
único no necesariamente implica la verdad; pero cuando todas las demás
alternativas van entre el azul y la medianoche, todas pro- clamando lo imposible:
poder explicar lo personal mediante lo impersonal; todas proclamando su
autonomía (negando de paso la soberanía de Dios); todas afirmando que lo
absoluto se halla no en Dios sino en la creación; todas ofreciendo como solución a
nuestro gran problema moral solamente una justificación por obras -- y realmente
no hay ni quinto de diferencia entre todas estas ideologías convencionales;
sabiendo todo esto, pareciera ser cosa de sentido común conceder una alta
prioridad a la investigación del cristianismo y lo que él enseña. Ser indiferente a su
unicidad no es cosa de sabios.
Tradicionalismo y Sola Scriptura (Parte 1)

Tradicionalismo y Sola Scriptura (Parte 1)Rev. John M. FrameOctubre,


2001Publicado primero en Vol. 1, No. 13, Mayo 24 a Mayo 30, 1999, IIIM Revista
en Línea(www.thirdmill.org ).

Uno de los problemas más grandes hoy en la teología evangélica y Reformada es


la tendencia hacia el tradicionalismo. En este artículo espero tomar algunos pasos
para analizar este peligro y recomendar su antídoto, la doctrina de la Reforma de
la solaScriptura.1El Tradicionalismo y la Sola Scriptura es tradicionalismo es difícil
de definir. Es correcto y apropiado reverenciar la tradición, pues Dios ha levantado
muchos maestros para Su iglesia a lo largo de los años quienes, por medio de sus
escritos, continúan hablándonos. Un maestro en la iglesia no pierde su autoridad
después que muere. Así que Dios tiene el propósito de que aprendamos de los
maestros del pasado, o, en otras palabras, de la tradición. Por otro lado, la doctrina
Protestante de la sola Scriptura nos enseña a emular a los Reformadores al probar
todas las tradiciones humanas, incluso las enseñanzas de los maestros más
respetados de la iglesia, con la Palabra de Dios. El “tradicionalismo” existe allí
donde se viola la sola Scriptura, ya sea por añadirle o por restarle a la Palabra de
Dios (Deut. 4:2). Restarle a la Palabra es contradecir o no prestar atención a su
enseñanza. Añadirle es darle a la enseñanza humana el tipo de autoridad que le
pertenece solamente a la Palabra de Dios (Isa. 29:13-14; Mat. 15:8-9). La excesiva
reverencia a la tradición puede conducir a ambos errores. En este artículo me
enfocaré en una manera en la que los teólogos evangélicos y Reformados están
tentados a añadirle a la Palabra de Dios: buscando resolver asuntos teológicos
sustantivos haciendo referencia a las tradiciones históricas, sin escudriñar las
Escrituras. Este error en el método teológico, claro está, ha sido característico de
la teología Católico Romana desde mucho tiempo antes de la Reforma, y fue una
de las quejas principales delos Reformadores contra el magisterio Romano.
También ha sido característico de la teología liberal de los últimos siglos. Pues la
teología liberal es, por definición, el intento de presentar el mensaje Cristiano sobre
alguna otra base diferente a la de la autoridad1 He abordado previamente estos
asuntos en mis libros Reunión Evangélica (Grand Rapids, 1991) y Música
Contemporánea de Adoración (Phillipsburg, 1997), especialmente el Apéndice 2 de
este último, “En Defensa de Algo más Cercano al Biblicismo,” publicado también en
forma más extensa en el Westminster Theological Journal 59:2 (Otoño, 1997), 269-
318, con respuestas de parte de Richard Muller y David Wells. También participé
en un debate por Internet sobre este y otros temas con Darryl Hart a inicios de 1998.
Un archivo en formato ZIP de ese debate puede que todavía esté disponible de
parte de Andy Webb en ajwebb@erols.com

infalible de la Escritura.2 Los liberales usan la Escritura en sus obras teológicas


claro está. Pero se reservan el derecho de discrepar con ella. Así que, en el análisis
final se encuentran sobre sí mismos, basando su pensamiento sobre la sabiduría
humana, la tradición humana. ¿Cómo es que los liberales llegan a conclusiones
teológicas sin apelar a la autoridad última de la Escritura? No es fácil. Pero
esencialmente los liberales apelan a la tradición Cristiana. Con algunas
excepciones, a los liberales no les gusta presentar su obra como mera
especulación. Quieren ser reconocidos como maestros Cristianos, como miembros
de la comunidad teológica histórica. De manera que buscan posicionarse en de la
tradición teológica de la iglesia. Mencionaré tres maneras en las que hacen esto,
usando mi propia nomenclatura:•Identificación: Seleccionando un movimiento
histórico o contemporáneo y aprobándolo, permitiendo que establezca estándares
de verdad. •Antítesis: Seleccionando un movimiento histórico y oponiéndose a él,
convirtiéndolo en un ejemplo paradigmático de error. (De este modo la teología
liberal predominante ha demonizado, de manera típica, especialmente al
“fundamentalismo” moderno y a los teólogos Protestantes de la Post-
Reforma.)•Triangulación: Identificando dos o más movimientos históricos de los que
se piensa que tienen algún valor, identificando debilidades en estos movimientos y
definiendo una nueva posición que supuestamente supera estas
debilidades.3Cuando estudié en Yale a mediados de los 1960s, los cursos
catalogados como “teología sistemática” eran en realidad cursos de historia de la
teología liberal desde Schleiermacher.(La Teología antes de Schleiermacher era
llamada “historia de la doctrina.”) Cualquiera que fuera el movimiento que el
profesor expusiera (teología del proceso, teología narrativa, individualismo de
Kierkegaard, etc.) era lo que proveía la “identificación.” El fundamentalismo o la
ortodoxia Protestante proveía la “antítesis.” La triangulación era el método al que
eran estimulados los estudiantes para que desarrollaran sus propias perspectivas
teológicas. Barth tenía demasiada trascendencia, Bultmann demasiada
inmanencia; así los estudiantes eran estimulados a ir “más allá” de ambos, hacia
una posición que hiciera justicia a la perspicacia de Barth y de Bultmann, sin llegar
a tales extremos indefendibles. Haciendo su propia triangulación algunos
profesores nos señalaban hacia las teologías “futuristas” de Moltmann, Gutiérrez y
Pannenberg, en el que el futuro provee la trascendencia y el movimiento concreto
de la historia provee la inmanencia. Pero aún más importante, los estudiantes eran
estimulados a ir por su propio camino, triangulando cualquiera de los movimientos
que les inspiraran, para desarrollar sus propios estilos teológicos distintivos.2 Por
“liberal” me refiero a toda la tradición desde el racionalismo del Iluminismo hasta el
presente que actualmente domina la discusión teológica imperante y el
entrenamiento ministerio en las grandes denominaciones. Incluye no solamente el
“antiguo liberalismo” de Ritschl y Harnack, sino también la neo-ortodoxia, la teología
existencial, la teología secular, la teología de la liberación, el post-liberalismo y
otrosmovimientos.3 Estos tres métodos forman una tríada Hegeliana, si es que se
le puede llamar así.

El Tradicionalismo Evangélico Los eruditos evangélicos a menudo estudian en


instituciones liberales, así que no sorprende que los métodos de la identificación, la
antítesis y la triangulación hayan también entrado a la teología evangélica, algunas
veces a la par de un interés genuino por la sola Scriptura. Claro está que no hay
nada malo con los tres métodos en tanto que la Escritura proporcione las normas
para la evaluación. Pero usarlos sin las normas Bíblicas (como en los ejemplos de
mi experiencia en Yale) equivale a la autonomía teológica y a la pérdida de la sola
Scriptura. La mayoría de teólogos en la tradición evangélica dicen confesar la sola
Scriptura. Pero, junto con esa confesión ha surgido un creciente énfasis en la
tradición. Hace treinta años los eruditos evangélicos mejor conocidos eran
apologistas, eruditos Bíblicos y teólogos sistemáticos (Clark, Henry, Carnell, Van
Til, Bruce, Packer4). Hoy, los líderes académicos evangélicos se encuentran
mayormente en el campo de la teología histórica, o son teólogos sistemáticos que
enfatizan grandemente la historia de la iglesia: Armstrong, Bloesch, Godfrey, Grenz,
Hart, Horton, Marsden, McGrath, Muller, Noll,Oden, Wells, y otros.5Además,
debemos notar (1) el movimiento hacia un confesionalismo renovado dirigido por la
Asociación de Evangélicos Confesantes, y (2) las recientes “conversiones” de
personas del trasfondo evangélico a comuniones que dan más énfasis a las
tradiciones históricas dela iglesia: el Anglicanismo, el Catolicismo Romano o la
Ortodoxia Oriental. ¿Qué yace tras estas tendencias? Una respuesta adecuada a
esa pregunta probablemente requiera de historiadores del calibre de los hombres
que he enumerado antes. Pero he aquí algunas pocas sugerencias que tienen
sentido para mí.6El Contacto Evangélico con los Métodos Teológicos Liberales Las
estrellas académicas del evangelismo son escogidas, en gran medida, por el
establishment secularista liberal académico. Aquellos cuya erudición es
sumamente admirada entre los evangélicos son aquellos que han obtenido títulos
y/o recibido nombramientos en destacadas universidades seculares. La clase
dominante secular académica no recompensa, claro está, a los teólogos que
derivan sus conclusiones de la autoridad infalible y divina de la Escritura. Pero a los
evangélicos dotados les puede ir bien en el ambiente secular si escriben sus
disertaciones y redactan sus conclusiones en términos históricos. Uno no podría,
por ejemplo, esperar que la Universidad de Oxford otorgue un Ph.D. a una
disertación que defienda la inerrancia Bíblica. Pero no es difícil imaginar tal4 Bruce
y Packer eran, por supuesto, también historiadores. Pero durante los 1960s fueron
mejor conocidos por la erudición Bíblica y la teología sistemática respectivamente.5
Permítanme aclarar mi profundo respeto por estos hombres y la calidad de
erudición que han sostenido. Mis críticas del historicismo evangélico, que puede en
parte aplicarse a algunos de estos hermanos, no tienen la intención, en lo más
mínimo, de deshonrarles o tener a menos sus logros.6 Para aquellos que ya están
familiarizados con mis “perspectivas,” las siguientes tres sugerencias pueden ser
clasificadas como situacional, normativa y existencial respectivamente.

título siendo otorgado a una tesis sobre la historia de la doctrina de la inerrancia,


en la cuales evaluaciones propias del autor son formuladas en los modos de
identificación,7 antítesis y triangulación. Si un candidato evangélico para un
doctorado tiene una inclinación a favor de la teología del siglo dieciséis en lugar de
favorecer la teología del diecinueve o del veinte, el establishment secular
normalmente no va a considerar tal actitud como algún tipo de desafío, en tanto
que en otros aspectos el candidato respete los métodos y estándares aprobados
por la clase dominante. De hecho, los asesores y lectores del candidato puede que
consideren su inclinación como un tipo pintoresco de admiración por las
antigüedades, una retórica apropiada a la vocación académica. Así que ha sido
natural para los evangélicos enfocarse en los estudios y métodos históricos, aún
cuando han buscado dar algún apoyo normativo a lo que es característicamente
evangélico. A mi juicio eso no está mal. No necesariamente implica compromiso.
Uno hace lo que uno pueda hacer en tal situación. Ha estado sucediendo por un
largo tiempo. Recuerdo que cuando el erudito Reformado John H. Gerstner
enseñaba en el Seminario Teológico liberal de Pittsburg, tenía el título de Profesor
de Historia de la Iglesia, aunque en mi opinión la mayor parte de sus intereses eran
mejor clasificados como teología sistemática. Sosteniendo sus creencias
conservadores él no era invitado a enseñar teología sistemática, pero regularmente
impartió cursos sobre la “historia de” varias doctrinas: autoridad Bíblica,
justificación, etc. Gerstner tuvo una tremenda influencia; R. C. Sproul le atribuye
sus Ministerios Ligonier a la inspiración teológica de Gerstner. Aunque el énfasis
en la historia puede ciertamente justificarse por el valor inherente de los estudios
históricos y por el pragmatismo de la posición marginal del evangelicalismo en e
lmundo académico, no obstante hay un inconveniente. Los eruditos pueden8
habituarse a la utilización de los métodos de identificación, antítesis y triangulación,
sin tomar el cuidado adecuado de encontrar estándares Bíblicos de
evaluación.9Identificación. Algunas veces puede que se apeguen a algún
movimiento en el pasado o el presente que llegan a considerar virtualmente como
el estándar de la verdad.10 En círculos7 Claro está que en tal contexto uno deben
identificarse con un movimiento que tenga la aprobación de la clase dominante
liberal.8 No estoy diciendo, claro está, que estudiar en las instituciones liberales
conduzca necesariamente a estas distorsiones. Algunos estudiantes han resistido
estas influencias de manera exitosa, siendo J. Gresham Machen un ejemplo
evidente. Pero dada la naturaleza humana caída, siendo lo que es, no es de
sorprenderse que algunos hayan sucumbido a estas tentaciones.9 He usado el
ejemplo de David Wells en mi “Defensa de Algo más Cercano al Biblicismo,” citado
antes. Vea también mis comentarios sobre Richard Muller, “Muller acerca de la
Teología,” Westminster Theological Journal 56:1 (Primavera, 1994), 133-51. Vea
también comentarios sobre Hart, Marva Dawn yotros en mi Música Contemporánea
de Adoración.10 Hart, en el debate antes citado, describe la tradición Reformada
como una especie de “presuposición,” en el sentido Van Tiliano de ese término. En
otras partes del debate afirma su creencia en la sola Scriptura, pero no es muy
creíble en vista de su enorme reverencia por la tradición. Expresa terror de alguna
vez apartarse dela tradición Reformada en algún sentido, comparándolo con el
terror que Lutero experimentó ante la posibilidad de romper su compañerismo con
la Iglesia Romana.

Reformados esta tendencia conduce a un tradicionalismo ferviente, en el cual, no


solamente las Confesiones, sino también las prácticas extra-confesionales de la
tradición Reformada, en áreas tales como la adoración, el evangelismo, el cuidado
pastoral, son ubicados más allá de ser cuestionados. En una atmósfera de tal
tradicionalismo, no es posible considerar una reforma adicional, más allá de la
lograda en el período mismo de la Reforma. No hay una continua reforma de los
estándares y prácticas de la iglesia comparándolas con la Escritura. De este modo
no hay manera que nuevas prácticas, que aborden las necesidad es del tiempo
presente, puedan ser consideradas o evaluadas teológicamente. Esto es irónico
porque una de las convicciones más básicas de la misma tradición Reformada es
la sola Scriptura, que da como mandamiento la reforma continua, semper
reformanda. En este punto el tradicionalismo Reformado es profundamente anti-
tradicional. En otros círculos influenciados por el evangelicalismo hay una
identificación con el feminismo evangélico. La obra de Paul K. Jewett, La
Ordenación de las Mujeres11 está tan fuertemente gobernada por las nociones
feministas que incluso la autoridad del Apóstol Pablo llega a estar en entredicho.
Antítesis. Tales eruditos también tienden a enfocarse en otros movimientos que
sirven como paradigmas del error. En círculos Reformados estos movimientos
generalmente incluyen el Catolicismo Romano, el Arminianismo, el movimiento
carismático, el dispensacionalismo y movimientos contemporáneos como el
liberalismo, el Marxismo, el feminismo y la “cultura pop.” No soy un partidario de
ninguno de estos movimientos, y los veo como profundamente defectuosos. Pero
creo que es erróneo convertirlos en paradigmas del error, de manera que nada
bueno o verdadero pueda en algún sentido encontrarse en ninguno de ellos.
Nuestro mundo es caído, pero también es el objeto de la gracia común y de la gracia
especial de Dios. Por lo tanto, tanto lo bueno como lo malo han de encontrarse en
todos los pueblos y en todas las instituciones sociales.12Pero uno algunas veces
tiene la impresión al leer la teología evangélica que es erróneo encontrar algún bien
en tales movimientos, o incluso formular nuestras propias posiciones en maneras
que “desafilen nuestro testimonio” en contra de estos movimientos. Es casi como si
una teología no puede ser genuinamente Reformada a menos que “esté en contra”
de estos otros movimientos de la forma más aguda. En el peor de los casos este
método se convierte en una vía negativa: intentamos definir la verdad mirando a un
movimiento que no nos gusta y definiendo nuestra propia posición como totalmente
lo opuesto a aquello. De ese modo, irónicamente, el movimiento falso se convierte,
por inversión lógica, en un estándar de la verdad Cristiana. La antítesis se torna11
Grand Rapids: Eerdmans, 1980. Su obra teológica sistemática posterior, Dios,
Creación y Revelación(Grand Rapids, 1991) también afirma el movimiento feminista
y adopta el igualitarismo como uno de sus principales motivos estructurales. Vea
las pp. 13-14, 322-325, y los sermones incluidos en el libro de la Rev.Dr. Marguerite
Schuster.12 Sostengo una visión Van Tiliana de la antítesis entre la iglesia y el
mundo, entre la verdad y el error. Pero el mismo Van Til reconoció la importancia
de la gracia común, y habló de una “mezcla de verdad y error” en el pensamiento
de los incrédulos. También reconoció que la antítesis en el apropiado sentido
Bíblico requiere una definición sobre estándares Bíblicos, no sobre la base de
nuestras evaluaciones autónomas o de movimientos históricos autónomos. Vea mi
obra Cornelius Van Til (Phillipsburg, 1995), especialmente el capítulo 15.

en una forma perversa de teología natural. Pero esto es equivocado con toda
seguridad. Debiésemos definir positivamente el mensaje Cristiano, a partir de la
clara revelación de la Palabra de Dios. Considero que la vía negativa es fatal para
la doctrina de la sola Scriptura. Triangulación: O, los eruditos evangélicos
entrenados en los métodos de la teología liberal pueden buscar desarrollar formas
nuevas y frescas de evangelicalismo por medio del método de la triangulación. Veo
alguna evidencia de esto en la obra de Stanley Grentz y Roger Olson Teología del
Siglo Veinte13 en lo que todo gira sobre los conceptos de trascendencia e
inmanencia, y el desafío para los evangélicos es buscar un “balance” que Kant,
Barth, Tillich y otros han fracaso en alcanzar. Mi respuesta: no pretenda balancear
las nociones profundamente falsas de trascendencia e inmanencia que se
encuentran en la teología liberal, sino que vaya de regreso a la Biblia. También creo
que el “teísmo abierto” de Pinnock, Rice, Basinger y otros es esencialmente una
triangulación entre el Arminianismo tradicional y la teología del proceso. El
Arminianismo no salvaguarda adecuadamente su propio concepto del libre albedrío
debido a su afirmación de la presciencia divina. La teología del proceso supera este
problema negando la presciencia; pero su dios es tan inmanente que no es
claramente distinto del mundo. De igual forma en el teísmo abierto: Dios es
trascendente, pero no tiene conocimiento completo del futuro. Hubiese sido mejor,
en mi opinión, para Pinnock y los otros haber visto más arduamente la Escritura.14
Una mirada más cuidadosa a la Biblia les hubiera conducido a cuestionar el corazón
de su sistema: la visión libertaria del libre albedrío humano. La Fatiga Evangélica
respecto al Debate por la Inerrancia La “batalla por la Biblia” virtualmente ha
definido al evangelicalismo Americano desde los tiempos de B. B. Warfield hasta
muy recientemente. En los primeros días de ese período la batalla era contra los
liberales quienes se definían a sí mismos, en efectos, como opuestos a la inerrancia
Bíblica. Sin embargo, a mediados de los 1960s se hizo evidente que alguno sen la
tradición evangélica también encontraron difícil afirmar la inerrancia Bíblica, y la
batalla rugió dentro del movimiento evangélico lo mismo que con los de afuera. El
Concilio Internacional sobre la Inerrancia Bíblica celebró conferencias y publicó un
gran número de escritos sobre el tema antes de disolverse. Queda por ver hacia
dónde esta discusión ha llevado al movimiento evangélico. Puesto que la inerrancia
era mencionada a menudo como la doctrina que definía al evangelicalismo en
contra de sus rivales liberales Protestantes, el cuestionamiento de la inerrancia en
el evangelicalismo llevó a una profunda crisis de identidad. Los inerrantistas
“limitados” o “parciales” no eran liberales; eran sobrenaturalistas que sostenían los
“fundamentos” tradicionales (el nacimiento virginal, los milagros, la expiación por
sangre, la Resurrección física, la segunda venida) excepto la inerrancia Bíblica.
Pero con una fisura tan profunda sobre un tema central, ¿cómo iba la familia
evangélica a permanecer unida?13 Downers Grove: Inter.-Varsity Press, 1992.14
Me doy cuenta que sus escritos incluyen argumentos exegéticos, pero los
encuentro poco convincentes. Irónicamente me parece que su exégesis cae en el
error que regularmente le atribuyen a los Calvinistas: sus conclusiones exegéticas
están gobernadas por su dogmática.

Hubo diferentes respuestas a esta pregunta entre los evangélicos. Algunos


inerrantistas simplemente expulsaron a sus oponentes del movimiento. Otros
trataron de reconocer el terreno común que quedaba, junto con las diferencias.
Algunas veces las preguntas sobre la inerrancia, al menos, se reducían a preguntas
de interpretación (e.g., la cuestión de si Génesis 1 enseña una secuencia temporal
de creación divina en días de 24 horas), y la creciente comprensión de ese hecho
llevó a algunos en ambos bandos a ver el asunto como algo que era blanco o era
negro. Y hubo también un acercamiento desde el lado lejano: eruditos de la
tradición liberal estaban tomando la Biblia más en serio y llegando a conclusiones
más conservadoras sobre cuestiones históricas y dogmáticas. De este modo se
redujo la distancia entre Evangélicos y liberales, pareciendo ser en algunos casos
un continuo en lugar de una antítesis. Con estos acontecimientos llegó un
cansancio con respecto al debate por la inerrancia. Hoy hay mucho menos interés,
incluso entre aquellos comprometidos con una fuerte visión de la inerrancia, en
comprobar que la Biblia está en lo correcto sobre todos los asuntos de la historia,
la geografía, la ciencia, de lo que hubo hace veinte años. Además, algunos han
sentido la necesidad de una metodología de terreno en común que capacite a los
inerrantistas, los evangélicos de la inerrancia limitada y a los liberales trabajar
juntos sin estar argumentando constantemente la fidelidad detallada de los textos
Bíblicos. Esa metodología es esencialmente la metodología de la erudición
histórica. Cuando Wolfhart Pannenberg, viniendo de la tradición liberal, declaró la
necesidad de verificar todas las declaraciones teológicas por medio de la erudición
histórica (religiosamente neutral), muchos evangélicos aplaudieron.15 Ellos
percibieron este pronunciamiento como una vindicación de su apologética
evidencialista. Y en efecto, muchos evangélicos de diferentes convicciones con
respecto a la inerrancia, y muchos liberales de diferentes estilos, ahora trabajan
juntos para desarrollar la teología basándose en este modelo. Pero la teología
basada en la erudición histórica religiosamente neutral debe encontrar sus
estándares de verdad en cualquier otro lugar menos en la Escritura. Y así los
métodos de este tipo de teología tienden a ser métodos de identidad, antítesis y
triangulación discutidos antes en este escrito, en lugar de cualquier apelación
directa y detallada de los textos Bíblicos. La Vergüenza Evangélica por el Sentido
Pueblerino del Pasado los evangélicos en este siglo han sido llamados
frecuentemente a reexaminarse así mismos. La obra de Carl Henry La Conciencia
Intranquila del FundamentalismoAmericano16 reprendía a los evangélicos por su
pobre erudición y su retirada de los asuntos relacionados con la justicia social. El
“nuevo” evangelicalismo del período de la post-15 Para encontrar razones para no
aplaudir la neutralidad religiosa en la apologética, la historia y la teología vea mi
obra Apologética para la Gloria de Dios (Phillipsburg, 1994) y Cornelius Van Til,
citado antes. Vea también los artículos antes mencionados “Muller sobre la
Teología” y “En Defensa de Algo más Cercano al Biblismo.” Por “religiosamente
neutral” quiero decir la erudición en la que los estándares últimos de verdad se
encuentran en cualquier otro lugar menos en la Escritura.16 Grand Rapids:
Eerdmans, 1947.

guerra trataba de reconstruir el fundamentalismo siguiendo las líneas sugeridas por


Henry y otros. En el debate sobre la inerrancia alrededor de los años 1967 – 1990,
una vez más la misma naturaleza del evangelicalismo estaba lista para la discusión.
Mientras tanto, otros evangélicos encontraron que su tradición era inadecuada por
su falta de cualquier sentido de las grandes tradiciones de la iglesia. Parecía que el
evangelicalismo no estaba bien conectado a las raíces de la Cristiandad: los padres
de la iglesia, Agustín, los padres de la iglesia Oriental, las grandes tradiciones
litúrgicas del Catolicismo y el Protestantismo. Esto estaba conectado con el
sentimiento que el evangelicalismo era litúrgicamente inadecuado: demasiado
simplista, sin un sentido de trascendencia o profundidad, estéticamente torpe,
culturalmente pueblerino. Algunos evangélicos estudiaban cuidadosamente las
tradiciones de la iglesia en su sentido más amplio, y algunos de ellos desertaron y
se dirigieron hacia cuerpos eclesiásticos que no son considerados generalmente
evangélicos: el Anglicanismo, el Catolicismo Romano, la Ortodoxia Oriental. Otros
han permanecido en las iglesias evangélicas, pero han exhortado a sus
denominaciones a tener un mayor respeto por las amplias tradiciones Cristianas.
Aplaudo este desarrollo como un síntoma de un despertar del ecumenismo
Bíblico.17 Pero, en tanto que este movimiento represente un debilitamiento del
principio de la sola Scriptura, me temo que su impulso último sea anti-ecuménico,
pues pasará por alto la única base firme para una reunión de la iglesia. Estos
acontecimientos han sucedido, claro está, por medio del estudio histórico, y ambos
han presupuesto y confirmado una evaluación más elevada de la importancia de la
tradición de lo que ha sido común en el evangelicalismo. De hecho, las
conversaciones con antiguos evangélicos que han cruzado el umbral hacia estos
otros movimientos a menudo giran sobre el tema de la sola Scriptura. Los
convertidos del evangelicalismo a menudo reportan que su punto de partida sucedió
con un cuestionamiento radical de la sola Scriptura, llevando a una identificación
de la tradición (incluyendo, claro está, la Escritura) como la fuente fundamental de
revelación.

Por treinta y un años John Frame sirvió en la facultad del Seminario Teológico
Westminster. Fue un miembro fundador de la facultad del WTS en California. Ha
escrito muchos libros y artículos, incluyendo Van Til, el Teólogo. Ahora es Profesor
en el RTS,Orlando.

Puede ser contactado en jframe@rts.edu

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