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1.0- DEFINICIONES:
La apologética cristiana busca servir a Dios y a la iglesia ayudando a los creyentes
a cumplir el mandato de 1ª Ped 3:15-16. Podemos definirla como sigue: La
apologética es la disciplina que enseña a los cristianos cómo dar razón de su
esperanza.
--“Nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede
llamar a Jesús Señor, sino por el Esp. Santo” (1ª Cor 12:3).
--“Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil
2:11).
Algunos teólogos hacen uso de la apologética casi como si fuera una excepción al
compromiso con Cristo. Nos dicen que cuando se discute con los incrédulos, no
debemos basar nuestros argumentos en criterios o normas derivados de la Biblia.
Argumentar sobre esa base, dirían, sería hablar con un prejuicio. Más bien
deberíamos presentar a los incrédulos sólo argumentos sin prejuicios, argumentos
sin tendencia religiosa alguna, ni a favor ni en contra, sino solamente los que sean
puramente neutrales. Hay que usar, según este punto de vista, criterios y normas
que los mismos incrédulos pueden aceptar. Entonces, la lógica, los hechos, la
razón, la experiencia, etc., ellos se convierten en las fuentes de la verdad. La
revelación divina, especialmente la de las Escrituras, por definición así quedan
excluidas.
Parece muy razonable a simple vista este argumento: puesto que son Dios y las
Escrituras las que están en discusión, obviamente no podemos hacer suposiciones
acerca de ellos cuando argumentamos. A eso se le llama la falacia del argumento
en círculo. Además, pondría un fin al intento de evangelizar, pues si de antemano
pedimos a los incrédulos que presupongan la existencia de Dios y la autoridad de
las Escrituras para entrar al debate, nunca consentirán en ello. Se rompería toda
posibilidad de comunicación entre el creyente y el no-creyente. Por tanto, debemos
evitar hacer este tipo de demandas, y en su lugar debemos presentar nuestros
argumentos sobre bases neutrales. Así, inclusive, podemos alardear que nuestros
argumentos presuponen solamente criterios que el mismo incrédulo acepta (sean
éstos en la lógica, los hechos, la consecuencia o lo que sea).
Por el contrario, lo que nos dice Pedro es que el señorío de Jesús (y por ende, la
verdad de su Palabra, pues ¿cómo podemos llamarle “Señor” si no hacemos lo que
nos dice, Luc 6:46?) es nuestra presuposición final. Una presuposición final es una
entrega fundamental del corazón, es una confianza final. Tenemos fe en Jesucristo
como asunto de vida eterna o de muerte. Confiamos en su sabiduría más allá de
toda otra sabiduría. Creemos más en sus promesas que en las de cualquier otro.
Nos pide que le demos toda nuestra lealtad, y que no permitamos que ninguna otra
lealtad compita con él:
--“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es: Y amarás a Jehová tu Dios de
todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Dt. 6:4-5).
--“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro,
o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”
(Mat 6:24).
--“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino
por mí” (Jn 14:6).
--“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a
los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch 4:12).
Debemos obedecer su ley, aun cuando entre en conflicto con leyes de menor
jerarquía (“Respondiendo... los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios
antes que a los hombres” Hch 5:29). Puesto que creemos en él con mayor certeza
que a cualquier otra cosa, él (y su Palabra) viene a ser el criterio, la norma final de
la verdad. ¿Qué norma más alta, o de mayor autoridad, podría haber? ¿Qué norma
es la que más claramente nos ha sido revelada (ver Rom 1:19-21)? ¿Cuál es la
autoridad que en última instancia avala a todas las demás?
El señorío de Cristo es final e indiscutible, no sólo por encima de todas las demás
autoridades, sino también en todas las áreas de la vida humana. En 1ª Cor 10:31
leemos: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria
de Dios”. Compara también:
--Rom 14:23, “Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo
hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado”;
--2ª Cor 10:5, “Refutando argumentos, y toda altivez que se levanta contra el
conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a
Cristo”;
--Col 3:17 y 23, “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en
el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él;... Y todo
lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”; y
--2ª Tim 3:16-17, “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.
Este principio por supuesto incluye las áreas del pensar humano y del
conocimiento. El autor de los Proverbios nos recuerda: “El principio de la sabiduría
es el temor de Jehová” (1:7ª; ver también Salmo 111:10 y Prov 9:10). Los que no
han sido traídos al temor de Jehová por medio del nuevo nacimiento, ni siquiera
pueden ver el Reino de Dios (Jn 3:3, “De cierto, de cierto te digo, que el que no
naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”).
De modo que el no-creyente realmente está “engañado” (Tito 3:3, “Porque nosotros
también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de
concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y
aborreciéndonos unos a otros”). Conoce a Dios (Rom 1:21) y al mismo tiempo no
lo conoce (1ª Cor 1:21, “ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios
mediante la sabiduría...” y 2:14, “el hombre natural no percibe las cosas que son
del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender...”).
Evidentemente estos datos enfatizan la verdad de que la revelación divina tiene que
gobernar nuestro manejo de la apologética. Al no-creyente le es imposible (porque
no quiere, no desea) creer, sin tener el evangelio bíblico de la salvación. Ni
sabríamos cuál es la condición verdadera del incrédulo, a no ser por la Biblia.
Tampoco podremos confrontarla, al menos que estemos listos y dispuestos a
escuchar a los principios apologéticos propios de la Biblia.
Esto significa no sólo que el apologeta debe “santificar a Jesús como Señor”
personalmente, sino también que SU ARGUMENTO necesariamente tiene que
presuponer dicho señorío. Nuestro argumento debe exhibir dicho conocimiento,
dicha sabiduría, la que está basada en “el temor de Jehová”, y no exhibir la necedad
de los no-creyentes. Así las cosas, el argumento apologético no puede ser más
neutral que cualquier otra actividad humana. Cuando presentamos un argumento
apologético, como en cualquier otra cosa que hacemos, estamos llamados a
presuponer la verdad de la Palabra de Dios. O aceptas la autoridad de Dios, o no
la aceptas; el no aceptarla sería pecado. No importa que a veces estemos
conversando con gente no cristiana. Es entonces, y quizá más (pues es cuando
damos testimonio), que debemos ser fieles a la revelación que nos ha dado nuestro
Señor.
Decirle al no-creyente que podemos razonar con él (ella) sobre una base de
neutralidad, aun cuando quizá atraiga mejor su atención, sería mentir. Sería una
mentira de las más serias, pues falsificaría el meollo mismo del evangelio -- la
verdad que Jesucristo es EL SEÑOR. Por un lado, no existe la neutralidad. Nuestro
testimonio o es según la sabiduría de Dios o es según la necedad del mundo. No
hay opción intermedia. Por otro lado, aun cuando hubiera la posibilidad de la
neutralidad, esa ruta nos está prohibida.
Esto de ninguna manera es argumentar en círculo. Sin embargo, puede verse cierta
circularidad si alguien pregunta, “¿cuáles son tus criterios finales del buen
testimonio? O, ¿Qué concepto general del conocimiento humano te permite razonar
de testimonio ocular a milagro? Sólo por citar un ejemplo, el empirismo de David
Hume no permitiría ese razonamiento. Pero aquí el cristiano presupone una
epistemología cristiana: un concepto de conocimiento, de testimonio, de testigos
oculares, de apariciones y de hechos, que están sujetos todos a las Escrituras.
Dicho en otras palabras, está utilizando normas bíblicas para probar conclusiones
bíblicas.
--Rom. 15:18-19, “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio
de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia
de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios, de manera que desde
Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de
Cristo”;
--2ª Cor 3:15-18, “y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está
puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se
quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad”;
--1ª Ts. 1:5, comparado con 2:13: “pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en
palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena
certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros;
... por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando
recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra
de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros
los creyentes”; y,
--2ª Tes 2:13-14, “pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a
vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el
principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad,
a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro
Señor Jesucristo”.
Si por alguna razón dudamos de nuestra capacidad de comunicar, pero que nunca
dudemos del poder del Espíritu Santo. Y si nuestro testimonio es el instrumento
básico que usa el Espíritu, entonces la estrategia que seguiremos será la que la
misma Biblia nos dicte, y no nuestras supuestas suposiciones de sentido común.
3.3- En tercer lugar:
Lo anterior es precisamente lo que hacemos en casos semejantes y que no son
normalmente considerados como “religiosos”. Imaginémonos a alguien viviendo en
su propio mundo de sueños -- quizá un paranoide, que cree que todo mundo está
buscándolo para matarlo. Digamos que se llama Oscar. Digamos que Oscar
presupone este horror, de modo que toda evidencia contraria, la tuerce y la hace
que confirme su conclusión. Toda acción buena, por ejemplo, en su punto de vista
sólo es evidencia de un nefasto complot para hacerle bajar la guardia, y luego
alguien le meta el cuchillo entre sus costillas.
Oscar está haciendo los que hacen los no-creyentes según Rom 1:21ss: cambiando
la verdad por la mentira. ¿Y cómo poderle ayudar? ¿Qué le podremos decir? ¿Qué
presuposiciones, qué normas, qué criterios usaremos? Seguramente no los de él,
porque así estaremos aceptando su propio estado paranoico. Seguramente no
criterios “neutrales”, porque no existen. O se acepta sus presuposiciones, o se
rechazan.
La respuesta, por supuesto, es que razonamos con él sobre base de la verdad,
como la entendemos nosotros, aun cuando ésta choque con sus creencias más
profundas. Quizá de vez en cuando nos diga, “Parece que estamos discutiendo
sobre presuposiciones diferentes, y así no vamos a llegar a ningún lado”. Pero en
otras ocasiones, nuestros razonamientos verdaderos quizá penetren sus defensas.
Porque después de todo, Oscar es un ser humano. Y en algún nivel de su
subconsciente (así lo suponemos) el tiene que saber que en verdad todo mundo no
está buscando matarlo. En ese nivel será capaz de oír y cambiar. Personas
paranoides, después de todo, a veces vuelven en sí y sanan. Por ello le hablamos
la verdad, con la esperanza de que eso suceda, y sabiendo que si palabras le van
a ser útiles, tendrán que ser la verdad y no más mentiras, para que pueda sanar.
Por esto creo que el método de apologética “presuposicional” es algo que no sólo
la Biblia apoya, sino ¡también el sentido común!
Gén 1:28-30, “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra
y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas
las bestias que se mueven sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda
planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y
que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves
de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta
verde les será para comer. Y fue así.” Juntará en su iglesia a los elegidos de entre
todas las naciones, pero sólo por medio de la predicación de hombres:
Hch 1:8, “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo
último de la tierra.”
Rom 10:13-15, “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en
aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo
predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies
de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!”
La salvación nos viene por la soberana gracia de Dios, sin mediación del esfuerzo
humano; sin embargo, aunque la recibimos por gracia, debemos ocuparnos en ella
“con temor y temblor” (Fil 2:12); y ello -- no a pesar de -- sino porque “Dios es el
que en (nosotros) produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (v.
13).
Por todo lo anterior, vemos que lo más típico es que la soberanía de Dios no
excluye, sino que involucra, la responsabilidad humana. En efecto, es la soberanía
de Dios la que permite la responsabilidad humana, es la que ofrece libertad y
significado a las decisiones y acciones humanas, y es la que concede al hombre el
tener un papel importante dentro del plan de Dios para la historia.
Pero llama la atención cómo la Escritura nos exhorta a salir en su defensa: Fil 1:7,
“por cuanto os tengo en el corazón; y en mis prisiones, y en la defensa y
confirmación del evangelio...”; v 16, “los unos anuncian a Cristo por contención...”;
v 27, “oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo
unánime por la fe del evangelio”; 2ª Tim 4:2, “que prediques la palabra; que
instes...redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”; y 1ª Ped 3:15,
“estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia
ante todo al que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”.
“Todo el consejo de Dios, tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria
y para la salvación, fe y vida del hombre, o está expresamente expuesto en las
Escrituras o se puede deducir de ellas por buena y necesaria consecuencia; y a
esta revelación de su voluntad, nada se puede, ni se debe, añadir nunca...”
Por ello, el que defendamos la Biblia, y según sus propias normas aún usando en
el proceso datos extrabíblicos, no significa que estemos añadiendo algo a la
Escritura como nuestra norma suprema. Simplemente estamos exponiendo, como
dijimos arriba, la racionalidad de la Biblia.
A veces se nos hace difícil desprendernos de la idea de que alguien que argumenta
una verdad de la Biblia basándose en datos extrabíblicos eleva esos datos a una
posición de mayor autoridad que la Biblia. Parece que estamos midiendo la Biblia
por dichos datos; que estamos midiendo la Biblia en base a su autoridad (que
presumiblemente es mayor). Pero no es así el caso. Cuando por ejemplo digo, “Hay
diseño en el mundo; por tanto, Dios existe”, podría de hecho estar tomando mi
premisa ¡de la propia Biblia! (Porque sin duda la Biblia enseña que hay un diseño
en el mundo.) Y cuando me dirijo a un no-creyente, me dirijo al conocimiento que
según Rm 1:18ss él ha obtenido de la creación. De hecho, cuando digo eso, estoy
muy posiblemente expresando la seguridad que tengo en lo más profundo de mi
corazón de que el diseño no es inteligible aparte del Dios de la Biblia, y por tanto el
que haya diseño implica la existencia de ese Dios. Y es así, no porque mi concepto
de diseño es algo por el que voy a medir la Biblia; simplemente es que la Biblia me
dice que tiene que ser cierto para que exista el diseño.
La conclusión a la que llego es que podemos usar datos extrabíblicos, pero no como
criterios independientes por los que la Biblia sería medida. ¡Qué ridículo es pensar
que la Palabra de Dios se considerará en error por no concordar con Josefo, o
Eusebio o Papías, o con alguna teoría de algún antropólogo acerca de la
“antigüedad del hombre”! Precisamente debe ser lo contrario. Debemos presentar
la Biblia tal y como es; es decir, que en ocasiones concuerda con otros escritos, y
en otras ocasiones no. Es lo que esperamos de una Palabra de Dios que entra a
un mundo finito y lleno de pecado. Es más esta consideración, por la gracia de Dios,
puede ser persuasiva. Lo que a nosotros nos corresponde es presentar la Biblia tal
y como es. Y para hacer esto, habrá que hacer frecuente referencia a los diferentes
contextos.
--“El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada;
porque a imagen de Dios es hecho el hombre” (Gén 9:6); y
--“Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que
están hechos a la semejanza de Dios” (Stg. 3:9).
La revelación de Dios nos rodea a todos, incluso está dentro de nuestro ser. En
esto incluyo al no-creyente. Como dije antes, el no-creyente también tiene un
conocimiento claro de Dios (Rom 1:21, “Pues habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus
razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”); pero trata en diferentes
maneras de suprimir dicho conocimiento.
La revelación natural revela el “eterno poder y deidad” de Dios (Rom 1:20). Revela
sus normas éticas: “quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que
practican tales cosas son dignos de muerte...” (1:32); y revela su ira en contra del
pecado (mismo verso; también el v. 18, “porque la ira de Dios se revela desde el
cielo contra toda impiedad e inujsticia de los hombres que detienen con injusticia la
verdad”). No obstante, en la revelación natural no se revela el plan de salvación de
Dios, pues éste se da concretamente en la predicación de Cristo:
“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues,
invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no
han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no
fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que
anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! ... Así que la fe es por el oir,
y el oir, por la palabra de Dios” (Rom 10:13-15,17).
Tenemos esa predicación de Cristo en forma definitiva en la Biblia; y con esa
autoridad continuamos predicando el evangelio en todo el mundo.
¿Por qué requerimos de dos clases de revelación? Una razón sería, que cuando
Dios habla directamente, la “curva del aprendizaje” se hace mucho más chica. Aún
Adán en su estado de inocencia necesitaba oir la voz directa de Dios,
suplementando e interpretando para él su revelación en la naturaleza. No lo tenía
que descifrar y descubrir todo solito Adán, pues en muchos casos quizá le hubiese
llevado tiempo hacerlo, o quizá hubiera sido imposible para su mente finita. De
modo que Adán, como siervo fiel del pacto que era, acepta con gratitud la ayuda de
Dios. Acepta la interpretación que Dios le da acerca del mundo, hasta el momento
trágico cuando decide aceptar en su lugar la interpretación de Satanás.
Ya después de la caída, son dos las razones por las que se necesita la
comunicación verbal especial de Dios. Una era la necesidad del hombre de tener
una promesa salvífica, la cual nunca se deduciría por sí sola de la revelación
natural. Y la otra era para corregir toda interpretación pecaminosa de la revelación
natural. Rom. 1:21-32 explica cómo la gente maneja la revelación natural cuando
no hay otra palabra más de parte de Dios. La “detienen”, la suprimen, la
desobedecen, la cambian por una mentira, la desvirtúan, e incluso honran a los que
se rebelan ante ella.
Por ello, Dios nos ha dado la Escritura, la “revelación especial”, tanto para
suplementar la revelación natural (añadiendo a ella el mensaje de salvación), como
para corregir el mal uso que el hombre hace de la revelación natural. Como dijera
Calvino, el cristiano debe mirar la naturaleza con los “anteojos de la Escritura”. Si
al Adán en inocencia Dios le tuvo que dar revelación verbal para que pudiera
interpretar el mundo, ¡cuánto más nosotros!
El asunto no es tanto que la Escritura pudiera ser más divina o tener mayor
autoridad que la revelación natural. La revelación natural es toditita palabra de Dios
y por ende de autoridad absoluta. La diferencia está en que la Escritura es una
comunicación verbal divina q. Dios dio con el fin de suplementar y de corregir
nuestra interpretación de su mundo. Debemos aceptar con toda humildad esta
ayuda. Al hacerlo, no por ello decimos que la Escritura sea de mayor autoridad que
la revelación natural. Más bien, permitimos que esa Palabra (con su Espíritu
siempre presente) corrija nuestras interpretaciones de la revelación natural.
Para permitir que la Escritura ejerza dicha influencia correctiva, tendremos que
aceptar el principio de que nuestra fe convencida sobre la enseñanza bíblica tiene
prioridad sobre lo que podemos aprender solamente de la naturaleza. Dios nos dio
la Escritura como la constitución del pacto para el pueblo de Dios, y si nos ha de
servir como tal, tendremos que darle la prioridad sobre toda otra fuente del saber.
Es un error, por ejemplo, sugerir (como muchos hacen) que leamos juntos, lado a
lado, los “dos libros de la naturaleza y de la Escritura”, ambos con igual peso en
todos los sentidos. Este tipo de argumento ha sido usado para justificar
cristianamente, pero sin mucho sentido crítico, la aceptación de la teoría de la
evolución, la sicología secular, y otras más. Este tipo de argumento no le permite a
la Escritura hacer su labor correctiva, y proteger al pueblo de Dios de la “sabiduría”
del mundo (ver 1ª Cor 2:6-16). Por ello, sola Scriptura.
Vemos a través de la ciencia la asombrosa sabiduría del plan de Dios (ver el Salmo
104). Vemos a través de la historia y de las artes, cuánto mal resulta cuando la
gente abandona a Dios, y cuánta bendición (¡así con persecuciones, Mc 10:30¡ “que
no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas,
madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna”)
se derrama sobre los que le son fieles.
Apologetas tradicionalistas no siempre comprenden que la naturaleza es revelación
de Dios. Aquino, por ej., no hizo distinción entre la revelación natural y la especial;
más bien la hizo entre el razonar con la ayuda de la revelación y el razonar sin esa
ayuda. Resulta fácil entender que estos puntos de vista se hayan calificado como
“autónomos” o “neutrales”. Otros apologetas tradicionalistas, sin embargo,
enfatizan más el concepto de la revelación natural, y describen su método como
uno que presenta la revelación natural al no-creyente de alguna manera como no
parte de la revelación especial.
Por tanto, el uso de evidencia fuera de la Biblia en la apologética puede ser tenido
como un buen uso de la misma Biblia. Pues será la respuesta obediente al punto
de vista que pinta la Biblia del mundo. Según nos enseña la Biblia, la naturaleza
apunta a Dios, de modo que el apologeta cristiano obediente, mostrará al no-
creyente las varias maneras en las que la naturaleza revela a Dios, pero no
presentándolas como pensamiento neutral, ni permitiendo el uso de criterios no-
cristianos de la verdad. De modo que el apologeta cristiano apela a la revelación
natural, y a la vez apela a la Escritura. Pues el propósito mismo de la Escritura
(como enfatizo en mi libro Doctrine of the Knowledge of God) es para hacer
aplicación. La Escritura ilumina las situaciones de vida y las personas inclusive de
los que no están en la Biblia. El “mirar la creación a la luz de la Escritura”, y el
“aplicar la Escritura a la creación”, son una y la misma actividad, vista desde
perspectivas diferentes.
El esfuerzo por ofrecer una razón intelectual satisfactoria tiene su beneficio dentro
de estos contextos más amplios. Para el creyente, la apologética confirma su fe,
mostrando la racionalidad de las Escrituras. Esa racionalidad también ofrece al
creyente un fundamento intelectual, una base para su fe, y una base para la toma
de decisiones sabias en su vida. La apologética en sí no es ese fundamento; pero
lo que sí hace es mostrar y describir el fundamento que presenta la Escritura, y
mostrar y describir la manera en la que debemos edificar sobre ese fundamento.
Y para los que nunca llegan a creer, la apologética aún puede seguir haciendo la
obra de Dios. Es como la predicación, añade a su condenación. El que no quiere
arrepentirse y creer, a pesar de una presentación fiel de la verdad, tendrá que sufrir
una condenación más severa:
¿Quieren que sea más específico? Bueno, en el pasaje lema de este capítulo, 1ª
Pedro 3:15-16, Pedro exhorta a los apologetas a que mantengan “buena
conciencia”, de modo que los que murmuran puedan ser avergonzados. Es de
interés notar que Pedro no pide a los apologetas ser inteligentes o de mucho estudio
y conocimiento (aunque esas cualidades definitivamente son de ayuda); más bien
les pide q. lleven una “buena conducta en Cristo”. Nos da, pues, una norma práctica
para na disciplina que la tendemos a ver como teórica.
Otros pecados podrían también contribuir a esta falla: el amor mal dirigido, la
subestima del pecado en el hombre (como si lo que más necesitara el no-creyente
es simplemente un mejor argumento), la ignorancia de la revelación de Dios
(especialmente en lo que concierne al presuposicionalismo bíblico), y el orgullo
intelectual.
“¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y
violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan” (Hab 1:3).
“(Pagará)... ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino
que obedecen a la injusticia” (Rom 2:8).
“Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé,
que hay entre vosotros contiendas” (1ª Cor 1:11).
“Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal
costumbre, ni las iglesias de Dios” (1ª Cor 11:16).
“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus
obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en
vuestro corazón, no os jactéis ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no
es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay
celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Stg. 3:13-16).
Luego sigue diciendo Santiago así: (vv. 17-18)
“El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Y si alguno se imagina que sabe
algo, aún no sabe nada como debe saberlo. Pero si alguno ama a Dios, es conocido
por él” (1ª Cor 8:1b-3).
INTRODUCCIÓN:
El mensaje del apologeta es, a fin de cuentas, nada menos que la revelación entera
de las Escrituras, aplicada a las necesidades de los oyentes. Ahora bien, en un libro
de texto sobre la apologética como el presente, creemos importante ofrecer un
resumen breve del contenido de las Escrituras, con el fin de darle una mejor
dirección a nuestro testimonio como apologetas. No es difícil la tarea. Las
enseñanzas de la Biblia sí pueden ser resumidas. Es más, existen dentro de las
mismas Escrituras resúmenes de su enseñanza, como por ejemplo los pasajes
siguientes:
--Juan 3 6:23
--1ª Corintios 15:1-11
--2ª Cor:16
--Romanos intios 5:17 - 6:2
--Efesios 2:8-10
--Filipenses 2:5-11
--1ª Timoteo 2:5-6
--Tito 3:3-8, y
--1ª Pedro 3:1
Estos textos nos muestran que hay diferentes maneras de resumir el mensaje
bíblico, cada una con su énfasis particular un poco diferente. A estos énfasis los
podríamos llamar “perspectivas”. Con respecto a los propósitos de la obra presente,
será útil resumir el mensaje Escritural desde dos perspectivas:
a)- la primera, el cristianismo como una filosofía; y
b)- la segunda, el cristianismo como buenas nuevas.
1.0- ES FILOSOFÍA:
Al decir “el cristianismo como una filosofía”, quiero decir que el cristianismo ofrece
un punto de vista comprensivo sobre el mundo. Nos ofrece un relato, no sólo de
Dios, sino del mundo que Dios creó, la relación que guarda el mundo con Dios, y el
lugar del ser humano dentro de ese mundo, o sea, su relación con la naturaleza y
su relación con Dios. El cristianismo trata de:
--la metafísica (la teoría de la naturaleza fundamental del universo)
--la epistemología (la teoría del conocimiento) y
--los valores (la ética, la estética, la economía, etc.)
Como tal, el cristianismo ofrece un punto de vista sobre todo. Creo que hay un punto
de vista particular que el cristianismo ofrece sobre la historia, la sociología, la
educación, las artes, los problemas filosófi-cos, etc. Y como vimos con anterioridad,
la autoridad de nuestro Señor es comprensiva; todo lo que hagamos tiene que estar
relacionado a Cristo (“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo
para la gloria de Dios”, 1ª Cor 10:31).
Siendo así las circunstancias en las que vivimos, ¿no deberíamos estar pensando
de otras alternativas a esta supuesta “sabiduría de moda”? ¿O será que sólo una
alternativa existe? De ser así, -- y la tesis que aquí sustento es que así es --
entonces nos urge tomar dicha alternativa mucho muy en serio.
Primero, pues, presento el cristianismo como filosofía, para luego presentarlo como
evangelio:
2.0- ES METAFÍSICA:
Las 4 cosas más importantes que debemos recordar acerca de la forma cristiana
de entender el mundo, son: a) la personalidad absoluta de Dios; b) la distinción
entre el Creador y la criatura; c) la soberanía de Dios; y d)- la Trinidad.
2.1- La personalidad absoluta de Dios:
Tampoco pueda haber nadie que lo destruya; siempre existirá (“Porque yo alzaré a
los cielos mi mano, y diré: Vivo yo para siempre”, Deut 32:40; “Ellos perecerán, mas
tú permanecerás; ...pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán” Sal 102:26-
27 y citado en Heb 1:10-12; “el único que tiene inmortalidad...” 1ª Tm 6:16; “y juró
por el que vive por los siglos de los siglos...” Ap 10:6). Su existir es atemporal, pues
es el Señor del tiempo (Sal 90, especialmente el v. 4, “porque mil años delante de
tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche”;
Gál 4:4, “pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo...”; Ef
1:11, “...que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”; 2ª Ped 3:8,
“...para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”.
Dios conoce con la misma perfección de siempre todos los tiempos y todos los
espacios (Is 41:4: “¿Quién llama las generaciones desde el principio? Yo Jehová,
el primero, y yo mismo con los postreros”; Is 44:7-8: “¿Y quién proclamará lo
venidero, lo declarará, y lo pondrá en orden delante de mí, como hago yo desde
que establecí el pueblo antiguo? Anúncienles lo que viene, y lo que está por venir.
No temáis, ni os amedrentéis; ¿no te lo hice oír desde la antigüedad, y te lo dije? ...
No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno.” Como lo dijera el
Catecismo Menor (preg. #4: “Dios es espíritu, infinito, eterno e inmutable en su ser,
sabiduría, poder, santidad, bondad, justicia y verdad.”
Esta definición enfatiza no sólo que Dios es absoluto, sino también que es una
persona. En la Biblia, “Espíritu” es personal, y Dios es Espí-ritu (Jn 4:24). Como
Espíritu que es, Dios:
--dirige, “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos
de Dios” (Rom 8:14);
--da testimonio, “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos
hijos de Dios” (Rom 8:16);
--ayuda, “...el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad (Rm 8:26);
--intercede, “...pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
indecibles” (mismo versículo);
--ama, “os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del
Espíritu...” (Rom 15:30);
--revela, “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu...” (1ª Cor 2:10); y
Aunque la voz griega para “Espíritu” (pneuma) es de género neutro, el N.T. a veces
enfatiza que el Espíritu es una persona, en que se refiere a él con un pronombre
masculino (por ej, Jn 16:13,14). También son de orden personal las referencias del
Catecismo a los atributos de sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad.
La Biblia con frecuencia atribuye estas cualidades a Dios.
Pensemos más sobre cuáles serían las consecuencias, según cada uno de estos
puntos de vista. Si lo impersonal tiene prioridad, luego en el origen absoluto de las
cosas no hubo ni consciencia, ni sabiduría, ni voluntad. Lo que nosotros llamamos
“la razón” y “los valores”, no son más que consecuencias accidentales, carentes de
intención, de eventos azarosos (Entonces, si la razón sólo es el resultado de
sucesos irracionales, ¿por qué confiar en ella?) Al final de todo, la virtud moral no
se premiará. La amistad, el amor y la hermosura no tendrán ninguna consecuencia
final, pues quedan reducidos a un proceso ciego, sin cuidado alguno. Bertrand
Russell fue por demás elocuente sobre las consecuencias de esta forma de pensar,
a pesar de que él la sostuvo, pues es “el mundo que la ciencia nos presenta para
creer en él”. Dice así:
“El hombre es el producto de causas que no podían prever el fin que alcanzarían;
su origen y desarrollo, sus esperanzas y temores, sus amores y sus credos, no son
otra cosa más que el fruto de colocaciones accidentales de átomos; ningún ardor,
ningún heroísmo, ningún pensamiento o sentimiento intenso, pueden preservar una
sola vida particular más allá de la tumba; pues todo el trabajo hecho a través de las
edades, toda la devoción, toda la brillantez como del mediodía del genio humano,
todo está destinado a desaparecer en la vasta muerte del sistema solar; y el templo
entero del logro humano inevitablemente quedará enterrado en los escombros de
un universo en ruinas. Sólo sobre base de estas verdades, sobre el cimiento firme
de una inflexible desesperación, se podrá construir la habitación segura del alma
humana.”
Pero por otra parte, si lo personal es lo que tiene prioridad, luego el mundo fue
hecho según un plan racional que puede ser entendido por mentes racionales. La
amistad y el amor no son simplemente experiencias humanas profundas, sino
ingredientes fundamentales del orden universal. Pues hay alguien que quiere que
exista la amistad, que desea que exista el amor. El bien moral es, también, parte
del gran plan del universo. Si la personalidad es absoluta, luego hay alguien a quien
le interesa lo que hacemos, que aprueba o desaprueba nuestra conducta. Y esa
persona tiene también un propósito para el mal, por más misterioso que ello nos
parezca.
¡Qué diferencia! En lugar de ser el mundo un lugar gris lleno de materia, movimiento
y casualidad, un mundo en el que cualquier cosa puede suceder, pero en el que
casi nada sucede jamás (q. sea de interés humano), el mundo sería la creación
artística de la mente más grande que se puede imaginar, un mundo lleno de una
hermosura que deslumbra y de una lógica que fascina. Tendría una historia que es
a la vez un drama, con un interés humano, una profunda sutileza y alusiones más
iluminadoras que cualquiera que pudiera inventar el novelista más grande. Esa
historia divina tendría una grandeza moral que cambia todo el mal del mundo a
bien. Y lo más admirable de todo, ese mundo estaría bajo el control de un ser que,
de alguna manera maravillosa, resulta... ¡semejante a nosotros!
¿Podríamos orar a él? ¿Lo podríamos tener como amigo? ¿O por ser él nuestro
enemigo tendríamos que huir de él? ¿Qué esperaría él de nosotros? ¿Qué
experiencias increíbles tendría él reservadas para nosotros? ¿Qué nuevos
conocimientos? ¿Qué bendiciones? ¿Qué maldiciones?
¡Una persona absoluta! ¡Un absoluto personal! No he estudiado bien todas las
religiones no cristianas, por lo que no quiero decir que es sólo el cristianismo la
única religión que afirma un absoluto personal. Existen variantes del hinduísmo y
budismo que se clasifican a veces como “teístas” y de acuerdo a algunas religiones
animistas de Africa y de las Américas, detrás del mundo de los espíritus existe un
ser personal que les ha de pedir cuentas a todos esos espíritus. Con todo, es cierto
que la religión bíblica es el candidato más fuerte hoy día para ser el “teísmo de
persona absoluta”.
Las religiones principales del mundo, en sus formas más típicas (diríamos en sus
formas más auténticas) son: o panteístas, como los hinduistas y los taoístas; o bien
son politeístas, como los animistas, algunas formas del hinduísmo, los sintoístas y
las religiones tradicionales de Grecia, Roma y Egipto, etc. El panteísmo tiene un
absoluto, pero no un absoluto personal; y el politeísmo tiene dioses personales,
pero ninguno de ellos es absoluto. Inclusive, aunque la mayoría de las religiones
tienden a enfatizar ya sea el absolutismo panteísta o el no absolutismo personal,
generalmente se pueden hallar elementos de ambos debajo de la superficie. En el
politeísmo griego, por ejemplo, los dioses son personas, pero no son absolutos. Sin
embargo, esta clase de politeísmo tiene un suplemento en su doctrina del destino,
que es una forma de un absoluto impersonal. Algo similar encontramos en el
animismo, pues detrás de sus dioses está Mana, una realidad impersonal. El
budismo es difícil de clasificar, pues en su forma original pudo haber sido atea, y
también porque su concepto de “la nada” tiene muchos problemas. Pero sí, en el
budismo más conocido, no existe un absoluto personal. La gente parece sentir la
necesidad o el deseo de tener ambos: una persona y un absoluto; pero en la
mayoría de las religiones, estos dos elementos se mantienen separados, por lo que
se comprometen (se contradicen), en lugar de poderse reforzar el uno al otro. Por
ello, entre todos los movimientos religiosos principales, el único que nos insta a
adorar a un absoluto personal es la religión de la Biblia.
Piensa un momento sobre este hecho: el punto de vista cristiano del mundo es
único entre todas las religiones habidas y por haber. ¿Por qué lo sería? Se podría,
en teoría, pensar que la gente de buen criterio y sano juicio (cuando carentes de
evidencia y obligados a la especulación), y confrontados con la pregunta de cuál es
primordial: lo personal, o lo impersonal, estarían divididos y más o menos parejos
en su división. Pero resulta que no: casi siempre se inclinan hacia el punto de vista
de que, si existe un absoluto de alguna clase, ese absoluto ha de ser impersonal.
(Y si no existe el absoluto, equivale a decir que el azar, o el “destino” es absoluto,
que es lo mismo que un absoluto impersonal.)
Y ¿por qué piensan así? ¿No sería igualmente razonable el que la materia, el
movimiento y la fuerza impersonales sean explicados por las decisiones de una
persona? Todos hemos observado cómo personas crean y luego manejan objetos
impersonales para su propio beneficio. En fábricas, los trabajadores ensamblan,
por ej., tractores (diseñados y planeados por personas); y en los campos los
agricultores los usan para arar la tierra. Pero jamás hemos visto que un campo
arado produzca a un agricultor, o que un tractor produzca un grupo de trabajadores.
La idea es inverosímil.
Pero muchos científicos, y muy educados, dan por sentado que lo impersonal tiene
prioridad en el universo. Es, por así decir, su presuposición. Y la adoptan, no en
base a la evidencia (pues ¿qué evidencia podría probar la proposición negativa que
no existe Dios?), sino en base a una fe irracional que está opuesta al cristianismo.
Es importante para el punto de vista cristiano, el que Dios esté en control de todo;
Ef. 1:11, él “...hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. La relación
entre Jacob y Esaú ya estaba pre-ordenada desde antes que nacieran (ver Rom
9:10-25). Pablo toma esta relación, y la aplica a la relación más general que existe
entre judíos y cristianos. Dios obra todas las cosas para bien de los que le aman
(Rom 8:28).
A la doctrina que afirma que Dios pre-ordena y dirige todos los eventos se le llama
doctrina calvinista. No tengo empacho alguno en ser conocido como calvinista. Pero
otras tradiciones cristianas también creen en esta doctrina, aunque a veces muy a
pesar de ellos mismos. Por ej., el arminianismo: este sistema enfatiza la “libre
voluntad” e insiste que nuestras decisiones (especialmente las que tienen
significado religioso) son libres, no pre-ordenadas ni de alguna otra forma
determinadas por Dios. El arminianismo busca reforzar el concepto de la
responsabilidad humana (doctrina con la que en sí el calvinismo no está peleado).
Pero sabe que:
(1) Dios conoce de antemano--y en forma exhaustiva--el futuro; y
(2) Dios creó el mundo sabiendo lo que en el futuro sucedería.
Por ejemplo, Dios sabía que Venustiano tomaría la libre decisión de aceptar a
Cristo. De alguna manera lo supo, y lo supo antes que naciera Venustiano. De modo
que aún desde entonces, la decisión “libre” de Venustiano era inevitable. ¿Por qué
era inevitable? No en razón de la voluntad libre de Venustiano, pues éste aún ni
había nacido. Tampoco en razón de la predestinación, pues el arminiano niega
desde el principio esta posibilidad. Pareciera, pues, que la inevitabilidad tiene otra
fuente aparte tanto de Venustiano como de Dios. Pero al final, la predestinación
divina siempre es el elemento clave, pues Dios: (1) conoce de antemano la decisión
de Venustiano, y (2) crea el mundo de tal manera que se dé esa decisión de
Venustiano. El factor decisivo es la creación de Dios con conocimiento previo. Es
la creación la que pone en marcha todo el universo. ¿Sería mucho afirmar que la
creación de Dios con conocimiento previo es --efectivamente-- la causa de la
decisión de Venustiano?
El asunto principal es: los cristianos que honran las Escrituras como la Palabra de
Dios que son, reconocen--a pesar de sus formulaciones teológicas que dicen lo
contrario--que Dios gobierna toda la naturaleza y toda la historia. Esta doctrina de
la soberanía divina es el tesoro de la iglesia cristiana entera.
2.4- La Trinidad:
Finalmente, el Dios cristiano es tres en uno. Es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sólo
hay un Dios (Dt 6:4-5, “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás
a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”; Is
44:6, “Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy
el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios”).
Pero el Padre es Dios (Jn 20:17, “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he
subido a mi Padre; mas vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro
Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”); el Hijo es Dios (Jn 1:1, “En el principio era el
Verbo, y el Verbo era con Dios,y el Verbo era Dios”; Rm 9:5, “de quienes son los
patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas
las cosas, bendito por los siglos. Amén”; Col 2:9, “porque en él habita corporalmente
toda la plenitud de la Deidad”; Hb 1:10-12, “Tú, oh Señor, en el principio fundaste
la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces;
y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un vestido los envolverás,
y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán”); y el Espíritu es
Dios (Gn 1:2, “...y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”; Hechos
2; Romanos 8; y 1ª Tes 1:5, “pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras
solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre...”).
De alguna manera son 3, y de alguna manera son (o es) uno. El Credo Niceno dice
que son una “esencia” pero 3 “substancias”; o en otra traducción, una “substancia”
y 3 “personas”. En lo particular, prefiero decir, “un Dios, 3 personas”. Los términos
técnicos no deben tomarse en ningún sentido preciso o descriptivo. La pura verdad
es que no conocemos cómo los 3 pueden ser uno, y el uno ser 3. Lo que sí sabemos
es, que los 3 son Dios, son iguales, no existe ninguna superioridad o inferioridad
dentro de la Deidad. El ser Dios es superior a cualquier otra cosa. Los 3 tienen
todos los atributos divinos. Los 3 son “Señor”. Los 3 guardan la relación con la
creación que anteriormente habíamos imputado a Dios. Los 3 pertenecen al círculo
superior del dibujo de Van Til.
Por ejemplo, el Islam enseña una doctrina de predestinación que con frecuencia
suena a un determinismo impersonal, en lugar del sabio y buen plan del Señor que
enseña la Biblia. Y el Alá del Islam es capaz de sufrir cambios arbitrarios en su
misma naturaleza, no como el carácter personal permanente y confiable del Dios
de la Biblia. O sea, la doctrina de la Trinidad viene a reforzar los puntos que
anteriormente hemos dicho sobre Dios y sobre el mundo.
El N.T. nos da una respuesta sorprendente a la pregunta: ¿Un Qué? Nos dice:
¡“Una unidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo”! Resulta por demás interesante que
el N.T., cuando quiere enfatizar más el aspecto de la unidad de Dios, parece no
poder resistir mencionar más de una de las personas Trinitarias. Como ejemplo de
esto, veamos 1ª Cor 8:4-6:
“Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos q. un ídolo
nada es en el mundo, y que no hay más q. un Dios. Pues aunque haya algunos que
se llamen dioses: sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos
señores), para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden
todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor Jesucristo, por medio del
cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él.”
Otro ejemplo es Ef 4:4-6, “un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados
en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un
Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos y en todos.” Noten
también q. 1ª Cor 12:4-6 enseña que la unidad de la iglesia depende de la unidad
que existe en Dios: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el
mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad
de operaciones, pero Dios que hace todas las cosas en todos, es el mismo”.
Otros pasajes relevantes serían Jn 17:3 “Y esta es la vida eterna: que te conozcan
a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”; y Mt 28:19ss (la
“Gran Comisión”).
Ya que Dios es 3 y uno, puede ser descrito en términos de persona, sin que ello lo
relativice al mundo. Por ej., Dios es amor (1ª Jn 4:8). Pero, Amor ¿de qué?
Podríamos contestar inmediatamente, “amor del mundo”. Mas entonces tendríamos
un problema, pues de esta manera el atributo divino del amor depende de que
exista el mundo. Y decir que los atributos divinos dependen del mundo es decir que
Dios mismo depende del mundo. Este camino nos lleva al concepto del Totalmente
Otro. Entenderíamos la lógica del gnosticismo, del arrianismo y del neoplatonismo:
pues si Dios es simplemente uno, o bien es un “Totalmente Otro”, o bien es relativo
al mundo -- o quizá, de alguna manera ambas cosas.
La Trinidad también significa que la creación de Dios puede a la vez ser una y
múltiple. La filosofía secular oscila entre los extremos del monismo (que el mundo
realmente es uno, y la pluralidad es una ilusión) y del pluralismo (que el mundo está
totalmente desunido, la unidad es una ilusión). La filosofía secular se mueve de un
extremo al otro, debido a su falta de recursos para encontrar una definición
intermedia; y también porque busca un absoluto en alguno de los extremos -- como
si tuviese que existir una unicidad absoluta (sin pluralidad), o de lo contrario un
universo insólito, de elementos desconectados, un pluralismo absoluto que
destruye cualquier unicidad universal. Para el filósofo, es importante poder tener un
absoluto en cualquiera de estas direcciones, pues le daría una norma adecuada
fuera del Dios de las Escrituras. Y en esto detectamos que la búsqueda del filósofo
tiene una dimensión religiosa: trata de hallar en el mundo un absoluto, un dios.
Pero el cristiano sabe que no existe ninguna unidad absoluta (unidad carente de
pluralidad), como tampoco existe ninguna pluralidad absoluta (pluralidad carente
de unidad). No existen, ni en el mundo, ni en el Creador del mundo. Si en el mundo
existiera cualquiera de estas cosas, sería una especie de dios unitario. Pero no
existe más que el Señor Trinitario. Un dios unitario así sería desconocido, pues no
podemos conocer un “uno” vacío, ni tampoco un absolutamente “único”. Y si esta
unicidad perfecta o este “único absoluto” es la esencia metafísica de la realidad,
entonces no podemos saber absolutamente nada.
Pero el cristiano sabe que Dios es el único absoluto que hay, y que es un absoluto
tanto del uno como de los muchos. Por ello, estamos libres de la necesidad de tratar
de hallar en el mundo una unidad absoluta o una desunión absoluta. Si buscamos
criterios (o normas) absolutos, buscamos no en algún concepto de “unidad
máxima”, o de un “único absoluto” dentro del mundo, sino al Dios vivo y verdadero,
el único que ofrece un criterio para el pensamiento humano. De esta manera, la
doctrina de la Trinidad tiene implicaciones también para la epistemología.
3.0- LA EPISTEMOLOGÍA:
Cuando gente pecadora intenta obtener conocimiento, mas lo quiere sin el temor
de Dios, ese conocimiento se distorsiona:
Así las cosas, la filosofía racionalista declara que la razón humana es la norma final.
El empirismo, reconociendo los vuelos especulativos que la “razón” desenfrenada
tiende a tomar, exige que todas las ideas sean en ultimada instancia probadas por
la experiencia de los sentidos humanos. Y el escepticismo, reconociendo q. tanto
la razón humana como los sentidos humanos tienden a errar, declara (¡por su
propia autoridad!) que la verdad es algo inalcanzable. El pensamiento kantiano y
existencialista hace que el hombre sea en efecto la fuente misma del significado de
las cosas, por su propia experiencia. Los teólogos de corte liberal están muy
ansiosos de seguir en estas líneas y tradiciones, y en consecuencia “herejías
cristianas” siguen manipulando el mensaje bíblico según su propio antojo.
Así como vimos en el apartado de “Metafísica”, aquí también queda evidente que
LA alternativa ante la sabiduría convencional, el consenso de los filósofos y de los
religiosos, de los de teología liberal y pensadores populares, es únicamente el
cristianismo verdadero. Los tiempos en los que vivimos parecen ser tiempos en que
todo mundo proclama su autonomía, su derecho de “hacer lo que te guste”. Y Dios
califica a todo ello como necedad (1ª Cor 1:18-2:5). Dice que proviene del diablo
(“en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para
que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la
imagen de Dios”, 2ª Cor 4:4).
4.0- LA ÉTICA:
La ética es el campo donde se estudia asuntos como el bien y el mal, lo debido y lo
indebido. Y como en la metafísica y en la epistemología cristianas, también la ética
cristiana es distinta a las demás.
Dios es perfectamente bueno y justo (Gn 18:25, “Lejos de ti el hacer tal, que hagas
morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas.
El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?”; y Sal 145:17, “Justo es
Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras”).
Como hemos visto arriba, por cuanto es el Señor, tiene autoridad suprema sobre
toda su creación. En lo que respecta a la epistemología vimos que Dios es el criterio
supremo de la verdad y la mentira. Ahora bajo el rubro de la ética, hemos de
observar que Dios también es la norma suprema del bien y del mal, de lo justo y de
lo injusto. Además, él nos ha expresado sus normas en sus palabras que nos ha
dirigido:
“Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que
los ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros
padres os da. No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella,
para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno.
...Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó,
para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de
ella. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y
vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatu-
tos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. Porque
... ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta
ley que yo pongo hoy delante de vosotros?” (Deut. 4:1-2,5-6,8).
“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de
todo tu corazón y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo
te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de
ellas estando en tu casa; ...Guardad celosamente los mandamientos de Jehová
vuestro Dios, y sus testimonios y sus estatutos que te ha mandado. Y haz lo recto
y bueno ante los ojos de Jehová, para que te vaya bien, y entres y poseas la buena
tierra que Jehová juró a tus padres" (Deut. 6:4-7).
La Biblia además afirma que los incrédulos no sólo saben que Dios existe, sino que
también conocen sus normas y sus requerimientos: “quienes habiendo entendido
el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte...” (Rom
1:32). Sin embargo, desobedecen esas leyes, y todavía más, tratan de evadir su
responsabilidad:
“Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres
cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también
los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos
con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en
sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en
cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no
convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia,
maldad; llenos de envidia, homicidios contiendas, engaños y malignidades;
murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos,
inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto
natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios,
que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino
que también se complacen con los que las practican” (Rom 1:26-32).
La Biblia enseña que el hombre fue creado a la imagen de Dios, pero que pecó en
contra de Dios (Gén. 3:1ss). Hoy día llevamos la culpa del primer pecado de Adán
(Rom 5:12-19), así como el peso de nuestros propios pecados en contra de Dios
(Rom 3:10ss). Nuestro problema, entonces, no es nuestra finitud como dicen
algunos panteístas, pensadores de la Nueva Era y otros), como tampoco la solución
es q. nosotros nos convirtamos en Dios. Ni es que nuestro problema sea la
herencia, o el medioambiente, o nuestra naturaleza emocional, o la pobreza, o
nuestras enfermedades, etc. Más bien, el problema es el pecado: es la transgresión
deliberada de la ley de Dios (1ª Jn 3:4, “Todo aquel que comete pecado, infringe
también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”). De acuerdo a la Biblia, los
males que nos acarrean la herencia, el medioambiente, las enfermedades, etc.,
provienen todos de la caída:
“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol
de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldito será la tierra por tu causa;
con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá,
y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que
vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo
volverás” (Gén. 3:17-19).
“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables
con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo
ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque
la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del
que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la
esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos
que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora”
(Rom. 8:18-22).
Y, ¿cuál será la solución? “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado
a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna” (Jn 3:16). Jesús murió por nuestros pecados y fue resucitado por
nuestra justificación (Rm 3:20-8:11; 1ª Cor 15:1-11). La exhortación bíblica no es q.
nos esforcemos más por obtener el favor de Dios (“ya que por las obras de la ley
ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el
conocimiento del pecado” Rom 3:20). Más bien la instrucción es que aceptemos la
misericordia de Dios ofrecida como regalo gratuito por medio de Cristo (“Porque por
gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en
Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas”, Ef 2:8-10).
en una forma perversa de teología natural. Pero esto es equivocado con toda
seguridad. Debiésemos definir positivamente el mensaje Cristiano, a partir de la
clara revelación de la Palabra de Dios. Considero que la vía negativa es fatal para
la doctrina de la sola Scriptura. Triangulación: O, los eruditos evangélicos
entrenados en los métodos de la teología liberal pueden buscar desarrollar formas
nuevas y frescas de evangelicalismo por medio del método de la triangulación. Veo
alguna evidencia de esto en la obra de Stanley Grentz y Roger Olson Teología del
Siglo Veinte13 en lo que todo gira sobre los conceptos de trascendencia e
inmanencia, y el desafío para los evangélicos es buscar un “balance” que Kant,
Barth, Tillich y otros han fracaso en alcanzar. Mi respuesta: no pretenda balancear
las nociones profundamente falsas de trascendencia e inmanencia que se
encuentran en la teología liberal, sino que vaya de regreso a la Biblia. También creo
que el “teísmo abierto” de Pinnock, Rice, Basinger y otros es esencialmente una
triangulación entre el Arminianismo tradicional y la teología del proceso. El
Arminianismo no salvaguarda adecuadamente su propio concepto del libre albedrío
debido a su afirmación de la presciencia divina. La teología del proceso supera este
problema negando la presciencia; pero su dios es tan inmanente que no es
claramente distinto del mundo. De igual forma en el teísmo abierto: Dios es
trascendente, pero no tiene conocimiento completo del futuro. Hubiese sido mejor,
en mi opinión, para Pinnock y los otros haber visto más arduamente la Escritura.14
Una mirada más cuidadosa a la Biblia les hubiera conducido a cuestionar el corazón
de su sistema: la visión libertaria del libre albedrío humano. La Fatiga Evangélica
respecto al Debate por la Inerrancia La “batalla por la Biblia” virtualmente ha
definido al evangelicalismo Americano desde los tiempos de B. B. Warfield hasta
muy recientemente. En los primeros días de ese período la batalla era contra los
liberales quienes se definían a sí mismos, en efectos, como opuestos a la inerrancia
Bíblica. Sin embargo, a mediados de los 1960s se hizo evidente que alguno sen la
tradición evangélica también encontraron difícil afirmar la inerrancia Bíblica, y la
batalla rugió dentro del movimiento evangélico lo mismo que con los de afuera. El
Concilio Internacional sobre la Inerrancia Bíblica celebró conferencias y publicó un
gran número de escritos sobre el tema antes de disolverse. Queda por ver hacia
dónde esta discusión ha llevado al movimiento evangélico. Puesto que la inerrancia
era mencionada a menudo como la doctrina que definía al evangelicalismo en
contra de sus rivales liberales Protestantes, el cuestionamiento de la inerrancia en
el evangelicalismo llevó a una profunda crisis de identidad. Los inerrantistas
“limitados” o “parciales” no eran liberales; eran sobrenaturalistas que sostenían los
“fundamentos” tradicionales (el nacimiento virginal, los milagros, la expiación por
sangre, la Resurrección física, la segunda venida) excepto la inerrancia Bíblica.
Pero con una fisura tan profunda sobre un tema central, ¿cómo iba la familia
evangélica a permanecer unida?13 Downers Grove: Inter.-Varsity Press, 1992.14
Me doy cuenta que sus escritos incluyen argumentos exegéticos, pero los
encuentro poco convincentes. Irónicamente me parece que su exégesis cae en el
error que regularmente le atribuyen a los Calvinistas: sus conclusiones exegéticas
están gobernadas por su dogmática.
Por treinta y un años John Frame sirvió en la facultad del Seminario Teológico
Westminster. Fue un miembro fundador de la facultad del WTS en California. Ha
escrito muchos libros y artículos, incluyendo Van Til, el Teólogo. Ahora es Profesor
en el RTS,Orlando.