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Se examinan las diferencias entre violencia y crueldad para analizar el crimen de la pareja, por parte

del hombre hacia la mujer, quemándola con fuego. Se señalan luego las consecuencias clínicas en la
víctima y se ubica al victimario dentro de las pasiones narcisistas. Este último, por alcanzar la
completitud del goce del ser destruye al otro en un intento de lograr su total desaparición. Marco
teórico freudo-lacaniano. » Psicoanálisis <> Ley

De la violencia a la crueldad en las pasiones narcisistas

17/05/2014- Por Marta Susana Medina - Realizar Consulta

Introducción

En la actualidad observamos con horror el paso de la violencia a la crueldad en todas las relaciones
humanas. En Argentina se destaca un marcado incremento de homicidios o “femicidios” en los que el
hombre quema con fuego a la mujer, generalmente hasta matarla, ya sea esta muerte intencional o
no prevista. Por esta razón, nos interesa detenernos en este hecho innegablemente cruel en tanto
produce un sufrimiento extra, innecesario, para provocar la muerte.

No es la primea vez en la historia que las mujeres son quemadas. Las hogueras de la inquisición, la
quema de brujas, las empleadas de fábricas, el nazismo etc., pero en todos estos casos la crueldad
provenía de grupos con determinados intereses, en cambio ahora se extiende cada vez más a la
población masculina sin necesidad de hechos o prejuicios que incriminen a la mujer.

La violencia que suscita la amenaza del fuego y su posterior puesta en acto aterroriza a la víctima y la
inmoviliza. El fuego horroriza por sus efectos devastadores, además del espantoso dolor de las
quemaduras y las huellas que puede dejar en la mujer que sobrevive. La psicoanalista Eva Giverti,
coordinadora del programa “Las víctimas contra las violencias” del Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos de la Nación, refiere el incremento actual de la amenaza “te voy a quemar viva” a los casos
mediáticos. Explica que la mujer queda paralizada por el espanto y el triunfo de la combustión, lo
cual es diferente de la amenaza del golpe, y agrega que hay que tener en cuenta la premeditación
(Eva Giverti, 2010).

Junto a este aumento de la crueldad en todos los ámbitos y edades, observamos que la muerte ya no
horroriza, el semejante no nos importa y los actos crueles se confiesan sin culpa ni pudor.

Psicólogos, sociólogos y filósofos remiten el fenómeno a los genocidios del siglo XX y/o a los efectos
deshumanizantes del neoliberalismo actual, también a la difusión de los medios, pero como
psicoanalistas, si bien reconocemos las marcas de la época, no podemos quedarnos con esta
explicación sino indagar en la subjetividad, explicar las diferencias entre violencia y crueldad, y sus
consecuencias clínicas.

Por otra parte, los psicoanalistas somos llamados a menudo al ámbito jurídico penal para señalar la
culpabilidad del victimario, y también su capacidad de implicación subjetiva.

Diferencias entre violencia y crueldad

De acuerdo a los diccionarios, la violencia es el uso de una fuerza, abierta u oculta, con el fin de
obtener de un individuo o un grupo algo que no quiere consentir libremente. Implica, en general, un
motivo o interés del victimario. Desde el psicoanálisis, violencia es la transgresión de la ley, de modo
que está referida al tercero de la ley que llamamos Otro (con mayúscula). Si la ley intenta refrenar las
pulsiones que se oponen al lazo social y Lacan llama goce a la satisfacción pulsional, entonces la
transgresión es goce y el goce desmedido está prohibido para la vida en sociedad.

La crueldad no es tan fácil de sintetizar en una definición. Todos coincidimos en que implica el placer
o indiferencia ante el sufrimiento de otro, pero no hay consenso sobre su racionalidad, motivación,
etc. Estos factores dependen, al parecer, de quién la pone en acto y en qué circunstancias. Una
crueldad motivada mostraron los sistemas organizados para ejercerla, como, por ejemplo, las
dictaduras con sus procedimientos de torturas.

La Real Academia Española define la crueldad como inhumanidad, impiedad. Acción inhumana. Ser
indiferente o sentir placer ante el sufrimiento del semejante. Sin embargo, Freud, en El malestar en
la cultura , ya señalaba “la innata inclinación del hombre hacia ‘lo malo’, a la agresión, a la
destrucción y con ello también a la crueldad.” (Freud S., [1930]1996:3051-3052) y en la misma obra
afirma:

El prójimo no representa solamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo
de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla,
para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, (…) para humillarlo, ocasionarle sufrimientos,
martirizarlo y matarlo (Ib . p. 3046).

Explica Freud (1930) que la agresión cruel aguarda por lo general una provocación para
desencadenarse, o sirve a otros propósitos, cuyo fin también habría podido alcanzarse con métodos
más benignos, pero que también puede manifestarse espontáneamente.

Entre los psicoanalistas actuales que se ocupan de la crueldad, Silvia Bleichmar (2003) y Ana Berezin
(2002) coinciden en que la crueldad consiste en hacer padecer a otros sin conmoverse o con
complacencia, es un modo de violencia y de destructividad que intenta la demolición del otro por
medio del dolor que se le inflige.

Desde la sociología, para W. Sofsfky (2006), estudioso de los campos alemanes y del par terror-
seguridad en el presente, en la crueldad el objetivo es la aniquilación total, en ella, la acción no tiene
ningún fin más allá de ella misma.

De acuerdo a lo dicho hasta aquí sobre violencia y crueldad, la primera no se caracteriza por la
voluntad de sufrimiento que caracteriza el acto cruel y tiene una finalidad objetiva, por lo tanto tiene
un límite. Mientras que la crueldad es lo excesivo y siempre hay incertidumbre sobre sus móviles.

Los psicólogos rápidamente ligan este tipo de criminales a la perversión, pero en estos casos que
tratamos no hay una escena perversa, tal vez se pueda hablar de rasgos perversos por la intención de
hacer padecer y el placer ante el sufrimiento de la víctima, pero no es perversión como estructura. El
perverso apunta a violar el pudor del otro dejando al descubierto lo más íntimo de la subjetividad de
su partenaire, así lo destituye y obtiene con eso un goce sexual, a la vez que inconscientemente hace
gozar al Otro, de modo que también conserva la referencia a un Otro aunque este sea un Otro
gozador.

Ambas, violencia y crueldad son manifestaciones de la pulsión de muerte orientada al exterior, pero
el goce obtenido en cada una evidentemente no es el mismo.
El acto cruel de prender fuego a la pareja no pareciera estar en relación a un Otro. Y aunque
debemos considerar el caso por caso, podemos decir que esta extrema crueldad más bien está en
relación con una autoafirmación del victimario. Su objetivo es la aniquilación total que connota el
fuego, aniquilación de la mujer y del lazo que los une. En relación con la pulsión de muerte, dice
Freud:

Pero aun donde aparece sin propósitos sexuales, aun en la más ciega furia destructiva, no se puede
dejar de reconocer que su satisfacción se acompaña de extraordinario placer narcisista, pues ofrece
al yo la realización de sus más arcaicos deseos de omnipotencia (Freud, [1930]1996:3052).

Los seres humanos estamos escindidos por una expulsión primordial, el lenguaje nos expulsa de la
naturalidad y de la supuesta omnipotencia que da la inmediatez del instinto. En los casos que
analizamos el victimario intentaría negar esta división, explica Jacques Hassoun: “Aquel que tiene el
odio (pulsional) intenta permanentemente denegar la división del sujeto (por el lenguaje), su propia
división, en nombre de un Otro todopoderoso, endiosado cuyo lugar trata de tomar de una manera
irrisoria” (1999:31). De modo que en la crueldad habría una referencia a un Otro inexistente en tanto
está idealizado como todopoderoso.

Podemos imaginar, entonces, que si el criminal al que nos estamos refiriendo recibe una provocación
que le marca la distancia entre su yo y su Ideal del yo, reaccionará con todo el odio que surge de su
frustración y con la violencia del terror que le inspira el semejante con su propia división subjetiva.

Porque es en el semejante donde nos reconocemos a nosotros mismos, nuestro límite, nuestra
precariedad, nuestra indefensión, nuestro desamparo.

En la crueldad, esos cuerpos esclavos, torturados, humillados, dolientes, garantizan con su presencia
que el otro no es ni necesario-ni deseado, ni amado-ni odiado-ni rechazado, ni perdido, ni
encontrado. El otro ya no es problema. Así, se restablece una ficticia unidad autogenerada y
autosuficiente (…), ya no hay riesgo de sufrimiento, ya no hay indefensión y desamparo. La muerte es
del otro. Ha sido derrotado. (Berezin, 2003:4).

Durante este recorrido he señalado la referencia al Otro porque esa referencia nos da la medida del
goce. Al tratarse en estos casos que nos ocupan de un Otro endiosado, idealizado como
todopoderoso, creado a la medida de las fantasías, cuyo lugar pretende ocupar el hombre cruel,
estamos frente a un goce sin medida, excesivo en tanto pretende la unidad, la completitud del
sujeto, el “goce del ser “ perdido por la hendidura del lenguaje. Podemos pensar que nos
encontramos en el orden de las pasiones narcisísticas, caracterizadas por la desmesura, a las que J.
Hassoun (1993b) considera como estados de locura con gran monto pulsional.

Diferentes consecuencias clínicas en la víctima de violencia y la de crueldad

La víctima de violencia generalmente tiene recursos para defenderse o elaborar el trauma sufrido
porque su subjetividad no ha sido brutalmente dañada; en los casos de crueldad, en cambio, si
sobrevive, esos recursos son mínimos

por la gran pérdida de autoestima, la desubjetivación y el envilecimiento ─en el sentido de Gabriel


Marcel (2001) cuando caracterizó la técnicas de envilecimiento, como el despojo a las víctimas del
respeto y del control de sí, aprehendiéndose a sí mismas como deshechos─, como se observó en los
sobrevivientes de campos de concentración, y seguramente tendrá desbordes de angustia por lo
siniestro puesto en acto. A las mujeres sobrevivientes de la crueldad habría que tratar, tal vez, en
forma similar a la que propone la Dra. Gerez Ambertín para el abuso incestuoso: desde la Justicia y
desde la clínica para que ambos la ayuden a salir del lugar de objeto, darle recursos jurídicos y
subjetivos para rehacerse de la ferocidad de que fue víctima.

Conclusiones

Si, como afirmamos en un trabajo anterior, el criminal pasional pretende la fusión con el objeto de su
pasión amorosa para sentirse omnipotente (Medina M. S., 2006), y por eso mata a la mujer cuando
ella lo abandona, intentando reactualizar así un narcisismo equivocado ya que necesita de otro para
sostenerlo; el hombre presa de un odio cruel, que aniquila a su pareja mediante el fuego, pretende
una separación radical de ese semejante que le marca sus limitaciones y se ilusiona con que la
destrucción total del partenaire le permitirá alcanzar la omnipotencia fantaseada.

Referencias Bibliográficas

Berezin, A. “La crueldad: un recorrido”. En Revista Topía Nº 38. Agosto 2003, p. 4.

Bleichmar, S. Dolor País . Bs. As.: El zorzal. 2002.

Freud, S. “El malestar en la cultura” (1930). O. C., T. 3. Madrid: Biblioteca Nueva. 1996.

Giverti, E. Diario Página 12, Sección Sociedad, Jueves, 25 de noviembre de 2010.

Hassoun, J. Ese oscuro objeto del odio . Bs. As.: Catálogos. 1999.

Hassoun, J. Les passions intraitables. París: Aubier. 1993, 2ème ed.

Marcel. G. Los hombres contra lo humano . Madrid: Caparrós. 2001.

Medina, M. S. “El crimen pasional y lo inmotivado del exceso”. En Culpa,

responsabilidad y castigo. En el discurso jurídico y psicoanalítico.

Vol. I. 2006.

Sofsky, W. Tratado sobre la violencia. Madrid: Abada. 2006.

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