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Dios también es mujer. 4. María ¿feminidad trinitaria?

XAVIER PICAZA

06.06.07 | 16:00. Archivado en Dios, Teología, mujer, María

El tema de la relaciòn de la mujer con Dios atraviesa toda la cultura religiosa de los pueblos y se ha
expresado de un modo especial en la tradición católica a través de la figura de María, Madre de
Jesús. Ciertamente, sabemos que Dios no es "en sí" ni varón ni mujer (cf. Gal 3, 28), pero tomas
rasgos masculinos y femeninos. Los femeninos han estado más velados. Es hora de que se muestren
y aparezcan con toda claridad... sin olvidar que lo que lo que importa es la "liberación" por amor de
hombres y mujeres, no una simple gnosis de tipo femenino.

Tres lecturas

Tres son, a mi juicio, los modos en que puede plantearse este problema. Ellos dependen de la forma
de entender la Biblia y también de la manera de que nos enfrentemos con la vida. Hay una lectura
jerárquico-patriarcal que, quizá inconscientemente, ha definido a Dios en forma de varón, tomando
a la humanidad como mujer, su esposa. Hay otra lectura igualitario-dualista que toma a la mujer-
varón como elementos del único misterio, distinguiéndolos en forma complementaria. Hay, en fin,
una lectura mesiánico-personalista que interpreta la relación varón-mujer en clave de historia que
pasa, como una mediación temporal, mientras llega la plenitud del reino en que no existe ya varón-
mujer como diferentes por su sexo, sino como personas.

1. La lectura jerárquico-patriarcal parece estar fundada en una determinada interpretación de Gén


3,4-25: Dios creó primero a Adán-varón y sólo después hizo surgir "de su costilla" a Eva, la mujer,
para "ayudarle" en la tarea de la vida y la reproducción. Lógicamente, en todo el AT, Dios se viene a
presentar como masculino, en sentido patriarcal: es Padre que origina la vida y es Marido que cuida
y acaricia, desde arriba, a su mujer-amada. Fijemos bien el dato. En esta perspectiva se
entremezclan las funciones de Padre y de Marido, haciendo que así surja una visión esponsal,
asimétrica, de las relaciones religiosas; Dios recibe forma-signo de varón y el pueblo entero es la
mujer, su esposa. En esta línea Dios mantiene los rasgos patriarcales y, por mucho que se diga que
no tiene sexo, viene a presentarse con supuestos rasgos varoniles: es cabeza-fuente de vida, en un
sentido creador y activo. La mujer, en cambio, es creadora, pero sólo de un modo receptivo o, casi
mejor, pasivo: ella se deja amar, acoge; en ese aspecto, está representada por María, que puede
presentarse como signo de la feminidad maternal de Dios que es el Espíritu Santo. Lógicamente,
muchas mujeres se levantan y protestan en contra de esta perspectiva, que acaba por segregarlas
dentro de la sociedad.

2. Hay una lectura igualitario-dualista: mujer y varón son iguales y distintos, situados uno junto al
otro, frente al otro, en complementariedad libre y creadora. Ni el varón es el activo ni la mujer es la
pasiva; ni el varón es cabeza ni la mujer es cuerpo. Ambos son personas iguales, que caminan y crean
unidos, en diálogo fecundo. Ésta es la postura que deriva de Gen 1,27, en que se dice: "Creó Dios al
hombre a su imagen...: varón y mujer los creó". Es la postura que mejor refleja el texto de la
creación, en el paraíso: Eva no es ayuda en el sentido de inferior o sometida; ella emerge frente a
Adán, de igual a igual, en diálogo de complementariedad creadora. Ésta es la visión que Jesús ha
reasumido de manera libre y creadora en su evangelio cuando alude al varón y la mujer creados ya
desde el principio como iguales, uno para el otro (cf Mt 19,4-8). Varón y mujer conservan en igualdad
sus diferencias y son, en cuanto tales, signo del misterio de Dios. Esta visión se encuentra cerca de
eso que podríamos llamar el feminismo de la diferencia, siempre que se entienda en forma de
complementariedad no agresiva: varón y mujer son diferentes, como polos de una humanidad dual;
así reflejan la misma dualidad divina. Si el ser humano es definitivamente varón-mujer, si esa
diferencia reproduce el misterio más profundo de su realidad, es lógico que el mismo Dios se deba
revelar de dos maneras: como varón, por Jesús-Hijo, que asume y eleva lo masculino de la
humanidad; como mujer, por Maria-Espíritu Santo, que asume y espiritualiza el aspecto femenino
de esa misma humanidad. De esa forma, en la unidad amorosa (no agresiva ni guerrera) del varón y
la mujer, de Jesús y de María, viene a realizarse la redención definitiva.

3. Hay una lectura mesiánico-personalista. Es mesiánica porque asume con seriedad el hecho de
que en Cristo ya ha llegado el reino, la nueva creatura: las cosas no se pueden seguir interpretando
como si todo siguiera igual en este plano del varón-mujer para los fieles de Jesús mesías. Es una
postura personalista porque define al hombre (varón-mujer) por aquello que logra ser, en un camino
de realización (de actividad y acogida) que le relaciona con Dios y con los otros. Ésta es, a mi juicio,
la línea que recoge mejor la novedad de la Escritura. Ciertamente, en un plano, varón y mujer son
distintos, pero, llegando hasta la hondura del creyente, al nivel de bautizado, se supera la antigua
diferencia: varones y mujeres pueden vivir y convivir como cristianos, es decir, hombres mesiánicos.
Podrán casarse y asumir la dualidad sexual como señal del gran misterio de la vida; pero ya no se
verán el uno como activo, el otro receptivo; ya no instaurarán por eso diferencias sociales. Al llegar
hasta la hondura de su ser no se definen más como varón o mujer, sino como personas capaces de
creer y realizar su vida en libertad. Pienso que en esta perspectiva de la nueva creación en Cristo,
donde ya no existen varones ni mujeres debe situarse el ministerio de la iglesia y la visión de María
en su apertura hacia el misterio trinitario. Ella no es la Mujer, como creatura femenina (pasiva-
receptiva), que acoge en silencio la voz de un Dios trinitario básicamente interpretado en forma
masculina (Padre-Hijo). Ella no es tampoco el Espiritu-mujer, relacionado en forma de
complementariedad frente al Hijo-varón. Esos simbolismos, que pueden admitirse en plano inicial
como camino de maduración de una humanidad todavía esclavizada por los elementos de este
mundo (cf Gál 4,3), deben superarse cuando llega el nivel de lo mesiánico, es decir, el surgimiento
radical de la persona en su apertura al misterio trinitario .

Conclusión

Padre, Hijo y Espíritu Santo no se pueden definir en términos sexuales de varón ni de mujer, aunque
el simbolismo de la historia haya fijado (temporalmente) los nombres masculinos para el Padre y
para el Hijo. Ellos se definen como encuentro de amor pleno donde cada uno da todo su ser y recibe
el ser del otro, de una forma que supera la unión de padre-madre-hijo de la historia. Ciertamente,
el Hijo de Dios se ha encarnado en forma masculina, es decir, como varón, por exigencias de la
situación social de aquel momento. Pero ese Jesús, que es varón, no se define ya como varón contra
(frente a) la mujer, sino como persona radical de Hijo de Dios en forma humana. Por eso, en la
hondura de su amor y de su entrega quedan identificados e igualados varones y mujeres, como ya
hemos indicado.

En este aspecto, debemos afirmar que Jesús no es asexuado en el nivel de carencia sino
suprasexuado: realiza su amor de tal manera que desborda el viejo plano de los sexos, en actitud de
generosidad paciente y creadora que se abre salvadoramente a todos los humanos. Por eso Jesús
no ha buscado una mujer que complemente femeninamente su redención masculina. En ese
aspecto no necesita ni siquiera de María. Jesús resucitado se halla, según eso, en aquella
culminación donde ya "no existe varón ni mujer" (Gal 3, 28). María, en cambio, se ha encontrado en
el camino, lo mismo que nosotros. Por una parte es madre-mujer mientras sigue el proceso de la
historia: en esa perspectiva ha dialogado con Dios en la anunciación, ha cuidado de Jesús y se
mantiene como signo de maternidad dentro de la iglesia (Jn 19,26-27). Pero, al mismo tiempo, ella
es persona total, es la primera persona de la nueva humanidad, como ya hemos indicado
previamente; en este sentido, ella no se define ya ni como mujer ni como varón, sino como creyente
en la profundidad de su apertura trinitaria.

(«Trinidad», Diccionario de Mariología, Paulinas, Madrid 1988, 1903-1921).

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