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LA~ NUEVA.'> CON~ll!l.

ACIONIL~

Tres rasgos inéditos c~rocteri;ean al pensnmicnto filosófico occidental del último tercio del
pasado siglo: postmodemismo, nuevas tecnologías y revolución del pensamiento moral.
El post111odm11s1110 se mn11ife.1t<i rri111cro en la órbita del arre, allá por lo$ sesenta, cuando
nuevos crc:1dorcs .1e rcbclaro11 rnnrr.1el gusto moderno por lo bien ;1,:1b:1do. A.1i despinzó, por
ejemplo, el cinc de Godnrd i\I e.J e Rcnoir o Hi rchcock. En las postritncrlns de esa década los
pensadores franceses Fouc.iult, Dclcule, Barthcs, Baudrilhud , Lyocard y Derrida delinearon fi.
losóficamcntc la nueva tendencia.
El bl.mco de sus .naques c1.1 d ·1);lrJdign1.1 moderno~. :111c.1 ñn di,cñ.1clo ror Jo_¡ pro1:1go11~I·
1as de la grJn n:vnlU< iún •·icntifo .1 '"°los \Í¡:lm xv1 y XVII <¡ne privilcgi.1h.1nin Gnlilm, Des·
enries y Newton al conoomocnin '~c111 itiro. Lm hombn·~ de la llu~1r.1citi11 lc .uladicron al mo-
dcmu mo un S<'\go m:is u1ópico e ideológico, al prc<licar una soc1cJ.1d h.mda en la cimcia que
pToi,'TCSJ ncccSJriJ e ili11111.1dJmc1uc; l' Hc~d profuml1zó en su c-opin1u hur¡:ués. En l.1 segun·
d3 mil ad dd XIX, Nicr1.~chc, prnfe1.1 Jcl po.cmmkmi<mn, ((1111b.11ib .11111dl.1 u111pia tlioumic.111·
do 13 razón cicn1ific.1, 111ic111r.1s Marx d111:1m11.1b.1 .1 l.1hur~Ul~f.1 capi1al i~1.1 .
La sombra de Nictzsclie, que planea durante todo el siglo xx, vino a colorear en éste el tran· . Introducción
sito de los últimos sesenta a los seten ca. Y;1 Jos jóvenes del 68, bauciz;¡dos por Godard como •hi· El paradigma postmodemo
jos de Manc y de In 1:oc11·cola" les li.1bian espetado scndo.1 «nocs" a Rusia y a USA. Oc modo si·
milnr Jos pensadores frn11ccsc1 recién cit.1dm cerraron el pnm¡,•1w~ 111.1rxistDy cambiaron la adora·
ción al viejo íuolo por el izquicrcliscamemc heterodoxo culto a Niemchc, que c1uusi.1sm6 de FÉLIX DuQµE
súbito J Ja 11ucv;1 juvcnmd. (De hecho, Foucault y Ddcuzc prolo¡¡aron la versión fra ncesa de la
nueva edición de h1s obm de Nietzsche preparada por los it:tl iunos Coll1 y Montmari.) Al com·
batir los rrincipios de la modemidad en general, los nuevos m3c$cros pensantes mcmctian de
paso contra l.u corri~nt« fr.111ccsns entonces \•igemes Todoi rc.:ordnmos cómo Robbe·Grillet y
La fase final de la guerra &fa (1968· 1991) ha sido por lo común
Fr:m,oise S.1gan minJ1on con •u nUl.'Vo modo de escribir novdas In literatum éticamente com· marcada como postmodemidad: un término tan difundido y de tan am-
prometida de Sartre, que habi3 b.1u117.ado a su fumosa revL•tl con d útulo La To11ps Modmza. Ale- plio espectro como difuso en su significado, para ~mpezar, porque su
gando que d hombre no es fuenre peoonal cr~ culturn, sino impersonal producto de ésta, los
nuevos maestros des'COnslruyeron con el eslogan •la muerte del hombre- el ideal moral de indi·
propia expresión parece v!vir de aquello qne e!Ja. m1s~a pretei;dia pos-
viduo •auténrico•, compartido por exim~ncialist-;is, maoosras y cristianos. terga,r, a saber, la. modermdad. En 1968, la conaeneta del caracter a~­
El tiempo estaba 111:1d1110 p.1ra la ap:uición de dos impomntcs maniliestos del postrnodcmis· surdo y suicida de la «carrera de annamento» (se calculaba que hab1a
1110 íilosófico. En /.Ji m11ili1·11f11 p11.11mridm111(1979) el francés Lyot:utl denunció la mentira de las entonces tres toneladas de TNT por cada habitante de la Tierra, gracias
GrJndcs HistonJs m:u:tinas y liberal!!$ y rroponia que cada cual eligiera a discreción su propia pe-
que1ia bistw ia. Al Mio siguiente, el c.m1dounidensc Ro1ty pregonaba en Lr1filn.i'!Jí1t.Y1:fop9'o de In11"- a armas de destrucción masiva que podrían aniquilar diez veces nues·
t11r.i!ez.t1 la c1ítica 1•adical .1 toda blisqtocda de fundamento ;1poy,\ndo.1c en d pe11samiento del "Se- tro planeta: ovcr/á!ling situation), que llevó en esa .fecha a la firma del ~r?·
gundo• Wittgenstei n y en la cesis de l¡i inconmensurnbtl1dad de p:11·acligmt1s propuesta por Kuhn ,,( tado de no proliferación nuclear; la guerl"'.' de V1e?1~m (q~e conclmna
despumar los scscn ta. Su conclu.11011 er.1 que esa búsqueda, i11;iusurad.1 por Pl:11ón y modernizada
por Descan~1, es pur;1 pérdida de cicmpo. Al escepticismo de Lyocard por los grJndes relatos histó·
con un atm isticio en 1973, tras haber arro1ado casi siete rntllones de to-
ricos él sumaba su .r,inti·fundacion:ifümo• o escepticismo m la búsqueda de fundamentos, sean neladas de bombas sobre ese martirizado pafs: tres veces más que en
causales o semánticos. El po.1unodemismo tiene en su haber la emancipación de las grandes ideo- toda la Segunda Guerra Mundial), las muertes violentas de Robert
logías de posguerra y la promoción de la filosofia d~ la diferenaa, de b cu~I se benefició el ferninis· Kennedy y de Martin Luther King, sjmbolos de la d.ef~ns a de lo~ dere·
mo. En contta suya hablan el soberano ndículo, evidenciado por Sok~I. en que ha incurrido su cri·
rica de la cienru y su poco fiable cap.1cidad para afi'onrar los d=lios del nuevo milenio. chos civiles en Estados Unidos. Todos esos acontecuruentos, mas - y
El paradigm3 postm odemo floreció en una epoca de crisis política y económica (decli•·e quizá sobre todo- la erosión dd ídeal comunista (supresión del expe-
de la Unión Soviética, c1fos del pctr6lco, guerra de Vietnncn, ascenso del fundamentalismo is- rimento checo de «socialismo con rostro humano»); toda esta brutal
lámico), sobre el pais:ijc global del desarrollo de lo que se ha venido en ll amar civilización
postindustrial o c:ipit.ilismo tardío, más Aexible e inteligente que d clásico, en el que irrumpen realidad sociopolítica produjo como reacción levantamientos, espe-
las nur:va.< tcwologíM de (a inform~ción, que va n del cibennundo a la biotecnología. cialmente de intelectuales y estudiantes, en casi todas las capitales del
Como botones de mucmn de la rcvo/11ció11 del pe11.1a111ie11/o tfti(X) baste citar a los estadouniden· globo (París, Berlín, Berkeley, Roma, Tokio): un movimiento tan eB· ·
~es Rawls, Nozick y ÜIVOrkin, al australiano Singer y al franc~s Levinas. Los dos primeros replan·
tcaron de raízc el pensamiento moral y político del liberalismo. El tercero ha reivindicado la recu·
mero como luengo en consecuencias que ha pasado a la historia como
peración de la filo.1ofia jurídica, para anaiizar a fondo con unÍi lucidez increíble problemas básicos «Mayo del 68». Por cierto, en nada es, desde luego, ajeno a todo esto el
de nuestra conducta pnvacla y pública. Singer ha liderado teória y prácticamente la campaña de que el 27 de ener~ de 1968 Jacq\Jes Derrida (1930-2004) pronunciara
liberación de los animak$. Y Levmas es el maestro dd nuevo perlOn~lismo ético-rdigioso.
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EL LEGADO Hl.OSÓFICO Y C IENTIFICO DEL SIGLO XX INTRO DUCCIÓN. S EGUNDA PAR.TE (l 971·2000)

en la Sociedad Francesa de Filosofia la seminal conferencia La dijférance, tos ideológicos de los editores». En efecto, el ensayo fue publicado y
así como que ésta apareciera ese mismo año en el volumen colecti· denunciado el voluntario fraude simultáneamente por Sokal. Sin em-
vo Teoría de conjunto, a cargo de la redacción de Te/ QJu~ con ensayos bargo, el escándalo previsto no fue tal. Por su parte, los «postmodernis·
además d e Barthes, Foucault, Kristeva y Sollers, entre otros. Hasta tas» arguyeron - con cierta razón- que «empedrar» fórmulas y térmi-
en los nombres se podía oír el entrechocar de las espadas: Les Temps nos científicos con nociones y giros postmodernos denotaba, además
Modernes, la revista de Sartre, se veía ahora arrumbada por otra que exal· d e una evidente fal ta deontológica, un ucambio de género y de catego-
taba el ensamblaje... de lo heteróclito. Si añadimos además que en 1968 se rías»: el a1tíclllo debería haberse enviado a una revista científica, y no
publican las dos tesis de Gilles Deleuzc: (l 925 ·1995), Diferencia y repeti- a una dedicada a las h umanidades. Sokal volvería a la carga tres ai1os
ción y Spinoza y el probkma de la expresión, queda bien asentada la fecha después, publicando un libro en colaboración con Jean Bricmont
de 1968 como inicio (todavía larvado, innominado) del movimien· (Fashúmable Nonsense; traducido como Imposturas intelectuales), en el que se
to postrnodemo. presentaban resümenes de intelectuales bíen conocidos que, según los
De todas formas, es obvio que la llamada apostmodemidad» exce- autores, abusaban pro dí>mo tle la terminología científica, produciendo
de con creces a su estricta justificación y teoretizac:Lón filosóficas, ya en su ignorancia verdaderos disparates (especiaLnente en el caso de La-
q ue se extiende por todos los campos del maltratado y vapuleado «es- can). Antes de ello, también en España tuvo lugar una controversia en·
piritu absoluto» hegeliano, o sea: el arte, la religión y la filosofia. So· tre profesores «rncionalistas» y filocientíficos, como .J. E cheverría y
bre todo en la arquitectura (por ejemplo, los edificios metaorgánicos, J. M. Sánchez Ron, y el profeso r Q Racionero (él mismo, como Eche·
de ángulos no ortogonales y superficies blandas de Frank Gehry, verría, un excelente conocedor de Leibniz y, por tanto, del espíritu cien·
como el Museo Guggenheim de Bilbao) y en las nuevas tecnologías tífico, aunque más abierto a los nuevos aires). La polémica (recogida en
artísticas, en las artes plásticas (desde los pastiches de David Salle y los Ciencia moderna y postmodemn., M adrid, Fundadón Juan March, 1998)
conglomerados de Juüan Schnabel a la expansión multiforme del mini- se reveló en defini tiva corno un diálogo de sordos. Como en el caso de
malismo, hasta desembocar en el reino ilimitado del diseño), en la mú- Sokal (con su dogmática pretensión de impedir el uso metafórico de
sica (de la silenciosa solemnidad de John Cage al minimalismo de términos científicos para ejemplificar teodas del campo de las «huma·
Michael Nyman) y en la crítica (critica[ theory} de los medios de comu- nidadcs»), cabe argüir falta de comprensión y hasta de in terés por el nú·
n icación de m asas; por todos estos géneros «de moda» se ha ido insi· cleo de la debatida cuestión (por ejemplo, confundiendo los «grandísi·
n uando esa difusa amalgama de corrientes, unida quiuí más por lo mos relatos» de la big science con los metarrelatos sensu lyotardiano).
que rechaza: Ja modernidad (entendida en suma como realización lai· Unn posición intermedia y mesurada es la ofrecida por Joseph Rouse
ca de los viejos ideales metaflsico-cristianos: la mutua conversión de (E11gagi11g Science, Ithaca, N. Y., 1996). Por lo demás, y como conclusión
los trascendentales «ente/u no/verdadero/bueno/bello» a cargo de la de esta contextualización histórica, es notable que, precisamente por
Tríada «Ho mbre/Ciencia/Estado»), que por lo que aporta: fu ndamen· su ubicua expansión, el movimiento p ostmoderno se haya ido convir-
talmente, una activa defensa (entre el nihilismo y lo lúdico) de la frag· tiendo de tal modo en una atmósfera común que está a punto de per·
mentación y la pluralidad. der toda delimitación m edianamente precisa: permea en efecto los
Significativamente, y a pesar de que siemp re cabe apelar a figuras movimientos feministas, desde los gender sludi.es de una S. Firestone
más o menos afines com o Tbomas S. Kuh n, Paul Peyerabend y D avid (tras las huellas pioneras de la semióloga Julia Knsteva) hasta Ciudy
Bohm, el ámbito de las ciencias ha sido en cambio más refractario a la Sherman o Barbara Kruger en las artes plásticas de agitación social;
entrada en él de la «atmósfera» postmodema, como se probó en el caso también, en el ámbito de las uuevas tecnologías, es justo destacar a
del profesor de fisica Alan So kal, que envió una parodia d e ensayo Donna H araway, con su revolucionario Simians, Cyborgs, and \%men.
cien áfico «postmodemo» (Transgrediendo los límites: Hacia untl hennenéit- TheReinvention ofNature, de 1991; cabe citar igualmente los movimien·
tica transformativa de la gravedad cuántica} a la infl uyen te Socútl 7ext (de tos en pro de la igualdad racial -o de lma ostentosa diferencia, según
Duke University), con la explícita intención d e ver si una revista acadé· se mire-, diseminado por entre las numerosas vertientes del Art oJ
mica sería capaz de «publicar un artículo salteado a placer de sinsenti- fdentity, o en p ro de los.derechos de los homosexuales, ejemplificado
dos, con tal de que: a) sonase bien, y b) correspondiera a los presupues· por el falo gigantesco de neón erigido por D an Flavin en el centro del

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El LEGADO FILOSÓFICO Y CIENTfFICO DEL SIGLO XX INTRODUCCIÓN. SEGUNDA PARTE (l 971 ·2000)

Guggenheim Museum de Nueva York en 1992: Untitlcd (to Tracy, to ce- misma resultaba negada, revolviéndose alborotadas todas las narracio-
l~/Jrate thc /mJe of a liftti1m), o, en fin, los diversos movimientos neo· nes y estilos en un puzzle siempre modificable, en un lúdico caleidos-
anarquistas y pacifistas que estan desembocando en la heterogénea copio en cada caso variable, como si las «formas de vida» defendidas
corriente de La antiglobalización, aún más difusa que la «condición post· por el «segundo» Wittgenstein y por Quine se hubieran tomado en si-
moderna». mulacms recogidos en múltiples rdatos, inconmensurables entre sí: el
Centrándonos ahora en el postmodernismo en un sentido algo (sólo vago «aire de familia» se transforma así en un juego vertiginoso de per·
algo) más estricto, es notable que hubiera que csper:1r a 1972 para que mut;"tciones ele 1·oda.~ las épocas de la histo ri~ y todos los estilos de Iris
1:1 postmodcrnid;1d tomarn , por así decir, conciencia de sí misma me· artes, llevando al paroxismo d consejo de Nietzsche sobre el «baile de
diante el (re)descubrimiento de su nombre, la publicación de sus ma- disfraces de la historia» (Gianni Vattimo, nacido en 1936, insistirá en
nifiestos y la difusión de sus propuestas teóricas. Significativamente, si- este punto).
guiendo de algún modo la recuperación adorniana (en Teoríatstética, 1970) Por otra parte, y aunque sería injusto encuadrar su quehacer teóri·
del arte como acicate de la política (pero en dirección bien distinta co dentro del «postmoderl1'ismo>•, sin más, es digno de mención que,
de 1a «estetización de la poütica» de los fascismos, denunciada por en ese mismo año de 1972, publicaráJacques Derrida dos obras tan re·
Benjamin), fue en el ámbito de la cótica de las artes plásticas, de la ar· vulsivas como (anti)fundamentales: La rlissém.mation y Marges de la phi-
quitectura y de la literatura donde resurgió aquella expresió11 (el tér· losophie. Dos aiios después vería la luz el «antilibro» -no tiene princi-
mino ya había sido usado, entre otros, por Federico de Onís en 1934 pio ni final, al menos en sentido convencional- Glas, en donde
y por Toynbee en 1939: len este caso, para anunciar el final de la era Hegel, el gran fil ósofo esencialista (al menos en las interpretaciones
modema y burguesa!). Con todo, viene considerándose como «punto ortodoxas), era abierto en canal y confrontado página a página con el
de partida» del posonodemismo la irónica esquela necrológica de desvergonzado - y profundonovelista Jean Genet. De este modo queda·
Charles Jenks, con ocasión de la voladura del conjunto de viviendas bao peraltados dos rasgos característicos de todo postrnodemismo: el
Pritt·Igoe, construido «racionalmente» -de acuerdo con el rígido pa· f111tíjundaci.onalismo y la transgre.1ión de /.os géneros.
radigma del «estilo internacional», capitaneado por Mies van der Rohe Por último, y como nueva ironía, este movimiento, que pretendía
y Le Corbusier-, pero (quizá por ello mismo) inhabitable y repudia· ser no tanto un período histórico entre otros, cuanto una inédita for·
do por sus «beneficiarios": marginados e indigentes. Jenks juzgó así tan ma de ser o condición (según señalaría Lyotard), es más, que quería aca·
destructor evento: «La arquitectura moderna murió en Sai11t Louis, bar de una vez por todas con la Historia, desparramándose sine die y
Missouri, el 15 de julio de 1972 a las 3 horas y 32 minutos de la tarde.» como en una inversión retro sobre múltiples pasados considerados (to·
Simultáneamente, y de manera independiente, el arquitecto Robcrt dos ellos, contemporámos con la postmodernidad, que sería así la única,
J. Venturi y su taller publicaban una obra tan decisiva como hasta en· verdadera y perpetu;'I «edad con-temporánea»), puede darse por finali-
tonces inconcebible para la ortodoxia «progresista», Aprmdícndo de L({.S zado a partir de 2001 (tras un largo interregno de diez años, de la pri-
~gas, mientras que, un año antes, el crítico Ihab Hassru1 anunciaba en mera Guerra del Golfo, coetánea con el derrumbamiento de la URSS,
la revista Bormdary 2 la expansión triunfante del postmodernismo lite- al atentado a las Torres Gemelas de Nueva York y sus secuelas: la inter·
rario, ejemplificado certeramente en la ya citada revista francesa Tel vención en Afganistán y Ja i.nvasión de Irak). El arrogante «imperialis-
.Q].tel. El nuevo «movimiento» estético dirigió sus ataques contra el fun- mo democrático", propulsado por los neoconscrvadores americanos
cionalismo en arquitectura, el formalismo en pintura (especialmente (donde un integral Sarnuel Huntington desplaza - con su «llamada a
en su vertiente más «pura» y casi mística, De Stijly el expresionismo abs· filas» del americano blanco y protestante- por obsoleto al liberalFran·
tracto), el nouvcau roman (aplicación del estructu.ralismo en la literatu· cis Fukuyama, con su anuncio del advenimiento - tan breve- del.fin
ra) o el dodecafonismo atonal de Schi::inberg y Webem, mientras que de la hútoria); los retos de la globalización, en donde los capitidisminui-
se celebraba a John Cage como el gran impulsor del postmodemismo dos Estados nacionales sirven de soporte y hasta de «materiales» de
en mú.<;ica. De ese aspecto «destructor» surgiría algo que cabría caracte· construcción para el nuevo Orden del Mundo (eJ Empire, de Negri y
rizar como un paradójico ultrahístoricismo; paradójico, porque, a fuerza Hardt); la consiguiente- expansión mundial de Telipolis y su disemina·
de diseminar la Historia en historias - y hasta en swrics- , la historia ción en conurbaciones que merecen ser consideradas como Mépolis, la

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EL LEGADO Fll..OSóflCO Y CIENT ÍFICO DEL SIGLO XX INTRODUCClÓN. SEGUNDA PARTE (1971-2000)

«No ciudad»; el problema crucial de la alteridad (ad intra, el inmigran- en su presuntamente inacabable final, como «lógica del capitalismo
te; ad extra, el llamado «terrorismo internacíonaJ,,, llamado también él tardío», según la conexión establecida por Fredric Ja.mesan (1936) a fi n
a ocultar el otro terrorismo: el estatal e imperial); y, en fin, Ja revolución de «corroerlo» por dentro como una gangrena nihilista, ya que, tras el
biogenética que aguarda tras pasar la puerta deJ ya descifrado genoma fin del colonialismo, de la soberanía de los Estados y del «Ímperialis·
humano (sobre los dos últimos puntos, véase «Introducción (II)»): todo mo del significado» (tres acontecimientos más vinculados de lo que pa-
ello es señal de que la variopinta, debole y juguetona upostmodernidad,, rece) no habría ya afueras: ni espacial ni temporal ni textual. Y al no ha-
ha durado, en su apogeo, escasamente veinte años, languideciendo pe- berlas (una época extrañamente «ilimitada» en su interior, sin «nada"
rezosamente, como una coda, en el último decenio, para estallar final· externo a ella, como el Ser de Parménides), también la supuesta «reali·
mente en una voladura mucho más pavorosa y siniestra que la del con· dad externa» (externa, claro está, al sujeto, al Yo moderno) habrá de
junto de viviendas del extrarradio de Saint Louis. Treinta años. Parece quedar literalmente m entredicho, sumida en el marasmo del entrecruza-
que fue ayer. miento de relatos y de estilos, en Jos que el propio ser humano se re-
Una vez establecidos los límites temporales ele un movimiento in· fracta y fragmenta. •
manente que pretendía piétiner sur place (aunque al fin resultara más Así pues, fin del primado de la Identidad (y por ende, de la lógica
bien un peügroso «patinar sur glace, sobre el hielo), parece conveniente matemática; ya vio el lector cómo el «segundo» Wittgenstein ponía
entrar en el postmodernismo por la vía temática, no sin advertir de en- igualmente m entrcdid10 al primero); fin del Sujeto, esa extraña entidad
trada un hecho que seda asombroso si no estuviéramos acostumbrados moderna, trascendental (el Yo de Kant y Ficbte) o metañsica (el Espírí·
a ese juego de negaciones; en efecto, al igual que ningún «existencialis- tu hegeliano, manifiesto en una objetividad engendrada por su propia
ta» aceptó ser clenonilnado así Qaspers y Sartre sólo toleraron el califi- con tradicción dinléctica); fin - se veía venir- del Hombre, es decir, de
cativo dura nte un corto tiempo), del mismo modo buscaremos en una presw1ta 11mumfeza humana como zócalo de la Historia y de la Cul-
vano una figura filosófica que se tilde a sí misma de pensador «postmo- tura (y garante también, obviamente, del sentido de toda Declaración
derno»: Jean· Frarn;:ois Lyotard (1924-1998) (fue él guien introdujo de Derechos Humanos que no pretenda ser absurdamente reduccionis-
explícitamente la deno111im1áón de or~r;c11, en 1979) acabó renegando de ta por irenismo ecuménico, en plan: «hombre es no ser ni blanco, ni
nombre y hasta de concepto; y con razón: salvo el interregno de fina- negro, ni protestante, ni budista, n1 europeo (...J; o sea, hombre es no ser
les de los sesenta y principios de los ochenta, su atención al arte de van· nada de lo que uno cree que hace al caso "hombre"»); fin de la Natu·
guardia, sus «derivas» de M;1rx y Freud ;1 pa rtir de Wittgenstein (iy de rn lcz;1, pues que ahora es el simularro: el modelo o pattem electrónica·
Aristóteles, con b cquivocidad de bs «categorí:is,,!), y, sobre todo, su mc111e gestado, d que a su vez genera. srgrega realidad; fin de la Histo-
obsesión fina l por la «justicia" lo acercan más al tardomodemismo de ria -ya nos hemos referido a ello-, en cuando diseminación del
un Habermas -su contrincante inversa mente proporcional y, por otrora Universo en un mu!tivcrso de historias diflci lmente conmensura-
ende, implicado en la misma constelación- que a las metamoffosis bles entre sí -y menos, axiológicamente d asificables-; en canse·
lúdicas de W. T. Anderson, con su sonada obra Rr.ality lsn 't What fi Used cuencia, fin del privilegio del historiador clásico &ente al antropólogo
To Be («La realidad ya no es lo que era»), de 1990, y publicada para col- {ahora, «cruzado» de sociólogo, éomo Clifford Geerz) o al «orrtólogo
mo en San Francisco, con un subtítulo revelador de la panoplia del del presente», de tector de distonías y heterowplas (M. Foucault, M. de
merd1andisi11g postrnodemo: «Teatralización de la política, Religión Certau). Al fondo, naturalmente, el fin o la muerte de Dios o, m ejor,
lista·para·llevar, mitos globales, chics primitivistas, y o~ras maravillas de toda creencia en un Fundamento y Verdad Absolutos. Fin, por tanto,
del mundo postmoderno» (véase al respecto mi Filosofia pani e/fin tle los del clichiHegel, el Emperador del Pensamiento. Incluso la tardomoder·
tiempos, 2000). na tripartición de los ámbitos del saber: Ciencia, Ética y Estética (de·
Como todo pensar -y éste, en particular- es un «pensar en con· fendida por Weber, no sin el regusto kantiano de las tres Críticas) ha·
tra», procede que empecemos preguntándonos por aquello de lo que bría de ser sacudida en sus cimientos (o, más bien, privada de toda ci-
reni.ega el postmodemismo, a saber, de la modmzidad (adviértase que, a mentación), aunque, como se ha visto, el postmodemismo parece
pesar del mal prefijo post-, este movimiento «patinador» no pretende haber logrado esos Qbjetivos «emancipadores» sobre todo, y casi exclu·
salir o escaparse del mundo moderno, sino instalarse parasitariamente sivamente, en los vastos y ramificados terrenos de Ja estética.

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fü LEGADO l'ILOSÓl'ICO Y CIENTIFlCO DEL SIGLO XX INTRODUCCl(>N. SF.GUNDA PAR.TE {197J.2000)

Si ahora nos preguntamos, avcntur~ndonos a mayor precisión, por distribución de merc.rncías. Simultáneamente, consideración
el par(l(/ignu1 posrmodemn, es decir, por los r:isgos comunes, no sólo a las de las llamadas «socicd;ide.~ avanzadas" no tanto como <•postin-
diversas corrientes filosófic:is contemporáneas (salvo, como era de es- dustriales,, cuan to -Guy Débord díxit, ya en 1971- como
perar, en la ttlosofla analítica - fi locientífica-y en la ética discurs~va «sociedades del espectáculo». Ya se sabe: There is no bu.iiness like
de Habermas y Apel), sino también a la teología, a las artes, a la crítica Jhow business. Con ello, paradójicamente, se invierte sin embar·
cultural, de ••género», tecnológica, etc., cabría señalar como tal, del go el presupuesto: ahora es la vida social en su conjunto la
lado negativo, la dl'sco1rfir111w a rnrln 111l'larrt'lr1rn (según el fumosí.~i mo q ue 1·sp1·r111ml11m11·11t1• rC's ul t;1 m11111mrlifil'rl, "111cn.:antilizaua» (cfr.
dic1w11 de Lyot;1rd) y, <ld positivo (si pucJc h;1blarsc así), el tk/Jilittu11icn- E Jamcson, que ve al postmodernismo como La lógictt cultuml
to de todo mjeto y fundamento (ya no meramente humano, sino tm~b i ~n del capiütlismo ltlrdío, o el geógrafo David Harvey y el sociólogo
estructural), la pro!tjeracián de diferencias (o mejor, de diferendos, d1flcil- Manuel Castells).
mente conciliables y hasta incompatibles entre s0 y, como centro y nú- 3) Ex;iltación crispada del cuerpo (¡ianisismo), de su salud, su «me·
cleo de todo el postmoc.lemismo, la caída e.le In re¡m:se11tacimw!itl11tl y, con jora.miento» dermoestético y su modificación plástica, hasta el
ella, de la distinción tajante entre realidad y ficción, entre original y co· extremo de llegar a confiar (en una nueva paradoja, que acaba
pia (¿fin del platonismo ?). Por ende, exaltación de la intertextruúidad por invertir el presupuesto) en una futura y completa «sustitu-
(por el lado norteamericano, ello se concreta en la defensa neoprngrná· ción,,, sea por una exasperación del principio qborg(como es el
rica de la constmcción social de la m1/idad). caso del ingeniero Hans Moravec, que propugna un «abando·
Por lo demás, el paradigma se despliega (sin ánimo por mi parte, ni no» del cuerpo - tan débil y fofo- por un hardware tecnológi-
posibilidad, de ser exhaustivo) en los siguientes rasgos: co monta.ble y desmontable ad libitmn, y por ello más adecua·
do -¿parn qué?-y duradero) o por los todavía no muy escn1-
1) Culto a un elástico presente absoluto, pero virado antil1egelia· tablcs senderos ele la biogenética (al respecto, «clonació1w es la
namente de un modo paroxístico y hasta paródico, adecuando palabra que fascina y aterra a 13 vez).
pasados no entrelazables entre sí - sobre todo p~r la ir~pción 4) Estetización de todas las formas de la vida social y del entorno
del mundo postcolonial y de las llamadas «naciones meden· (cada vez menos) «natural», por med1o del desi.gn, de la ya ci·
tas>1-- y sin futuro anticipable (ni empírico, ni trascendental); tada promiscuidad de las distin tas manifestaciones artísticas
fin, pues, de toda Historia, con sus limites -al menos teórica· (adiós al hegeliano, y canónico, «Sistema de las artes», con la ar-
mente- definidos de origen (denostado ahora como «mito,, y quitectura como base y la poesía dramática -el teatro-- como
«nostalgia») y de final (igualmente denunciado como «teleo· cúspide), y de Ja entrega general del arte al merchandi'sing, sea a
escato-logía·etnocentrista»); todo se convierte de algún modo través de galerías o de encargos oficiales (el llamado «arte públi·
en déja vu (es el «egipcianismo» de la cultura reciente, según la co», cuyas fronteras se ablandan hoy hasta fundirse con el gla-
expresión de Mario Perniola). Un rasgo este (que podríamos lla- 1~our de los «parques temáticos»). Consecuencia de ello es, ob-
mar «pulsión de repetición») propiciado por las modas (camp, viamente, no tanto la pérdida, cuanto el regreso paródlco, vo-
retro .. .) y por la programación televisiva. La consecuencia in me· luntariamente irrisorio y agresivamente chocante, del «aura»
diata de ello es la desconfianz.a ante todo pensamiento utópico (cuya pérdida había celebrado Baudelaire y justificado Benja·
y todo afán revolucionaría, tildado incluso por estos ingratos min: ambos, ahora, irremediablemente «modernos»). Ejemplo
«hijos» de Marx de «totalitario». De ahí la alegría de los postmo· «señero» de esta fusión ldtsch será la famosa Piazza d'ltalia, dise-
demistas por la Caída del Muro berlinés (1989), vista como el ñada en Nueva Orleans por Charles W. Moore.
fin, no sólo del «socialismo real», sino de toda tentación cosmo- 5) Hiperconservacionismo o «maJ de archivo» (Derrida dixit): an-
politay universalista. Claro que el gozo fue bien e6mero. sia de conservar todo documento, toda expresión --como
2) Privilegio de la lógica de la información y del intercambio de COJTesponde a una condición que ha dejado de creer en d pasado
signos, fomentado por la expansión de la red Internet, justamen· a fuerza de guwdar sus manifestaciones-. De ahí el auge de la
te en los años ochenta-, frente a la lógica de la producción y industria del vídeo y de la telemática, aplicada a museos, archi·

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EL LEGADO FJLOSÓFICO Y CTENTfFICO DEL STGLO XX lNTRODUCCl(>N. SE.GUNOA PARTE (1971-2000)

vos digitalizados, cementerios («jardines de paz» interactivos), y escritura, sustitución de los estilos clásicos -suelto, reseña, artículo, Ü·
'ahora ya expandida ad nausearn en las u1contables páginas web. bro, enciclopedia por una deriva ca.si logorrcica, trufada de citas y mez·
Consecuencia de ello es -como ha visto certera, pero un tan· dada de textos, de lenguas y de signos). Tales son seguramente los ras·
to exageradamente Baudrillard- la pérdida de tod.o dis.tanci~­ gos más sobresalientes del postrnodemismo, del cual pueden señalarse
miento histórico y de toda expectativa de futuro, bien e¡empli· en conclusión dos grandes enfoques o vias, cada una adscrita a un país
ficada por el «tiempo real» (coincidencia de la ocurrencia, de su y a un área de influencia: por uo lado el postmodernismo norteameri-
registro y de su archivo, con io cual ya no hace falta pregw1ta~· cano, que insiste en el rclativimto cttltural y en la construcción social de la
se por su presunto significado). Todo ello desemboc~, e'~t­ realidad (time is no God~r eye standpoint, según Ja lapidaría sentencia de
dentemente, en la ya citada «defunción» de la Idea de Histona Hilary Putnam); por otro, el continental y, más espedficamente,.fran-
Universa!. cés, considerablemente más especulativo (algunos dirían, más bien, abs-
6) lntertextualidad y, al extremo, caída de la distinción entre signo truso) y con un fuerte componente nihilista (de corte más bien «tene·
y referente, tanto por ~esplazamiento -:-i~s idioso y d~mora· broso» y «escabroso», tras las huellas de Bataille y de Blanchot; o, en
do- de éste en el intenor de la cadena significante (il n y a pas cambio, «lúdico», «jovial» y propio de un «Sísifo feliz», como el repre-
de hors-texte: Derrida), como por ser el innombrable y místico sentado hasta hace poco por Gianni Vattimo). Dos vías estas, a su vez,
«afuera» negro del pensar (toda una corriente neonihilista, que poco compatibles (como conviene por demás a toda manifestación
arranca del ily a de Levinas-Blanchot y llega a Foucault y De- postmoderna) y a las veces política y religiosamente enfrentadas (sobre
leuze). En el respecto de la tecnología d~ la c?munica~ión (al todo desde el lado americano, que, siguiendo las denuncias de Allan
· fondo, Marshall McLuhan), el hipertexliJ ha sLdo considerado Bloom, achaca el «declive» de esa Nación a la influencia deletérea, a las
como excelente ejemplo de esta caída conjunta del refere~te malas compañías de los &anceses).
«externo» del autor «intemo» (más allá incluso del foucault.Ia· Desde una perspectiva más propia de la historia de la filosofia, el
no «orde1~ del discurso») y hasta del texto como unídad cerrada postmodemismo -en general, y por doquier, un antihegelianismo, in-
y con sentido propio y exclusivo (puesta en solfa del «libro» por cluso y sobre todo en aquellos que se empeñan en leer y entender a
parte de Blanchot y Derrida -en su ya citado Glas-, entre Hegel de otra manera, como Michel Foucault (1924-1986)- puede
otros). Ahora, los textos - servidos electrónicamente-- amena· gloriarse de encontrar sus ancestros en un triple frente: los «filósofos
zan con convertirse en centones de citas y en coOag~ mal que de la sospecha,, (Marx, Nietzsd1c y Freud); los dos grandes «enterrado-
bien ensamblados, como sabe todo «navegante» por Internet y res»: el uno, de la lógica como exacta reproducción figurada (y hasta
todo confeccionador de artículos y conferencias. Mejor que de producción configurante) de la realidad, Ludwig Wittgenstein; el otro,
«autor» habría, pues, que hablar de un más o menos hábiI mez- de la metafisica (tildada de onto-teo-logfa), Martin Heidegger; y, en fin,
clador. Y, por lo que hace al «lector», éste podría con".ertirse en el pragmatismo norteamericano (por·definición, antirrcferencialista).
un buscador «constituido», a partir del buscador «constituyente"! Todos ellos coinciden al menos en el facto r clave y distintivo del post-
que incita al primero a realiza: el apotegn: a goetheano: ':Sa modemismo: la desconfianza ante un Fundamento y, por ende, un
quieres alcanzar el infinito, carmna por lo finito [por la entretzen O rigen absoluto (Heidegger habla de w1 «inicio» del pensar -ahora
irifi,nie, añadiríamos ahora) en todas direcciones.» periclitado- y nos incita a preparamos para otro «inicio»), ya sea pues-
to éste en Dios, en el Hombre, en el Ser (pues no hay que olvidar que
En resumen: estanca:mie11ro del tiempo (y paradójico «fin de los tiem· el Heidegger «maduro» despide al ser del ente, en busca del Seyn irres·
pos» por la diseminación de historias teleológicamente incompatibles, pecto, que al final resulta incluso «crucificado»: tachado en aspa de
pero susceptibles de ser simbólicamente ens~~bl~~as de mú~tiples ~ar­ San Andrés, como kéntron o incisión irradiante del Geviert o Cuadratu·
mas), lógica del espectáculo (y paralela mercan~zaa~n de la ~~da social, ra), o en la Naturaleza o Realidad.
con la dífuminación de &anteras entre traba;o y ocio), naraszsmo c01po- Por lo demás, puede trazarse grosso modo una genealogía (centrada
ral (cybergológico o biogenético), hipenxmseruacionismo e in~ertatual.i­ en tres «gerieracíones¡¡) que muestre la deriva y progresiva radicaliza:
dad (en los mass media, implosión de la acnialidad por saturación; en la ción del pensamiento tardomodemo, hasta desembocar en este difuso

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fu.LEGADO FILOSÓRCO Y CIENTÍFICO DEL SICLO XX INlllODUCCIÓN. SEGUNDA PARTE (1971-2000)

- y hoy, según lo dicho, casi periclitado, entre el éxito y la amenaza forma pública, a partir de Caminos de bosque, en 1951). Pues bien, y para
imperial- movimiento o condici6n. En la «primera generación» ten- empezar, cabe deducir sin demasiado esfuerzo (como segunda genera-
dríamos de un lado a los augustos ancestros decimonónicos : Marx, ción, o «padres» del postmodemismo, a la vez recusados y reconocí·
Nietzche, Freud, tres grandes alemanes Oos epígonos radicales del post· dos, como compete a todo buen padre) de Marx, Nietzsche y Freud la
modernismo postrero hablarían segura y despectivamente de elJos como gran familia estructuralisra; respectivamente, Louis Althusser, Michel
Dead White Mm, por más que dos de ellos fueran judíos, el otro se fin· Foucault/Gilles Deleuze, y Jacques Lacan.
giera polaco con tal de no ser alemán, y los tres acabaran en el exilio), El primero, Louis Althusser (19 18·1990), de conformidad con la
proclives a la «sospecha», a saber, Ja sospecha de que d Hombre sea el tensión contradictoria ínsita en general en el estrucruralismo (a saber,
Centro y florón de la creación: señor en su propia casa, y encima orde- derribar de w1 lado al Sujeto humano de su presunto centro de control
nador, clasificador y -en suma- vencedor de la Naturaleza, a la que y dominio, pero instaurando en su Jugar a un Sujeto aún más rígido,
primero mejora y luego reemplaza con el poder de sus técnicas y de aunque acéfalo: el orden de las Prácticas discursivas), se propuso «lim·
sus lenguajes, cada vez menos «naturales». Del otro, a los pragmatistas piar» al marxismo, primero, de todo cscizciali.rmo, es decir, de su reduc-
CW. James, J. Dewey, Ch. S. Peirce), los cuales supieron «sospechar» ción a un solo fundamento inquebrantable. En este caso, obviamente,
también del otro gran respecto: la Naturaleza, o sea, la Realidad, expre- se trataba del dete1minismo economicista 0a teoría de la infraestructura,
sada en y refléjada por un conjunto de proposiciones verdaderas, es de· frente a la superestructura ideológica, en cuanto «reflejo» de la prime-
cir, que constituirían su reflejo (como en el libro del epígono actual del ra). _Y, en segundo lugar, quiso igualmente desechar de él la inconse-
movimienro, Ridiard Rorty (1931) y su Philosoplry and the Min-or of cuencia de poner tácitamente al servicio del "hombre» y su «progreso»
Nature, de 1979, muy significativamente surgido al mismo tiempo que el ese mismo economicismo. En SLm1a, el marxismo sería explícitamente
pendant francés, La condition postmoderne, de J. F. Lyotard). Hombre y economicista e impllcitamente humtlnista. Contra este doble &ente
Naturaleza, que es como decir los herederos «seculares•, de la famos a proclama Althusser (Para leer El CapitaO al marxismo como «ciencia» es-
distinción metafísica: Pensar y Ser, son ahora -como en una tenaza- tricta, exploradora del «continenre Historia", viendo a ésta como un
puestos en entredicho desde las dos orillas del Atlántico. Y en el otro proceso sin sujeto (sin darse cuenta de que, de ese modo, convertía a la
gr311 respecto, que tentados estaríamos de calificar·como cópula o vín· Historia en el verdadero Sujeto). Por otro lado, su rechazo de la «teoría
culo de los extremos «Hombre·Realidad», los grandes debeladores de del reAejo» le llevó a reexaminar la «ideología" como una fuerza anó·
ese vínculo, a saber, el lenguaje, sea en su vertiente «técnica» y artifi- nima que configura la conciencia humana y que está embebida en las
·cial, sea en su hinchazón «metafisica». 'Wittgenstein y Heidegger prácticas materiales de los «aparatos ideologicos del Estado», gozando
coinciden en aplicar una drástica 111edicina 111entis contra el mal uso del así de una «autonomía re l,uiva». La tarea del marxismo consistiría
lenguaje: el uno, reconociendo -no sin ironía- que el lenguaje, de- -como ya se apuntara en el Manf.fie.rto del Partido Comunista de 1848-
rivado de las distintas «formas de vida», y considerado en su uso, no en e.n forzar a los hombres a que dejaran de verse como agentes autocons·
.sU significado, está bien como está, y que lo verdadera actividad filosó· cientes, como Sujetos, haciendo ver el modo en que los procesos ideo-
fica consiste en guardar esa «franqueza», limpiando toda excrecencia lógicos los configuran. El problema está en que, de este m odo, la bási-
por exceso de exactitud. El otro, desconfiando de la apariencia mostrenca ca distinción entre «ciencia» (lo verdadero) e «ideología» (Jo contami·
de !as palabras y «buceando» en la composición de éstas y en su e.timo- nado y difundido por intelecruales al servicio de la clase dominante)
logía, hasta hacerlas desbancar de su prejuicio «represemac~onali sta», parece paradójicamente diluirse en un.funcionalismo como el de B. Ma·
mas no para nombrar entidades superiores y más «verdaderas», sino linowski o, aún peor, al «conforrnisino» del peor Hegel: pues analizar
para romper todo mito de origen prístino. los resortes que mueven a la sociedad capitalista equivaldría a sostener
De acuerdo con esto, los precursores del post1'nodernismo habrían que está bien como está, una consecuencia inesperada que acerca a
sido Marx, Nietzsche y Freud, de un lado; Jam ~s, Dewey y Peirce, Althusser al «segundo» Wittgenstein (en su caso, por su alabanza al len·
de otro lado; y como factores «vinculantes", tendríamos al «segundo» guaje ordinario). De modo que el «orden del discurso» sería de tal modo
Wittgenstein y a Heidegger (también, preferentemente, en su erapa tardía: inmanente a una ideojogí~ que no seda posible luchar contra él dentro
en st1s clases, a partir del tin::il de los años treinta del pasado siglo, y de de ella. No es extraño que Althusser tuviera serios problemas con el

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EL LEGADO FILOSÓFICO Y CtENTiF!CO DEL SIGLO XX INTROD UCCIÓN. SEGUNDA PARTE (1971 ·2000)

Partido Com unista fran cés, por más que asegurara que la economía es sible escapar ·d e la b urbuja tardocap italista y de su «lógica cultural»,
determinan te «en última instancia». ¿desde dónde vislumbrar la entera Historia - en la que Jameson sigue
Posiblemente sea Fredric Jarneson el inconfeso y quizá insospecha· creyendo- como u na sucesión de «episodios vitales dentro de una
do «sucesor» de Althusser, ya en la tercera generación: In propiamente sola y vasta trama (plot) inacabable» (Thc Politi.cal Unconscious, de 1981)?
postmodema. Juntamente con el geógrafo David Harvey (de quien se ¿y cómo seguir sostenien do, al viejo estilo, que hay que pasar del rei·
recomienda su excelente The Condit.ion ofPostmodemity, de 1990), cabría no de la N ecesidad al de la Libertad? Es verdad que Jameson se acoge
contraponer al filósofo y crítico marxista a esa especie de «Althusser» al componente tJ.tópico que segün él -en cua nto vehículo cultural-
liberal que es el teórico de sistemas Nicklas Luhmann, defensor de los impregna todas las ideologías, siend o -dice- tarea del crítico dejar
«Grandes Sistemas Técrucos» (GTS). En su contund ente Postmodemism en libertad ese com ponente, en cuanto «inconsciente político», pero
(1991), Jameson tilda a este movimiento (a pesar de sentirse él m ismo (dónde hacer p ie en esta vertiginosa hipcrhermenéutica, si el critico
inmerso en la postmoderrudad) de mecani.smo de compcnsaci6n para los mismo cst:.í ya inmerso en el espacio postmoderno y afectado por sus
ind ividuos parcelados, troquelados y articul,1dos seglin los GTS: la bu· categorías culturales?
rocracia (ahora, crecientcmente supraestatal), la indus tria, el tráfico y Otro descendiente lejano del marxismo (por una parte, mucho más
- diríamos con termino logía actual - todo lo rehitivo a «investigación alejado de él que Jameson; por otra, empero continuador suo modo de
y desarrollo" (! + D). El postmodernismo tiene como runción hacer Marx en sus análisis sobre el v:ilo r -y el fetich ismo- de la mercancía)
creer a tan capitidisminuido y constituido «Consum idor» (un «sujeto», es el sociólogo Jean Baudrillard (l 929). Influido igualmente -como
pero sólo en el sentido de r.rrar ftin St(/Í:fn a GTS co mo Neo a Matrix) no podí~1 ser menos- por el estructu ralismo (al menos en Francia, los
que él iJén tico y autotransp:irente a si, y que posee libertad de elec· filósofos postmodernos pueden ser co nsiderados también como pos-
ción de com petitividad y de exp resión (en u na p:ilabra: el sueño ame· tcsrmclumlisras, aunque ambos conceptos conserven matices distintivos
ríca1~0 del «individualismo»). Y si n emb:lfgo, d «criticismo d ialéctico» en cada caso), Baudrillard pretenderá articular de nuevo aquella «lógi·
de Jameson jusrific:i con creces su inserción dentro del postmodernis· ca de seducción» basada -y ésta es la intelección capital del sociólogo
mo que él, en su carácter a/imante, critica. En efecto, su pensamiento fra ncés- en que el aparato de «Significantes» desplegado por el capita·
es antisistemárico y an timctafisico, se niega a utilizaJ juicios morales üsmo y la «realidad" mediática a su disposición ha creado un nuevo r;-
(«mo ralizantes», más bien, al viejo estilo de la crítica de la ideología) /.ual (a diferencia del primitivo, a cuyo supuesto «encanto» sucumbe
con era el arte y life style actual y en abso lu to tiene a la ciencia (como nostálgicamente Baudrillard, de la man o de Levi-Strauss), un ritual de
Althusser, por más que fuera en su versión estructuraüsta) por celoso manipulación del co nsurnidor que simttltl y suplanta a la «realidad»
depósito de la verdad, inmersa como está eUa - en cuanto tecnocien· (véanse sobre todo sus análisis de la sociedad estadounidense en América,
cía- en la red del mercado m undial y del capital multinacional. Sus de 1987), forjando un espacio cuasi o nírico: la hiperrealidad, en la cual
críticas -apoyad a en minuciosos análisis de films y otras manifesta· se disuelve todo lo palpable, todo referente aislado, como en una pesa·
ciones culturales - a la utilización d el postmodernismo son certeras: dilla del «espíritu absoluto» hegeliano. Im portante es también su da·
acusa a éste d e pastiche (recuérdese la ya citada Piazza d'ltalia), de esq11i- sificación de las cuatro especies de «objetos,,, según su valor: junto a
zofiwia, de aprovechar el omnipresen te conscrvacionismo ultrahistoricis· los conocidos «valor uso» («funcional») y «de cambio» («valor econó-
ta para fomentar vacías imágenes de nostalgia y, en fin, de propagar mico», según las tendencias del mercado), Baudrillard añade (por el
una sublimidad histérica en virtud de los «increíbles» éxitos de las nuevas lado positivo, diríamos) el valor debido al «in tercambio simbólico» (ar-
tecnologías, generadores de n uevos «retos ante el futuro». Es esta alían· bitrario, y calculado en relación con otros sujetos), tal como - siguien·
za non sancta de la tccnociencia y el postmodernismo (que recuerda, do a M. Mauss y su Ensa_yo sobre el don- se darla éste en las mal llama·
pero como d istorsión alienante en am bos extremos, la distinción ha· das «sociedades primitivas», y, en fin (por el lado n egativo, el de la si-
bermasiana entre «racionalidad científica» y «acción comunicativa») la tuación actual) el valor «sígnico» de un objeto sumido en un sistema
que está haciendo que las barreras entre ciencia, economSa política y de objetos codificado, confiriendo a quien lo posee un determinado es·
arte comiencen a difuminarse. Con todo, la posición global de Jameson tatus social. La exaceJbación de estos sistemas conduce a la suplanta·
se roe antoja aún más incómoda que la de A1thusser. Pues, si no es po· ció u de lo real por simulacros hasta el punto de que, yendo más alld tklJa-

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EL LEGADO l'ILOSóFICO Y C IENTÍRCO DEI. SIGLO XX lNTRODUCC IÓN. SEGUNDA PARTE (1971-2000)

moso relato de jorge luis Borges sobre el mapa que c21.bríri lodo un territorio Por el l~do del neopragmatismo -WittgeJ1Stein mediante, igual-
(absolulizaci611 de la verdad por correspond.encia), Baudrillard piensa c¡ue men te- , st aceptamos que el «segundo» Hila1y Putnam constituya
ya se ha producido una penetración sirnulacral de tal calibre que mapa algo así como el representante del prepostmodemismo en su vertiente
y territorio no pueden ya distinguirse, según intentó probar en el famo- americana, parece evidente que el gran representante postmodemo se-
so -y discutido-- La Guerra del Go!fo no ha tenido lugar: no es que aUí ría Richard Rorty. Coincidiendo com o Deleuze (pero por otras razo-
se sostuviera a priori(el libro se escribió antes de La intervención de 1991) nes) en su crítica a la filosofla moderna, basada en las metáforas de la
que no iba a haber guerra, sino que, aun existiendo -como ocurriría «mente» y del «conocimiento» .frente a un «mundo externo» que él re-
enseguida- la retransm isión de los eventos bélicos por televisión, su flejaría (una creencia «actuali.zada» mediante la tesis referencialista del
manipulación hasta convertirlos en objeto de vídeo-juegos, su conver- lenguaje), Rorty propondrá una alternativa sincretista, basadas en las
sión -en una palabra- en espectáculo (corno se apunta ya en Apocalypse doctrinas de Dewey, Darwin y H eidegger, en las que se unen historicis-
Now, el film de F. F. Coppola de 1978, sobre La guen-a de Vietnam) ha- mo y n aturalismo, cuyo correlato cultural y político es un confesado
ría que, para los ciudadanos literalmente «telespectadores», la guerra se relativismo (cfr. Objectivtty, Relativism, and Truth, de 1991) y un despreo-
convirtiera literalmen te en un espectáculo virtual. cupado etnocentrisrno (Truth and Progress, 1998). Con respecto a lo pri-
Por lo que respecta a los «hered eros» de Nietzsche y Freud, la «se- mero, Rorty denomina su posición «conductismo epistemológico», en
gunda generación», por así decir prepostmodema, está magníficam~1te la cual, combinando hábilmente al «segundo» Wittgenstein y a Dewey,
representada por Gilles Deleuze y por el Foucault «maduro» de Suroet'/ler se llega a una posición tan extrema que, a fuerza de querer evitar todo
el punir, y (com o en el caso de Baudrillard) será tratada en sus pun- desdoblamiento del mundo, parece a punto de acabar con la p ropia fi-
tos principales por José Luis Pardo. Baste señalar aquí que el pensar losofia: «Vemos al conocimiento -dice en Lafilosq/[ay el espejo de la na-
deleuziano está comprendido dentro de la noción rigurosa de inmanen- lumltiza- como un asunto de conversación y de práctica social, más
cia, en el sentido de una verdadera .«filosofia empirista» que, sin recur- que como un intento de reflejar la naturaleza.» Y por lo que hace a lo
so a 1o trascendental l,y menos, a lo trascendente) riene como tarea ac- segundo, en Rorty, a pesar de sus protestas como pensador •liberal», se
ceder a las condiciones inmanentes de aqueUo que ha de ser pensado. adivina ya el reciente viento neoconservador que actualmente se es-
De ahí su acerada critica a la h istoria de la filosofla (siendo Deleuze, fuerza por liquidar los restos de postmodemismo en América ... in clu-
por demás, un finísimo intérprete de grandes figuras del pensamiento: yendo posi?lemente las concepciones del propio Ro rty.
Spinoza, Hume, N ietzsche, Kant o el propio Fou cault). Su consigna En puridad, sólo dos filósofos pueden ser identificados como re-
era: «El filósofo crea, no reflexiona.» Por el con trario, lo que hace el fi- pi:esen.tan te~ en general del postmodemismo: Jean-Fran~ois Lyotard y
lósofo profesion al es justamente impedir que la gente piense (véase su G1a~1 Vattimo. 'j l?,s dos, cosa bien significativa, han acabado por re-
última gran obra en colaboración con Félix Guattari: ¿Qué esfilosofía~ pudiar esa adscnpc1on. Igualmente, no es necesario emplear mucha
de 1991. Su propia idea de lo qu e era un «concepto» está bien alejada de «astucia de la razón» para ver cómo confluyen en ambos buena parte
la acepción habitual, m ientras que, irónicamen te, se acerca - sans lesa- de las figuras, posíciones y temas examinados. El francés, más cercano
volr- diríamos al Concepto de su archienemigo: Hegel (diferencia a1 n eopragmatismo, ha combi nado de fo rma asombrosamente fecun-
contra dialéctica: así cabria plantear la contrap osición). Los conceptos, da ~n marxismo he~erodol_(o (fue miembro del grupo Socialismo o bar-
para Deleuze, han de ser activos y afectivos, y no supuestos significados ba1?e! con un freudism o b1en cercano al de Deleuze y Guattari, para
de contenidos mentales (lo que Hegel llamaba «representaciones»). La fi- recibir luego -en la etapa fundamen tal de su pensamiento- el im-
losofia adquiere asf una función creadnra, junto a la ciencia o al arte: «Los pacto de Wittgenstein y de la retórica aristotélica, y combatiendo la
filósofos -dice- han de dejar de aceptar conceptos como si fueran re- primacía metafísica de la visión («ocularcentrismo») al tomar como
galos, ni dedicarse meramente a depurarlos y pulirlos, sino que primero alíado al iconoclasta Levinas ly al surrealismo, con su celebración del
lo$ deben hacer y crear, presentarlos y hacerlos convincentes.» Es de íus- «ojo» como fuerza salvaje!, para terminar en fin una densa andadura fi-
ticia señalar, por lo demás, que Deleuze -como Foucault o Derrida- losófica con su n ueva interpretación de lo suhlime ka n tiano, a través de
rehasa con creces, por intensidad, calidad e influencia de su pensamien- Adorno. De este vigoroso cóctel, sólo unas gotas han caído en su o bra
to, el postmodemismo fi.iosófico en sentido estricto. más famosa, La condici6n postmodema (1979), que él mismo considera-

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EL LEGADO 1'11.0SÓFICO Y CIENT11'ICO DEL SCGLO XX [N'J'RODUCC!ÓN . SEGUNDA PARTE (1971-2000)

ría como un escrito de circunstancías (fue encargado por el Gobierno de ahí, dicho sea de paso, la preferencia lyotardiana por la «obligación»
de Q1ébec para resistir a la :'i::enetración» cultural estadounidense), y judía - Levínas mediante- en detrimento de la theorfa griega), así
del que, c?~ tma J?Unta de c11usmo, confesaría en 1987 que ese - con también se hace justicia a un diferencio cuando, en lugar de «dar ra-
todo, dec1s1vo- libelo era: «Simplemente el peor mis libros; casi to- zón» de él (o sea, de insertarlo en un sistema de referencia), entrevemos
dos ellos son malos, pero éste es el peor.» Como ese cult book será ana- en su posición la carga de indisponibilidad (Adorno hablaría de «natura-
lizado ulteriormente por José Luis Pardo, me limitaré a bosquejar aquí leza inhumana»), de sustrato al que remite todo hablar y todo actuar.
a grandes rasgos el pensar lyotardiano, en mi opinión mucho más in- Contra el inll'.rle:x/1.111/i.imo cerrado, pues, Lyotard alude il un stási.r. a una
teresante que el libro famoso. dc!cnción - y rcbdión- Sl1bi1·~i nen ele h1s cadenas sint;1gmáticas, para
La empresa filosófica de Lyotard apunta a lo que pod1iamos llamar dejar e11treve1: en esa rotttra (eo ese «rasgo») lo indecible e irrcpresenta·
e_J «c~razón negr?" de la filosofia francesa contemporánea: el enigmá- ble: el id, el objeto oculto de codo deseo. Qtede a juicio del lector si
t1eo tly a presentido (no se puede sentir ni pensar) por Levinas y Blan- ese Objeto (como el «Objeto a» lacaniano) remite a la vida o a la muer·
chot, el «a~era» del pensamiento, en Foucault. Lyotard lo denomina, te o si Jo hace simultáneameme a ambas, al dpeiron cantado al alba de
con _expresión que para un heideggeriano sería confundente: la «Pre· la.filosofía occidental. •
s~naa»: aquello que, fenomenológicamente, sería la «Cosa» en que se Por último, Gianni Vattimo bien podría gloriarse de haber recibido
piensa, la «Cosa» de la que se habla (también Lacan vislumbrará tras directamente la anticipación del postmodernismo -exístencialismo
la_ cap~ prelingüístic~ de I? «imaginario;>y lingüística y normativa de lo como ontología de la libertad, y hermenéutica, respectivamente- de
«s1mbohc~>>, el esqw".'o zocalo de lo «real». Presencia pura, y, como tal, la mano de dos maestros de la «segunda generación»: Luigi Pareyson
matnz radicalmente impresentable, es ella, con su insidiosa latencia, la (en Turín) y Hans-Georg Gadarner (en Heidelberg). A través de ambos,
que está en la base de la concepción lyotardiana de los dijférends, de y de una fue1te vinculación con un marxismo no ortodoxo -como
aq_u~llo que hace :en~?ar de todo consenso (contra Habermas), por hemos visto en los demás pensadores-, asciende Vattimo a las fuen-
exig~r que se haga;u:stzc~a a cada una de las pa1tes en litigio, que utiliza tes mismas de la postmodernidad: Nietzsd1e y Heidegger. Del primero
«regunenes frasales», «Juegos de lenguaje» incompatibles con la con· toma entre otras, la idea de la crítica a la historia y la jovialidad ante el
traria. Sólo que esta posición parece conducir a un dilema irresoluble: enig1~a del acontecer; del segundo, la radical falta de fundamentación
a) si realmente esos juegos son inconmensurables, entonces no hay «di· del ser (que él entiende corno «debilitamiento»), de modo que éste se
ferendo» entre ellos, sino una indiferencia recíproca (algo semejante torna en puro «acaecimiento» (Ereignis, que Vattimo tiende empero a
ocurre co:i. lo «Absolutamente Otro» levinasiano, respecto a la capaci- «secularizar» como «evento»). La conjunción de ambas teorías anárqui-
dad cogrut1va del hombre), presente en un desmenuzamiento de «mi· cas (en el sentido literal de «supresión» del Origen, del Principio y del
crorrelatos» flotando, aislados, en el espacio discussivo; por llevar las Poder) le permite p ropugnar una ontología hennenéutica nihilista («ale-
cos~s a un extremo que horrorizaría a Lyotard (él insistió, extremando gremente» nihilista, diríamos), en la que la metafisica -el peso de la
el dicti1m de Adoi:no, en que después de Auschwitz no sólo no podría Lradición- no resulta empero algo «superado», sino «remontado» o
hacerse poesía, smo tampoco historia o filosofta en «metarrelatos» «retorcido» (al efecto, utiliza la noción tardoheideggeriana de Verwindung:
como el cristiano, el hegeliano o el marxista): tanta «razón» tendría el como cuando se remonta una montaña o se restablece uno de una
revisioni~mo de un R. Faurisson (para guíen los hornos crematorios enfermedad, sin dejar de portar interiormente sus huellas). De est~
habrían _sido una patraifa sionista) como, por ejemplo, Ha.nnah A.rendt modo, recupera Vattimo una noción ajena al tmiverso de la modem1·
en su Eichmann en Jerusalén; y .b) si los diferendos no tienen más senti- dad: la idea romana de pietas, la «compasión» o «condolencia», no tan·
d~ que e,I ~e «estar en contra», desgastándose todos ellos en una polé· to por el pasado, sino por nosotros mismos, que no podemos ni debe·
mica esten! y, en el peor caso, omnidestructiva. Pero podernos presen· mos desprendernos de una herencia a la que, sin embargo, nos resisti-
tar una ~alida de _Lyotard por la vía de lo «sublime» que sería relativa· mos al privarla de su presunta función «original», «rectora». Acoger el
mente airosa: al igual que las categorías aristotélicas son irreductibles pasado en la propia finitud. Tal sería la tarea propia de nuestros dfas:
ent:e s~, pero todas ellas apuntan a un «referente», la sustancia primera, asumir la secularización, sin perder el componente profundo de solida-
el «md1v1duo» (algo que se puede mostrar, pero no decir ni representar; ridad y entrega que' revestían los vkjos valores religiosos. Una tarea

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EL LEGADO FILOSÓFICO Y CIENTÍFICO D EL SIGLO XX lNTRODUCClÓN. SEGUNDA PARTE (1971·2000)

también personal, como muestra el ú ltimo Vattimo en sus últimos li· imp roductivos (como en 1984, de Orwd l), impidiendo el acceso a la
bros - patéticos para unos, ejemplarmente valerosos, para otros- : genuina libertad, consistente en el escudriñamienro indirecto, sintomá-
Credere di creduc (1996) y Dopo la cristi.anira (2002), significativamente lico, de lo Real, sensu lacaniano. «Eso» real aparecería siempre como m-
subtitulado Per un cristianesimo non religioso. Vattimo arguye en efecto to (de ahí la atención absorbente a Schelling), presente siempre - per
que el cristianismo, secularizado por su propio desarrollo, por su p ro· impomºbile- como en retirada, a través de los esfuerzos por escapar a
pía ontohistoria (una noción que ya Heidegger an ticipó en su La era de las neurosis (estructurales: u n rasgo q u e recuerda a Althusser) p rovo·
la imagen del mundo, de 1938), hace refulgir precisamente ahora, en su cad as p or el conjunto hegemónico de coordinadas. Se trataría, pues, de
devenida debilidad, valores «mortales» que pueden ayudar al hombre «purgar» una y otra vez lo Real de esa «interesada» con taminación por
de las sociedades tardomodemas a desaJTollar una verdadera dema cra· parte de lo simbólico: el ó rgano del Pode r.
cía, más allá de los valores impuestos por el mercado y la «banalización» Que esta intrincad a concepción, todavía in fieri, sea lo prop io de
de la sociedad (algo que, durante un tiempo, Vattimo defendió - muy u na agonía d eJ postmodemismo (eso sí, locuaz y estrambótica, en
al estilo postmodem o- como garantía de p luralismo y to lerancia). agreste contraposición con la «d ulzura» del último Vattimo), o repre·
De este mo do, sin embargo, el carácter bronco, agresivamen te nih i· sen te más bien un fiero despertar de las mejores tendencias nihilistas de
lista del postmodemismo francés (del ,.¡¡y a» a la Présence) corre el peli· este movimien to, uniendo a él las formidab les fuerzas - reinterpreta·
gro de languidecer en un bienin tencionado sen timiento de so lidaridad das hasta hacerlas casi irreconocibles- del antiguo «enemigo»: el idea·
literalmente «falta de fun d amento». Fren te a los desaflos que está reci· lismo alemán, es algo que está aún escondido en los pliegues del futuro.
biendo el pensar actualmente por parte de la infonnática, de la bioge· Y In filosofi:i, como d ijo Hegel, ha de guarda rse d e ser proféticay edi-
nética y ele la política del New World Orde1; no .parece que ese - con ficante.
todo- valeroso empeüo píetoso p ueda oponer algo más que una iróni·
ca, y hasta sarcástica sonrisa debeladora de tanta h ipocresía. Pero qui·
zá sea necesario un embate más violento, una correspondencia del
pensar a las agre$iones del nuevo milenio.
A este respecto, algunos comienzan a ver en la -un tanto exóti·
ca- figura del esloveno Slavoj Zizek (1949) una n ueva o leada, más
pujan te y heterodoxa, del postmodemismo. En este caso, Zizek se aco·
ge claramente al Hegel de la Fenomenología y a Schelling (cuyas fasci·
nantes VV'r:ltalter o Las edades del mundo estudia en una obra importante:
T71e irreductibk remainder), para combinar una fuerte impronta marxista
con la observancia del «liberado 1~> de Freud, Jacques Lacan. En el m ás
genuin o estilo postmoderno (en este caso, más cercano al americano
que al francés), Zizek ejem plifica -o interrumpe- ard uas med itacio-
nes psicoanallticas o schellingianas para aludir a la masturbación pú·
blica, a un film de Hitchcock o de Cronenb erg, o u na obra pop. Azo·
te e irritación -o irrisión, según los casos- de los académicos, Zizek
p rosigue, sin embargo , la misma labor de desmantelamiento de las es·
tructuras burguesas del mundo d el capitalismo tardío. Para empezar,
ridiculiza la supuesta «tolerancia» hacia los excesos actuales (que tanto
escandalizan a las almas pías), seiiando q ue esas «ab erraciones» forta·
lecen las verdaderas coordenadas de la sociedad, en lugar de amen azar·
las. Como en la «serie negra» de las películas americanas, la producción
de diferencias culturales ocasionaría más bien la generación de sueños

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