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EL ORIGEN DEL HOMBRE: CREACIONISMO-EVOLUCIONISMO

Introducción

La aparición de la especie humana sobre la Tierra como efecto de una evolución de la materia, es

una hipótesis que ha debido someterse a múltiples cambios desde su primera formulación, y si no

fue descartada entonces, ha sido porque es vista como la única «opción» para no aceptar la existen-

cia de un Creador; aunque como veremos, no es posible negar al Creador, aun aceptando la evolu-

ción. «Mi doctrina sería como el evangelio de Satanás»1, dice Darwin en su Autobiografía, y en

carta a Charles Lyell: «He pensado mucho sobre lo que usted manifiesta con respecto a la acepta-

ción de una fuerza creadora. Y no veo esa necesidad; su admisión haría inútil la teoría de la selec-

ción natural»2. Al garantizar la muerte de Dios, el darwinismo eliminaba la voz de la conciencia y

daba luz verde «a la lucha entre los hombres, el exterminio de las razas inferiores y el peor colonia-

lismo»3. También sirvió de base para muchos ideólogos que se encuentran detrás de la Historia del

siglo pasado: Marx, Lenin, Stalin, Freud, Nietzsche, Hitler, entre otros.

La oposición que se da entre la postura creacionista y la evolucionista, atañe en última instancia,

como se verá, al origen y conformación del cuerpo del hombre, no así al del alma, que en razón de

su espiritualidad, no puede tener origen sino por creación. Creacionismo y evolucionismo son con-

cepciones del fieri del mundo, no restrictivas al del hombre. El evolucionismo postula la primacía

temporal de una potencialidad universal residente en la materia, de la cual fueron surgiendo todas

las cosas por transformación de unas en otras. Si dicha potencialidad universal se establece como

principio único de toda la realidad, y la evolución de la materia alcanza hasta la misma alma racio-

nal, estamos ante el evolucionismo absoluto. Pero si se admite la existencia de un Creador de dicha

potencialidad y propulsor de su evolución, estamos ante un evolucionismo mitigado, que debería

igualmente ser demostrado.

Doctrina de la Creación

1
Darwin Charles, “Autobiografía”, ed. de Nora Barlow, Londres, Collins, 1958.
2
“The life and letters of Charles Darwin”, London, 1887, vol III, p. 18.
3
Sermonti.
1
La doctrina de la creación afirma que todo lo que es, es causado por Dios, Causa Primera del ser

de todos los entes, Ipsum Esse Subsistens. La razón de esta aseveración la tomamos de santo To-

más: «Es necesario decir que todo lo que es de algún modo, es (causado) por Dios. Pues si algo se

encuentra en alguno por participación, es necesario que sea causado en él por aquello a lo cual

esencialmente conviene. (...)Ha sido arriba demostrado (I, 3, 4), cuando se trató de la divina simpli-

cidad, que Dios es el mismo ser subsistente por sí. Y además se demostró (I, 7, 1 ad 3; 2) que ser

subsistente no puede ser sino uno (principio de perfección separada) (...). Resulta por tanto que to-

das las cosas distintas de Dios, no son su propio ser, sino que participan el ser. Es necesario por

tanto que todas las cosas que se diversifican según la diversa participación del ser, siendo más o

menos perfectamente, sean causadas por un primer ser, que es perfectísimamente. (...).» (ST I, q44,

a1).

Como se dijo en las ponencias de ayer, siendo el alma humana espiritual, no puede ser producida

desde la materia. Dice Santo Tomás en la suma contra gentiles: «No pueden darse sin el cuerpo ope-

raciones cuyo comienzo tampoco puede darse sin el cuerpo; pues las cosas tienen el ser como tienen

el obrar, porque cada uno obra en cuanto es. Por el contrario, tampoco reciben el ser por generación

corporal aquellos principios cuyas operaciones no dependen del cuerpo. El obrar del alma sensitiva

y nutritiva no puede realizarse sin el cuerpo, como quedó claro por lo anteriormente dicho; sin em-

bargo la operación del alma intelectiva no se efectúa mediante los órganos corpóreos (...). Luego el

alma nutritiva y sensitiva se produce por generación corporal, pero no así el alma intelectiva. Ahora

bien, la transmisión seminal está ordenada a la generación del cuerpo. Por consiguiente, el alma

sensitiva y nutritiva comienza a ser por transmisión seminal, pero no así el alma intelectiva.» Con lo

cual el evolucionismo absoluto queda descartado. Queda por analizar la posibilidad de que el cuer-

po del hombre sea producido por evolución, antes de su unión con la forma substancial hombre (el

alma racional).

El esse ut actus, dijimos, es efecto propio y exclusivo de Dios. Y la materia prima, no existe sino

unida a una forma substancial que le da el esse. Ahora bien, la materia prima, es potencia para todas

2
las formas substanciales que exigen ser en materia, y conocemos que existen otros agentes secunda-

rios distintos de Dios (aunque por él creados), que pueden educir formas de la materia ya existente.

Es decir, las formas educidas de la materia se encuentran en ellas de modo potencial y son actuali-

zadas por otros seres en acto. Pero la forma educida no puede superar la capacidad de la materia de

que es educida. Así, de la materia nunca podrá ser educida una forma espiritual, necesaria para

constituir un hombre.

Al analizar el devenir de un nuevo individuo, o de la educción de una nueva forma de la materia,

constatamos que es un proceso en el que las más diversas alteraciones cualitativas y cuantitativas,

van debilitando el influjo de la forma sobre la materia actuada por ella y relajando la unión de am-

bas, hasta que la forma poco a poco va produciendo en la materia prima una disposición para un

nuevo ser sustancial, que luego surge actualmente, cuando la causa eficiente hace pasar al acto a la

materia totalmente dispuesta y proporcionada. La misma eductio formae de potentia materiae no es

otra cosa sino la última evolución de aquella materia dispuesta, una vez que ha llegado a su último

grado de disposición, «maxima propinquitas», para la nueva forma substancial.

Considerando esto, podemos plantearnos si Dios podría haber guiado la evolución de la materia

hasta una maxima propinquitas con la especie humana, y entonces infundir el alma racional como

forma de la nueva especie, la humana. Es una hipótesis; podría darse sólo si la maxima propinquitas

de la materia previa no alcanza a la racionalidad, como ya se explicó. De hecho sabemos que un

nuevo hombre, se produce a partir de la unión de dos gametos dispuestos para ello, y no de cual-

quier materia. Pero aquí estamos hablando de la aparición del hombre como especie, no del indivi-

duo generado a partir de otro hombre, sino del primer hombre.

Ahora bien, en el planteo evolucionista, la maxima propinquitas de que hablamos sí alcanza la

forma de los vivientes. Es decir, el Creador infundiría el alma humana a un individuo de otra espe-

cie viviente preexistente (dígase homo sapiens, homo neanderthalensis, austrolopitecus).

Para Santo Tomás de Aquino el Acto Creador comprende también las diferencias específicas, no

solamente la autoría de las materias, afirmando el origen absoluto, no causado por ningún agente

3
segundo, de todos los entes del cosmos. En particular en lo referente al hombre el Doctor Angélico

es concluyente. «La primera producción del cuerpo humano -dice- no pudo proceder de una virtud

creada, sino inmediatamente de Dios. Dado que nunca había sido producido un cuerpo humano por

cuya virtud pudiera ser formado por vía de generación otro ser específicamente semejante, fue pre-

ciso que el primer cuerpo humano fuera formado inmediatamente por Dios...»4. Más aún: a la luz de

su concepción de la unidad sustancial del cuerpo y del alma, el hombre no puede ser escindido para

buscarle un origen corporal infrahumano, sino que hay que dar con la causa proporcionada y supe-

rior que no exceda la virtualidad del agente generante, y esa causa sólo es la Primera, esto es, Dios 5.

Por eso su terminante aserción: «Algunos sostuvieron que el cuerpo humano habría sido formado en

un tiempo anterior y una vez formado le habría infundido Dios el alma. Pero no dice bien con la

perfección de la primera producción de las cosas el que Dios hubiera formado el cuerpo sin el alma

o ésta sin el cuerpo, puesto que ambos forman parte de la naturaleza humana»6.

Posturas Evolucionistas

En el año 1809, surgió la primera teoría organizada de la evolución con la publicación de la “Fi-

losofía zoológica”, obra de Jean-Baptiste Monet caballero de Lamarck, quien formuló 2 leyes en

su teoría, la cual aceptaba la generación espontánea como un acontecimiento frecuente, en donde

consideraba que los caracteres de una especie eran frutos de la combinación de los de sus progenito-

res, y por lo tanto se heredaban (La Herencia de los caracteres adquiridos). En su teoría expone que

los organismos poseen un instinto interno que les lleva a su propio perfeccionamiento para satisfa-

cer nuevas necesidades causadas por cambios en el ambiente. Esta característica determina que se

vean obligados a utilizar ciertos órganos en menor o mayor medida, o incluso a no utilizarlos, lo

que provoca que estos órganos sufran formación, desarrollo, atrofias o desaparición; finalmente por

efecto de estas variables se producen cambios o alteraciones en sus constituciones. Estos hechos se

pueden resumir en una frase: la función crea el órgano. Por último, las alteraciones o cambios, ad-

4
Suma Teológica, I,q.91 a 2.
5
Suma contra Gentiles, c.39 al 45, del I.II.
6
Suma Teológica, I,q.91 a 4.
4
quisiciones o pérdidas, son heredables. Un ejemplo usado en la teoría de Lamarck fue el de las jira-

fas, según el cual estos animales fueron instintivamente levantando sus cuellos tan alto como podían

para llegar a alcanzar las hojas de los árboles más grandes. Con el tiempo, el tamaño de los cuellos

fue más largo para permitir este método de adaptación y supervivencia.

Georges Cuvier, brillante paleontólogo, experto en anatomía y zoología, propuso la teoría de

las catástrofes para explicar la extinción de las especies. Pensaba que los eventos geológicos dieron

como resultado grandes catástrofes (la más reciente, el diluvio universal). Esta visión era bastante

confortable para la época y fue ampliamente aceptada. Cuvier propuso la existencia de varias crea-

ciones que ocurrieron luego de cada catástrofe.

Su máximo opositor fue Charles Lyell, cuyo libro “Principios de la Geología” (1830) alcanzó

una gran difusión. Según Lyell, la tierra, durante el pasado, ha estado sometida a situaciones pareci-

das a las actuales, y la mayoría de los fenómenos geológicos se pueden interpretar como el resulta-

do acumulativo de pequeños y lentos cambios, análogos a los que se producen en el presente. Por lo

tanto, las formaciones geológicas que corresponden a edades pretéritas se han originado por la ac-

ción, prolongada a través de enormes espacios de tiempo, de los mismos agentes que siguen actuan-

do hoy en día (la lluvia, las corrientes de agua, el mar, el viento, los volcanes y los terremotos). El

estado actual de la corteza terrestre no se debe a grandes cataclismos, sino en realidad es el resulta-

do de una lenta evolución geológica.

Posteriormente Charles Darwin formulo la teoría completa en “El origen de las especies” de

1859. Él atribuyo la evolución de los caracteres específicos a la selección natural. En su teoría ex-

pone que nuestro mundo no se mantiene estático, sino que está en continua evolución, las especies

cambian continuamente; con el tiempo unas se extinguen y aparecen otras nuevas, las formas de las

especies actuales son más diferentes cuanto más antiguas sean, y los cambios no se producen súbi-

tamente a saltos discontinuos, sino que es un proceso continuo y gradual. Las especies descenderían

de un antepasado común, por tanto los organismos semejantes están emparentados. Remontándose

5
en el tiempo se llegaría a un origen único de la vida. Además el cambio evolutivo es resultado de un

proceso de selección natural: en una primera fase se produciría variabilidad en cada generación,

mientras que en una segunda fase se produce la selección a través de la supervivencia (lucha por la

propia existencia). La segunda fase de selección postulada por Darwin, está basada en las observa-

ciones que mantuvo sobre la reproducción de distintas especies, las cuales siendo abundantes se

mantenían no obstante en equilibrio a través de las generaciones, y para explicar esto argüía que

muchos individuos mueren tempranamente. La razón de la muerte a edad temprana tiene su res-

puesta en que, los diferentes descendientes de una misma especie, los cuales se han adaptado diver-

samente al hábitat donde han nacido, luchan entre sí por la propia existencia; los más aptos sobrevi-

virán, y por tanto transmitirán posteriormente a sus hijos esas características de fortaleza; el proceso

se repetirá en cada generación.

En el año 1889 Alfred Russel Wallace, sostenía que cada especie ha aparecido de manera

coincidente, en el tiempo y en el espacio, con una especie preexistente estrechamente relacionada

con ella. Las especies relacionadas entre sí tienden a aparecer en las mismas áreas geográficas. El

origen de las especies era un proceso genealógico. Y pone de manifiesto la importancia del regis-

tro fósil. Wallace propuso en 1889, la hipótesis de que la selección natural podría dar lugar al ais-

lamiento reproductivo de dos variedades al formarse barreras contra la hibridación, lo que podría

contribuir al desarrollo de nuevas especies. Wallace propuso el siguiente escenario: cuando dos

poblaciones de una misma especie han ido evolucionando por separado, adaptándose cada una de

ellas a las condiciones concretas de cada medio, con el paso del tiempo llegará un momento en el

que, si se cruzan, la descendencia híbrida estaría menos adaptada que cada una de las poblaciones

parentales y, en ese punto, la evolución tenderá a eliminar estos híbridos. Además, bajo estas con-

diciones, la selección natural favorecería el desarrollo de las barreras de hibridación, pues los in-

dividuos que eviten la hibridación poseerán una descendencia más adaptada, contribuyendo así al

aislamiento reproductivo de las dos especies iniciales y formando nuevas.

6
Cinco años después de la publicación de “El Origen de las Especies”, Thomas Huxley publica

un libro titulado “La evidencia del lugar del hombre en la Naturaleza”, donde pasa revista a las teo-

rías de la evolución expuestas por Darwin. Este sería el primer intento científico de aplicar las teo-

rías evolucionistas a la raza humana en concreto.

Tras esto Huxley se concentró en el asunto de los orígenes del hombre, manteniendo que el

hombre estaba emparentado con los monos. Las conclusiones de Huxley y Darwin, nos muestran

que, por ejemplo, los cerebros de primates y humanos son fundamentalmente similares en muchos

detalles.

+++

Ya mencionadas las teorías evolucionistas, hay que tener en cuenta un elemento clave que tras-

ciende el campo estrictamente científico: la aceptación o exclusión de una causa sobrenatural en el

proceso de evolución. Porque negar una causa sobrenatural (Dios) en el proceso de la evolución, es

caer en el campo de la filosofía. Dependiendo de la postura que los científicos evolucionistas tomen

respecto de la posible intervención sobrenatural en el origen del cosmos, de la vida y del hombre,

nos encontraremos con 2 variantes muy diversas: el evolucionismo puro y el evolucionismo mitiga-

do.

Evolucionismo puro

Como Evolucionismo “puro”, “craso” o “radical” podemos definir a aquella teoría que intenta

explicar el surgimiento de todos los seres, con una explicación completa de la naturaleza a través de

las causas materiales, atribuyendo a la materia potencialidades aparentemente infinitas.

En cuanto al origen de la vida, “consiste en suponer que los seres sin excepción se han ido origi-

nando a partir de un primer organismo vivo elemental o incluso a partir de una primera materia o

partículas materiales no vivas, que habrían dado lugar a un primer organismo vivo, que se habría

ido reproduciendo y por diversas mutaciones diversificándose en diferentes especies, etc.”7

7
J. Morales Marín, Evolución. Filosofía y visión de conjunto, Gran Enciclopedia Rialp, 1991.
7
En este sentido es sinónimo de transformismo, puesto que concibe al mundo como un “gran reloj

autopropulsado donde la materia es razón de generación, de filiación de los seres vivos unos a partir

de otros, desde los más sencillos hasta la más compleja de las criaturas materiales”8, el hombre.

Postula así el origen de la vida según la teoría de la biopoiosis o evolución química natural de la

vida a partir de materia inorgánica; sosteniendo que a través de variaciones espontáneas en los seres

vivos, surgidos por el devenir del universo, la selección natural ha dado origen a todas las especies

del planeta.

Trasladado al plano del hombre, básicamente esta teoría niega la espiritualidad del alma, porque

el origen del hombre se daría por meras causas materiales. Ahora bien, si nosotros admitimos la

existencia de un alma en el hombre, es necesario admitir que no es cuerpo, que no es materia, y que

por lo tanto, su origen no puede darse a partir de la materia.

El problema de la respuesta moderna del evolucionismo es la negación de la noción de forma

sustancial, lo que supone la negación de las especies, pues a cada sustancia le viene su especie por

la forma sustancial, como Aristóteles dijo.

El Filósofo en el “De Partibus animalium”, en que refuta las ideas materialistas de Empédocles

de Agrimento, ya sostuvo que la materia carece de capacidad generadora, y que el sustrato material

se especifica por la Forma Sustancial. “Si la materia puede recibir diversas formas sustanciales es

porque está en potencia respecto de ellas, que son su acto y que la sustancia existente en la naturale-

za se produce por la unión de esos dos principios del ser, que, por sí no son capaces de existir en

los entes vivientes.”9 La gran respuesta de Aristóteles al materialismo fue que en los vivientes se

trata de “seres vivos con sustrato material y no materia viva.”10 Es decir la clásica doctrina del Hi-

lemorfismo.

Si bien la postulación del evolucionismo absoluto se dio de manera más fuerte en un plano bio-

lógico, es necesario admitir que parte necesariamente de una metafísico errada, esto es, un punto de

8
Diaz Araujo, Enrique, El evolucionismo y el transformismo, Ed. Mikael, 1982, p. .
9
Díaz Araujo, Enrique, Evolucionismo y transformismo, Ed. Oikos, 1982, p. 80.
10
Ídem.
8
partida “anti-creacionista”; es decir, puesto que para esta teoría no hay creación de las especies, es

necesario que su origen se halle en otra causa, negando todo tipo de trascendencia en el origen de

los seres, por lo que reduce la explicación del mismo a causas puramente materiales. Básicamente

es no admitir la existencia de una inteligencia ordenadora y suplantarla por el azar.

Sin embargo el orden no puede simplemente proceder del caos, porque lo limita, determina y se

impone a él. De hecho el orden del Universo constituye una verdad arrolladora, por la que al mismo

se lo llama “COSMOS”. Las posibilidades de que la vida en su forma más mínima se haya produci-

do espontáneamente son infinitesimales, y ni hablar de un grado de complejidad y orden como el

que tiene la especie humana.

El mismo desarrollo de la vida es como un torbellino donde la forma permanece y la materia

cambia. Lo que solo puede explicarse a la luz de la doctrina hilemórfica, es decir, desde el punto de

vista de la filosofía.

Quizás este es el punto de quiebre del evolucionismo, en su sentido radical, el hecho de querer

explicar mediante argumentos que solo competen a las ciencias naturales, el origen de los seres.

Pero si “vemos a un cuerpo cuyas células están cambiando, mientras su cantidad y estructura per-

manecen constantes, tendremos que aceptar esa dualidad básica de Materia-Forma, y si nos pregun-

tamos por las causas, nos veremos obligados a reconocer una Causalidad Trascendental. Claro que a

partir de allí llegamos a un plano filosófico y teológico y tendremos que detenernos ante el miste-

rio”11. Pero a este punto las ciencias naturales ya no pueden llegar. Su trabajo se reduce al estudio

de la naturaleza, que ya se supone existente.

La conclusión respecto a estas teorías se deduce claramente de lo dicho: el “quid” de la cuestión,

su esencia, es que el origen del cosmos es un problema metafísico que las simples ciencias naturales

no pueden resolver, puesto que se reduce al estudio de las causas últimas. El objeto que se intenta

estudiar escapa a las posibilidades de las ciencias positivas, las cuales se limitan a investigar los

fenómenos naturales reproducibles en laboratorio, tal como se nos presentan. Por más que los pa-

11
Díaz Araujo, Enrique, Evolucionismo y transformismo, Ed. Mikael, 1982, p. 80.
9
leontólogos encuentren toda una sucesión graduada de esqueletos, uno al lado del otro y cada uno

más perfecto que el anterior, no pueden concluir la filogénesis de uno a partir de otro. Es por esto

que el “evolucionismo craso no es una teoría científica sino un dogma paracientífico más bien una

fe pseudocientífica adornada con ciertos elementos científicos.”12

Debemos aclarar que no se trata de una sola teoría principal, sino que consta de varias teorías,

que se han ido desarrollando a lo largo de la historia.

Evolucionismo mitigado

El Evolucionismo “relativo”, o “mitigado”, es postura distinta a la ya explicada, pues si bien ad-

mite una evolución (que se daría tanto en el universo como en el origen de la vida), no descarta la

acción divina, sino que la cree necesaria. Sea que aquellos que postulan esta teoría crean necesaria

la acción divina porque creen primeramente en ella, o porque se rinden ante la evidencia de los

mismos experimentos científicos, que no pueden explicar con certeza todos los problemas que se

presentan en el intento de salvar la doctrina de un Evolucionismo Absoluto, lo cierto es que llegan a

la conclusión de que es necesario admitir una intervención que es extrínseca a la misma materia, y

que dirigiría providencialmente el desarrollo de la misma evolución orgánica.

Esta teoría comenzó a gestarse cuando se vio que el evolucionismo, entendido como transfor-

mismo, no tenía todas las soluciones. En las palabras de uno de ellos “Si no se admite la generación

espontánea habría que conceder el milagro de una creación sobrenatural de los seres vivos” 13.

Trasladándonos al hombre, el evolucionismo mitigado admite que la causa que dirige providen-

cialmente el desarrollo de la materia y la evolución orgánica de la misma, se encarga también de

dirigir el desarrollo de la materia en el caso del cuerpo humano y que por otro lado, en un momento

dado, infunde un alma espiritual. Queda así salvada la inmaterialidad del alma humana.

12
Fuentes, Miguel Á., Las Verdades Robadas, Edive, San Rafael, 2005, p. 125.
13
Cf. Artigas M., Las fronteras del Evolucionismo, Madrid, EPALSA, 1985 p. 46; citado por Biestro,P. Carlos, en Las
jirafas son jirafas (Los enigmas del evolucionismo), Buenos Aires, Revista Gladius, nº13, p. 113.
10
Por lo tanto, esta teoría parte de un principio más correcto que la anterior: la racionalidad es una

propiedad que no se explica por la mera organización de la materia. Es decir que el principio inte-

lectivo, para esta teoría, es inmaterial.

Sin embargo, lo cierto es que no puede ser probado que la evolución se haya dado de este modo,

porque la misma evolución sigue siendo una teoría científica no probada por ningún tipo de eviden-

cia científica y los argumentos de las distintas teorías evolucionistas no resuelven todos los proble-

mas, e incluso, discrepan entre ellos.14

-Evolucionismo = hipótesis aún no demostrada

Es necesario admitir que el evolucionismo es un postulado científico indemostrado.

Indemostrado porque “sería un hecho que nadie ha observado […] ni está sujeto al método expe-

rimental de las ciencias naturales.”15, y sin embargo es juzgada como un hecho del que no se necesi-

tan más pruebas.

Lo cierto es que no hay una teoría uniforme sobre el origen de la vida, sino que son variadas y

hay hipótesis muy diferentes, pero ninguna ha sido jamás probada por la evidencia científica, y más

aún, todas contienen varias incógnitas sin solucionar. Entre las mismas hipótesis se da una relación

de exclusión, al punto que si una tiene la razón la otra cae sonoramente16.

En cuanto al origen del hombre, entre los mismos evolucionistas, “sigue envuelto en un mar de

dudas y discusiones”17.

Lo cierto es que desde diversos puntos de vista científicos, las teorías evolucionistas presentan

grandes contraposiciones, y así por ejemplo, aspectos biológicos, matemáticos, paleontológicos,

genéticos, etc., ponen en serias dudas los postulados de estas hipótesis.

Pero es necesario decir que también es Indemostrable, según los métodos de los que se quieren

valer los científicos para hacerlo, porque como ya se dijo, el problema del origen de los seres, del

14
Cf. Fuentes, Miguel Á., Las Verdades Robadas, Edive, San Rafael, 2005, p. 126.
15
Araujo citar.
16
Cf. Fuentes, Miguel Á., Las Verdades Robadas, Edive, San Rafael, 2005, p. 127.
17
Cf. Fuentes, Miguel Á., Las Verdades Robadas, Edive, San Rafael, 2005, p. 126.
11
origen mismo de la vida, es un problema metafísico, y que solamente puede ser resuelto a la luz de

la filosofía y no a la luz de las ciencias naturales y de sus métodos científicos.

Postura de la Iglesia.

En relación con el evolucionismo se puede decir que ha habido dos tipos de intervenciones ma-

gisteriales. Unas se refieren de manera directa al evolucionismo. Las otras, indirectamente preparan

las intervenciones directas. (Las intervenciones indirectas se refieren al modo en que se deben leer

las Sagradas Escrituras). Cuando se consultan las fuentes magisteriales se comprueba que se ha ido

precisando paulatinamente la terminología referente a la evolución. Ahora se distingue, por ejem-

plo, teorías evolutivas de doctrinas evolucionistas, o evolución de evolucionismo. Las primeras son

teorías de carácter puramente científico mientras que en las segundas se incluyen doctrinas de ca-

rácter filosófico o, incluso, ideológico. Hay documentos magisteriales en los que haciéndose refe-

rencia a las teorías científicas se emplean palabras como “evolucionismo”. Esto es lo que ocurre,

por ejemplo, en la Humani Generis:

“pero es necesario andar con mucha cautela cuando más bien se trate sólo de hipótesis,

que, aun apoyadas en la ciencia humana, rozan con la doctrina contenida en la Sagrada

Escritura o en la tradición. Si tales hipótesis se oponen directa o indirectamente a la doc-

trina revelada por Dios, entonces sus postulados no pueden admitirse en modo alguno.

“Por todas estas razones, el Magisterio de la Iglesia no prohíbe el que —según el esta-

do actual de las ciencias y la teología— en las investigaciones y disputas, entre los hom-

bres más competentes de entrambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolu-

cionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente

—pero la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por

Dios—. Mas todo ello ha de hacerse de manera que las razones de una y otra opinión —

es decir la defensora y la contraria al evolucionismo— sean examinadas y juzgadas seria,

moderada y templadamente; y con tal que todos se muestren dispuestos a someterse al

juicio de la Iglesia, a quien Cristo confirió el encargo de interpretar auténticamente las

12
Sagradas Escrituras y defender los dogmas de la fe [11]. Pero algunos traspasan esta li-

bertad de discusión, obrando como si el origen del cuerpo humano de una materia viva

preexistente fuese ya absolutamente cierto y demostrado por los datos e indicios hasta el

presente hallados y por los raciocinios en ellos fundados; y ello, como si nada hubiese en

las fuentes de la revelación que exija la máxima moderación y cautela en esta materia.”

El papa hace también en esta encíclica una defensa en este contexto de la teología de Santo To-

más. Afirmando la obligación de recordar el poder de la razón cuando está alimentada por una sana

filosofía, la filosofía empleada por el Magisterio, confirmada y aceptada comúnmente por la Iglesia.

San Juan Pablo II afirmó que cualquier hipótesis científica sobre el origen del mundo, como la de

un átomo primitivo de donde se derivaría el conjunto del universo físico, deja abierto el problema

que concierne al comienzo del universo. La ciencia no puede resolver por sí misma semejante cues-

tión: es preciso aquel saber humano que se eleva por encima de la física y de la astrofísica y que se

llama metafísica; es preciso, sobre todo, el saber que viene de la revelación de Dios”. En la cateque-

sis del 16 de abril de 1986 afirmaba: “Desde el punto de vista de la doctrina de la fe, no se ve difi-

cultad en explicar el origen del hombre, en cuanto al cuerpo, mediante la hipótesis del evolucionis-

mo. Sin embargo, hay que añadir que la hipótesis propone sólo una probabilidad, no una certeza

científica. La doctrina de la fe, en cambio, afirma invariablemente que el alma espiritual del hombre

ha sido creada directamente por Dios. Es decir, según la hipótesis a la que hemos aludido, es posible

que el cuerpo humano, siguiendo el orden impreso por el Creador en las energías de la vida, haya

sido gradualmente preparado en las formas de seres vivientes anteriores. Pero el alma humana, de la

que depende en definitiva la humanidad del hombre, por ser espiritual, no puede serlo de la mate-

ria”.

Benedicto XVI En el inicio del tercer milenio ha visto un resurgir del debate ciencia-fe y, en par-

ticular, el de la creación-evolución. Son claras las palabras del Papa en la homilía del comienzo de

su pontificado: “No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es

13
el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno

es necesario” (24 de abril de 2005).

14

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