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Varias veces hemos hecho observar que la narración del éxodo está
hecha a base de documentos, los cuales describen los sucesos en
forma diversa, y a veces en una forma universal y tan ponderativa,
como que con ella tendía el autor sagrado a dar a conocer el poder de
Dios para la educación religiosa del pueblo. A veces es Moisés quien se
dirige al faraón y ejecuta los prodigios con su bastón; otras veces es
Aarón el que obra según las órdenes de Moisés. Las plagas suelen
afectar al territorio ocupado por los egipcios, dejando libre el que
habitaban los hebreos, lo que indica que vivían separados, pero no
tanto, porque después se dice que los hebreos pidieron a sus vecinos
vestidos y joyas, y las recibieron en tanta abundancia, que salieron ricos
de Egipto. Todo esto ofrece sus dificultades, para cuya solución será
necesario recurrir a los géneros literarios empleados por los
historiadores sagrados, los cuales, al narrar la historia, miran más a
enseñar la verdad religiosa que a satisfacer la curiosidad histórica de
sus lectores. Por eso, al narrar hechos históricos, lo hacen de modo
convencional muchas veces, para causar más impresión al lector,
exagerando las cifras y distribuyendo artificialmente ciertos detalles más
o menos imaginativos. Los antiguos tenían un concepto mucho más
amplio de la historia que nosotros, ya que el conocimiento de la historia,
más que una ciencia, era un arte, de forma que el autor procuraba
adornar estilísticamente las narraciones, entremezclando a veces sus
puntos de vista y, en el caso del hagiógrafo hebreo, sus
consideraciones y enfoques teológicos para edificación religiosa de sus
lectores. No cabe duda que en la narración de los portentos del éxodo
hay un tanto por ciento de épica nacional, en la que los hechos se
idealizan y agrandan sobre un núcleo histórico primitivo. Sobre todo lo
“milagroso” se multiplica hasta la saciedad para recrear la imaginación
religiosa del lector.