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La chica del fin del mundo

La controversia, la fascinación, el morbo y el misterio


son algunas de las capas que todavía recubren la
figura de Blanca Luz Brum. Poeta, militante y en gran
medida autora de más de una versión de su propia
leyenda, nació en un pueblo rural de Uruguay llamado
Pan de Azúcar y terminó sus días en Chile, en la isla
de Robinson Crusoe, en el fin del mundo y abrazada a
la dictadura de Pinochet. Su mito había empezado en
las filas del comunismo junto a José Carlos
Mariátegui en Perú y luego cuando conoció en
Montevideo a su gran amor, el muralista David
Siqueiros, con quien tuvo un hijo y vivió en México. Y
continuó junto a Juan Domingo Perón en la
Argentina, donde, según su versión, ella fue la
creadora del slogan “Braden o Perón” y factor
decisivo del 17 de octubre. Esta vida de aventuras y
mitologías ahora se convirtió en una vida de película:
No viajaré escondida, del realizador Pablo
Zubizarreta, es un apasionante documental que busca
indagar y reconstruir las numerosas facetas de su
vida, con el testimonio de su única descendiente viva,
su hija María Eugenia, y el testimonio de
intelectuales, críticos e historiadores que frecuentaron
sus enigmas y sus escritos. En pocas semanas No
viajaré escondida participará del Festival
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Internacional de Cine de Santiago de Chile y se


estrenará en septiembre en la Argentina.

Por Ana Fornaro

Blanca Luz Brum fotografiada en Chile, en 1940.

Blanca Luz Brum no era sobrina del presidente


uruguayo Baltasar Brum. No provenía de una familia
de estirpe. No fue una gran escritora o periodista ni su
literatura fue olvidada injustamente. No fue feminista
ni pionera de los derechos de las mujeres. No tenía 16
años cuando el poeta peruano Parra del Riego la raptó
del convento donde vivía en Montevideo. No hubo
rapto: el poeta la pasó a buscar con una moto y se
casaron en el registro civil cuando ella tenía 19 años.
Se quedó viuda al poco tiempo. Y ahí sí, con un bebé
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de pocos días, empezó una vida tan intensa, dislocada


e inverosímil que todo lo que se haya escrito,
investigado y filmado parece insuficiente y a su vez
excesivo. Dos biografías (una escrita por su nieta); un
ensayo novelado (Falsas memorias, de Hugo
Achugar); cientos de artículos y un reciente
documental a estrenarse en septiembre en Argentina,
No viajaré escondida, reactivan el interés por esta
mujer que perdió a tres de sus cuatro hijos y murió en
un aislamiento literal en 1985, en Chile, convertida en
una fanática de Pinochet.
Sus pasiones –primero comunista, después peronista,
después fascista– despiertan curiosidad histórica. Su
libertad y capacidad de acción fascinan. Su
magnetismo erótico y dependencia de los hombres
generan morbo. Sin embargo su figura y su
autoleyenda provocaron repulsión. Mientras a Juana de
Ibarbourou –su coetánea– la celebraban como “Juana
de América”, Blanca Luz, que tenía varios libros
publicados y era una agitadora cultural con revistas
propias, era llamada “el colchón de América” por la
multiplicidad de amantes (de este lado del río, Natalio
Botana, Juan Domingo Perón y otros más) y maridos
(el muralista mexicano David Siqueiros, el más
famoso). Se las ingenió para estar en todos lados y
participar del revulsivo siglo XX latinoamericano
desde las aristas más disímiles. Una nota al pie
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cautivante y extraña de la historia política y cultural de


la región. La uruguaya más roja, más mexicana, más
sandinista, más peronista, más espía de la CIA, más
burguesa. Cultora del catolicismo místico-nudista en
su última época de la isla chilena Robinson Crusoe,
donde murió a los 80 años. La más viajera. La menos
uruguaya. “Uruguay, lugar donde nacen poetas y
jugadores de fútbol”, dice en su quinto libro Blanca
luz contra la corriente, publicado en Chile en 1935.
Allí ya emprendería ese mirar hacia atrás de sus
memorias nunca conclusas, mezclando recuerdos de
infancia y reflexiones testimoniales en una prosa más
ingeniosa que poética. A pesar de la edición de ocho
libros y cientos de escritos en revistas, su vida no fue
la literatura sino que la escritura era algo que la
acompañó mientras vivía. “Blanca Luz debería haber
muerto joven”, dijo su amiga Silvia Maneiro en una
entrevista con la historiadora uruguaya Graciela
Sapriza. Pero ¿en qué momento habría que cortar su
existencia para una biografía potable?
De su infancia huérfana y campestre de Pan de Azúcar
(departamento de Maldonado) pasó al convento, del
convento a Parra del Riego y los poetas de Montevideo
y de allí, casi sin escalas, al círculo íntimo del
intelectual José Carlos Mariátegui, fundador del
partido comunista peruano.
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Con Siqueiros y su hijo Eduardo.

Todo pintado de rojo


Llegó a Lima con 21 años, viuda y con un hijito,
Eduardo, que dejaba al cuidado de su familia política,
perteneciente a la alta burguesía. Una noche la
invitaron a recitar y triunfó: todos querían saber quién
era esa morocha hermosa y joven de acento
rioplatense. A los pocos meses ya publicaba sus
poesías en la revista de Mariátegui Amauta y era la
más apasionada comunista y afro-indigenista. Incluso
llegó a publicar su propia revista: Guerrilla y el libro
Levante: poesía y combate. También se casó en
secreto con César Miró, heredero díscolo del diario El
Mercurio y, cuando el gobierno peruano empezó su
cacería de comunistas –Mariátegui fue encarcelado en
un hospital, donde murió– ella fue forzada, en 1928, a
volver a Montevideo, lugar que despreciaba.
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“Pobre mundo el día que se desplomen sobre él las


nalgas de Luisa Luisi. (...) Pero qué imbéciles son en
el Uruguay. ¡Qué pesados! los poetas son unos
muñecones reyenos (sic) de piedras, melenudos,
serios, espantosos, las poetisas, gordas, invertidas y
sucias. (...) Mira esa Juana, a mí no me pasa, es muy
criolla y repugna a mi olfato de mujer flaca y
revolucionaria, es muy adulona, muy dulzona, llena de
cositas redondas”, le dice en una de las cientos de
cartas a su amigo y confidente Luis Eduardo Pombo,
crítico de arte y pareja del pintor Guillermo Laborde.
Blanca Luz llegó a Montevideo encendida por el
ideario revolucionario y quiso poner en práctica todas
sus enseñanzas mientras le iba a contando a
Mariátegui sus avances. Consiguió la sección literaria
del diario comunista Justicia y allí fue publicando a
sus camaradas poetas. Se cumplían cinco años de la
URSS y hubo celebraciones por todo el mundo. En
1929 fue el Congreso de Sindicalistas y a la capital
uruguaya llegó invitado el muralista mexicano David
Siqueiros. El pintor era una fuerza de la naturaleza, un
exponente feroz del arte revolucionario junto a Diego
Rivera y José Orozco. E hizo temblar la ciudad.
Cuentan que fue un cimbronazo. Que cuando
coincidieron él le dijo “te vienes conmigo” sin haber
hablado prácticamente y ella se dejó, otra vez, raptar.
Aunque, esta vez tampoco, fue raptada. Abandonó
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todo y se fue con él junto a su hijo para el norte.


Primero a Nueva York y luego a México. Dicen que se
enteró en el barco que Siqueiros tenía una esposa. “Mi
mujercita chula, chulita a quien hice sufrir tanto por
quererla tanto. Pero qué maravillosa la pasión bárbara
que a veces me sale quemado de adentro del cuerpo y
del pensamiento”, le escribe en una de las tantas
cartas.
Fue una relación atormentada y violenta. Se celaban y
juraban amor eterno. Él dejó a su mujer y se casaron
en México. Al parecer Frida Kahlo la detestó. A
pedido de Siqueiros, la fotógrafa italiana Tina Modotti
la inmortalizó en un retrato. El perfil de Blanca Luz en
un juego de claroscuros. Su pelo trenzado de peinado
típico, un collar de cuentas negras, el ceño fruncido.
La foto se transformó en ícono de su etapa mexicana y
fue vendida por Siqueiros a un coleccionista de arte
estadounidense como parte de su obra: necesitaban el
dinero. Los primeros tiempos en México estuvieron
marcados por la cárcel: primero Blanca Luz junto a su
hijito por comunista, luego Siqueiros, por haber
participado en una manifestación el 1 de mayo de
1930. La relación creció y sufrió por carta. El
resultado de ese intercambio es Penitenciería-Niño
Perdido, un libro que reúne la correspondencia,
celebrado en su momento por los poetas Jules
Supervielle y Alejo Carpentier. Después de seis meses,
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el gobierno liberó a Siqueiros con la condición de que


se exiliara en el pueblo de Taxco y allí vivieron unos
años, se hicieron amigos del cineasta Sergei Eisenstein
y recibían visitas de artistas hasta que la realidad se
hizo insoportable: no tenían un peso, se llevaban a las
patadas y todo se tensó con el partido comunista. A
Blanca Luz la acusaron de coquetear demasiado con el
sandinismo y Siqueiros fue expulsado de la sede local,
como forma de encubrir su paso al espionaje soviético.
Después de instalarse brevemente en Los Ángeles,
donde el pintor realizó tres murales, volvieron al Río
de la Plata en 1933 con muchas expectativas pero todo
se precipitó al desastre: al menos para el pintor. En
Montevideo el Partido Comunista no hizo un
recibimiento oficial a la pareja de artistas y ni siquiera
el diario Justicia registró la visita de Siqueiros. “He
nacido en esta ciudad sudamericana. He salido a cantar
por todas las calles del universo. He llorado a gritos,
he amado a gritos. He peleado y he regresado otra vez
a esta ciudad sudamericana, y todo sigue igual: sin
perturbarse el cielo ni las caras, los mismos rostros sin
emoción, los mismos hombres en las calles centrales,
los mismos vendedores en los Bazares. Solo yo traía la
piel curtida en otros vientos, millones de heridas, la
sangra enriquecida. Mi hijo grande de la mano y
nuevos amores”, dice en Blanca Luz contra la
corriente.
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Con este panorama, el muralista viajó a Buenos Aires


donde fue recibido por Victoria Ocampo y Oliverio
Girondo, pero el entusiasmo por el arte revolucionario
duró poco y tuvo que aparecer el magnate de los
medios uruguayo Natalio Botana, fundador del diario
Crítica, para bancarle la parada. Le pidió al pintor que
decorara su casa de campo y ese encargo se transformó
en la primera experiencia muralista del Río de la Plata.
Siqueiros contactó a pintores como Berni, Spilimbergo
y Castagnino para completar el equipo que pintó la
bodega de la mansión de Don Torcuato. En medio de
la pintura y ocupándolo todo: el cuerpo desnudo de
Blanca Luz. Fue la sentencia: Botana se enamoró de
esa mujer –que pronto se instalaría en Buenos Aires– y
Siqueiros fue expulsado por el gobierno argentino
luego de haber participado de manifestaciones
populares. El mexicano se fue a Estados Unidos con la
esperanza de que Blanca Luz lo siguiera pero eso
nunca sucedió. “Ahí se armó el desastre, porque
Blanca Luz tenía una vida muy libre pero una vida
limpia; en cambio con Botana ya fue porque tenía
plata. Ella cambió de vida, empezó a gastar y a
vestirse con lujo”, dice su amiga Silvia Maneiro. La
poeta se fue alejando del comunismo, Siqueiros nunca
más volvió a nombrarla.
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Con 19 años, en Pan de Azúcar

La monja negra del peronismo


La relación con Botana duró muy poco y Blanca Luz
se instaló en Chile, donde se casó con Jorge Beeche,
un empresario chileno, diputado del Frente Popular.
Con él tuvo en 1938 a su hija María Eugenia –su única
descendencia viva– y al poco tiempo las abandonó.
Blanca Luz volvió a Argentina y tuvo su segunda
fascinación militante: se encontró con Juan Domingo
Perón. “He ahí un hombre nuevo, esto es lo que yo
quiero”, escribió. En el peronismo encontró una
conjunción de valores que sintetizaban sus creencias:
la preocupación por los desposeídos y la fe cristiana,
algo que el comunismo –del cual estaba desencantada
por Stalin– no le permitía. Blanca Luz, que le había
hecho la campaña al presidente Juan Antonio Ríos del
Partido Radical chileno, se había transformado en un
cuadro político y Perón mostró interés: la convirtió en
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su secretaria de prensa “y algo más”, de acuerdo a


algunos historiadores. Según lo que ella escribe, fue el
cerebro detrás del 17 de octubre de 1945, jefa de
campaña de la presidencia del coronel y autora de la
frase “Braden o Perón”. Más allá de testimonios de
época y alguna foto que la ubican junto a Perón, en los
archivos no figura ningún documento que pruebe ese
vínculo: es como si su huella hubiera sido borrada
expresamente de la historia del peronismo. Nunca se
encontraron las supuestas cartas entre la poeta y el
coronel. Después de la asunción de Perón a la
presidencia, cuentan que Eva Duarte le dio 48 horas
para abandonar la Argentina. Se oxigenó el pelo
(viviría como rubia la segunda mitad de su existencia)
y volvió a Chile para casarse con el empresario Carlos
Brunson por “la necesidad permanente de criar a mis
hijos”, según diría en sus memorias. Con él tuvo a su
hijo Niels que, al igual que su primogénito, murió en
accidente de auto dos décadas después. A pesar de su
vida aburguesada y su pena por la pérdida de Eduardo
siguió con su impulso militante y –aparentemente a
pedido de Perón– colaboró en la fuga de Guillermo
Patricio Kelly, de la Alianza Libertadora Nacionalista,
a quien disfrazó de mujer para sacarlo de la cárcel de
la Penitenciaría de Santiago antes de que lo
extraditaran y encarcelaran en Argentina. La policía la
detuvo a los pocos días. Su actividad política deterioró
el matrimonio con Brunson y en 1964 se divorció y
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publicó otro libro de testimonios: Mientras un mundo


muere.
La última Robinson
Cada vez más anticomunista y católica, vio en el
triunfo de Allende una amenaza para Chile y terminó
pidiendo asilo en Uruguay al presidente Pacheco
Areco, del derechista partido colorado. No obtuvo
respuesta, pero el golpe de estado de Pinochet la
tranquilizó: abrazó la causa pinochetista y decidió
quedarse en el país, donde recibió una condecoración
de la mano del propio dictador. Al tiempo se exilió (o
la exiliaron) en el archipiélago Juan Fernández, sobre
la que escribiría la novela El último Robinson y que
luego, gracias a sus gestiones, fue nombrada Isla de
Robinson Crusoe, por ser ese el lugar de inspiración
para la novela de Daniel Defoe. Allí construyó con sus
propias manos una serie de cabañas y pasó sus últimos
años junto a su hija María Eugenia, pintando y
recibiendo a curiosos. Fueron años de reescribir su
historia en clave de fábula, de armar unas memorias
que nunca editó, y recorrer desnuda una naturaleza que
la reenviaba a su infancia de campo. Allí se enteró de
la muerte de Siqueiros y de muchos de sus ex amigos.
Allí, también, quedaban las pocas pertenencias que
podían reconstruir un poco su historia pero eso
también desapareció: el tsunami de 2010 arrasó con la
isla. De toda una vida política, amorosa y
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vanguardista, solo quedó una valija arruinada y un par


de fotos mojadas. El resto se lo llevó el mar, como si
obedeciera al pedido profético que le haría a su amigo
Pombo en una de sus cartas: “Dejame desconocida,
pero bastante odiada, y envidiada”.

Algunas de sus publicaciones: la revista de su época con Mariátegui en Lima, el


libro Cantos de la América del Sur publicado en Chile en 1939, su testimonio
sobre el 17 de octubre y la novela que escribió en la Isla de Robinson Crusoe.

Entrevista a Pablo Zubizarreta, director de No viajaré


escondida
Una caja de Pandora

Por Diego Brodersen


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En el rodaje de No viajaré escondida, en Santiago de Chile

“Blanca Luz Brum es una mierdita. No tiene ninguna


importancia. Está usted perdiendo el tiempo haciendo
una película sobre ese personaje”, afirma con
vehemencia una voz femenina durante el minuto uno
de No viajaré escondida, el nuevo largometraje del
argentino Pablo Zubizarreta. Quien lo dice, sin ningún
atisbo de duda, del otro lado de la línea telefónica, es
la prestigiosa crítica de arte argentino-mexicana
Raquel Tibol, fallecida poco tiempo después de esa
comunicación, a la edad de 91 años. El director de
Grete, la mirada oblicua y 4 de julio: la masacre de
San Patricio (esta última codirigida junto a Juan Pablo
Young, la primera en colaboración con Matilde
Michanié) hizo caso omiso a esa admonición y se
embarcó en el proyecto documental que en unas pocas
semanas estará participando del Festival Internacional
de Santiago de Chile, entre otros eventos
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internacionales, poco antes de su estreno comercial en


Argentina en el mes de septiembre. Y es que, más allá
de la rotunda definición de Tibol, la de Brum es una
figura tan enigmática, tan contradictoria, tan
imposiblemente ubicua en diversos acontecimientos
artísticos y políticos de Latinoamérica durante gran
parte del siglo XX, que pocos realizadores
obsesionados con la realidad y su registro
cinematográfico serían capaces de pasar por alto ese
canto de sirena. “Desconocía totalmente la historia de
Blanca Luz y la primera vez que oí hablar de ella fue a
través de la actriz Valeria de Luque, quien estaba
interesada en hacer algo con ese personaje”, comenta
Zubizarreta, antes de aclarar que la atracción por la
vida de quien terminaría ocupando su labor creativa
durante varios años “tiene muchas aristas. Por un lado,
el hecho de ser alguien prácticamente desconocido
que, sin embargo, tuvo una existencia que puede ser
definida como aventura vital. Y de quien lo único que
suele escucharse al recordarla es que solía estar
entregada a un hombre, luego a otro, y así. A tal punto
que alguien llegó a apodarla ‘el colchón de América’.
Un personaje, al parecer, poco interesante más allá de
su figura de femme fatale. Pero de a poco fuimos
descubriendo lo que había detrás de eso, que más allá
de una libertad sexual en una época en la cual esa
elección no estaba bien vista, había una poeta, una
escritora, una militante política. Y una persona que
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estuvo en todos los lugares clave de Latinoamérica en


los momentos oportunos. Mutando, además, como si
fuera una especie de Zelig que se va transformando: de
un pueblito uruguayo a la elite montevideana de los
años 20; junto a José Carlos Mariátegui en Perú y
luego al lado de Siqueiros en México, vestida a la
manera de Frida Kahlo; como secretaria de prensa de
Perón en los años 40, como una rubia platinada”.
Zubizarreta cree que el vuelco político en las últimas
décadas de vida de Brum, ya instalada en la pequeña
Isla de Robinson Crusoe, frente a la costa chilena, fue
lo que marcó el olvido de su figura en tiempos
recientes. ¿Qué es lo que hace que una persona que
abrazó firmemente las ideas de izquierda durante una
parte importante de su vida se abandone al extremo
contrario, apoyando el régimen recién instalado, a pura
bala y sangre, de Augusto Pinochet? “Eso puede ser
algo frustrante, pero al mismo tiempo es muy
interesante, todo ese recorrido que va del comunismo
acérrimo al apoyo del golpe militar”, continúa el
documentalista. Una fotografía de Brum muy joven,
sonriendo a cámara, una niñera sosteniendo a su
primer hijo algunos pasos por detrás, es presentada en
No viajaré escondida por uno de sus biógrafos más
empedernidos, el escritor uruguayo Hugo Achugar. La
ambivalencia, la contradicción, es instalada desde muy
temprano en la narración de la película. “La
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revolucionaria con nanny”. Así es definida a partir de


esa imagen congelada. “Ella se decía socialista, por
más que apoyara a Pinochet. Lo cierto es que,
políticamente, se manifestó más temprano que tarde en
contra del comunismo acérrimo, en particular luego
del pacto de Stalin con Hitler, antes de la invasión de
Finlandia. Y es por eso, creo, que se enamora de la
figura de Perón, a quien ve como un líder
latinoamericano más parecido a Mariátegui. Es por esa
misma razón que pensaba que lo de Allende en Chile
era una aventura loca que iba a terminar muy mal. Más
allá de la clásica estructura narrativa ligada al camino
del héroe, tendemos siempre a la idealización, al
recorrido unívoco y coherente. Pero los seres humanos
no somos así, nadie lo es. El mito es apenas un espejo
donde uno se mira. Y el mito alrededor de Brum es tan
fuerte que los puntos de vista son muy contradictorios
y de un mismo hecho se cuentan versiones muy
distintas. Ella tuvo bastante que ver con eso, porque a
lo largo de su vida escribió varias autobiografías en las
cuales las situaciones y ocurrencias iban cambiando.
Es muy difícil llegar a la verdad y uno siempre se
encuentra con múltiples puntos de vista, con historias
muy distintas. Muchas de las cosas que se han escrito
sobre Brum no parten de una investigación basada en
registros, en datos de la realidad, y están envueltas con
una o varias capas de invención. Una de las ideas
subyacentes de la película es justamente esa: ¿cuánto
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de nosotros mismos les ponemos a esos personajes e


historias para que sean como a uno les gustaría que
fueran? Lo interesante era descubrir a la persona, la
humanidad detrás de esa figura histórica escondida. Y
la película, ahora me doy cuenta, tiene un poco esa
estructura, la de partir de la chapa, de lo superficial, de
los hechos como puntos en la historia, y llegar a la
descripción de una persona. De una mujer”.
A tal punto la historia de Blanca Luz Brum –artística–
está poblada de luces y sombras, por períodos diversos
y por las más flagrantes contradicciones; son tantas las
anécdotas corroborables y tantas aquellas otras que
nunca podrán formar parte de la historiografía más
rigurosa; son tantos los ribetes y rieles secundarios que
atraviesan su camino a lo largo del siglo XX que los
110 minutos de No viajaré sola parecen escasos. “Con
todo el material que quedó afuera podría hacer otra
película”, bromea con un sesgo de seriedad Pablo
Zubizarreta, quien trabajó junto a Benjamín Ávila y
Lorena Muñoz en la producción del film.
Casualmente, Muñoz dirigió hace doce años el
documental Los próximos pasados, dedicado a una
obra pictórica de David Alfaro Siqueiros realizada en
el sótano de la quinta del empresario periodístico
Natalio Botana en Don Torcuato y que permaneció
oculta durante casi siete décadas, mural redescubierto
que también forma parte de la película de Zubizarreta.
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“Hay muchas historias interesantes que quedaron


afuera porque fue necesario filtrar, acomodar, para
lograr el objetivo narrativo. Incluso intenté en el
montaje romper la estructura cronológica, pero al
hablar de tantas cosas, de tantos procesos políticos, de
tantos personajes relevantes que estuvieron al lado de
ella, se corría el riesgo de perder el equilibrio de la
organización”.
El último tercio de No viajaré escondida –una frase
que nunca se pronuncia; en realidad, inversión de una
línea de uno de sus poemas tempranos– encuentra a la
protagonista cómodamente instalada en su pequeño
reino chileno, “aburguesada, quizás”, según la
definición de Zubizarreta. Todo cambia cuando decide
ayudar a Guillermo Patricio Kelly a escapar, vestido
de mujer, de la prisión chilena en donde se encontraba
detenido. Un nuevo capítulo de una novela nunca
escrita, aunque sí vivida. “En ese momento ella rompe
nuevamente con todo: tiene una situación estable, está
casada con un millonario, pero, así y todo, se lanza a la
aventura, como si tuviera algo dentro suyo que le
impide quedarse inmóvil”. Movilidad, cambio,
reinvención. Métodos, formas, antídotos contra el
olvido. “El único registro de su participación en el 17
de octubre de 1945 es el que ella misma escribe. Es
como si siempre tuviera que escribir su propia historia
porque, de otra manera, hubiera sido tapada, olvidada.
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Ocultada, quizás no casualmente, por las mujeres que


vinieron después de ella: en el caso de Siqueiros por
Angélica Arenal, en el de Perón, por Evita. El hijo de
Mariátegui me contó que su madre le tenía prohibido a
su padre nombrar a Blanca Luz. Incluso su obra
poética quedó en un segundo plano, a la sombra de la
producción de artistas como Siqueiros. El título de la
película viene de ahí, de esa rebeldía, de su negativa a
dejarse imponer un ocultamiento en la Historia. Su
vida está llena de circunstancias increíbles, como si
fuera una caja de Pandora de la cual surgen
constantemente nuevas aventuras. Y tragedias”.
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