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30 años después de la ruptura con García


Márquez, Vargas Llosa desvela las claves
literarias y personales
CÉSAR COCA/BILBAO

La más famosa amistad de la literatura en español del último medio siglo comenzó la noche del 1
de agosto de 1967, en el aeropuerto Simón Bolívar de Caracas, y terminó a última hora de la
tarde del 12 de febrero de 1976, en un cine de Ciudad de México. Durante los ocho años y medio
que separan esas fechas, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez viajaron juntos,
participaron en mil tertulias, planearon escribir una novela a cuatro manos, protagonizaron un
coloquio luego llevado al papel sobre la literatura hispanoamericana del momento y el primero se
convirtió en el mejor y más célebre estudioso de la obra del segundo.

Ahora, 'García Márquez: historia de un deicidio', el magnífico trabajo del peruano sobre su
entrañable amigo de entonces, vuelve a editarse, en el contexto de la publicación de sus 'Obras
completas' (tomo VI. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores). Ese largo y documentado ensayo
apareció en 1971. Luego, la amistad se vio brusca y violentamente interrumpida: Vargas Llosa
derribó a García Márquez de un puñetazo al finalizar una proyección privada de la película
'Supervivientes de los Andes', de René Cardona, y no quiso que el libro se reeditara. Tal ha sido
la persecución de que ha sido objeto, que el volumen ha desaparecido de muchas bibliotecas y se
ha llegado a pagar por encima de 500 euros por un ejemplar.

Los muchos seguidores de los autores más célebres del 'boom' podrán conocer a partir de este
texto la génesis de su relación, profundizar en la obra del colombiano hasta 'Cien años de
soledad' de la mano de otro escritor imprescindible de la literatura de hoy y lamentar que aquel
puñetazo, cuyas causas siguen sin estar del todo claras, rompiera la «más memorable y hermosa
amistad que haya conocido la literatura latinoamericana», en palabras de Plinio Apuleyo
Mendoza, muy próximo a ambos.

El día que se conocieron

Vargas Llosa (Arequipa, 1936) y García Márquez (Aracataca, 1927) habían intercambiado
algunas cartas y discutido en ellas acerca de la idea de escribir juntos una novela sobre la guerra
que sus dos países mantuvieron en 1931. Incluso habían protagonizado un episodio que, de no
estar documentado, parecería propio del 'realismo mágico': uno y otro, con tres años de
diferencia, habían sido destinatarios de la 'caridad' de los esposos Lacroix, dueños en París de un
hotelito para viajeros con pocos recursos. Los Lacroix permitieron que se alojaran gratis y por
tiempo ilimitado en la buhardilla de su inmueble: García Márquez lo hizo en 1957 y allí concibió
'El coronel no tiene quien le escriba'. Vargas Llosa se encerró en el mismo lugar en 1960 para
terminar 'La ciudad y los perros'.
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Sin embargo, no se habían visto hasta esa noche del 1 de agosto de 1967. Para entonces, el
peruano había publicado ya 'La ciudad y los perros', 'Los jefes' y 'La casa verde', y a sus 31 años
era un escritor célebre y prestigioso a uno y otro lado del Atlántico. El colombiano había
adquirido una fama repentina y arrasadora con la publicación de 'Cien años de soledad', pocas
semanas antes. Sus aviones aterrizaron separados por apenas unos minutos: Vargas Llosa volaba
desde Londres y García Márquez desde México, y ambos llegaban a Caracas para participar en el
XIII Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana.

«Ésa fue la primera vez que nos vimos las caras -recuerda Vargas Llosa en su ensayo 'García
Márquez: historia de un deicidio', escrito tres años después-. Recuerdo la suya muy bien, esa
noche: desencajada por el espanto reciente del avión -al que tiene un miedo cerval-, incómoda
entre los fotógrafos y periodistas que la acosaban». Ambos escritores pasan juntos prácticamente
las dos semanas que dura el congreso, y Vargas Llosa asiste al inicio de la persecución
periodística en que se ha convertido cada aparición pública de su colega colombiano. «A los
periodistas les confesaba, con la cara de palo de su tía Petra, que sus novelas las escribía su
mujer pero que él las firmaba porque eran muy malas y Mercedes no quería cargar con la
responsabilidad». Detrás de esos juegos, asegura Vargas Llosa, «hay un tímido, para quien hablar
ante un micrófono, y en público, significa un suplicio».

Análisis de su obra

En la larga introducción en la que el escritor peruano habla del entonces amigo -sin ocultar en
ningún momento su admiración-, destaca el carácter de su personalidad que le parece más
notable: que todo en él se traduce en historias y anécdotas, «en episodios que recuerda o inventa
con una facilidad impresionante».

La vida es para García Márquez una cascada de anécdotas, y «la exageración no es una manera
de alterar la realidad, sino de verla». Así se plasma en sus libros y sus primeros trabajos
periodísticos. De ellos habla también Vargas Llosa, para destacar el trabajo del reportero «que se
moviliza tras la noticia y, si no la encuentra, la inventa».

El escritor peruano desmenuza con precisión quirúrgica cada cuento y cada novela hasta llegar a
'Cien años de soledad'. En esta última, repasa las influencias percibidas, de Faulkner a Sófocles,
y no escatima elogios: «Es una novela total -escribe- en la línea de esas creaciones
demencialmente ambiciosas que compiten con la realidad de igual a igual». Lo es «sobre todo
porque pone en práctica el utópico designio de todo suplantador de Dios: describir una realidad
total, enfrentar a la realidad real una imagen que es su expresión y negación».

Por la época en la que Vargas Llosa escribía estas líneas, los dos novelistas vivían en Barcelona,
una ciudad que se convirtió por unos años en capital de la literatura latinoamericana. Era habitual
verlos juntos en numerosos actos, en jurados de premios y en tertulias, divirtiéndose junto a sus
esposas. Se ha dicho que la política contribuyó de forma decisiva a la ruptura de su amistad, pero
no parece cierto. La política pudo ampliar el abismo entre ellos después de su ruptura, pero no la
propició. La mejor prueba está en lo sucedido con el 'caso Padilla', el poeta cubano perseguido
por el régimen de Castro. Fue en 1971 y supuso el distanciamiento definitivo entre Vargas Llosa
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y la revolución cubana. García Márquez, en cambio, primó su amistad por Castro sobre las
consideraciones políticas. Sin embargo, eso no creó tensión entre ambos escritores.

¿Qué ocurrió entonces que explique el puñetazo en el cine de Ciudad de México? Hay al menos
dos versiones, que discrepan en aspectos sustanciales, aunque coinciden en que el punto de
partida es una aventura sentimental. Al parecer, a mediados de los setenta, cuando todavía vivían
en la ciudad condal, el escritor peruano tuvo un 'affaire' con una modelo norteamericana, que le
condujo incluso a abandonar temporalmente su hogar. En ese momento comienzan las
discrepancias entre los dos relatos.

Versiones del golpe

Según la primera versión, un rumor que ha tenido amplia difusión pese a que su origen es
desconocido, García Márquez 'consoló' a Patricia, la esposa de su colega. La segunda versión
tiene autor con nombre y apellidos: el escritor colombiano Juan Gossaín, que por entonces
trabajaba en el diario 'El Heraldo' de Barranquilla, ha contado cómo, ante la situación creada
entre Vargas Llosa y su mujer, García Márquez, quizá aconsejado por su propia esposa,
Mercedes, habló con Patricia para recomendarle que pidiera el divorcio. A partir de aquí, las dos
versiones vuelven a unirse en una sola: Patricia y Mario se reconciliaron, y en algún momento
ella le contó lo que había sucedido (en cualquiera de las dos versiones) con 'Gabo', como le
llaman sus amigos.

Desde ese punto hay ya un solo relato, porque además existen numerosos testigos de lo que
sucedió aquella tarde de 1976. En un cine de Ciudad de México se proyecta en pase privado el
filme de Cardona. En el patio de butacas está la crema de la intelectualidad latinoamericana.
Termina la película, se encienden las luces y García Márquez, que está acompañado por
Mercedes, distingue unas filas más allá a su amigo. Se aproxima a él con intención de darle un
abrazo pues hace unos meses que no se ven (Gabo se ha instalado en México), pero Vargas Llosa
le responde con un derechazo que lo derriba. «Esto es por lo que le hiciste a Patricia en
Barcelona», dice a modo de explicación.

El periodista peruano descendiente de vascos Francisco Igartua estaba invitado al pase de la


película pero llegó tarde, apenas unos minutos después de que García Márquez diera con sus
huesos en el suelo. Él ha dejado escrito en su libro de memorias 'Huellas de un destierro' su
propio relato de lo que vio: cerca del vestíbulo del cine, un grupo de personas, entre ellas la
escritora Elena Poniatowska, rodeaban al futuro Nobel. Alguien había adquirido un bistec en una
carnicería y se lo habían puesto sobre el ojo dañado, intentando reducir la hinchazón.

La coartada política

A pocos metros, en un bar, el periodista Benjamín Wong acompañaba a un Vargas Llosa callado
y pálido como un muerto. Allí le cuentan lo sucedido a Igartua, quien se lleva al autor de 'La
ciudad y los perros' al hotel. En la habitación espera una airada Patricia que no duda en insultar a
su marido, asegurando que la ha convertido en el hazmerreír de todos. «Me ha llamado la Gaba,
medio mundo...», grita, mientras arroja un jarrón y varias lamparitas de mesa al escritor, que
asiste impávido a la escena.
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Los periódicos recogieron el incidente. Uno de ellos incluso publicó una viñeta que representa a
los dos novelistas como boxeadores. La política fue luego una coartada para que creciera la
brecha abierta entre ambos. Vargas Llosa evolucionó hacia el liberalismo, convirtiéndose en un
crítico furibundo del castrismo. García Márquez es uno de los pocos intelectuales que aún apoya
al comandante en jefe. Ninguno quiere hablar de lo sucedido antes del puñetazo. Pero hay en los
dos un punto de nostalgia cuando alguien les pregunta por su amistad rota. Quizá por lo que
significó en sus vidas aquella relación. Quizá simplemente porque hablar de ello les hace
conscientes del tiempo transcurrido. Puede que algo de eso explique por qué ahora, y no antes,
Vargas Llosa ha accedido a la reedición de 'García Márquez: historia de un deicidio'. Y que no
haya suprimido de la última página el epígrafe de 'Reconocimientos': «No hubiera podido
escribir este ensayo sin la ayuda de muchos amigos: Mercedes y Gabriel García Márquez...»

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