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2 // arqueología de la agricultura: casos de estudio en la región andina argentina .

korstanje y quesada (eds)

ESTE LIBRO CUENTA CON EL AUSPICIO ACADÉMICO


DE LAS SIGUIENTES INSTITUCIONES:

ISNB

Foto de tapa: Verónica Williams // Andenes y acequias prehispánicas en Corralito


(Angastaco, Salta)
Diseño y maquetación:•El circo Comunicaciónm visual
// 3

Este libro ha sido financiado con aportes de subsidios de investigación PICT


de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica y CIUNT de la
Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de Tucumán. Los
editores desean agradecer los auspicios académicos del Instituto de Arqueo-
logía y Museo de la Universidad Nacional de Tucumán, de la Escuela de Ar-
queología de la Universidad Nacional de Catamarca y del Instituto Superior
de Estudios Sociales del CONICET y la Universidad Nacional de Tucumán.
Agradecemos también a los evaluadores de los capítulos y a Gabriela Granizo
quien prestó una ayuda valiosísima revisando la bibliografía de los trabajos.

EVALUADORES DE LOS CAPÍTULOS


Por orden alfabético.

Carlos Angiorama. Universidad Nacional de Tucumán - CONICET


M. del Pilar Babot. Universidad Nacional de Tucumán - CONICET
Carlos Baied. Universidad Nacional de Tucumán
Pablo Cahiza. INCIHUSA, CONICET
Marilin Calo. Universidad Nacional de La Plata - CONICET
Pablo Cruz. CONICET - FUNDANDES
Patricia Cuenya. Universidad Nacional de Tucumán
Daniel Delfino. Universidad Nacional de Catamarca
Marcos Gastaldi. Universidad Nacional de Córdoba
Marco Giovanetti. Universidad Nacional de La Plata - CONICET
Juan Pablo Guagliardo. Instituto Nacional de Antropología y Pensa-
miento Latinoamericano
Bernarda Marconetto. Universidad Nacional de Córdoba - CONICET
Javier Nastri. Universidad Maimónides - CONICET
Martín Orgaz. Universidad Nacional de Catamarca
Norma Ratto. Universidad de Buenos Aires
Clara Rivolta. Universidad Nacional de Salta
Constanza Taboada. Universidad Nacional de Tucumán - CONICET
Mauricio Uribe. Universidad de Chile
4 // arqueología de la agricultura: casos de estudio en la región andina argentina . korstanje y quesada (eds)

índice
índice // 5

INTRODUCCIÓN PAG. 06

CAPÍTULO UNO
ESTUDIOS DE AGRICULTURA PREHISPÁNICA: CASABINDO (1980-1993)
Por María Ester Albeck PAG. 12

CAPÍTULO DOS
PRODUCCIÓN Y CONSUMO AGRÍCOLA EN EL VALLE DEL BOLSÓN (1991-2005)
Por Alejandra Korstanje PAG. 48

CAPÍTULO TRES
AGRICULTURA CAMPESINA EN EL ÁREA DE ANTOFALLA (1997-2007)
Por Marcos Quesada PAG. 76

CAPÍTULO CUATRO
AGRICULTURA, AMBIENTE Y SUSTENTABILIDAD AGRÍCOLA EN EL DESIERTO: EL
CASO ANTOFAGASTA DE LA SIERRA (PUNA ARGENTINA, 26ºS)
Por Pablo Tchilinguirian y Daniel Olivera. PAG. 104

CAPÍTULO CINCO
LOS LÍMITES DE LA AUTONOMÍA DOMÉSTICA EN LA AGRICULTURA DE REGA-
DÍO. Antofalla y Tebenquiche Chico (s. III a XII d.C.)
Por Marcos Quesada PAG. 130

CAPÍTULO SEIS
FORMAS Y ESPACIOS DE LAS ESTRUCTURAS AGRÍCOLAS PREHISPÁNICAS EN
LA QUEBRADA DEL RÍO DE LOS CORRALES (EL INFIERNILLO-TUCUMÁN)
Por Mario Caria, Nurit Oliszewski; Julián Gómez Augier; Martín Pantorrilla y
Matías Gramajo Bühler PAG. 144

CAPÍTULO SIETE
PRIMERAS EVIDENCIAS PALINOLÓGICAS DE CULTIVOS EN PUEBLO VIEJO DE
TUCUTE. PERÍODO TARDÍO DE LA PUNA DE JUJUY. NOROESTE ARGENTINO
Por Liliana Lupo, Carina Sánchez, Nora Rivera y María Ester Albeck PAG. 166

CAPÍTULO OCHO
LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA EN UN SECTOR DEL
VALLE CALCHAQUÍ MEDIO
Por Verónica Williams, Alejandra Korstanje, Patricia Cuenya y Paula Villegas PAG. 178

CAPÍTULO NUEVE
CONSIDERACIONES SOBRE LA AGRICULTURA PREHISPÁNICA EN EL SECTOR
CENTRAL DE LAS SIERRAS DE CÓRDOBA (ARGENTINA) PAG. 208
Por Sebastián Pastor y Laura López

COMENTARIOS FINALES PAG. 234


6 // arqueología de la agricultura: casos de estudio en la región andina argentina . korstanje y quesada (eds)

ARQUEOLOGÍA DE LA AGRICULTURA
CASOS DE ESTUDIO EN LA REGIÓN ANDINA ARGENTINA
208 // pastor y lópez . capítulo nueve

09CONSIDERACIONES
SOBRE LA AGRICULTURA
PREHISPÁNICA EN
EL SECTOR CENTRAL
DE LAS SIERRAS
DE CÓRDOBA

(ARGENTINA)

Sebastián Pastor1 y Laura López2


1
CONICET - Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”. pastorvcp@yahoo.com.ar
2
CONICET - Laboratorio de Prehistoria y Arqueología (U.N.Cba.). mllopezdepaoli@yahoo.com.ar
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 209

INTRODUCCIÓN
La existencia de prácticas agrícolas durante el período prehispánico en las Sierras Cen-
trales de Argentina ha sido unánimemente aceptada por los especialistas, quienes con-
cibieron a la región como uno de los límites de la dispersión de la agricultura andina.
Con un fuerte apoyo en la documentación histórica del período colonial temprano -si-
glos XVI y XVII-, los primeros textos académicos afirmaron la imagen de los habitan-
tes de las sierras -los comechingones- como pueblos asentados en aldeas y dedicados al
cultivo del maíz, zapallos, porotos y otras especies (Aparicio 1936; Canals Frau 1953;
Outes 1911; Serrano 1945). Dicha imagen se difundió luego por medio de la literatura
escolar y museográfica.
Años más tarde, con las investigaciones arqueológicas iniciadas en la década de 1950,
se definió una prolongada secuencia para la ocupación prehispánica, que se remon-
taba hasta el Holoceno Temprano. Se reconoció una extensa etapa precerámica, corres-
pondiente a grupos móviles con una economía de caza y recolección, continuada por
una etapa agroalfarera que -como su nombre lo indica- se definía por la producción
agrícola y cerámica, además de un marcado sedentarismo (Berberián 1984; González
1960; Marcellino et al. 1967; Menghin y González 1954). Entre otros aspectos, la pro-
fundización de esta propuesta requería precisar la cronología y el origen -local o ex-
terno- del proceso implicado por la etapa agroalfarera. Así, su antigüedad fue estimada
en 1000 o 1500 años AP -según las primeras dataciones radiocarbónicas e indicadores
indirectos-, mientras que su origen fue ligado al desplazamiento de grupos agriculto-
res provenientes de la mesopotamia santiagueña y el bajo río Dulce (Cocilovo 1984;
González y Pérez 1972; Marcellino 1992; Montes 2008).
En la literatura más reciente el problema de la introducción de la agricultura aparece
ligado al proceso de cambio experimentado a nivel local por los grupos cazadores-re-
colectores, aunque no se produjo una elaboración sistemática en dicho sentido (Ber-
berián 1999; Berberián y Roldán 2001; Bonnín y Laguens 2000; Laguens 1999). El
cálculo de su antigüedad fue extendido hasta unos 2000 años, de acuerdo a datos iso-
tópicos y a la cronología de los contextos más tempranos con restos cerámicos (La-
guens y Bonín 2009).
La diversificación de enfoques y orientaciones teóricas generó variados temas de in-
terés. Se analizó el rol de la agricultura en relación a procesos de diversificación econó-
mica y, en tal sentido, se insinuaron diferencias sobre su definición como una estrategia
económica central o complementaria. Se intentaron estimaciones cuantitativas sobre su
aporte a la subsistencia (Laguens 1999, 2000) y se consideraron posibles estrategias des-
tinadas a enfrentar el riesgo ambiental (Berberián y Roldán 2003). También se evaluó la
distribución de sitios arqueológicos y su articulación con terrenos potencialmente culti-
vables (Berberián y Roldán 2003; Medina y Pastor 2006) y se usó información histórica y
etnográfica como fuentes para la interpretación arqueológica (Medina y Pastor 2006).
Es preciso destacar que el amplio consenso sobre la existencia de una agricultura
prehispánica ha encontrado más apoyo en las lecturas de los documentos del período
colonial, que en lo sugerido por los materiales arqueológicos de momentos anteriores
a la conquista. En general se acepta que el registro arqueológico tardío -ca. 1500/1000
a 300 AP- puede ser atribuido a sociedades agricultoras similares a las descriptas por
210 // pastor y lópez . capítulo nueve

las fuentes históricas, aunque se han tenido en cuenta indicadores indirectos e incluso
ambiguos, entre ellos el empleo generalizado de la tecnología cerámica, la abundancia
de artefactos de molienda y la existencia de probables herramientas asignadas al tra-
bajo en los terrenos cultivados -i.e. azuelas o hachas-, que nunca fueron objeto de estu-
dios funcionales específicos.
La ausencia de evidencias más concretas, como restos de plantas cultivadas o de in-
fraestructura productiva no es un detalle menor, ya que permitiría cuestionar la propia
existencia de prácticas agrícolas prehispánicas, o bien conducir a una reconsideración
de su probable antigüedad, características o importancia económica.
En este artículo se abordan algunos de estos problemas atendiendo a diferentes lí-
neas de evidencia, en su mayoría relacionadas con investigaciones propias recientes.
En primer lugar, se tratan generalidades de los patrones de asentamiento en el sector
central de las sierras de Córdoba, de acuerdo a los datos obtenidos por un programa de
prospecciones intensivas, con referencias puntuales sobre la variabilidad microam-
biental y sobre la ocupación de las tierras potencialmente cultivables. Luego se pre-
senta información preliminar sobre el consumo de plantas cultivadas, en su mayor parte
resultado de los primeros estudios arqueobotánicos efectuados en la región. Por último,
se consideran evidencias directas de cultivo a partir del análisis de un rasgo detectado
en Arroyo Tala Cañada 1, un sitio tardío del valle de Salsacate.
En las últimas dos secciones se considera el problema de la dispersión agrícola en
la región a partir del análisis e integración de estos datos, con apoyo en la información
disponible sobre dos sistemas agrícolas de características similares y cercanos en el
tiempo y/o espacio: la agricultura campesina contemporánea y la agricultura indígena
practicada durante el período colonial temprano.

VARIABILIDAD AMBIENTAL Y USO DEL ESPACIO EN EL SECTOR CENTRAL DE LAS SIERRAS DE CÓRDOBA
En los últimos años, el proyecto PIP CONICET 02433, bajo la dirección de Eduardo
Berberián, desarrolló un programa de prospecciones intensivas en el sector central de
las Sierras de Córdoba. Las mismas se llevaron a cabo en distintas microrregiones y
hasta el momento alcanzaron una amplia cobertura, de más de 500 km2. Estas tareas
permitieron reconocer unos 700 sitios arqueológicos de diferentes períodos prehispá-
nicos, así como registro de baja densidad -pequeñas concentraciones, hallazgos aisla-
dos-. A diferencia de los trabajos sobre sitios puntuales (Berberián 1984; Marcellino et
al. 1967) o de las prospecciones de reducida magnitud (Laguens 1999), la información
obtenida por este programa permite una aproximación inicial aunque firme a la varia-
bilidad del registro arqueológico a escala regional.
El sector central de las sierras de Córdoba (Figura 1) comprende diferentes micro-
ambientes, no todos ellos apropiados para el tipo de producción agrícola al que aluden
las fuentes históricas. Ésta pudo desarrollarse en los piedemontes, valles y quebradas
de altitud baja y media -400 a 1400 msnm-, dada la convergencia de condiciones favo-
rables en cuanto a suelos, precipitaciones -600 a 900 mm anuales-, temperaturas -me-
dias de 16 a 18º C.- y la existencia de una red hídrica permanente, entre otros (Vázquez
et al. 1979). Sin embargo, las superficies cultivables representan un reducido porcentaje
del total, ya que predomina una accidentada topografía serrana. La mayor parte de las
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 211

Sector central de las Sierras de Córdoba.


FIGURA UNO
212 // pastor y lópez . capítulo nueve

tierras agrícolas se localiza en los fondos de valle, donde también se concentran los
bosques de algarrobo (Prosopis spp.) y los principales cursos de agua. Mas allá de los
fondos de valle los terrenos son poco extensos y de distribución discontinua. Se debe
destacar que los mismos ofrecen diferentes condiciones para la producción agrícola, ya
que varían sus altitudes, pendientes, orientaciones, suelos, humedad, exposición a las
heladas, horas de sol, etc.
Por otra parte, los faldeos, altiplanicies y cumbres del cordón serrano central o Sie-
rras Grandes -1100/1400 a 3000 msnm- presentan condiciones adversas, especialmente
por las bajas temperaturas -medias de 10 a 12º C.- y el extenso período de heladas -casi
10 meses-. En estas zonas de altura se originan las cuencas hídricas de régimen per-
manente que favorecieron el desarrollo agrícola en las áreas más bajas, mencionadas en
primer término. Las mismas cuentan con una cobertura de arbustos y extensos pasti-
zales, que sostuvieron especies faunísticas de importancia como los guanacos (Lama
guanicoe) y venados de las pampas (Ozotoceros bezoarticus).
Por último, los encadenamientos del cordón occidental -Sierras de Pocho, Guasa-
pampa y Serrezuela-, así como los valles, bolsones y piedemontes cercanos -300 a 900
msnm- muestran una acentuada aridez, con suelos pobres y disponibilidad hídrica es-
casa y estacional. Las precipitaciones anuales no alcanzan los 400 mm, normalmente
acumulados en unas pocas tormentas torrenciales de verano. Esto último, junto a la
acentuada evapotranspiración provocada por las altas temperaturas, establece condi-
ciones adversas para el desarrollo de una agricultura a secano. El bosque chaqueño pro-
vee variados frutos comestibles -algarrobo, chañar (Geoffroea decorticans), mistol
(Zizyphus mistol)-, mientras que las áreas de vegetación abierta, localizadas en las pla-
nicies aledañas que descienden hacia las Salinas Grandes -200 msnm-, son habitadas
por guanacos y ñandúes (Rhea americana).
El poblamiento de la región se remonta a la transición Pleistoceno-Holoceno, con
episodios de exploración entre 11.000 y 9000 AP y una fase de colonización efectiva
entre 8000 y 7000 AP. En todos los sectores de las sierras se localizan sitios pequeños y
hallazgos aislados atribuidos a este último período, con las características puntas de
proyectil de tipo Ayampitín y la tecnología bifacial asociada. La mayoría de los sitios se
encuentra en las altiplanicies y cumbres de las Sierras Grandes, consistentemente con
un modo de vida estructurado en torno a la cacería del guanaco (Rivero 2007; Rivero y
Berberián 2008).
Se observan cambios significativos durante el período estimativamente compren-
dido entre fines del Holoceno Medio y comienzos del Tardío, entre 4500 y 1500 AP. Se
reconoce una ocupación más intensa de los fondos de valle, con la presencia de exten-
sos sitios residenciales -hasta 1 ha de superficie (Pastor 2007a)-. Entre los diferentes
restos se destacan las puntas de proyectil triangulares, abundantes artefactos de mo-
lienda y enterratorios. A diferencia de los sitios del Holoceno Temprano, que sugieren
la existencia de grupos pequeños y muy móviles, éstos del Holoceno Medio y comien-
zos del Tardío acusarían una cierta disminución de la movilidad residencial y un au-
mento en el tamaño de los grupos co-residentes. En tal sentido, es probable que se
produjera una fase de fusión durante la estación estival, vinculada al aprovechamiento
de recursos chaqueños como la algarroba.
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 213

En los pastizales de altura, paralelamente, se localizan sitios pequeños y hallazgos ais-


lados, así como contextos estratificados en abrigos rocosos. Estos últimos son el resul-
tado de la instalación reiterada de campamentos de corta duración, vinculados a las
actividades de caza. Los conjuntos faunísticos están dominados por los camélidos, aun-
que también se consumieron cérvidos y fauna menor. En este aspecto se perciben di-
ferencias con los materiales del Holoceno Temprano, que muestran el amplio dominio
de los camélidos junto a escasos cérvidos y una limitada representación de la fauna
menor (González 1960; Menghin y González 1954; Rivero 2007; Rivero et al. 2007-
2008). Estos sitios son asociados a una fase de fisión o dispersión estacional.
En cuanto a los microambientes áridos del cordón occidental, hasta el momento sólo
se reconocieron pequeñas concentraciones y hallazgos aislados de material lítico, tal
como se observó para momentos previos. Dichas circunstancias indicarían que, por mi-
lenios, predominó un uso poco intenso e incluso esporádico de estas zonas (Recalde
2009; Pastor 2010).
Los cambios se acentúan con posterioridad a ca. 1500 AP. En primer lugar, se regis-
tra una ocupación residencial más intensa de los fondos de valle. La mayoría de los si-
tios de períodos anteriores fueron reocupados y se instalaron otros nuevos, en ocasiones
considerablemente más extensos, con dispersiones de restos de hasta 4 ha. En los fon-
dos de los valles de Punilla y Salsacate se encuentran numerosos sitios poco distancia-
dos entre sí, con un patrón de distribución ajustado a las descripciones históricas del
siglo XVI, que aluden a poblados o caseríos cercanos, en íntima articulación con los es-
pacios productivos o chacaras (Figura 2; Pastor 2007a; Pastor y Berberián 2007; ver más
abajo). Se observan variados restos en superficie, aunque no se distinguen estructuras
arquitectónicas habitacionales o agrícolas. A diferencia de los sitios más tempranos, se
destaca la presencia de abundante alfarería. En ocasiones, las tareas de excavación o
ciertos procesos postdepositacionales permitieron identificar restos de viviendas semi-
subterráneas de planta rectangular (Berberián 1984) o bien indicios concretos de su
presencia (González 1943; Serrano 1945). Las mismas eran parcialmente excavadas en
el sedimento y completadas con estructuras perecederas de vegetales y posiblemente
cueros. Se registraron paredes verticales, pisos consolidados, fogones excavados en el se-
dimento, agujeros de postes y rampas de acceso. Otros rasgos y estructuras frecuentes
en estos sitios corresponden a tumbas -muchas de ellas ubicadas debajo de los pisos de
las habitaciones- y áreas de descarte o basureros (Berberián 1984; Marcellino et al. 1967;
Pastor y Berberián 2007).
Otro aspecto significativo deriva de la presencia de sitios residenciales emplazados
en una amplia variedad de terrenos cultivables, en general incluidos en las quebradas
laterales o tributarias que descienden desde los faldeos serranos. Aquí, a diferencia de
los fondos de valle, las tierras cultivables son poco extensas -ca. 1 a 50 ha- y presentan
una distribución discontinua. De acuerdo a las características de los terrenos, se en-
cuentran desde sitios grandes como en los fondos de valle -ca. 1 a 3 ha-, hasta sitios pe-
queños con dispersiones de 0,1 a 0,5 ha (Figura 3). Salvo excepciones, ninguno de estos
terrenos parece haber sido ocupado con fines residenciales en momentos previos (Me-
dina 2008; Pastor 2007a).
214 // pastor y lópez . capítulo nueve

FIGURA DOS
Sitios arqueológicos del fondo del valle de Punilla y tramos finales de algunas quebradas tributarias,
arriba, y del fondo del valle de Salsacate y quebrada de Pitoba, abajo.
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 215

FIGURA TRES

Sitios arqueológicos del oriente del valle de Salsacate y faldeos de las cumbres de Gaspar, arriba, y del oriente del valle
de Salsacate, Musi y Cerro La Higuerita, abajo.
216 // pastor y lópez . capítulo nueve

En los restantes microambientes serranos también se reconocen indicadores de una


ocupación más intensa del entorno para momentos posteriores a ca. 1500 AP. Tanto en
las altiplanicies de las Sierras Grandes como en los encadenamientos del cordón occi-
dental se multiplica el número de sitios. Según los sectores, éstos se localizan con pre-
ferencia en abrigos rocosos o a cielo abierto. Se trata de ocupaciones estacionales
relacionadas con la apropiación de los variados recursos silvestres disponibles en los
medios circundantes. Las diferencias de tamaño justifican la distinción entre una escala
doméstica, atribuida a una amplia mayoría de sitios pequeños, y una escala extra-do-
méstica o comunitaria, representada por un conjunto de sitios de mayor tamaño.
En los pastizales de altura sobre las Sierras Grandes predominan los sitios peque-
ños en abrigos rocosos, aunque se conocen algunos de grandes dimensiones, también
localizados en aleros o cuevas (Pastor 2005, 2007a, 2007b). Los primeros tienden a con-
firmar la persistencia de los mecanismos de fusión y dispersión estacional, posible-
mente establecidos a fines del Holoceno Medio, por medio de los cuales era
complementada la ocupación del microambiente de pastizales de altura y la de los en-
tornos chaqueños circundantes. Los sitios de mayor tamaño no cuentan con antece-
dentes claros anteriores a 1500 AP, a partir de lo cual se infiere, con posterioridad a esa
fecha, una intensificación en las prácticas extractivas y de consumo asociadas. Entre
otros vestigios, estos sitios muestran notables huellas producidas por la preparación y
el consumo grupal de alimentos -vg. numerosos útiles de molienda, abundancia de res-
tos faunísticos, etc-. Como en momentos más tempranos, los conjuntos faunísticos ana-
lizados, tanto de sitios grandes como pequeños, muestran la importancia de los
camélidos, aunque también se registran cérvidos y pequeños vertebrados -roedores,
armadillos-.
En cuanto al cordón occidental, en el sur del valle de Guasapampa predominan los
sitios pequeños en abrigos rocosos (Recalde 2007-2008, 2009), y más al norte son fre-
cuentes los sitios a cielo abierto, en ocasiones en puntos de almacenamiento natural del
agua de lluvia, en relación a geoformas conocidas en la zona como pozos o cajones (Pas-
tor 2010). La presencia de sitios arqueológicos numerosos y variados define una situa-
ción claramente opuesta a la identificada para momentos anteriores a 1500 AP,
constituyendo un indicador firme de la intensificación de las prácticas extractivas por
parte de las sociedades tardías, en este caso por medio de la incorporación efectiva y re-
gular a los circuitos estacionales de movilidad de zonas hasta entonces poco frecuen-
tadas. Los datos obtenidos en depósitos estratificados muestran la importancia de los
recursos chaqueños -algarroba, chañar, cabras del monte (Mazama guazoupira), arma-
dillos-, al igual que otros provenientes de los pastizales adyacentes -camélidos, vena-
dos de las pampas, huevos de ñandú (Recalde 2007-2008, 2009)-.
La información disponible indica, en suma, que el proceso de apropiación de los te-
rrenos cultivables, que tuvo lugar en los valles y piedemontes serranos con posteriori-
dad a ca. 1500 AP, no puede ser entendido al margen de lo ocurrido en los
microambientes adyacentes, los cuales contenían una significativa variedad de recursos
silvestres que fueron concomitantemente aprovechados.
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 217

EL CONSUMO DE PLANTAS CULTIVADAS


Sólo contamos con un panorama preliminar del consumo de cultígenos en la región, re-
sultante de datos arqueobotánicos e isotópicos muy recientes. Se debe destacar que la
conservación de macrorrestos vegetales carbonizados es muy baja y que habitualmente
no se emplearon técnicas específicas para su recuperación. En tal contexto resulta pro-
misoria la continuidad de las investigaciones arqueobotánicas, en particular sobre mi-
crofósiles.
Los datos disponibles para momentos anteriores a ca. 1100 AP son escasos y se limitan
a una sola especie: el maíz (Zea mays). En el sitio Cruz Chiquita 3, en el fondo del valle de
Salsacate (Figura 1), se localizó un enterratorio en una fosa sin delimitaciones laterales y con
una tapa de piedras, en la cual se colocó un individuo masculino adulto en posición fle-
xionada (Pastor 2008). Se obtuvo una datación por AMS para una muestra de colágeno
óseo, que dio una antigüedad de 2466 ± 51 14C AP (AA-68146; cal. BC 95% 792-401). Se
observaron los silicofitolitos asociados al tártaro de las piezas dentarias. Éstos pertenecen
a los morfotipos estróbilo de cabeza ondulada (wavy top rondel) y estróbilo de cabeza en-
crespada (ruffle-top rondel; Bozarth 1993), asignados a la fracción comestible de la planta de
maíz. El valor de d13C (-16.1‰), estimado durante el proceso de datación radiocarbónica,
sería consistente con una dieta mixta que incluyó plantas C4 (Novellino et al. 2004). Se
debe destacar que se trata de una fecha temprana para este cultígeno, tanto a nivel local
como en general para el Área Andina Meridional.
Yaco Pampa 1 es un sitio pequeño a cielo abierto localizado en el sur del valle de
Guasapampa (Figura 1). Presenta restos líticos y cerámicos en superficie, 11 instru-
mentos de molienda fijos y un contexto en posición estratigráfica datado en 1360 ± 60
14
C AP (LP-1812; cal. AD 95% 599-777; Recalde 2009). Este último incluye una mano
de molino que cuenta con el análisis de microfósiles adheridos a las caras activas. Se re-
conocieron silicofitolitos estróbilo de cabeza ondulada (wavy top rondel), quebrados
como consecuencia de la actividad de molienda.
Por su parte, Fabra et al. (2006) resumen la información radiocarbónica e isotópica ex-
traída de nueve individuos procedentes de la región, con fechas distribuidas en el rango
4500-300 AP. Los autores plantean una mayor incidencia del consumo de recursos C4,
probablemente maíz, durante el momento tardío de la secuencia, posterior a ca. 2000 AP.
Se dispone de más datos para el período 1100/300 AP, provenientes de tres pobla-
dos respectivamente localizados en el valle de Salsacate -sitio Arroyo Tala Cañada 1
(ATC1)-el norte del valle de Punilla -sitio Las Chacras o C.Pun.39- y la pampa de Olaen
-sitio Puesto La Esquina 1 (PE1)- (Figura 1; Medina 2008; Pastor 2007-2008). Se cons-
tata una baja recuperación del maíz a nivel de macrorrestos. Sólo se identificó un grano
en C.Pun.39 y un fragmento de marlo en PE1 (Figura 4). Siguiendo a Cámara Hernán-
dez y Rossi (1968), este último fue asignado a la raza pisincho. Los restantes macrorres-
tos corresponden a cotiledones carbonizados de Phaseolus spp., presentes en los tres
sitios. De acuerdo a criterios macroscópicos (Esau 1993) se diferenciaron dos especies
domesticadas: P. vulgaris var. vulgaris (poroto común cultivado) y P. lunatus (poroto pa-
llar; Figura 4). En PE1 también se reconoció un taxón silvestre: P. vulgaris var. aborige-
neus (poroto común silvestre), según los caracteres diagnósticos definidos por Babot et
al. (2007). Estos macrorrestos se encontraron dispersos entre los sedimentos en con-
218 // pastor y lópez . capítulo nueve

FIGURA CUATRO

Restos pertenecientes a plantas cultivadas.


consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 219

textos de descarte. Un cotiledón de Phaseolus vulgaris var. vulgaris de ATC1 fue datado en 1028
± 40 14C AP (AA-64820; cal. AD 95% 901-1150), mientras que otro cotiledón de la misma
especie, procedente de C.Pun.39, cuenta con una fecha de 525 ± 36 14C AP (AA-64819;
cal. AD 95% 1327-1441).
Los microfósiles aportan un valioso registro ya que proceden de contextos claros de
procesamiento y consumo. El maíz está representado en C.Pun.39 y PE1 por silicofito-
litos estróbilo de cabeza ondulada (wavy top rondel) y de cabeza encrespada (ruffle-top
rondel), hallados enteros entre las sustancias carbonosas adheridas a las paredes inter-
nas de fragmentos cerámicos. En C.Pun. 39 también fueron observados sobre las su-
perficies de molinos, en este caso fragmentados como consecuencia de la actividad de
molienda. En ATC1 se registraron silicofitolitos estróbilo de cabeza ondulada (wavy top
rondel) y de cabeza encrespada (ruffle-top rondel) en sedimentos extraídos de contextos
de descarte. Finalmente, un tercer taxón identificado en fragmentos cerámicos de
C.Pun.39 y entre los sedimentos de ATC1 es una cucurbitácea (Cucurbita sp.), con el
morfotipo esferas facetadas (spherical facetate; Bozarth 1987), indicativo del consumo
del fruto y descarte de la corteza (Figura 4)1.

EL ESPACIO PRODUCTIVO
Como mencionamos, los sitios residenciales del Período Tardío no presentan estructu-
ras arquitectónicas reconocibles en superficie. Se los considera poblados o caseríos de-
bido a que en diferentes ocasiones se detectaron viviendas semi-subterráneas o rasgos
que permiten inferir su presencia. En Potrero de Garay, el sitio mejor conocido corres-
pondiente a fines del período prehispánico, los recintos se agrupaban sobre una suave
lomada del fondo del valle de Los Reartes (Berberián 1984). Se observaron concordan-
cias con las descripciones de las fuentes históricas tempranas, aún en detalles como el
acceso a través de rampas o la inclusión de tumbas debajo de los pisos (Pastor y Ber-
berián 2007). Estas mismas fuentes se refieren a la íntima articulación entre los espa-
cios habitacionales y productivos. Por ejemplo el cronista Diego Fernández (1571), al
destacar el carácter semi-subterráneo de las viviendas de los habitantes de las sierras de
Córdoba, señalaba que los poblados no parecían tales a la distancia a no ser “por los
maizales”, que superaban la altura de las habitaciones (citado por Berberián 1987).
El sitio ATC1 corresponde a un pequeño poblado localizado en el sector oriental del
valle de Salsacate, próximo a los faldeos de las cumbres de Gaspar, a 1325 msnm (Fi-
guras 1, 3 y 5; Pastor 2007-2008). Se emplaza sobre un terreno cultivable de reducida ex-
tensión, recorrido por un curso estacional afluente del arroyo Tala Cañada. La dispersión
de restos superficiales, principalmente fragmentos cerámicos y desechos de talla, al-
canza la media hectárea. En rocas diseminadas se localizaron tres morteros y un mo-
lino fijos. La excavación de un área de 4 m2 permitió detectar un piso consolidado a
0,60 m de profundidad, al que se asociaban restos cerámicos y faunísticos en posición
horizontal, así como dos posibles agujeros de poste. Este contexto, interpretado como
un espacio interior o adyacente a una vivienda, cuenta con una fecha de 900 ± 70 14C
AP (LP-1511; cal. AD 95% 1000-1277), obtenida por C14 convencional a partir de una
muestra de carbón.
A sólo ocho metros de distancia se excavaron otros 6 m2. Entre los 0,25 y 0,40 m de
220 // pastor y lópez . capítulo nueve

FIGURA CINCO
Panorámica desde los faldeos de las cumbres de Gaspar.
Disposición y reconstrucción hipotética a partir de los razgos detectados en las excavaciones.
La forma y dimensiones de la vivienda en base a Berberián (1984).
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 221

FIGURA SEIS
Sitio Arroyo Tala Cañada 1. Parcela Arqueológica.
222 // pastor y lópez . capítulo nueve

profundidad se registró un rasgo consistente en surcos subparalelos de 0,20 m de ancho.


Los mismos parecen extenderse más allá del área intervenida, cobrando una aparien-
cia similar a una parcela de cultivo (Figuras 5 y 6). No observamos indicadores arqueo-
lógicos o geomorfológicos que sugieran que dichos surcos pudieran corresponder a
eventos post-hispánicos o subactuales de ocupación del lugar. Se hallaron abundantes
restos en asociación directa con los surcos, como así también sobre y debajo de los mis-
mos -de-sechos e instrumentos líticos, fragmentos cerámicos, material arqueofaunís-
tico y macrorrestos botánicos carbonizados (poroto común y poroto pallar, restos
antracológicos)-, cuya presencia estaría relacionada con el volcado de residuos desde vi-
viendas cercanas. El cotiledón de Phaseolus vulgaris datado en ca. 1030 AP (ver supra)
fue hallado en asociación directa con los surcos. Este fechado daría cuenta de cierta
concomitancia con el uso habitacional del sector mencionado en primer término, cuya
datación radiocarbónica es estadísticamente contemporánea.
Con el fin de avanzar en la caracterización de este probable espacio productivo se
analizaron los microfósiles presentes en el sedimento. Se destacan dos resultados. En
primer lugar, se registraron silicofitolitos del morfotipo forma de cruz (cross-shaped),
afín a las hojas de Zea mays, con un alto porcentaje de la variedad 1 descripta por Pi-
perno (1984). Además se observó un silicofitolito característico de las hojas de Phaseo-
lus sp. -tricoma unicelular con espacio interior y finalización en gancho (unciform
unicelular hair cell; Bozarth 1990; Figura 5)-. La presencia de ambos morfotipos daría
cuenta del cultivo in situ de maíz y poroto, aunque debemos mantener recaudos en la
interpretación a partir del hallazgo de un único silicofitolito de Phaseolus sp., el cual no
deja de constituir, sin embargo, un indicio de producción. El cultivo de ambas especies
es tenido como una posibilidad firme, dada la morfología diagnóstica de los microfó-
siles y la existencia de datos históricos y etnográficos locales sobre el policultivo de maíz
y poroto en las mismas parcelas.
El segundo resultado deriva de la aplicación de la propuesta presentada por Rosen
y Weiner (1994), quienes exponen un método para identificar antiguos campos de cul-
tivo irrigados en base al incremento en la depositación de sílice en los cereales, y a las
características distintivas de los silicofitolitos producidos por dichos vegetales. El agua
de irrigación, en oposición al agua de lluvia, adiciona un 30% de sílice disponible a las
plantas, mientras que la precipitación de ácido monosilícico sobre las mismas mejora
en ambientes con alta evapotranspiración. La adición de sílice a los cereales cultivados
por irrigación, con un índice de evapotranspiración constante, resultaría en un aumento
en el desarrollo de silicofitolitos. Aunque no puede establecerse la cantidad de silicofi-
tolitos en las plantas arqueológicas, el número de células que integran los silicofitolitos
multicelulares (espodogramas) sí se ve afectado. Los resultados de los experimentos
sugieren dos parámetros significativos para estimar el uso de irrigación en muestras
arqueológicas: 1) el porcentaje de espodogramas con más de 10 células unidas; y 2) la
frecuencia de silicofitolitos con más de 100 células unidas. En este punto es necesario
considerar que un aumento en el régimen de precipitaciones pudo generar una menor
evapotranspiración y una menor producción de espodogramas, situación que debe ser
atendida en el momento de analizar las muestras arqueológicas.
En las muestras sedimentarias del sitio ATC1 se identificaron espodogramas perte-
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 223

necientes a especies silvestres de Poaceae. Tanto la muestra arqueológica como la mues-


tra testigo de sedimento actual contienen abundantes espodogramas de dos y tres cé-
lulas unidas, disminuyendo a medida que aumenta el número de uniones. No se
detectaron esqueletos silicios de 10 o más células unidas. Los espodogramas de tres cé-
lulas están más representados en la muestra arqueológica que en la muestra testigo,
sin que esto altere la tendencia decreciente en cuanto al número de uniones celulares.
Este mayor porcentaje de espodogramas de tres células para la muestra arqueológica
podría ser relacionado con el riego manual esporádico. En cualquier caso, es manifiesta
la referencia a una agricultura a secano, en la que el agua de lluvias habría constituido
el principal aporte para el crecimiento de las plantas2.

LA AGRICULTURA CAMPESINA CONTEMPORÁNEA Y LA AGRICULTURA INDÍGENA DURANTE EL PERÍODO


COLONIAL TEMPRANO
La información que comentamos da cuenta de profundas transformaciones en la orga-
nización de los cazadores-recolectores serranos, ocurridas a lo largo del Holoceno Tar-
dío. Al menos en parte, dichos cambios tuvieron relación con el proceso de dispersión
agrícola. Hemos visto que las evidencias vinculadas a la agricultura prehispánica local
constituyen un conjunto heterogéneo, preliminar y sumamente fragmentario. Aunque
la continuidad de las investigaciones podrá mejorar la calidad de la documentación, re-
sultan no menos evidentes las dificultades que se presentan en el momento de dar sen-
tido a estos restos arqueológicos.
Se acepta que dichos materiales pueden ser significativos para nuestra comprensión
del pasado al ser controladamente relacionados con situaciones conocidas -al menos en
forma parcial- y consideradas semejantes. En esta sección nos detendremos en dos
casos cercanos en el tiempo y/o espacio, por entender que un estudio arqueológico
sobre la agricultura prehispánica en las Sierras de Córdoba (A.Pr.) no los podría dejar
de considerar. Nos referimos a la pequeña agricultura campesina contemporánea
(A.Ca.) y a la agricultura indígena practicada en los primeros años de la conquista es-
pañola, someramente descripta en los documentos coloniales tempranos (A.In.).Ya se-
ñalamos que esta última aportó la base con la cual los arqueólogos atribuyeron el
registro prehispánico tardío a sociedades agricultoras.
Lamentablemente, la investigación sobre ambos sistemas productivos está poco de-sa-
rrollada. Como ocurre con los restos arqueológicos, sólo contamos con datos fragmenta-
rios con los cuales se obtiene una visión esquemática de los mismos, aún cuando -por la
misma naturaleza de la información- se accede a facetas más variadas (Bixio y Berberián
1984; Medina y Pastor 2006; Ochoa de Masramón 1977; Piana de Cuestas 1992; Río y
Achával 1904; Tell 2008). Atendiendo al espacio disponible para este artículo, nos limita-
remos a generalidades que, sin embargo, conllevan importantes consecuencias para el
avance en el estudio del período prehispánico, tal como se intenta demostrar.
Desde tiempos coloniales se ha practicado en las sierras de Córdoba y de San Luis
una agricultura de pequeña escala, integrada a una economía campesina diversificada
de base ganadera (Tell 2008). Se trata de una producción destinada al consumo fami-
liar y para complemento de la alimentación de los animales domésticos. Actualmente, en
el sector central de las Sierras de Córdoba es una actividad desaparecida o en acelerado
224 // pastor y lópez . capítulo nueve

retroceso. En tal sentido, es claro el contraste entre la situación presente y las superficies
cultivadas a principios del siglo XX, según las estimaciones de Río y Achával (1904). Al-
gunas de sus características nos son conocidas por numerosos testimonios que hemos
obtenido, como parte de nuestras investigaciones, entre antiguos pobladores de zonas
donde ya no se cultiva, además de observaciones directas en otras donde estas prácticas
aún persisten, como es el caso del sudoeste del valle de Salsacate (Medina y Pastor 2006).
Para las Sierras de San Luis son valiosos los aportes de Ochoa de Masramón (1977).
Se trata de una agricultura a secano, poco tecnificada, basada en el policultivo y en el
uso simultáneo de parcelas espacialmente discontinuas. En el sudoccidente de Salsacate
las familias cultivan distintas parcelas localizadas en terrenos con diferentes condiciones
para la producción. Atendiendo a numerosas variables, los agricultores evalúan la pro-
ductividad de cada parcela disponible y las ordenan jerárquicamente, lo cual implica con-
siderar para cada una de ellas ventajas y desventajas. Por ejemplo, si se compara la
situación de las quebradas altas y del fondo de valle, en las primeras se presentan redu-
cidas extensiones cultivables y temperaturas más bajas, aunque los suelos retienen la hu-
medad por más tiempo -circunstancia decisiva en los años secos- y en general reciben un
menor impacto directo de las heladas, que tienden a depositarse en los terrenos bajos.
Normalmente se practica una roturación escalonada. Las parcelas comienzan a ser tra-
bajadas con el inicio de la temporada de lluvias -septiembre/octubre-, una tras otra res-
petando la jerarquización relativa a sus condiciones percibidas de productividad. En años
lluviosos se pueden sembrar varias chacras, según la cantidad de tierras y la mano de obra
disponibles, mientras que en años secos puede cultivarse sólo una o incluso ninguna.
El principal cultivo es el maíz. En las últimas décadas se ha registrado la utilización
de pocas variedades (vg. blanco, amarillo, pisingallo, moro, pinchudo y capia; Medina y
Pastor 2006; Ochoa de Masramón 1977), aunque recogimos información oral sobre la
primera mitad del siglo XX, que indican que algunas familias utilizaban más de 10. Más
allá de los aspectos nutricionales, algunas variedades presentan diferencias en los rit-
mos de maduración o una mayor resistencia relativa a la escasez de agua. Estas carac-
terísticas resultan estratégicas, ya que permiten distribuir las tareas a lo largo del tiempo
-evitando la demanda concentrada de fuerza de trabajo- así como enfrentar factores de
riesgo ambiental, entre ellos, las sequías o las heladas tempranas. Otras especies culti-
vadas en las mismas parcelas son las Cucurbita de diferentes especies -angola (Cucur-
bita mixta), anko (C. moschata) y criollo (C. maxima)-, porotos, sandías (Citrullus lanatus),
melones (Cucumis melo), y en San Luis también girasol (Helianthus annuus), en especial
“para entretener a los loros y catas” (Cyanoliseus patagonus, Bolborhynchus sp.; Ochoa de
Masramón 1977).
La exploración y conquista de las Sierras de Córdoba por parte del imperio español
se produjo durante el siglo XVI. Transcurridas algunas décadas tras la instalación del
régimen colonial, las fricciones interétnicas desestructuraron a las comunidades indí-
genas y junto a ellas a la agricultura aborigen. A través de su saqueo sistemático, la pro-
ducción agrícola nativa fue una de las bases aprovechadas por los españoles para
explorar y más tarde someter al territorio y sus habitantes (Berberián 1987; Piana de
Cuestas 1992). La guerra de conquista y los posteriores desmembramientos de pue-
blos y familias, así como la imposición del servicio personal, afectaron profundamente
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 225

a la agricultura que, al igual que toda la cultura local, sufrió un profundo impacto. Se
debe recordar, por ejemplo, que el abandono de las prácticas agrícolas y la dispersión
fueron respuestas frecuentes de la población indígena para evadir la presión impuesta
por los conquistadores (Montes 2008).
A pesar de tratarse de un contexto de rápidas transformaciones, del carácter fragmen-
tario de los datos y de la escasez de estudios sobre el problema, podemos identificar las
principales características de la A.In. a fines del siglo XVI. Se puede sostener, en tal sen-
tido, que el secano, la dispersión de parcelas y el policultivo constituyeron rasgos funda-
mentales de dicho sistema productivo. Las fuentes aluden al cultivo de numerosas
especies como el maíz, zapallos, frijoles (Phaseolus sp.), quinua (Chenopodium sp.), mani (Ara-
chis hypogaea) y camote (Ipomea batatas o quizás Solanum sp.; vg. Bibar 1558; Sotelo de
Narváez 1582; citados por Berberián 1987). No hay menciones acerca de obras de in-
fraestructura productiva -vg. andenes, regadíos-; por el contrario, se encuentran algunas
afirmaciones más o menos explícitas sobre su inexistencia (por ejemplo Sotelo de Narváez
1582, citado por Berberián 1987; Archivo Histórico de Córdoba -AHC-, Escribanía 1 -E1-
Legajo 1 -L1-, Expediente 10 -E10-, año 1586, citado por Piana de Cuestas 1992)3.
La Relación Anónima de 1573 señalaba que los indígenas de las sierras eran “gran-
des labradores, que en ningun cabo hay aguas o tierra bañada que no la siembren por gozar
de las sementeras” (citada por Berberián 1987). Creemos que dicha afirmación no podría
ser vinculada a una estrategia de intensificación agrícola. Por el contrario, daría cuenta
de una producción a secano, con el trabajo simultáneo en numerosas parcelas o chaca-
ras dispersas en el paisaje, aprovechando diferentes tipos de terreno. Ya vimos que las
fuentes describen maizales cercanos a los poblados y viviendas (Fernández 1571, citado
por Berberián 1987), pero también hacen referencia a chacaras ubicadas a cierta distan-
cia, en las cañadas, huaycos y laderas de cerros. En un proceso judicial de 1581, corres-
pondiente a la zona de Los Reartes, un testigo declaraba haber visto “en la dicha cañada
habrá quatro años poco más o menos cinco o seis chacaras de los dichos yndios” (Bixio y Ber-
berián 1984). En el valle de Punilla algunos grupos autorizaban a sus parientes a sem-
brar en sus tierras, debido a que estos últimos buscaban para dicho fin ciertos “parajes
más calidos” localizados a orillas del arroyo Culanpacaya (Piana de Cuestas 1992). En el
marco de las averiguaciones ordenadas en un proceso judicial de 1586, los caciques del
pueblo de Saldán, al oriente de las Sierras Chicas, informaron sobre algunas tierras que
les pertenecían pero no cultivaban. Ellos declararon que, por no contar con regadíos, de-
bían colocar sus chacaras en diferentes lugares, “segun como van los años”, para poder
obtener cosechas (Piana de Cuestas 1992).
El conjunto de datos permitiría sostener, en síntesis, que tanto la A.Ca. como la A.In.
constituyeron pequeños sistemas productivos integrados a economías diversificadas
que, respectivamente, encontraron un fuerte apoyo en la actividad pastoril y en la caza
y recolección. Más allá de sus particularidades, ambos sistemas compartieron rasgos
fundamentales como el policultivo, la escasa tecnificación y el uso simultáneo de par-
celas discontinuas. En ambos casos parece manifiesta la existencia de una lógica cam-
pesina orientada hacia la minimización del riesgo productivo a través de la
diversificación, tanto de las actividades económicas, como en lo relativo al uso de dis-
tintas especies y variedades domesticadas y diferentes tipos de terrenos cultivables.
226 // pastor y lópez . capítulo nueve

DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
Nuestro objetivo para esta etapa de la investigación ha sido avanzar sobre dos proble-
mas: 1) evaluar si efectivamente el registro arqueológico prehispánico puede ser rela-
cionado con la existencia de prácticas agrícolas, desde cuándo y según cuáles
indicadores; y 2) en caso afirmativo, delinear las características y el significado econó-
mico del sistema productivo.
Ya vimos que el registro arqueológico del Holoceno Tardío muestra cambios en la or-
ganización de los cazadores-recolectores, muchos de ellos directa o indirectamente vin-
culados al proceso de dispersión agrícola. Las transformaciones parecen desarrollarse
en forma paulatina y sólo al final de la secuencia se presentan datos más concretos
sobre una producción local (apropiación de tierras agrícolas y un probable rasgo defi-
nido como una parcela de cultivo).
En la mayoría de sus aspectos, los contextos datados entre 2500 y 1500 AP muestran
similitudes con aquellos pertenecientes a momentos más tempranos, con anteceden-
tes que se remontan hasta 4500 AP. Se observan persistencias a nivel de estilos tecno-
lógicos, del tipo de uso de algunas localidades y en cuanto al aprovechamiento de los
recursos silvestres. Sobre esta base fundamentalmente continua se confirman dos in-
novaciones: 1) el consumo de maíz, documentado desde ca. 2500 AP; y 2) la utilización
de recipientes cerámicos en casi todos los sitios con fechas posteriores a 2000 AP, aun-
que evidenciada por muy escasos tiestos (Austral y Rocchietti 1995; Gambier 1998).
Se plantea que estas transformaciones muestran facetas de la inserción de los caza-
dores-recolectores serranos en redes de interacción macrorregionales, activadas o más
posiblemente expandidas a lo largo de este período. A través de las mismas, los habi-
tantes de las sierras habrían accedido a recursos exóticos como el maíz y quizás otras
plantas cultivadas, como así también a recipientes cerámicos y/o los conocimientos téc-
nicos necesarios para su elaboración.
Hacia 2500/2000 AP, el espacio macrorregional -por entonces en formación a través
del sostenimiento de dichas interacciones- habría integrado a: a) sociedades agriculto-
ras asentadas en la porción norte del Centro Oeste Argentino (COA), la subárea valli-
serrana del Noroeste Argentino (NOA) y quizás más tardíamente en el Chaco
santiagueño (Bárcena 2001; Gambier 1977; Olivera 2001; Togo 2007), al oeste, noroeste
y norte de las Sierras de Córdoba; b) grupos cazadores-recolectores en el sur del COA,
quienes obtendrían variados cultígenos por medio de intercambios con sus vecinos agri-
cultores septentrionales (Gil 2006); y c) grupos cazadores-recolectores en las tierras bajas
orientales y sudorientales, que desarrollaban procesos locales de intensificación, con in-
cremento de las interacciones macrorregionales y un amplio dominio de las técnicas al-
fareras (González 2005; Politis y Madrid 2001; Politis et al. 2001; Rodríguez y Ceruti 1999).
Se entiende que el desarrollo agrícola sobre la vertiente oriental andina, al norte de
los 35º S, habría favorecido la circulación y consumo de cultígenos entre grupos caza-
dores-recolectores que habitaban regiones, por entonces no productivas, que se exten-
dían hacia el sur (Gil 2006) y hacia el oriente en las Sierras de Córdoba (Pastor 2008).
Las características de dichas redes de interacción, así como el tipo de relaciones -eco-
nómicas, políticas, rituales, etc.- que las sustentaban, son problemas que exceden los lí-
mites de este artículo y, en general, las posibilidades de la información disponible.
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 227

En cuanto a la adopción de la tecnología cerámica, los materiales de las Sierras de Cór-


doba presentan similitudes técnicas y estilísticas con conjuntos de las tierras bajas orien-
tales, en particular en momentos tempranos, ya que con posterioridad a ca. 1100 AP se
acentúan los rasgos locales. Posiblemente no se accedió a la tecnología cerámica a tra-
vés de las mismas relaciones por medio de las cuales se obtendría el maíz y otros cul-
tígenos. La adopción de los recipientes cerámicos pudo responder a nuevas necesidades
asociadas a la preparación de vegetales cultivados, aunque también pudieron ser útiles para
lograr una mayor extracción de los nutrientes de partes animales a través del hervido. Con
respecto a este último punto, son notables los cambios en los patrones de procesamiento y
fragmentación de los conjuntos arqueofaunísticos tras la introducción de la cerámica.
Los cambios se acentúan durante el período 1500/1100 AP. Los sitios Río Yuspe 11 y
Yaco Pampa 1, con contextos estratificados pertenecientes a esta época, muestran la ge-
neralización del uso de recipientes cerámicos (Pastor 2007b; Recalde 2009). Los estudios
de microfósiles efectuados en algunos tiestos sólo revelaron la presencia de maíz en el
caso de Yaco Pampa 1. Por otra parte, existen claros testimonios de la intensificación de
las prácticas extractivas, denotada por una ocupación más marcada de los diferentes
microambientes serranos, por la aparición de sitios ligados al procesamiento y consumo
grupal de alimentos y por la composición de los conjuntos arqueofaunísticos, que si
bien continúan dominados por los camélidos, muestran la importancia económica de
los pequeños vertebrados -i.e. armadillos, roedores- y de los huevos de ñandú, así como
un mayor procesamiento de las partes esqueletarias de la fauna mayor. Sin embargo, no
se registran evidencias directas de una producción agrícola local. Se debe considerar, en
tal sentido, que es muy poca la información disponible para el período y que ésta no per-
mite precisar la mayoría de los aspectos del proceso. Por el momento, el intento de re-
lacionar el registro arqueológico con la existencia o no de una agricultura local,
constituye un recurso ajustado a las características, escalas y niveles de resolución de los
datos disponibles. Por cierto, esto no implica desconocer la amplia diversidad de situa-
ciones que pudieron existir entre un extremo sin agricultura y otro en el que ésta com-
prendió una estrategia fundamental para la reproducción económica del grupo. Se
acepta, por el contrario, que dicha profundización requiere un significativo aporte de
nuevos y diferentes tipos de evidencia.
Sí se cuenta con mayores indicios de una agricultura local para momentos posterio-
res a ca. 1100/1000 AP. Durante esta época continuó la expansión en el uso de la tec-
nología cerámica, tal como fue reconocido en sitios clásicos como San Roque (Serrano
1945), Los Molinos (Marcellino et al. 1967) o Potrero de Garay (Berberián 1984). Otros
indicadores están más directamente relacionados con las prácticas agrícolas. Existen
datos sobre el procesamiento, consumo y descarte de diferentes especies y variedades
cultivadas, además del maíz. Por otra parte, se registra un importante movimiento de
apropiación residencial y productiva de la mayoría de las tierras agrícolas, tanto en los
fondos de valle como en las quebradas laterales y tributarias. Aunque no se podrían
descartar antecedentes de este último proceso hasta 1500 AP, parece clara su mayor in-
cidencia a lo largo del Período Tardío -ca. 1100/300 AP-. Por último, en el sitio ATC1 -
ca. 1030/900 AP- se detectó una parcela arqueológica y se obtuvieron evidencias directas
del cultivo de maíz y posiblemente poroto.
228 // pastor y lópez . capítulo nueve

Estos datos arqueológicos, relacionados con las distintas consecuencias materiales es-
timadas u observadas para el caso de la A.Ca. y la A.In., permiten atribuir a la A.Pr. al-
gunas características generales como el policultivo, el secano y la dispersión de parcelas.
El hallazgo de restos pertenecientes a diferentes especies y variedades vegetales do-
mesticadas -maíz, zapallo, poroto común y poroto pallar- constituye un indicio del pri-
mero. La continuación de los estudios arqueoboánicos, en particular de microfósiles,
permitirá ampliar esta lista en el futuro e incrementar las evidencias directas de pro-
ducción local. El estudio de la parcela arqueológica de ATC1, por su parte, aportó in-
formación sobre el cultivo de maíz y poroto en un mismo espacio.
Con respecto al secano, no se han detectado hasta el momento elementos que su-
gieran una alta tecnificación del sistema productivo. No se registran, como dijimos,
obras de regadío ni dispositivos destinados a la retención de suelos. Consistentemente
con el contexto general, los espodogramas de gramíneas silvestres hallados en la par-
cela de ATC1 acusan una agricultura basada en el aporte hídrico de las precipitaciones,
a lo sumo complementada con el riego manual esporádico.
Finalmente, la presencia de sitios en una cantidad y variedad de terrenos cultivables
daría cuenta del uso de parcelas diseminadas en el paisaje, bajo un sistema de barbechos
prolongados, posiblemente alternando en el largo plazo el uso residencial y agrícola de
los mismos espacios4. Las descripciones emanadas de la Relación Anónima (1573) en-
cuentran una firme correspondencia con la distribución de sitios prehispánicos tardíos:
“Las poblaciones tienen muy cercanas unas de otras, que por la mayor parte á legua y á
media legua y á cuarto y á tiro de arcabuz y á vista una de otra… Son los pueblos chicos, quel
mayor terná hasta cuarenta casas y hai muchos de á treinta y á veinte y á quince y á diez y á
menos… [los indios] son grandes labradores, que en ningun cabo hay aguas o tierra bañada
que no la siembren por gozar de las sementeras…” (citada por Berberián 1987).
Se trata de la misma situación que resumía Aníbal Montes (1944), cuando afirmaba
haber “explorado centenares de paraderos indígenas de superficie y puedo asegurar, que no
hay chacra cercana al agua en las sierras, que no sea uno de dichos paraderos”.
Aquí también encontraríamos la lógica de minimización del riesgo productivo a tra-
vés de la diversificación económica.Ya vimos que la intensificación de las actividades de
caza y recolección está claramente documentada a una escala regional, con una im-
portante ocupación de los diferentes microambientes serranos y el aprovechamiento
de variados recursos silvestres -vg. camélidos, cérvidos, fauna menor, huevos de Rhea,
frutos chaqueños (Medina 2008; Pastor 2005, 2007a, 2007b, 2007-2008; Recalde 2007-
2008, 2009)-. Claramente, la intensificación de las prácticas extractivas fue un proceso
inseparable e íntimamente articulado con la adopción de la agricultura, lo cual justifica
la definición de una economía prehispánica tardía de tipo mixto (Pastor 2007a).
La información recuperada muestra que la dispersión agrícola en las Sierras de Cór-
doba comprendió un proceso prolongado, complejo, con diferentes etapas, no todas
ellas definidas por una producción local. La A.Pr. se extendió por los piedemontes, va-
lles, quebradas y aún altiplanicies entre los 400 y 1400 msnm, con posterioridad a ca.
1100/1000 AP. Desde hacía siglos, los cazadores-recolectores estaban implicados en pro-
cesos locales de intensificación productiva, con una mayor incidencia de las interacciones
macrorregionales y acceso a vegetales cultivados como el maíz.
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 229

Ningún elemento sugiere que la A.Pr. o la A.In. pudieran ser caracterizadas como produc-
ciones máximas y óptimas, con tecnología de riego y uso simultáneo de la totalidad de te-
rrenos cultivables (Laguens 1999). Por el contrario, se presentan como agriculturas de muy
pequeña escala, integradas a economías domésticas altamente diversificadas.
Como ocurre con la A.Ca. y la A.In., la A.Pr. debió distinguirse por la limitada inver-
sión de trabajo, con una baja productividad y elevados niveles de pérdida. Con respecto
a la A.In., Piana de Cuestas (1992) estimó que, durante el período 1573-1620 AD, ocu-
rrieron crisis agrícolas en uno de cada tres años. Las mismas se desencadenaron por el
accionar aislado o combinado de diferentes factores como plagas, tormentas torrencia-
les, granizo, heladas y sequías. La dispersión en busca de sustento en los montes o en
las vertientes de la sierra de Viarapa -nombre dado en aquella época a las Sierras Gran-
des-, eran las respuestas más comunes ante el fracaso de la producción agrícola (AHC,
E1, L1, E5 -años 1584/85-; AHC, E1, L4, E2 -año 1592-; referencias en Bixio y Berberián
1984; Martín de Zurita 1983; Montes 2008 y Piana de Cuestas 1992).
Otra importante fuente de inseguridad con respecto al aporte agrícola derivaba de
las guerras intergrupales y los subsiguientes saqueos de la producción. Para el caso de
la A.In., ya señalamos que el saqueo de las cosechas fue una de las bases de la empresa
de exploración y conquista europea. Así por ejemplo, el conquistador Hernán Mejía Mi-
rabal señalaba en su informe de servicios haber obtenido sustento para los pobladores
del asiento español, saliendo en muchas ocasiones por orden del gobernador con gente
de guerra y retornando al fuerte con “tres mil fanegas de maiz, frijoles y zapallos” (citado
por Piana de Cuestas 1992). Dicho testimonio muestra que, si bien no sería posible de-
finir a la agricultura como la base de la organización económica, o sostener el desarro-
llo de una estrategia de intensificación agrícola, las prácticas productivas aportaban
significativos recursos a la economía indígena durante el siglo XVI.
En los tiempos coloniales y poscoloniales, las economías campesinas mantuvieron
la pequeña agricultura, aunque el eje de las mismas se desplazó desde la caza y reco-
lección hacia las actividades pastoriles. Dichas economías integraron las prácticas agrí-
colas a su lógica de diversificación, sólo que la ocupación de nuevos territorios o el
aprovechamiento de recursos silvestres hasta entonces poco considerados dejaron de
constituir opciones, y todo intento de diversificación debió desarrollarse en articulación
con el estado y sus sociedades urbanas. Así, en el sudoeste de Salsacate, las actividades
pastoriles y agrícolas se complementan en la actualidad con el trabajo asalariado, la
percepción de planes de asistencia estatal y la venta de leña o artesanías en hojas de
palma (Trithrinax campestris). En síntesis, y aún cuando desconocemos cómo se articu-
laron los cambios y continuidades en torno al proceso que conectó a las A.Pr., A.In. y
A.Ca., creemos detectar rasgos comunes que en ningún caso acusan un centralismo o
intensificación de la estrategia agrícola.
En las últimas décadas, el avance sobre los territorios campesinos y los nuevos tér-
minos de interacción han provocado profundas transformaciones, entre ellas el acele-
rado abandono de la agricultura basada en técnicas tradicionales, que hoy sólo subsiste
en puntos aislados de las sierras. Es posible que en el sudoeste del valle de Salsacate do-
cumentáramos una de las últimas expresiones de la A.Ca. En 2007 algunas familias de-
jaron de trabajar las chacras, luego que una empresa minera interesada en ejecutar un
230 // pastor y lópez . capítulo nueve

estudio detallado del subsuelo negociara desde su posición ventajosa el arriendo de las
tierras. El desafío para estas familias no será otro más que enfrentar un mundo que
hace tiempo dejó de ser como era…

AGRADECIMIENTOS A Eduardo Berberián, director del proyecto, por la supervisión ge-


neral de las tareas y los valiosos comentarios al manuscrito. Matías Medina aportó
materiales e información sobre los sitios del norte del valle de Punilla y la pampa de
Olaen. A Nilda Dottori y Teresa Cosa (Fac. de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales,
U.N.Cba.) quienes brindaron sus conocimientos y permitieron la utilización del la-
boratorio. A Pilar Babot, Aylen Caparelli, Alejandra Korstanje y Alejandro Zucol por
su colaboración. Participaron en los trabajos de campo Mariana Dantas, Matías Me-
dina, Germán Figueroa y Esteban Pillado. El trabajo fue mejorado a partir de las agu-
das observaciones y comentarios de dos evaluadores anónimos. La investigación fue
financiada por el CONICET y el FONCyT con el otorgamiento de un subsidio PIP
al director y sucesivas becas a los autores. I

NOTAS 1. Las medidas de los silicofitolitos asignados a Cucur- existentes en el pueblo de Quilino, con las que sus habitantes
bita sp. son inferiores a las consideradas diagnósticas para habrían regado los cultivos (Montes 2008). En aquella época
las especies domesticadas de dicho género. Sin embargo, se Quilino constituía una importante formación política -en la es-
debe tener en cuenta que los zapallos silvestres, en especial
C. maxima ssp. andreana (maleza), cuya distribución abarca cala regional- y un fértil oasis agrícola, que se auto-asignó en
el centro de Argentina, no son aptos para el consumo humano encomienda el gobernador J. L. de Cabrera, como el más pingüe
por su sabor amargo. Nos inclinamos por suponer que los sili- repartimiento de la jurisdicción. Otras referencias muy aisladas
cofitolitos arqueológicos pertenecieron a vegetales domestica- sobre regadíos (Montes 2008) se vinculan, al igual que Quilino,
dos y consumidos. Es importante destacar, en tal sentido, que con comarcas de las sierras del Norte de Córdoba, sector de la
su presencia fue observada concretamente entre las sustan-
cias adheridas a tiestos, así como su completa ausencia en el provincia al que no extendemos las presentes consideraciones
sedimento testigo. sobre la A.Pr. y la A.In.
4.
2.
Las diferencias entre los espodogramas del sedimento testigo Los resultados de las investigaciones en C.Pun.39, un extenso
y los del sedimento arqueológico podrían ser relacionadas con el sitio emplazado en el norte del valle de Punilla (Figura 1; Medina
riego manual esporádico. En el sedimento arqueológico se ob- 2008), avalan este planteo. Según los fechados radiocarbóni-
tienen espodogramas con tres, cuatro y cinco células en mayor cos el mismo fue utilizado a lo largo de varios siglos, aunque
porcentaje que en el testigo, lo que indicaría una incorporación con eventos de abandono durante los cuales crecían malezas
extra de sílice, posiblemente a través de este medio. Los datos características de los sitios que sufrieron el impacto y pertur-
paleoclimáticos para la región de estudio y para el período en bación antrópica (de acuerdo a información polínica; Medina et
cuestión dan cuenta de un evento subhúmedo y templado, con al. 2008). La escasa inversión arquitectónica, constatada a es-
características similares a las actuales, aunque con inviernos cala regional, apunta en el mismo sentido. La acentuada movi-
más moderados, mayores precipitaciones y un gran excedente lidad residencial de los aborígenes serranos fue recurrentemente
hídrico (Medina 2008). En términos de la interpretación de los destacada por las fuentes coloniales tempranas, por ejemplo
espodogramas, dicha situación ambiental reforzaría la pro- por un testigo español, quien declaraba que se trataba de “gente
puesta de una agricultura a secano ya que, siguiendo a Rosen fazil de moverse de una parte a otra” (citado por Piana de Cues-
y Weiner (1994), la ambigüedad en cuanto a la interpretación tas 1992). Los datos arqueológicos disponibles tienden a debi-
se presentaría ante la aparición de silicofitolitos multicelulares litar la imagen de estabilidad residencial o sedentarismo,
con más de 10 células. tradicionalmente asociada a la utilización de estos sitios (Ber-
3.
Se conoce una referencia temprana (1573) sobre dos cequias berián 1984; Laguens y Bonnín 2009).
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 231

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