Tú, mi Señor y Príncipe, mi Santo Ángel, mi más preciosa y amada quintaesencia
espiritual, Tú eres mi Padre y mi Madre, el Sol y la Luna, Tú eres quien me alumbró en el Espíritu y el Hijo que mi Espíritu alumbra. Por concesión divina estás dedicado al reinado de mi persona. Tu eres aquel cuyo fervor intercede por mí ante la Corona de Dios, Luz sobre Luz, para reparar mis deficiencias. Tú que estás vestido de la más resplandeciente de las luces divinas, Tú que resides en la cumbre de los grados de perfección, te ruego, a través de Aquel que reina sobre Tí con nobleza sublime –que sobre Tí derramó tan grandiosa efusión de gracia– precioso y Único: manifiéstate a mí en la más bella de las epifanías, muéstrame la luz de tu rostro resplandeciente, sé para mí el mediador ante la Luz de las Luces en la efusión de la Luz Sinaítica de los secretos místicos. Aparta de mi corazón la tiniebla de los velos. Este es mi salmo en el nombre de Aquel que clamó sobre Ti y discurre sobre Ti. Yo los invoco y llamo, Poderes y sublimes Ángeles espirituales, ustedes que son la sabiduría de los gnósticos, la sagacidad de los visionarios y el conocimiento de los sabios. Escúchenme y aparezcan ante mí, acérquenme a su magisterio. Guíenme con su sabiduría y protéjanme con sus poderes. Háganme comprender lo que no comprendo, percatarme de lo que no me percato, y ver lo que no veo. Quítenme los peligros que acechan en la ignorancia, en el olvido y en la dureza de mi corazón, a fin de alcanzar los grados de los ancianos sabios y los profetas inspirados, en cuyos corazones la sabiduría, la intuición, la vigilancia, el discernimiento y la comprensión hicieron su morada permanente. Que para siempre vivas en los recónditos intersticios de mi corazón y nunca jamás te separes de mí.