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FREDERIK BERGER

Annotation
La resplandeciente Roma del Renacimiento
baila al borde del abismo entre festejos y
conspiraciones. Solo el cardenal Alessandro
Farnese reconoce el peligro y desea, con el apoyo
de su hija Constanza, convertirse en Papa, para así
salvar la Ciudad y la Iglesia. Sin embargo, su lucha
por la cátedra de San Pedro exige sacrificios
personales. ¿Cuántos de sus seres queridos
tendrán que morir en el camino?

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LA HIJA DEL PAPA

FREDERIK BERGER
LA HIJA DEL PAPA

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FREDERIK BERGER

Para Patricia

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LA HIJA DEL PAPA

PRIMER LIBRO

La muerte del hermano

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FREDERIK BERGER

Capítulo 1

Roma, palazzo Farnese – 10 de abril de 1513

Constanza Farnese disfrutaba de la vida. Fuera,


en la calle, bramaba la tempestad, y un viento
violento sacudía los postigos, pero a ella no le
preocupaban aquellas sacudidas y rugidos, ni
siquiera el repentino trueno que estalló como una
explosión, seguido a continuación de estridentes
gritos infantiles.
Desde la elección de León X como nuevo
Papa, reinaba en Roma sobre la casa Medici una
atmósfera risueña que se extendía a la familia
Farnese. Si bien era verdad que el padre de
Constanza, Alessandro, cardenal desde hacía veinte
años, no había sido elegido él mismo Sumo
Pontífice, sí había sido responsable de que la tiara
reposara sobre la cabeza de un amigo de la familia
y esperaba, como la mayoría de los romanos, el
inicio de una edad dorada: los ducados corriendo
a espuertas, encargos a los artistas más importantes,
el jolgorio de las procesiones, del teatro y de la
música. La Roma aeterna, que durante el reinado
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LA HIJA DEL PAPA

de los últimos Papas había despertado del sueño de


la Edad Media, se estaba convirtiendo en el centro
del mundo, meta de todos los peregrinos; y ella, la
única hija fémina y favorita de su padre, crecía entre
el esplendor y la abundancia, en el poder y el
señorío de las familias dirigentes de Roma.
Embriagada de alegría, bailó por su
dormitorio y se admiró a sí misma frente a su
espejo de marco dorado colgado de la pared. El
orgullo relucía en su mirada mientras contemplaba
su nuevo vestido de seda azul oscuro, con lirios
bordados, cuyo cuello púrpura acariciaba su fina
garganta y cuyo escote dirigía la mirada a su
floreciente feminidad. Parecía una condesa, y
como tal quería presentarse en los grandes
festejos del día siguiente.
En realidad, debía estar pendiente de sus
hermanos Paolo y Ranuccio, que chapoteaban en la
tina en la que tomaban un baño, pero, ¿para qué
estaban las camareras y criadas? Como futura
contessa tenía mejores cosas que hacer que ejercer
de niñera y vigilar a sus traviesos hermanitos.
Ranuccio, el menor, de cinco años de edad, era el
más difícil de controlar. A menudo retozaba por las
habitaciones como un cachorrillo emitiendo una y
otra vez grititos de gozo, o recorría la casa montado
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FREDERIK BERGER

en un caballo de juguete, agitando belicoso una


espada de madera. En aquel momento, no obstante,
no se le veía por ninguna parte, por lo que
probablemente hubiera ido a buscar a Paolo para
iniciar alguna guerra de chapoteos. Paolo, de
nueve años, solía ser más tranquilo y contenido, y
apenas necesitaba supervisión. Solo cuando se metía
en la tina del baño le entraban ganas de salpicar y
alborotar.
No era nada fácil para ella ser hermana mayor
de tres chicos, y no era solo porque Ranuccio casi
nunca le obedeciera. Estaba, además, Pierluigi, que
había llegado al mundo tres años después que ella,
en un sucio establo igual que el niño Jesús, pero las
semejanzas con éste terminaban ahí. Si Jesús
había sido una criatura adorable de rizos rubios,
Pierluigi, bajo sus hirsutos mechones oscuros era,
por el contrario, malintencionado, mentiroso y
descarado. Disfrutaba torturando animales, y a sus
hermanos pequeños, particularmente a Paolo, que
no sabía cómo defenderse. Se atrevía incluso con
ella, la mayor. Cuando no había nadie mirando, le
propinaba empujones y codazos. En una ocasión, la
muchacha le contestó con un bofetón, y entonces
él la golpeó tan fuerte que hizo que le sangrara
la nariz. Después de aquello su padre le había
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LA HIJA DEL PAPA

propinado una buena tunda de palos, sin lograr


mejorar su comportamiento.
Pierluigi había estado a punto de costarle la
vida a su madre durante su nacimiento, y casi
parecía que quisiera atentar contra las de sus
hermanos. Solía inmovilizar con alguna llave a
Paolo y estrangularlo hasta que se ponía azul. Por
suerte eran escasos los momentos en los que
ambos se encontraban solos en una habitación y las
malas artes de Pierluigi se mantenían sin vigilancia.
En la mayoría de las ocasiones, había algún
sirviente rondando por los pasillos, o alguna criada
aparecía por la estancia. La famiglia Farnese se
componía, ciertamente, de cientos de miembros,
pero, puesto que el palazzo era grande,
reconstruido y ampliado continuamente desde que
ella tenía uso de razón, y dado que, por causa de
una construcción compleja, eran frecuentes las
reestructuraciones que mantenían muy ocupado al
servicio, se daban ciertos momentos en los que
faltaba la necesaria supervisión.
En aquel preciso instante, no se veía a ninguna
doncella por ninguna parte, ni a Ranuccio, y por
suerte tampoco a Pierluigi, ni siquiera a la mamma.
Constanza se volvió sonriente hacia el espejo y se
colocó las perlas que, sobre la frente, justo al
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FREDERIK BERGER

inicio de la línea del pelo, subrayaban la raya que


dividía su melena. No había sido tarea sencilla
sujetarlas ahí; Bianca, su doncella, la había ayudado,
pero ya comenzaban a soltarse.
Las perlas brillaban con tonos nacarados
sobre la pura y alta frente.
Constanza se inclinó sobre una rodilla, bajó
la cabeza como si quisiera besar el anillo de un
Papa invisible, se enderezó de nuevo y miró a la
lejanía con el orgullo de una condesa...
De pronto, se oyeron más gritos. Sin embargo,
en esta ocasión no había estallado ningún trueno
o relámpago. La tormenta parecía haberse alejado.
Constanza agudizó el oído: no solo había sido
un grito, sino muchos que se repetían, desesperadas
llamadas de socorro, llantos histéricos,
carreras... Se dirigió apresuradamente al origen de
aquel escándalo, que debía encontrarse en el baño,
puesto que todo el mundo, incluidos los mozos
de cuadra, subían a toda prisa las escaleras.
Constanza reparó entonces que sí debía haber
prestado atención a sus hermanos, puesto que
Baldassare Molosso, su maestro y tutor, no se
encontraba aquel día en el palazzo; puesto que las
perezosas criadas siempre buscaban excusas para
irse a tontear con los obreros...
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LA HIJA DEL PAPA

En torno a la tina se arremolinaba la


famiglia, incluido Ranuccio, que aullaba, más
que lloraba, y antes de que Constaza llegara a ver
a su madre, descubrió a Paolo tendido en el suelo,
desnudo y mojado, inmóvil, pálido,
espantosamente pálido, con una blancura de un tono
mortecino.
Entonces, apareció su padre. Prácticamente
voló en su sotana, se arrodilló junto a Paolo, le
cogió de la cara, le abrazó contra su pecho. De la
boca de Paolo salió agua. Agua, no sangre. Sin
embargo, no tosió, los brazos le colgaban inertes,
los ojos miraban ciegos al techo.
Su madre se arrojó sobre ambos, arrancó a
Paolo de los brazos de su padre, lo sacudió, lo
golpeó en las mejillas, lo apretó contra ella, lo besó,
lo llamó por su nombre, desesperada, una y otra
vez...
Paolo no se movió. Paolo no despertó. Paolo
estaba muerto.
Lentamente y con cuidado, la madre lo
depositó sobre el suelo, comenzó a sollozar con
vehemencia y escondió la cara en un pañuelo.
Los gritos y el gentío crecieron por igual,
llamaban suplicantes a un médico.
El padre cerró los ojos vacíos e inertes de
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FREDERIK BERGER

Paolo, hizo la señal de la cruz, tomó una de sus


manos y se la colocó en la mejilla.
No sirvió de nada.
La soltó lentamente, cerró los ojos, juntó sus
manos frente al rostro, como en una oración, pero
no dijo nada, ni siquiera movió los labios. Tras
unos instantes mandó envolver a Paolo en un lienzo
claro. Una vez cumplido su deseo, lo alzó y lo
transportó despacio, precedido por la madre, que
iba deshecha en lágrimas, hasta la capilla de la
casa. Los lamentos crecieron a su alrededor. Con
sumo cuidado, colocó el pequeño cuerpo ante el altar
y tiró del paño. Posó delicadamente la mano sobre
el pecho de Paolo, rezó una oración en voz baja, le
apartó el pelo de la frente y le besó los ojos.
La madre se arrodilló junto a ellos, abrazó
una vez más a Paolo y lo posó de nuevo, vacilante.
Cuando se levantó, su mirada empañada en
lágrimas se cruzó con la de Constanza y se clavó en
la muchacha.
Ésta se escabulló en silencio por la galería
de mármol blanco hacia la habitación. Sentía la
mirada de su madre en la nuca, le dolía como
una quemadura. Obediente, había cuidado de los
dos niños durante un rato, por lo que Bianca, que
debía bañar a Paolo, creyó que podía alejarse.
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LA HIJA DEL PAPA

Quizá solo pretendía ir a recoger una toalla


caliente. De improviso había aparecido Pierluigi, con
aquella expresión infernal que no prometía nada
bueno, y se había dedicado a salpicarla hasta que
logró empaparla, mientras empujaba a Paolo
bajo el agua. Siempre era igual, Pierluigi tenía
que molestar a todo el mundo.
Llevaba puesto el vestido de seda del
possesso, el desfile festivo del nuevo Papa con la
consiguiente celebración, y no quería que tuviera
manchas: odiaba la humedad. Por eso había dejado
a Paolo solo con sus hermanos pues, al fin y al
cabo, Bianca iba a volver en seguida y, además,
¿quién se ahogaría en la tina del baño?
¿Quizá Pierluigi...? ¿Quizá sin querer...?
¿Y a dónde había ido Ranuccio?
¿Cómo podía ahogarse alguien en los pocos
minutos que estuviera sin supervisión? Paolo, a sus
nueve años, ya no era un niño pequeño.
Constanza se arrojó sobre la cama. Las
lágrimas manaban de sus ojos: ¿sería realmente
responsable de la muerte de su hermano? Paolo
siempre había sido tan bueno, tan callado y tan
tierno, que nunca había sido capaz de defenderse
de Pierluigi, mucho más teniendo en cuenta que
Pierluigi era un año mayor, y más fuerte que él.
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FREDERIK BERGER

Quizás, en aquel momento en que nadie miraba,


le había empujado bajo el agua durante
demasiado tiempo y finalmente...
No podía haber sido a propósito.
—Aquel pensamiento rondó su mente, y su frente
se cubrió de sudor. Solo podía haber ocurrido así.
El incordio y el fastidio se habían vuelto de
pronto algo mucho más serio.
Cuando el cojín sobre el que apoyaba el
rostro estaba ya empapado, oyó que llamaban.
Rosella se encontraba en la puerta.
—Tu padre te espera en el estudio.
El rostro deforme y tuerto de la doncella de su
madre estaba fijo en ella, como grabado en piedra.
Constanza pasó agachada ante la erguida figura
de Rosella y se dirigió con discreción al estudio
de su padre, donde aguardaban sus dos
progenitores. Constanza iba a arrojarse llorosa a
los brazos de su madre, pero un agrio toque de
atención de su padre hizo que se detuviera en
seco.
—¿Por qué no te quedaste cuidando a tu
hermano como se te ordenó?
—Pierluigi me salpicó — lloriqueó ella,
encogiéndose.
Su padre alzó la mano, como si fuera a
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LA HIJA DEL PAPA

abofetearla, pero más bien se trató de un gesto de


nerviosa impaciencia, que viniera a mostrar lo
ridículo de aquella excusa. El hombre se volvió,
miró un momento por la ventana y se pasó la
mano, inquieto, por el rostro.
—Bianca debía lavar y secar a Paolo —gritó
Constanza—, y había criadas por todas partes...
La expresión de su padre cortó el reguero de
palabras. Ella le quería, y sabía que, aun siendo
solo una muchacha, era todo su orgullo. Él amaba a
todos sus hijos, jugaba con ellos a las cartas, incluso
disfrutaba, tan travieso como ellos, cuando
realizaba imitaciones cómicas de sus compañeros
cardenales y de la forma de caminar de Baldassare
Molosso, que agitaba con afectación los brazos y
tropezaba una y otra vez con su propia ropa...Y
también salía a cabalgar con ellos por los viñedos,
e incluso luchaba con Pierluigi, naturalmente
jugando y con una espada de madera, y componía
versos con ella, su única hija, y recitaba a Horacio
y Lucrecio...
—¡Lo siento mucho! —exclamó Constanza,
rompiendo de nuevo a llorar.
—Eso no arregla nada —repuso su madre con
voz apagada.
—¿Sabes lo que ha descubierto el médico?
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FREDERIK BERGER

Paolo debió golpearse con fuerza la nuca contra el


borde de la tina, o haber recibido un impacto seco
con algún otro objeto —su padre la miró,
fulminante—. ¿Viste cómo Pierluigi...?
Rosella, que se encontraba de pie en la puerta,
miró hacia alguien en el pasillo.
—¡Eso es mentira! —gritó Pierluigi,
irrumpiendo colérico en la habitación. Al parecer
había escuchado las últimas palabras de su padre.
¡Ella no había dicho nada! Tampoco había
tenido intención de decir que a su hermano lo
hubieran ahogado.
—¡Yo no estaba con Paolo! — gritó Pierluigi
con voz enloquecida. Sus oscuros cabellos
aparecían aún más revueltos, tenía los ojos rojos y
los labios inusualmente pálidos—. Tú fuiste la
última que estuviste con él —le chilló en la cara—
, hiciste marcharse a Bianca y Ranuccio salió
corriendo tras los perros. Así fue como ocurrió.
Yo me fui a practicar esgrima.
Constanza miró hacia su madre, que se había
vuelto hacia la ventana, y no se atrevió a soportar
la visión de su padre. Lo que Pierluigi les había
contado era mentira... o al menos, solo una media
verdad. Quiso responderle, pero lo único que logró
emitir fue un balbuceo impotente e incomprensible.
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LA HIJA DEL PAPA

—De hecho, ¿por qué vas tan arreglada? —


dijo su padre, volviéndose de nuevo hacia ella—
. La possesso no es hasta mañana.
—Quería... quería probarme el vestido.
—¡La princesita vanidosa! Con semejante
atuendo es evidente que no se puede dedicar a
cuidar de sus hermanos, mucho menos cuando se
están bañando —repuso el padre, agitando la
cabeza con indignación.
Cuando su mirada recayó de nuevo sobre
Paolo, las comisuras de los labios se le tensaron, los
ojos se le llenaron de lágrimas y tomó a la madre
entre sus brazos.
El secretario personal del prelado apareció
por la puerta. Se convocaba una nueva reunión en
el Vaticano, en la que el recién elegido Santo Padre
llamaba a los cardenales para, como Constanza ya
sabía, hablar sobre el desarrollo de la possesso
del día siguiente.
—Es absolutamente imposible que falte —le
dijo él a la madre con voz suave y cada vez más
quebradiza—, por duro que eso me resulte. También
mañana tendré que tragarme mi dolor, todos
tendremos que hacerlo. No soy un cardenal
cualquiera —continuó, tras una pausa
—. Soy amigo de la familia Medici, y también
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FREDERIK BERGER

podría haber sido elegido Papa... No se me


permite guardar luto por mis hijos, mucho menos
demostrarlo.
—¿De verdad crees que estarás en
condiciones? —repuso la madre mientras se
secaba los ojos con un pañuelo.
Durante un instante, él pareció hundirse en sus
pensamientos.
—Los Medici han triunfado y, con ellos, todos
los florentinos... Tengo que tener visión de futuro —
el padre se estiró, irguiéndose todo lo alto que
era—. Al fin al cabo Giovanni, o quizá sería
mejor decir León, legitimará a mis hijos y
confirmará nuestra heredad. Sin embargo, mis
enemigos se frotarán las manos con malicia. Esos
santurrones tendrán ya preparados sus discursos
condenatorios.
A Constaza le dio la impresión de que
prácticamente se había olvidado de Pierluigi y de
ella, y que no prestaba atención ni a Rosella ni al
expectante secretario. Posó la mirada en el grupo
del Laocoonte, esa pequeña escultura de mármol que
su amigo Miguel Ángel Buonarroti había realizado
a imagen del famoso hallazgo artístico de la
antigüedad para regalárselo específicamente a los
padres de la muchacha. Se sustentaba sobre un
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LA HIJA DEL PAPA

pedestal de madera, junto a un relieve de la


Sagrada Familia también de Miguel Ángel, y de un
óleo de Rafael Sanzio que mostraba al cabeza de
familia vestido con su púrpura cardenalicia y con el
acta de legitimación en la mano.
—Tener hijos es una bendición... Y también
una maldición —susurró de forma apenas
inteligible, sin mirar a nadie.
—Pero Alessandro, ¡cómo puedes decir
eso! —replicó la madre, con voz no mucho más
sonora
—. Nuestro Paolo era una auténtica bendición.
El padre la apretó contra sí.
El secretario, que aún aguardaba en la
puerta, carraspeó vivamente, por lo que el padre
soltó a la madre y dio muestras de reparar de nuevo
en sus hijos.
—Rezad por el alma de vuestro hermano, que
ha tenido que adentrarse en la eternidad sin las
bendiciones de la santa madre Iglesia—dijo con voz
débil—. Reflexionad y meditad sobre el significado
de su muerte.
—Pero, ¿qué he hecho yo?
La voz de Pierluigi resonó furiosa y
obstinada. Constaza tenía los ojos anegados en
lágrimas. La madre se había dado la vuelta.
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FREDERIK BERGER

—¡No es culpa mía que Paolo muriera! —


gritó Pierluigi—. ¡No es culpa mía!
Constanza no permaneció más tiempo en el
estudio de su padre, sino que corrió a su
habitación, se encerró de un portazo y se arrodilló
ante el crucifijo colocado sobre el gran arca frente
al que rezaba tres veces al día. Con voz ahogada,
susurró:
—Perdona mis deudas, Padre mío, Redentor.
Tú que moriste por nosotros, que fuiste torturado
y martirizado, perdóname y líbrame de todo mal.

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LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 2

Roma, palazzo Farnese – 11 de abril de 1513

Cuando Alessandro Farnese se despertó a


temprana hora de la mañana, los primeros rayos
del amanecer penetraban en su alcoba. En la calle,
los pájaros derramaban sus melodías sobre los
tejados de la ciudad, y desde el Tíber ascendían
los primeros gritos. Una hilera de gallos cantaba
con profusión, y un rebaño de ovejas balaba en
algún punto indeterminado de la orilla desde
donde las estaban cargando para transportarlas de
inmediato al matadero.
A Alessandro le hubiera gustado analizar
brevemente sus sueños, que en un día tan
significativo como aquel sin duda debían haber
contenido importantes mensajes, pero
lamentablemente en aquella ocasión solo lograba
recordar irreales sombras nebulosas que apenas se
asemejaban a formas humanas, sino más bien a
testigos mudos procedentes del reino de los
muertos, envueltos en la impenetrable niebla del
inframundo. Niebla, sí. Eso era lo que había
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FREDERIK BERGER

traído la tarde del día anterior, tras la tormenta, un


augurio poco prometedor para la sacro possesso.
Ese día volvía a llover, dando que murmurar a los
augures sobre el inminente pontificado del galante
y vivaracho Giovanni de Medici que, imperturbable
y arrogante como era, se haría llamar papa León X.
Alessandro arrastró los pies fuera de la
cama sin llamar a su ayuda de cámara. El clima
húmedo del día anterior había dejado las sábanas
húmedas y frías, lo que traía como consecuencia un
cierto dolor de articulaciones. Por desgracia, con
sus cuarenta y cinco años de edad ya no era un
jovencito indestructible.
Alessandro intentó darle un sentido a los
recuerdos de aquellos débiles retazos de sueño. El
reino de niebla con las estelas funerarias sería
probablemente el eco de la muerte de Paolo, que
volvía de nuevo a abrasarle de dolor. Aquel
fallecimiento había llegado de forma repentina e
inesperada, y precisamente en un momento en el
que, como cardenal, se le exigía una gran
concentración, de la que apenas había empezado a
tomar conciencia. El que un niño muriera era algo
que ocurría por todas partes, en cualquier momento,
de forma esperada o inesperada, rara vez
deseada, generalmente llorada. Él mismo, el último
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LA HIJA DEL PAPA

retoño masculino de la familia Farnese, había visto


morir a un gran número de personas; todos los
hombres de su parentesco le habían precedido en el
descenso a la tumba, y solo su madre, Giovannella,
y su hermana, Giulia, aún vivían: la madre en el
castillo de Capodimonte, rodeada de cuervos,
cornejas y gatos negros, llena incluso de negros
pensamientos, supuestamente en comunicación con
los muertos y con su vida pendiente de la esperanza
de que su hijo terminara alcanzando la cátedra de
San Pedro.
—Oh, madre —susurró Alessandro—, todavía
tendrás que esperar un poco. León, nuestro amante
del arte, todavía tiene treinta y siete años.
¿Había sido alguna vez un Papa tan joven?
Alessandro se levantó y estiró sus doloridas
articulaciones.
La consciencia de la muerte de su segundo hijo
le asaltó de nuevo con repentina furia. En su
cabeza, le martilleaba una idea: «Paolo está
muerto, muerto, muerto». Alessandro se arrodilló,
superado por el dolor, se arrastró como un penitente
hasta el altar de su cuarto, donde una vela aún
encendida emitía una suave luz.
Quiso sumirse en las plegarias, pero todas las
palabras se le desvanecían. Cuando ya no pudo
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FREDERIK BERGER

contener más un violento hipido, apretó ambas


manos fuertemente la una contra la otra y observó
la llama de la vela, que temblaba ocasionalmente,
como si hubiera instantes en los que le faltara
combustible.

La luz que se filtraba a través de los postigos


fue haciéndose más clara, los tempranos rayos
solares dibujaban finas franjas sobre la pared.
Las criadas salían deslizándose del ático, y él pudo
oír crujidos y chasquidos, a algunas de ellas ya
cotorreando en la escalera, los caballos
relinchando en el establo. Alessandro abrió él
mismo las contraventanas para poder saludar al
nuevo día.
Respiró profundamente. Todas las nubes de
lluvia habían desaparecido, un cielo azul y
transparente cubría Roma, y el sol hacía que los
árboles y parras del Gianicolo, que el barrio
entero que descendía por la colina y sobre el que
se alzaba su palazzo, reluciera con brillos
dorados. Incluso los pájaros se regocijaban.
Aquel día, el 11 de abril de 1513, el recién
electo pontífice León X pudo así atravesar la via
Triumphalis desde el Vaticano hasta el palacio de
Letrán para tomar posesión simbólica de la ciudad
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LA HIJA DEL PAPA

y la Iglesia. Viendo más allá de la alfombra de


luz matutina, era de sobra conocido que León
era un hombre favorecido por la suerte. Contaba
con el beneplácito del Señor Todopoderoso, que en
su infinita gracia le enviaba semejante día
soleado, al contrario que a su indigno cardenal y
siervo Alessandro Farnese, al que le robaba un hijo.
De una manera, además, que abría
demasiados interrogantes...
Con aire resoluto se apartó de la ventana y
llamó a su ayuda de cámara. El recuerdo de la
muerte de su hijo tendría que esperar, pues debía
representar con dignidad su papel de mentor del
nuevo Papa, para transmitir de forma clara y sin
ambigüedad a cardenales y obispos, a los
embajadores del emperador y del rey francés, que
reclamaba la sucesión de León: él, el cardenal
Alessandro Farnese, que acababa de coronar al
recién elegido pontífice.
El ayuda de cámara apareció con una
palangana llena de agua. Tras acicalarse
brevemente, Alessandro hizo que lo vistieran con su
púrpura cardenalicia y bebió después un trago de
vino rebajado y comió un par de aceitunas.
En la galería se encontró con Silvia, la amada
madre de sus hijos. Si hubiera sido elegido Papa en
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FREDERIK BERGER

lugar de León, habría iniciado de inmediato una


reforma de la vida eclesiástica por medio de un
concilio capital. Su objetivo con ello sería abolir
el celibato sacerdotal, que solo llevaba a la trampa
y la mentira y ensombrecía la imagen de la Iglesia.
¿Qué decía el primer libro de Moisés? «Y dijo Jehová
Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré
ayuda idónea para él». No hacía falta decir más.
Quien hubiera elegido vivir como monje ermitaño,
sin esposa o hijos, era muy libre de hacerlo, y
alcanzar el reino de los cielos en una castidad
conservada a lo largo de los años. El resto podía
tomar una «ayudante».
Los sombríos ojos de Silvia estaban
enrojecidos por el dolor y el llanto. Él la cogió en
silencio del brazo.
—¿Por qué? Simplemente, ¿por qué? —
susurró ella, y de nuevo surgieron las lágrimas.
Él le besó la frente y la apretó contra él hasta
que se calmó.
—Cuando me acompañes al palazzo de los
Medici, no le hables a nadie de la muerte de Paolo,
o de lo contrario no podrás librarte de las
preguntas curiosas y de la falsa compasión.
Advierte también a los niños de que deben mantener
la boca cerrada.
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LA HIJA DEL PAPA

Silvia se soltó y se frotó los ojos con un


pañuelo.
—En realidad preferiría quedarme en casa.
Para mí no es un día festivo.
Alessandro tomó su rostro entre las manos y la
besó de nuevo, esta vez en los ojos. A pesar de su
edad, Silvia era hermosa, deslumbrante. Todavía
podía traer otro niño al mundo, y la muerte de
Paolo no tendría por qué crear un vacío en la
familia.
—Sé que eres una mujer fuerte —respondió
él—. Por eso debes ir con los niños a casa de los
Medici, porque si no se dispararían los rumores.
Cuando haya acabado el día, tendremos que
hablar de nuevo con Pierluigi y Constanza.
Silvia suspiró.
—Me resultará difícil mezclarme con la gente
y hacer como que nada ha pasado. No poder
hablarle a nadie de lo que... En cualquier caso,
haré que Ranuccio permanezca en casa, con
Bianca, porque lloraría durante todo... ¿De verdad
tengo que...? —Silvia miró a Alessandro a los ojos,
y de pronto ocultó su mirada—. Si así lo quieres iré,
por supuesto.
Alessandro asintió y se apartó de ella. Luca
Gaurico, su astrólogo, al que había citado a primera
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FREDERIK BERGER

hora de la mañana, aparecía ya por el portal.


—Oh, querido mío, ¡fui tan feliz contigo! —dijo
ella, con voz débil, mientras acariciaba
cariñosamente el pecho de su amante.
—¿Qué quieres decir con «fui»?
—Nuestra felicidad no podía ser eterna.
—Eterna no, pero sí durar más de diez años.
—Cuando seas Papa...
—Ah, en eso estabas pensando... Eso aún
queda muy lejos, acaban de elegir a León, y quién
sabe, quizá lo deje todo para irme a vivir contigo
y con los niños a Capodimonte, a la isola
Bisentina, y yacer contigo en los brazos sobre la
roca de las Sirenas...
—¿Enterraremos a Paolo en el panteón familiar
de la isla?
Luca Gaurico le gritó un saludo a un sirviente
y jadeaba ya mientras ascendía por las escaleras
hacia el piano nobile.
—Deja que pase este día. Después podré
volver a pensar... Sí, en Bisentina, en la isla de los
ángeles y los bienaventurados.
Silvia sonrió con pesar. ¡Pero sonrió!

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LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 3

Roma, palazzo Farnese – 11 de abril de 1513

La sonrisa que se había dibujado sobre el


rostro de Silvia Ruffini ocultaba un dolor mudo
y difuso que la inquietaba como el indicio de una
enfermedad desconocida. El torbellino de
acontecimientos no le permitían sumirse en el duelo
por Paolo. Aquel día, la elección del joven, rico
y ostentoso Giovanni de Medici como papa León
X alcanzaba su punto culminante en una procesión
triunfal a través de Roma, un desfile en el que
Alessandro debería tomar parte para poner en
relieve su importancia dentro de la curia. Ella, por su
parte, aunque no como esposa sino solo como
concubina, tendría que representar junto con sus
hijos a la familia Farnese en casa de los
victoriosos Medici. Afortunadamente, Giulia, la
hermana de Alessandro, les acompañaría.
Durante aquella noche sin sueño, Silvia se
había preguntado una y otra vez si quizá no
habría desatendido a sus hijos, si habría
sobreprotegido al tímido y dulce Paolo,
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FREDERIK BERGER

obviándole a Pierluigi la atención que éste había


reclamado volviéndose díscolo y salvaje.
La idea de que éste, llevado por los
atormentados pensamientos de un niño dolido,
hubiera podido golpear fatídicamente a su hermano,
resultaba tan intolerable para Silvia que la
reprimió de inmediato. Le era mucho más soportable
imaginar que Paolo hubiera resbalado en la tina
con tan mala suerte que se hubiera dado con el borde
metálico en la nuca, hubiera perdido el sentido y
se hubiera ahogado. Quizá hubiera estado
chapoteando con Ranuccio, pues los dos pequeños
adoraban aquel juego, y el azar hubiera querido
que no hubiera nadie cerca... Una coincidencia
cruel, el acto despiadado de un dios cuyos
tejemanejes con frecuencia resultaban imposibles
de comprender.
Sumida en sus pensamientos, estuvo a punto
de chocar con Rosella.
—Constanza y Pierluigi se están peleando otra
vez —le informó, agria, Rosella.
—Ay, esos niños —suspiró Silvia,
sacudiendo la cabeza—. Ocúpate de Ranuccio,
que está destrozado. Tendremos que salir pronto
de casa, toda Roma estará ya en pie... Y, ¿has
traído flores a la capilla y has dispuesto un
30
LA HIJA DEL PAPA

velatorio digno para Paolo? Una de las plañideras


tendrá que velarlo y rezar por él.
Mientras las dos mujeres se dirigían a donde
los niños se encontraban, Baldassare Molosso les
salió al encuentro y se quejó de Pierluigi y su
destructivo e indomable temperamento.
—«El que detiene el castigo, a su hijo
aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo
corrige» —citó de la Biblia con los brazos
alzados—. Tengo las manos atadas, puesto que se
me ha prohibido castigarlo, y aunque todos mis
sentidos y anhelos están puestos en ello, y aunque
apelo a la fuerza de la razón, ni siquiera la muerte
de su hermano ha logrado traer el buen sentido a
Pierluigi.
El maestro se encontraba aún hablando
cuando apareció Constanza, casi corriendo y
emitiendo frases confusas e incomprensibles,
seguida por un Pierluigi de rostro sombrío y de
Bianca, que llevaba a Ranuccio en brazos, todos
hablando entre sí. Silvia pensó un momento en
salir huyendo y escaparse de sus propios hijos, pero
entonces envió a Pierluigi a su cuarto con Baldassare
y ordenó a Rosella que se ocupara de que sus hijos
desayunaran y se vistieran debidamente.
—También envíame a alguien que me ayude a
31
FREDERIK BERGER

ponerme el vestido de gala de terciopelo rojo y


negro. Además, todavía tengo que peinarme. ¿O
crees que el negro da un aspecto demasiado de
luto? En cualquier caso, algún indicio de duelo
debo mostrar, o de lo contrario no me lo podré
perdonar nunca. Y ocúpate de algo importante: ¡que
ninguno de los criados diga una sola palabra! Los
niños también tendrán que guardar silencio.
Rosella le respondió con un breve
asentimiento.
En cuanto Silvia llegó a su habitación, se
dejó caer suspirando sobre el banco junto a la
ventana, cerró los ojos y escuchó los pájaros que,
imperturbables, daban su recital de canto en el
jardín. El agudo chillido de un pavo real rompió
la mañana, que ya se había llenado de vida y
griterío. En la distancia sonó una fanfarria, después
el traqueteo de unos cascos animales, y una tropa de
tamborileros hizo su aparición por la via Giulia.
Ya era hora de que se vistiera, así que salió
de sus ensueños y se levantó. Su doncella trajo el
pesado manto de brocados, junto con una redecilla
para el pelo con hilos de oro y unos pendientes,
pero antes de poder ponérselo todo, tendría que
peinarse y trenzarse el pelo. Silvia aguardó con

32
LA HIJA DEL PAPA

paciencia y los ojos cerrados a que sus sirvientas


realizaran todo aquel proceso, y no los abrió hasta
que reparó en que alguien había entrado en la
habitación. Su perfume delató a la hermana de
Alessandro, Giulia que, llegada de Nápoles, llevaba
semanas en Roma. Aquel aroma dulce y pesado
resultó embriagador cuando Giulia se aproximó
con sonoros pasos y la abrazó con alegría. Un
rápido vistazo le bastó a Silvia para cerciorarse de
que las arrugas en torno a los labios de Giulia se
habían ahondado. Su cuñada y vieja amiga de los
tiempos de su educación en el convento era de su
misma edad, pero había logrado solo relativamente,
a pesar de cuidarse la piel con grasa de verraco
y polvo de Venus, preservar su belleza contra el
cruel ataque de la edad.
Apenas había concluido su exaltado saludo
cuando Giulia miró inquisitiva a Silvia. Con el
ceño fruncido, preguntó:
—¿Has dormido mal? ¿Estás enferma, mi
querida amiga? Esas bolsas en torno a los ojos...
Silvia le resumió en breves palabras la
desgracia que había sacudido a la familia y le
pidió de inmediato que guardara silencio y no
contara nada a nadie.
Con marcada precaución, Giulia se secó los
33
FREDERIK BERGER

ojos con un pañuelo de seda.


—Oh, Silvia, no te preocupes. ¡He aprendido
a ser una actriz muy convincente! Yo estaré a tu
lado. ¡Los Medici no nos verán hundirnos! Nosotros,
los Farnese, seremos el más distinguido de los
clanes, ¡te lo juro!

34
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 4

Roma, palazzo Farnese – via Giulia – 11 de


abril de 1513

Alessandro había terminado de debatir con el


mayordomo qué caballo debía ensillarse y qué
hombres le acompañarían al Vaticano y,
seguidamente, llevó al astrólogo, que esperaba
con impaciencia, hasta su estudio. Luca Gaurico se
inclinó rápidamente ante la mano y el anillo y
bostezó con energía.
—¿Cansado, maestro? —una sonrisa
indulgente se dibujó en los labios de Alessandro.
Gaurico se pasó la mano por sus cabellos
ligeramente grisáceos, agitó los brazos para que las
ondulantes mangas de su túnica se le deslizaran
sobre las muñecas y suspiró con ademán teatral.
—He pasado la noche entera sentado frente
al horóscopo y después he echado las cartas.
Desconcertante, de lo más desconcertante. Sois un
caso de lo más particular, Eminencia.
Contradicciones, nada más que contradicciones.
Los dos tomaron asiento sobre el banco junto
35
FREDERIK BERGER

a la ventana.
—Por desgracia no me puedo entretener
mucho tiempo —explicó Alessandro—, el Santo
Padre se encuentra preparando el desfile de la
possesso, en el Vaticano...
—Contradicciones —le interrumpió
Gaurico—, es lo único que veo en mi cabeza, una y
otra vez y, para colmo de desgracias, ayer se
apareció la carta de la muerte. También en
vuestra propia casa siento el aroma del luto, el
aliento de lo efímero... Decidme, ¿qué ha
ocurrido?
Alessandro se estremeció cuando el astrólogo
le abordó tan directamente a propósito de la
desgracia del día anterior.
—Mi segundo hijo varón, Paolo...
—¡Lo sabía! Había demasiadas constelaciones
inusuales, y sobre todo el dominio de la
duodécima casa, la extraña conjunción de Marte y
Venus, las fuerzas saturninas ascendentes, el fuego
ardiente, todo indica retroceso, pérdida, soledad.
Soy el mejor astrólogo de Roma, y no solo vos,
sino también los Medici y Agostino Chigi, el gran
banquero, solicitan mis servicios como consejero,
Eminencia. Predije que el hijo del poderoso Lorenzo,
a pesar de su joven edad, a pesar de su
36
LA HIJA DEL PAPA

enfermedad y de la molesta falta de visión de


algunos, sería elegido Papa. Y sin embargo vos
siempre me presentáis continuos misterios. Las
constelaciones de estrellas estaban dispuestas de
forma demasiado compleja como para decir nada,
resultaban del todo impenetrables, por lo que eché
las cartas, para estar seguro de entender su...
—Concrete, maestro, ¡no me sobra el
tiempo! —exclamó Alessandro, frotándose las
manos con impaciencia.
—Mis más sentidas condolencias por el
fallecimiento de vuestro segundo hijo varón. Sé
que debía haber entrado al servicio de la Iglesia,
pero la gracia que el Señor otorga, también puede
quitarla... Pero resumiendo, vi la muerte en sus
terribles rasgos. ¿Qué ha soñado esta noche,
Eminencia?
Alessandro arqueó sorprendido las cejas,
suspiró brevemente y le habló de la estela
mortuoria y la niebla.
—¿Eso es todo? —Gaurico le perforó con la
mirada de sus ojos grises como las piedras.
Alessandro agitó la cabeza.
—¿Recordáis vuestros sueños de las últimas
semanas?
Otra sacudida de cabeza, esta vez más
37
FREDERIK BERGER

enérgica.
—Os veis cabalgar no pocas veces por las
calles de Roma sobre un palafrén blanco.
Alessandro no pudo evitar reír.
—A cualquier cardenal le gustaría
convertirse en Papa, y probablemente sueñe con
ello de una forma u otra.
—Bien. En las cartas descubrí no solo la
muerte, sino también dignidad real, o tal vez
papal, además de una muchacha joven, hermosa,
deseable. Como me llamó la atención, observé el
horóscopo buscando pronósticos, y vi a Venus en
trayectoria ascendente, seguida de Júpiter. Entonces,
se producía una conjunción entre ambos y la
octava casa. ¿Quizá hayáis soñado con una
muchacha joven? —Gaurico lo miró entonces con
la cabeza ligeramente inclinada, y el labio superior
temblándole ostensiblemente.
Alessandro cayó en la cuenta de que, de hecho,
había estado soñando durante las semanas anteriores
con su hija Constanza, que de alguna forma también
se parecía a Silvia y le daba el pecho a un niño.
Cuando había querido expresar su alegría por el
nacimiento de su descendiente, Constanza había
cambiado repentinamente su aspecto y el estrépito
de Campo de Fiori lo había rodeado. El sueño
38
LA HIJA DEL PAPA

finalizaba en una escena erótica que, aunque


bastante difusa, trataba sobre todo de una profunda
lujuria que le nacía de las entrañas y le arrastraba
por la laberíntica oscuridad de aquellos bajos
fondos romanos limítrofes directamente con el
palazzo, que destacaban por su pobreza,
inseguridad y violencia. De allí procedían la
mayor parte de sus sirvientes, incluyendo a
Rosella, así como Maddalena Romana, llamada la
Magra, la cortesana de más éxito en Campo de
Fiori, para quien ejercía de confesor.
—¡Habéis soñado! —Luca Gaurico dio un
respingo de puro entusiasmo, y se mantuvo de pie
mientras Alessandro le narraba su sueño, sin
incluir, no obstante, la escena final.
Cuando Gaurico se sentó de nuevo, se
presionó las sienes con los dedos índice y dibujó
en ellas pequeños círculos mientras miraba
atentamente al suelo, para mostrar de manera patente
que se encontraba sumido en profundos
pensamientos.
—Venus ascendente, cerca de la duodécima
casa, próxima a la complexión del ciclo, en lo
que la antigua sabiduría nos presenta algunas
catástrofes. Unido a la muerte, que nos indica
soledad. Eminencia, conoceréis a una joven...
39
FREDERIK BERGER

Se interrumpió y miró al cardenal con gesto


triunfante.
—¿Fue eso todo lo que soñasteis?
Cuando un repique de campanas anunció los
preparativos para el sacro possesso, Alessandro se
puso en pie. El triunfo pintado en el rostro de Luca
Gaurico le parecía inapropiado, y los extraños
comentarios que había hecho no le hacían sentirse
más cómodo en su presencia.
—Por supuesto que conoceré a una joven,
probablemente a muchas: mis nueras. Y espero que
también nietas.
Gaurico hizo ademán de volver a acomodarse
en su sillón, pero Alessandro apartó al astrólogo a
un lado.
—Me esperan, por lo que no puedo ofreceros
más tiempo. Aunque éste no será nuestro último
encuentro.
—Pero Eminencia, hoy es mi día de
iluminación, tras toda una noche de
investigación, es ahora cuando comprendo que
debemos, sin falta... mirar hacia el futuro...
—En otra ocasión, querido maestro.
Alessandro llevó al astrólogo fuera de su
estudio y lo dejó al cuidado de su secretario para
que lo acompañara hasta la salida. Inmediatamente
40
LA HIJA DEL PAPA

después indicó a su ayuda de cámara que le


alisara su púrpura cardenalicia y le alcanzara su
capelo, bajó apresuradamente las escaleras hacia el
patio y montó en el ya acicalado semental. Un mozo
de cuadra vestido con un jubón adornado de
azucenas debía guiar al caballo a través de la
multitud, el mayordomo y el ayuda de cámara
portaban blasones, y tres hombres de su guardia
personal los seguían con el estandarte de los
Farnese.
Al llegar a la plazoleta frente a s u palazzo, los
inundó una luz resplandeciente. La gente marchaba
ya a empellones, y desde Campo de Fiori se oía el
estruendo de una gran multitud. Cuando dio la
orden de tomar la via Giulia hacia el Vaticano, oyó
a Pierluigi llamarlo desde la casa con el grito:
«¡enséñales, papá!». No tenía ningún deseo de ver a
su hijo, por lo que clavó los espolones al caballo.
Las innumerables personas que se agolpaban en
las calles y avenidas agitaron al mozo de cuadra que
tuvo que aferrarse al ronzal del semental, mientras
que los tres guardias se vieron forzados a abrir
camino por la fuerza. Todo el pueblo de Roma, los
artesanos, aguadores y rateros, mendigos,
clérigos humildes, prostitutas y todo tipo de
peregrinos se apresuraban hacia la via Triumphalis
41
FREDERIK BERGER

para asegurarse un buen sitio. Cientos de rostros se


volvieron hacia Alessandro, por todas partes la gente
gritaba, los niños se subían a los hombros de sus
padres, las madres intentaban mantener cerca de sí
a sus hijas u ofrecérselas al primero que tuviera
aspecto de contar con un par de ducados. Aquí y allí
algún barón romano se iba abriendo paso entre la
muchedumbre, que no era capaz de apartarse sin
algún que otro bastonazo de los criados.
El sol, mientras tanto, había ascendido y
relucía, cálido, desde un cielo azul cristalino.
Sería un auténtico día triunfal, la toma de
posesión de la ciudad de Roma por parte del
recién elegido papa, que León X, de los Medici,
no iba a realizar en la Pascua de la Resurrección
de Cristo, sino en el aniversario de la batalla de
Rávena, una contienda trágica y sangrienta entre el
ejército del rey francés Luis XII y las tropas
venecianas y papales, que tuvieron que soportar
una dura derrota. Aquella fecha estaba pensada
como una señal pública de la futura política
pacifista de León. Alessandro le deseó suerte y
éxito de todo corazón. Si León conseguía que la
contienda de ya veinte años de duración entre el
rey francés y el emperador alemán por el dominio de
Milán y Nápoles, por la hegemonía en toda Italia,
42
LA HIJA DEL PAPA

llegara a un acuerdo pacífico y equilibrado, se le


seguiría alabando por ello durante los siglos
venideros.

Los gritos y empujones se volvieron más


nerviosos. Aunque el mozo de cuadras se
esforzaba por mantener tranquilo al corcel, éste
relinchaba y amenazaba con desbocarse. Los
mendigos no se dejaron impresionar y continuaron
tendiendo sus manos implorantes hacia Alessandro.
Generalmente no cabalgaba por la ciudad sin dar
alguna limosna, pero aquél era un día especial en el
que, en cualquier caso, se repartirían todo tipo de
manjares, así como vino y, por supuesto, una gran
cantidad de monedas contantes y sonantes. León no
permitiría que se echara a perder su reputación
de hombre generoso. Todos los romanos esperaban
de él pan y circo, regalos y festividades. Roma
entera debía beneficiarse ahora de la legendaria
riqueza de los Medici, que hasta entonces estaban
considerados como toscanos avariciosos, refinados,
pero mal vistos.
Numerosas muchachas acariciaban la sotana
cardenalicia de Alessandro, incluso sus pies, el lomo
de su caballo. Su comportamiento delataba que se
trataban de prostitutas callejeras. Algunas
43
FREDERIK BERGER

llevaban tales escotes que los pechos les rebosaban,


causando naturalmente griterío y risas por doquier.
Llevaban el pelo suelto, que les caía hasta la
cadera. ¡Y qué jóvenes eran! Morenas, con los
ojos negros, probablemente sicilianas o
españolas, que abundaban entre las mujeres de la
calle.
Sus hombres las apartaban con malos modos,
pero él las miraba repartiendo bendiciones. Algunas
se persignaban. Una chiquilla que permanecía
humilde en un segundo plano, limitándose a
observar, lo miró, gentil como la inocente hija de un
campesino.
Alessandro llegó a percibirla solo un instante
antes de que le obligaran a dar un movimiento
brusco hacia adelante, pero de inmediato se
volvió.
La niña había desaparecido.

44
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 5

Roma, via Triumphalis – Palazzo Medici –


11 de abril de 1513

Las calles y plazas de Roma estaban repletas


de gente.
Cinco hombres fuertes con estandartes de
azucenas sobre el pecho y la espalda protegían
a Silvia y su séquito, y puesto que portar armas
aquel día estaba terminantemente prohibido,
lucían miradas particularmente siniestras. Silvia
abría la marcha, seguida muy de cerca por su
cuñada, que llevaba un velo transparente sobre el
rostro, y tras ellas, rodeados de los soldados,
Constanza y, ligeramente desplazado, Pierluigi.
Apenas llegaron a Campo de Fiori, las masas
humanas comenzaron a agitarlos, y el estruendoso
griterío apenas permitía que se entendieran los
unos a los otros. Los mendigos extendían hacia
ellos sus manos, incluso llegaban a palpar las
pesadas vestimentas adornadas de brocados de Silvia
y Giulia; los aguadores y vendedores de pan y
dulces bramaban entre la multitud; los niños,
45
FREDERIK BERGER

acompañados de sus madres y abuelas, chillaban


por doquier; una y otra vez se veían hombres con
los puños dirigidos hacia otro. Por supuesto, por
todas partes resonaba: «¡palle, palle!», el grito de
guerra de los Medici.
Grupos de sbirren habían ya despejado el
centro de la via Triumphalis, pero por los miembros
de las familias más importantes de Roma que solo
quisieran pasar a mirar antes de desaparecer en
sus palacios, hacían una excepción. En cualquier
caso, ya nadie cruzaba los laterales de las vías.
Silvia respiró hondo. Al fin, algo de aire y
la posibilidad de admirarse por el despliegue
realizado a fin de ofrecer al papa León X una
acogida digna. Por supuesto, por todas partes se
apreciaban los escudos de armas de los Medici,
con las seis esferas o palle, así como estandartes,
blasones, tapices y cuadros con figuras de la
mitología antigua y, ocasionalmente, también de
motivos cristianos, de tal modo que la Virgen María
se mezclaba con Venus o Minerva, el crucificado
recordaba a Apolo, y Dios Padre, a un Júpiter
tronante. Guirnaldas de laurel y flores
primaverales adornaban las ventanas y enmarcaban
las pinturas. Quien tenía alguna estatua en
posesión, la había colocado ante el portal o en los
46
LA HIJA DEL PAPA

balcones: desde allí, Baco y Venus, Mercurio y


Ganímedes saludarían al Papa leonado, las santas
señalaban la semidesnudez de las ninfas y la
desnudez completa de las sibilas, y entre ellas, los
mejores escribas de la ciudad habían pintado
sentencias b r e v e s: «Mars fuit» y «Cypria semper
ero» se repetían una y otra vez. Quien supiera
algo de latín sabría que debía despedirse del dios
de la guerra y saludar el perpetuo señorío de la
diosa del amor.
Silvia se maravillaba de toda aquella pompa
antigua, incluso pagana, y entretanto echaba un
vistazo a Giulia y a sus hijos.
Pierluigi caminaba pesadamente con rostro
funesto entre sus guardias, sin mirar ni a izquierda
ni a derecha, mientras que Constanza observaba
con los ojos iluminados las excepcionales obras
de arte. Su cuñada Giulia se apartaba continuamente
el velo del rostro para poder observar mejor: sus
ojos se nublaban por el dolor y el recuerdo de días
mejores. De cuando en vez extraía un pañuelo de
seda de su escote y se secaba con cuidado las
mejillas.
—¿En qué estás pensando? — Silvia se había
inclinado hacia adelante para que Giulia la oyera
mejor.
47
FREDERIK BERGER

Una breve mirada le había bastado para


adivinar sus pensamientos.
—Todavía era joven y hermosa cuando mi
Rodrigo recorrió a caballo este mismo camino
hace veinte años. Por aquel entonces yo era su
Venus, y casi cada noche me demostraba lo mucho
que me deseaba.
Ella se irguió, y durante un instante se pudo
volver a reconocer bajo su maquillaje a aquella
bella Giulia, sin arrugas ni papada.
En lugar de responder, Silvia le dedicó una
comprensiva caricia en el brazo.
—Sin mí, Alessandro nunca habría sido
cardenal, y soy la única a la que debe nuestro
ascenso. Si Alessandro se convierte en Papa, será
solo porque dejé que un viejo verde me...
—Lo sabemos bien —la interrumpió Silvia,
dedicándole una mirada ligeramente preocupada a
sus hijos.
Giulia se sorbió.
—... montara miles de veces —concluyó, con un
tono amargo.
«¿Es que no te gustó?», quiso replicar
Silvia, pero se abstuvo de hacerlo por no ofender a
Giulia.
Cuanto más se acercaban a Rione di Ponte y
48
LA HIJA DEL PAPA

al barrio financiero, más adornadas estaban las


calles, y los arcos de triunfo ornamentados con
dioses antiguos iban sucediéndose los unos detrás
de los otros.
—Esa diosa debe haberla pintado Rafael —
gritó Giulia, no sin envidia en la voz, mientras
señalaba un cuadro—. ¿Y sabes quién posó como
modelo? —una sonrisa burlona acompañó sus
palabras.
Silvia dedicó una mirada de advertencia a sus
hijos, de quienes solo Constanza escuchaba con
curiosidad. Pierluigi imitaba como un arlequín
inquieto a Apolo tocando la lira.
—Francesca, la nueva amante favorita de
Chigi, casi una niña — Giulia se inclinó sobre
Silvia—. ¡Al parecer se enamoró de ella de
inmediato! ¡Le ha prometido matrimonio! Ese
papagallo rácano... Está haciendo el ridículo.
—No seas tan cínica —repuso Silvia en voz
tan baja como el ruido de la multitud le permitió—
. Realmente es una joven hermosa, y debe ser
inteligente.
—La belleza se marchita, el trasero más
respingón se vuelve flácido, la inteligencia te deja
caer en la melancolía, hasta que finalmente una
jovencita te reemplaza. Francesca ha echado a
49
FREDERIK BERGER

Imperia, igual que yo eché a la vieja bruja de


Vanozza del lado de mi Rodrigo —aquel amargo
triunfalismo envejecía espantosamente los labios
profusamente maquillados de la mujer.
—Ay, Giulia —Silvia tomó brevemente del
brazo a su amiga de la infancia—. Cada cosa tiene
su momento, y con la edad una puede regocijarse
con los hijos y los nietos... y escribir cuentos.
Paolo, muerto, con su rostro iluminado como
el de un mártir, se le aparecía a Silvia ante los ojos,
y no pudo reprimir las lágrimas.
—Sí, ¡para ti los niños y las historietas! —
exclamó Giulia, pero de inmediato debió recordar
el destino aciago de Paolo pues, horrorizada, se
llevó al pecho la mano de Silvia—. Vayamos de
una vez a casa de los Medici, pronto sonarán las
fanfarrias.
Agarró fuertemente la mano de Silvia y se
puso en marcha precipitadamente.

Era difícil abrirse paso hasta el palazzo Medici


a través de la multitud, que gritaba
ininterrumpidamente «¡León, León!
¡Palle, palle!», mientras bebían vino con
profusión. Cuando finalmente lograron atravesar
el portal, Silvia dio con un muro refulgente de
50
LA HIJA DEL PAPA

humeantes velas y antorchas. Criados vestidos con


lujo atravesaban aceleradamente pasillos y
escaleras. Los guardias tuvieron que permanecer
en el patio interior, pero se les procuraron
excelentes brochetas de buey y vino toscano en
abundancia. Giulia se hizo alisar con premura el
vestido y la capa, insertó un par de rizos furtivos
en la redecilla y se colocó la diadema.
Apenas habían dejado la escalera que
conducía al piano nobile, cuando Alfonsina, la
cuñada del nuevo Papa, salió a saludarles con los
brazos extendidos y un estridente grito de
alegría. Se le había permitido a la viuda de Piero
de Medici ejercer de señora de la casa, puesto que
todos los miembros masculinos importantes de la
familia tomaban parte del desfile festivo del Papa, y
solo las mujeres y los niños permanecían en casa.
Giulia se había adelantado y fue la primera a
quien Alfonsina abrazó.
Su nauseabunda colonia azotó a Silvia: olía
al dulzor de la podredumbre, y no se correspondía
con el rostro de cuervo de la viuda, quien gustaba
de vestir de negro, así como de rojo chillón y verde
fuerte.
—Sin duda tu esposo cabalga con los barones
napolitanos en honor de nuestro recién elegido
51
FREDERIK BERGER

León, querida Giulia —graznó Alfonsina. Antes de


que Giulia pudiera replicar que en realidad él
permanecía en su Nápoles natal, continuó—. Estás
más seductora que nunca, bellísima, incluso nuestro
León reparará en tu hermosura —dijo, lanzando una
risa estridente a Silvia, a quien ya se había vuelto
y debía recibir su abrazo—. Tú, bendecida con
tantos niños —graznó en su oído, apartándose
después un poco de ella para observarla mejor—.
¿Estás embarazada otra vez? Nuestro amigo
Alessandro no escatima en esfuerzos para asegurarles
un futuro floreciente a su nombre y su progenie.
Silvia no vio la necesidad de responder.
Alfonsina, entretanto, se dispuso a hacerle
cosquillas a Constanza en la barbilla y a enviarla
con los otros niños. Pierluigi ya se había
escabullido, puesto que había descubierto a
Giovanni de Medici Popolano, cinco años mayor
que él, e hijo de la fallecida hacía ya cuatro años
Caterina Sforza.
En el recibidor y el salón de baile del
palazzo sobrecargados de joyas y flores, Silvia topó
con el trío de hermanas del nuevo Papa, todas con
hijos pequeños. Los chiquillos aparentemente iban a
hacer carrera eclesiástica, puesto que a pesar de
encontrarse entre los diez y los doce años vestían ya
52
LA HIJA DEL PAPA

túnicas de prelado.
Bajo una estatua de Apolo reñían dos niños,
de unos tres años. Como Silvia los miró con
curiosidad, Alfonsina, que había seguido su
mirada, explicó en voz alta:
—Dos de nuestros pequeños bastardos,
Ippolito y el inconfundible Alessandro, al que
llamamos simplemente il Moro —miró con
desprecio al niño que, con su cabello rizado y sus
labios hinchados recordaba a un monito y estaba
a punto de ponerle la zancadilla a Ippolito—. Un
carácter bastante arisco, como puedes ver —
continuó Alfonsina—. Un desliz del primo Giulio,
es decir, el bastardo de un bastardo. El primo
Giulio siempre hace como si Alessandro fuera su
sobrino, e incluso ha legitimado esa falsedad. En
fin, en cada familia hay una manzana podrida —el
desprecio en sus gestos y su voz se ahondó—. Los
bastardos rara vez llegan a alguna parte, incluso
cuando se les legitima —y diciendo esto dejó
vagar la mirada hasta Pierluigi y el retoño de
Caterina Sforza y una sonrisa socarrona se
dibujó en su boca.
A Silvia le hubiera gustado escupirle, pero
al mismo tiempo, se esforzó por ignorar los
engreídos comentarios de aquella Medici por
53
FREDERIK BERGER

matrimonio, originaria de la tan altanera como


fructífera familia Orsini, pues estaban
evidentemente dirigidos contra ella y sus hijos:
Silvia no era más que la concubina de un cardenal,
y sus hijos no eran otra cosa más que bastardos.
Giulia, mientras tanto, se había escabullido y
había tomado asiento junto a la ventana, desde
donde le hizo una señal a Constanza y fue
empujando con la cadera a una de las chicas Medici
de forma tan habilidosa que su sobrina logró
encontrar donde sentarse y las dos obtuvieron un
excelente punto de observación. Pierluigi
observaba asombrado al joven Giovanni, de
quince años, que mostraba ya el porte de un joven
condottiere y gesticulaba vivamente mientras
bromeaba con sus primos.
Finalmente, Silvia logró sentarse en la
ventana con Giulia. Constanza quiso darle su sitio,
pero Silvia prefirió quedarse tras ella. El caos
disonante de ruidos, particularmente el estridente
tono de voz de Alfonsina, le hacía daño en los
oídos.
—Una bruja ambiciosa, esa Alfonsina —
dijo Giulia, sin molestarse demasiado en hablar
bajo
—, odiosa como la mayoría de los Orsini. No tengo
54
LA HIJA DEL PAPA

más que pensar en mi tuerto Orso. ¿Te acuerdas de


él, Silvia?
Ésta asintió, no sin llevarse el dedo a los
labios.
—Por mí ese espantajo puede quedarse lejos.
Constanza sonrió con picardía, mientras Silvia
susurraba:
—¡No tan alto!
—No dejes que mi dulce sobrina se case con
ningún Orsini — continuó Giulia con descaro—,
ni que Pierluigi tome a ninguna de las insoportables
culonas de esa familia.
Silvia miró a la ventana de forma visible,
pretendiendo que no escuchaba nada de lo que se le
decía.
—Pero yo sé bien que Alessandro ya ha
elegido a Stefano Colonna para vuestro tesorito.
Silvia miró por la ventana todavía con más
concentración, aunque no había nada nuevo que
observar.
—Mamma, ¿es eso cierto? —en el rostro de
Constanza se dibujaron la sorpresa y el terror.
—Todavía eres muy joven. Giulia soltó una
carcajada.
—¿Es eso una respuesta para una pregunta tan
directa?
55
FREDERIK BERGER

Constanza no dejó que Silvia llegara a tomar


la palabra.
—Pero yo no quiero casarme con alguien a
quien no conozco, mucho menos con un tuerto como
tía Giulia.
La risa de Giulia se volvió aún más sonora.
—Harás lo que diga tu padre. Además,
Stefano no es tuerto, sino bastante atractivo —
Silvia quiso darle a su voz un tono firme, pero
ella misma se dio cuenta de la inseguridad que
delataba.
El olor a podredumbre de Alfonsina volvió a
golpear la pituitaria de Silvia, pues de hecho la
autonombrada señora de la casa se encontraba
junto a ella. En esa ocasión, Giulia miró hacia la
calle con la misma intensidad que si el propio
papa León hubiera aparecido él solo montando
sobre un elefante por la via Triumphalis.
—¿Has visto a mi inocente sobrina María
con el bastardo de Caterina Sforza? —Silvia volvió
la cabeza. Alfonsina continuó hablando sin esperar
respuesta. Su afilada nariz parecía lanzar
continuos picotazos—. También mi difunto Piero,
Dios tenga misericordia de su pobre alma, era de la
opinión de que los bastardos debían quedarse fuera,
puesto que corrompen la sangre. Ese Giovanni
56
LA HIJA DEL PAPA

Popolano Sforza ronda ya los lupanares de la zona


como un adulto, e incluso ha contraído la morbo
gallico. Constanza, querida mía, ¡mantente alejada!
Se pelea con cualquier borrachuzo que pase por
delante suyo, e incluso con once años apuñaló a un
compañero. Hasta le golpeó a mi Lorenzo sin
motivo, haciendo que le sangrara la nariz, aunque
Lorenzo es seis años mayor que él. Solo por eso
tenían que haberle echado del país.
Sin esperar una respuesta, salió volando pues su
hija se dirigía hacia Giovanni y Pierluigi.
—¡Clarice! —la oyó gritar Silvia—. ¡Ven
aquí! ¡Tenemos que salir al balcón!

57
FREDERIK BERGER

Capítulo 6

Roma, palazzo Medici – 11 de abril de 1513

Las fanfarrias resonaban desde el ponte


Sant’Angelo, y el retumbar de los cascos de
caballo se volvió audible. Todos se apresuraron
contra las ventanas y los balcones, y saludaron
con aplausos a la comitiva que se aproximaba, con
doscientos lanceros a caballo y la servidumbre del
Papa. Les seguían músicos vestidos de blanco
resplandeciente, rojo y verde. Los trombones
atronaban con tal fuerza que hasta los gritos de
asombro de los espectadores quedaron sofocados,
los pífanos retiñeron hasta que comenzaron a
doler los oídos, y los tambores emitieron un
repique marcial.
Constaza estaba embelesada. Todos aquellos
lujosos vestidos, las banderas adornadas, los
hermosos muchachos. Los dirigentes de los
distintos distritos de la ciudad saludaron a la
concurrencia, el cuervo-Alfonsina alzó
condescendiente la mano. Les siguió el estandarte de
la ciudad de Roma y de la Universidad, y después,
58
LA HIJA DEL PAPA

el capitano generale papal y el gonfaloniere.


Los Medici se apretujaron aún más contra la
ventana, observaron y gritaron cuando Giulio de
Medici, el primo del Papa y prior de la Orden de
San Juan apareció cabalgando, sosteniendo en la
mano izquierda un pendón de seda roja con una
cruz blanca.
—Tiene mucho mejor aspecto que el
regordete de León —le dijo la tía Giulia a su madre—
, pero he oído que bizquea.
Su madre pasó por alto el comentario sobre
estrabismo.
—Sandro opina que León nombrará a Giulio
arzobispo de Florencia en los próximos días, por
lo que tendrá que gestionar su ciudad natal con los
hermanos pequeños de León.
—¿Quieres decir que Giulio será el siguiente?
¿Que quizá sea el próximo Papa, incluso antes que
nuestro Alessandro?
Constanza observó con atención a Giulio de
Medici, que cabalgaba sobre un esbelto caballo
negro, pero ya no escuchaba lo que su madre y su tía
Giulia comentaban pues en la casa se renovaron los
gritos y las señas. Bajo ellos cabalgaban ya los
representantes de la nobleza romana y florentina,
entre ellos numerosos Medici y Orsini, los
59
FREDERIK BERGER

representantes de los estados y ducados italianos,


los embajadores del emperador y del rey francés.
Alfonsina casi se cae del balcón cuando su ya
crecidito Lorenzo apareció trotando. Junto a ella,
las hermanas del Papa intentaban saludar a sus hijos
sin lograr obtener espacio ni oportunidad para ello.
Constanza se reía del bochornoso número
que la urraca Medici estaba preparando cuando su
mirada recayó en un hombre vestido con un manto
negro, que cabalgaba junto a Lorenzo.
—¡Mira, Francesco María, el duque de
Urbino, vestido de luto! — exclamó la tía Giulia al
oído de su madre—. Él sabe que tiene mucho que
agradecerle a su tío, el difunto papa Julio. He ahí
un hombre con el que incluso yo flaquearía una
última vez.
Constanza se sintió como congelada, pero al
tiempo le recorría una ola de calor. Aquel jinete
negro sin armadura, que no debía tener mucho
más de veinte años, marchaba montado recto como
una vela sobre su corcel azabache adornado de oro,
con una pose orgullosa, pero en absoluto rígida.
Volvió entonces el rostro en su dirección, y ella
creyó reconocer en aquellos rasgos la pena que le
atormentaba. Ella lo entendía, pues si él sentía el
dolor por la pérdida de un tío querido, ella
60
LA HIJA DEL PAPA

penaba por su hermano pequeño. El recuerdo de


Paolo le hizo helar la sangre. Ante el barullo y el
griterío de la gente, apenas había pensado en la
muerte del niño, pero entonces aquella imagen
regresaba y, con ella, la culpabilidad.
Aunque en realidad no había sido culpa suya.
El auténtico responsable era Pierluigi. Debía
haber sido él.
Miró a su alrededor, por si lo reconocía entre
la multitud de Medicis, pero no lo encontró. La
madre y la tía Giulia miraban con simpatía hacia
abajo, haciendo señas cada vez más vivas, pues
aparecía ya el cortejo vaticano con la cruz dorada
y el tabernáculo sacramental. Aunque su padre no
tardaría en aparecer, los ojos de Constanza
siguieron al duque de Urbino, quien con un orgullo
tan particular como desenvuelto cabalgaba junto al
torpe Lorenzo, que se tambaleaba sobre su blanco
corcel como una armadura desmadejada.
—¿A dónde estás mirando, niña?
Constanza dio un respingo. Había estado tan
sumida en sus pensamientos, tan invadida por los
sentimientos que la sofocaban todavía, que se
quedó mirando a su madre como una boba.
—¿No vas a saludar a tu padre? De hecho, bajo
ellos aparecieronlos abades, obispos, arzobispos y,
61
FREDERIK BERGER

finalmente, los cardenales. Un arco iris de rojos,


violetas y púrpuras, con las mitras obispales
reluciendo de oro y piedras preciosas, los
caballos cubiertos de damascos blancos.
—¡Qué visión más señorial! — exclamó la tía
Giulia—. Oh, Dios, quién fuera joven todavía.
Diciendo esto, cogió a Constanza del brazo
y la besó, después le dio otro beso a su madre y
comenzó a hacerle señas al padre, que miró hacia
arriba brevemente y devolvió el saludo.
—Sé cómo se siente —dijo la madre—. ¿Por
qué tendrá el Señor que castigarnos así...?
La turba de espectadores de la calle gritaba:
«Farnese, Farnese». Constanza se inclinó sobre la
barandilla, hasta que su madre la agarró del
cinturón hacia atrás mientras la reprendía.
Entonces, se escuchó como alguien gritaba:
«Farnese, Papa». Antes de que Constanza pudiera
mirar de refilón la nariz de buitre de Alfonsina, vio
que un joven salía a trompicones del portal y se
abría paso a través de la exaltada multitud: era
Pierluigi que, al llegar junto al caballo de su padre,
apartó al mozo de cuadras de un empujón y tomó
él mismo las riendas del animal.
El padre reaccionó con enojo, le gritó algo
que por supuesto no pudieron entender y finalmente
62
LA HIJA DEL PAPA

dejó que su hijo continuara allí.


Bajo el bramido de los tambores marchaba
ya la guardia suiza, un mar de gallardetes y
bonetes, de multicolores jubones hendidos, de
alabardas que brillaban al sol y allí, finalmente,
apareció el Santo Padre sobre su corcel turco.
Bajo la sombra del baldaquino, cabalgaba
agachado, sudando mientras la pesada tiara de
oro y piedras preciosas le resbalaba sobre la
frente. Intentaba una y otra vez mantener una
pose majestuosa, hinchaba los carrillos, dibujaba
la señal de la cruz sobre la multitud, se limpiaba el
sudor del rostro.
—¡Leo, Leo! ¡Palle, palle! — gritaba la
muchedumbre de la calle, gritaban los hombres,
mujeres y niños del palazzo Medici, y quien más
gritaba de todos, era Alfonsina.
Tras el Papa, marchaban muchos de sus
tesoreros, que arrojaban monedas a la gente.
Constanza observó con atención y no pudo creer lo
que vieron sus ojos. No eran simples monedas de
cobre, no, ¡eran de plata y de oro!
—Empezamos bien —murmuró para sí la tía
Giulia vuelta hacia su madre, para contrarrestar el
clamor de la multitud—. Rodrigo siempre
esperaba obtener algo de cada moneda y cada
63
FREDERIK BERGER

joya que daba, pero nuestro León comparte y


reparte como si cagara ducados.
—¡Giulia! ¡Qué palabras son esas!
—¿Es que no tengo razón? Será por eso que
jiñar le duele tanto —su propio comentario le
pareció gracioso, y se rio.
—¡Giulia!
—El tesoro de la Iglesia no tardará en
agotarse.
Constanza intentó echar un último vistazo al
Papa, al que seguían varios cientos de jinetes y,
finalmente, el pueblo llano. Formaban un tumulto
increíble. Una y otra vez podían verse a hombres y
mujeres pegándose los unos con los otros por
arrebatarse las monedas, mientras a los niños se les
pisoteaba y caían sin remedio al suelo, entre los
llantos desesperados de sus madres, incapaces de
encontrarlos. Pero nadie se preocupaba por ellos.

64
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 7

Roma, via Triumphalis – Palazzo Farnese –


12 de abril de 1513

Cuando Alessandro vio al joven que surgió de


la multitud de espectadores y se precipitó hacia él,
pensó durante un momento que se trataría de un
intento de asesinato: pero antes de que llegara a
reaccionar, reconoció a Pierluigi, su hijo mayor,
que avanzaba hacia su caballo sin admitir trabas.
En un primer momento, Alessandro se sintió
tentando a mandarle marchar, pero finalmente le
dejó quedarse. Aquel día era preferible evitar toda
acción que llamara la atención.
Así pues, siguió montando, recibiendo los
aplausos y los vítores de todos los espectadores,
rodeado de sus compañeros cardenales, avanzando
lentamente y cada vez más cansado por toda la via
Triumphalis.
Pierluigi se pavoneaba junto a la cabeza del
caballo y enviaba sonrisas de orgullo a la multitud.
Las horas se alargaban, y los pensamientos de
Alessandro vagaban de nuevo hacia la coronación
65
FREDERIK BERGER

de León, que él mismo había hecho posible: un


indicio que le señalaba como posible siguiente
Papa. Él nunca había aspirado a ascender al trono
en aquella elección, ¡ni por un momento! Era
necesario valorar de forma realista las propias
posibilidades. Como adepto del desaparecido
Julio II, pero sobre todo como cardenal
nombrado por Borgia, algunos miembros de la curia
le llamaban a sus espaldas cardenal Gonella.
Gonella, «enagua»; su sobrenombre hacía
referencia al hecho de que le debía su puesto a su
hermana Giulia, la bella Giulia, a la que el
insaciable papa Alejandro VI, el papa Borgia, había
tomado como amante, no sin esperar ciertas
contraprestaciones a cambio. Hacía ya veinte años
de aquello, pero nunca había dejado de perjudicar
su reputación. Por lo demás, Gonella era como se le
conocía entre los más decentes de los prelados,
pero el pueblo llano, los romanos del Pasquino,
le llamaban, sin atisbo de respeto, cardenal
Fregnese, el cardenal «Coñero».
También su concubinato con Silvia estaba
particularmente mal visto entre los más rectos y
piadosos de los prelados, aun cuando ella
perteneciera a una familia respetada del barrio de
Pigna, y estuviera casada con un Crispo. No, no
66
LA HIJA DEL PAPA

aunque, sino porque. Durante cuánto tiempo había


intrigado contra él el viejo Crispo, porque le creía
responsable de la muerte de su hijo, ¡y a cuántos
prelados habría comprado! Pero la hipocresía, los
sobornos y la traición siempre forMarían parte del
llamativo comportamiento de la aristocracia
romana y de las altas esferas sacerdotales.
Qué importaba que en aquella ocasión hubiera
sido su protegido, León X, el cardenal Medici, el
que hubiera salido elegido: aunque aún era joven,
la salud no le acompañaba. ¡Su momento estaba
por llegar!

Llegaron a la basílica y al palacio de Letrán


cuando el sol ya descendía. Pierluigi ayudó a
Alessandro a descender del caballo, y estaba
dispuesto a esperar pacientemente hasta el final del
gran banquete.
El festín finalizó a última hora de la tarde. La
reunión se disolvió. Para entonces la mitad de la
comitiva que había acompañado al ahora achispado
Papa se había marchado ya, los romanos habían
recibido miles y miles de ducados, se les había
abastecido y entretenido, por todas partes reinaba el
estrépito y los bramidos, y las calles estaban
repletas de bostas de caballo, orina y vómitos. Qué
67
FREDERIK BERGER

bien había olido la via Triumphalis por la mañana,


limpia de excrementos y porquería, cubierta en
numerosos puntos de ramas de boj y de mirto, de
tal forma que los cascos de los animales sonaran
amortiguados y que las penetrantes emanaciones de
la ciudad quedaran suavizadas por una agradable
fragancia.
Sin embargo, al atardecer, Roma ofrecía su
aspecto habitual tras los grandes festejos: el de un
vertedero. En las esquinas y los portales oscuros,
sobre las escaleras podridas y tras los matorrales
asilvestrados, pululaban las prostitutas, hombres
y mujeres se tambaleaban apoyándose los unos en
los otros, los niños vagaban perdidos, y
ocasionalmente brillaba algún cuchillo, incluso
aunque aquel día estuviera estrictamente prohibido
portar armas. Los sbirren, no obstante, también
estaban borrachos.
Pierluigi guió imperturbable a su padre a
través de la mugre, y, mientras el papa León
proseguía su camino, acompañado de sus tesoreros
y de la guardia suiza, hacia el castillo de
Sant’Angelo, donde quería pasar la noche como
huésped del alcaide, amigo de la familia, torcieron
hacia Campo de Fiori, y llegaron finalmente a casa.
Alessandro estaba cansado como un perro y
68
LA HIJA DEL PAPA

quería ver a Silvia, pero tras un largo silencio,


Pierluigi le habló en medio del oscuro recibidor:
—Papá —se interrumpió, tartamudeando—, lo
de Paolo...
Alessandro se asustó, esperando una confesión,
pero Pierluigi se limitó a decir:
—Lo siento mucho.
Durante un instante, Alessandro permaneció en
silencio frente a su hijo, apenas capaz de
reconocer su rostro, esperando. Sin embargo, no se
produjo ninguna confesión. Únicamente salió de sus
labios una frase que fluctuaba entre la rabia
abierta y la súplica desesperada:
—¡Pero yo soy el mayor de tus hijos!
Apenas dicho esto, desapareció.
Al día siguiente, Pierluigi siguió sin ánimo de
hablar, casi no respondió en el interrogatorio al que
se le sometió la tarde siguiente, y rechazó
cualquier tipo de culpa sobre la muerte de su
hermano.
Constanza reaccionó de manera muy distinta.
Admitió no haberse ocupado de Paolo y Ranuccio
como debería, incluso haber enviado a Bianca
fuera de la habitación para que cosiera las costuras
sueltas de su túnica, haber permitido a sus
hermanitos chapotear y salpicarse en el baño. Su
69
FREDERIK BERGER

confesor lo sabía ya todo, y le había concedido


la absolución tras una penitencia de cien
rosarios. Finalmente, formuló una frase que arrojó
nueva luz sobre la muerte de Paolo:
—Vi cómo Pierluigi empujaba la cabeza de
Paolo bajo el agua. Y no era la primera vez.
Era una sentencia terrible. Constanza miró a
Alessandro sin rabia. Baldassare contuvo la
respiración de forma muy audible. Silvia cerró
brevemente los ojos, se dio la vuelta y desapareció
sin decir palabra.
—Puedes irte —dijo Alessandro, finalmente, a
su hija, y se encerró en su pequeña capilla tras hacer
marchar a la plañidera.
Se arrodilló ante el cuerpo de Paolo y rezó
un breve padrenuestro, que dejó inacabado en la
frase en la que se pide el perdón por las ofensas.
Se sintió repentinamente miserable y asqueado,
incapaz de mirar al muchacho muerto. No había
logrado protegerlo de su hermano mayor, evitar
que el mal de Caín se repitiera en su familia. El
iracundo Pierluigi, loco de celos, había atacado al
pequeño, tan callado y tranquilo, tan querido por
todos. Pero, ¿acaso era de extrañar? ¿No había
estado a punto de llevarse ya la vida de su madre
en el mismo momento en que Pierluigi nació? El
70
LA HIJA DEL PAPA

mayor de sus hijos, su heredero, llevaba en su


interior el embrión de un demonio infernal.
Alessandro volvió sus ojos ciegos hacia el
crucifijo del altar. Finalmente, oyó de nuevo la voz
de la razón. Ya no se podía evitar la muerte del
muchacho, tendría que hacerse a ello. De una vez
por todas. Incluso aunque él mismo hubiera sido
responsable, por negligencia o, incluso,
intencionadamente, pues de otro modo el
esclarecimiento de los hechos amenazaba con
destruir el futuro de la familia.
Paolo yacía rígido ante él, cubierto por su
mortaja de lino. Mientras toda Roma se
maravillaba del fastuoso desfile del nuevo Papa, y
finalmente celebraba su desatado festival, el alma
inocente de aquel niño debía realizar en solitario
su último viaje hacia la otra vida. Alessandro se
acercó a Paolo, e iba a arrojarse sobre él, como si
pudiera protegerlo, cuando algo le retuvo. De pronto
había recordado la escena del sacrificio, presente
en un sueño olvidado que trataba sobre un pacto
con el diablo, y se quedó petrificado.
Algún demonio se ocultaba tras un zarzal en
llamas y se reían de él con malicia.
—«¡Algún día serás Papa — graznaba, con la
voz anciana de su madre, Giovanella—, pero
71
FREDERIK BERGER

tendrás que pagar por ello, Gonella!».


Entonces, resonó el timbre oscuro del papa
Alejandro Borgia:
—«Tú eres mi hijo amado, en ti tomo
contentamiento. ¡Levántate y sígueme!».
En aquel momento apareció tras la zarza la
escalera al cielo y Alessandro se enfrascó en una
disputa con Dios.
—«No te dejaré si no me bendices» —se
oyó gritar a sí mismo.
Entonces Dios se burló:
—«Incrédulo Alessandro, ya te acordarás de
mí».
Entonces, comenzó a subir las escaleras,
peldaño por peldaño, hasta que Dios de nuevo se rio:
—«¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es
cuando los hermanos habitan juntos en armonía!».
Allí yacía un muchacho desnudo, sobre el altar
del sacrificio, con el filo de un puñal reluciendo
bajo el sol, y una voz atronadora retumbó:
—«Por cada escalón que asciendas, tendrás
que pagarlo con una ofrenda. Al final, estarás
arriba, solo, pero a ti te daré toda la potestad, y la
gloria de ellos».
—«¿Realmente todo el poder y la gloria?» —
preguntó, indeciso, y las escaleras temblaron.
72
LA HIJA DEL PAPA

—«Tan cierto como que soy el Señor, tu Dios,


por los siglos de los siglos: ¡Sea el pacto!».
—«No eres mi Dios, eres el diablo» —gritó.
La escalera, ahora, se encontraba
firmemente asentada, sujeta por el arcángel San
Miguel, con el rostro de Pierluigi, y él siguió
trepando, cerró el puño, quiso e xc l a ma r: «Apage,
satana». Sin embargo, una risa estremecedora hizo
que toda la escena se quebrara.
Se había despertado con el corazón
desbocado y el cuerpo sudoroso, y aun entonces,
en su capilla, junto al difunto Paolo, sentía como el
pecho le retumbaba enloquecido.
Alessandro lo recordaba ahora con claridad:
había tenido aquel sueño durante las asfixiantes
y tortuosas noches entre los muros de la capilla
Sixtina, durante el cónclave, mientras en torno a él,
sus compañeros cardenales roncaban, gemían y
ventoseaban, y poco después, el generoso en
promesas electorales Giovanni de Medici salía
elegido como nuevo sucesor de san Pedro. Por
todas partes reinaba la alegría y la satisfacción, y
él, el cardenal Alessandro Farnese, recibió el honor
de declamar desde la logia de las bendiciones el
«Habemus Papam», en la certeza de que era solo
cuestión de tiempo que él mismo fuera nombrado
73
FREDERIK BERGER

Papa, y se abriera ante él el camino a «toda la


potestad y la gloria».
Lleno de culpabilidad, Alessandro observó al
fallecido Paolo. Poco a poco, se fue liberando de la
tensión, hasta que finalmente arrojó la pálida
sábana sobre el cuerpo y realizó una última señal
de la cruz.
Al día siguiente, hizo que llevaran a Paolo
en su ataúd a la cripta familiar de isola Bisentina,
junto al lago Bolsena. Solo Silvia y él
acompañaron al cuerpo. Los hermanos de Paolo
tuvieron que permanecer en casa, y ni siquiera
Rosella y Baldassare pudieron presentar sus
últimos respetos al niño. La madre de Alessandro
tenía miedo de los fantasmas y se quedó en
Capodimonte.
Cuando el sarcófago de mármol se cerró sobre
la tumba del pequeño, el sol brillaba con todo su
esplendor en el cielo, y los ruiseñores cantaban en las
arboledas de la isla.
Después de que Alessandro le dirigiera sus
últimas palabras, remó de vuelta a Capodimonte,
acompañado de Silvia. No se dijeron ni una sola
palabra en todo el camino. Él aún se encontraba
turbado por el sueño del sacrificio.
De nuevo en Roma, hizo llamar a Luca
74
LA HIJA DEL PAPA

Gaurico, para relatarle su sueño. Éste no se


mostró sorprendido, señaló aquel mensaje nocturno
como una advertencia de un Dios no siempre
misericordioso, y explicó:
—Debemos mostrarnos cuidadosos y
precavidos. Permitidme que os lea el horóscopo en
cada decisión importante de vuestra vida, y pedidme
consejo.
Finalmente, hablaron de la muerte de Paolo,
que Gaurico consideró el primer sacrificio.
—Pero, ¿por qué? —protestó, sombrío,
Alessandro—. No fui elegido Papa. No hay motivo
para un sacrificio.
—Permitisteis la elección del Santo Padre y lo
coronasteis, es un paso importante en el camino de
lo que ambicionáis, y lo sabéis muy bien. ¿O acaso
no jurasteis en secreto hace ya mucho tiempo dejar
este mundo solo como sucesor de San Pedro?
Alessandro no respondió, no obstante, le
preguntó qué le recomendaba para eliminar el
poder del pacto con el diablo, o para librarse de
él. Su espíritu educado bajo los filósofos de la
Antigüedad protestó de inmediato, e incluso pudo oír
con claridad lo que su maestro, Pomponeo Leto,
habría dicho: «¡Que recaída más vergonzosa en la
superstición! ¡Los sueños no son más consistentes
75
FREDERIK BERGER

que la espuma! No existe el diablo, el mal reside


en cada uno de nosotros, al igual que el bien, pero
nada es simplemente blanco o negro. Gnothi
seautón, querido Alessandro: ¡conócete a ti
mismo!».
Alessandro asintió, mientras su mirada
tropezaba con los penetrantes ojos de Gaurico.
—Así pues, ¿queréis engañar al diablo? —
Gaurico le miraba, como si el cardenal estuviera
planeando un crimen.
De nuevo le asaltó el pensamiento de que
aquello de lo que estaban debatiendo, en realidad,
no era más que una estupidez supersticiosa y rayana
en lo herético, que Luca Gaurico no buscaba sino el
dinero y, quizá, influencia en las almas humanas,
y que la pesadilla aquella no había sido más que
el producto demente de un sueño envenenado por
los emponzoñados efluvios del cónclave en la
capilla Sixtina.
—Así pues, ¿queréis engañar al diablo? —
insistió Gaurico.
—Con la ayuda de Dios misericordioso y
su compasivo hijo... quizás —se expresó
Alessandro con vaguedad, para no manifestar con
demasiada claridad hasta qué punto le turbaba la
idea de un pacto con el diablo, a pesar de todo su
76
LA HIJA DEL PAPA

escepticismo.
—¿No han muerto ya más de vuestros seres
queridos? Además de vuestro segundo hijo varón,
está vuestro hermano Angelo, vuestro primo...
Vos y vuestros, si me permitís decirlo, ilegítimos
hijos sois los últimos de vuestro linaje. Sin un
nuevo documento de legitimación papal, corréis el
peligro de que...
—Ya sé lo que queréis decir, maestro —le
arrebató la palabra Alessandro—. En vuestra
opinión, ¿qué debería hacer?
Entonces, Luca Gaurico le reveló un plan
para asegurarse la cátedra de San Pedro y, quizá,
jugarle una mala pasada al diablo.
Alessandro se mostró convencido solo a medias,
pero decidió seguir el plan de cabo a rabo.
—Ya veréis, Eminencia — anunció Gaurico
finalmente con el frío triunfo pintado en la
mirada—. Ahora, nada se interpondrá en el
camino de vuestro ascenso y vuestra felicidad.

77
FREDERIK BERGER

Capítulo 8

Roma, Vaticano – 23 de junio de 1513

Alessandro informó al papa León de la


muerte de Paolo poco después de la possesso, y
le pidió que expidiera, tan pronto como le fuera
posible, un nuevo breve pontificio de
legitimación que sustituyera y ampliara el firmado
por el papa Julio. León expresó su pesar por la
pérdida y le dedicó a Alessandro un golpecito
afectuoso en el hombro:
—Por mi viejo amigo y mentor, haría cualquier
cosa: hoy por ti, mañana por mí. Mejor todavía:
redacta tú mismo el breve, Alessandro, y haz que
alguno de mis escribas lo ponga por escrito.
Así fue. El nombre de Paolo ya no aparecía en
el documento de legitimación, y en su lugar se
encontraba Ranuccio, que en la época de redacción
del primer breve aún no había llegado al mundo.
Constanza, igual que en la anterior ocasión, no
aparecía nombrada. Desde aquel momento
quedaba establecido que los hijos de Alessandro
habían llegado al mundo para perpetuar su estirpe;
78
LA HIJA DEL PAPA

que esos hijos, en cualquier caso, eran nombrados


diáconos del cardenal, y por tanto pertenecían a las
esferas más altas de la jerarquía eclesiástica. Se
establecía que la madre de los susodichos era una
donna de la aristocracia romana, cuyo nombre no
aparecía citado y que, entre tanto, vivía en
situación de matrimonio legal. Además de esto, se
ligaba a perpetuidad con la familia Farnese el feudo
eclesiástico junto al lago Bolsena.

El 23 de junio se le hizo entrega del breve. Por


ese motivo, se personó ya a primera hora de la
mañana en el Vaticano, y pasó una agradable hora
de conversación distendida con el papa León y
algunos compañeros cardenales. Tras un breve
desayuno, acompañó al Santo Padre en su misa
matutina diaria en la capilla Sixtina, y con
posterioridad, cuando los primeros peticionarios se
encontraban ya presentando sus solicitudes, se
dirigieron al aula regia, donde los buffoni, los
bromistas y divertidos cómicos tan queridos por
León, ya les esperaban. Alessandro odiaba sus
malditos chistes y sus tonterías, pero León era
incapaz de pasar un día sin ellos, incluso cuando se
reían de él, como en aquella ocasión. De él y de su
dolores ani, como él mismo insistía en
79
FREDERIK BERGER

denominar, como una forma inocua de reírse de sí


mismo.
Aun siendo tan joven como era el papa León,
a sus treinta y siete años de edad, hacía mucho
tiempo que le atormentaban dolorosas
inflamaciones del recto, hasta el punto de que
durante el último cónclave habían tenido que
operarle. Por supuesto, sus buffoni no solo
utilizaron su miopía, sino también los doloris ani
como motivo de sus chanzas más groseras, y de
sus representaciones improvisadas más bochornosas.
Uno de los guasones se agachaba con una inmensa
lupa sobre una biblia, y mientras tanto otro le
destapaba las posaderas, las observaba con otra
lupa igual de grande, se tapaba la nariz como si el
anterior hubiera liberado gases fétidos, y extraía
instrumentos médicos de una bolsa. Un tercer
cómico, no obstante, le echaba a un lado, en
completo silencio, por supuesto, y con una mueca
y unos gestos sumamente exagerados, extraía un
inmenso pene de su chaqueta y pretendía tomar al
Papa al modo de los sodomitas.
Aquello no le pareció tan gracioso a León,
se limitó a echar una breve carcajada y después
hizo salir a los buffoni de la estancia exclamando:
—Y ahora, vayamos a cosas más
80
LA HIJA DEL PAPA

importantes.
Tras esto, dispuso todo para jugar al
tarocco. Mientras se barajaban las cartas, afirmó
que los suizos arrasarían en Novara a los
franceses, quienes tendrían que regresar a su patria
con el rabo entre las piernas, tras lo cual su
sangrienta victoria en Rávena no les habría
servido para nada, más bien al contrario.
—Por supuesto también siento cierta
satisfacción al comprobar que Dios nuestro Señor
ha respondido a mi antiguo encarcelamiento de
forma tan clara. Nunca olvidaré que los
franceses se me llevaron de mala manera del
campo de batalla cuando yo, como nuncio papal,
me encontraba allí meramente en calidad de
observador. Me mantuvieron retenido en Milán, ¡a
mí, que me intereso por todo lo bello y que, al
contrario que mi predecesor, Julio, il terribile, odio
la guerra! —se estremeció recordando, pero de
inmediato sonrió con gesto conciliador—. En
cualquier caso, ¿qué fue lo que Dios dijo en el
quinto libro de Moisés? «Mía es la venganza, yo
daré el pago». Así, me gustaría sellar finalmente la
paz con los franceses, y también con Venecia. Lo
principal es que Florencia sigue siendo nuestra, y
que las arcas de la Iglesia están llenas a rebosar.
81
FREDERIK BERGER

El cardenal Bibbiena, que seguía barajando


las cartas, daba muestras evidentes de dudar si
aquello se refería a la interminable discusión sobre
el equilibro de poder en Italia, o si el papa León
simplemente pensaba en voz alta para matar el
rato. Miró al pontífice lleno de expectación,
mientras los demás cardenales carraspeaban de
forma crítica, pero guardaban silencio.
—El Señor nos ha concedido la dignidad papal,
así que disfrutémoslo—exclamó León—. ¡Qué
vengan los músicos! —ordenó a su maestro de
ceremonias, y mientras de Grassis se levantaba entre
gemidos, le hizo señales a Bibbiena para que
finalmente repartiera las cartas.
Pronto comenzó a sonar un fondo de flautas,
y los laúdes emitieron una melodía llorosa.
Alessandro tuvo una racha de suerte en el
juego, y parecía irremisiblemente decidido a ganar;
el Santo Padre, por su parte, contaba con una mano
nefasta. Puesto que su humor se iba nublando por
momentos, y dado que estaba padeciendo a ojos
vista espantosos dolores, León perdió el interés en
el juego. Cogió un pedazo de mazapán, tomó un
trago de vino y, además, comentó:
—Dentro de poco nombraré cardenal al

82
LA HIJA DEL PAPA

primo Giulio, para traerlo a mi lado.


Nadie puso objeción alguna, pues nadie había
esperado otra cosa, sabiendo la gran influencia
con la que Giulio contaba sobre el Papa.
—Y también estaba pensando en darle a mi
sobrino Lorenzo el ducado de Urbino. Se lo he
prometido a su madre, Alfonsina.
El papa León se encontraba ya de camino
hacia el aula regia, seguido de sus cardenales y
secretarios. Bibbiena se atrevió a exclamar:
—Me cuesta creer que se pueda relegar tan
fácilmente a Francesco María della Rovere, el
actual duque de Urbino y capitano generale de la
Iglesia.
El Papa hizo un gesto despreciativo y entró en
el aula con gesto teatral, con los brazos abiertos de
par en par, presentándose ante las ordenadas hileras
de solicitantes. Apenas había tomado asiento sobre
su trono, comenzó a otorgar generosas dispensas
y a repartir prebendas, dejando que se le pagaran con
una fina sonrisa. El datarius y el camarlengo no
parecían tener más función que la de tomar apuntes.
Alessandro permanecía de pie, esperando.
El cardenal Bibbiena le apartó a un lado y le
susurró al oído:
—¿Te lo puedes creer? La familia de los
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FREDERIK BERGER

duques de Urbino acogieron en su exilio a los


Medici cuando fueron expulsados de Florencia,
y los apoyaron en numerosas ocasiones. ¿Y así es
como se lo agradecen? Sé a ciencia cierta que
Lorenzo no arde precisamente en deseos de
conseguir el ducado, porque para hacerlo tendrá que
entrar en guerra, y él no es lo que se dice un paladín.
Sin embargo, Alfonsina, su madre... —una mirada de
soslayo por parte del Papa lo hizo callar.
Alessandro siguió esperando. Finalmente, un
secretario apareció con el documento de
legitimación, pulcramente redactado, y tras leer
previamente su contenido, el papa León firmó y
colocó su sello sobre el lacre caliente. El maestro de
ceremonias de Grassis hizo entrega a Alessandro de
la valiosa certificación con una sonrisa de
suficiencia que hizo que los cardenales aun
presentes iniciaran un breve chismorreo, y
Alessandro mostró su agradecimiento con palabras
muy escogidas.
—Te lo has ganado, Cicero — le interrumpió
León—, pero ahora, dejadme solo, tengo que
echarme.
La gran estancia se vació. El papa León se
levantó de la silla, ligeramente inclinado. Cuando
Alessandro lo abrazó, el pontífice le susurró al oído:
84
LA HIJA DEL PAPA

—Tengo unos dolores infernales. En algún


momento mi culo terminará por matarme, y
entonces podrás subir al trono.
—Aún eres muy joven, viejo amigo. Me
sobrevivirás.
El Papa le dedicó una sonrisa amarga y se
dirigió después a sus aposentos.
Alessandro lo observó, y finamente se dio la
vuelta, con el documento en la mano y sumido en
sus pensamientos mientras atravesaba el pequeño
patio interior que llevaba hasta la logia. Se fue
encontrando por todas partes con prelados y
cortesanos, los buffoni se reunían agachados en una
esquina y deliberaban, pero nadie llegó a
distraerle: portaba delicadamente en la mano un
documento cuya importancia difícilmente podría
superarse, y que constituía la base para la ascensión
de toda su familia.
Alessandro llegó a la logia, experimentó con
agrado la sensación del viento fresco atravesando
la sotana y se apartó la mozzetta, la esclavina con
capucha. Desenrolló el breve con precaución y lo
leyó con atención. Consideró que el texto estaba
redactado con gran inteligencia. Si para
convertirse en Papa, el poder del diablo debía
llevarse a un nuevo miembro de su familia, Silvia
85
FREDERIK BERGER

y Constanza quedarían fuera del objetivo. Silvia


estaba, oficialmente, fuera de la familia, y
Constanza ni siquiera aparecía nombrada. Pierluigi
se convertía en su heredero, como primer hijo varón,
y Ranuccio lo seguiría en caso de eventualidad,
pero por el momento quedaba protegido...
Todos los incidentes estaban previstos...
Alessandro, aun en la logia del palacio papal,
enrolló de nuevo el documento. Se apoyó en la
barandilla y miró por encima de los tejados del
borgo Sant’Angelo, al arcángel San Miguel, que se
elevaba sobre la torre más alta del castillo del Ángel.
Desde lo alto, en la segunda logia,
Alessandro oyó risas masculinas. Probablemente
Rafael y sus ayudantes estuvieran en un descanso
de su labor de pintura de los aposentos palaciegos.
En aquel momento trabajaban en un fresco l l a ma
d o La misa de Bolsena. Alessandro meditó sobre
si debía subir hasta allí para recordarle a Rafael
el retrato de Silvia que el gran artista había
prometido realizar.
Cuando ya se encontraba con un pie en la
escalera, se apareció en el descansillo superior
una visión angelical. Se detuvo, sorprendido: era
una niña, una pequeña de la edad de Ranuccio, quizá
un poco mayor, que lo observaba con atención.
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LA HIJA DEL PAPA

¿Una niña en el Vaticano?


El diablo le enviaba quimeras para
confundirle. Sin embargo, aquel angelito le resultaba
familiar.
La niña lo observaba directamente a los ojos,
sin apartar su mirada de animalillo, fija en él. Su
cabello negrísimo le caía sobre los hombros, y su
chaqueta estaba salpicada de gotitas multicolor.
Para cuando el cardenal fue a preguntarle su nombre
y qué estaba haciendo en el Vaticano, ya había
desaparecido.

87
FREDERIK BERGER

Capítulo 9

Roma, palazzo Farnese – 24 de junio de 1513

Constanza acababa de terminar su clase de


laúd, e iba a iniciar las lecciones posteriores con
Baldassare Molosso, cuando vio a su madre
sentada en el jardín con la tía Giulia, bajo la sombra
de una higuera. Se dirigió apresuradamente hacia
ellas para tratar de escapar de la clase de su siempre
sudoroso y rimbombante profesor, y aliviar la sed con
un poco de limonada. Las dos mujeres adoptaron
un gesto serio cuando ella se les acercó. Constanza
temió que debían estar hablando de nuevo de la
muerte de Paolo. Era evidente que su madre solía
pensar en él, dándole vueltas a las circunstancias
nunca resueltas de su fallecimiento, aun cuando
rara vez hablara de ello, especialmente estando
delante su padre.
La tía Giulia sonrió a Constanza, y su madre le
acarició la mejilla. El semblante serio, por tanto,
no guardaba relación con ella. Quizá Pierluigi y su
padre habían discutido de nuevo.
Mientras la fresca limonada se deslizaba por
su garganta, su madre habló, no sin cierta tristeza en
88
LA HIJA DEL PAPA

la voz:
—El Santo Padre ha renovado el acta de
legitimación de la familia, para reconocer
oficialmente a Pierluigi y Ranuccio, y concedernos
nuestro feudo para siempre.
—Ja, ja —recordó la tía Giulia—, eso hay que
agradecérmelo a mí.

Si no me hubiera consagrado a mi Rodrigo, todo


habría sido de forma muy distinta, no hay que
olvidarlo. Y ahora mi querido hermano quiere
mandarme a Nápoles, con mi marido, ese
cabezahueca. Mi presencia en Roma recuerda
demasiado al cardenal Gonella...
Constanza conocía la letanía de su tía y apenas
la escuchaba, pero no acababa de entender lo que le
había explicado su madre. Debía haberse olvidado
de nombrarla a ella...
—¿Y qué es de mí? —interrumpió a su tía.
Su madre miró a la lejanía.
—No se te nombra —respondió la tía Giulia—
. Las mujeres solo servimos como paredoras... o
como juguetes. Hasta que morimos dando a luz o nos
volvemos viejas y feas.
Constanza notó con claridad como se le
encendía el rostro.
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FREDERIK BERGER

—¿Me... me han castigado?


Su madre negó con la cabeza. Constanza se
dio cuenta de que se le estaban empañando los ojos.
—En el breve se indica que tu madre se casó,
sin que llegue a citarse su nombre en ningún
momento. Así es como se nos trata a las mujeres: en
cuanto cumplimos nuestra función, se nos desecha y
se nos destierra —la indignación hacía temblar la
voz de la tía Giulia.
—Solo es un pedazo de pergamino —repuso
su madre con suavidad.
—Sí, pero, ¡qué pergamino!
¡Vuestro futuro! ¡El futuro del padre y de los hijos!
Quien no trae ningún niño al mundo, como yo, no
cumple ningún papel.
—Tu delicada Laura se casó, al fin y al cabo,
con un Della Rovere, un sobrino del papa Julio,
Alessandro se ocupó de eso —su madre se volvió
hacia su cuñada, sin alzar la voz—. Alégrate de que
no tienes que preocuparte por que tus hijos caigan
en el campo de batalla, o que tengan que luchar
por un ascenso en la jerarquía eclesiástica a
cualquier precio y por cualquier medio.
—Sí, por cualquier medio, ¡incluso por el
cuerpo de su hermana!
La tía Giulia berreó su furia en dirección al
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LA HIJA DEL PAPA

palazzo. Se había soltado el cabello recogido, que


le caía ahora sobre los hombros en una cascada de
rizos. A pesar de la papada y de las arrugas en
torno a la boca, aun se adivinaba la belleza que,
siendo joven, la había hecho famosa por toda
Roma. Su voz podía resultar estridente en ocasiones,
pero en los buenos momentos era oscura y grave.
Durante un breve instante, la atención de
Constanza se desvió al aspecto de su tía, pero
finalmente el significado de sus palabras cayeron
sobre la joven como una losa.
—Mamma, ¿tú ya no perteneces a la familia, y
a mí ni siquiera se me nombra? —Constanza agarró
la mano de su madre y se arrodilló ante ella.
—Por supuesto que aún pertenezco a la
familia —repuso su madre, sonriendo entre
lágrimas—. Y tú, tú te casarás algún día con
alguien rico y distinguido. Tú padre se ocupará de
eso, quizá sea un Colonna, una de las mejores
familias de Roma.
—Constanza tiene razón —se entrometió
Giulia—. Ya no existes oficialmente como
miembro de la familia, Silvia, ni siquiera como
concubina. El siguiente paso será que tengas que
mudarte...
—Alessandro nunca me exigiría algo así...
91
FREDERIK BERGER

La tía Giulia le dirigió una risilla.


—Conozco a mi hermano mejor que tú. Con
tal de convertirse en Papa, no vendería solo a su
hermana, sino incluso a su madre.
—No, Alessandro nos ama a todos, y
necesita a las mujeres a su alrededor. Es un hombre
de familia al que le gustaría abolir el celibato, pero
para eso debe llegar a Papa.
La voz de su madre apenas era ya un hilo, y
durante un momento las tres guardaron silencio.
Constanza no quería creer que su padre la
hubiera dejado de lado: él la quería, exactamente
igual que ella lo quería a él; la quería más que a
Pierluigi, mucho más, y Ranuccio aún era muy
joven, quizá nunca llegara a crecer, no había más
que pensar en Paolo o en los incontables niños que
morían de fiebre o diarrea.
¿Y por qué su madre aparecía como casada en el
documento? Eso solo podía deberse a la presión del
papa León. Sin embargo, el Papa, a quien hasta
ahora había llamado «tío Giovanni», siempre
había sido tan cariñoso y amable... No, ciertamente
era incapaz de entender nada.
—Me quedaré para siempre c o n t i g o, mamma
—rompió el silencio—. Además, no me quiero
casar con ningún Colonna. Son todos unos
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LA HIJA DEL PAPA

arrogantes.
La tía Giulia posó una prolongada mirada
sobre ella.
—En eso tienes razón, mi pequeña sobrina,
son unos arrogantes.
La madre suspiró.
—Tu padre ha pensado ya en todo. En dos o
tres años te casarás con Stefano Colonna, y Pierluigi
con una Orsini de Pitigliano.
—Pero yo no quiero casarme ni con un Colonna
ni con un Orsini — porfió, testaruda, Constanza.
—He dicho que Pierluigi será quien se case
con una Orsini —la voz de su madre delataba
irritación.
La tía Giulia lanzó a su madre una mirada
burlona y añadió, como por casualidad:
—El duque de Urbino ya está casado.
Constanza enrojeció hasta la raíz del pelo.
—¡Eres mala, tía Giulia! —exclamó en voz
muy alta.
Las dos adultas no pudieron sino echarse a
reír. La tía Giulia la cogió del brazo, la apretó
contra su blando pecho y le susurró al oído:
—Te has enamorado de Francesco María, ¿a
que sí? No me extraña, es un hombre guapo y
señorial, con su barba negra y su mirada
93
FREDERIK BERGER

orgullosa. Ni un gramo de grasa, unos brazos


fuertes como el acero, que cuando rodean a una
mujer...
A Constanza le hubiera gustado salir
corriendo, pero solo logró soltarse de tía Giulia
por la fuerza. Nada más lograrlo, su madre la
atrajo hacia sí. De alguna manera, se sintió
consolada, y tras un momento acabaron de nuevo
riendo las tres. Se rieron de la maldita acta de
legitimación, después de que su madre dijera:
—Entonces, me buscaré un marido nuevo,
quizá un Medici. El hermano pequeño de León,
Giuliano, está libre, y es todo un aristócrata, por lo
que me han dicho: actualmente gobierna Florencia,
aunque, al menos por lo que Alessandro me ha
contado, Alfonsina está presionando para que su
hijo Lorenzo tome el poder en la ciudad del Arno.
—Ay, pero escúchate. ¡Toda esa política, y
esa confusión! Apenas llega alguien nuevo al trono
papal, todos sus familiares quieren que les
nombren cardenales, duques, condottieri... Y a la
siguiente elección, el juego comienza de nuevo...
Una y otra vez.
—Sí, el mensaje de Cristo y la vida piadosa
de los apóstoles ya no tienen tanta relevancia en los
asuntos de gobierno de los Estados Pontificios —
94
LA HIJA DEL PAPA

comentó su madre.
Durante un instante volvió a reinar el
silencio, mientras todas quedaban absortas en
sus pensamientos. Constanza rumiaba la verdad que
había contenida en las palabras de su madre. Con
qué ligereza aceptaban todos los miembros de la
familia las pompas y honores poco cristianos, los
tejemanejes movidos por la ambición y la lujuria,
incluso las intrigas y la belicosidad.
¿Y ella? No le interesaban ni la guerra ni las
intrigas, pero un poco de riqueza y lujo le
encantarían. También le gustaban los vestidos
bonitos, sobre todo los pañuelos de seda púrpura,
sobre un vestido azul; le quedaba muy bien y le
daba un aire señorial, y apartaba la atención de la
pequeña verruga parda que le acababa de salir junto
a la aleta de la nariz y que cada día le molestaba
más. Hace algún tiempo se examinó frente al espejo
y descubrió que tenía orejas de soplillo. Lo
detestó, y ordenó a Bianca que le colocara los
tirabuzones de tal forma que no pareciera un
murciélago con las alas desplegadas. Bianca se
había limitado a reír, y el cabello recogido con
gracia dejó de parecerle digno de una condesa...
Al menos era piadosa. Asistía regularmente a
misa con su madre, rezaba con empeño y se
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FREDERIK BERGER

confesaba de sus pecados, creía en Dios Padre,


omnipotente pero no siempre misericordioso, en
el pobre Jesucristo que había tenido que padecer
de forma horrible en la cruz por todos los
pecadores, así que también por ella, y naturalmente
le rezaba a la Virgen María, que era en realidad
madre, la mejor que se pudiera imaginar... Y
veneraba a los santos, que ayudaban en la
necesidad, después de que la mayoría de ellos
hubieran tenido que sufrir espantosos martirios.
Sin embargo, su padre no le parecía tan
piadoso. Prácticamente se sabía la Biblia de
memoria, incluso la había leído en griego, iba a
misa, entendía las leyes canónicas y podía explicar
el sentido de los sacramentos... pero estaba lejos
de ser un monje alejado del mundo. Probablemente
a su padre le hubiera gustado más ser un poderoso
duque, y en lugar de ir a misa, hubiera preferido
asistir a torneos o, incluso, participar en ellos
como contendiente. En su juventud debió realizar
muchos actos heroicos. Su madre lo había dado a
entender en alguna que otra ocasión, y él mismo le
había contado su intrépida huida del castillo de
Sant’Angelo, riendo a mandíbula batiente...
La vida de las mujeres, por el contrario, era
aburrida. Debían aprender a cantar y bordar, a
96
LA HIJA DEL PAPA

arreglarse, a leer y escribir un poco, a tocar el


laúd, a ir a misa con constancia y confesarse de
mil nimiedades, por ejemplo, de tener
pensamientos impuros con caballeros hermosos y
orgullosos... Y después, debían casarse y traer
niños al mundo que, la mayoría de las veces,
amamantarían amas y criarían ayas. Siendo
doncellas no podrían dejar solas su casa, y ni
siquiera como mujeres casadas, como mucho acudir
acompañadas a misa o a alguna fiesta... A una
muchacha ni siquiera se la legitimaba...
—Mamma —dijo Constanza, con voz
apocada—, si nos dejas, me iré contigo.
—No os voy a dejar, ya te lo he dicho.
Pero había menos convicción en su voz. Todo lo
contrario: la madre parecía asustada, como si la
hubieran sorprendido en un pensamiento prohibido.
—Quiero deciros algo —añadió entonces tía
Giulia—. Las que mejores opciones tienen son
las cortesanas de éxito o las concubinas respetadas.
Pueden decidir sobre su propia vida, consiguen
dinero y todo tipo de presentes gracias a su cuerpo
y a un poco de amor, y se adornan con canciones
agradables y una conversación inteligente... sé de lo
que hablo. Durante diez años reciben los mimos de
un hombre poderoso, son admiradas, se bañan en
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FREDERIK BERGER

leche de yegua y disfrutan de todas las esencias


aromáticas del lejano oriente. Ninguna de ellas
tiene que casarse con un insoportable viejo
apestoso, o con un apocado impotente, ninguna
tiene que estar permanentemente soportando las
náuseas para finalmente acabar postrada en el
sufrimiento posterior al parto, o morir en el proceso.
Al final, es lo mejor a lo que puede aspirar una
mujer.
La madre la miró, escéptica.
—No sé si...
Tía Giulia se irguió, alzó su voluminoso
pecho, se estiró el dobladillo cuidadosamente
bordado del escote, se peinó el pelo con las manos
y se colocó los rizos.
—Todas las mujeres quieren ser bellas, y
cuando lo son, quieren vender su hermosura tan
cara como sea posible. La casta ética de las
monjas es lo único que lo contradice, aunque
nosotras tenemos nuestro propio parecer acerca
de lo que ocurre en los conventos, ¿verdad,
Silvia? Oro y joyas, eso es lo que anhelamos las
mujeres. Y preferimos yacer en los brazos de un
poderoso y rico aristócrata que en los de un
pobre hombre con una casita pequeña. Pensad en
Agostino Chigi y en su Imperia. Él le compró todo
98
LA HIJA DEL PAPA

lo que podía desear, incluso le construyó un


mausoleo y le ha garantizado la inmortalidad.
—¿Y eso cómo lo ha hecho?
—Hizo que Rafael la pintara. Mira tu madre:
todos los peregrinos pueden admirarla en San
Pedro, en forma de Pietá, con tu padre sobre su
regazo. Miguel Ángel la conservará para la
posteridad en eterna juventud
—rio la mujer, no sin cierta admiración.
—Mamma, ¿es cierto eso?
—Oh, ¿pero es que tu hija no lo sabe?
La madre parecía avergonzada, y no continuó
con el tema.
—Querida Giulia, no olvides que Imperia se
dio muerte voluntariamente porque Agostino Chigi
la sustituyó por una chiquilla más joven. Tú misma
te lamentaste por ello. De qué te sirve el mármol y
las ricas telas cuando eres infeliz.
La tía Giulia no quería oír hablar del destino
de la cortesana más famosa de Roma, y contestó ella
misma a la pregunta de Constanza:
—Sí, querida niña, tus padres fueron los
modelos para la Pietà de Miguel Ángel, de San
Pedro. El cincel del escultor me rechazó a mí al
igual que al hermoso Giovanni Battista Crispo, el
padre de tu hermanastro Tiberio...
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FREDERIK BERGER

—¡Déjalo estar, Giulia! —le interrumpió la


madre con tono arisco—. No deberías meterle todos
esos pájaros en la cabeza a nuestra hija. Mi
objetivo en esta vida no se encuentra en la
gloriosa inmortalidad, ni en la riqueza de joyas y
bienes, sino en la riqueza en hijos, en el amor de un
hombre, en la felicidad familiar. Y cuando me haga
vieja, podré recrearme con historias, y también me
sentaré sola y escribiré novelas, siempre que mis
nietos no estén dando brincos a mi alrededor y
pidiéndoles que les muestre cuánto los quiero.
Cada una de las mujeres miraba en una
dirección distinta, pero todas con el gesto serio,
pensativo. La tía Giulia suspiraba profundamente,
mientras la madre cerraba los ojos. Constanza casi
había olvidado ya lo que la había perturbado tanto
del documento papal. Nadie las separaría a ella
y a su madre, no, y tampoco su padre querría
abandonarlas. Lo que la tía Giulia había contado...
Muchos años atrás, había sido la amante de un Papa,
que la había cubierto de regalos, pero, ¿y ahora?
Las cortesanas podían ser libres y sin
ataduras, incluso ricas e idolatradas, ilustradas y
hermosas, pero, ¿no se las despreciaba también?
¿No vivían su vida entera en pecado, y debían
luchar por la salvación de su alma? ¿No se podía
100
LA HIJA DEL PAPA

conseguir todo siendo mujer: casarse con un hombre


hermoso y poderoso, sí, incluso amarlo, y traer al
mundo muchos niños, pero al mismo tiempo ser
culta como las señoras de Urbino, de Ferrara o
de Mantua, reverenciadas y admiradas por los
hombres más inteligentes de Italia, perpetuadas en
historias, e incluso retratadas por artistas de
talento como Rafael? Su maestro, Baldassare, le
hablaba a menudo de duquesas de gran ingenio,
se entusiasmaba con ellas, y con nadie se
entusiasmaba más que con su madre, a quien por
el día de su santo le había dedicado un sinnúmero
de poemas, en los que le llamaba Lola, en lugar de
Silvia. Su padre se había sonreído...
Constanza volvió a pensar en Francesco
María, que había montado tan orgulloso, viril y bello
sobre su caballo: quizá su mujer muriera, y
entonces estaría libre... ¡para ella! No, de
ninguna manera querría casarse con ningún
romano presuntuoso. Ni siquiera con el sobrino
del Papa, Lorenzo de Medici. Entonces tendría
que soportar a Alfonsina, de la casa Orsini, como
suegra. Oh, Dios, ¿podría sufrir mayor tormento
una mujer?
Para ella, solo podía haber un hombre como el
duque de Urbino.
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FREDERIK BERGER

Capítulo 10

Roma, Vaticano – 10 de julio de 1513

Aquel caluroso día de julio, el papa León


convocó a Alessandro a una audiencia. Mientras el
pontífice recibía en el aula regia, se dedicó a pasear
hasta la logia del segundo piso del palacio para
entretenerse durante la espera y tomar un poco de aire
fresco, además de probar suerte con la esperanza de
encontrarse con Rafael. El pintor debía haber
concluido ya el retrato de Silvia encarnando a una
madonna.
Apenas había surgido Alessandro de entre
cubos de agua y argamasa calina, de cacerolas y ollas
con colorantes y pinturas mezcladas, de paletas y
pinceles, cuando descubrió al artista de pie sobre
el andamio, observando su trabajo con mirada
crítica. Junto a él, la pequeña niña de cabello
oscuro. Los dos se volvieron al mismo tiempo,
Rafael le saludó con un «Eminencia» y una
reverencia irónicamente exagerada, y le indicó que
subiera a la plataforma. Alessandro trepó sin
dificultad hasta la inestable superficie y tendió el
102
LA HIJA DEL PAPA

anillo tanto a Rafael como a la niña para que se lo


besaran. Le acarició la mejilla a la pequeña como si
hubiera sido su hija o su nieta, y ella no se apartó,
sino al contrario: le miró a los ojos e incluso sonrió.
—Ésta es mi pequeña ayudante, Virginia —la
presentó Rafael, quien probablemente se había
percatado de su mirada fascinada—. Cuando era
pequeña fue modelo para mis putti, y para niños
Jesús. Aprende con tanta facilidad, que desde
entonces me ha ayudado a mezclar las pinturas, me
ha traído vino y tentempiés, y pronto podrá
servirme también como modelo para ángeles o
jóvenes santos. Incluso puede que algún día sea
ella misma pintora, ¿por qué no?
Alessandro se limitó a asentir sin encontrar
palabras adecuadas: habría podido guardar en ese
momento a la pequeña Virginia en su corazón, y ese
sentimiento le sobrecogía, no solo porque fuera una
niña tan abierta, tan bella y natural, probablemente
también dotada y aplicada, sino... Sí, ¿por qué
era exactamente? Alessandro no podía apartar los
ojos de ella. Le recordaba a alguien, eso era. Se
parecía a alguien... La sonrisa, quizá... ¡Y los
ojos! Eran aquellos ojos oscuros, ligeramente
rasgados. La estancia no estaba iluminada en
exceso, pero toda la oscuridad relucía en la
103
FREDERIK BERGER

muchacha, incluso el sedoso y brillante cabello y la


piel, lisa y morena.
Sí, los ojos: aquellos ojos rasgados le
recordaban a Silvia. Y la sonrisa a la joven Giulia,
a su querida hermana, que había hecho enloquecer
a todos los hombres con su sonrisa inocente y a
la vez seductora: ¡pero esa Virginia era aún una
niña!
La muchacha no dejaba de mirarlo,
escrutadora y a la vez sonriente. Rafael seguía
hablando sin que nadie lo escuchara, informando de
una imagen de una madonna que había realizado por
encargo del papa Julio, con San Sixto a un lado, por
lo que la llamaba simplemente, la Madonna
sixtina, en la que el santo debía parecerse a Sixto,
el tío de Julio, sin negar tampoco las similitudes
con el propio pontífice.
—El papa Julio era vanidoso y ambicionaba la
gloria, no hay más que pensar en el sepulcro que
encargó a Miguel Ángel y que éste nunca llegará
a terminar: lo profetizo, como que soy el gran
Rafael. ¿Me estáis escuchando?
Alessandro se volvió hacia el pintor. De hecho,
los ojos familiares y llenos de secretos de Virginia
le habían enviado en una extraña y melancólica
búsqueda...
104
LA HIJA DEL PAPA

—¡Claro! El papa Julio era vanidoso, sin


duda, y también ambicionaba la gloria... Como lo
hacemos todos.
Rafael ignoró la pequeña broma y le cogió del
brazo.
—Entonces, observad el retrato del papa Julio
en mi Expulsión de Heliodoro, ¿no está logrado?
Incluso mejor que la Misa de Bolsena.
Se detuvieron juntos frente al fresco, y de
hecho, Alessandro vio ante sí al mismísimo y
sonriente Julio, como tantas veces le había
contemplado en el consistorio.
—¿Y qué os parece la Stanza della
Segnatura? ¿Queréis echarle un vistazo? —le
hizo una señal, cogió a Virginia de la mano y
se apresuró fuera.
Alessandro los siguió.
Se detuvieron ante el fresco del papa
Gregorio, al que Rafael le había otorgado los
rasgos de Julio, y el pintor señaló las figuras justo a
la derecha del pontífice.
—Esa mirada penetrante, ese mentón
marcado, que denota una voluntad férrea...
¡Llegaréis lejos, Eminencia!
Rafael combinó el halago con un toque de
ironía en la voz, y Alessandro se percató del tono.
105
FREDERIK BERGER

—Maravilloso, sin embargo, mi visión es


demasiado servil. Si el papa Julio estuviera
mejor representado, creería que está vivo ante
nosotros. Sois un verdadero Zeuxis, Rafael, un
maestro incomparable.
—¿Mejor que Miguel Ángel? —el pintor sonrió,
lleno de expectativa.
Tenía el rostro enmarcado desde hacía poco
por una barba oscura y un cabello tupido y
desbordante que, cortado por una recta raya al
medio, le caía por ambos lados. ¿No parecía una
reencarnación del mismísimo Jesús? Como mínimo,
recordaba al arcángel a quien le debía el nombre.
—Los dos sois incomparables.
—¿Y Leonardo?
—Sois la tríada celestial, la divina trinidad.
Rafael sonrió con suma ironía, mientras le
observaba penetrante como un inquisidor
dominico, de aquellos que aparecían con
frecuencia en el Vaticano, pero rara vez
permanecían mucho tiempo. Le miró con tal
intensidad que Alessandro, durante un instante, se
sintió inseguro, y tosió llevándose la mano a la boca.
—¿A quién le encargasteis que os pintara
primero a vos y luego a la madonna Silvia? —
preguntó Rafael.
106
LA HIJA DEL PAPA

—A vos.
—Pues ahí lo tenéis. Exigís lo mejor y al
mejor, y no queréis seguir siendo cardenal
eternamente.
—¿Por qué me miráis así? ¿No ansía todo el
mundo ser el mejor?
—Yo soy el mejor. No solo el papa Julio,
también el papa León enloquece por mis pinturas.
Alessandro rio.
—Es algo que se puede comprobar en vuestros
precios.
Virginia había permanecido todo el tiempo
junto a ellos, en un discreto segundo plano, pero
sin perder atención, alternando la mirada entre el uno
y el otro.
—Y ella, ¿de dónde ha salido? —preguntó
Alessandro, volviéndose a la pequeña—. ¿Cómo se
llama su padre?
Un velo cubrió sus ojos.
—Padres, padres tenemos muchos —
respondió Rafael sin moverse del sitio—. Una
donna de nombre Maddalena Romana, a la que l l a
m a n la Magra, me ha encomendado
cariñosamente su cuidado. Sin duda conocéis a
la dama en cuestión. Incluso creo que fuisteis vos
quien me dio sus señas... cuando buscaba una
107
FREDERIK BERGER

modelo.
Alessandro asintió brevemente.
—Pero no eres muda, ¿verdad? —dijo,
dirigiéndose a la niña una vez más.
—No, Eminencia —respondió ella con una voz
clara y limpia.
Aquella mirada animal, de ojos negros como
la pez, volvió a atraparlo.
Rafael había mencionado a Ma d d a l e na , la
Magra. La niña descendía, por tanto, de una de
sus confesantes de Campo de Fiori. ¿Y el padre?
¿Podría serlo Rafael, aunque no quisiera admitirlo?
Alguna similitud había entre ellos. O quizá fuera
algún prelado de alto rango que no debiera
nombrarse. En cualquier caso, y por motivos
evidentes, las cortesanas solían afirmar con
rotundidad que sus hijos provenían de la semilla
de importantes dignatarios o de destacados
aristócratas. Sin embargo, ¿podía Maddalena
saber con certeza quién era el padre de su criatura?
De pronto, Alessandro se encontró mal.
¿Cuándo había nacido exactamente aquella
niña? Y lo que era más: ¿no debía haberla visto en
alguna ocasión en que su madre hubiera acudido
a misa a San Girolamo? ¿O Maddalena la habría
entregado antes que eso a la familia de Rafael?
108
LA HIJA DEL PAPA

Alessandro dio un respingo y quiso


marcharse. El pintor lo observó, quizá creyendo
saber algo que no le incumbía en absoluto, o que se
hubiera imaginado. Ya había suficientes rumores en
Roma, no solo los auténticos en torno a la historia
de la bella Giulia, y su recordatorio como cardenal
Gonella, sino que probablemente en las tascas de
Campo de Fiori se le atribuyeran muchos más
hijos, fruto de su antiguamente voraz virilidad...
Un profundo suspiro apresó el pecho de
Alessandro.
Maddalena, la Magra, con sus ojos de un
tono pardo oscuro, probablemente dilatados por
acción de la belladona, con su escote generoso y
su forma de hablar cantarina y atimbrada... A
diario escuchaba en el confesionario la letanía
susurrada de su erótica cotidianidad. Incluso para
un hombre experimentado como él, aquello no
siempre era fácil de soportar...
Vivía en una hermosa casa con columnas en la
entrada y un balcón cubierto de glicinia, sobre
cuya barandilla a ella le gustaba apoyarse para
saludar a sus admiradores y dejarse desear. No solo
se confesaba con regularidad, sino que le gustaba
acudir a misa a San Girolamo, sentarse no a
demasiada distancia de la familia Farnese, aseada
109
FREDERIK BERGER

y pulcra hasta la raíz del pelo, atravesado de


sombras doradas, con una aureola fragante que la
seguía como una red de pesca en la que los ricos
admiradores de su belleza quedaban atrapados, y
rodeada por todo un cortejo de criados y
seguidores.
Miraba altanera a la gente, dedicaba limosnas aún
más altaneras a los pobres y arqueaba el pecho en
cuanto un alto prelado o un acaudalado aristócrata
se le acercaba.
La Magra, que ya no era tan delgada.
Paolo había sido su favorito. Cuando,
acudiendo a misa, se había cruzado con Alessandro,
nunca había perdido la oportunidad de acercarse a
Paolo para dedicarle un abrazo. Silvia, que tenía
un gran corazón, soportaba el impropio
comportamiento de la cortesana. La Magra, por
supuesto, también le acariciaba la cabeza a
Ranuccio y le regalaba golosinas. Ante él, el
cardenal, y los hombres más influyentes del
barrio, apartaba la mirada con irónico recato,
besaba su anillo como si se lo quisiera tragar y se
dirigía al confesionario, rodeada de su nube de
fragancia embriagadora...
Alessandro suspiró de nuevo y miró a la niña y
la sonrisa burlona en los ojos de Rafael.
110
LA HIJA DEL PAPA

—Tengo que irme, maestro —e


involuntariamente acarició la cabeza y la mejilla de
Virginia—. Que Dios te bendiga, hija mía.
La sonrisa sardónica de Rafael creció aún
más. Virginia se apoyó sobre una rodilla.
—Padre...

111
FREDERIK BERGER

Capítulo 11

Roma, Vaticano – 10 de julio de 1513

Sumido en sus pensamientos, Alessandro se


dirigió hacia el Papa, que, tras las audiencias a
los solicitantes, se encontraba rodeado aún de unos
pocos prelados. León había posado el brazo
sobre el hombro de un hombre y hablaba con él,
concentrado en la conversación. Alessandro lo
reconoció de inmediato: era el primo del Papa,
Giulio de Medici, hasta hacía poco prior de la
orden de San Juan, y desde dos meses atrás
arzobispo de Florencia y, a efectos prácticos, señor
de la ciudad toscana. Alessandro se sorprendió,
pues cuando León le convocó no mencionó la visita
de su primo.
Giulio, tres años menor que León,
inicialmente hijo ilegítimo de Giuliano de Medici,
asesinado durante los sucesos de la conspiración
de los Pazzi en Florencia, en 1478; había nacido tras
la muerte de su padre, y se crio entonces en
casa de Lorenzo, el Magnífico. Alessandro se
acordaba aún de aquel joven con el que se
112
LA HIJA DEL PAPA

cruzaba a diario cuando, tras la huida del castillo de


Sant’Angelo, vivió tres años exiliado en Florencia:
Giulio ya era en aquel tiempo, a pesar de su
ligero estrabismo, más guapo y atlético que su
regordete y miope primo, más inteligente y
aplicado que el perezoso Giovanni, que debía
agradecer a la influencia de la poderosa familia
Medici haber llegado tan joven a cardenal y aún
más joven, en proporción, a Papa.
Giulio había sufrido mucho por su condición de
ilegítimo, por lo que poco después de la elección de
León, hizo que se redactara un breve papal por el
que se declarara que sus padres estaban
debidamente casados. Aquello constituía, por
supuesto, una mentira piadosa, una de aquellas
mentiras tan frecuentes entre religiosos y
hombres ambiciosos. Había declarado a su joven
hijo, engendrado de una esclava negra, como su
«sobrino natural». Puesto que Giulio defendía un
celibato estricto y una pureza moral intachable, no
le gustaba hablar de su supuesto sobrino, y sin
embargo quería al pequeño mulato y buscó que
se criara en el palazzo de los Medici, en Rione
di Ponte, bajo la supervisión de Alfonsina. Era
inevitable sentir lástima por el muchacho.
Alessandro, en cualquier caso, era de la
113
FREDERIK BERGER

opinión de que los hijos «naturales» debían recibir


el mismo amor y los favores que los hijos
legítimos, y que en ningún caso debían producir
vergüenza, incluso aunque se trataran de criaturas
de cabellos rizados y ojos saltones.
El papa León saludó a Alessandro con un
cariñoso abrazo, y también su primo Giulio le
sonrió amistoso. Oscuras sombras en torno a la
barbilla y las mejillas señalaban el nacimiento de
una fuerte barba, unas cejas poderosas coronaban
los ojos, que a pesar de su estrabismo delataban
inconscientemente astucia. Alessandro lamentó que
esa ligera bizquera empañara la belleza de aquel
rostro tan notable. Giulio lucía una tonsura redonda,
pero se había dejado el resto de la cabellera
relativamente larga: los mechones le caían sobre la
frente, y se le sujetaban detrás de las orejas.
Durante los últimos años, Alessandro había
visto muy poco al primo del Papa. Probablemente
Giulio, como todos los Medici, fuera intrigante y
amigo de la estrategia. Alessandro recordó aquella
ocasión en la que Lorenzo, el Magnífico, quien le
había acogido como un padre, lo había descrito
como un farol que ocultaba modestamente su
resplandor, hasta que finalmente ardía en llamas.
Aquel comentario de entonces le había parecido
114
LA HIJA DEL PAPA

tan peculiar a Alessandro que aún no lo había


olvidado.
Imaginó que Giulio no tardaría en jugar un
importante papel en el Vaticano. También supuso
que la cuñada del Papa, Alfonsina, atosigaría con
su pico de urraca a León hasta que estableciera
a su adorado hijo único, Lorenzo, como señor de
Florencia.
No se equivocaba.
—En septiembre nombraré cardenal a Giulio
—explicó León. Quiso sentarse sobre su
sumamente acolchado trono, pero de inmediato se
levantó con el dolor pintado en el rostro—. Con
posterioridad le irán siguiendo más miembros de
mi familia, particularmente nuestros sobrinos. La
casa a la que tú también perteneces, viejo amigo,
se fortalecerá. Debe estar protegida al menos hasta
la siguiente elección.
León posó el brazo derecho sobre Alessandro,
el izquierdo sobre el hombro de Giulio, y llevó a
ambos desde la sala secunda a la sala terza, y
vuelta, hablando en voz muy baja como si
conspirara.
—El primo Giulio y yo estamos, en este
momento, planeando la política a largo plazo.
Tú, Alessandro, siendo como eres el hombre más
115
FREDERIK BERGER

respetado por todos los prelados y en la ciudad, serás


nuestra voz en el círculo de cardenales, y la
reforzarás, mientras que Giulio se convertirá en
mi vicecanciller poco después de su nombramiento
como cardenal. Mi hermano pequeño se ve
desbordado como señor de Florencia, por lo que
quiero traerlo a Roma como gonfaloniere. Como
aspiro a establecer un equilibrio de poder en Italia,
apenas tendrá trabajo y su cabeza no correrá
peligro. El Lorenzo de Alfonsina, nuestro muy
prometedor sobrino, ocupará su lugar en Florencia
—León rio—. Podría decirse que tengo una
especie de responsabilidad paterna para con la
familia.
Alessandro tuvo la sensación de que ese
triángulo conspiratorio era excesivamente estrecho
y familiar, pero el Papa no le dejó soltarse, sino que
por el contrario su brazo se iba volviendo cada vez
más pesado.
—Por lo tanto, paz. Igualdad. Equilibrio. A
los franceses les ha sangrado la nariz en Novara:
los suizos les han mostrado que un espinoso
ejército de infantería es capaz de todo contra esos
orgullosos jinetes sobre sus inmóviles caballos de
combate. Les está bien empleado, pues aún veo ante
mí a los muertos de Rávena, me veo prisionero y
116
LA HIJA DEL PAPA

encadenado, con el miedo a la muerte que me asaltó


entonces: uno de los momentos más terribles de mi
vida, pero «mía es la venganza, yo daré el pago; dijo
el Señor». Que sea la paz, pues, que favorece el
intercambio y el comercio, y con ellos, el arte; hace
a la gente feliz y nos permite ofrecerle al pueblo
pan y circo, festivales y teatro, música y carnaval.
A nosotros nos queda la caza: Alessandro,
prepárate para alguna cacería juntos en octubre, ya
que quiero visitar Capodimonte, saludar a tu madre,
alabar a su hijo y profetizarle un gran futuro, y
después iremos en pos de los ciervos y los
jabalíes... ¡si mi culo me lo permite!
León había tornado su rostro en una máscara de
dolor, pero de nuevo reía, con cierta malicia
según le pareció a Alessandro, quizá solo con
autocomplacencia y lleno de expectativas ante la
cacería conjunta, de cuyos costes y visita tendría
que encargarse sin duda alguna el anfitrión.
—Por lo demás, me gustaría ampliar mi colección
de animales en el Vaticano. Una gran delegación de
la lejana Portugal ha anunciado ya su próxima
llegada. Por supuesto quieren honrarme como nuevo
pontifex maximus tal y como corresponde, y
además está la cuestión, por lo que el primo Giulio
me ha revelado, del reciente descubrimiento de
117
FREDERIK BERGER

nuevos territorios al otro lado del mundo, en los que


ante todo les interesa, además del oro y la plata,
convertir a los salvajes en buenos cristianos.
Incluso, figúrate: los portugueses quieren
regalarme un elefante. ¿Cuándo fue la última vez que
se vio un elefante en Roma? ¿Cuando Aníbal llegó
hasta sus puertas? No lo sé con certeza, pero algo sí que
tengo muy presente: los romanos me lo
agradecerán, los artistas se quedarán sin palabras de
encomio, durante mucho tiempo se me alabará como
el generoso Papa de la paz, como el mecenas de
las artes... ¿No dices nada, Alessandro?
—Escucho con atención vuestro inspirado e
ilustre discurso, Santo Padre.
—¡Oh, viejo adulador! —León rio y le propinó
un amistoso golpe en los hombros—. Siempre
consigues clavar alguna espina en cualquier
alabanza. Me compadezco de quien vea en ti
competencia, o directamente a un enemigo.
Alessandro sobrepasó su vista hasta dar con
Giulio, quien permanecía serio.
—La guerra solo cuesta dinero y no da
ninguna alegría. Asola las tierras y convierte a los
hombres en aves de rapiña —prosiguió el Papa—.
Mi predecesor, Julio, el Terrible, a quien el Señor

118
LA HIJA DEL PAPA

mantenga provisionalmente en el purgatorio, ya nos


trajo suficiente guerra. En el bárbaro norte, más
allá de los Alpes, han criticado al Papa de la guerra
sin concesión, y pagan el diezmo contra su voluntad.
Ya están comenzando a oírse protestas por las
tasas necesarias para la reconstrucción de San
Pedro. Pero, ¿se puede esperar comprensión por
parte de esos bárbaros de la grandeza de Roma y
del coste del arte? ¡Si estuviera oyendo ahora hablar
en italiano o en latín a esos alemanes! Son todo
chirridos y crujidos, ¡espantoso! El primo Giulio y yo
estuvimos en esos territorios más allá de las
montañas en la época del exilio, y conocemos a esa
calaña, con su tendencia a beber cerveza sin freno
y sus arrebatos de locura. Sin embargo, los peores
de todos son los flamencos. Cuando hablan, dan
ganas de taparse los oídos. En conclusión, lo
principal es que los oltramontani paguen, se estén
tranquilos y no nos importunen con sus sutilezas
teológicas.
—Lorenzo —insertó el primo Giulio con cierta
impaciencia.
—Lorenzo, cierto —León guardó silencio un
momento, con el semblante serio—. Entiéndelo,
Alessandro —prosiguió el pontífice—, debemos
superar las obras de nuestro predecesor. Roma
119
FREDERIK BERGER

aeterna, caput mundi... Esa es la misión. Todo


cardenal, mercader, prestamista y artesano debe
cumplir con su cometido. Los peregrinos deben
abonar sus óbolos, es decir, sus ducados. San
Pedro debe ampliarse definitivamente, con todo el
poderío. No es admisible que sigamos
celebrando misas allí, y cogiendo todo tipo de
resfriados y fiebres porque el viento sopla sin
piedad en su interior. Bramante derribó sin
contemplaciones e hizo erigir la base para la gran
cúpula, pero no se han hecho progresos desde
entonces debido a la falta de fondos. La Iglesia más
venerable de la cristiandad permanece así con una
herida abierta, y la estructura inconclusa de la
cúpula recuerda a las ruinas de los césares. Roma,
y con ella el Vaticano, deberían resplandecer, estar
embellecidas por los artistas más célebres, así
nadie nos olvidaría. Se celebrarían festejos,
torneos, procesiones, nuestros poetas escribirían
al respecto: imagínatelo, Alessandro, ¡un elefante
en Roma! ¿No podría el siguiente Papa desfilar en
su possesso sobre un elefante, en lugar de un corcel
blanco? Se elevaría por encima de todas las
sabandijas, ¡qué simbólico! Déjanos terminarlo, y
mil años en el futuro aún se hablará con ferviente
admiración de León, el Grande, y me...
120
LA HIJA DEL PAPA

—¡Lo-ren-zo! —la impaciencia crecía en la voz


de Giulio.
—¿Estamos unidos en esto, Alessandro? ¿Me
apoyarás?
—¿Por qué no iba a tomar parte en una
política pacifista? —respondió Alessandro—. Yo
también soy de la opinión de que Roma debería
volver a relucir como lo hizo en la época de los
grandes emperadores.
—¡Hablemos de Urbino de una vez! —le
interrumpió Giulio con insistencia.
—Sí, bien, Urbino —dijo el Papa, torciendo
la boca—. Bueno, Alessandro, ¿qué opinarías si
mi sobrino Lorenzo no solo fuera el señor
fáctico de Florencia, sino también duque de
Urbino? Al fin y al cabo, como Papa soy señor feudal
de Urbino y por tanto tengo derecho a...
—Pero Francesco María es el principal
general de la Iglesia, su familia defendió a la
vuestra durante vuestro exilio. No lo entiendo...
Además, no renunciará voluntariamente al ducado...
—Ya ves, Giulio, eso fue lo que yo dije —el
papa León había apartado el brazo de su hombro y
se apoyaba en la ventana—, pero Alfonsina no se
da por vencida. Cuando se trata de su Lorenzo, su
ambición no tiene límites.
121
FREDERIK BERGER

Giulio frunció el ceño, impaciente, e indicó


que, si bien era cierto que la familia ducal de Urbino
merecía todo su agradecimiento, no era tanto aquél
el caso de Francesco María como de su padre
adoptivo, y además en el futuro probablemente no
sería necesario que siguiera habiendo un capitán
general de la Iglesia...
—Eso también es verdad — explicó León,
mirando pensativo el anillo del Pescador. De
pronto, sus rasgos se endurecieron—. Quiero
decirte algo: Si quiero que mi sobrino sea duque
de Urbino, entonces Francesco María tendrá que
ceder su sitio agradecido. ¡Basta! Puede entrar
al servicio de los venecianos. ¿Acaso soy el Papa
o no soy el Papa? ¡Mi palabra es ley!
Alessandro guardó silencio. Por el rabillo del
ojo comprobó como Giulio le observaba.
—Bueno, ya veremos... —León volvía a
adoptar un aire conciliador—. En otoño iremos
juntos de caza, ¿verdad?
Alessandro asintió.
—Quién sabe cuánto tiempo podré... Quizá
haga que venga el médico para... No podemos
andarnos con remilgos, ¿lo entiendes, Alessandro?
Todavía no he olvidado que los florentinos nos
expulsaron, aunque la ciudad sin nosotros, los
122
LA HIJA DEL PAPA

Medici, no sería más que un nido de obreros


apestosos. No solo Alfonsina, también yo quiero
que nuestra familia ascienda hasta lo más alto de las
casas reinantes. Que gobierne Italia central por
tiempo indefinido.
León lo observó con expectación, pero
Alessandro calló. Si bien siempre había sido
partidario y adepto de los Medici, no quería
convertirse bajo ningún concepto en una dócil
marioneta. Tampoco se veía como un maldito
conformista.
Animado por la sensación de triunfo en la
elección, y por las embriagadoras festividades,
empachado de la satisfacción de una victoria militar
sobre los franceses, rodeado de gordos zalameros,
habilidosos lisonjeadores y lameculos
eclesiásticos que zumbaban a su alrededor como
un enjambre de moscardones, León amenazaba
con abandonarse a la megalomanía que podía
llevarle fácilmente a su caída. Era bien sabido
que Fortuna era una diosa veleidosa, que
prefería otorgar su gracia a aquellos que tenían la
bolsa y las arcas llenas de ducados. Aquel que,
como León, confundía despilfarro con caritativo
mecenazgo, quien gastaba oro a espuertas sin
pararse a pensar cómo podría recuperarlo, se
123
FREDERIK BERGER

aproximaba al abismo. La ambición desmedida, sin


el apoyo de un talento para las cuentas, corría
grave riesgo de fracasar.
A pesar de todos los pensamientos críticos
que atravesaban la mente de Alessandro, no obstante,
admiraba a León por su deseo de alcanzar las
estrellas, de la misma manera que, en su momento,
había admirado en secreto a César Borgi a. «Aut
Caesar aut nihil»: o serlo todo, un señor, casi un
dios, o no ser nada. Si lo que se buscaba no era una
dura caída, un descalabro mortal, debía
empezarse actuando con más habilidad, más de la
que mostraba el cándido y derrochador León, más
de la que había tenido el asesino sin escrúpulos
que había sido César. Era necesario invertir
mucho tiempo, y contar con gente que no lo temiera,
sino que lo amara. Ese amor debía ser real, no
comprado.
Al comprobar que Alessandro no se decidía a
dar ninguna respuesta, León volvió la vista,
expectante, hacia su primo Giulio. Éste carraspeó
y comentó con pretendida falta de intención que un
cardenal que aspirara a ser pontífice debería,
naturalmente, dejar su vida privada en orden.
Alessandro se sintió arrancado de sus
pensamientos, directamente atacado.
124
LA HIJA DEL PAPA

—¿Qué quieres decir con eso? —le espetó a


Giulio con más vehemencia de la que hubiera
querido.
Giulio se mantuvo sereno.
—¿Qué iba a querer decir? Un Papa con una
concubina oficial... Es algo que no tuvo demasiada
buena acogida ya con los Borgia.
León sonrió y señaló que Borgia incluso llegó a
cederle un tiempo los asuntos oficiales a su joven
hija Lucrezia, con lo que había logrado horrorizar a
toda la curia.
—Por suerte, yo no tengo hijas.
—Sí, Borgia realmente llegó demasiado
lejos —se burló Giulio—. En todos los sentidos.
Pero nosotros no cometeremos el mismo error.
Además, mujeres y niños en el Vaticano...
¡imposible!
Entonces, miró con ánimo provocador a un
Alessandro que hubiera preferido marcharse sin
mediar una palabra más. Sin embargo, se
recompuso, intentó enarbolar una sonrisa
impenetrable y repuso, no sin ironía:
—Cuánta razón tienes, querido Giulio. Sobre
todo, si son niños de pelo rizado, y cuñadas
sedientas de poder.
La expresión de Giulio se congeló.
125
FREDERIK BERGER

León había ido alternando la mirada entre el


uno y el otro, y ahora la devolvía a la ventana para
observar el patio, donde trabajaban algunos de los
oficiales de Rafael.
—¿Y quién es esa niña? —preguntó.
Alessandro intervino.
—Es una ayudante del pintor.
—¿Rafael ahora se pierde incluso por niñas?
Y eso que tiene una amante: la hija de un panadero
del Trastevere, por lo que he oído. Agostino Chigi
me lo ha contado. Lo distrae incluso de la pintura,
es terriblemente celosa y lo obliga a andar en
permanentemente acaramelamiento con ella. Por si
fuera poco, Rafael está prometido con la sobrina
de Bibbiena, una ricura, todavía joven pero que
no tardará en florecer. Un gran partido con una
dote excelente. Si es que Rafael lo consigue.
El Papa siguió mirando hacia el patio,
directamente a la niña.
—La ha utilizado como modelo, y simplemente
le ayuda a mezclar las tinturas —explicó
Alessandro.
—Es una niña preciosa —León se volvió hacia
su primo—. ¿Sabes algo de ella?
—Resido en Florencia, como sabes, y
además no me preocupo por los chismorreos del
126
LA HIJA DEL PAPA

mundillo artístico romano.


—Los chismorreos son el origen de las
mejores historias.
—Yo no me dedico a escribir cuentos —
replicó Giulio—. Me interesan más otras cosas.
—Sé lo que te interesa, pero también
debemos disfrutar el arte. Y la vida. ¿No tengo
razón, Alessandro? —León se había vuelto de nuevo
hacia él y se le aproximaba con afán conspirativo—
. Pareces saberlo todo: ¿Quién es esa niña? ¿De
dónde ha salido?
—Su madre debe ser una cierta donna
Maddalena, de Campo de Fiori, lo que
probablemente signifique que su padre sea un
cardenal —respondió Alessandro, con una
sonrisa mordaz—. A las cortesanas les gusta
apuntar alto.
De inmediato se arrepintió de sus palabras,
pues se había dado cuenta demasiado tarde de que
había caído en una trampa.
—¿Ah, sí? —la ironía en la voz de León
resultaba evidente—. Quien mejor para saberlo
que tú, con tu experiencia y proximidad hacia el
pueblo llano. ¿Tú qué crees? Se dice que Aragona,
por ejemplo, es hijo de una cortesana, eso lo sé
incluso yo... y esa donna Maddalena, ¿es una
127
FREDERIK BERGER

cortigiane de éxito, de las que tanto se admiran en


Roma, que incluso se la llama curiam sequens?
Menuda burla, encontrar prostitutas como adorno
del patio del Papa. ¿La conoces? ¡Debes hacerlo!
Habla, Alessandro. Veo en tus ojos que sabes algo.
¿No será una de tus hijas naturales?

128
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 12

Roma, Riona della Regola – Campo de


Fiori – 10 de julio de 1513

En el camino a casa, Alessandro seguía


reflexionando sobre los comentarios de León. Se
le habían enganchado como si llevaran anzuelos.
Cabalgó junto con su secretario y su guardia
personal por la via della Lungara hasta el ponte
Sisto, donde un grupo de peregrinos le pidió su
bendición. De inmediato lo cercaron mujeres
romanas con sus niños. Se bajó del caballo y
repartió bendiciones con paciencia, pero también
con cierta premura. Los peregrinos se marcharon,
las mujeres no. Se lamentaban de su pobreza y de su
triste destino, por lo que le hizo una seña a su
secretario para que repartiera un par de oboli. Una
joven le cogió de la mano para besarle,
agradecida, el anillo, pero entonces le pusieron en
los brazos a una niña de unos seis meses. No tuvo
más remedio que sujetarla, o de lo contrario se
habría caído al suelo. Su guarda quiso intervenir,
pero él le acarició los rizos que le caían por la cara
y la sonrió. La pequeña le devolvió, dubitativa, la
129
FREDERIK BERGER

sonrisa.
Muchos más niños surgieron en su dirección,
hasta que el secretario tomó cartas en el asunto y
comenzó a apartar a las madres con sus hijos.
Alessandro ya no se montó en el caballo. Sentía
aún el tacto de la niña. Cuántas veces había
cogido a sus propios hijos en brazos y se había
dejado acariciar por ellos. A nadie más que a
Constanza le había gustado tanto que la cubriera
de tiernos besos. «Dejad que los niños se acerquen
a mí y no se lo impidáis, pues de ellos es el reino
de los cielos», susurró para sí mientras penetraba
en las sombras del estrecho callejón. Aquella
exhortación había sido palabra de Jesús: ¿por qué
no iba a poder aplicarse a los hijos propios? ¿Por
qué no se podía entender como un mandato hacia
los hombres ordenados para que engendraran hijos
propios en lugar de oponerse a ello? En algún
momento tendría que acabar la influencia de
aquellos padres de la Iglesia, enemigos del género
femenino: Ambrosio, Agustín, Tertuliano, y como
quiera que se llamaran. En cualquier caso, ¡los
sacerdotes y prelados solo cumplían con el celibato
pro forma!
—Eminencia, debéis subir de nuevo a vuestro
caballo: ¡las calles están demasiado sucias! —
130
LA HIJA DEL PAPA

exclamó su secretario, arrancándolo de sus


meditaciones.
Lo cierto era que Rione della Regola, donde
se alzaba su palazzo, era un oscuro y retorcido
laberinto de callejuelas y patios en el que
picoteaban las gallinas, los cerdos buscaban
comida, los niños se sentaban sobre los
desperdicios, los carniceros realizaban su
sangriento trabajo y las prostitutas baratas de las
tabernas más mugrientas se paseaban medio
desnudas esperando clientela. Grupos de jovencitos
pululaban por sus cercanías.
Alessandro se vio sorprendido por los
ladridos de un grupo de perros y de pronto
observó en la penumbra de un patio cómo un monje
mendicante montaba a una mujer. El cardenal
refrenó a su caballo, involuntariamente atraído
por la escena, si bien no podía reconocer gran
cosa: una maraña de ropa, una capucha que se
resbalaba por la nuca, una pierna desnuda que se
destacaba entre lo demás. Quiso proseguir la
marcha, pero algo lo obligaba a seguir el
desarrollo de aquel trajín. Imágenes vagas y
confusas le llevaron de vuelta a sus años de
juventud, cuando descubrió su masculinidad.
Mientras aun estudiaba en la Accademia Romana
131
FREDERIK BERGER

bajo la tutela de Pomponeo Leto, en las últimas


horas del día solía regresar una y otra vez a aquel
barrio de mala fama. Por aquel entonces perdió
su inocencia, y más tarde descubriría, por
extrañas circunstancias, que había llegado a ser
padre de un niño llamado Sandro, que halló la
muerte en sus primeros años de vida.
La madre del niño vivía aún bajo su techo.
Era la vieja criada de Silvia, Rosella.
Cuando llegó a casa, se dirigió a su estudio sin
saludar a Silvia o a los niños. Tampoco quería
encontrarse con Rosella. El comentario de León
seguía sin abandonarlo, y tampoco lo hacían las
sentencias de Rafael y de la pequeña Virginia. Se
sentó, cerró los ojos y se sumió en sus recuerdos.
Hacía seis años, tras su nunciatura en Ancona y
durante el embarazo de Ranuccio, Silvia solo
aceptaba el contacto de mala gana. Incluso tras el
nacimiento del niño permaneció mucho tiempo
indispuesta. Ya no recordaba exactamente por qué,
pero sí que había visitado esporádicamente a Ma d
d a l e na , la Magra. Le había abierto las puertas de
su casa de Campo de Fiori, aún joven y fresca,
delgada y dispuesta a dejarse amar incluso en
posturas prohibidas por la Iglesia. Por aquel
entonces tenía cuarenta años, y de pronto sentía que
132
LA HIJA DEL PAPA

iba a hacerse un hombre mayor. Un hombre más


mayor aún. Una vez más le asaltó el poderoso ímpetu
de sus años de juventud, el interés por el
descubrimiento del cuerpo, el juego erótico.
Por aquel entonces, Rafael Sanzio acababa
de llegar a Roma para completar su trayectoria
profesional. Se habían conocido en el Vaticano, y
el pintor le había pedido ayuda para encontrar
una modelo. En realidad, Rafael no solo buscaba
una modelo para sus representaciones de la
Madonna, sino también aventura, joven como él era,
tan hermoso y con su mirada soñadora y
ligeramente velada... Maddalena se quedó
embelesada... Los precios de la cortesana subieron, se
tiñó el pelo de rubio y se lo dejó más largo, se
depiló las cejas, y un día le pidió al cardenal
que se convirtiera en su confesor. Su advertencia
de que aún no había recibido las más altas
consagraciones sacerdotales no sirvió de nada.
Con su voz susurrante le explicó que, si ella le
confesaba sus pecados, el Todopoderoso no se fijaría
tanto, al menos no como para enrojecer.
Él la remitió a Silvia y a su reputación como
cardenal.
Recordó con claridad la respuesta que ella le
dio:
133
FREDERIK BERGER

«Precisamente para que vuestra reputación no se


resienta, Eminencia, y la madre de vuestros queridos
hijos no piense mal... ¡Debéis aceptar mi
petición!». La sonrisa que acompañaba a aquellas
palabras era seductora, abierta, afectuosa... ¡Qué
astuta podía llegar a ser esa mujer!
Durante un tiempo, ella desapareció. ¿Se
habría abandonado a su trabajo, olvidando el deseo
que había manifestado? Era imposible de decir.
Probablemente estuviera embarazada... Sí, todo tenía
sentido.
En cualquier caso, no olvidó en absoluto sus
pretensiones, pues cuando se la encontró
casualmente por Campo de Fiori un año o año y
medio después, ella le recordó su promesa y él
se convirtió en su confesor.
Durante cuánto tiempo Rafael habría seguido
viéndola era algo que el cardenal ignoraba. Se
convirtió en el pintor favorito de Julio, y
desarrolló una increíble ambición en la que la hija
de una cortesana solo habría logrado estorbar...
Así pues, ¿cuál era la verdad? ¿Quién era el
padre de Virginia?
Alessandro se levantó de un salto y llamó a
su secretario, le ordenó que se dirigiera lo más
discretamente posible a casa de Maddalena
134
LA HIJA DEL PAPA

Romana y anunciara su visita para el anochecer:


—¡Y no hables de esto con nadie!
A última hora de la tarde se vistió con ropas
convencionales, un jubón ligero con unas calzas
discretas, una capa de seda y un sombrero
ancho, calado hasta las cejas.
Salió a hurtadillas de la casa, sin ninguna
compañía, y se dirigió con la cabeza gacha hacia el
campo. Una anciana, probablemente la madre o la
«aya» de Maddalena, le permitió entrar entre
amplias reverencias, echó a las criadas a un lado y
lo guió hasta el primer piso. Maddalena estaba
sentada en la ventana, se levantó en cuanto él
entró, posó el laúd que sostenía y se arrodilló ante
él para tomarle la mano y besar su anillo.
—¡Qué visita más sorprendente, reverendo
padre! ¿Queréis compensar mis pecados con los
vuestros propios? —dijo, mirándolo de arriba abajo
y dejando la vista posada más tiempo del
necesario sobre la cruz dorada que él portaba.
¿Por qué la habría dejado al descubierto?
¿Como símbolo de que sus vestiduras mundanas no
eran más que un disfraz? ¿Para no encolerizar al
vigilante celestial? Le guardaba particular afecto a
aquella cruz, no solo porque fuera del oro más
puro, sino porque se lo había regalado su hermana
135
FREDERIK BERGER

Giulia cuando le habían nombrado cardenal. ¡El


cardenal Gonella! En realidad, era él quien
debería haberle hecho un regalo pues gracias a ella
había adquirido su posición, pero por aquel entonces
era tan pobre como una rata, mientras que Giulia
se bronceaba a la luz de sus piedras preciosas y
de la adoración que le profesaba el Papa.
Le trajeron una copa de denso vino dulce y un
plato con mazapán y rodajas de naranja. Cuando
tomó un pedazo de fruta, comprobó que los bordes
del plato estaban decorados con escenas eróticas.
Maddalena había tomado asiento frente a él y
encendió algunos palillos fragantes.
Alessandro miró brevemente a su alrededor:
desde aquella época la riqueza del mobiliario
había aumentado considerablemente. Una pesada
cortina de brocados cerraba la entrada a una
estancia más amplia, en la que se encontraba la cama
de la cortesana. Sobre un aparador había dispuestas
esculturas de bronce con penes erectos, vasos
griegos con escenas amorosas obscenas y, a su
lado, numerosos libros, entre los que se encontraban
El banquete de Platón, y el Ars amatoria de Ovidio.
De las paredes colgaban grandes óleos en los que
se representaba a Zeus con diversas vestiduras,
pero siempre acercándose con intenciones
136
LA HIJA DEL PAPA

inequívocas a una deseosa ninfa o mujer mortal.


Él pidió otra copa de vino.
—Sentíos como en casa, Eminencia. Sabéis
que sois siempre bienvenido, ya sea para conversar,
o para distraerse y relajarse un poco... Sí, sí, os lo
agradezco.
Ella rio brevemente, y descubrió una marca
rojiza en su cuello.
—Habéis llegado en el momento preciso. Hoy
he tenido que descansar después de recibir ayer a
uno de mis amantes, un jovencito temperamental
de familia destacada, pero de dudosa reputación...
Y yo que pensaba que los tiempos de César
Borgia habían pasado...
Alessandro se llevó la copa a la boca, tomó un
sorbo de vino y observó inquisitivo a la cortesana,
que se echaba un pañuelo de seda sobre la
garganta. Llevaba una bata de seda abotonada, pero
suelta, de color verde lima, sobre un camisón
bordado con primura. Sus largos mechones no
estaban recogidos y le caían parcialmente sobre el
escote, tan generoso que, al inclinarse, su pecho
derecho se descubrió en toda su gloria. Y no tenía
nada de magro.
Quizá percibió su mirada, pues de nuevo se
inclinó hacia adelante sin motivo alguno para
137
FREDERIK BERGER

presentarle la desnudez de la parte más hermosa de


su cuerpo. Alessandro pensó que era como si le
estuviera ofreciendo de mamar a un recién nacido,
y se sorprendió a sí mismo por la falta de reacción
por su parte.
Maddalena sonrió llena de expectativa, y
con la mano derecha se cubrió las redondeces con
el dobladillo, puesto que no habían cumplido su
función.
En sus ojos se leía una extraña expresión de
cálculo, como si estuviera midiendo sus fuerzas.
—Recientemente he conocido a una niña en el
Vaticano, una chiquilla encantadora, ayudante de
Rafael — dijo, dejando la copa—. Por lo que he
oído, tú se la encomendaste, se la confiaste como
modelo y auxiliar.
¿Es cierto eso?
Virginia debía ser su hija, aunque los ojos
dilatados por la belladona de Maddalena no
relucían con aquel oscuro fulgor. Sin embargo, la
nariz y la zona de la boca...
—¿Por qué no? Yo también aparezco en los
cuadros de Rafael, como bien sabéis. Virginia era
un putto encantador, Rafael solo tuvo que pintarle
una pilila.
—¿Y quién es su padre?
138
LA HIJA DEL PAPA

—¡Qué pregunta tan indiscreta, Eminencia!


—¿Acaso no soy tu confesor, ante el cual no
se deben tener secretos?
—¿Acaso habéis venido a confesarme... sin
vuestro uniforme clerical? ¿O se trata de otra cosa?
— y de nuevo se descubrió el pecho.
—¿Quién es el padre de esa Virginia? —
preguntó con voz suave, pero firme.
Maddalena irrumpió en una risa breve, pero no
contestó.
Alessandro frunció el ceño y se esforzó por
parecer grave e insistente.
—¿Por qué guardas en secreto la identidad de
su padre? ¿O eres una cortesana tan atareada que no
sabes decir de quién es tu propia hija?
Maddalena se había dejado caer con un gesto
casual el chal sobre los senos, lo observaba y
guardaba silencio. Años atrás, sin duda habría
podido amenazarle con un chantaje, pero en aquel
momento él necesitaba oír de sus labios y con toda
claridad si él podía ser el padre.
—Quizá algún día se convierta en mi sucesora.
En nuestra profesión es necesario conseguir
descendencia en el momento adecuado para,
llegada la vejez, no verse obligada a buscar refugio
en un convento. El turgente seno de la madre
139
FREDERIK BERGER

Iglesia hace tiempo que en los conventos se ha


marchitado hasta convertirse en una teta reseca —y
volvió a sonreír con simpatía—. ¿O no lo sabíais?
—¡No has respondido a mi pregunta!
Alessandro conocía lo suficiente a la especie
humana como para entender que Maddalena no
estaba dispuesta a decir la verdad.
Sabía quién era el padre de Virginia, y su obstinación
en mantenerlo en secreto delataba que no era un
hombre cualquiera...
—¿Qué edad tiene exactamente Virginia?
—La bautizamos a principios de 1508,
Eminencia.
—Bien —dijo él, alargando las palabras—.
¿No acababa de llegar Rafael a Roma por aquel
entonces? En aquellos días buscaba modelos, y yo le
envié a ti. Estabas comenzando a lograr éxito como
cortesana...
—Puede ser, no tengo tan buena memoria como
vos, y me gusta vivir en el presente. El pasado me
interesa menos.
—¿Podría ser que Rafael fuera el padre de
Virginia? Se preocupa por ella de forma
conmovedora, pero quizá no quiera que se sepa...
Entenderás que tiene una carrera en el Vaticano,
debe casarse con una sobrina del cardenal
140
LA HIJA DEL PAPA

Bibbiena...
Maddalena no contestó. En lugar de eso dejó
que su pierna vagara cuidadosamente por la pierna
de su visitante hasta llegar a su rodilla, y después
a su muslo.
—Podría ser —respondió ella, dándole a sus
palabras un tono seductor y arrodillándose
repentinamente ante él— que el padre de Virginia
fuera cierto cardenal, un cardenal que me visitaba
por aquel entonces...
Antes de que le pudiera contestar, la mujer
deslizó los dedos hasta una parte de su anatomía
sobre la que ni siquiera su fuerte voluntad podía
evitar que reaccionara. Se levantó, pues, dando un
respingo, y se dirigió al aparador con la estatua del
sátiro erecto.
—Entiendo. Comprendo tu táctica. Quieres
encender una vela a Dios y otra al diablo —aunque
no lo dijo, lo que en realidad quería expresar, y
se deducía a partir de sus palabras, era: «eres una
arpía».
Maddalena se había levantado y se había
colocado tras él, demasiado cerca; los dedos de ella
tocaban ya sus manos. Era difícil mantener la
dignidad serena que se le presuponía a un cardenal,
aunque no llevara sotana.
141
FREDERIK BERGER

Maddalena tomó con cuidado la cruz de oro,


miró el reverso y preguntó:
—¿Qué significa «donata G.F.»?
—Fue un regalo de mi hermana.
—¿La famosa bella Giulia, cuya belleza no
podía compararse con nadie del gremio, ni siquiera
con Imperia?
—Sea como fuere, es evidente que tu hija tiene
talento, curiosidad y belleza. No me gustaría que
tomara el mal camino. Y ciertos rumores me
gustarían aún menos.
Maddalena no se rindió. De nuevo sus dedos
se pasearon por el jubón, y su aroma lo asedió.
—Lo entiendo.
Él no se conmovió.
—Hay una cosa que vos podríais hacer por
mí, y también por Virginia, y que estáis en posición
de realizar. Me gustaría que Virginia pudiera
desarrollar su talento, no solo con la pintura, sino
también con el canto, con el laúd, la rima... El
instructor de vuestros hijos, el gran erudito y poeta
Baldassare Molosso, podría encargarse de Virginia.
En los hijos del pueblo llano dormitan grandes
talentos. Si además recibiera una pequeña
contribución mensual, digamos de un par de
ducados, podría contratar a un buen músico... No
142
LA HIJA DEL PAPA

quisiera ser una desvergonzada. Por supuesto para


vos, Eminencia, mi casa también estaría abierta,
sin coste alguno, si me entendéis, como
agradecimiento de parte de una pobre alma
pecadora que no tiene nada para dar salvo su
cuerpo...
—Ya hablaremos de eso —dijo Alessandro, tras
meditarlo un rato.
Cuando los labios de la mujer se aproximaron
a su oreja, y sus dedos se aproximaron a una nueva
y delicada parte de su anatomía, su resistencia
se vino abajo. Ella lo llevó a la misma habitación
que no había visitado desde hacía años. Allí lo
saludaron imágenes de Venus de blancos muslos y
ánimo generoso recostadas sobre montañas de
cojines, y él sucumbió finalmente a sus artes.
Cuando los dos, medio cubiertos por los
almohadones de terciopelo, y satisfechos,
permanecieron unos instantes tendidos juntos,
dejando que el dulce escalofrío remitiera,
Maddalena renovó su oferta y señaló al mismo
tiempo lo sellados que podían llegar a estar sus
labios, y la posición tan importante que ocupaba en
su vida el ser agradecida.
—Quien como yo proviene de la ciénaga de
un barrio corrompido, nunca olvida la mano que se
143
FREDERIK BERGER

muestra amistosa... y nunca espera recompensa por


ello —se sostuvo sobre los codos y miró a
Alessandro directamente a la cara—. Eso es lo que
nos encanta de nuestro nuevo papa León: sabe
cómo mostrar su generosidad, cómo alegrarnos,
cómo hacernos felices. Adora lo hermoso y lo
elevado, y también a las mujeres, aunque no
encuentre gozo en nosotras. Sabe que Roma no
necesita un monje estricto, sino un hombre de
corazón abierto, que vive y deja vivir... Igual que
vos, Eminencia... Si la suerte decidiera que fuerais
nombrado Papa...
Alessandro no pudo sino sonreír ante tanta
adulación, y se vistió de nuevo.
Finalmente, Maddalena lo acompañó
escaleras abajo y le indicó a un criado que
abriera la puerta. Una vez más, besó su anillo y
añadió, en voz baja:
—Quien quiera que sea el padre de Virginia,
Eminencia, la niña siempre estará agradecida por
vuestra ayuda y vuestro cariño.

144
LA HIJA DEL PAPA

SEGUNDO LIBRO

El voto

145
FREDERIK BERGER

Capítulo 13

Roma, caput mundi – de 1513 a 1517


No solo las cortesanas; casi toda Roma
estaba hechizada por su Papa y por la rica casa de
los Medici: nunca tanta gente se había ganado la
vida gracias a la curia o al círculo de dignatarios
afines. El propio Vaticano parecía una laboriosa
colmena: de año en año iban aumentando los
puestos de secretario, escriba, notario, incluso
cuando ya estaban concedidos, porque el sobrino
de un primo lejano de un cardenal necesitaba los
ingresos.
Quien supiera hacer panegíricos rimados y
pasara por allí, o bien los redactara en honor al papa
León y su familia, era bien recibido. Los autores
y dramaturgos competían entre sí por ver quién
podía ofrecer la ocurrencia más graciosa o la obra
más divertida: el propio Papa nunca se cansaba de
contemplar los coloridos disfraces y las poses
chillonas de los buhoneros del patio interior del
Belvedere. Por todas partes aparecían buffoni,
146
LA HIJA DEL PAPA

que se superaban a sí mismos en cuanto a


tonterías, y cuando el Papa quería distraer la
mente, o le molestaban sus dolores ani, los músicos
estaban ya dispuestos para consolarlo del pesar y el
sufrimiento con la dulce melodía de sus flautas y sus
ingeniosos versos, o el susurrante tañido de sus
laúdes.
Había ducados para todos: para el tesorero y
el cirujano, el guarda suizo y el tamborilero, el
guía de peregrinos y el monje mendicante. Y el
gremio de las cortesanas más refinadas produjo
bellezas eruditas, versadas en poesía, canto, o
incluso filosofía, como nunca en la historia se
volverían a ver. Se las idolatraba, incluso se las
cantaba, amaba y celebraba, además de tratarlas
como a condesas.
Tampoco se descuidó la belleza de la madre
Iglesia, por no hablar del resplandor de la Ciudad
Eterna. San Pedro volvió finalmente a
reconstruirse, el viejo y enfermo Bramante cedió a
Rafael Sanzio el puesto de arquitecto general. Tras
los aposentos vaticanos, Rafael pintó la logia, y se
le encargó un nuevo y menos intrincado sistema
de urbanismo para Roma. El artista favorito de
León, que se había enriquecido, se compró en
las cercanías de San Pedro un palazzo adornado de
147
FREDERIK BERGER

columnas, y allí residía, rodeado de sus ayudantes y


de toda una tropa de sirvientes, como un
príncipe.
Las numerosas excavaciones que se abrían por
doquier revelaban los escombros de siglos atrás:
esculturas sin cabeza, cabezas sin cuerpo, frisos
y relieves funerarios, columnas y capiteles. Se
empleó mucho dinero en la búsqueda de tesoros
de la antigua Roma, y numerosos cardenales,
comerciantes y exportadores, así como banqueros,
estaban dispuestos a desembolsar auténticas
fortunas por las obras de arte de la Antigüedad.
El papa Julio había sido el precursor y León
quería superarlo: todo aquel que produjera algo,
debía exhibirlo. Cuanto más grande y más hermoso,
más sólido y bien dispuesto estuviera un palazzo,
con sus columnatas y sus galerías, sus frisos de
mármol, sus tapices y cuadros, sus esculturas y
frescos, mayor sería la reputación del dueño. Quien
diera la fiesta más exorbitante sería alguien en la
ciudad. Quien se hiciera retratar por el príncipe
de los pintores, Rafael Sanzio, o encargara un
sepulcro a Miguel Ángel Buonarroti, podía estar
seguro de ascender en la escala social.
El rey portugués realmente envió un elefante,
de nombre Hanno, que no solo hechizó a León,
148
LA HIJA DEL PAPA

sino a todos los romanos, ya fueran ricos o pobres.


Cuando murió de un grave cólico, a pesar del
polvo de oro que habían mezclado con agua para
su reconstitución, toda la ciudad lo sintió, y se
compusieron incontables versos honrando su
memoria.
Roma relucía en el azul intenso de sus cielos
y en el blanco marmóreo de sus columnas, en el
esmalte arenoso de sus fachadas, incluso en gris
sucio del Tíber, que parecía valioso plomo. Los
peregrinos vagaban con la boca abierta de una
iglesia a otra, recogiendo en ellas indulgencias,
dejándose robar en los albergues y desangrar por
las chinches, pagando por sus pecados y
gastándose finalmente sus últimas monedas, ya fueran
ducados o florines, táleros o fiorentini lo que
llevaran en la bolsa, en las cortesanas de clase alta
o en sarnosas prostitutas callejeras, que se
quedaban con su restante patrimonio.
Los negocios florecieron en la ciudad. De los
bancos manaba el dinero, que se podía prestar en
gran cantidad a las cajas papales. Por todas
partes se construían nuevas iglesias o surgían
palacios, nacían mercados de mano de obra y de
ganado, los rebaños de vacas y ovejas se
apelotonaban por Ripa Grande antes de llegar al
149
FREDERIK BERGER

matadero, e incluso a los mendigos les iba bien.


El trabajo de los pintores, artesanos y
poetas, las misas cantadas y las ropas clericales
decoradas con lujo, las rentas y limosnas a todos
y cada uno costaban dinero y vaciaban las arcas
papales. Generosos banqueros prestaban dinero a
cambio de abultados intereses.
El papa León no tardaría en perder la
perspectiva sobre el estado de sus cuentas. Estaba
demasiado ocupado repartiendo dinero. Ya tenía a
otros que se ocuparan de los ingresos, con su
primo Giulio en primera línea que, como se
anunció, fue nombrado cardenal en septiembre de
1513, y vicecanciller en marzo de 1516. En esta
última posición dirigía las finanzas y, después del
Papa, era el hombre más importante del Vaticano.
Todo el mundo sabía que era el spiritus rector, la
eminencia gris, o más bien la púrpura, sin la cual
el Santo Padre, y con él todo el núcleo de la santa
madre Iglesia, habría tenido que responder de su
incapacidad económica. El primo Giulio se había
dado cuenta hacía tiempo de que el Vaticano, y
por extensión la ciudad de Roma, vivían del dinero
que fluía con las indulgencias, especialmente de los
países del norte, el descarado sangrado que se le
hacía a los peregrinos y sobre todo la
150
LA HIJA DEL PAPA

desvergonzada venta de prebendas.


Desgraciadamente, no todo había ido según lo
planeado.
El papa León había querido ser un príncipe de
la paz, y se esforzó por encontrar un equilibrio
entre Francia y España. Los franceses no debían
atacar con avidez Milán, ni mucho menos
pretender arrebatarles Nápoles a los españoles, de
la misma manera que un señorío prolongado del
emperador Habsburgo, español y borgoñón
resultaba del todo inviable. La meta de León era el
equilibrio de poder.
Luis XII de Francia no había olvidado la
aplastante derrota sufrida en Novara. Antes de que
pudiera volver a reunir un nuevo ejército, murió.
Su joven yerno Francisco, ambicioso, fuerte como
un oso, amado por las mujeres, retomó los
objetivos del difunto. En el año 1515 reunió a sus
ejércitos y quiso cruzar los Alpes. Mientras tanto,
los suizos guardaban el valle de Susa. Así pues,
algunos de sus capitanes encontraron un pequeño
paso por el que las tropas francesas pudieron
pasar desapercibidas y atacaron a los suizos en
Marignano: la batalla ya se daba por perdida
cuando la suerte cambió de forma milagrosa. El
rey Francisco I triunfó finalmente el 14 de
151
FREDERIK BERGER

septiembre, y Milán volvió a encontrarse en manos


francesas.
El Papa aceptó lo irrevocable y siguió
puliendo asperezas entre las dos superpotencias.
Sus sentidos, no obstante, estaban volcados en
otra cuestión: su sobrino Lorenzo debía convertirse
finalmente en duque de Urbino. Francesco María
della Rovere no estaba dispuesto a abandonar
voluntariamente su palacio y sus tierras, por lo que
León se vio obligado a emprender acciones
militares contra él además de excomulgarlo, como
era de esperar.
En marzo de 1516 se inició la guerra en
Urbino, bajo la atenta mirada de rapaz de
Alfonsina de Medici, de la familia Orsini, y en
verano Francesco María tuvo que retirarse de la
ciudad y huir con sus cañones y con su valiosa
biblioteca hacia Mantua, a casa de su suegro,
Gianfrancesco Gonzaga. Lorenzo de Medici fue
nombrado nuevo duque de Urbino el 18 de agosto
de 1516, sin que su nuevo cargo le produjera
particular satisfacción. Había tenido que tomar parte
en la lucha, lo habían herido levemente, y había
jurado no volver a pisar un campo de batalla, al
menos hasta que se hubiera recuperado
adecuadamente de su morbo gallico. El Papa
152
LA HIJA DEL PAPA

recordó Rávena, lo comprendió y, en cualquier


caso, se sintió vencedor, puesto que toda Italia
central se encontraba finalmente bajo su control.
No obstante, había ganado una batalla, pero
no la guerra. Y su triunfo no había resultado ser
más que una victoria pírrica.

La casa Farnese se dejó contagiar por el


espíritu de resurgimiento. La conversación con el
papa León y su primo Giulio le habían mostrado a
Alessandro cuál era el camino político a tomar.
Prestó a los dos Medici su opinión ponderada
cuando se le requirió, participó en todas las
grandes festividades y por supuesto en los
consistorios cardenalicios, en los que su voz tenía
un gran peso debido a que muchos compañeros
veían en él al siguiente pontífice. Recibió al papa
León junto con todo su inmenso cortejo en el
castillo de Capodimonte, y el mes de octubre
entero transcurrió de cacería, hasta que finalmente
concluyó en el castillo papal de Magliana, donde
se realizó una última batida de jabalíes.
De ahí en adelante, el cardenal Farnese se
centró en la prosperidad de su casa y su familia. Poco
después de la entrada en funciones de León,
Alessandro compró edificios reforzados y terrenos
153
FREDERIK BERGER

colindantes a su palazzo entre Campo de Fiori y la


via Giulia, y amplió el edificio existente hasta el
momento según el escasamente modesto y
resplandeciente plan del famoso arquitecto
Antonio da Sangallo. Planeaba hacer del palazzo un
lugar representativo, desde el cual una calle recta,
en la que numerosos artesanos podrían
establecerse, llevara hasta Campo de Fiori. Por
todo el barrio residían y trabajaban ya cesteros,
cordeleros, sombrereros y fabricantes de máscaras;
incansables y esforzados artesanos fabricaban
ballestas, y precisaban más luz y aire para vivir y
trabajar. Sus necesidades requerían igualmente que
desapareciera aquel laberinto de callejuelas,
estrechos pasadizos y pequeños patios interiores
sin iluminación, aquel revoltijo de casitas de
piedra, cabañas y chozas de madera con sus
escaleras exteriores, sus torreones ruinosos y sus
terrazas tambaleantes.
Alessandro planeó para ello ampliar su
palacio, hasta que sobrepasó el volumen del
cercano palazzo del cardenal Riario, pues
deseaba darle la proporcionada belleza de una
catedral y un tamaño colosal. El laberinto contiguo
de la antigua y miserable Roma tuvo que retroceder
ante el afilado pico de los nuevos tiempos.
154
LA HIJA DEL PAPA

Además de eso, negoció y cerró con Ludovico


Orsini, de Pitigliano, un acuerdo de compromiso
matrimonial: su hijo mayor se casaría con Girolama
Orsini en cuanto ella alcanzara la edad adecuada,
cerrando así un lazo familiar sagrado entre ambos
clanes que los uniera aún más.
Alessandro no quería, no obstante, mostrarse
parcial, por lo que inició negociaciones igualmente
con los Colonna, los enemigos naturales de los
Orsini. Tanto los Orsini, oriundos del norte del
Lacio, como los Colonna, del sudeste,
pertenecían a la antigua nobleza romana, y a pesar
del tributo de sangre que había exigido el gobierno
de los Borgia, siguieron siendo los clanes de
patrimonio más poderoso, aunque no permaneciera
en su totalidad en Italia, el cual se debía en buena
parte a sus legendariamente extensas progenies. Los
Orsini eran tradicionalmente partidarios de los
franceses, mientras que los Colonna sentían mayor
afinidad por los españoles y el emperador. Por
supuesto, como Alessandro bien sabía, los
intereses específicos podían invalidar aquellas
afinidades en cualquier momento. Para él, era muy
importante no atarse a una sola de las partes. Con
esa política estaría siempre en ese campo de
tensión neutral que tan bien le había funcionado
155
FREDERIK BERGER

entre el papa Borgia y su sucesor Julio II, y allí


quería permanecer.
Así pues, negoció con los Colonna de
Palestrina: su Constaza debía casarse con Stefano
Colonna. Los Colonna contemplaron a aquella
muchacha bastarda por encima del hombro, y no
vieron a los Farnese como sus iguales, aun
sabiendo que Alessandro se perfilaba como
candidato a Papa. Por lo tanto, exigieron la
desorbitada suma de quince mil ducados como
dote, con una señal inicial de cinco mil.
Alessandro rechinó los dientes y pagó el
adelanto. Sin embargo, después de aquello los
Colonna no quisieron proseguir las negociaciones,
pues la hija ilegítima de un cardenal, a pesar de su
elevada dote, no les parecía lo suficientemente
respetable, por lo que el embaucado Alessandro
tuvo que buscar a un nuevo yerno.
El cardenal fue incapaz de perdonarle
aquella humillación ni a Stefano Colonna ni al
cabeza de familia, el condottiere Pompeo Colonna,
aunque no lo dejó entrever. Se dedicó a reforzar su
voluntad, su influencia, su reputación y el poder de
la familia Farnese, para algún día demostrarle a los
Colonna y a los Orsini lo que un decidido
Alessandro Farnese era capaz de hacer.
156
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 14

Roma, palazzo Farnese – mayo de 1517

Silvia y Alessandro se habían reunido a última


hora de la tarde en sus aposentos privados, y
habían hablado de la humillación sufrida hacía ya
algún tiempo de manos de los Colonna.
Alessandro, inicialmente tenso, no había tardado en
relajarse y ya se encontraban los dos tendidos entre
las sábanas de blanda seda y damasco bordado. Una
fragante brisa de mayo se colaba por la ventana
abierta, y los ruiseñores chillaban, trinaban y
gorjeaban de manera deliciosa.
Silvia observó a Alessandro, quien miraba
pensativo hacia el baldaquino rojo oscuro de
brocado que cubría la cama. Aún era un hombre
delgado, considerablemente vigoroso, con una nariz
prominente, un mentón fuerte y unos ojos en
ocasiones ensombrecidos que le recordaban a
aquella mirada comprensiva e indulgente que tanto
había amado en su juventud.
Mientras él guardaba silencio, ella apoyó la
cabeza en su ligeramente velludo pecho. Una brisa
157
FREDERIK BERGER

ligera rompió la atmósfera sofocante de la habitación,


y la mujer tampoco sintió deseo alguno de hablar.
Tras unos instantes, levantó la cabeza y paseó la
mirada por el peludo abdomen de Alessandro,
hasta su miembro viril, que caía hacia un lado y se
apoyaba en uno de sus muslos. Cuando sus dedos
comenzaron a juguetear en aquella zona, comenzó a
erguirse, pareció saludar y finalmente se alzó en
todo su esplendor. Ella no tuvo necesidad de seguir
observando: besó a Alessandro en la boca y
apretó su pierna contra los muslos de él. Como en la
mayoría de ocasiones, ella lo acogió despacio,
dejó que se abandonara a sus deseos, y él la
abrazó, la apretó contra sí, mientras ella apenas se
movía. Silvia recordó sus primeros encuentros,
particularmente el primero, en la roca de las
Sirenas de la isola Bisentina: escalofríos de
ternura y oleadas de felicidad la habían invadido,
recorriendo todo su cuerpo, llevándola al éxtasis,
hasta casi hacerle perder el sentido entre
convulsiones, emitiendo pequeños gritos y, de
nuevo recuperada la razón, afrontando las
consecuencias. La felicidad la embargó, y esperó
que todas las desavenencias y descontentos de los
últimos tiempos hubieran llegado a su fin.
Durante largo rato permaneció tendida,
158
LA HIJA DEL PAPA

inmóvil, hasta notó cómo Alessandro la apartaba


a un lado sin delicadeza. Ella lo miró a la cara,
escrutadora, y vio que los pensamientos de él se
encontraban muy lejos de allí.
Decepcionada, se echó a un lado y miró
hacia arriba. Allí permanecieron los dos, inertes
como dos figuras de mármol sobre un sarcófago
de piedra. Nada se movía. No hubo ninguna
palabra amorosa, ningún gesto de dulzura.
Entonces, ella sintió secretamente el deseo,
inconsciente hasta ese momento, de que de sus cada
vez más raros encuentros surgiera un sustituto para
Paolo. Tenía treinta y cuatro años, todavía podía
engendrar un último hijo. Y puesto que ella se
encontraba en buenas condiciones...
—He iniciado nuevas negociaciones para
casar a Constanza —dijo súbitamente Alessandro.
Sus palabras cayeron como un jarro de agua
fría. Al principio, Silvia no contestó.
—Con los Sforza de Santa Fiora. No están a
la misma altura que los Colonna, pero el nombre
Sforza sigue sonando bien, y solo costará mil
ducados de ajuar y siete mil de dote... No dices
nada.
Ella intentó contener la decepción, pero no lo
consiguió.
159
FREDERIK BERGER

—¿Y cómo se llama el elegido? —preguntó,


arisca.
Alessandro la miró sorprendido.
—Bosio.
—Bosio. Ajá. ¿Y lo conozco?
¿Es otro de esos niños bonitos que no tiene nada
mejor que hacer más que gastarse en cortesanas el
dinero de su padre, dejarse toquetear y engendrar
bastardos?
Alessandro se irguió con el ceño fruncido y
la miró con desaprobación. Ella había vuelto la
mirada brevemente hacia él, pero de nuevo la dirigió
hacia el techo.
—Creo que me estoy quedando fría —dijo.
De hecho, comenzó a tiritar, a pesar de la tibia
brisa de mayo.
Él le cubrió el cuerpo con la manta,
protegiendo también sus propias piernas.
—¿Sabe ya Constanza lo de su nuevo
prometido?
—Debe ser un joven agradable y sencillo,
rubio, nada feo —suspiró Alessandro—. Nunca
olvidaré lo de los Colonna, la forma en que me
tomaron el pelo. Ahora se dice que Pompeo, el
condottiere, ambiciona un cargo de cardenal. ¿Te lo
puedes creer?
160
LA HIJA DEL PAPA

—¿Por qué no? Al fin y al cabo, tú querías ser


condottiere y te convertiste en cardenal —
respondió ella, impertinente.
Alessandro la miró, nuevamente sorprendido.
—¿Le has hablado a Constanza de ese Bosio?
¿Le has preguntado siquiera si desea casarse? —
la voz de ella se iba volviendo cada vez más
agria—. Sabes perfectamente que el rechazo de
Colonna la afectó profundamente. Ya no deseaba
casarse en absoluto, y de hacerlo, quería que
fuera alguien como Francesco María.
Tras suspirar profundamente, Alessandro salió
de la cama y se echó una bata encima.
—Había esperado más comprensión y
perspectiva por tu parte.
—¿Y si engendro otro niño? — con aquella
frase quiso darle un nuevo giro a aquella tarde,
que tan bien había empezado, pero amenazaba con
echarse a perder.
Él se detuvo, como si escuchara un sonido
lejano, y ella le rogó, fervorosa:
—Querido, ¡tengamos otro hijo! Él intento
encender, molesto, otra vela.
Entonces le espetó una frase pronunciada con
el más celoso de los acentos, de la que se arrepintió
de inmediato, pero que ya no pudo arreglar.
161
FREDERIK BERGER

—¿O es que soy ya demasiado vieja y fea


para ti? ¿Estás ya buscándote otra concubina para
cuando me cases oficialmente? Por ejemplo, tu
parroquiana Maddalena, a cuya hija le
proporcionas una educación comparable a la de tus
propios vástagos. Baldassare me lo ha contado
todo...
Alessandro se volvió lentamente hacia ella,
dejó la vela y se sentó en el borde de la cama, a
todas luces consternado, evitando el contacto. Ella
continuó con su ataque, sin poder evitarlo, ni
reprimirlo.
—¿Cómo debo entender que hagas que
nuestro Baldassare Molosso instruya a la hija de
una cortesana? Eso levanta sospechas... Pero,
¡dejémoslo! Los hombres sois así. Solo buscáis la
diversión, allí donde podáis encontrarla. No,
¡volvamos a nuestros hijos! Gasto saliva en
balde tratando de convencer a Constanza de que
abandone su fijación por Francesco María, pero
además tampoco ha sido capaz de aceptar que fuera
la única descendiente que no has legitimado. Y
Pierluigi tendrá que casarse con Girolama Orsini,
a quien no ha visto nunca y por la que ni siquiera
siente interés... Alessandro, utilizas a tus hijos,
incluso a mí misma, como fichas de un tablero de
162
LA HIJA DEL PAPA

ajedrez, pero somos seres humanos, con deseos,


sentimientos y con vida propia... Lo sé, es tu
ascenso en el Vaticano, quieres ser Papa, debes
ser Papa y todos rezamos por ti... Pero somos una
familia... Y ni Maddalena ni esa Virginia pertenecen
a ella...
Su voz se quebró, y empezó a balbucear.
—Perdóname, te lo ruego. ¡Ya no me entiendo
a mí misma! —le agarró la mano, y se la
encontró fría.
El cuerpo entero de Alessandro estaba tenso,
rígido. Entonces, se volvió hacia ella, y con
forzada calma exclamó:
—No sé qué es lo que te pasa, pero creo que
es del todo comprensible que quiera casar bien a
nuestros hijos. Quizá encuentren así algo de amor,
quizá no, así es la vida. Los Orsini son la primera
elección, la mayoría de sus mujeres son buenas
paridoras, el contrato matrimonial existe desde hace
años y no he podido encontrar en este momento
mejor hombre que Bosio Sforza. Debe tener buen
corazón y ser modesto, ¿por qué Constanza no iba
a aprender a amarlo? Si fuera un yerno que se
dedicara únicamente a buscar pelea, contraer
deudas y a seducir doncellas honradas, por
supuesto que lo rechazaría. En ese punto estamos
163
FREDERIK BERGER

de acuerdo, y a un hombre así, Constanza estaría


en su derecho de repudiarlo.
Ella tuvo que reconocer que tenía razón.
—Y ahora, un par de cosas acerca de
Francesco María. Sin duda Constaza es consciente de
que está casado con una hija de la familia de los
Gonzaga y Este. Ya no puede ser tan inmadura como
para seguir encaprichada de ese hombre. Además,
ahora mismo está inmerso en la tarea de reconquistar
Urbino en contra del mandato de León. Es
posible que lo consiga. No es que quiera darle la
razón a León en cuanto a su idea de cederle Urbino
a su sobrino a toda costa. Por el contrario, creo
que ha puesto en peligro toda su política de
equilibrio, así como su acercamiento a las reformas
de la Iglesia, a cuenta de su aventura de Urbino. Sin
embargo, en cualquier caso, está ya claro que esa
absurda campaña militar le costará mucho dinero
al Vaticano, mucho más de lo que nos podemos
imaginar. Y no se trata solo del dinero: León está
arruinando su reputación por culpa de la ambición
desmedida de esa arpía desgreñada que tiene por
cuñada. Sus enemigos se ríen con malicia y se
preparan ya para la contienda. Una cosa hay clara:
más tarde o más temprano, alguien tendrá que pagar
el despilfarro de León.
164
LA HIJA DEL PAPA

Cuando su discurso concluyó, Silvia intentó


poner en orden sus pensamientos y asimilar lo
que él había intentado compartir con ella.
—¿Quieres decir que tú también te has excedido
con las reformas de nuestro palazzo, las lujosas
semanas de caza y con tus crecientes limosnas?
—No, yo tengo más talento para las cuentas que
León. No me refiero a eso.
—¿Y a qué te refieres entonces?
—A la decisión de si me convertiré o no en
Papa.
—Pero León aún no tiene ni cuarenta años.
Todavía permanecerá mucho tiempo en el trono
papal.
Alessandro se levantó sin mirarla.
—León está más enfermo de lo que crees. Y
ha cometido un error imperdonable que puede
costarle muy caro.
—¿Crees que atentarán contra él?
Él se inclinó hacia sus zapatillas y se dirigió
lentamente hacia la puerta.
—Quiero estar preparado ante cualquier
eventualidad. Todavía no se han olvidado los años
de los Borgia. Entre Roma y Urbino merodean
grupos de soldados que, en lugar de luchar, asolan
Roma y las tierras colindantes, reconvertidos en
165
FREDERIK BERGER

bandidos: reina la avaricia, la moral se embrutece


y los cuchillos se desenvainan con facilidad. Al
mismo tiempo, por un lado, crece la hipocresía
mientras que, por el otro, cunde un fervor
exaltado. La población siente que el dominio de los
pecados capitales acabará en algún momento. Los
creyentes, por su parte, temen que se avecine un
castigo divino. En cualquier caso, algo debe
cambiar en los próximos meses, y no queda otro
remedio más que sigamos siendo algo muy lejano a
una familia normal, al menos mientras siga
existiendo el voto de castidad.
Ella tendió la mano hacia él con amargura. Él
se giró de nuevo, regresó a la cama y la rodeó con
sus brazos. Su voz sonaba triste cuando dijo:
—Me temo que tendré que volver a hacerte
daño, que volveré a hacérnoslo a todos.

166
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 15

Roma, palazzo Farnese – mayo de 1517

Para Constanza, el mes de mayo trajo un suceso


feliz. La enfermedad del invierno había sanado,
los pájaros gorjeaban, piaban y se apareaban en
el jardín, el sol brillaba cálido sobre las
esplendorosas flores, que las hambrientas abejas
visitaban con alegría. La familia Farnese, por su
parte, también esperaba visita, como había
anunciado el padre de forma casual, pero no sin
cierta tensión en la mirada.
—Nuestro invitado vendrá de incógnito. No
se debe hablar de él.
Todos lo miraron, y él continuó.
—Es una cuestión de negocios: he comprado
el pueblo y coto de caza de Caprarola. Se
encuentra en las cercanías de Viterbo y del lago de
Cimino, y rodea nuestras propiedades.
Pierluigi perdió el interés y retomó su cena,
Ranuccio se volvió hacia Baldassare para seguir
aprendiendo vocablos del latín. La madre dirigió
al padre una mirada tan extraña, que Constanza
167
FREDERIK BERGER

mantuvo intacta su curiosidad y preguntó por qué no


les estaba permitido hablar sobre él.
—Hay demasiados envidiosos en Roma —
explicó el padre, tras tomar dos bocados—, y por
culpa de la guerra de Urbino, han aparecido nuevas
facciones en el Vaticano, lo que provoca que
surjan las difamaciones y las calumnias sin ningún
motivo.
Pierluigi había vuelto brevemente a la
conversación, pero de nuevo se centraba en
deglutir, mientras que Constanza no se quedaba
satisfecha con la explicación de su padre.
Además, en los últimos tiempos todo a su
alrededor había sido muy extraño. En invierno, el
acuerdo matrimonial entre el padre y la familia
Colonna, que los habría unido a Stefano y a ella,
se había roto, lo que había desencadenado un ataque
de furia en su casa como no se había visto jamás. Su
padre maldecía y bramaba a todo el que pudiera
oírle, hasta el punto de volverse intratable durante
semanas.
Ella misma había interpretado esa noticia como
que la hija ilegítima de un cardenal no valía gran cosa,
lo que la había ofendido enormemente, pero al
mismo tiempo se alegraba de que su compromiso con
aquel clan con reputación de groseros y belicosos
168
LA HIJA DEL PAPA

se fuera a pique de aquella manera, para así poder


permanecer con su familia y proseguir con sus
sueños de libertad y realización.
Tras la cena, su madre le hizo señas para
que se acercara y le susurró quién sería aquella
visita de negocios: un hombre que satisfaría todas
aquellas ilusiones.
La comida familiar en honor de aquel hombre
debía realizarse a oscuras, relativamente tarde, por
lo que Constanza tuvo tiempo de arreglarse frente
al espejo. Bianca le echó una mano aplicándole el
polvo de Venus y ayudándola con los correajes.
Por motivos evidentes, Constanza lucía un
vestido con la parte superior azul, abierta en un
escote que le llegaba hasta los hombros y con
mangas ahuecadas. Sus pechos, que para entonces ya
se habían redondeado, sobresalían sobre un alto
corsé, que terminaría de decorar con el collar de
perlas de su madre. Mientras Bianca le arreglaba
el peinado y ella se encargaba de que algunos
rizos largos ocultaran sus orejas, Constanza
contemplaba con furia su llamativa verruga, que hasta
entonces no había logrado hacer desaparecer, ni con
excrementos de ratón, ni con ungüento de huevos de
rana. Cubrió con cuidado aquella odiosa mancha
con un polvo de oro escandalosamente caro que
169
FREDERIK BERGER

apenas podían permitirse. Finalmente, Constanza


se consideró suficientemente hermosa como para
recibir al invitado.
Según oyó desde su cuarto, su padre lo había
recibido, y la voz del extraño le sonó dulce al
oído mientras se empolvaba el escote. Los dos
hombres desaparecieron en el estudio, y el hambre
hizo que su estómago rugiera escandalosamente.
Finalmente, los llamaron a la mesa. Ante ella
se encontraba, sonriendo y realizando una cortés
reverencia, ¡Francesco María della Rovere, el, a su
entender, legítimo conde de Urbino! ¡Y se le
permitió sentarse frente a él!
Al principio, apenas lo había reconocido,
¡pues se había afeitado a fondo! Llevaba el pelo largo
y suelto hasta casi los hombros, su rostro se había
afinado visiblemente, y el mentón poderoso y
largo remarcaba esa impresión. Sus ojos aun ofrecían
un aspecto triste y extrañamente velado, estaba recto
como una vela y sus poderosos hombros parecían
particularmente anchos a causa de las mangas
ahuecadas y cortadas. El que aquel joven hubiera
sido bajo el reinado de su tío, el papa Julio II,
capitano generale de la Iglesia, y hubiera
luchado en numerosas batallas era algo que, a tenor
de su colorido ropaje forrado con ricas pieles,
170
LA HIJA DEL PAPA

resultaba difícil de imaginar. Únicamente en sus ojos


se adivinaba al guerrero que en realidad era.
Durante la comida, Constanza se sintió extraña
y sofocada, hasta tal punto que, a pesar del hambre,
casi no pudo comer nada, y tampoco entendía
exactamente por qué su padre solo hablaba con
Francesco María acerca de los Medici: su tono
sonaba calculador y protocolario, y el de su
invitado, no demasiado amistoso. Éste, entretanto,
se dirigía con cortesía a la madre, que estaba
sentada junto a él, e incluso llegó a hablarle a ella,
la hija de la casa, con palabras escogidas.
Ella enrojeció entonces hasta la raíz del pelo
y respondió con palabras igualmente formularias. Al
menos no balbuceó ni tartamudeó, sin embargo, al
segundo siguiente ya había olvidado la nimiedad
que había dicho.
Quizá Francesco María solo había hablado
con ella porque así había podido pasar
sutilmente la vista por sus hombros y su escote,
hasta los rizos y los ojos. Había sido el escote el
que había atraído su mirada más duradera,
probando que ella era, de hecho, hermosa, y que
resultaba atractiva incluso a un duque de Urbino
casado con una Gonzaga. Todo el clan de los
Colonna, con Stefano y su «no» a la cabeza, por
171
FREDERIK BERGER

ella, podían perderse.


Constanza estaba tan ocupada con su propia
lucha interior que ni siquiera los curiosos y faltos de
tacto comentarios de Pierluigi acerca de la guerra de
Urbino lograron irritarla. Francesco María respondió
formal, pero sin revelar nada realmente, y el padre
primero lanzó una mirada funesta a Pierluigi,
para seguidamente sonreír con complicidad y
comenzar a apasionarse por el abundante coto de
caza de Caprarola, así como planear la construcción
de un palacete de caza en la zona.
Cuando Francesco María se despidió de ellos
para internarse en la noche, extendió la mano y
susurró, quizá con algo de ironía, en dirección a
sus padres:
—¡Qué amigos los míos al ofrecerme la
visión de semejante azucena en flor!
El padre, que había tomado más vino de lo
habitual, rio con orgullo, le dedicó un amistoso
toque en el hombro a Francesco María y dijo,
brevemente:
—¡Una auténtica Farnese, nuestra hija mayor:
una educación excelente, un corazón tierno y una
inteligencia viva!
El duque la miró por última vez al escote y
respondió:
172
LA HIJA DEL PAPA

—¡Sin duda!
Apenas se había marchado, la madre le susurró
al padre:
—¡Cómo has podido decir algo tan carente de
gusto!
Pero él se limitó a reír y señaló, burlón:
—Nuestra hija se ha puesto muy guapa para un
duque exiliado y depuesto. Lástima que ya esté
casado.
La excitación de la tarde se prolongó durante
la noche: Constanza soñó con una apasionada
cabalgada por el coto de Caprarola, junto a un
orgulloso cazador; soñó con praderas de flores y
calveros cubiertos de musgo, en los que ella
descansaba acompañada de Francesco María.
Mientras observaba las pendulantes copas de los
árboles, él se inclinaba hacia ella, quien se echaba
en sus brazos.
Por desgracia, solo era un sueño.
Las siguientes noches apenas soñó, pasó los
días de un humor de perros y punteó de mala gana
las cuerdas del laúd. La atmósfera en el palazzo se
tambaleaba: los padres, en contra de lo habitual,
parecían haber discutido, y el padre se mostraba
angustiado y apenas se dejaba ver. También la
madre se había retirado a sus aposentos y ya no
173
FREDERIK BERGER

tomaba parte en las comidas.


Entonces, un día, durante el desayuno común,
el padre les habló de sus nuevos planes de
construcción que ya estaban tomando forma. De
hecho, en los últimos días se habían derribado
numerosos cobertizos y establos, y establecido
cimientos, de tal forma que podía reconocerse el
futuro tamaño del edificio naciente. Constanza
contemplaba una y otra vez por su ventana, que
daba al jardín orientado hacia la via Giulia y el
Gianicolo, las labores de construcción y a los
obreros.
Aun mostró más interés cuando, una mañana
tardía, el arquitecto Sangallo apareció con los
nuevos planos para explicarle al padre los esbozos
de la fachada. No era la primera vez que había
observado sus diseños, pero siempre le fascinaba la
manera en que un bosquejo, en que algunos
dibujos, de pronto se convertían en paredes,
divididas por columnas, con ventanas y frisos,
vigas y redondeados sillares.
Mientras se encontraba en pie junto a
aquellos dos hombres, ante los bosquejos y
proyectos, y Sangallo enunciaba con voz clara sus
ideas, sintió el profundo deseo de convertirse en
arquitecta. En secreto dibujaba ya un poco con la
174
LA HIJA DEL PAPA

regla y el compás, pero ocultaba sus dibujos a


Baldassare. Si no podía casarse con Francesco
María y el orgulloso clan Colonna la rechazaba,
prefería no casarse y aprender un oficio
masculino.
Mientras Sangallo enrollaba los planos para
dirigirse a la obra y el jardín, se arrimó afectuosa
a su padre, que la miró sorprendido, y ella le
explicó que quería ser arquitecta como el maestro
Sangallo.
Al principio, éste parecía no haber escuchado
bien, pero después la miró como si acabara de
escuchar un chiste particularmente gracioso, y se rio
a mandíbula batiente. El padre apretó dulcemente la
cabeza de la muchacha contra su pecho, le
acarició el pelo y se limitó a decir:
—Mejor deja ese fatigoso trabajo para los
hombres y trae niños al mundo que puedan corretear
por aquí. Celebraré grandes fiestas con ellos. El
maestro Sangallo nos está construyendo el palazzo
más hermoso de toda Roma, para que la ciudad
entera pueda envidiarnos. En los siglos venideros
seguirán alabándolo.
Sangallo sonrió, adulado, y el orgullo iluminó
brevemente el rostro del padre.
Entonces, añadió algo que la hirió
175
FREDERIK BERGER

profundamente:
—Ahora, deja de molestarnos, niña. El tiempo
es oro.
Corrió a casa, conteniendo las lágrimas.
La mañana se había estropeado, los pájaros
trinaban y gorjeaban en vano, Francesco María no
había vuelto a aparecer y seguía casado, los
Colonna la habían considerado como una bastarda
sin valor, ¡y ni siquiera se le permitía ser
constructora! Hubiera preferido salir huyendo,
romper con su vida sobreprotegida y planificada.
Una vaga sensación de libertad e independencia
flotó ante ella, como algo dulce y al mismo
tiempo excitante, una emoción vana asociada a brazos
de hombres fuertes y a hermosos vestidos.
Con los hombros encogidos, atravesó el
cortile y no prestó atención a su hermano
Ranuccio, a quien Baldassare llamaba a gritos sin que
le hiciera ningún caso, pues seguía corriendo
entre risas maliciosas. Tampoco dio muestras de
reconocer a las criadas, y mucho menos a los mozos
que cepillaban a los caballos. Además, olían a
inmundicia.
El sol brillaba con una fuerza excesiva para
la época del año en la que se encontraban y ya era
necesario buscar la sombra.
176
LA HIJA DEL PAPA

En la escalera que daba al piano nobile se


cruzó con su madre, que ni siquiera pareció reparar
en su presencia. De hecho, la mujer parecía tan
afectada y tensa que, en un primer momento,
Constanza creyó que habría muerto algún familiar.
Quizá la tía Giulia, que había engordado mucho
y últimamente estornudaba con violencia, y que, tras
la venta de su casa, cercana a la del padre, había
partido con lágrimas en los ojos hacia Nápoles,
con su «napolitano bueno para nada», como solía
llamar a su marido, y todo a pesar de que el
padre le había ofrecido que permaneciera el resto
de su vida en el palazzo, o en Capodimonte, con su
madre. La tía Giulia lo había rechazado, tras darle
las gracias.
—¡Mamma! —gritó Constanza, y quiso atraerla
hacia sí.
Finalmente, logró sacarla de su trance
depresivo, y pronto las lágrimas comenzaron a
correr.
Su madre pareció regresar a la vida desde el
más allá, sonrió débilmente y susurró:
—¡Oh, hija mía! ¿Qué te pasa?
—y la cogió del brazo—. Vayamos a mi habitación
—añadió, en un volumen apenas audible—. Hay
algo que tengo que decirte.
177
FREDERIK BERGER

Las lágrimas cesaron súbitamente.


Constanza sintió curiosidad por saber qué era lo
que su madre le tenía que decir, aun cuando su
expresión no presagiara nada alegre.
La muchacha se sonó la nariz con cuidado y
se sentó junto a la ventana, mientras que su
madre tomaba asiento frente a ella, carraspeaba,
se alisaba el vestido y se apartaba el pelo de la cara
con un movimiento instintivo.
Finalmente, sentenció con voz suave:
—Tu padre ha encontrado a otro hombre para ti.
Te casarás con él en verano. Se llama Bosio Sforza.
Aquel anuncio fue para ella como un cubo
de agua fría, máxime teniendo en cuenta lo mucho
que ella odiaba el agua fría.
Sin embargo, antes siquiera de poder expresar
su disgusto, la madre alzó la mano, puesto que
aún no había concluido lo que tenía que
contarle, y Constanza escuchó el resto, lo más
atroz de todo: Silvia tendría que mudarse
próximamente. A una casa propia en las cercanías,
en la via Giulia, donde había vivido la tía.
Constanza se quedó petrificada, mientras su
madre le acariciaba distraída la cara.
—No significa nada —explicó, con voz
entrecortada—. Es solo hasta la siguiente elección
178
LA HIJA DEL PAPA

papal. Tu padre ha dicho: «No ofreceré a mis


contrincantes ningún flanco desprotegido. No
puedo vivir en concubinato abierto. Debo casar a
mis hijos a tiempo, o prepararlos para el servicio
a la Iglesia. Ya está todo pensando». Eso fue lo que
dijo. Probablemente tenga razón.
La madre sorbió y miró hacia la ventana.
—Mira ahí, al exterior, allí está tu padre con
el famoso Antonio da Sangallo. ¿Has visto lo
grande que planea hacer el palazzo? Sin duda,
algún día será un Papa importante. Todos
debemos ayudarlo y, si es necesario, sacrificarnos.
Su voz se le quebraba cada vez más.
—Y como debo sacrificarme, he de casarme con
ese Bosio Sforza a quien ni siquiera conozco —
exclamó Constanza, furiosa.
—Tu padre lo conoce.
—¿Tendré que mudarme a Milán?
—Es el conde de Santa Fiora.
—No sé dónde está Santa Fiora.
—Al norte del lago Bolsena. Constanza volvió
a romper en
lágrimas.
—Quiero quedarme en Roma, quiero
quedarme contigo, no quiero casarme. Si te vas, iré
contigo...
179
FREDERIK BERGER

Sus palabras brotaban a borbotones de su


boca, sin pausas, entre sollozos, y entre tanto su
madre intentaba consolarla.
—Sabes que las mujeres, tristemente, solo
tienen dos caminos: o se casan, o entran en un
convento, y para ti sería mejor casarte con un
hombre poderoso, quedarte cerca nuestro y darnos
nietos.
—Las mujeres también pueden convertirse en
cortesanas. ¡Y en arquitectas!
La madre ignoró aquel comentario y se limitó
a añadir:
—En el convento nunca serías feliz.

180
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 16

Roma, palazzo Farnese – Vaticano – 19 de


mayo de 1517

Alessandro recibió la noticia mientras


debatía con el cantero acerca del frontón
alternativamente triangular y segmentado que Sangallo
había planeado para el piano nobile. El secretario
apareció, visiblemente agitado, y se apresuró, casi
sin aliento, a susurrarle un mensaje al oído. De
inmediato, Alessandro dejó al cantero y entró en el
palazzo, donde se cruzó con Silvia y Constanza.
—¡Han atentado contra el Papa!
—les gritó—. Nadie sabe si vivirá o morirá. La
ciudad está conmocionada, la gente se arremolina
en el borgo. ¡Debo ir al Vaticano de inmediato! —
llamó a su ayuda de cámara para que le preparara
la sotana, abrazó rápidamente a Silvia y apretó
igualmente a Constanza contra él.
—El criminal debe proceder del círculo de
cardenales...
—Nadie supondrá que has sido tú... Eres amigo
de León...
181
FREDERIK BERGER

Alessandro se pasó, nervioso, la mano por el


pelo, agarró a Silvia y la arrastró escaleras arriba,
dirigiéndose apresuradamente hacia el vestidor donde
el ayuda de cámara le había colocado la sotana
cardenalicia. Constanza los siguió.
—Esa maldita guerra de Urbino lo ha cambiado
todo. Además, no sé qué habrá planeado nuestro
vicecanciller.
—¿Qué quieres decir? Alessandro dejó que le
vistieran con la mozzetta, se puso la cruz de oro
sobre el pecho, se colocó el gorro y el sombrero
redondo y agitó nervioso la cabeza.
—Ahora no tengo tiempo de explicar nada,
debo irme —le hizo una señal al ayuda de cámara
y gritó—. ¡Al menos tres hombres, con las armas
ocultas!
Le dio a Constanza un beso fugaz, abrazó de
nuevo a Silvia y susurró, antes de salir
apresuradamente por la puerta:
—Quizá las cosas se pongan serias.
—Ojalá nadie quiera tenderte una trampa —
oyó que le decía Silvia.
Cuando Alessandro estaba ya en el patio
montándose en el caballo, Pierluigi salió
precipitadamente de la sala de guardia en dirección

182
LA HIJA DEL PAPA

a la entrada, vestido con peto y armado con una


espada corta, como si se preparara para una
batalla.
—¡Te acompaño, padre! — gritó —. ¡Te guiaré
y te protegeré!
El caballo se torció, nervioso.
Alessandro no había contado en ningún momento
con Pierluigi, que en los últimos meses se había
entrenado sin descanso en todas las artes de la
guerra, y se sentía muy orgulloso de las alabanzas
de su instructor. A pesar de ello, Alessandro no
quería tenerlo con él en circunstancias tan
imprevisibles y peligrosas, esencialmente porque no
confiaba en el temperamento de su hijo y no le creía
capaz de mostrar la sensatez tan necesaria en aquellos
momentos. Así pues, le ordenó:
—¡Tú te quedas aquí!
Cuando vio el rostro consternado, y al
mismo tiempo refulgente de rabia, de su hijo,
exclamó:
—Puede ser peligroso, y además, no se te
permitirá entrar en el Vaticano, mucho menos
armado.
—¡Pero yo quiero ayudarte! — gritó Pierluigi
con una mueca desfigurada.
—¡Ahora no! Es demasiado peligroso. Mejor
183
FREDERIK BERGER

en otra ocasión — Alessandro le hizo una seña a


sus acompañantes y atravesaron el portón de
salida.
La gente se arremolinaba ante el ponte Sisto,
por lo que se avanzaba con gran esfuerzo. Todos
parecían dirigirse hacia el borgo y el Vaticano,
pero casi nadie parecía herido, y Alessandro no
vio armas por ningún lado.
De pronto, sonó un grito, sin duda dirigido
a él. «¡Farnese, Farnese!», bramaban algunos, otros
incluso «¡Farnese, Papa!». Él les dirigió un gesto
cesáreo, buscó la mirada de su secretario, quien
sonrió con ironía.
—Demasiado pronto —le dijo, y el secretario
asintió.
La marcha se aceleró precipitadamente en la
via della Lungara, y algunos pensamientos
inquietantes le pasaron por la mente.
¿Realmente habrían cometido un atentado contra
León? ¿Quién estaría detrás? ¿Lo habrían
envenenado o apuñalado?
Antes de la guerra de Urbino, León se había
paseado ocasionalmente entre las masas sin
preocupación, para dar apretones de manos,
bendecir niños, repartir limosnas entre las
madres, pero desde la expulsión de Francesco
184
LA HIJA DEL PAPA

María, el año anterior, y el hasta ahora exitoso


contraataque, la colorida vestimenta de la guardia
suiza podía verse por doquier. Por supuesto,
cualquier persona cercana a León estaba sujeta a
soborno, y con suficiente oro era fácil convencer a
alguien de que cometiera un asesinato.
Si bien era cierto que Alessandro había
hablado a solas con Francesco María acerca de
León, el antiguo duque no había mencionado
ningún atentado, ni le había pedido su ayuda, sino
que había guardado un silencio sepulcral. El que
utilizara el dinero de Caprarola para pagar más
soldados era algo que había dado por supuesto.
¿Habría empleado aquellos ingresos para financiar
algún otro proyecto?
En cualquier caso, el papa León había
despertado la antipatía de numerosos cardenales,
no solo entre sus enemigos jurados, como el
florentino Francesco Soderini, que lo era ya por
tradición familiar. También el joven cardenal
Alfonso Petrucci, de Siena, había pasado de ser su
acólito a un opositor manifiesto, después de que
León, tras su elección, no solo no le proporcionara
todo el «botín» que le prometió antes de
convertirse en Papa sino que, de hecho, incluso le
cortara mediante reestructuraciones y nombramientos
185
FREDERIK BERGER

tácticos en Siena la fuente de su poder y de sus


finanzas.
Mientras tanto, Alessandro había alcanzado
con sus hombres la porta Santo Spirito, donde apenas
se podía pasar. Los guardias se esforzaban por
apartar a la gente o al menos por buscar armas. Uno
de los guardias suizos reconoció a Alessandro y
le hizo señas, pero la gente se colgó en racimos
de su caballo, que piafó nervioso, relinchó y
amenazó con ponerse a cocear. Finalmente, uno
de sus guardaespaldas desmontó y guió al corcel de
Alessandro y al suyo propio a través de la
multitud, abriéndose paso lentamente hasta la
puerta.
El cardenal apenas se daba cuenta de lo que
ocurría a su alrededor. Sus pensamientos se
dirigían exclusivamente a la cuestión de quién, aparte
de él mismo, tendría opciones a suceder a León en
caso de fallecer. ¿Su primo Giulio, quizás? Como
vicecanciller prácticamente era quien tomaba las
decisiones en la curia, y era él quien encontraba todo
tipo de nuevas fuentes de ingresos, algo
absolutamente necesario.
Entonces, una idea terrorífica asaltó a
Alessandro. ¿Podría ser que Giulio de Medici
hubiera sabido, por medio de espías, que Francesco
186
LA HIJA DEL PAPA

María había visitado el palazzo Farnese? En ese


caso, ¿no podría deducir que el cardenal Farnese
había acogido al depuesto y excomulgado duque
bajo su techo para maquinar algún plan...?
Giulio era, sin duda, un estratega astuto que
ofrecía escasos talones de Aquiles. Vivía una vida
sin tacha: sin relaciones conocidas con cortesanas,
sin concubina, sin escandalosos despilfarros, sin
tendencia a la gula, asistía regularmente a misa,
medía sus palabras en los consistorios, se
mostraba objetivo y neutral, y jamás realizaba
ataques personales. Al mismo tiempo, resultaba
impenetrable, pues mantenía bien oculto lo más
importante para él: sus propios intereses.
Mientras tanto, Alessandro había logrado
abrirse paso hasta la plaza de San Pedro, y se
dirigía al palacio vaticano acompañado de su
secretario. Numerosos prelados se apresuraban
igualmente hacia allí, además de sus compañeros
cardenales, todos con semblante serio y sin decir
una palabra. La guardia suiza permanecía impotente
repartida con sus largas alabardas y su capitán
bramando órdenes sin sentido que nadie obedecía.
Finalmente, una vez alcanzada el aula regia,
Alessandro no logró ver nada salvo algunos
ropajes negros y otros iluminados por todos los
187
FREDERIK BERGER

colores de la Iglesia. El murmullo continuo,


interrumpido ocasionalmente por gritos y chillidos,
así como el aire pegajoso, hicieron que se
detuviera, desorientado.
¡Pero había alguien vestido de blanco!
Con gran esfuerzo se abrió paso entre la
muchedumbre, y de pronto se creó ante él un pasillo
y se encontró de frente con León. El Papa parecía
ileso, con el gorro ligeramente desplazado y algunos
de los botones de su alba abrochados en los ojales
equivocados. Estaba más pálido de lo que
Alessandro le había visto nunca. Justo a su lado
se encontraba su primo, y ante él, el cardenal
Alfonso Petrucci. Este gesticulaba con brazos y
piernas, enrojecido de ira, y le gritaba a León de tal
manera que se le escapaba la saliva:
—Tú, estafador, traidor, sinvergüenza, me
has engañado durante años. Esta es tu forma de
darme las gracias por haberte votado. No has
cumplido ni una sola de tus promesas, y ahora
además quieres destituirme en Siena. Debí haberte
cortado el cuello hace tiempo.
Cuando se detuvo para tomar aliento, el
Papa gritó con voz imponente:
—¡Guardias! ¡Detenedlo! ¡Llevadlo a la prisión
del castillo de Sant’Angelo!
188
LA HIJA DEL PAPA

Aquello era algo que, evidentemente, nadie


esperaba, y por eso en un principio no ocurrió nada.
León repitió la orden, el primo Giulio hizo una
señal a un par de guardias estupefactos, que no
sabían qué hacer con sus alabardas. Petrucci parecía
estar a punto de lanzarse sobre el Papa, pero
entonces, los hombres, finalmente, lo apresaron.
León repitió una vez más su orden y se llevaron a
rastras a Petrucci, entre un aluvión de maldiciones.
Todos los presentes permanecieron en
silencio horrorizado. Una alabarda apoyada en la
pared cayó de pronto al suelo, y León se estremeció
de miedo.
—Hermanos en el Señor — tomó la palabra
el vicecanciller Giulio de Medici—, se ha podido
evitar un atentado malicioso contra el Santo Padre
por muy poco. El cardenal Alfonso Petrucci, el
instigador, así como sus cómplices, consabidores y
seguidores, ya han sido descubiertos y recibirán
su castigo.
El silencio dio paso a un infierno de gritos,
chillidos, preguntas, ojos torcidos, gestos
nerviosos y manos unidas en posición orante,
hasta que Giulio logró, tras largos intentos,
establecer la paz y pedir un poco de atención. Con
palabras sin adornos explicó cómo, mediante
189
FREDERIK BERGER

labores de vigilancia secreta a los sospechosos, la


interceptación de cartas codificadas y algunos
interrogatorios minuciosos, la verdad había salido a la
luz.
El cardenal Petrucci había querido apuñalar
personalmente a León durante la cacería, pero
finalmente había renunciado a ese plan para
elaborar un nuevo complot: un médico de buena
reputación por toda Roma, pero sobornado por él,
Battista da Vercelli, sería enviado al Vaticano, donde
se ofrecería a tratar con un remedio muy especial
las heridas abiertas del Santo Padre, y liberarlo así
de todos los dolores. El Papa se mostró reacio a
dejarse tratar por un médico extraño en tan
delicado lugar, e hizo bien, pues Battista tenía
el encargo de intoxicarlo con veneno y así enviarlo
al más allá.
Una oleada de indignación recorrió a los
prelados, y durante un instante Giulio tuvo que
guardar silencio. Entonces, Alessandro preguntó
en voz alta por los cómplices y seguidores, para
asegurarse de no ser sospechoso. Giulio sonrió de
forma indescifrable cuando oyó la pregunta:
—Por desgracia, hay cómplices y partidarios
entre los aquí presentes. Todos recibirán su
correspondiente castigo. Una investigación ya en
190
LA HIJA DEL PAPA

marcha aclarará las circunstancias.


Un movimiento de la mano del
Papa interrumpió a Giulio. León carraspeó,
molesto, y comenzó, casi susurrando, a hablar, de
forma que de inmediato se creó un profundo
silencio entre sus oyentes:
—Amados hijos míos, quiero preguntaros
quién puede ampararse tras el cardenal Petrucci,
perdido de Dios. No quiero anticiparme a la
investigación, pero numerosas pistas señalan al
depuesto y excomulgado, pero aún poderoso
militarmente Francesco María della Rovere.
Encomiendo la dirección de la investigación... —
hizo una significativa pausa, se esforzó por mirar
a los ojos de todos los prelados a su alrededor,
algo sumamente difícil dada su miopía. Giulio le
susurró algo al oído, pero León lo ignoró— se la
encomiendo a nuestro hermano en Cristo, de razón
clara, al objetivo e incorruptible cardenal
Alessandro Farnese.
Alessandro sintió que una losa le caía sobre el
pecho, pero al mismo tiempo entendió que, de esta
manera, los Medici le unían aun más a su política.
Realizó una reverencia y le agradeció a León la
confianza depositada en él. Iba a prometer actuar
con estricta objetividad y examinar todos los
191
FREDERIK BERGER

indicios y declaraciones con neutralidad, cuando el


ruido de la sala volvió a crecer, hasta el punto de
que no logró oírse a sí mismo. Cuando quiso
aproximarse para hablar brevemente con León en
persona, el Papa ya había desaparecido,
acompañado de su primo.

192
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 17

Roma, Vaticano – 19 de mayo de 1517

El vicecanciller y cardenal Giulio de Medici


posó la mirada sobre el grueso cuerpo de su primo,
medio envuelto en vapores. El agua de la bañera en
la que el papa León se encontraba sentado,
tratando de aliviar sus dolores, emitía un fuerte
aroma a hierbas. El ayudante del médico
aguardaba de pie con una toalla y el agua caliente
preparadas, junto con una cacerola de polvos
medicinales y redomas con fluidos multicolores.
León gimió de dolor pero también de alivio,
pues el agua caliente probablemente suavizaba sus
padecimientos.
—Hemos reaccionado a tiempo, y ahora
debemos ser consecuentes — dijo Giulio.
—Si me hubiera dejado tratar por ese
médico desconocido, tendrías que estar preparando
ya el siguiente cónclave. Petrucci pagará con la
muerte su perfidia. Debería meterle una barra de
hierro candente por el culo, para que sepa cómo me
siento.
193
FREDERIK BERGER

León hablaba con voz baja, pero emitiendo al


mismo tiempo un fuerte silbido. Mantuvo los ojos
cerrados. Desde la habitación contigua llegaba el
rumor de movimientos pausados y voces susurradas,
y en la pared había apostada toda una hilera de
guardias suizos.
León se remojó el grasiento pecho, aun con
los ojos cerrados, e hizo que le echaran más de
aquel agua que olía a alcanfor. Gimió de nuevo,
esta vez con ánimo enteramente lloroso.
—Dime qué es lo que debo hacer ahora,
Giulio —susurró—. Yo siempre pensé que todo el
mundo me aMaría... Y ahora, ¡un auténtico
atentado encubierto! La guerra de Urbino también
me causa pesar. Francesco María está a punto
de reconquistar la ciudad, nuestros soldados
claman por su dinero. Si no fuera por nuestro
sobrino, Giovanni Popolano, el salvaje retoño de
Caterina Sforza, hacía tiempo que todo habría
acabado. Pero Giovanni les está dando a esos
renegados lo que se merecen.
Como Giulio no respondía, prosiguió:
—Ya sé que nos atormentamos de culpa en
vano. Necesitamos un golpe de efecto pero, ¿cómo?
No se consigue nada sin dinero. No podemos
presionar más a los oltramontani. Los
194
LA HIJA DEL PAPA

vendedores de bulas ya están de camino... Por


nuestros viajes a través de las tierras bárbaras
sabemos que esos bebe- cervezas campesinos
son muy pacientes, pero cuando la furia les
sobreviene, las lanzas y alabardas de sus
lansquenetes son cosa de temer. ¡Qué situación más
delicada!
El papa León hablaba sin fuerza, sin voluntad,
y eso alteraba a Giulio. Era cierto que necesitaban un
golpe de efecto, un castigo severo, y de hecho él
mismo ya había estado pensando en ello, pero la
situación en aquel momento, tras el atentado de
Petrucci, era problemática. ¿Debían jugárselo todo
a una carta? ¿Hacer algo nunca visto hasta
entonces?
—Ya veo que no sabes qué decir —exclamó
León, lloroso—. Quizá solo estés esperando hasta
que me llegue mi fin, y entonces puedas ser Papa.
—¿Cómo puedes decir semejante insensatez?
¿Acaso no te he sido leal hasta ahora?
Como León no respondía, prosiguió, no sin
darle a su voz cierto tono furioso.
—Sin mí, hace tiempo que estarías acabado.
Tú lo sabes, todos lo saben, y es algo que debe
quedar claro de una vez. En lo concerniente a tu
sucesión, diré lo siguiente: hasta la fecha, nunca se
195
FREDERIK BERGER

ha elegido consecutivamente a dos Papas de la


misma familia. Además, está Farnese, que tiene
mucho poder entre los cardenales, cuenta con gran
reputación en la curia a pesar de su concubina, y el
pueblo de Roma lo ama —concluyó, retomando un
tono marcadamente pausado y tranquilo.
León chapoteó.
—La popularidad y la influencia se pueden
comprar, y Alessandro aspira a demasiado con s u
palazzo. Despierta la envidia de las familias nobles
de la vecindad, y en todo el barrio encuentra
oposición a sus planes de construcción. Además,
una buena parte del colegio cardenalicio está celosa
de su Silvia y sus hijos, y protestan por la forma
tan abierta en que Farnese rompe el voto de castidad.
No son más que una banda de hipócritas, pero
nunca elegirían a un Farnese que viviera en
concubinato declarado.
—No estoy tan seguro de eso. En cualquier
caso, hemos perdido a muchos seguidores. Tu
generosidad ha despertado codicias que nadie
podría contener.
—Lo que yo decía. Estamos acabados.
—¡No estamos acabados! ¡Deja de lamentarte
y de lloriquear chapoteando en el agua, y
escúchame!
196
LA HIJA DEL PAPA

—Entonces, háblame, sabio primo.


¡Explícame cuál será nuestro golpe de efecto! —
León había abierto ligeramente sus hinchados
ojos, su mandíbula colgaba, laxa, igual que su
pecho.
Giulio miró a la lejanía. Apenas podía tolerar
a los hombres con sobrepeso, y a las mujeres de
ninguna de las maneras... Que ese amante de los
buffoni, comodón y autocomplaciente, estuviera
plácidamente sentado en la bañera mientras le
dejaba la tarea de pensar al bastardo de la familia...
—Debes mostrarte severo con Petrucci y sus
colaboradores, o de lo contrario otros tratarán de
derrocarte o de matarte.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Eso debes decidirlo tú mismo. Eres el
Papa.
—Así pues, hay que colgar a Petrucci,
torturar hasta la muerte al médico y al criado, los
cómplices Sauli, Riario y Soderini, quedarán
confinados en la prisión del castillo de
Sant’Angelo y perderán sus prebendas.
Podríamos tomar el palazzo de Riario, el más
grande de Roma, que nos dará seguridad frente a los
usureros y, por supuesto, los traidores tendrán que
pagar, diez, veinte, treinta mil ducados. Bien.
197
FREDERIK BERGER

Seré duro y hablaré con misericordia. ¿Con eso


saldaremos nuestras deudas?
—No, aún quedarán muchas.
—Así pues, debemos darnos por vencidos con
Urbino.
—Hay otra posibilidad...
En ese momento, se produjo una gran agitación
en el recibidor. Lorenzo de Medici, el recién
nombrado duque de Urbino, y su madre,
Alfonsina, aparecieron precipitadamente en la
habitación.
—Querido —chilló ella—, qué suerte que te
hayas salvado; la ciudad está agitada, y los
florentinos están particularmente preocupados,
Urbino está acosada. Mi Lorenzo, que sufre por
la gravedad de sus heridas, está muy afligido
por no poder haber hecho lo suficiente para
reclamar su derecho al ducado...
La inoportuna y precipitada entrada de su
cuñada hizo que Giulio tuviera que respirar muy
hondo para controlar su ira. Una vez lograda
dominar su furia, carraspeó con fuerza, y el papa
León levantó, adormilado, la mano, para pedirle a
Alfonsina que interrumpiera su inagotable discurso.
La nariz de la mujer se perfilaba hacia adelante, y
su alta y huidiza frente terminaba bruscamente en
198
LA HIJA DEL PAPA

el pelo recogido, cubierto con una fina redecilla.


«Ese maldito buitre», pensó Giulio, «y junto
a ella ese hombre afeminado, apenas un despojo
del cuñado de León, un apósito del hijo de
Lorenzo, débil, marcado por el morbo gallico,
con profundas cicatrices y repugnantes erupciones, y
un ridículo brazo en cabestrillo...».
Alfonsina se acercó un poco más a León.
—Tenemos que librarnos de Francesco María,
o intentará otra vez acabar contigo: Petrucci es solo
una marioneta que Riario y Soderini han utilizado
para sus fines, y por tanto ellos también deben
desaparecer para siempre de una forma u otra,
aunque seguirás estando en peligro por culpa de
Farnese. Os creéis que ese pequeño terrateniente
con su madre cría-ovejas es vuestro amigo, porque
estuvo viviendo tres años a nuestra costa en
Florencia, pero como Orsini que soy lo conozco,
es ambicioso, y arde en deseos de enterrarte y
convertirse en Papa. ¡Si no lo ves, es que estás
ciego!
León borboteó ligeramente entre vapores.
—Nos lleva ventaja a todos, Giulio,
deberíamos proponerla como próxima papisa.
Hablaría ante el cónclave hasta que el colegio
cardenalicio se diera por vencido y la eligieran ya
199
FREDERIK BERGER

crispados de los nervios.


—A mí no me parece gracioso—dijo Giulio,
arisco.
Hubiera preferido echar a aquella codiciosa
mujer de la habitación, pero ante Alfonsina, por lo
que él recordaba, solo había logrado imponerse
su cuñado Lorenzo, que llevaba muerto veinticinco
años.
—¿Por qué no está Petrucci colgando de la
ventana de la porta di Nona? —le espetó ella a León,
quien se estremeció horrorizado y la salpicó
inintencionadamente.
A Lorenzo, a pesar de sus forúnculos y su
pelo ralo, le pareció muy divertido y se rio, ante lo
cual ella le siseó como una víbora.
Antes de que Giulio pudiera retomar la
conversación y guiarla a su terreno, ella le
recriminó también a él:
—¿Por qué no habéis hecho huir a Francesco
María de una vez por todas? Su suegro de Mantua
lo ayuda,
¿y vosotros no capturáis a los traidores? ¿Por qué
no compráis a los venecianos para que aplasten a
Francesco María y a toda su parentela del norte?
Aquello fue la gota que colmó el vaso para
Giulio.
200
LA HIJA DEL PAPA

—¡Porque la curia no tiene dinero, solo


deudas sin fin! —le bramó a Alfonsina—. ¡Porque
ya no tenemos fondos con los que pagar!
¿Es que tu cerebro de mujer no lo va a entender
nunca? ¿Te das cuenta de que tu avariciosa
obsesión por Urbino nos está arruinando?
—¿Por qué me gritas, «primo» Giulio?
Una vez más, se repetía la misma injuria: el
malicioso tono con que ella pronunciaba la
palabra «primo» indicaba que en realidad le
llamaba «bastardo». Significaba: no eres un auténtico
Medici. En nuestra familia simplemente se te
tolera. Debes servirnos.
Giulio se levantó para seguir explayándose
con Alfonsina.
—No os peleéis —terció León
—. Todos queremos lo mismo. No nos volvamos
los unos contra los otros precisamente en
momentos tan delicados. Con eso solo favorecemos a
nuestros enemigos.
—¡Me voy! —gritó Giulio—. No tengo
ninguna gana de discutir nuestra política con
mujeres.
León borboteó de nuevo.
—Yo solo veo una mujer en esta habitación,
y tiene más agallas que muchos hombres.
201
FREDERIK BERGER

Giulio se detuvo, pues sintió la mirada de


todos los que se habían colado en la estancia,
ayudas de cámara y secretarios, jardineros y
médicos, vuelta hacia él. Todos lo habían oído...
¿Se podía ser más tonto?
—¿No me quieres explicar el plan para el
golpe de efecto? — preguntó León con tono
conciliador.
Giulio se volvió lentamente.
—Sí, quiero hacerlo — respondió—, ¡pero
solo cuando estemos a solas!

202
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 18

Roma, Vaticano, aula regia – 26 de junio de


1517

Para Alessandro Farnese, había sido una semana


tensa. Para empezar, tuvo que interrogar a los
culpables y escuchar a los testigos, pues era
necesario levantar actas y reunirlas. Ese proceso se
había alargado tanto que solo las lecturas en el
consistorio habían durado ocho horas.
¡Un martirio para cada implicado! El papa
León estuvo dormido la mayor parte del tiempo, y
entre los compañeros presentes se originó un
malestar creciente, se exigieron descanso y vino,
y finalmente las conclusiones fueron claras:
Petrucci había intentado asesinar al Papa con
ayuda de su secretario y del médico Vercelli,
otros cardenales estaban al tanto de los
preparativos y se habían implicado en ellos: una
alta traición difícilmente revocable, que ya ni
siquiera Riario negaba. En lugar de ello, se había
arrojado a los pies del Papa implorando clemencia.
¿Qué penas habría que imponérseles? Con los
203
FREDERIK BERGER

ayudantes, la respuesta era fácil: se les ponía en


manos de la justicia terrenal, lo que significaba la
pena de muerte. Pronto se llevó al médico y al
secretario hasta el ponte Sant’Angelo: allí se les
golpeó hasta la muerte ante la muchedumbre
asombrada y parcialmente jubilosa, se les torturó
con hierros candentes, se les rompieron los
huesos antes de llevarlos al lugar de ejecución en
la porta di Nona y confiarlos al verdugo quien, sin
perder más tiempo, los colgó y descuartizó.
Los cardenales, por el contrario, le suponían
a León una dificultad añadida: entre los prelados
eran numerosas las voces que se alzaron pidiendo
clemencia y él, que no era vengativo por
naturaleza, hubiera querido mostrarse benevolente,
e incluso prometió mesura en su misa de pascua.
La gente se alegró particularmente cuando sonó el
nombre de Riario.
Sin embargo, en los siguientes consistorios,
León comenzó a dudar, por primera vez despojó a
los conjuradores de sus dignidades cardenalicias y
de sus prebendas clericales, e incluso quiso ponerlos
a disposición de la justicia civil, lo que hubiera
significado la tortura y la ejecución. De nuevo se
apeló a su clemencia y a la prometida mesura, así
pues, se conmutaron las penas por multas económicas.
204
LA HIJA DEL PAPA

El vicecanciller Giulio le susurró una cifra, y el papa


León se mostró de acuerdo en que Riario debía
pagar ciento cincuenta mil ducados y ceder su
pomposo palacio al Vaticano.
En opinión de Alessandro, aquella era la
solución más inteligente. Amedrentó a los
conspiradores, proporcionó dinero a las
absolutamente vacías arcas de la curia, y al mismo
tiempo mostró a todo el mundo que el Santo
Padre estaba lleno de compasión divina y no
albergaba sentimiento alguno de rencor.
En lo concerniente a Sauli y Soderini, Giulio
tuvo que anunciar a sus compañeros que apenas se
les había podido imponer una pena de treinta mil
ducados, puesto que Sauli se encontraba bajo la
protección del rey francés, y Soderini había puesto
pies en polvorosa en secreto.
Tan solo quedaba Petrucci, el principal
acusado, aguardando su condena. El Papa parecía
incapaz de decidirse pero entonces, repentinamente,
ordenó que se le ahorcara. O que se le decapitara.
El colegio cardenalicio discutió el tema con
profusión, y alguien incluso señaló que Petrucci
debía exhibirse encadenado, gris y con los ojos
inyectados en sangre en plena porta di Nona, y nada
más.
205
FREDERIK BERGER

El vicecanciller Medici, en relación a


Petrucci, opinó que la ejecución no debía
realizarse en público, que lo mejor sería olvidarse
de traiciones e intentos de asesinato, y que el Santo
Padre debía mirar al futuro y solucionar el
problema surgido de la guerra de Urbino. Cuando
Alessandro habló del tema a solas con Giulio, la
conversación se centró de nuevo en el golpe de
efecto.
La mayor sorpresa que se llevó Alessandro fue
al traspasar por escrito las conclusiones finales de
la comisión de investigación. Él pensó que tendría
que hacer entrega de los documentos en una
pequeña ceremonia dentro del consistorio, pero se
vio defraudado. El papa León y el vicecanciller
estaban solos cuando, pensativos, los recogieron, y
eso fue todo. Al día siguiente, se convocó a
Alessandro, junto con sus dos ayudantes, de nuevo
en el Vaticano, y en esa ocasión, el Papa en
persona le informó de que el contenido de aquellos
informes debía permanecer en secreto.
Alessandro no pudo evitar agitar la cabeza en
ademán negativo, aunque entendía a la perfección
por qué León y aquella eminencia gris que tenía
por vicecanciller no querían exponer a la luz
pública el trasfondo de la conjura de Petrucci:
206
LA HIJA DEL PAPA

albergaba una ingente cantidad de transacciones


de prebendas, tráfico de influencias, sobornos, en
definitiva, corrupción. La simonía que practicaba
el Papa podía compararse con la del clan Borgia.
León repartía el dinero que aún poseía la Iglesia
a manos llenas, y su primo siempre hallaba nuevos
trucos para ir rellenando al menos los agujeros
más negros. Además de la típica compraventa de
puestos, se creaban títulos vaticanos sin función real
y se vendían al mejor postor, y por todas las
tierras cristianas del norte de los Alpes campaban
vendedores de indulgencias sin escrúpulos, cuyas
prácticas, entre tanto, había provocado protestas, e
incluso comunicados de advertencia.
Sin embargo, para el papa León las quejas no
tenían razón de ser: la grandiosamente proyectada
basílica de San Pedro debía completarse por el bien
y la salud del alma de todos los creyentes, la tropa
de favoritos y cómicos del Papa recibirían su
salario, el pueblo quedaría aplacado mediante
festejos, y la guerra de Urbino concluiría con éxito.
Cuando Alessandro Farnese se aproximaba al
portal del Vaticano para participar en el cuarto
consistorio de la semana, al que León había exigido
asistencia obligatoria de todos los cardenales, cayó
en la cuenta de que aquel día de nuevo formaba
207
FREDERIK BERGER

en fila ante la basílica la guardia suiza. Tras la


muerte de Petrucci, León solo les confiaba a ellos
su seguridad. Incluso durante las misas aguardaban
en pie junto al altar, con sus ropas multicolores, sus
largas melenas y sus relucientes alabardas.
Durante las últimas semanas habían aprendido a
ejercer un efecto intimidatorio.
Alessandro hizo que su guardia personal
aguardara en la plaza de San Pedro y se dirigió
junto con su secretario personal hacia el interior del
palacio vaticano, hacia el aula regia, donde
tenían lugar los consistorios, aunque solo doce
cardenales podían encontrarse presentes. El papa
León saludó uno por uno a sus once subordinados
evitó toda forma de reverencia, se mostró de un
humor excelente, e incluso hizo que de fondo se
entonaran cánticos sacros. Cuando el primo Giulio
apareció como duodécimo apóstol, se inició el
consistorio. El único orden del día: el
nombramiento de nuevos cardenales.
Alessandro no se sorprendió de que, tras verse
privados cuatro cardenales de sus dignidades,
fuera necesario sustituirlos, lógicamente, por
partidarios de los Medici. Sin duda, León haría que
aquellos cargos valieran su peso en oro.
El Santo Padre tomó la palabra. Habló de la
208
LA HIJA DEL PAPA

dolorosa lucha en Urbino, mencionó el anatema


de Francesco María della Rovere y de la obstinada
oposición del antiguo duque.
Mientras León condenaba el respaldo que el
excomulgado recibía a través de su suegro
Gonzaga, el vicecanciller Giulio desenrolló un
pergamino y, carraspeando sonoramente, se lo
tendió al Papa. Como si no hubiera nada más
interesante de lo que hablar, León señaló el día
más resplandeciente de verano que les había
enviado el Señor y se enjugó el sudor de la
frente. Su voz se apagó de tal forma, que los doce
cardenales se volvieron hacia él y a su alrededor se
dibujó un semicírculo cada vez más estrecho.
Finalmente, el Santo Padre se centró en el tema:
—La reforma del colegio cardenalicio se ha
convertido, tras el feliz desenlace del traidor
atentado, en una obligación inaplazable, a la que
hoy debemos consagrarnos. Para hacer frente con
justicia a todas las demandas, propongo al colegio
cardenalicio derogar la limitación canónica de
veinticuatro cardenales.
Entre los doce presentes se inició un gran
revuelo. Alessandro no se movió: tenía la mirada
fija en León, pero éste no se la devolvió.
El Papa volvió a hablar poco después, y
209
FREDERIK BERGER

basó en una serie de explicaciones tan prolijas


como innecesarias, por falsas, la necesidad de esas
modificaciones.
La inquietud se intensificó, puesto que León no
parecía capaz de centrarse en un punto concreto.
Finalmente, dijo una cifra.
O más bien, dijo dos: primero, 27; después,
31.
De hecho, su santidad, el papa León X, de la
casa Medici, proyectaba nombrar treinta y un
nuevos cardenales.
El colegio contuvo el aliento, atónito. Aquel
era el golpe de efecto del que había hablado
Giulio. Alessandro no pudo evitar torcer la boca
en un gesto burlón. Entre los treinta y uno se
encontrarían, en su mayoría, partidarios de los
Medici, solventes y dispuestos a desembolsar buenas
sumas de dinero. De aquella manera, se lograba
mejorar la situación financiera y, sobre todo,
dejar resuelta la cuestión de la sucesión. Con
treinta y un nuevos miembros, en comparación con
los doce anteriores, sería fácil alcanzar la mayoría
de dos tercios necesaria para la elección del Papa
en el cónclave.
Así, Alessandro entendió quién sería el
siguiente Papa.
210
LA HIJA DEL PAPA

León comenzó a leer los nombres de los


nombrados, empezando por aquellos que, ante la
opinión pública, resultaban intachables: generales
de las órdenes monacales, eruditos, hombres
mayores y de mérito. Le siguieron los recomendados
por las grandes potencias extranjeras: españoles,
franceses, venecianos.
—Y finalmente, una última recomendación
del joven pero sumamente virtuoso Carlos, rey de
España, y de su abuelo, el emperador Maximiliano: se
trata del obispo de Tortosa, Adriano de Utrecht, que
en otro tiempo fue educador del rey, un erudito de
reputación intachable, con una vida apostólica pura,
por lo que se me ha dicho.
Muchos de sus compañeros preguntaron a
Alessandro si conocía al obispo de Tortosa, o si al
menos sabía dónde estaba Tortosa.
—Solo he oído hablar vagamente de él, pero
debe ser un hombre de fuertes creencias, un
flamenco bastante estirado — susurró.
Los demás sacudieron la cabeza, sin
entender.
Sin embargo, pronto agudizaron el oído, pues le
siguieron los amigos de la familia Medici, y
finalmente los parientes, de los que únicamente se
sabía que tenían talento para la música, o
211
FREDERIK BERGER

directamente que eran codiciosos.


Alessandro pensó que las cosas se estaban
poniendo feas. Entre los citados se encontraban su
odiado Armellini, un tipo conocido en toda Roma
por su insaciable codicia; el datarius papal
Passerini quien, además de un alto prelado, era
un infatigable cazador de prebendas, como todo el
mundo sabía, y también dos Tribulzii. Dos hombres
de la misma familia, ¡algo así no se había visto
nunca! Alessandro se toqueteó nervioso el bonete,
y mientras escuchaba los dos últimos nombres, se
preguntó instintivamente si no habría oído mal.
No, León acababa de nombrar a Franciotto
Orsini y a Pompeo Colonna, y repitió los nombres con
el ceño ligeramente fruncido.
¡Dos antiguos condottieri! Y además de dos
familias enemigas, los Orsini y los Colonna, cuya
toma de Roma había estado mal considerada
durante siglos y a los que se había mantenido
precavidamente alejados del colegio cardenalicio
durante un tiempo. ¡Increíble! Pompeo, en
particular, era un veterano curtido en mil batallas,
impenetrable y ávido de poder, y al mismo tiempo
un engreído intrigante, como Alessandro había
podido comprobar por dolorosa experiencia
propia. No pudo evitar pensar en el contrato
212
LA HIJA DEL PAPA

matrimonial roto. Colonna debía haberle


proporcionado a León una indecente suma de
dinero para alcanzar un puesto en el colegio
cardenalicio.
Después de que el Papa leyera la lista y
pidiera la aprobación del colegio, Alessandro
solicitó una pausa. Era necesario hablar, obtener
fuerzas mediante la oración y pedirle ayuda al Señor
para tomar una decisión sabia.
—¿De verdad es necesario? — preguntó Giulio,
enojado.
—¡Sí, es necesario! —replicaron numerosas
voces.
Cuando Alessandro se dirigía junto a algunos
de sus compañeros a la cercana capilla Sixtinia, oyó
cómo Giulio le decía a su primo en voz alta:
—... que no parece darse cuenta de que otros
cardenales también pueden caer sospechosos de
traición. Hay celdas libres en el castillo de
Sant’Angelo.
A pesar de esa amenaza, se inició un fuerte
debate sobre si se debía aprobar aquella lista o no.
Los ojos se volvieron hacia Alessandro, puesto que
era uno de los cardenales de carrera más prolongada,
alguien a quien se tenía por inteligente, de juicio
valioso. Además de todo eso, era un hombre de los
213
FREDERIK BERGER

Medici, y por eso se esperaba que abogara en favor


de la solicitud.
Alessandro estaba desgarrado por dentro. El
golpe de efecto de Giulio se había maquinado
con inteligencia, y no solo mejoraría la situación
financiera, sino que le proporcionaría a los
Medici la mayoría en todas las futuras votaciones,
además de asegurarles el siguiente cónclave.
Aquello significaba, no obstante, que sus propios
planes para convertirse en Papa corrían grave
peligro. Con esa mayoría, incluso sería posible que
un segundo papa Medici sucediera al anterior.
¿Debería dirigir la sublevación contra los
Medici? ¿Debería romper su amistad? ¿Corría
peligro de que se le acusara de traición, porque le
había comprado Caprarola a Francesco María? ¿O
se guardaban algún otro as en la manga contra él?
Sin haberlo previsto ni calculado, sin poder
contar con el consejo de su astrólogo, debía
enfrentarse a una de las decisiones más duras de su
vida curial.
Como si el papa León le hubiera leído el
pensamiento, se aproximó a Alessandro.
—¿Qué? ¿Planificando una pequeña
conjura? —exclamó León de buen humor, mientras
le colocaba el brazo sobre el hombro de
214
LA HIJA DEL PAPA

Alessandro, lo apartaba a un lado y susurraba—.


¿Verdad que es listo nuestro Giulio? ¡No sé qué
haría sin él!
Alessandro torció escéptico la boca.
—¿Puedo serte sincero, León?
—Pero, ¡Alessandro! ¡Somos viejos amigos!
Puedes decirme cualquier cosa, confío tanto en
ti como en mi primo.
«¿Cómo pueden mentir así estos Medici sin
ruborizarse siquiera?», pensó Alessandro. Primero
explicó:
—No estoy del todo seguro de que todos
estos nombramientos sin precedentes no vayan a
dañar tu reputación. Debes acabar con la guerra
de Urbino lo antes posible, de una forma que os
permita tanto a Francesco María como a ti salvar la
cara.
—¿Y eso cómo puede ser?
—Haz que tu pariente, el tenaz G i o v a n n i , il
Diavolo, regrese, ofrécele a Francesco María pagar
a sus soldados y levantar la excomunión, si se
retira de Urbino.
—¿Pagar a sus soldados? Pero si ni siquiera
puedo pagar a los míos.
—Por eso desertan en masa de tus huestes.
—Es una idea arriesgada. Giulio me
215
FREDERIK BERGER

consideraría un loco.
—Además, es necesario mantener a Francia y
España fuera del conflicto. Explícale a sus
embajadores que finalmente deseas equilibrio y paz.
León dio muestras de reflexionar.
—¿Y qué le digo a Alfonsina y Lorenzo?
—¿Qué tienes que decirles? Lorenzo seguiría
siendo duque de Urbino. Además, podrías casarlo
con una condesa francesa de la casa de la Tour.
— E l morbo gallico lo hace complicado.
—Por eso el matrimonio es aun más
importante.
—Quizá muera pronto... Alessandro ya no
respondió,
pues le vino a la memoria la boda de su hija
Constanza, que debía celebrarse en tres semanas.
En los últimos días había tenido poco tiempo que
poder dedicar a sus retoños, incluida su pequeña
Constanza, que pronto pertenecería a la familia de los
Sforza.
León lo miraba pensativo, pero dirigió una
breve mirada al aula regia, donde Giulio
aguardaba solo tras los cardenales.
—Hay algo que quiero decirte, Alessandro —
susurró León—. Algunas veces, Giulio me parece
demasiado ambicioso. Sin él, estaría perdido, pero
216
LA HIJA DEL PAPA

con él, soy solo el segundo de a bordo en el


Vaticano. Tú, por el contrario, eres un amigo
sincero. Deberías ser el próximo Papa —León bajó
aun más la voz—. Te aconsejo que te separes, al
menos en cuanto alojamiento, de tu Silvia, si tienes
intención de aspirar a la forma más alta de
consagración. Entonces, nadie tendrá nada que
objetarte.
Alessandro no respondió, solo meditó, febril.
—Y para que entiendas lo serias que son
mis palabras, te diré lo siguiente: puedes hacerme
una petición —le dijo León, con mirada
conspiratoria—, una que pueda cumplir, por lo
que no puede costar mucho dinero.
Alessandro rio, y León se unió a su carcajada.
Los cardenales volvieron la vista con desconfianza.
Giulio, evidentemente, también había oído las risas.
En sus labios se dibujaba una sonrisa burlona.
—Pues bien —dijo Alessandro—. Tengo una
petición que no te costará nada: algún día, mi
hijo Ranuccio, de nueve años de edad, entrará al
servicio de la Iglesia. Para allanar un poco su
camino, me gustaría otorgarle el obispado de
Montefiascone. Para ello, necesito una autorización,
un breve que lo refrende.
León rio aun más alto, llamando de nuevo la
217
FREDERIK BERGER

atención de su primo, que con un enérgico gesto


ordenó la continuación del consistorio.
—Si no deseas nada más... ¡Está hecho!
León le dedicó unas palmaditas joviales en la
espalda.
—Sí, querido Alessandro — exclamó tan
alto, que todos los presentes pudieron oírlo—, ¡tu
deseo te será concedido! Algún día tu hijo
Ranuccio será Papa, ¡pero solo después de su
padre, por supuesto!—volvió a reír, y su risa
sonó sincera, amistosa, y sobre todo no
particularmente triunfal o intrigante.

218
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 19

Roma, palazzo Farnese – julio de 1517

Para Constanza, las últimas semanas antes de


la boda habían sido un infierno. Su padre apenas se
había encontrado presente, y cuando lo había
estado, aparecía ensimismado, o se encerraba en su
estudio. Su madre lloraba con frecuencia. En una
ocasión, sus progenitores habían discutido
acaloradamente, a gritos, algo que ella no había
presenciado nunca con anterioridad: a pesar de las
puertas cerradas, se podían entender frases sueltas
de uno o del otro. La madre había gritado: «¡Ya
no me quieres!». El padre había respondido algo
ininteligible, pero después Constanza le había
oído chillar, herido: «Me engañaron, y por esa banda
de embaucadores me estoy haciendo fuerte». Tras
una larga pausa, se había entendido de nuevo al
padre: «¡No queda otro remedio!». Y repitiendo sin
cesar: «No cambia nada».
Entonces, los sollozos de su madre se habían
reiniciado.
Al día siguiente, o al posterior, Constanza le
219
FREDERIK BERGER

había oído decir a Baldassare Molosso que el


papa León había nombrado treinta y un nuevos
cardenales. En Roma, todo el mundo se asombraba
ante este proceder nunca visto y en el Pasquino,
cercano a la piazza Navona, se podía leer:

«Cae primero una cabeza, y después caen los


ducados, el león entra en la olla y el primo huele el
guisado».

Aunque Constanza no logró entender el


sentido de ese cuarteto, Baldassare no quiso
explicárselo. Entonces, preguntó si la guerra contra
Francesco María della Rovere no terminaría
nunca. Baldassare señaló que no podía leer la mente
del Santo Padre, ni de su no tan santo primo.
Por la tarde, su madre la llamó a ella, así
como a Pierluigi y Ranuccio, y les explicó que
justo antes de la boda de Constanza, en dos
semanas, se mudaría con Rosella a la casa contigua,
que antaño había pertenecido a la tía Giulia. Era
algo indispensable, pues un concubinato abierto
podía frenar la posible elección de su padre como
Papa, y aquella era la meta principal de la familia,
que se anteponía a cualquier otra cosa.
—Naturalmente, esto no cambia nada. Podéis
220
LA HIJA DEL PAPA

venir a verme siempre que queráis.


Lamentablemente no podré estar presente en tu
boda, Constanza, pues el Santo Padre ha dado a
entender que es probable que aparezca.
Pierluigi miraba con obstinación al suelo,
Ranuccio comenzó a llorar en silencio, y
Constanza no sabía si gritar de rabia o sucumbir a
un ataque de histeria. La tensión hizo que sus
fuerzas la abandonaran: pensar en la boda,
precisamente en aquel momento en que se
encontraba repentinamente sola rodeada de mucha
gente, le hacía considerar el comportamiento de su
padre como una forma de traición despreciable. Se
desmayó.
Cuando se despertó, su padre y su madre
estaban agachados junto a su cama, cogiéndole la
mano, llorando ambos.
Pero de nada sirvió: la madre ordenó a una
miríada de criadas que llenaran sus arcones;
después, los mozos los sacaron de la casa, los
cargaron en carretillas de grandes ruedas,
desmontaron la cama, y pronto ella ya no estaba
allí. El padre cedió a Constanza la habitación de
su madre para que la joven pudiera tener más
espacio.
Al principio, la había rechazado. Sin embargo,
221
FREDERIK BERGER

cambió de opinión cuando el padre le asignó a


Bianca como doncella personal y dejó que
Ranuccio recibiera cuidado exclusivamente
masculino. La primera noche en su nuevo cuarto, no
obstante, durmió muy mal, y comenzó a visitar
regularmente a su madre. Se sentía como una extraña
en el palazzo Farnese: en el exterior, los albañiles
y obreros trabajaban armando un fuerte
estrépito; el calor del sol resultaba sofocante; su
padre casi nunca estaba.
Lo peor de todo era el comportamiento de
Pierluigi. Nadie parecía ser capaz de controlarlo.
En una ocasión, por ejemplo, pudo observar
cómo se apoyaba sobre la barandilla de su
ventana, cargaba una flecha en un arco con el que
solía disparar a los pájaros y, con toda
tranquilidad, apuntaba a un carpintero. Éste no oyó
el grito de advertencia de la muchacha, la flecha
silbó, y no acertó en la pantorrilla del carpintero
por muy poco. Cuando Constanza le gritó a
Pierluigi que debía hacer el favor de abandonar
aquellas peligrosas insensateces, él le respondió
mostrándole el dedo índice y chillando: «¡La
próxima vez, te dispararé a ti!». Entonces, había
desaparecido por la ventana.
Ese tipo de actuaciones llenaban las horas
222
LA HIJA DEL PAPA

muertas de Pierluigi, y tampoco Baldassare


lograba domesticarlo, como el profesor se
encargaba de informar, siempre entre suspiros. Ya
tenía catorce años de edad, una voz profunda,
algún pelo aislado le brotaba en la barbilla y las
mejillas, y una oscura pelusa decoraba su labio
superior. En los últimos años se había entrenado
sin descanso en todas las modalidades de armamento
posible: luchaba, cabalgaba con lanza, e incluso
manejaba el hacha de batalla. Además corría,
levantaba pesadas piedras y luchaba contra otros
jóvenes de la nobleza romana de Campo Marzo.
Rara vez se cruzaba con Constanza sin propinarle
algún empujón o tirarle del pelo, y a Ranuccio le
ponía la zancadilla o lo arrojaba al suelo de
cualquier forma malintencionada que se le ocurriera.
Su hermano pequeño no lloraba nunca, ni
siquiera cuando le hacía daño de verdad, y ni una
sola vez acudía a su padre.
Incluso hacía un par de días, Constanza se
había escondido detrás de una puerta para
observar cómo Pierluigi intentaba empujar a
Ranuccio bajo el agua mientras tomaba un baño, a
lo cual el pequeño se había escurrido y había
siseado:
«No me cogerás de pequeño como a Paolo».
223
FREDERIK BERGER

Pierluigi lo soltó, dio muestras de reflexionar


un momento y después gritó:
—¡Tú lo provocaste!
—Yo no hice nada, fuiste tú quien le pegaste
con un atizador en la cabeza. Bianca me lo ha
contado.
—¡Eso es una maldita mentira!—gritó
Pierluigi—. Si vuelves a decirlo una sola vez, te
pegaré a ti con el atizador.
Ranuccio, entonces, se limitó a reír y a hacerle
burla. Pierluigi gritó, fuera de sí y se precipitó
sobre Ranuccio, pero éste había saltado fuera de
la tina, lo había esquivado y aprovechaba que su
cuerpo mojado estaba resbaladizo para escapar.
Pierluigi lo siguió, lo atrapó finalmente en una
esquina, y lo arrastró al suelo, haciendo que
Ranuccio cayera boca abajo. Pierluigi se
arrodilló sobre los muslos del pequeño y le tapó la
boca con la mano.
Constanza iba a intervenir y a apartar a
Pierluigi del pequeño cuando contempló cómo el
mayor se abría el jubón, extraía su miembro viril
y se arrojaba sobre Ranuccio, que se retorcía
como un animal acosado. Horrorizada, la
muchacha dio un respingo y estuvo a punto de caer.
Apenas entendía lo que estaba a punto de ocurrir,
224
LA HIJA DEL PAPA

pero sabía que era algo malo, prohibido.


Retrocedió algunos pasos hacia la puerta, se irguió
y gritó:
—Ranuccio, ¿sigues en el baño? Oyó unos
ruidos ahogados, y después numerosos chasquidos, el
sonido de golpes sobre piel húmeda.
—Voy a entrar —avisó ella, pero esperó aun
unos instantes. Un fuerte chapoteo delató que
Pierluigi debía haber echado a su hermano de nuevo
en la tina.
Cuando finalmente entró en el baño, Ranuccio
se encontraba tendido en el agua, enrojecido y sin
aliento, y Pierluigi se echó hacia ella sonriendo con
malicia, pero no sin dejar de tirarle del pelo.
—¡Cerdo! —le gritó Ranuccio, con lágrimas en
los ojos.
Pierluigi se volvió y le amenazó con el puño.
—Sucio mentiroso. Algún día te cerraré esa
bocaza a golpes.
Y con esto, desapareció. Constanza secó al
balbuceante y lloroso Ranuccio. Bianca, quien en
realidad era responsable de bañar a Ranuccio,
había desaparecido, probablemente para que algún
muchacho le levantara la falda en alguna esquina
oscura del palazzo, tal y como Constanza había
visto en una ocasión, provocándole desde
225
FREDERIK BERGER

entonces extraños sueños.


A partir de aquel día, Pierluigi no había
desaprovechado ninguna oportunidad para enfadar y
torturar a Ranuccio. Insultaba diariamente a su
hermano llamándolo «enano ridículo» y
«estúpido prelado castrado». Constanza había
aparecido en una ocasión en que estaba
dirigiéndose a Ranuccio como «rata de iglesia» y
«cerdo comeprebendas», golpeándole hasta que le
sangraba la nariz, mientras Ranuccio se lanzaba
contra él, enfurecido. En contra de su costumbre,
el benjamín no dejó que Pierluigi se saliera con la
suya, y le gritó que nunca entraría al servicio de la
Iglesia, sino que sería condottiere como el abuelo
Farnese.
—Entonces, sabrás lo que es bueno.
Pierluigi lo separó de él y le espetó:
—El abuelo se llamaba Pierluigi, ¡como yo!
—¡Y el bisabuelo se llamaba Ranuccio!
—Aquí tienes tu Ranuccio — exclamó
Pierluigi, propinándole un bofetón en su ya
sanguinolenta cara.
Entonces, Constanza opinó que ya era el
momento de intervenir, se colocó junto a Ranuccio
en ademán protector y recibió un tortazo por ello.
Sin embargo, ni siquiera entre los dos tenían
226
LA HIJA DEL PAPA

ninguna oportunidad contra Pierluigi. Éste cayó de


nuevo sobre Ranuccio, que aun sangraba por la
nariz, lo agarró en una llave y lo tiró al suelo, para
posteriormente posarse de rodillas sobre el
antebrazo del pequeño, hasta que éste gritó de dolor.
Constanza gritó pidiendo ayuda mientras le
propinaba tal empujón a Pierluigi que cayó a un
lado, liberando así a Ranuccio, quien aprovechó la
oportunidad para saltar y salir corriendo.
Ella no huyó. En aquel momento, a dos
semanas de la boda, todo le daba igual. Quizá si
Pierluigi le dejaba un ojo morado no tuviera que
casarse. Quizá su padre le permitiera quedarse
con su madre. Hasta aquel momento, había
renunciado de inmediato a cualquier deseo de ese
tipo.
Pierluigi levantó la mano como si fuera a
propinarle otro bofetón, pero se contuvo, y en su
lugar la abrazó con bastedad y la besó, húmedo
y obsceno, en la boca. Aquello era mucho peor
que un golpe. La joven estuvo a punto de vomitar,
y gritó de nuevo pidiendo ayuda.
Entonces, aparecieron numerosos criados
que intentaron sujetar a Pierluigi. Al principio,
quiso defenderse, o incluso atacar a aquellos
hombres, pero cuando se dio cuenta de que no
227
FREDERIK BERGER

tenía nada que hacer ante su superioridad numérica,


se zafó en tono conciliador y señaló que no le iba
a hacer nada a su hermana.
Entonces, los envió fuera de la habitación,
orden que los criados cumplieron, pero sin
convicción.
—Solo quería mostrarte cómo se besa. Tu
Bosio Sforza, por lo que he oído, es un alfeñique
inútil, un Sforza de poca monta, de una aldea de
gallinas llamada Santa Fiora, que sin duda no sabrá
ni qué hacer cuando te monte la noche de bodas.
¿Acaso sabes tú cómo funciona? ¿Tengo que
mostrártelo?
—¡No me toques! —le gritó, pero Pierluigi
se abalanzó sobre ella como un relámpago, le tapó
la boca, la inmovilizó con la mano derecha y la
apretó contra sí.
Ella trató de darle una patada, pero la esquivó
riendo, y le apretó dolorosamente el pecho.
Lucharon, jadeando, pero él no aflojó la presa hasta
que la joven, llorando de rabia, se quedó sin fuerzas.
Finalmente, la empujó para que cayera de
rodillas, y él se colocó, sobre ella, tras ella.
Constanza sentía su aliento caliente en la nuca.
—Así es como se os tiene que agarrar a las
mujeres —le espetó—. Así es como más os gusta.
228
LA HIJA DEL PAPA

Constanza intentó morderle la mano, pero


tampoco lo consiguió.
—Me ocuparé de esa vaca estúpida de
Girolama de la misma manera la noche de bodas,
y te prometo que la ensartaré, ella gritará
«¡Aleluya!», y nueve meses después me dará un
niño, porque para eso estáis las mujeres... —le
graznó sus sucias palabras en la oreja, y después
intentó tocarla entre las piernas.
En ese momento, él se soltó con un grito de
dolor, y su peso desapareció. Una sombra había
caído sobre ella. Se arrastró a un lado para ponerse
a salvo, y vio cómo su padre había apartado a
Pierluigi tirándolo del pelo y con una rabia insólita
le golpeaba alternativamente ambos lados de la
cara, que Pierluigi se tambaleaba hacia atrás y
se veía obligado a apoyarse en la pared para no
caerse al suelo. Durante un segundo, ella temió
que se abalanzara sobre su padre, pero parecía
haber perdido el ansia asesina, y tras otro golpe,
escapó encogido.
Mientras tanto, el secretario del padre y
numerosos mozos habían entrado
apresuradamente en la estancia. Incluso
Baldassare se encontraba en la puerta, con
Ranuccio. Todos quisieron agarrar a Pierluigi, quien
229
FREDERIK BERGER

no obstante propinó un puñetazo a uno de ellos en


pleno estómago, dejándole en el suelo, mientras
que a otro le dedicaba una patada en la espinilla,
para finalmente apartar a Ranuccio a un lado y
desaparecer por la puerta.
El padre gritó a los hombres:
—¡No dejéis que salga de casa!
¡Dadle diez latigazos y encerradlo a pan y agua hasta
la boda!
Después, la llevó con palabras dulces hasta el
estudio y cerró la puerta tras ellos. Constanza se
sentía sin fuerzas, le temblaba todo el cuerpo y
rompía en continuos sollozos. No lograba calmarse,
solo repetía una y otra vez:
—¡No me quiero casar! ¡Quiero a mi mamma!
Sin embargo, su padre no le permitió salir
de la habitación. La sostuvo en sus brazos durante un
rato, después la sentó en su propia silla, se apoyó
en la pared y la miró con tristeza. Se limitó a
callar, sin siquiera consolarla, solo mirarla.
Cuando finalmente logró dominarse, él le
tendió un pañuelo para que pudiera secarse las
lágrimas. Aún se le escaparon algunos sollozos,
pero al fin su padre se inclinó sobre ella y apoyó
la cabeza de la muchacha sobre su sotana en gesto
protector.
230
LA HIJA DEL PAPA

—¿Por qué? —se limitó a susurrar ella.


—No sé lo que le ha ocurrido a Pierluigi en los
últimos tiempos...
—Mamma...
—Sí, lo sé, desde que vuestra madre se
mudó... A mí también me duele. Algún día
entenderás por qué he tenido que heriros y
desilusionaros tanto a vuestra madre y a todos
vosotros...
—Pierluigi me da miedo — sollozó ella.
—Ten cuidado de no quedarte nunca a solas
con él, y presta atención a Ranuccio: no debe
acabar como Paolo —la voz de su padre se había
vuelto quebradiza, y parecía a punto de fallarle en
cualquier momento—. Pierluigi estuvo a punto de
costarle la vida a tu madre al nacer, y tuvimos
que enviar a Tiberio, tu hermanastro, al convento,
porque Pierluigi no lo dejaba tranquilo.
Siguieron abrazados durante largo rato.
Después, él le permitió permanecer en casa de
su madre hasta la boda.

231
FREDERIK BERGER

Capítulo 20

Roma, via Giulia – basílica de San Pedro – 1


de agosto de 1517

Antes de la celebración de la boda de su


hija Constanza, Silvia estuvo planteándose un
tiempo la posibilidad de escaparse a la vieja villa
de los Ruffini, en Frascati, para respirar algo de aire
fresco y huir de la asfixiante atmósfera de su nueva y
vacía vivienda, para amortiguar la soledad,
aunque fuera mediante el recuerdo de sus tiempos
de niñez y juventud. Sin embargo, Constanza había
aparecido en su casa unas semanas antes del enlace
y se había trasladado allí temporalmente. Ésta y otra
visita sorpresa más terminaron por distraerla: la de
Rafael Sanzio, quien había oído de su mudanza a la
via Giulia y se había presentado allí dispuesto a
terminar su retrato, representando a una madonna
protectora.
Mientras Constanza permanecía sentada en
silencio, e incluso entraba a formar parte de la
imagen como un niño bajo el amparo virginal,
Rafael realizaba ligeras modificaciones en los
232
LA HIJA DEL PAPA

rasgos de la madonna y, al final de la sesión, Silvia


comprobó atónita lo profundamente marcado por un
melancólico amor materno que aparecía su rostro.
Cuando contra su voluntad las lágrimas le
llenaron los ojos, Rafael alegó, acompañando sus
palabras de una risa comprensiva y al mismo tiempo
llena de compasión:
—He quitado las lágrimas. Esta madonna es
una mujer fuerte y una protectora invencible.
Silvia no pudo hacer otra cosa más que
abrazar fuerte a Rafael sin decir palabra. Cuando
observó de nuevo el cuadro, descubrió que no solo
había añadido a Constanza como el niño protegido
por su manto, sino también a dos muchachitos
similares a ángeles que recordaban a Paolo y a
Ranuccio, así como una muchacha desconocida de
ojos ardientes. Ella se dejó conmover por la figura,
mientras Rafael la miraba sin hacer ningún
comentario.
Sin embargo, en su siguiente visita ella se
percató de a quién representaba aquella muchacha
desconocida cuando Rafael se presentó con su
pequeña ayudante Virginia. Silvia sabía la
existencia de aquella hija de Maddalena Romana
porque Alessandro había enviado al maestro de
sus hijos, Baldassare, a que la instruyera. En una
233
FREDERIK BERGER

ocasión en que el profesor le había preguntado a


Alessandro por los motivos de ese «patrocinio»,
recibió como respuesta únicamente un
malhumorado: «Al igual que Rafael, quiero librar
a la niña de la ciénaga de un futuro como
cortesana».
No intentó insistir.
Y ahora esa tal Virginia aparecía junto a
Rafael y la saludaba con cortesía. Irradiaba una
profunda y soñadora seriedad, a pesar de lo joven
que era, quizá unos diez años. Que quería a Rafael
era algo que, como madre, Silvia reconoció de
inmediato. Su mirada se posó largo rato en la
pequeña.
Pensó que, ciertamente, Virginia ofrecía un
cierto parecido con su madre, Maddalena, pero
que no había nada de Alessandro en aquella niña.
La sospecha de que él pudiera ser el padre había
surgido de inmediato, como era de esperar, en
cuanto supo de aquellas desinteresadas tareas de
«salvación» y «patrocinio». Y sin embargo
Virginia se parecía más a Rafael. Incluso
aquellos ojos tan oscuros recordaban a los del
pintor.
Durante aquella sesión se sintió relajada.
Además, cuando llevó a Rafael a tomar un pequeño
234
LA HIJA DEL PAPA

tentempié, se sintió aun más cómoda al comprobar


que Constanza parecía entenderse bien con Virginia.
Cuando las dos muchachas salieron a la terraza del
ático a tomar un rato el aire, le preguntó con
impaciencia al artista quiénes eran los padres de
aquella preciosa y dotada ayudante.
Al principio, Rafael había dudado en su
respuesta, torcido la boca y, simplemente, sonreído.
—Es la hija de otra de mis modelos de
madonna, de vuestro barrio, querida Silvia, la
donna Maddalena Romana.
—¿Y quién es el padre?
—Bien —Rafael dejó que sus palabras se
prolongaran en el tiempo —, algunas damas no
siempre saben quién es el padre de sus criaturas, si
entendéis lo que quiero decir... Sin duda, alguna
personalidad importante, con gusto e influencia.
Silvia intentó matizar el tono de su voz.
—¿Quizá un alto prelado?
¿Algún alto cargo del Vaticano?
—Quizá...

La boda se acercaba, el cuadro pronto estaría


terminado y serviría para decorar el salone de
Silvia. Ni Rafael habló de pagos, ni Alessandro
mencionó el precio cuando, la víspera de la
235
FREDERIK BERGER

ceremonia, éste visitó brevemente la vivienda y se


detuvo largo rato, pensativo, ante la pintura.
—Ha recogido de forma magistral tu esencia
—le dijo, pero se volvió con brusquedad.
Aquella tarde, Silvia, agitada, tomó la
decisión de participar en la boda de incógnito,
aunque no estuviera invitada.
Al día siguiente, Rosella la vistió con un
manto oscuro de viuda, se cubrió el rostro con un
velo negro y de esa manera marchó, a pesar de la
concurrencia, por toda la via Giulia hasta el ponte
Sant’Angelo, y desde allí, continuó hasta la basílica
de San Pedro, donde su hija se casaría con Bosio
Sforza di Santa Fiora en presencia del Santo
Padre, una distinción especial para la familia
Farnese. Llegó justo a tiempo, cuando ya iban a
cerrar el acceso. Al principio, no quisieron
dejarla entrar, pero Rosella habló con los
guardias, les susurró algo y les tendió algunas
monedas.
Las pesadas puertas se cerraron tras ellas.
Apenas Silvia se acostumbró a la penumbra, vio
ante ella al medio ruinoso, y por ello cubierto,
coro del Santo Padre, y junto a él, al
vicecanciller. Un cardenal que Silvia no conocía
celebraba la misa. Dirigió entonces la vista hacia
236
LA HIJA DEL PAPA

Constanza y el novio, hacia Alessandro, que lucía


sin vergüenza alguna su púrpura cardenalicia, y
junto a él, a Pierluigi, así como a Ranuccio, que
miraba a su alrededor en repetidas ocasiones, como
buscando algo. A su lado, la imponente figura de
Baldassare Molosso. También descubrió a la
hermana de Alessandro, Giulia, pero no a la madre
Farnese.
No conocía a la familia del novio, pero
adivinó que el grupo lejano, vestidos todos como
en tiempos de los Borgia o del ostentoso Lorenzo,
debía proceder de Santa Fiora. Tras ellos, se
alineaban numerosos miembros del clan Medici,
presididos por Alfonsina y su hijo, el duque de
Urbino, delegados de los Orsini de Pitigliano, junto
con la pudorosamente vestida Girolama, que
pronto sería su nuera. Les seguían familias
aristocráticas de Campo Marzo, florentinos, la
familia de Agostino Chigi, que se encontraba sentado
en medio de todos ellos como un príncipe, y que
debía estar presente en todas las festividades que
se dieran en la ciudad, probablemente porque no
hubiera persona en toda Roma que no le debiera
dinero.
Entonces, descubrió muy cerca de ella a
Maddalena Romana, la Magra, con su cabello
237
FREDERIK BERGER

rubio claro, que llevaba recogido en una trenza


larga y ondulada, cubierta únicamente por una
redecilla transparente. A la vista de aquella trenza,
Silvia no pudo evitar pensar en una serpiente. No,
pensaba en que Alessandro, en las hermosas horas en
las que estaban juntos, solía soltarle el pelo a ella,
a su amada Silvia, hasta que le caía por los
hombros y el pecho.
Incluso la cortesana de la nobleza del barrio,
de la congregación de su Eminencia, tenía un sitio
reservado, y se sentaba más cerca de la novia que
su propia madre. Un ataque de profundo pesar se
apoderó de Silvia, pero ella lo rechazó, se
contuvo con todas sus fuerzas y solo tuvo que
secarse ligeramente los ojos. Rosella, a su lado,
le apretó brevemente la mano, pues al parecer
también había descubierto a la Magra, y le susurró
algo al oído, de lo cual solo pudo entender «la
niña». Sí, la cortesana se encontraba sentada,
flanqueada por una anciana de negro y por la
pequeña Virginia, que miraba con curiosidad a
su alrededor. Saludó someramente a Rafael
Sanzio y después posó la mirada en Alessandro
y sus hijos, al menos hasta que Alessandro y
Ranuccio se giraron como si hubieran sentido su
mirada quemándoles la nuca como un cálido aliento
238
LA HIJA DEL PAPA

y pasearon la mirada escrutadores por entre los


asistentes.
Una pena insoportable se apoderó de Silvia.
Miró al suelo como si estuviera sumida en
profundas oraciones, se encogió progresivamente
como una anciana y así permaneció, ni erguida ni
arrodillada. La misa se celebró con fastuosidad,
con sonoros cantos corales e incluso con las
bendiciones del Santo Padre, pero Silvia apenas le
prestó atención. Tenía los ojos cerrados y
enfocaba toda su atención en visualizar imágenes en
su mente, ni siquiera entendía las promesas
matrimoniales de su hija. En lugar de ello, revivía el
sencillo nacimiento de Constanza, el espantoso
alumbramiento de Pierluigi, incluso el asalto, de
camino a casa de los Orsini, en que su madre
había sido brutalmente asesinada, y ella, la Silvia
de doce años de edad, había encontrado la
salvación en un Alessandro similar a un ángel
vengador. Se vio a sí misma destrozada en plena
noche al descubrir que su marido, Giovanni
Battista Crispo, había muerto accidentalmente
durante una cacería con Alessandro, su amante. Cada
vez más escenas e imágenes se iban desarrollando
una tras otra, como una pesadilla, hasta que de pronto
vio el rostro burlón y sonriente del pequeño Sandro,
239
FREDERIK BERGER

mirándola.
Durante un segundo.
Alzó los ojos, apretó la mano de Rosella.
El hijo de Rosella, Sandro. El hijo de
Alessandro.
La muerte del pequeño Sandro, a pesar de lo
lejana en el tiempo, perseguía aun a Silvia. Igual
que Paolo, que había muerto cuatro años atrás, el
pequeño Sandro aparecía cada noche en sus
sueños. Por las mañanas se despertaba sintiendo
que el corazón le latía como un vendaval, y creía oír
una lejana risa sardónica.
Para cuando Silvia logró librarse de los
inoportunos recuerdos, la ceremonia estaba a
punto de terminar. Aún aferraba la mano de
Rosella. Los novios atravesaban el pasillo hasta el
portal de la basílica. Tras ellos, avanzaba
Alessandro con sus hijos. Silvia hundió el rostro
y se colocó las manos frente a la cara, como si
rezara. No podía soportar la visión de su familia,
de la que había sido expulsada en un día tan
señalado como aquel. Buscó recuerdos de sus hijos,
felices, resplandecientes y sanos, para encandilar
su mente, pero no lo consiguió: Sandro, delirando en
medio de la fiebre, la miraba. Y Paolo, con
palidez mortuoria, yacía ante ella.
240
LA HIJA DEL PAPA

Cuando finalmente alzó la cabeza y se


atrevió a seguir con la mirada a la gente que se
apelotonaba por el pasillo, sus ojos recayeron en
Maddalena y en su hija Virginia. Lo que no había
sentido durante su primer encuentro con la pequeña,
la asaltó entonces: un rayo penetrante y ardiente de
celos desatados.
Fue un ataque cruel. Silvia permaneció
sentada mientras todos los participantes en la
ceremonia abandonaban la basílica. Ayudada por
Rosella, logró arrastrarse finalmente hasta la
resplandeciente luz del sol.
—¡Vámonos de aquí! —le susurró a su
doncella, y se dio la vuelta, con la cabeza
hundida y cegada por el sol.
Cuando finalmente llegaron a la casa de la via
Giulia, no supo cómo había sido capaz de realizar
todo el camino sin venirse abajo.
Dejó que Rosella la llevara hasta la cama, y
una vez allí, ya no pudo dominarse más. Se sentó ante
la madonna protectora de Rafael y observó con
atención el cuadro, sobre todo el retrato de la
pequeña Virginia. Para qué mentirse: debía ser la
hija de Alessandro. Días atrás aún había creído que
sería la hija de Rafael, pero solo era una quimera, ya
fuera porque Rafael debía casarse con la sobrina
241
FREDERIK BERGER

de un cardenal, porque no podía poner en riesgo


su ascensión a príncipe de los pintores, a papa de los
artistas del Vaticano, o quizá porque a su amante
del Trastevere le perderían los celos: en cualquier
caso, había innumerables motivos. Por todo eso
creía, no, estaba segura de que Alessandro debía
haber engendrado a Virginia.
Todo encajaba. Por aquel entonces, hacía
unos diez años, cuando se encontraba reponiéndose
del nacimiento de Ranuccio, Alessandro se había
convertido en confesor de la Magra. Por deferencia a
ella, la madre de sus hijos, debería haber practicado
la abstinencia hasta que ella hubiera repuesto todas
sus fuerzas. Sin embargo, la abstinencia no era el
fuerte de los hombres, mucho menos de
Alessandro. No podía esperar, así que buscó una
sustituta en la joven cortesana Maddalena. Ella lo
atrajo con sus cantos de sirena. A ella le parecería
bien engendrar un hijo de un hombre con la
importancia de un cardenal: tales niños siempre son
útiles para realizar chantajes. La imagen entera
creció ante sus ojos.
Sí, Maddalena estaba chantajeando a
Alessandro: por ese motivo enviaba a Baldassare
a la casa de una prostituta.
¡Y probablemente también chantajeaba a
242
LA HIJA DEL PAPA

Rafael!
¡Era increíble lo retorcidas que podían ser esas
mujerzuelas!
Silvia hubiera querido gritar. Seguía
mirando la imagen. Durante un instante, sintió el
deseo de arrancar a Virginia del cuadro de Rafael
con un cuchillo, pero entonces miró aquellos ojos
oscuros y tristes, y entendió que aquella niña no
podía cargar con las culpas de las seducciones de
su madre, o de la infidelidad de su padre, el
mismo padre que no la reconocía, a ella, una víctima
al fin y al cabo, que debía ganarse la vida
trabajando sin descanso como ayudante de un
pintor, y que probablemente acabara algún día como
cortesana...
Entonces, vio a Alessandro ante ella, vio cómo
abrazaba a Ranuccio, cómo lo tendía dulcemente
en la cuna, le daba un beso y después se marchaba
apresuradamente a Campo de Fiori para entregarse a
los brazos de Maddalena, para deslizarse entre sus
muslos y engendrar otro hijo...
¿Realmente Alessandro era capaz de
semejante traición?
Silvia se sintió tan profundamente golpeada
por el rechazo originado por la decepción, la rabia
y el rencor, que ni siquiera se percató de que
243
FREDERIK BERGER

Rosella se sentaba junto a ella. Cuando la vieja


criada, con su ojo opaco, con su nariz partida,
con aquel rostro tan similar a una máscara grotesca y
desfigurada, apoyó la mano sobre su hombro,
Silvia sintió su cercanía, como algo en lo que
poder confiar, algo que le daba fuerzas.
También Rosella había sido la madre de un
niño concebido por Alessandro. Había logrado
salir del lodazal de su barrio trabajando como
doncella para la madre de Silvia, dejando atrás
la prostitución y las violaciones, los asesinatos
por encargo y la pobreza más embrutecedora.
Había visto morir a su único hijo y se había
convertido en una cortesana respetada, pero
finalmente la furia de un amante furioso la había
convertido en víctima: Cesare Borgia, acompañado
de sus amigos, había sido el causante de su sfregio,
pues la había violado y deformado después con
brutalidad. Solo con la ayuda de Silvia y
Alessandro había logrado sobrevivir a aquel acto
de violencia. Rosella había tenido que expiar
todos los pecados de su vida, y seguía haciéndolo,
pues quien soportaba una apariencia como la suya,
se veía expuesta a que se la considerara una bruja,
una mujer capaz de echar mal de ojo, una enviada del
diablo.
244
LA HIJA DEL PAPA

Silvia sintió reponerse la fuerza de su alma. Con


voz débil preguntó a Rosella:
—¿Sabes si esa Virginia del cuadro, la
ayudante de Rafael, es realmente la hija de
Alessandro y Maddalena? —como Rosella no
constaba, prosiguió—. Siempre lo sabes todo.
¿No procedéis las dos del mismo... barrio?
—Lodazal, querrás decir.
Tras un instante, Silvia porfió.
—¿Sabes de quién me acordé cuando
estábamos en la iglesia? De tu pequeño Sandro. El
primer hijo de Alessandro.
El ojo sano de Rosella tembló.
—Perdóname, no quise hacerte daño.
No repitió la pregunta sobre los padres de
Virginia.

245
FREDERIK BERGER

Capítulo 21

Roma, via Giulia – agosto de 1517

Al caer la noche, Silvia se encontraba sentada


en su pequeña terraza, dejando la vista posada sobre
la luna menguante que aún era tan luminosa que arrojaba
sombras e iluminaba la colina del Gianicolo. Aquel
último día había sido de un calor pegajoso y la
cercanía al Tíber, cuyas pútridas emanaciones se
expandían como vapores, lo hacía casi insoportable.
Sin embargo, por la noche, una brisa expulsaba de la
ciudad los gases infernales, y con ellos el calor;
los murciélagos zigzagueaban volando en silencio, y
los pájaros nocturnos se enviaban mensajes, se
lamentaban y lloraban.
Durante los últimos días, la soledad había
sido como una pesada losa en su alma.
Alessandro había decidido que Bosio y
Constanza vivieran en el palazzo Farnese, puesto
que los Sforza de Santa Fiora no poseían ningún
domicilio adecuado en Roma, y su castillo en aquel
246
LA HIJA DEL PAPA

poblacho al norte del lago Bolsena no era lo


suficientemente representativo. Aunque Bosio había
aceptado a regañadientes, a Constanza le parecía bien,
por motivos evidentes, siendo ella misma, la madre
exiliada, uno de los principales.
Sin embargo, desde la boda, la pareja de recién
casados aún no había encontrado tiempo suficiente
para visitarla.
Tampoco Alessandro.
Aunque Silvia comprendía que debía ejercer de
víctima, el dolor no remitía. ¿Un cardenal, incluso
un Papa con familia? Tras los Borgia, se había
producido entre muchos dignatarios un cambio de
mentalidad, visible en el descontento por el
concilio de Letrán, celebrado cinco años atrás, sin
que se le prestara demasiada atención ni se tomara
en él ninguna determinación significativa.
Alessandro hablaba esporádicamente de ello.
¿Estaría en posición de derogar el voto de
castidad en caso de que llegara a Papa?
Entonces, sí, entonces podrían unirse en el
altar, y jurarse amor y fidelidad entre el júbilo de
la cristiandad y de sus más o menos competentes
sacerdotes. El padre de los creyentes se presentaría
legítimamente como leal progenitor y amante esposo.
Sentaría un modelo y ejemplo contra la hipocresía
247
FREDERIK BERGER

y la traición, el desenfreno oculto y la inmoralidad.


Ya no importarían las apariencias, sino la reflexión
sobre las pasiones internas de los creyentes, y la
confianza en la gracia del Señor.
Silvia se levantó sobresaltada cuando creyó
haber notado que una sombra se movía.
—¿Rosella? —llamó.
Una mano tierna le acarició el pelo, le tapó
los ojos y la besó en la frente.
¡Alessandro!
Ella se precipitó sobre él y lo besó en la
boca, abrazó su cabeza contra su pecho, le susurró
palabras que hacía mucho que no pronunciaba.
Él posó los dedos en sus labios.
Oh, Alessandro —suspiró ella.
El padre de sus hijos aún no había dicho
una palabra. Suspiró igualmente y se irguió para
apoyarse en la barandilla y dejar que la luna
iluminara sus rasgos. Cuando cerró los ojos, su
rostro relució calcáreo, como el de un muerto. Ella se
deslizó rápidamente hacia él, tomó su cara entre las
manos y lo besó de nuevo.
—Te he echado de menos.
—Yo a ti también.
Mientras se apoyaban juntos en la barandilla,

248
LA HIJA DEL PAPA

Silvia le preguntó por la boda de Constanza, y


Alessandro le informó en pocas palabras de la
marcha de la ceremonia, y del gran banquete en el
palazzo. Incluso León se presentó, miró con
curiosidad la construcción y habló con Sangallo,
pero no permaneció mucho tiempo.
—Tampoco comió nada.
—¿Estaba enfermo?
—No, pero una antigua disposición establece
que el Santo Padre no puede compartir mesa con
una mujer.
Silvia no pudo evitar soltar una carcajada.
—León debe querer subir al cielo a toda
costa.
—Sobre todo porque su primo Giulio,
particularmente, habla largo y tendido acerca de la
conveniencia de volver a la sencillez de la vida
apostólica primitiva, mientras que l o s buffoni
bailan en torno al Papa con sus estúpidas bromas,
los poetas componen versos espantosos, los
instrumentos de cuerda se tañen, y las mesas casi se
rompen por la abundancia de platos que sustentan.
En cualquier caso, León come realmente de forma
muy contenida, es su séquito el que traga sin mesura.
Silvia le preguntó por el nombramiento de los
treinta y un cardenales, así como por en
249
FREDERIK BERGER

transcurso de la lucha en Urbino. Alessandro se


mostró lacónico, y se limitó a señalar que León,
mediante fuertes intervenciones diplomáticas, había
obtenido algún éxito, pero la reputación del Papa
se había echado a perder. Su voz denotaba amargura.
—León sigue sin entender de qué le hablamos
cuando tratamos de convencerlo de su despilfarro.
Se echa a reír y dice: «Dejadnos disfrutar la vida
mientras dispongamos de ella. ¿Para qué si no nos ha
sentado Dios en la cátedra de San Pedro?». Ha vuelto
a anunciar su visita a Capodimonte para octubre:
quiere cazar aves en la isla Martana, pescar en el
lago Bolsena, festejar y filosofar. Una diversión
cara, esta visita anual de nuestro amado
pontífice.
Alessandro guardó silencio hasta que Silvia le
preguntó:
—¿Crees que lo dispondrá todo para que puedas
sucederlo?
Él estalló repentinamente:
—Tras su muerte perderá su influencia. En
cualquier caso, el hombre decisivo en el Vaticano no
es él, sino Giulio. Si todo sigue como hasta ahora,
será Giulio quien suceda a León en la cátedra de
San Pedro. La facción de los Medici ha crecido
tanto que no se puede hacer nada en su contra, y si
250
LA HIJA DEL PAPA

hace resonar el saco de las monedas, obtendrá


los dos tercios, sin importar que no haya ningún
precedente por el cual se hayan dado dos papas
consecutivos de una misma familia. Los Medici
son intrigantes de talento: no dejarán que se les
vuelva a escapar el poder de las manos. Y a mí
ya me han engañado.
Silvia esperaba que él siguiera explayándose
sobre sus sentimientos al respecto, pero
simplemente añadió:
—Hablemos de cosas más agradables.
—¿De los niños? —preguntó ella con cuidado,
tras unos instantes.
Él se dio la vuelta y miró hacia la luna. Desde
el Tíber resonaban algunos gritos, y en la lejanía
chillaba un grupo de borrachos. En e borgo Vaticano
parecía arder una casa: un resplandor rojizo y nubes
de humor se elevaban por el cielo. Las iglesias
anunciaban la llegada de la media noche, pero
nadie parecía tener intención de avisar del
incendio.
—Ya no sé si merece la pena luchar.
—No puedes rendirte, Alessandro. Si no,
nuestros sacrificios habrán sido en vano.
Tras unos instantes, él añadió con voz ronca:
—Todavía no he olvidado la muerte de Paolo.
251
FREDERIK BERGER

Me temo que tendré que ofrecer demasiadas víctimas,


que tendré que sacrificar a demasiadas personas. A
ti, y a los niños. Tendré que pagar por todo. En la
mayoría de los casos, no se trata de ducados, sino
de almas, y de la vida de mis seres queridos.
—Me das miedo, Alessandro — Silvia le había
cogido la mano y la apretaba contra sí.
—Pierluigi ya me preocupa. Es brutal y muestra
ciertas inclinaciones cada vez más desarrolladas...
Ya al nacer estuvo a punto de matarte...
—¡Pero no lo puede evitar!
—El propio Ranuccio es demasiado débil
para entrar en la Iglesia. No es lo suficientemente
ambicioso.
—¡Nuestro pequeño Ranuccio! Necesita
tiempo, debes dejarlo crecer. Al menos
Constanza ha cumplido con tus expectativas, por el
momento.
—¡Oh, mi pequeña! Creo que ya no me quiere,
desde que tuviste que dejar el palazzo.
—Y a mi Tiberio apenas lo mencionas. Tú
siempre le has gustado, y parece que evoluciona
positivamente en el convento. Ha ascendido ya
varios puestos en la jerarquía. Quizá llegue a
cardenal incluso antes que Ranuccio.
—Quizá.
252
LA HIJA DEL PAPA

Alessandro parecía cada vez más lacónico


y tan sumido en sus propios pensamientos, que
apenas seguía lo que ella le decía. Quizá
pensaba en Sandro, en Virginia...
¿Debería hablarle directamente de aquella niña?
—¿Estás ahora escribiendo alguna de tus
historias? —preguntó él, sin intermedio.
Dudó un instante en su respuesta, y después
comentó:
—Escribo sobre una noche de bodas secreta
entre un monje y una pequeña pescadora... en la
isola Bisentina.
Él rio con suavidad.
—Escribes como una sirena — dijo, y ella
entendió la alusión a su primera noche de amor en
la roca de las Sirenas de aquella isla, hacía veinte
años.
—Pero ya no consigo seducir a los hombres
—repuso ella, y se enfadó de inmediato consigo
misma por aquel comentario tan torpe.
Alessandro lo pasó por alto. Ella cambió de
tema.
—Por cierto, durante la boda, a la que asistí
en secreto, vi a Maddalena Romana, tu confesada,
y a su hija Virginia. Rafael ha aparecido aquí
alguna vez con la chiquilla.
253
FREDERIK BERGER

—Me gustaría echarle un vistazo rápido al


cuadro. El precio fue desorbitado, pero ha
quedado precioso.
—Le pregunté por el padre de Virginia —hizo
una breve pausa.
Alessandro no reaccionó.
—Creo que se parece mucho a
Maddalena. A ti, no tanto.
Finalmente, había revelado sus sospechas.
Alessandro guardó silencio. Ella no se
atrevía a mirarlo.
—¿No me quieres leer algo del canto de las
sirenas? —preguntó él, finalmente.
Ella suspiró, decepcionada. Él no se atrevía a
admitir que Virginia pudiera ser su hija, igual que
entonces, cuando al principio había sido incapaz de
confesar que Sandro fuera de su sangre.
—El cuento no está terminado.
—Siempre habrá un final para él. A mí lo
que me interesa es la boda secreta.
Que ella recordara, nunca le había leído a
Alessandro ninguna de sus historias con
anterioridad. Sin embargo, cuando recordaba aquella
noche en la que sus destinos se habían sellado...
¿No brillaba así la luna entonces, como un
vibrante resplandor sobre el agua?
254
LA HIJA DEL PAPA

—Bien —susurró ella—. Iré a por velas.


Alessandro permaneció apoyado en la
barandilla mientras ella se recostaba finalmente
sobre la tumbona y comenzaba a leer. Arrastrada
por el remolino de palabras, olvidó aquello que la
había torturado y apenas se dio cuenta de que
Alessandro se tumbaba junto a ella.
Siguió leyendo, hasta que él recostó la cabeza
sobre su cuerpo.
Finalmente, cesaron las palabras.

255
FREDERIK BERGER

Capítulo 22

Roma, palazzo Farnese – agosto de 1517

Cuando Constanza se despertó, su primer


pensamiento fue: «otra vez, no».
Se frotó los ojos, miró a su alrededor,
observó el baldaquino rojo oscuro de la cama,
finalmente se irguió y contempló el cuerpo desnudo y
medio enroscado sobre sí mismo de su desde hacía
pocos días legítimo marido Bosio. De seguir así,
nunca engendraría un hijo, pues era, como Rosella
había descrito en una ocasión, «cojo de la tercera
pierna». En ese caso, ¿se le concedería la dispensa
para el divorcio? Su padre podría interceder ante el
papa León.
El cabello ligeramente rizado de Bosio yacía
desordenado sobre los cojines, sus ojos
ligeramente saltones permanecían cerrados, pero las
pupilas se agitaban violentamente bajo los párpados
como si pudiera ver a la perfección con la luz
matinal que se colaba por los postigos. Su
barbilla marcada, ligeramente surcada de
pequeñas cicatrices se movía, como si quisiera
256
LA HIJA DEL PAPA

morder, e incluso suspiraba. Probablemente


soñaba.
Constanza pasó cuidadosamente los dedos por
el oscuro vello de su pecho. Él tembló, pero siguió
cautivo de sus s u e ñ o s . Su miembro permanecía
oculto bajo las mantas. A la joven le tentó la idea de
apartar la sábana a un lado.
¿Y entonces? Cierto era que su madre, e
incluso Rosella, le habían hablado en alguna
ocasión de la noche de bodas, de los embarazos y
el parto, y le habían aconsejado que no opusiera
resistencia a Bosio, que sin duda él sabría lo que
hacer, y en caso de necesidad podía ayudarse de
sebo de verraco perfumado. Tendría que soportar
el dolor inicial, y la sangre posterior que
conllevaban la pérdida de la virginidad y que
alegraban a los hombres, incluso animándolos a
continuar. Pronto el dolor daba paso al deseo, y la
sangre a otros fluidos... Ya lo vería.
Sin embargo, lo que ella había experimentado
había sido muy diferente.
Había conocido a Bosio diez días antes de la
boda, en el palazzo de su padre, en presencia de
toda la familia Farnese y Sforza, pero naturalmente
sin su madre, vetada en la casa. La tía Giulia, que
entretanto había llegado de Nápoles sin su
257
FREDERIK BERGER

extraño marido, la había observado de la cabeza a


los pies y había hecho traer un vestido de
terciopelo rojo que ella misma había lucido el día
que su destino y el de su hermano, y el de toda su
familia por extensión, se había sellado para
siempre. Aunque Constanza ya había elegido un
vestido azul de seda, con un chal rojo y mangas
blancas cortadas que, no obstante, no precisaban
de costura, le dio la alegría a su tía Giulia de
ponerse su traje. La sentaba muy bien. Mientras
se ondulaba los rizos sobre las orejas y se cubría
con polvos la verruga, se sintió mucho mejor. Tan
solo el escote bordeado de puntillas blancas era
demasiado generoso para anunciar el casamiento
con un Bosio Sforza di Santa Fiora, aunque ella lo
llenaba. O quizá precisamente fuera porque lo
llenaba con autoridad por lo que resultaba tan
atrevido.
Apenas Bosio la miró a ella y a aquel escote a
lo bella Giulia, abrió los ojos como si nunca hubiera
visto a una joven. Realmente la devoraba con los
ojos, y según le confesó en la noche de boda, se
enamoró de ella en aquel momento. Sus
blanquecinos ojos grises no querían separarse de
aquel vestido de terciopelo y de su desbordante
escote, le cogió la mano entre sus húmedos dedos, y
258
LA HIJA DEL PAPA

le besó la punta, lo que probablemente se


consideraría muy aristocrático entre los campesinos,
gallinas y cerdos de Santa Fiora.
El padre Sforza intentó no demostrar lo
impresionado que estaba con el palazzo Farnese,
y particularmente con su inacabable ampliación,
mientras que la madre Sforza, a su lado, parecía
una gallina atolondrada. Tras ellos, los hermanos
de Bosio, quienes no tardarían en desaparecer
guiados por Pierluigi.
Cuando más tarde, durante el banquete de
compromiso, había aparecido el papa León, los
progenitores Sforza habían perdido el habla.
Sin embargo, Bosio, junto a ella, permanecía
con su mano sujeta, algo que la ponía muy nerviosa.
El padre sonreía indulgente, mientras que
Pierluigi los observaba despectivo, hasta que
finalmente desapareció con su cortejo de recién
adquiridos parientes. Por orden de su padre,
Ranuccio vestía una especie de sotana sacerdotal
para niños, en la que se sentía tan visiblemente
incómodo que permaneció callado casi todo el
tiempo, y ni siquiera respondió al comentario,
entre afectuoso y burlón, que le hizo el Papa. Solo
cuando Pierluigi, en plena tertulia, lo llamó
«nuestro pequeño papa», mudó brevemente su rostro
259
FREDERIK BERGER

en una máscara de ira contenida.


Sin embargo, el día de la boda en su totalidad
fue aun más detestable para Constanza. La ceremonia
en San Pedro, con el Santo Padre y sus cardenales
al frente, y todo un templo repleto detrás, la alteró
tanto que tuvo que sentarse casi desmayada,
arrodillarse y decir sus palabras de forma
ininteligible. Cuando finalmente abandonaron la
basílica, seguidos de todos los altos prelados, buscó
entre la multitud de invitados a su madre, pero no
la encontró, estando como estaba la gran escalera a
la plaza de San Pedro, como comprobó al salir
al exterior, llena hasta reventar.
Por la noche, su padre los guió hasta el lecho
nupcial, que estaba adornado con profusión,
sembrado de hierbas aromáticas y con las sábanas
densamente perfumadas, y después de dedicarles
un rezo y las sonrientes bendiciones paternales, se
volvió para irse, a pesar de que la tradición
marcaba que debía haber testigos hasta que el
matrimonio se hubiera consumado finalmente, y la
virginidad de la doncella hubiera llegado a su fin.
Eso era precisamente lo que Bosio había
temido, como más tarde le confesaría, y sudó aun
más.
Finalmente, no obstante, estaban solos. Después
260
LA HIJA DEL PAPA

de su padre, Bianca dejó la habitación, no sin


antes saludarla una última vez.
Nada ocurrió. Bosio se sentó en el borde de la
cama, aparentemente para rezar.
Ella fue apagando todas las velas.
Las volutas olorosas le robaron prácticamente
la conciencia, y el calor veraniego era sofocante.
Así pues, se tendió sobre las sábanas y esperó.
Bosio esperó también, rezó, suspiró, se volvió
finalmente hacia ella y le besó el abdomen e incluso
en los pechos. Era agradable. Sin embargo, no fue
a más.
Se tendió un instante junto a ella, también
boca arriba, y sudó. Inició frases con «Lo cierto
es que...» y «En Santa Fiora...», después comentó que
se encontraba mal y que necesitaba orinar en la
bacinilla.
Ella esperó. En un momento dado, se quedó
dormida, pero se despertó de nuevo cuando
Bosio directamente se arrojó sobre ella, le separó
las piernas, le hizo daño con sus puntiagudas
rodillas y maldijo. Ella sintió como él se manoseaba
el lugar necesario para la unión del novio y la
novia, pero finalmente se retiraba y le volvía de
nuevo la espalda.
Aunque había comido y bebido demasiado
261
FREDERIK BERGER

aquella noche, Constanza se durmió finalmente.


A la mañana siguiente, Bosio no se atrevía a
mirarla, mientras que Pierluigi sonreía irónico, y el
padre los observaba con curiosidad. Ella se retiró
a su baño con Bianca, hizo que la refrotara a
conciencia y le informó de todo con pelos y señales.
Bianca sonrió compasiva y mencionó su última
conquista, con el que, en cualquier caso, no pensaba
casarse, porque era un mozo de cuadra, un pícaro,
y nada más que un peón que olía a establo. Para
el matrimonio, ella solo tenía en mente a un artesano
con tienda propia, preferiblemente un panadero, un
fabricante de cajas o un hojalatero. Esos siempre
eran necesarios.
—A los que se ganan la vida como soldados
no les dejo que me pongan ni un dedo encima. No
traen nada más que enfermedades, se ausentan con
frecuencia, pegan a sus mujeres y a sus hijos,
mueren en cualquier sitio, en algún cuartel de
invierno perdido, ya sea de la peste o, lo que es
peor, vuelven lisiados y esperando que se los
cuide. Los soldados son la última opción, te lo
aseguro. Alégrate de que tu Bosio no sea un
capitano.
El agua de la tina estaba agradablemente
cálida, Bianca había estrenado un jabón de olor
262
LA HIJA DEL PAPA

fuerte, un producto verdaderamente caro traído de


Constantinopla, que un importante invitado a la
boda le había obsequiado como regalo.
Bosio había salido por la mañana a cabalgar
rumbo a los viñedos de Roma y después
acompañaría a sus padres a la porta del Popolo.
Durante la segunda noche, no se produjo ningún
intento. Bosio recostó la cabeza sobre su pecho,
incluso llegó a lamerle un pezón, algo que a ella le
pareció realmente grato, pero que no llevó a nada
nuevo. Finalmente, él se tendió a su lado, le susurró
de nuevo al oído lo mucho que la amaba, lo
orgulloso que estaba, que siempre la adoraría y que
le gustaría bendecir a su suegro con innumerables
nietos, como agradecimiento.
Constanza habló a la mañana siguiente con
Bianca sobre el sebo perfumado. Bianca se partió
de risa.
—Nunca había oído hablar de ello. ¿Para qué
sirve?
Constanza intentó explicarle lo que Rosella le
había contado.
—Sí, esa vieja bruja probablemente lo
necesitaría, o quizá haya damas importantes que con
el tiempo se hayan secado.
Constanza le propinó un bofetón a Bianca,
263
FREDERIK BERGER

porque pensó que había ofendido a su madre.


Bianca la miró brevemente con los ojos prietos, se
disculpó y la aconsejó que, la próxima vez,
intentara untar bien la «colita» de Bosio. Quizá la
fuerza del verraco se traspasara a tan importante
parte de la anatomía masculina.
La noche siguiente, siguió el consejo. Y
funcionó: la «colita» creció hasta un tamaño
impresionante, pero Bosio parecía considerar su
conducta como algo desagradable, y volvió a
susurrarle sus palabras de amor. En aquel
momento, a ella no se le ocurrió utilizar la grasa
ella misma.
Por algún motivo, seguía sin conseguir lo
que todo el mundo esperaba de ella.
La familia Sforza se marchó, y como Bosio no
tenía que soportar la orgullosa mirada de sus padres,
no se separó de su lado. Visitaron a su madre,
acompañaron a la tía Giulia en una excursión al
monte Pincio, donde merendaron. Bosio perdió un
poco de su timidez inicial, sobre todo porque le
había cogido un cariño manifiesto y expresivo.
Naturalmente, Bianca se dio cuenta de ello, que en
un momento de intimidad le aconsejó a Constanza,
no sin sorna, que le dejara una noche a Bosio a su tía.
—¡Verás que pronto te lo endereza!
264
LA HIJA DEL PAPA

Una sonora bofetada fue la respuesta a ese


consejo.
La noche siguiente, Constanza se abstuvo de
utilizar el sebo, escuchó las promesas de amor
de Bosio y se quedó dormida. Era entonces, a la
mañana siguiente, cuando se encontraba recién
despierta sobre la manta, y tomaba completa
consciencia de la imagen que se le había
aparecido en un sueño tremendamente vívido: veía
a un hombre de cabello largo, apacible, con cierto
aire soñador, y una mirada un tanto triste. Un hombre
fornido, de anchos hombros, caderas fuertes, que
cabalgaba desnudo sobre su corcel negro, oscilando
arriba y abajo sobre su silla de montar. Sus dedos
jugueteaban con las riendas, y posteriormente lo
harían con ella de una forma distinta.
El hombre del sueño no podía ser otro más
que Francesco María, con quien se había encontrado
un par de semanas atrás, de forma tan inesperada
como breve.
Su padre se había encontrado con un hombre
vestido con hábito de monje. Habitualmente no
frecuentaban el palazzo demasiados monjes, o al
menos ninguno que tuviera el aspecto de ganarse la
vida mendigando. Su padre no se llevaba bien con
los franciscanos y con otras órdenes mendicantes.
265
FREDERIK BERGER

Aun más inusual era que el padre


desapareciera en su estudio con el monje y se
encerraran allí. Solo hacía algo así cuando quería
analizar el futuro con el astrólogo Luca Gaurico.
En realidad, no debía haberse encontrado en
palacio, pues aquellos días dormía en casa de su
madre. Sin embargo, aquella mañana había
soñado con el imponente palazzo y quiso hablarle
a su padre al respecto. El motivo real, no obstante,
era que le echaba de menos. El opresivo dolor de
su madre la sofocaba y hundía su ánimo. El
padre, por el contrario, parecía pensativo, pero la
miraba con el mismo afecto de antaño y la
abrazaba con frecuencia. Le decía que nunca la
dejaría ir, que era la niña de sus ojos, que incluso
crecida... Se interrumpió, la besó en la mejilla y
suspiró.
—Tu Bosio tendrá que cumplir con su
obligación. Pero no se llevará a mi niña de mi lado.
Ella le devolvió el beso y respondió:
—No, papá, tu siempre serás mi favorito.
Sonó un poco anticuado, y ella no pudo evitar
reírse un poco de sí misma. Él le apartó el pelo
revuelto de la cara, se lo colocó con suavidad tras
una de sus prominentes orejas y la miró largo rato,
inquisitivo. Ella creyó reconocer un resplandor
266
LA HIJA DEL PAPA

húmedo en sus ojos.


La mandó de nuevo junto a su madre y
mientras ella se ponía en camino, vio cómo su
padre desaparecía en el estudio con el monje.
Movida por la curiosidad, esperó. Ambos
tendrían que abandonar el despacho más tarde o
más temprano. Finalmente, salieron, y se asustaron
por su presencia. Ella dio un respingo al ver al
monje, al que apenas reconoció: Francesco María
della Rovere, el duque de Urbino depuesto por el
papa León, que había reconquistado su ciudad a
principios de aquel año, pero que posteriormente,
tal y como la tía Giulia le había comunicado
indignada, la había tenido que abandonar de
nuevo.
Francesco María la observó con curiosidad y
sonrió. Le sonrió como ningún otro hombre le había
sonreído jamás. Casi cae de rodillas ante él, pero
el invitado la tomó de la mano y se la besó como un
auténtico gentiluomo. El padre se limitó a decir
con sequedad:
—Este encuentro no se ha producido nunca,
¿lo entiendes?
¡Nunca!
Ella le sonrió a Francesco María, que añadió,
explicativo.
267
FREDERIK BERGER

—Es un asunto de vida y muerte. Y también


de vuestro futuro.
—¡Ni una palabra! ¡A nadie! — siseó el padre,
cogió a Francesco María del brazo, le colocó la
capucha sobre la cabeza y desapareció.
Mientras Constanza contemplaba el baldaquino,
vio a su a d o r a d o gentiuomo ante ella. El destino
no se había portado bien con ella, pues aquel
hombre estaba casado con Eleonora Gonzaga, de
Mantua, y no con Constanza Farnese, de Roma.
Francesco María no habría fallado en la noche de
bodas...
Bosio se movió junto a ella. Parecía
despertar de su sueño. De hecho, su mano vagó
hacia ella, buscando sujeción. Ella ya se había
acostumbrado a que estuviera cubierto de sudor,
pero aquel día parecía particularmente húmedo.
—He tenido un sueño —oyó ella que le
susurraba.
Constanza emitió un gruñido afirmativo y
dejó que la mano de él se posara en sus senos.
—Tu hermano Pierluigi me acechaba y me
atacaba con una lanza.
Lo último en lo que ella quería pensar aquella
mañana en que aún se estaba desperezando en la
cama era en Pierluigi.
268
LA HIJA DEL PAPA

—¿Y te alcanzaba? —preguntó ella, no


obstante.
—Hui.
—Me lo puedo imaginar —ella vio en él una
clara agitación.
—A un convento de monjas.
La joven no pudo evitar reírse.
—Sí que te pareces a una monja, sí... —
aunque no lo dijo con maldad, tampoco pudo
reprimirse.
—Allí estaba seguro, y todas las monjas se
desnudaban.
Apartó la mano y empezó a sonar diferente.
Su voz parecía más grave, se apoyó en la cama y
miró a Constanza a la cara, justo antes de besarla
en la boca. Con bastante torpeza. Cuando su
lengua se abrió paso entre sus labios, ella se
estremeció. Entonces, las manos de su marido
recorrieron todo su cuerpo, hasta una zona que en
aquel momento se encontraba inundada de una
extraña sensación. Cuando ella trató de
incorporarse, él la apretó contra los cojines y se
arrodilló entre sus piernas.
Aquella mañana, Constanza perdió la
inocencia.

269
FREDERIK BERGER

Capítulo 23

Roma, palazzo Farnese – 2 de mayo de 1518

Su querida hija Constanza sonreía a


Alessandro con felicidad. Un par de días antes,
había traído al mundo a su primer hijo, Guido
Ascanio, y ahora se lo llevaba a él, aún débil por
los rigores del parto, y se lo tendía con alegría para
que lo bendijera de inmediato. Como aún no había
recibido las órdenes superiores, llamó de inmediato
a su delegado en el obispado de Santi Cosma e
Damiano para que, según el reglamento canónico, el
niño fuera bautizado por un sacerdote
consagrado.
Bosio resplandecía de orgullo paterno, y
recibió con gusto el abrazo que le dedicó, en un
arrebato de afecto sincero, el agradecido y
profundamente satisfecho Alessandro. Silvia
parecía cubierta por un velo oscuro, besó a su hija
y meció al recién nacido, hasta que Guido
Ascano, probablemente por hambre, se echó a llorar,
y Bianca lo recogió para llevarlo de inmediato a
donde se encontraba su ama, limpia, sana y
270
LA HIJA DEL PAPA

amorosa. Incluso Pierluigi se vio obligado a


dedicarle un par de palabras de reconocimiento a
su primer sobrino, mientras que Ranuccio se
sentaba pacientemente junto a la cuna y lo mecía
hasta que se quedaba dormido. Le cantó
fragmentos de cánticos de misa, el Gloria in
excelsis deo, y el Agnus dei, y por supuesto Kyrie
eleison. El pequeño se dormía feliz, e incluso
torcía la boca en un intento de sonrisa.
Alessandro había hecho venir a Luca Gaurico,
que le realizó una detallada carta astral, y le
pronosticó al primer nieto del cardenal, mediante la
luna nueva en tauro, una vida ciertamente tranquila,
atada a la tierra, descansada y apegada a los
placeres materiales. Sin embargo, la luna oculta
hablaba de un secreto que llegaría a desvelarse algún
día.
El pequeño Guido Ascanio tenía tres días
cuando Alessandro recibió el largamente prometido
breve que permitía a su hijo Ranuccio, de diez años
de edad, tomar de su padre los beneficios del
obispado de Montefiascone y Corneto. En aquella
ocasión, Alessandro no había redactado él mismo
el texto, sino que se lo había tenido que dejar
encomendado al vicecanciller y primo del Papa,
algo que no le había agradado en lo más mínimo.
271
FREDERIK BERGER

¡Y con qué razón se había mostrado escéptico!


Pues no solo había tenido que esperar largo
tiempo a que se le expidiera el documento, sino
que cuando finalmente le llegó, leyó con asombro y
espanto su contenido. En el certificado se
mencionaba, de hecho, que la madre del
muchacho, una donna de una prominente familia
romana, se encontraba ya muerta. Mortua, leyó por
segunda vez.
Se le entregaría a Ranuccio el breve en medio
de una pequeña celebración familiar. Todo estaba
preparado, Bosio se había separado de la cuna de
su Guido Ascanio y Ranuccio apareció
acompañado de Baldassare, vestido de obispo, pero
ofrecía un aspecto que presagiaba cualquier cosa
menos orgullo. Su rostro delataba una tristeza
que llamaba a la compasión. Pierluigi sonrió con
malicia y se burló del «pequeño papa»,
mencionando con sorna «el carnaval», «la
mojiganga», lo que hizo que Ranuccio se viniera
abajo. Tras las palabras de ánimo de Baldassare, se
repuso, amenazó a Pierluigi con el puño y, cuando
este se rio sardónico, le lanzó su báculo obispal,
con lo que se ganó una dura reprimenda de
Alessandro.
Por suerte, ni Silvia ni Constanza estaban
272
LA HIJA DEL PAPA

presentes. Aunque la joven había querido formar


parte del acontecimiento, se había sentido finalmente
indispuesta y permanecía en la cama. Su madre había
decidido hacerle compañía.
Entonces, llegó el momento de la verdad.
Alessandro le había dado mil vueltas a la manera en
que podría evitar que Ranuccio leyera el breve. La
presentó acordonada, y quiso quedársela en la
mano. Sin embargo, tras su reprimenda, Ranuccio
lo miraba con rabia y le arrancó el documento de
la mano.
—Quisiera leerte el breve — explicó
Alessandro, queriendo tomar el pergamino.
Sin embargo, Ranuccio lo apartó y exclamó a
viva voz:
—Sé leer.
—¡Deo gratias! —se burló Pierluigi.
Ranuccio se saltó las primeras líneas y
palideció. Los ojos le temblaban y apretó los
labios.
Alessandro quiso explicarle que el apunte
acerca de su madre había sido una pérfida
invención del vicecanciller, pero Ranuccio se le
enfrentó con una mirada que no olvidaría nunca.
Una mirada de desprecio lleno de reproches, de
dolor sin fin.
273
FREDERIK BERGER

Entonces, arrojó el breve al suelo, se quitó la


mitra de la cabeza y salió corriendo de la habitación.
Naturalmente Pierluigi, Baldassare y Bosio
quisieron saber el motivo de su comportamiento.
Pierluigi se había agachado a la velocidad del
rayo y había tomado el pergamino, lo había leído
entrecortado, mientras los otros dos miraban por
encima de su hombro.
Alessandro se había retirado a su estudio y se
había encerrado allí.
Mientras se arrodillaba para rezar, la
mirada de su niño, de su benjamín, lo perseguía.
Lo peor era el hecho de que podía entender a
Ranuccio a la perfección. Podía entender su
rabia, su desprecio... incluso su miedo. El miedo
incrédulo a que aquella mentira algún día se
hiciera realidad, el miedo al ver frente a sí la
muerte de su madre.
Había actuado con buena intención,
allanándole el camino a su hijo pequeño hacia un
alto cargo eclesiástico en el momento adecuado, al
tiempo que le otorgaba su independencia económica,
pero Giulio, el primo del Papa, y con él, por
supuesto, el propio León, puesto que había firmado
el breve, le habían propinado una puñalada trapera.
Alessandro buscó las palabras con las que
274
LA HIJA DEL PAPA

implorarle ayuda a Cristo Salvador, pero todas las


plegarias se le atascaban en la garganta, y no
dejaba de ver ante sí al yacente y pálido Paolo,
amortajado, y el terror a que Silvia pudiera morir
se apoderó de él con una fuerza incontrolable.
Y de nuevo, el pánico angustioso al pacto con
el diablo.
Después de que Silvia se trasladara a una
casa para ella sola, durante un tiempo él había
logrado con cierto éxito rechazar los recuerdos del
sueño y el miedo a sus presagios y, así,
prácticamente olvidarlos. Sin embargo, el terrible
demonio de los malos augurios había reclamado su
siguiente víctima. A Alessandro le hubiera gustado
hacer añicos el breve para quemarlo de
inmediato.
Cuando, más tarde, abandonó el estudio, oyó
que Ranuccio había recuperado el breve y se lo
había enseñado a su madre.
Silvia había regresado a su casa sin dirigirle una
sola palabra.
Cuando acudió a Constanza y Guido Ascanio
en busca de consuelo, se encontró a la muchacha
enrojecida de fiebre, tiritando de frío. Hizo llamar
de inmediato al médico Ben Chorin, un judío
educado en Bagdad y Salerno. Ben Chorin examinó
275
FREDERIK BERGER

a la enferma, observó su orina, tanteó su frente, su


garganta y su muñeca, y le recomendó cuidados
exhaustivos, la menor agitación posible, comidas
ligeras. Por el momento, rechazaba una sangría
que, aunque utilizada como remedio casi
universal ante cualquier enfermedad, para él no
tenía demasiado sentido en aquel momento. La
fiebre de Constanza no era inusual entre las recién
paridas, pero seguía suponiendo un riesgo para
su vida. Si llegaba a subir demasiado, deberían
aplicarle compresas frías en las pantorrillas.
Además, debían ocuparse de cambiar diariamente la
ropa de cama, y asear a la enferma con minuciosidad.
No se admitía ningún animal en la habitación,
ninguna mascota, ni siquiera un perro.
Alessandro pasó la noche entera en vela,
sentado en muda desesperación junto al lecho de
Constanza, cogiéndola de la mano. Bosio aparecía
una y otra vez, llorando sin descanso.
Las recomendaciones del médico
conllevaron una cierta mejora, pero de nuevo la
fiebre subió, hasta el punto de que Constanza
llegó a delirar y finalmente perdió el sentido. Las
sangrías tampoco ayudaron. Ben Chorin observó
a la enferma con preocupación, y recomendó que se
le preparara la extremaunción, un consuelo
276
LA HIJA DEL PAPA

necesario para todo buen cristiano y su parentela.


Alessandro apenas abandonó la cama de la
enferma en todo ese tiempo. Silvia también
apareció y permaneció la noche entera. Aunque
pálida, parecía serena.
El ama se encargó de alimentar
satisfactoriamente a Guido Ascanio, mientras
Constanza se debilitaba, incluso cuando la fiebre dio
muestras de reducirse y recuperó la conciencia.
Alessandro le habló entonces con palabras de
ánimo, aportándole esperanzas en la medida de lo
posible. Ella sonrió, se dejó dar una sopa de leche,
pidió sostener a su hijo y lamentó los pecados por
los cuales el Todopoderoso la castigaba ahora.
Cuando Alessandro intentó autoinculparse, ella
simplemente sonrió con complicidad y, por suerte, se
quedó dormida.
Le siguió una larga noche. Constanza yacía
con un semblante lleno de paz, pálida como la
muerte. Cuando Bosio fue incapaz de seguir
manteniendo los ojos abiertos, Alessandro hizo que
él y Silvia se marcharan, para que pudieran dormir
y relevarlo cuando el sueño finalmente lo
venciera.
Marcharon, y pronto Bianca comenzó también
a enroscarse sobre la litera que habían dispuesto
277
FREDERIK BERGER

junto a la cama y a respirar profunda y


acompasadamente. En la habitación de al lado se oía
al lactante llorar de impaciencia, hasta que el ama
apareció para amamantarlo. En la calle trinaban
los pájaros, los artesanos martilleaban, y Bianca
empezó a roncar con suavidad.
Alessandro rezó las preces y plegarias
silenciosas para pedir por los enfermos, pero se
interrumpió cuando se dio cuenta de que sonaban
como palabras huecas, sin sentido para él. Miró
a Constanza lleno de terror, y tanteó la temperatura
de su frente. Inquieta, ella se removió, como si
quisiera apartar al mismo diablo.
Alessandro le agarró las manos ardientes y las
apretó contra sus labios.
¡No, no podía morir! Se retractó del pacto
demoníaco, maldijo al tentador que había querido
postrarlo de rodillas: ¡ni siquiera por el trono papal
aceptaría la muerte de Constanza!
De pronto, vio ante él a Virginia, como a un
ángel. Cerró los ojos, porque ya no confiaba en sus
sentidos, pero ella siguió allí. Intentó alcanzarla, pero
no podía mover los brazos, ni las manos, y solo oía
una voz: «el Señor quita, el Señor da».
¿Quizá ella compensara la muerte de
Constanza? ¿Estaba permitiendo el Señor que su
278
LA HIJA DEL PAPA

hija muriera, y a cambio le otorgaba una sustituta?


De pronto, Constanza se irguió de golpe, y
contempló a Alessandro con ojos fijos, asustando
terriblemente a su padre. ¿Se habría quedado
dormida y habría soñado en realidad con Virginia?
También Bianca se había despertado, y
lavaba la frente de Constanza con un paño húmedo.
—¿Dónde está mi hijo? —preguntó Constanza
con voz clara y alta, y después, sin voz—: Me
muero. Ya estaba de camino, pero quise darme la
vuelta para despedirme. Os vi yaciendo al pie de la
cruz. ¿Dónde está mi hijo? ¿Dónde está mi madre?
Su mirada quedó prendida en la lejanía, pero
finalmente cayó sobre los cojines. Bianca se
precipitó aullando sobre ella y la levantó, pero
después la dejó caer de nuevo, dubitativa.
Alessandro se inclinó sobre su hija, le cogió de la
mano y la besó en la frente, en las mejillas y,
finalmente, en los labios.
Sintió una débil respiración.
—Está viva —susurró.

279
FREDERIK BERGER

Capítulo 24

Roma, palazzo Farnese – 3 de mayo de 1518

El gallo cantó por tercera vez. Cuando ella


abrió los ojos, vio que una tenue primavera se
colaba por la habitación. Los postigos estaban
abiertos para que la brisa fresca aireara la
habitación y la liberara de su pegajoso olor a agonía.
Se sintió extraña, de una forma agradable: ligera,
fresca, sin aquella torturadora asfixia. ¿Estaría
muerta? ¿Habría iniciado ya su último camino, el
trayecto a la vida eterna, que la cubriría como
una ensoñación maravillosa, que no le produciría
ningún dolor, aun cuando tuviera un puñal clavado
en el corazón, aun cuando un fuego le cubriera el
cuerpo como un ligero vestido de seda?
Sí, ahora lo recordaba: se encontraba ya
flotando sobre la habitación, como un ángel, y
había visto a su padre sentado junto a su pálido
cadáver, con la barbilla apoyada en el puño,
afligido, y a Bianca dormida, incluso a su madre, a
pesar de que se encontraba en su casita, despierta,
sobre su escritorio, con dos velas frente a ella y
280
LA HIJA DEL PAPA

una pluma seca entre los dedos...


Cuando Constanza regresó sin ser vista a la
cama para despedirse de su padre, había sentido el
terror de retornar... Pero entonces se había dormido,
se había marchado, había abandonado aquel valle
de lágrimas...
Atrás quedaban los sonidos de aquel mundo
diminuto, limitado, gobernado por el mal, la luz
intensificó su rojiza ondulación y llenó la
habitación en la que yacía el cuerpo agonizante. Su
padre se había hundido sobre aquel cadáver, como
un guerrero muerto, Bianca yacía sobre su catre
con la boca abierta, profundamente dormida. En
la lejanía, su madre seguía mirando fijamente aquel
pergamino vacío ante las dos velas, e incluso veía
a un caballero con armadura, cabalgando sobre su
corcel negro, con una barba polvorienta y unos
ojos tristes, enfrentándose al sol de la tarde.
A los pies de la cama en la que reposaba su
frío cuerpo, había un ángel que le tendía el brazo
con gesto beatífico. Él la acompañaría hasta el trono
del Todopoderoso, que le daría la bienvenida al
reino de la gracia. El ángel la habló, movió los
labios, sin emitir ningún sonido, pero ella lo
entendió: «Bendita seas entre las mujeres, y recibe
el saludo, oh reina, madre de los misericordiosos,
281
FREDERIK BERGER

regresa al reino de la esperanza temerosa, y al


extenso valle de lágrimas; observa las penas del
mundo, siéntate a la derecha de tu padre, tiéndele
tu pecho cuando esté sediento, toma su mano cuando
esté atemorizado, conságrale tu inteligencia y
nunca le niegues tu consejo... Entonces, sin duda,
habrás ganado la entrada al reino de los cielos.
Entonces serás bendecida entre las mujeres, espejo
de justicia, modelo de sabiduría, serás el socorro
de los cristianos, la rosa secreta de los creyentes,
el lucero del alba del Santo Padre, por el cual nunca
abandonará el camino correcto, en el nombre del
Padre, del Hijo, del Espíritu Santo. Amén».
Constanza sintió el frescor de la mañana en la
piel, y en la ventana debía haberse posado un
ruiseñor, pues trinaba y obsequiaba los oídos con
su canto, gorjeaba, rompía en gemidos y estallaba
de júbilo...
¿Se recibiría a las almas eternas de los
muertos, libres de todo pecado, con cantos de
ruiseñor?
Ante ella, medio recostado sobre ella, yacía su
padre. En la boca abierta de Bianca reconoció la
lengua carnosa y rosada.
¿No debería estar muerta?
Levantó la mano, y la dejó caer. Con las puntas
282
LA HIJA DEL PAPA

de los dedos, acarició su manta sedosa y, después,


la corona de pelo que demarcaba la tonsura de
su padre. El cabello le hizo cosquillas.
¿Se sentían cosquillas en la otra vida?
No, las cosquillas pertenecían al mundo
mortal, como la risa incontrolable y el placer
gemebundo...
No estaba muerta.
No, ella vivía. Había regresado y se había
levantado de entre los muertos. Al tercer día.
Enviada por un ángel. Se sacrificó al hijo, pero se
amnistió a la hija: para que honrara, amara y
sustentara a su padre terrenal. Para que lo ayudara
con sus consejos y con sus actos. Para contribuir
con hijos e hijas a la pervivencia de la familia.
Irguió el tórax y se sentó. A pesar de la
negligencia que había posibilitado la muerte de su
hermano Paolo, a pesar de sus profundos pecados,
había sido escogida para obrar maravillas en su
padre. Y ella juró estar a su lado hasta el día de su
muerte.

283
FREDERIK BERGER

TERCER LIBRO

Conócete a ti mismo

284
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 25

Roma, caput mundi – de 1518 hasta 1521

Roma resplandecía en una era dorada y


cargada de deudas. La guerra de Urbino concluyó
con un acuerdo entre el vicecanciller del papa
León, Giulio de Medici, y Francesco María della
Rovere: se pagaría a los soldados de ambas
facciones mediante el dinero obtenido con el
nombramiento de los nuevos cardenales, y con los
préstamos realizados por las ricas casas
bancarias, que volvían a fluir con ligereza; así no
se volverían a ver empujados a saquear sin piedad
ni mesura todos los territorios por los que
pasaran. Francesco María della Rovere, liberado
de su excomunión, regresó con sus cañones y su
biblioteca a casa de su suegro en Mantua, no sin
exclamar ante el pueblo de Urbino antes de su
partida, que era solo cuestión de tiempo antes de que
regresara triunfalmente. La gente le agradeció su
promesa con júbilo y salvas.
Apenas se habían disipado los gritos de alegría
entre el polvo de los carros y los cañones, cuando
285
FREDERIK BERGER

el nuevo señor de Urbino, Lorenzo de Medici,


acompañado de su madre, Alfonsina, y de su joven
esposa, abandonó su casa francesa de de la Tour
d’Auvergne y se trasladó al frío y húmedo palacio
ducal de Urbino.
Ninguno fue feliz allí.
Sin embargo, Lorenzo logró engendrar un hijo
antes de abandonar este mundo, absolutamente
deformado por el morbo gallico. Su pobre mujer,
abandonada a su suerte con su suegra, dio a luz a
una niña, Caterina, antes de seguir a su esposo. En
un principio se hizo cargo de ella su abuela
Alfonsina, pero ésta murió al cabo de un año. Así,
el primo del Papa y vicecanciller Giulio se
apiadó de su sobrina, y aceptó la tutela de la ya
robusta criatura, a pesar de su tierna edad, como
si fuera su propia hija. Nadie pudo adivinar, al
contemplarla en su cuna, o al admirar sus primeros
intentos de andar, el futuro de aquella criatura, ni
siquiera el grandemente reputado astrólogo Luca
Gaurico quien, tratándose Caterina de un miembro
menor de la familia Medici, le realizó una
lectura fugaz del horóscopo: aquella huérfana
adoptada se casaría a los catorce años con el
lacónico hijo del rey de Francia, quien la suerte
querría que pasara a los libros de historia como
286
LA HIJA DEL PAPA

reina, pero sobre todo como reina madre, Catalina


de Medici, líder de una Francia grande, pero
teñida de sangre por las guerras de religión, y
artífice de la matanza de la noche de San Bartolomé.
La encantadora y montañosa Urbino no sería
más que un escenario menor de su historia.
Mucho más relevante sería para las crónicas
mundiales una localidad situada en lo más profundo
de una provincia alemana, Wittenberg, donde un
monje agustino rabioso de fervor religioso,
encolerizado por el tráfico de indulgencias
perpetrado por un dominico llamado Tetzel, clavó
95 tesis en la puerta de una iglesia. Tetzel era
uno de aquellos hombres que recorrían las tierras
alemanas vendiendo indulgencias que perdonaban
todos los pecados, a cambio de monedas
contantes y sonantes. El dinero recogido de
aquella manera serviría, tras deducir los gastos
previos, para financiar la ampliación de San Pedro,
así como ayudar un poco en la recuperación de las
vacías arcas de la Iglesia. El molesto tintineo
de las tasas por indulgencia levantaba ampollas
entre la población.
El monje agustino, el hermano Martín, quien
además era profesor de teología, exigía a los
cristianos creyentes una reforma de la Iglesia de la
287
FREDERIK BERGER

cabeza los pies. Algunos de los cardenales romanos


aceptaron de buen grado sus exigencias. También
ellos veían con preocupación la podredumbre y
decadencia que se estaba produciendo en el
antaño inmaculado cuerpo de la santa madre Iglesia;
también ellos eran de la opinión, aunque fuera
de forma subrepticia, que era necesario cortar por
lo sano, que para que un cuerpo sanara era
necesario amputar los miembros podridos, de la
misma manera que el Santo Padre se veía liberado
por medio del cuchillo de sus purulentos
forúnculos.
El papa León, no obstante, tomó a Martín
Lutero por un insensato, y no le otorgó credibilidad,
al menos no en un principio, por lo que no se sintió
obligado a convocar ningún concilio ni a
emprender ninguna reforma en la Iglesia. A
consecuencia de ello, el denominado concilio de
Letrán concluyó en 1517 sin haberse obtenido ni el
más mínimo éxito, pues para él era mucho más
importante arrastrar al cardenal Farnese hasta la
cacería en grupo en Capodimonte y observar las
batidas de ciervos y jabalíes, aves e incluso algún
lobo. Por las tardes disfrutaban de un festín,
Baldassare Molosso recitaba sus sonetos, el
cardenal Farnese calculaba los costes de la visita
288
LA HIJA DEL PAPA

del Papa y su madre vagaba por las habitaciones


vestida de negro visitando a cuervos y urracas, de
cuyo comportamiento extraía profecías.
Predecía muertes sin fin.
El papa León reía de buen humor, y de nuevo
se adentraba en las montañas de Tolfa, y finalmente
en su querido castillo de caza, La Magliana.
Las advertencias de la madre Farnese se
cumplieron de una manera que nadie hubiera
podido imaginar. En abril de 1520 murió, de
forma repentina y profundamente lamentada, el
venerado pintor Rafael Sanzio, el artista favorito
del papa León. El genio de Urbino encontró en la
basílica de Santa María ad Martyres, el antiguo
Panteón, su sepultura. Virginia, su ayudante de
doce años, visitaba diariamente su tumba. Le
llevaba flores silvestres y le cantaba en voz baja
y triste, acompañada del laúd: ella sabía que sus
días como pintora habían acabado. Le aguardaban
otras obligaciones.
Cinco días después de Rafael, murió su
segundo mecenas, el banquero más rico de Roma,
Agostino Chigi, una gran pérdida para León,
quien tenía en él a un amigo fiel y a un
prestamista dispuesto.
Sin embargo, la parca se había llevado a su
289
FREDERIK BERGER

víctima más significativa hacía ya un año: el


emperador Maximiliano partió a reunirse con sus
antepasados de forma repentina en 12 de enero de
1519. Nadie en Roma lo había previsto, y nadie
estaba preparado para los enroques y jugadas
maestras en materia política que se sucedieron
después.
El emperador Maximiliano tenía en mente a un
sucesor mucho antes de su fallecimiento: su nieto
Carlos, el joven rey de España, quien había
accedido al trono a la muerte de su abuelo cuando
solo tenía nueve años de edad. Sin embargo,
existía otro pretendiente extremadamente
ambicioso a la corona del emperador: el rey de
Francia, Francisco I.
Al papa León y a su primo no les gustaban
ninguno de los dos candidatos. Carlos, como
soberano de España, de los territorios borgoñones
y de las tierras puramente flamencas, convertiría el
reino de los Habsburgo en una potencia
superpoderosa si se hacía con la corona imperial
romana. León tampoco quería cerca al rey francés,
pues en ese caso el balance de poder terminaría por
decantarse por el bando galo. Francisco ya había
logrado, tras la batalla de Marignano, atacar con
éxito Milán y apoderarse de los territorios del
290
LA HIJA DEL PAPA

norte de Italia, y volvía ahora la mirada de


forma clara hacia Nápoles, donde reclaMaría sus
derechos dinásticos. La salida al conflicto para
León y su primo radicó en reivindicar como
futuro emperador a un príncipe elector alemán,
Federico de Sajonia, y promocionarlo tanto
como fuera posible.
Sin embargo, las circunstancias sobrepasaron la
política papal, que desde el principio contaba con
pocas posibilidades de éxito. El dinero
proporcionado por la familia Fugger, con el que el
joven Carlos había logrado sobornar a siete
príncipes alemanes, fue decisivo. Francisco tuvo
que aceptar el golpe propinado por aquel
Habsburgo nacido en el Gante flamenco, que se
coronó emperador en Aquisgrán con el nombre de
Carlos V. Francisco nunca olvidó aquella derrota:
durante casi medio siglo, aquellos dos soberanos
lucharon entre ellos, como dos hermanos
enemistados, por el dominio en Europa, y el
principal campo de batalla de aquel conflicto
constante fue Italia.
León y su primo, aunque decepcionados por
el resultado de la elección, se reorganizaron
rápidamente y de acuerdo con las circunstancias.
Los franceses permanecían aun en Milán e incluso
291
FREDERIK BERGER

se habían hecho con Parma y Piacencia, que el


papa Julio había conquistado para la Iglesia. Eran
ya directamente vecinos de Florencia, que se había
quedado huérfana tras la muerte de Lorenzo. El
primo del Papa, Giulio, pensó en su hijo mulato,
Alessandro, como futuro señor de la ciudad, pero
en 1519 el muchacho tenía solo nueve años de
edad. Así pues, dejó que la región toscana se
gobernara a sí misma, como ya había ocurrido
anteriormente, y reflexionó sobre cómo podía
evitar la amenaza francesa. La conclusión no
exigió excesiva presencia de espíritu: necesitaban
ayuda, y solo podían conseguirla del emperador,
preferiblemente auxiliado por Venecia.
Mientras que León empleaba sus audiencias
vespertinas tratando los temas de la recaudación
monetaria y las alianzas militares, por las
noches, no obstante, se dedicaba a presenciar con
deleite las tonterías de los bufones cargados de
cascabeles, la declamación de los actores y las
tristes melodías de los músicos, o bien a jugar a las
cartas, por lo que ni él ni sus cortesanos curiales
prestaban mayor atención a los acontecimientos
eclesiásticos que se estaban desarrollando al otro
lado de los Alpes. A finales de octubre de 1517, tras
la presentación de las tesis del airado y obstinado
292
LA HIJA DEL PAPA

agustino Lutero, se extendió como un incendio un


movimiento de protesta contra la política del
Vaticano, contra el dominio de Roma, contra los
dogmas de la Iglesia universal, contra la ausencia
de ánimo reformador y dialogante por parte de la
administración del Papa. El profesor de teología
Lutero publicó, en el año de nuestro Señor 1520,
los puntos más importantes de su programa, que
gracias al recién desarrollado invento de la imprenta
se difundieron con rapidez. Entonces, Roma
finalmente tuvo que reaccionar, por lo que en junio
de 1520 presentaron la bula papal Exsurge domine,
dirigida a aquel monje hereje alemán, quien la
quemó en público: aquel fue, dependiendo del punto
de vista, un acto de inaudita desfachatez, o un ejemplo
de protesta muda contra la corrupta Iglesia de
Roma y su inmovilismo dogmático, que se iba
desintegrando dentro de su propia y abandonada
hipocresía.
Aquello fue una declaración de guerra.
Lo que en Roma no acabaron de comprender fue
que aquel acto de increíble herejía no solo recibía
el apoyo de unos cuantos príncipes alemanes, sino
que tras ellos había cada vez más personas que
se rebelaban contra una autoridad que apenas
guardaba relación con sus propios principios y
293
FREDERIK BERGER

que hacía tiempo había olvidado sus raíces


apostólicas. ¿Por qué en los territorios alemanes
debían humillarse ante sacerdotes y obispos, ante
legados de la lejana Roma, donde los florines y
táleros tan poco merecidos se empleaban en levantar
lujosas construcciones, en financiar insensatas
disputas familiares y en insertarlo en el escote de
prostitutas inmorales? ¿Solo aquellos sacerdotes
puteros y avariciosos, tanto los grandes como los
pequeños, estaban en posición de sanar las
pecaminosas almas de los fieles? ¿Y qué había de
su fe? ¿De su piedad? ¿De la vida casta que
predicaban? Ni siquiera eran lo suficientemente
consecuentes como para abolir el celibato, que
solo cumplían pro forma.
Así se sentían y pensaban innumerables
habitantes del norte.
Los prelados romanos, no obstante,
contemplaron de forma muy diferente los mismos
acontecimientos: a sus ojos, aquel pequeño hereje
alemán berreaba su letanía de sola-scriptura, sola-
fide, solagratia en el oscuro y nuboso aire de sus
montañas; predicaba en la graznante, susurrante y
chirriante lengua bárbara de los teutones que nada
tenía que hacer ante la escritura, la fe, la gracia de
Dios, ni mucho menos ante la Iglesia universal con
294
LA HIJA DEL PAPA

el Santo Padre a la cabeza, seguido del colegio


cardenalicio, de los ejércitos de su santidad, de la
autoridad de su concilio y de la sabiduría transmitida
de los padres de la Iglesia. Martín Lutero abogaba
por reducir los siete sacramentos a dos, el bautismo
y la comunión; por abolir el voto de castidad; por
no reconocer la autoridad del Papa, e incluso por
traducir las Sagradas Escrituras a la lengua de los
pueblos llanos, de tal forma que todo aquel que no
supiera latín pudiera leer... e incluso hacer
preguntas incómodas.
Los dogmáticos de Roma se indignaron sin
siquiera llegar a estudiar con atención los
escritos heréticos de Lutero. Lo que estaba
ocurriendo al otro lado de los Alpes era
inconcebible. El orden mundial se estaba
tambaleando.
Sin embargo, el papa León permanecía
imperturbable: veía en aquella revolución una mera
fogata que debía apagarse; el primo Giulio agitó
reflexivo la cabeza y puso en marcha la
consecuente política de contención. Quizá el
joven emperador pudiera realizar en el vecino
parlamento de Worms una poderosa arenga contra
aquel testarudo monje.
En el año 1521, no obstante, el Papa y su
295
FREDERIK BERGER

primo tuvieron que hacer frente a un nuevo y


acuciante problema. Era necesario expulsar
finalmente a los franceses del norte de Italia. Nada
más concluir su elección, el emperador Carlos
cerró un acuerdo con los venecianos para echar por
la fuerza a los franceses.
Las tropas se reunieron en verano. El contingente
veneciano se encontraba bajo el mando de un
nuevo comandante en jefe: Francesco María della
Rovere. Ante las tropas papales se presentó el
vicecanciller Giulio de Medici en persona. En su
escolta se encontraba el capitano Giovanni de
Medici, llamado il Diavolo, acompañado de su
antiguo amigo de infancia y luogotenente Pierluigi
Farnese.
Entonces, los ejércitos marcharon sobre Milán
contra Parma y Piacenza.
El papa León, no obstante, no quiso renunciar
a sus tradicionales cacerías de octubre, a pesar de
los rigores de la guerra. Por desgracia, s u s
dolores ani volvieron a atormentarlo, y a
principios de noviembre fue necesario operarlo. Su
primo se había marchado al campo de batalla con
la promesa de regresar victorioso, por lo que el
Santo Padre se apresuró a llamar a su lado a su

296
LA HIJA DEL PAPA

compañero de cacerías Alessandro Farnese, no solo


para escuchar juntos los conmovedores cantos e
interpretaciones de los músicos, sino también para
compartir sus penas: fístulas y abscesos sin fin,
los atardeceres tempranos con noches frías y
llenas de niebla, los dolores en las articulaciones
y un resfriado febril con dolores en el pecho y
apnea.
—Echo de menos a Rafael, y cuando Giulio
se marcha, me siento absolutamente desprotegido
—dijo entre toses—. Si no te tuviera a ti, viejo
amigo, sufriría una melancolía inconsolable... Sería
de agradecer que al menos ganáramos esa maldita
guerra... El dinero del norte sigue decreciendo,
será necesario volver a establecer un nuevo título
honorífico vaticano y vendérselo a buen precio a los
romanos acaudalados, ansiosos de ejecutorias...
Alessandro escuchaba las jeremiadas papales
sin replicar gran cosa. Sus pensamientos estaban
vueltos en otra dirección.
—Quizá muera pronto —se lamentó León.
—Estás a mitad de los cuarenta, y
probablemente reines por más tiempo que nuestro
padre San Pedro.
—Si no fuera por esta mierda de dolores... Se
pierde todo tipo de deseo... ¿Qué tal está tu
297
FREDERIK BERGER

Silvia? Giulio hizo que se la declarara muerta,


¿no es verdad?
—Ella...
Un renovado ataque de tos lo interrumpió.
Cuando León recuperó el aire, dijo, mirando al
vacío.
—Entre vosotros, los Farnese, siempre me he
encontrado a gusto. Ya fuera de caza, o en la
boda: a propósito de Constanza... ¿Cuántos hijos ha
parido ya?
—Tres.
—Qué suerte la tuya. ¿No estuvo una vez
malísima? Entonces pensé que ni siquiera tú, con tu
salud de hierro, serías capaz de sobrevivir a su
muerte.
—Sí, fue tras su primer parto. Tu compasivo
corazón me hizo mucho bien entonces.
—Oh, Alessandro, ¿te acuerdas de nuestros días
en Florencia, cuando nuestro padre aún vivía y los
sabios filósofos nos crispaban los nervios con sus
discusiones? Pasaron ya los hermosos días de la
juventud, pasaron ya para siempre, como dicen los
poetas... Y tu primogénito ahora está casado con
esa Orsini un poco basta, y han engrandecido la
familia con un hijo y una hija, con un heredero.
¿Cómo se llama el chico?
298
LA HIJA DEL PAPA

—Alessandro.
—Sí, Alessandro como su abuelo... Puedes
presumir de tu buena fortuna. Pierluigi ahora guía
también una compañía en nuestra guerra contra
los franceses, bajo la supervisión de ese hijo del
diablo, Giovanni, un indisciplinado hijo de puta,
pero lo queremos igual... ¡Como si fuera nuestro
hijo! ¿Cuántos años tiene ya tu Ranuccio, por
cierto?
—Trece.
—Exacto, trece años y ya disfruta de los
beneficios de un obispado. Algún día será un
grande de la Iglesia.
León enmudeció, agachó la cabeza, volvió a
alzarla y miró inquisitivo a los ojos de Alessandro.
Parecía realmente enfermo, con sus ojos turbios y
sanguinolentos, los carrillos más colgantes y fofos de
lo que solían, la piel enrojecida en exceso que,
no obstante, también brillaba con un tono azulado
y, finalmente, la respiración entrecortada.
—Debes esforzarte —añadió.
—¿A qué te refieres? —por supuesto,
Alessandro sabía bien qué quería decir León.
—En cualquier caso, fue bueno para ti que
recibieras las órdenes superiores el año pasado.
—Fue hace dos años, en 1519.
299
FREDERIK BERGER

—Me acuerdo bien de tu primera misa como


obispo consagrado.
—En la navidad de 1519. A día de hoy te sigo
estando agradecido por haber venido. Me sentí
muy honrado.
—Casi todo el colegio cardenalicio te honró
con su presencia, incluso Colonna, que
evidentemente estaba muy ocupado con la guerra
de Milán. Todos querían escuchar la prédica del
futuro Papa. Hablaste sobre la cita de la Biblia «Y dijo
Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté sólo;
le haré ayuda idónea para él». La mayoría de la
gente se sonrió.
—Yo hablaba en serio — replicó Alessandro.
—Lo sé —dijo León. Entonces, tras una breve
pausa, en la que alzó sus turbios ojos miopes,
añadió—: El único que puede hacerte fallar es el
primo Giulio.

300
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 26

Roma, palazzo Farnese – 1 de diciembre de


1521

Resbaló por un tapiz de extraños olores


hasta una oscuridad informe. Asustado, se echó a un
lado buscando el tacto del cuerpo de Silvia, para
poder cogerla de la mano y hallar consuelo en su
calor.
Silvia no estaba allí. Pero, ¿no la acababa de
abrazar?
Alessandro se dio cuenta de que se iba
despertando lentamente de un sueño que
despuntaba contra el amanecer.
En el exterior, caía una fuerte lluvia.
Silvia, en cualquier caso, no podía
encontrarse a su lado, pues hacía años que vivía
en su propia casa en la via Giulia, expulsada de
su hogar por él mismo. Aún la veía
esporádicamente. Hablaban de sus hijos y sus nietos,
del futuro.
También visitó alguna vez a Maddalena,
para poder ver a Virginia y comprobar sus
301
FREDERIK BERGER

progresos académicos. La muerte de Rafael la había


afectado profundamente, y sus ambiciones
artísticas habían encontrado un drástico final. Ya no
había lugar para ella entre aprendices y adeptos del
artista.
Cuando Alessandro la pidió que tocara un poco
el laúd para él, ella respondió con una gran
sonrisa. Tenía una voz clara, un poco quebradiza.
Sus ojos se aclararon, su bronceada y brillante piel
y su mentón decidido relucieron mates bajo la
luz. Alessandro no podía alejarse de la visión de
aquella criatura inocente. Interrumpió el recital,
tomó su cara entre las manos y la sujetó para que
pudiera mirarla directamente a los ojos. Aquella
mirada inescrutable y oscura. Audaz, inquisitiva e
insondable.
La besó en la frente y le preguntó en latín por
sus estudios, a lo que ella respondió sin error
alguno.
—Yo te bendigo, hija mía — susurró él,
realizando la señal de la cruz.
Maddalena, tal y como él había podido
comprobar por el rabillo del ojo, había estado
observando crítica toda la escena, hasta que al
final carraspeó y pidió a Virginia que siguiera
tocando el laúd. Al mismo tiempo, se fue
302
LA HIJA DEL PAPA

deshaciendo las trenzas y dejó que el dobladillo de


su camisa se deslizara sobre su pecho derecho,
hasta que el rosado pezón apareció, libre,
descarado y autocomplaciente.
Virginia siguió tocando dada la vuelta,
tarareando versos incomprensibles, y Alessandro
tenía más ojos para la hija que para la madre.
Maddalena, finalmente, tiró de él hasta la
habitación de las venus imperiosas y las montañas
de cojines. La niña seguía tocando.
Ahora, él se encontraba de nuevo en su
húmeda cama, mientras fuera, bramaba la lluvia de
invierno.
No era tanto la parte erótica la que le faltaba,
la satisfacción del bajovientre, que siempre podía
solucionar con Maddalena, aunque con la edad
cada vez sentía una menor urgencia en ese sentido.
Al fin y al cabo, había celebrado ya su cincuenta
y tres cumpleaños, los achaques aparecían aquí y
allá, y Maddalena iba necesitando cada vez más
paciencia antes de lograr ponerle en la disposición
adecuada, cuando no se daba el caso de que él
concluía con asombrosa rapidez. En una ocasión,
incluso, se había quedado dormido sobre sus
pechos. Cuando se había despertado, de pronto,
ambos no habían podido evitar romper en
303
FREDERIK BERGER

carcajadas.
Lo que en realidad le faltaba era la cercanía de
su compañera favorita: su aliento, su aroma, el
susurro de su ropa, el sonido de su voz, el
consuelo de sus palabras. Incluso su consejo. Su
cercanía era como un retorno al hogar: cada día se
cruzaba con incontables personas, en palazzo, por la
calle, en el Vaticano, durante las misas, en el
consistorio, al darle órdenes al servicio...Y algunas
veces se sentía de vuelta en el pasado, solo, con
Silvia como única compañía, en la isola
Bisentina, y recordaba el pasado, como en un
sueño.
Sí, le faltaba Silvia. Sin ella, se sentía solo, a
pesar de toda la gente que lo rodeaba.
¿De verdad había sido necesario expulsarla
de la casa?
¿Realmente merecía la pena todo el sufrimiento y
las complicaciones? ¿Estaba justificado aquel
miedo a nuevas víctimas?
Los pensamientos de Alessandro mudaron a
sus hijos. Pierluigi había logrado engendrar, a pesar
de sus particulares inclinaciones, a un hijo,
Alessandro, y a una hija, Vittoria, lo que daba pie a
la esperanza.
¿Y Constanza? Seguía viviendo con Bosio y
304
LA HIJA DEL PAPA

sus nietos en el palazzo. Incluso había sido madre


de nuevo, de una niña, por suerte, y al igual que en
el segundo parto, sin fiebres ni molestias. Por
supuesto estaba atareadísima con sus retoños, pero
a pesar de todo disfrutaba visitando a su padre en su
estudio. Entonces, ella le hablaba de los progresos
de los niños, señalando que su primogénito, en un
futuro lejano, debería entrar en la Iglesia. En una
ocasión, ella le miró inquisitiva y llena de
expectativas, antes de añadir:
—Pero antes, debes suceder a León como
Papa.
Él la sonrió amoroso.
—No depende de mí —se limitó a
responder.
—Depende de ti, entre otras cosas —sentenció
ella—. Rezaré con empeño al Altísimo por ello.
Como él sabía que sus creencias se habían
reforzado desde aquel día en que había estado al
borde de la muerte, simplemente asintió con
gravedad.
Los ojos de la joven se perdieron en la
lejanía, y dio muestras de sumirse en silenciosa
reflexión. Finalmente, arrastró su silla junto a la
de él, apoyó la cabeza como una niña sobre el hombro
de su padre, le cogió de la mano y se la colocó en
305
FREDERIK BERGER

la mejilla.
En los momentos en los que se sentía
desfallecer, ella le daba fuerzas.
¿Y qué tal estaba su favorito, el pequeño
Ranuccio, de trece años? Se encontraba ya en esa
época en que la voz le cambiaba con tanta frecuencia
como el humor. Algunas veces resultaba
insolente, otras guardaba silencio durante todo el
día, otras se refugiaba en casa de su madre, e
incluso en una ocasión llegó a realizarse él
mismo una especie de tonsura con la que se
destrozó la cabellera, para finalmente discutir
con Baldassare Molosso sobre el mensaje de la
Biblia, hasta casi hacerle salir de sus casillas. En
otra, murmuró «Iglesia de mierda», lo que tuvo como
consecuencia inmediata un bofetón de su padre.
¿Se habría llegado a atrever el tierno Paolo a
pronunciar semejantes palabras?
Ranuccio no se había llegado a reponer nunca
del impacto que le había supuesto que el breve
papal declarara muerta a su madre, aunque jamás
hablaba de ello.
Ocasionalmente, Alessandro lo veía marchar,
acompañado de Baldassare, en dirección a Campo
de Fiori. ¿Irían a ver a Virginia? No lo sabía. No se
podía negar que su hijo pequeño se había alejado de
306
LA HIJA DEL PAPA

él.
Alessandro suspiraba. Hijos que se morían,
hijos que crecían, hijos que se casaban y tenían
hijos propios, o morían en el parto, se convertían
en condottiere y caían ante el enemigo, engordaban
en sus ropas de prelado... Algunos hijos morían
en extrañas circunstancias...
Amenazaba con hundirse en oscuros
pensamientos.
Durante un momento, se extendió por la mente
de Alessandro un profundo vacío, mientras que en el
exterior caía la lluvia imparable, con un estruendo
que ahogaba cualquier otro sonido matutino.
Era necesario hacer sacrificios. Era necesario
sacrificarlo todo.
Cuanto más alto se ascendía en la jerarquía
religiosa, más solo se estaba. Una vez se llegaba
a Papa, casi todos los demás debían arrodillarse y
besarle los pies, se estaba por encima de
cualquiera, se le permitía coronar emperadores,
encontrarse entre los mayores soberanos del cielo
y la tierra, pero... ¿dónde quedaban la familia, los
amigos, los parientes, los amantes?
Según cierto punto de vista, se podía
considerar que no había nadie más terriblemente
solo que Dios. Todos lo rezaban, se humillaban ante
307
FREDERIK BERGER

Él, se confesaban ante Él, pero no permitía que


nadie se acercara demasiado. Sí, en el fondo
nunca hacía señales directas a los humanos, y si se
deseaba hablar con Él, permanecía en silencio,
necesitaba a sus servidores para que se
manifestaran en su nombre. Yendo aun más lejos,
Él ofreció en sacrificio a su único hijo, su
bastardo, o más bien, su hijo adoptivo, para que
lo clavaran a una cruz, para que lo torturaran hasta
la muerte. «Padre, Padre, ¿por qué me has
abandonado?». ¿Acaso no había sido aquella una
llamada, un grito desesperado, angustiado, sin
consuelo? Pero el Padre callaba.
¿Y su hijo, Jesús de Nazareth? Nunca se acercó
a una mujer, murió sin hijos. Incluso llegó a decirle
a su madre: «¿Qué tienes conmigo, mujer?». Él
consagraba todos sus esfuerzos a los jóvenes,
incluso aunque estos lo traicionaran o le mintieran,
como de hecho ocurrió. Quizá precisamente por
eso, porque fue tan arrogante como para exigir a
todo el que quisiera seguirlo que abandonara a su
familia y su trabajo.
¿Cómo lo expresaba Lucas? «Y dijo a otro:
“Sígueme”. Él le dijo: “Señor, déjame que primero
vaya y entierre a mi padre”. Jesús le dijo: “Deja
que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y
308
LA HIJA DEL PAPA

anuncia el reino de Dios”. Entonces también dijo


otro: “Te seguiré, Señor; pero déjame que me
despida primero de los que están en mi casa”. Y
Jesús le dijo: “Ninguno que poniendo su mano en
el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de
Dios”».
¿Acaso no eran aquellas palabras duras,
malintencionadas?
¿No exigía, en nombre de la bondad, realizar una
ruptura en absoluto bondadosa con todas las
ataduras y raíces? ¿Qué podía quedar cuando se
abandonaba la tierra, el arado y la familia?
Pobreza, y al final, martirio... ¿Qué clase de
exigencia inmisericorde era aquella, especialmente
para los jóvenes que querían ordenarse sacerdotes?
¡Qué pretensión tan soberbia, y al tiempo tan
ambiciosa!
No obstante, los griegos habían creado toda una
mitología de dioses humanizados que residían en
su Olimpo: una gran familia llena de amor y de
celos, de disputas y de odios, de inteligencia y
engaño. Dioses que se mezclaban entre los hombres
para conocerlos, guiarlos e inspirarlos, protegerlos
o incluso concebir hijos con ellos. Eran actos
demasiado humanos.
¡Y él mismo ambicionaba desde hacía tiempo
309
FREDERIK BERGER

alcanzar el puesto más elevado de la cristiandad!


¿Qué tendría que ofrecer para el sacrificio,
después de Paolo?
Aún amaba a Silvia, y sin embargo la había
expulsado de su vida...
Aquellos pensamientos le hicieron
estremecerse. Entonces, el diablo y su pacto se
aparecieron ante él, sonriéndole desde la oscuridad.
Pero, ¿acaso era posible dar marcha atrás?
¿No había abrigado desde los sangrientos
días de César Borgia un deseo secreto, tan
ambicioso que hasta la fecha nunca lo había
revelado a nadie: el deseo de sobrepasar en
poder y éxito prolongado a los mismísimos
Borgia? No solo quería ser Papa, sino fundar un
ducado terrenal que sus hijos y nietos, y todos los
que vinieran después pudiera regir durante siglos.
Los dioses griegos eran indulgentes, solo un
pecado castigaban con crudeza y sin piedad: ¡el
orgullo! La arrogancia de elevarse por encima de
los dictados de los dioses. ¿Acaso no eran sus
propios planes y deseos pura arrogancia?

310
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 27

Roma, palazzo Farnese – 1 de diciembre de


1521

Constanza se había levantado para ver a la


ama y a su hija pequeña, a quien había llamado
Giulia en honor a su tía. Guido Ascanio, que por
aquel entonces contaba con tres años y medio de
edad, aun dormía, mientras que Francesca, de dos
años, correteaba a pasitos alrededor del ama,
porque quería verla dar de mamar. Constanza
observó a la pequeña antes de acercársele y
cogerla en brazos. Francesca quiso contarle algo,
pero puesto que se encontraba aún aprendiendo a
dominar el habla, apenas logró expresar un par
de palabras entre dientes y gesticuló violentamente
con los brazos. Giulia, la pequeña, yacía entretanto
recostada sobre el pecho del ama.
Constanza se dirigió bostezando, y
acompañada de Francesca, hacia la ventana y
abrió los postigos. En la calle amanecía, pero al
tiempo bramaba la lluvia, que cubría las obras y el
jardín que daba acceso a la via Giulia, como si se
311
FREDERIK BERGER

encontraran tras una cortina translúcida. Constanza,


no obstante, percibió un recodo de claridad que
iluminaba la aguja de la torre defensiva y
campanario del Trastevere, así como el borgo
Vaticano, con pálido resplandor. Durante un
instante pensó incluso que se trataba del reflejo de
las llamas y llegó a dar forma en su mente la poco
tranquilizadora imagen de una Roma ardiendo, a
pesar de que semejante pensamiento se contradijera
abiertamente con la densa lluvia que caía en aquel
momento.
Miró a Guido Ascanio, que seguía
profundamente dormido, y escuchó en la
habitación de atrás el llanto de niños:
probablemente el berrinche matutino del pequeño
Alessandro de Pierluigi y Girolama, que tenía más o
menos la misma edad que Francesca, pero no
caminaba igual de bien. Tampoco lograba
pronunciar más que tres o cinco palabras. Sin
embargo, a los dos les gustaba jugar juntos, incluso
cuando se les unía el mayor de los primos.
Constanza dejó a Francesca y se dirigió a los
aposentos en los que residía Pierluigi con su
familia. Las probabilidades de encontrarse con su
detestado hermano eran remotas, puesto que
Pierluigi se encontraba luchando en algún lugar
312
LA HIJA DEL PAPA

en las cercanías de Parma contra los franceses.


Antes de partir, su padre lo había exhortado
seriamente a que pensara en su tío Angelo, y que
no pusiera su vida en peligro por una gloria
mezquina. La que había alcanzado su tío, fallecido
durante la batalla de Fornovo, había caído ya en el
olvido, al igual que su cuerpo descompuesto.
Constanza saludó a Girolama, su cuñada, de
la fecunda familia Orsini. Girolama, antes que
nada, bostezó con un sonido similar al de un asno,
se estiró y extendió los brazos que surgían del
camisón de tonos claros, capaces no obstante de
ocultar con distinción sus poco proporcionadas
formas. Probablmente hubiera pasado demasiado
tiempo encerrada en un convento, pues había
desarrollado unas considerables posaderas, que
ofrecían un llamativo contraste con su antaño
magro pecho. Miraba al mundo con la cándida
belleza de una auténtica borrega, pero sus labios
carnosos oscilaban con dulzura, y su pelo rizado y
denso relucía como seda rubia oscura, algo insólito
en su familia. Girolama era objeto de envidia por
su pelo, y por la curvatura de sus labios, pero en
el momento en el que abría la boca, no salía por ella
más que un montón de tonterías, o chismorreos
cotidianos.
313
FREDERIK BERGER

Girolama había sido incapaz de aprender latín


en el convento, no lograba sostener ni un solo
tono cantando, y sus dedos prácticamente aporreaban
el laúd al tocarlo: lo que sí había aprendido
durante su clausura, no obstante, era a disfrutar de
una paciencia y de un estoicismo sumiso extremos,
algo que se tomaba como una obligación personal.
Constanza no estaba segura de si debía admirar o
despreciar semejante cualidad de Girolama. Quizá
se había sentido tan feliz de abandonar su
humillante educación en el convento al casarse
con Pierluigi, que aceptaba las humillaciones de
su marido sin rechistar. En cualquier caso,
Girolama era capaz, igualmente, de ser ácida y
malintencionada, y su humor cambiaban
radicalmente dependiendo de si Pierluigi se
encontraba o no en casa. En aquellos momentos,
Girolama resplandecía, si no de felicidad absoluta, al
menos de una alegría risueña.
Cuando comía, todavía más.
De hecho, sus primeras palabras de saludo a
Constanza fueron:
—María y José, ¡qué hambre tengo!
No tardaron en disponer el desayuno. Por
las mañanas, Constanza apenas comía nada, si
acaso un pedazo de queso o alguna aceituna, pero
314
LA HIJA DEL PAPA

Girolama, por el contrario, se hacía traer miel y


leche, huevos y pan, zumo de naranja, manzanas
frescas y, finalmente, mazapán.
Constanza tomó un sorbito de zumo y se
comió una manzana, pero apenas podía ignorar
cómo Girolama, presa de una incontenible
satisfacción, deglutía su desayuno y se olvidaba de
la conversación. Constanza abrió los postigos
para permitir que entrara algo de aire fresco en
la habitación, y contempló asombrada el jardín
recién regado. Había dejado de llover, el manto de
nubes se alejaba en dirección oeste, y el sol
matinal propagaba su resplandor rojizo por los
tejados. Las torres relucían ya sobre la ciudad,
que despertaba. Por todas partes se oía el griterío
de la gente, el cacareo de las gallinas, el sonido de
las riberas del Tíber al cargar las barcas que lo
recorrían, y de todo tipo de carros avanzando por
la calle. Los carpinteros volvían a trepar hacia la
parte superior de las alas del palacio, cuyas obras
no tardarían en concluir, y los primeros rayos de sol
comenzaban a posarse sobre ellos. Uno de los
obreros, Antonio, innegablemente el más hermoso
de todos, comenzó a cantar, a lo que Girolama
torció la boca como si se acabar de tragar un huevo
podrido.
315
FREDERIK BERGER

—Si se cayera del tejado, aplaudiría tres


veces —dijo, con la boca llena, y dirigiendo un
par de cabezazos indicativos en dirección al cantarín
Antonio, para finalmente enjuagarse con zumo de
naranja.
Un destello de satisfacción volvió a pintársele
en el rostro.
—¿Has oído las noticias de Milán? —
preguntó.
—Por supuesto —repuso Constanza,
intentando disimular el tonillo irritado que
siempre se le escapaba cada vez que Girolama
anunciaba alguna perogrullada o le informaba de
alguna noticia ya pasada.
Por supuesto, Constanza, como todos los
romanos, sabía ya que el ejército de la liga
antifrancesa había conquistado Milán, además de
Parma y Piacenza, y que Giovanni, il Diavolo, de
la familia Medici, había jugado un importante papel.
—Pero el pobre tío León está tan enfermo
que ha tenido que rechazar incluso la celebración
de la victoria.
Girolama llamaba al Papa, al igual que a su
primo Giulio y a otros cardenales, «tío», aunque los
lazos familiares entre ellos se remontaran a Adán y
Eva, e incluso se refería al padre de Constanza con
316
LA HIJA DEL PAPA

el apelativo babbo, «papi», algo que ni siquiera a


Ranuccio le estaba permitido.
—Sí, el Santo Padre ha sufrido unas pesadas
toses febriles —afirmó Constanza. Utilizó
formalmente aquella denominación formal a pesar de
que ella, a diferencia de su cuñada, había llamado
a León «tío» desde que era una niña—. Nuestro
padre no pudo ver al Santo Padre hasta ayer.
—¿Y sabes cuáles son las noticias más
recientes? —Girolama cogió de nuevo el bote de miel
y dejó caer la espesa sustancia dorada desde una
cucharilla hasta su trozo de pan.
—Sin duda me informarás de ellas de
inmediato.
Sin embargo, Girolama esperó hasta que pudo
meterse el pedazo untado de miel en la boca y,
para concluir, chupó la cucharilla con deleite.
—Hoy mismo Pierluigi vendrá a Roma, tal y
como me informó en un mensaje ayer por la tarde,
para informar al tío León de la victoria en Milán y
Parma. El tío Giulio lo ha enviado para dar parte
del triunfo, a mi Pierluigi, y no al Diavolo. ¿Qué
tienes que decir a eso?
Aquella pregunta delataba tal soberbia que
logró enfadar a Constanza.
—Pues que ya podéis estar contentos tú... y
317
FREDERIK BERGER

Antonio —repuso, con un acento sumamente


apacible y sereno, para que la alusión al artesano
que con tanta frecuencia visitaba Pierluigi no
pasara desapercibida.
Sin embargo, Girolama no dio muestras de
haber reparado en las insinuaciones acerca de los
hábitos de Pierluigi, y se dedicó a hundir de nuevo
la cucharilla en la miel para chuparla después
torciendo la lengua y los labios en todo tipo de gestos.
—¿Y tu Bosio todavía no se ha despertado?
Debes haberlo mantenido despierto mucho tiempo
esta noche. ¡Y eso tan pronto después del parto! —
añadió, chasqueando la lengua y cerrando sus
ojillos de borrega en una mirada maliciosa.
Constanza se colocó de nuevo junto a la
ventana para observar la colina del Gianicolo,
iluminada por el sol, y apaciguar su furia. No
debería discutir con la pesada de Girolama.
Ciertamente había cosas mejores que hacer que
enredarse en una pelea de gatas.
—Lo principal es que tú hayas descansado —
señaló, con aspereza—. Así podrás consagrarte
toda esta noche a tu querido marido. Ya va siendo
hora de que vuelvas a quedarte embarazada.
Alessandro tiene ya más de dos años, y tu tripa no
se redondea más que con grasa.
318
LA HIJA DEL PAPA

Esa vez, Girolama respondió, en lugar de con


su habitual tolerancia risueña, con abierta
hostilidad. Aunque Constanza no se había vuelto
hacia ella, oyó perfectamente como la bilis le
inundaba la boca, amargando el sabor de la miel.
—Al menos he traído al mundo a un varón
Farnese, algo que tú nunca harás —señaló—, y
cuando tu Bosio os lleve a tus hijos y a ti a esa aldea
de cabras llamada Santa Fiora, entonces podrás
parir a un niño detrás de otro si quieres, aunque
se volverán unos salvajes allí.
Constanza se giró colérica y le espetó a su
cuñada en su cara hinchada de orgullo descarado:
—Ya te gustaría a ti que dejáramos Roma y
pudieras ser el centro de atención. Además, ¿de
dónde has sacado eso de que nos vamos a Santa
Fiora?
Constanza hubiera preferido morderse la
lengua, pues había cometido la estupidez de
aceptar la provocación de Girolama. Sin embargo,
ya era muy tarde.
—El propio Bosio me lo ha dicho. A él le
molesta todavía más que a mí que nosotros no seamos
más que un apéndice desagradable para la familia,
aunque seamos lo suficientemente buenos como
para asegurarle a babbo descendencia. Lo cierto es
319
FREDERIK BERGER

que cualquiera de nosotros estaría mucho más


satisfecho si pudiera dirigir su propia casa, en su
propio palazzo. Bosio debe sentirse como un niño,
pero es demasiado bonachón, y os deja hacer y
deshacer a los Farnese. Incluso una vez me dijo:
«Preferiría ir contigo a Santa Fiora, al menos tú
no eres tan..., tan...». Eso fue lo que dijo.
De hecho, aquello era lo más sucio que
Constanza había tenido que soportarle a su cuñada.
Reaccionó de inmediato: se levantó de un salto y le
abofeteó su mejilla flácida con una palmada sonora.
Girolama apenas se había movido, sus ojos
bobalicones se le llenaron de lágrimas, pero no
gritó ni prorrumpió en ninguna oleada de insultos.
Eso enfureció aun más a Constanza.
Ya iba a propinarle un segundo bofetón, cuando
Bosio apareció por la puerta y la detuvo:
—¿Qué está ocurriendo aquí? Girolama,
salvada, voló a sus
brazos, arrojándose directamente contra su pecho,
expulsando palabras incomprensibles contra su
chaqueta de terciopelo abombada y abierta. Él le
dedicó unas torpes palmaditas de consuelo en la
espalda e intentó zafarse de ella. Girolama lo
soltó, miró a Constanza con los ojos llenos de

320
LA HIJA DEL PAPA

lágrimas y desapareció en el cuarto de su único hijo


varón.
—¡Vaca estúpida! —le gritó Constanza a la
espalda, para agitar seguidamente la cabeza y
llevar a Bosio hasta sus propios aposentos, donde
Guido Ascanio finalmente se había despertado.
Miró a los niños, pero de nuevo los dejó con la
niñera y regresó hasta Bosio, que se había sentado
sobre un arcón y parecía sumido en una
ensoñación.
—No le permito a Girolama que me hable en ese
tono —gruñó ella.
—Pero no puedes dedicarte a golpear a tu
cuñada.
—No hace falta que me digas lo que tengo o no
tengo que hacer. Girolama se mostró odiosa,
realmente malevolente sin motivo alguno, y se
ganó esa bofetada. Ya era hora de que Pierluigi
volviera y la pusiera en su lugar.
Bosio no respondió, y como era habitual en él
dejó que su esposa calmara sus nervios mientras
se encogía sobre el arcón como un perro apaleado,
lo que la provocaba y la lastimaba al mismo tiempo.
Ella sabía que Bosio la amaba de verdad, que la
adoraba, que le perdonaba todo, incluso sus
arrebatos dominantes, y que se esforzaba
321
FREDERIK BERGER

enormemente en la cama, donde se le ocurrían todo


tipo de ideas. Por eso habían tenido ya tres hijos.
Las dificultades iniciales debidas a su
inseguridad, afortunadamente, quedaban ya en el
olvido.
Al mismo tiempo, no obstante, deseaba un
marido capaz de golpear la mesa con el puño. Cuando
lograba enojar a Bosio, enfurecerlo de verdad, las
reconciliaciones posteriores en el lecho marital
resultaban particularmente creativas. A pesar de su
habitual dulzura, se le echaba encima como un
animal de presa, y olvidaba todos los preceptos
eclesiásticos acerca del «creced y multiplicaos».
Los arañazos y moratones que ella lucía después
hacían que él se disculpara con profusión,
incluso cuando ella se encontraba aún en el dulce
vacío de los sentidos en el que con gusto
permanecería eternamente suspendida.
—¿Podemos marcharnos por fin a Santa Fiora?
—dijo él, y miró hacia otro lado—. ¿Qué
hacemos aquí en Roma? Ni siquiera se puede cazar.
Mi condado es pequeño, pero necesita que lo
administren. Me he criado allí y es el lugar al que
pertenezco. Tras la muerte de mi padre, mi madre
vive allí sola.
—Mi madre también vive sola, igual que mi
322
LA HIJA DEL PAPA

abuela...
—No es comparación. Una mujer pertenece a
su marido, y no al revés. Un hombre no pertenece a
la casa de su suegro, incluso aunque éste sea
cardenal. ¡Si al menos tuviera algo que hacer
aquí! Un puesto de governatore local, por
ejemplo.
La voz de Bosio denotaba una decisión
inusual, en opinión de Constanza, y en su interior
ella sabía que tenía razón. Sin embargo, no
quería ni podía dejar solo a su padre con Pierluigi
y Ranuccio. Había hecho un voto. También
necesitaba a su madre. Y en cualquier caso no
quería mudarse a aquel pueblo perdido de la mano
de Dios.
—¡Pero si tienes una ocupación! —repuso ella,
mientras se sentaba a su lado y posaba el brazo en
torno a sus hombros—. Si fueras governatore, no te
vería casi nunca.
—Sí, la ocupación de traer niños al mundo,
niños que ni siquiera son Farnese, ni Sforza de Milán,
sino Sforza de Santa Fiora. Tu padre nos utiliza a
todos para sus fines. Incluso les ha organizado la
vida a tus hermanos. Ni siquiera se da cuenta de lo
mucho que sufre Ranuccio bajo el hábito que ya se
ve obligado a llevar. «El niño obispo de
323
FREDERIK BERGER

Montefiascone», así lo llaman. Toda la curia se ríe


de él.
Constanza frunció el ceño.
¿Había algo que ella pudiera decir en contra de
aquellos argumentos? Había podido comprobar
que a Bosio le gustaba jugar con sus hijos, que era
un padre cuidadoso, igual que sabía que no se
entendía bien con Pierluigi, porque le gustaba reírse
de él y llamarle «marica fracasado» pero,
¿también hablaba con Ranuccio? ¿O incluso con su
padre? Entonces, cayó en la cuenta de que en los
últimos tiempos su marido había visitado a Silvia
con regularidad, y que incluso había salido a
cabalgar con la tía Giulia con más frecuencia
todavía, hasta que ella se había marchado a
Capodimonte con la abuela.
Constanza se encontraba aún sumida en sus
pensamientos cuando oyó fuertes golpes en la
puerta, y poco después numerosos jinetes hacían
su acelerada entrada al patio interior. Los hombres
saltaron de los caballos y por el estruendo pomposo
ella dedujo que debía tratarse de su hermano. Salió
a la ventana, y de hecho, allí se encontraba él, y
volviendo la cabeza, la saludó. Girolama gritó su
nombre con un chillido de estridente alegría, y
le hizo señas que él respondió con desenfado.
324
LA HIJA DEL PAPA

Entonces, entró de un salto por las arcadas en


dirección a la escalera principal. Girolama salió a
su encuentro apresuradamente por el pasillo, con
Alessandro de una mano y Vittoria del otro. Él
besó a sus hijos, le dedicó un cachete en su orondo
trasero a su mujer y llamó a su padre.
Constanza le salió al encuentro con parsimonia
y sonrisa contenida.
El padre se estaba colocando su uniforme de
cardenal cuando todos acudieron a sus aposentos.
El manto de viaje de Pierluigi estaba sucio y sus
ojos circundados por oscuras bolsas. Sin
embargo, emanaba un entusiasmo contagioso.
—¡Papá, hemos ganado, en todas las líneas
de batalla, y tu hijo estuvo al frente, con Giovanni,
il Diavolo! —exclamó, aproximándose a su padre,
y Constanza pensó que iba a abrazarlo lleno de
orgullo paternal.
Sin embargo, se limitó a asentir con
reconocimiento, y siguió vistiéndose.
Entonces, Pierluigi cayó a sus pies y gritó:
—¡Padre, bendíceme, a tu hijo primogénito, que
ha luchado por la victoria de la Iglesia!
Éste arrugó el ceño con escepticismo, le hizo
la señal de la cruz y se dispuso ante el ayuda de
cámara para que le colocara la mozzetta.
325
FREDERIK BERGER

Constanza dejó vagar la mirada hacia Ranuccio,


que observaba a su hermano con una
combinación de admiración y desprecio y, junto
a él, como un amigo paternal, Bosio. Girolama se
comía a Pierluigi con los ojos, lo que resultaba
terriblemente vergonzoso. Entonces, apareció
también en la habitación el sudoroso Baldassare
Molosso.
Pierluigi se había levantado de nuevo.
—He estado en el Vaticano dando parte...
—¿Tan temprano? —le interrumpió su
padre—. A León le gusta levantarse tarde.
—En cualquier caso, no me han dejado pasar,
pues por lo que me dijeron, el Santo Padre está
enfermo, los médicos están con él.
El padre le indicó al ayuda de cámara que se
apresurara con la mozzetta.
—Entonces, he venido a casa para informarte.
—Pues entonces, infórmame — repuso su
padre, visiblemente apresurado.
Pierluigi entonces inició su apasionado
relato. Describió los actos de heroísmo del
«diavolesco Giovanni»; solo con un par de
hombres aquel muchacho endemoniado, a pesar de
las temperaturas otoñales, había travesado un río
para sorprender a los franceses y obligarlos a huir:
326
LA HIJA DEL PAPA

sin él, la victoria nunca habría sido tan rápida.


—Quizá Francesco María, el general de los
venecianos, haya tomado nota. Siempre llegaba
tarde —se carcajeó Pierluigi—. Giovanni le ha
robado todo el protagonismo, y ha sido él quien se
ha lanzado contra Parma y Piacenza. Si el general y
el vicecanciller no le hubieran retenido, estaría ya
marchando sobre Ferrara para conquistar también
ese poblacho. Por lo demás, el tío Giulio siempre
está en la retaguardia. Es un astuto estratega, debo
admitir, e incluso Giovanni lo dice. Un hombre del
que hay que tener cuidado. Eso también lo digo yo.
Sobre todo en Roma, en el Vaticano.
Miró a su padre lleno de expectación.
Éste asintió, sumido en sus meditaciones.
—¿Parma y Piacenza están en nuestras manos?
—Claro, como ya he dicho.
—¿Y el vicecanciller se encuentra aún entre
las tropas?
—Probablemente esté en Milán, puesto que debe
ocuparse de imponer un orden, de establecer una
nueva administración... —Pierluigi se había
aproximado de nuevo a su padre, casi asediándole,
obligándole a dar un paso atrás—. ¡Es nuestra
oportunidad!
Durante un momento, Constanza solo había
327
FREDERIK BERGER

escuchado parcialmente, pues había surgido el


nombre de Francesco María, despertando de
nuevo los recuerdos de una particular sensualidad.
Ahora debía, no obstante, reírse de sí misma, de
aquellos sueños de niña. El héroe, el caballero, el
condottiere, capaz de conquistar tanto las tierras
como a las mujeres... Todo eso era Francesco
María, todo eso no era su Bosio... Al menos su
Bosio no se encontraba en ningún campo de
batalla, sabía Dios dónde, no se enfrentaba a la
peste ni al morbo gallico, no moría de forma heroica
o en el peor de los casos, volvía tullido. No, sus
batallas las libraba solo por las noches, mientras que
por los días, jugaba con los niños...
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó el
padre, frunciendo el ceño con escepticismo.
—El papa León está a punto de irse a criar
malvas, es algo que puede olerse en el Vaticano,
todos han vuelto hacia allí sus codiciosos ojos y
solo esperan para poder clavar las garras en las
piedras preciosas y en las cadenas de oro, en las
ropas con brocados y en los cálices, y en toda
la parafernalia papal.
—León solo tiene un resfriado febril, ayer
mismo estuve con él. Además, los rumores de
muerte tienen una vida larga. Lo mismo ocurrió con
328
LA HIJA DEL PAPA

Julio. La gente empezó a saquear, pero Julio se


repuso e hizo desterrar a un buen número de
prelados y azotar a criados.
—Esta misma mañana he oído que León ha
escupido sangre.
Solo entonces su padre comenzó a escuchar de
verdad.
—¿Estás seguro de eso?
—Como de que me llamo Pierluigi Farnese
y pronto seré el hijo de un Papa —apuntó con
voz alta, golpeándose el pecho con el puño.
Ranuccio lo observó con un movimiento de
risueño escepticismo.
Constanza tomó la mano de su padre y le dijo, con
agitación apenas contenida:
—Las cosas se están poniendo serias. No
podemos dar un paso en falso.
—¿«Podemos»? —dijo el padre, con cierto
tono burlón.
—¡Hay que atacar y marchar!—gritó
Pierluigi—. Sin dudas ni titubeos, sin vacilación
ni negociación: ¡contra el enemigo!
—No estamos en el campo de batalla —
respondió el padre con sequedad, pero parecía
haber tomado ya una determinación.
—No lo entiendes —exclamó Pierluigi, con
329
FREDERIK BERGER

el tono de voz más elevado con el que nunca se


había dirigido a su padre—. Giulio de Medici, tu
principal competidor, tendrá que gobernar Milán
durante un tiempo y probablemente no tenga idea
de lo grave que está el Papa. Para cuando llegue,
León llevará tiempo muerto, el cónclave habrá
hablado, ¡y tú serás Papa! No debes dudar.
—¡Pero León aún no está muerto! —gritó el
padre, al mismo volumen.
—Mi más fiel amigo —susurró—. Se acerca el
final.
Alessandro carraspeó y respondió en voz alta.
—Un enfriamiento no mata a nadie, piensa en
tu predecesor. Se alzó como un fénix de sus cenizas,
en el lecho de muerte...
—¿No es ese tu hijo Pierluigi?—lo
interrumpió el Papa—. Ya sabes la mala vista que
tengo.
Pierluigi se arrodilló a su lado y besó su anillo,
después se alzó de nuevo tras un gesto del Papa
y anunció a viva voz:
—La liga ha vencido en todas las líneas de
batalla, se ha expulsado a los franceses de Milán,
Parma y Piacenza de nuevo nos pertenecen, y
Ferrara ya tiembla. Vuestro sobrino Giovanni,
amado Santo Padre, ha luchado en primera línea
330
LA HIJA DEL PAPA

y nos ha llevado de forma decisiva a la victoria.


—Ese putero buscapleitos — dijo el papa
León, mientras Pierluigi tomaba aliento—. Ese
vástago del diablo, ese hijo de una amazona
desenfrenada... ¡y de un mercader Medici, tan
blando como un corderito! —sonrió—. Continúa,
hijo.
Pierluigi, entonces, narró con adornos
teatrales los actos heroicos de los que había hablado,
la huida de los franceses y de la distinguida
moderación del capitano general de la república
veneciana, Francesco María della Rovere.
—Cuando se trataba de Urbino, luchaba como
un león —exclamó el Papa—, sin embargo, cuando
trabaja como capitán a sueldo, se preocupa de no
dejarse llevar por el entusiasmo. Dios, cómo lo
odio...
Pierluigi se mostró de acuerdo y señaló la
diferencia con il Diavolo y con él mismo. Para ellos,
lo primero era la Iglesia, y el honor del Santo
Padre, y el patrimonio de San Pedro...
El Papa había cerrado los ojos, y un médico
no tardó en colocarse sobre él y posar la oreja
sobre su boca.
—Apestas —dijo León, de repente, haciendo
que el médico se apartara de un respingo—. ¿O soy
331
FREDERIK BERGER

yo al que todo le huele mal? —antes de que él mismo


llegara a responderse, se estremeció en un ataque de
tos en el que escupió mucha sangre. Finalmente,
se hundió agotado en las almohadas y susurró de
nuevo—. Éste es mi fin.
La negra pared de prelados se aproximó un
poco más, pero en general nadie se atrevió a
moverse, hasta que Lorenzo Pucci se acercó a
Alessandro y le susurró:
—He hecho llamar al vicecanciller, por si se
produjera el fallecimiento.
Alessandro asintió.
—Ya se han producido los primeros saqueos
en el palacio. Incluso la guardia suiza...
—Ya he vivido esto con anterioridad, es una
vergüenza para la curia.
—Habría que cortarles el cuello—espetó
Pierluigi, en voz demasiado alta, de forma que
muchos de los prelados más cercanos al Papa lo
observaron con desconfianza.
—Su santidad está dormido —explicó el
médico, con voz sorda.
Cundió la inquietud entre prelados y
ayudantes, pues muchos probablemente habían
entendido «su santidad se ha ido».
—¿Quién tiene la llave de la cámara del
332
LA HIJA DEL PAPA

tesoro? —preguntó Alessandro a sus compañeros


cardenales.
—Yo —respondió Lorenzo Pucci,
sonriendo—. El tesorero me la ha confiado.
—Recemos —dijo Alessandro, con voz sorda
pero aun audible—, y hagamos que le administren
la extremaunción.
—Él mismo la pidió esta mañana —dijo una
voz.
—Dios todopoderoso y misericordioso, Tú
que enviaste a los hombres el remedio de la
sanación y el don de la vida eterna
—comenzó a hablar Alessandro en voz alta—.
Vuelve pues tu mirada a tu siervo, que yace aquí
con un cuerpo enfermo, y fortalece su alma, que Tú
mismo creaste, para que en la hora de su fallecimiento
llegue hasta a Ti, su creador, de la mano de los
santos ángeles y sin mácula.
—Por Cristo, nuestro Señor — concluyeron el
cardenal Pucci y los prelados a coro.
Sin abrir los ojos, León habló de pronto con
voz quebrada:
—Dios todopoderoso, te rogamos tu
compasión, tú que a nadie abandonas, sino que te
compadeces de los mayores pecadores, perdóname
mis pecados, mi vida licenciosa entregada a los
333
FREDERIK BERGER

placeres, la guerra que inicié, las muertes que he


provocado, escucha con compasión mi humilde
súplica y otórgale consuelo a mi corazón...
El papa León guardó silencio, y de nuevo los
negros prelados se aproximaron. También
Alessandro creyó que finalmente había fallecido,
pero ocurrió justo lo contrario. León se irguió, miró
a su alrededor con los ojos hinchados, inyectados en
sangre, y exigió agua, después incluso vino, y
finalmente una sopa ligera.
Un asombro intranquilo se extendió entre la
concurrencia.
—¡Demos gracias al Señor por su
misericordia! —gritó Alessandro alrededor—. El
Santo Padre vuelve a comer.
De hecho, León fue mejorando de hora en
hora, e incluso pensó en jugar alguna partida de
cartas. Se rio entre esputos sanguinolentos y
expulsó a la caterva de prelados de la habitación.
—Ay, si solo pudiera apretarle la mano a
Rafael —dijo, mirando a Alessandro—. ¡Tú serás
mi sucesor! ¡Tú y no Giulio!
Alessandro se dirigió hacia él sobre la cama,
mientras Lorenzo Pucci, en segundo plano, hacía
sonar sus llaves.
—Te lo has ganado, y es ya tu turno. Giulio
334
LA HIJA DEL PAPA

puede esperar. Es suficientemente joven como para


ser tu sucesor —León le susurró al oído a
Alessandro—. Lo único que puedo hacer es
repetírtelo: ten cuidado con sus jugadas maestras,
Giulio es el hombre más lleno de recursos del
colegio. Y además, es ambicioso.
Puesto que el Santo Padre quería dormir,
envió fuera a todos sus visitantes, incluidos
Alessandro y Pucci, no sin antes pedirles que
volvieran a verle más tarde.
—Lorenzo —dijo, dirigiéndose al cardenal
Pucci—, envía un mensajero a Giulio e infórmale
de que no es necesario que regrese a Roma. Estoy
prácticamente curado.
Las noticias sobre la victoria me han curado, pues
no podían concederme alegría mayor —se volvió a
Pierluigi y le tendió el anillo para que se lo
besara—. Me has devuelto la vida, hijo mío;
permanece fiel a la santa madre Iglesia, y entonces
serás rico y feliz.
Pierluigi resplandeció y se irguió lleno de
orgullo. León añadió, susurrando:
—Renuncia a tus deseos antinaturales, hijo
mío, sé de lo que estoy hablando; renuncia a ellos
y dale a tu padre los nietos que tanto necesita.
Alessandro se había inclinado hacia adelante
335
FREDERIK BERGER

para entender las palabras de León y observó


como Pierluigi se ponía rígido y le cubría un
intenso rubor. El Papa, de nuevo echado, había
cerrado los ojos.
De camino a casa, Pierluigi inició una retahíla
de maldiciones.
Alessandro permaneció largo rato sumido en
sus pensamientos, hasta que finalmente se decidió
a preguntarle a qué venían semejantes blasfemias.
—El tío León no habrá estirado la pata; podrá
tener siete vidas, pero sabe que tú serás su sucesor.
Alessandro guardó silencio. Entonces, dijo:
—No lo sé.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que podría ser una táctica: hacerme
pensar que lo tengo todo asegurado para que me
vuelva descuidado.
—¿Pero el tío León no es tu amigo?
Alessandro soltó una breve carcajada.
—Cuando se trata de poder, no existen las
amistades.
—Eso dará igual cuando esté criando
malvas.
—No estoy tan seguro de eso. Durante unos
momentos,
respetaron el silencio, hasta que finalmente
336
LA HIJA DEL PAPA

Pierluigi espetó:
—Debes presentarte en el cónclave seguro
de tu victoria. Entonces: ¡Atacar! Pisotear a tus
enemigos. Y finalmente: ¡Marchar! Los mayores te
apoyan, y buena parte de los jóvenes también. No
hay que dudar o vacilar: ¡Atacar!
Una vez llegados a palacio, Constanza los
saludó llena de curiosidad.
—Nada —exclamó Pierluigi—, ese grasiento
nido de larvas se recupera. Incluso está ya
bebiendo vino y pensando en jugar a las cartas.
Entonces, Girolama también se aproximó y se le
echó al cuello. Él la apartó de malas maneras,
mientras le gritaba:
—¡Vaca molesta!
Cuando Constanza cogió a su padre del brazo
y lo miró llena de expectación, él se encogió
pensativo y se dirigió al estudio. Su hija lo
siguió.
Pierluigi sintió repentinamente la necesidad
de marcharse, pues estaba prácticamente
cayéndose de sueño.
—Llevo cabalgando todo el día, tengo que
echarme en la cama —oyó Alessandro, justo antes
de pedirle a Constanza con un gesto que cerrara la
puerta tras ella.
337
FREDERIK BERGER

Ella se le echó al cuello y le besó en la


mejilla.
—¿Qué ocurre? —preguntó él, asombrado—.
¿No estarás de nuevo embarazada?
Ella negó con la cabeza, riendo y exclamó
jubilosa:
—¡Pronto serás Papa! Y yo me trasladaré
contigo al Vaticano.
Sonriendo con indulgencia, él la cogió en sus
brazos.
—Incluso aunque me nombraran Papa, nunca te
permitirían entrar en el Vaticano. Ni siquiera
Lucrezia Borgia...
—Ella llegó incluso a sustituir oficialmente a
su padre, el Papa, cuando tuvo que dejar Roma, y
vivía en Santa María, directamente junto a San
Pedro.
—Los tiempos de los Borgia ya han pasado —
dijo Alessandro.
Se sentó y observó el blasón de los Farnese, que
colgaba de la pared, el pequeño grupo del
Laocoonte de Miguel Ángel y el retrato de Rafael.
«Superaré a los Borgia», pensó, «conseguiré lo
que ellos no consiguieron... Y quién sabe. Quizá
realmente Constanza llegue a vivir algún día en el

338
LA HIJA DEL PAPA

Vaticano. Y también mi Silvia. Aboliré el


celibato, y cundirá la alegría entre los hombres de
Dios».

339
FREDERIK BERGER

Capítulo 29

Roma, palazzo Farnese – Vaticano – 2 de


diciembre de 1521

Alessandro se acostó poco después de la


conversación con su hija porque le sobrevino un
súbito agotamiento. En seguida cayó rendido y se
deslizó por entre las nebulosas fases del sueño.
El cónclave había empezado y de inmediato se
encontró en medio de la capilla Sixtina, pasando
desapercibido ante el confuso caos de una violenta
trifulca. Incluso los viejos cardenales, como
Carvajal, Grimani y Soderini, se golpeaban sin freno
y, desde el techo de Miguel Ángel, les sonreía
una máscara diabólica que, vista con atención,
recordaba al ahorcado Petrucci. Cuando sonó un
«gong», todos se detuvieron en seco y Dios Padre
ya no tendía la mano hacia Adán, sino que se había
transformado en el arcángel San Miguel y les
advertía, con voz atronadora: «¡Nido de culebras,
yo destruiré vuestras Sodoma y Gomorra con fuego,
340
LA HIJA DEL PAPA

acero y pestilencia!».
Alessandro abrió los ojos, cubierto de sudor,
y quiso llamar a su ayuda de cámara, pero vio a
Pierluigi luchar contra el arcángel, y a Constanza
darse la mano con Lucrezia Borgia, y a su propia
hermana, Giulia, realizar medio desnuda la danza
de los siete velos de Salomé, hasta que se le
presentó ante ella la cabeza sanguinolenta del
bautista. Sin embargo, sobre la bandeja de plata
reposaba la testa de su hijo Ranuccio. Paralizado por
el espanto, vio al primo Giulio sentado sobre el trono
como un Herodes y él a su lado, como su primer
consejero, y Salomé se había convertido de
repente en Virginia, totalmente desnuda y formada
ya como mujer, y el demonio se reía, burlón, y
gritaba con voz enloquecida y estridente: «¡El
pacto! ¡El pacto!».
Alessandro se echó a un lado con
movimientos forzados, perdió los estribos, cayó de
nuevo sobre los cojines y llamó a su ayuda de
cámara. Finalmente, ¡estaba despierto! Había
vivido una pesadilla profética. La puerta se abrió
despacio y él estuvo a punto de romper a gritar ante
la perspectiva de ver aparecer frente a él la
bandeja con la cabeza sanguinolenta. Una corriente
fría le hizo tiritar y desde el exterior resonaron las
341
FREDERIK BERGER

salvas de artillería y el tañido de las campanas.


Llamó a grandes voces:
—Ranuccio, Ranuccio.
Lo primero que vio fue a Constanza, que
asomaba la cabeza por la ranura de la puerta, como
si la tuviera separada del resto del cuerpo.
Debían estar haciendo estallar Roma en
pedazos, los franceses no se habrían dejado
acobardar por su derrota en Milán y habrían
avanzado hacia el sur, hasta las mismas puertas de
Roma, que estaban regando con proyectiles tal y
como alertaban las campanas de emergencia.
—Soy yo, tu Constanza. ¿Qué te ocurre? —el
rostro de su hija se apareció ante él, cercano,
asustado, agobiado.
Él agitó la cabeza como un perro que tratara
de secarse, y graznó:
—He debido haber soñado. Oh, Dios, qué
pesadilla tan horrenda.
¿Por qué suenan las campanas, y quién está
disparando?
De pronto, se dio cuenta de lo que debía haber
ocurrido.
Entre tanto, Constanza le había tomado de la
mano y le contaba con voz suave:
—El Papa ha muerto. De forma repentina.
342
LA HIJA DEL PAPA

Debes presentarte de inmediato en el Vaticano.


—¡Pero si parecía que se estaba reponiendo! —
exclamó, asombrado, Alessandro—. ¿Qué hora es?
—Ya es más de medianoche.
—¿Por qué no me había despertado nadie
todavía? Tenía que haber ido a verlo una vez más...
Finalmente, se encontraba despejado y entendía
la situación: las cincuenta salvas de artillería
alertaban de la muerte del Santo Padre; todas las
campanas de Roma tañían de luto, algo que él solo
había percibido a medias, atrapado como estaba en
sus pesadillas.
Alessandro se levantó, pero le sobrevino un
súbito mareo que hizo que el ayuda de cámara
tuviera que sujetarlo de inmediato.
—¡Ensilla mi caballo y saca a los guardias
de sus catres! ¡Tengo que partir de inmediato!

Alessandro, acompañado de sus guardaespaldas,


tomó el camino más rápido hacia el Vaticano. A pesar
de la hora tardía, mucha gente se agolpaba por la
calle, por todas partes temblaban y se tambaleaban
antorchas y lámparas de aceite, destellando contra
las paredes de las casitas. La apretada muchedumbre
le impedía el paso, y por todas partes se oía que
habían envenenado al Santo Padre.
343
FREDERIK BERGER

Ante el portal del palacio Vaticano se


arremolinaba todo el clero de Roma.
Evidentemente a los primeros a los que se les
abría el paso era a los grandes dignatarios y, de
entre ellos, a los cardenales más que a ninguno. A
pesar de todo, Alessandro tuvo que entrar a través
de la scala del Maresciallo. A su alrededor
revoloteaban renovados rumores de un
envenenamiento. Pero sobre todo, vio cómo, por
todas partes, los criados de palacio, los
trabajadores de la curia de mayor confianza,
incluso los miembros de la familia, registraban y
saqueaban todas las habitaciones.
Finalmente, llegó hasta los aposentos
papales. Allí yacía León, en su velatorio, apenas
reconocible, casi negro y con la cara y las manos
hinchadas. Alessandro se persignó instintivamente,
pero seguidamente realizó una bendición sobre el
cuerpo, que olía mal. Una breve mirada alrededor
hacia los presentes revelaba que la mayoría creía en
una muerte por envenenamiento, e incluso
cuchicheaban con expresión horrorizada.
—¡No, no! —exclamó Ponzetti, el médico de
cámara de León—. Fiebre perniciosa y hemorragia,
¡nada de veneno!
Sin esperar ninguna reacción, discutió con su
344
LA HIJA DEL PAPA

colega Severino, que había operado a León en


multitud de ocasiones. Severino asentía y después
sacudió la cabeza.
Alessandro intentó abrirse paso hasta Lorenzo
Pucci. Junto a él se encontraba alguien en quien
antes no había reparado: Lucrezia, la hermana del
Papa, que lloraba amargamente hasta el punto de
que fue necesario sacarla de la habitación. Como
no lograba llegar hasta él, le hizo señas a Pucci
para que lo siguiera. No lograron encontrar calma
y espacio para poder hablar hasta que no llegaron
a la sala de Constantino.
—¿Estabas con él cuando murió? —preguntó
Alessandro.
Pucci negó con la cabeza.
—A primera hora de la tarde estaba bien,
pero al anochecer comenzó a sufrir violentos
escalofríos —le explicó—. Se fue apagando, se
durmió, y yo casi caigo también de puro
agotamiento. Así pues, me fui a casa. Apenas
había entrado por la puerta de mi palazzo cuando
me llegó el mensaje que me enviaba de vuelta aquí.
Acababa de fallecer.
—¿Y por qué está tan negro... casi como lo
estaba Borgia?
Pucci se encogió de hombros.
345
FREDERIK BERGER

—Entre los médicos, la mayoría cree que se


trata de un envenenamiento, probablemente a
través del vino que bebió por la tarde —comentó
en voz baja—. Se ha arrestado ya al copero
Malaspina, acusado de ser partidario de los
franceses...
Pucci hablaba aun más bajo y había llevado a
Alessandro hasta una esquina de la habitación,
volviendo la espalda a la gente que pasaba
apresurada por allí.
—Entiende bien esto: Si el rey francés y sus
partidarios se ocultan detrás de los cardenales, es
que no solo hay guerra en Milán, sino también en
Roma. La población de la ciudad ya se está
haciendo con armas...
—Sí, entonces crees que...
—Debemos permanecer unidos
—le susurró Pucci—. Desde mi punto de vista,
Soderini está detrás de todo esto... Y Francesco
María, ayudado por su suegro de Mantua.
Entretanto, Pucci había acercado tanto la
cara a la de Alessandro, que este podía oler su
aliento mohoso.
—Una cosa te diré, Alessandro: si ha sido un
envenenamiento, habrá sido Francesco María quien
lo haya urdido. Ese hombre es peligroso, siempre
346
LA HIJA DEL PAPA

le dije a León que se abstuviera de tomar Urbino.


Debía haberlo hecho matar de inmediato, y de no
haberlo conseguido, haber dejado tranquilo su
ducado. La guerra de Urbino ha sido nuestra
desgracia.
—Pero León no era de la clase de hombres que
se deja matar por sus enemigos —le espetó
Alessandro.
Pero Pucci no le escuchó, y siguió hablando:
—La guerra ha terminado por llevar al
Vaticano a la ruina. Ni siquiera el nombramiento
de cardenales y la venta de títulos y cargos
pudieron compensar la necesidad de derrochar de
León. Las arcas están completamente vacías, hace
meses que no se pagan los salarios. La casa del
Papa tiene a sueldo a seiscientas personas, entre
notarios y secretarios subempleados, parásitos y
aprendices de poeta, malditos bufones
sinvergüenza y actores sodomitas... ¡Es el fin!
—No será tan malo, si el siguiente Papa
arregla un poco la situación —dijo Alessandro, con
voz neutra.
Pucci lo miró entonces con sonrisa irónica.
—El siguiente Papa... ¿un tal Alessandro
Farnese? ¿Y cómo se llamará? ¿Gregorio, quizás,
Gregorio, el frugal? No, mejor Pablo... De Saulo
347
FREDERIK BERGER

a Pablo —la sonrisa irónica se agudizó.


Alessandro ignoró el comentario.
—Será mejor que se realicen exequias
modestas.
—Muy modestas, querido. El gran León
reposará en una tumba muy pequeña, y pronto todos
sus «amigos» se apartarán de él, sobre todo a
aquellos a los que debe dinero. Ni uno solo de
ellos dará un mal sólido. Precisamente por eso no
podemos permitir que los Medici nos distanciemos los
unos de los otros — hizo una pausa, esperando
una respuesta afirmativa.
Alessandro se limitó a apuntar:
—Giulio está todavía en algún lugar de la zona
de Milán, y no sabe lo que ha ocurrido.
Pucci lo miró, inquisitivo, y replicó con
inusual sinceridad:
—Eso solo puede beneficiarte. Alessandro
respondió a aquella mirada interrogativa:
—Giulio era la mano derecha de León, y
toda la política del Vaticano procedía de él —
como consideraba a Pucci como afín a los Medici,
al mismo tiempo que un hombre franco, se mostró
igualmente sincero con él—. Giulio querrá
ofrecerme competencia, y no sé si tengo
posibilidades en contra suya.
348
LA HIJA DEL PAPA

—Es más joven que tú. Y sería un Medici


sucediendo a otro Medici. Dos papas consecutivos
de una misma familia es algo inédito.
—Giulio es un personaje conocido y amado,
y ofrece pocos puntos vulnerables.
Entonces, Pucci sonrió sardónico,
probablemente porque creía entender la alusión:
—Sin embargo, tu Silvia ahora está «muerta»,
y tus hijos... bueno... Giulio es, él mismo, un hijo
ilegítimo, como todo el mundo sabe, a pesar de que
hiciera que sus padres se casaran con
posterioridad, y además está ese bastardo, el
mulato, un joven bastante desagradable, por lo que
se dice.
Alessandro estaba harto de andarse con
rodeos. En algún momento su contertulio debía
abandonar sus reservas y hablar con libertad.
—¿Y a quién elegirías tú, querido Lorenzo?
¿A mí...? ¿A Giulio...? ¿O a alguno de los otros
muchos que se consideran dignos de ello?
Pucci rio, y de pronto, ofreció un aspecto
particularmente insidioso.
—A alguien de la facción de los Medici, por
supuesto... ¡Al mejor!
—¿Y quién es el mejor?
—Eso ya se verá.
349
FREDERIK BERGER

Capítulo 30

Roma, palazzo Farnese – 2 de diciembre de


1521

Pierluigi estaba tan agotado de la prolongada


cabalgada de días de duración desde Milán hasta
Roma que apenas se sostenía en pie. Sintió como
Girolama se apretaba contra él, pero se sumió en un
sueño profundo en el que, tras un momento, creyó ver
oscuras imágenes de una batalla, de hombres
desnudos cuyos rostros se mantenían ocultos por
cascos, y que luchaban únicamente con escudos y
espadas, pero que finalmente arrojaban sus armas
a un lado y se lanzaban los unos contra los otros en
un desenfreno lujurioso. Entremedias, vio a su
padre vestido con una sobrepelliz papal, caminando
con solemnidad y bendiciendo por toda Roma,
protegido por él, su hijo mayor, provisto de una
armadura negra. El tío Giulio los miraba como un
idiota desde la ventana del palazzo Medici.
Cuando Pierluigi finalmente despertó,
Girolama roncaba a su lado. Se espabiló de
inmediato. Era algo que había aprendido en el
350
LA HIJA DEL PAPA

ejército: a dormirse rápido, pero despertarse


igualmente rápido y estar dispuesto en seguida para
la batalla. Se levantó despacio de la cama, se
vistió con una túnica, se echó un sobretodo por
encima para protegerse del frío y se dirigió
finalmente hacia la cámara que se abría bajo el
armazón del tejado, donde solía encontrarse con
su hermoso Antonio, con su cuerpo flexible, sus
brazos fuertes y sus manos habilidosas.
Debía ser ya la última hora de la tarde, pues
buena parte de los criados y obreros se
encontraban ya durmiendo. Otros jugaban a los
dados. Muchos bebían vino y se miraban en
silencio y, por supuesto, también había encuentros
nocturnos con las predispuestas doncellas, risas y
algún gemido contenido, cuerpos agitados los unos
contra los otros, medio desnudos, sudando como
cerdos, como en un campo de batalla.
En otra habitación se daban los rezos
comunitarios.
¿Dónde estaría su amante? ¿Es que ya no le
esperaba?
El bello Antonio trabajaba desde hacía años
como carpintero en la construcción y Pierluigi lo
había descubierto ya antes de su casamiento. Al
principio no entendía muy bien qué ocurría entre
351
FREDERIK BERGER

ellos, pero le gustaba llevárselo del trabajo,


cabalgar con él a los viñedos o sentarse con él
en las tibias tardes primaverales en la ribera del
Tíber. Allí contemplaban a los pescadores y
lavanderas, observaban las chalanas, e incluso
algún desagradable cadáver. Entonces, el sol se
hundía sobre el Gianicolo y arrojaba pesados tonos
rojos, naranjas y violetas sobre el cielo, colores
que Pierluigi solo conocía de las pinturas de su
padre. El río reflejaba el cielo con secreto
laconismo, y las plantas acuáticas de la orilla
flotaban como serpientes, realizando temibles
movimientos, como si quisieran hacerles señas.
En una ocasión, Pierluigi escuchó paciente
cómo el hermoso Antonio le contaba sus sueños:
quería abrir un taller cerca del palazzo Farnese,
donde podría construir muebles, particularmente
camas, algo que le gustaba mucho más que
levantar tejados y colocar pesados balcones. Para
poder establecer un taller, necesitaría la
recomendación de un cardenal, el padre de
Pierluigi, además de algo de dinero para poder
comprar la casa.
Pierluigi le prometió ayudarle en todos sus
deseos, y al mismo tiempo intentó convencerle de
que abandonara la carpintería y aprendiera el arte
352
LA HIJA DEL PAPA

de la guerra, que sirviera como soldado a sus


órdenes y pudiera así llevar una vida libre.
Antonio observó el cielo ennegrecido y
suspiró. Cuando ya no se podía reconocer el Tíber,
Pierluigi le cogió de la mano y le susurró todo
tipo de comentarios impropios de un varón,
además de jurarle que siempre estaría a su lado, sin
perjuicio de lo que decidiera hacer.
Cuando Pierluigi, días después, no le cogió solo
la mano, Antonio se apartó de él, provocándole tal
ataque de ira que se precipitó furibundo sobre el
carpintero. Al principio Antonio se limitó a
rechazarlo, intentando hablar con él, pero
finalmente le propinó un puñetazo que lo dejó sin
sentido. Cuando Pierluigi volvió en sí, Antonio
había desaparecido, y él mismo ardía en ansias
asesinas. Sin embargo, también se odiaba a sí
mismo, pues sabía que su furia incontenible había
provocado que Antonio simplemente se defendiera
de él. Por eso odiaba su genio, porque tanto su padre
como su madre habían dejado de amarlo por esa
particularidad de su carácter... Si es que habían
llegado a amarlo alguna vez. Con demasiada
frecuencia había tenido que oír cómo su nacimiento
había estado a punto de costarle la vida a su madre.
Sin embargo, al mismo tiempo, era el hijo
353
FREDERIK BERGER

primogénito, el heredero que debía perdurar la


tradición guerrera de la familia, engendrar hijos,
niños varones, con una muchacha Orsini, para que
finalmente se llegara a hablar de los Farnese con
el mismo respeto, ya fuera manifiesto u oculto,
con el que se hablaba de los Orsini o de los
Colonna. Su maestro, Baldassare Molosso, con
quien con frecuencia había discutido a resultas de su
poco interés por aprender, solía terminar hablando
durante sus lecciones de historia de César
Borgia. Aquel hombre, a pesar de toda su brutalidad
y falta de escrúpulos, había logrado dominar el
arte de un correcto gobierno, de tal forma que
incluso un amigo florentino de Baldassare, Nicolás
Machiavello, había escrito sobre él, aunque su
obra no había llegado a publicarse nunca.
A Pierluigi no le interesaban gran cosa los
libros, y mucho menos la métrica que Baldassare
había querido inculcarle a toda costa, pues a decir
suyo ennoblecía al duro guerrero y «caballero».
Como modelo, en una ocasión, le había mostrado
un poema dedicado a una enamorada en la
distancia, su adorada «Lola», en quien Pierluigi
no tuvo gran dificultad en reconocer a su madre.
Aquel soneto, según le había explicado
Baldassare, era «petrarquiano», algo que no
354
LA HIJA DEL PAPA

significó nada para el joven. Desde su punto de


vista, se trataba de la desvergonzada y ansiosa
declaración de amor de un siervo con ínfulas
poéticas hacia su señora.
Baldassare le dedicó una mirada muy
significativa y suspiró, pero le encargó que
escribiera un poema similar con rima paroxítona
para que pudiera entregársela a su futura esposa.
Girolama, en ese caso, debía recibir el nombre de
Laura o Beatriz.
—Las jóvenes son muy sensibles a los
poemas petrarquianos, y reaccionan
conmoviéndose, languideciendo y mostrándose
complacientes. Al menos, esa es mi experiencia
—y dicho esto, carraspeó y se alisó la ropa sobre
la abultada panza.
A Pierluigi le pareció que ese cometido
suponía un trabajo excesivo para un futuro
capitano diavolesco, sobre todo teniendo en cuenta
que Girolama, daba igual si se llamaba Laura o
Beatriz, se iba a tumbar sobre la cama para que
le diera unos cuantos empellones: nada tenía que
ver con pasiones reprimidas, suspiros anhelantes
o rizos custodiados como reliquias secretas.
Sin embargo, logró rimar con mayor o menor
tosquedad el primer y único poema de su vida, que
355
FREDERIK BERGER

no obstante estuvo dedicado a Antonio. Baldassare


leyó sus versos con gesto serio, el ceño ligeramente
fruncido y la mirada sombría; sin embargo, terminó
por alabarlo, si bien le recomendó que mejorara un
pequeño error: que cambiara el Antonio por
Antonia.
Pierluigi reescribió el poema en secreto,
dejando no obstante el «Antonio», y se lo leyó al
hermoso carpintero, naturalmente sin que nadie
más lo oyera, y tras esto se disculpó por su
ataque de furia durante su última excursión al
Tíber. Antonio, por su parte, se disculpó por el
puñetazo, y esa misma noche se encontraron los
dos en un cobertizo donde, de hecho, Antonio se
mostró, efectivamente, conmovido y complaciente.
Así había empezado algo que a Pierluigi le
producía mayor felicidad que los trabajos
nocturnos con Girolama, de los cuales debían surgir
hijos varones.
Por supuesto, no le contó nada acerca del
poema a su diabólico amigo Giovanni. Aunque
estuvieran en pleno campo de batalla, Giovanni le
subía las faldas a todo lo que se moviera, y si no
había ninguna puttana a mano, tomaba a la hija de
algún campesino, a alguna porquera o incluso
alguna novicia, en la mayoría de los casos, por la
356
LA HIJA DEL PAPA

fuerza. O bien se entusiasmaba en torno a la hoguera


del campamento, hablando de su hijo Cosimo, de
dos años de edad, que su amada esposa María,
con la que se había criado, le había dado. Aquel
entusiasmo concluía, por lo general, en una
soberbia borrachera de vino, y finalmente incluso
en balbuceantes himnos y afectuosos cantos
dedicados a aquella amazona que tuvo por madre,
Caterina.
En aquellos momentos en torno a la hoguera, a
Pierluigi le hubiera gustado hablar de su madre, dada
por muerta y a quien visitaba rara vez, y de su
pequeño hijo Alessandro, pero no lo conseguía del
todo. Quizá fuera por el vino. O quizá porque
aquel niño, apenas un bebé, le había parecido
excesivamente frágil, lloraba por cualquier cosa,
no tenía ninguna consideración con el humor de su
padre... Y lo peor era que nunca había sido capaz
de cogerlo en brazos. En ese punto al menos había
logrado ponerse de acuerdo con il Diavolo: los
niños eran tan dulces... En las palabras, coincidían.
Quizá no tanto en la entonación.

Pierluigi finalmente encontró dormido a su


Antonio. Dudó un momento sobre si debía
marcharse discretamente, pero al final optó por
357
FREDERIK BERGER

despertarlo. Al principio, Antonio se mostró un


tanto reacio, pero finalmente encontraron a tiempo
un catre sin utilizar en la parte posterior del ático,
donde Pierluigi pudo poner fin a sus últimas
semanas de necesidad insatisfecha. Antonio
participó sin demasiado entusiasmo, insistió en el
taller y en los ducados que necesitaba y que
Pierluigi le había prometido.
Cuando las campanas del Capitolio
comenzaron a sonar, los dos se asustaron. De
inmediato le siguieron más campanadas, y los
primeros cañonazos retumbaron desde el castillo
del Ángel. Al final, toda Roma retumbó y resonó,
como llevada por el pánico de la guerra. Pierluigi
no sabía qué hora de la noche sería, pero en
cualquier caso dejó solo a Antonio y se apresuró a
bajar a sus aposentos en el piano nobile, donde
Girolama lo esperaba adormilada y sin saber qué
pasaba.
Su hermana Constanza le informó de que el
papa León había muerto y que su padre había
salido ya para el Vaticano.
Pierluigi estaba completamente despejado.
Sabía que la hora de las resoluciones llegaría antes
de lo que esperaban. ¡Atacar y marchar! El
vicecanciller Giulio de Medici se encontraba aún
358
LA HIJA DEL PAPA

en el lejano norte, y nada podría, nada conseguiría


detener a su padre. Después de eso, él mismo no
tardaría mucho en ser n o m b r a d o capitano de
una compañía, y en un par de años quizá
gonfaloniere, confaloniero o portaestandarte de
la Iglesia. Su amigo Giovanni sería capitano
generale, y ambos dirigirían a la Iglesia hacia la
grandeza y la victoria, expulsarían a los franceses
de Italia, pondrían en jaque al emperador y
recibirían un ducado como agradecimiento.
Durante un instante, ambos hermanos se
sentaron en silencio el uno frente al otro y
esperaron a la llegada de su padre. Girolama
apareció brevemente, se lamentó y volvió a
marcharse.
—Lo sabía —dijo finalmente Pierluigi—.
Ahora... —cerró el puño.
—Sí —le ayudó Constanza—, lo sé.
De nuevo, el silencio. Finalmente, Constanza
agitó la cabeza.
—La facción Medici se mantiene unida como
una piña, y si se deciden por el tío Giulio, nuestro
padre no saldrá elegido. Se le considera un
hombre de los Medici. Si se enfrenta a Giulio
aparecerá como un traidor ante los demás, y no
tendrá opción ninguna a obtener los dos tercios.
359
FREDERIK BERGER

Un par de los más ancianos le apoyarán, pero su


base de poder es demasiado frágil.
Pierluigi dio un pisotón furioso.
—Padre no permitirá que ese intrigante de
Giulio le robe el papado delante de sus narices.
He podido observar a Giulio durante la guerra contra
los franceses: es frío y mentiroso. Nunca bebe, lo
cual ya resulta sospechoso. Nunca dice lo que
piensa. Giovanni tampoco le preocupa, aunque los
dos procedan de la misma familia, si bien de dos
ramas distintas.
Constanza se había levantado, y paseó un par de
veces arriba y abajo por la habitación. Observó
pensativa el tapiz con el blasón de los Farnese.
—Primero, papá tendrá que esperar hasta ver
qué mayoría se va formando. Creo que hay muchos
que piensan que pueden ser sucesores de León. Eso
significa que no se pondrán de acuerdo por culpa
de su extremada ambición. Quienes sí estarán de
acuerdo serán los Medici: no tienen los dos tercios
necesarios, pero sí pueden bloquear cualquier otra
mayoría. Cuando sus opositores se den cuenta, se
unirán entre ellos y ocurrirá lo siguiente: la facción
Medici y sus contrincantes se quedarán paralizados
los unos junto a los otros, y no podrán seguir. El
cónclave podrá durar eternamente. Empezarán a
360
LA HIJA DEL PAPA

aparecer los primeros impacientes, y encerrados


como estarán, algunos incluso enfermarán. Al fin y al
cabo, subsisten a base de pan y agua. Entonces,
llegará el momento en que nuestro padre tenga que
intervenir: será un candidato de compromiso,
parcialmente Medici, parcialmente neutral,
antifrancés, pero tampoco enteramente imperialista,
experimentado, conocido, no excesivamente joven y
en cualquier caso mayor que Giulio, que siempre
podrá sucederlo.
—¿Desde cuándo las mujeres piensan como
tú? —exclamó Pierluigi, tras escucharla, al
principio reticente, finalmente asombrado.
De pronto, se dio cuenta de que ella le
superaba en raciocinio, que sus reflexiones eran
acertadas.
—Nuestro padre no puede permitirse cometer
ningún error — dijo Constanza.
Pierluigi dio un respingo, corrió hacia la puerta
y de vuelta, exclamó:
—¿Cuándo vendrá a casa de una vez? —se
detuvo ante su hermana—. Cuando sea Papa, ¿ya no
vivirá con nosotros? —él mismo se dio cuenta de
lo vacilante que resultaba su voz y, para
contrarrestarlo, espetó—: ¡Al diablo!
Quizá a eso se debiera el que en las últimas
361
FREDERIK BERGER

semanas hubiera estado tan agitado, aunque no


tenía que entrar directamente en batalla, y
tampoco había corrido peligro de muerte en
ningún momento; quizá simplemente se debiera a la
agitación previa al pronto ascenso de su padre, que
significaba el ascenso de toda la familia, o quizá fuera
por otro motivo que no sabía calcular: de pronto,
Pierluigi echaba de menos a su madre. Le faltaba.
Hacía demasiado tiempo que no la veía. Y cuando
se dio la vuelta para mirar a Constaza, sintió de
pronto un cierto candor fraternal. Había estado
celoso incontables veces de ella, y de Ranuccio,
que aún estaba creciendo, pues a pesar de su
tendencia a responder con descaro, seguía siendo el
preferido de papá. Sin embargo, ellos eran sus
hermanos, y en el fondo le gustaban, aun cuando no
lo mostrara demasiado a menudo.
—Debemos permanecer juntos, como
hermanos —dijo, con voz ronca.
Constanza lo miró atónita, y él apartó la vista,
pero aún pudo sentir la mirada de ella, inquisitiva,
clavada en su nuca.
—Es una pena que mamma no pueda estar con
nosotros y alegrarse también —añadió él, casi
susurrando.
—En el futuro ya no tendrá que ocultarse.
362
LA HIJA DEL PAPA

—Pero nosotros sí.


—Sí, nosotros sí —repitió Constanza sus
palabras, en un tono que delataba ironía.
Quizá también algo de tristeza... O de lástima.
Él no se atrevía a volverse, porque se sentía
desnudo. ¡Ese maldito sentimiento! ¡Esos
malditos momentos en los que se sentía
repentinamente vulnerable! Y poco amado. Porque
siempre se enfurecía con demasiada facilidad. Y
entonces discutía con esa vaca estúpida de
Girolama. Y Antonio también lo quería únicamente
por el dinero, el carpintero no lo amaba de verdad.
La forma en la que bromeaba con Bianca lo decía
todo. Nunca bromeaba así con él.
—¡Qué bonito era todo cuando aún vivía
Paolo! —suspiró Constanza.
Pierluigi se estremeció. ¿Acaso querría
atacarlo? ¿Quería echarle la culpa de...? Sintió
como se iba irritando de forma creciente. Siempre
ocurría lo mismo cuando mostraba sus puntos
débiles: que le asestaban una puñalada. Por
supuesto le atormentaba el sentimiento de culpa,
porque había molestado a Paolo tantas veces...
El cómo se había producido su muerte era ya algo
que había olvidado. Realmente lo había olvidado, y
tampoco quería pensar en ello. De alguna forma,
363
FREDERIK BERGER

habían peleado... ¡Ese maldito sentimiento!


Sintió como la furia crecía por momentos.
¿Por qué Constanza tenía que atacarlo por la
espalda? ¿Por qué suponía que él tenía la culpa de
la muerte de Paolo? Porque, indirectamente, eso
estaba sugiriendo. Solo quería distraerlo. Pero,
¿por qué precisamente ahora?
Cuando Pierluigi iba ya a volverse presa de
la ira para espetarle alguna grosería a la cara a su
hermana, apareció Ranuccio arrastrando los pies,
medio dormido y arisco.
—¿Qué clase de escándalo es éste? ¿Es que
los godos o los vándalos están cayendo sobre
Roma?
Pierluigi le propinó un puñetazo en el antebrazo.
—El tío León ha muerto —
exclamó—. Papá será Papa — añadió, y la furia se
le fue tan rápido como le había venido.
Ranuccio mudó de rostro para formar una
máscara de dolor, y formó con los labios una
palabra que solo podía ser «gilipollas». Pierluigi no
se lo tomó a mal, sino que en lugar de eso añadió,
de broma:
—Será mejor que vayas preparando tu ropa
de cardenal. Y tírate a un par de putas antes de que
sea tarde. ¿O es que todavía eres virgen? Porque
364
LA HIJA DEL PAPA

si es eso, te vas a quedar así.


Ranuccio lo miró con rostro sombrío, dibujó
con la mano izquierda un círculo e introdujo el
dedo índice de la derecha por él, en un gesto
obsceno que los soldados adoraban. Pierluigi no
pudo evitar reírse.
—Hasta la fecha nadie me ha introducido en
los secretos del amor—respondió Ranuccio.
Aunque pretendía sonar irónico, Pierluigi se dio
cuenta de que hablaba totalmente en serio.
—Si no es nada más que eso, ya te llevaré yo
alguna vez. Quizá a ver a la puta preferida de papá
en las épocas de postparto, Maddalena.
Constanza carraspeó de forma perceptible, y
ambos rieron en tono conspirador.
—Si os vais a dedicar a tener
conversaciones típicamente masculinas, entonces
me marcho. En un día como hoy ciertamente hay
cosas mucho más importantes que las cortesanas.
Y dicho esto, realmente se fue.
—Las mujeres son siempre lo más
importante —bramó Pierluigi tras ella.

365
FREDERIK BERGER

Capítulo 31

Roma, chiesa Santi Cosma e Damiano –


palazzo Farnese diciembre de 1521

Tras la muerte de León, reinó entre la curia


una gran agitación al comprobar lo vacías que
estaban realmente las arcas del Vaticano. No se
podían comprar ni siquiera velas nuevas para
permitirle al fallecido Papa un enterramiento digno.
Habían acumulado deudas por valor de un millón
de ducados. El palacio fue objeto del saqueo. Los
cardinales, o al menos una parte de ellos, se
esforzaron por salvar lo que buenamente pudieron,
realizando un listado minucioso de las valiosas
tiaras, adornos de altar, relicarios y ropas aun
disponibles, que ofrecían la seguridad de, en caso
de necesidad, poder llevarlos al prestamista a
cambio de un par de ducados con un elevado interés.
Casi nadie quería realizar el panegírico.
Finalmente, encontraron un orador adulador,
tremendamente caro, pero decididamente idiota, que
se dedicó a soltar una sarta de tonterías. Todos los
favoritos de León, desde los buffoni hasta los
366
LA HIJA DEL PAPA

poetae laureati , desde los músicos a los actores,


todos se desentendieron. Los aduladores dieron
paso a los injuriadores que colgaban sus insultos
de la estatua del Pasquino.
No solo se cubría de ignominia al fallecido
pontífice, sino que todos los papabiles sufrían el
chaparrón, incluido Alessandro Farnese:
aparecieron líneas acera del cardenal Gonella, del
caelebs Fregnese con su «Lola». Lo llamaban el
«cardenal de familia», que quería abolir el
celibato y le ponía ojos tiernos al luteranismo. Al
vicecanciller Giulio de Medici se le tachaba de
«viejo verde de las nubias» y se le acusaba de tener
debilidad por los culos de las esclavas negras. Se
veían imágenes de la lucha desnuda entre los
cardenales Francesco Soderini y Giulio de Medici,
ambos con los órganos sexuales en pleno esplendor,
y como árbitro de la contienda, el propio
Alessandro vestido de uniforme.
Por supuesto, en Roma comenzó a cundir la
conocida anarquía de la sede vacante: se producían
asesinatos en plena calle, se violaba a las
muchachas, se saqueaban comercios. El bargello y
sus sbirren parecían impotentes. Y sin embargo un
grupo de cardenales, entre los que se encontraba
Alessandro, estaban a tiempo de poner fin a
367
FREDERIK BERGER

aquella violencia desatada.


El 11 de diciembre apareció, agotado pero
dispuesto para la batalla, el vicecanciller Giulio
de Medici, recién llegado de Milán.
En cada grupo de cardenales había alguno de
los papabiles, incluso Francesco Soderini, enredado
años atrás en un intento de asesinato, pero
posteriormente indultado, que ardía en ambición y
era contrario a los Medici, además de Grimani,
Carvajal y muchos otros, con ayuda de sus aliados,
incluso el inglés Wolsey, aunque se encontraba en
su lejana isla, y como extranjero no tenía ninguna
posibilidad.
Los franceses insistieron en posponer el
inicio del cónclave porque sus cardenales no
podrían estar a tiempo en el lugar que les
correspondía, puesto que la armada imperial los
mantenía retenidos. Los imperiales constituyeron un
grupo en torno al vicecanciller, quien se
consideraba además representante de los jóvenes; los
ancianos no querían implicarse ni con los
franceses ni con los imperiales. Se iniciaron los
rumores por toda la ciudad y por el palacio
cardenalicio de que se establecerían alianzas.
Alianzas que se rompían nada más forjarse.
Por supuesto, Alessandro se había reunido
368
LA HIJA DEL PAPA

con Giulio en cuanto éste regresó de Milán.


Giulio le había explicado sin rodeos:
—No contamos con los dos tercios en el
colegio, pero podemos vetar los de los demás.
Casi todos los cardenales quieren ser papas, ésta
es nuestra oportunidad. Entre nosotros, solo dos
aspiran al papado, y el mejor debe prevalecer —
lleno de ardor guerrero, miró hacia Alessandro.
Tras un largo silencio, contestó:
—Entonces, preséntate. Fuiste vicecanciller y
la mano derecha de León, así que puedes continuar
con su política.
—¿Continuarla? ¡Ja! —Giulio dio un salto y
lo rodeó—. No podemos continuar con su política,
estamos en la bancarrota. ¡Y mira qué escenario
de guerra! Solo hace un par de semanas que
vencimos en todos los campos de batalla y los
franceses vuelven a asomar la cabeza,
amenazándonos con sus nuevos soldados suizos,
los venecianos se apoderan de un territorio tras
otro y por supuesto Francesco María está
decidido a regresar a Urbino. Nadie quiere, ni
puede retenerlo.
Tras esto, añadió.
—¿Y quién hará el milagro de sacar dinero
de la nada para mantener Milán, tranquilizar a
369
FREDERIK BERGER

la población de Roma, librarse de todos los


parásitos, lisonjear al emperador y, algo que has
olvidado mencionar, quién acabará con lo que está
ocurriendo en Alemania? ¿Con Lutero y sus
seguidores?
Alessandro permaneció tranquilo. No confiaba
en absoluto en Giulio y bajo ningún concepto quería
que lo apearan del carro. Llegaría su momento, solo
debía esperar. Llegaría, como su astrólogo Luca
Gaurico había profetizado en sus fabulosas
interpretaciones de ascendentes y descendentes,
conjunciones y alineaciones, casas y planetas.
O quizá no llegara. Entonces, sería porque
un poder mayor había querido intervenir. O
porque los cardenales habían perdido la razón. O
porque había adoptado una táctica errónea. Una
cosa parecía cierta: como nunca lo conseguiría
sería actuando como ayudante de Giulio. ¡Él no era
el eunuco de un Medici intrigante!
—La herejía de Alemania se arreglará por
sí misma. O la solucionará el emperador, como
católico fervoroso que es — respondió Giulio—
. Sin embargo, debemos eliminar a Soderini.
—Eres tú quien debes eliminarlo.
Giulio se quedó inmóvil y lo miró con ojos
muy juntos.
370
LA HIJA DEL PAPA

—También es tu enemigo.
—Hace tiempo que se declaró enemigo de los
Medici.
—¡Debemos permanecer unidos, Alessandro!
—las palabras de Giulio sonaron como una orden—.
Juntos somos fuertes. El que logra separarnos ya
ha vencido.
—El mejor debe ser el Papa... Con la ayuda de
Dios.
Giulio rompió en carcajadas.
—Sí, con la ayuda de Dios... ¡El mejor!

En la Nochebuena del año 1521, el cardenal


Alessandro Farnese adquirió justo antes del
inicio del cónclave un último alto cargo, es decir,
el obispado de Santi Cosma e Damiano, que se
encontraba en medio del campo de ruinas
semiderruido y sepultado por la vegetación del
antiguo foro romano. Se colocó un extenso belén
con figuritas primorosamente talladas, acompañó
a la misa un coro procedente del convento
cercano, con cánticos angelicales, el incienso flotaba
en densas nubes por todo el templo, hasta casi hacer
estornudar a los asistentes. Innumerables devotos se
desvanecían sin fuerzas, unos por la atmósfera
pegajosa, otros por el hambre. La mayoría de los
371
FREDERIK BERGER

asistentes que se agolpaban en la iglesia eran


pobres diablos, prostitutas callejeras, mendigos y
pequeños timadores, así como aguadores,
jornaleros, pastoras de cabras, lavanderas y
familias de inmigrantes, de los que nadie sabía
exactamente cómo se ganaban el pan. Y por
supuesto una gran cantidad de niños, pues se
celebraba la festividad de la Encarnación del Señor.
También Maddalena, la Magra, había acudido
con su famiglia: Virginia, que pronto llegaría a la
edad adulta y se había convertido ya en una
adolescente que sonreía constantemente a
Alessandro con el encanto de la juventud.
Muy cerca de ellas se sentaban las mujeres de
su propia famiglia, Silvia, Constanza y Girolama,
que se protegían del frío con pieles de marta.
Constanza se mostraba digna y orgullosa en su lugar,
Silvia había ocultado su rostro tras un velo y
parecía un tanto hundida. Girolama, a su lado, tenía
un aspecto sumamente pálido y desolado, como si
acabara de vomitar.
En el otro extremo de la iglesia se sentaba
Pierluigi, acompañado de Ranuccio, Bosio y
Baldassare Molosso, en primera fila, de tal forma
que nunca perdieran el campo de visión. Pierluigi
sonreía extasiado, Ranuccio estaba aburrido, Bosio
372
LA HIJA DEL PAPA

atendía con interés y Baldassare luchaba una y


otra vez con el sueño.
Cuando en la lectura del gradual dijo: «Yo soy
su Padre, y él es mi Hijo», Pierluigi se creció
como si estuviera hablando de él. Ranuccio, que se
percató del comportamiento de su hermano, dejó
los ojos en blanco, mientras Baldassare repetía las
palabras de la letanía con los ojos cerrados, y
Bosio sonreía sutilmente.
Quizá eligió una iglesia tan humilde porque
hacía mucho tiempo que se había olvidado el
significado del cargo de cardenal obispo, pero
precisamente estaba tan llena porque por toda Roma
circulaban los rumores de que el cardenal Farnese
era el que contaba con más posibilidades entre los
papabiles.
Alessandro habló de la gracia divina de la
Nochebuena, y de Jesús, quien había dicho:
«Dejad que los niños se acerquen a mí». Señaló que
tampoco la Iglesia ni sus representantes debían
olvidar ese mensaje. Citó el salmo 127 diciendo:
«He aquí, herencia de Jehová son los hijos» y
exclamó: «¿Por qué no ha de aplicarse a aquellos
que se encuentran más cercanos al Señor?». Creyó
oír un creciente murmullo, que se reforzó cuando se
sirvió de nuevo de la fuente inagotable que eran las
373
FREDERIK BERGER

Sagradas Escrituras para iniciar su sermón:


—No queremos «cortar un pedazo de un
vestido nuevo y ponerlo en un vestido viejo»,
sino rogarle al Señor «un corazón limpio, y que
renueve un espíritu recto dentro de mí» —miró a los
creyentes a los ojos y vio una confianza que también
arrastraba a sus hijos, y continuó—. Sí, oh, Señor,
danos la fuerza y el valor para iniciar algo nuevo,
pues «al final todos somos pecadores» y hemos
olvidado nuestra humildad ante Ti. Permítenos
seguir al apóstol San Pedro, el padre de nuestra
Iglesia, la roca sobre la que construimos, y
exclamar: «Pero nosotros esperamos, según sus
promesas, cielos nuevos y tierra nueva». Amén.
Le siguió un amén de los creyentes, fervoroso
y múltiple.
Cuando, tras la misa, surgió a la luz del día con
la mitra y el báculo obispal en la mano, recibió
los aplausos de la multitud. Debía haber tocado el
alma de la gente. Mientras se dirigía al oeste, a la
colina del capitolio, cientos de manos implorantes
se extendían hacia él, y ordenó a su secretario que
repartiera incontables oboli. Se le tendían niños que
él bendecía y repartía besos en frentes no siempre
limpias, los creyentes caían de rodillas a sus pies y
besaban el dobladillo de su sobrepelliz. Sus
374
LA HIJA DEL PAPA

guardas intentaban mantener a la gente a distancia,


una labor ciertamente dura.
A su espalda, se inició un fuerte alboroto.
Pierluigi intentaba abrirse paso hasta él al grito de
«¡Papa, Papa!», y no su habitual «papá». Otros le
siguieron, lo colmaron de gritos de entusiasmo y de
aplausos, y de nuevo se le tendieron más niños.
Alessandro bendecía, murmuraba «In nomine
Patris...», y le extendía la mano a las mujeres,
mendigos, madres enflaquecidas y prostitutas
para que besaran su anillo, apartaba cabezas de
niños y mejillas de muchachas, avanzaba a través
de la multitud, siempre con el secretario a su lado,
repartiendo monedas. Sobre él se extendía el
baldaquino de un suave cielo invernal, de un azul
aterciopelado. Y de repente se sintió ascendido en
el orden de un mundo al que se había
acostumbrado; y los últimos días, con sus horas de
tristeza y alegría, y los individuos, con sus deseos
y miedos, le parecieron diminutos e irrelevantes. Se
dio cuenta de que había obtenido una posición
estable dentro de ese orden, que incluso se le había
concedido un cometido que superaba sus propias
expectativas.

Cuando Alessandro regresó finalmente a


375
FREDERIK BERGER

casa, incluso antes de ver a su familia, se hizo


desvestir. En primer lugar, quería echar una siesta,
pero entonces cambió de opinión y ordenó a su
ayuda de cámara que le trajera su ropa de calle:
un jubón forrado de armiño, medias, mangas
ahuecadas y rajadas y un bonete de terciopelo que
ocultaba la tonsura. Cuando finalmente todos
aquellos hermosos tejidos le hubieron cubierto
adecuadamente, el espejo que tenía frente a él
reflejó a un noble ligeramente envejecido y con la
mirada pensativa.
—En un par de días comienza el cónclave —se
dijo en voz baja—, y tú te vistes como si fueras un
conde de Roma bueno para nada, que se pasea por
la ciudad, se encuentra con otros inútiles
aristocráticos y se gasta su capital en cortesanas.
Cuando se dio cuenta de que tanto su ayuda
de cámara como su secretario lo estaban
observando, los mandó marchar.
En aquel momento, se sentía como el futuro
Papa, experimentaba, como si fuera ya el Papa, la
confianza y la veneración de la gente, de los
romanos sencillos, que parecían querer
preguntarle: «¿En verdad nos entregarás a nosotros,
que confiamos en ti, esos “cielos nuevos y tierra
nueva”? ¡Cuídanos, guárdanos! Inspíranos ese
376
LA HIJA DEL PAPA

“espíritu recto”. Y no le robes el dinero a los


creyentes; compártelo con los más necesitados...
¡Sé el decimotercer discípulo de Jesús!».
Alessandro se estremeció. Se vio a sí mismo
como un estafador. No era un creyente, ni siquiera
sería creyente siendo Papa.
Formulaba los rezos y plegarias de la única y
universal santa madre Iglesia, repartía los
sacramentos, desde el bautismo hasta la confesión,
celebraba la ofrenda, la transmutación y la
comunión, cantaba el Gloria y el Kyrie con voz
clara y alta, incluso con fervor; predicaba con
pasión, y sin embargo: ¿No se sentía realmente
como un actor que guía a los creyentes hacia la fe,
sin compartirla él mismo? La sagrada eucaristía,
con sus cantos, las lecturas de la Biblia, las
prédicas, el incienso y las campanas, las hostias y el
vino... ¿Realmente experimentaba el significado de
aquellos servicios, de aquellos antiguos rituales y
ofrendas? Todos los pormenores de la vida
eclesiástica, los atavíos de los sacerdotes, el orden
del calendario, el derecho canónico... En el fondo,
todo le resultaba indiferente. Vivía conforme a
las formas y fórmulas del sacerdocio cristiano, era
parte del gobierno, de su liderazgo, con sede en
Roma, recitaba siempre las mismas oraciones,
377
FREDERIK BERGER

ruegos y súplicas, sin pensar en su sentido.


Antaño solía lamentar aquella contradicción,
pero ya hacía tiempo que no, o solo en raras
ocasiones. Había terminado por convertirse en un
engranaje más de un gran mecanismo que servía
para adorar y reverenciar a un ser superior, pero al
mismo tiempo gobernaba una ciudad, incluso un
estado, recaudaba dinero y llevaba a la guerra, daba
origen a los pensamientos y la fe de la gente. Aquel
engranaje giraba porque el mecanismo giraba,
como lo había hecho durante mil años. Y si el
engranaje se rompía, se lo sustituía por otro. Aunque
fuera la rueda más grande en el mecanismo, no
cambiaría mucho, porque no había nada que
cambiar. Seguiría rodando, como lo habían hecho
todos sus predecesores, y lo harían los que
llegaran a continuación.
Y sin embargo, ante él se erguía un hombre que
al mismo tiempo adoraba la caza, a su familia, el
arte... así como el lujo y el bienestar, el dinero y el
poder, en resumen, amaba la vida. En ningún
momento se mostraba humilde ni confiaba en la
providencia, sino que mostraba una fuerte
personalidad, era calculador, confiaba en sí mismo.
Aquel hombre elegantemente vestido, aquel conde
de Lazio que hacía tiempo se había convertido en
378
LA HIJA DEL PAPA

romano, que se había reído en su juventud acerca


de las enseñanzas y los dogmas de la Iglesia, que
había creído en Epicuro, en Lucrecio y en su
verdad, que había estudiado en la Accademia
Platonica de Florencia, que le había robado la
mujer a Giovanni Battista Crispo y había luchado
junto a César Borgia... ¿Era ese incrédulo canoso el
verdadero Alessandro? ¿O era el prelado vestido
de púrpura, futuro Papa, que había aprendido a
interpretar como un actor?
¿O quizá realmente Saulo se había convertido
en Pablo?
Gnothi seautón. Su maestro le había enseñado
aquellas palabras en griego clásico: «conócete a
ti mismo». Pero también: «Conviértete en quien
eres».
El cónclave empezaba el 27 de diciembre.
Entonces se decidiría quién era realmente.

379
FREDERIK BERGER

Capítulo 32

Roma, via Giulia – 26 de diciembre de 1521

Silvia sabía que el cónclave empezaría,


finalmente, el 27 de diciembre y se alegraba por
ello. Las últimas semanas habían sido demasiado
agitadas, y no solo porque los días de sede vacante
fueran particularmente peligrosos y la gente solo
pudiera aventurarse por la calle con fuerte
protección. Sus hijos la visitaban con frecuencia,
al menos Constanza y Pierluigi, que acudían
juntos y de buen humor, porque contaban con la
pronta elección de su padre como Papa. Discutían con
ella sobre las posibilidades y los riesgos, debatían
las mejores tácticas durante el cónclave, pero nunca
se llegaba a las malas palabras o tonos que tan
habituales solían ser entre ellos.
Ranuccio, por el contrario, parecía abatido o
de mal humor. Era el que la iba a ver con más
frecuencia, sin embargo, solía torcer la boca y
responder con monosílabos sus preguntas. Otros días
parecía haber llorado, y la abrazaba fuertemente,
como un niño pequeño que necesitara consuelo.
380
LA HIJA DEL PAPA

Sin embargo, tenía ya trece años, una voz grave y


había crecido mucho. Como no le respondía a las
preguntas acerca de sus penas, dejó de insistir, pues
ella entendió que su alma juvenil era tan frágil,
tan llena de pudor, que jamás lograría traspasarla.
Tampoco le permitió que la besara con frecuencia.
Entonces, él empezó a apartarse de ella, huyó como
un mozo de cuadras y desapareció sin despedirse.
Ranuccio, en aquella época, debía estudiar
intensivamente la Biblia y el derecho canónico,
además de aprender latín, como era de esperar.
Además, debía cantar, sobre todo después del
cambio de voz. También insistía en montar a
caballo tanto como le fuera posible, y tomar
lecciones de esgrima, así como de tiro con arco.
Sí, incluso se interesó por los arcabuces y por todo
lo relacionado con cañones, y podía hablar de
batallas y bombardeos, de proyectiles y basiliscos
con mayor propiedad que de la Biblia y lo
sagrado. Cuando hablaba de las bombardas
trabuqueras, se le iluminaba la mirada: «Cada uno
de ellas pesa como cinco bestias de carga, se
necesita una guarnición de cuarenta y ocho
hombres para manejarlas, y es capaz de echar
abajo cualquier muro».
Silvia escuchaba y sonreía indulgente.
381
FREDERIK BERGER

Alessandro esperaba, tal y como en una


ocasión le había confesado, que Ranuccio llegara
a cardenal bajo su pontificado y pudiera señalarlo
como su heredero. Silvia, por el contrario, no veía
con tanta claridad lo que Ranuccio esperaba de la
vida: no quería entrar al servicio de la Iglesia; en ese
punto coincidía con su padre, que hubiera
preferido ser condottiere. Por otro lado, parecía
demasiado delicado, demasiado sensible para la
vida del soldado, demasiado sentido, aunque apenas
dejara entrever esa característica de su
personalidad. Al mismo tiempo, era un hijo
obediente que quería ser merecedor del amor de su
padre. Además, se aproximaba a la edad en la que
debía sentirse atraído por el género femenino...
pero nunca hablaba de ello.
Aquel día de San Esteban, todos sus hijos
estaban con ella, incluidos Girolama y Bosio con
sus retoños, así como Baldassare Molosso, lo que lo
convirtió en una velada animada, todos rieron y
bebieron mucho vino. Esperaban todos la llegada
del padre, que ya había escogido a su ayuda de
cámara y secretario para la estancia en el cónclave,
había hablado con el astrólogo y quería visitarla
antes de los días decisivos. Cuando finalmente
apareció, sus hijos le saludaron al grito de
382
LA HIJA DEL PAPA

«habemus Papam» y «vivat Alexander Farnesius


pontifex maximus». Él se resistió a aquellos vítores,
abrazó a sus hijos y nietos y finalmente también a
ella, mostrándose sereno y feliz, casi relajado.
Sin embargo, sus ojos estaban cubiertos de
sombras oscuras, y revelaban que en los últimos
días había dormido mal.
—¿Cuál quieres que sea tu nombre de Papa?
—preguntó Constanza.
—¡Todavía no me han elegido!—replicó
sonriendo.
—El tío Giulio no tiene ninguna posibilidad, ya
lo verá, sus enemigos son demasiado poderosos —
exclamó Pierluigi—. Tendrá que proponerte como
candidato, y entonces todos los votos volarán hacia
ti. Ya te lo digo: Para san Silvestre te habrán elegido
y nosotros lo estaremos celebrando aquí como
dementes.
—¿Cómo dementes? — Alessandro agitó
confuso la cabeza.
—Ya sabes lo que quiero decir
—Pierluigi apoyó el brazo sobre el hombro de su
padre, como no había hecho nunca, y pregonó con
orgullo por la habitación—. ¡Mi padre será el mayor
de los Papas! ¡Y yo seré su portaestandarte!
Incluso Bosio se animó y comentó la
383
FREDERIK BERGER

frecuencia con la que había oído por la calle y en


Campo de Fiori cómo se hablaba del venerado
cardenal Farnese, que como Papa se preocuparía
aun más por los laboriosos artesanos del barrio
y limpiaría la zona de bandidos.
—El siguiente Papa tendrá que ahorrar en
todo. Precisamente por eso preferiría tener que
dejarle el trabajo a Giulio.
—Solo los cobardes escurren el bulto —
exclamó jocoso Pierluigi, propinándole un cariño
puñetazo en el brazo a su padre.
Constanza respaldó a su hermano:
—¿Acaso no hemos estado hablando de
estrategias y de tácticas? Ya no hay marcha atrás.
Baldassare anunció que ya había compuesto
un himno en honor del nuevo Papa, que seguía
severamente la métrica romana clásica y adoptaba
un tono digno.
Ranuccio guardaba silencio. Silvia también
calló, observó a su familia, tomó a su nieto
Alessandro, lo posó en su regazo y le acarició el pelo
moreno. Girolama se sentó junto a ella y le
susurró al oído:
—Hace una semana que espero que lleguen mis
días impuros. Desde que Pierluigi volvió de
Milán ha estado... muy aplicado —dijo,
384
LA HIJA DEL PAPA

enrojeciendo hasta la raíz del pelo.


Silvia, entonces, le acarició el pelo también a
ella.
Tras un par de horas de conversación,
Constanza lanzó una mirada escrutadora a
Alessandro y Silvia, le hizo una seña a Bosio y a
los niños, indicó con la cabeza a Pierluigi que
debían marcharse, y cogió a Ranuccio de la
mano. Pierluigi no pudo evitar mostrarse chistoso
con sus padres, pero una clara seña con el dedo
índice le conminó a marchar... Y pronto la
algarabía de familia feliz se convirtió en un eco
lejano.
Rosella hizo acto de aparición, preguntó a
Silvia si necesitaba algo más y después desapareció
de nuevo.
Alessandro, que súbitamente se había puesto
serio, suspiró y no dijo una palabra.
Tampoco Silvia sabía qué decir, cogió el
bordado que estaba realizando, pero lo volvió a
dejar porque no tenía luz suficiente.
—¿Terminaste tu relato de la roca de las
Sirenas? —preguntó Alessandro.
Ella le dedicó una breve risa.
—¡Hace mucho!
—¿Cómo continúa?
385
FREDERIK BERGER

—Con hijos, nietos y un gran ducado.


—¿El ducado de Bisentina?
—Y de los alrededores.
Los dos sonrieron, con complicidad antigua,
y durante un instante Silvia creyó que Alessandro
quería acercarse a ella físicamente. Una oleada de
melancolía la envolvió y ella posó la mano sobre
el brazo de él.
—Pronto tendré que pasar completamente a un
segundo plano, ¿no es verdad? —dijo ella.
Él asintió.
Los dos callaron de nuevo.
—Por lo demás, hablaba con absoluta
sinceridad cuando decía que preferiría que Giulio
tomara la delantera. No va a ser un cargo fácil ese
al que me enfrento. León nos ha dejado una herencia
dura, y no solo por las arcas vacías.
—Serás mejor Papa que Giulio.
—Él es un buen administrador. Tiene contactos
con las principales casas bancarias.
—Entonces puede seguir siendo vicecanciller —
como Alessandro no respondía, Silvia continuó—.
Piensa en la Iglesia, en los creyentes, en los romanos
que te aman...
—¿Un hereje debe guiar a la Iglesia, un
incrédulo debe insuflar fe en los creyentes...? —
386
LA HIJA DEL PAPA

suspiró, sonriendo al mismo tiempo por aquella


ironía, que daba qué pensar.
—¿Acaso importa? ¿No está escrito en
alguna parte que no se debe medir a las personas
por sus actos, sino por sus palabras y
pensamientos?
Alessandro miró pensativo a la lejanía.
—Me siento como un estafador.
—¿Y entonces Giulio?
—Por primera vez en mucho tiempo,
anoche recé en absoluta consciencia de lo que
hacía —dijo Alessandro en voz baja, casi
apocada—. Aunque de una cosa estoy seguro: no
existe ningún Dios tal y como Miguel Ángel lo retrató
en la capilla Sixtina. No tiene sentido dirigirse a
Él con el respetuoso tratamiento que se les da a los
sabios venerables y rogarle su ayuda. Es un Dios
lejano, muy lejano, desconocido. Quizá Dios solo
sea un principio, una voz interior, aquello que
mantiene unido al mundo...
—¿El amor? —le interrumpió ella.
—¿El amor? —él negó con la cabeza—. Lo
veo más como traición que como amor. Egoísmo,
codicia, interés. El Dios al que rezamos con las
palabras de la Biblia odia a los hombres, nos odia;
nos desprecia, quiere castigarnos una y otra vez.
387
FREDERIK BERGER

—¿Pero no envió a su Hijo a la tierra y lo


sacrificó para salvarnos? ¿No nos exculpó Cristo
de nuestros pecados en la cruz?
En un arrebato repentino, Alessandro exclamó,
furioso:
—¿Por qué siempre sacrificios? ¿Por qué los
hombres debemos sacrificar a aquellos a los que
amamos? ¿Qué es lo que nos exige ese Dios de la
Biblia, celoso y a la vez cuidadoso en su
despotismo? El ser humano es débil y está lleno de
errores, sí, eso lo sabemos, eso lo saben todas las
culturas, y nadie lo sabía mejor que los griegos,
o incluso sus dioses. Entonces, ¿por qué apareció
ese Dios único, reclamando la sumisión absoluta?
¿Reclamando a los jóvenes que se alejen de sus
familias y sus trabajos?
¿Por qué un padre debería sacrificar a su único
hijo, incluso hacerlo crucificar? ¿Acaso puede
entenderlo alguien que tenga uso de razón? —
entonces, Alessandro incluso gritó—. ¡No sacrificaré
a nadie!
Durante un momento, reinó el silencio.
—Yo también tuve que sacrificarme... —
suspiró Silvia.
—Sí, exacto —respondió él en voz baja,
mirándola con rostro culpable. Se masajeó la
388
LA HIJA DEL PAPA

frente cubierta de arrugas como si así pudiera


presionar hacia arriba o hacia abajo sus
pensamientos. Finalmente, y de nuevo sereno,
añadió—. Dios es aquello que está escrito en las
estrellas, un orden que nunca lograremos entender,
porque, aunque actúa en nuestro mundo, no se
proyecta en él. Nuestra razón no es capaz de
alcanzarlo. Al morir, nos descomponemos; nos
deshacemos en átomos, como Demócrito dijo una
vez; nos volvemos uno con el Ser, con la
existencia eterna, con el perpetuo devenir, y solo
dejamos atrás a nuestros hijos, nuestros nietos,
nuestra obra... Y todo ello también pasará en
algún momento. Me resulta indeciblemente difícil, no,
directamente imposible creer en un Dios que, como
una especie de «ultrapapa» o de «supraemperador»
dirija nuestro destino con amor, gracia y justicia.
Silvia entendió que, justo aquella noche,
antes de la elección de Alessandro, le asaltaban
sus viejas dudas de fe, que le empujaban a
formularse preguntas que ya no necesitaba
hacerse durante sus quehaceres diarios en su
labor eclesiástica, en la misa o en el consistorio.
—No, yo tampoco creo en un mundo justo —
dijo ella—. Creo más en un Dios que no depende
de nuestros deseos, que piensa en otras épocas, pero
389
FREDERIK BERGER

a pesar de ello, creo en el amor, que nos libera, que


nos libra de la soledad.
Alessandro la miró estupefacto y cayó en un
silencio reflexivo, hasta que finalmente replicó:
—¿Nos librará a nosotros de la soledad? ¿No
me empuja más hacia ella cuanto más me acerco a
Él?
—Eso depende de ti — respondió ella con
suavidad—. Depende de ti lo que hagas de su
mensaje, de su misión.
La mirada del cardenal se perdió en sus
propios pensamientos.
—Tengo miedo de perderos — hablaba en voz
tan baja como ella—, de iros perdiendo uno tras
otro cuando me convierta en Papa.
—Nunca te abandonaremos.

390
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 33

Roma, Campo de Fiori – 26 de diciembre de


1521

Ranuccio ignoraba cuándo había empezado


exactamente su enamoramiento. Un día, había
seguido a Baldassare cuando éste había
abandonado el palazzo Farnese y se había dirigido a
Campo de Fiori, para parlotear un rato con la
gente, como había afirmado, y después entrar en
la casa de donna Maddalena Romana, donde impartía
a su pupila Virginia lecciones de poesía, así
como de filosofía, «el arte del amor y el amor
por el conocimiento», como a él le gustaba señalar.
Baldassare había dudado sobre si permitir la
entrada a Ranuccio a la casa de la cortesana. El
muchacho le rogó insistentemente y con toda la
zalamería de la que fue capaz hasta que finalmente
le dio su permiso para acompañarlo.
—Bien —exclamó finalmente Baldassare, no
sin antes alisarse la ropa sobre la barriga—,
como maestro comprensivo y abierto a todos los
seres humanos, por esta vez no pediré su
391
FREDERIK BERGER

consentimiento al pater familias, y cumpliré tu


deseo, querido Ranuccio, siempre y cuando tus
labios se mantengan sellados. Tu visita a una casa de
cortesana deberá ser nuestro secreto.
Ranuccio se lo prometió, y esa misma tarde
cumplieron el pacto. El muchacho saludó a
Maddalena con gran cortesía, y vio a Virginia de
cerca por primera vez. En la basílica de San Pedro,
durante la boda de Constanza, había podido
echarle un breve vistazo y aquella imagen había
permanecido imborrable en su memoria. Lo
cierto era que, así pensado, sus miradas se
habían cruzado ya en la basílica, y habían
permanecido unidas largo rato. En aquel momento
se dio cuenta por primera vez. Aquel instante de
la boda no había abandonado su recuerdo.
En los últimos años, en Ranuccio se habían
manifestado necesidades que, sobre todo por las
noches y las mañanas, resultaban evidentes. Su
virilidad le empujaba hacia el sexo femenino. Se
quedaba mirando todos los escotes y se colaba a
hurtadillas por los oscuros callejones del barrio
para espiar en los patios traseros cualquier
irregularidad. Las muchachas apostadas se le
acercaban, pero cuando el tema se volvía serio, él
se echaba para atrás.
392
LA HIJA DEL PAPA

Un día, estuvo a punto de conseguir llevarse


a la cama a Bianca. Había dormido demasiado y
ella quiso despertarlo porque el profesor de
equitación le esperaba. Su virilidad se mostraba en
un ánimo extremadamente firme y prieto. Como
siempre, Bianca tarareaba mientras le arrancaba la
manta del cuerpo, y entonces se dio cuenta, se
aseguró mediante una mirada curiosa y después se
rio a carcajadas, como si quisiera burlarse de él.
Entonces, la había agarrado, había intentado
besarla y subirle la falda por encima de los muslos
para penetrarla con explosivo poderío.
Pero no lo había conseguido.
Desde entonces, Bianca había dejado de
despertarlo por las mañanas.
Sus pensamientos, no obstante, giraban en
torno a Bianca, a sus muslos prietos y sus pechos
redondeados, pero su fantasía abarcaba también a
otras doncellas y terminaba finalmente en Maddalena
y en sus artes. Cuanto más lo espoleaba Pierluigi
con su «inocencia», más intensa se volvía su
necesidad.
Cuando saludó a Maddalena en su primera
visita, en compañía de Baldassare, jugó a ser el
contenido j o v e n gentiluomo, pero sus vergüenzas
le latían como un tambor.
393
FREDERIK BERGER

Por suerte, se dirigieron rápidamente al


pequeño estudio de Virginia, donde Baldassare se
dedicó a explicar con profusión los fundamentos
de los dáctilos, yambos y troqueos,
acompañándolos de ejemplos en latín, pues iba a
hablar de los sonetos de Petrarca y alabó a Virginia
por ser capaz de escribir ya versos auténticamente
petrarquianos.
Ranuccio se sentó a un lado, en silencio,
soportó las explicaciones de Baldassare y
contempló a Virginia. Finalmente, capturó una
mirada de sus oscuros ojos. Observó sus dedos, al
sostener la pluma. Siguió la delicada línea de su
nuca y la perdió en su pelo casi negro. Buscó las
ondulaciones de su pecho, ocultas bajo capas
innecesarias de ropa.
Cuando Baldassare le regañó por no estarle
prestando atención, tartamudeó y obligó al
sudoroso maestro a repetir su lección sobre los
dáctilos y la cadencia de hexámetro adoníus.
—Tá-tata-tá-ta, o ton Adónin —berreó una
vez más—. Ahora, mis niños, recordad cómo
empieza la gran epopeya romana de Virgilio,
«árma virúmque canó, Troiáe qui prímus ab
óris». Ese canto tan sensorial, esa corriente
rítmica... Cada verso termina en un adonius, al
394
LA HIJA DEL PAPA

contrario que el pentámetro del dístico que, como


sabéis, es la métrica utilizada en las elegías,
incluidas las elegías amorosas de las que
hablaremos más tarde. Si no queremos perdernos
en el Ars amatoria de Ovidio, ¡primero hay que
dominar los hexámetros!
Ranuccio había dejado que el torrente de
palabras de Baldassare cayera sobre él, había
garabateado algo en el papel entre suspiros, y se
había dado cuenta de que se estaba enamorando de
Virginia.
El enamoramiento fue creciendo en las
siguientes visitas. Baldassare declamaba, Virginia
leía entrecortadamente hexámetros de Virgilio, y
él la observaba, enamorado.
En el día de San Esteban, la víspera del
cónclave, Ranuccio había visitado a su madre en la
via Giulia junto al resto de la familia. Por la tarde
habían regresado al palazzo sin el padre, y Constanza
debía ocuparse de los niños. Pierluigi había quedado
con su amigo Giovanni de Medici, il Diavolo, para
ir a festejar por ahí. Cuando Giovanni apareció
para buscar a Pierluigi, Ranuccio le había propinado
un golpecito amistoso en el hombro y le había
pedido poder acompañarlos. Pierluigi no había
tenido nada que objetar.
395
FREDERIK BERGER

En la primera taberna del Campo de Fiori,


Pierluigi, entre risas, le susurró algo al oído a
Giovanni que bien parecía un chiste, mientras que
éste escuchaba encantando. Poco después, Giovanni
desapareció unos momentos, mientras Pierluigi
comenzaba a hablar con un peregrino francés,
joven, de hermosas formas y ricamente vestido,
quien se dedicaba a propagar densas caídas de
párpados y laboriosas sonrisas. Una joven
prostituta se sentó junto a Ranuccio, hizo que le
sirvieran un vaso de vino, se colgó de su brazo,
dejó que la mano se le colara inadvertidamente
bajo el jubón y soltó una estrepitosa carcajada.
Aquella risa le resultó desagradable; la mano,
extraordinariamente molesta; los dientes, torcidos, y
no olía precisamente a rosas. Sin embargo, su
virilidad reaccionó de forma muy diferente, lo que
dio pie a la incómoda muchacha a aproximarse aun
más a él.
Por suerte, Giovanni lo rescató: apareció
atropelladamente por la puerta, les hizo señas
agitadas y pagó la cuenta. El peregrino le susurró
algo al oído a Pierluigi y giró la cabeza hacia
arriba, donde se encontraban las habitaciones.
Pierluigi asintió. Giovanni, entretanto, había
llegado hasta la mesa y había apartado a la
396
LA HIJA DEL PAPA

enojada prostituta del lado de Ranuccio, pero tras


agarrarla de los senos y colarle un par de monedas
por el escote, ella le había respondido con un
amistoso beso. Poco después, se encontraban en
Campo de Fiori, frente a la casa de Maddalena.
Ranuccio se había dejado llevar hasta allí muy
inseguro.
La madre y la hija les dieron la bienvenida en
el recibidor. Ranuccio empezó a arder, lo que, por
suerte, gracias a la tenue luz de las velas, no
resultaba visible para nadie. Maddalena, que
habitualmente lo saludaba con un tono maternal
y cordial, en aquella ocasión lo recibió con aire
escéptico, casi hostil, haciéndole sentirse aun más
turbado, y entonces envió a Virginia a por vino a
la bodega.
Apenas había abandonado la joven la
habitación, Maddalena se volvió hacia Giovanni:
—Hoy no va a suceder nada con Virginia, por
si habíais planeado algo al respecto. Aún no se
ha desarrollado del todo y quizá me proponga hacer
algo distinto de ella. Podéis dejarme a Ranuccio a
mí.
Pierluigi dio muestras de comprensión, pero
Giovanni preguntó con una sonrisa encantadora:
—¿Y yo, hermosa entre las mujeres, podré
397
FREDERIK BERGER

quizá observar vuestras actividades y animaros


mientras tanto?
—Uno de los dos tendrá que renunciar —
exclamó Maddalena con aspereza, mirando a
Ranuccio.
—Pero estamos aquí por su culpa... Y por
supuesto también por la mía —Giovanni se había
aproximado a Maddalena y la atraía hacia él con sus
fuertes brazos.
Ella quiso zafarse, pero él no se lo permitió.
Ranuccio tenía frío y calor al mismo tiempo:
en el fondo, estaba de acuerdo con el cariz que
estaban tomando las cosas. Experimentaba algo muy
cercano al miedo, y quería dejar transcurrir algo
más de tiempo antes de que ocurriera, antes de
perder finalmente la inocencia.
Giovanni apretó aun más fuerte a Maddalena.
—Entonces, que sea uno detrás del otro —
exclamó él, besando con fiereza los senos de
Maddalena hasta el punto de dejarlos enrojecidos,
y como ella seguía haciéndose de rogar, pasó la
mano izquierda por debajo de su ondeante falda,
alzó a pulso a la mujer y se la llevó en brazos
atravesando los pesados cortinajes de brocados
hasta el dormitorio.
Pierluigi miró a Ranuccio con una sonrisa
398
LA HIJA DEL PAPA

irónica, torció la boca hacia abajo con aprobación


y realizó un gesto obsceno.
Virginia tardó un tiempo asombrosamente
largo en reaparecer con la jarra de vino, y cuando
lo hizo, se había maquillado y cambiado de ropa.
De las cercanías llegaban sonidos que no se
correspondían ni con el tañer de un laúd ni con la
declamación de un soneto. Pierluigi se levantó de
un salto, afirmó que tenía un compromiso que no
podía rechazar, pero que regresaría después de un
tiempo prudencial, y pidió que por favor le
esperaran, antes de desaparecer.
Ranuccio se sentó junto a la silla, Virginia le
sirvió un vaso de vino, le tendió una bandeja con
dulces en la que estaba representado un fauno
introduciendo su tensa y enorme estaca entre los
muslos de una ninfa, enrojeció, y bajó y alzó
alternativamente los ojos. Él la miró directamente a
las pupilas y ella le permitió hundirse en aquella
oscuridad misteriosa y surcada de puntos de luz
reflejados de las velas.
Lentamente, ella se sentó junto a él en un taburete
y permanecieron así durante largo rato, sin decirse
una palabra.
Tras ellos, la batalla amorosa estaba en pleno
auge.
399
FREDERIK BERGER

También a Virginia parecía molestarla


aquella impúdica actividad, así pues, se levantó,
le tomó de la mano y le llevó hasta una habitación
más grande, en la que el fuego tintineaba en una
gran chimenea. Se sentaron al calor, sin soltarse la
mano. Él quiso besarla, pero no se atrevió, así que
se conformó con besarle los dedos.
—Tu madre vendrá pronto a buscarnos —
susurró él—. Ella no quiere que nosotros... No
quiere que tú te...
—Todavía tardará un rato en venir. Ya me
lo conozco bien. Al principio ella siempre quiere
acabar rápido, pero con algunos hombres no busca
solo una lucha en la cama.
Ranuccio se dio cuenta de que ella pretendía
sonar fría y experimentada, pero al mismo tiempo
delataba inseguridad y miedo.
Los dos callaron unos instantes y miraron hacia
el fuego.
Finalmente, Ranuccio empezó a lamentar tener
que tomar la carrera eclesiástica, como lo había
hecho su padre hacía muchos años, cuando en
realidad él preferiría ser condottiere.
—Él ni siquiera es particularmente creyente.
No, en realidad no cree en absoluto —y tras unos
instantes, añadió—: ¡Yo odio a la Iglesia!
400
LA HIJA DEL PAPA

Entonces, comenzó a hablarle de la juventud


de su padre.
Baldassare le había contado algunas de las
aventuras paternas, al principio brevemente,
después, se había ido emocionando al narrarle sus
salvajes años en Florencia, como si hubiera sido él
mismo quien los hubiera vivido.
Como Virginia bajó la mirada, le preguntó por
su padre.
Ella enrojeció y ya no se atrevió a mirarlo, lo
que hizo que él se aterrorizara. Debía haber
cometido algún error, pues Virginia le había
apartado la mano. Sus ojos incluso se estremecían,
muy despacio, como él pudo comprobar invadido
por la culpa.
Como no tenía nada más que decir, tomó la
barbilla de la muchacha entre las manos, le alzó el
rostro y le besó los ojos húmedos. Con un suspiro
cargado de sollozos ella lo abrazó, apretándole la
cabeza contra su pecho. A través de toda aquella
tela, y de la blandura que había tras ella, sintió el
latido de un corazón.
Entonces, ya no pudo soportarlo más. Hubiera
querido tomarle de la mano, haber bailado con ella
por la calle, haber atravesado juntos porta
Faliminia o porta Paolo o cualquier otro lugar, con
401
FREDERIK BERGER

tal de estar solos y que nadie los detuviera. Se


levantó de un salto, se despidió de golpe y salió
corriendo. En Campo se cruzó con su hermano
quien, visiblemente satisfecho, le preguntó:
—¿Qué? ¿Ya ha pasado todo?
—¡Ya ha pasado todo! —respondió, y siguió
corriendo.
—¿Pero a dónde vas tan rápido?
¡Espéranos! —se le oyó decir a Pierluigi.
Sin embargo, él continuó.
Quería irse, estar solo, quería bailar completamente
solo aquella noche larga, vacía y fría.
Definitivamente, estaba enamorado.

402
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 34

Roma, capilla Sixtina – de diciembre de


1521 hasta enero de
1522

Alessandro Farnese se reunió en cónclave con


treinta y ocho compañeros cardenales el 27 de
diciembre de 1521 en la capilla Sixtina. Se
dispusieron cuarenta celdas, cada una de dieciséis
pies de largo por veinte de ancho. Junto con los
secretarios y ayudas de cámara, había unas
doscientas personas arremolinadas en la sagrada
sala, iluminados por humeantes velas. No todos los
cardenales habían podido llegar hasta Roma, las
ausencias procedían sobre todo del bando francés,
cuyos miembros se habían quedado en sus
respectivos hogares o se encontraban aún de camino.
El todavía vicecanciller Medici recibió el
cometido de evitar que tanto entraran como
salieran al exterior el mayor número posible de
mensajes, además de eliminar cualquier otro tipo
de eventualidad; se reforzó a la guardia suiza hasta
el número de mil quinientos hombres, de tal
403
FREDERIK BERGER

manera que el Vaticano parecía una fortaleza bien


protegida.
El ambiente general, tal y como Alessandro
había podido comprobar tras la incómoda misa
inicial y el breve discurso del deán, era de
general agitación, desconfianza y agresividad. Los
secretarios iban y venían, se formaban y deshacían
grupos de cardenales, algunos compañeros
arrastraban a otros hasta sus celdas y allí hablaban
acaloradamente. Grimani al que, al igual que a
Cibo, se habían visto obligados a transportar en
camilla hasta la capilla por motivos de salud, juró,
según llegó a oídos de todos, que la decisión
debía tomarse con rapidez, o no sobreviviría al
cónclave. Él, como subdecano del colegio
cardenalicio y como uno de los mayores, y con ello
quería decir más dignos, se encontraba preparado
para aceptar, con la ayuda de Dios, el duro deber
del pontífice.
Alessandro no pudo evitar sonreír, pues
Grimani tenía escasas posibilidades de salir
elegido, a menos que se buscara un candidato con
un periodo corto de supervivencia. De ser así,
eran numerosos los cardenales aptos para la cátedra
de San Pedro. El truco, no obstante, no era malo:
presentarse como alguien viejo y enfermo, que los
404
LA HIJA DEL PAPA

demás compañeros creyeran en una próxima muerte


y, con ello, en una nueva oportunidad; salir entonces
elegido, recuperar la salud con fuerzas renovadas
y todo gracias a la imprevisible gracia del
Todopoderoso.
Sin embargo, en aquel momento nadie buscaba
un candidato de transición. Por el contrario,
todos estaban dispuestos y calculaban con profusión
sus propias estrategias.
El vicecanciller Giulio de Medici contaba con
seguidores entre más de un tercio de los
enclaustrados, y con ello podía bloquear la
elección de otros candidatos. Sin embargo,
pronto quedó patente que a pesar de que sus
oponentes no ofrecían facciones firmes, por
motivos diversos su elección se vería
inevitablemente frustrada. Además, los bandos
francés e imperial se mostraban ferozmente
opuestos el uno con el otro.
Alessandro había esperado hasta entonces
que, con los once cardenales más antiguos, que
habían vivido los pontificados de Alejandro Borgia y
Julio della Rovere, podría al menos establecer una
alianza táctica. De esa forma, conservaba las
expectativas de completar la mayoría junto con el
grupo Medici. Sin embargo, se vio decepcionado.
405
FREDERIK BERGER

Tal y como pudo comprobar desde el primer día,


y Giulio le confirmó de inmediato, ambos debían
enfrentarse a dos oponentes terribles: Francesco
Soderini, el enemigo acérrimo de los Medici, y
Pompeo Colonna, nombrado por el propio León
condottiere-cardenal, y que se contaba a sí
mismo entre los imperiales, pero hasta la fecha
parecía guiarse por alguna enemistad personal de
origen un tanto incomprensible o por una táctica
política impenetrable.
Alessandro vagó lentamente por la Sixtina, con
la mirada vuelta hacia el fresco de Miguel Ángel
que decoraba la pared, intentando pensar, algo
difícil debido al intenso ruido de la sala.
Además, cada vez que daba dos pasos, alguien le
hablaba. Sin olvidar el hecho de que de todas partes
llegaba el desagradable olor a bacinillas, cazuelas
y cubos. Para completar el hedor casi insoportable,
estaba además el hollín de las velas. Y todo eso tras
el primer día.
Tampoco hacía demasiado calor.
La mañana de San Silvestre, se hicieron
visibles los primeros síntomas de cansancio y
tedio. Alessandro se reunió de nuevo con Giulio
y Lorenzo Pucci, para establecer un nuevo plan
estratégico.
406
LA HIJA DEL PAPA

—Me doy por vencido, Alessandro —susurró


Giulio—. No puedo atravesar la vanguardia de mis
enemigos. Solo de oír la palabra Medici, se
despiertan las iras. Por eso he delegado en ti, y
ya en el primer escrutinio recibiste doce votos,
lo que es casi un tercio y bien distanciado de la
mayoría. Si nos ganamos a los indecisos, saldrás
elegido.
Alessandro miró al suelo y agitó la cabeza.
—¿Y qué fue del segundo escrutinio? Yo
pensé que los jóvenes que habían apostado por mí
seguirían apoyándome, pero fue justo al contrario:
En la segunda vuelta casi me fui de vacío, y
Soderini triunfó.
¡Soderini, precisamente! Ya no confío en nadie.
—Puedes confiar en mí. Te digo que saldrás
elegido, lo único que necesitas es paciencia.
Pucci asintió y concluyó:
—Debemos seguir intentándolo. Un goteo
constante puede romper una roca. Pronto tendremos
que conformarnos con comidas frugales, y eso les
marcará a esos sebosos la dirección adecuada.
La conversación se vio interrumpida por un
alboroto inquieto acompañado de fuertes
exclamaciones. El cardenal Grimani yacía sobre una
litera, tosiendo con violencia.
407
FREDERIK BERGER

—Es el humo, y los vapores emponzoñados


—resolló—. Moriré si no se me permite
abandonar el cónclave.
—Solo está representando todo esto porque no
tiene voz ni voto — dijo Giulio, irritado—. Dejad
que se muera. Los demás también tenemos que
aguantarnos.
Sin embargo, se llamó a un médico quien
declaró bajo juramento que Grimani se encontraba
grave, por lo que se tomó en serio su
recomendación.
—Uno menos de nuestros oponentes —señaló
Pucci—. No está mal. Los demás se van dando
cuenta poco a poco de lo serio que se pondrá
todo esto. A mí también me falta el aire —y, dicho
esto, rompió a toser.
Tras el tercer escrutinio, en Año Nuevo, ninguno
de los candidatos se aproximó a la mayoría
necesaria.
El aire se enrareció aun más. Durante la
noche del 2 de enero se oyeron tantas toses que
Alessandro apenas pudo dormir. En lugar de eso, se
dedicó a devanarse los sesos pensando cómo
podría llegarse a un acuerdo. En cualquier caso,
lo principal era conservarse sano: por cada
cardenal que cayera, se debilitaba una facción.
408
LA HIJA DEL PAPA

Lo más problemático era que los cardenales


franceses se aproximaban a Roma, amenazando con
atraer la proporción de la mayoría a su favor.
La mañana siguiente, Giulio se personó bien
temprano en la celda de Alessandro.
—Te propondré hoy por segunda vez —le
susurró.
—¿No deberíamos probar con Pucci?
Giulio negó vehementemente con la cabeza.
—Entonces, los demás lo verían solo como mi
marioneta. Tú, por el contrario, puedes
presentarte tanto como uno de los nuestros como
alguien independiente. Eres mayor que yo y se te
respeta. Los romanos te aman. Si no fuera por esos
delincuentes de Soderini y Colonna... A ellos les
debemos nuestra miseria.
—Fue León quien nombró personalmente a
Colonna —apuntó Alessandro.
—¿Y cuánto crees que abonó Colonna por
ese nombramiento? Era una cantidad a la que
nadie podía decir que no.
—El despilfarro de León se cobra ahora su
precio.
—Se lo iba a cobrar de cualquier manera.
—Además, ayer oí que alguien iba a proponer
a Schinner.
409
FREDERIK BERGER

Alguien llamó con suavidad. Giulio se


dirigió a la puerta de la celda y permitió el acceso
a Pucci.
—¿Schinner? —exclamó finalmente, en voz
baja—. ¿Un suizo?
¿Un extranjero? No tiene ninguna oportunidad.
Tal y como había anunciado, Giulio propuso
de nuevo al cardenal Farnese, y en aquella
ocasión, los prelados jóvenes volvieron a
apoyarlo con asombrosa unanimidad. Alessandro
agitó la cabeza, porque ya no podía entender qué
pasaba por la mente de todo el mundo, ya que
aquellos sucesos escapaban a su lógica. Quizá
los jóvenes solo buscaran a un hombre mayor del
que poder heredar. Sin embargo, a sus 54 años, aun
no era tan viejo.
En el siguiente escrutinio, Alessandro logró la
mayoría de los votos, pero aun se mantenía lejos de
la proporción necesaria.
Las raciones alimentarias diarias se vieron
reducidas. Además, se había filtrado, aunque
Alessandro desconocía cómo había sido posible, que
Francesco María no solo se había hecho con el
ducado de Urbino de un solo golpe, sino que también
se dirigía a Siena. Alessandro observó directamente
a Giulio al recibir la noticia: los Medici se
410
LA HIJA DEL PAPA

estremecieron unidos.
El cuarto escrutinio se saldó sin una línea
diferenciada. Igual que el quinto. El sexto no fue muy
diferente.
Era ya 5 de enero. El aire era insoportable,
respirar se volvía cada vez más difícil. La comida
escaseaba, y pronto tendrían que subsistir a base
de pan y agua.
Alessandro, a pesar de todo, se estaba aseando
un poco cuando Giulio entró precipitadamente en
su celda.
—¡Escúchame! —exclamó.
—Shhh —siseó Alessandro, señalando con
gesto irritado las celdas contiguas.
Giulio susurró entonces:
—Vayamos a mi celda. Lorenzo nos espera.
Atravesaron el pasillo central, amenizados por
el concierto matinal de ronquidos, gemidos,
ventosidades y aguas liberadas. Apenas habían
llegado frente a la celda de Giulio en la zona del
altar, cuando Alesandro comprobó como la puerta
contigua, la correspondiente al codicioso Armellini,
se abría ligeramente para cerrarse de inmediato.
—Escucha, Alessandro — empezó Giulio—,
hoy propondré a Cibo. Es viejo, está enfermo y ya
ha empezado a resollar. Los demás pensarán que
411
FREDERIK BERGER

nos estamos tomando una pausa para reflexionar,


que no durará. Y por fin saldremos de aquí.
Lorenzo ya ha hablado con Cibo. Está todo
hinchado por la repentina importancia que ha
logrado. Por supuesto, yo permaneceré como
vicecanciller, como Lorenzo ha señalado con
rotundidad. Tú serás mi suplente. ¡Es la mejor vía!
¡Cibo no durará mucho!
Giulio había ido levantando la voz con cada
palabra, y ni Lorenzo ni el propio Alessandro
lograron hacer que la controlara. Para cuando
abandonaron la celda de Giulio, vieron como
Armellini, su vecino, se dirigía a la de Colonna.
—Lo ha oído todo —dijo Alessandro.
Así era. Armellini le contó todo el plan a
Colonna quien, a su vez, acudió a toda prisa a ver
a Soderini. Ambos se reunieron con sus
allegados, buscaron a Cibo, le explicaron que
solo sería una marioneta, que los Medici no
tardarían en gobernar tras su próxima defunción... Así
fue como dieron al traste con el plan.
En el escrutinio del 5 de enero, no apareció
ningún favorito claro.
El 6 de enero, el día de Reyes, Alessandro se
levantó con la sensación de que aquella jornada se
saldaría con una decisión. No sabía exactamente
412
LA HIJA DEL PAPA

por qué, pero probablemente se debiera a sus


sueños. Luca Gaurico, su astrólogo, lo señalaba y
gritaba el «habemus Papam», la familia saltaba de
alegría, particularmente Pierluigi, y entonces creía
tener a Silvia a su lado. Junto a ella se encontraba
Virginia. Ellas se encontraban junto a su catre en la
capilla Sixtina, lo besaban al mismo tiempo, cada
una en una mejilla, y decían a coro: «Dios es
amor».
Entonces, Alessandro se había despertado.
Mientras aún se encontraba en el difuso trance
entre la ensoñación y la vigilia, pensaba en que, si
Dios se decidía por el amor, entonces Él le
devolvería a sus seres amados y no sería elegido.
O quizá sería clemente y daría el pacto con el
diablo por nulo e inválido. Entonces, sí sería el Dios
del amor.
Cuando Alessandro finalmente se despejó del
todo, le pareció de nuevo que aquel día se llegaría
a una resolución. Se aseó cuidadosamente y se hizo
vestir con esmero. El ayuda de cámara le alisó el
rebelde cabello que rodeaba su tonsura con ayuda de
un peine y de saliva.
Alessandro salió al pasillo central y vio a
Giulio haciéndole señas a través del aire turbio y
oloroso. Un compañero se aliviaba sonoramente
413
FREDERIK BERGER

de sus necesidades biológicas en la celda contigua.


Alessandro apenas percibía el aire, a pesar de que
debía apestar espantosamente. ¿Qué debían estar
pensando, allí pegados en las paredes y techos, el
Dios y el Adán de Miguel Ángel, la sibila de Delfos
y las demás figuras, ante semejante hedor? Dios
mismo debía haber enviado sus rayos visto que
el Espíritu Santo se negaba a propiciar la toma de
decisiones. Quizá no habría sido del todo malo
que murieran los más ancianos y enfermos.
Entonces, se llegaría de una vez por todas a una
solución.
En última instancia, dependía de Soderini y
Colonna que ni él ni Giulio fueran elegidos. Ni
siquiera entendía a quién favorecían. Nadie hasta
el momento había logrado vislumbrarlo.
—Te propondré de nuevo —le gritó Giulio
desde lejos, y agitó la mano ante su boca, como si
de esa manera pudiera obtener algo de aire
fresco—. Los votos decidirán y reinará la razón.
Los cardenales de la facción Medici le
dedicaron golpecitos de ánimo en el hombro o
asintieron en su dirección.
En el octavo escrutinio, de hecho, obtuvo
nuevamente doce votos. Doce de treinta y ocho, lo
que seguía estando lejos de los dos tercios. Sin
414
LA HIJA DEL PAPA

embargo, en cuanto se anunció la cifra, uno de los


presentes anunció que se adhería a la mayoría
resultante. Otro se mostró de acuerdo. Giulio
alzó los pulgares, semiescondido. Pucci sonrió.
De forma imprevisible, ocho cardenales
habían manifestado su intención de votar por
Farnese. Ya contaba con veinte votantes. Necesitaba
veintiséis. Todo indicaba que, a pesar de la agria
oposición de Soderini y Colonna, lo conseguiría.
Muchos estaban hartos de morirse de hambre y de
pestilencia por culpa de aquel estancamiento sin
sentido. La ronquera y la tos los atormentaban a casi
todos. Los primeros compañeros comenzaron a
preguntarle a Alessandro por lo que recibirían por
su apoyo. Otros expresaron abiertamente sus deseos.
Como ellos mismos señalaron, aún no había
salido elegido. Lo mejor sería que firmara de
inmediato una capitulación en la que estableciera
de forma clara qué prebendas repartiría y con quién.
Giulio habló con Della Valle, y tras unos
instantes, exclamó: Una vez más. Farnese tiene
veintiún votos.
Aplausos, gritos, maldiciones. Entonces,
Lorenzo Pucci ahogó todas las voces con la suya
propia al vociferar, desde el altar:
—Habemus Papam.
415
FREDERIK BERGER

416
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 35

Roma, palazzo Farnese – 6 de enero de 1522

Al inicio del cónclave había reinado en el


palazzo Farnese un ambiente de optimismo
agitado. Constanza dormía mal a causa de los
nervios. No obstante, apenas sentía el cansancio, y
como se encontraba fuerte y activa al mismo
tiempo, se preocupaba por sus hijos con más
asiduidad de lo acostumbrado. También Bosio
acudía por las noches a por su ración de atenciones.
Por las tardes, ella solía sentarse con
Pierluigi y Baldassare Molosso, quienes
habitualmente llevaban el peso de la conversación.
Baldassare estaba consagrado en cuerpo y alma
a repasar concienzudamente cada posible
combinación electoral, olvidándose así de la
supervisión de su pupilo Ranuccio, quien utilizaba
la ausencia paterna y la indulgencia de su tutor para
escaparse del palazzo vestido de forma discreta,
siempre con un puñal bajo el largo jubón, como
Constanza pudo constatar en numerosas ocasiones.
Ella se planteó si debía hablar seriamente con él
417
FREDERIK BERGER

sobre el tema, pero en seguida rechazó esa


posibilidad, deduciendo que lo único que obtendría
sería una respuesta insolente. Ranuccio, además,
se iba haciendo lo suficientemente mayor como para
ser capaz de cuidar de sí mismo.
Baldassare, no obstante, no se explayaba
únicamente haciendo conjeturas sobre los sucesos
del cónclave, sino que una tarde también dio en
especular acerca de Francesco María, señor de la
reconquistada Urbino, señalando que aquel
condottiere sin escrúpulos estaba tan imbuido de
odio hacia los Medici, que incluso había
invadido la Toscana y marchaba sobre Siena.
—Roma debe andarse con ojo con ese hombre
—exclamó, sudando a pesar del frío invernal.
Constanza quiso averiguar algo más acerca de
Francesco María, pero reprimió su interés, y en lugar
de por él, preguntó por su hermano Ranuccio.
—Ese muchacho pasa últimamente mucho
tiempo con su madre. Imagino que también el
género femenino irá atrayendo más y más su
atención. Hay señales inequívocas que un hombre
de mundo como yo reconoce enseguida.
Cuando le preguntó sobre a qué señales se
refería, él se alisó la ropa sobre su oronda barriga y
respondió:
418
LA HIJA DEL PAPA

—Eso es cosa de hombres.


—Bien. Tengo mucha curiosidad por saber qué
dirá nuestro padre acerca de esas «cosas de
hombres».
—Vuestro padre nunca fue hombre que
rechazara los placeres.
Cuando Constanza fue a increparle sobre a
qué se refería exactamente, él se despidió con la
excusa de tener que continuar trabajando en un
himno al nuevo Papa.
—Un Papa digno requiere un poema digno.
El primer día de enero despertó en la ciudad, el
cielo sobre Roma se vistió durante todo el día de un
azul aterciopelado, pero al atardecer se tiñó de un
rojo sanguino, hasta caer en una negrura avioletada.
Pierluigi peregrinaba cada día, acompañado por
Baldassare, hasta la plaza de San Pedro, para poder
escuchar personalmente las noticias sobre la
elección del Papa; por las noches regresaba
helado y de un humor de perros porque aún no
había podido conseguir ninguna buena nueva.
Constanza incluso hizo llamar en una ocasión
al astrólogo paterno, Luca Gaurico, para solicitar
una consulta. Sin embargo, este solo le advirtió,
malhumorado, que su padre le debía dinero, que
estaba a la espera de recibir grandes sumas,
419
FREDERIK BERGER

particularmente de las arcas papales y que, además


de todo eso, en los últimos días la distribución
de los planetas había cambiado sustancialmente.
—¡Eso no os lo creéis ni vos, Messer
Gaurico! —exclamó Baldassare—. Los planetas
no cambian su ubicación en el cielo con tanta
rapidez, eso lo sé hasta yo, aun cuando soy, más que
nada, un hijo de Petrarca.
Gaurico refunfuñó, y Pierluigi le indicó que más
le valdría soltar lo que sabía o, de lo contrario,
podría mostrarse «muy desagradable».
—Realizar una nueva praedictum cuesta
trabajo y dinero.
¿Qué creéis? Son muchos los hombres
importantes que me requieren a cualquier coste.
Cada día se cierran nuevas apuestas, hay mucho
dinero en juego, y quien se lo puede permitir,
prefiere no correr riesgos y me pregunta. Estoy
inundado de trabajo. Sin embargo, como vuestro
padre se cuenta entre mis clientes favoritos, diré
lo que mis investigaciones de los últimos días me
han permitido descubrir.
—¿Y bien, gran maestro? —
preguntó Baldassare.
También Constanza aguardaba una información
clara.
420
LA HIJA DEL PAPA

Gaurico se limitó a murmurar:


—Quien permanece fiel a sí mismo...
Digámoslo con las palabras del evangelista Mateo:
«Porque el que se humilla será enaltecido».
Dicho esto, abandon el recibidor y descendió
apresuradamente las escaleras.
—Podría darle una paliza a ese bocazas —
espetó Pierluigi.
—¿Qué querría decir con ese misterioso
mensaje? —preguntó Constanza.
Baldassare torció la boca y se encogió de
hombros con vehemencia, pero finalmente comentó:
—Yo siempre lo he dicho: los astrólogos no
son más que estafadores codiciosos. Por
desgracia, vuestro padre cree en su sabiduría y su
poder. Sin embargo, ¿quién puede ser tan ingenuo
como para pensar que nuestro Señor
todopoderoso, que está en los Cielos, confiaría su
saber y su voluntad a esos arrogantes astrólogos?
¡Ciarlatani! ¡Eso es lo que son, y nada más!
La tarde del 5 de enero, después de aquella
conversación, Baldassare bebió demasiado del
frascati que tenían guardado en las bodegas de la
casa, y se quedó dormido ante la chimenea, entre
ronquidos y resoplidos.
Constanza se quedó sentada aún unos minutos
421
FREDERIK BERGER

con Pierluigi. Ambos estaban sumidos en sus


pensamientos, pero entonces apareció Ranuccio, le
hizo una señal a Pierluigi y ambos desaparecieron
antes de que Constanza pudiera preguntar qué
ocurría.
Como Bosio ya se había retirado decidió, sin
pensárselo dos veces, realizar una visita nocturna a
su madre. Si bien constató que en el patio había
reunidos numerosos miembros de la famiglia, entre
ellos el bello Antonio y el mayordomo, que
gesticulaba visiblemente, no le dio mayor
importancia.
La madre se alegró de la visita, aun cuando
también diera muestras de una cierta tristeza. El
gran artista Miguel Ángel había ido a verla y
juntos habían estado charlando sobre los viejos
tiempos. Quizá precisamente por eso había decidido
hablarle también a Constanza del pasado de sus
padres.
La joven escuchó horrorizada por primera
vez el deshonroso y sangriento asesinato de su
abuela Ruffini, de la estancia de su padre en la
prisión del castillo de Sant’Angelo y su heroica
huida, así como de los incontables malentendidos
que se habían producido y que habían hecho que sus
padres tardaran tanto en encontrarse. Escuchó
422
LA HIJA DEL PAPA

también la historia del primer matrimonio de su


madre y finalmente la muerte del abuelo Ruffini,
quien no había podido sobrevivir a los estragos
causados por la soldadesca francesa en Roma hacía
casi treinta años.
—Esperemos que tu padre sea realmente un
Papa de la paz — suspiró la madre—. Que no
permita que los soldados extranjeros vuelvan a
entrar en Roma. El infierno no podría ser peor que
aquello.
Cuando Constanza regresó a sus aposentos por
la noche, Bosio ya dormía. La mañana siguiente,
se despertó temprano y quiso ir a ver a sus hijos.
En la casa reinaba una agitación inusual, nadie
cuidaba de los niños y Girolama salió
quejumbrosa a su encuentro mientras Pierluigi y
Bosio aún seguían dormidos. En el jardín se
arremolinaban grupos de miembros de la famiglia y
trabajadores.
La inquietud fue creciendo, hasta que se oyó
una voz gritar:
—¡Habemus Papam!
Alegría en el jardín, alegría en la casa y
Bianca, a la que había llamado para que le
arreglara el pelo, no tardó en aparecer. En primer
lugar, Constanza reunió y tranquilizó a sus tres
423
FREDERIK BERGER

pequeños, pues incluso la ama, con su propio bebé


en los brazos, se encontraba con el grupo que ya
subía aceleradamente la escalera. La joven
Farnese llevó rápidamente a los niños junto a un
Bosio que acababa de despertarse de forma brusca,
pero que de inmediato consolaba a su benjamín
apoyándolo sobre su pecho entre palabras tiernas
mientras le prometía a los mayores que los llevaría
por las malas a la cama.
Constanza se dirigió de nuevo a la galería.
Cuando miró hacia el patio, vio como algunas
de las doncellas se echaban sobre los hombros
pesadas telas decoradas con brocados amenazando
con desguazarlas. La plata brillaba en manos de
las cocineras, y también reconoció al bello Antonio,
quien se había colocado el bonete de terciopelo
de su padre sobre la cabeza. Un capelo
cardenalicio.
Era increíble.
Oyó gritar a Girolama a su espalda. Cuando
corrió hacia ella, se encontró a su cuñada luchando ya
con una lavandera y un jardinero, a los que quería
arrebatarles pañuelos de seda, que se rompieron de
pronto con el intenso y agudo sonido de los
desgarrones.
Entonces, Pierluigi apareció de pronto en la
424
LA HIJA DEL PAPA

puerta, aún adormilado y con una mirada


absolutamente enfurecida. No parecía entender lo
que estaba ocurriendo. Como la lavandera soltó el
pañuelo, Girolama perdió el equilibrio y cayó
pesadamente al suelo. Constanza se echó
rápidamente sobre ella para ayudarla, pero su
cuñada sangraba ya de una herida en la cabeza
mientras se apretaba llorosa el abdomen. Entonces,
Pierluigi reaccionó: saltó sobre el jardinero y le
propinó tal puñetazo que hizo que el muchacho se
tambaleara. Rápidamente, Pierluigi se hizo con un
atizador y le golpeó con él. El instrumento dio
contra el suelo, pues el jardinero se había echado
a un lado con la rapidez de una centella, y trató
de huir. Se abalanzaba más que corría, pero a
pesar de todo logró desaparecer. Pierluigi le arrojó
el atizador, corrió hacia su habitación y buscó una
daga larga. Con ella en la mano, pasó frente a
Constanza como una furia en dirección a la galería
y después descendió por las escaleras.
Fue un día inconcebible.
Poco a poco Constanza fue entendiendo que
era necesario que su padre fuera elegido Papa y
pudiera volver a casa a poner orden. Ya les había
advertido a Pierluigi y a ella lo que podría ocurrir y
les había aconsejado que tomaran precauciones.
425
FREDERIK BERGER

Él mismo había guardado todas sus cosas de valor,


así como sus documentos, en el estudio, y se había
llevado la llave con él. Sin embargo, los días habían
pasado y, de alguna forma, ninguno de ellos había
vuelto a pensar en la posibilidad de un saqueo.
Ahora era ya muy tarde y solo les quedaba la
opción de poner coto a los daños.
Pero, ¿cómo? Vendó la cabeza sanguinolenta
de Girolama y la tendió en la cama.
En la zona del bajovientre descubrió una mancha
rojiza.
—Mi niño, mi niño —lloraba Girolama con
ojos dementes.
—¿Estás embarazada?
—Sí, sí, de apenas días.
Justo en aquel momento, Pierluigi había
aparecido en la habitación con una fuente llena
de cubiertos de plata en los brazos. Había
entendido lo que Girolama había dicho. Dejó caer
la fuente con un gran estrépito, y bramó de furia
mientras se precipitaba fuera de la estancia.
Poco después, Constanza le oyó rugir:
—¡Te mataré, Antonio! ¡Os mataré a todos!

426
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 36

Roma, Vaticano, capilla Sixtina – 9 de enero


de 1522

Cuando Alessandro oyó a Pucci pregonar el


habemus Papam, le recorrió una oleada cálida
de triunfalismo ardiente que, no obstante, no tardó
en sofocarse ante el hecho innegable de que
veintiún votos no constituían una mayoría de dos
tercios, y que el anuncio prematuro de su victoria
podía espolear a sus enemigos a tratar de realizar
un último esfuerzo.
Tenía razón. Colonna y Soderini se levantaron
de un salto, realizaron gestos negativos con gran
violencia y graznaron por toda la estancia:
—¡Farnese aun no tiene los dos tercios!
Exigimos un proceso de elección regular.
Alboroto, amenazas, agresividad, incluso
algunos puños se alzaron, agresivos.
Cuando los ánimos volvieron a calmarse, todos
se introdujeron de nuevo en la cappella Parva, la
capilla de la elección, pero allí no ascendió el
número de votos hasta los veintiséis: por el
427
FREDERIK BERGER

contrario, parecía que la mayoría se disolviera.


Soderini exclamó con voz agitada:
—¡Carvajal! ¡Propongo como candidato al
cardenal Bernardo López de Carvajal!
Giulio, quien durante un instante se había
estremecido de terror, y había hablado con
insistencia, agitación y poca amabilidad con
Pucci, tomó la palabra y le pidió a sus compañeros
que descansaran y reflexionaran sobre los sucesos
de aquel día, que rezaran y se confesaran y
esperaran a que el Espíritu Santo los iluminara.
Así fue.
El 7 de enero aún reinaba una atmósfera de
agresividad y agitación, y se produjo un nuevo
escrutinio que no dio lugar a ninguna mayoría.
El aire lleno de humo y el hedor de los
excrementos apenas podían soportarse, y sin
embargo Alessandro no logró encontrar en ninguna
parte una predisposición a un acuerdo, solo
agotamiento rencoroso y una terquedad carente de
perspectiva. Apenas había dormido en toda la
noche porque la cercanía de su victoria y la
consiguiente desilusión le azotaban el estómago y el
corazón, provocándole ataques de vértigo. No se
podían negar sus cincuenta y cuatro años. La
mañana del 8 de enero informó a Giulio de que
428
LA HIJA DEL PAPA

abandonaba, que todo le daba igual.


—Este atajo de tercos e intransigentes
intrigantes me repugna.
¿Cómo podemos considerarnos apóstoles de
Cristo? ¿Cómo podemos exigir la gestión de
Roma, de su patrimonio? ¿Cómo podemos dirigir a
los creyentes, cómo podemos considerarnos sus
intachables modelos a seguir? Mientras pasamos
aquí los días, en las calles de Roma mueren
inocentes, y se saquean los tesoros que León había
acumulado antes de su muerte.
Un grupo de compañeros, que no estaba
compuesto únicamente por partidarios, le había ido
rodeando, pero de pronto oyó aplausos y gritos
burlones.
—León no adquirió nada — exclamó
Soderini—, aparte de esculturas obscenas, versos
malos y deudas. ¡Nos ha dejado un millón de
ducados en deudas! ¡Era un delincuente y un
sodomita!
Entre los consiguientes gritos de protesta, se alzó
la gravemente ronca voz del español Carvajal:
— A h o r a gonella Farnese se eleva sobre su
pedestal de moralidad, pero en su casa le
esperan ya sus bastardos con sus lucrativos
puestos de privilegio, su concubina le calienta la
429
FREDERIK BERGER

cama y su palazzo puede competir con el de


Riario. Fregnese es tan megalómano como hipócrita,
un hereje epicúreo, un pagano entre cardenales.
Deberían expulsarlo del Vaticano a latigazos.
Colonna dio muestras evidentes de temer que
Alessandro pudiera partirle la cara a Carvajal de
un puñetazo, y en consecuencia se colocó frente
al español, con el pecho abierto en ademán
protector. Sin embargo, Alessandro se limitó a darse
la vuelta y a encerrarse en su celda.
El 8 de enero se produjo el décimo
escrutinio. Alessandro obtuvo cuatro votos. Se rio
a carcajadas y se retiró de inmediato a su celda,
mientras aún oía como proponían a Giulio della
Valle. Sus oponentes sugerían a Soderini.
De nuevo, Alessandro se durmió tarde. Soñó
con Silvia y con sus hijos, se despertó, decidido
a abandonar su dignidad cardenalicia al día
siguiente, salir del cónclave y retirarse con su
familia a Capodimonte, para vivir allí la apacible
vida de un barón. Feliz ya solo con la perspectiva,
suspiró hondo y se durmió de nuevo. Entonces,
todo se torció. Oyó como alguien gritaba «El pacto,
el pacto», y una voz que retumbaba como un
trueno le enviaba el mensaje: «Tú eres mi Hijo
amado, en ti tomo contentamiento», y entonces
430
LA HIJA DEL PAPA

apareció un ángel con el rostro de Virginia, otro


ángel que se asemejaba al dulce Paolo; sus nietos
saltaban sobre su cama como querubines de Rafael,
y observaban desde el aire con expresión aburrida
cómo él moría. Entonces, Giulio gritaba lleno
de s a r c a s m o : «Habemus Papam». Incluso su
madre hacía acto de presencia, lo señalaba con el
dedo y graznaba: «Tú, maldito camello. ¿Cuándo
piensas pasar por el ojo de la aguja? Voy a informar
a tu padre de que el inútil de su hijo se ha roto la
espalda escalando la cátedra de San Pedro».
Al despertar le temblaba la mano derecha y el
vértigo apenas le permitió levantarse.
Cuando, tras ingerir un chusco y un par de
tragos de agua, salió al pasillo central asistido por
su ayuda de cámara, vio como todos los presentes
se asemejaban a ánimas en pena. Pucci, cuya barba
aparecía despeinada y revuelta, le informó de que
acababa de infiltrarse la noticia de que Francesco
María había llegado a Siena.
—A Giulio le preocupa enormemente que la
siguiente ciudad que tome Francesco María sea
Florencia. En tal caso, ¡adiós, muy buenas!
En cuanto oyó las palabras clave, Giulio se
apresuró hacia donde ellos se encontraban y los
arrastró hasta una esquina, donde se sintieron
431
FREDERIK BERGER

seguros de escuchas indiscretas.


—Florencia corre un grave peligro —les
espetó—. Además, no pueden faltar más de dos
días para que lleguen los cardenales franceses.
Entonces, nuestro número de veto se verá en peligro.
Durante esta noche he estado pensando en un plan
que debe funcionar.
Alessandro le observó, escéptico.
—Propondré a alguien en el que hasta entonces
nadie haya pensado y que se mantenga lejos de
aquí — continuó Giulio—, que ni siquiera tenga
intención de trasladarse hasta Roma.
Alessandro lo miró con escepticismo
acrecentado.
Giulio se le acercó tanto que no pudo evitar dar
un respingo involuntario.
—¿Es que no lo entiendes? O todos los
presentes se dan cuenta de la insensatez que está
teniendo lugar aquí y se muestran abiertos a
argumentos razonables, eligiéndote a ti, o a del Valle,
o incluso a mí o a Pucci...
—O a Carvajal, o Soderini, o Colonna o
quien sea —concluyó Alessandro.
—Déjame que siga. Si el impacto no les
despierta, entonces es posible que incluso escojan
al cardenal lejano. Es intachable. Sin embargo,
432
LA HIJA DEL PAPA

nunca vendrá a Roma: O no querría, o no podría... ¡O


moriría en el trayecto!
Alessandro agitó la cabeza como un niño
cabezota.
—¿Estás pensando en el inglés
Wolsey? Ese sin duda vendría a Roma y aceptaría
el cargo de Papa con satisfacción. ¿Y qué quieres
decir con que «moriría en el viaje»?
¿Piensas mandarle un grupo de bravi para que lo
envíen al más allá?
—¡Idiota! —explotó Giulio en un repentino
arrebato de cólera—.¿Quién ha sido el que lo ha
hecho todo hasta ahora para que tú pudieras ser Papa?
¿Quién se ha sacrificado? ¡Yo! ¡Y todavía sospechas
de mí!
Alessandro hizo un gesto conciliador, y
también Pucci se implicó y señaló que no debían
discutir, que aquel sería el día señalado, que
estaba seguro de que se alcanzaría un acuerdo.
Al otro extremo del pasillo, ante la celda de
Soderini, sus oponentes hacían corro.
Giulio observó a Alessandro con una mirada
impenetrable, lo abrazó de pronto y convocó a
todos los cardenales para un undécimo escrutinio
en la capella Parva.
Apenas se habían reunido todos cuando tomó la
433
FREDERIK BERGER

palabra:
—Como en los últimos días se ha demostrado,
ninguno de los presentes puede convertirse en Papa.
Yo mismo renuncié a la candidatura porque no le
era grato a muchos de vosotros y propuse, a mi
vez, a cuatro hombres dignos del puesto. Ninguno
de ellos ha obtenido la aprobación de mis
enemigos.
—Exacto —graznó Soderini.
—Así es —se burló Colonna. Giulio les
respondió simplemente arqueando la ceja y
prosiguió:
—Los candidatos propuestos por las demás
facciones han sido rechazados por motivos
diferentes pero firmes. Lo que nos queda es lo
siguiente: debemos buscar a alguien que no se
encuentre entre nosotros, un cardenal de
personalidad intachable.
—Correcto —murmuraron algunos.
Algunos incluso aplaudieron.
—Entonces, ¡haz una propuesta, charlatán! —
exclamó Colonna.
Giulio carraspeó, se estiró y se alisó la ropa
cardenalicia.
—Aceptad, reverendos compañeros y hermanos
en Cristo, al obispo de Tortosa, el cardenal
434
LA HIJA DEL PAPA

Adrian Florenszoon Dedel van Utrecht, un


hombre honorable de sesenta y tres años de
edad, considerado por todos cuantos le conocen
como un hombre santo.
La sorpresa no pudo ser mayor.
—¿Quién? Pero, ¿quién es ese?—exclamaron
algunos, mientras otros trataban de pronunciar su
nombre, tropezaban con las sílabas y casi parecía
que se les fuera a romper la lengua ante sonidos
tan fuertes, y los últimos, simplemente, se reían.
Alessandro sabía que Adrian, un flamenco de
origen humilde, había sido tutor del emperador
Carlos V. Éste había presionado a León para
incluirlo dentro del nombramiento multitudinario
de cardenales. Más tarde, el emperador había
vuelto a llamarlo a su lado como regente de
España, una misión sin duda difícil de cumplir. Lo
que Alessandro había podido saber de él por
rumores no resultaba demasiado prometedor. Pero
además de todo ello, y ese era el dato más decisivo,
Adrian era un extranjero, un hombre que ni siquiera
había estado nunca en Roma. En otras palabras:
¡Un bárbaro!
Daba la impresión de que Giulio estuviera
buscando reírse de ellos, burlarse, con la intención
de que así, quizás, despertaran y fueran capaces de
435
FREDERIK BERGER

encontrar un candidato de compromiso. Quizá


también creía que un extranjero desvinculado del
Vaticano de sesenta y tres años de edad sería una
marioneta en sus manos, y que no tardaría en morir.
O quizá esperaba realmente que Adrian rechazara la
elección y nunca llegara a pisar Roma.
En cualquier caso, era una jugada
arriesgada.
El colegio discutió la proposición con
vehemencia: todo aquel que sabía algo de Adrian,
informaba a los ignorantes.
Impaciente, Giulio convocó a los cardenales
al undécimo escrutinio. Se votaría. No habría
reflexión.
Se contaron los votos: el cardenal
Bernardino López de Carvajal obtuvo quince
votos, lo mismo que el obispo de Tortosa.
Alessandro reflexionó brevemente sobre quién
debía haber votado por Adrian: la facción de los
Medici al completo. Excepto él. Había depositado
una papeleta en blanco, porque aquella jugada le
parecía demasiado arriesgada.
Todavía se encontraban todos hablando
cuando el cardenal Caetanus se levantó y pidió
poder dirigirles a sus compañeros un par de
palabras. Los últimos murmullos y discusiones se
436
LA HIJA DEL PAPA

fueron apaciguando tras algo de esfuerzo.


Alessandro miró a Giulio, que se inclinaba hacia
Pucci con el ceño fruncido y lleno de escepticismo,
para susurrarle algo al oído. Finalmente, cundió la
suficiente calma como para que la voz de Caetano,
que se contaba entre los oponentes de Giulio, se
escuchara sin tener que gritar.
Con una larga y quejumbrosa declaración, se
lamentó del transcurso del cónclave hasta el
momento y de la desdichada situación en la que se
encontraba el colegio cardenalicio. Tras esto
comenzó a divagar sobre lo que los creyentes
esperaban de ellos, y sobre lo que estaba
ocurriendo en Alemania: una herejía que afectaba a
todo y a todos. Él, Thomas de Vio, cardenal de
Gaeta, había conocido a Adrian, obispo de
Tortosa, en la misma Alemania, y le había
considerado un hombre ilustrado, inteligente,
modesto, un hombre sabio de dignidad apostólica.
—En él no reina ni la vanidad ni el belicismo;
es un asceta severo, un auténtico hijo de Dios y
de su Iglesia, y lo único que le preocupa es la
salvación de los creyentes. Quien vote por él,
demuestra que toma en serio las amenazas que
atenazan a la Iglesia, que se preocupa por el
peligro que nos supone ese hereje de Lutero, así
437
FREDERIK BERGER

como los igualmente infieles turcos; demuestra que


quiere retomar las raíces apostólicas de la Iglesia
y seguir la llamada de nuestro S e ñ o r :
«poenitentiam agite, haz penitencia», será algo
que recordará en su interior. En cualquier caso, en
este momento declaro que a partir de ahora olvido las
partes y facciones y acepto la proposición: yo
también daré mi voto al obispo de Tortosa, para
que se convierta en el próximo Papa por la gracia de
Dios y para el bien de los creyentes.
Durante un instante reinó un silencio
perplejo, como si todos hubieran contenido el
aliento y aguzado el oído esperando hincarse de
rodillas en cuanto sonara la fanfarria que anunciara
la llegada de los ángeles del Cielo.
—Estoy de acuerdo —exclamó Pompeo
Colonna, el condottiere— cardenal. Ya hemos
luchado durante demasiado tiempo, y nos hemos
asfixiado bastante en esta prisión de mierda de la
Sixtina. Yo también voto por el obispo de Tortosa.
De nuevo cundió el silencio. Entonces,
Giacobacci, Trivulzio y Ferrerio, de la facción
francesa, mostraron su aprobación.
—Es la ruina de Francia — exclamó Orsini.
Pero no sirvió de nada. Desde el fondo, sonó
una nueva voz. Luego una segunda, y una tercera.
438
LA HIJA DEL PAPA

Alessandro contó veinticinco votos.


Solo faltaba uno.
No, no sería el suyo. Lo que estaba
ocurriendo allí le parecía un ataque de locura
colectiva. Estaban a punto de elegir a un extranjero,
a un alemán, y lo que era peor: a un flamenco, a
un vasallo directo del emperador. Podía ser tan
piadoso como quisiera: ¿cómo acabaría Roma en
manos de semejante extraño? ¿Cómo iba tal
bárbaro a poner los pies en Roma?
Entonces, el romano Giovanni Domenico de
Cupis se levantó, y anunció, con voz
sorprendentemente vigorosa:
—Yo también doy mi voto al obispo de
Tortosa, y con esto lo proclamo Papa.
Un silencio asfixiante siguió a aquellas
palabras. Casi mudos, los restantes cardenales
fueron anunciando su voto en favor del cardenal
Adrian. Antes de que todos llegaran a asimilar lo
ocurrido, el cardenal Cornaro se dirigió a la
ventana y exclamó:
—Annuntio vobis gaudium magnum:
Habemus Papam.
No obstante, su voz debilitada se perdió entre
el estrépito, por lo que el cardenal Campegio tomó
su lugar en la ventana, repitió esas mismas
439
FREDERIK BERGER

palabras, y continuó, no sin realizar alguna pausa y


vacilación:
—Eminentissimum ac reverendissimum
dominum Adrianum cardinalem sactae romanae
Ecclesiae Florenszoon Dedel van Utrecht.
Lo que ocurrió en el exterior fue algo que
Alessandro solo pudo adivinar: mientras Compegio
dirigía sus palabras a la expectante muchedumbre,
reinó el silencio, y durante unos instantes
permaneció en absoluta calma, como si el
Todopoderoso le hubiera robado la voz a la
humanidad, para posteriormente desatar con ella
una tormenta. Las masas en el exterior bramaron
fuera de sí, aullaron, chillaron: en la capilla, solo
se oyó el estallido de un grito de protesta como
Alessandro no había visto nunca. Los cimientos
del Vaticano parecían tambalearse, las ventanas de
la Sixtina amenazaban con romperse, todos los
cardenales y sus acompañantes observaron los
cristales abiertos y respiraron juntos, con igual
ansia, el aire fresco de enero.
Mientras la tormenta arreciaba fuera, los
cardenales comenzaron a tomar consciencia de lo
que habían hecho. La mayoría tuvo que sentarse, o al
menos apoyarse en sus secretarios para no caerse
al suelo. Los rostros aparecían pálidos y agitados.
440
LA HIJA DEL PAPA

Incrédulos.
—Son como ánimas escapadas del purgatorio
—dijo un ayuda de cámara, y Alessandro no pudo
sino asentir.
Allí se quedaron, el colegio cardenalicio
reunido, como un grupo de dementes que hubiera
jugado a ser un cónclave.
Alessandro miró a Giulio, que lucía una
sonrisa torcida e irónica, abiertamente arrollado
por lo ocurrido.
—La curia está al borde del colapso,
arruinada, y nosotros elegimos a un hombre que
tardará meses en llegar a Roma —dijo una voz de
fondo.
Otra respondió.
—Hemos elegido a un bárbaro, a un tutor del
emperador.
El cardenal Gonzaga, que se encontraba
junto a Alessandro y conocido, más que nada, por
su glotonería, añadió, casi sin voz:
—Entonces, el emperador es
Papa, y el Papa, emperador.
Alessandro se atrevió finalmente a expresar en
voz alta sus pensamientos:
—El obispo de Tortosa no estuvo presente
en nuestras negociaciones, no se ha visto implicado
441
FREDERIK BERGER

por palabra o juramento en lo que hemos elegido:


podría retirarnos a todos sin pestañear nuestras
prebendas, dejarnos desnudos, echarnos a la calle.
Nos hemos castrado a nosotros mismos, nos hemos
inhabilitado y nos hemos arrojado de cabeza
contra nuestra propia desgracia.

442
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 37

Roma, plaza de San Pedro – 9 de enero de


1522

Cuando Pierluigi llegó a la plaza de San


Pedro acompañado de su hermana, descubrió por
los presentes que sabían que su padre, el cardenal
Farnese, iba a ser elegido Papa. Sin embargo, aún
no se había realizado la proclamación oficial.
Por todas partes debatían a viva voz sobre si Farnese
sería nombrado ya o no, si se confirMaría como
alguien tan generoso como lo había sido León.
—No podrá, las arcas están vacías —dijo
un banquero vestido con una toga roja oscura—. La
curia nos debe, solo a nosotros, cincuenta mil
ducados.
Pierluigi no estaba de humor como para
discutir las deudas de la curia, incluso él esperaba
aún que pagaran a sus soldados. Cuando un hijo
de la nobleza de Campo Marzo, que conocía apenas
de vista, hizo amago de preguntarle cuánto
apostaba por la elección de su padre, e hizo
tintinear los ducados de un saquito mugriento que
llevaba colgado, Pierluigi le indicó con un gesto
443
FREDERIK BERGER

que desapareciera de inmediato, ante lo cual el


aludido se marchó ofendido, llevándose consigo el
recipiente de su vergüenza.
Pierluigi avanzaba impaciente, maldiciendo a
todos los ángeles caídos, de tal forma que Constanza
se veía obligada a llamarle la atención una y otra
vez. Pero él era incapaz de seguir soportando la
espera. La paciencia no se contaba entre sus
virtudes, y por eso aspiraba a condottiere y no a
cardenal. Daba igual la ocasión, él despreciaba los
camelos y los giros de palabras. Solo una cosa
funcionaba con él: enfrentarse al enemigo, tomar
las armas, cargar contra el adversario, ¡atacar!
Cuanto más rápida la victoria, mejor. Una
victoria fulgurante desmoralizaba al enemigo y
reforzaba las propias energías.
Puesto que era impetuoso e impaciente,
Girolama lograba destrozarle los nervios: ella
deseaba carantoñas y palabras de amor, se agarraba
a él, lo besaba en todos los lugares posibles e
imposibles, suspiraba, sollozaba y gimoteaba
cuando él quería apartarse de las posturas
permitidas por la Iglesia.
En ese sentido, había preferido a Antonio.
Nunca le había hablado a nadie de la familia sobre
su amistad con Antonio, porque la Iglesia
444
LA HIJA DEL PAPA

consideraba maldita ese tipo de relación entre


hombres, aun cuando no era tan infrecuente entre
soldados, como él mismo había podido observar. Y
el bello Antonio le había atraído considerablemente
más que esa vaca Orsini de Girolama. Si hubiera
tenido que elegir, se habría quedado con Antonio sin
vacilar.
¡Y ahora resultaba que él era el cabecilla de los
saqueadores!
Cuando, tres días atrás, los rumores de la
elección de su padre habían empezado a circular
por Roma hasta propagarse por doquier y se había
desatado el saqueo del palazzo, los
acontecimientos habían pillado a Pierluigi
desprevenido. El servicio podía haberse llevado
algún que otro trasto viejo sin que él se lo hubiera
tomado a mal; al contrario, los habría alabado
como criados serviciales. Su padre, sin duda, se
habría mostrado generoso, le habría comprado a
Antonio el equipamiento del taller y le habría
prometido una dote a las doncellas solteras. Pero
entonces, había ocurrido lo impensable, aunque
era frecuente en cada elección papal, incluso en
el propio Vaticano: los mozos y doncellas, las
lavanderas y albañiles, los carpinteros, criadas y
recaderos, simple y llanamente, se creyeron en
445
FREDERIK BERGER

derecho a tomar el oro y la plata, el terciopelo y la


seda, el cristal de Murano, los platos de estaño y
las armas laboriosamente labradas. Probablemente,
de no haber sido por su intervención, habrían
logrado abrir las arcas de su padre.
Sin embargo, no había llegado a tiempo a
socorrer a Girolama y el hijo que albergaba.
Aquello había sido lo que había despertado su ira.
Y Antonio debía pagar por ello. Aunque se
hubiera defendido. Precisamente porque se defendió.
Si se hubiera arrojado a sus pies y le hubiera
suplicado misericordia, probablemente no le
hubiera ocurrido nada. Él, el capitano Pierluigi
Farnese, se habría mostrado magnánimo. Quizá se
hubiera conformado con azotarlo como a Bianca,
la doncella de Constanza, visiblemente
embarazada.
Pensándolo a posteriori, lamentaba no haber
manejado él mismo el látigo sobre las grasientas
posaderas de la llorosa Bianca. El mayordomo no
la había golpeado con verdadera fuerza. Al
contrario que Girolama, ella no había perdido al
niño. Con cada insulso azote gritaba: «¡Antonio!»,
como si ese traidor pudiera ayudarla. Sin
embargo, el hermoso Antonio se retorcía sangrante
sobre el polvo, y ya no era hermoso. Se lo había
446
LA HIJA DEL PAPA

merecido.
Pierluigi aún tenía la batalla en la mirada e
incluso entonces, tres días después, le dolía lo que
había tenido que hacerle a Antonio. Pero, ¿por qué
este se había tenido que defender? ¿Por qué con
hachas y cuchillos? ¿Por qué le había insultado
e, incluso, se había atrevido a llamarle «cerdo
sodomita»? Él, Pierluigi Farnese, hijo de un
próximo Papa, que lo había amado, que le había
hecho regalos... A decir verdad, Antonio le debía, al
menos, haber correspondido un poco. ¡Y esa
palabra! El hacha y el cuchillo no podrían haberle
herido tanto.
En aquel momento, a Pierluigi todo le había
dado igual. En un ataque de furia demente, se
precipitó sobre Antonio, que dudó durante un
instante sobre si clavarle el hacha. De inmediato
recibió una patada en el estómago y luego el filo
de un puñal en el hombro, y ya no tardó en
precipitarse hacia el suelo mientras su arma volaba
de su mano. Pierluigi bloqueó con la mano el cuchillo,
que dejó de constituir un peligro. Se arrodilló
sobre él, y podía haberle rebanado el cuello de
un corte certero, como había aprendido a hacer
siendo soldado. Antonio seguía sin pedirle
misericordia. Le hubiera bastado leer una súplica en
447
FREDERIK BERGER

sus ojos. Sin embargo, todo lo que estos


revelaban era odio, un odio que ya no pudo olvidar.
Como un pedazo de carne poco hecho, la piel
sanguinolenta se abrió mostrando los blancos
dientes que relucieron durante un segundo. No, no
le había cortado el cuello: se había limitado a abrirle
la mejilla entera con el cuchillo.
Finalmente, le dio a Antonio una patada y lo
arrojó él mismo a la calle.
Tras los azotes, Bianca salió del palazzo por
su propio pie.
Entonces, la casa quedó en paz. Otro par de
doncellas se había
merecido una paliza, pero de pronto se había
sentido tan cansado, tan miserable, tan solo que,
desastrado como estaba, había saltado sobre un
caballo y, a galope tendido, había atravesado la
via Appia, abandonando la ciudad y trotado
largo rato por los brillantes adoquines, entre estelas
funerarias y cipreses.

—No tiene sentido quedarse aquí, pasando


frío, mirando hacia arriba —dijo Constanza—.
Ni siquiera brilla el sol. No vamos a averiguar
nada distinto a lo que se comenta por aquí.
Pierluigi apenas la escuchaba, pues se sentía
448
LA HIJA DEL PAPA

fuera de lugar, aún perseguido por los sucesos del


6 de enero. Veía al deforme Antonio ante él, aquellos
dientes salientes antes de quedar anegados por la
sangre.
Probablemente Antonio se encontrara ahora
tendido en alguna choza mugrienta, febril, cercano a
la muerte.
¿Y esa puta de Bianca? El niño que ya
redondeaba su vientre, ¿sería de Antonio?
En ese caso su traición sería doble.
Y sin embargo, aún lamentaba su arrebato de
ira. Nada tenía lógica alguna. Un saqueo
precipitado, un sacrificio sin sentido.
—¿Qué? —le dijo a Constanza.
—Me voy a casa.
Pierluigi logró salir con esfuerzo del
sangriento reguero de imágenes y pensamientos.
—Le diste un mal consejo a nuestro padre
—exclamó él, con voz ahogada, para cambiar de
tema—. Esperar no fue una buena idea, debía haber
expuesto a las claras sus intenciones: quiero ser
Papa, soy el mejor, el más amado, el que va a
acabar con el nepotismo...
—¿El nepotismo? —le interrumpió
Constanza—. Él mismo le debe tanto al nepotismo
como el tío Giulio.
449
FREDERIK BERGER

En ese momento, se elevó un grito entre la


multitud. La ventana de la capilla Sixtina se abrió.
Pierluigi miró hacia arriba. En las alturas
apareció un bonete púrpura que, aparentemente,
gritaba algo a la calle. Nadie entendió una
palabra. Entonces, apareció un segundo bonete.
Un silencio súbito se extendió por toda la
plaza.
—Habemus Papam —entendió él.
Le siguió un nombre que no reconoció, que ni
siquiera entendió. El segundo prelado dijo algo así
como «cardenal Adrianum», despertando a
continuación un murmullo de rabia y balbuceos.
—¿Qué es lo que ha dicho? —exclamó
Constanza.
Nadie conocía aquel nombre, ni había entendido
bien a quién se referían. En cualquier caso, no
se había dicho «Alexandrum
Farnesium».
Entonces, del tenso silencio se alzó un grito de
protesta, bramidos y rugidos, puños agitados y
alaridos, que llegaban a amortiguar el sonido de las
campanas.
Tras unos instantes, Pierluigi y Constanza
oyeron como algún empleado de la curia de túnica
negra comentaba que se había elegido a un cardenal
450
LA HIJA DEL PAPA

desconocido, que por lo que había entendido, habían


hablado de Adrian quien, si mal no recordaba, era
un alemán que vivía en España bajo las órdenes
del emperador. Otros confirmaron ese punto. Más
tarde también descubrieron que el tal Adrian había
sido maestro del emperador, y un hombre muy
piadoso.
—Además, es de origen muy humilde: ¡hijo de
un carpintero! — comentó un monje peregrino—.
Quizá no sea algo malo. Puede que ponga algo de
orden por aquí.
Constanza, pálida y con los ojos llenos de
horror y perplejidad, guardó silencio unos
instantes mientras a Pierluigi no se le ocurría otra
cosa más que maldecir el mundo. Entonces, las
lágrimas comenzaron a resbalar por las mejillas
de la joven. Sollozó de forma tan desconsolada,
que él incluso tuvo que tomarla en sus brazos
para que no cayera al suelo. Mientras seguía
maldiciendo, Antonio se le apareció de nuevo ante
los ojos. El castigo que le había inflingido se
volvía aun más carente de sentido. ¡No habían
elegido a su padre, sino al hijo de un carpintero! A
un bárbaro.
Pierluigi hubiera preferido tener en sus brazos a
Antonio en lugar de a Constanza, hubiera querido
451
FREDERIK BERGER

perdonarlo.
¡Su padre no era Papa! Aquella idea le
martilleaba la mente una y otra vez. Todo había sido
en vano.

452
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 38

Roma, palazzo Farnese – 9 de enero de 1522

Constanza olvidó las lágrimas durante el


camino de vuelta a casa y se mantuvo muy pegada
a Pierluigi, pues la gente que se tambaleaba por las
calles tras la noticia gritaba como posesos,
maldecía, sollozaba y se golpeaba. Nadie
conocía a aquel hombre de lejanas y bárbaras
tierras con aquel nombre impronunciable, pero
todos temían que se les saqueara a su llegada. León
les había proporcionado trabajo a todos de una forma
u otra, había repartido limosnas entre los
necesitados, había procurado pan y vino a los
romanos sin coste alguno y había celebrado fiestas
excelentes: aquel año, por el contrario, se
suspendía ya el carnaval, con sus diversiones, sus
borracheras, las actuaciones teatrales y los desfiles...
¡A dónde iban a ir a parar!
Un frailuco barrigón, como Constanza no
podía evitar considerarlo, aseguró incluso que el
nuevo Papa permanecería en España y trasladaría
allí el Vaticano. Él mismo pensaba partir de
453
FREDERIK BERGER

inmediato y buscar un hogar al otro lado del mar. Al


igual que en los tiempos de Aviñón, Roma se
empobrecería y pudriría.
Constanza llegó a oír voces que aseguraban que
Francesco María, ese condottiere sin corazón, no
tardaría en presentarse en Roma con sus tropas
para saquearla, en represalia a la ingratitud de los
Medici y las injusticias cometidas contra él.
Llegados a casa, tuvieron que informar a
Bosio y Girolama, Ranuccio y Baldassare, así
como a los curiosos miembros de la famiglia, de
las malas noticias. Les siguieron el asombro y la
furia. Los niños, que percibían los cambios de
humor en sus padres y en los demás adultos, se
comportaban de forma tozuda y desobediente,
pataleaban, lloriqueaban y se quejaban.
Bosio agitó la cabeza y le dijo a Constanza:
—Vayamos a Santa Fiora: allí podremos vivir
en paz con nuestros hijos.
A través de las lágrimas, ella lo miró con furia.
Girolama sollozaba sin freno, hasta tal punto
que Pierluigi tuvo que propinarle un bofetón. Sin
embargo, cuando reparó en que había sufrido
recientemente graves hemorragias, la tomó en sus
brazos e intentó consolarla con torpeza.
Incluso su madre estaba afectada, pálida,
454
LA HIJA DEL PAPA

desvelada, pero no dijo nada. Literalmente, nada.


Se limitó a coger a su nieto menor en brazos y a
apoyar la cabeza del pequeño sobre su mejilla.
Su padre no apareció hasta ya bien caída la
noche, acompañado de su ayuda de cámara y
secretario: andrajosos, malolientes, absolutamente
agotados, hambrientos y sedientos. Dijo únicamente:
—Casi nos hacen pedazos en plena calle.
Roma está en pie de guerra.
Entonces, pidió un baño, pero antes de que
terminaran de llenar la bañera con agua caliente, se
quedó dormido en una silla. Sus nietos le
despertaron, Constanza y Pierluigi le rogaron que les
contara todo, pero él les pidió:
—Dejadme, primero tengo que reponerme.
Parecía destrozado, hundido, apaleado, al
borde de sus fuerzas.
Únicamente a la madre le permitió que lo
acompañara hasta el baño y se sentara a su lado.
Constanza se paseó arriba y abajo frente a la
chimenea. Los demás meditaban en silencio. Tras
unos instantes, la joven ya no pudo soportarlo y se
dirigió nuevamente al cuarto de aseo, donde su padre
yacía en la tina con los ojos cerrados y la mano
aferrada a la de la madre. El recuerdo de Paolo
la azotó con fuerza: en aquella misma tina había
455
FREDERIK BERGER

encontrado la muerte.
¿Por qué no lo había cuidado lo suficiente? ¿Por
qué no había sido capaz de impedir la malicia
de Pierluigi? Sí, al final, la responsabilidad había
sido suya.
Constanza regresó al recibidor y rompió a llorar
desconsoladamente.
—¡Para ya, niñata llorona! — tomó Pierluigi
la palabra—. Os han vencido. Os han jodido la
estrategia.
Ella se limpió cuidadosamente la nariz, se
secó las lágrimas de las mejillas e intentó eliminar
el recuerdo de Paolo.
Miró a su alrededor: todos, exceptuando
Pierluigi, habían abandonado la habitación.
—¿Dónde están los demás? —preguntó.
—Se han largado, se han ido a la cama, ¡qué
se yo! —murmuró Pierluigi.
Ella no insistió, pues no lograba apartar la
imagen de Paolo de su mente. Su rostro amoroso
y dulce se le volvía a aparecer frente a ella, una y
otra vez... ¡Si aún estuviera con ellos! Si estuviera
sentado allí, junto a la chimenea. Le habría colocado
el brazo en torno a los hombros y habría tratado
de consolarla...
—O bien marchamos todos a Tortosa o a
456
LA HIJA DEL PAPA

donde el emperador nos envíe. Ya has oído lo que ha


dicho el fraile —exclamó Pierluigi, aún lleno de ira.
Finalmente, el padre apareció, peinado y
limpio, pero encorvado y cansado. La madre se
había marchado sin despedirse.
—Todo el mundo se volvió loco de repente
—dijo únicamente
—. Fue Giulio quien propuso al flamenco.
Originariamente solo debía haber sido otro de sus
retorcidos trucos. El propio Giulio nunca se
imaginó que el cardenal Caetanus les arengaría
con tal convicción y que todos se subirían al carro a
trompicones.
Se sentó ante ellos y preguntó por Ranuccio.
—Dormido —respondió Pierluigi—. O
escribiendo poemas con Baldassare. Ahora,
cuéntanos. Trece días de cónclave, ¡y ahora esto!
Podría estrangular al tío Giulio con mis propias
manos.
El padre comenzó a narrarles los pormenores
con voz entrecortada. Pierluigi arrojaba un leño tras
otro al fuego, que chisporroteaba.
Entonces, el ayuda de cámara anunció la
llegada del vicecanciller, el cardenal Giulio de
Medici.
Constanza no podía creer que el tío Giulio se
457
FREDERIK BERGER

presentara allí, precisamente aquel día y a tan tardía


hora. También su padre se mostró sorprendido,
sin embargo, lo saludó amistosamente. El tío
Giulio le tendió su anillo e incluso le dio unas
palmaditas en la mejilla. Se volvió después hacia
Pierluigi, quien únicamente gruñó, pero no se
movió.
—Alessandro, hijos, estáis viendo a un
hombre derrotado —el gesto patético de Giulio
resultaba lamentable.
—Giulio, déjate de palabrería —repuso el
padre.
Constanza miró al Medici con atención, pero
la inestable luz del fuego y las escasas velas de
la estancia impedían que pudiera leer nada en sus
rasgos.
—No se posó sobre nosotros la iluminación del
Espíritu Santo — replicó.
El padre se inclinó, ponderador.
—Quién sabe si esa elección habrá sido la
correcta o no. Quizá el látigo de un pontificado
estricto nos devuelva el sentido común. Hemos
vivido en la pompa, hemos festejado sin medida,
hemos construido sin mesura, y hemos dirigido
guerras sin sentido. Reflexionar un poco es algo
necesario. Como dice San Mateo en el texto griego:
458
LA HIJA DEL PAPA

«Metanoeite, cambiad». Y si esa sentencia no nos


conmueve, entonces el obispo de Tortosa nos
inculcará la dudosa traducción de San Jerónimo al
latín: «poenitentiam agite, ¡haced penitencia!».
—Como de costumbre, al contrario que tú,
no he aprendido griego, ni he tenido tiempo para
reflexionar sobre la exactitud de una traducción, y
no haré penitencia ante nadie. Ni siquiera un
estricto profesor del emperador tendrá nada que
reprocharme —el tío Giulio parecía irritado y
nervioso—. En cualquier caso, eso ya es agua
pasada. Lo que Caetano me ha contado de Adrian
es escalofriante. Roma vivirá su decadencia. Por
eso me marcharé de inmediato a Florencia, donde
al fin y al cabo soy arzobispo. Debo mantener a raya
a Francesco María y preservar la influencia de
los Medici en la Signoria, así como asegurar
nuestras casas bancarias frente a los ataques de
Soderini. Soderini, si lo hubiera sabido... —se
volvió a Constanza y Pierluigi—. Él es el auténtico
bribón que se oculta entre los cardenales, el que nos
ha empujado a esta situación. León debería haberle
hecho pasar por la cuchilla después del
descubrimiento del atentado de Petrucci. Siempre
es un error que un criminal no afronte las
consecuencias de sus actos. Lo mismo es aplicable
459
FREDERIK BERGER

al autoproclamado duque de Urbino. Más tarde o


más temprano, acaban por vengarse.
—Lamentar los errores del pasado no nos
lleva a ninguna parte —replicó el padre con tono
entristecido—. Yo también me he planteado si no
debería retirarme a Capodimonte...
De pronto, el tío Giulio dio un respingo, se
inclinó hacia el padre, le cogió de la mano.
—¡Alessandro, no podemos darnos por
vencidos! Ninguno de los dos, ¡aún somos amigos!
¿No nos unió el tío Lorenzo, el padre de todos?
Si Soderini o Colonna logran separarnos, podemos
darnos por acabados. De momento, hemos
perdido una batalla, pero no la guerra. Quién sabe
si Adrian llegará si quiera a aceptar el resultado de
la votación... Si no es un completo idiota, renunciará
al cargo, que no es para él más que un lastre.
Tendría que viajar en pleno invierno, podría
enfermar o incluso morir...
¿Entiendes? ¿De dónde sacamos el dinero para
traerlo en barco con seguridad? Los piratas
turcos solo necesitan saber de esto a través de los
franceses y...
El padre miraba en silencio al tío Giulio, que
se había ido levantando, sin soltar la mano de su
compañero cardenal.
460
LA HIJA DEL PAPA

—Alessandro, ¿quién te propuso la mayor


parte de las veces?
—la voz del tío Giulio sonaba con insistencia, casi
chillando.
—Sé que fui tu candidato solo porque la
oposición contra ti era como un muro. Pero quizá
haya sido precisamente eso lo que me haya dañado
—el padre había hablado con voz calmada.
El tío Giulio apartó la mano.
—¿Cómo puedes decir algo así? ¡Eso es una
traición a nuestra amistad!
—Giulio, ¡cálmate! —el padre permaneció
reposado—. Pensemos en la situación con toda
claridad, sin ilusiones. Soderini odia más que nada
a tu familia. Muchos temían que, tras el pontificado
de León, la influencia constante de una familia, de
tu familia, repitiera el caso de los Borgia, o incluso
de los Della Rovere.
—¿Quieres renegar de mí? — repuso con voz
estridente.
—Por supuesto que no, querido Giulio,
nuestra amistad vale mucho más que eso; nunca
olvidaré que tu familia me acogió durante los
numerosos años de exilio. Yo amaba a tu padre
Giuliano, y lo sabes, os amaba a todos,
especialmente a las mujeres, que eran hermosas,
461
FREDERIK BERGER

encantadoras y llenas de vida. A tu tío Lorenzo lo


sigo venerando aun hoy, treinta años después de
su muerte —realizó una pequeña pausa, y después
continuó—. Quizá simplemente deberíamos
marchar separados, para poder atacar mejor
conjuntamente.
—¡Eres un traidor desagradecido! —repuso
el tío Giulio, con voz llorosa.
Gesticulaba vivamente con los brazos, como si
quisiera maldecir a Alessandro con aquella
pantomima, pero se quemara a mitad de camino.
Logró emitir un último exabrupto antes de
abandonar precipitadamente la sala.
El padre agitó la cabeza negativamente.
—¡Ese imbécil susceptible!
—¿Quieres decir que a partir de ahora será
nuestro enemigo? — preguntó Constanza con voz
suave.
—Le retorceré el pescuezo —
amenazó Pierluigi.
—¿Acaso fue en algún momento nuestro amigo?
—el padre observaba fijamente el fuego—. No sé lo
que nos espera a partir de ahora...

462
LA HIJA DEL PAPA

CUARTO LIBRO

En enaltecimiento del
Señor

463
FREDERIK BERGER

Capítulo 39

Roma – España – Livorno – 1522

Roma estaba fuera de sí. Solo los ascetas


más piadosos se alegraban discretamente de que un
extranjero más ilustrado y devoto que nadie, además
de espartano, o al menos así lo consideraba todo
el mundo, hubiera sido elegido por un colegio
cardenalicio compuesto casi exclusivamente por
italianos como cabeza de la cristiandad. Sin
embargo, esas personas faltas de alegría y de
amor por la vida suponían una minoría absoluta en
la ciudad. En consecuencia, por todas partes se
respiraba la ira contra aquellos hombres que
habían precipitado a Roma a su desgracia.
Donde más se expresaba aquella furia era en
los versos e imágenes de la estatua del Pasquino,
donde se increpaba a los cardenales con frases
como: «Traidores a la sangre de Cristo» o «Habéis
rendido el hermoso Vaticano a la furia alemana, a

464
LA HIJA DEL PAPA

la esclavitud de los bárbaros».


El rumor de que la curia se trasladaría a
España recorrió rápidamente la ciudad, cundieron
por doquier las lágrimas y llantos por las futuras
miserias de los antaño orgullosos y artísticos
romanos, y la esperada ruina de la llamada Roma
aeterna. Incluso se encontró un gran cartel en el
portal del Vaticano en el que se leía: «Se alquila
este palacio».
Las llamas de la ira se incrementaron al
regusto de los lastimerso restos del vino, de tal
forma que los destructores del honor romano y de
los ingresos de la ciudad, apenas se atrevían a salir
de casa durante el día.
En el Vaticano, todos los que obtenían su
sueldo de la composición de poemas,
representaciones teatrales y las bromas pesadas,
perdieron sus ingresos. Los creyentes acosaron en
vano al tesorero, que no pudo mostrarles más que
las arcas vacías. Ni siquiera se podía equipar
adecuadamente el barco que transportara a los
delegados oficiales enviados a España para darle
al obispo de Tortosa la feliz noticia de su elección
como pontífice. Finalmente, como un Papa no podía
ser realmente Papa hasta recibir su nombramiento
oficial, se optó por empeñar las restantes tiaras y
465
FREDERIK BERGER

mitras, incluso los candelabros del altar, no sin


antes comprobar que las incontables piedras
preciosas que los adornaban se habían sustituido
por falsificaciones de vidrio sin valor.
Así, por fin se pudo fletar y adecentar un
barco.
Para aumentar aun más la miseria, estalló la
peste en la ciudad. Al principio de una manera no
demasiado preocupante, pero poco a poco fue
devorando el barrio que flanqueaba el Tíber.
Al contrario que los romanos, el emperador
Carlos V se sintió entusiasmado por la elección.
Cuando supo la noticia, unos diez días después
del suceso, se mostró inicialmente escéptico.
Entonces, un segundo informe le convenció de que no
se estaban burlando de él.
Encantado, le expresó al archicanciller
Gattinara la sabiduría del colegio cardenalicio y
su convencimiento de que la paloma del Espíritu
Santo debía haber sobrevolado la capilla Sixtina
hasta finalmente hacerles presente el nombre del
elegido.
El consejero del emperador se rio de buena
gana.
De hecho, el denominado cristianísimo rey
francés, Francisco I, rompió en genuinas y
466
LA HIJA DEL PAPA

estruendosas carcajadas cuando oyó el resultado:


—El recto maestro imperial les enseñará lo
que es bueno a los mimados y afeminados romanos.
Su vara va a silbar de todos los palos que les van
a caer en el trasero. — Risas—.Y me refiero a su
vara de azotar, claro. —Más risas, pero
finalmente, volvió la seriedad—. Esta elección
significa que una marioneta de Carlos es la que
maneja ahora los hilos en Roma. Tendremos que
andarnos con mucho cuidado.
Se le pidió a Alessandro Farnese que dirigiera
la delegación encargada de entregar al obispo de
Tortosa el feliz mensaje de su honrosa elección.
Éste rechazó la misión. Era un honor demasiado
grande para él, sería mejor que se lo ofrecieran al
cardenal Soderini o, aun mejor, que fuera el
cardenal Carvajal quien fuera a España pues, como
sabio anciano español que era, resultaba la elección
más adecuada para tan elevada misión.
Ninguno de los nombrados estaba dispuesto a
navegar por las tormentosas aguas invernales.
Finalmente, se formó un grupo de tres
delegados, ninguno de ellos cardenal, para que
viajara en el barco ya preparado y diera su
nombramiento oficial al obispo de Tortosa.
Adrian de Utrecht, obispo de Tortosa, supo
467
FREDERIK BERGER

de su elección a finales de enero de 1522.


Tampoco él pudo creer las noticias; solo cuando
otro testigo le confirmó el hecho, aceptó su
veracidad con un asentimiento y se dirigió,
protegido por una serenidad inquebrantable, a rezar
en su capilla privada. Allí se dedicó a explicarle al
crucificado su aflicción. No se sentía preparado
para la carga de aquella dignidad, por lo que no
podía hablarle de su alegría por la elección.
Esperó pacientemente una respuesta del
Señor, pero la sagrada Trinidad guardó silencio.
Quizá porque les hubiera ofendido con su
comportamiento incrédulo. Sí, sentía miedo de aquel
cometido tan grande y difícil. Él solo era el hijo
de un sencillo carpintero de Utrecht, una rata de
biblioteca. El entorno español y sus obligaciones
como regente ya le superaban de por sí. Entendía
a duras penas la lengua española, apenas la
hablaba, y el italiano decididamente no se
encontraba entre sus materias dominadas. Tenía un
latín aceptable, pero no se expresaba como Cicerón.
Había oído hablar largo y tendido de los mundanos
romanos, especialmente del cardenal Farnese, que no
solo dominaba el griego clásico, sino que también
hablaba y escribía en latín con una retórica
brillante. ¿Por qué no habían elegido a ese hombre?
468
LA HIJA DEL PAPA

Durante meses se le consideró el candidato


indiscutible, pues los italianos solo elegirían
italianos, preferiblemente romanos, y nadie salvo el
vicecanciller Medici tenía más posibilidades que
el cardenal Farnese.
Y sin embargo, lo habían elegido a él, que
no era italiano, el cardenal estudioso, ¡un jerónimo
flamenco, sin el león! ¿Cómo había podido
ocurrir?
Solo podía deberse a una intervención
divina. El Espíritu Santo había descendido sobre
el cónclave y había anunciado la voluntad del
Todopoderoso.
Adrián suspiró de forma continuada y ocultó
el rostro en las manos, muy encorvado sobre sí
mismo.
Si rechazaba la elección, algo que quizá no
hubiera pasado nunca en toda la historia del
papado, rechazaba al Altísimo e insultaba al mismo
tiempo a su Iglesia. Aquello era inconcebible.
¿Acaso no debía tomar en consideración a los
cardenales que tanto habían confiado en él? ¿No
apoyaría la voluntad del Señor, que había obrado
un milagro tan evidente? Pues su elección era un
milagro que obraba en contra de la moral laxa de
Roma, de eso no cabía ninguna duda.
469
FREDERIK BERGER

Pensándolo con detenimiento, todo tenía


sentido.
La Iglesia no se encontraba en su mejor
momento, en Roma reinaban la idolatría pagana y la
pompa más despilfarradora, así como la simonía y
un increíble tráfico de bulas; en Alemania se
extendía una herejía que, si bien el emperador
rechazaba, no así una parte de los príncipes y
mientras tanto en Roma se la subestimaba con
indulgencia lamentable. Lo peor, no obstante, era la
cantidad de postulados en los que los herejes
llevaban razón.
El honor de Dios estaba en peligro, y le
correspondía a él, su humilde servidor, reponer ese
honor.
—Loado sea Dios en las alturas—susurró—.
Hágase tu voluntad.
Sin embargo, el miedo que le provocaba
aquella demanda, y el peso del cargo, le
cortaban la respiración.
—De lo profundo, oh Jehová — murmuró sin
aliento—, a ti clamo, Señor, oye mi voz. Vuelve tu
rostro a mí, un pecador, y otórgame fuerzas en este
difícil cometido: hacer que tu palabra llegue
realmente a cada rincón de la capital de la
cristiandad, convertida ahora en una babilonia del
470
LA HIJA DEL PAPA

pecado.
Dios guardó silencio, pero en una curiosa
visión, Adrian se vio a sí mismo como un severo
maestro con una silbante vara. Antaño nunca
había tenido necesidad de utilizarla con su pupilo
Carlos, el nieto del emperador Maximiliano.
Carlos aprendía con facilidad y escuchaba cada
palabra con atención. Incluso entonces él,
Adrian, seguía siendo uno de los, con toda
probabilidad, más destacados consejeros de la
corte imperial, o de lo contrario no se le habría
enviado a España a consecuencia de una
conspiración.
Nunca había llegado a adaptarse a España.
Afortunadamente, había encontrado en el cardenal
Cisneros un valedor y un compañero, pues de lo
contrario habría tenido que presentarle su dimisión
al emperador poco después. En lugar de eso, fue
nombrado inquisidor de Aragón y Navarra, y en
el mismo año de 1517, obispo de Tortosa y cardenal.
Un año después era inquisidor general de Castilla
y León.
Tampoco se encontraba a gusto como
inquisidor. Pero debía honrar y obedecer al emperador
y a Dios.
En un momento de inquietud, le había confiado
471
FREDERIK BERGER

a su amigo íntimo, el nuncio Gian Pietro Carafa,


que España no era su hogar, que Italia lo sería aun
menos, y que aun siendo Papa, preferiría Utrecht
como residencia.
Por supuesto, al decir eso no esperaba
realmente llegar a ser Papa algún día.
Gian Pietro Carafa le había sonreído con
indulgencia y le había recomendado, no sin cierta
sorna, que rezara.
Adrian no había sonreído, porque él nunca
sonreía, y Gian Pietro Carafa se había disculpado
por sus irrespetuosas palabras.
Tras la elección del joven Carlos como rey
español y como emperador, se inició en España
la revuelta de los Comuneros, y como regente en
su nombre, él tuvo que sofocarla, o al menos,
salir bien parado de ella.
Nunca lo hubiera conseguido sin Cisneros y sin
la ayuda del Señor.
Y ahora, dos años después, recibía la orden de
ocupar la silla de Pedro en Roma.
En Roma, no en Utrecht. Ni aun por el recuerdo
de su antiguo lamento se permitió esbozar una sonrisa.
El 8 de marzo de 1522, tras un largo periodo
de reflexión y otro aun más largo de oración, Adrian

472
LA HIJA DEL PAPA

aceptó oficialmente la elección y anunció que


quería mantener su nombre y ser conocido como el
pontífice Adriano VI.
Entretanto, había estado pensando en sus
responsabilidades. Aspiraba a ser un Papa de la paz,
y no un siervo del emperador, como sin duda
todos le considerarían. Tampoco quería dejarse
provocar por el rey francés. A la primera carta de
Francisco, bastante insolente, él le había contestado
de forma amistosa, recibiendo una rápida respuesta
asombrosamente sumisa.
Algo que probablemente guardara relación
con el hecho de que el ejército francés en Italia
había perdido una batalla en La Bicocca, seguido
del señorío sobre Génova.
Ante el deseo del emperador de que Adrian
permaneciera en España hasta que Carlos regresara
a su reino, él tuvo que negarse con amabilidad, pero
con firmeza, de la misma manera que rechazó las
propuestas de los respectivos reyes a viajar hasta
Roma vía Francia o Inglaterra.
Aplazó, no obstante, su viaje. En primer
lugar, debía hacerse con una flota que fuera lo
suficientemente fuerte como para hacerle frente a los
piratas turcos. Además, se desencadenaron
tormentas que le impidieron echarse a la mar,
473
FREDERIK BERGER

hasta que finalmente, el 5 de agosto, y bajo la más


estricta confidencialidad, se puso en marcha
desde Tarragona, escoltado por cinco barcos. Él
mismo se trasladaba, tambaleante por las olas, sobre
una de las galeras, si bien permanecía la mayor
parte del tiempo en su tienda carmesí con el
escudo papal, luchando contra el mareo.
A pesar de todas las medidas de seguridad,
temía que los abordaran los piratas turcos. Por
esa razón, estableció la necesidad de viajar
siempre cerca de las costas. Realizaron una
breve parada en Barcelona, evitaron Marsella, y
en Génova se le recibió por primera vez en suelo
italiano con cierto lujo.
Abandonó al comité de bienvenida tras las
pertinentes reverencias, pues quería ir a rezar con
los pobres de la ciudad. Puesto que la población
había sufrido mucho durante la conquista a manos de
los imperiales, miles de personas acudieron en
masa hacia él, pero no repartió limosna. Se
dirigió a las manos extendidas y los ojos
implorantes con estas palabras:
—Amo la pobreza. El Salvador también la
amaba. Rezadle a Él y os ayudará.
En Livorno salieron a recibirlo el cardenal
Medici y una delegación del colegio cardenalicio.
474
LA HIJA DEL PAPA

Todos los prelados aparecieron vestidos con


trajes regionales españoles, bajo grandes
sombreros de plumas. Adriano no supo, en un
principio, quién le estaba saludando, después no se
lo creyó, y cuando le aseguraron que ante él no
se encontraba un grupo de grandes de España, sino
los delegados oficiales del colegio cardenalicio, se
apartó abruptamente de ellos y les hizo saber que
se sentía insultado.
Más tarde, no obstante, recibió al cardenal
Medici, ya vestido de púrpura, quien demostró su
humildad besándole los pies y se disculpó con
profusión por lo poco adecuado de su vestimenta de
aquel día.
El Santo Padre guardó silencio. El cardenal
Medici señaló, tras un suave suspiro, que fue él
mismo quien propuso ante el cónclave al
pontífice quien, por lo que había podido oír, había
decidido conservar su nombre y ser llamado Adriano
VI. El Santo Padre, entonces, le agradeció su
elección.
—Sé cómo me llamo —rezongó el papa
Adriano—. Y en el futuro habla dando menos
rodeos, hijo mío, no tienes que impresionar a nadie.
Medici, al que le guiñaban los ojos de puro
nerviosismo, le informó del deseo de las ciudades
475
FREDERIK BERGER

toscanas de que el Santo Padre hiciera altos en


Pisa, Florencia y Siena, para que se le recibiera con
júbilo y agasajos.
El papa Adriano declinó el ofrecimiento.
—Tengo un apetito limitado. Además, la
ciudad santa es mi meta, y quiero llegar lo antes
posible.
—En Roma reina la peste, Santo Padre —
explicó Giulio de Medici—. Todo el que se lo puede
permitir, se ha retirado al campo.
—No tengo miedo a la peste — replicó
Adriano y creyó ver un destello de alegría en
los sumisos rasgos del cardenal—. El Señor me ha
llamado a Roma y obedeceré. Si me envía la peste,
sé que será su decisión. Mi cometido es honrarlo,
no llevar la vida holgada de los romanos.
—Pero, Santo Padre, la peste... Giulio de
Medici no llegó a terminar la frase, pues encontró
una mirada furiosa ante él.
—¿No me has entendido, hijo mío?
La voz del Papa permanecía serena, pero su
aspereza hizo callar definitivamente al cardenal. Hizo
una reverencia y besó la pálida mano del pontífice.
Cuando se irguió de nuevo, creyó haber sentido un
ligero temblor en sus dedos.

476
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 40

Ostia – Roma, Vaticano – 31 de agosto de 1522

Alessandro no pudo imaginarse, cuando el


papa Adriano llegó a Ostia, lo inusual que sería
el inicio del pontificado flamenco-alemán.
Pertenecía al comité de recepción de
cardenales, dirigido por Carvajal, que recogió al
Santo Padre con una litera en la que, según su deseo
expreso, debía llevársele a la basílica de San Pablo
Extramuros. Se decía que el viaje en barco había
atormentado al Santo Padre con fuertes mareos,
además de sumirle en un estado de debilidad.
Sin embargo, a Alessandro no le pareció que el
papa Adriano se encontrara débil en absoluto.
Magro, quizá, monacal, pálido, pero se mantuvo
en pie con asombrosa firmeza al abandonar el
barco, caminó por sus propios medios, se agachó,
besó el suelo italiano, se levantó sin ayuda y
finalmente aceptó sin palabras los respetos de los
cardenales.
Tras Carvajal, se le permitió a Alessandro
besar el anillo del Pescador y los pies del Papa.
477
FREDERIK BERGER

Éste dio un paso atrás y lo observó de cerca. El


cabello gris se escapaba bajo el bonete, y una nariz
aguileña y aristocrática gobernaba su severo
rostro surcado de arrugas. Sus pequeños ojos se
movían intranquilos y llenos de desconfianza de aquí
para allá.
En un breve discurso en latín, no demasiado
elegante, pero sin un solo error, aunque
lamentablemente salpicado de su gutural y
desagradable acento, el papa Adriano señaló la
dura responsabilidad de su cargo y lo necesario de
una reforma en la Iglesia, enfocada a reflexionar
sobre las estrictas normas de la fe y la conducta
católicas.
—El poder que posee el habitante de la Santa
Sede —explicó con voz más áspera y menos
amable— procede de la voluntad divina. Por ese
motivo, el Papa es capaz de todo, pero de ningún
modo puede permitirlo todo.
Giulio, que se encontraba sentado junto a
Alessandro, llamó la atención de éste con un
empujoncito y le susurró:
—No procede tanto de la voluntad de Dios
como de mi propuesta ante una banda de
cardenales necios.
Cuando la mirada de Adriano se posó en él,
478
LA HIJA DEL PAPA

retomó el silencio.
—Tanto en Roma como en la curia se han
asentado costumbres nefastas —prosiguió el
Papa—.
Puesto que el origen de todos los males de la
curia ha desaparecido, debe producirse una
transformación esencial en la misma. Empezando por
los usos, o más bien los abusos, de las prebendas,
la compra de cargos y de todo tipo de trapicheos
con las dispensas, así como el tráfico de
indulgencias. Ese mal es una de las causas de la
herejía en Alemania, que debe combatirse, al igual
que lo que provocó su aparición.
El papa Adriano anunció el futuro coto a la
acumulación de cargos.
—¡Una diócesis, un obispo, y no más
prebendas!
Entre los obispos presentes comenzó a
extenderse una incómoda inquietud. Un murmullo
que el Papa intentó eliminar con miradas severas.
—Otro mal grave radica en la aplicación
laxa del celibato. El sacerdocio no se casa, pero
mantiene concubinas. Vive incluso con hijos. Visita
a las llamadas cortesanas. Esto tiene que acabar. Lo
dispondré todo para que aquellos que no lleven un
modo de vida adecuado sean expulsados de Roma.
479
FREDERIK BERGER

Giulio propinó a Alessandro un nuevo golpe en


el costado.
—¡Escucha eso! —dijo Pucci a su espalda en
voz baja, aunque perfectamente comprensible—.
Entonces apenas quedará gente en Roma.
A estas palabras les siguió una risita
disimulada como toses tras una mano oportunamente
colocada y de nuevo la mirada iracunda del Papa.
—Mi lema reza —la voz de Adriano se elevó,
y su voz amenazó con quebrarse—: «Que haya
justicia y que el mundo se constituya sobre ella».
Mientras Alessandro meditaba sobre la
seriedad con la que el papa Adriano había hecho
semejantes declaraciones, y si sería posible que un
extranjero pudiera reinar sobre todo un ejército de
autóctonos a los que les hubiera reducido el
suministro de agua, pero de los que dependía en
última instancia, Giulio volvió a inclinarse sobre
él y le susurró al oído:
—Es un defensor tan acérrimo del celibato,
que incluso en una ocasión la amante de un
canónigo quiso envenenarlo. El Todopoderoso debe
tenerlo por uno de los justos, no obstante, y lo salvó.
El Papa se dirigió hacia su litera, y puso
rumbo a San Pablo Extramuros. Apenas llevaban
una hora de trayecto cuando Adriano abandonó
480
LA HIJA DEL PAPA

inesperadamente la litera y se subió a un mulo. El


animal recibió un latigazo y echó a trotar, mientras
los orgullosos caballos de raza alemanes y
andaluces de los cardenales relincharon
malhumorados y lo siguieron.
El Santo Padre celebró una misa en San Pablo.
El 29 de agosto, entró finalmente en la ciudad
santa por la porta San Paolo. Apenas llamó la
atención cuando se bajó de su mulo campesino, se
subió en un corcel blanco y se hizo colocar la
tiara. En las calles se había arremolinado poca
gente, pues debido a la peste se rehuían las multitudes.
Por otra parte, ya había demasiada negatividad en
torno al nuevo Papa.
No se oyeron gritos de alegría ni «¡Vivat!».
Tan solo el estallido de los cañones del castillo de
Sant’Angelo retumbaron como saludo.
El papa Adriano no se hospedó inmediatamente
en el palacio Papal, sino en un edificio en el
borgo Vecchio, y después en un pabellón tras los
jardines de la basílica. Desde el primer día
declaró lo incomprensible que le resultaba la
cantidad de gente inútil vestida con ropas
eclesiásticas que vagaba por la zona. Él precisaba
únicamente de algunas personas de su confianza y
despidió a casi todos los secretarios, encargados de
481
FREDERIK BERGER

los archivos, notarios, escribas y, particularmente, a


todo el gepeupel.1 El papa Adriano había incluido
esta extraña palabra en su discurso en latín, con
ademán despreciativo y tono enojado.
Alessandro no entendió qué significaba. Lo
consideró una expresión flamenca, un ejemplo de
disonancia dentro de la frase.
El primer solicitante que se aproximó al Papa
de forma servil fue despedido con cajas
destempladas.
Durante el recorrido por las estancias
decoradas de forma tan celestial por Rafael y sus
oficiales, el pontífice mostró una expresión crítica.
Una vez llegados a la sala de Constantino, tuvo que
inclinarse bajo los andamios, pero se le recibió con
la mayor de las cortesías. Hizo detenerse a los
pintores sin decir una sola palabra y ordenó al
holandés Enckevoirt quien, por lo que Alessandro
pudo suponer, era su hombre de confianza, que
despidiera a todos los artistas de inmediato y
colocara los atavíos tradicionales de la estancia.
—No necesitamos todas esas imágenes
paganas.
Alessandro, en este punto, se atrevió a
discrepar. Aquellas no eran imágenes paganas sino al
contrario: representaban la historia de la Iglesia y los
482
LA HIJA DEL PAPA

milagros de los Papas.


Adriano se limitó a continuar caminando.
Mientras se dirigían al Belvedere, señaló
con tono autoritario:
—Nos levantaremos pronto por la mañana y
nos iremos pronto a dormir. Todos los días se
celebrarán misas. Las audiencias se establecerán a una
hora, a exactamente una hora concreta.
Apreciamos, ante todo, la puntualidad.
Tomaremos solos los almuerzos y las cenas. Mi
vieja criada, que entró a mi servicio cuando aún
residía en mi patria, cocinará para mí. No
necesitamos gastar más de un ducado por comida,
como mucho dos. Carne ligera de cordero, sopa
de verduras, pan, vino aguado. Al contrario que
nuestro predecesor, no tenemos dinero para grandes
banquetes. Y la gula, como todo el mundo sabe,
es un pecado capital.
Alessandro oyó suspirar a Giulio. Miró
hacia los cardenales reunidos, que casi en su
totalidad contemplaban el suelo molestos.
—La limitación de las audiencias se aplica
igualmente a los cardenales —prosiguió—. Quien
quiera hablar conmigo, deberá dirigirse a mi
secretario y primer consejero, Wilhem van
Enckevoirt—de nuevo un nombre casi
483
FREDERIK BERGER

impronunciable—. Por lo demás, mañana mismo lo


nombraré datarius. Por las tardes me dedicaré a
mis estudios teológicos. En esos momentos no
quiero que se me moleste.
Cuando penetraron en la amplia galería del
Belvedere y después en el patio interior, el papa
Adriano se detuvo y miró a su alrededor.
—¿Para qué se utilizaba todo esto? —
preguntó.
—Para torneos, fiestas de carnaval, antes
incluso corridas de toros, representaciones
teatrales — señaló Giulio, con tono desafiante—.
Vuestro predecesor, el papa León, que Dios tenga
en su gracia, amaba este lugar, igual que amaba
las palabras hermosas de los poetas y la
conversación... en enaltecimiento del Señor.
—¡Ajá! ¡En enaltecimiento del Señor! —el
Papa acababa de descubrir el resplandeciente
grupo escultórico en mármol blanco del
Laocoonte, y se dirigía hacia él—. Tú eres su
primo, ¿no es verdad, hijo mío? —comentó,
hablándole a Giulio, aunque sin volverse hacia
él—. ¿Y también disfrutas los momentos de
dispersión a través de torneos y poesías?
—Yo... —comenzó Giulio, dubitativo.
El Papa no le dejó continuar.
484
LA HIJA DEL PAPA

—No son de mi gusto. Soy de la misma opinión


que el pagano Platón: con gusto expulsaría a todos
los poetas de mi país. Los poetas son embusteros
y obscenos, y no tolero a ninguno en mis cercanías.
Se detuvieron frente al grupo del Laocoonte.
Sin embargo, Adriano no se paró a contemplarlo,
sino que se volvió nuevamente hacia Giulio.
—Hijo mío, tú eres, por lo que tengo
entendido, un retoño ilegítimo de la rica familia
Medici.
Alessandro contuvo la respiración. Vio
como Giulio palidecía. A su espalda sonrieron
Soderini y Colonna.
—Así me han informado. Una fuente fiable,
por lo demás, un miembro del colegio
cardenalicio.
—¡Santo Padre! —bramó Giulio—. Un breve
papal estableció que mis padres habían recibido
la bendición de la Iglesia... en secreto...
—Sí, sí, ya entiendo, durante el gobierno de mi
predecesor debía ser frecuente que hubiera breves
que legitimaran a bastardos de altos cargos
eclesiásticos e incluso permitiera a niños
convertirse en obispos. Bien, se sobreentiende que
en el futuro se evitarán esas malas costumbres.
Nuestro Salvador no murió en la cruz para que
485
FREDERIK BERGER

sus servidores se dieran a la lujuria y encima se


les recompense por ello.
En ese momento, fue Alessandro quien tuvo que
contenerse para no protestar. No merecía la pena
enfurecerse con ese bárbaro estirado. Adriano no
duraría mucho, de eso no había ninguna duda.
Quien tomaba como enemigo al mundo entero y
entraba en Roma en tiempo de peste, necesitaría un
ejército entero como escolta para durar más de un
par de meses.
—¿Qué es esa cosa? —preguntó Adriano,
señalando al mármol reluciente que mostraba a
Laocoonte y a sus hijos luchando por su vida.
Alessandro se adelantó.
—Un descubrimiento de la Antigua Roma,
Santo Padre, una obra de arte, que en su perfección
loa la grandeza de Dios, sí, es la expresión misma de
la creación divina.
Tampoco él pudo terminar la frase.
—Aquí, frente a mí, lo que veo son figuras
medio destrozadas y espantosamente retorcidas,
que son todo menos perfección, y desde luego no
suponen ninguna alabanza de la grandeza de Dios.
Es una imagen de dioses paganos, y nada más. Lo
regalaré por ahí.
Entonces, se despertó entre los cardenales y
486
LA HIJA DEL PAPA

altos prelados que habían rodeado al Papa un


murmullo perceptible.
—Me desharé de este armatoste de mármol que
anda por aquí y que nos distrae de nuestro
auténtico cometido: lo regalaré... o lo haré destruir
en cal viva.
El murmullo se volvió más audible, y en el
fondo llegaron a sonar las palabras «inaudito» y
«un sacrilegio».
—¿Un sacrilegio? —exclamó entonces
Adriano—. ¡No sabéis bien lo que es un sacrilegio!
¡Esa escultura desnuda es un sacrilegio!
¿Enckevoirt?
Su consejero hizo una reverencia. El Papa le
dijo algo en su áspera lengua bárbara, y después
habló en latín:
—Se tapiará la entrada al Belvedere.
Mañana a las doce celebraré el primer consistorio.
Espero puntualidad y la asistencia de todos.
Como Giulio señaló que, debido a la peste,
numerosos cardenales habían partido y otros se
encontraban en preparativos para hacerlo, el Papa
replicó:
—Prohibo a todos los cardenales que
abandonen Roma. Yo mismo permanezco como me
corresponde en el lugar que Dios me ha asignado.
487
FREDERIK BERGER

El consistorio comenzó puntualmente al día


siguiente. El ambiente estaba caldeado. Mientras el
Papa rezaba una oración, surgieron conversaciones
en voz alta. Finalmente, Adriano dirigió una
prédica a los presentes, en la que repitió de nuevo
todo lo que ya les había expuesto en su primer
discurso.
Cuando Giulio, como vicecanciller aún en
funciones, quiso abrir un debate, se le interrumpió
a media frase.
—Tomaré la palabra aquí, hijo mío. Y si
alguien modera un debate, ese será mi consejero
Enckevoirt. Antes de que volvamos a separarnos, me
gustaría anunciar mis primeras disposiciones.
Primera: A partir de hoy portar armas en Roma
estará prohibido y se castigará con severidad.
Esto se aplica muy especialmente al Vaticano, con
la excepción de la guardia, naturalmente. Segunda: a
la guardia suiza se le añadirá mi guardia personal
española. Tercera: los obispos tendrán
obligación de residencia. Quien no tenga diócesis
en Roma no tendrá nada que hacer aquí, a no ser
que sea cardenal, o se encuentre en la ciudad por mi
orden directa o con mi permiso. Cuarta: prohibo
a todos los miembros de la curia llevar barba.
Parecen soldados...
488
LA HIJA DEL PAPA

Dicho esto, el Santo Padre se retiró, seguido


de Wilhem van Enckevoirt.
El tumulto fue increíble. Los gritos de unos
ahogaban los de los otros. Incluso Carvajal y
Soderini tenían caras largas. Colonna y Pucci se
mesaban una y otra vez, con arrugas de ira
entrelazándoles las cejas, sus largas y pobladas
barbas. Giulio de Medici arrastró a Alessandro
fuera del aula regia, pero hasta que no llegaron a la
plaza de San Pedro, bañada por la tenue luz del
sol, no comenzó a hablar:
—Ese hombre se ha vuelto completamente
loco. No conoce ninguna gratitud, ni un pedacito
de ella. Voy a decirte algo, Alessandro: Adriano
quiere destruirnos a todos. Pero somos más
fuertes que ese bárbaro.

489
FREDERIK BERGER

Capítulo 41

Roma, Vaticano, Belvedere – 20 de octubre de


1522

—Dame fuerzas, oh, Señor, para poder


seguirte.
El papa Adriano, sumido en una súplica amarga
y al mismo tiempo fervorosa frente al crucifijo
de su capilla privada, prácticamente escupió las
palabras. Él mismo se dio cuenta del tono
inadecuado de su voz y susurró implorante:
—¡Te seguiré! Y si me han de clavar en una
cruz, Padre mío y Dios mío... ¡Hágase tu voluntad!
Miró brevemente hacia arriba, observó al
doliente, al Hijo, que había reclamado para sí los
pecados del mundo para poder librarlos de ellos.
La cabeza de Cristo estaba ligeramente ladeada,
el dolor había hallado su final, el sufrimiento, la
tortura, la humillación y la burla, el último trayecto
solitario, la herida de lanza, la traición de sus
discípulos.
¿Por qué él, Adrian, el hijo de Florens de
Utrecht, el carpintero, no había podido
490
LA HIJA DEL PAPA

permanecer en su estudio en la Universidad de


Lovaina, con alguna solicitud de ayuda
esporádica por parte de su pupilo Carlos para que
le sirviera de apoyo mediante piadosos consejos?
Consejos, ¡no actos! ¿Por qué los inescrutables
designios divinos le habían enviado primero a
España, y después a Roma, una ciudad extraña y
soberbia llena de insolentes? ¿Por qué Él le había
elegido precisamente a él, el más humilde de sus
servidores, para presentarse como un profeta
humillado y ridiculizado ante las masas, intentando
predicarles, amonestarlos, reprenderlos?
Ya como inquisidor en España había vivido
momentos muy duros. Entonces había tenido que
permitir que se interrogara a sus semejantes de
forma dolorosa, con tal de sacar a la luz la verdad
sobre las herejías. Tuvo que someter a aquellos
pobres pecadores, seguidamente y tras su
confesión, al fuego purificador, para evitar que sus
almas enfermas padecieran eternamente en el
infierno, para que tuvieran la oportunidad de
alcanzar el reino de los cielos y no permanecer
condenados por toda la eternidad.
No le había resultado fácil. Luchaba
denodadamente por la pureza de los creyentes, y
exigía con vehemencia la obediencia a la Iglesia
491
FREDERIK BERGER

universal y a sus leyes, se preocupaba en


extremo por cada alma que perdía la fe y debía
avanzar por el camino del dolor, que encontraba
su final en el fuego. Incluso entonces, en aquella
babel pecaminosa que era Roma, donde no había
inquisición y tampoco se combatía realmente la
herejía, incluso entonces seguía oyendo el grito de
los torturados y aquellos últimos aullidos bajo el
manto de las llamas, que emitían aquellas manchas
oscuras en medio del fuego: un aullido que
habría hecho derrumbarse a las murallas de Jericó.
Mientras tanto, el cielo se cubría de humo,
pero permanecía en silencio.
Y sin embargo: ¿acaso Dios le había concedido
a su hijo una muerte fácil? No, Él le había
marcado la más dura de todas las vías, a través de
un tormento sobrellevado en silencio. Y en la
novena hora, poco antes de su despedida del
mundo, gritó en su desesperación a aquel cielo sin
respuesta: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?».
El papa Adriano se sumió un instante en sus
pensamientos. Interrumpió su plegaria, como solía
interrumpirla si tenía dudas, si luchaba como Job
por no perder su fe. El Señor lo había enviado a
aquella babilonia romana para que sacara a los
492
LA HIJA DEL PAPA

hombres de su vida despreocupada, para que los


salvara de un destino que no tenía que envidiar a
Sodoma y Gomorra. Debía tenerlo siempre
presente: servir a Dios en la sumisa pasión de la
fe significaba adentrarse en un mundo hostil, en un
mundo lleno de sonidos extraños, de costumbres
relajadas, en un mundo de malvados intrigantes y
traidores...
El papa Adriano contuvo el aliento para
escuchar los ruidos que se colaban en su fría sala de
oración. En la habitación contigua resonaba el
chisporroteo de un fuego, y en el exterior, un día
turbio arrojaba las primeras pálidas luces en la
capilla, pero no se oía ninguna voz humana, ningún
cántico, ningún aleteo de ave ni risa.
¿Cuándo había sido la última vez que había
escuchado la alegre voz de un niño, su júbilo, sus
joviales gritos?
Aquel era el aspecto más duro de ser un
siervo de Dios: debía renunciar al matrimonio
«por la causa del reino de los cielos». Así rezaba
el evangelio de Mateo: «No todos son capaces de
recibir esto, sino aquellos a quienes es dado». Él,
Adrian de Utrecht, quería alcanzar el reino de los
cielos, y para ello debía renunciar al matrimonio.
También había rechazado toda la lujuria y el peso
493
FREDERIK BERGER

del celo masculino, al contrario que los acomodados


cardenales romanos, que se hacían acompañar por
concubinas, se divertían con cortesanas y
exhibían orgullosos a sus bastardos.
Tuvo que pensar, muy particularmente, en el
cardenal Farnese que, como Enckevoirt le había
informado, había obtenido de su predecesor papal la
dispensa para tomar una mujer y traer con ella
niños al mundo, para que su árbol familiar no se
secara, sino que por el contrario creciera,
reverdeciera y floreciera. Enckevoirt incluso le
había susurrado que la madre de los hijos de
Farnese, quienes a su vez residían en el palazzo
del cardenal con los hijos políticos y nietos de
este, aparecía como muerta en un breve, pero
probablemente aún vivía en las cercanías del
pecador, al igual que otras mujeres, mujeres
pecadoras cuyos hijos, por lo que se decía,
también surgían de la entrepierna del cardenal.
El papa Adriano se estremeció. Aquello era
algo inaudito. Un hombre así campaba a sus
anchas bajo los ojos del Santo Padre, ¡e incluso
había estado a punto de ser nombrado él mismo!
¿Cómo había podido el Altísimo permitir que eso
ocurriera? Bien podría haber hecho que se
eligiera como Papa a ese monje agustino de
494
LA HIJA DEL PAPA

Alemania, ese profesor de Wittenberg, que tan


comprensiblemente y con tanta obstinación se
apartaba del camino que el Salvador había mostrado
a sus apóstoles, y que tantos mártires habían ganado
con su sangre. ¡Martín Lutero! Ese hombre que
incluso se había negado rotundamente a defender
su herejía en el parlamento de Worms, ante el
emperador y las autoridades de la Iglesia, con
palabras por las que hubiera merecido que le
cortaran la lengua allí mismo.
Debía ocuparse de ese tipo de blasfemos: de
esos hombres que creían ser los únicos sabios,
que habían encendido lo que consideraban una
nueva luz, pero que en realidad no llevaba más que
a la oscuridad de la necedad y el laberinto de la
perdición.
Probablemente aquel alemán, con sus
compañeros insurrectos, no serían los únicos que
quisieran abolir el celibato sacerdotal, sino que
también hombres como el cardenal Farnese y la
mitad del colegio cardenalicio, sujetos tan impíos
como un escuadrón de burdos soldados, serían de ese
parecer.
El papa Adriano se había levantado y, sin
darse cuenta, había dejado vagar la mirada hasta
el exterior, donde bajo la tenue luz del patio de las
495
FREDERIK BERGER

esculturas aquella figura pagana de mármol de


Laocoonte luchaba junto a sus hijos contra una
serpiente enviada contra ellos por algún dios. En
vano, por lo que se daba a entender. ¿Y todo por
qué? Porque Laocoonte se había casado y había
tenido hijos, en contra de la voluntad de su dios.
Su mirada retornó al grupo escultórico que
hombres como Alessandro Farnese habían tildado
de «divino» y digno de veneración. ¿Es que no se
daba cuenta aquel cardenal de que sus propias
palabras ponían en tela de juicio su propia vida?
El papa Adriano continuó reflexionando.
Quizá aquel Laocoonte en realidad no fuera tan
pagano, sino una verdad cristiana disfrazada de
paganismo. Quizá Dios todopoderoso había sido
capaz de llegar a los hombres, incluso antes de
enviar como mensajero a su propio hijo, y habían
inculcado en los artistas griegos y romanos una
sabiduría que no habían sido capaces de entender, o
que habían revestido de sus creencias y fes erróneas.
Sí, aquel Laocoonte recibió el castigo propio
de su desobediencia. Incluso sus hijos tuvieron que
morir, pues Dios era implacable. Quizá el cardenal
Farnese lo recibiera también algún día: ¿quién
sabía cuando el Señor haría recaer sobre él el peso
de su justicia?
496
LA HIJA DEL PAPA

En cualquier caso, el escultor había logrado


captar con gran talento el dolor del padre y sus
hijos, a pesar de los destrozos que los siglos habían
ocasionado a la obra.
El papa Adriano no lograba apartar la vista.
Aquel hombre fuerte y sus hijos iban muriendo
lentamente, estrangulados a consecuencia de sus
actos pecaminosos. Su tormento parecía tan real,
que incluso su mirada causaba lástima.
Adriano cerró los ojos. La negrura anegó
sus sentidos. Una negrura amenazadora,
demoníaca, que se iba apoderando de su ánimo...
Abrió los ojos de nuevo y contempló la luz turbia.
No había una sola persona en el patio, ¡ni una!
Había logrado lo que se había propuesto
como primera meta, si bien ayudado por la peste:
todo aquel schorriemorrie había desaparecido,
aquellos cantamañanas, como les llamaba el
vulgo, así como los documentalistas, secretarios
y escribas inútiles; se había deshecho de todos
ellos. Sería más difícil declarar nulos y sin valor
todos aquellos puestos y prebendas que su
predecesor había otorgado a cambio de dinero. En
cuanto había expuesto su plan en el último
consistorio, se había iniciado una auténtica revuelta.
De repente, casi todos se habían puesto a hablar en
497
FREDERIK BERGER

italiano y ya no se había encontrado en situación


de comprender aquellas maldiciones poco
cristianas y aquellas expresiones de
insubordinación.
Por supuesto no podía gobernar él solo con sus
hombres de confianza, traídos de su país natal,
pues su labor apostólica era demasiado extensa.
Así pues, para poder llevar a cabo sus mandatos, se
veía obligado a recurrir a los italianos, a aquellos
cazadores de prebendas que, de repente, se
encontraban enfermos, o ya no entendían el latín
más sencillo, o transcribían sus palabras con una
lentitud insoportable o las dejaban caer en el
olvido, echando así por tierra todos sus esfuerzos.
Eran pocos los que, aparte de Enckevoirt, se
mantuvieran realmente de su parte, como Gian
Pietro Carafa, el napolitano, que ya había podido
valorar cuando era nuncio en España, un alma tan
piadosa como combativa. Quizá también el
cardenal Soderini, aunque en ocasiones ofreciera
una sensación demasiado aduladora, demasiado
astuta. Soderini se había visto ya implicado en
una conjura, si bien contra un papa Medici. En
cualquier caso, ni siquiera León debía haber sido
expulsado de la cátedra de San Pedro de otra
manera más que a través de la voluntad de Dios.
498
LA HIJA DEL PAPA

En cualquier caso, a él, el papa Adriano, le


correspondía ahora retomar la sempiterna lucha
para volver a colocar a la Iglesia en el buen
camino. ¿Y qué conseguía con ello? Protestas e
insubordinación.
Se le tachaba de tacaño, de falto de generosidad
y piedad, y eso que se había encontrado con las
arcas vaticanas completamente vacías y que cada
día le presentaban ante las narices nuevas facturas y
cuentas sin saldar. Se le acusaba de hacer esperar
a sus cardenales, de incluso no recibir a algunos,
pero sus estudios eran para él mucho más
importantes que las peticiones de los prelados. El
diálogo con Dios resultaba a todas luces mucho
más significativo que la insignificante palabrería de
aquellos hombres a los que solo les importaba el
provecho personal. Con cada consistorio se
confirmaba su opinión: si él hablaba del peligro de
los turcos, nadie le escuchaba; ni siquiera el sitio
de Rodas conmovió a los cardenales. También la
herejía luterana al otro lado de los Alpes les
resultaba indiferente: era una mala fiebre que
acabaría por curarse.
Sabía por qué reaccionaban con tanta laxitud.
Las raíces de aquella herejía se encontraban en la
propia Roma. Al contrario que sus cardenales, él
499
FREDERIK BERGER

era lo suficientemente honrado como para llamar


a las cosas por su nombre. Las palabras del propio
Cristo habían sido «Yo soy la verdad», y no «Yo
soy la mentira piadosa». El hijo de Dios había
expulsado a los mercaderes del templo, y había
tachado a los fariseos de «raza de víboras». Por
ese motivo, en una ocasión había denominado al
colegio cardenalicio, a su vez, raza de víboras,
obteniendo con ello un enloquecido tumulto de
indignación.
Sí, a los hipócritas no les gustaba escuchar la
verdad.
La verdad era indiferente al hecho de que la
curia romana se hubiera apartado del camino recto
y de que los pecados del pueblo tuvieran su
origen en los pecados de los religiosos. Así estaba
especificado en las Sagradas Escrituras. La
enfermedad debía atacarse desde la raíz y por la
raíz, se entendía la Santa Sede. Allí el despotismo
era la norma; la simonía y el nepotismo empapaban
cada cargo; se escupía al celibato; los cortejos se
convertían en negocios lucrativos, al igual que el
comercio de bulas, denegadas a los pobres y
piadosos en favor de los más manirrotos entre los
prelados... Todo aquello era repugnante, y precisaba
de una condenación pública.
500
LA HIJA DEL PAPA

Quien aún necesitara una señal clara de todo


ello, solo tenía que dirigirse a la plaza de San
Pedro y observar la casa de Dios: entonces, vería
una basílica a medio levantar, sobre la tumba del
líder de los apóstoles, la zona del coro en ruinas y
las vigas redondeadas de una cúpula que se pensó
para la gloria del Señor. Sin embargo, el dinero
necesario para la construcción, que se recaudó a
través de la venta desenfrenada de indulgencias,
se dilapidó, a manos de su precursor León y la
familia Medici, en una guerra sin sentido, en
fiestas pecaminosas y en un lujo pagano.
Cuando el papa Adriano se dio cuenta de que
había vuelto a dirigir la mirada hacia el Laocoonte
luchando por su vida, giró la vista bruscamente
hacia el crucifijo. Un miedo repentino le atenazó
la garganta. Laocoonte había tenido que morir, Cristo
se había sacrificado. ¿No estaba él también
combatiendo en una lucha vana contra la
repugnante y pecaminosa curia? ¿También él
tendría que sacrificarse ante Dios, establecerse en
un nuevo martirio?
—«Señor, si es posible, aparta de mí este
cáliz; pero hágase tu voluntad y no la mía» —
susurró—. Déjame vivir para que pueda servirte a Ti
y a tu mensaje; para que pueda arrancar las raíces
501
FREDERIK BERGER

de la enfermedad de un cuerpo gangrenado. Dame


la fuerza para soportar la soledad en este
laberinto de voces extrañas, dame la fuerza
incluso aunque fracase.
Cuando añadió la palabra «fracase», en un
arrebato de autoanálisis crítico, apenas pudo
respirar, y las lágrimas le anegaron los ojos.
—Sé que no soy digno del rango que se me ha
conferido; sé que soy arrogante y orgulloso,
desconfiado y ególatra... La lucha por el bien de la
fe te hace severo y solitario. Sin embargo, dame
fuerzas para beber del cáliz hasta su amargo final,
no me abandones cuando se aproximen las horas más
oscuras...

502
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 42

Roma, Campo de Fiori – 22 de octubre de


1522

Por la tarde, a pesar de la peste, Virginia


recibió la visita de Baldassare Molosso, quien se
dirigió hacia su pequeño estudio a grandes
zancadas tras saludar a Maddalena con voz
resonante y las palabras «Dios te bendiga,
hermosa pecadora».
La casa de Maddalena estaba cerrada aquel
día a los numerosos clientes, como siempre que
ella se encontraba en sus días impuros.
Habitualmente, en aquellas circunstancias dormía
hasta tarde, recibía a los astrólogos, iba a
confesarse y visitaba la iglesia diariamente. Sin
embargo, en aquella ocasión no había abandonado la
casa por el peligro de la peste. Como su humor en
aquellos días oscilaba enormemente, Virginia
pasaba casi todo el tiempo en su estudio, una
pequeña estancia que Maddalena le había cedido
generosamente, en la que podía componer y tocar el
laúd sin que nadie la molestara.
503
FREDERIK BERGER

Baldassare se quitó su amplia boina, se


enjuagó el sudor de la frente y suspiró de forma
afectada.
—Ahora mismo vengo de impartir su clase al
hijo del cardenal, Ranuccio Farnese, y estoy
francamente decepcionado. Sus progresos en lo
referente al elevado arte de la lírica son lamentables.
Ese muchacho está simplemente demasiado distraído
—una muy significativa mirada recayó sobre
Virginia, quien sintió cómo su corazón le
tamborileaba en el pecho —. Sus versos son
atropellados e inestables, ¡y no hablemos de la
rima! ¡Siempre rima «amor» con «dolor»! ¡Lo
que es un dolor es semejante rima! —suspiró
teatralmente—. El joven está atribulado por las
preocupaciones.
Baldassare le miró inquisitivo a los ojos, se
inclinó sobre ella, hasta tal punto que la muchacha
pudo oler el aliento perfumado de vino de su
maestro y él pudo observar las redondeces que
sugerían su escote.
—Sin embargo, ¡qué delicia supone leer tus
versos, querida Laura-Virginia! Escuchar tus
cánticos, el acento de alondra de tu voz, tus trinos
de ruiseñor: «Cantar quisiera del amor un nuevo
canto/asaltarte, amado, en tu bastión con fuerzas
504
LA HIJA DEL PAPA

renovadas». ¿Fue eso lo que escribiste?


Maravilloso. Yo mismo no lo hubiera hecho mejor
— cogió la hoja que se encontraba ante él, se levanto
de nuevo y le acarició el pelo—. ¿Sabes Virginia?
Cuando la edad nos roba el aliento, el amor solo
puede brillar, pero no arder — miró hacia la
menguada actividad de Campo de Fiori y suspiró de
nuevo desde lo más profundo de su amplio pecho—
. Antaño veneraba a mi Lola. Así la llamaba, Lola o
Laura, Lola- Silvia, ¿entiendes? La belleza de la
casa Ruffini cuyos rasgos tristes y sin mácula nos
cautivan en San Pedro, en la grandiosa Pietà del
incomparable Miguel Ángel. Era un amor no
correspondido, pero los amores imposibles son
los más hermosos, los más ansiados, la base de
poemas inmortales que nos sobreviven incluso
cuando hace tiempo que no somos más que polvo
y sombra, como lo expresó Horacio en aquella o c a s
i ó n: «Eheu fugaces labuntur anni».
Baldassare la miró sonriente y lleno de
expectativa, y ella entendió que esperaba que
tradujera.
—«¡Ay! Los años pasan fugaces» —
respondió, bajando la mirada.
Ella sabía que Baldassare se deleitaba con
aquel casto pestañeo. Lo que aun le causaba más
505
FREDERIK BERGER

satisfacción, no obstante, era que ella se enrojeciera


ligeramente, pero por desgracia no podía
ruborizarse voluntariamente. Algo que, no
obstante, tampoco era necesario, teniendo en
cuenta que las mejillas de la muchacha solían lucir
hermosos coloretes, lo que había inspirado a
Baldassare numerosos epitheta, como él gustaba
decir: «rosa en flor» o «mujer aurora», entre otros
ejemplos. En una ocasión, incluso había
proclamado: «Una primavera rosada se adivina en
tus mejillas». Lleno de orgullo repitió sus palabras,
señalando que se trataban de «un yambo
perfecto», y le dedicó un gesto afectuoso a los
tan cantados carrillos que se encontraban tan
enrojecidos únicamente debido al hecho de que
poco antes se había lavado la cara con agua fría
y después se los había palmoteado. Era algo que
Virginia había aprendido de su madre, quien a
diario señalaba que el colorete natural siempre
destacaba más que el obtenido artificialmente.
—Ahora, veamos cómo asaltas a tu amado: —
y colocando la mano sobre el hombro de la
muchacha, empezó a leer en voz alta—. «Del frío
corazón el titubeo hechicero/ da alas al anhelo como
en un vuelo de estrellas». Encantador, mi niña, yo
mismo no lo habría hecho mejor. ¡Qué aliteración!
506
LA HIJA DEL PAPA

¡Y no digamos de esa métrica sin tacha! ¿Qué


puedo enseñarte ya? —sus ojos se deslizaron
nuevamente hasta su escote, a lo que le siguió
toda una salva de suspiros.
Atravesó el pequeño estudio, y se aproximó a
las paredes hasta el punto de que su acentuada
barriga rozó la blanda cubierta de cuero de las
mismas, antes de volverse.
—¿Quieres oír los espantosos versos que he
traído?
En realidad, ella prefería no escuchar los
versos de Ranuccio de boca de Baldassare, pero
como tampoco iba a lograr evitar la declamación,
asintió.
«¡Eras tan bella, tan buena, tan adorable, tan
pura!
Me sentí volver mejor, más limpio, me creí
estar en el Paraíso»
Entonces, ella enrojeció de verdad.
Baldassare, naturalmente, se dio cuenta de esto y,
tomando un taburete, se sentó junto a ella, le
acarició la cabeza y adoptó un repentino aire
dulcificado y paternal:
—Vosotros dos os amáis, ¿no es verdad?
Ella asintió.
—¿No solo en los sonetos? Ella negó con la
507
FREDERIK BERGER

cabeza.
—Os entiendo, hijos míos, sois como el ser
único dividido del que hablaba Platón. Algún día
os separarán, pero tras largo tiempo, volveréis a
encontraros. Hijos míos, debemos leer el Banquete
de Platón. Y los escritos de Ficino acerca del
amor. ¿Sabías que el padre de Ranuccio estudió
con Ficino en Florencia cuando era joven? ¿En
casa del magnífico Lorenzo de Medici? Rodeado
de los hijos de Lorenzo, y del hijo de su hermano,
Giulio... Sí, me miras con razón, pues se trata de
Giulio de Medici, nuestro cardenal y vicecanciller,
quien con gusto seguiría a su primo León al trono
papal, pero quien verá como sus esperanzas se
truncan vanas, pues el padre de Ranuccio, nuestro
bienamado cardenal Farnese, será quien obtenga
esa dignidad en la próxima oportunidad, ante el
júbilo de todos los romanos, de eso estoy seguro.
Baldassare comenzó entonces a alterarse ante el
bárbaro comportamiento del Papa flamenco.
—¡Odia a los poetas más que a nada! —bramó.
Se levantó, vagó gesticulando con
vehemencia por toda la habitación, se indignó sin
fin, una y otra vez.
De forma imprevisible, tomó la cabeza de la
muchacha entre las manos y la sujetó de tal manera
508
LA HIJA DEL PAPA

que ella no podía volver la vista.


—Pero sabes que Ranuccio entrará al servicio
de la Iglesia. De hecho, a sus quince años, ya
disfruta de un cargo similar al de obispo
suplente. No se os permitirá casaros. Además, está
tu... condición —le soltó la cabeza y se sentó de
nuevo a su lado—. Si de verdad ocurriera, un
prelado y una cortesana... Pero sé que os amáis de
corazón.
Ella asintió, y las lágrimas le inundaron los
ojos sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo.
—Ranuccio no quiere ser religioso, sino
condottiere, como su hermano —sollozó.
—Lo sé. Pelea mejor de lo que escribe —
repuso él, riéndose brevemente de su pequeña
broma, aunque de inmediato recuperó la
gravedad—. Sin embargo, su padre lo tiene todo
previsto: obispo, cardenal, Papa... Sí, Ranuccio
tendrá que convertirse en Papa algún día. El cardenal
Farnese tiene planes muy ambiciosos. No expulsó
a la hermosa Silvia de palazzo por capricho. Todo
persigue una misma meta: primero, él mismo se
convertirá en Papa; después, le seguirá su hijo.
Pierluigi será duque. Probablemente en algún lugar
del norte. Sí, es ambicioso, pero también
bienintencionado. Ama a sus hijos, incluso a
509
FREDERIK BERGER

Pierluigi, y tampoco ha olvidado al fallecido


Paolo. Hasta a su hijastro Tiberio... Quién sabe,
quizá haya aun otros niños, pues un hombre
como Alessandro Farnese siempre se siente
tentado por las mujeres...
Él la miró entonces, inquisitivo, pero al mismo
tiempo lleno de compasión, y agitó suspirando la
cabeza.
—El amor es capaz de conferirle auténticas
alas a los versos más armoniosos cuando está
preñado de dolor. Aún no lo entiendes, hija mía,
pero lo harás. No sé cómo puedo ayudaros. ¡Me
gustaría tanto poder hacerlo!
Se levantó de golpe y se colocó adecuadamente
el jubón bajo la toga.
—¡Tengo que irme! La familia Farnese va a
abandonar Roma a causa de la peste y yo iré con
ellos.
Ten mucho cuidado y no enfermes. Piensa en los
que te quieren... Sigue tocando un poco el laúd y
escribe nuevos sonetos. Eres la mejor estudiante
que he tenido. ¡Si tuviera una hija, ojalá fuera como
tú!

510
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 43

Roma, Campo de Fiori – 31 de octubre de


1522

La peste aterrorizaba Roma. Nadie


recordaba haber visto semejante aumento de la
mortalidad, y tampoco el enfriamiento del otoño
logró contener la epidemia y proporcionar algo
de alivio. Alessandro Farnese envió a su familia,
junto con la mayor parte del servicio, hasta Frascati,
bajo fuertes protestas de su repentinamente rebelde
e irracional hijo Ranuccio.
Él permanecería en la ciudad, tal y como el
severo Papa había ordenado.
Sin embargo, cuando al cardenal Schinner le
sorprendió la muerte a causa de la peste, el papa
Adriano levantó la prohibición y, poco tiempo
después, el Vaticano se asemejaba a un palacio que
hiciera frente a los cataclismos del Apocalipsis.
Tan solo el Santo Padre aguantaba, junto a sus
fieles flamencos, recluido en las estancias
posteriores del Belvedere. Desde allí, realizaba
las audiencias asomado a una ventana, cuando
511
FREDERIK BERGER

llegaba a hacerlas.
Alessandro, no obstante, era incapaz de
imaginar quién querría solicitar audiencia en
esas circunstancias pues, a excepción del tesorero
Armellini, él era el único cardenal que permanecía
en Roma, y no por mucho tiempo. Giulio de
Medici había partido hacía ya dos semanas a
Florencia, acompañado de Pucci, e incluso de
Soderini, si bien éste había tomado un camino
diferente, por lo que Alessandro había podido saber.
Colonna, por su parte, se había retirado a su hacienda
de monte Sabini.
Las familias aristocráticas habían marchado
rumbo a sus palacios campestres, mientras que la
rica burguesía se refugiaba en sus villas de
verano.
Solo los pobres y los enfermos debían
permanecer en Roma, amenazados por los
saqueadores y mal alimentados, pues los
campesinos de los alrededores no se atrevían a
aproximarse a las ciudades. El ospedale Santo
Spiritu estaba lleno, los muertos yacían en las
calles a la espera de sepultura y de las casas surgían
gritos de auxilio. Incluso ante el palazzo Farnese
se retorcían figuras andrajosas con o sin la peste.
Por todas partes se veían ratas y perros voraces.
512
LA HIJA DEL PAPA

Alessandro emprendió una cabalgada


acompañado de su bravo secretario a través de
Rione della Regola y allí repartió él mismo los
alimentos que aún se almacenaban en las despensas
del palazzo. En el camino de regreso, pasó por
Campo de Fiori, pues quería cerciorarse de que
Virginia no permanecía en la ciudad. Para su
sorpresa descubrió que la casa de Maddalena no
estaba cerrada a cal y canto. Los postigos del piso
superior aparecían abiertos, y tras sus enérgicos
golpes a la puerta, la anciana apareció por el
balcón situado encima del portal.
—¿Está la señora de la casa?—gritó.
En lugar de contestar, la mujer desapareció,
y poco después apareció la propia Maddalena, con el
cabello suelto, apenas maquillada y con un vestido
sencillo.
—¿Qué hacéis aún en esta ciudad infernal?
—exclamó ella—.
¿Es que no valoráis vuestra vida?
—¿Tu casa sigue a salvo? Ella asintió y se
persignó.
Como se le permitió la entrada, Alessandro
rebuscó con la mirada a Virginia con palpable
interés.
—Baldassare alaba el celo por aprender y los
513
FREDERIK BERGER

progresos de nuestra hija —dijo—. Por el


momento, desgraciadamente, su educación deberá
interrumpirse, pues toda la famiglia se encuentra en
Frascati, sin embargo, no puede ser cuestión más
que de un par de semanas que la peste remita.
Como muy tarde en diciembre, cuando ya haga
frío. Mientras tanto, no obstante... Yo también
marcharé a Frascati en seguida... ¿Y vosotras? ¿De
verdad queréis permanecer aquí? —como
Maddalena no respondía, prosiguió
—. Podría conseguiros alojamiento a Virginia y a ti
en Frascati, en un edificio anexo a nuestra villa.
—Allí sois obispo. Sin duda el nuevo Papa no
vería con buenos ojos que una cortigiana tomara
vuestra denominación como curiam sequens
demasiado literalmente y se refugiara dentro de
vuestros muros. En realidad, tampoco puedo
abandonar Roma, como «persona de vida
deshonesta» que soy.
Alessandro sonrió con ironía. Se levantó,
arrojó una breve mirada por la ventana hacia el
campo vacío y se colocó tras Maddalena, para
pasar una mano con suavidad por el cabello de la
mujer, y colocar la otra sobre su hombro.
Sorprendido, sintió que le envolvía un deseo
hacía tiempo dormido. La mano se deslizó hasta el
514
LA HIJA DEL PAPA

largo cuello de Maddalena, y permaneció allí, con el


consiguiente aumento de la tensión. Maddalena
sonrió, pero no seductora sino más bien alegre,
feliz, encantada. Entonces, se abrió la puerta y
apareció Virginia.
Él retiró la mano espantado. Virginia sonrió
burlona. Estaba vestida con sencillez, con un
ligero batín de seda color mármol, el cabello
suelto enmarcando el rostro, con aquellos ojos
grandes y ligeramente almendrados, negros como
la pez.
Alessandro quería saludarla, abrazarla como
a una hija... Pues debía ser su hija, nunca había
estado tan seguro como en aquel momento, en que
una voz interior se lo decía...
En aquel instante, apareció una sombra tras
ella, una silueta masculina, pero aún joven. Sintió
una punzada de rabia, de dolorosos celos. Él
apoyaba económicamente a la muchacha y le
procuraba la educación para convertirse en una
joven donna, ¿y Maddalena permitía que se
convirtiera en cortesana y se arrojara al primero
que pagara? Entonces, vio por primera vez a
quien pertenecía aquella sombra, quién era aquel
joven vestido con un jubón de terciopelo: su hijo
Ranuccio.
515
FREDERIK BERGER

¡Pero si Ranuccio debía haber marchado a


Frascati con la familia!
El muchacho salió a la luz, sonriendo con
torpeza y cierta culpabilidad. Era su hijo, sin duda.
—¿Qué haces tú aquí? —exclamó Alessandro,
casi mudo.
—¿Y qué haces tú aquí?
No podía ser nadie más que Ranuccio: su
padre había tenido que habituarse a semejantes
respuestas descaradas, obstinadas y rezongonas. Le
permitía a su favorito un tono con el que Alessandro
nunca se hubiera atrevido a dirigirse a su
progenitor. Por aquel entonces reinaban el respeto
y el afecto, en aquellos dorados años en los que
los franceses aún no habían empezado a asediar
Italia con sus guerras, a infestar a todos con sus
epidemias de morbo gallico y a estropear las
costumbres.
Alessandro se dominó y logró no
encolerizarse. Logró comportarse con inteligencia.
No podía perder a Ranuccio, pues algún día
debía convertirse en Papa, igual que él. Para
Pierluigi tenía previsto un ducado. Si lo conseguía,
el triunfo de la familia Farnese superaría las
expectativas de sus predecesores y sus
competidores.
516
LA HIJA DEL PAPA

Aquella era la respuesta a su fracaso en el


cónclave. ¡Entonces más que nunca!
Sin embargo, Alessandro reparó por primera
vez en que Ranuccio había aparecido con
Virginia, y lo que eso significaba. Una breve
mirada a la asustada Maddalena le confirmó que
probablemente ella le hubiera pedido a Ranuccio que
no se separara de su padre.
¿Qué había ocurrido en los últimos meses?
¿Por qué no se había dado cuenta?
Poco a poco fue recordando momentos
difusos: Baldassare sí había hecho furtivos
comentarios acerca de la «madurez» de Ranuccio. Sin
embargo, Alessandro no se había molestado en
escuchar bien, ni en preguntar, pues consideraba
el comportamiento de Ranuccio más bien poco
maduro. Además, había estado tremendamente
ocupado debido a la triste situación en la que se
encontraban: había tratado de componer una
nueva estrategia con Giulio, precisamente con
Giulio...
Ranuccio debía haber crecido por su cuenta,
quizá incluso guiado por su hermano Pierluigi...
De pronto, comprendió que Silvia ya no vivía en el
palazzo. Había apartado a sus hijos de su madre,
aunque no los hubiera alejado del todo, teniendo en
517
FREDERIK BERGER

cuenta que ella residía en las cercanías.


En cualquier caso, Ranuccio había empezado
a seguir su propio camino, uno del todo
imprevisible.
Por supuesto, el joven conocía a Maddalena,
como cualquiera en el barrio... Pero, ¿acaso ella no
debería haberle avisado?
Alessandro permaneció inmóvil durante largo
rato, dejó vagar su mirada sobre los tres, sin
contemplarlos realmente. Tan sereno y contenido
como pudo, preguntó:
—¿Podéis explicarme qué está ocurriendo
aquí? ¿Por qué Ranuccio no está en Frascati? ¿Por
qué pone innecesariamente su vida en peligro al
regresar en secreto a una ciudad asediada por la
peste?
—Puedes preguntármelo directamente, papá
—repuso Ranuccio con descaro—. Ya no soy el
chiquillo al que has controlado desde que nació,
aunque probablemente las elecciones papales y el
bárbaro de Adriano no te hayan permitido verlo.
—Ha descubierto el amor —le interrumpió
Maddalena, sonriendo, insinuante incluso—. A
todos los jóvenes les llega el momento en que
deben descubrir las delicias del sexo opuesto.
—Pero Virginia es... —se interrumpió
518
LA HIJA DEL PAPA

Alessandro.
En el último momento logró evitar
pronunciar la frase entera, pues vio la expresión
negativa de los dos jóvenes, vio cómo las cejas de
Maddalena se arqueaban.
—Que Virginia es... ¿qué? — exclamó
Ranuccio—. ¡Dilo! No nos avergonzamos.
La mirada de Virginia permanecía fija en
Alessandro, y él descubrió en ella, como nunca
antes, una fuerza demoníaca, la visión del ángel
caído. Y sintió con espanto lo cerca que estaba de él.
—Voy a dejar Roma —dijo, con voz ronca—
. La peste... Solo el Papa se atrinchera aún en su
Belvedere, esperando el fin del castigo divino...
Aunque en realidad sea él el castigo divino... Marcho
con mi familia a Frascati... ¡Venid conmigo!
¡Todos! ¡Partiremos juntos!
En el momento en que lo decía, Alessandro
entendió que realmente no podría llevarse
consigo a Maddalena y a su hija hasta Frascati. Ni
siquiera para salvarlas de la peste. Las dos, aun
sin proponérselo, reventarían la unión de la familia.
Debía esconderlas en algún lugar de Frascati, pero
incluso eso era imposible, pues todo el mundo le
conocía, todo el mundo chismorreaba...
Intentó mirar a Virginia y Ranuccio con un
519
FREDERIK BERGER

espíritu abierto y amoroso, con preocupación


paternal pintada en el rostro, pero le resultaba muy
difícil. Ante sus ojos brilló la imagen del
Laocoonte que luchaba por su vida. El Laocoonte,
con sus dos hijos, que también luchaban y que, al
final debían morir, puesto que su padre se había
casado en contra de la voluntad de Dios y había
engendrado hijos.
Le sobrevino un ataque de pánico, y durante
un instante todo se volvió negro. Maddalena y
Virginia se precipitaron sobre él para sostenerlo,
pero se irguió de inmediato.
—Os lo agradezco, hijas mías dijo con voz
débil.
Maddalena sonrió, Virginia permaneció
seria, simplemente mirándolo, contemplándolo
con aquellos ojos oscuros y ardientes.
Su hijo no se movió.
Alessandro respiró hondo varias veces hasta
que sintió que las fuerzas comenzaban a regresar a
su cuerpo, al igual que su inquebrantable voluntad,
orientada a un fin lejano. Se irguió cuan largo era,
su voz volvió a sonar profunda.
—Ranuccio, tú vendrás conmigo, en cualquier
caso. Eres mi hijo, y a pesar de lo ocurrido en las
últimas semanas y meses, me acompañarás.
520
LA HIJA DEL PAPA

—¡No te acompañaré! No podrás separarme


de Virginia.

521
FREDERIK BERGER

Capítulo 44

Roma, Vaticano – 25 de febrero de 1523

La peste causó estragos en Roma hasta bien


entrado el invierno, y no desapareció sino
lentamente, con la llegada del nuevo año. Fue
entonces cuando los cardenales comenzaron a
obedecer a regañadientes el mandato expreso del
papa Adriano de que regresaran a la ciudad eterna.
El cardenal Giulio de Medici pasó los meses
más oscuros del invierno en Florencia,
preocupándose por la educación de su hijo de
pelo crespo, por estabilizar el dominio de los
Medici como arzobispo y por hacer que sus hombres
se dispersaran para vigilar con atención a su
enemigo jurado, Francesco Soderini. Y dio
exactamente en el clavo.
Cuando el Papa convocó al colegio
cardenalicio de vuelta a Roma, colocó
cuidadosamente sus documentos y se dirigió de
buen humor a tomar parte en el primer
consistorio del año.
Se sentó en un banco trasero en el aula regia,
522
LA HIJA DEL PAPA

aunque el número de miembros presentes era


notable. Alessandro Farnese se colocó cerca de él
y observó al Papa y a los cardenales con una
sonrisa ligeramente irónica. El papa Adriano,
asistido por su eminencia gris Enckevoirt, señaló
en su latín gutural y chirriante el peligro turco tras
la caída de Rodas.
—Todos nosotros, españoles, franceses,
ingleses, alemanes, y no menos los italianos,
debemos alzarnos todos unidos para vencer la
aparentemente imparable superioridad numérica
de los infieles. Debemos encender en Roma las
antorchas que inicien la hoguera de la contención —
sentenció con voz temblorosa y el cuerpo torcido.
A los ojos de Giulio, aquel bárbaro del
norte de costumbres estrictas no era precisamente
un orador carismático, pero siguió observando
cómo Adriano se esmeraba.
Resultó significativo, no obstante, que en
aquella ocasión el Papa hablara mucho menos del
levantamiento luterano del norte de los Alpes y del
parlamento: en Nuremberg, había permitido que su
delegado Chieregati pusiera a Roma y a sus
cardenales en evidencia al ser sus acciones el
detonante de un levantamiento herético. Aquello no
solo resultaba vergonzoso para la curia, sino
523
FREDERIK BERGER

también estúpido, pues les había presentado


argumentos a los luteranos en una bandeja de plata
papal.
¿Y acaso se lo agradecieron?
¡De ninguna manera! Se habían reído de él e incluso
se habían atrevido a mostrar desobediencia abierta
ante los mandatos del Santo Padre. La prohibición
eclesiástica de realizar prédicas luteranas que el
mismo Chieregati había anunciado no llegó a entrar
en vigor, sino al contrario: eran los delegados
romanos quienes apenas se atrevían a salir a la
calle, mucho menos asistir a misa, pues se les
insultaba y amenazaba. Así pues, el diálogo con los
luteranos resultó ser una farsa y una terrible derrota
para la Iglesia romana. Naturalmente, llegó aun
menos dinero procedente de Alemania.
Sin embargo, el Papa quería combatir a los
turcos a cualquier coste, aunque tuviera que coger
su báculo y hacer huir él mismo a palos a los
ejércitos de infieles.
Además, estaba causando estragos entre
aquellos que hallaban su sustento bajo el
misericordioso manto de la madre iglesia, fuera
por mérito propio o por haberse comprado un
cargo. Unos se denominaban escribas y otros
documentalistas, y por supuesto también existían
524
LA HIJA DEL PAPA

grandes dignatarios. Algunos de ellos habían perdido


toda su fortuna, pues habían ligado todas sus
fuentes de ingresos a las arcas papales: intereses,
pensiones, salarios, asignaciones periódicas,
beneficium. Al menos así se había pensado que
fuera, de esa manera el vicecanciller había
recaudado para su papal primo más y más dinero.
¿Y qué ocurría ahora? La mayor parte de esos
hombres se sustentaban sin ingresos. O en un futuro
dejarían de recibir obolino. La mayoría tenía
familias que alimentar. Eso había creado un
terrible malestar, que no había llegado a oídos del
Papa pues, por culpa de la peste, apenas quedaba
un solo religioso en el Vaticano.
A aquellos a los que realmente les quedaba
trabajo por hacer en la curia, se les pagaba rara vez.
Los romanos debían subsistir sin fiestas, sin
carnavales, no podían alegrarse con diversiones y
placeres gratuitos. No tenían ni pan, ni circo.
Tampoco ayudó el que el Papa llegara incluso
a prohibir el festival del Pasquino, y con ello, los
versos críticos en la escultura cercana a la piazza
Navona. ¡Prohibirles a los romanos los insultos!
Para eso sería necesario cortarles la lengua. Y antes
de eso, ¡sería necesario entender su idioma!
Giulio le guiñó un ojo a Alessandro quien,
525
FREDERIK BERGER

a pesar de su rictus irónico, no le devolvió el


guiño.
El Papa se perdió de nuevo en la enumeración
de los pecados de los prelados, e inició nuevas
filípicas contra los críticos al celibato, que no solo
alzaban sus insolentes cabezas en Alemania.
—¡El celibato es y será un pilar de los dogmas
cristianos! —gritó—. ¡Debe respetarse sin condición!
Alessandro, el padre de familia, perdió la
expresión de escepticismo irónico. Suponía con
razón que su permanentemente creciente familia
era una china en el zapato del Santo Padre.
Giulio se aburría visiblemente. Se proponía
algo para aquel día y para los siguientes, debía
conseguir a toda costa una audiencia privada con el
Papa tras el consistorio y presentarle la verdad
acerca de Soderini. Mostrarle la traición del
hombre que aquel día había vuelto a sentarse en
primera fila y a asentir a todo lo que se decía con
expresiones como «¡sic!» y «¡recte!», engatusando
de manera tan tonta a Adriano. Así, podría
dirigir las cosas al lugar que les correspondía y
esperar con calma hasta que Adriano dejara de ser
Papa.
Su caída haría que los unos y los otros que
pululaban a su alrededor perdieran toda su
526
LA HIJA DEL PAPA

relevancia.
Finalmente, concluyó el consistorio.
Ninguno de los cardenales presentes había
participado apenas en el debate.
El Papa miró a su alrededor con desagrado, le
hizo una seña a su datarius Enckevoirt y anunció
que estaba preparado para un par de audiencias.
De inmediato se encaminó hacia la salida. Giulio
se levantó, esperó a Alessandro y siguió al Papa.
Debía aguardar con sus documentos hasta que
concluyeran las peticiones, lo que no duraría mucho
tiempo, pues cuantas más muestras de simpatía se
esperaban de Adriano, más rápidamente perdía
éste su humor apostólico y su dulzura papal.
Pero, ¿dónde iba el Papa a celebrar las
audiencias? ¿En la scala del Maresciallo, a dónde se
dirigía?
Aparentemente, sí.
El cardenal Campegio se unió a ellos. El Papa
se detuvo, pues un joven documentalista de
aspecto andrajoso se dirigió hacia él y le pidió
que le pagara sus deudas, algo que el tesoro
apostólico le había denegado.
El Papa preguntó por la cuantía de la suma,
mirando a Enckevoirt.
Giulio no pudo entender la suma que dijo el
527
FREDERIK BERGER

trabajador, tan solo las palabras «familia


hambrienta». El hombre no debía haber dicho
aquello, incluso un documentalista arruinado u
ocioso debía haberse dado cuenta: Adriano
endureció el rostro, apretó los labios aun más, y
negó con la cabeza en un gesto muy significativo.
El hombre aulló, se hincó de rodillas, agarró
el alba de Adriano. Cuando el Papa quiso volverse
bruscamente, el documentalista rasgó el dobladillo
de su ropa, y de pronto gritó tras él un Campegio
paralizado:
—¡Un cuchillo! ¡Tiene un cuchillo!
Entonces, todo ocurrió muy rápido.
Brilló un filo, el joven saltó, alzó su brazo
con el cuchillo en la mano para propinar una estocada
con toda su rabia.
Con posterioridad Giulio agitaría la cabeza
pensando en lo tonto que había sido aquel ataque.
El hombre podría haber propinado ya su golpe mortal
desde abajo.
Alessandro, que se encontraba directamente
junto a Adriano, se dio cuenta de la situación,
agarró el brazo del hombre y le propinó un
rodillazo en el bajovientre con toda su fuerza. El
documentalista se retorció sobre sí mismo con un
grito, y la guardia, que apareció finalmente, lo
528
LA HIJA DEL PAPA

vapuleó y se lo llevó a rastras.


Adriano estaba aún más pálido que de
costumbre, pero se había contenido
asombrosamente bien. Ni siquiera había
retrocedido. De hecho, se habría dejado apuñalar
sin oponer resistencia. Aquel hombre volvía a
sorprender una vez más a Giulio, pero era
Alessandro quien más le sorprendía, pues había
evitado que el Papa odiado por todos finalmente
acabara como todos deseaban. Y sin que la
sombra de la sospecha hubiera recaído sobre
ningún cardenal, todo lo contrario: ante la ciudad
y la cristiandad se habría asegurado que el Papa
Adriano había experimentado las consecuencias
de su impasible e intransigente espíritu al se
apuñalado por un religioso hambriento.
Nadie lo habría llorado.
En el siguiente cónclave, los compañeros
elegirían con más sabiduría.
Pero no, Alessandro Farnese lo había echado
todo a perder.
Mientras tanto, los cardenales presentes y
otros prelados alterados se arremolinaban en torno a
Adriano, quien daba un nuevo paso precavido hacia
la escalera.
—No ha ocurrido nada —logró farfullar—. El
529
FREDERIK BERGER

Señor envió a mi ángel de la guardia.


Giulio respiró hondo. Aquello era
excepcionalmente ridículo. No solo porque el Papa
hubiera sobrevivido al ataque sin un solo rasguño,
sino porque Alessandro Farnese, el enemigo del
celibato y padre de familia, debía haber
ascendido en las simpatías personales del Papa.
Aunque fuera por agradecimiento.
Sin embargo, Giulio vio entonces la mirada
que Adriano le dirigía a su salvador: imperturbable.
Fría.
—Te lo agradezco, hijo mío — dijo, sin
emoción alguna.
Giulio pudo sentir cómo Alessandro se
sobrecogía.
Adriano se volvió hacia Campegio.
—Sin tu grito de advertencia, hijo mío,
yacería ahora sobre mi propia sangre. También
te lo agradezco a ti. Dios te lo recompensará.
El Papa se esforzaba visiblemente por adoptar
un tono de agradecimiento que, no obstante, no
lograba del todo.
Finalmente, expresó con voz ronca:
—¡Dejadme solo! Debo rezar y mantener una
conversación con el Todopoderoso.
Entonces, le dedicó una señal a Enckevoirt,
530
LA HIJA DEL PAPA

descendió por las escaleras restantes y desapareció


en dirección al Belvedere.

531
FREDERIK BERGER

Capítulo 45

Roma, Vaticano – palazzo Medici – 25 de


febrero de 1523

Alessandro observó detenidamente al Papa.


Poco a poco tomó conciencia de lo que acababa de
ocurrir, de lo que había hecho, de lo que había
evitado. Sus compañeros lo rodearon, discutiendo
agitadamente, especialmente Campegio que
gesticulaba con pasión.
—Conozco a ese archivista — gritaba con voz
estridente—. Es perezoso y temperamental, pero
hoy le ha llegado su última hora.
Giulio tiró con cuidado de la manga de
Alessandro.
—¡Vamos, salvador de su Santidad!
Salgamos de aquí —le ordenó con voz
amortiguada—. Si estás esperando una
condecoración, esperas en vano: aquí ya no hay nada
que hacer. Quiero hablar contigo un momento.
Pasaron en silencio frente al ospedale Santo
Spirito en dirección al Tíber. Un par de hombres
tiraban frente a ellos de un carro cargado de ataúdes,
532
LA HIJA DEL PAPA

en los márgenes del río se hacía la colada, y una


rueda de molino giraba entre crujidos y chirridos.
—Estuvo cerca —dijo Alessandro.
—Podría decirse que sí. ¿Te fijaste en su
mirada?
Habían llegado al ponte Sant’Angelo.
Alessandro observaba la corriente, crecida tras las
densas lluvias.
—¿Colgarán mañana aquí al atacante?
—Seguramente Adriano lo haga ejecutar con
discreción —repuso Giulio—. No querrá atraer
la atención pública. Seguramente podría inspirarle
ideas semejantes a algún otro: quien es tan poco
amado, llega a ser odiado...
Alessandro se dio cuenta de que Giulio le
observaba inquisitivo, pero no apartó la mirada del
río.
—¿Por qué lo has hecho? —siseó Giulio.
—¿De qué hablas?
—¡De salvarlo!
Alessandro contemplaba inmóvil la indómita
corriente parda.
—Nos habríamos librado de él, todos
estaríamos encantados y nadie habría tenido que
mancharse las manos.
—Fue un acto reflejo. Además...
533
FREDERIK BERGER

—Además, ¿qué?
—Nada...
—La muerte de Adriano habría resuelto
muchos problemas — exclamó Giulio, golpeando
con el puño la barandilla del puente.
Alessandro miró a su alrededor, para comprobar
si entre la gente que se arremolinaba en las
cercanías había alguno que quizá pudiera
escucharlos, o se acercara a pedirles limosna. Como
cardenal, no se podía poner un pie en la ciudad sin
tener que poner continuamente a prueba su caridad.
Habitualmente tenía a su secretario junto a él, pero
aquel día no había esperado que el consistorio
concluyera tan rápido, y había mandado marchar
a sus dos acompañantes. También Giulio estaba
solo, sin guardia personal para protegerlo, aunque
ambos sabían que, a pesar de los incontables
muertos a causa de la peste, aún reinaba en Roma
la pobreza más desesperada, que llevaba al
crimen.
—Escucha, Alessandro, hay algo que tengo
que compartir contigo bajo la más estricta
discreción. En realidad, quería haber hablado con el
papa Adriano tras el consistorio... En cualquier caso,
mañana caeré sobre él, porque estoy tras la pista
de una gran traición.
534
LA HIJA DEL PAPA

Los labios de Alessandro se torcieron en una


sonrisa irónica.
—¡Se trata de Soderini!
—Nunca se me habría ocurrido. Giulio ignoró su
chanza.
—Soderini no solo apoya a todos los
agitadores que se levantan en Florencia contra mí,
eso es algo que ya esperaba, pero es que además
quiere reabrir el proceso de Petrucci. Por eso se ha
labrado desde el principio las simpatías del Papa.
Arde en deseos de privarme de influencia, de
atarme de pies y manos, pero seré yo quien lo ate
a él... ¡Lo encadenaré en las mazmorras del
castillo de Sant’Angelo!
La sempiterna lucha de Giulio con Soderini no
le era de particular interés a Alessandro en aquel
momento. Tenía otras preocupaciones en mente.
—Esto también te atañe a ti, Alessandro.
Tenemos que tirar de la misma cuerda... Y el mejor
de los dos será el siguiente Papa.
—Eso ya lo había oído antes.
El rostro de Giulio se convirtió en una
máscara de impaciencia, y agarró de nuevo del
brazo a su compañero.
—No seas desagradecido:
¿Quién te propuso siempre en el último cónclave?
535
FREDERIK BERGER

—Fuiste tú, y te estoy agradecido, pero el


resultado es de sobra conocido.
Giulio no quería retomar aquel tema. La
traición de Soderini le parecía mucho más
importante.
—Escucha, Alessandro, Soderini no solo
intriga en mi contra y me denuncia ante el Papa, sino
que también quiere arrastrarlo a una guerra.
Quiere iniciar en Sicilia un levantamiento contra el
emperador, para que los franceses caigan después
sobre el norte de Italia. Ya ha hablado con el rey de
Francia.
A los ojos de Alessandro, aquel era un plan
peligroso... Eso si no había surgido directamente
de la imaginación típica de los Medici.
—Pero el Papa desea una paz bajo cualquier
circunstancia, para poder unir al emperador y a
los franceses contra los turcos —replicó.
—Por eso es una traición. Al mismo tiempo,
me culpará a mí de todo, amparándose en que
busqué mi provecho económico a cualquier precio
durante el gobierno de León y cosas así... En
cualquier caso, Soderini caerá en la tumba que
ha cavado para mí.
—Pero sin pruebas, ¡lo negará todo!
—¡Tengo pruebas! —movido por la
536
LA HIJA DEL PAPA

exaltación, Giulio había hablado tan alto que


varias personas se volvieron a mirarlo.
—Vayamos a tu palazzo; allí nadie nos
molestará.
Apenas habían llegado al palazzo Medici,
cuando Giulio informó de que había interceptado
correspondencia secreta entre Soderini y el rey
de Francia, que señalaban claramente la
conspiración.
—Merece la pena mantener vigilados
ininterrumpidamente a los enemigos. Y no mostrarse
avaro al respecto.
—¡Ajá! —asintió Alessandro con frialdad—.
¿Y ahora?
—En cuanto consiga una audiencia con el
Papa, le mostraré todas las evidencias que he
reunido. Entonces, enviará a Soderini a la prisión
del castillo de Sant’Angelo. Si Adriano no cumple
con mis expectativas y se muestra generoso con
Soderini, él encontrará los medios para enviar a
Adriano a la otra vida.
Alessandro se recostó en silencio.
—Hay demasiados puntos débiles en el
entorno de Adriano, a pesar de vivir encerrado en
el Belvedere. Su racanería es su talón de Aquiles.
No muestra generosidad alguna ni siquiera con sus
537
FREDERIK BERGER

hombres de confianza, con sus ayudas de cámara y


secretarios. Eso crea ira y codicia. ¿No crees que
un saco de dorados ducados no será suficiente
tentación para alguno de esos bárbaros?
—¿Quieres que se produzca un nuevo
atentado contra la vida de Adriano?
—Yo no, pero Soderini lo querrá. O
cualquier otro ciudadano descontento de Roma. Sin
duda habrá miles de personas que tengan buenos
motivos para querer ver muerto a Adriano. Si
consigue realmente librar a la curia de toda esa
«schorriemorrie» (Dios, qué espantosa palabra
bárbara), entonces provocará un alzamiento en
Roma como la ciudad no ha visto nunca.
Giulio lo observó expectante, pero Alessandro
simplemente negó con la cabeza.
—No soy partidario de un atentado. Es
inmoral, y con ello nos hacemos poco dignos de
crédito. Sobre quien quiera que recaigan las
sospechas, ya sea el más adorado e idolatrado por
los romanos, se verá incapacitado para la elección.
¿Un asesinato en la cátedra de San Pedro? ¡Nunca
más! Esperemos que nunca más. Ya hemos tenido
suficientes hombres como Borgia.
Giulio logró contener la ira de sus rasgos solo
con mucho esfuerzo.
538
LA HIJA DEL PAPA

—¿Acaso no fue Borgia quien te nombró


cardenal? ¿No acompañaste a Cesare Borgia en el
ataque a Forlì?
Entonces fue Alessandro quien tuvo que
reprimir la furia. No le gustaba recordar aquel
episodio de su vida, y mucho menos ante un
intrigante como Giulio.
—De los Borgia aprendí cuál era el camino
equivocado...
—Se puede hacer mejor, si se medita con
cuidado —le interrumpió Giulio—. ¡Debemos
superar a los Borgia!
Alessandro asintió y se marchó sin decir ni una
palabra más.

Se sintió más libre cuando llegó a la calle, le


entregó un obolino a una mendiga y saludó al factor2
Engelhard Schauer, de la banca de los Fugger, que
se encontraba en las cercanías. Cuando una
cortesana se inclinó pronunciadamente ante él, le
devolvió amistoso el saludo, aun cuando no la
conocía.
Una vez llegado a su palacio, dio a su
mayordomo las órdenes pertinentes y se retiró a su
estudio, donde se recostó, cerró los ojos y
reflexionó acerca de los acontecimientos del día y
539
FREDERIK BERGER

la situación del momento. Durante un instante brilló


ante sus ojos el cuchillo del archivista, pero la
imagen del rostro frío del Papa ante él duró mucho
más. Quizá no fuera frialdad, solo una máscara
tras la cual ocultara la rigidez propia de un
momento de pánico, pero también la falta de
empatía de Adriano, su carencia de amor. ¡Qué
solo debía estar ese hombre! Quizá hubiera
preferido que el puñal le hubiera acertado en el
corazón.
El papa Adriano no tenía familia. Le
faltaban la unión y la calidez de la familia. El amor
de los hijos y los nietos, el orgullo... ¡Con qué
frecuencia paseaban por su mente las imágenes
de sus seres queridos! Durante los meses
invernales no los había visto con la frecuencia que
solía y los había añorado enormemente. Tras huir de
la peste en Roma a finales de octubre y conseguir,
con obstinada persistencia, convencer a Ranuccio
de que lo acompañara a pesar de su negativa
inicial, apenas había permanecido un mes en
Frascati. Durante diciembre y enero había
liderado una delegación a Venecia, para finalmente
presentarse ante el Papa en Roma, si bien cualquier
audiencia implicaba una larga y dolorosa espera.
Durante ese tiempo, visitaba esporádicamente a
540
LA HIJA DEL PAPA

Maddalena, pero a pesar de todos sus esfuerzos


no había logrado descubrir con seguridad si
Virginia era o no su hija. Había llegado a pensar
que la propia Maddalena lo desconocía, puesto
que había al menos dos hombres, si no más, en tela
de juicio.
¿Cómo podría descubrirlo?

541
FREDERIK BERGER

Capítulo 46

Roma, palazzo Medici – 25 de febrero de 1523

Giulio de Medici permaneció unos instantes


ante la cálida chimenea tras la marcha de
Alessandro, sumido en sus pensamientos. Entonces,
se dirigió a la ventana y observó como su
compañero atravesaba el portal con pasos seguros
y tomaba la via Papale. Le tendió una moneda a
la primera mendiga que se le cruzó, saludó a un
hombre ricamente vestido como si fuera un viejo
conocido, e incluso inclinó la cabeza altanero ante
una cortesana que le presentaba sus respetos. La
forma tan campechana, y a la vez llena de
seguridad, con que Alessandro se movía entre la
población romana siempre le había fascinado,
hasta el punto de producirle envidia. El propio
Giulio no se encontraba cómodo entre los arrogantes
gandules que poblaban la ciudad y ni siquiera en su
Florencia natal frecuentaba más que rara vez la
compañía de la alta sociedad. Y no tardaba en
escabullirse hasta una distancia de seguridad.
Tampoco por las mujeres experimentaba
542
LA HIJA DEL PAPA

particular afinidad, aunque sabía que, al menos en


sus años mozos, ellas le habían mirado con buenos
ojos. No solo era el más inteligente de los Medici,
probablemente también el más atractivo, a pesar
de su ligero estrabismo. Sin embargo, nunca le
había gustado vivir una vida desenfrenada bajo
los dardos de Eros y los velos de Venus. Ni
siquiera las cortesanas le seducían, pues el miedo
al morbo gallico evitaba que cayera en la tentación.
¡A cuántos hombres había visto padecer espantosas
erupciones y dolores, furúnculos e inflamaciones
purulentas, que despertaban la fiebre e incluso
hacían perder la razón! No tenía más que pensar
en el joven Lorenzo, su sobrino, aquella figura
lamentable.
La mayoría de los médicos consideraban que
el origen de la sífilis radicaba en la influencia de
los astros, particularmente en el dominio de
Marte, pero esta teoría no le convencía. No
necesitaba más que pensar en lo rápido tras la boda
que la joven esposa francesa de Lorenzo había
contraído la enfermedad, llenando su cuerpo
encinto de yagas y llevándosela de este mundo
poco después del nacimiento.
No, no creía en la influencia perniciosa de
Marte. Prefería creer en el mal que surgía cuando
543
FREDERIK BERGER

un hombre introducía cierta zona hinchada de su


anatomía en el velludo triángulo entre los muslos
femeninos. Un placer breve y un sufrimiento
prolongado.
Quiza la Iglesia hubiera exigido abstinencia a
sus siervos por una buena razón. Casi todo el
mundo se reía de los hombres castos, pero las
muestras de debilidad por la carne podían
utilizarse como arma en determinados momentos.
Precisamente eso les había ocurrido a los Borgia,
con su tendencia al exceso: cuanto más se fornicaba,
más aumentaba la hipocresía... pero también el
número de piadosos sinceros. En el fondo, si
Adriano no fuera tan misántropo, tan avaro y
duro de corazón, quizá despertaría incluso
reconocimiento y aprecio...
Y sin embargo... Nadie sabía por qué
empinada cuesta llevaría Adriano a la curia a
continuación, si es que no desaparecía pronto del
Vaticano; nadie sabía hasta dónde llegarían los
herejes del norte. ¿No sería posible que alguien
en Roma alguna vez adoptara pensamientos más
radicales? ¿Que abogara por un concilio de
reforma esencial, como se comentaba cada vez más?
A pesar de ser amado por el pueblo y
conocido entre los religiosos, para Alessandro
544
LA HIJA DEL PAPA

Farnese su vida familiar podría ser el último


obstáculo que le impidiera alcanzar el papado. Él,
Giulio de Medici, no era tan querido, pero vivía
en una castidad sin mácula. No tenía ninguna mujer
secreta, y tan solo un hijo, que oficialmente era su
sobrino... La única mancha en su impecable
vestimenta púrpura.
Alessandro desapareció finalmente de su campo
de visión.
¿Debía temerlo? ¿Más que a Soderini y a
Adriano?
Adriano no tardaría en morir, de ello no había
ninguna duda. Soderini acabaría en la prisión del
castillo de Sant’Angelo en cuanto se descubriera su
complot. Tampoco albergaba dudas al respecto.
¿Y Alessandro Farnese?
Una cosa estaba clara para Giulio. Esa vez,
sus exhaustivamente trazados y calculados planes
tendrían éxito: en primer lugar, el golpe a su
enemigo acérrimo Soderini, que le permitiría
congraciarse con Adriano. Después, la siguiente parte
de su plan estaría esperando para ponerse en
marcha: deshacerse de aquel bárbaro flamenco y al
mismo tiempo eliminar a su principal competidor. A
ambos los tenía en sus manos, con sus puntos
débiles al descubierto. Aquella era la parte más
545
FREDERIK BERGER

inteligente de su plan: con un solo y joven pajarito,


atraería a un viejo cuervo y a un vigilante halcón.
Adriano caería, y Alessandro Farnese nunca sería
Papa.

546
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 47

Roma, Campo de Fiori – 25 de abril de 1523

Virginia apoyó la cabeza en el atril en el que


aún reposaba su soneto, y cerró los ojos. Incluso
dejó caer su largo y denso cabello sobre el rostro,
para oscurecer la luz del día bajo sus pestañas.
¡Cómo adoraba Ranuccio su pelo! Cada vez que la
visitaba, agotado tras una larga cabalgada desde
Frascati, él le deshacía lentamente las trenzas, le
olía el pelo, se lo pasaba por los labios y se
cubría con él la cabeza, para besar a Virginia bajo
su protección. Aquel juego del cabello era su
preferido. Él le hablaba con voz clara y suave
como la seda, la acariciaba con sus finas manos.
La contemplaba, la miraba directamente a los ojos
con sus iris grises, tan cargados de sentimiento
que ella enrojecía al verlo.
Unas horas atrás había encendido madera de
sándalo y el aroma aun recorría la estancia. No
duraría mucho, su madre vendría y empezaría de
nuevo su discurso sobre las amenazas de exilio,
pero también sobre las pretensiones del cardenal
547
FREDERIK BERGER

de Medici, en las que ella tendría que jugar un


papel desdichado.
¡Cómo podía esperar su madre que ella tomara
parte en una empresa tan inmoral como peligrosa, y
como protagonista además! ¿Por qué había tenido
que morir su querido Rafael? Con él, ella siempre se
había sentido valorada y protegida. Si aún viviera, se
habría convertido en pintora y no en cortesana, ¡sería
una pintora feliz, y no una cortesana fracasada!
Cuando los hombres iban a casa, ella cantaba
y tocaba melodías para ellos y en la mayoría de
las ocasiones, siempre que podía, le dejaba lo
demás a su madre. Naturalmente su juventud
despertaba el deseo, pero en la cama se
comportaba con frialdad y poco interés, lo que
posteriormente levantaba quejas.
Virginia se asustó cuando su madre entró en
la habitación y se sentó junto a ella. Parecía
preocupada y comenzó a hablar de inmediato de su
principal desavenencia: no podía rechazar el
encargo del cardenal Medici, aun cuando le
pareciera inmoral.
—¿Y si me matan y me arrojan al Tíber? —
preguntó Virginia—. ¿O me encierran en la prisión
del castillo de Sant’Angelo? Además,
probablemente los guardias ni siquiera me
548
LA HIJA DEL PAPA

permitan entrar en el Vaticano.


Su madre permaneció a su lado, paciente, aunque
habían debatido ya esos mismos argumentos en
numerosas ocasiones.
—Eso no es problema nuestro. Si el cardenal
Medici no logra meterte en el Vaticano y
conducirte hasta el lugar adecuado, entonces a
nosotras nos dará igual. Tendrá que pagar por
adelantado, y yo me habré encargado de poner el
dinero a buen recaudo para que nadie pueda venir a
reclamarlo. Entonces...
—Me repugna... ¡Y el plan me parece infame!
—Ciertamente es arriesgado...
Pero siempre será mejor que un envenenamiento o
una puñalada. Solo piensa en lo que nos espera si
nos vemos obligadas a abandonar Roma: la
pobreza, la enfermedad, caer víctimas de las
hordas de soldados, convertirnos en prostitutas
callejeras, morir. Ya puedes tocar el laúd todo lo
que quieras y recitar versos de Petrarca que
harían recordar sus pecados juveniles al
mismísimo Señor de los cielos. Los bandidos que
pueblan las calles no se preocuparán por eso. Te
tirarán detrás de un arbusto y se arrojarán sobre ti
como una horda de apestosas cabras en celo.
—Ya lo sé, pero...
549
FREDERIK BERGER

—Al Santo Padre no le pasará nada, no vas


a hacer nada reprochable, solo tienes que
postrarte a sus pies, vestida con cierta ligereza,
para rogarle que no te abandone a ti, ni a tu madre,
ni a todos los demás que viven en Roma... Ya
sabes que en el Vaticano se te conoce, porque eras
ayudante del difunto Rafael. Asumirán que tienes
algo que hacer en la sala de Constantino, que tienes
que recoger algo...
—Quizá el Santo Padre me haga azotar y
después me encierre en el convento de las
penitentes. Nadie se daría cuenta de nada y todo el
plan se iría a pique.
Su madre frunció el ceño molesta.
—Pero si sale bien nadie volverá a pensar en
hacernos salir de Roma y quitarnos nuestro trabajo
y nuestros ingresos; seríamos ricas, tú serías famosa,
todos los romanos te alabarían...
—Sé que el cardenal Farnese no aprobaría el
plan, y Ranuccio tampoco.
—Piensa en el dinero que te haría
interesante para la nobleza, incluso para
Ranuccio...
—Nunca permitirán casarse a Ranuccio.
—¡Eres una niñata desagradecida! —exclamó
su madre, finalmente furiosa—. Te conseguí la
550
LA HIJA DEL PAPA

mejor educación, me preocupé de que el cardenal


Farnese te enviara al maestro de sus propios hijos,
un humanista famoso en toda Italia, todos te
queremos, incluido el cardenal, un hombre
venerable y apuesto, un auténtico gentiluomo, te ha
rendido su corazón... ¿Y tú qué haces? Te muestras
tozuda como una mula. No te aplicas lo más mínimo
en tu profesión, aunque estás en la mejor edad, y eres
bella y lista... Los romanos te elevarían como su
santa patrona, y tú...
—No soy una santa, soy una pecadora.
—¡Ya basta, niña! Tienes que hacerlo, y lo
harás.

551
FREDERIK BERGER

Capítulo 48

Frascati, junto a Roma – 28 de abril de 1523

Constanza se sentía en ocasiones como una


santa, incluso como una mártir. Aquella mañana se
había levantado con el consolador y tempranero
canto de los ruiseñores, pues las náuseas la habían
despertado. Ya había dado a luz a cuatro niños, y
de nuevo estaba embarazada. Aquel embarazo,
no obstante, no era deseado, o al menos no tan pronto
tras el anterior. Apenas había tomado su hijo una
ama, su leche se había secado como por encanto.
Bosio no paraba por las noches: durante un
tiempo se había visto obligado a contenerse, por lo
que había acumulado unas ansias silenciosas en su
interior...
El resultado: de nuevo benedicta. Con náuseas,
esta vez.
El otoño pasadohabía abandonado Romacon
toda la familia por causa de la peste, y se había
instalado con su madre, Bosio, Girolama y los
niños en las propiedades de la familia en
Frascati. Pierluigi llevaba desde hacía algún
552
LA HIJA DEL PAPA

tiempo una vida inconstante de la que no hacía


partícipe a nadie. Incluso Ranuccio desaparecía
con frecuencia desde que su padre había regresado
a Roma o se había marchado de viaje por encargo
del Papa.
Por el momento, los días de primavera
transcurrían en armonía a pesar de los inquietos
niños pequeños, algo probablemente debido a su
madre, quien mostraba con sus nietos una paciencia
angelical. Bosio salía de caza y disfrutaba las
noches con su querida esposa.
Únicamente cuando los lloriqueos de
Girolama sobre su persistente infertilidad
aumentaban, el ambiente se volvía desagradable. La
madre la había puesto a bordar, pero a Girolama le
faltaba paciencia y habilidad para eso. Echaba de
menos a Pierluigi, con el que, no obstante,
discutía en cuanto se le ocurría aparecer. Él solía
propinarle un par de bofetones, lo que lograba
calmarla. Con posterioridad se empeñó en estudiar
la Biblia con su cuñada. Sabía leer, pero solo
de forma entrecortada y prácticamente no entendía
una palabra de latín, lo que no era de extrañar, puesto
que en la populosa familia Orsini, las mujeres no
aprendían latín: para ellos, la virtud de la mujer
consistía en mantener la boca cerrada y en traer
553
FREDERIK BERGER

niños al mundo.
Por desgracia, Constanza había recomendado a
Girolama, medio en serio medio en broma, que
rezara más a menudo, de tal forma que Dios se
apiadara de ella y, como a la Virgen María, la
glorificara. Tuvo que explicarle el significado de
aquella última palabra, lo que hizo no sin sorna.
Sin embargo, Girolama no era una persona
particularmente sensible a la ironía.
Trinaban en la calle los ruiseñores, para
mayor gloria del Señor, y Constanza se arrodilló
sobre un blando cojín, unió las manos e intentó
mantener una conversación con Dios. Lo
consiguió, y las náuseas desaparecieron. Se sintió
satisfecha y le pidió a su padre del cielo que
disculpara la falta de devoción de su padre terrenal.
Durante los últimos meses y años había
podido reflexionar mucho acerca del tema. Como
madre de cuatro hijos cada vez encontraba menos
calma, pero durante las misas diarias dejaba vagar
sus pensamientos. Sus rezos no eran sino su intento
de reflexionar y, al mismo tiempo, de buscar consejo
en Él, que todo lo sabía, todo lo controlaba y era
capaz de iluminar su humilde espíritu.
El factor que había desencadenado su
devoción, aunque no se le permitiera decirlo en
554
LA HIJA DEL PAPA

voz alta en casa de los Farnese, había sido su


asistencia a una misa de Pascua en la basílica de
San Pedro. Aquellos días, su padre estaba
enfermo y guardaba cama en Roma, por lo que ella
había acudido a visitarlo y a cuidar de él. Cuando
ya se encontraba de nuevo en vías de recuperarse,
ella se atrevió a adentrarse en la guarida del lobo
bárbaro. Habitualmente la misa de Pascua se
celebraba en Santa María Maggiore, pero el papa
Adriano se negó a trasladarse un tramo tan largo por
la ciudad y celebró el servicio en San Pedro. Allí se
dirigió, a pesar de que no se había trabajado en
aquel edificio desde hacía años y tras un invierno
de peste, húmedo y cálido, la mayor parte de las
paredes voladizas de madera se habían
derrumbado. Por suerte, el clima fue benigno. La
gran basílica sobre la tumba de San Pedro apenas
se visitaba y al Papa le asistieron unos pocos
prelados a los que Constanza no conocía.
Por primera vez vio de cerca al Santo Padre:
realmente tenía un aspecto bárbaro con aquel
rostro arrugado y la gran nariz, igual que bárbaro
resultaba su latín, que chirriaba burdamente.
Además, el papa Adriano cantaba sin ninguna
gracia ni melodiosidad. Si bien era cierto que
aquella fue su primera impresión. Durante el
555
FREDERIK BERGER

rezo, ella comprobó cómo él la conmovía e


iluminaba. Constanza había asistido ya a cientos de
misas, y en la mayoría de ellas los sacerdotes se
dedicaban a recitar de memoria las plegarias y
textos bíblicos e incluso durante la prédica daban
muestras de una retórica vacía. El papa Adriano era
diferente. Habló de que la tierra temblaba y callaba
y entonces su voz temblaba con bramidos
amenazantes, para después sumirse en un profundo
silencio. Hablaba de resurrección, y se le veía
levantarse. Sus ojos refulgían, su entusiasmo se
reforzaba con gestos triunfales, cuando anunciaba
que la tumba del crucificado estaba vacía, que se
había sacrificado al cordero pascual, que los hombres
podían reconciliarse y salvarse a través de Él. Y al
final, recitó: «Scimus Christum surrexisse a mortuis
vere: Tu nobis, victor rex, miserere. Amen. Alleluja
». «Ahora sabemos que Cristo realmente se ha
despertado de entre los muertos. Tú, victorioso, tú,
rey, ten piedad de nosotros. Amén. Aleluya».
Cantó, se regocijó de compartir con el mundo la
resurrección, aun cuando las «r» y «s» de surrexisse
resonaban y siseaban con bastedad: el miserere
flotaba lleno de fervor.
Cuando el Papa, en su conclusión, habló del
espíritu del amor que debía brotar de todos los
556
LA HIJA DEL PAPA

hombres, del amor paternal, de la unidad del


Espíritu Santo, se sintió conmovida y elevada, y
tuvo la firme sensación de que no había sido
suficientemente creyente y devota. El papa Adriano
podía ser un bárbaro llegado del norte del
imperio, pero resultaba imposible de ignorar
aquella fe que exudaba, tan apasionada y al
mismo tiempo tan reivindicativa, y a pesar de su
escepticismo, a pesar de sus malos informes sobre
él, ella pudo experimentarla.
Y decidió ser tan creyente como el papa
Adriano.
En el exterior, los ruiseñores persistían en
sus trinos, un viento ligero agitaba las hojas
recién nacidas de los árboles y las hacía temblar
de placer, mientras una luz dorada bañaba el parque
de la villa. Constanza observó la luz del amanecer,
las náuseas prácticamente habían desaparecido, y
decidió estirar con cuidado su cuerpo ya
ligeramente abombado. El niño no se movió. ¡Su
quinto hijo! ¿No la habían bendecido con un cuerpo
fructífero?
¿No debía amarla Dios, puesto que la había
obsequiado con nacimientos sencillos, al menos por
ahora? ¿Sería esa la misión que Él le había
encomendado? ¿El principal cometido de la mujer:
557
FREDERIK BERGER

ser fructífera y ampliar la familia?


Sí, así era: la bendición de Dios yacía en ella,
y por eso la había guiado hasta la misa del Papa
y la había rociado con el Espíritu Santo.
Rezó un padrenuestro, un magnificat y un
credo, y finalmente se sintió envuelta en una niebla
amorfa y vacía de pensamientos. Escenas
litúrgicas y fórmulas de oración navegaban por
su mente como barcos de vela que aparecían para
desaparecer de nuevo. Devoción, fe, religiosidad.
Intentó llenar esas palabras de significado, darles
un sentido. Acudir diariamente a misa era algo que
no hacían ni los creyentes. Rezarle al Dios de los
cielos, a ese anciano exigente al que se refería el
Papa... ¿Eso era devoción? Creer en Jesús, creer
que había liberado a los hombres a través de su
sacrificio, rezarle a la madre de Dios para solicitar
su ayuda... ¿En ello radicaba la religiosidad?
Constanza buscó una fórmula, una seguridad,
una medida.
En vano.
Vivir de acuerdo a la virtud que propugnaban los
cardenales, evitar los pecados capitales... ¿De eso
se trataba?
Sabiduría, templanza, sensatez y justicia.
Aquellas habían sido las cuatro virtudes que
558
LA HIJA DEL PAPA

había proclamado Platón, según sabía por


Baldassare, y cada una estaba dirigida a un tipo
de persona: el filósofo, el soldado, el señor. Las
virtudes cristianas de la fe, la caridad y la
esperanza resultaban afeminadas. ¿Acaso no eran
realmente sentimientos? Entrega, afecto,
confianza. ¿En qué, para quién? ¿Los hijos, la
familia? ¿La vida, que era rica y llena de gracia?
Y ella, ¿qué debía evitar? ¿Los siete pecados
capitales: soberbia, avaricia, lujuria, envidia,
gula, ira, indolencia? Afortunadamente la vanidad
no se encontraba entre ellas, pues aún le gustaban
los vestidos bonitos y seguía odiando sus orejas
saltonas, así como el odioso lunar junto a su nariz.
Precisamente en lo relativo al último pecado, a
la indolencia, había discutido ya en alguna ocasión
con su padre. Él la explicó como un
comportamiento cínico, que surgía de la emoción de
la insensatez. Ella no lo entendió, y le preguntó a
Baldassare qué significaba aquel pecado: él la
miró interrogativo y finalmente le explicó:
—El latín acedia, querida mía, indica un estado
de ánimo que lo tiñe todo de gris, que todo lo critica,
que es incapaz de adoptar ninguna emoción, que
nos arrastra hasta la infelicidad y la oscuridad.
Reflexionó acerca de aquellas palabras sin
559
FREDERIK BERGER

entenderlas realmente, aunque conoció días en los


que se hundió en una oscuridad anímica e
indolente, que fluctuaba entre la tristeza y el mal
humor, y que la hacía llorar sin sentido...
Baldassare terminó por preguntarle:
—¿Qué es lo que te preocupa, Constanza?
Ella agitó la cabeza porque no podía dar
ninguna respuesta. No sabía realmente cómo
vivía, qué debía creer, qué era realmente la fe.

Los ruiseñores no cesaban en sus cantos. Por


la casa se paseaban las primeras doncellas. Las
náuseas de Constanza se habían difuminado
finalmente y le asaltó el deseo repentino de correr
por el jardín y por el parque, bajo el fresco rocío de
la mañana, contemplar a los ruiseñores, sentarse en
la pequeña pérgola y soñar.
¿Con qué, con quién debería soñar?
¿Con Bosio? No necesitaba soñar con él: cada
tarde, él la tomaba en sus brazos, la aferraba contra
él, se deslizaba en su interior, hacía que la
recorrieran oleadas de deseo. La idea de que
aquello que realizaban era un pecado mortal duraba
apenas un segundo. ¿Por qué un pecado capital?
Dios bendecía su mutua felicidad...
¿O debería soñar con Francesco María? Ante
560
LA HIJA DEL PAPA

ella se alzaba solo una imagen vaga, asociada a la


idea de la fuerza y el heroísmo. Él la portaba, la
alzaba por encima de su escudo, y ya no era una
pequeña condesa, sino una duquesa, vestida con
terciopelo azul y seda púrpura, rodeada de
hombres inteligentes que se maravillaban de su
ingenio...
Si hubiera sido duquesa de Urbino, habría
tenido que abandonar a su padre.
Aquel pensamiento se aferró a ella. Se dio
cuenta de lo difícil que habría sido eso. De
hecho, ya lo echaba de menos...
Constanza correteó por el jardín y deambuló
por entre los setos, acariciando con las puntas de
los dedos las brillantes hojitas. Los ruiseñores
cantaban en las cercanías. Cuando Constanza se
posó en el cenador, bajo los lilios de flores
blancas, y con cítricos de fuerte aroma
enmarañados en su estructura, emitió un suave grito
de sorpresa al comprobar que, en aquel lugar, ya
había otra persona.
¡Ranuccio!
Tenía aspecto agotado, con oscuras bolsas
bajo los ojos enrojecidos, el cabello revuelto y un
manto de viaje cubierto de polvo.
—¿No has dormido? —le preguntó ella.
561
FREDERIK BERGER

Él agitó la cabeza.
—¿Dónde estabas?
—En Roma —respondió con voz baja y,
tras una breve pausa, continuó—. Estoy enamorado
de una joven cortesana, de Virginia, la hija de
Maddalena. Una vez te la encontraste en casa de
nuestra madre. Era la ayudante de Rafael, e incluso
está representada con nosotros en la madonna del
manto.
Constanza se alegró de que Ranuccio estuviera
enamorado, pues ya tenía edad. Que tuviera que
ser precisamente de esa cortesana... Bien, mejor eso
que de una doncella, o de un carpintero. ¡Mejor
incluso que de una Orsini o una Medici! Al menos
las cortesanas eran ilustradas y llevaban vestidos
bonitos.
—¿Sabes a quién he visto en casa de
Maddalena?
—¿A Pierluigi? Él rio.
—No, a papá. Y no parecía que acudiera a
recibir la confesión.
—¿Has hablado con él? Ranuccio negó con la
cabeza. Constanza reflexionó.
—¿Crees que nuestro padre visita con
asiduidad a esa cortesana?
—En los últimos tiempos le he visto allí
562
LA HIJA DEL PAPA

muchas veces. También al tío Giulio, por cierto.


—¿Estás seguro de que no sabe lo tuyo con esa
Virginia?
Ranuccio no se atrevió a mirarla a los ojos.
—Bueno...
—Probablemente quiera hablar con Maddalena
sobre vosotros.
Ranuccio rio en un tono excesivamente
agudo. Como Constanza no dijo nada, él continuó:
—Papá me ha escrito a Frascati. Debo pasar un
tiempo en un convento para completar mi formación
religiosa, preferiblemente en Nepi, donde Tiberio
estudió «con gran celo religioso». Así lo ha
expresado él. Igual que a madre, lo que quiere es...
expulsarme.
—Pero tú eres su favorito —exclamó
Constanza.
—Solo siempre y cuando le obedezca y tome
la carrera religiosa.
—Sé que no te apetece mucho.
—¿Apetecerme? ¡No quiero hacerlo! Odio a
la Iglesia y a sus traidores mentirosos. Papá
también solía odiarlos. Incluso ahora todavía los
desprecia.
Siguieron sentados juntos, en silencio,
durante unos instantes. Los ruiseñores finalmente
563
FREDERIK BERGER

enmudecieron, como si escucharan, pero no


mantuvieron largo rato el silencio, pues pronto
empezaron de nuevo a borbotear antes de elevar sus
voces en una melodía que variaba continuamente,
y concluir con un trino elevado.
La cabeza de Constanza trabajaba febril. Los
numerosos indicios y sugerencias realizados por su
madre y por Rosella, pero también insinuaciones de
Pierluigi comenzaron a pasársele por la mente,
relacionándose y conectándose, como si la mano de
un hechicero las controlara, para terminar
formando una sospecha.
Su madre había señalado una y otra vez que
su padre quizá tuviera algún otro hijo de otra
mujer. ¿Y si esa otra mujer era Maddalena Romana,
de quien era confesor, y a quien, mientras la
familia se encontraba recluida en Frascati,
visitaba con frecuencia para satisfacer sus ansias
masculinas?
Constanza contuvo el aliento, pues sus
reflexiones y los comentarios de Ranuccio
conducían a una sola conclusión: que esa
Virginia...
Su razón se negó a aceptar semejante
pensamiento.
—¿Y estás realmente enamorado de la hija de
564
LA HIJA DEL PAPA

Maddalena? —Si padre me envía al convento, huiré


con Virginia.

565
FREDERIK BERGER

Capítulo 49

Roma, palazzo Farnese – Campo de Fiori –


29 de abril de 1523

A primera hora de la mañana, Alessandro


recibió a su astrólogo, Luca Gaurico, quien le
advirtió acerca de próximos y marcados
movimientos astrales.
—La disposición de los planetas lo señala
claramente. Una constelación tan poco propicia
como rara de ver, muerte y perdición, Marte y
Saturno se encuentran en la última casa y además,
y esto es particularmente inusual, la conjunción
de Venus, una extraña trinidad, por expresarlo con
términos eclesiásticos.
Alessandro observó con el ceño fruncido los
dibujos que Gaurico le presentaba. Círculos
divididos en triángulos y cuadrados, incontables
símbolos rodeando una circunferencia, flechas y
líneas que se cruzaban, acompañadas de notas
aclaratorias en una escritura diminuta e ilegible.
—¿Y quién sería el Padre, quién el Hijo y
quién el Espíritu Santo?
566
LA HIJA DEL PAPA

—La guerra, como ya sabían bien los


griegos, era el padre de todas las cosas.
—¿Y cómo encajan el príncipe de la paz, Dios
misericordioso, Jesucristo, en este esquema?
—No se puede hablar de esquemas. La
referencia a una «trinidad» era un mero ejemplo.
Alessandro, sin desplegar la frente, observó
al astrólogo, cuyo olor a pescado pasado le hacía
arrugar la nariz. Gaurico hablaba de forma difusa
y era incapaz de contestar directamente a la
pregunta más sencilla.
—Maestro, dispongo de tiempo limitado, pues
desde el fin de la peste se me acumulan las
obligaciones... Formularé mi pregunta con
claridad: ¿debo prepararme para un nuevo
cónclave?
¿Quién saldría elegido del mismo?
Gaurico se rascó la cabeza y iguió nervioso
con el curvado índice los símbolos del pergamino.
—Para realizar semejante praedicta,
necesitaría realizar intensos estudios e
interpretaciones de las fechas de nacimiento de
vuestros compañeros y competidores.
—Ajá.
—Sí, los planetas muestran su majestuosa
trayectoria a través del firmamento, las estrellas se
567
FREDERIK BERGER

agrupan, los cometas aparecen y desaparecen...


Leemos el destino a partir del movimiento de los
astros, y sin embargo el Todopoderoso interfiere a
menudo en los sucesos. Diría que nosotros, los
astrólogos, podemos predecir la tormenta de la que
nos advierte el escenario divino de la noche, pero
no podemos precisar en qué casa caerá el rayo.
Sería una muestra herética de arrogancia, una
invasión de la voluntad y los actos de Dios —
Gaurico estaba a punto de enrollar su pergamino—. Y
ahora, Eminencia, permítame que hablemos de las
cuentas atrasadas.
¿Sería ese el motivo por el cual Gaurico no
había sido capaz de dar ninguna respuesta clara? ¿O
quizá no era más que un cantamañanas
sobrevalorado del que, tan pronto como se
quisiera obtener una predicción exacta, desaparecía
para no saberse más?
—Los astrólogos podemos decir si un
momento determinado es propicio para un suceso,
para un negocio, pero no sí realmente llegará a
producirse. A pesar de todo, adivinamos muchas
cosas. Pensad solo en la muerte de vuestro querido
hijo Paolo que yo...
—Os he entendido, maestro — le interrumpió
bruscamente Alessandro.
568
LA HIJA DEL PAPA

En aquel instante, lo último en lo que quería


pensar era en la muerte de Paolo. Ya no tenía
sentido preguntarle a Gaurico si él sería
realmente el padre de Virginia. Gaurico no habría
sabido dar una respuesta concreta, solo jugar a ser
la críptica sibila, el oráculo de Delfos. Toda
aquella perorata astrológica no llegaba más allá,
y cuando pensaba en los costes, su fe en el gremio
de los futurólogos terminaba por desaparecer. Sin
embargo, al mismo tiempo, no se decidía a
renunciar completamente. Seguía creyendo con total
seguridad que el destino de los hombres estaba
escrito en aquel firmamento de estrellas.
Gaurico introdujo el pergamino en su cilindro
de cuero.
—Continuaremos nuestra conversación en
otra ocasión — exclamó Alessandro, llevándolo
fuera de su estudio.
El astrólogo realizó una reverencia con los
labios apretados, y dijo únicamente:
—Como vuestra Eminencia desee.
Tras esto, arrastró los pies hasta la puerta, donde
lo recibió un criado.

Alessandro se sentía bajo una fuerte presión.


Paseó nervioso por su estudio y contempló las
569
FREDERIK BERGER

prolongadas obras de construcción del palazzo.


Algo estaba a punto de ocurrir y él podía sentirlo,
pero ignoraba si se trataba del Vaticano o de su
familia. Por suerte, habían sobrevivido todos a la
peste, incluso Giulio, y por supuesto el papa
Adriano, encerrado en el Belvedere. Sin embargo,
en cualquier momento podía estallar un nuevo brote,
una guerra en el norte... Y ya no tenía a sus hijos
bajo su control. De hecho, medio año atrás, le
había costado muchísimo trabajo convencer a
Ranuccio de que marchara a Frascati, apartándolo
así de Maddalena y su Virginia...
¡Debía enfrentarse finalmente a los hechos! En
aquella casa de citas de Campo de Fiori se estaba
jugando con fuego, y lo que más le enfurecía, lo que
más le preocupaba, era que había sido él quien lo
había provocado...
Conforme avanzaba la mañana, resolvió con el
mayordomo algunas cuestiones pendientes y decidió
finalmente dirigirse a las obras para comprobar la
evolución de los trabajos y dirigirle un par de
palabras amistosas a los obreros.
Antes de ir a visitar a Maddalena, tomó un
ligero tentempié. Acababa de sentarse cuando
Constanza apareció inesperadamente. Sin Bosio ni
los niños, sin previo aviso y con la única protección
570
LA HIJA DEL PAPA

de tres mozos de cuadra, llegó directa y


manifiestamente de Frascati. Cubierta por el polvo
del viaje, ella miró con desconfianza la ropa
mundana de su padre y de inmediato le hizo
partícipe de su descontento. Apenas logró arrastrarla
al interior de su estudio, pues los sirvientes no
tenían por qué estar al corriente de conflictos
familiares, aunque el barrio entero los conociera.
Constanza era conocida por su franqueza, y en
tiempos más recientes parecía que el embarazo la
estaba afectando, pues su humor oscilaba
peligrosamente, e incluso su razón daba muestras
de verse debilitada, a tenor de la súbita
religiosidad que había desarrollado, que la llevaba
incluso a venerar al papa Adriano.
—¿Qué tienes con Maddalena? —le espetó,
apenas hubo entrado en el estudio—. ¡Aquí apesta!
— exclamó, arrugando la nariz y torciendo la
boca.
—He tenido visita de Luca
Gaurico, quien no siempre huele bien—explicó
Alessandro.
Constanza abrió las ventanas y los postigos.
—Deberías venir a Frascati: allí cantan los
ruiseñores, los niños preguntan por su nonno... Y
nuestra madre espera.
571
FREDERIK BERGER

El tono con que hablaba le pareció


inadecuado a su padre. Alessandro tomó asiento en
su silla labrada con garras de león, regalo del
Papa homónimo, y observó a su hija con gesto
reprobatorio. Ella sabía perfectamente que el
papa Adriano había impuesto la presencia de todos
los cardenales en Roma. También conocía el
resto de sus obligaciones. Y Maddalena...
Aparentemente Ranuccio se había ido de la
lengua. Daba igual: su relación con Maddalena no
era de su incumbencia. No tenía por qué darle
explicaciones a su propia hija.
Constanza se detuvo en la ventana y lo miró
con una sonrisa amarga.
—¿Por qué traicionas y engañas a nuestra
madre... y a nosotros, por extensión? —explotó
formalmente—. ¿Por qué quieres enviar a Ranuccio a
un convento? Si esto sigue así, entonces me
marcharé a casa de nuestra madre, o a Santa Fiora
con Bosio y los niños, algo que Bosio desea
profundamente. Además, un cardenal que ha estado
a punto de convertirse en Papa, que expulsó de su
casa a la madre de sus hijos, frecuenta a una
cortesana, ¡e incluso tiene hijos con ella! ¡Eso es
lo que tus enemigos están esperando!
Había querido interrumpir su ataque de rabia
572
LA HIJA DEL PAPA

para corregirla, pero finalmente prefirió dejarla


hablar, de tal forma que ella expulsara todas sus
suposiciones y reproches y él viera con claridad
qué sabía su familia y a qué dificultades se
enfrentaba. Además, Constanza se volvía
extremadamente tozuda cuando se le ponían cotos.
Ocasionalmente revelaba una naturaleza controladora
que a él le causaba gran preocupación. Hasta el
momento, se había contentado con Bosio, que se
mostraba como un marido comprensivo y
paciente, pero al parecer comenzaba a interferir
también en la vida de su padre.
—¿Por qué no dices nada? — Constanza
observaba a Alessandro con cada vez más rabia.
Él frunció el ceño, y quiso dar una respuesta
cuando, de pronto, ella se precipitó hacia él y, entre
fuertes hipidos, se derrumbó a sus pies.
—¡Di que esa Virginia no es hija tuya! ¡Que
nunca más irás a ver a esa Maddalena! Todavía
somos una familia. Queremos... ser felices.
Como él permanecía en silencio, ella le tomó
la mano y la colocó sobre su ligeramente abombado
vientre.
—Aquí crece tu séptimo nieto, no necesitas
más hijos, no necesitas una hija con la edad de
Ranuccio, que solo nos traerá desgracia.
573
FREDERIK BERGER

Alessandro acarició la mejilla de Constanza y


le besó la frente.
—Vamos, cálmate ya —dijo, logrando
adoptar un tono paternal, conciliador y sereno—.
¿Cómo has llegado a albergar semejantes
sospechas?
La mirada de la mujer reflejó inseguridad.
—Nuestros enemigos disfrutan propagando
mentiras sobre mí, ya lo sabes —dijo—. Lo
importante es que permanezcamos unidos y no les
demos la razón.
—Pero Ranuccio... —exclamó Constanza.
Alessandro se levantó, resuelto, la apretó contra
su pecho y se marchó excusándose en una reunión
importante. Ella aún le gritó algo que él no pudo
entender.
El cardenal abandonó el palazzo presa de una
fuerte agitación interior, sin dejarse acompañar por
ninguno de sus guardias personales. Sentía que se
aproximaba a un abismo, mientras la unidad
familiar peligraba. Podía perder a su hijo
Ranuccio. Y si Giulio descubría a Virginia y su
posible paternidad, puesto que, al fin y al cabo,
Giulio tenía espías por todas partes... ¡Mejor ni
pensarlo!
Por las calles, tras los últimos coletazos de la
574
LA HIJA DEL PAPA

peste, reinaba el ruido y el gentío.


Ocasionalmente despertaba alguna mirada de
sorpresa. Aquí o allí algún que otro morador del
barrio se asombraba, probablemente, de su ropa
mundana. Debían preguntarse...
Poco después había alcanzado la casa de
Maddalena, cruzado la entrada y no tardaba en ser
recibido. Las dos cortesanas no parecían tener
ninguna visita...
Virginia no aparecía por ninguna parte.
Habría sido bonito que ella le hubiera
saludado. Llevaba a aquella muchacha en el
corazón desde su primer encuentro, si bien le
irritaba aquella mirada de Lilith, que delataba un
peligro oculto... Lo que nunca había esperado era
que se enamorara de quien no debía, y Gaurico
tampoco se lo había advertido. Naturalmente si
Maddalena le hubiera puesto freno a toda la cuestión
desde el principio, no tendría que chantajearla...
Maddalena le salió al paso envuelta en su
dulce estela aromática, con los brazos abiertos, y
cayó a sus pies, tomó la mano del anillo...
En la puerta había un hombre. No podía
creerlo.
Habría podido esperar a Ranuccio, pero no
a Giulio de Medici. Sonriendo. Con una sonrisa
575
FREDERIK BERGER

maliciosa sobre una fingida sorpresa.


—Qué alegría, Alessandro, mi viejo amigo y
compañero. Nuestro próximo Santo Padre... ¡Vestido
con ropas mundanas!
Alessandro saludó someramente a Giulio y se
controló con gran esfuerzo, mientras Maddalena
llevaba a ambos al recibidor, que estaba
decorado con ramos de exuberantes narcisos y
aromáticas lilas.
—¿Un vino de Frascati, o por el contrario de
Montefiascone... vino de la casa, por así decirlo?
—ella le sonreía a Alessandro, y representaba ante
él, con su recatado vestido de seda y su cabello
recogido, el papel de donna di nobile.
Alessandro le pidió un vaso de Frascati. Giulio
comentó:
—Buena elección —y dio un sorbo de su
propia copa—. Y, ¿qué tal tu familia? ¿Han
sobrellevado bien los meses de la peste? ¿Crecen y
se multiplican sobre la tierra?
¿A qué venían esas frases huecas?
Alessandro se había encontrado poco antes con
Giulio y ya se había interesado por su familia.
También sabía que todos habían sobrevivido a la
peste.
Entonces, Giulio arrastró ligeramente la silla
576
LA HIJA DEL PAPA

hacia adelante, posó su vaso y le dirigió una mirada


triunfal:
—Me alegro de encontrarme aquí contigo.
¿Dónde crees que se encuentra nuestro amigo
Soderini, lisonjeador supremo y favorito del Papa?
—¿Has podido informar finalmente a Adriano
de su conspiración? —le preguntó Alessandro,
irritado y al mismo tiempo aburrido, pues aquel
plan copaba desde hacía meses la conversación de
Giulio, pero aun no había llegado a oídos del Papa
o, al menos, no le había convencido.
—¡Cierto! —Giulio apenas podía mantenerse
sentado sobre la silla—. Finalmente pude
presentarle las evidencias a Adriano. Se mostró
herido y colérico. Vio peligrar su lucha contra los
turcos, truncados sus sueños de paz, y entendió
finalmente que todas las afirmaciones de Soderini
acerca de la supuesta corruptibilidad y avaricia
del vicecanciller Medici no eran más que
mentiras... Adriano explotó, literalmente, de furia
bárbara. Enckevoirt, que estaba a su lado, miró al
suelo. «¿Por qué nuestro vicecanciller no nos
informó antes de todo esto?», le gritó Adriano, y
después bramó: «¡Rápido! Haz llamar a Soderini,
¡pero no le dejes entrever nada!».
Giulio hizo una pausa, tomó un sorbo, después
577
FREDERIK BERGER

de un segundo, hizo una señal a Maddalena, se estiró.


—Soderini llegó, me miró, albergó sospechas.
Adriano le tendió la carta secreta dirigida al rey
francés. Soderini empezó a tartamudear, siguió
mintiendo. Eso solo logró enfurecer aun más a
Adriano. «¡Guardias! ¡Prendedlo! ¡A la mazmorra
más profunda del castillo de Sant’Angelo!»,
gritó.
«Ante los traidores me muestro inclemente».
Soderini quiso arrodillarse ante Adriano, pero los
guardias ya lo habrían apresado. Entonces,
¡perdió el sentido!
¡Nuestro venerable cardenal Soderini cayó
inconsciente! Tuve que contenerme para no romper
a reír a carcajadas.
Sin embargo, las carcajadas le pudieron en ese
momento. Incluso se palmeó las calzas bicolor,
bajo el igualmente bicolor jubón, que cubría sus
muslos.
Alessandro se obligó a sí mismo a asentir
mostrando reconocimiento, aunque permaneció
extremadamente serio.
—Un enemigo menos. ¿Y ahora?
—Adriano me ha nombrado su consejero.
Puedo presentarme ante él sin aviso previo en
cualquier momento, como Enckevoirt. ¿Qué dices
578
LA HIJA DEL PAPA

al respecto?
—¡Enhorabuena! Serás nuestro próximo Papa.
La expresión de Giulio se ensombreció
repentinamente.
—No, ¡tú! Nos pusimos de acuerdo al
respecto hace tiempo. Eres mayor que yo, yo
puedo esperar.
—Brindemos —exclamó Maddalena—. Por el
próximo Papa, que sin duda no expulsará al
honorable gremio de las cortesanas de Roma.
Aunque la amenaza del actual aún pende sobre
nosotras...
—En cualquier caso —le interrumpió Giulio
con mirada mordaz y un tono sorprendentemente
agrio—. Y todo el mundo tiene que poner de su parte
para que no sea así
—el tono de Giulio se suavizó entonces, y alzó
el vaso, como si quisiera proponer un brindis—.
Todos debemos colaborar para que Roma
permanezca tal y como está, no, más majestuosa,
más rica, más maravillosa. Para eso Roma necesita
también bellas mujeres, aunque eso exige pequeños
sacrificios.
Alessandro alzó igualmente su copa y pensó:
«¿Qué es lo que escondes, mentiroso hijo de puta?».
—Ahora, debo irme.
579
FREDERIK BERGER

Giulio se había levantado y se dirigía ya hacia


la puerta.
—¿Qué hacías exactamente aquí? —logró
preguntarle Alessandro antes de que se fuera.
Giulio se dio la vuelta, sonrió ampliamente y
le dedicó un gesto de despedida:
—Lo mismo que tú, ¿qué si no? Alessandro
contempló un
instante la puerta vacía. Maddalena, que se había
apresurado a acompañar a Giulio para despedirlo,
regresó con movimientos algo inseguros, pero con
una profunda sonrisa. Apenas se había sentado frente
a él, no sin antes arreglarse con profusión el vestido,
cuando le preguntó sin más rodeos:
—¿Qué quería ese tipejo de ti? Como ella no
contestó de inmediato, insistió.
—¿Tienes idea de qué clase de intrigante
peligroso es? Será mejor que no te dejes embaucar
por él o de lo contrario...
—O de lo contrario, ¿qué? — replicó
Maddalena, con una aspereza inédita en ella—.
¿Acaso me vas a presionar?
Ella nunca le había tuteado, ni siquiera en
sus encuentros más íntimos.
—No quiero presionar a nadie, solo quiero
saber de una vez si Virginia es o no es mi hija.
580
LA HIJA DEL PAPA

Ella se había apartado ya.


—Me vas a chantajear. Bien. Lo permitiré
porque Virginia es una muchacha adorable y
porque quiero protegerla del camino del pecado...
Maddalena se echó a reír, y él tuvo que admitir
que con razón. Sin embargo, no quería que ella le
interrumpiera.
—Poco a poco me va dando la impresión de
que estás jugando conmigo. Te pido que no lo
hagas. Puedes salir mal parada. Y si de hecho
existe la posibilidad de que Virginia sea mi hija,
¿cómo has podido permitir que Ranuccio y
ella...?
Maddalena se encogió de hombros como si
no supiera la respuesta.
La rabia que se le iba acumulando amenazaba
con estallar. Se levantó de un salto, la agarró de los
hombros y la agitó para que no pudiera volver la
mirada. Ella lo miró, impenetrable.
—¿Ha perdido Ranuccio su inocencia en esta
casa?
Silencio.
—¿Contigo... o con Virginia? — insistió él,
amenazando con perder finalmente la serenidad.
—No lo sé —respondió ella. Estuvo a punto de
arrojar a la prostituta al suelo de un puñetazo.
581
FREDERIK BERGER

Tanto su silencio como su respuesta merecían que


la hiciera azotar y después la expulsara de Roma.
Su mirada debió revelar el peligro que ella
corría. Era algo sencillo para él: atribuirle
cualquier cargo y hacer que cerraran la casa. Sin
embargo, si ella empezaba a hablar, quizá si se
dirigiera al vicecanciller, intentando vengarse...
Ella pareció adoptar un tono más
conciliador. Lo miró con una disculpa en los ojos,
le cogió de la mano y se la llevó a los labios.
—Los dos estuvieron juntos, sí
—susurró ella—. Pero creo que aún son inocentes.
—¿Eso qué quiere decir? — espetó él—.
¿Es esto una casa de putas o un convento?
—Creo que se han enamorado.
—¡Eso ya lo sabía hace tiempo! —gritó él.
—Alguien debería separarlos.
—Ah, ¿sí? ¿Y cómo? ¿Envío realmente a
Ranuccio a un convento, o expulso a Virginia de
Roma?

582
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 50

Roma, Campo di Fiori – 29 de abril de 1523

Apenas había observado Ranuccio como su


hermana Constanza partía a Roma, hizo ensillar a
su caballo Angelino y marchó al galope, sin
avisar a su madre, a Bosio o a Baldassare. Tomó
un camino diferente que Constanza, quien
probablemente optó por la senda más corta a través
de la via Appia. Su capón era aún un animal
joven y nervioso, pero resistente a los grandes
trayectos.
Una vez llegado a la ciudad, Ranuccio
vagabundeó un tiempo por las calles para refrenar
al inquieto Angelino, se aproximó a Campo di Fiori,
después al palazzo de su padre, para comprobar
cómo secaban, cepillaban y alimentaban al corcel
de Constanza. Finalmente se adentró entre la
muchedumbre en dirección al palazzo Medici,
donde esperaba encontrar a su hermano Pierluigi.
Hacía días, no, semanas, que ya no se hallaba en
Frascati, por lo que cabía deducir que había
decidido hacer más inseguras las calles de
583
FREDERIK BERGER

Roma, acompañado de su a m i g o el Diavolo


Giovanni. De hecho, ambos hombres habían pasado
la noche en el palazzo de los florentinos, por lo
que le dijeron a Ranuccio, y mientras tanto se
encontraban de nuevo fuera. El joven decidió dejar
su caballo para que cuidaran de él.
Durante un buen rato recorrió el barrio de
Campo de Fiori, procurando con mucho cuidado
no llamar la atención. Sobre su señorial jubón
adornado de brocados llevaba una chaqueta de
jinete, y lucía su amplio sombrero calado hasta
las cejas. En el campo habían dispuesto el mercado
diario, reinaba un caos de tenderetes, y los
mercaderes y curiosos se arremolinaban a su
alrededor. Además, estaba el mercado de ganado,
con los balidos y cacareos de los animales, los
peregrinos agrupados en torno a las posadas... No
era difícil, por tanto, pasar desapercibido
observando la entrada de la casa en la que
Maddalena recibía sus huéspedes y Virginia, su
Virginia, debía interpretarles melodías, para
finalmente venderles su cuerpo. Por suerte, sus
clientes amaban más su voz, y el sonido de la flauta
y el laúd, que sus artes amatorias, como la propia
Virginia le había informado con orgullo. Además, y
esto lo había afirmado en una ocasión incluso
584
LA HIJA DEL PAPA

Maddalena, muchos hombres temían sus ojos


penetrantes, pues creían ver en ellos el mal de ojo de
una bruja.
De pronto, vio a un hombre al que conocía
bien por abandonar la casa: el tío Giulio. Asustado,
Ranuccio se refugió tras un puesto, de donde
colgaban agitadas y aleteantes gallinas atadas
bocabajo por las patas. El tío Giulio lucía ropa de
calle, mostraba el aspecto de un aristócrata de
Rione di Ponte, arreglado y multicolor, e incluso
con una pluma en el sombrero, pero antes de que
Ranuccio pudiera observarlo con detenimiento, ya
se había perdido entre la multitud.
La visita del tío Giulio solo podía tener un
motivo: el complot contra el papa Adriano, en el
que pretendía utilizar a Virginia como cebo, como
seductora. El tío Giulio planeaba sobornar a
guardias y prelados, incluso a un camarlengo
alemán, para poder conducir en secreto a Virginia
hasta las cercanías del Papa. Los detalles se los
guardaba Giulio en secreto. Virginia solo sabía que
se necesitaría de una gran cantidad de dinero en
sobornos para evitar las medidas que el papa
Adriano planeaba contra las cortesanas romanas,
y mucho más para deshacerse de aquel Papa
bárbaro tan odiado, sin asesinarlo. Maddalena
585
FREDERIK BERGER

siempre lo describía como «un necesario acto de


bondad».
Ranuccio creía que debían sorprender a
Virginia en la cama del Papa, preferiblemente con el
propio pontífice. El tío Giulio probablemente
suponía que el Santo Padre no la atacaría, sino
que, horrorizado ante tamaña tentación
demoníaca, su viejo espíritu se rendiría. En caso
de que sobreviviera, pronto correría el rumor
sobre la joven cortesana en la cama de Adriano por
todo el Vaticano, después por Roma y por toda
Italia, hasta llegar finalmente a la corte del
emperador, en cuyo caso probablemente Adriano se
retiraría de nuevo a su solitario convento en
Flandes y haría penitencia; Roma quedaría
liberada y el tío Giulio se convertiría en el siguiente
Papa.
Ranuccio observó cómo una pescadera
destripaba un pescado, y a su lado se vendía un ramo
de flores primaverales. Le hubiera gustado
comprar un ramo a él también, para poder
regalárselo a Virginia... Se preguntó cómo iba a
funcionar un plan tan descabellado. Quizá la
guardia suiza la estrangulara sin más, o la arrojara a
una mazmorra sin agua ni pan...
En aquel momento también su padre
586
LA HIJA DEL PAPA

abandonó la casa de Maddalena, se detuvo en el


portal horrorizado, como si acabar de hacer algo
malo que debiera reparar. Entonces, miró hacia la
calle como buscando algo, y finalmente
desapareció a la vuelta de la esquina.
Ranuccio esperó unos instantes, compró un ramo
de olorosos jacintos y llegó hasta el portal de
Maddalena, para pedir que le permitieran entrar. Ya
en la escalera hacia el piano nobile Virginia le
salió al paso. Él la besó y le regaló las flores, no
sin antes apartar un par de ellas para ofrecérselas
a Maddalena con una profunda inclinación.
Lo que se desarrolló a continuación no fue una
conversación agradable. Maddalena no les dejó
solos, le observaba con desconfianza vigilante y,
como Virginia se echó a llorar, Maddalena señaló
que su padre acababa de estar allí.
Cuando Ranuccio, siguiendo un súbito impulso,
le susurró a Virginia en el oído algo acerca de huir
juntos, Maddalena desató una agresividad
instantánea. Lo abofeteó, algo que sorprendió tanto
al muchacho que se quedó en pie, petrificado en
medio de la habitación, mientras ella expulsaba
del cuarto a la llorosa Virginia y continuaba
diciendo:
—Si vuelvo a oírte decir semejantes palabras
587
FREDERIK BERGER

no te volveré a permitir que entres en esta casa. Eres


un chiquillo de quince años y debes entrar al
servicio de la Iglesia...
Sácate a Virginia de la cabeza. Tengo planes para
ella.
Ranuccio se rebeló contra ella.
—Ya sé lo que te propones para con ella, pero
nos amamos, y encontraré la manera de...
Maddalena le interrumpió con súbita suavidad y
dulzura.
—Escúchame, hijo, no quiero interponerme en
vuestra felicidad, más bien al contrario.
No parecía darse cuenta de que se contradecía
a sí misma, incluso llegó a cogerle del brazo tras
haberle abofeteado, para apretarlo contra su
aromático y blando busto. Ni siquiera lo soltó
cuando el muchacho opuso resistencia a aquel
contacto físico. Antes de que pudiera reaccionar,
Maddalena lo arrastró hasta un tresillo tapizado y
se colocó a su lado. Las manos de la mujer se
deslizaban por lugares en los que nadie le había
tocado nunca. Ella le besó las mejillas, incluso
buscó su boca, y algo se estremeció entre sus
piernas. Maddalena rio y le susurró un «¡Lo ves!»
al oído, tras lo cual no tardó en desabrocharle la
bragueta. Con su mano libre, ella le colocó su zurda
588
LA HIJA DEL PAPA

sobre el blando pecho, aun cubierto.


Quiso defenderse. Quiso que su miembro viril,
que bailaba en sus manos de pura agitación, se
encogiera y reculara, pero al mismo tiempo veía
ante sí aquello que Virginia y él aún no habían
hecho, aquello con lo que soñaba cada noche,
aquello con lo que había soñado incluso aquella
mañana en la pérgola de las lilas, no sin
experimentar de forma dolorosa que cierta parte de
su cuerpo no quería escuchar, que no le obedecía...
Y de nuevo volvió a ocurrir. Gimió con fuerza,
Maddalena se rio y, tomando un paño, se lo arrojó
burlona.
—Sois todos iguales, muchacho: en nuestras
manos, solo cera.
Quiso hundirse, perderse, desaparecer para
siempre de pura vergüenza.
Poco después se encontraba en Campo de Fiori,
se mezclaba entra la multitud, y empujaba a su
paso a numerosas criadas que se encontraban
haciendo la compra y le gritaban indecencias.
Volvió en sí ante el palazzo Medici. Pretendía
recoger su caballo y escabullirse, cuando una voz
lo llamó desde el piso de arriba: era Pierluigi.
Junto a él apareció otro h o m b r e il Diavolo.
Ambos le hicieron señas.
589
FREDERIK BERGER

Giovanni supo de inmediato que venía de ver a


una cortesana, y se burló de su primera
experiencia masculina. Parecía que lo hubiera
olido. Pierluigi se rio y le propinó a Ranuccio un
golpe de reconocimiento en los hombros.
Entonces apareció María, la esposa de
Giovanni, con Cosimo, de cuatro años de edad.
Ranuccio murmuró un saludo. El pequeño quiso
jugar con él, pero Giovanni exclamó que aquel
era un día especial para Ranuccio, y que debían
festejarlo.
El aludido se dejó llevar. Lo arrastraron por
tabernas oscuras y bebió demasiado vino, hasta
que acabó haciendo eses. Giovanni, entre tanto,
desapareció con una morena española, y Pierluigi
siguió con la mirada a un peregrino que debía
proceder de la lejana Inglaterra. Poco después se
encontraban todos sentados juntos, Giovanni reía
y bromeaba con todo el que se le acercaba, y
pronto comenzó a contar historias sobre la guerra
contra los franceses, sobre sus toscos corsos, los
mejores soldados, asesinos brutales, de su
estancia en Parma, donde no solo se llevaron a todos
los cerdos que todo campesino aún consideraba
propios, para cocinarlos con gran satisfacción, sino
también a las hijas de los campesinos, e incluso a las
590
LA HIJA DEL PAPA

hijas de los ciudadanos, con posterioridad.


—¡Y cómo lo disfrutaron!
—Muchacho —exclamó Giovanni con
deleite—, como condottiere eres libre, no tienes
a ninguna mujer colgada del cuello ni a ningún
mocoso lloriqueando a tu alrededor. Solo te
preocupas por tus enemigos, y puede ser peligroso,
pero, ¿cuántas veces te enfrentas realmente al
enemigo? ¿Cuántas luchas en realidad? ¿Una vez al
año, dos quizás? Cuando eres buen espadachín, un
jinete diestro, no te expones demasiado en el
combate y, si te las apañas para que tus hombres te
quieran, entonces ellos te protegerán. Ya te digo,
no hay nada mejor que ser condottiere. Ocúpate de
tus hombres, escucha sus preocupaciones, págales
puntualmente su salario y déjales un par de
libertades... y atravesarían el fuego por ti. Si la
soldada no llega, entonces quítale al enemigo lo
que necesites. No es algo que esté muy bien visto,
pero es una necesidad desde hace siglos. Los
grandes señores no luchan entre ellos, nos dejan
el trabajo sucio a nosotros. Solo nos incomodan
los cañones, arcabuces, y todo ese armamento de
última generación. Son armas caras, y cualquier
cobarde puede alcanzarte a distancia con un aparato
de esos.
591
FREDERIK BERGER

Durante un instante, Giovanni adoptó una


expresión reflexiva, pero de inmediato se echó a reír.
—Cuando todo se vuelve húmedo, frío e
incómodo, estás rodeado de mierda, el camino
está embarrado y añoras tu casa, entonces vuelves
galopando hasta tu mujer, que se te tira al cuello,
te mima y te abriga porque te ha echado mucho de
menos. Te lo repito, únete a nosotros, elige la
aventura y no el aburrimiento; la vida religiosa es
una vida de castrado, aun cuando esos arrastra-
sotanas de faldones negros se hagan comer la
polla, se hinchen como cerdos y se pongan ciegos
a vino.
Giovanni atrajo a una joven peregrina y la
sentó en su regazo, para acariciarle el pecho con
las manos. No se había dado cuenta de que la
peregrina no estaba sola y pronto tres hombres se
abalanzaron sobre él. Rápido como el rayo, sacó su
espada, Pierluigi se levantó y desenvainó su
espada corta y los cinco hombres se aprestaron
unos frente a otros con ánimo belicoso. Otros más
quisieron inmiscuirse, las mujeres gritaron, el
posadero trató de calmar los ánimos.
Finalmente, Giovanni rio, metió su arma en la
vaina con gesto visible, le hizo una seña a su
oponente, que tenía ya su puñal curvado y
592
LA HIJA DEL PAPA

dispuesto, se disculpó con un gesto e invitó a los


tres, junto con su protegida, a una ronda de
bebidas. De pronto, todos parecían haber
olvidado sus comportamientos beligerantes y
amenazadores, surgían las preguntas acerca de
lugares de origen y destino, se intercambiaban los
nombres de las tabernas más baratas y las mejores
cortesanas y no pasó mucho antes de que Giovanni
estuviera dispuesto de nuevo a seguir contando
batallas.
Como eran pocos los que aún pululaban por
la taberna, con ojos cansados y vidriosos, a
Pierluigi le entraron ganas de hablar sobre el
abuelo Farnese, el gran condottiere, y sobre su
padre, al que encarcelaron en el castillo de
Sant’Angelo y que se descolgó él mismo de la torre
para liberarse.
—Menudo granuja era nuestro padre en su
juventud. Y cuando estuvo retenido en Florencia,
se tiró a mujeres a mansalva. Incluso luchó con
César Borgia en Forlì.
Giovanni adoptó un repentino gesto adusto y
fulminó a Pierluigi con la mirada.
—¿Sabes contra quién lucharon en esa ocasión?
—le preguntó, con voz amenazante.
—Oh, sí, cierto —repuso Pierluigi,
593
FREDERIK BERGER

enrojeciendo—. No me di cuenta, lo siento mucho.


—Contra mi madre, y aquel hijo de puta de
Borgia no solo la venció, sino que además la
violó. Después arrojó a mi madre a una mazmorra,
donde quiso dejarla morir, y a mí tuvieron que
esconderme en un convento. ¡Nunca vuelvas a
mencionar el nombre de César Borgia, Pierluigi!
—Lo siento mucho, de verdad. Aunque sé que
nuestro padre no tocó nunca a tu madre. Siempre
fue un caballero. Nunca hace nada que atente
contra su honor, puedes creerme.
La noche fue larga, y Ranuccio no llegó a
acostarse. Giovanni habló de los actos heroicos de
su madre, a la que denominaba «auténtica amazona»
y «tigressa feroz».
—Quiero que mi madre siempre pueda estar
orgullosa de mí. Mis hermanos son unos mierdas,
asquerosos prelados. Yo soy el auténtico hijo de
mi madre, un Sforza, de una gran familia de
guerreros. Les mostraré a los Medici que también
soy el mejor de los Medici. Y si yo no lo
consigo, lo hará mi hijo. Sí, mi hijo Cosimo, por el
que me dejaría descuartizar.
Pierluigi asintió, como si él también se dejara
descuartizar por su hijo.
Giovanni se volvió hacia
594
LA HIJA DEL PAPA

Ranuccio.
—Y tú debes demostrarle a tu padre que eres
un Farnese, que no eres uno de esos cabrones
amariconados, sino un hombre de verdad: un
guerrero.

595
FREDERIK BERGER

Capítulo 51

Roma, palazzo Farnese – 30 de abril de 1523

Ranuccio llamó al portal del palazzo Farnese


poco después de la salida del sol y, cuando le
abrieron las puertas, llevó a su Angelino ante la
mirada perpleja de la guardia hasta el patio
interior. Comenzó a cuidar él mismo de su
corcel, le quitó la silla, le proporcionó avena y un
cubo de agua, le acarició el cuello entre palabras de
elogio y apoyó la mejilla sobre la cabeza del
animal, quien se detuvo un instante antes de
empezar a beber con ardor. Finalmente, incluso
comenzó a cepillar al animal para distraerse y
disolver sus confusos pensamientos mediante
aquellos movimientos regulares.
Tras unos instantes, dejó la almohaza a un
lado, le dedicó unas últimas palmaditas cariñosas
a Angelino y subió aceleradamente las escaleras que
llevaban a la galería.
No había nadie.
El somnoliento ayuda de cámara de su padre
salio a su encuentro, observándolo sorprendido.
596
LA HIJA DEL PAPA

La gran sala estaba vacía. Ranuccio no llamó


a la puerta del dormitorio: tampoco allí había nadie,
y la cama permanecía intacta. Entonces, oyó una
voz en el estudio. Su padre lo llamaba. ¿Quizá
habría pasado la noche esperándolo, alertado por
su madre? En ese caso, solo quedaba esperar un
sermón. Ranuccio se dio cuenta de que le
temblaban las rodillas, y sin embargo, en su
interior, algo se revelaba contra el miedo. ¡No!
Sus días de niño adorable y obediente habían
quedado atrás...
Cuando penetró en la penumbra del estudio,
descubrió a su padre solo después de un segundo
vistazo. Se encontraba cerca del pequeño grupo
escultórico de Laocoonte realizado por Miguel
Ángel, vestido con ropas mundanas, con aspecto
cansado, pero en absoluto enojado, ni siquiera
severo.
—Ven —le dijo sencillamente y, lo estrecho
entre sus brazos—. Estaba preocupado por ti.
Ayer recibí un mensaje de tu madre que me informaba
de que, al parecer, te habías marchado solo y sin
dejar aviso, a caballo, y que no habías vuelto a
aparecer desde hacía horas —en su voz no se
filtraba ningún reproche, solo dulzura paternal, y
Ranuccio se sintió culpable—. Ya sabes lo
597
FREDERIK BERGER

peligrosos que son los caminos de Roma, cuántos


bandidos circulan por todas partes...
—No podía... Estaba... —tartamudeó—. Ya no
soy un niño, y puedo cuidar de mí mismo.
Quiso liberarse de su abrazo, pero su padre lo
soltó vacilante, para sonreírle de inmediato con sus
ojos opacos y cansados. La noche en vela se
reflejaba de forma clara en los envejecidos
rasgos de Alessandro. Nunca antes Ranuccio se
había dado cuenta de que su padre tenía cincuenta
y cinco años. ¿Cuántas personas no llegaban a
vivir mucho más que eso? Siempre lo había
considerado un hombre fuerte y sin edad, pero
entonces se vislumbraba en sus facciones la
proximidad de la muerte.
—Cuando tenía tu edad ya trabajaba como
escriba —dijo su padre—. Ya va siendo hora de
que tomes una profesión similar, como muy tarde
en el mandato del próximo Papa.
Como Ranuccio no respondía, continuó:
—Pero creo que sería mejor si pasaras primero
uno o dos años en un convento, para aprender la
vida monacal: la renuncia, el sacrificio... Por
ejemplo, en Nepi, donde tu hermanastro Tiberio...
—¿Estuviste tú en un convento cuando tenías
mi edad? —señaló Ranuccio, consciente del tono
598
LA HIJA DEL PAPA

antipático de su voz.
Le inundó la rabia al oír las palabras
«renuncia» y «sacrificio», al pensar que no podía
ser libre, carecer de ataduras, que no se le
permitía llevar una vida de aventura como la de su
hermano o la de Giovanni, sino que debía
encerrarse en la prisión de un convento.
—Pero...
—Tú no estuviste en un convento, al
contrario, disfrutaste de la vida en Florencia, sobre
todo de hermosas mujeres, del amor, y después de
nuestra madre...
Su padre lo miró perplejo.
—Qué sabrás tú de mi vida. Pero Ranuccio
insistió.
—Sé que no querías entrar al servicio de la
Iglesia, sino ser condottiere como tu padre. Yo
tampoco quiero entrar en la Iglesia, yo quiero...
—... Ser condottiere —la voz de su padre
sonó burlona, las comisuras de sus labios se
inclinaron hacia abajo, únicamente sus ojos
reflejaban su pena.
Cansancio y pena. Y vejez.
—¿Por qué no me entiendes? —le espetó
Ranuccio.
—Te entiendo muy bien — repuso su padre,
599
FREDERIK BERGER

suspirando, mientras se dirigía hacia la ventana y


observaba la cálida luz del sol naciente—, sin
embargo, hay tradiciones que establecen que el
hijo mayor se convierta en condottiere, y el
segundo entre al servicio de la Iglesia —hablaba
para la ventana, como si quisiera convencer a los
pájaros del jardín—. La profesión de soldado es
peligrosa: mi hermano Angelo cayó en Fornovo,
cuando la batalla estaba ya casi ganada, apenas sin
bajas... Una muerte inútil. Nuestro Paolo tuvo que
morir, no, no tenía que morir, pero murió, y murió
porque... Es igual. Solo tengo dos hijos varones.
Si ambos caen en la guerra, nuestra familia
desaparecerá y lo que yo me propongo es
precisamente lo contrario. Persigo el éxito de
nuestro clan. Cuando, hace años, me encontré de
pronto como único heredero y guardián del
apellido Farnese, entonces comprendí el abismo que
se abría a mis pies.
—Si me convierto en sacerdote, entonces no
podré engendrar hijos, algo que muy bien podría
hacer como condottiere; además, no tiene sentido
que, solo porque Paolo haya muerto...
Ranuccio se interrumpió porque sus balbuceos
lo delataban. La inesperada mención a Paolo lo
había desconcertado y una oleada de
600
LA HIJA DEL PAPA

culpabilidad lo anegó mientras comenzaban a


asaltarle retazos de recuerdo: Paolo patinando
en la bañera, entre las risas y el agua salpicada,
gritando «¡mira lo que puedo hacer!», mientras
el propio Ranuccio exclamaba «¡más, más!»,
jaleándolo, y entonces... Un breve grito, un
resbalón, un golpe seco. Paolo había dejado de
reír. Su cabeza se deslizaba lentamente por el borde
forjado de acero de la tina, hacia el agua. Él, su
hermano pequeño, que lo había animado a
continuar con aquel peligroso divertimento, huía a
la carrera.
Su padre se había vuelto hacia él, y suspiraba
con las cejas enarcadas.
—Quiero explicártelo, Ranuccio.
Por suerte, su padre no se dio cuenta del
trastorno que le había creado su comentario.
Habló de los dos pilares de la familia, uno
mundano y el otro religioso, de los dos cimientos
que debían sustentarse el uno en el otro para
volverse inamovibles.
—Sabes que tengo grandes expectativas, que
es posible que pronto me convierta en Papa...
También sabes que, mientras tanto, habrás
alcanzado la edad canónica para convertirte en
cardenal. Más tarde, tú también te sentarás en la
601
FREDERIK BERGER

cátedra de San Pedro.


La perspectiva de convertirse ya en cardenal
con quince o dieciséis años lo aterrorizó. Sintió
crecer el rechazo en su interior.
—Esto no quiere decir que tengas que
mantener una existencia casta —comentó el padre,
con una leve sonrisa—. Están las cortesanas... Y
además, pretendo abolir el celibato. Si es que lo
consigo. Es decir, primero tengo que conseguirlo...
Al fin y al cabo, aún no soy Papa...
Su padre comenzó entonces a dar muestras
de inseguridad, y Ranuccio se sintió
repentinamente victorioso. Como creyó necesario
aprovechar esa victoria moral, no dejó que su
padre siguiera hablando:
—Aunque aún no seas Papa, aunque haya
celibato, aunque haya cortesanas, todo eso es
exactamente lo que no me gusta. No quiero acudir a
las cortesanas, o mantener una concubina igual que
hiciste tú, a la que pueda echar de casa cuando se
interponga en mi camino. Tampoco quiero tener que
meter a mi hermana en la cama del Papa para poder
ser cardenal en caso de que tú no llegues a salir
elegido.
Ranuccio comprobó como el pálido rostro de
su padre se volvía aun más macilento. Sin
602
LA HIJA DEL PAPA

embargo, siguió hablando:


—Hace tiempo que odio las misas con todos
sus malditos cantos y su apestoso incienso. Odio
las intrigas, todos los tejemanejes ocultos del
Vaticano, que terminan haciendo posible que un
bárbaro como Adriano salga elegido. El colegio
cardenalicio se ha comportado como un atajo de
idiotas, eso es. Todo el mundo lo dice. Quiero
vivir, ¿entiendes? Quiero, al igual que tú, y que
Giovanni de Medici, vivir. Y quiero poder amar y
casarme con una mujer... —su sensación de
victoria se desvanecía, su voz temblaba, todo su
discurso perdía fuerza.
En el silencio posterior, logró concluir:
—Simplemente no quiero que tú decidas toda
mi vida. Sé que me entiendes.
No se atrevía a mirar a su padre a la cara. Sin
embargo, sabía que debía huir de Roma con
Virginia antes de dejarse arrastrar aún más por su
padre.

603
FREDERIK BERGER

Capítulo 52

Frascati junto a Roma – 10 de mayo de 1523

Silvia se despertó temprano, espabilada por


el jubiloso canto de los pájaros, que llegaba a
ahogar el armónico trino de los ruiseñores. Junto a
ella, medio cubierto por la manta, yacía
Alessandro. La tarde anterior habían hablado, en la
cama, y finalmente habían pasado la noche juntos.
Él parecía deprimido y al mismo tiempo lleno de
resolución. Ella conocía esa fluctuación entre la
retirada y el ataque, sabía que sus esporádicas
dudas eran el preludio a su acometida. ¿No había
luchado también hacía años por ella y por su amor?
Aquel hombre no cesaría en su empeño hasta el último
aliento.
Hacía días que Ranuccio había regresado a
Frascati tras su repentina desaparición, sin dar
ninguna explicación; poco después había llegado
Alessandro, quien le informó sobre la discusión con
su hijo; y más tarde, incluso Pierluigi, quien a todas
luces había pasado algunos días agotadores con
su modelo a seguir, Giovanni de Medici.
604
LA HIJA DEL PAPA

Toda la familia estaba reunida, y sin embargo,


cada uno iba por su lado.
Constanza acudía todos los días a misa de
vísperas en la iglesia cercana y cuidaba de los
niños, para posteriormente retirarse con Bosio
pronto cada noche. Pierluigi dormía la mitad del
día, iba de caza con Alessandro e incluso jugaba
con su hijo pequeño en el jardín, mientras que por
las tardes se dejaba mimar por Girolama. No le
dirigía ni una voz, ni un solo comentario
despectivo, y por las mañanas incluso se oía
canturrear a su mujer. Quizá estuvieran esperando
otro niño después de todo.
Además, estaba Alessandro: tras su regreso
de Roma parecía taciturno y retraído, pero
finalmente comenzó a visitarla por las noches,
quedándose con ella, y tras tanto tiempo, se
encontraron de nuevo juntos como un viejo
matrimonio, sin discusiones salvajes, sin agitación,
sin depresiones vertiginosas, no, se limitaron a
abrazarse como si quisieran fusionarse lentamente
en un solo ser.
A la mañana siguiente, sintió el enérgico canto
de los pájaros y el aliento de él junto a ella.
Silvia se cubrió los hombros desnudos y se
levantó despacio, se puso algo de ropa y una
605
FREDERIK BERGER

manta cálida que la protegiera del frescor matinal.


No quería despertar a nadie, ni siquiera a los
ayuda de cámara y a los criados que dormían en
los estrechos áticos, ni tampoco a Rossella, quien
habitualmente atormentada por el insomnio, se
hundía a primera hora de la mañana en un sueño
profundo trufado de pesadillas en el que, como
Silvia había podido observar, hablaba de Sandro,
de su primer y único hijo. Contempló aquel
rostro espantoso, aquella cuenca del ojo vacía, y
la cicatriz que había dejado una nariz mutilada, y
le asaltó un repentino sentimiento de gratitud hacia
la vida, de gratitud por la salud, por haber fundado
una familia, por la ascensión de Alessandro, que
ella quería fomentar, a pesar de los sacrificios...
Tenía sus necesidades cubiertas, podía permitirse
recordar por afición los bellos días del pasado,
tenía tiempo de escribir sus cuentos y cada vez
coincidía con más frecuencia con Miguel Ángel
Buonarroti y con Vittoria Colonna, para hablar de
arte y de los momentos de éxtasis que éste les
proporcionaba.
Cuando salió al jardín, se quitó las sandalias y
caminó descalza por el camino de guijarros y la
hierba húmeda de rocío. Sus pies disfrutaron las
frías cosquillas, e incluso el ligero dolor que le
606
LA HIJA DEL PAPA

ocasionaba algún guijarro o astilla al clavársele en


la planta. Los cipreses se alzaban mudos hacia el
cielo, flanqueando la senda que llevaba a una
fuente. Un neptuno barbado arrojaba agua
chapoteante sobre el plato inferior, y miles de
burbujas, como perlas transparentes, brotaban
alrededor. Se sentó en el borde de la pila, hundió
las manos en la fría corriente, se lavó los últimos
resquicios de cansancio que aún se aferraban a sus
ojos, se pasó las manos húmedas por la cara y
el cuello, e incluso sobre el pecho, un pecho aún
firme, que Alessandro había acariciado con sus
labios en tantas ocasiones...
Sobre ella, los tonos violetas del cielo se
transformaron en terciopelo azul, y de pronto, tan
solo por un instante, los rayos del sol se recortaron
como ornamentos de una custodia de un intenso
color dorado que caían sobre los oscuros cuerpos
de las copas de los pinos. La villa resplandecía de
ocre y pardo pastel, y ella se sintió iluminada
desde su interior. En la distancia, sonaron los
primeros martillos, y en los establos se escuchó el
rumor de los caballos. Las golondrinas y vencejos
habían regresado, las alondras flotaban cantarinas,
las palomas arrullaban en sus palomares, los
gorriones gorjeaban, y una ligera brisa hacía
607
FREDERIK BERGER

temblar las copas de los cipreses.


Por todas partes florecían las lilas, e incluso
los primeros lirios, y Alessandro había hecho
traer del lejano oriente caros tulipanes que
plantaron por doquier. La mayoría se encontraban ya
marchitos, pero algunos aún abrían sus coloridos
cálices al sol, esperando a las abejas y abejorros
que zumbaban a su alrededor.
Inundada de brillante felicidad, Silvia perdió
la noción del tiempo bajo la cegadora luz del día.
Allí, en el parque, al aire libre, sentía como si
estuviera redescubriendo sus sentidos, librándose
de sus miedos.
Hasta que una furia renovada volvió a
apoderarse de ella.
La tarde anterior Alessandro había hablado
de celebrar una especie de reunión familiar.
Todo giraría en torno a Ranuccio y a su
recientemente reiterativa y vehemente negativa a
ordenarse. Como trasfondo, Virginia y su madre,
Maddalena Romana, junto con un retorcido plan
para destruir al papa Adriano.
El día anterior, Ranuccio se lo había
confesado. Le había hablado de Virginia y de su
amor, algo que ella ya conocía por Constanza, y no
tardaron en terminar hablando del complot que
608
LA HIJA DEL PAPA

Giulio de Medici estaba gestando en torno al papa


Adriano. Había miedo en sus ojos. Un miedo más
que justificado. Era un plan de lo más aventurado.
Infiltrar a Virginia en el Vaticano, para
prácticamente meterla en la cama del Papa, con
todas las consecuencias posteriores, era un plan que
solo a un loco podría ocurrírsele, y Giulio no le
parecía ningún loco. Sin embargo, parecía disfrutar el
hecho de levantar intrigas que se volvieran en
contra suya o al menos produjeran efectos
inesperados.
Mientras Ranuccio la observaba con una
súplica en los ojos, ella comprendió de pronto,
como sacudida por un rayo, que aquel complot
de Giulio no solo estaba dirigido contra el Papa,
sino también contra Alessandro. Sin duda, tanto en
Roma como en el Vaticano, habría quien
conociera quién le había proporcionado una
educación a aquella joven cortesana, y no
tardarían en surgir las sospechas de que Alessandro
se encontraría tras el atentado. Cualquier cardenal
sobre el que recayera sospecha semejante quedaría
invalidado para la elección papal.
Fue como si la venda se soltara de los ojos de
Silvia. Todo parecía claro y evidente: el papa
Adriano moriría o se recluiría en un convento,
609
FREDERIK BERGER

mientras que Alessandro Farnese quedaría


comprometido. Intentar matar a dos pájaros de un
mismo tiro podía conllevar numerosos riesgos.
Cuando le comentó a Ranuccio sus
conclusiones, él había palidecido y susurrado:
—Tengo que evitar ese plan como sea.
—No hables todavía del tema, deja que sea
yo quien informe a tu padre.
—Pero Virginia... Tengo que...
—¡Espera un día más!
Aquella misma tarde, ella había hablado con
Alessandro. Él había asentido con gravedad y
había musitado sucintamente:
—Ahora todo tiene sentido. Entonces, había
mirado pensativo hacia abajo, para finalmente
emitir una risa forzada y agitar la cabeza.
—Esta no es más que otra de las locas intrigas
de Giulio. Nunca logrará colar a una muchacha en
los aposentos privados del Papa. Ya puede haber
conseguido Giulio hacerse con la confianza de
Adriano, ya puede repartir tantos ducados como
quiera en sobornos... ¡Nunca!
Volvió a agitar la cabeza, pero al decir aquel
«nunca», no parecía convencido del todo.

Silvia no se había dado cuenta del tiempo


610
LA HIJA DEL PAPA

que había dejado los dedos sumergidos en el agua


de la fuente. Le dolía la mano del frío, y las yemas
casi se le habían dormido. La sacó rápidamente, se
la secó con la capa y se estremeció. Cuando alzó la
vista siguiendo la sucesión de cipreses, vio a
Alessandro detenido frente a una de las ventanas
de la villa. Ella lo saludó, él respondió al saludo, y
un sentimiento de felicidad melancólica y dolorosa la
inundó.
Se levantó de un salto, como una niña, y
corrió sobre la hierba húmeda, botando por encima
de los diminutos setos, apenas notando las punzadas
de los guijarros en los pies. Aquel día la saludaba
con una grandiosa belleza... ¿No deberían todas
las preocupaciones y sospechas quedar en un
segundo plano?

611
FREDERIK BERGER

Capítulo 53

Frascati junto a Roma – 10 de mayo de 1523

Cuando Constanza se despertó, el desnudo


Bosio abría ya los postigos de la ventana y dejaba
que una oleada de luz dorada inundara la estancia.
Ella se levantó y se arrodilló ante el altar de la
habitación para rezar. Apenas había formulado las
primeras palabras del Magnificat, la sombra de
Bosio cayó sobre ella, y no pudo ignorar el hecho
de que la lujuria de la noche anterior no había
hecho mella en la lujuria de la mañana.
—¡Déjame rezar! —susurró ella, pero él
agarró sus dos abultados pechos y los alzó, obligando
al resto de su cuerpo a seguirlos—. ¡Ya estoy
embarazada!
Como respuesta, Bosio deslizó la mano
delicadamente por su abdomen. Después, siguió
descendiendo. Constanza suspiró y contuvo el
aliento. Él apretó su firme cuerpo contra las tiernas
curvas de su esposa, quien se dejó caer hacia
adelante. La cama fue su salvación de las baldosas
frías y duras. Ocultó la cara en los cojines y
612
LA HIJA DEL PAPA

recibió la estocada de Bosio. Si no miraba a nadie


a los ojos, podía imaginar que era otro, el caballero
de barba negra y ojos tristes, quien la abrazaba.
Apenas podía pensar ya por el doloroso y a la vez
anhelado impulso que sentía en su interior, cuando
la idea del pecado sometió como una sombra a sus
sentidos, haciendo que retomara sus rezos,
repitiendo sus palabras, rogando a Dios e
implorando a la Virgen Madre, hasta que su cuerpo
se rebeló contra su voluntad, robándole el aliento
de cada palabra y anulando cualquier
pensamiento.
Serios, pero no malhumorados, sus padres
bajaron a desayunar, mientras los niños se
encontraban ya revolviendo en el jardín con Bosio,
corriendo por el laberinto de setos y árboles, jugando
al escondite. Hacía tiempo que Constanza no se
encontraba tan bien, y Pierluigi y Girolama
parecían tan felices... Ranuccio, sin embargo, se
mostraba preocupado y observó largo rato unas
rodajas de naranja cubiertas de azúcar antes de
meterse una en la boca.
Mientras su mujer ordenaba un ramo de
narcisos tardíos, Pierluigi le tomaba el pelo a
Girolama, quien se carcajeaba con ojos
resplandecientes y probablemente esperaba
613
FREDERIK BERGER

descendencia. Ya era hora, pues Alessandro, su


primogénito, celebraría próximamente su cuarto
cumpleaños.
El padre parecía estar dispuesto a dar una
noticia importante, pero antes de llegar a elevar la
voz, Pierluigi se desató. Estaba de un humor
inmejorable, y eso significaba lo de siempre: debía
fanfarronear de sus actos heroicos. Por lo que
comentó, las últimas semanas en Roma habían
sido salvajes: Gi ovanni , il Diavolo, y él habían
pasado juntos noche tras noche, taberna tras
taberna, cortesana tras cortesana...
Cuando Constanza reparó en que el
resplandor de los ojos de Girolama se difuminaba
de pronto, lo interrumpió:
—No creo que ninguno de los presentes esté
interesado en tus proezas nocturnas.
Pierluigi enmudeció como por ensalmo, y así
su padre pudo continuar:
—¿Y quién pagó tus visitas a las caras
cortesanas?
Por desgracia, la pregunta fue de lo más
inoportuna, pues Pierluigi se jactó de inmediato de
que Giovanni lo había pagado todo, que repartía a
espuertas los ducados, como hacía siempre, pues
consideraba la generosidad como un deber
614
LA HIJA DEL PAPA

personal, tomaba al mismo tiempo lo que le


correspondía, disfrutaba la vida, amaba a su hijo y
daría su vida por la Iglesia de ser menester.
—Sería más sensato por su parte renunciar
a toda acción descabellada y honrar la propia vida
—le espetó su padre, con una mirada significativa
dirigida a Ranuccio.
—Será mejor que te preocupes por Girolama —
le ordenó también su madre.
El padre añadió:
—Todos estamos esperando un segundo
heredero. Cómo de rápido tu Alessandro...
La madre posó una mano sobre su brazo y le
interrumpió.
—Esta mañana no.
—¡Piensa en Paolo!
Constanza suspiró. ¡Con lo tranquila que
había empezado la mañana, lo alegre y risueña que
le había parecido! Sin embargo, conforme la
conversación familiar se iba desviando, la atmósfera
se iba oscureciendo. Paolo llevaba ya diez años
muerto, y sin embargo su padre tenía que volver a
sacarlo a colación cada dos por tres, reabriendo
las heridas. Cuando ella se levantó e hizo ademán
de reunirse con Bosio y los niños, su padre le indicó
con un gesto burdo que se mantuviera sentada.
615
FREDERIK BERGER

—Tengo que hablar con vosotros acerca de


Ranuccio —dijo él, con un tono que a la joven no
le gustó en absoluto.
Más bien debería hablar de Virginia y
Maddalena...
Ranuccio alzó unos ojos inquietos y dio la
impresión de querer desaparecer de allí en ese
mismo momento.
—Nuestro pequeñín se ha hecho un hombre —
rio Pierluigi—, y quiere ser soldado, por lo que
sé, igual que lo es su hermano y lo fueron su
abuelo y su bisabuelo. No tiene ninguna gana de
meterse en ese cenagal eclesiástico de castrados
consagrados.
—¡Cómo te atreves a hablar! — le espetó su
padre.
La madre agitó la cabeza.
—¡Pierluigi, por favor!
—¡Es verdad! —protestó él.
—Ese cenagal eclesiástico os ha permitido
disfrutar de una hermosa villa, residir en uno de
los palazzi más grandes de Roma, y poder gastar
dinero en cortesanas — el padre parecía enojado,
incluso dolido.
—Esta villa pertenece a las posesiones de
los Ruffini, a nuestra madre —replicó Pierluigi—, y
616
LA HIJA DEL PAPA

como ya he dicho, fue Giovanni quien pagó las


cortesanas.
—¿Y quién amplió y embelleció la villa y
añadió los jardines? — añadió el padre, con voz
cada vez más áspera.
Pierluigi no lo escuchó.
—Además, yo no hago nada con las cortesanas,
con sus pechos blandurrios y sus culos gordos.
—Ya conocemos tus particulares inclinaciones
—exclamó su padre—. Ya nos han dado
suficientes preocupaciones.
Entonces, Girolama se levantó, con los ojos
preñados de lágrimas.
—Ay, niña —suspiró la madre
—. Espera, quédate con nosotros.
En vano. Girolama rompió a sollozar y se
marchó de la habitación.
Se estableció un silencio tenso. Constanza se
encontraba realmente enfadada. ¿Qué había de
ella? ¿Es que no jugaba ningún papel en esa
familia? Una vez más, todo giraba en torno a los
hijos varones. A ambos los había legitimado el tío
León, al contrario que a ella. Aunque ese hecho
se había producido hacía ya mucho tiempo, y no
quería pensar en ello, pues ya tenía suficientes
quehaceres con Bosio y los niños, y sin embargo
617
FREDERIK BERGER

aun le producía rabia.


La iluminación a través del papa Adriano, y su
encuentro diario con Dios a través del rezo, sus
esfuerzos por ser una persona mejor, más devota,
por preocuparse por su familia, por sus hijos y
su padre, todo ello había llevado a dejar de
pensar en la humillación que suponía no ser legítima.
¡Y sin embargo...!
La alusión de su padre a las «particulares
inclinaciones» de Pierluigi habían logrado, por
fortuna, hacerle callar durante un momento, pero
pronto retomó una vez más la palabra.
—Giovanni quiere tomar posesión del
gobierno de los Medici en Florencia y, tras eso,
convertirse en duque de Urbino. Tiene razón. Es el
único Medici que realmente sirve para algo.
El padre frunció el ceño.
—Hay otro antes que él en la lista, y ese es el
hijo de Giulio.
—¿Ese bastardo de una esclava negra? Es un
inútil que se dedica a meterles mano a las criadas.
—Eso no lo sabes. No lo conoces, y además
solo tiene trece años.
—Giovanni lo conoce, y también María, su
mujer.
—El Papa solo le ha otorgado a Giovanni un
618
LA HIJA DEL PAPA

cargo militar, y nada más. Con razón. Tu Giovanni


es un descarado insensato, además de un manirroto,
y no es buen ejemplo para ti.
Constanza se preguntó por qué su padre estaba
alimentando esa discusión. Era mejor ignorar la
tendencia de Pierluigi a hablar demasiado, y
simplemente limitarse a no prestarle ningún crédito.
Sin embargo, Ranuccio se entrometió en la
discusión diciendo:
—Giovanni es un tipo estupendo —exclamó, a
lo que sus padres se volvieron a mirarle, atónitos,
mientras Pierluigi sonreía socarrón—. Yo también
lo admiro.
—¿De qué lo conoces?
—Bien, aquí tenemos nuestro pequeño
secreto —Pierluigi siguió sonriendo, y como su
padre no replicaba, acrecentó su descaro—. Pues
bien, querido papá, imagina que al fin llegas a ser
Papa, y que me proporcionas un título de duque.
Tienes muy altas expectativas y yo, como tu hijo
y heredero, las tengo igualmente altas. Pero antes
de eso tenemos que librarnos de Adriano.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Constanza ya no pudo reprimirse más—. ¿Estás
hablando de un atentado? —¿Por qué no?
Pierluigi disfrutó la reacción que su
619
FREDERIK BERGER

comentario había provocado. Su madre agitó la


cabeza, su padre palideció y luchó por encontrar
palabras. Antes de poder llegar a replicarle,
Ranuccio se levantó y sentenció:
—Quiero un puesto de capitano. Giovanni
me enseñará y entonces...
—Giovanni es mi amigo, no el tuyo... —bufó
Pierluigi.
—Puede ser amigo de los dos.
—¡Escuchaos pelear! —le espetó Constanza a
los dos.
—¡Pero si no estamos peleando!
—repuso Pierluigi, con fingida indignación.
Constanza hubiera preferido abandonar el
desayuno familiar con un fuerte portazo. Ya había
soportado bastante a los hombres en general, y a su
hermano Pierluigi en particular. Ella hubiera
querido haber hablado de la cuestión de Virginia...
Quizá no con un tono de gravedad, pues no quería
desenmascarar a su padre, no delante de sus hijos.
Toda aquella conversación estaba resultando de lo
más inapropiada.
—¡Vayamos al parque con los niños,
Alessandro! —dijo la madre, tomando al padre de la
mano.
Pierluigi aún gritó a su padre.
620
LA HIJA DEL PAPA

—¿Cuándo vas a deshacerte de ese bárbaro?


¿Por qué no le has cortado el cuello hace ya
tiempo?
El padre lo miró con cansancio.
—Querido hijo mío, no es tan sencillo como
eso.
—Sí que lo es. Corre hacia tu enemigo y
enfréntate a él. Y entonces... —y diciendo esto,
fingió degollarse a sí mismo.
El padre se había dado la vuelta asqueado,
pero continuó hablando con serenidad.
—La situación no tiene salida. El papa
Adriano siempre ha querido la paz, y sin embargo
Soderini y, sobre todo, el rey francés, han
conseguido que la guerra en Milán resulte
inminente. Ha vuelto a empezar. El emperador se
inmiscuirá, primero ganarán los unos, luego los
otros, y mientras tanto nuestra hermosa y rica
tierra será arrasada. Lleva ocurriendo treinta
años y cada vez es peor.
—Bien, entonces cerraré una n u e v a
condotta —dijo Pierluigi, notablemente menos
fanfarrón que hacía algunos minutos.
El padre no lo escuchó, se limitó a añadir
en voz baja, casi inaudible:
—El Papa está desesperado, acabado. No
621
FREDERIK BERGER

aguantará una guerra con sus altibajos.


—Entonces, ¡es nuestra oportunidad! —
exclamó Pierluigi—. El bárbaro estirará la pata sin
más, ¡y tú serás por fin Papa!

622
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 54

Roma, Vaticano, capilla Sixtina – 12 de


noviembre de 1523

El vicecanciller Giulio de Medici se dio


cuenta de que todos sus esfuerzos habían sido en
vano. Finalmente, Farnese había resultado ser más
listo de lo que esperaba.
Y eso que todo había funcionado tan bien desde
mayo.
Para empezar, la caída del bribón de
Soderini: el desenmascaramiento de la conjura, su
puesta en evidencia y su reclusión en las
profundidades del castillo de Sant’Angelo. Ya
podía ese viejo traidor fingir todos los desmayos
que quisiera. Adriano ardía de furia bárbara, y
Soderini se arrastraba por una mazmorra apestosa y
plagada de ratas.
Después, estaba el plan de meterle en la
cama a Adriano a aquella pequeña cortesana de
Campo de Fiori y hacer que las sospechas
recayeran en Farnese. En el último momento, las
dudas habían hecho mella en Giulio: sobre la
623
FREDERIK BERGER

sobornabilidad del tesorero, sobre la fiabilidad de


la putilla y de su igualmente prostituta
progenitora, sobre la escandalosa cantidad de
dinero que exigían por adelantado e incluso su
demanda de ponerlas a salvo a posteriori. La
puntilla final la dio el propio Farnese, al optar por
dedicarse a recorrer la ciudad y el Vaticano con
ánimo oscuro y decaído, como si hubiera
renunciado a todas sus ambiciones.
La alegría retornó, no obstante, a Giulio, cuando
el bárbaro del trono papal se unió a principios de
agosto a la liga contra los franceses. Incluso cabalgó
en una ocasión, por primera vez desde el inicio de
su mandato, montado sobre un palafrén flaco
desde el Vaticano hasta Santa María Maggiore,
rodeado de una escolta fuertemente armada de la
guardia suiza, él sabía por qué, y por lo que se
decía, el bárbaro sudó, la cabalgada fue
agotadora, el punto final de todos sus esfuerzos
por mantener la paz había resultado aun más
agotador, y el Papa había caído enfermo de un
enfriamiento que le provocaba úlceras en la garganta,
un espantoso dolor en los riñones y ataques de
fiebre. Sí, el agosto romano amenazaba con
enviar al Papa al otro mundo.
Los franceses invadieron el norte de Italia y
624
LA HIJA DEL PAPA

se aproximaron a Milán.
Agosto llegó a su fin y el bárbaro papal no
se recobró, pero tampoco falleció. Esos nórdicos
eran realmente resistentes.
Sin embargo, a principios de septiembre la
enfermedad se recrudeció, y el pontífice llamó a sus
cardenales en consistorio en torno a su lecho.
Como era de esperar, se inició un sermón
reprobatorio en el que se les recriminaba su
nepotismo, probablemente en particular dirigido a
ellos, los Medici. Después, el ruego de convertir
a su tosco datarius Enckevoirt, su fiel vasallo, en
cardenal o, más bien, de aceptar su nombramiento.
Un murmullo de oposición recorrió el conjunto
de cardenales. Sin embargo, el testarudo flamenco,
que hasta la fecha no había nombrado a cardenal
alguno, no dio su brazo a torcer y al fin y al cabo no
se le podía negar su último deseo a aquel hombre,
que se encontraba prácticamente a las puertas de la
muerte. Enckevoirt sería cardenal. El coste de las
exequias, tal y como dispuso el más cicatero de
entre todos los Papas, no debía superar los
veinticinco ducados. Hubo sonrisas irónicas por
doquier. Enckevoirt le aplicó en su gutural latín los
últimos óleos, que el bárbaro recibió entre
suspiros y piadosos versículos recitados. Al final,
625
FREDERIK BERGER

aún pudo g r a z n a r:
—Doleos de cuánto depende la eficacia de las
acciones, incluso las del mejor de los hombres, del
momento en que se realicen.
Como respuesta, algunas sonrisas burlonas, y
los presentes se dirigieron a sus c a s a s de un
humor excelente.
Al día siguiente, el 14 de septiembre, el
devoto bárbaro de Flandes pasó a mejor vida. El
sol se recortaba ya contra el horizonte. Sin embargo,
la tierra no se movió, no se rasgó ningún cortinaje
ni irrumpió repentinamente la noche, si bien era
cierto que, por lo que apuntaban las noticias, aquel
día los franceses atravesaron el Ticino.
El cadáver se ennegreció con rapidez, y se
habló de envenenamiento: examinaron el
cadáver, pero no encontraron trazas de veneno.
Los romanos celebraron un alegre festival,
las exequias se desarrollaron con calma, los
preparativos del cónclave requirieron numerosas
horas de sueño. Giulio estaba satisfecho, pues todo
marchaba a la perfección.
En una conversación con Alessandro Farnese,
volvió a surgir el comentario de que el mejor de los
dos fuera Papa.
—¿Con «el mejor» quieres decir «el que
626
LA HIJA DEL PAPA

tenga más posibilidades»? —preguntó Alessandro.


—Exactamente. Ni el más piadoso ni el
mayor —respondió Giulio, no sin una sonrisa
amistosa.
Alessandro lo miró con desconfianza.
Él amplió su sonrisa.
—Hablo en serio.
—Yo también.
Para ambos quedaba claro el trasfondo y los
dobles sentidos de la conversación y Giulio lo
sabía. Su lucha conjunta por el trono papal se
estaba convirtiendo lenta y progresivamente en un
duelo.
El 1 de octubre dio la impresión de que el mundo
se venía abajo y que Dios todopoderoso enviaba
fuego y azufre contra la sodoma y gomorra
romana. Al principio el cielo se volvió
amarillento y sulfuroso, después negro, los
relámpagos brillaron en el horizonte y los rayos
tronaron. En el Vaticano, todos aceleraron la
marcha para no verse sorprendidos por la lluvia.
Apenas se habían reunido los treinta y cinco
cardenales, y habían entrado en la capilla Sixtina
para celebrar la misa de inicio, se hizo la
oscuridad. Una oscuridad apocalíptica, aunque se
encontraban en las primeras horas de la tarde, la
627
FREDERIK BERGER

misma hora a la que el bárbaro había pasado a


mejor vida. Un relámpago aparentemente eterno
iluminó la estancia y casi parecía como si hubiera
golpeado el campanario de San Pedro, e incluso su
cúpula incompleta: el trueno simultáneo retumbó
con tal energía que las paredes temblaron, se
desprendió polvo de las alturas y se abrió una
grieta en el techo exactamente entre medias del
dedo índice del Señor y la mano de Adán.
Pronto se oyeron gritos de «¡fuego, fuego!»,
los rayos y centellas se sucedieron sin
interrupción, las explosiones celestiales
retumbaron, resonaron, crujieron y estallaron por
toda la capilla. Una ráfaga de viento aulló y apagó
todas las velas, y entonces se abrió el cielo, con
todas sus esclusas, bramó, cayó contra el techo,
fluyó en torrente, se enrabietó y agitó.
—La ira del Señor desciende sobre nosotros
—exclamó Enckevoirt en su burdo latín.
La respuesta fue un coro de sonrisas
inseguras.
El nuevamente liberado de la prisión e
indultado Soderini, que por presiones de sus
amigos franceses incluso había conservado el
cardenalato, agitó el puño, algo que para Giulio
no quedaba del todo claro si era un gesto dirigido al
628
LA HIJA DEL PAPA

cielo o a él mismo, su némesis particular.


La noche fue intranquila, pero tras ella llegó
la calma, y hasta el cónclave se filtraron las
noticias sobre impactos de rayo e inundaciones,
sobre el Tíber desbordado, con cadáveres de
animales y seres humanos flotando sobre él.
La mañana del 2 de octubre, Giulio se levantó
temprano, despertó a sus hombres de confianza y
contó a sus seguidores. Sumaban un total de doce
votos. Sus contrincantes se repartían entre la
facción francesa, de fuerza equivalente, y los
viejos cardenales, que se mostraban contrarios a él.
Cuando los prelados se reunieron por primera vez
para realizar un primer tanteo de las opiniones,
Giulio propuso al grueso y ambicioso cardenal
Wolsey, de Inglaterra.
Un coro de carcajadas fue la consecuente
respuesta, y él mismo se unió a las risas. Otro
extranjero, otro bárbaro, hasta el mismo Dios se
reiría desde las alturas.
Giacobacci propuso a Colonna, e l condottiere
curial. Con miradas amenazantes, Colonna
observó su entorno, pero solo algunas personas
aisladas levantaron la mano. Entonces, Colonna
propuso a Giacobacci, con igual resultado.
Desde el fondo se oyó:
629
FREDERIK BERGER

—¡Farnese, Farnese!
Giulio no llegó a reconocer la voz que lo había
propuesto, pero por todas partes se alzaron manos
que, aunque se mantuvieron en una media altura
dubitativa, alcanzaron casi los dos tercios
necesarios para la mayoría. La sangre se acumuló
en el rostro de Giulio, quien se sintió feliz de oír a
Soderini exclamar que debían esperar aún un par
de días para el escrutinio, pues tres cardenales
franceses más se encontraban de camino.
De hecho, a lo largo del día aparecieron
tres cardenales, pertrechados de botas y espuelas, en
la Sixtina: buscando la velocidad, habían
cabalgado con ropas mundanas, y debían
cambiar su indumentaria. Fue entonces cuando
Giulio comprobó, para su sorpresa, que la
traducción literal de cónclave, con llave», no podía
aplicarse en absoluto a esa ocasión. Los
cardenales salían alegremente al mundo exterior,
traían mensajes, se aprovisionaban de comidas
decentes y difundían todo tipo de rumores.
En aquellos días, Giulio había hablado poco
con Farnese. Se acechaban el uno al otro. El
Medici sospechaba que Alessandro había
descubierto el plan de la cortesana. Recapacitó
sobre la posibilidad de proponerlo como candidato,
630
LA HIJA DEL PAPA

a modo de prueba, pero lo descartó por parecerle


demasiado peligroso. Finalmente, en el primer
escrutinio se propuso a hombres que apenas
obtuvieron apoyos: Fieschi, del Monte, y el
anciano español Carvajal, quien no podía dejar
de entrar en el juego. Entre todos no acapararon
más de un tercio de votos.
Nadie sabía que hacer, el hedor aumentó, al
igual que el hollín, y los ánimos se destemplaron.
Entonces, llegó el rumor de la ciudad de que
por todas partes se decía que se había elegido a
Alessandro Farnese, y que la alegría reinaba en las
calles. El propio Farnese se mostró sorprendido
y adoptó una expresión inocente, aunque con toda
seguridad él, o alguien de su familia, debían haber
difundido aquellas habladurías, con el propósito de
presionar a los cardenales a elegir al favorito de los
romanos, con tal de no provocar la furia en las
calles. Sin embargo, la mayoría no reaccionó así,
sino al contrario.
Habían pasado ya dos semanas cuando el
governatore de la ciudad se dirigió a ellos
reclamando una toma de decisiones, a lo cual le
respondieron:
—Si nos apresuramos y no esperamos la
inspiración del Espíritu Santo, podríamos acabar
631
FREDERIK BERGER

eligiendo a un corpulento inglés.


E l governatore y su acompañante alzaron las
manos en gesto defensivo:
—Sería mejor elegir un tarugo de madera.
Sin embargo, la población está inquieta. Podrían
irrumpir en el Vaticano.
Se inició un cierto malestar entre los
cardenales, Giulio miró a Farnese, que levantó la
mano:
—Yo hablaré con los romanos. De hecho, se
dirigió hacia la logia de las bendiciones, donde se
le recibió con una estrepitosa ovación. Sin
embargo, tuvo que calmar la alegría de las
masas. Giulio, como todos los demás, oyó las
protestas y los silbidos.
Le siguió un nuevo escrutinio de nombres en
los que nadie había pensado.
El 28 de octubre, de pronto, tanto el
cardenal Giulio de Medici como el cardenal
Alessandro Farnese obtuvieron el mismo número de
votos. Giulio reparó, no obstante, en una pequeña
variación. Le dio la impresión de que la unidad de
sus hombres comenzaba a desmoronarse. Farnese
hablaba largo y tendido con Sessa, el mensajero
imperial y principal instigador de intrigas
secretas que, aunque era de la facción Medici,
632
LA HIJA DEL PAPA

parecía cerrar grandes tratos en torno a la


repartición de dinero y prebendas.
Sin embargo, hasta el 12 de noviembre no se
tomó una nueva decisión. Llegó un nuevo
francés. Giulio contó veintiún opositores, de un total
de treinta y nueve cardenales. A sus enemigos les
faltaban cuatro votos, si es que llegaban a unirse
entre ellos. Los ánimos estaban por los suelos, y
Giulio lo sabía bien.
La acumulación de gente, el hedor, el aire
viciado, la enfermedad, la falta de oxígeno, los
ataques, la fiebre... Todo se sentía. Sin embargo,
¿qué se oponía exactamente a la victoria de Farnese,
aparte de una rencilla personal con la que Colonna
lo perseguía a todas luces? ¿Y a propósito de
qué esa enemistad? Nadie lo sabía con certeza,
si bien se murmuraba que se debía a un compromiso
matrimonial roto por la parte de Colonna. Sin
embargo, en ese caso, debía haber sido
Alessandro quien odiara al condottiere.
Probablemente, en alguna ocasión Farnese
hubiera descrito a Colonna como lo que en
realidad era: un impresentable arrogante y
embustero.
Sin embargo, ¿por qué ya no abogaba él,
Giulio de Medici, por Farnese? Los romanos lo
633
FREDERIK BERGER

adoraban, era un perro viejo y, aunque


simpatizaba con el emperador, optaba por conservar
la neutralidad. De hecho, quizá fuera Farnese el
hombre adecuado. Incluso la ventaja estaba ahora de
su parte.
Giulio se enteró de estas reflexiones, que
circulaban entre los cardenales, pues muchos
expusieron su opinión en su presencia. Solo hacía
falta que se produjera una muerte o que alguien
cayera gravemente enfermo para que cundiera el
pánico y Alessandro Farnese saliera elegido. No
había duda: los estertores durante la noche habían
sido estremecedores.
En la mañana del 12 de noviembre Giulio se
vio obligado a vomitar en un cubo sucio. Llamó a
Pucci, su hombre de confianza, que tosía hasta casi
expulsar los pulmones de su cuerpo y llegaba para
informarle de que uno de los franceses no
aguantaría más de dos días «sin estirar la pata».
Giulio contestó escupiendo de nuevo al cubo.
—Sessa está trabajando... ¡contra ti!
Giulio sufrió una nueva arcada.
—Escucha, Giulio —graznó Pucci—. Déjalo.
Permítenos votar a Alessandro. Al fin y al cabo,
sigue siendo tu amigo, y un amigo de la familia.
No te guardará rencor porque no lo hayas
634
LA HIJA DEL PAPA

apoyado. Es un hombre de mente fría y entiende las


maniobras tácticas. Sin duda te permitirá
conservar la vicecancillería y adoptará nuestra
política.
—No —dijo Giulio, pero él mismo se dio
cuenta de lo irreflexivo que sonaba.
—Giulio, se racional. Tenemos que ponerle
fin. ¿De verdad te gustaría que Colonna, u
Orsini, o incluso Soderini salieran elegidos?
¿U otro nuevo bárbaro? No lo conseguirás. La
oposición es demasiado grande.
Giulio se limpió la boca y suspiró.
—Quizá tengas razón.

635
FREDERIK BERGER

Capítulo 55

Roma, palazzo Farnese – Campo de Fiori 12


de noviembre de 1523

En el palazzo Farnese reinaba, al igual que en


el resto de Roma, una atmósfera agitada. Apenas
se trabajaba, pero tampoco había demasiados
robos: Pierluigi recorría a diario el palacio con la
daga al costado, inspeccionando los camastros de
los criados. Ninguno había olvidado su brutal
ataque durante el último cónclave, ni la
deformación del hermoso Antonio que, por
suerte, no había muerto, y sin embargo le había
jurado solemne venganza, por lo que se había sabido
por un mozo de cuadras.
Cada dos o tres días estallaban todos de gozo,
pues se extendían como la pólvora rumores acerca
de la elección de su Eminencia, el cardenal
Farnese.
Poco después llegaba el desmentido, y la
población se arremolinaba en el borgo Vaticano y
en la plaza de San Pedro para averiguar algo más.
También Ranuccio escuchaba los rumores y
636
LA HIJA DEL PAPA

noticias, en la mayoría de los casos a través de


criados o doncellas, en cuyos rasgos se podía
deducir el resultado antes de que llegaran a abrir
la boca. Sin embargo, se alegraba cada día en que
su padre no resultaba elegido, pues podía visitar
a su Virginia sin molestias, y continuar con los
preparativos de su plan.
Constanza y Pierluigi salían con frecuencia,
intercambiaban mensajes con su padre o
controlaban a la famiglia; Bosio y Girolama se
ocupaban de los niños, no sin sentarse todos juntos
por las noches y lamentarse de su subestimado papel
en la casa Farnese. La madre permanecía en su
vivienda de la via Giulia y Baldassare se
preparaba para partir a Capodimonte para avisar a
la abuela Farnese de las buenas noticias. Sin
embargo, el padre no acababa de ser elegido.
Baldassare señaló a Ranuccio que su tía Giulia
se encontraba ya en Capodimonte para prestarle
los cuidados que su madre requería a tan avanzada
edad. Se lo había comunicado por carta. Las dos
mujeres no se encontraban demasiado bien de salud,
por lo que las nuevas triunfales de su hijo y
hermano, respectivamente, serían como un bálsamo
sanador.
—¿No quieres acompañarme, Ranuccio? —le
637
FREDERIK BERGER

preguntó—. Podrías darle tú mismo a tu abuela la


noticia. Hace mucho que no ve a sus nietos.
Ranuccio agitó decidido la cabeza.
Baldassare lo miró con ojos interrogantes,
escépticos, pero no del todo carentes de
comprensión, y se acarició la abultada barriga.
Ranuccio sonrió inseguro y tuvo que escuchar
cómo su maestro declamaba con teatralidad los
mismos versos que él le había compuesto a
Virginia.
«¡Eras tan bella, tan buena, tan adorable, tan
pura!
Me sentí volver mejor, más limpio, me creí
estar en el Paraíso».
Ranuccio ocultó la cara entre las manos.
—Prefieres vagar por el paraíso de la inocencia
perdida en lugar de darle un beso en la mejilla a
una abuela vieja y solitaria en su castillo plagado de
cuervos, ¿verdad, hijo mío?
El joven asintió ligeramente.
—Sí, nuestro ángel de ojos de carbón, los
ojos de un pecado negro como la noche, nuestra
ave del paraíso, que compone versos de tanta
belleza... Una cortesana. Quizá sea lo más
conveniente para un futuro prelado eclesiástico.
Una cortesana no se casa. Al menos no según las
638
LA HIJA DEL PAPA

reglas —Baldassare suspiró y se alisó la ropa


sobre el abdomen.
—Voy a ser condottiere —repuso Ranuccio,
obstinado.
Ya le había explicado a Baldassare en
numerosas ocasiones, pero aquel barrigudo estúpido
no le tomaba en serio. Sin embargo, quería que su
maestro le ayudara a convencer a su padre.
No obstante, nadie lo ayudaba, por lo que había
decidido marcharse a Venecia en cuanto pudiera,
buscar allí educación y ofrecer a los venecianos
sus servicios. La ciudad de la laguna siempre
necesitaba soldados, y pagaba bien. Giovanni se lo
había contado, y también le había hablado del
duque de Urbino, que entretanto había llegado a
ser capitano generale de la república, un hombre
inteligente, si bien no demasiado apasionado o
arrojado.
—Un típico cunctator. Posee demasiados
libros y una mujer demasiado instruida, algo molesto
en la profesión militar. Pensar demasiado te
vuelve débil y paliducho. Querido Ranuccio,
detente un momento a recitarle los llorones
versos de Petrarca, a la mujer de Francesco María,
Eleonora, hija de Gonzaga, y ella aguzará los oídos
y hablará maravillas de ti a su marido.
639
FREDERIK BERGER

Ranuccio había reflexionado mucho acerca de


su plan y del consejo de Giovanni. Quería
abandonar Roma mientras aún se celebraba el
concilio. No confiaba en su padre y en su
magnanimidad. Quería hacerle ordenarse y
marcharse a un convento.
Ranuccio quería evitar ese riesgo.
El 1 de octubre, durante la gran tormenta, le
había hablado a Virginia del tema por primera vez.
Las fuerzas de la naturaleza se debatían en el
exterior, Júpiter y Neptuno luchaban entre sí y
mostraban su rencor al Dios cristiano, sobre todo
sobre Roma, que había producido tantos hijos
desobedientes. Virginia tenía miedo. Los rayos
impactaban contra los tejados y chimeneas de las
cercanías, se oía a las cabras balar, se iniciaban
fuegos que la lluvia aplacaba casi al instante.
Incluso Maddalena se arrodilló para rezar.
Virginia se abrazó a él, y él se abrazó a Virginia.
El rostro de la joven se iluminaba y apagaba
una y otra vez, y cada vez era más hermosa que la
anterior. Él la besó en la boca, y ningún rayo los
fulminó. Sus lenguas jugaron, traviesas.
Cuando un relámpago cayó directamente en
la casa vecina y la tierra parecía temblar, los dos
cayeron juntos, afortunadamente sobre la ancha y
640
LA HIJA DEL PAPA

blanda cama de Virginia.


Entonces, ya no hubo marcha atrás.
Hasta entonces, nunca se había atrevido a tocar
realmente a Virginia, aunque con frecuencia le
ocurría lo mismo que Maddalena había logrado
provocar con sus hábiles dedos. Su inseguridad lo
hacía retener a su desenfrenada y efervescente
«comadreja», como Virginia había dado en llamar
a su miembro viril de forma muy poco acertada, de
salir e introducirse allí donde realmente
pertenecía. Temía que explotara como le ocurría
en ocasiones a la pólvora de los cañones y los
arcabuces, tal y como Giovanni le había contado.
Explotar, y herir a Virginia. No literalmente, pero
desde luego sí temía hacerle daño a Virginia, aun
cuando hacía tiempo que hubiera dejado de ser
virgen.
Quizá su inseguridad residía precisamente
en su virginidad truncada: en que otros hombres,
hombres experimentados, la hubieran tomado, la
hubieran comprado. Virginia era una prostituta, al
igual que su madre, aun cuando se hiciera llamar
con el ostentoso epíteto de cortigiana, como si
perteneciera a la corte del Papa, curiam sequens,
como si siguiera a la curia como la mujer de un
cuartel. Debería hacerse llamar Ranutium sequens,
641
FREDERIK BERGER

Ranutium Farnesium sequens, y seguirlo a Urbino


y Venecia como su amante, y finalmente como su
esposa. Virginia podría entrar al servicio de la
duquesa de Urbino como dama de compañía
instruida en poesía y música, y él al del duque
Francesco María como capitano.
A quien se enamora pronto, el amor le quema
el corazón y nunca le deja marchar. Eso le había
dicho Baldassare en una ocasión, para
posteriormente sonarse la nariz de forma ruidosa.
Finalmente le siguió, como era su costumbre, una
cita de Terenci o: amantes amentes. Si se ama a
ciegas, el enamorado se comporta como un loco.
«Y sin embargo, hijo mío», le había dicho, y de
nuevo se había sonado, «sin embargo ella es tan
dulce como un higo maduro, como dorada meloja,
como azúcar cande...».
No, ya no había marcha atrás. El claro cuerpo
de Virginia quedó iluminado por un relámpago.
Su pecho pequeño y prieto con pezones rosados.
Sus profundos ojos negros. Los muslos abiertos,
con aquel triángulo oscuro entre medias.
Virginia quiso ayudarlo con sus hábiles dedos,
y pronto todo había pasado.
El rayo resonó por toda Roma, crujió en las
vigas, el viento aulló por la chimenea hasta apagar
642
LA HIJA DEL PAPA

hasta la última vela.


Ranuccio permaneció tendido sobre Virginia,
le besó el pecho. Ella le acarició el pelo.
Las suaves colinas bajo la luz resplandeciente,
la negrura de la noche, la negrura del futuro.
De nuevo su cuerpo, como de mármol. Ella le
sonreía, él enrojeció.
Sintió como el amor le abrasaba el corazón.
Hasta que su «comadreja» volvió a la vida.
Virginia adivinó sus pensamientos, o más bien, fundió
sus pensamientos con los suyos propios.
—¿Es una varita? —susurró ella—. ¿No es
una lanza, ni una espada? —como él negaba con
la cabeza, ella insistió—. ¿Ni un puñal?
Él le cerró los labios hasta que les faltó el
oxígeno. Entonces, ella susurró al oído:
—¿Has oído sonar las campanas?
Él negó con la cabeza, pues por el momento
solo había oído a los truenos retumbar, estallar,
bramar.
—¿Y si toco un poco la flauta?
—¿Ahora? —preguntó él, atónito.
—¿No? —ella soltó una risilla traviesa—.
Entonces deja saltar a tu comadreja. O mejor
todavía, haz que se meta en su cálida madriguera.
Sí, la comadreja estaba inquieta, se había
643
FREDERIK BERGER

levantado, lentamente erguida, acechando. Pero,


¿habría algo que cazar? ¿Un ratoncillo? Se
introdujo con cuidado en la madriguera.
Ranuccio intentó mirar a Virginia a los ojos.
Sin embargo, los relámpagos iluminaron solo sus
párpados mientras ella respiraba con pesadez.
—Volemos como las grullas —susurró ella tras
un instante.
—¿Como las grullas?
De hecho, parecían estar a punto de alzar el
vuelo, con sus cuerpos temblando, agitándose,
apretándose el uno contra el otro.
—¡Quédate conmigo! —suspiró lla.
—Sí, ¡siempre!
Su respuesta fue un gemido, un quejido tembloroso,
abrió los ojos de par en par y miró hacia arriba,
bajo el resplandor de los rayos, como si estuviera
muerta.
—Huiremos juntos a Venecia.
—Sí, a Venecia. Juntos. Y nunca más nos
separaremos.
Los días siguientes se sucedieron nuevos
vuelos de grulla. Finalmente, él acabó por entender.
Las campanas también sonaron, una y otra vez,
agitando su badajo, resonando y estallando.

644
LA HIJA DEL PAPA

Y la comadreja prosiguió su interminable


búsqueda de ratones en la profunda madriguera.
Ranuccio apenas pasaba por su casa, y solo
esperaba que el cónclave durara para siempre.
Maddalena los observaba escrutadora y se
encerraba en sí misma, en algunos días incluso
se desesperaba cuando ambos se sentaban juntos
a comer nueces. En algunas ocasiones, hablaban
del padre de Ranuccio, y Maddalena señalaba:
—Si es elegido, viviremos tiempos dorados.
En cualquier caso, si abole el celibato, nos
encontraremos como en casa —y dicho esto, miró
a Virginia, que no prestaba atención a sus
palabras, había cogido un laúd y cantaba una
sonata.
Maddalena parecía seguir reflexionando:
—Sin embargo, si el cardenal Medici es el
elegido... En cualquier caso, está en deuda con
nosotras. No querrá que aireemos su plan contra el
Papa muerto.
Virginia dejó el laúd a un lado, cogió a
Ranuccio de la mano y lo metió en su habitación.
En la clara mañana del 12 de noviembre
buscó a Giovanni de Medici, que se encontraba por
breve tiempo en Roma, y le preguntó si podía
dejarle dinero y escribirle una carta de
645
FREDERIK BERGER

recomendación. Para Francesco María, su esposa


Eleonora y el dux, con el propósito de formarse
como capitano en Venecia.
Giovanni rio y le escribió una breve misiva,
que selló.
—¿Ducados? Será mejor que expoliemos las
arcas del tío Giulio... Yo mismo apenas tengo —
dijo, y entonces pasó la mirada por el cuerpo de
su amigo—. Eres delgado...
—... Y rápido —se apresuró a responder
Ranuccio—. Lo que me falta en fuerza, lo
compenso con rapidez y habilidad. Y soy un
arquero excelente.
—Escucha, la guerra con Francia no
terminará de aquí a mañana, y yo tengo que regresar
a mi cuartel lo antes posible. Te llevaré conmigo,
como mi paggio. Te mostraré todo lo que debes
aprender. Y cuando nos encontremos con el duque
de Urbino y los venecianos, les hablaré bien de ti.
—Pero me gustaría llevar a Virginia
conmigo...
Giovanni rio, burlón.
—¿A tu pequeña cortesana? ¿Para ti solito?
Exiges mucho, hijito. ¿Qué crees que dirá tu padre
cuando se entere de nuestros negocios... sobre
todo si se convierte en Papa? Extenderá su largo
646
LA HIJA DEL PAPA

brazo hasta donde estés y te hará regresar.


Antes de que Ranuccio pudiera replicar, el
semblante de Giovanni se tornó serio.
—Preferiría no estropear las cosas con tu
padre y no sacarte de Roma. Mucho menos con
una cortesana. Cuando los hombres están en el
campo de batalla, las mujeres no hacen sino
estorbar. Entiéndelo, las mujeres pertenecen a la
casa, donde deben traer al mundo niños sanos.
Hazle una criatura a tu pequeña Virginia y déjala
en Roma; tu padre se alegrará...
Ranuccio comenzó a rogarle a Giovanni que le
llevara consigo, o que al menos le prestara dinero.
Giovanni torció escéptico la boca.
—Entonces, me iré solo con Virginia —
exclamó, obstinado, Ranuccio.
Giovanni aún parecía indeciso.
—Sin embargo, si es el tío Giulio quien se
convierte en Papa, entonces no se tomará a bien que
le haya estado quitando dinero. No, no puedo darte
dinero, de ningún modo, róbale las arcas a tu padre
o pídele prestados un par de ducados a
Maddalena, la gran prostituta, como una especie de
dote —no pudo evitar echarse de nuevo a reír y
agitar la cabeza—. Ven conmigo, Ranuccio, ¡pero
sin Virginia!
647
FREDERIK BERGER

648
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 56

Roma, Vaticano, capilla Sixtina – 19 de


noviembre de 1523

Hacía ya semanas que estaba reunido el


cónclave, y la elección de Alessandro era cuestión
de días, particularmente desde que Sessa había
cambiado de parecer y el hombre de confianza del
emperador dentro del colegio cardenalicio había
revelado que ya no apoyaba a Giulio de Medici,
sino a Alessandro Farnese. Éste le había
prometido cientos de miles de ducados a cambio
y así, había terminado por llevar a cabo lo que
siempre había tratado de evitar: el soborno. Y ni
siquiera estaba seguro de que Sessa fuera un
partidario honrado.
En cualquier caso, Giulio parecía al borde
de sus fuerzas. Lorenzo Pucci había trabajado por él
de forma incansable, y en una conversación con
Alessandro había afirmado que su viejo amigo
Giulio no tenía posibilidad ninguna, pues no solo
tenía en su contra la facción de los franceses, sino
que además el odio de sus enemigos personales era
649
FREDERIK BERGER

demasiado acérrimo. Solo tenía que pensar en


Soderini y Colonna: el uno, un intrigante; el otro, un
militar. Por eso, tras la reconversión de Sessa, le
había recomendado a Giulio que le otorgara
finalmente su voto a su viejo amigo Alessandro,
dando por supuesto que así conservaría su puesto
de vicecanciller.
—No soy rencoroso —repuso Alessandro.
Iba a hablar entonces de su juventud juntos y
sus viejos vínculos, cuando Pucci porfió, con ojos
afilados.
—Rencoroso... ¿por qué? Alessandro no tenía
ningún
deseo de iniciar una nueva discusión en torno a los
últimos acontecimientos, así que optó por referirse a
la insoportable situación en la Sixtina, a comentar
que de Grassis estaba ya a las puertas de la muerte,
que el Espíritu Santo hacía tiempo que había
hablado y que Giulio podría sucederle como Papa
sin dificultad...
Mientras hablaban, no se había dado cuenta de
que Giulio se había aproximado, y de que
probablemente hubiera entendido sus últimas
palabras. Pálido y molesto, se mantenía de pie
junto a él.
—Ya no se trata de quién es el mejor —le dijo
650
LA HIJA DEL PAPA

Alessandro—. Eso lo sabes, Giulio. Los dos somos


los mejores. Se trata del odio de Soderini y
Colonna.
Giulio exclamó alzando la voz, como si pudiera
confiar en él, dadas las circunstancias:
—No, se trata de que la mayoría piensa que soy
un partidario acérrimo del emperador. Sin
embargo, como Papa, es necesario ser neutral.
Naturalmente yo también adoptaría una política
equilibrada, exactamente igual que tú.
Alessandro se dio cuenta de por qué Giulio se
estaba expresando en un tono tan inusualmente
elevado. Un buen grupo de cardenales se había
reunido a su alrededor, probablemente porque
esperaban un acuerdo, y con él, una decisión.
Giulio los dejó exactamente donde estaban, se
abrió paso entre los oyentes hasta el cardenal
francés Clermont, con el que hasta entonces no había
hablado nunca, al menos no en presencia de
Alessandro. Pucci siguió a su señor, y otros más
le pisaron los talones a Pucci.
Alessandro oyó de pronto cómo Soderini se
reía, y al volverse, lo vio con Giacobacci, el
candidato de Colonna, y a los cardenales
volviéndose los unos hacia los otros, formando
grupos inusuales mientras él permanecía solo.
651
FREDERIK BERGER

Cuando, más tarde, logró hablar con Pucci, éste


se mostró distante, y le explicó a toda prisa que
Giulio había renunciado a su postura
estrictamente imperial y, como pastor superior y
estadista, y en lo concerniente a la paz, abrazaba
la neutralidad. Además, a Giulio le unía con sus
partidarios una amistad tan intensa, que no se
trataba tanto de posturas políticas como de
vínculos personales.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó
Alessandro.
—Al parecer Sessa tiene mucha menos
influencia de lo que él creía —le respondió Pucci,
tras guiñarle el ojo y desaparecer de inmediato en la
celda de Giulio.
Alessandro durmió muy mal por la noche. Le
picaba todo: probablemente un ejército de piojos
se paseaban por su anatomía. No quería ni
pensar en las chinches nocturnas ni en las saltarinas
pulgas diarias. Tampoco en el hedor.
Sorpresivamente, en aquella ocasión no había
padecido problemas respiratorios, pero sí
probablemente una fiebre que no quería remitir,
haciéndole sentirse al mismo tiempo muy débil.
Cuando la mañana lo liberó de sus extraños
sueños, se sentía destrozado. Afuera reinaba ya
652
LA HIJA DEL PAPA

la actividad, su ayuda de cámara había vaciado su


cubo y le había colocado un nuevo, además de
traerle agua y una muda limpia. Y sin embargo, no
podía levantarse. En sus sueños moría siempre
alguien, y él no sabía quién era, pero aullaba y
gritaba y gemía, en vano, y no llegaba a descubrir
quién había muerto, pero en la plaza de San Pedro
resonaba el «habemus Papam», y el pueblo gritaba
de satisfacción.
Sin embargo, recordó que habían elegido a
Colonna y cerró los ojos.
Debía haberse dormido de nuevo, pues
cuando creyó estarse levantando, oyó: «Debes
cumplir con el pacto».
Y vio al pálido y dulce Paolo con los ojos
vacíos, ante él.
Probablemente todo había sido un sueño. El
ayuda de cámara se agachó preocupado sobre
él, le acercó un vaso de vino diluido, le sostuvo
una bandeja con aceitunas, y lentamente Alessandro
fue incorporándose. Bebió, comió las aceitunas, royó
los pedazos de pan seco y los bordes del queso
y de pronto supo que todo lo que hacía era una
locura. Sí, se encontraba en medio de un atajo de
locos. Todos ellos, la curia romana al completo,
tan arruinados y hambrientos como estaban tras el
653
FREDERIK BERGER

pontificado de Adriano, recluidos en los muros


vaticanos y en sus propios y ostentosos palazzi,
apartándose de la gente sencilla cuando en
realidad deberían acercarse a los creyentes,
amurallándose, encapsulándose, amortajados en su
propio jugo. El propio cónclave era el ejemplo
vivo de lo dicho, pues los consagrados
mensajeros de la Iglesia no mantenían contacto
con el mundo real, dejaban a la cristiandad sola sin
mirar atrás, para ocuparse de sus propias
pretensiones y apetencias. Al final de aquel juego
de poder y aquella guerra de intrigas, se les
decía: «Alegraos, el Espíritu Santo ha hablado».
Había sido una absoluta locura que Adriano, que
había surgido de una elección demente, tanto en
lo mental como en lo espiritual, hubiera visto en
ello un reflejo de la voluntad de Dios y de la
inspiración del Espíritu Santo. Adriano había
sido el Papa más piadoso de los últimos tiempos
y también el más loco, precisamente por eso.
Probablemente el siguiente Papa, o incluso él mismo
en un par de años, llegaría a creer que se trataba
de la consecuencia de un acto de Dios.
Cuando Alessandro penetró en el pasillo central
de la Sixtina, y se dirigió a la zona del altar, en el
que estaba Giulio, reunido con todos sus
654
LA HIJA DEL PAPA

partidarios, se dio cuenta de las llamativas miradas


inseguras que le dirigían. Le saludaban con mayor
brevedad que de costumbre. Lo evitaban.
No lejos de Giulio, vio al francés Clermont
hablando con Colonna. Junto a él se encontraba
Soderini, escuchando.
Giulio saludó a Alessandro con una sonrisa. Una
sonrisa falsa.
Grassis rompió a toser de tal forma que
parecían estertores, hasta que finalmente acabó
vomitando en medio del pasillo y perdiendo la
consciencia. Su criado lo llevó hasta su celda.
—¿A qué día estamos? — preguntó
Alessandro a Armellini, que casualmente se
encontraba a su lado.
—A 17 de noviembre. Hoy se tomará una
decisión.
¿Una decisión? Sí, por fin. Alessandro se
preguntó mentalmente cómo pensaba pagar los
cientos de miles de ducados que le debería a Sessa
y a su gente, pues su diócesis de Frascati no
proporcionaba semejantes beneficios. Incluso para
el Papa sería imposible. Tendría que alquilar o
vender su palazzo...
Colonna estaba fuera de sí, agitaba los
puños y bramaba una y otra vez:
655
FREDERIK BERGER

—¿Orsini, Orsini?
Alessandro lo miró: Colonna abandonaba la
pared oriental de la Sixtina, se dirigía
apresuradamente a Clermont y seguía vociferando:
—¿Orsini? ¿Franciotto Orsini, el lacayo de los
franceses y enemigo del emperador Orsini? ¿Ese
miserable hijo de puta?
Giulio estaba vuelto hacia Clermont, pero
aclaró con voz firme:
—Sí, querido Pompeo, mi viejo amigo
Franciotto Orsini. Sería un Papa digno, de eso
estoy seguro.
Colonna alzó las manos como si quisiera
golpearlo, pero Giulio no solo no reculó, sino
que incluso le dedicó una sonrisa sardónica.
Cuando Colonna lo agarró de la sotana y comenzó
a arrastrarlo hacia su celda, Giulio no cedió. Se
liberó de la mano de Colonna con un gesto de la
mano, como si quisiera espantar a una mosca
molesta.
—Vayamos mejor a mi celda, Pompeo, bajo
el hermoso fresco de La entrega de las llaves a
San Pedro.
Colonna accedió entonces a seguirlo.
—¿Qué está ocurriendo aquí?

656
LA HIJA DEL PAPA

—Alessandro miró interrogativo a Lorenzo Pucci,


que hacía guardia en la puerta de Giulio.
—Es la resolución —respondió Pucci, sin
lograr mantenerse todo lo frío y sereno que
pretendía—. Lo siento mucho, Alessandro —añadió.
—¿Qué es lo que sientes? —por supuesto,
aquella no era más que una pregunta retórica,
destinada a proporcionarle a Alessandro tiempo
suficiente como para asimilar la nueva situación.
—Verás, será mejor que el propio Giulio te
lo explique. Es un duro contendiente y no quería
rendirse y cederte el pontificado. Se considera a sí
mismo el mejor.
Alessandro dejó a Pucci donde estaba y se
dirigió hacia su celda andando como un pato.
Sentía como las miradas de sus compañeros, en
algunos casos tintadas de lástima, le quemaban la
nuca, y sabía exactamente lo que estaban pensado:
allí va el perdedor.
Por la tarde, finalmente entendió lo que había
ocurrido: Giulio de Medici había declarado su
neutralidad política; Clermont, por solicitud
expresa y secreta de Giulio, había propuesto
repentinamente como candidato a Orsini, el
archienemigo de la familia Colonna. El odio de
Colonna por los Orsini era notablemente superior
657
FREDERIK BERGER

al que experimentaba por los Medici, por lo que


comenzó a dudar repentinamente, y a cambiar de
dirección. A ello contribuyó la promesa de Giulio
de, no solo amnistiar completamente a Soderini,
sino además proporcionarle a Colonna seis mil
ducados de beneficios anuales, transferirle el
viejo palazzo de Riario y nombrarle vicecanciller.
Colonna convenció a su gente de que votara
a Giulio, considerándolo un mal menor.
La noche del 17 de noviembre, Alessandro oyó
desde su celda como el recuento ascendía a
veintisiete votos. Además de Colonna, estaban
Giacobacci, Cornaro, Pisano, y finalmente el
medio muerto Grassis y Ferrero se habían unido a la
facción. Así se obtuvo la mayoría de dos tercios
de votos.
El 18 de noviembre, tras una noche infernal,
se realizó un escrutinio con el que asegurar el
resultado, se estableció por escrito la amnistía de
Soderini y se registró el concierto de votos
favorable a Giulio: sus beneficios cardenalicios
quedarían repartidos entre sus votantes.
Sus enemigos de la facción francesa cedieron
también. Finalmente, solo quedaba Alessandro por
dar su voto al Medici. Agitó la cabeza, pero Giulio
se dirigió a él, le sonrió, e incluso sus ligeramente
658
LA HIJA DEL PAPA

oblicuos ojos parecieron mirarlo directamente.


Entonces, lo abrazó con fuerza, incluso con
sinceridad.
—Tenía que ser el mejor —le susurró Giulio
al oído.
—Será el mejor —respondió Alessandro en
voz alta, y constó en acta que él también daba su
voto al cardenal Medici.
Una nueva y espantosa noche en la Sixtina.
El 19 de noviembre se repitió de nuevo la
votación, para mayor seguridad. Finalmente, se
anunció a la expectante población que se
arremolinaba en la plaza San Pedro e l Annutio
vobis magnum gaudium: Habemus Papam. El
cardenal Giulio de Medici había sido elegido
nuevo Papa y recibiría el nombre de Clemente
VII.
La población estalló de alegría.

659
FREDERIK BERGER

Capítulo 57

Roma, plaza de San Pedro – 19 de noviembre


de 1923

Cuando se nombró al cardenal Giulio de


Medici, y el gentío arremolinado en la plaza de
San Pedro rompió en gritos de alegría, Constanza
emitió un agudo chillido y creyó caer inconsciente.
Pierluigi, que estaba blasfemando con fiereza, la
sostuvo a tiempo. Su madre, pálida como un muerto,
la cogió de la mano. Constanza le gritaba desde lo
más profundo de su alma herida a un Dios que
parecía reírse de ella o bien castigarla, a través
del júbilo que se experimentaba a su alrededor.
Aquella gente que poco antes se había alegrado
por el supuesto nombramiento de su padre festejaba
ahora con sus vivat, el encumbramiento del
embaucador Giulio de Medici. Resultaba increíble
que aquel endemoniado codicioso hubiera logrado
arrebatarle la victoria segura a su padre en el
último momento. ¡Era increíble que Dios lo
permitiera!
Constanza sollozó, gimió, lloró desesperada.
Había rezado, había compensado la falta de fe
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LA HIJA DEL PAPA

de su padre, había reprimido sus antiguas dudas en


Dios nuestro Señor, había orado más de lo
prescrito, se había confesado a diario y había
acudido a misa, o como mínimo a los rezos, y
cuando el cónclave se había prolongado, incluso
había empeñado sus joyas para comprar indulgencias
que perdonaran los pecados de su padre y para
adquirir reliquias. Había peregrinado a siete
iglesias patriarcales para rezar allí por su
progenitor y rogar que la espera llegara a su fin.
Todo en vano.
¿Por qué Dios debía castigarla de aquella
manera? «¿Por qué?», se preguntaba, mientras se
golpeaba la frente con los agudos nudillos.
¿Dónde estaba su justicia? Cuando, hacía casi dos
años, había salido elegido Adriano, ella lo había
interpretado con posterioridad como una forma de
castigo divino; que lo hubiera requerido ante su
presencia sin haberle permitido completar su obra
ni remotamente, resultaba menos comprensible;
pero que tras ese torturador cónclave, en el que su
padre había estado a punto de salir elegido en
dos ocasiones, fuera finalmente un arribista
codicioso el que se sentara sobre la cátedra de
San Pedro, era algo que, simplemente, no podía
asumir.
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FREDERIK BERGER

No, Dios Padre debía estar recluido en las


profundidades de la gloria, donde los coros de
ángeles lo lisonjeaban con sus cánticos de
alabanza, donde no veía nada de los impíos sucesos
que se estaban produciendo en su hogar terrenal en
Roma, donde podía reflexionar con calma sobre
los castigos que debía imponerles a los romanos:
pecadores, hipócritas, traidores.
Mientras tanto, el diablo le había arrebato el
cetro. Expulsaba a los misericordiosos del altar de
San Pedro y desataba la ruina encubierta que
constituían sus seguidores, para sentarlos sobre el
trono papal.
A Constanza solo le quedaba sollozar. ¿Dónde
estaba su Dios, su Dios personal y propio, que la
había consolado en horas de pesar y
desesperación? Ella se había consagrado a Él, era
su sierva sincera y sin embargo Él la había
abandonado, como había abandonado a su padre.
¿O simplemente enviaba a aquel mensajero del
diablo para que, tras los estragos que pudiera
causar, su padre accediera al trono como el
resplandeciente salvador de la cristiandad?
Aquel pensamiento le permitió albergar un
vestigio de esperanza.
Giulio de Medici, el nuevo papa Clemente VII,
662
LA HIJA DEL PAPA

se presentaba ya ante el pueblo desde la logia de


las bendiciones. Las salvas y expresiones de
alegría le impactaron de lleno. Constanza oyó
cómo la exultante multitud exclamaba:
—¡Ahora volverán los tiempos de León!
—Por fin se acabó sufrir a un avaro, ¡un
Medici! ¡Un rico Medici!—gritó un hombre con un
vaso de vino en la mano, que un vendedor
ambulante de vino y agua le había llenado.
—Sé lo campechano que es — afirmó una
mujer—. Mi hermana trabajaba de doncella en su
palazzo. Es un hombre del pueblo.
—Un Papa razonable, que meta en cintura a los
extranjeros.
—¿A los franceses?
—¡Y a los españoles! No es ningún
limpiabotas imperial.
—¡Vivat Clemens! ¡Vivat Medici! ¡Palle,
palle!
Constaza quiso marchar a casa y Pierluigi
representó con un gesto que se cortaba el cuello,
pero de pronto soltó un grito. Señaló a la logia,
donde su padre se encontraba en pie junto a Giulio,
pálido, delgado, serio.
—¡Vivat Farnese! —bramó, aunque su
exclamación quedó sofocada por el griterío a su
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FREDERIK BERGER

alrededor—. ¡Mataré a ese hijo de puta de Medici!


—su voz se quebró y casi nadie de los presentes
reparó en sus palabras.
—¿Podemos irnos? —preguntó la madre—. Ya
no hay nada que podamos hacer por vuestro
padre, más que recibirlo con amor y compasión.
Necesita calma, sueño y un largo tiempo de
reflexión. Debemos preocuparnos porque no muera
de pura desesperación.
Constanza rompió de nuevo a sollozar.
—¿No vamos a esperarlo? — preguntó
Pierluigi—. Si lo acompañamos, el camino de vuelta
a casa le será más fácil.
Constanza asintió y cogió la mano de
Pierluigi. Se sorprendió de que el más grosero y
palurdo de sus hermanos mostrara una repentina
comprensión por las necesidades de su padre, al
contrario que su favorito y sucesor Ranuccio, que
había abandonado Roma poco antes. Ella sabía a
ciencia cierta que la desaparición de Ranuccio le
causaría a su padre tanto o más dolor que la
decepción de haber perdido de nuevo la elección.
Ranuccio había decidido, a pesar de su
juventud y en contra de la voluntad de su padre,
entrar al servicio de Venecia y convertirse en
condottiere. Incluso había intentado desaparecer
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LA HIJA DEL PAPA

en secreto, pero por fortuna había ido a visitar a su


madre por última vez y se lo había intentado explicar
todo. Ni siquiera ella había logrado detenerlo en su
empeño.
Cuando Pierluigi descubrió la desaparición
de Ranuccio no se mostró particularmente
sorprendido, pero sí lacónico. Admitió haber oído de
boca de Giovanni, il Diavolo, que el pequeño
Ranuccio Farnese tenía grandes planes bélicos,
pero no, no los conocía con exactitud. Giovanni se
había tenido que marchar, pues los franceses estaban
asediando Milán y era necesaria la presencia de su
capitano. Además, creía que Ranuccio regresaría
pronto con el rabo entre las piernas, pues al fin y al
cabo no era más que un llorón enclenque poetucho
que, por lo que se rumoreaba entre el servicio y por
el barrio, estaba enganchado a una cortesana.

Constanza se vio expulsada repentinamente de


sus pensamientos cuando se dio cuenta de que un
hombre barbado, de ropas oscuras, se había
detenido a hablar con su madre. Pierluigi los
observaba con desconfianza. ¿Sería un peregrino?
Hablaba el dialecto romano con corrección,
pero también con un fuerte acento. No era ningún
bárbaro del norte, tal vez un francés, o un
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FREDERIK BERGER

provenzal. Y tampoco un peregrino, quizá un


comerciante.
—¿Ya no me reconoces, mi venerada Silvia?
—le sonrió el hombre a su madre—. Soy el viejo
amigo de Alessandro, Hugues Berthon, Ugo
Berthone... De la Provenza, de Luberon.
—Sí, ¡por supuesto! —una sonrisa de
reconocimiento iluminó el rostro de la madre—.
¡Oh, cuánto hemos envejecido todos! Por eso no
os... ¡Qué casualidad! ¿Qué estáis haciendo aquí,
signore? Dios, ¿cuánto tiempo hacía que no nos
veíamos?
—Los niños aún eran pequeños... —repuso él,
mirando a Pierluigi e inclinándose con cortesía.
—Esta es mi primogénita, Constanza, y este
es mi hijo mayor, Pierluigi.
Ellos respondieron a su reverencia repitiendo
el gesto.
—Qué momento más doloroso para el
reencuentro —exclamó el provenzal—. Hace un
tiempo que estoy en Roma y ya iba a volver a mi
patria, pero antes quería desearle buena suerte a mi
amigo Alessandro en la merecida consecución de su
tan perseguido deseo y sin embargo...
¿Quién lo habría pensado?
—Sí, quién lo habría pensado—la sonrisa de
666
LA HIJA DEL PAPA

la madre se había vuelto rígida—. Oh, Ugo, cada


vez lo recuerdo mejor...
Ella le cogió una mano, y él tomo las dos
entre las suyas y se las llevó a los labios.
—He oído que el cardenal Farnese es el
cabeza de una gran familia feliz, con hijos,
nietos, un enorme palazzo...
La madre le dedicó una sonrisa dolorida,
mientras el provenzal le sostenía aún la mano.
—De camino a Roma pasé por Montefiascone
e hice un pequeño rodeo para visitar Capodimonte
— dijo él—. Allí me encontré con Giulia, la
hermana de Alessandro.
—Sí, oí hablar de ti. Baldassare, el antiguo
maestro de nuestros hijos, escribió desde
Capodimonte...
—Giulia no está demasiado bien... Y creo
que la anciana dama está a punto de despedirse
de este mundo.
La madre soltó la mano y Constanza se dio
cuenta de la repentina lucha interior que ella
vivía.
—¿Qué dirá Alessandro...? No sabe nada... Su
madre siempre quiso verlo sentado sobre el trono
papal: era su obsesión, el sentido de su vida.
—Lo sé —dijo el provenzal con gesto serio—.
667
FREDERIK BERGER

Y Giulia no ha vuelto a ser verdaderamente feliz


desde los tiempos de los Borgia. Ni siquiera el
matrimonio de su hija Laura...
—Laura es una persona callada y encerrada en
sí misma, casada con Nicola della Rovere, un
sobrino del antiguo Papa.
El provenzal asintió, aun más cariacontecido
que antes, absolutamente turbado.
—Oh, Giulia —suspiró la madre—. Durante
nuestra juventud fuimos íntimas amigas, estuvimos
juntas en el convento... Hijos, vayámonos a casa,
ya no soporto tantas muestras de alegría.
Constanza miró hacia la logia de las
bendiciones, desde donde el nuevo Papa saludaba y
bendecía a la multitud. Su padre había
desaparecido.
—Pásate hoy por la noche por el palazzo
Farnese, querido Ugo; Alessandro estará allí para
entonces, y sin duda se alegrará de verte —la madre
volvió a cogerlo de la mano
—. ¡Sé su invitado! ¿Qué decís, hijos?
Constanza asintió.
El provenzal se lo agradeció y se inclinó.
a madre se dio la vuelta, con Constanza
agarrándole el brazo derecho y Pierluigi, que

668
LA HIJA DEL PAPA

había empezado de nuevo a maldecir en voz baja,


al otro brazo. Juntos se abrieron paso entre el
gentío hasta el borgo Santo Spirito, en dirección a
su casa. Cuando Constanza se volvió, comprobó que
el provenzal aún se encontraba allí, observándolos,
con la mano alzada dubitativamente en un gesto de
despedida. Finalmente, se giró y puso rumbo al
portal del Vaticano.

669
FREDERIK BERGER

Capítulo 58

Roma, plaza de San Pedro – 19 de noviembre


de 1523

Cuando Alessandro Farnese salió a la logia


de las bendiciones y vio a la población en pleno
alborozo, durante un instante creyó que se debía a
él. Pero ante ellos se encontraba Giulio, con los
brazos alzados, una inmensa sonrisa, saludando,
bendiciendo. Las amplias escaleras y la plaza de San
Pedro se encontraban negros por la multitud. Un rayo
de sol se coló desde un cielo hasta entonces
cubierto de nubes, posándose en el tejado e
inundando la basílica, pero también al propio Papa
y a la gente de una luz festiva.
Alessandro no pudo reprimir una breve y
amarga sonrisa, se dio la vuelta y se abrió paso entre
el grupo de cardenales que aguardaban en segundo
plano, buscando a su ayuda de cámara y a su
secretario, que lo esperaban. Por suerte, ninguno de
sus compañeros se acercó a darle la mano con
fingida lástima; habría sido incapaz de soportar un
gesto así.
670
LA HIJA DEL PAPA

Mientras ascendía por la scala del Maresciallo


sintió finalmente una oleada de alivio. Su tan
largamente esperado y merecido triunfo una vez más
no se había producido, pero, ¿realmente merecía
tanto la pena dirigir esa Iglesia, esa curia? Al fin y
al cabo, ahogado aún por las deudas, Giulio, o más
bien el papa Clemente, como debía conocérsele a
partir de ese momento, no podría mostrarse
excesivamente pródigo en misericordias. A pesar
de los esfuerzos del recientemente fallecido Papa, el
rey francés había vuelto a iniciar una guerra para
hacerse con Milán, y no se detendría allí, pues el
gobierno español de Nápoles se pondría
seguidamente en entredicho... Francisco y Carlos,
dos hombres jóvenes al frente de sus respectivos
países, amenazándose el uno al otro como perros
de presa. Las rivalidades personales, la ambición
y la vanidad los espoleaban el uno contra el otro.
Incluso Enrique, el rey inglés, disfrutaba
inmiscuyéndose y quería jugar un papel relevante:
otro joven gallo de pelea.
El nuevo Papa tendría que encontrar su
camino entre las potencias europeas, y después de
que el cardenal de Medici hubiera prometido
mantenerse neutral, quizá el emperador se sintiera
traicionado... No era un cometido fácil el que se
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FREDERIK BERGER

presentaba ante su santidad Clemente VII.


Quizá hubiera sido lo mejor, que él,
Alessandro Farnese, no hubiera salido elegido.
Y sin embargo...
Si, estaba convencido de que sería un
político más habilidoso que él. Gulio no había sido
particularmente clarividente y realista como
intrigante y estratega. Sólo había que recordar las
catástrofes que había desencadenado al proponer a
Adrián Utrecht. Además, ese maldito complot
contra Adriano, que había fracasado antes de
empezar… No había que olvidar que, bajo el
pontificado de León, solía dejarle la toma de
decisiones finales a su primo; como vicecanciller
presentaba las alternativas, pero él no era
responsable directo de ninguna.
Sin embargo, como Papa, tendría que decidir.
Alessandro meditó unos instantes en la
penumbra de las escaleras vaticanas. No, no se
engañaba a sí mismo diciéndose que la derrota sería
de su provecho.
Durante un momento pensó en el pacto, que en
un principio le había parecido una maldición, y
en la soledad de la cátedra de San Pedro.
¿Qué era lo realmente importante en la vida?
En algún momento de su existencia, había
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LA HIJA DEL PAPA

dejado de hacerse aquella pregunta, pues como


engranaje estaba apuntado hacia lo más alto. Una
vez alcanzada la cumbre, apenas se tenía poder
real, pues se encontraba uno tan preso de una
institución que no admitía marcha atrás, que no
admitía ninguno de los detalles importantes en la
vida, ni siquiera la fe y el verdadero valor de la
cristiandad. Miles de pequeñas ruedecillas
giraban y ponían en movimiento el gran
engranaje. No debía ser fácil de sustentar...
Y sin embargo... Una finalidad en la vida, algo
en lo que aplicar las ganas y el esfuerzo, algo que
perseguir... ¿Había apartado cualquier otra meta en
su existencia? Y ahora, ¿qué?
Al llegar al descansillo de la escalera,
Alessandro sintió que le faltaba el aliento.
Cuanto más se acercaba al portal de Vaticano para
introducirse entre la alegre muchedumbre, más
parecía cerrársele la garganta. Todos habían
pensado que él sería el nuevo pontífice, y ahora lo
recibirían como a un perdedor.
Un perdedor decrépito de cincuenta y cinco
años de edad.
Giulio, el nuevo papa Clemente, era bastante
más joven, llevaba una vida sana, comía con
mesura, no malgastaba sus fuerzas con
673
FREDERIK BERGER

cortesanas... No cabía duda de que Clemente le


sobreviviría a él, Alessandro Farnese, uno de los
cardenales de mayor edad.
La guerra había acabado. El resultado:
derrota. Los deseos y esperanzas de su madre de
ver a su hijo convertido en Papa no se habían
cumplido.
¿O quizá su nieto Ranuccio consiguiera lo que
su hijo no había logrado?
Cuando Alessandro atravesó el portal
flanqueado por numerosos guardias suizos y penetró
en la plaza de San Pedro, se volvieron hacia él
incontables ojos llenos de compasión y, por respeto,
le abrieron pasillo. Muchas mujeres incluso se
arrodillaron, otras le tendieron las manos, y entre los
todavía resonantes gritos de alegría y palle en honor
a Clemente y los Medici, se oyeron algunos
«¡Vivat Farnese!». Antes de llegar a reaccionar, el
pasillo se cerró en torno a él, se estrechó, y la
población se volcó en él, lo aupó para consolarlo.
El afecto, la compasión, la veneración
hicieron que sus ojos se humedecieran. ¡Los
romanos aún lo amaban!
Pero entonces, ¿por qué esa cruel y humillante
derrota?
No, no había ningún Dios misericordioso que
674
LA HIJA DEL PAPA

le diera sentido a todo; no había, sencillamente,


ningún Dios. Pequeños pedacitos se reunieron en
medio del caos para conformar el mundo, la vida
surge y se pudre, se asesina a los buenos, los malos
toman el poder... ¿Quién podría retener la fe
infantil en un amoroso Dios Padre que vigilaba
desde allí arriba, el cielo, a sus criaturas y las
gobernaba con razón y justicia?
Alessandro se abrió paso lentamente entre la
gente. Le sonrió a la multitud, los bendijo, les
permitió que tocaran sus sucias vestimentas
púrpuras... De pronto, ante él se encontró a un
hombre conocido. Durante un breve instante rebuscó
en su memoria aquel rostro cubierto por el polvo de
los acontecimientos, hasta que finalmente gritó:
—¡Ugo! ¡Ugo Berthone! —y apretó contra sí
a su viejo amigo.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Quería hacerme bendecir por Alessandro, mi
compañero de juventud y Santo Padre.
Alessandro agitó la cabeza.
—Ya te estás riendo de mí. Me han derrotado,
y vuelvo a hundirme en el inframundo de los
personajes anónimos.
Su respuesta debía incluir un tono irónico y
meditado, pero sonó, como el propio Alessandro
675
FREDERIK BERGER

pudo reparar, patético y lleno de autocompasión.


Ugo no supo qué responder, por lo que lo abrazó
por segunda vez. Su aparición se le antojó a
Alessandro un mensaje, un recuerdo de Epicuro y de
la vida contemplativa tan valorada por los griegos,
en el jardín de la satisfacción reposada, apoyado por
amigos inteligentes y leales y por el afecto de su
familia. Ugo había marchado a Aviñón muchos
años atrás, obligado a recluirse en una existencia
eremita al modo del láthe biosas, «la vida
retirada». Sin embargo, ahora se presentaba ante él
como un mensaje encarnado.
Como un ángel barbudo y envejecido.
Alessandro, no obstante, no creía en los
ángeles. No creía en ningún tipo de ser
sobrenatural.
¿O sí? ¿No existía la encarnación del mal, el
diablo, aun cuando solo se le presentara en sueños
y con alguna de sus múltiples metamorfosis
humanas?
¿Y qué había de las estrellas, que con sus
mudos resplandores y brillos interrumpían las
tinieblas del cielo nocturno? Ellos habían querido
leerlas, descifrar su mensaje secreto, utilizando a los
mejores astrólogos, como Gaurico. Ellas habían
representado modelos esquemáticos de lo que
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LA HIJA DEL PAPA

ocurría en el valle de lágrimas terrenal, y les


habían indicado el camino. ¿Y más allá, sobre
ellos, no reinaba un vacío absoluto, imposible de
comprender?
¿Un vacío que tan solo una divinidad podía llenar?
Sin embargo, esa divinidad carecía de sentido de
la justicia, de moral y de razón.
Alessandro apartó la mente de sus
pensamientos y dio un paso atrás para poder observar
mejor a su viejo amigo. Lo había reconocido por sus
ojos. El rostro de Ugo estaba enmarcado y medio
cubierto por cabellos canosos y una poblada
barba, pero sus ojos relucían juveniles, despiertos
y curiosos. Sobre la cabeza lucía un bonete oscuro
con un lazo en el lateral, el cuello abrochado
hasta arriba permitía vislumbrar ropa interior de
color más claro, y sobre todo ello llevaba una
túnica de color azul oscuro, carente de adornos y
con las mangas largas, que se mantenía abrochada
mediante un cinturón de cuero con una hebilla de
plata. Su aspecto era similar al de un monje,
aunque le faltaba la capucha.
Ugo estaba muy delgado, y parecía algo
cansado, sin embargo resplandecía de alegría por
el reencuentro; al mismo tiempo, no obstante,
circundaba a sus ojos un halo de tristeza que le
677
FREDERIK BERGER

recordó a Alessandro que él mismo era un


perdedor, que acababa de abandonar el palacio del
Papa profundamente humillado y probablemente
nunca podría volver a entrar como un triunfador.
Tras unos instantes, tras atravesar el borgo
Santo Spirito, la muchedumbre comenzó a menguar y
Alessandro encontró la oportunidad de preguntarle a
Ugo qué hacía en Roma, qué tal le iba en su patria,
por qué caminos le había llevado el destino desde
su último encuentro.
Ugo no quiso tomar la conversación de forma
tan directa, prefirió evitar el tema de su pasado y le
explicó con ambigüedad su visita a Capodimonte, la
enfermedad de Giulia y la inminente desaparición de
su madre. Alessandro recordó entonces cómo
Ugo, cuando eran jóvenes, había estado enamorado
de Giulia. Sin embargo, nunca había existido
ninguna posibilidad de que un pobre provenzal y la
hermosa hija de un Farnese, que pronto se
convertiría en la ricamente agasajada amante del
Papa, hubieran podido estar juntos.
Como tocado por un recuerdo repentino,
Alessandro detuvo la marcha. En ese mismo
momento, en el que había vuelto a recordar el
amor prohibido de su amigo, le había fulminado la
consciencia de que su madre iba a morir sin que el
678
LA HIJA DEL PAPA

mayor de sus deseos se hubiera visto cumplido.


Toda su vida le parecía, de pronto, vacía y
sin sentido.
Ni siquiera podía estar a su lado en su camino
a la eternidad.
—¿No te encuentras bien? —oyó que Ugo le
preguntaba, como en la lejanía.
—Es el aire viciado de la Sixtina... —logró
decir.
Las imágenes de Capodimonte, de la isola
Bisentina, de la alegría y las esperanzas de la
juventud, todas esas imágenes se le agolpaban en la
mente.
Ugo lo interrumpió.
La elección de Giulio como Papa había
quedado tras él, como la puerta de una prisión que
se cerraba a su espalda. Solo le quedaba
agazaparse en la oscuridad, encerrado en la
consciencia de una vida sin sentido.
Todavía pasaron unos instantes antes de que
Alessandro lograra recomponerse. Le hizo una
seña a su secretario, que llevaba agarrado por las
riendas el caballo sobre el que debía haber ido
él montado de camino a casa.
—Ugo —dijo, volviéndose a su viejo amigo—
, me marcho de inmediato a Capodimonte. Quizá
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FREDERIK BERGER

aún llegue a ver a mi madre con vida. Yo... yo...


no puedo ir ahora a casa con Silvia y los niños,
no podría soportar su decepción, su compasión...
—Mi caballo se encuentra en la posada de los
Osos, en borgo Sant’Angelo, no lejos de aquí. Te
acompañaré.
Alessandro miró a su barbado amigo. Hacía
largo tiempo que no se veían, y sin embargo era
tan leal como en aquellos días en Florencia. Quizá
Ugo sí que fuera un mensajero del cielo después de
todo...
Alessandro ordenó al secretario y a su ayuda de
cámara que acudieran de inmediato a su casa y allí
explicaran que había tenido que marchar
apresuradamente en pos de una madre moribunda.
Cogió las riendas del caballo y le dijo a Ugo:
—¡Vámonos!
Cuando ya habían avanzado un trecho en
dirección a la posada, Alessandro volvió de nuevo
la vista hacia sus hombres. Las prostitutas del
barrio los habían rodeado y los mantenían
inmóviles, y a pesar de la distancia resultaba
evidente que estaban borrachas. Él habría tenido
que abrirse paso a latigazos.
Pero en ese momento, todo le daba igual.

680
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 59

Capodimonte junto al lago Bolsena – 20 de


noviembre de 1523

Cuando Alessandro, acompañado de Ugo


Berthone, alcanzó el castillo de Capodimonte que
dominaba señorial la aldea a sus pies, ya se veía
desde la lejanía el crespón negro del luto,
ondeando bajo la tenue brisa del otoño tardío.
Bandadas de cuervos graznando con malicia
aleteaban sobre las viejas torres que, a esas
alturas, se encontraban prácticamente derruidas.
El mayordomo, cheposo y enfermo de gota,
los recibió con una reverencia dolorida, en
silencio, y con expresión de intensa pena.
Giulia, demacrada, amarillenta y con los ojos
enrojecidos, los recibió en el comedor principal, en
la sala de ceremonias. Una pesada cama de roble
dominaba el centro de la estancia, con sus columnas
decoradas con escenas eróticas torneadas y
cubiertas con un baldaquino de terciopelo rojo
oscuro.
—Ya hemos enterrado a madre en la cripta
681
FREDERIK BERGER

familiar de la isola Bisentina. Murió durante el


cónclave —la voz de Giulia sonaba más oscura de
lo habitual.
Dejó que Alessandro la abrazara. El pesado
aroma del ámbar gris buscaba ocultar otro, más
terrorífico, a enfermedad y descomposición.
También Ugo la tomó en sus brazos, con más
intimidad y durante más tiempo de lo que habría sido
conveniente para un extraño.
—Poco antes de vuestra llegada apareció un
mensajero de Roma, que me informó de que Giulio
de Medici ha sido elegido Papa a pesar de... de que
tú... —no se atrevió a mirar a Alessandro—. Lo
siento mucho por ti.
—Es cierto, Giulio ha sido elegido. Tendrá
que soportar una pesada carga —respondió
Alessandro, tratando de hablar de forma neutral y
relajada.
Su mirada vagó hasta la pomposa cama, que
no había pertenecido a su madre. ¿Habría muerto
en aquella cama desconocida?
Giulia cogió la mano de Ugo y lo llevó hasta
la chimenea, a un banco cubierto de cojines.
Antes de unirse a ellos, Alessandro los
observó un instante. Parecían un viejo matrimonio,
como Filemón y Baucis. Al aproximarse a ellos,
682
LA HIJA DEL PAPA

rodeó la cama, dejando la mano vagar por los


pechos desnudos y las posaderas que en ella
relucían. Entonces, entendió a quién debía haber
pertenecido aquella cama: a la propia Giulia, la
bella Giulia, quien había recibido en ella al
mismísimo papa Alejandro Borgia,
proporcionando incontables momentos de dicha a
aquel lujurioso viejo verde, quien a su vez le había
regalado diamantes y perlas, y había nombrado
cardenal a su hermano. Lo había convertido a él, el
joven Alessandro Farnese, en el cardenal
Gonella... «¡Fóllatelo!». Esas eran las palabras
que la población había colocado en sus labios en la
columna del Pasquino, «¡fóllatelo!», la petición
formulada a su hermana, para que su santidad y
amante le proporcionara a su hermano el ascenso
a lo más alto de la curia.
Y en el momento en que debía haber alcanzado
el último peldaño, se había despeñado. Aquella
pesada cama que dominaba la habitación reflejaba
también la tragedia familiar: la protesta, el
triunfo, la derrota.
—Te la legaré tras mi muerte — dijo Giulia, que
se había vuelto hacia él, con voz cansada—. Lo que
aún poseo lo heredará mi hija Laura, pero no esta
cama: esta cama deberá recordarte mientras vivas
683
FREDERIK BERGER

a tu hermana, que durante un par de años pudo vivir


gracias al resplandor de su belleza y de sus piedras
preciosas, agasajada por un Papa cuya memoria
permanecerá eternamente ligada a los crímenes que
él inició y a las atrocidades que se le han atribuido.
Alessandro se sentó junto a ella y posó el
brazo sobre sus hombros sin mirarla, con los ojos
vueltos al llameante fuego.
—Aún no estás preparada para morir.
—Me muero, puedo sentirlo. Hay algo en mi
interior que me está devorando por dentro. Es
como un ser extraño que hubiera anidado en mis
entrañas. Hay días y noches en las que podría
aullar de dolor. Por suerte cuento con opio de
Egipto, la adormidera me acompañará en mi último
viaje, y me gustaría reposar en la isola Bisentina,
el hogar de nuestra felicidad infantil y de
nuestros sueños perdidos. Ya he hecho llamar a
Laura. Probablemente llegue en los próximos días.
Alessandro había guardado silencio unos
instantes, pero después dijo:
—¿Por qué no vienes a Roma conmigo? Allí
hay célebres médicos orientales, que quizá puedan
ayudarte.
—Nadie puede ayudarme, y tampoco quiero
que lo hagan.
684
LA HIJA DEL PAPA

Alessandro agitó la cabeza.


—¿Dónde está tu marido? Giulia emitió
una risilla.
—En Nápoles, ¿dónde si no? Él ha sido el
último insulto que la puta de Borgia ha tenido que
soportar: solía ser un niño bonito hasta que el morbo
gallico lo deformó, pero en ningún momento ha
sido capaz de follar en condiciones... Lo siento,
Ugo, son las palabrotas de una vieja.
Ugo la tomó de la mano y se la llevó a los
labios.
—Sé que debería haberme casado contigo —
dijo ella—. Como dice el refrán: nadie debería
sentirse dichoso antes de morir... Sin duda habría
sido más feliz contigo.
—Quizá solo satisfecha — repuso Ugo con
voz suave—. No feliz ante el brillo de los
diamantes, pero sí satisfecha, con una sonrisa en el
alma.
—Sí, una sonrisa en el alma —repitió ella.

Por la tarde habían dispuesto una mesa junto


al fuego para tomar una frugal cena. Giulia no
comió nada, y tan solo bebió algo de vino. Cuando
unos dolores repentinos le retorcieron el rostro,
llamó a su camarera y se retiró. No quería que,
685
FREDERIK BERGER

bajo ninguna circunstancia, ninguno de los dos


hombres fuera a verla, aun cuando la oyeran gritar.
—¿Debería ir a buscarte un confesor? —
preguntó Alessandro.
Giulia se rio.
Tampoco Alessandro tenía apetito, pero Ugo,
por el contrario, comió un par de muslos de pollo
fríos, acompañado con pan, tartaletas rellenas de
pescado y aceitunas, y no dejó de alabar el vino de
Montefiascone.
Cuando Alessandro quiso dirigir la
conversación hacia Giulia, Ugo respondió con
monosílabos y mucha reserva. Sin embargo, tras la
intervención del vino, se le acabó por soltar la
lengua.
—Ya no vivo en Aviñón. Me he mudado a
Lubieron, donde vivo como eremita en
Lourmarin, junto con una joven.
—¡Oh! —exclamó Alessandro—. ¿Has
encontrado una felicidad tardía?
—Podría decirse así — respondió Ugo con
amargura—. Ella era la hija de mi casera en
Aviñón. Nos amábamos desde su niñez. Ella
creció, el amor permaneció, y finalmente se
convirtió en mi mujer.
Alessandro, que no pudo evitar pensar en
686
LA HIJA DEL PAPA

Virginia, sintió agudizada su curiosidad. Le


sorprendía el tono de Ugo.
—¿Hijos?
—Un niño murió. La segunda, una niña, ha
nacido hace poco. Hace un par de días que me
enteré de la noticia, y por eso vuelvo a casa.
Ugo no parecía un padre feliz.
—¿Por qué no te alegras?
—Porque la niña no es mía — musitó, en voz
tan baja que Alessandro apenas logró entenderlo
—. La llamaré Laura, como la Laura de Petrarca,
como la Laura de Giulia.
Alessandro no supo qué decir.
—Lo sé —continuó Ugo—. Un hombre mayor
y una mujer joven, aún en la plenitud de su belleza,
es algo que no puede funcionar. El conde
d’Agoult envía al anciano a Italia para que le
compre obras de arte, cuadros con los que
adornar su castillo, libros, antigüedades, todo lo que
se pueda pagar con dinero... Y mientras tanto el
conde seduce a la joven belleza, que ya no tiene
que aburrirse con el viejo ermitaño.
Cualquier fórmula de consuelo le parecía a
Alessandro una burla al dolor de su amigo. Ugo
cogió el atizador e hizo saltar chispas de las
llamas.
687
FREDERIK BERGER

—¿Y ahora? —preguntó Alessandro tras un


instante.
—No podré acompañar a Giulia en su transición
a la otra vida, tendré que marcharme mañana, o
pasado mañana, para encontrarme lo antes posible
junto a la cuna de mi hijita. Nadie la apartará de mí
—respondió, de nuevo con amargura en la voz.
—¿Y si el conde, su padre...?
—Marguerite es mi esposa, y Laura será mi
hija. Aunque tenga que morir por ello —Ugo arrojó
un leño al fuego y observó las llamas. Después,
respiró hondo y se volvió hacia Alessandro—.
Pero ya está bien de hablar de mí. Quiero saber
qué tal te han ido estos años, cómo has podido
compatibilizar tu familia con tus reverendas
obligaciones sacerdotales, hasta el punto de que has
estado a punto de ser Papa. ¡Con qué alegría lo
habría festejado con Silvia y contigo!
Alessandro empezó entonces a contarle los
primeros años con Silvia, la época bajo el gobierno
del papa Julio, la muerte de Paolo y la elección
de León. Le habló de Constanza, de Pierluigi y
de Ranuccio hasta que, dubitativo al principio,
añadió la mudanza de Silvia, del sacrificio que
ella había tenido y que aún tenía que realizar por
él y por sus grandes metas, del creciente
688
LA HIJA DEL PAPA

aislamiento que iba experimentando en su camino


al pontificado, y que tras dos humillantes derrotas
nunca llegaría a alcanzar.
Ugo lo observó como si desaprobara todo lo
que había tenido que escuchar.
—¿Recuerdas cómo discutíamos sobre la
filosofía de los griegos antiguos, antaño, en F l o r
e n c i a ? Gnothi seautón,
«conócete a ti mismo»; eso nos decía Ficino una y
otra vez, y después: «conviértete en quien eres».
Alessandro negó con la cabeza.
—No nací para ser Papa, ni siquiera durante
mi juventud soñé con nada semejante, al contrario, y
lo sabes... Lo que ahora soy es algo que nunca quise
llegar a ser: un cardenal viejo, huraño y fracasado.
No empecé a albergar esa ambición por
convertirme en Papa hasta hace pocos años, y fue
con el único objetivo de abolir el celibato, porque
quería eliminar esa soledad terrenal a la que estamos
abocados.
—¿Ese era el único motivo, el más
importante? ¿No deseaba tu madre desde hacía
largo tiempo que tú, como Papa, devolvieras el
honor y la gloria al nombre de su familia, los
Caetani? ¿No jugaron ningún papel la ambición,
el ansia de victoria?
689
FREDERIK BERGER

—Tú te refieres a la ambición enfermiza, al


ansia de victoria más desmedida, incluso carente
de escrúpulos.
Ugo no respondió, se limitó a observarle,
expectante.
—Tú también conociste antaño la ambición;
piensa en el ajedrez — dijo Alessandro—.
Además: ¿no reside en tu amor por Giulia quizá un
poco de ambición?
—Hace mucho tiempo de eso — replicó Ugo,
uniendo pensativo las manos frente a la boca,
antes de continuar—. El amor y la ambición quizá
puedan unirse, pero solo engendran una criatura
deforme que mata al amor en el parto y que
probablemente también termine por destrozar la
ambición.
Alessandro fue tragándose en silencio cada
palabra que oía, pues un repentino dolor le
asfixió el corazón al recordar, mediante la
referencia a «criatura deforme», a Sandro, el hijo
de Rosella, engendrado en lo más oscuro de los
bajos fondos. Naturalmente, también la maldición
que le siguió, el pacto con el diablo.
—Todo empezó con Sandro, ese pequeño
demonio —comentó.
Ugo lo observó interrogante, y con alguna que
690
LA HIJA DEL PAPA

otra ambigüedad le habló del pacto infernal, del


sacrificio que había tenido que ofrecer por su
ascensión.
—Ahora ha vuelto a morir uno de mis seres
queridos, mi madre, y Giulia le seguirá. Deben
morir para que yo alcance el puesto más elevado de
la cristiandad. Debo sacrificar a mi familia, a la
misma que quiero hacer grande y poderosa. Dios
me castiga. O quizá sea el diablo...
Ugo carraspeó y tomó la palabra.
—¿Te das cuenta de que nada de lo que
dices tiene sentido? —al ver que Alessandro no
respondía, continuó—. Tu madre se hubiera
merecido verte sentado en el trono de San Pedro, pero
ha muerto a pesar de que no has sido elegido Papa.
Así pues, un sacrificio humano no ha servido
para nada. Y lo mismo puedes decir de Giulia.
Además: ¿no era tu madre ya muy mayor?
Alessandro tuvo que reflexionar sobre las
palabras de Ugo, y sintió un atisbo de esperanza
pues, efectivamente, no había sido elegido, y su
madre había muerto a pesar de todo.
—La mayoría de las personas
—comenzó a adoctrinarle Ugo— se imaginan a
Dios Padre como un varón barbudo sentado en los
cielos, como un viejo patriarca, poderoso,
691
FREDERIK BERGER

amoroso, pero también iracundo, presto al


castigo, exigente con las atenciones y la obediencia,
un Señor que siempre ha estado y siempre estará,
que ha creado el mundo y a todos los seres que lo
habitan, pero que también puede destruirlos, que en
algún momento hará justicia junto con su Hijo, y
dividirá a todos entre los que puedan entrar a
disfrutar de la gloria celestial, y los que deberán
sufrir cruel castigo en el infierno.
Sin embargo, ¿realmente podemos creer en
semejante Dios Padre, que lleva la justicia al mundo,
y cuando no lo consigue, la lleva al más allá, y
nos promete la vida eterna, nos dice lo que
debemos hacer y nos castiga cuando pecamos y, si
somos humildes y rezamos a diario, escucha
nuestras plegarias? Sería tan fácil tener un Dios
sobre el que recayera toda la responsabilidad de
nuestros actos, tanto los buenos como los malos...
O uno mediante el cual nos viéramos liberados de
las consecuencias de nuestros pecados. No existe
tal Dios, y si lo hay, le damos igual. Debemos
responsabilizarnos nosotros mismos.
Ugo hizo una breve pausa, esperando algún
comentario, pero Alessandro permaneció en
silencio, por lo que continuó:
—Dios no es humano, no es algo que
692
LA HIJA DEL PAPA

podamos abarcar nosotros mismos, con nuestra razón


humana...
—¿Entonces?
—Es algo que está presente en todo, que es el
centro del mundo y de los hombres, de la naturaleza
y la belleza, y que está también en nosotros
mismos, en nuestros huesos, en nuestro fuego, que nos
da la fuerza para vivir, para amar por encima de
todo, es un vínculo, la esperanza, el anhelo, es
aquello que nos conmueve, que realmente nos
conmueve...
—Eres un hereje todavía más grande que ese
Lutero. Al menos él cree en las Sagradas Escrituras
y en la gracia de Dios, en la fuerza de la fe...
—Pero si de eso precisamente estoy
hablando: siempre podemos esperar la gracia, no
podemos conseguirla por la fuerza, ni comprarla.
Una fe viva no se sustenta en lo que los padres de
la Iglesia pensaron o exigieron hace mil años, en
lo que decidió algún concilio celebrado en algún
momento, o en lo que sentenció algún Papa: una fe
viva no es algo obstinadamente sujeto a un conjunto
de leyes, sino que mantiene una relación íntima con
todo lo que sucede en la vida diaria, en el amor
por el prójimo, en las transformaciones ocurridas
en la creación, en el mundo en el que vivimos.
693
FREDERIK BERGER

Ese algo anónimo es a lo que podemos llamar


Dios, porque estamos acostumbrados a pensar así,
en nuestro Dios, que resucita en la verdad y en la
honestidad, en el valor diario, y sobre todo en el
amor.
«Sobre todo en el amor». Aquellas palabras
resonaban como un eco sin fin en la mente de
Alessandro cuando, bien entrada la noche y
finalmente en la cama, intentó dormir. Las
relacionaba con las palabras de San Pablo: «Y
ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor,
estos tres; pero el mayor de ellos es el amor».
La derrota que Alessandro había sufrido en el
cónclave y que lo había desanimado tanto le hacía
experimentar una profunda y dolorosa vergüenza,
muy similar al sentimiento de culpa, surgida de la
consciencia de haber sacrificado su amor en la
lucha por alcanzar lo más alto. Sí, estaba en
deuda con Silvia, y con todos a los que creía amar.
Se había colocado a sí mismo y a su ascensión por
encima de todo lo demás y eso constituía una
traición. Una traición por la que no sus seres
queridos, sino él mismo, merecía la muerte. Por
lo tanto, el siguiente sacrificio a realizar debía
realizarlo solo; la víctima sería él mismo.

694
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 60

Capodimonte – isola Bisentina – 21 de


noviembre de 1523

Cuando amaneció, Alessandro despertó de


una pesadilla que lo había dejado sin
respiración y bañado en sudor frío. Quería apartar
el sueño de sí, olvidarlo rápidamente, retomar la
rutina diaria, pero pronto se dio cuenta, en cuanto
se liberó finalmente de los últimos rescoldos de
ensoñación, de que no tenía ninguna rutina diaria
que retomar: estaba lejos de Roma, el castillo de
Capodimonte se alzaba en torno a él como una
prisión, como la prisión del castillo de Sant’Angelo,
en la que le encerraron en su juventud.
Su madre había muerto sin que él estuviera a
su lado y ya yacía incluso sepultada. No se había
podido despedir de ella: se había vuelto una
mujer estrafalaria y extraña, pero él tampoco
había intentado hablar con ella sobre los primeros
años de su vida, en los que ella había sido tan
decisiva. Su madre dejaba tras de sí un gran vacío
en su interior, la oscuridad de un profundo pozo
695
FREDERIK BERGER

del que, durante algún tiempo, había podido


extraer agua, pero que finalmente se había secado
y al que nunca se había atrevido a descender. ¿Y
ahora? Ahora se inclinaba sobre el borde del pozo
y gritaba, pero lo único que le llegaba era el eco de
su propia voz.
Giulia, su hermana, la servicial estrella de su
juventud, agonizaba. ¿Le había agradecido
adecuadamente todo cuanto le debía? ¿Por qué tras la
muerte de Borgia no la había acogido con su familia,
en lugar de empujarla a casarse con un idiota
napolitano? Ella había sido la primera en
sacrificarse por él, y ahora era demasiado tarde
como para pagar aquel sacrificio con pequeños
y diarios gestos de amor fraternal.
Mientras contemplaba el oscuro baldaquino de
su cama, se preguntó por qué, al final del cónclave,
había huido tan aterrorizado a Capodimonte sin
llegar siquiera a ver a su familia, o a informarlos.
¿De verdad quería haberse despedido de su madre?
¿Acaso en un último acto de valor había tratado de
decirse a sí mismo que el propósito de su vida no se
había cumplido? ¿No había tenido miedo del
encuentro con su decepcionada familia tras una
nueva derrota?
A base de agresivos tirones Alessandro
696
LA HIJA DEL PAPA

terminó por salir de la cama a la fría humedad


de la habitación en la que ya había dormido de
niño. Se dirigió a tientas hasta la ventana, que no
estaba cerrada con vidrio sino con cortinajes y
unos fuertes postigos de madera, y la abrió a pesar
del intenso frío que se coló en su interior. La
línea clara que él considero que se trataría del
lucero del alba se encontraba ante la luna llena,
que derramaba su pálida luz sobre el mar. En
algunos puntos quedaba eclipsada por la niebla,
mientras que en otros se reflejaba sobre la
plateada superficie.
Extraños pájaros nocturnos, mochuelos quizás,
lanzaban al aire sus gritos... ¿Mochuelos en
noviembre? Entonces, le sorprendieron los
somnolientos graznidos de los cuervos que cayeron
repentinamente del cielo y aletearon frente a la
ventana, rompieron en un agitado griterío y
volvieron a desaparecer sobre el oscuro muro
cubierto por la negrura de la noche.
Oculta por la niebla se alzaba la isola Bisentina,
y en ella la tumba de su madre, la de su padre, la
de Angelo y la de Paolo...
Los cuervos enmudecieron, y además del grito
de los pájaros nocturnos, Alessandro pudo oír el
ligero chapoteo de las olas. Sonaba como si unos
697
FREDERIK BERGER

remos hubieran golpeado el agua. Sí, de nuevo una


imagen extraída de un sueño se presentó ante sus
ojos: la niebla, un campo de niebla sobre el agua y
una barca que luchaba contra la gris nada, contra
una idea amenazante e inexplorada al tiempo. Sobre
el bote, un hombre, oculto bajo una capucha,
permanecía rígido como una estatua e introducía su
remo lentamente en el agua, una vez a la izquierda,
otra a la derecha. Como si la propia niebla los
engendrara, comenzaban a aparecer más figuras,
vestidas con ropas grises, un ejército de muertos,
de resucitados, de pecadores que no encontraban la
paz.
Alessandro se vistió con su ropa interior y
con un grueso manto de lana, inquieto, pues había
algo que le empujaba a marchar de aquella
prisión. Cuando miró de nuevo por la ventana, tanto
las barcas como las figuras espectrales habían
desaparecido, la niebla cubría completamente el
mar, la luna se recortaba como un plato redondo y
claro sobre el cielo.
No era fácil abrir el portal del castillo sin
despertar a nadie. Cuando Alessandro finalmente
lo logró, se apresuró a cruzar el puente y el estrecho
camino que llevaba hasta el embarcadero.
Vapores neblinosos, semejantes a nubes
698
LA HIJA DEL PAPA

transparentes, atravesaban la luna. Era noche


cerrada y ni un solo caballo golpeó la pared de
madera de su cuadra, ni una sola vaca vigilaba
inquieta a sus terneros, ni una sola gallina tuvo
deseos de cacarear.
Alessandro encontró un bote y lo empujó con
fuertes empellones hasta el mar. La puntera de su
barca relucía como un mascarón en la gris nada, la
superficie de sus remos se hundía en el agua y
levantaba, bajo la luz de la luna, miles de gotitas
diminutas. Las estelas mortuorias que encarnaban los
cipreses le recibieron fúnebres y graves, y la barca
se deslizó chirriando por el muro del embarcadero
de la isola Bisentina.
La niebla casi se había retirado por completo,
la vegetación de la isla creaba la sensación de un
paisaje de ensueño bañado por la luna. Los
guijarros crujieron bajo sus sandalias, dejándole
helados los pies. Le recorrieron innumerables
escalofríos. Se aproximó al convento, desde
cuyos muros la noche se extendía sobre el
cementerio, con sus cruces y el mausoleo de
mármol de la familia Farnese. Sobre el suelo yacían
rosas esparcidas, las últimas flores de
noviembre.
No, no soñaba, y sin embargo lo que atravesaba
699
FREDERIK BERGER

era una noche irreal. La hierba húmeda le


empapaba los pies. Negros arbustos, negros troncos
que se bifurcaban y finalmente se perdían en finas
ramas, susurros y crujidos tras las matas, el
ligero chasquido de las agujas de cipreses y pinos,
como voces susurrantes, como un coro de ángeles
sibilantes, como la implorante llamada de los
muertos...
Pronto se encontró ante la roca de las Sirenas,
el lugar que encarnaba los momentos de mayor
felicidad de su vida. Allí habían nadado siendo
niños, sobre todo Giulia y él, con su padre, y allí, en
un punto oculto por enormes pinos piñoneros,
había pasado la primera noche con Silvia, la había
seducido, la había conducido hasta un amor
prohibido... Las dos mitades rotas de un recipiente
redondo, antaño unido. Allí fue donde debió
concebirse Constanza, su hija mayor...
Se dejó caer de rodillas, como si lo hiciera
ante Silvia, el amor de su vida. La luna observaba
como un gran ojo la amplia superficie plateada del
agua y él la miró, como si pudiera encontrar en ella
consuelo y perdón.
Tras un momento, se levantó de nuevo y fue
resbalando por toda la pendiente que llevaba hasta
la orilla. Las rocas arrojaban una sombra aguda,
700
LA HIJA DEL PAPA

cuyos bordes temblaban sobre el agua. Un


repentino aleteo sobresaltó a Alessandro quien,
no obstante, no logró ver ningún pájaro, tan solo el
oscuro brazo de los robles, la cubierta de los
pinos, las lápidas de los cipreses... Y la tentación
de saltar al agua, al elemento de su despreocupada
niñez y su juventud, a la plateada superficie de
esperanza... Se quitó de golpe toda la ropa, y antes
de ser consciente de lo que estaba haciendo, estaba
ya saltando al agua. El frío lo golpeó como un puño
helado, y de lo más profundo de su pecho surgió un
grito que retumbó sobre el agua, que permaneció sin
eco hasta que la quietud de la luz de la luna se
lo tragó.

701
FREDERIK BERGER

Capítulo 61

Roma, palazzo Farnese – Capodimonte De


noviembre a diciembre de 1523

Constanza había esperado, junto con el resto de


la familia, la llegada de su padre tras la elección
del nuevo Papa. No apareció y tampoco llegaron
noticias suyas. Silvia estaba sentada con ellos ante
la chimenea, con los ojos cerrados y las manos
unidas. Pierluigi deambulaba como un tigre por la
habitación, arriba y abajo, soltando maldiciones
y amenazando a la familia Medici con una brutal
venganza, hasta que ya no pudieron retenerlo y
salió acompañado de un par de guardias en busca de
su padre.
Bosio y Girolama permanecían en Frascati con
los niños. Constanza solo se había llevado consigo
a Roma, acompañado de su ama, al menor de sus
hijos, Angelo, de medio año de edad y que había
sido bautizado en honor al hermano de
Alessandro.
La joven rezaba. Le rogaba a Dios, a su madre
y a todos los santos que los ayudaran. Dudaba de
702
LA HIJA DEL PAPA

la justicia divina, de su sabiduría, atenazada por


los remordimientos, dudaba de todo.
Poco antes de la medianoche, Pierluigi
regresó sin éxito, informó de la alegría y el
alborozo que inundaban las calles, de la certeza de
la plebe de que retornarían los días del viejo
León, y que el Vaticano vomitaría ducados.
Cuando la noche por fin llegaba a su final, el
ayuda de cámara y el secretario atravesaron,
tambaleándose y medio desnudos, la entrada del
palazzo. Pierluigi se precipitó escaleras abajo y
Constanza lo siguió. Lentamente y con todo
detalle los dos hombres explicaron el encargo de
su padre e informaron de que les había resultado
imposible atravesar las calles, pues las prostitutas
tenían una forma muy particular de celebrar la
elección del Papa.
Antes de que llegaran a entender lo que se les
venía encima, Pierluigi ya los había abofeteado a
conciencia, había tirado al ayuda de cámara al
suelo y había hecho sangrar la nariz del secretario
de un puñetazo. Constanza se arrojó contra sus brazos
antes de que llegara a sacar el puñal.
Fue su madre quien, en última instancia,
logró tranquilizar a un Pierluigi enloquecido de
furia.
703
FREDERIK BERGER

Al día siguiente, todos esperaron noticias de


Capodimonte. Finalmente, apareció un mensajero
con una breve misiva de su padre en la que
explicaba la muerte de su madre y la enfermedad
de su hermana.
—Me necesitan aquí —escribía como
conclusión—. No os preocupéis. Podrán coronar a
Giulio sin mí.
—¿Y qué pasa con nosotros? — preguntó
Constanza—. ¿Es que nos ha olvidado?
La madre calló. Pierluigi maldijo.
El papa Clemente VII, efectivamente, recibió
sobre su cabeza la tiara papal sin que el cardenal
Farnese se encontrara a su lado. Poco después
tuvo lugar la possesso, mucho menos esplendorosa
de lo que habían pensado, incluso bastante
deslucida y pobre, como se comentó por todas las
tabernas y calles de Roma. Ni Constanza ni su
madre se sentían en condiciones de rendir
alabanzas al recién elegido Papa ni de
maravillarse del desfile por la via Triumphalis
desde el palazzo de los Medici. Se disculparon
alegando malestares y explicaron también que,
debido a la muerte de su madre, Alessandro se
encontraba en Capodimonte.
Evidentemente presentaría sus respetos al nuevo
704
LA HIJA DEL PAPA

Papa en cuanto regresara a Roma.


Pierluigi se había encontrado durante la
procesión con su amigo Giovanni, il Diavolo, o
della bande nere, como habían dado en llamarlo
desde la muerte de su tío, e informó de vuelta a
casa de que Ranuccio había estado en Urbino, había
parado un tiempo en Venecia y había solicitado, a
pesar de su corta edad, una condotta.
La madre, que no solo estaba preocupada
por el padre, sino también por el menor de sus
hijos, respiró aliviada.
—Vive y está bien. Pero Ranuccio... ¿un
soldado? —agitó la cabeza y suspiró—. En estos
días es necesaria una gran fe para seguir
adelante.
Constanza pensó en su padre. No creía que
hubiera sido capaz de soportar con resignación e
indiferencia la derrota en el cónclave seguida de la
muerte de su madre. A pesar de todo, no entendía
cómo tras el anuncio del nuevo Papa había sido capaz
de escapar atropelladamente a Capodimonte. Día tras
día la azotaba la preocupación, y sus rezos no
lograban consolarla, sino al contrario: le parecían
vacíos y sin fuerza.
Como no recibían más mensajes de su padre,
envió finalmente a un mozo de confianza hasta el
705
FREDERIK BERGER

castillo junto al lago Bolsena. Regresó más rápido


de lo esperado e informó de que no había podido
hablar con el cardenal, pero sí con un tal Ugo
Berthone, al parecer viejo amigo suyo: el padre
se encontraba en cama con fiebre elevada y
dificultades para respirar, sufría una espantosa
debilidad y apenas era capaz de reconocer a su
amigo más cercano. Añadió, además, que la hermana
del cardenal, Giulia, se había retirado en compañía
de su hija Laura al convento de isola Bisentina,
donde iba a esperar la muerte.
Apenas habían recibido estas noticias,
Constanza y su madre reunieron a los sirvientes y
doncellas más leales en torno a ellas y partieron,
todos juntos, incluido Pierluigi, rumbo a
Capodimonte. Rosella, el ama y el pequeño Angelo
se quedaron en casa.
Una vez allí se encontraron con el padre febril
y muy débil, pero capaz de hablar. Les sonrió y
susurró que le resultaba difícil expresarse. Sobre
las sienes enjutas se recortaban venas azuladas,
tenía las mejillas hundidas y la barbilla
pronunciada. Constanza le miró profundamente a
los ojos y leyó en ellos la muerte.
—Ugo y yo hemos estado hablando mucho
acerca del destino y de Dios... Y sobre mis deudas
706
LA HIJA DEL PAPA

— sonrió a la madre y le tomó de la mano—.


¿Podrás perdonarme?
Las lágrimas anegaron los ojos de la madre.
Tampoco Constanza pudo dominarse, se arrodilló
junto a la cama y hundió el rostro en las mantas.
—Lo peor de todo es que ya no puedo hablar
con mi madre. No creo que se enterara de mi derrota.
Quizá descubra las malas noticias en el otro mundo
y apriete enojada los labios
—al decir «otro mundo», le había dirigido una
mirada irónica a Ugo.
—¿Qué clase de cama es esa que está en la
sala de ceremonias? —preguntó Pierluigi—. ¿Y por
qué no te echas allí? Se estará más caliente junto a
la chimenea.
El padre guardó silencio, como si no hubiera
escuchado la pregunta.
—¿Traemos a un médico de Roma? —preguntó
Silvia.
—El viejo quirurgo de madre me está
cuidando. Es una afección pulmonar, con debilidad
general. Soy un hombre mayor y, como todos,
debo morir algún día.
Constanza no pudo reprimir un grito. Levantó
la cabeza, agarró la mano huesuda y azulada de su
padre, pero cuando trató de hablar, todas las palabras
707
FREDERIK BERGER

se le quedaron atascadas en la garganta.


—Pronto vendrán más corderos Farnese al
mundo —dijo él, con una sonrisa débil—. Ya
sabéis que a vuestra abuela le gustaba
particularmente la cría de ganado ovino y que se
preocupaba muy especialmente por los corderos.
Los lobos no deben atrapar a ninguno.
—Eso será más tarde, Alessandro, en febrero.
Todavía no ha pasado el invierno —le corrigió la
madre.
—Qué lástima —susurró él. Constanza lo
contempló con atención, y cuando él cerró los ojos,
ella creyó que se moría.
—Agua —tosió tras unos instantes.
La madre hizo que le trajeran un cuenco y le fue
vertiendo lentamente en los labios el fluido.
Pierluigi se removía inquieto por la
habitación, cerrando y abriendo los puños,
después miró unos instantes a su padre, lleno de
rabia, pero pronto comenzó a pasearse de nuevo,
hasta que se detuvo en la ventana.
—Me metí en el agua —susurró el padre.
Pierluigi se dirigió hacia la cama.
—¿Te empujaron? ¿Te caíste?
—preguntó, con voz mucho más elevada de lo
necesario.
708
LA HIJA DEL PAPA

El padre apretó la mano de la madre.


—En la roca de las Sirenas, ¿te acuerdas,
Silvia? Quería nadar —una tenue sonrisa se dibujó
en sus labios
—, pero el agua estaba demasiado fría para un
viejo en busca de sus recuerdos.
Las lágrimas fluyeron en silencio por las
mejillas de la madre.
—¿Por qué no habéis traído a Ranuccio con
vosotros?
Las entrañas de Constanza se contrajeron
sobre sí mismas. Había estado esperando aquella
pregunta.
El padre abrió sus turbios ojos.
—¿O es que estoy ya tan ciego que no lo veo?
Antes de que Constanza o su madre pudieran
responder, Pierluigi exclamó, de nuevo demasiado
alto:
—Está en Venecia, tu hijo menor ha solicitado
una condotta. Ya había tenido suficientes sotanas.
Constanza le siseó un «¡Pierluigi!»
recriminatorio.
Él replicó, igualmente siseando:
—Más tarde o más temprano tenía que
enterarse.
Le siguió una prolongada pausa, y el padre cerró
709
FREDERIK BERGER

de nuevo los ojos.


Ugo Berthone, que había permanecido todo
ese tiempo en un discreto segundo plano, le
susurró algo a Rosella y ambos salieron de la
habitación.
—Ugo y yo —dijo el padre, rompiendo de
nuevo el silencio— hemos estado buscando a Dios,
pero no lo hemos encontrado. Quizá aún tenga que
vivir un poco más para que mi búsqueda no sea
infructuosa.
De nuevo abrió los labios en una sonrisa,
descubriendo en esta ocasión los dientes, en un
gesto que le recordó a Constanza a un rictus
mortuorio.
Pierluigi, que había permanecido tranquilo
todo el tiempo, abandonó repentinamente la
habitación.
—¿Ranuccio se ha ido solo? — preguntó el
padre en voz tan suave que apenas se le entendía.
—No, acompañado de dos mozos —respondió
Constanza.
—¿No había ninguna joven con él?
Constanza miró a su madre, quien negó
imperceptiblemente con la cabeza.
—¿No se fue Virginia con él? —porfió el
padre.
710
LA HIJA DEL PAPA

—No lo sabemos —dijo la madre con tanta


dulzura como fue capaz.
A Constanza se le ocurrió repentinamente una
idea. Atravesó silenciosamente la estancia y fue a
buscar a su pequeño Angelo, a la que el ama ya había
alimentado y que la recibió resplandeciente. Lo
cogió en sus brazos, le hizo cosquillas para que
riera y entró de nuevo con él en la habitación de su
padre. El pequeño miró con curiosidad a su
alrededor, vio a su abuela, rio y quiso acudir a
sus brazos. Silvia lo recogió y comenzó a hablarle
sobre e l nonno. Angelo dio palmadas con sus
manitas y su abuelo le tendió sus enjutos dedos.
—¿No quieres bendecirlo, papá? —preguntó
Constanza—. ¿A tu nieto menor? ¿Y te ha contado
ya Pierluigi que Girolama está embarazada de
nuevo?
El padre abrió los ojos, y por primera vez se
reflejó auténtica dicha en sus pupilas. Incluso
intentó incorporarse y acarició a Angelo.
—Girolama está embarazada — susurró—, qué
alegría. Y tú has llamado a tu pequeño Angelo,
como mi hermano, mi hermano fallecido hace
treinta años, el primogénito, el heredero, que sin
embargo tuvo que sufrir una muerte ridícula en
una batalla ya ganada, mi dulce, mi reflexivo
711
FREDERIK BERGER

Angelo. Su muerte tuvo tan poco sentido como la


de Paolo — dijo, y agitó la cabeza—. ¿Cómo se
puede creer en un Dios de justicia, si deja morir con
tal impunidad a los más tiernos de entre los
hombres? ¿Por qué nos lo hace todo tan difícil, tan
espantosamente complicado?
Aquellas tristes palabras no afectaron al
pequeño Angelo, que incluso intentó gatear hasta el
nonno, aunque aun se encontraba en brazos de su
abuela. El anciano le cogió la mano y jugó con él.
Una sonrisa difusa se dibujó en el rostro del
padre, que intentó mirar al pequeño, y después volvió
la vista buscando los ojos de Silvia.
—Debéis buscarme un sacerdote para esta
tarde. Necesito la extremaunción.
Cuando Constanza iba a salir de la habitación
con Angelo, Alessandro la agarró de la manga y
bendijo al niño. Tras dibujar la señal de la cruz,
dijo:
—Todos vosotros podéis contar con el amor
de vuestro padre y abuelo. Nunca os abandonará.
Entonces, cerró los ojos, y de nuevo creyó
Constanza que aquel había sido su último aliento.
Sin embargo, solo estaba dormido.
Por la tarde, Rosella y Ugo aparecieron con
una infusión caliente de hierbas que le
712
LA HIJA DEL PAPA

administraron al adormilado patriarca.


No pudieron encontrar a ningún sacerdote en la
zona, y el muchacho enviado hasta Montefiascone
no regresó en todo el día.
A la mañana siguiente, la fiebre parecía haber
remitido y el padre renunció a la extremaunción.
Sin embargo, requirió que el pequeño Angelo
jugara o al menos se quedara en su cercanía.
—Tengo que tener en alguna parte un
caballito de madera con el que yo jugaba de niño.
Quizá le guste.
—Papá, Angelo aún es muy pequeño para
caballitos de juguete. Ni siquiera sabe andar.
—Es verdad.
El padre dio muestras de reflexionar.
—¿Y la Virginia de Ranuccio ha alumbrado
algún niño?
Constanza se estremeció y la madre cerró los
ojos. Pierluigi sonrió inseguro e irónico al tiempo.
—No lo creo —dijo Constanza, finalmente—.
Ranuccio es demasiado joven, y además tampoco
están casados. Ella es solo una cortesana.
Se produjo una nueva, prolongada y densa
pausa en la que solo Angelo gorgeó y chilló.
—Me gustaría saberlo —concluyó el
padre—. ¿No podríais averiguarlo? —añadió,
713
FREDERIK BERGER

mirando a Pierluigi—. Hijo mío, el mayor y más


fuerte, eres un buen jinete, ¿no podrías cabalgar
hasta Venecia y preguntarle a Ranuccio si tiene
un hijo?
Pierluigi esbozó una sonrisa deforme, como si
estuviera lidiando con las insensateces de un
demente.
—Pero, papá, Venecia se encuentra muy al
norte, estamos en invierno, y los pasos por los
Apeninos estarán cubiertos de nieve.
—Lo conseguirás, mi gran, mi fuerte hijo
mayor. ¿Hay nieve ahí fuera? No lo creo.
Pierluigi miró a su madre y agitó la cabeza.
—Puedes estar en cinco días en Venecia si te
das prisa. En una ocasión, César Borgia realizó
el trayecto hasta Bolonia en tres días. Era un tipo
osado, igual que tú, hijo mío.
La mirada de Pierluigi se endureció, pero
asintió.
Se buscó el mejor caballo, tomó a dos
acompañantes con sus respectivas monturas y
partió ese mismo día.
El remedio de hierbas que Rosella le traía
diariamente a su padre demostró ser un potente
reconstituyente. El cardenal parecía alejarse cada
vez más del riesgo mortal.
714
LA HIJA DEL PAPA

Ugo remaba cada día hasta la isola Bisentina


para visitar a la tía Giulia.
Como Pierluigi no había regresado aún
transcurridos ocho días, el estado de su padre
empeoró. Se encontraba inquieto, y decía
insensateces en torno a César Borgia una y otra vez.
Entremedias, reía y gr i taba: «¡Aut papa, aut nihil!
O Papa, o nada». Ese era su lema.
—Aut Caesar, aut nihil —le corregía la
madre.
—¿Y no es lo mismo, mi amor? ¿Dónde se
encuentra, en cualquier caso?
—Hace tiempo que César Borgia está muerto,
ya lo sabes.
—Hablo de Pierluigi, el osado —y el padre
se mostró realmente enojado.
—Pero, Alessandro —lo tranquilizó la
madre—, sería imposible que hubiera regresado ya.
El camino a Venecia es largo y peligroso.
El noveno día, el padre tomó únicamente el
remedio de Rosella y no comió nada. La fiebre
aumentó de nuevo y él requirió la extremaunción.
Ese mismo día, por la tarde, el padre oyó
voces.
—Mi madre me habla —susurró—, la hija de
los Caetani, la familia que engendró ocho
715
FREDERIK BERGER

cardenales y un gran Papa. Quiere que yo sea


pontífice. «¡Me lo prometiste!», me ha gritado. ¿Qué
opináis? ¿Los hijos o la curia? ¿La familia o la
sucesión de Pedro? ¿O las dos cosas? ¿Es eso
soberbia? Debo consultarlo con Ugo.
Nadie se atrevió a responder, ni siquiera el
provenzal.
—¿Por qué guardáis silencio? Oigo a mi
Ranuccio. Dice que debo decidir por los dos. Sí, lo
oigo, está llamando, llamando. ¿Por qué nadie le
abre la puerta?
—Alessandro, Ranuccio se encuentra aún
de camino desde Venecia. No puede estar aquí.
En la entrada del castillo resonaron golpes
sordos, y después un fuerte grito de llamada.
Constaza soltó un chillido y corrió a la
puerta.
¡Era él!
Ranuccio se había puesto en marcha en
cuanto Pierluigi lo había localizado, había dejado
a su hermano en Venecia, y ahora se encontraba
en la habitación del enfermo.
—Lo sabía —susurró el padre, abriendo los ojos
y sonriendo al joven—. «Tú eres mi Hijo amado, en ti
tomo contentamiento».
Ranuccio se arrodilló ante la cama y apretó la
716
LA HIJA DEL PAPA

mano de su padre contra su frente.


—¿Dónde está Virginia? — preguntó el padre—
. ¿Y tu hijo? —su voz sonaba insegura, temerosa.
—¿Mi hijo? —Ranuccio miró a Constanza con
una pregunta pintada en los ojos.
—Sí, tu hijo —insistió el padre. Ranuccio rio.
—Primero preocúpate por recuperarte, papá.
Mi hijo aún aguarda entre los ángeles.
El padre suspiró.
—Eso está bien —exclamó, tornando su
expresión en una sonrisa pícara—. Tampoco
queremos agotarnos.

717
FREDERIK BERGER

QUINTO LIBRO

Apocalipsis

718
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 62

Capodimonte – Roma, Vaticano – palazzo


Farnese Principios de abril de 1524

Alessandro recuperó las ganas de vivir y


comenzó a recuperarse. Sin embargo, hasta
principios de la primavera no se encontró lo
suficientemente fuerte como para remar hasta la
isola Bisentina y allí rezar ante la tumba de su madre
y de su nunca olvidado hijo Paolo.
También su hermana había fallecido poco
antes, y su hija Laura le había hecho enterrar con
total discreción. Al contrario que Alessandro, que
debido a su enfermedad no había podido volver a
visitarla, Silvia había acudido una y otra vez hasta
la isla para verla y rezar con el fantasma de
mejillas hundidas y carcomido por el dolor, que era
ya su amiga. Sin embargo, y a excepción del coro de
monjas intercesoras, ella era la única que rezaba,
pues Giulia solo abría los labios para emitir
fervorosas protestas:
—¿Por qué no me dejas morir de una vez,
Dios cruel? ¿Por qué me castigas así? ¡Solo lo
719
FREDERIK BERGER

hice por mi hermano!


Entonces, rompía a sollozar y a gritar como un
animal agonizante, hasta que se desmayaba,
resollante, y las monjas de mirada compasiva la
llevaban a su celda.
La primavera despertó con brotes verdes,
coloridas prímulas y violetas, reunió en el cielo un
rebaño de redondeadas y luminosas nubes y cubrió
la isla con un especiado aroma a resina fresca.
Alessandro también rezó una oración ante la
tumba de su hermana, de su hermano Angelo y de su
padre, abandonó después el mausoleo y llevó a
la ligeramente reticente Silvia hasta la roca de las
Sirenas. Constanza y Ranuccio se mantuvieron a
distancia prudencial. Alessandro se sentó en la
orilla, contempló el mar reluciente y deslumbrante
bajo los rayos del sol y finalmente la pálida hoz
de la luna que aguardaba, como olvidada o
perdida, sobre el horizonte.
Silvia había permanecido de pie, pero
finalmente se dejó convencer para reposar sobre
el fresco musgo.
—¿Te acuerdas? —le susurró él.
En silencio, ella se inclinó sobre él, posando la
cabeza en su hombro.
—¿Te parece que ha merecido la pena? —
720
LA HIJA DEL PAPA

susurró él.
Ella le cogió la mano y besó las puntas de sus
dedos.
Él se perdió en sus pensamientos, hasta que
finalmente dijo:
—¿No debería renunciar a mi rango de
cardenal para que los dos pudiéramos quedarnos
aquí, regocijándonos por la suerte de poder
envejecer juntos, como Filemón y Baucis? Ya no
seré Papa. A Clemente no le interesa una
renovación radical de la Iglesia, de la cabeza a los
pies, y los tejemanejes políticos, todo ese
carrusel de intrigas, me repugna. Pierluigi ya no
permite supervisión alguna, incluso el joven
Ranuccio ha tomado su propio camino, Constanza
tiene más que suficiente con sus hijos, puede
permanecer en el palazzo de Roma... Y nosotros
podíamos espantar los pájaros de mal agüero de
mi madre, adecentar Capodimonte y criar ovejas.
—Debes vencer la desilusión, Alessandro, y
regresar a Roma — respondió Silvia, con ademán
decidido—. Clemente ya ha enviado numerosos
mensajeros en tu busca, incluso ha manifestado su
intención de venir a verte en persona. Debes
convertirte en decano del colegio cardenalicio, y
probablemente pronto también en vicecanciller. Por
721
FREDERIK BERGER

lo que ha señalado, sois viejos amigos y necesita


tu consejo.
Alessandro agitó cansado la cabeza.
—Por lo que Baldassare me ha escrito, sus
nuevos consejeros cercanos son Giberti y Schönberg,
el uno, un francófilo apasionado, el otro, un
decidido partidario del emperador. Entre ellos, el
veleidoso Clemente. Lo único que conseguiría sería
acabar exhausto.
Silvia había cogido la mano de Alessandro de
nuevo y la sostenía sobre su mejilla.
—¿De verdad quieres renunciar? Al poco
tiempo te aburrirías, te arrepentirías de tu
decisión y destrozarías nuestra vida
—dijo ella, mirando compungida el mar—. No, no
hay marcha atrás. El Todopoderoso te ha devuelto la
vida y sé que tú lucharás con el último aliento
que te quede. ¡Volvamos a Roma!
Alessandro la había escuchado con calma,
pero no respondió, a sabiendas de que Silvia lo
conocía bien. Vagos pensamientos lo rozaron, un
ligero eco del sueño del sacrificio le vino a la mente,
oyó la voz de Ugo y sus palabras acerca de las
apasionadas transformaciones de la vida y el poder
del amor, su antiguo maestro Leto se reía, se reía
de su juventud lejana, pero de pronto adoptaba
722
LA HIJA DEL PAPA

un gesto grave, sepulcral: «Alessandro,


conviértete en quien eres».
Se levantó, decidido. Su pretérita
desorientación quedaba relegada al recuerdo,
como un remolino terrorífico. Silvia lo miró y él
simplemente asintió y dijo:
—Tienes razón.
Se reencontraron con Constanza y Ranuccio y
regresaron a los botes. Poco a poco los rígidos
vigilantes que eran los cipreses se fueron
volviendo más pequeños, mientras una gaviota los
observaba en vuelo, con sus ojillos curiosos y
pequeños como botones, y los acompañaba casi sin
aletear, rodeándolos una y otra vez, hasta hundirse
finalmente en la luz plateada.
Cuando Ranuccio anunció que al día siguiente
partiría para Roma, «para comprobar si todo está
en orden», Alessandro tomó una resolución.
—Todos regresaremos mañana a Roma.

En su primera audiencia con el papa Clemente


en el Vaticano, fueron incontables los prelados y
cardenales que se lanzaron sobre él para
saludarlo con amistosas exclamaciones. Algunos
incluso lo abrazaron y le susurraron al oído:
—Por fin, ¡la voz de la razón! Sin ti, Clemente
723
FREDERIK BERGER

está perdido y sin sustento.


Él volvió la vista, pero se sintió halagado.
También el papa Clemente lo saludó con un
abrazo tan afectuoso, que Alessandro se sintió
inclinado a pensar que aquel era el reflejo de sus
auténticos sentimientos. Todos sus estrechos
consejeros tuvieron que permanecer apartados,
incluso Lorenzo Pucci y los cardenales Giberti y
Schönberg, cuando Clemente posó el brazo sobre
el hombro de Alessandro para conducirlo hasta la
logia, donde podrían hablar sin que nadie los
perturbara.
Alessandro quiso disculparse una vez más
por no haber podido tomar parte de la coronación
durante l a sacro possesso, pero el Papa ni siquiera
le permitió hablar.
—Mi viejo amigo, debemos olvidar todo el
pasado, las rivalidades, los secretos, los
torturadores cónclaves. Debemos permanecer
unidos para poder superar la montaña de deberes
que se acumula ante nosotros. Todas las deudas
que sigue padeciendo el Vaticano. Los romanos
están indeciblemente decepcionados conmigo por
haber sido supuestamente tan avaro. Todos los
cazaprebendas regresan al Vaticano en oleadas, y he
tenido que anunciar a muchos de ellos que
724
LA HIJA DEL PAPA

renunciaba a sus «servicios». Y, ¿cuánto crees que me


ha costado mi capitulación electoral? Todos mis
beneficios como cardenal y vicecanciller. La
mayoría se los ha quedado Colonna, incluido el
palazzo Riario. Cada día se acaricia con burlona
satisfacción la barba, que está volviéndose a dejar
crecer bien poblada, pero al menos parece que
Soderini está a punto de irse a criar malvas. En
plena posesión de su dignidad y cargo y sin que
nadie le ayude: no es justo, hubiera sido mucho
más adecuado que estirara la pata en lo más
oscuro de una mazmorra. Afortunadamente pasará
la eternidad ardiendo en los fuegos del infierno.
Miró entonces a Alessandro con sus ojos
ligeramente estrábicos.
—¿No dices nada?
—Te escucho a ti y a tu elaborado informe de
campo.
Alessandro había torcido la boca con sutil
ironía. Clemente le dio una palmadita en la espalda.
—Sigues siendo el viejo y taimado zorro que
nos tiene a todos en el bolsillo. Veo que la visita de
la parca no te ha cambiado nada.
—Oh, Giulio... Perdón, Clemente, Santo
Padre, estuve a punto de quedarme en Capodimonte
criando ovejas.
725
FREDERIK BERGER

Clemente rompió a reír, con una risa un tanto


forzada y exagerada.
—No somos criadores, somos pastores,
Alessandro, buenos pastores, tal y como Dios el
Señor ha deseado, y eso ya es suficientemente duro.
Pero volvamos a la política. Sin duda has oído que
los franceses han logrado ascender hasta el Ticino
ya en la pasada primavera y sin embargo no han
sabido aprovechar su victoria. ¡Yo mismo tengo
mi parte de culpa en ello! Y el emperador, a
principios de año, bajo el mando de un antiguo
vasallo y connétable del rey francés, ha logrado
expulsarlos de nuevo fuera de los Alpes. No hay
duda de eso.
Recuerda, no obstante, el nombre del francés: se
llama Carlos de Borbón, es un comandante muy
dotado y ha cambiado de bando porque la reina
madre intentó cortejarlo inútilmente y ahora,
despechada, ha pretendido arrebatarle la herencia
de su difunta esposa. Francisco, el rey
cristianísimo, está otra vez de deudas hasta el
cuello, y además tiene que ocuparse sobre todo y
ante todo de su amante de la casa Chateaubriant.
Existe incluso el riesgo de que el emperador se
haga con Francia entera. Hay que evitarlo bajo
cualquier concepto y cambiar de bando o no
726
LA HIJA DEL PAPA

tardaremos en convertirnos, nosotros y toda Italia,


en vasallos de Carlos. ¿Entiendes?
Alessandro dejó vagar la mirada sobre el
borgo hasta el castillo de Sant’Angelo, el Rione di
Ponte y, después, de nuevo al sur, allí donde
debía encontrarse su palazzo. En la distancia
podía incluso distinguir el Coliseo, la colina
cubierta de pinos del Palatino, los torreones de la
iglesia y las atalayas lentamente desmoronadas de las
antiguas familias. En numerosos puntos se elevaban
columnas de humo y sobre la ciudad se extendía
una luz grisácea, no la luz dorada de los atardeceres
que hacía relucir suavemente a Roma...
—¿Me estás escuchando? —exclamó
Clemente.
—Sí, claro que te escucho. Quieres volver a
cambiar de bando.
—No. Quizá. Depende de las circunstancias.
—Si el emperador se vuelve demasiado
fuerte...
—Exacto, lo has entendido.
—Pero el emperador te considera un aliado,
no se alegrará precisamente si le vuelves la
espalda.
—Bueno, ya sabes cómo funcionan estos
juegos de poder. Come con el caballo del beneficio
727
FREDERIK BERGER

a la torre de la fidelidad y pronto estarás a un


movimiento de la victoria.
—Y para terminar, la reina de la intriga hace
jaque mate sobre el rey de la política honorable
— concluyó Alessandro.
Clemente se encogió de hombros y arqueó una
ceja, irónico.
—Como Papa, soy el soberano de los Estados
Pontificios y tengo que aullar con los lobos para que
no me coman vivo. El fin justifica los medios. Lo
sabes muy bien, y tú mismo no actuarías de
forma diferente.

De regreso en su palazzo, Alessandro se sintió


mejor, pero no del todo en casa. El edificio estaba
allí, igual que lo había dejado antes del cónclave,
una parte de la famiglia había buscado su sustento
en otra parte, Bosio y Girolama habían pasado el
invierno en Frascati, junto con los niños.
Entretanto, Silvia había regresado a su casa de la
via Giulia con Rosella, Baldassare parecía
encontrarse con los nietos en Frascati o, como
mínimo, de camino; y Ranuccio probablemente
había acudido a visitar a su Virginia.
Alessandro vagó por las frías y húmedas
estancias del palazzo, hizo encender la chimenea y
728
LA HIJA DEL PAPA

finalmente se encontró con Constanza, arrodillada en


el cuarto de los niños con su pequeño Angelo
dormido en el regazo, quien le miró asustada al
entrar y se limpió con movimientos nerviosos las
lágrimas de los ojos y las mejillas.
Él le acarició el cabello, tratando de
consolarla.
—¿Qué te aflige? Ella agitó la
cabeza.
—Nada. Solo estoy triste —ella se sorbió con
cuidado para no despertar a Angelo—. Echo de
menos a mis hijos y a Bosio, sí, incluso a él. Y
a mamma. Pero no quiero dejarte solo —dijo, y
señaló la carta lacrada que yacía sobre una
bandeja—. Es de Pierluigi. Un mensajero la traía
para ti y el mayordomo la recogió mientras estabas
en el Vaticano.
Alessandro la abrió y ojeó su contenido, para
acto seguido releer lo más relevante:
«He pasado el invierno en Venecia, donde
no solo me he encontrado con Francesco María,
sino también con Giovanni. Francesco María,
cuya esposa permanecía en Urbino, debió verse
afectado con una fuerte melancolia, pues siempre
nos dejaba marchar sin acompañarnos cada vez que
íbamos en busca de diversión. En sus ojos brillaba
729
FREDERIK BERGER

la pena, o al menos así de poéticamente lo habría


descrito nuestro reverenciado maestro y poeta
Baldassare. Por suerte, hay diversión a espuertas en
Venecia: en ese sentido, la ciudad de la laguna
hace parecer a Roma una aldea de vacas y pastores.
Giovanni ha encontrado mujeres de belleza
arrebatadora, e incluso yo, que tengo preferencia por
los cuerpos más fornidos, he encontrado delicias
más acordes con mis gustos.
Sin embargo, mi bolsa está vacía, por lo que
parto con Giovanni hacia el oeste, en dirección a
Milán, donde podremos cumplir con nuestra
condotta. Giovanni estará a sueldo del papa
Clemente, mientras que yo he recibido la soldada
de los imperiales y estaré al mando de un
battaglione de italianos. En comparación con
ellos, los lansquenetes alemanes y reisläufer
suizos son unos caguetas: los alabarderos son una
tropa de bravi bien heterogénea, de quien bien se
puede decir que en realidad son bandidos más
preocupados por el pillaje que por la lucha, pero
la caballería ligera es una tropa arrojada.
Echaremos a los franceses a patadas de las montañas,
e incluso es posible que después lleguemos hasta
la Provenza. El Borbón, el general imperial y los
altos oficiales españoles conocen su oficio.
730
LA HIJA DEL PAPA

Querido padre, pronto podrás, en cuanto


hayamos ganado, sentirte orgulloso de tu hijo
mayor. El ejemplo de mis predecesores me
empuja a buscar la fama en el campo de batalla. En
caso de hallar una muerte heroica, entraré en los
salones de la gloria haciendo mías las palabras
del poeta romano (¿Cómo se llamaba? Ay,
Baldassare, perdóname): dulce et decorum est
pro patria mori. Tu orgulloso y amante hijo y
heredero, Pierluigi».
Alessandro dejó caer lentamente el papel.
Su mirada recayó sobre el pequeño Laocoonte y se
perdió en la lejanía.
—Qué insensato arrogante. Quiere jugar a los
héroes... Hasta que se vea inmerso en una ridícula
refriega o lo alcance una bala de arcabuz perdida.
Constanza se había levantado y acunaba al
pequeño Angelo en sus brazos. El niño aún
dormitaba.
—Pierluigi tendrá cuidado...
¿Debería enviar un mensajero a Girolama o ir yo
misma a Frascati a decírselo? —dudó un instante—
. ¿Por qué no vienes conmigo? No me gusta la idea
de dejarte solo.
—¿Qué hay de Ranuccio? ¿No crees que se
quedará en Roma, donde podrá no ya tanto ver a
731
FREDERIK BERGER

su padre como a su joven cortesana?


Le indicó a Constanza que le dejara colocar al
pequeño Angelo en su regazo. El niño se despertó,
pero aceptó de buen grado el cambio de manos,
jugó con los botones de su abuelo, le tiró de los
lóbulos de las orejas y quiso arrancarle el gorro de
la cabeza.
Constanza guardó silencio un instante y
respondió, finalmente:
—Ranuccio quiere volver a reunirse con el
duque de Urbino. Venecia le ha prometido una
condotta sobre un pelotón de caballería de cien
hombres.
—¿Te lo ha dicho él?
Ella asintió.
—¿No crees que Virginia podrá retenerlo aquí?
Ella negó con la cabeza.
El pequeño Angelo se las había ingeniado para
irse deslizándose hasta el suelo, donde gateó hacia
su madre y se levantó. Ella intentó sostenerlo en
sus primeros intentos por caminar, pero de
inmediato volvió a caer de culo y gateó tras un gato
curioso que se había colado en la habitación para
calentarse junto a la chimenea. Mientras Alessandro
lo observaba, recordó los primeros pasos de
Ranuccio. Habían transcurrido ya quince años de
732
LA HIJA DEL PAPA

aquello. Sintió cómo el miedo le oprimía la


garganta. Su benjamín tenía ya dieciséis años, era
un jovencito delgado, un buen arquero y jinete, pero
apenas un niño... ¿Y ya quería dirigir un pelotón
de caballería? ¿Darle órdenes a hombres
experimentados en la batalla que, por la edad,
podrían ser sus padres? ¡Se reirían de él!
—¿Sabe realmente que Virginia podría ser
medio hermana suya? — interrumpió Constanza
sus pensamientos.
Alessandro alzó la mirada compungido. Apenas
había regresado a Roma como un cardenal derrotado
y humillado que había evitado la muerte por muy
poco y ya tenía que contemplar la división de su
propia familia. Estaba ocurriendo lo que siempre
había querido evitar, y no podía hacer nada.
—No lo sé —respondió con voz
entrecortada—. Probablemente ni siquiera su
madre lo sepa —respiró hondo—. Virginia
destruirá nuestra familia de nuevo, lo presiento. Y
sin embargo es una muchacha encantadora.
—No lo conseguirá — Constanza le echó los
brazos al cuello y susurró—. Además, nos tienes
a nosotros.
Él se liberó de su abrazo.
—¿No debería ir a Ranuccio y decirle,
733
FREDERIK BERGER

simplemente: Virginia es tu hermana?


Constanza se mostró horrorizada y cogió a
Angelo en brazos.
—Es hora de alimentar al pequeño. Lo llevaré
al ama.
—Pero si alguien se lo llega a decir —pensó
Alessandro en voz alta — buscará la muerte en el
campo de batalla... Ranuccio no posee un espíritu
fuerte... ¡No debe acabar como mi hermano
Angelo! ¿Qué demonios debería hacer?
Constanza se aproximó de nuevo a él y el
bebé tendió los brazos hacia su abuelo.
—¡Nos tienes a nosotros! —
repitió ella con expresión triste.

734
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 63

Roma, palazzo Farnese – Vaticano, aula


regia 30 de octubre de 1526

Cuando Alessandro despertó de sus inquietos


sueños y abrió los ojos, un pequeño ángel mudo se
encontraba de pie a su lado, observándolo. Cerró
los ojos, se hundió en un escenario oscuro,
iluminado por la luna y escuchó el chasquido de
espadas y el relincho de caballos. Quiso gritar
«¡parad!», pero en lugar de eso volvió a abrir los
ojos. El angelito aún seguía a su lado, y la clara
luz de la mañana atravesaba los cortinajes. Parpadeó
y el ángel en seguida rio, alzó los brazos, gritó
«¡el nonno está despierto!» y comenzó a gatear por la
cama.
Alessandro no pudo entonces evitar reír.
Abrazó al pequeño Angelo, el benjamín de
Constanza, quien había tomado por costumbre
deslizarse por las mañanas en su cuarto y esperar
pacientemente y en silencio junto a su cama hasta
que él abría los ojos. Entonces, ya no se
refrenaba, y al pobre abuelo de sesenta años no
735
FREDERIK BERGER

le quedaba más remedio que cubrir a su angelito


de carantoñas y cucamonas.
No podía imaginar forma más hermosa de
despertarse. Todos sus oscuros sueños se
desvanecieron de golpe. Angelo le cubrió los ojos y
la pronunciada nariz con besitos babosos y después
se recostaron los dos juntos durante un rato, hasta
que Alessandro logró incorporarse a pesar de sus
doloridos huesos. Entonces, apareció el ayuda de
cámara para ayudarlo a asearse y vestirse, después
Constanza asomó la cabeza por allí para recoger
al parlanchín Angelo, no sin antes darle a su padre
un beso de buenos días y preguntarle qué tal había
dormido.
—Los ancianos duermen ligero y sueñan con
pesadez.
Constanza le dedicó una risilla maternal a su
teatral tono quejoso y atrapó al pequeño Angelo
para, seguidamente, abandonar ambos la habitación
diciéndole adiós.
«¡Ay!», pensó Alessandro «¡cuántas alegrías
pueden darte los hijos y los nietos!».
Tras vestirse, se dirigió al estudio, donde se
arrodilló ante el crucifijo, como correspondía a un
viejo cardenal. Debía rezar, y de hecho solía
recitar los versos del padrenuestro y el Magnificat,
736
LA HIJA DEL PAPA

o bien dejaba surgir a los salmos de las


profundidades de su pensamiento, para darles vida
en sus labios. Sin embargo, se esforzaba
enormemente por concentrarse en los
requerimientos del día, y por reflexionar acerca de
la posición en la que se encontraban tanto el
Vaticano como Italia entera, así como su propia
familia. Le iría mejor si procuraba no dejarse
sorprender por los imprevistos diarios. Cuando era
más joven, podía vivir al día con mayor facilidad,
pero a esa edad debía conservar todas sus fuerzas
y preocuparse más por el orden.
Aquel día, por la tarde, se celebró un nuevo
consistorio, para el cual no le aguardaban,
afortunadamente, nuevos cometidos.
Siguió sintiendo los húmedos besos del
pequeño Angelo en la mejilla, escuchó la risa del
niño, pero tras aquellas carcajadas resonaba aún
el metálico y agudo sonido de las espadas
entrechocadas con las que había soñado. Hasta el
momento se había olvidado de ellas, pero no
necesitaba a ningún Luca Gaurico para
relacionarlo de inmediato con los grandes soberanos
europeos que luchaban desde hacía años, el rey
francés Francisco y el emperador Carlos, quienes
se enzarzaban como furiosos perros de pelea y no
737
FREDERIK BERGER

dejarían de desgarrarse y destrozarse el uno al otro


hasta que alguno cayera muerto sobre la arena del
combate.
¿Y qué se le ocurre hacer al presuntamente
pacifista y obcecado mediador papa Clemente?
Cambiar de bando y entrometerse en la pelea. Había
ayudado a crear una alianza contra el emperador
llamada la Santa Liga de Cognac y había enviado a
un nuevo perro mordedor al campo: su sobrino
Giovanni de Medici, il Diavolo.
Así pues, no era difícil comprobar que la
guerra en Italia y Francia no solo era equiparable
a una pelea de perros, sino incluso a una danza,
pero no dirigida por un Dios justo o siquiera
pacífico, sino por la veleidosa diosa Fortuna: dos
pasos hacia adelante, tres atrás, y un paso más
adelante. Tampoco acompañaría al baile el sonido
de laúdes y de flautas, sino el estruendo de las
fanfarrias y los tambores; en lugar de tender la
mano a la pareja, se volvía hacia ella con una
espada por delante, hasta que finalmente todo
quedara inundado de sangre, lágrimas y miseria.
Alessandro, que se había inclinado sobre su
atril, se alzó de nuevo y contempló el crucifijo
como si se tratara de la encarnación de sus pesares.
Hacia adelante y hacia atrás, así se movían, una
738
LA HIJA DEL PAPA

victoria no bastaría y se convertiría en derrota, una


derrota inyectaría nuevas energías y se
confirMaría como una victoria, le seguiría una
breve pausa para recuperar fuerzas y después
todo volvería a empezar. Lo único que les
preocupaba a los que debían soportar la acometida
de un ejército enemigo eran el asedio y la conquista.
La misma situación se llevaba repitiendo
desde hacía treinta años y durante los últimos la lucha
se había vuelto particularmente cruenta. Primero,
los imperiales invadieron la Provenza bajo el mando
del antiguo connétable francés Carlos de Borbón.
Entonces las tropas del rey galo marcharon sobre
el norte de Italia, de gobierno imperial,
conquistaron Milán y sitiaron Pavia, hasta que la
tortilla volvió a dar la vuelta inesperadamente y
el emperador logró una victoria grandiosa en
Pavia que estuvo a punto de costarle la vida al
rey, además del encarcelamiento. Todo esto había
ocurrido hacía año y medio, en febrero de 1525.
Un año después, los aliados del emperador se
habían vuelto contra él, incluido el Papa, en aquella
liga impía, y las tropas imperiales habían tenido
que volver a luchar por la supremacía en el norte de
Italia: Borbón aguantaba rodeado y sin soldada en
Milán... Y Pierluigi con él.
739
FREDERIK BERGER

Sí, su hijo no podía vivir una vida tranquila


en Roma o en el campo, no, tenía que inmiscuirse
en la lucha, y por voluntad propia.
Alessandro revolvió con movimientos
pausados los papeles sobre su atril, entre ellos la
carta de su hijo, protocolos del Vaticano, facturas
y un nuevo plano de Sangallo que haría aun más
bello el palazzo Farnese. Además, recibos de
préstamos, empeños, relaciones de beneficios
tributados. Un par de notas aquí y allá que él
necesitaba para cubrir las cada vez más frecuentes
lagunas en su memoria.
A pesar del alegre despertar que Angelo le
había proporcionado, tuvo la sensación de que aquel
día no transcurriría felizmente. En los últimos
tiempos había desarrollado una cierta tendencia a
la ansiedad, que le provocaba mareos y no le
dejaba respirar. Abrió de golpe la ventana, apartó
los postigos y contempló aquel día de octubre,
tenuemente iluminado. Una luz pacífica cubría
San Girolamo y las casas del barrio y el aire
fresco le permitió respirar hondo. Ante el palazzo
se arremolinaba la gente, podía oír el estruendo
procedente de Campo de Fiori. Mientras regresaba
de nuevo al estudio, su mirada recayó en el
reducido grupo del Laocoonte. Sí, padre e hijos
740
LA HIJA DEL PAPA

luchaban, desfigurados por el dolor, contra el


estrangulamiento al que les sometía la serpiente
enviada por un dios enloquecido. Un dios egoísta y
celoso que no permitía al hombre disfrutar de las
dichas de la familia.
Se volvió con brusquedad y tomó entre las
manos, medio distraído, las cartas de su hijo. Hacía
mucho que no veía a Pierluigi y Ranuccio, los
echaba de menos y, día a día, su preocupación
aumentaba. Los dos se enfrentaban como
contendientes: Pierluigi, como capitano del
emperador bajo las órdenes del Borbón en Milán;
Ranuccio, como joven jefe de la caballería, bajo
el mando de Francesco María, duque de Urbino,
soldado del Papa y de la Liga, unido además al
Diavolo, Giovanni de Medici.
Aquella guerra enfrentaba a hermanos y
amigos. ¿Qué se proponía aquel Dios lejano,
cuyo principal vasallo era el Papa y al que él mismo,
el envejecido cardenal Farnese, también servía?
¿Qué pretendía aquel Dios al arrojar al hermano
mayor y al hermano pequeño el uno contra el otro?
Los pecados terrenales habían llevado bien pronto
al crimen de Caín y Abel y la humanidad no había
logrado salvarse de aquella maldición desde
entonces.
741
FREDERIK BERGER

Alessandro sostuvo una de las extensas


misivas de Pierluigi. Su hijo mayor le informaba
precisamente del desarrollo de la batalla en el norte
de Italia y en ninguna dejaba de repetir la desgracia
que le suponía que Giovanni de Medici fuera un
campeón del Papa: «¿Realmente debería luchar
contra un amigo que me es más cercano que mi
propio hermano?». Alessandro le había contestado
que lo mejor que podía hacer era no luchar en
absoluto.
Sin embargo, aun le inquietaba más el porvenir
de Ranuccio. Tras la derrota electoral y el regreso
de Ranuccio de Venecia, no había permanecido
mucho tiempo en Roma. Había visitado a Virginia
con frecuencia, algo que Alessandro había tenido
que observar impotente, pero de pronto había
regresado sin previo aviso y sin la compañía de su
amante a Venecia, donde quería completar su
formación como futuro capitano.
¿Habría descubierto la verdad de boca de
Maddalena y se le habría roto el corazón?
Alessandro, al igual que Silvia, había sabido
poco de él desde entonces. Las cartas de
Ranuccio eran escasas, y todas tenían un tono triste,
aunque en ninguna expresaba enteramente sus
sentimientos. Finalmente, anunció con brevedad
742
LA HIJA DEL PAPA

que cargaría contra los imperiales, bajo el mando


de Francesco María, dentro de un ejército veneciano.
Contra Milán, que Pierluigi defendía bajo el
mando del Borbón.
Por suerte, no llegaron a encontrarse, pero
Alessandro tuvo que escuchar cómo, a principios
de verano, un Clemente burlón, pero a punto de
estallar de rabia, le informaba de las novedades
en el campo de batalla.
—Así pues, los venecianos, como parte de la
Liga Santa y bajo la dirección de sus grandes
estrategas, se presentan ante los muros de Milán para
conquistar la ciudad y acabar con el Borbón. ¿Y
qué crees que hace el duquecito de Urbino? Llega y
mira. Pero no acaba de decidirse a atacar. Un ataque
acabaría por llevar a la muerte a soldados de una u
otra facción y nuestro querido filántropo quiere
cualquier cosa menos eso. De pronto, se tiene que
enfrentar con un ataque del propio Borbón. Francesco
María, el Fabio Maximo Cunctator veneciano, se
ve sorprendido y cuenta sus pérdidas. Entonces,
toma una decisión: ¡se retira! ¿Sabes, querido
Alessandro, como llaman a nuestro cesáreo
indeciso desde semejante heroicidad? Veni, vidi,
fugi: Vine, vi y hui —el papa Clemente rompió
en una carcajada furibunda—. ¡Y semejante sujeto
743
FREDERIK BERGER

se considera a sí mismo capitano generale de la Liga


Santa de Cognac! Ha desaprovechado una victoria,
regalándole Milán al emperador. Deberían
destituirlo y excomulgarlo. Sin embargo, los
venecianos, obstinados e intransigentes como son, no
quieren dar su brazo a torcer. ¿Qué te parece?
A pesar de los huecos que aparecían
ocasionalmente en su memoria, hizo un esfuerzo
por tratar de retener en la memoria esos ataques
del Papa, así como lo que siguió a continuación:
—¿Has sabido algo de mis hijos? —le
preguntó.
Clemente agitó la cabeza.
—Nada; ninguna heroicidad, ninguna gloria,
ninguna «dulce muerte por la madre patria».
—¡Gracias a Dios!
—¿En qué clase de cretino te has convertido,
Alessandro? Pero no te preocupes, que tus hijos no
tardarán en dar uso a sus espuelas — en sus ojos
brillaba cierta malicia.

Alessandro pasó la mañana conversando con


el mayordomo, recibiendo a los mendigos del barrio,
echándole un vistazo a su ligeramente mimado nieto,
hablando brevemente con Constanza y después
también con Silvia para, finalmente, dirigirse al
744
LA HIJA DEL PAPA

Vaticano en una litera portátil. Se sentía


demasiado débil para cabalgar.
Una vez llegado al aula regia, se encontró con
que el Papa, en contra de su costumbre, no se
encontraba dominando con calma la reunión de
cardenales, sino que vagaba arriba y abajo
perturbado; le hizo señas a Pucci para que se
acercara, saludó brevemente a Alessandro y
finalmente, cuando todos los cardenales se
encontraban ya reunidos y tras un breve rezo, expuso
la situación en el norte:
—En primer lugar, no querría ocultaros una
buena noticia, hijos míos. El emperador no ha
enviado suficiente soldada a su general Borbón, ni
tampoco al capitán de los lansquenetes, Georg von
Frundsberg, a quien al mismo tiempo ha solicitado
ayuda. Esto muestra lo precaria que es la
situación del emperador y de sus tropas. Tampoco
quiero dejar de daros una segunda buena noticia:
ese tal Frundsberg, a quien gustan de llamar el
«padre de los lansquenetes», y que le ha
conseguido tantas victorias al emperador, ha
envejecido y engordado, y está dispuesto para la
bien merecida jubilación. Sin embargo, también
hay malas noticias: a diferencia de lo que suele
ocurrir entre nuestros generales, se ha mostrado
745
FREDERIK BERGER

leal al emperador; de hecho, ha decidido entrar en


combate y se ha puesto en movimiento. Como no
cuenta con suficientes fondos para pagar la soldada,
ha empeñado sus propias posesiones para obtener
el capital que mantenga sus fuertes tropas de
lansquenetes. Ver para creer. Un general pagando
a sus hombres de su propio bolsillo, ¡y todo por
lealtad! Así son los alemanes, ¡están locos de
atar! La segunda mala noticia: Frundsberg está
reclutando en el sur de Alemania a todo muchacho
joven y sediento de aventura, así como a todo
experimentado veterano que solo espere una
oportunidad para ir a buscar su salario y la
rapiña asociada. Ha pasado revista en Merano y
Bolzano: ascienden a quince mil hombres y eso
solo porque el invierno se aproxima y las tropas
venecianas bloquean el paso directo por Verona que
lleva hasta el sur. Y yo os pregunto: ¿Es eso una
buena o una mala noticia? ¿Buena, porque los
lansquenetes se encuentran atrapados junto con
su envejecido superior y el invierno de los Alpes
los congelará? ¿O mala por si resulta que en
realidad consiguen abrir la barrera de venecianos,
de milaneses o incluso de los de Mantua, donde hay
amigos del emperador?
El papa Clemente se detuvo un instante, y
746
LA HIJA DEL PAPA

cuando los cardenales comenzaron a hablar entre


ellos, alzó los dos brazos:
—Para tranquilizaros, una última y buena
noticia: en caso de que Georg von Frundsberg
realmente lograra abrirse paso, le harán frente las
tropas papales bajo las órdenes de nuestro osado
Giovanni. ¡Mi sobrino les enseñará a los
lansquenetes de lo que es capaz un Medici!

747
FREDERIK BERGER

Capítulo 64

Baviera, orillas del lago Ammersee –


Bolzano – Serraglio al sur de Mantua – Noviembre
de 1526

Efectivamente, en noviembre del año 1526 el


ejército de lansquenetes de Georg von Frundsberg
marchó de Bolzano hacia el sur para ofrecer su
apoyo a los imperiales al mando de Carlos de
Borbón que, a pesar del hambre y el frío, seguían
resistiendo en Milán. Puesto que el valle del
Adisio se encontraba bloqueado por los
venecianos, tuvieron que reflexionar y poner en
marcha un arriesgado plan.
Entre los lansquenetes se encontraba un
muchacho procedente del asentamiento pesquero de
Niedernschondorf, junto al lago Ammersee, en la
Alta Baviera: se había alistado por primera vez
y marchaba, libre de dolorosos recuerdos y con
la esperanza de grandes aventuras y un rico
botín, junto con el resto de la compañía de
Frundsberg. Se llamaba Bartholomäus Krux, aunque
todos le llamaban Barth, o el Oso.
748
LA HIJA DEL PAPA

En el registro figuraba como Bartholomäus,


hijo del pescador Johannes. El padre se había
ahogado durante una tormenta invernal. Cuando
Barth contaba con siete años de edad, su hermana
pequeña contrajo una enfermedad que provocó
que la laringe se le enrojeciera como carbón
encendido, le salieran manchas en la piel, le
subiera la fiebre y, poco después, la muerte. La
madre desapareció una mañana en que Barth
echaba una mano al sacerdote de Sankt Jakobus am
See alimentando a las gallinas y limpiando la
iglesia. La compasiva ama de llaves del
sacerdote, que también se había criado sin padre, se
dio cuenta de la situación y tomó a Barth bajo su
protección en la casa. El párroco, que procedía de
Finning, se había formado en el seminario de
Ausburgo y se hacía llamar Carolus Minus, hasta
el punto de que nadie conocía su verdadero
nombre, se mostró conforme con la ampliación de
la familia, pues Barth era de su agrado. El joven
se entusiasmó pronto, y mostró un gran interés en la
Biblia o, para ser más exactos, en la lectura.
Ni uno solo de los hijos de los pescadores de
la parroquia de Sankt Jakobus am See sabía leer,
por lo que el padre Carolus se mostró muy
impresionado por la inteligencia y las ganas de
749
FREDERIK BERGER

aprender de Barth. No tardó en saber escribir y


hacer cuentas. Hacía de monaguillo mientras, al
mismo tiempo, iba creciendo y convirtiéndose en
un muchacho fornido. Siempre se quejaba de
hambre y, desde muy temprana edad, era capaz de
tolerar grandes cantidades de cerveza. También
comía tanto como el padre Carolus, su ama de
llaves, María Antonia, y la hija de ésta, Anna,
juntos. Muchas gallinas acabaron en la cazuela, y ya
no pudieron dar más huevos, algo de lo que la
pequeña Anna era responsable. El padre Carolus se
limitaba a señalar:
—«Mirad las aves del cielo, que no
siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y
vuestro Padre celestial las alimenta». Ya
lograremos saciar a Barth.
Ocasionalmente, el Luidl Schorsch llegaba
desde Dießen para vender clavos, agujas, guantes
y peines, y todo lo que cualquiera pudiera
necesitar y no pudiera fabricar uno mismo.
Naturalmente, también estampas y rosarios. Los
negocios le iban bien, y buscaba un ayudante.
Cuando oyó que Barth sabía calcular y escribir,
le propuso al padre Carolus tomar al joven como
aprendiz.
María Antonia hubiera preferido mantener a
750
LA HIJA DEL PAPA

Barth en casa y su hija Anna lloró cuando oyó la


proposición del comerciante.
Sin embargo, la razón se impuso al corazón, y
así Barth comenzó a marchar día tras día, en verano
y en invierno, desde Dießen hasta Kinsau, desde
Kinsau hasta Finning y más allá, hacia el castillo
del conde de Perfall. Compraba con el Luidl
Schorsch las mercancías en Ausburgo. Barth no
se dejaba engañar, y cuando alguien trataba de
estafarlo, se limitaba a propinarle un contundente
bofetón en la nariz. Caminaba con soltura, no
conocía la enfermedad, ni siquiera en las ocasiones
en que tuvo que dormir al raso, ayudaba a los
granjeros cuando algún ternero se extraviaba,
incluso echaba una mano al herrero de Dießen
acompañándolo al bosque para serrar árboles y
recoger la madera. Así aprendió a manejar el
hacha. Juguetón como era, se divertía lanzando el
hacha hacia el siguiente árbol, y con el tiempo llegó
a hacerlo con tal certeza que el filo quedaba
clavado en la corteza. Además, hacía tiempo que se
había fabricado una ballesta con la que solía
disparar a las palomas de los tejados.
Finalmente, ganó tanto dinero que quiso
comprar en Ausburgo la espada de un antiguo
lansquenete que había estado en Italia mucho tiempo
751
FREDERIK BERGER

atrás. Aquel veterano había luchado en la batalla


de La Bicocca, pero había sufrido heridas tan
graves que ya no se tenía en pie. Solo le quedó
arrastrarse hasta su casa para morir. Antes de eso,
no obstante, logró entusiasmar a Barth en una tasca
con la vida de aventuras de los lansquenetes.
Como quería, no obstante, ganarse la entrada en
el cielo, al final de sus narraciones le regaló a
Barth su espada. Barth le consagró por ello diez
intercesiones de San Ulrico.
Nadie más se atrevió a tratar de engañar a Barth
o de mirarlo como si fuera tonto. Incluso en una
ocasión en que algunos muchachos aldeanos, tras
haber tomado algunas cervezas de más, se
precipitaron sobre él por motivos que después
nadie logró recordar nunca, Barth se las apañó
por acabar con todos por los suelos y él mismo, salir
del apuro con apenas algún moratón sobre la
mejilla izquierda, así como algún corte en la frente.
Curiosamente, la herida se asemejaba a la cruz que
Carlos utilizaba como estandarte en la batalla.
La cicatriz tomó un rojo encendido, luego se fue
apagando, pero permaneció sobre la frente de
Barth, haciendo que se ganara el apodo de «el
Crucificado». El padre Carolus señaló entonces
que aquel nombre no resultaba propio de un
752
LA HIJA DEL PAPA

sencillo hijo de pescador, y que quizá fuera más


adecuado «el Cruzado», pues la ignorancia de la
gente era una auténtica crux. Él había sonreído.
Desde aquel momento, Barth había adoptado
el apodo de Krux.
A los diecisiete era ya un hombre fornido,
todo un oso, si bien risueño, buen jinete, que
incluso en sus visitas a Nidernschondorf leía los
pocos libros que el padre Carolus poseía, además
de la Biblia. Apenas quedaba una tabernera o hija
de un aldeano con la que Barth no hubiera
desaparecido detrás de unos arbustos, no sin después
obsequiar a la muchacha en cuestión con algún
rosario, o peine, o abecedario de metal, pero
cuando contempló a la joven Anna, de quince años,
mientras alimentaba a las gallinas; la siguió
contemplando un poco más, mientras rezaba, y la
contempló finalmente mientras dormía, se enamoró
de ella. Ella hacía tiempo que lo amaba, por lo que
comenzaron a encontrarse en chozas de pescadores
y a robar secretamente botes con los que
adentrarse en el lago.
Por desgracia, la ama de llaves del padre
Carolus, con la complacencia del propio sacerdote,
había prometido a Anna en matrimonio con un
pequeño granjero de Oberschondorf. Sin embargo,
753
FREDERIK BERGER

como Anna amaba a su Barth y Barth a su Anna, y


como ya se habían planteado si no podrían
independizarse económicamente del Luidl Schorsch
de Dießen montando un pequeño comercio, se
inició una desagradable disputa en Sankt Jakobus
am See. El granjero, cuya esposa había muerto
dejándolo solo con tres niños pequeños, necesitaba
una mujer que pudiera deslomarse a trabajar, una
mujer joven como Anna. Le habían prometido la
mano de la muchacha, la palabra de un sacerdote
debía mantenerse, incluso en aquellos tiempos en
los que un tal Martín Lutero y sus seguidores
querían dar que hablar a base de octavillas, en
los que se había llegado a expulsar a los
vendedores de indulgencias de Finning y los
campesinos se habían atrevido a iniciar una
sublevación violentamente sofocada. El Papa y su
Iglesia romana no tenían una imagen particularmente
buena por la zona, al contrario que el padre Carolus,
que se mantenía fiel a la palabra de Dios y al mismo
tiempo permitía su libre interpretación.
El campesino, no obstante, se obcecó en la
interpretación literal de la promesa. Cuando se llevó
a Anna por la fuerza a su granja, la tiró sobre el heno
y la hizo su esposa, Barth lo mató a golpes. Se sintió
muy mal por ello, pero por Anna hubiera asesinado
754
LA HIJA DEL PAPA

a un bandido montado a caballo. La consecuencia


principal fue que los granjeros de Oberschondorf
se reunieron para darle a Barth su justo castigo.
El padre Carolus intentó en vano calmar los
ánimos. Anna había desaparecido y no tardaron en
encontrarla muerta, ahogada en el lago, tras lo
que Barth tuvo que huir de la Iglesia de Sankt
Jakobus en la que se había cobijado hasta entonces.
Lo consiguió al amparo de la noche, aullando como
un lobo solitario en una nevada noche de invierno
cuando pensaba en su perdida Anna.
En Ausburgo, supo por un entusiasmado
grupo de jóvenes vestidos como aventureros que
el padre de los lansquenetes, Georg von Frundsberg,
estaba reclutando un nuevo ejército con la ayuda
de su hijo Melchior. Los interesados se estaban
poniendo ya en camino.
Así pues, con el dinero que había ahorrado,
Barth se hizo con una larga lanza, un sombrero de ala
ancha decorado con plumas de ganso, un jubón
de mangas acuchilladas, un segundo par de
zapatos de cuero, bandas de colores para las
medias y todo lo que un lansquenete pudiera
necesitar. Ya poseía una espada, incluso una
ballesta, además de dos hachas que había comprado
para el Luidl Schorsch y que cambió por un buen
755
FREDERIK BERGER

hacha de guerra. Después de equiparse, partió a


Bolzano con sus compañeros. La tropa de
lansquenetes crecía día a día, se le fueron
añadiendo además pajes y alguna que otra moza
dispuesta, así como comerciantes y cocineras.
Barth practicó la lucha a espada y con lanza, y
cada día mejoraba en el lanzamiento de hacha y en
el disparo de ballesta. Por la noche no permitía que
se le acercara ninguna muchacha, pues aún no
había olvidado a su Anna, mucho menos su largo
cabello rubio, que en una ocasión se le había
enredado de tal manera en los abrojos de la orilla del
lago, que había tenido que cortárselo. Había logrado
salvar, no obstante, varios mechones, que él
portaba siempre consigo como un talismán,
guardados en una taleguilla de cuero.
Aunque durante su marcha a Bolzano no tenía
más de dieciocho años y aún tenía mucho que
aprender de los soldados experimentados, no tardó
en ser conocido por ser fuerte como un oso y
superar a todos en altura. Además, sabía leer,
escribir y calcular, habilidades que utilizaba para
ayudar a todos, de una forma u otra.
Durante el reconocimiento en Bolzano, lo
aceptaron de inmediato en una de las compañías
bajo el mando de Melchior von Frundsberg, el hijo
756
LA HIJA DEL PAPA

del viejo, recibió como adelanto una bolsa con


cuatro florines de soldada y comenzó a ejercitarse:
en la marcha acompasada de las compañías, en la
postura de la lanza, en la posición erizo, en las
tácticas defensivas contra un ataque de caballería.
Al ser tan grande y fuerte no tardaron en
conseguirle un mandoble de dos manos, que
aprendió a utilizar con rapidez. Su cometido era
hacer pedazos las lanzas de la infantería atacante
y abrir una brecha en la acometida. Antes de
haber abandonado Trento, Melchior ya le había
nombrado doppelsöldner,3 y le había doblado el
salario a ocho florines al mes. Ni siquiera tuvo que
pagar la espada.

El 12 de noviembre, el ejército se puso en


marcha. Como los venecianos no solo habían
bloqueado el paso por el valle del Adigio, sino
también la mayoría de las rutas restantes, los
lansquenetes se vieron obligados a marchar hacia el
oeste soportando un tiempo espantoso para lograr
ganar el intransitable terreno entre los lagos Idro y
Garda y llegar hasta Lombardía a través de Brescia.
Los cañones permanecieron atrás, así como
numerosos caballos, e incluso el voluminoso
caudillo Georg von Frundsberg necesitó ayuda
757
FREDERIK BERGER

en los pasos más estrechos para no caer al vacío.


Crearon para ello una pasarela con las lanzas, y
Barth tiró de él a través de los resbaladizos suelos
nevados. Cuando Frundsberg, enrojecido y sin aliento,
amenazó con sufrir una apoplejía, le construyeron
con premura una litera que portaron entre Barth y
otros tres hombres. Frundsberg agradeció en voz
alta a Dios su ayuda y exclamó una y otra vez: «¡Mi
buen Barth!», o «Crucifijo, oso bávaro, qué haría yo
sin ti!».
Numerosos animales de tiro se vieron
abocados a la muerte. Tuvieron que vadear
incontables corrientes. No había demasiado para
comer, mucho menos para Barth, que aún se veía
atormentado por el apetito. Sin embargo, el buen
ánimo persistía, pues estaba dirigido contra un Papa
avaricioso e indigno de la confianza de los fieles,
contra los belicosos franceses, contra los
intrigantes italianos, y no solo se luchaba por
dinero, sino también por el emperador.
La mayoría de los lansquenetes se
consideraban luteranos, sin embargo, ninguno
pudo explicarle exactamente a Barth en qué consistía
exactamente ese luteranismo. En cualquier caso,
estaba dirigido contra el Papa. En primer lugar,
querían, por supuesto, vencer a los franceses y
758
LA HIJA DEL PAPA

acabar con los demás, ya fueran Venecia, Florencia o


quien se les pusiera delante. Lo importante era
impresionar a los españoles y a sus hermanos
lansquenetes de Milán, y desde allí partir juntos
a donde hubiera algo que hacer. A Florencia, tal
vez, o mejor aun, a Roma. En aquella ciénaga
pecaminosa llena de riquezas podrían darles una
buena zurra a aquellos pelagaitas clericales y
barrigones curiales. Para concluir, los ejércitos se
despacharían a gusto con las acicaladas putas
locales.
Barth pensó en su Anna, pensó en el padre
Carolus Minus que siempre había sido tan bueno
con él, pensó en sus padres muertos y de nuevo
en Anna, a la que había amado. También recordó
su Nidernschondorf, las perezosas tardes de
verano en las que habían nadado en el lago,
pescando con la pequeña Anna, las marchas
diarias sobre las colinas entre los lagos
Ammersee y Lech. Aún oía los furibundos gritos
de los campesinos que querían capturarlo y que
estuvieron a punto de hacer arder en llamas Sankt
Jakobus. La vida de lansquenete sería su salvación,
aun cuando hubiera preferido establecerse con
Anna como un pequeño comerciante. Sin embargo,
ayudar al viejo Frundsberg a pasar los escarpados
759
FREDERIK BERGER

e impenetrables pasos entre las montañas le parecía


bien. Lucharía en primera línea como doppelsöldner,
agitaría la espada e incluso quizá llegara a oficial.
Agotados, helados y empapados, los soldados
alcanzaron el valle cercano a Brescia, donde
pudieron descansar brevemente. Tras esto, pudieron
poner rumbo a Milán. El camino hasta allí estaba
obstaculizado por el río Oglio y por el ejército
veneciano del duque de Urbino. Al este fluía el
Mincio, al sur el Po, y en algún punto entre
medias aguardaban amenazantes las tropas papales
dirigidas por el célebre y osado soldado Giovanni
de Medici, il Diavolo.
El marqués de Mantua no se había
manifestado hasta entonces como miembro de la
liga enemiga y prometió dejar el paso libre a los
ejércitos hacia el oeste de Mantua, hacia Serraglio,
así como permitirles atravesar el Po por
Borgoforte. Nadie sabía con certeza si se podía
confiar en él. Quien en cualquier caso sí parecía
fiel al emperador era el duque de Ferrara, quien por
lo que se decía estaba enamorado de todo tipo de
cañones y se había gastado en ellos toda una fortuna.
La premura era necesaria, pues el Borbón
protegía Milán con sus últimas fuerzas y además
la población se había vuelto en su contra, sin
760
LA HIJA DEL PAPA

olvidar el hecho de que el invierno frío y húmedo


hacía particularmente incómoda la vida del
campamento. Ya se habían producido las primeras
bajas por enfermedad. Por todas partes tropezaban
con canales demasiado caudalosos y debían
avanzar por terrenos pantanosos anegados por la
niebla en dirección sur. El enemigo podía acechar
tras cada chopera, tras cada finca, o simplemente
ocultarse en la niebla para atacarlos y,
seguidamente, desaparecer de nuevo.

761
FREDERIK BERGER

Capítulo 65

Mantua – 24 de noviembre de 1526


Ranuccio Farnese cabalgaba, por orden del
capitano generale, junto a un pequeño grupo
conformado por sus mejores hombres llegados de
Cremona, en dirección a Mantua, donde tendría
lugar la última reunión en torno a la aniquilación del
ejército de juguete de Frundsberg. Los regimientos
de Francesco María se encontraban ya al este del
Oglio, los papales bajo las órdenes de Giovanni
de Medici, unos tres mil hombres, esperaban
dispuestos para la lucha en algún punto al sur de
Mantua.
Había una espesa niebla y a Ranuccio le
costaba vislumbrar el camino. Cuando de pronto
oyó voces que resonaban con acentos bárbaros,
gritos y relinchos, modificó el rumbo hacia el sur,
hasta que empezó a dibujarse ante ellos el
contorno de una columna militar en marcha. ¿Habría
caído sin esperarlo en medio de las tropas de
lansquenetes del emperador? ¿Habría permitido
762
LA HIJA DEL PAPA

Frundsberg que se formara semejante vacío entre


sus regimientos o compañías?
Como si sus pensamientos hubieran
estimulado una respuesta inmediata, surgió de
pronto de entre la niebla un jinete a galope tendido,
armado pero no en exceso. Gritó algo en su lengua
bárbara en el mismo momento en que los descubrió,
pues durante un instante creyó que formaban parte
de sus tropas, y refrenó su caballo a escasa
distancia de ellos. Profirió una llamada de
advertencia, su caballo se encabritó y él extrajo una
espada corta de su costado. Ranuccio tuvo que
reaccionar con rapidez antes de que le llegaran
refuerzos: también él sacó su espada. El enemigo
se volvió hacia él para golpearlo. Ranuccio pudo
agacharse justo a tiempo, sus hombres quisieron
rodear al alemán pero, cuando menos se lo
esperaban, uno de ellos acabó derribado del
caballo y el lansquenete desapareció en la niebla.
Ranuccio saltó de su silla para comprobar el
estado de sus hombres. Por suerte, al herido no le
había ocurrido nada aparte de algunos rasguños
en el brazo, por lo que no tardaron en volver a
montar y salieron al galope y con un
comprensivo silencio, sobre un prado cenagoso en
una dirección que los apartara de los lansquenetes.
763
FREDERIK BERGER

Tras varias horas de vagar sin rumbo


aparente llegaron hasta el castillo de Gonzaga, en
Mantua. Allí, Ranuccio se encontró con su
capitano generale, Francesco María, el duque de
Urbino, que se hallaba conversando
animadamente, entre carcajadas, con Giovanni de
Medici, el marqués de Mantua y otros caudillos.
El vino había corrido ya con profusión y las voces
resonaban con el acento de la victoria anticipada.
—¡Ah, nuestro joven Farnese! —exclamó el
marqués Federico II, campechano—. Bienvenido a
nuestro círculo.
Aun sin aliento, Ranuccio narró su encuentro
con las tropas enemigas, pero a nadie pareció
sorprenderle ni interesarse particularmente por ello.
—Hemos oído que no solo eres un entusiasta
adjunto del duque de Urbino, sino que además
estás muy versado en cañones, a pesar de tu
juventud —prosiguió el marqués—. Tras nuestra
victoria sobre Frundsberg te enviaremos a Ferrara
para que examines la artillería de mi cuñado, Alfonso
d’Este —y añadió, volviéndose—. Alfonso
colecciona cañones igual que nuestro Giovanni
colecciona mujeres.
Una carcajada generalizada y estruendosa
sucedió a aquel comentario, y Giovanni exclamó:
764
LA HIJA DEL PAPA

—Primero el combate, y después la diversión.


Como dicen en mi patria, «nada lubrica mejor los
muslos de una mujer que una victoria en batalla».
De nuevo las risas estridentes. Giovanni posó
el brazo sobre
los hombros de Ranuccio.
—Ya ves que humor tenemos. Borbón dispara
en Milán los últimos arcabuces que le quedan sanos
y los lansquenetes, bajo las órdenes de ese rollizo
alemán, avanzan directamente y sin enterarse a su
perdición. Ya has visto a dónde marchan: al
Serraglio entre el Po, el Oglio y el Mincio, hacia
una trampa preparada por nuestro querido
marqués, quien oficialmente aún es aliado del
emperador. Mañana los tiraremos al Po o dejaremos
que se ahoguen en los pantanos. Mi tío, el Papa,
y tu padre, en Roma, nos prepararán un desfile
triunfal como no se ha visto ninguno desde los
tiempos del gran Julio César. «Aut Caesar, aut nihil
»—exclamó, mirando en dirección al grupo.
Había soltado ya a Ranuccio, alzado el brazo
derecho en un gesto cesáreo y rompía de nuevo a
reír compulsivamente.
Dispusieron entonces la mesa para examinar
los mapas. Francesco María atrajo a Ranuccio
hacia él, señaló con un dedo hacia Borgoforte, donde
765
FREDERIK BERGER

el marqués había prometido ayuda al ejército


alemán para pasar el Po. Allí los lansquenetes se
verían sorprendidos por los dos flancos: al
noroeste, por el regimiento veneciano; al nordeste,
por el papal. Francesco María se mostraba, a
pesar de las favorables perspectivas militares,
parco en palabras y no demasiado complacido,
con la mirada inquieta.
—Giovanni me ha pedido que te envíe con sus
tropas para que pueda contar con un especialista
cuando reduzcan los cañones de Ferrara.
Giovanni, que se encontraba frente a ellos,
les sonrió en gesto corroborativo.
—Pronto podrás ponerte a prueba —le dijo
desde la mesa—, ¿o ya no tienes sangre en las venas?
Ranuccio, aunque asustado, sonrió inseguro.
Hasta entonces nunca había participado en una
auténtica batalla, y aunque frente a aquel alemán
había reaccionado con presteza, tampoco había
demostrado particular habilidad. Asintió y miró de
nuevo a Francesco María. Su caudillo lo apartó
hacia un lado.
—Mañana vivirás tu primera batalla auténtica
—le dijo, con voz amortiguada—. No te precipites,
sé precavido, esa es la forma en la que actuamos
los condottieri, guiando a las tropas y no muriendo
766
LA HIJA DEL PAPA

en batalla. Giovanni es un insensato arriesgado y no


debe suponer un modelo para ti. Tu padre me
escribió...
Ranuccio se estremeció. Francesco María
había reparado de inmediato en su reacción y se
había detenido a mitad de frase.
—Ya sabes cuánto te quiere.
—Lo sé —respondió Ranuccio, reservado.
Llevaba tiempo insatisfecho con su superior.
Una cosa eran las tácticas cautas, pero la
pusilanimidad, por no decir abiertamente la
cobardía, eran algo muy distinto. En Milán, tras
un primer ataque ligero, Francesco María había
permitido que una tropa española emprendiera la
retirada. No quería perder hombres
innecesariamente, según había explicado para
terminar, después de que Ranuccio y su versátil
tropa de caballería hubieran querido arrojarse a la
batalla y Francesco María los hubiera retenido:
«Nos limitaremos a dejarlos morir de hambre».
¡No por azar le habían adjudicado el
sobrenombre de Veni, vidi, fugi!
Tras su retirada se había dirigido a la
supuestamente sencilla tarea de conquistar Cremona
y desde algunas semanas incluso hablaba de retirarse
a la terra firma veneciana y esperar a que pasara el
767
FREDERIK BERGER

invierno. Lo único que le había retenido había


sido la marcha de los lansquenetes de Frundsberg.
Ahora se encontraban todos en torno a los
mapas y Ranuccio se volvió a Francesco:
—¿Qué les ocurrirá a mis hombres? —
preguntó—. Aún acampan con las tropas
venecianas.
—No te van a dejar solo — respondió
Francesco María, molesto.
Por su parte, Giovanni exclamó:
—Te quedarás todo el tiempo a mi lado y me
guardarás las espaldas con tus soldados. Además, en
caso de que Ferrara envíe realmente los cañones...
En ese momento, cundió una gran agitación
entre los presentes, y todos dirigieron la mirada
hacia la puerta de entrada. El marqués, que había
dejado la habitación poco antes, apareció de
pronto con un hombre que, sobre su reluciente
armadura, lucía las insignias propias de un
negociador: ¡sobre un amarillo resplandeciente se
destacaba el águila negra de dos cabezas del
emperador! Ranuccio no podía creer lo que veían
sus ojos: ¡su hermano Pierluigi penetraba junto al
marqués en la habitación!
Pierluigi miró brevemente a su alrededor, sin
poder contener del todo su asombro, tan lleno de
768
LA HIJA DEL PAPA

horror como de alegría. Giovanni lo saludó con las


palabras «Bienvenido, viejo amigo», y lo abrazó,
mientras que Francesco María le dedicaba un
breve asentimiento. Giovanni llevó a Pierluigi hasta
Ranuccio, quien no supo cómo actuar. Por un
lado, se alegraba de ver a Pierluigi, que era su
hermano a pesar de todo, pero por el otro sabía que
en aquel momento pertenecían a facciones opuestas,
que sobre el campo de batalla serían enemigos,
que incluso tendría que matarlo en caso de que
se encontraran frente a frente.
O quizá fuera él quien acabara muerto. Era
mucho más probable, teniendo en cuenta que su
hermano era muy superior a él en cuanto a fuerza
y experiencia.
Sus últimos encuentros en Venecia habían
sido dignos de recordarse. El primero se había
producido hacía ya tres años, cuando Pierluigi
había vuelto de Capodimonte, donde su padre se
enfrentaba cara a cara con la muerte tras perder la
elección papal. Para llegar rápidamente hasta
donde Ranuccio se encontraba y enviarlo con su
padre, Pierluigi había cruzado los Apeninos nevados
y montado a tres caballos consecutivos hasta
dejarlos exhaustos. Ranuccio se había sentido
entonces carcomido por los remordimientos y
769
FREDERIK BERGER

había querido regresar de inmediato con


Pierluigi, pero su hermano había señalado que
necesitaba tomarse un descanso. «Ve tú a ver a tu
padre, puesto que conmigo no quiere nada».
Finalmente se había desatado una fuerte
pelea, en cuyo transcurso Pierluigi había llegado a
desearle la muerte. «Tu padre y tú habéis querido
desde hace tiempo libraros de mí, para así poder
convertirte en heredero de los Farnese. Os tengo
calados desde hace tiempo».
En su segundo encuentro, Pierluigi se había
encarado con él de forma aun peor que en aquel
arrebato pueril de celos. Le había lanzado una flecha
envenenada al corazón.
Pierluigi tendió con torpeza la mano a
Ranuccio mientras Giovanni posaba los brazos sobre
los hombros de los dos, para unirlos como a
buenos amigos.
—Pertenecemos a una misma manada de leones,
y no deberíamos albergar disputas personales —
exclamó con su voz clara y, como siempre,
excesivamente elevada—. Ya nos van a pagar por
nuestro trabajo, ¿no es verdad, Francesco María?
Los ducados son importantes, sin importar su origen.
Además, está el valor y el humor —se había vuelto
hacia el duque, que ni siquiera había esbozado una
770
LA HIJA DEL PAPA

débil sonrisa bajo su barba negra—. Veni, vidi,


vinci, así debería ser siempre —añadió, sarcástico,
y se rio él solo de su propia ocurrencia.
El marqués ignoró el comentario de Giovanni
y se dirigió a Pierluigi.
—Bien, leal capitano, ¿qué mensaje me traéis
de vuestro general Carlos de Borbón?
Giovanni aun no había soltado a Pierluigi y le
susurró con voz amortiguada, pero en un tono lo
suficientemente comprensible como para que
Ranuccio lo entendiera:
—Da igual lo que ocurra, o contra quien
debamos luchar, nosotros siempre seremos
amigos. Los tiempos cambian con rapidez —
entonces, siseó—. Pierluigi, únete a nosotros, los
papistas. Eres el hijo de un cardenal, ¿de verdad
quieres luchar contra las tropas de tu padre y de tus
amigos?
Ranuccio observó a su hermano con atención:
Pierluigi parecía confuso, incluso consternado e
impotente al mismo tiempo. Sus ojos oscilaban de un
lado para otro, pues evidentemente solo esperaba
al marqués y no a todo un grupo de dirigentes
enemigos y el que fuera capaz de valorar
adecuadamente el comportamiento de su amigo
Giovanni era algo dudoso.
771
FREDERIK BERGER

Se liberó del confidencial abrazo, reculó un


par de pasos y respondió al expectante marqués:
—Carlos de Borbón, el capitán general del
emperador, me envía para... para... No entiendo...
Marqués, le ruego que tengamos esta conversación a
solas.
—Querido capitano, todos nosotros somos
viejos amigos y además estamos unidos por
lazos familiares: Francesco María es mi yerno,
como bien sabes, mi hermano será cardenal y, por
tanto, compañero de tu padre...
—¿Qué quieren decir esos planos? —logró
articular Pierluigi. Su voz debía haber resultado
áspera, pero sonó demasiado aguda y forzada como
para ocultar su constante confusión—. Parece
como si se estuviera planeando...
—¡Sigue hablando, compañero! —exclamó
Giovanni.
—Bi en, capitano, esto es una reunión de
amigos, nada más que una conversación entre
condottieri en la que se observa el terreno y se
reflexiona sobre cuál es la mejor manera de luchar
en él.
El duque Gonzaga hablaba con tal cortesía y
naturalidad que lograba disimular todo atisbo de
sorna.
772
LA HIJA DEL PAPA

—Debo regresar de inmediato a Milán —


exclamó Pierluigi, casi gritando—. Tenemos
acuerdos que evidentemente deben romperse. El
emperador sabrá cómo hay que pagar semejante
comportamiento.
—A precio de oro —rio Giovanni.
Una sonrisa se dibujó en el rostro del
marqués, quien añadió:
—Bien, estimado capitano, la noche está a
punto de caer, la niebla se hará más densa y los
caminos no son seguros. Quédese como nuestro
invitado y beba un trago con nosotros. Sin duda
os alegraréis de volver a ver a vuestro amigo y
a vuestro hermano. Ya os tengo preparada una
habitación.
—¡Debo partir sea como sea!
—gritó Pierluigi mientras intentaba salir
corriendo.
En ese momento, la máscara de fingida
cordialidad cayó del rostro del marqués. Les hizo un
gesto con la cabeza a los guardias de la puerta, que
la bloquearon con sus alabardas. Dos guardias más
se echaron sobre Pierluigi y le arrebataron el
puñal que ya intentaba agarrar, pero de inmediato
lo soltaban de nuevo.
—¡Soy un mediador oficial enviado por el
773
FREDERIK BERGER

emperador! — exclamó Pierluigi—. ¿Os atrevéis a


capturarme y a encerrarme?
El marqués mantuvo la serenidad.
—Solo por vuestra seguridad, capitano. En
cualquier caso, no os voy a encerrar: solo os
ofrezco amistoso hospedaje. Venid, bebed con
nosotros.
—No seas aguafiestas, Pierluigi
—se entrometió Giovanni—. Pasado mañana, cuando
todo haya acabado, podrás partir de nuevo.
Entonces, el mensaje que podrás llevarle al
emperador estará incluso por escrito, ¿no es cierto,
Federico?
El marqués asintió y acarició a su perro que se
había deslizado hasta sus piernas.
Francesco María había permanecido en la
retaguardia, inmóvil y solemne. Los demás
oficiales secreteaban. Ranuccio miraba
alternativamente de uno a otro, sintiendo cómo el
corazón le latía con violencia. Lo que había
ocurrido ante él era algo que nunca habría
esperado: algo sucio, y su hermano le daba
lástima.

774
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 66

Mantua – 24 de noviembre de 1526

Ranuccio Farnese, ya entrada la noche, se agazapó


frente a una vela en la habitación de invitados que
el marqués Federico había dispuesto para él,
todavía alterado e insomne. Fuera, en el pasillo, su
guardia personal roncaba sobre un par de balas de
heno que les había permitido colocar y, a apenas
unos pasos de distancia, se encontraban los
soldados que el marqués había dispuesto para
vigilar que Pierluigi Farnese siguiera encerrado en
secreto.
La estancia estaba húmeda y fría y Ranuccio se
estaba helando. Ante él yacían numerosas hojas de
papel en las que intentaba escribir a su padre y
a Virginia desde el atardecer.
Sí, sentía miedo: miedo de que a la mañana
siguiente no solo tomara parte de su primera
batalla, sino también de la última. No tenía más
que pensar que, al enfrentarse al lansquenete
775
FREDERIK BERGER

alemán con el que había topado entre la niebla, no


había sido capaz de derribarle con su espada y que,
en los últimos tiempos, se había preocupado más por
la artillería que por la esgrima y las tácticas de
guerra. A la mañana siguiente, no obstante, se
enfrentarían a un enemigo temido y fuerte y ninguna
de las partes disponía de cañones. Los
lansquenetes no habrían podido transportar ni uno
solo de ellos a través de las montañas, Giovanni
carecía de armas de fuego, y Francesco María
había dejado todas las suyas a los venecianos de
Cremona.
Eso solo significaba una cosa: lucha cuerpo a
cuerpo, lanza contra pica y alabarda, espada
contra arcabuz. Y ellos, los caudillos,
acompañados de su caballería ligera, elevados
sobre sus corceles por encima de la formación en
erizo de la infantería. Cargando contra los
alabarderos que cortaban los tendones de los
caballos y con sus garfios derribaban a los jinetes
de sus sillas.
Ranuccio tuvo que pensar en su padre, que
había querido que entrara al servicio de la Iglesia,
que le había hablado una y otra vez de la trágica
muerte de su hermano Angelo en Fornovo, que
aún entonces, en la distancia, seguía esforzándose
776
LA HIJA DEL PAPA

porque su hijo menor no entrara en combate.


En vano.
Ranuccio extrajo del bolsillo de su pecho una
pequeña imagen que Virginia le había regalado y
la observó detalladamente: el gran Rafael la
había retratado cuando apenas era una niña.
Aquella chiquilla lo contemplaba ahora con sus
grandes ojos negros, interrogante, suplicante, llena de
amor.
Ya no sabía lo que era correcto y lo que no,
lo que debía defender ante sí mismo y ante su
conciencia, pero también ante aquellos a los que
amaba. Aquella vez, hacía tres años, había partido
de nuevo de Roma para entrar al servicio de Venecia
como condottiere. De nuevo sin Virginia. Ella se
deshizo en un mar de lágrimas cuando escuchó su
decisión, y él no había esperado otra cosa. Al fin y
al cabo, marchaba a la distancia, a la aventura, a otra
vida... sin ella.
No sabría decir por qué lo había hecho. En
ambas ocasiones se había tratado de una decisión
espontánea, irreflexiva, pero con la poderosa
sensación de estar haciendo lo correcto. No tardó
en arrepentirse de haberla dejado, pero entonces ya
no se había atrevido a regresar a Roma.
Quizá quisiera probarse como hombre antes
777
FREDERIK BERGER

de tomar a una mujer.


Sin embargo, la había herido profundamente
en dos ocasiones. A pesar de que la amaba.
¿Y si en el fondo adivinaba algo más? ¿Y si un
demonio secreto le había susurrado lo que
Pierluigi le había revelado en su último encuentro
en Venecia: que Virginia era medio hermana suya?
Le había creído de inmediato. Todo
concordaba: el extraño comportamiento de
Maddalena, la insistencia con que su padre trataba
de apartarlo de Virginia, las preguntas angustiadas
en el lecho de muerte de Capodimonte...
Él, Ranuccio Farnese, estaba enamorado de
su propia hermana, de la hija bastarda de su padre
con una cortesana, del fruto de la traición a su
madre... Y sin embargo aún la amaba, aunque había
sido incapaz de escribirle ni una palabra desde la
revelación de Pierluigi. Al final tendría que
disculparse ante su padre...
Pero, ¿qué debía escribirle a Virginia, a su
padre, en una noche como aquella? ¿Que los
quería?
¿Que les suplicaba que lo perdonaran?
También debía decirle a su madre que la
quería. Y a Constanza.
Si moría al día siguiente, debían recordarlo con
778
LA HIJA DEL PAPA

indulgencia, y no con ira.


Observó la vela: la llama bailaba intranquila
ante sus ojos. Se precipitaría sobre sus enemigos
con la espada en la mano, sin lanza, con la que
nunca llegó a manejarse bien, vería a Giovanni
cabalgar a su lado, enfrentarse a esos hombres
como osos que, protegidos por sus morriones y
petos, tenderían hacia ellos sus picas o los
derribarían de sus caballos con sus mandobles...
Una y otra vez aquella imagen concluía en el
momento en que las líneas enemigas chocaban la
una contra la otra, la madera estallaba, las
armaduras chascaban, en el que la punta de las picas
se clavaba profundamente en el pecho de los
caballos, los filos de las espadas se cruzaban con
aquel sonido metálico, en el que resbalaban y
cortaban la carne, en el que donde hasta entonces
había habido una mano aparecía un muñón
ensangrentado, en el que los gritos de guerra se
entremezclaban con los chillidos de dolor. En ese
mismo momento, la imagen se esfumaba y ya no
había más dolor, desaparecía todo de una forma
ligera, luminosa, simplemente, se difuminaba.
Así se moría en sueños.
Pero, ¿se moría así en la vida real?

779
FREDERIK BERGER

Solo un breve dolor, un grito, un hundimiento, una


inconsciencia neblinosa, deslizarse hasta los
campos cubiertos de nubes, los campos de la
infancia en la isola Bisentina, en los que había
jugado con su padre y sus hermanos, en los que se
había escondido con Paolo, incluso en una ocasión
en el mausoleo de la familia Farnese.
¿Realmente era tan fácil morir?
¿Como si se regresara a la infancia y se olvidara
todo lo demás, hasta el punto de no sentir ningún
dolor?
Ranuccio tuvo que cerrar los ojos, pues el
rostro silencioso y pálido de Paolo, con los ojos
inertes, se presentó ante él. ¿Habría sentido él
dolor alguno, o habría muerto como en un sueño?
No, no podía haber sufrido... Ranuccio se pasó
la mano por la cara, distraído. ¿Cuánto tiempo
llevaba ya muerto Paolo? ¿Cuántos años tenía él
por aquel entonces?
¡Cuatro años! Y sin embargo aun podía ver la
escena del baño ante él. La había visto docenas de
veces a lo largo de su breve existencia: el
peligroso juego al que él mismo le había incitado,
el resbalón, el golpe contra el borde de acero, el
agua cubriéndole todo el cuerpo.

780
LA HIJA DEL PAPA

Y él mismo, huyendo a la carrera.Dejándolo


solo. Dejando que se ahogara.
Nunca les había confesado su culpa a sus
padres, había sido demasiado cobarde. Quizá
hacía tiempo que lo sabían y se lo habían perdonado
en silencio.
Pero él no se había perdonado. Ranuccio
ocultó el rostro entre las manos. Al día siguiente,
moriría. Aquella certeza lo golpeó como un rayo.
Quizá estuviera bien. Quizá volviera a ver a
Paolo desde la lejanía, quizá le hiciera señas
para que lo acompañara al paraíso de los niños
inocentes, donde no se le negaba el paso a nadie.
Quizá.
Rápidamente, tomó el papel ante sí y le
escribió a Virginia, diciéndole que la amaba, que
debía perdonarlo, simplemente perdonarlo.
Las mismas palabras le dirigió a sus padres y
a Constanza.
«¡Olvidadme! Pero no olvidéis a Paolo. Él pesa
sobre mi conciencia. Vuestro ingrato hijo y pobre
hermano, R».
Cuando selló la carta y escribió la dirección, no
pudo evitar pensar en su otro hermano, en Pierluigi,
que yacía en una cama a escasa distancia,
probablemente igual de insomne que él. Sin duda
781
FREDERIK BERGER

sus padres seguían creyendo que la muerte de


Paolo había sido culpa de Pierluigi. Quizá
Pierluigi lo odiara por eso y no porque lo
considerara su rival por la herencia familiar.
Ranuccio agitó la cabeza, paseó inquieto de un
lado a otro de la habitación. Pierluigi solía torturar
a sus hermanos y sin embargo... Si él, Ranuccio,
moría al día siguiente, ya no podría decirle que sus
celos eran infundados, pues al fin y al cabo él ya
había otorgado a la familia Farnese dos hijos:
Alessandro y Ottavio.
Pierluigi le sobreviviría, de eso estaba seguro.
Observó el anillo que había heredado de su
tatarabuelo Ranuccio. Era un pesado anillo de oro
con el sello de los Farnese. Un anillo que
representaba un mensaje, un cometido. Pierluigi
siempre había tenido envidia de él, aunque él
mismo poseía el anillo de oro del abuelo
Pierluigi. Quizá el suyo propio le parecía pequeño,
y no tan hermoso...
¿Acaso la muerte no volvía vanas todo tipo de
disputas?
Así, perdonó también a Pierluigi, quien le
había arrojado a la cara con acento burlón que
Virginia era su medio hermana.
Si era verdad, se habría enterado más tarde
782
LA HIJA DEL PAPA

o más temprano. Pero, ¿por qué no se lo había contado


nadie, ni siquiera Maddalena? ¿Por qué ella no se
lo había confesado a Virginia? ¿O acaso Virginia lo
sabía, pero no se había atrevido a revelárselo?
¿Por qué les habían permitido correr hacia su
propia ruina?
Se iría a la tumba con aquellos secretos. Quizá
en el otro mundo todo quedara aclarado. En
aquel luminoso, claro y soleado mundo, en el que
residían todos los muertos.
¿O quizá la otra vida permanecería cerrada
para siempre para él?
Ranuccio salió de su cuarto en silencio. Sus
propios guardias dormían, y los que vigilaban a
Pierluigi roncaban igualmente. Solo uno de ellos
lo observó con ojos semiabiertos, vidriosos,
pero no protestó cuando el joven llamó a la puerta.
Y Pierluigi abrió. Se miraron largo rato, en
silencio. Ranuccio no necesitó decir nada,
Pierluigi sabía por qué había acudido a él.
—Mañana —se limitó a murmurar.
Ranuccio asintió.
Por primera vez en su vida, los dos hermanos
se abrazaron.

783
FREDERIK BERGER

Capítulo 67

Borgoforte y Govérnolo, al sur de Mantua 25


de noviembre de 1526

Los lansquenetes de Georg von Frundsberg, y


entre ellos Barth, habían marchado hasta bien
entrado el Serraglio y acamparon en los
pantanosos territorios al norte del Po, en las
cercanías de la población de Borgoforte, por donde
pretendían cruzar hasta la orilla sur del río, en
algún punto entre Parma y Piacenza, y reunirse con
las tropas españolas de Carlos de Borbón. El
marqués de Mantua le había prometido a
Frundsberg para el 25 de noviembre una serie de
botes con los que debían remontar la corriente.
En el ejército cundía la inquietud, pues la
niebla persistía en su densidad y los espías
hablaban una y otra vez de jinetes enemigos.
Frundsberg, no obstante, estaba familiarizado con
aquella niebla, pues había luchado suficientes veces
en el norte de Italia tal y como le había confiado
a su «buen Barth», como le había dado en llamar,
con actitud campechana.
784
LA HIJA DEL PAPA

—La niebla es nuestra aliada. Impide que


nos disparen con arcabuces y cañones. Obliga a
correr hacia el enemigo, y nosotros somos mejores
en campo abierto, mejores incluso que esos
reisläufer suizos.
Entonces, le había hablado a Barth, que
marchaba a su lado, de Ravenna, donde había
luchado con fiereza, pero a costa de muchas vidas;
de La Bicocca, donde había logrado una gran
victoria para el emperador y derrotado a los suizos;
y de Pavia, donde aún se encontraba decidido a
lograr un espectacular triunfo.
Mientras, ya por la tarde, Barth se encontraba
haciendo aguas menores junto con los dos
Frundsberg, el viejo y el joven, Melchior se
mostró llamativamente agitado.
—Nos han tendido una trampa, padre —logró
murmurar—. Al sur, el Po; al oeste, el Oglio; al
este, el Mincio; al norte, el muro de Mantua y las
tropas enemigas, lo presiento con total claridad. Si
el marqués no envía sus botes...
—¡Ahora no te cagues en los pantalones! —
bramó su padre—. Los enviará, o de lo contrario
arremeteremos contra su castillo y lo colgaremos. Y
acabaremos con el cobarde de Urbino. Veni, vidi,
fugi , es lo que dicen todos. Me preocupa bastante
785
FREDERIK BERGER

más Giovanni de Medici. Debemos andarnos con


ojo con él, en caso de que realmente entre en
combate. Además, conozco la región porque ya la
he atravesado en otra ocasión. Al este de aquí, en
Govérnolo, hay un puente que cruza el Mincio, que
debemos asegurarlo a cualquier coste en caso de
ataque.
—Pero entonces penetraremos en territorio de
Ferrara.
—Exactamente, hijo mío, y tu padre se ha
ocupado ya de eso. Le he pedido al duque Alfonso,
un leal súbdito del emperador, su intercesión y
protección, munición, pan, y sobre todo, ducados.
Me preocupa mucho más que el enemigo la falta de
dinero. El emperador no nos paga, y si lo hace, no
nos llega. Sin dinero no se puede esperar guerra
ninguna, mucho menos una victoria.
Se abrocharon de nuevo las braguetas y
Frundsberg murmuró en dirección a Barth:
—Tú no has oído nada, oso bávaro. ¿Lo has
entendido? Ni una sola palabra a los lansquenetes o
a las mujeres del bagaje. Será mejor que te vayas
a dormir de inmediato.
Antes de los primeros rayos de luz, las tropas
desmontaron bajo la luz de las antorchas las tiendas
y se prepararon para el combate. Georg von
786
LA HIJA DEL PAPA

Frundsberg y sus capitanes se estaban subiendo a


los caballos cuando cundió la inquietud entre los
hombres. En Borgoforte no se había encontrado nada
salvo una gabarra, pero al este y al norte se
escuchaban voces y ruido de tambores.
Las primeras luces se filtraron por la niebla,
Frundsberg maldijo en voz alta al traidor marqués
de Mantua, y dio la orden de asegurar de inmediato
el camino de sirga sobre el Po, o lo que era lo
mismo, el trayecto hasta el Mincio y el puente hacia
Govérnolo.
—Tomad posiciones defensivas con el
escuadrón volante y los arcabuces hacia adelante.
En caso de que suba la niebla, mantened la
posición ante el enemigo. No debemos flaquear
bajo ningún concepto. ¡Tras de nosotros solo hay
agua fría y muerte!
Entonces, descubrió a Barth, que se había
echado al hombro su amplio mandoble y esperaba
órdenes específicas.
—Tú cerrarás el regimiento de Melchior.
Marcharéis de inmediato hacia Govérnolo y enviaréis
a un par de jinetes a Ferrara. Quizá lleguen a tiempo.
Y, buen Barth: ¡conserva el puente! Otra cosa: ten
cuidado de Giovanni de Medici y de sus tropas. Ya
sabes que se los reconoce por sus rayas negras, y es
787
FREDERIK BERGER

el mejor luchador con el que cuenta el enemigo. No


por nada le llaman Giovanni, el Diablo.
El escuadrón que debía proteger específicamente
el puente marchó en posición erizo siguiendo el río
y giró hacia el nordeste. Barth aun no había podido
comer nada, su estómago rugía como un león y se
sentía igual que uno. Los hombres a su lado
resoplaban y jadeaban; él, por fortuna, era un buen
corredor, a pesar de la armadura y las armas que
portaba. Melchior von Frundsberg, que dirigía la
marcha, exclamó:
—La niebla se levanta, ¿veis el sol sobre
nosotros? Me huelo pelea.
Como confirmando sus palabras, de
inmediato sonaron tras ellos los primeros disparos.
Barth aceleró el paso, aunque hubiera
preferido darse la vuelta para hacerle frente al
enemigo.
Más disparos y gritos de guerra. Barth y el
joven Frundsberg volvieron preocupados la vista
atrás.
La compañía ya no ofrecía una formación
defensiva. En aquel momento, con la niebla
desapareciendo paulatinamente, aparecieron los
primeros enemigos. Frundsberg dio orden a los
arcabuceros de abrir fuego, pero antes de que
788
LA HIJA DEL PAPA

pudieran disparar, ya habían desaparecido.


—¡Conocen nuestro objetivo! Vamos, ¡a la
carrera!
Barth arrebató el arcabuz y la munición a su
resollante vecino y salió al trote tras el caballo
de Frundsberg. La compañía se fue retrasando
cada vez más, en algunos puntos incluso se
colocaban en fila india para atravesar los
estrechos senderos.
Frundsberg maldijo. Barth pensó: «Espero
que no estemos corriendo directamente a los brazos
del enemigo. Si nos sorprenden con caballería
ligera, nos aniquilarán antes de que podamos
siquiera llegar a formar».
El sol se encontraba ya en las alturas, un cielo
de un azul lechoso se extendía sobre ellos, Barth
sudaba y el hambre gruñía en su estómago.
Por suerte había logrado encontrar un pedazo de
pan en su saco, así como algo de carne salada. El
arcabuz se le clavaba en el hombro. Sus zapatos de
cuero llevaban un rato empapados.
Ningún enemigo a la vista. Jadeantes,
aceleraron el paso.
Entonces, en la lejanía, ¡apareció una chopera!
Freundsberg emitió un grito de satisfacción y
señaló los árboles:
789
FREDERIK BERGER

—¡Tras ellos debe estar el Mincio!


Retrocedió un tanto con el caballo para
reunir a sus lansquenetes e informarlos de la
proximidad de su destino y galopó de nuevo a la
cabeza.
Tenía razón. Llegaron al río justo en el
punto en el que se encontraba el puente de madera
que llevaba a la doblegada villa de Govérnolo. De
pronto les llegó el olor de los cerdos y el apetito
en las entrañas de Barth volvió a sublevarse. Sin
embargo, no le sirvió de nada, las tropas aliadas
estaban demasiado lejos y no había tiempo para
cazar, matar y cocinar cerdos.
Aquello era lo peor de las jornadas bélicas: lo
mejor tras un trabajo duro era llevarse algo a la boca.
Saludar a la eternidad con el estómago rugiendo no
entraba dentro de los planes de Barth.
Agotados y sin aliento, descendieron por la
pendiente de la orilla y atravesaron el pendulante
puente para asegurar la ribera opuesta. Barth se
dedicó a mendigarle a sus compañeros pedazos de
pan hasta que Freundsberg, riendo, le arrojó un
pedazo de jamón. El hambriento bávaro se abalanzó
sobre la carne.
El sol se encontraba en su cénit y calentaba los
huesos a pesar de la época del año. Habían dispuesto
790
LA HIJA DEL PAPA

tres líneas de defensa y colocado los arcabuces


de tal manera que amenazarían los flancos de los
atacantes; además, habían enviado mensajeros a
Ferrara.
Ya era mediodía y aun no se había
presentado ningún enemigo, aunque se podía
escuchar en la lejanía un violento intercambio de
cargas de fuego. De pronto, se produjo un
estallido de júbilo y Barth no tardó en entender a
qué se debía. Bestias de tiro pesadamente cargadas,
llegadas desde Ferrara, y tras ellas yuntas de
bueyes que avanzaban, traqueteantes, por el
camino... ¡portando cañones! No eran más que
pequeños falconetes, pero artillería, al fin y al cabo.
Entretanto, una segunda compañía procedente
de Borgoforte se ponía en marcha para tomar
posiciones en la intersección del Po y el Mincio.
Melchior von Frundsberg, más calmado, vació un
pellejo entero de vino y repartió pan.

Incluso parte de sus compañeros se acercaron


tambaleantes y fueron acogidos con alegría. Les
narraron un ataque falto de decisión que cualquiera
hubiera podido contener. Barth urgió a la cocinera
para que abriera la tapa de la olla y ella le
respondió vociferando que cerrara la boca, si bien
791
FREDERIK BERGER

terminó por darle un pan entero. Como los de


Ferrara habían traído jugosos jamones, Barth
comenzó a visualizar los siguientes días y al
enemigo con mayor serenidad.
Comió hasta hartarse y, después, se abrió
paso por entre la multitud de compañeros hasta la
otra orilla para echarle un vistazo a los falconetes
que estaban llevando hasta una pequeña colina entre
gritos de ánimo y expresiones de esfuerzo. Ayudó
a los artilleros a levantarlos y fijarlos al suelo,
repartió a duras penas la munición y la pólvora,
observó cómo se cargaba un falconete e hizo que
le mostraran cómo se disparaba.
Cuando ya iba a tenderse tranquilamente al
sol en la pendiente de la orilla, algo relució de pronto
y, en medio del sorprendido silencio, se oyó un
relincho lejano. Frundsberg montó su caballo y dio
órdenes de preparar la defensa y el contraataque,
para enviar a continuación un mensajero a las
compañías lejanas. Barth se echó la espada al hombro
y quiso ganar la otra orilla. Allí se
arremolinaban ya el escuadrón volante que debían
soportar la primera carga enemiga. Repentinamente
surgió de entre los chopos y matojos una tropa
de caballería. Antes de que los llamados verlorene
haufen llegaran hasta su lugar, el enemigo se
792
LA HIJA DEL PAPA

encontraba ya peligrosamente cerca. La primera


carga de arcabuceros logró derribar un par de
caballos con sus jinetes, de tal forma que los
obligó a retirarse a un pequeño promontorio.
Barth reconoció de inmediato las líneas negras
en las ropas de los soldados y lo supo: eran los
hombres de Giovanni dalle bande nere, el único
enemigo al que temía Frundsberg.
Las tropas que había descubierto en la
lejanía se aproximaron en formación. Después de
apenas un cuarto de hora se encontraban ya al
alcance. Melchior de Frundsberg ordenó al
escuadrón volante que se colocara en posición de
ataque, pero Barth no encontró manera de llegar
hasta ellos, de tan obstruido como estaba el
puente. Como los artilleros comenzaron a hacerle
señas, se apresuró a ascender por la colina hasta
los falconetes. Los alemanes discutían con los
italianos sobre quién debía manipular los cañones
y quién debía dar las órdenes; no se entendían entre
ellos, pues carecían de intérprete, y lo único que
conseguían era provocar otra batalla a pequeña
escala. Los jinetes enemigos, entre tanto, volvían a
cargar, y en esta ocasión no lo hacían
concentrados, sino dispersos. Barth reconoció a su
caudillo por su tocado de plumas. A escasa distancia
793
FREDERIK BERGER

tras él cabalgaba un joven extraño y muy delgado


que portaba una espada corta en la mano. El capitán
arengaba a sus hombres y galopaba, igualmente con la
espada en la mano, al ataque. Cuando dirigieron
hacia él un arcabuz relleno, se inclinó, el disparo
dio al vacío y el lansquenete del arma cayó al suelo.
El Diablo lo había decapitado de un golpe.
Barth se precipitó junto a un artillero alemán
sobre un falconete; intentaron alzar la boca del
cañón entre los dos y vertieron la pólvora. El
proyectil impactó contra el campo que tenían en
frente, evitó felizmente las líneas aliadas pero no
logró alcanzar a ninguno de los enemigos que
cargaban contra ellos. Mientras los artilleros
volvían a preparar los cañones, Barth observó al
Diablo Giovanni. Luchaba con Melchior von
Frundsberg, pero entonces numerosos alabarderos
los separaron e intentaron hacerle caer del caballo.
Él retrocedió al galope y retomó la colina para
volver a atacar por tercera vez. Probablemente
había vuelto a avistar a Frundsberg, pero en
cualquier caso le indicó con grandes aspavientos
a un grupo de jinetes que atacaran el escudo de
arcabuceros de los flancos y cargó con una
maltratada tropa montada contra Frundsberg y el
corazón mismo de la defensa. Entre ellos se
794
LA HIJA DEL PAPA

encontraba el joven, que llamaba la atención de


Barth por ser el único que no lucía las bandas
negras.
Los falconetes estaban cargados de nuevo. Barth
gritó a los artilleros que debían desviarlos
ligeramente hacia la izquierda, poco antes de la
colina, saltó a un lado y gritó:
—¡Ahora!
Se produjeron los disparos, Barth intentó seguir
la trayectoria de los proyectiles y de hecho cayeron
silbando en medio del grupo del Diablo. Se
oyeron relinchos por doquier, la tierra saltó, el
golpe tiró al suelo al caballo del joven, quien
también salió volando hacia un lateral, pero
además debían haber alcanzado al Diablo. Su
caballo se encontraba de pie y él mismo gritaba de
dolor... ¿O acaso daba órdenes? Frundsberg iba a
atacarlo con sus hombres, pero los soldados
italianos lo protegían, el Diablo reculó, no sin antes
hacer que subieran al muchacho, que yacía
inconsciente entre la mugre, hasta su silla.
Se reagruparon en la elevación. Barth ya no
pudo distinguir nada porque las tropas rodeaban,
protectoras, a su caudillo, y entonces se retiraron
realmente, atravesando las líneas de infantería
amiga que avanzaban ya a la batalla.
795
FREDERIK BERGER

Barth estalló entonces en gritos de júbilo por


el impacto que, en cierta medida, también era
mérito suyo. Todos comenzaron a lanzar
exclamaciones victoriosas, agitaron en el aire sus
espadas, se abrazaron, alzaron los puños cerrados,
se mofaron e insultaron a sus enemigos con las
injurias más despreciativas que se les ocurrieron.
El joven Frundsberg permaneció sereno y
observaba a la infantería enemiga, que se
arremolinaba junto con la caballería en torno a su
dañado líder y parecían deliberar. Finalmente, tres
hombres montados gritaron algo a Frundsberg y
señalaron a sus seis muertos y doce heridos, que
yacían quejosos en el suelo, sin rematar.
Frundsberg les permitió generosamente que se los
llevaran, y entre gritos triunfales de los
lansquenetes, los cogieron en alzas y se los
llevaron, lenta y ordenadamente, hasta donde se
encontraban las tropas en retirada.

796
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 68

Roma, Vaticano, aula regia – palazzo Farnese


15 de diciembre de 1526

Cuando las primeras noticias sobre la batalla


contra los lansquenetes llegaron a Roma, el
cardenal Farnese corrió de inmediato al Vaticano y
se encontró en el aula regia con un Papa fuera de sí
y unos prelados acalorados, gritándose los unos a
los otros. Intentó comprender qué había ocurrido,
pero apenas entendió algunas palabras y nombres,
oyó algo como «nuestro Giovanni», comentarios
sobre una lucha dura, sobre las circunstancias
desfavorables, una victoria casi segura y el
bárbaro Frundsberg, que había logrado atravesar
el Po. Evidentemente, la mayor parte de los reunidos
en la sala desconocía los datos concretos. El papa
Clemente agitaba un papel que llevaba en la mano,
pero se encontraba él mismo tan asediado que no
lograba calmar los ánimos.
Entonces, Alessandro oyó como un mensajero
llegado hasta Lorenzo Pucci desde el norte, quizá
perteneciente a la delegación que informaba al
797
FREDERIK BERGER

Papa, le relataba al cardenal lo siguiente:


—Y además Mantua ha dejado libre a Farnese
en lugar de colgarlo directamente.
Cuando se dio cuenta de que Alessandro le
estaba escuchando, enmudeció y se marchó de
inmediato, incómodo. También Pucci se echó a un
lado inseguro, reuniéndose con la multitud.
Alessandro notó que se le detenía el corazón
y unas náuseas repentinas lo sobrecogieron. Sus
piernas parecían querer ceder y el vértigo le hizo
tambalearse. Llamó a unos guardias y les pidió que
lo sostuvieran y acompañaran hasta el aire fresco
de la logia. Allí tuvo que sentarse sobre el frío suelo
y les rogó a los suizos que llamaran a su
secretario.
Los temores de las últimas semanas y meses
lo habían golpeado con toda su furia a través de
aquella noticia. Aunque hacía mucho que no oía
nada de ellos, sabía que Ranuccio formaba parte de
las tropas venecianas y que Pierluigi estaba bajo
las órdenes del Borbón. El comentario acerca del
Farnese liberado solo podía referirse a Pierluigi
pero, ¿qué había ido a hacer Pierluigi a Mantua?
¿Lo habrían capturado?
Llevaba semanas temblando. Primero, había
oído hablar de la batalla interrumpida de Milán
798
LA HIJA DEL PAPA

y había visto a sus dos hijos vuelto el uno contra el


otro, con las armas de la mano. Lo mismo ocurrió
con Cremona. Cuando se había enterado de que un
fuerte ejército de lansquenetes había logrado eludir
las barricadas venecianas y moverse en dirección
a Mantua, se había arrodillado repentinamente ante
el altar de su habitación y rezado porque Ranuccio
no se hubiera visto envuelto en una batalla contra
los bárbaros del norte.
El miedo por sus hijos, especialmente por
Ranuccio, superaba la agitación que reinaba por todas
partes. Era una época de por sí confusa y
sorprendente. En septiembre, de forma totalmente
inesperada, los partidarios de Colonna, bajo el
pendón de los leales al emperador, junto con miles
de hombres procedentes de las fortalezas y de
Nápoles, es decir, con todo tipo de chusma, se
había lanzado sobre el borgo, habían expoliado el
Vaticano y un buen número de palacios, habían
encerrado al Papa en el castillo de Sant’Angelo,
habían devastado la ciudad como antaño lo
hicieran los vándalos y los godos y después, bien
pertrechados de riquezas, se habían retirado de
nuevo a sus aldeas. El Papa, al principio, había
tenido que doblegarse y acordar un armisticio, sin
embargo, con posterioridad había reunido una parte
799
FREDERIK BERGER

de las tropas que luchaban en el norte, roto todos


los acuerdos con los traidores y había hecho
devastar y quemar parte de las propiedades de los
Colonna, para finalmente retirarle a Pompeo
Colonna, quien había terminado por convertirse en
su contrincante y enemigo acérrimo, su dignidad
de cardenal.
La lucha en la Campania contra los españoles
de Nápoles se prolongó, abriendo así un segundo
foco de guerra que se desenvolvía, no obstante,
de forma poco satisfactoria: los campamentos eran
impenetrables y cambiaban su ubicación de
semana en semana, y estaban bien preparados
para el invierno, para las negociaciones y los
acuerdos secretos, para la mendicidad de dinero y
soldados.
Alessandro siempre había aconsejado al
Papa que llevara una política clara y honesta, que
se mostrara partidario del emperador sin humillarse
ante él, pero Clemente seguía oscilando como una
caña al viento o como los romanos, entre el pan y
el circo, como les gustaba decir en la región de
Lacio. Así, intentaba manipular a los unos para que
se volvieran contra los otros sin decidirse por
ninguno abiertamente, pero actuando en secreto,
hasta el punto en que en una ocasión intentó, con
800
LA HIJA DEL PAPA

ayuda de su consejero español en conjuras,


convencer al marqués de Pescara, uno de los
generales más destacados del emperador, de que se
convirtiera en traidor. No solo no lo consiguió, sino
que provocó consecuencias inesperadas.
Sus opositores, e incluso no solo ellos, ya
no se referían a él como el papa Clemente, sino
como el Papa qui mente, el «Papa que miente».
Entonces llegaron las últimas noticias del
norte: Frundsberg había atravesado el Po. Eso
significaba que los bárbaros no solo no se habían
ahogado, sino que su cuidadosamente trazado plan
para tenderles una trampa, estudiado durante
semanas, se había echado por tierra. El marqués
de Mantua había jugado un doble juego, mientras
que el viejo guerrero alemán le había parado los
pies al cunctator Francesco María y a l Diavolo
Giovanni, y los había derrotado.
Quizá en aquella ocasión sus hijos sí se
hubieran enfrentado...
Lo peor de todo era que Ranuccio no escribía.
¿Por qué hacía tanto tiempo que no enviaba noticias
a sus padres, o ni siquiera a Virginia? La
muchacha estaba loca de desesperación. Ranuccio
parecía haberla abandonado. Ni siquiera la carta de
Alessandro a Francesco María y al marqués de
801
FREDERIK BERGER

Mantua, así como al dux de Venecia, había


provocado respuesta alguna.
El secretario de Alessandro llegó finalmente y
lo ayudó a ponerse en pie. Cuando quiso abandonar
el Vaticano, aún debilitado, el papa Clemente se
dirigió a él, gritando:
—¡Han alcanzado a Giovanni! Ya lo habían
hecho en Pavia, pero en esta ocasión han acabado
con él.
¡Una bala de cañón! ¡Le ha destrozado la rodilla!
¡Es nuestra decadencia! ¡El final de la libertad en
Italia!
Se detuvo, dubitativo, y se acercó a
Alessandro:
—¿Qué es lo que te ocurre? Estás más pálido
que un sudario. Los bárbaros amenazan nuestros
territorios en Parma y Piacenza. El Borbón sigue
en Milán... No puedo sacar dinero de la nada.
Los franceses no nos dan nada más que exigencias,
grandes palabras y promesas vacías, y por ellos
estamos en guerra. Sin embargo, yo no vendo capelos
cardenalicios, León lo hacía, ¡pero yo no! Sin
embargo, tendremos que apañárnoslas sin Giovanni,
mientras sus hombres se encuentran diseminados a
los cuatro vientos, y sin salario...
Entonces, el papa Clemente tomó del brazo a
802
LA HIJA DEL PAPA

Alessandro y lo miró con auténtica preocupación:


—Necesitas un médico. Alessandro negó con
la cabeza
y le preguntó, con voz temblorosa y conmovida:
—¿Has oído algo de mis hijos?
—¿De tus hijos? Sí, a Pierluigi lo capturaron
cuando ejercía de negociador de Borbón ante
Gonzaga, y el pequeño, ¿Ranuccio...? Creo que...
Sí, ya me acuerdo, luchó con las tropas de
Giovanni, es decir, en el frente más duro, en primera
línea, junto a Giovanni, y un proyectil...
El Papa se dio cuenta entonces de lo que sus
palabras podían significar; le dedicó unas
palmaditas de ánimo en los hombros a Alessandro
y se volvió, distraído, un tanto confuso, pero antes
aún exclamó:
—Un muchacho duro, tu benjamín, un auténtico
Farnese, leal e invulnerable al miedo... Como
nuestro Giovanni, ¡oh, Señor! ¿Por qué ha tenido
que morir? Ahora Roma está a merced de los
bárbaros.
Y entonces, se fue.

Al llegar a casa, Alessandro ya no dudó de que


Ranuccio había caído. Hizo llamar a Constanza
y traer a Silvia, también apremió a Bosio y
803
FREDERIK BERGER

Girolama, así como a Baldassare y Rosella. Tras


ello, sereno, pero al mismo tiempo casi
paralizado por el horror que le producían los
terribles golpes del destino, narró las nuevas
noticias del norte y concluyó la escasa información
con la insinuación de que Ranuccio se encontraba
junto a Giovanni...
Los ojos de Silvia se abrieron de par en par,
de puro terror. Constanza tomó aliento, horrorizada,
y se llevó la mano a la boca como si quisiera reprimir
un grito. Entonces, Baldassare respondió con tono
oscuro que él también había recibido noticias del
norte, pues su amigo Pietro Arentino le había
informado del trágico fallecimiento de su amigo
Giovanni de Medici, el mejor de los hombres de
Italia, a causa de una bala de cañón que le había
alcanzado en Govérnolo, tras lo cual lo habían
trasladado a Mantua.
—Tuvieron que amputarle la pierna, pero a
aquel bravo hombre no le sirvió de nada. Consciente
hasta el final, murió en brazos de su amigo.
Como nadie dijo nada, prosiguió:
—Arentino me habría comentado sin duda si
un Farnese, si mi querido discípulo... —resopló y
se sorbió de forma sonora-... En fin, si lo hubieran
herido de gravedad. Francesco María, el duque de
804
LA HIJA DEL PAPA

Urbino, no ha podido hacer nada contra los


lansquenetes. Son como un muro.
Cuando Alessandro se dio cuenta de que
probablemente Baldassare tuviera razón, lo abrazó y
rompió a sollozar desenfrenadamente. Lentamente y
en silencio se fueron marchando todos, excepto
Silvia, que enterró la cara del cardenal en su
pecho, consoladora.
Al anochecer llegó un mensajero al palazzo
Farnese, con una carta de Pierluigi. Alessandro la
abrió de inmediato y llamó a su familia para que
se reuniera de nuevo. Para cuando llegó Silvia, ya
la había leído casi entera.
—¡Vive! —exclamó—. Ranuccio vive, solo
tiene un pequeño rasguño: el proyectil que hirió a
Giovanni lo tiró de la silla y un fragmento se le
incrustó en el muslo, pero los médicos pudieron
operarlo en Mantua y ahora se encuentra mucho
mejor. Incluso volverá a Roma con parte de los
bande nere de Giovanni, regresará a su hogar y a su
familia. Oh, Ranuccio... — Alessandro no pudo
seguir hablando, pues la voz se le quebraba.
Constanza le quitó la carta de las manos y le
echó un vistazo.
—También Pierluigi se encuentra bien. Lo
habían retenido en Mantua intentado tenderles una
805
FREDERIK BERGER

trampa a los lansquenetes, pero el plan salió mal y


Francesco María se ocupó de que lo soltaran, para
poder regresar con las tropas imperiales. Le
siguen numerosas alabanzas dirigidas al duque de
Urbino... — Constanza se interrumpió y frunció el
ceño.
—¿Por qué no sigues? —preguntó Silvia.
Alessandro había logrado calmarse entretanto,
quitó de nuevo la carta a su hija y comenzó a
estudiar las frases.
—Los dos hermanos se encontraron la noche
antes de la batalla y hablaron... Ranuccio debía
creer que iba a morir al día siguiente...
Silvia tendió la mano hacia la carta.
—¡Déjame leerlo, Alessandro!
—Sí, exacto —dijo, para concluir—.
Efectivamente. ¡Pobre muchacho! Los dos
hermanos se confesaron el uno con el otro...
—Confesarse, ¿de qué, Alessandro? —la
voz de Silvia delató su impaciencia.
—Su culpabilidad por la muerte de Paolo —
respondió, con voz suave y confusa—. Hablaron de
nuestro Paolo... ¿Por qué debería sentirse culpable
Ranuccio por la muerte de Paolo? No lo entiendo,
solo tenía cuatro años por aquel entonces...
También hablaron sobre Virginia...
806
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 69

Fiorenzuola – San Giovanni, junto a


Bolonia De diciembre de 1526 hasta marzo de
1527

Barth apenas podía creer que un único disparo


de cañón hubiera podido provocar semejante
efecto. Habían rechazado el ataque, el temi do
Diavolo se retiraba herido: los lansquenetes
lanzaron poderosos hurras, Melchior von Frundsberg
se abrió paso hasta Barth y lo artilleros e hizo que
los alzaran en hombros. Prometió a los soldados
que les doblaría el sueldo y al oso bávaro, un puesto
de teniente.
Por la tarde, lograron también rechazar con
éxito a las tropas venecianas bajo las órdenes
del duque de Urbino, y de pronto numerosos
botes aparecieron procedentes de Borgoforte,
enviados, por lo que se decía, personalmente por el
marqués de Mantua.
Ya esa misma noche el ejército comenzó a
asentarse sin molestias en torno al Po. Al día
siguiente marcharon hacia Fiorenzuola con la
807
FREDERIK BERGER

esperanza de reunirse allí con las tropas de Carlos


de Borbón. Estaban aún en marcha cuando supieron
de la muerte de Giovanni de Medici. Barth lo celebró
de nuevo, se le permitió sentarse en el círculo de
oficiales y, por primera vez desde hacía semanas,
comer hasta hartarse. Incluso sintió lástima por
Giovanni de Medici, quien había dirigido a sus tropas
con valor desde la primera línea de batalla, si
bien también se alegraba de que aquel temido
enemigo ya no supusiera un problema para los
lansquenetes. Se habían salvado incontables vidas
alemanas. A su alrededor se vanagloriaban de que
el «césar» vini vidi fugi había probado la eficacia
impenetrable de una táctica defensiva bien
elaborada.
Barth clavó la mirada en el fuego crepitante
y vio ante sus propios ojos el impacto de los
proyectiles. ¿Habría sobrevivido el muchacho
delgaducho al que el gravemente herido Giovanni
aun llegó a montar en su caballo? Barth le preguntó
a Melchior von Frundsberg por su nombre, pero
el capitán no supo decírselo.
El ejército plantó su campamento entre
Fiorenzuola y Piacenza y lo preparó para el
invierno. El salario escaseaba y, tras acabar con
todos los cerdos, terneros, ovejas y cabras de
808
LA HIJA DEL PAPA

los alrededores y de saquear todos los campos de


maíz, la alimentación empeoró día a día. El frío
húmedo se colaba por las tiendas y en las abiertas
ropas de los lansquenetes, bajo las cuales saltaban
los piojos sedientos de sangre. Se propagaron las
diarreas, la mayoría de los soldados tosía y
algunos murieron entre esputos sanguinolentos y
fiebres extremas.
Barth trabajó desde entonces como guarda
personal de Frundsberg. Acompañaba al viejo a la
letrina y escuchaba sus penas: ningún enemigo le
quitaba tanto el sueño como la falta de pan y de
oro.
Así, pasaron diciembre y enero, inactivos,
hambrientos y congelados, añorando el calor del
hogar, a las mujeres e hijos, a los padres y los
hermanos, el hogar y la granja. Se jugaba a los
dados y a las cartas, rara vez por dinero, pues
nadie tenía apenas. Ni siquiera para el séquito de
prostitutas que los seguía y que se iban aburriendo
mientras tanto: siempre las mismas acometidas por
los mismos tipejos, con su creciente hedor, los
dientes amarillos y los rasguños.
Barth se despertaba con hambre y se acostaba
con hambre. Sin embargo, él vivía mejor que la
mayoría de los lansquenetes, pues en las cercanías
809
FREDERIK BERGER

del capitán general y «padre» de las tropas


siempre caía algún pedazo de jamón, la sopa
estaba más caliente y duraba más y, ocasionalmente,
se hacía con alguna manzana arrugada. La col
proporcionaba escaso consuelo a las tripas y los
conciertos nocturnos de ronquidos, gemidos y
ventosidades le hacía pensar a Barth, cuando le
tocaba quedarse de guardia, en una bestia inmensa
y espanzurrada, en un dragón al que ni siquiera san
Jorge podría matar.
A principios de febrero el sol comenzó a
filtrarse con más frecuencia a través de la niebla,
e incluso proporcionaba días calurosos. Comenzó
a oírse que Carlos de Borbón había partido con
cinco mil españoles de Milán para reunirse con
ellos. Como muy tarde, el 7 de febrero vería
reunirse a las tropas.
Sin embargo, siguieron viviendo de promesas.
Las provisiones no mejoraron, y de los cielos
cayeron grandes masas de agua sobre tiendas y
sombreros, cuyos plumeros empapados se
encorvaban tristes y desvalidos.
Barth jugaba con frecuencia a los dados con los
otros guardias y no dejaba pasar un día sin
practicar la lucha con espada, el lanzamiento de
hacha y el disparo de ballesta. Hacía oscilar el hacha
810
LA HIJA DEL PAPA

doble y aprendió así el habilidoso uso de las


alabardas. Si miraba en torno a sí no veía más que
mugre acumulada en su acuchillada vestimenta y,
cuando se lavaba un poco, algo que para su
desgracia era un acontecimiento demasiado inusual,
se sorprendía al descubrir su cuerpo cada vez más
enflaquecido. Sin embargo, seguía siendo tan fuerte
como cualquiera, aún era capaz de alzar a un
hombre de la edad del joven Melchior y solía
ganar en las competiciones en las que vencía quien
arrojara más lejos una roca. Por fortuna para él,
pues tras cada victoria, recibía una ración extra de
comida.
El viejo Frundsberg le dedicaba, riendo,
palmaditas en la espalda cargadas de satisfacción
y exclamaba: «Con hombres como tú,
conquistaremos toda Italia». Le seguían entonces
animosos «hurras» y rítmicos gritos de «¡Florencia,
Florencia!», así como cada vez más ¡Roma,
Roma!».
Les costaba entenderse con los españoles. No
hablaban bávaro ni suavo, los lansquenetes no
hablaban español, y tanto en los dados como en las
cartas trataban de hacerse trampas los unos a los
otros. Cada vez que se descubría a algún fullero,
siempre había peleas, a pesar de las duras penas
811
FREDERIK BERGER

con las que estaban sancionadas. Sin embargo,


los prebostes rara vez se inmiscuían y hacía tiempo
que no se sabía de ninguna sanción oficial por
disputas internas. Resultaba mucho más peligrosa
la perspectiva de una rebelión o de una deserción
en masa entre los cada día más malhumorados
soldados.
Los superiores intentaban mantener los
ejércitos separados, sin embargo, todos
terminaban por entremezclarse al visitar el
campamento del bagaje. Cada vez había más
chusma.
Entonces, llegó de forma repentina la orden
de partir rumbo a Bolonia, donde la tierra aun no
se encontraba devastada. Recogieron sus cosas,
desmontaron las instalaciones, las fanfarrias
ordenaron la puesta en movimiento, los tambores
marcaron el compás, y así salieron todos a paso
uniforme, una compañía tras otra, con el capitán
al frente, los segundos a los lados, los
«doblesueldo» y arcabuceros flanqueando los
carros, en medio el abanderado, así como los
tambores y flautas.
El 8 de marzo asentaron el campamento junto
a San Giovanni, poco antes de Bolonia.
Aunque Barth siempre podía observar la
812
LA HIJA DEL PAPA

agitación que se desarrollaba en la tienda de


Frundsberg y además debía acompañar al viejo
cada vez que visitaba a Borbón, apenas entendía
nada de lo que se trataba. Habitualmente el tema
giraba en torno al dinero. El duque de Ferrara les
había enviado unos pocos ducados junto con
algunas provisiones, algo que apenas les daba para
empezar. Cualquiera podía hacerse en las cercanías
de Bolonia con algún pan, algún cerdo o alguna
mujer, pero les faltaba el dinero para pagarlos. Así,
se volvieron frecuentes los asaltos, los saqueos y las
violaciones.
Ni siquiera se sabía cual era la meta real de
aquella empresa. La falta de disciplina de los
soldados llegó hasta tal punto que incluso robaron
a los oficiales. Cuando un ladrón fue condenado a
pasar por la picota se inició tal agitación que el
propio viejo Frundsberg tuvo que dirigirse a ellos
para tranquilizarlos.
A mediados de marzo, Barth vio como los
oficiales entraban precipitadamente en la tienda de
Frundsberg: su hijo Melchior, Conrad von
Bemelburg, Schertlin y otros; poco después Carlos
de Borbón marchaba con sus capitanes españoles y
el estirado príncipe Filiberto de Orange, su segundo.
No tardó en oír los gritos procedentes de la tienda y
813
FREDERIK BERGER

la única palabra que llegó a entender: «armisticio».


Entonces, escuchó otro nuevo surgir de entre el
confuso alboroto de voces en alemán y español:
«Retirada».
Cuando quiso acercar la oreja a la húmeda pared
de la tienda, Borbón salió precipitadamente con toda
su gente. En el interior del recinto el griterío se
amortiguó solo parcialmente, hasta que finalmente el
viejo, enrojecido, salió también, se abrió la bragueta
y comenzó a orinar en el lodo.
—Mierda, cuando te haces viejo... —le
exclamó el anciano a Barth—. Se te hace más
difícil mantenerte erguido y debes mear más a
menudo. Dios, qué no daría yo ahora por una
cálida chimenea en mi hermoso castillo de
Mindelheim. ¿Y tú, buen Barth? ¿También te
gustaría volver a casa?
—Yo no tengo casa.
Frundsberg puso fin a su voluminoso torrente
de orina con un gruñido de satisfacción, recogió de
nuevo sus intimidades y se volvió hacia Barth:
—¿No tienes padres, ni esposa?
—Mis padres murieron, soy demasiado
joven para haberme casado y la muchacha a la
que amaba... Bien, otro hombre la forzó y tuve que
matarlo. Entonces, quisieron matarme a mí.
814
LA HIJA DEL PAPA

—Ajá, y de ahí la crux —dijo, señalando la


cicatriz en la frente de Barth—. Bien pensado, a
muchos les ocurre lo mismo que a ti. Sus mujeres se
han ido o han muerto, sus padres cayeron... Pero
entonces se busca un nuevo hogar, una nueva familia.
Eres un buen joven, Barth, fuerte como un oso, sabes
leer y escribir, ¿dónde se ha visto algo así? Además,
ayudaste a acabar con il Diavolo, nuestro único
enemigo auténtico. Serás teniente, lo prometido es
deuda.
Observó pensativo a Barth, quien encontró
entonces la oportunidad de preguntarle por el
objetivo de marzo.
De pronto, Frundsberg se volvió parco en
palabras:
—Mañana sabréis más.
Y con esto, desapareció de nuevo en su
tienda.
Por la noche, Barth ganó a los dados y amó
con torpeza a una muchacha que, finalmente,
logró seducirlo. Discutió con ella la cuestión del
pago, pues quería conservar las últimas monedas
de cobre que le quedaban. La muchacha, finalmente,
le fió el pago y quiso dormir a su lado, aun
cuando compartía tienda con otros dos hombres.
Cuando los dos compañeros finalmente rompieron a
815
FREDERIK BERGER

roncar, Afra, que así se llamaba la joven prostituta,


se apretó contra él, le acarició la cicatriz con las
puntas de los dedos de su mano izquierda mientras
con la derecha le proporcionó, con movimientos
ligeros y contenidos, pero con una delicadeza
inusual, un dulce divertimento que, finalmente, y
mientras ella se encontraba aún tendida sobre él,
le permitió caer rendido.
Al día siguiente, una inquietud extraña
despertó a Barth. Los dos compañeros se
encontraban ya en pie y discutían fuera de la tienda a
pleno grito con dos pajes, quienes les
informaban de que los españoles habían iniciado
un motín. Quiso levantarse, pero primero tuvo
que apartar de encima a Afra, aún dormida. La
observó con atención y comprobó que, bajo la densa
capa de maquillaje y a pesar del desastrado cabello
rubio, era hermosa, si bien estaba horriblemente
demacrada. El hambre volvió a rugirle en el
estómago. Se levantó con cuidado, tapó a Afra, se
puso su jubón y sus medias, se ató las correas de
las rodillas y se echó por encima su chaqueta de
cuero.
Cuando salió de la tienda, le dio de lleno un sol
resplandeciente. Una cazuela de sopa borboteaba ya
en las cercanías, Melchior hablaba con gesto
816
LA HIJA DEL PAPA

preocupado con Conrad von Bemelburg. Se oían


llamadas a reunión en el campamento de los
españoles. ¿Acaso querrían separarse de los
lansquenetes? Había algo extraño en aquella
mañana, a pesar del buen tiempo, o precisamente
por él. Lo principal, en cualquier caso, era llenar
el estómago, si bien probablemente ya no hubiera
tiempo para comer aquel día y apenas quedara pan.
Melchior marchó al encuentro de los españoles
acompañado de un intérprete y le indicó a Barth que
se les uniera. Aún estaban atravesando el
campamento del séquito y ya se oían los gritos de
protesta de los españoles. Apenas llegaron al lugar
de reunión, dieron con la espalda de los soldados,
arremolinados de tal forma que los alemanes no
lograron continuar más allá. Vieron a Borbón sobre
un carro de munición, hablando a sus hombres, pero a
cada frase que decía, estos respondían vociferando
rabiosos y alzando los puños con agresividad.
—¿Qué está pasando aquí? — preguntó
Melchior al que se encontraba más cerca.
El traductor apenas terminó de hablar y ya
tenía a numerosos españoles gritándole, con lo que
no tardaron en descubrir la causa de su indignación:
supuestamente se había firmado un armisticio entre el
Papa y los delegados imperiales en virtud del
817
FREDERIK BERGER

cual los soldados deberían conformarse con un


salario de sesenta mil ducados, empezando, no
obstante, con un adelanto de solo treinta mil, para
de inmediato volver a casa.
—¡No vamos a hacerlo! — voceó un
español al oído del intérprete—. No dejaremos
que nos despachen con un par de ducados después
de haber pasado todo el invierno encerrados en
Milán y, después, habernos congelado y muerto
de hambre. Queremos ver nuestras bolsas a
reventar de oro y nos iremos a Florencia o a Roma
a buscarlo: allí tienen para dar y tomar.
Los soldados comenzaron entonces a agitar el
carro al que estaba subido Borbón, sacaron las
espadas y amenazaron a su comandante. Borbón
se bajó de donde estaba e intentó huir a su tienda,
pero no tardaron en cogerle. Los gritos de furia se
incrementaron.
Barth no pudo distinguir con claridad qué
ocurría.
—¡Vámonos de aquí, esto no es un panorama
agradable! —exclamó Melchior.
La agitación se había extendido al séquito,
donde tenía lugar una agria discusión. Barth y
Melchior se abrieron paso con gran esfuerzo entre los
carruajes, tiendas, toneles de comida, fogatas y
818
LA HIJA DEL PAPA

gente, hasta llegar a la tienda del viejo Frundsberg.


Melchior apenas había terminado de relatarle a éste
y a la plana mayor de sus oficiales, reunidos con
premura, todo lo que había visto y oído cuando un
Borbón desgreñado y fuera de sí irrumpió
acompañado del príncipe Filiberto.
—¡Un motín, rebelión, esto es el fin! —gritaba
el Borbón desde la lejanía—. Tenéis que
esconderme, me siguen, ya han matado a uno de mis
oficiales, robado la cubertería de plata de Filiberto...
Están fuera de control.
De inmediato, Barth y la guardia tomaron
posiciones, alabardas en mano. El viejo
Frundsberg envió al Borbón a un granero cercano,
donde podría ocultarse, y todos esperaron a que
apareciera la horda de españoles amotinados, pero
estos actuaron de forma muy diferente a la
esperada. Se fueron infiltrando de manera
aparentemente pausada en las hileras de tiendas de
los lansquenetes y les explicaron, a pesar de las
dificultades idiomáticas, lo que habían planeado.
Entonces, la agitación se propagó también entre
los alemanes.
El viejo Frundsberg, enrojecido y sudoroso,
hizo que le trajeran un pedestal para observar y
descubrir lo que se proponían.
819
FREDERIK BERGER

—Están cogiendo las picas,


¿qué pretenderán hacer con eso? — exclamó sin
aliento, para seguidamente bramar—. ¡Rápido,
llamad a asamblea! Quiero hablar con ellos.
—Padre, ¡te echarán del carro a ti también! —
repuso un preocupado Melchior—. Te abuchearán
como le hicieron al Borbón.
—A mí no me abuchea ningún lansquenete. Soy
su padre y ellos lo saben.
El viejo Frundsberg bajó, inseguro, del
pedestal, se dirigió al lugar de reunión y trepó a lo
alto del carro en el que habitualmente se
transportaban los arcabuces. Barth tuvo el tiempo
justo para posicionarse a sus pies antes de que los
lansquenetes lo rodearan, con las lanzas en la mano.
—Por el amor de Dios, ¡quédate con nosotros!
—exclamó Melchior con voz amortiguada.
Miró a su padre temeroso y desenfundó la
espada. El anciano, no obstante, parecía
encontrarse más sereno y alzó los brazos para
acallar el rugido de sus hombres.
El círculo en torno al carro se estrechó, todos
se arremolinaron hacia adelante, pero poco a poco
fue cundiendo el silencio. Barth miró los hambrientos
ojos de los soldados, sus cabellos y barbas
encrespados, sus ropas harapientas que en algún
820
LA HIJA DEL PAPA

momento lucieron llamativos colores, y lo que vio


en todos ellos fue rabia y una resolución
inamovible.
Entonces, Frundsberg tomó la palabra:
—Hijos míos, hombres, camaradas... Hemos
combatido juntos en numerosas batallas
victoriosas, somos los mejores luchadores sobre
suelo europeo, incluso más que los reisläufer, nadie
nos puede hacer frente, ni siquiera esos cobardes
de los ejércitos papales, y los conspiradores
romanos con sus bellos discursos, así como todas las
ciudades italianas, nos temen con razón, y lo
saben. Temen que nos unamos, que hablemos y nos
comportemos como un solo hombre, que nos
alcemos como un oso alemán, fuerte, valiente y leal,
sí, leal en nuestro amor por el emperador; temen que
os mantengáis fieles a vuestro padre, a mí, que os
he guiado en tantas batallas victoriosas...
Bemelburg se inclinó hacia Melchior y
preguntó:
—¿Qué quiere decirles exactamente a los
hombres? ¿Que realmente deberíamos conformarnos
con un par de malditos ducados y volver a casa?
¡No habrá retorno posible sin dinero y sin victoria!
Melchior se encogió impotente de hombros.
—Os he dado todo lo que poseo, incluso he
821
FREDERIK BERGER

empeñado mis posesiones, mi querido Mindelheim,


mi plata, la herencia de mi esposa, todo para
conseguiros vuestro salario. Por eso os prometo,
tan cierto como que estoy aquí, desnudo y pobre
como una rata, tanto como vosotros, que lucharé
por vosotros, por vuestros derechos, por la
soldada que os deben...
Un asombroso silencio se había mantenido
hasta entonces, en que un extraño rumor comenzó a
originarse en las últimas filas. Barth aferró de
nuevo su alabarda. Sabía, no obstante, que si los
hombres se alzaban contra ellos no tendría
ninguna oportunidad de defenderse: lo aplastarían o
ensartarían.
—Hijos míos...
Barth se volvió a mirar a Frundsberg: el
viejo jadeaba y tosía tratando de respirar, mientras
agitaba como aspas los brazos.
—Os conseguiré vuestro dinero...
Aquella fue para los lansquenetes la palabra
clave, tras la cual se inició un grito, primero suave,
después agitado y rítmico que iba ascendiendo
desde las últimas filas:
—¡Dinero, dinero!
—Las filas anteriores fueron uniéndose,
incluso llegaron a oírse redobles de tambor, el
822
LA HIJA DEL PAPA

canto por el oro se fue transformando en un grito de


batalla generalizado, y antes de que Barth llegara
siquiera a darse cuenta, las primeras filas fueron
inclinando lentamente sus picas y avanzaron en
posición de ataque. Las puntas de acero se detuvieron
apenas a un metro de distancia de Barth y los
capitanes que rodeaban el carro de Frundsberg.
—Mis queridos hijos... — graznó el viejo.
La espada que había alzado cayó al suelo,
zozobró, agitó impotente los brazos y abrió la boca,
una y otra vez, como un pez en busca de aire...
Barth dejó caer su alabarda y saltó sobre el
carro, mientras Melchior lo seguía, gritando:
—¡Padre! ¿Qué te ocurre?
El viejo Frundsberg, padre de los lansquenetes,
el más leal general del emperador, glorioso y
prácticamente invicto, hasta entonces amado por sus
hombres y temido por sus enemigos, se tambaleó y
cayó de rodillas. Antes de que llegara a
desvanecerse sobre las tablas del carro, Barth lo
recogió y sostuvo mientras Melchior tiraba de un
gran tambor para, entre los dos, apoyar al anciano
sobre su parche de cuero. El viejo caudillo seguía
abriendo la boca sin emitir sonido alguno, con la
cara hinchada y roja y los ojos desencajados...
Una calma repentina se originó a su alrededor.
823
FREDERIK BERGER

—¡Una camilla! —gritó Melchior.


Se abrió un pasillo hasta la tienda del anciano
y dos médicos de campaña acudieron prestos.
Barth alzó el pesado cuerpo de Frundsberg, lo
transportó resollante hasta el borde del carro y
desde allí lo fue soltando lentamente sobre los
numerosos brazos que lo recibieron.
—¡Padre! ¡Háblame! —gritó Melchior,
desesperado.
Colocaron sobre una camilla al anciano y lo
transportaron hasta su tienda. Los lansquenetes se
apartaron a su paso, con el miedo, el espanto y la
culpabilidad pintada en sus rostros. Algunos incluso
rezaban.
Georg von Frundsberg ya no dijo nada más.
Había sufrido una apoplejía. Sobrevivió a
aquella noche y, al día siguiente, un grupo de
lansquenetes lo transportaron hasta Ferrara, donde
cuidarían de él. En un principio, Barth pensó en
acompañarlo, pero Melchior estableció de forma
clara que pertenecía a su guardia personal, y no a
la del anciano. Los capitanes alemanes eligieron
a Conrad von Bemelburg como su superior y
acordaron con los españoles que Carlos de Borbón
sería el alto cargo al mando de ambos ejércitos.
Borbón hizo que repartieran los treinta mil
824
LA HIJA DEL PAPA

ducados enviados por Roma, con lo que cada


soldado no recibió más de un par de ducados, un
salario que quizá les llegara para subsistir diez
días. Le prometió a los hombres que reclaMaría
ciento cincuenta mil y afirmó que estaba
dispuesto a marchar sobre Florencia y Roma.
—Conseguiremos lo que nos corresponde —
exclamó, y miles de gargantas bramaron como una
sola voz por todo el campo.
Desde Ferrara llegaron un par de días
después provisiones y munición. El viejo
Frundsberg permaneció en el castello d’Este, por lo
que se decía, esperando a la muerte en silencio.
Las cumbres de los Apeninos aún seguían
cubiertas de nieve a finales de marzo, por lo que
el ejército se puso en marcha siguiendo la via
Emilia. Las únicas metas posibles eran Florencia
o Roma. O lo que era aun mejor: Florencia y
Roma. El hambre, el frío, la enfermedad... Lo
habían soportado todo y ahora, ¿debían volver a
casa con las manos vacías? ¡No y tres veces no!
No pensaban llevar nada que no fuera un buen botín.
Buscarían a esa panda de traidores mentirosos allí
donde se escondían, saquearían sus arcas,
vaciarían sus bodegas, deshonrarían a sus mujeres
y, para concluir, les cortarían la cabeza.
825
FREDERIK BERGER

826
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 70

Roma – Vaticano – palazzo Farnese – 26 de


abril de 1527

Una inquietud inusual reinaba en Roma, tanto


en el Vaticano como entre el pueblo llano, e incluso
en la casa del cardenal Farnese.
En las últimas semanas habían asolado la
ciudad aguaceros y tormentas como no se habían
visto desde los días del papa Adriano. El Tíber se
desbordó y amenazó con anegar las zonas bajas de
la ciudad. Una parte de los molinos dejó de
funcionar, lo que provocó el aumento del precio del
pan, protestas y saqueos de panaderías.
Sin embargo, lo que más inquietaba a la
supersticiosa población fue que, durante la llegada
del español Lannoy, que negociaba entre los
españoles imperiales y el Papa, se desató una gran
tempestad y un rayo impactó contra el Vaticano,
estando a punto de derribar el campanile de la
antigua basílica: una señal de la cólera de Dios.
Así surgió un predicador penitente, Brandano,
quien se dedicó a recorrer las calles medio desnudo,
827
FREDERIK BERGER

con sus cabellos rojos y desgreñados y sus ojos


verdes, con un crucifijo en una mano y un cráneo
en la otra, alzando la voz como un profeta del
Antiguo Testamento:
—Haz penitencia, Roma desvergonzada, pues
el Señor caerá sobre ti como lo hizo sobre Sodoma
y Gomorra. Has despojado de sus alhajas a la
madre de Dios para adornar con ellas a tus
putas. Llegarán los castigos y serán terribles.
Cuando el papa Clemente se presentó ante
la muchedumbre de creyentes de la plaza de San
Pedro para dirigirles su bendición, Brandano
irrumpió como un demente, echando espumarajos por
la boca, ascendió finalmente hasta la escultura
del apóstol San Pablo, aspeó los brazos y gritó,
refiriéndose al Papa:
—Bastardo sodomita, por tus pecados, Roma
será destruida.
¡Reconócelo y conviértete! En catorce días, la ira
de Dios te aniquilará a ti y también a la ciudad.
Una nueva tormenta asomó por los cielos,
cubriendo el borgo de una luz sulfurosa, bramando,
como un muro de devoradora oscuridad.
La guardia suiza atrapó a Brandano y lo hizo
encadenar a la porta di Nona, pero ya había dado
mucho que hablar a la población, que se engarabitó
828
LA HIJA DEL PAPA

entre temblores y temores.


Tras ese suceso, el papa Clemente se dedicó a
rondar por el palacio papal intranquilo, tratando
sobre todo con Lannoy, quien le entregó la
creciente demanda de Borbón de doscientos
cuarenta mil ducados. Se había roto ya el
armisticio incluso antes de haber llegado a
anunciarlo oficialmente, pues el Borbón no se
conformaba con esa increíble suma, sino que se
atrevería incluso a ascender por los Apeninos y el
valle del Arno, por lo que decían las últimas
noticias. El papa Clemente se había sentido
seguro durante un instante y por eso, además de por
la falta de dinero, había despedido a
prácticamente todo el ejército apostado dentro y en
los alrededores de Roma. Impotente y furioso al
tiempo envió a Borbón el mensaje de que jamás
lograría reunir semejante suma, ni, aunque vendiera
la cristiandad entera al mejor postor.
El Borbón, entonces, elevó con sangre fría su
demanda hasta los trescientos mil ducados.
El papa Clemente estaba más fuera de sí de
lo que Alessandro le había visto nunca.
—¡Ese hombre se ha vuelto loco,
completamente loco! Los ejércitos de la Liga están
acampados por los alrededores y harán trizas a su
829
FREDERIK BERGER

harapiento montón de mendigos si no se retiran de


inmediato. Han dejado sus últimos cañones en
Siena, ¿cómo piensan echar abajo las murallas de
Roma? ¡Trescientos mil ducados! Está desafiando
la cólera de Dios. Roma será su tumba.
Súbitamente se interrumpió, observó a sus
cardenales, a los mensajeros y negociadores
dispuestos a su alrededor, llamó a Renzo da Ceri, el
abogado de mayor éxito de Marsella al que el
Borbón había roto la nariz en una ocasión y que el
rey francés había enviado a la ciudad eterna. Renzo
anunció, fanfarrón, que la sagrada ciudad de Roma
estaba a salvo, que ningún lansquenete ni soldado
español lograría superar los muros de la ciudad,
que lo juraba por su vida.
—Ya lo veis —exclamó el Papa, acechando
a Alessandro—. Incrédulos, Roma está a salvo, el
emperador pagará caro el haberse sublevado
contra mí, su padre y señor.
Alessandro miró al suelo y le dio vueltas a su
anillo obispal.

De nuevo en el palazzo se sintió mucho mejor,


incluso se alegró, pues tras largo tiempo volvía a
tener a toda la familia reunida. Pierluigi había
aparecido inesperadamente por motivos que
830
LA HIJA DEL PAPA

Alessandro, en un principio, no había podido


dirimir. Su hijo mayor era capitano de una tropa
imperial italiana que había abandonado al Borbón
en Piacenza durante el invierno, pero que en abril se
había reunido de nuevo con el ejército en Siena.
Pierluigi debía haberse marchado por voluntad
propia o haber sido enviado a Roma como espía.
Llegado al palazzo, el soldado se había
echado a dormir a pierna suelta, incluso antes de
hablar con su padre, y se había consagrado a su
anhelante y expectante Girolama.
De forma igualmente inesperada había
aparecido Ranuccio, enflaquecido, andrajoso y
cojeando ligeramente. Su padre lo cogió en brazos
en un arrebato de alegría y envió de inmediato a un
criado a que avisara a Silvia. Ranuccio le explicó
que había tenido que aguardar en Mantua para
curarse de sus heridas, obtenidas en combate
contra los lansquenetes del emperador y que había
estado allí cuando «el último héroe de Italia», su
Giovanni, había fallecido luchando contra la fiebre
y la gangrena.
Alessandro lo llevó hasta su estudio
mientras Ranuccio seguía hablando.
—También Pierluigi lo vio morir mientras
seguía como «huésped» del marqués de Mantua —
831
FREDERIK BERGER

calló brevemente, pero Alessandro no preguntó—.


Tras la muerte de Giovanni la mayor parte de sus
hombres se desperdigaron: no había visos de
obtener un salario, por lo que algunos optaron por
unirse a los venecianos; otros, incluso, a los
lansquenetes. Pude convencer a los restantes, aún
fieles, para que me acompañaran hasta Roma y
protegieran la ciudad de algún eventual ataque.
—Sí. ¿Os habéis enterado de que los
imperiales planean marchar sobre Roma?
—Oímos hablar de motines, de la enfermedad
de Frundsberg, del hambre...
—¿Y por qué Francesco María y los demás
ejércitos de la Liga no atacaron a los amotinados?
¿No les habría sido más fácil...?
—Oh, padre —suspiró Ranuccio—. ¿Por
qué? Porque el duque de Urbino debería, en
primer lugar, asegurar los territorios venecianos;
porque es un indeciso, quizá incluso un cobarde,
porque los demás ejércitos bajo los mandos del
marqués de Saluzzo y Guicciardini se sienten
demasiado débiles o quieren descansar, no lo sé.
Desde que murió Giovanni... Debían haberle
nombrado comandante en jefe de las tropas de la
Liga... Era temerario, luchaba siempre en primera
fila, quería mirar a los ojos del enemigo, sentir la
832
LA HIJA DEL PAPA

cercanía de la muerte... Sufrió un fin miserable, en


el que todo su valor no le sirvió de nada. El hedor
de su pierna putrefacta apenas nos dejaba respirar
y, entonces, la amputación...
Ranuccio se volvió, tomó la escultura del
Laocoonte en las manos y la observó largo rato.
Resoluto, dejó la escultura de nuevo en el nicho.
—He dejado a Francesco María porque ya no
podía soportar más su inactividad, su atemorizada
precaución. El peligro que corre el Papa le trae
sin cuidado. Me han acompañado un par de
cientos de hombres y están acampados en los
viñedos del Gianicolo.
—¿Y quién les paga la soldada? Ranuccio se
encogió de hombros.
Se produjo una pausa.
—Debo ir a ver a madre —dijo Ranuccio
finalmente—. ¿Dónde está Constanza? ¿Por qué no ha
venido?
—Les he avisado a las dos, no tardarán en venir
a saludarte.
Dejó reposar la mirada sobre Ranuccio y
reparó en lo largo y doloroso que había sido el
periodo en que lo había tenido que echar de menos
pero, al mismo tiempo, tampoco podía reprimir la
temerosa angustia que lo embargaba.
833
FREDERIK BERGER

—¿Sabías que Pierluigi llegó aquí ayer?


Ranuccio lo miró, impresionado, y agitó en
silencio la cabeza.
—Hablamos largo y tendido en Mantua —le
explicó, con voz entrecortada, tras unos instantes—
. Estuvimos sentados, los dos juntos, en el lecho de
muerte de Giovanni. Intenté convencerlo de que
abandonara la condotta para el emperador... Al fin
y al cabo, es romano, el hijo de un cardenal y,
quizá algún día, sea también el hijo de un Papa...
—Oh, Ranuccio...
El joven tomó la mano de Alessandro y besó
su anillo. Este lo abrazó, sin querer soltarlo.
Seguía siendo su pequeño, un muchacho delgado,
demasiado joven para la batalla, demasiado puro
para el mundo engañoso que lo rodeaba.
—También me gustaría ir a ver a Virginia hoy.
Alessandro dio un respingo y soltó a
Ranuccio.
—Pierluigi me contó que es medio hermana
mía —dijo, mirándolo directamente a los ojos—.
¿Por qué nunca me lo dijiste? Nos habéis dejado
correr por el filo de la navaja.
Alessandro se miró pensativo las manos. Por
suerte, Ranuccio parecía mantenerse sereno.
—A día de hoy, sigo sin saber a ciencia cierta
834
LA HIJA DEL PAPA

quién es su padre. Probablemente ni siquiera la


propia Maddalena lo sepa.
Ranuccio permaneció tranquilo, observándolo
con una pena silenciosa y desatada en sus ojos
grises como el atardecer.
Por suerte, en aquel momento Constanza entró
como una exhalación en el estudio, se arrojó presa
de la alegría sobre Ranuccio, lo apretó contra sus
voluminosos senos y le besó en la frente, los ojos,
las mejillas y la boca.
—Mamma está de camino —logró articular.
De hecho, Silvia apareció en seguida por la
puerta y con ella, medio dormido, Pierluigi. Tras
ellos entraron Girolama y Bosio, además de
Baldassare y Rosella, rodeados de toda una tropa de
niños pequeños, con el mayordomo y las niñeras
cerrando resplandecientes la comitiva. Todo
fueron gritos e hipidos. Ranuccio no tuvo más
remedio que dejarse abrazar, pasar de uno a otro...
Al final, incluso los niños rompieron a llorar,
contagiados por los mayores.

Por la noche todos se sentaron a compartir una


cena familiar. Los niños estaban ya en la cama,
incluso los mayores, Guido Ascanio de Constanza
y Alessandro de Pierluigi, quienes habían
835
FREDERIK BERGER

escuchado con los ojos desorbitados mientras


Pierluigi les hablaba de las heroicidades realizadas
en combate y de la brava muerte de su amigo y
mentor.
Acosaron a Ranuccio para que les contara una vez
más su ataque en el puente de Govérnolo, el
cañonazo que aniquiló a su caballo dejándolo a él
solo herido ligeramente, tirado entre los
escombros, inconsciente.
Alessandro observó a sus dos hijos. No se
habían sentado juntos y apenas se miraban. Parecía
que temieran una mirada abierta, una
conversación fraternal. Sin embargo, la vieja
rivalidad entre ellos se había difuminado.
El primogénito tomó la palabra, con una
seriedad y neutralidad inusual en él.
—¿Sabéis por qué estoy aquí realmente?
Girolama resplandeció esperando algún
comentario amoroso, pero Pierluigi no le prestó
atención.
—Como los ejércitos de la Liga les cierran el
paso a Venecia, el Borbón dirige a sus tropas a
toda prisa hasta Roma: sus hombres, muertos de
hambre, tienen un único objetivo.
—Pero, ¿eso no significa que la Liga podría
darles alcance, como muy tarde, cuando se
836
LA HIJA DEL PAPA

encuentren ante los muros de la ciudad? —preguntó


Alessandro—. Se dice que Borbón ni siquiera tiene
cañones.
—¡Podría! —exclamó Pierluigi
—. La Liga podría darles alcance, como bien has
dicho. Pero, ¿de verdad creéis que ese cobarde
irresoluto al servicio de los venecianos se atreverá
a atacar a los lobos hambrientos y desesperados de
las tierras bárbaras? Saben que solo les queda una
alternativa: o saquear Roma o la muerte; o
conseguir un rico botín o estirar la pata en la
indigencia.
—No me considero un enemigo del emperador
—dijo Alessandro.
Pierluigi rio, burlón.
—¿De verdad crees que a un lansquenete le
interesa a qué facción pertenezcas, aquí en Roma?
—¿Y qué debemos hacer? —preguntó
Constanza.
—¡Hay que salir de aquí! Fuera de Roma.
Marchar a Capodimonte o, aun mejor, a Bisentina.
En la isla estaréis seguros. En cuanto a nuestro
castillo... Quizá los ejércitos se limiten a pasar por
delante porque no les merezca la pena. Quizá
incluso pueda acuartelarme allí con mis hombres.
—¿Y no sería posible que estuviéramos más
837
FREDERIK BERGER

seguros en Roma que en un pueblecito? —quiso


saber Baldassare—. Allí los imperiales podrían
ahumarnos y destriparnos como a las ratas si se les
antoja. O quizá ir a Frascati. Se encuentra al sur de
Roma, no está de camino. O incluso a Nápoles.
Alessandro agitó la cabeza.
—Pierluigi tiene razón —dijo
Constanza—. Aunque... Tendríamos al enemigo en
frente...
—Por eso debemos partir mañana mismo.
—Me llevaré a mi familia a Santa Fiora —
se inmiscuyó Bosio con una resolución poco
habitual en él—. Está en las montañas, lejos de
aquí, ningún soldado alemán se adentrará en esa
región.
Constanza reflexionó un segundo.
—Sí, debes ir con los niños a tu ciudad natal:
yo me quedaré con papá y con mamma.
—Yo marcharé a Frascati, si me lo permitís —
le dijo Baldassare a Alessandro—. También
podría llevarme... —añadió, respirando hondo-...a
ciertas personas y ponerlas a buen recaudo.
Ranuccio, que hasta entonces había
permanecido inmóvil y sumido en sus pensamientos
gritó:
—¡No!
838
LA HIJA DEL PAPA

Pero acto seguido se corrigió:


—Sí, hazlo —miró a su alrededor con ojos
relampagueantes, alzó la barbilla, apretó los
labios hasta que se le marcaron los músculos de
las sienes y, finalmente, espetó:
—Me quedaré en Roma con los soldados más
duros de Giovanni. Defenderemos al Papa. Renzo
da Ceri ha empezado a reclutar y a pasar revista,
a formar milicias. Ya defendió Marsella contra el
Borbón y volverá a hacerlo con Roma. Los lobos
alemanes y españoles darán con sus dientes
contra los muros de Roma y, para terminar,
Francisco María logrará vencer sus dudas y los
destrozará como si fueran perros desdentados.
—Entonces también lo hará conmigo —
exclamó Pierluigi con sorna—. El gran
condottiere de Urbino y el pequeño capitano de la
casa Farnese me destrozarán como a un perro
desdentado y me tirarán como un trofeo a los pies
de nuestro padre. Entonces, el pequeño capitano
podrá convertirse en heredero del gran cardenal y
próximo Papa, que es exactamente lo que queréis
todos.
—Pierluigi, ¡cómo puedes decir algo así! —
gritó Silvia.
—Es absurdo —le secundó Constanza.
839
FREDERIK BERGER

—Realmente absurdo —añadió Alessandro con


voz pesarosa y suave.
Ranuccio permaneció en silencio.
Pierluigi se mostró menos agitado e irritado
de lo que Alessandro había esperado tras sus
palabras. La sorna de Pierluigi era la expresión de
una inusual pena, de la resignación, y respondió
con un sucinto gesto de la mano, como llamando
a ignorar lo dicho.
—Girolama —dijo, volviéndose a su mujer—
, irás con Bosio y con nuestros hijos a Santa Fiora.
Será el sitio más seguro —se interrumpió para
levantarse de la silla en la que se encontraba—.
Partiré hoy mismo. Es luna llena, tengo que llegar
hasta el ejército tan rápido como pueda.
—¿Hoy mismo? ¡Quédate al menos a pasar
la noche! —exclamó Silvia, implorante,
extendiendo la mano hacia él, mientras Girolama la
imitaba.
Pierluigi las ignoró y se volvió hacia
Alessandro.
—Aunque preferirías verme muerto, papá, sigo
siendo tu hijo, que se preocupa por ti y por todos
vosotros. Reflexiona un instante: si logramos entrar
en el borgo y lo saqueamos, el papa Clemente se
enfrentará a un juicio breve. Puesto que ha
840
LA HIJA DEL PAPA

levantado tanto descontento e ira a su alrededor, no


se tardará en buscar a otro hombre que tome su
lugar: ¡Tú! —dio un paso hacia Alessandro, con
un gesto de impotencia—. ¿No te das cuenta de que
todo lo hago por ti? ¿Por ti y por nuestra familia?
Antes de que Alessandro pudiera contestar,
Pierluigi ya había salido de la estancia.
Girolama aulló y se precipitó tras él.
Alessandro se había levantado de un salto, pero
volvió a sentarse lentamente. Silvia se cubrió la cara
con las manos.
El primero en dominarse fue Bosio. Se
levantó y se inclinó hacia adelante, decidido.
—Pierluigi tiene razón. Preparé nuestra marcha
para mañana temprano —dijo y, cogiéndole la
mano a Constanza, añadió—. Querida, ¿qué harás?
Constanza tenía la mirada perdida. Bosio
esperó unos instantes antes de volverse hacia
Silvia, decepcionado.
—Madre adorada, ven al menos tú con nosotros,
con toda la famiglia. Estaréis seguros en Santa Fiora.
Yo cuidaré de vosotros.
Silvia negó con la cabeza.
—Ve con los niños. Yo me quedo con
Alessandro.
Entonces intervino Constanza.
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FREDERIK BERGER

—No, papá y tú iréis a Capodimonte o a


Bisentina.
—Me quedo en Roma — respondió Alessandro
con firmeza—. Vosotras dos os iréis solas. Alguien
debe quedarse cuidando del palazzo si Ranuccio...
decide luchar.
En ese momento, el benjamín se levantó.
—Lucharé. Pondré a buen recaudo a mamma
y a Constanza en Capodimonte y después haré frente
a los hombres de Borbón. Entonces veremos lo
fuerte que es. Pero antes de eso, ¡debo ir a ver a
Virginia!

842
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 71

Roma, via Giulia – Campo de Fiori –


principios de mayo de 1527

Ranuccio quiso acudir inmediatamente junto a


Virginia, pero su madre le rogó que al menos la
acompañara a su casa de la via Giulia. Todos
abandonaron el comedor reflexivos o inquietos. La
madre se dio la vuelta ya en la puerta y la mirada de
Ranuccio siguió a la suya: el padre se encontraba
a la cabeza de la mesa vacía, solo, perdido, un
tanto encorvado, con los ojos ausentes, dirigidos a la
lejanía.
—Me pasaré por aquí con Constanza mañana
temprano —le dijo la madre.
El padre asintió.
Ranuccio quiso acercarse a él y abrazarlo, pero
su progenitor se levantó, indicó a los criados que
recogieran la mesa y desapareció en su estudio.
De camino a la casa de la via Giulia,
Ranuccio y su madre permanecieron largo rato en
silencio, hasta que finalmente él dijo:
—Os escribí desde Mantua.
843
FREDERIK BERGER

—Pues no recibimos ninguna carta —repuso


la madre—, aunque ardíamos en deseos de recibir
noticias tuyas.
—Lo siento mucho, de verdad, yo... Quizá el
mensajero sufrió algún ataque...
Ella no volvió a hablar hasta que llegaron
a la vivienda y Ranuccio quiso despedirse.
—Si nuestra familia se separa... Tengo miedo...
Ranuccio fue a besarla con el propósito de salir de
inmediato en busca de la joven, pero ella lo agarró
con fuerza y afirmó en voz baja:
—Virginia no es tu hermana. Pasaron unos
instantes antes de
que él lograra asimilar su comentario.
—¿Por qué estás tan segura?
—Tu padre habló con Maddalena. Es una
cortesana, ha estado con un sinnúmero de hombres.
¿Acaso se parece Virginia a tu padre? ¡No!
Además...
Ranuccio se separó de ella. La antorcha
iluminaba su rostro:
—¿Además...?
—¿Tú la amas de verdad?
Él dudó y una oleada de vergüenza lo
arrastró. Hacía años que no veía a Virginia, ni
siquiera la había escrito más que una vez desde la
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LA HIJA DEL PAPA

discusión con Pierluigi y probablemente aquella


carta ni siquiera le había llegado. No se la había
llevado a Venecia... Pero la amaba...
—¡Hasta mañana, mamma! Ranuccio comenzó
a temblar de puro nerviosismo, con un solo deseo
en mente: tomar a Virginia en sus brazos... Se
soltó de su madre y corrió por calles y avenidas
tan rápido que casi logra apagar la antorcha que
llevaba en la mano.

Se detuvo ante la puerta de la casa de


Maddalena, en Campo de Fiori, pues numerosos
hombres salían de la vivienda en ese momento,
que al parecer no había cerrado aun sus puertas.
Desde el interior llegaba el sonido de voces, risas,
música.
Notó como su entusiasmo se desvanecía y
estuvo a punto de darse la vuelta y regresar al
palazzo de su familia, pero entonces se dirigió a la
puerta de atrás y abordó a una criada que estaba
tirando el contenido de una cazuela. Ella dio
muestras de reconocerlo e incluso una sonrisa
amistosa se dibujó brevemente en su rostro, pero
de inmediato se transformó en una expresión
avergonzada. No obstante, le permitió entrar, lo
contempló expectante y finalmente lo llevó hasta una
845
FREDERIK BERGER

cámara lateral de la planta baja para que aguardara


allí.
Se sentó intranquilo, aun con la antorcha en la
mano.
—Ella se apenó mucho —dijo la mujer,
tomando la luz y colocándola sobre un soporte junto
a la puerta.
Solo entonces él la reconoció.
—¡Bianca! —exclamó—. ¡Mi Bianca! —y
no pudo evitar sino abrazarla fuerte—. ¿Qué
estás haciendo aquí?
Le avergonzaba no haber sabido antes de quién
se trataba, pero ella había envejecido, adelgazado,
y la luz de sus ojos había desaparecido.
—Estás... Estabas... —tartamudeó él.
Ella se apartó lentamente de él y miró a un lado.
—Antonio me abandonó —dijo en voz baja—.
Mi hijo nació muerto y yo misma estuve a punto
de seguirlo... Después vino el trabajo en los portales
oscuros y en los patios... Por suerte ahora me va
mejor — añadió, deslizándose hacia la puerta —.
Avisaré de que estás aquí.
Pasó largo rato hasta que Ranuccio sintió
voces masculinas y risas por la escalera y la puerta
principal se cerró. Estuvo a punto de salir de la
habitación y precipitarse hacia la entrada para
846
LA HIJA DEL PAPA

poder echarse en sus brazos, pero entonces oyó


susurros, voces amortiguadas, aunque alteradas, el
crujido de la escalera, timbres femeninos en el
piso superior... Sí, eran ellas, Virginia y
Maddalena, pero no pudo entender qué hablaban.
Se hizo el silencio. Esperó.
Comenzó a perder la confianza, buscó las
palabras con las que debería dirigirse a Virginia,
pero no encontró ninguna. Finalmente, la
vergüenza y la culpabilidad lo tiñeron todo de
oscuridad, hasta el punto de que decidió escabullirse
de la casa sin volver a pretender nada para con
ella.
Abrió la puerta con cuidado de no hacer ruido
y dio un respingo: justo ante él se encontraba
Virginia, más hermosa aun de lo que la recordaba,
también más triste, pero sus ojos volvieron a
hechizarlo de inmediato. Sus formas se habían
vuelto más exuberantes, se maquillaba con
discreción y llevaba el pelo suelto.
Parecía perdida y anhelante como un niño
abandonado.
Él supo desde el primer instante que nunca había
dejado de quererla, ya fuera su hermana o no, la
cortesana más rica de Roma, consagrada a los
prelados y a los comerciantes extranjeros, seguía
847
FREDERIK BERGER

habiendo algo entre ellos que le empujaba a


tomarla en sus brazos, buscar sus labios, no
volver a soltarla nunca.
Quizá todo fuera bien, quizá pudiera pedirle,
incluso ese mismo día, en ese mismo lugar, que
se convirtiera en su esposa; quizá pudieran ir
juntos hasta su padre y pedirle su bendición; quizá
pudiera marchar con él al palazzo Farnese y no tener
que venderse nunca más.
Naturalmente él sentía que, tras todos aquellos
años de separación, era algo imposible.
En los ojos de la joven había lágrimas, pero
permanecía en silencio.
Él dio un paso y la tomó de la mano... Sí, ella
le dio la mano, delgada, pálida y fría.
—Yo... yo... —balbuceó él.
—No hace falta que digas nada—musitó ella,
llevándose sus dedos a los labios.
Tras unos instantes, ella lo llevó al piso de
arriba, donde se encontró con Maddalena, quien lo
recibió solemne, no con hostilidad, pero sí de forma
reservada.
Abrieron las ventanas para que entrara el aire
fresco y, desde un jardín cercano, llegó el canto
de los ruiseñores.
Sirvieron vino.
848
LA HIJA DEL PAPA

—¿Debería dejaros solos? —preguntó


Maddalena.
Virginia negó con la cabeza.
—Un gran ejército del emperador se aproxima
y mi hermano Pierluigi teme que... —logró explicar
Ranuccio—. Acompañaré a mi madre y a mi
hermana hasta Capodimonte...
—Lo sé —se limitó a decir Maddalena—.
Algunas familias ya han abandonado Roma.
—Baldassare Molosso os llevaría con gusto
a Frascati. Quiere ayudaros, todos nosotros...
—Gracias —repuso Maddalena, negando con
la cabeza.
—Soy capitano de una tropa de soldados
papales que sirvieron al mando de Giovanni de
Medici, a quien conocíais. Murió por heridas de
gravedad. Yo también... Pero lo mío solo fueron
algunos rasguños en la pierna. Aún cojeo un poco
pero no me impide montar, por lo que
interceptaré a a los imperiales y defenderé Roma si
es necesario. Los ejércitos de la Liga les pisan
los talones a los invasores, por lo que la ciudad
debería estar a salvo, o al menos eso opina Renzo
da Ceri.
Leyó la preocupación y el miedo en los ojos
de Virginia.
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FREDERIK BERGER

Durante un instante permanecieron sentados


los unos frente a los otros, en silencio.
—¿Qué debo hacer para que me perdones? —
preguntó Ranuccio, tomando a Virginia de la mano.
Maddalena se levantó dispuesta a dejarlos
solos.
—Mi hermano me dijo que Virginia es
medio hermana mía — exclamó él, dirigiéndose a
la mujer —. ¿Dijo la verdad?
Maddalena se volvió y repuso desde la puerta:
—¡Qué sabrá tu hermano! Entonces, salió.
El silencio que reinó en la habitación no
resultó tan incómodo. Ranuccio se llevó
lentamente la mano de Virginia a los labios y besó
sus dedos con delicadeza.
—Nunca más te dejaré — susurró—. Me da
igual si eres mi hermana o no lo eres. Cuando
termine esta guerra, dejaremos Roma y nos iremos
a algún lugar donde nadie nos conozca.
Virginia lo miró. En sus ojos encontró,
empapado de lágrimas, el amor que él había
traicionado tan vergonzosamente.

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LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 72

Roma – Capodimonte – principios de mayo de


1527

Cuando Silvia se despidió de Alessandro en


la porta del Popolo, tenía lágrimas en los ojos.
—Temo por ti, por todos nosotros —dijo
ella con voz suave.
—Ya hemos pasado por situaciones más peligrosas
que ésta. Cuando el destino nos llama no sirve de
nada huir de él —respondió él, sereno, besó a
Silvia en la frente y en los ojos y le susurró al
oído para que solo ella pudiera entenderlo—.
Perdóname por haber tenido que traicionar nuestro
amor de forma tan vergonzosa.
Se separó de ella rápidamente, se despidió de
Constanza y Rosella, le dio la mano a todo el
séquito y, finalmente, bendijo a Ranuccio.
Hicieron un alto en Nepi, el convento de
Tiberio. Silvia se alegró extraordinariamente de
poder abrazar al hijo de su matrimonio con
Giovanni Battista Crispo. Los monjes se encontraban
inquietos, pues tenían noticias de la proximidad de
851
FREDERIK BERGER

las tropas imperiales, y les asediaron a preguntas.


Ranuccio intentó convencerlos de que se dirigieran
a la abadía de Farfa, donde se encontrarían a
salvo. Entretanto, Silvia persuadió a Tiberio de que
los acompañara a Capodimonte, con el permiso del
abad.
En Rociglione la comitiva hizo frente a una
partida de reconocimiento imperial que, como
pronto pudieron comprobar, estaba compuesta de
italianos. Tras una leve escaramuza, los hombres
del emperador emprendieron la retirada, y los
propios soldados de Ranuccio le informaron de que
habían visto a un hombre que, junto a la enseña del
emperador, lucía también la de los Farnese.
Ranuccio miró a su madre y a Constanza, agitó la
cabeza y afirmó que debía tratarse de un error.
El joven capitán no quiso detenerse en
Viterbo, por lo que continuaron hasta
Capodimonte y llegaron sin mayor dificultad al caer
la noche.
Fue una noche tranquila, pero a la mañana
siguiente les esperaba una sorpresa: con las primeras
horas del amanecer, Pierluigi apareció a los pies
del castillo acompañado de treinta jinetes armados,
aunque no en exceso.
—Habéis llegado justo a tiempo—les gritó a
852
LA HIJA DEL PAPA

Silvia y Ranuccio que salieron a recibirlo al


puente levadizo—. El ejército alcanzará hoy
Montefiascone y me temo... —aún montado sobre
su caballo hizo un gesto nervioso—. En cualquier
caso, debo irme, pero dejaré aquí dos docenas de
jinetes, hombres selectos que saben lo que tienen
que hacer... en caso de que a alguna tropa se le
ocurra pasarse por aquí para saquear un rato —se
volvió entonces a Ranuccio—. Deja que algunos de
tus hombres permanezcan en el castillo, pero vístelos
de mozos. Si quieres ir sobre seguro, lleva a las
mujeres a Bisentina, pero en cualquier caso creo
que los ejércitos de Montefiascone seguirán la
marcha de inmediato hacia Viterbo. Así pues,
Ranuccio, regresa lo antes que puedas a las
murallas de Roma... Y no te hagas el héroe,
hermanito: es un papel que no te va.
Ranuccio lo miró con ojos fúnebres, pero
guardó silencio.
Silvia había escuchado presa de un angustioso
temor. Ya durante la primera escaramuza con los
jinetes enemigos en Ronciglione le habían hecho
recordar el ataque de los franceses a Roma por
mandato de Carlos VIII, y ahora tenía ya muy
presente que la vida segura y tranquila de las
últimas décadas había sido, sobre todo, un golpe
853
FREDERIK BERGER

de suerte. En aquella invasión ella contaba solo


con diecinueve años de edad, ahora pasaba de los
cincuenta, pero la edad no le había robado la
voluntad de luchar, de sobrevivir. Podrían hundirla,
pero no lograr que se rindiera.
Silvia tendió la mano a Pierluigi.
—Tampoco tú te hagas el héroe, hijo mío. Te
necesitamos.
Mientras Pierluigi hacía ya volverse a su
caballo, dando instrucciones a su escolta, apareció
Tiberio vestido con su ondulante hábito.
—¡Ah! Mi piadoso hermanastro
—exclamó Pierluigi, saludándolo—. Reza por
nosotros, ¡puede que lo necesitemos!
Dicho esto, tomó el camino de la colina en
dirección a Marta.
Fue una mañana silenciosa pero atareada. El
castillo debía estar preparado: se hizo acopio de
alimentos y se prepararon barcas para cualquier
eventualidad. Ranuccio daba órdenes, pero apenas
decía nada más y ni siquiera reaccionó cuando
Silvia le pidió que partiera con sus hombres antes
de que fuera demasiado tarde. Ella volvía la
mirada una y otra vez hacia el este, donde
Montefiascone reposaba sobre una colina en la
orilla sudeste del lago Bolsena, una ciudad y
854
LA HIJA DEL PAPA

obispado que formalmente aun pertenecían al


patrimonio de Ranuccio y, como tal, debían pagarle
tributo.
Negros nubarrones se formaron de pronto. Silvia
llamó a Ranuccio a su lado.
—Enviaré a uno de mis hombres hasta allí,
vestido de campesino —le dijo de inmediato—. Nos
informará si las tropas se aproximan a
Capodimonte.
Por la tarde, cuando el soldado regresó, se
veía ya el humo en el territorio.
—Han saqueado prácticamente todas las
granjas de Montefiascone y se han llevado el ganado
consigo. A quien se interpone en su camino le pasan
a cuchillo, pero dejan en paz a las mujeres porque
tienen prisa. Tienen un aspecto espantoso: están
demacrados y son codiciosos. ¡Es el deseo de oro
y sangre lo que les mueve!
Aprovechando la luz de la luna, Ranuccio
marchó con una parte de su caballería en dirección a
la Toscana para rodear Viterbo por el oeste y
adelantarse al ejército imperial. En pleno ajetreo
Silvia apenas pudo despedirse de él.
Cuando los hombres habían desaparecido ya
en la misteriosa penumbra de la luna, Silvia y
Constanza decidieron permanecer en el castillo y no
855
FREDERIK BERGER

retirarse a la isla. Tiberio, que no mostró ninguna


agitación interna, dirigió a toda la famiglia en un
rezo comunitario y rogó a Dios que los preservara
de todo mal.
Al día siguiente aún flotaba el humo sobre
Montefiascone. Las tropas enemigas no aparecían
por ninguna parte, tan solo los guardias italianos de
Pierluigi que campaban en el pequeño parque en
torno a los elevados muros del castillo gritando y
exigiendo una y otra vez mujeres y vino. Podían
proporcionarles vino, pero mujeres no. Así se lo
transmitió Tiberio, quien quiso rezar con ellos, pero
su respuesta consistió en una canción indecente
que hizo que el religioso se retirara de nuevo
entre risas y gestos obscenos.
El 4 de mayo les proporcionaron algunos
sacos llenos de provisiones y desaparecieron sin
una palabra de agradecimiento.
El 5 de mayo reinó una atmósfera
primaveral acompañada del canto de los pájaros,
las flores resplandecientes y de una marea de
desesperados y quejumbrosos campesinos
procedentes de Montefiascone. Sin pararse a
pensar si sus provisiones podrían durar mucho
más, Silvia repartió para todos pan, sopa y carne
de pollo. Miró al rostro de las atemorizadas
856
LA HIJA DEL PAPA

mujeres: a algunas las habían llevado a rastras hasta


cualquier cobertizo, pero en seguida habían
recibido órdenes de dejarlas en paz y continuar la
marcha.
—¡Lo incendiaron todo! —exclamó un
hombre.
Su mujer añadió:
—A mí ni siquiera me llevaron a un granero.
En casa, delante de todos, me arrancaron la ropa
del cuerpo.
—Ya pasó todo —la consoló su marido.

857
FREDERIK BERGER

Capítulo 73

Roma, Vaticano, aula regia – principios de


mayo de 1527

¿Por qué el de Urbino no aparecía y atacaba


a Borbón por la retaguardia? Era la pregunta que el
papa Clemente se formulaba una y otra vez mientras
aceleraba el paso en dirección al aula regia para
comentar la situación con sus principales
consejeros y capitanes de las milicias locales y
papales. Hacía ya mucho tiempo que el duque debía
haber dado alcance y aniquilado a los harapientos
imperiales.
La situación lo inquietaba y agotaba cada
vez más. Las interminables negociaciones con los
embajadores españoles en torno al «rescate» de la
ciudad de Roma, como el Borbón había dado en
llamar a sus exigencias, la insistencia de Gibertis, la
obstinación del escandaloso y agitado Schönberg,
la aportación y consejos de los mensajeros, las
sugerencias de los cardenales, las amenazas de
todos los frentes, por no olvidar las arcas vacías
y la negativa de los más acaudalados de Roma a
858
LA HIJA DEL PAPA

contribuir en la solución a las calamidades


financieras: todo se había conjugado para destrozarle
los nervios y dejarle sin dormir noches enteras.
Solo le quedaba pensar en que Domenico
Massimo, una de las grandes fortunas de la ciudad,
tras el último llamamiento había otorgado cientos
de ducados... Si todos los romanos hicieran lo
mismo...
Sin embargo, el populacho no aportaba nada.
En lo concerniente a robar a sus vecinos, engañar
a los artesanos y clamar pidiendo pan y circo, no
se les caían los anillos, sin embargo, cuando se les
pedía que ayudaran con azadas, paletas y palas a
reforzar los muros de la ciudad, que establecieran
guardias y, de ser necesario, que defendieran la
ciudad espada en mano, entonces se deshacían en
pretextos. Él no podía salvar la ciudad solo con un
par de hombres por osados, valientes y
dispuestos para la acción que pudieran ser... No
si el duque de Urbino no aparecía pronto y ponía un
final sangriento a los espectros imperiales.
El papa Clemente ascendió rápidamente por
la scala del Mareciallo, tal y como correspondía a
su dignidad, y su corte apenas podía seguirlo con
sus largas sotanas. Algo que no era de
sorprender, teniendo en cuenta que tenían que
859
FREDERIK BERGER

transportar con ellos sus grasientas barrigas y


expirar sus alientos avinagrados. Para cumplir con
sus urgentes cometidos en Roma les faltaba el aire,
no así para huir con el Papa a Nápoles.
Evidentemente había rechazado ese cobarde plan.
¿Debía ofrecerse como prisionero a los españoles
de Nápoles? ¿Debía abandonar a su suerte, junto
con incontables familias, la ciudad eterna, la cátedra
de San Pedro, la santa madre Iglesia? ¿Dejarla
desprotegida y a merced de los luteranos?
Una vez llegado a los escalones superiores, el
papa Clemente se permitió tomar aliento por
primera vez justo antes de entrar con pasos firmes
en el aula regia, donde ya se le esperaba.
En primer lugar, saludó a Renzo da Ceri,
abrazó someramente a Alessandro Farnese y
también a su viejo compañero de fatigas, Lorenzo
Pucci, y saludó con la mano a los jóvenes, pero
experimentados soldados, a los capitanes de la
Iglesia ya dispuestos para proteger la ciudad aun a
costa de sus vidas, y entre ellos el bravo Ranuccio
Farnese, quien ya se había enfrentado al enemigo y lo
había combatido con fiereza. Hombres así era lo
que necesitaba Roma: leales y osados hasta la
muerte. Alessandro, su padre, podía sentirse
orgulloso de él. El que el hermano mayor de
860
LA HIJA DEL PAPA

Ranuccio, Pierluigi, sirviera al emperador y


probablemente se encontrara con sus regimientos
italianos en algún lugar al norte de Roma era, no
obstante, algo vergonzoso, y merecía la pena de
excomunión, la anathema. Pero, ¿acaso era de
extrañar? Nunca había esperado mucho de ese
Pierluigi. Ya el hecho de que ese traidor mostrara
inclinaciones sodomitas lo hacía digno de
sospecha.
Lamentablemente, tal y como el propio
Clemente debía admitir, uno no podía elegir a sus
hijos. Incluso su propio retoño, Alessandro, fruto de
una esclava negra que lo había arrullado de forma
tan seductora que había sufrido un momento de
debilidad, no le daba más preocupaciones: su
deseo carnal se había despertado muy joven y no
parecía tener freno, sus arrebatos de cólera, sus
mentiras maliciosas, su sadismo... No eran cosas
que aportaran mucha felicidad a un padre. ¡Si al
menos fuera inteligente y diestro en las relaciones
sociales! ¡Si al menos hubiera heredado ese rasgo
de su padre!
Además, había que añadirle el hecho de que
Florencia había vuelto a expulsar a los Medici y
sus partidarios para proclamarse república y él, el
papa Clemente VII, de la casa Medici, no podía
861
FREDERIK BERGER

enviar fuerzas armadas para restaurar los


derechos de su familia porque se aproximaba a
Roma un ejército enemigo de unos cuarenta mil
hombres, la mitad de ellos bandidos, aventureros,
bribones sedientos de oro a quien Dios debería
enviar a las profundidades del infierno con un rayo
justiciero.
Mientras el papa Clemente repartía de forma
mecánica apretones de manos, deseaba fervientemente
la presencia y la ayuda de Dios y realizaba
reverencias, hizo desvanecer los miedos que lo
habían atenazado durante una noche tras otra y posó
todas sus obstinadas esperanzas en una idea: que
los muros de Roma jamás serían superados por un
ejército carente de escaleras y cañones.

Después de que el papa Clemente hubiera


saludado a todos los cardenales y delegados, a
los restantes capitanes, al governatore de la ciudad
y a los representantes de los distritos de la ciudad,
les pidió que se le unieran en la oración:
—Alabado sea el Señor, mi Dios, que
ejercita mis manos en la lucha y mis puños en la
victoria — dijo, en voz más alta de lo habitual, y
cerró los ojos—. Tú, mi refugio, mi liberación, mi
lugar seguro en el que construyo, quien pone los
862
LA HIJA DEL PAPA

pueblos a mis pies, oh, Señor, inclina los cielos,


desciende, apacigua a las montañas que humean,
haz crepitar tus relámpagos y destruye a los
orgullosos, lanza tus flechas y extermina a los
intrusos y a los enemigos de la santa madre Iglesia.
Gloria Patri, amén.
Le siguió un «amén» conjunto y Renzo da Ceri,
que antes del rezo había estado conversando con
vehemencia con Alessandro Farnese, exclamó con
voz amortiguada:
—Santo Padre, las milicias romanas están
preparadas para desatar toda la furia del infierno si
el Borbón osa aproximarse a la ciudad santa con sus
tropas infernales. Roma está a salvo —se volvió a
todos los presentes con grandes aspavientos—. La
espada de Roma está afilada como la del
arcángel San Miguel, que nos indicará el camino.
Yo, que ya he vencido abrumadoramente al Borbón
en Marsella, lo enviaré de nuevo al orco, esta vez
de forma permanente —Renzo se estiró y
gesticuló con las manos abiertas—. Por mi honor,
por todo lo que poseo, garantizo la seguridad de la
ciudad.
—Teniendo en cuenta la oleada de refugiados
que abandona la ciudad —tomó Alessandro
Farnese la palabra—, al parecer una parte de la
863
FREDERIK BERGER

población ve la situación de otra manera. Debo


decir...
—Son unos cobardes —afirmó Renzo—, unos
avariciosos... —se dirigió al papa Clemente—.
Vuestra santidad, deberíais prohibir que nadie
abandonara la ciudad.
—¿Y quién conseguiría hacer efectiva tal
medida? —preguntó Farnese, y a su alrededor se
levantó un murmullo inquieto.
Renzo tomó de nuevo la palabra y habló
directamente al papa Clemente, ignorándolo a todas
luces. Clemente miró inseguro a su alrededor,
Farnese agitó la cabeza y una parte de los
capitanes asintió, incluido Giberti.
—En fin, si tú lo crees necesario, hijo mío
—dijo, volviéndose dubitativo a Renzo—, entonces
ordenaré que cierren las puertas e impediré que
nadie deje la ciudad.
El papa Clemente se sintió nuevamente lleno
de inseguridad sobre si su decisión había sido la
correcta. No tenía más que mirar los rostros de
aquellos sentados a su alrededor, sobre todo el de
Farnese, para notar como la debilidad volvía a
consumirlo.
Entonces, el tesorero se le acercó y le susurró
al oído que era imperativo vender sedes
864
LA HIJA DEL PAPA

cardenalicias.
¡Otra decisión desagradable! El papa Clemente
había roto la tradición de su antepredecesor y
primo, León, de vender por dinero los títulos de
cardenal, aun cuando era consciente de que
semejante simonía había sido el producto de su
propia política. ¡Pero precisamente por eso! Era
un sucesor de San Pedro, no de ese hechicero
materialista, Simón el Mago. Además, las arcas
eclesiásticas estaban tan vacías como en tiempos de
León y, a pesar de ello, un ejército de lobos lo
codiciaba más allá de las puertas de la ciudad.
Suspiró.
—Aunque muy a mi pesar, debo acceder a ello
ante la presión de las circunstancias —explicó
mientras dejaba vagar la mirada hacia el cielo
—. Estoy dispuesto a vender cuatro capelos
cardenalicios por cuarenta mil ducados cada uno
—y a continuación señaló una lista que sostenía el
tesorero—. Los aspirantes ya están elegidos, son
hombres honorables de profundas creencias,
procedentes de familias meritorias de grandes
ciudades. Oh, son cinco hombres, hay dos
florentinos entre ellos, exacto...
El resto de sus palabras se perdieron entre el
murmullo de los reunidos y el papa Clemente se
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FREDERIK BERGER

despidió con un gesto somero.


Aún no se habían ido todos cuando se
anunció a un negociador enviado por Borbón.
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó con
brusquedad.
—Por lo que he oído, el Borbón solicita el paso
libre por Nápoles y, al mismo tiempo, pide a
vuestra santidad que lo aprovisione de víveres.
—¿Has oído, Renzo? — preguntó el papa
Clemente al principal defensor de la ciudad, que
aún conversaba con Ranuccio Farnese y otros
Orsini.
De inmediato se formó un círculo en torno al
Papa, Renzo y los delegados.
Renzo se limitó a reír.
—¿Pero qué clase de idiotas se cree el Borbón
que somos? Sin embargo, su propia petición
demuestra que está con el agua al cuello.
Se le indicó al mensajero que respondiera a
Borbón con una única palabra: «¡No!».
Finalmente, Clemente le hizo señas a
Alessandro y a su hijo Ranuccio y les pidió que
lo acompañaran un par de pasos.
—Puedo sincerarme ante vosotros, lo sé,
pues me seguís siendo leales incluso en horas
de necesidad. Si tan solo Pierluigi... — miró a
866
LA HIJA DEL PAPA

Alessandro, quien no dio muestra alguna de


emoción, paró en seco la marcha y lo tomó de la
mano
—. Alessandro, olvidemos de una vez lo ocurrido
en el pasado —él mismo se dio cuenta de hasta
que punto su voz amenazaba con quebrarse—.
¿Realmente he hecho lo correcto, he dado las
órdenes correctas? Tengo miedo...

El 4 de mayo el papa Clemente supo que el


ejército de Borbón se encontraba en la isola
Farnese y que se aproximaba al monte Mario, pero
que se encontraba en un estado lamentable.
Surgieron las risas, si bien un tanto forzadas, ante
la idea de que semejante conjunto de despojos
humanos pudiera pretender ascender por los poderosos
muros de Roma.
Renzo da Ceri examinaba a la población de
los distritos con insistencia, y cuando creía haber
encontrado a un traidor se empeñaba en convertirlo
en un ejemplo disuasorio, haciendo que lo
descuartizaran en público con el consentimiento
del Papa.
Nada se sabía de los ejércitos de la Liga. Los
rumores señalaban que probablemente aún se
encontraran lejos, en el norte.
867
FREDERIK BERGER

El 5 de mayo, domingo, pudieron verse a los


imperiales acudiendo en masa ante los muros d e
l borgo y del castillo de Sant’Angelo y
establecerse dentro del campo de visión: desde
los prados de Nerón hasta la colina del Gianicolo
y del Trastevere se extendía un semicírculo que
rodeaba la sección de la ciudad a la derecha del
Tíber.
A pesar de la prohibición del Papa, miles
de romanos lograron abandonar la ciudad por el
sur y el este. Todo aquel que era joven y poseía
un arma se decidió a regañadientes a presentarse
ante las murallas. Los cañones del castillo de
Sant’Angelo, al igual que los de la puerta del
borgo, se prepararon y cargaron de munición. ¡El
enemigo tendría que soportar un buen puñetazo en
la cara!

868
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 74

Ante las murallas de Roma – 5 de mayo de


1527

Barth había corrido durante días junto al


caballo de Melchior von Frundsberg a través del
fango y la mugre, sobre campos húmedos, siempre
acosado por un hambre voraz. A sus espaldas, la
compañía: los hombres trotaban, agitando picas,
alabardas y arcabuces, con los ojos afilados y
ausentes mirando hacia adelante, la lluvia
cayéndoles en la nuca, las ropas empapadas cada
vez más pesadas.
Por suerte, se mantenía sano. Habían saqueado
rápidamente y, finalmente, prendido fuego a
Montefiascone, pero habían dejado a la gente con
vida e incluso respetado la orden de los capitanes de
dejar en paz a las mujeres. No estaba permitida
ninguna interrupción particularmente agotadora
de la marcha. Los hombres ni siquiera protestaron,
pues estaban demasiado cansados como para
dedicarse a atacar a las mujeres. Además, Roma se
encontraba cada vez más cerca, la meta de todos sus
869
FREDERIK BERGER

esfuerzos, de sus pesares, la riqueza o la muerte.


En algún lugar, la Liga les pisaba los talones.
Cualquier retraso podía significar una derrota
prematura.
Según explicaron los más veteranos, aquel
clima era de lo más inusual para esa época del
año. Fuertes chaparrones se sucedían, algo
habitual entre las montañas de Baviera y de
Suavia, pero no en Italia, al sur de los Apeninos,
donde generalmente el sol te requemaba el cráneo.
Barth había dejado de contar los días desde la
travesía por los Apeninos. Sus pensamientos se
iban embruteciendo conforme iba avanzando
junto al caballo de Melchior. En ocasiones se le
aparecía ante él la imagen de Anna, como un ángel,
y él aferraba la taleguilla con su rizo. Mientras aún
la contemplaba, con sus brazos morenos y
desnudos bajo el sol veraniego o chapoteando en el
agua, un hombre de la vanguardia llegó hasta ellos
y exclamó, excitado:
—¡Ahí está, la muy puta! — cabalgó hacia el
séquito, gritando lo mismo una y otra vez.
Apenas alzaron la cabeza, la marcha se
redobló.
Incluso la lluvia remitía, y casi parecía que
quisiera clarear...
870
LA HIJA DEL PAPA

De pronto, los cielos se abrieron, la muralla


de agua que caía sobre ellos se llenó de claros,
el viento volvió a bailar con un par de nubes y
entonces... Los hombres gritaron: efectivamente,
allí estaba, la ciudad eterna, extendida bajo la
tenue luz, deslumbrando bajo el dorado resplandor
del sol, como una tierra prometida al alcance de
la mano, junto a la plateada orilla del Tíber, como
un país de ensueño, como la imagen misma de la
esperanza, echada como un cuerpo turgente y
tentador, adornado de deslumbrantes diamantes,
luminosas piedras preciosas...
Una exclamación atravesó el grupo y el
grito se extendió y no tardó en asentarse. El
ejército entero bramó como un animal hambriento y
furioso.
Mientras Barth observaba a los soldados del
escuadrón volante, vio lágrimas en numerosos
rostros. Incluso en los de los más veteranos corría
el llanto sobre las mejillas llenas de cicatrices
hasta las barbas enredadas mientras, al mismo
tiempo, agitaban sus armas por el aire y lanzaban
gritos de batalla.

Las nubes de lluvia se habían retirado y el


sol aún se encontraba elevado cuando el ejército
871
FREDERIK BERGER

comenzó a disponer su campamento en los viñedos


en torno al borgo Vaticano y a destrozar el jardín
del Gianicolo. Se envió a hombres curtidos,
antiguos peregrinos que conocían Roma, para que
formara grupos de expedición montada a los muros
y después informara del número de los defensores,
de la consistencia del armamento apostado en las
puertas.
Se estableció el cuartel general de Carlos de
Borbón en el convento de San Onofre, y desde allí
los capitanes debatieron los planes de ataque.
Barth debía permanecer al lado de Melchior y,
sobre una gran representación de la ciudad, señalar
qué parte de las tropas atacaría los muros y por
dónde, y en qué puntos debían establecerse ataques
señuelo. Entre tanto, los hombres se afanaban por
construir escalas con los armazones que
sustentaban las viñas y con los soportes de los
jardines, produciendo artefactos tan inestables que
hacía que los soldados se santiguaran nada más
verlos.
No había tiempo que perder. Los soldados
esperaban con impaciencia el ataque, debían y
querían reunir sus últimas energías, pues nadie
sabía con exactitud cuando podrían aparecer los
ejércitos de la Liga. La atmósfera pendulaba entre
872
LA HIJA DEL PAPA

el humor de perros y la persistente desesperación, el


odio más vivo y la codicia más acuciante, cuando se
anunció que un inesperado ataque de la caballería
local había sorprendido la retaguardia y habían
conquistado numerosos estandartes en el ponte
Molle.
El Borbón hizo un gesto de desdén.
¡Menudencias! El príncipe Filiberto arqueó las cejas
desdeñoso, Bemelburg hizo un gesto obsceno,
Schertlin una pedorreta, tan solo Melchior von
Frundsberg se rascó meditabundo la cabeza. El
italiano Farnese, que procedía él mismo de Roma,
por lo que Barth había podido averiguar, parecía
incluso preocupado, pero adoptó una expresión
impenetrable y guardó silencio.
Barth había observado desde un segundo plano,
y cuando de nuevo se sentó entre los hombres de
su compañía, se dio cuenta de lo desesperadamente
grave que era la situación. Nada más salir, cuando
ni siquiera Frundsberg se había marchado aún, se
abalanzaron sobre él para preguntarle por las
nuevas noticias.
—Mañana mismo, 6 de mayo, por la mañana
temprano, se producirá el ataque.
Los hombres se retiraron, probaron una vez
más sus armas, se limpiaron los restos de pan de
873
FREDERIK BERGER

los dientes y buscaron un emplazamiento en que


nadie los molestara para disfrutar de algo de paz
o, simplemente, dormir un poco.
A media noche comenzaron a resonar los
tambores. Barth apenas había abierto un ojo y ya
se estaba colocando con movimientos lentos su ropa
de combate, prestando atención a que cada lazo
estuviera adecuadamente atado, a que cada placa de
cuero se ajustara bien y que el peto, que llegaba hasta
los muslos, le permitiera la necesaria libertad de
movimientos. El casco estaba bien apretado.
Bajo la débil luz de las antorchas apenas si
podía verse nada. Además, la niebla ascendía
desde el río y de los campos húmedos.
Barth colocó las flechas de la ballesta,
comprobó que la espada estuviera bien sujeta al
cinturón, se aseguró el hacha en un costado y el
puñal a la espalda. Reflexionó sobre si debía tomar
el gran mandoble. Lo único que lograría trepando
con él por los muros de la ciudad sería que lo
molestara: mucho más recomendable resultaría un
escudo, que en medio de un tumulto no permite
colocarse adecuadamente, pero si se encuentra sitio
suficiente como para agitarlo, resultaba de lo más
efectivo.
Melchior había llegado mientras tanto hasta
874
LA HIJA DEL PAPA

donde se encontraba su regimiento, les había


dirigido un par de palabras a sus hombres y los
había tranquilizado, pero después había apartado a
Barth a un lado para hablar con él en tono
amortiguado:
—Aunque pertenezcas a los verlorene
haufen, no es necesario que subas el primero
por esas tambaleantes escaleras. Eres demasiado
grande y ancho y ofreces un objetivo claro para
cualquier arcabucero. Permanece a mi lado,
guárdame las espaldas: quiero que los dos
sobrevivamos.
Miró a Barth, más que desesperado, anhelante
y lleno de confianza.
—¿Tienes miedo? —preguntó Melchior en voz
baja.
Su voz sonaba como si quisiera oír que algún
otro humano temía el ataque.
Barth echó la mirada a un lado y reflexionó. En
realidad, no sentía nada, nada salvo hambre... O
quizás se notaba ronco, sordo, mudo...
Mientras aún intentaba escapar de aquella
sensación de vacío emocional, oyó cloquear
primero a una gallina, luego a muchas, cerca de él, y
de pronto se vio de nuevo junto al Ammersee, aún
niño; vio a Anna llamar y alimentar a las gallinas;
875
FREDERIK BERGER

vio su nuca desnuda, la curvatura de dos dulces


melocotones recortándose bajo el mandil, y los
finos dedos; la vio sentada junto a él en la ribera, en
silencio, excitada, justo antes de saltar al lago y
animarlo a que saltara él también; la vio moverse en
sueños mientras los rayos de luna se colaban por la
ventana de su cabaña sobre su rostro, sobre sus
hombros y los rosados pezones, erectos, rodeados
de una dulce aureola. Él estaba despierto, no
podía apartarse de aquella visión...
Se inclinó lentamente sobre ella, mientras el
padre Carolus roncaba en un cobertizo y la madre
de Anna pernoctaba a su lado...
Barth había querido besar a Anna, pero no se
había atrevido.
—Hey, Barth, ¿en qué estás pensando? —le
espetó Melchior—. No tendrás miedo, ¿verdad?
Barth agarró la bolsa en la que portaba el
cabello de Anna, su talismán, su lazo con su hogar,
con su niñez.
—No lo sé —respondió—. Supongo que sí.
—Mañana seremos ricos... O estaremos
muertos.
Barth asintió con gesto ausente.
—¿Habrías creído hace medio año que nos
encontraríamos en este extraño inicio del mes de mayo
876
LA HIJA DEL PAPA

frente a las murallas de Roma?


Barth negó con la cabeza.
—Ay, ¡si mi padre estuviera con nosotros!
Con las primeras luces del día dio comienzo el
ataque al barrio que rodeaba el Vaticano. La
niebla se había vuelto aun más densa, de tal forma
que los defensores debían disparar a ciegas sus
arcabuces y ballestas. Lo mismo ocurría con los
cañones que restallaban desde el castillo de
Sant’Angelo y los bastiones de los muros.
Borbón dirigió a la compañía de Barth hacia
el convento de San Onofre, entre el borgo y el
Trastevere. Desde allí no se veía más que una
gris y lentamente difuminada niebla, pero se oía
el agudo chasquido de los arcabuces y el trueno
sordo de los cañones, se oía el nervioso tañido
de las campanas y los gritos de los atacantes, que
hacían acopio de valor y avanzaban a ciegas, pero
adelante. Apenas se diferenciaban de las voces de
los defensores, que crecían, se aplacaban, se
transformaban en chillidos triunfales. Entre medias
los desgarradores aullidos de dolor de los heridos.
Barth esperó con la ballesta dispuesta a la
orden de Frundsberg de atacar el Trastevere, pero
este los hizo esperar.
—Es demasiado pronto — exclamaba
877
FREDERIK BERGER

Melchior ante sus impacientes hombres.


Súbitamente, aparecieron mensajeros gritando
sus noticias:
—¡No lo conseguimos! Las escaleras no nos
sostienen, no llegamos hasta arriba. Son
demasiado fuertes. Borbón está pidiendo
refuerzos.
Melchior dudó un instante, miró a sus
subordinados y entonces ordenó a dos compañías que
se dirigieran al Trastevere y que otras dos fueran con
él hacia la porta Santo Spirito. Le hizo una seña a
Barth.
Una vez llegados allí tropezaron con cadáveres
y heridos de gravedad que se volvían a ellos, se
retorcían y gritaban pidiendo ayuda. Eran una
visión difícil de soportar y se encontraban ya a
buena distancia del ataque. Barth experimentó una
sensación de peligro tan repentina como intensa,
oyó un pitido, agarró instintivamente a Melchior, lo
apartó a un lado, se echó al suelo con él y apretó
la cabeza contra los desperdicios. En ese mismo
momento un disparo impactó contra el lugar en el que
habían estado. Barth notó un ligero golpe en la
cabeza y oyó un tintineo agudo. Retazos de carne,
sanguinolentos y cálidos, se precipitaron sobre
su oreja y su pierna. Esperó un instante, luego
878
LA HIJA DEL PAPA

irguió el tórax y comprobó qué le había caído


encima: medio ser humano. Bath creyó durante un
instante que iba a desmayarse, pero finalmente se
recompuso y se levantó. Melchior, a su lado,
había salido sin un rasguño y susurraba, pálido y
gris como la niebla que les rodeaba, con voz átona:
—Me has salvado la vida.
Barth se limitó a asentir, tanteó su morrión y
notó una profunda abolladura... Esquirlas...
No se tomó más minutos para pensar: junto
con el resto de los hombres que permanecían
sanos se lanzó a la carrera en dirección al muro.
Allí se encontraba ya el Borbón, con su barba
afilada y los ojos encendidos como ascuas.
—Han reprimido también nuestro segundo
ataque. Tampoco hemos llegado más lejos en el
norte, Filipo no ha logrado tomar la porta Perusa
—exclamó con su voz ronca.
—¿Dónde estamos ahora mismo? —preguntó
Melchior.
—A la derecha de la porta Santo Spirito y
allí, más a la izquierda, está la porta Torrione, el
punto más débil, por lo que creemos, y que los
españoles están ya atacando, pero no lo vencen.
¡Manda a tus hombres allí arriba!
Barth vio como Melchior dudaba. También
879
FREDERIK BERGER

Borbón se dio cuenta. Su expresión se tornó


desesperada. Se persignó, exclamó:
—Entonces, tendré que ir yo mismo —se dio
la vuelta y desapareció en la niebla.
Melchior se apresuró tras él, con Barth
siguiéndoles los pasos. Borbón se encaramaba ya
por una escalera a cuyos pies se arremolinaban
los muertos. Barth miró hacia arriba: el muro
parecía surgir de la nada y perderse de nuevo en la
niebla.
El Borbón dio una orden que arth no pudo
entender, hizo señas, gritó:
—¡Por el emperador y por el oro!, ¡a mí los
soldados! —en francés, español e italiano,
incluso en alemán, y comenzó a ascender por la
escalera. Su resolución revitalizó los ánimos, pues
los hombres lo siguieron y ascendieron por la
inestable escala.

880
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 75

Roma, basílica de San Pedro –6 de mayo de


1527

El papa Clemente no pudo dormir en toda la


noche. Tampoco pudo pensar con claridad. Tenía
la boca seca y la voz se le quebraba una y otra vez
con cada intento de rogar ayuda divina. Finalmente,
hizo llamar a un escriba y le dictó una amplia
misiva dirigida a Venecia, Francia e Inglaterra, en la
que les pedía dinero y ayuda.
Cuando, a la media noche, quiso regresar
temblando a la cama, oyó el sordo redoble de los
tambores. Al principio no supo qué significaba,
pero no tardó en entender que el enemigo llamaba
a reunión. Mañana temprano, al amanecer... Pero
los muros no caerían, eran infranqueables...
En la lejanía, las campanas del capitolio
comenzaron a alertar del ataque y a llamar a los
defensores de la ciudad a sus puestos.
El papa Clemente llamó a su ayuda de cámara
y le hizo traer agua. Se dirigió a la ventana y miró
al exterior. Aún era noche cerrada...
881
FREDERIK BERGER

Cantó el primer gallo.


Tras un intento vano de oración se dirigió
hacia la basílica de San Pedro. Quería rezar allí
con sus hombres de confianza y con los
ciudadanos más piadosos hasta que el ataque fuera
reprimido.
Cuando el primer rayo apareció por el este, se
escucharon nuevos redobles de tambor. Cada vez
más cardenales fueron sumándose al pontífice.
Alessandro Farnese le susurró al llegar que en
la calle reinaba una densa niebla. Lorenzo Pucci
le comentó que, en lugar de rezar, quizá debería
inspeccionar las murallas del borgo. El papa
Clemente asintió y lo envió con Dios. Renzo da Ceri
apareció, se mostró considerablemente menos
confiado que un par de días atrás, habló
brevemente con Pucci y desapareció con él.
Entonces, resonaron las fanfarrias del ataque,
se propagó un grito ensordecedor que, no obstante,
quedó amortiguado en la basílica, el penetrante
estallido de los arcabuces rompió el amanecer y los
primeros cañonazos dirigidos contra el enemigo
bramaron desde el castillo de Sant’Angelo.
El papa Clemente rezó la plegaria desde lo
más profundo de su corazón, maldijo a los enemigos
de Dios y prestó atención a los enfervorizados
882
LA HIJA DEL PAPA

gritos de guerra, a los disparos de las armas de


fuego y al retronar de la artillería.
Su consejero Giberti le preguntó en susurros si
no debería retirarse al castillo de Sant’Angelo.
Como Clemente se negó con resolución, Giberti
se levantó y comenzó a discutir con algunos
prelados entre susurros, pero gesticulando
violentamente. Clemente solo entendió las
palabras «provisiones», «castillo de Sant’Angelo»
y «preparativos».
Apenas había terminado de clarear cuando
los gritos de combate parecieron amortiguarse y
Clemente comenzó a escuchar chillidos triunfales y
cercanos: o bien los enemigos habían penetrado
en el Vaticano, o eran los defensores quienes
voceaban... Se abrieron las puertas de la basílica,
los cardenales que rodeaban al Papa se levantaron
de un salto, y el propio Clemente hizo lo propio,
gemebundo, dispuesto ya a enfrentarse al Anticristo,
a los sucesores de los vándalos, godos,
sarracenos y normandos, a ofrecerles su pecho
descubierto, con el brazo alzado en gesto defensivo
como lo hizo el papa León, el Grande, cuando puso
fin a las tropelías de Atila, caudillo de los hunos.
Sin embargo, lo que oyó fue otro tipo de
gritos:
883
FREDERIK BERGER

—¡Victoria, victoria! ¡El traidor ha caído, está


muerto, una bala lo ha alcanzado! ¡El Señor es
justo y piadoso!
Como vencedores en un partido d e calcio, los
cardenales se levantaron y los prelados alzaron los
brazos, cerraron los puños, gritaron:
—¡Victoria!, ¡aleluya! — bramaron—. ¡Dios
victorioso! —y se abrazaban los unos a los otros.
—Incluso el papa Clemente perdió en aquel
momento toda su dignidad, pues la tensión
provocada por el miedo le había mantenido
encogido y tembloroso, pero ahora abrazaba a su
viejo amigo y contrincante Alessandro y lo trataba
de animar, pues era el único que no había explotado
en un estallido de alegría. Clemente cerró los
puños, los agitó, los alzó en dirección al techo de
la basílica e incluso hacia el cielo, para agradecerle a
Él, al Señor de los ejércitos celestiales, quien tan
categóricamente había alzado su espada a favor de
la Iglesia guiando la bala.
Todo iba a salir bien.

884
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 76

Roma, borgo Vaticano – 6 de mayo de 1527

Apenas había ascendido el Borbón por los


primeros peldaños, se inició toda una salva de
disparos que ahogó los gritos de guerra de los
atacantes. Él se estremeció, se encogió, intentó
sustentarse y cayó, arrastrando en su caída a quienes
lo seguían, hasta aterrizar en el suelo con un
golpe sordo. Todos se arremolinaron
inmediatamente a su alrededor. De nariz y boca
manaban ríos de sangre. Todo el costado sobre la
altura del estómago había desaparecido. El rostro
aún permanecía intacto, el casco se le había caído
a un lado, tenía el cabello húmedo y pegajoso.
Movía los labios intentando decir algo. Barth,
junto con Melchior y algunos españoles, lo sacó del
campo de tiro, pero apenas hubieron puesto a salvo
al Borbón, este cerró los ojos.
El impacto fue tremendo. A su alrededor
todos comenzaron a suspirar de impotencia,
quedaron petrificados o guardaron silencio.
Melchior se hizo con un estandarte y cubrió
885
FREDERIK BERGER

el cuerpo del caído.


Barth ya no sabía qué hacer. Miró a
Melchior. Todos miraron a Melchior, el único
oficial al cargo que podía vislumbrarse en la
densa niebla. Algunos cayeron de rodillas y
agacharon la cabeza, otros juntaron las manos.
Desde los muros surgieron bramidos de victoria...
¿Acaso sabían los defensores que Borbón había
caído? ¿O es que habían logrado volcar otra
escalera, arrastrando a la muerte a todos los que
ascendían por ella?
La lucha parecía remitir, apenas se oían ya
disparos y los gritos sonaban lejanos.
Barth estaba aturdido. Incluso oía cantar a los
pájaros y gorjear a las palomas.
Melchior contemplaba los muros. Algunos
españoles corrían sin sentido arriba y abajo,
mientras los lansquenetes se reunían en torno a su
capitán, desorientados, con los brazos colgando,
algunos incluso temblando.
La calma iba extendiéndose y los mensajeros
aparecían a la carrera. Bemelburg preguntaba si
alguien había alcanzado la cima y a cuánto
ascendían las bajas, los italianos comandados
por Sciarra Colonna y Pierluigi Farnese
informaban de que habían realizado un ataque
886
LA HIJA DEL PAPA

señuelo para dirigirse a continuación hacia el


Trastevere, mientras que un mensaje de Filiberto
indicaba que nadie había logrado tomar el muro
con éxito, si bien se había descubierto un edificio
en la muralla pobremente fortificado y fácil de
conquistar.
Cuando Melchior les puso al tanto de la
muerte de Borbón y les ordenó que hicieran llegar
la noticia a todos los comandantes, los mensajeros
abrieron los ojos como platos. Los imperiales se
retiraron de los muros para intentar recuperarse.
Se inició un descanso en el que los gritos de
auxilio de los heridos quedaban eclipsados por
las risas burlonas que les llegaban desde las
almenas.
—Debemos luchar —exclamó Melchior
como tratando de infundirse ánimos a sí mismo—
. Debemos utilizar la niebla en nuestro provecho, o
de lo contrario ya habremos perdido.
Barth se ató a la espalda el mandoble y, a
tenor de que disponía de dos asas con las que
poder agarrarlo, le quitó el escudo a un muerto
y se deshizo de la ballesta. Dada la escasa
visibilidad no resultaba de demasiada utilidad.
Miró a su alrededor: en aquel momento
cientos, quizá miles de soldados imperiales
887
FREDERIK BERGER

parecían afectados por una furia y un deseo de


venganza desenfrenados pues, sin que llegara a darse
una orden de ataque, se precipitaban todos unidos
contra los muros. Barth se vio arrastrado por la
marea de cuerpos. Ya no había opción a la duda. De
nuevo resonaron los disparos sobre ellos, las
escaleras temblaron, algunas se precipitaron de
nuevo al suelo con todos los que ascendían por
ellas. Los demás subían a través de la ciega nada,
cada vez más rápido, con sus últimas fuerzas, y de
pronto se encontraron en la cumbre. Barth empujó
a los que aún trepaban sobre él, se agarró a una
grieta en la almena, tomó impulso y cayó sobre un
defensor, que se vio en el suelo bajo la presión del
inmenso cuerpo. Barth solo llegó a ver los ojos
desencajados, la boca abierta con los dientes
brillantes y la lengua temblorosa, y le propinó un
puñetazo en pleno rostro, avanzó a gatas un par de
pasos, desató su pesada espada, embistió a otro
enemigo en pleno estómago de tal forma que
finalmente pudo erguirse, atacó a otros más y sintió
como la sangre cálida fluía por su brazo. Sostuvo
la espada fuertemente por la empuñadura, dio un
paso atrás y la hizo girar con movimientos amplios
alrededor del cuerpo. A su alrededor cayeron
numerosos enemigos y el resto se retiró, los
888
LA HIJA DEL PAPA

invasores se precipitaron hacia adelante con sus


relucientes filos en ristre y una enorme sed de
sangre se apoderó de Barth, quien depositó todas
sus fuerzas de oso en su frenética espada. El primer
muro del borgo Vaticano estaba en manos de los
imperiales, los defensores reculaban, al principio
lentamente y, seguidamente, presa del pánico.
Pronto se abrieron las primeras puertas y los
invasores penetraron a raudales por los barrios de la
ciudad. Al mismo tiempo, desde el norte,
llegaron en tropel los españoles, quienes debían
haber batido las débiles fortificaciones de ese
punto. Los cañones conquistados se redirigieron
de inmediato contra los baluartes y los portales de
iglesias y palacios. Barth, que había descubierto
entre la multitud a parte de sus compañeros, se
reencontró igualmente con Melchior, cuya espada
estaba enrojecida hasta el mango y cuyo peto
aparecía salpicado de sangre.
—¡A por el Papa! —gritó Melchior, quien
tuvo que repetir sus palabras para que Barth
pudiera entenderlas entre el caos de gritos—.
¡Ahora tendrá que creérselo! ¡Venganza para el
Borbón!

889
FREDERIK BERGER

Capítulo 77

Roma, Vaticano – 6 de mayo de 1527

Alessandro no había llegado a unirse a los festejos


triunfales tras la muerte de Borbón, ni siquiera cuando
Clemente alzó los puños y los prelados bramaron fuera
de sí como una horda de salvajes. Por fortuna Clemente
se apartó de él tras unos instantes para dejarse abrazar
por la eufórica congregación.
Ante Alessandro se alzaba el dorado crucifijo,
imperturbable ante la oscuridad de la basílica.
Intentó concentrarse y sumirse en una fervorosa
oración de agradecimiento, pero no tardó en
encontrarse recitando salmodias vacías mientras sus
pensamientos se volvían a sus hijos. ¿Se encontraría
Pierluigi entre los atacantes? ¿Habría resistido
Ranuccio sobre el muro del borgo? ¿Habrían
sobrevivido los dos?
—¿Por qué no llega de una vez el ejército de
la Liga? —bramó un papa Clemente súbitamente
solemne, haciendo que el júbilo de los prelados
890
LA HIJA DEL PAPA

también se diluyera—. ¡Es un escándalo! Estamos


luchando por sobrevivir mientras el duque de
Urbino se da la buena vida, en lugar de ganarse su
salario combatiendo — Clemente ya no parecía
triunfal, sino furioso—. Os voy a decir algo —su
rostro había adquirido una expresión cargada de
odio—: Francesco María quiere vengarse de mí,
de los Medici, y esa es la causa de su cobarde
indecisión. No deberían llamarlo veni, vidi, fugi
sino veni, vidi, odi. Pero ya me encargaré de que
olvide sus odios. Tras la expulsión de los
bárbaros me encargaré de que se le acuse de
traidor y se le destituya. Me haré finalmente con
su ducado. La maldición del anathema lo
perseguirá eternamente y sin descanso el resto de
su vida.
—Sería mejor que te retiraras ya al castillo de
Sant’Angelo, para tu seguridad —le interrumpió
Alessandro.
—¿Qué? —el papa Clemente se volvió hacia él,
lleno de rabia—. Pero, ¿qué clase de incrédulo
eres, Alessandro? Renzo da Ceri me ha asegurado
que los bárbaros no lograrán subir por los muros y
ahora su cabecilla está muerto. Las tropas de la
Liga no pueden demorarse eternamente, puesto que
además de Urbino también los lideran Guicciardini
891
FREDERIK BERGER

y Saluzzo, a quien ya he escrito numerosas cartas


apremiantes y enviado mensajeros de alto rango.
Los ejércitos tendrán que llegar algún día, y
rematarán a los bárbaros.
Clemente se dirigió lleno de resolución
hacia la puerta que llevaba a sus aposentos
privados. Entre el cortejo de sus leales, que lo
siguieron, se encontraba Alessandro.
Una vez en la estancia, Clemente se acomodó
sobre un banco y Alessandro quiso despedirse, pero
Clemente volvió a levantarse y le pidió que se
quedara.
Durante un instante los dos hombres se
observaron en silencio.
—Ignoro dónde se encuentra mi hijo Alessandro
—dijo Clemente de inmediato—. El populacho
florentino debe haberlo expulsado de la ciudad, pero
tampoco está en Roma... Estoy preocupado —
levantó la mirada, buscando la de Alessandro con
sus ojos ligeramente estrábicos—. Ya sabes lo que
se siente cuando un hijo te causa preocupaciones.
Alessandro se limitó a asentir. Desde la plaza
de San Pedro
ascendieron los gritos de alarma, chillidos y voces,
así como disparos renovados en la lejanía.
—¿No deberíamos...? —dijo Alessandro
892
LA HIJA DEL PAPA

mientras trataba de levantarse, pero Clemente lo


retuvo con firmeza.
De nuevo se sentaron en silencio.
El fuego de los arcabuces se redobló y,
después, se interrumpió casi por completo. También
el tipo de ruido cambió, aparentemente aumentó, se
aproximó. Alessandro se levantó decidido y se
dirigió a la logia. Lo que vio le hizo
estremecerse de terror: soldados enemigos se
precipitaban por las calles...
Numerosos ayudas de cámara aparecieron a
toda prisa, gritándole a Clemente, y entre ellos se
encontraban algunos cardenales, como
Schönberg, Salviati... Nadie hizo ninguna otra
pregunta, Clemente se levantó y se lanzó hacia el
pasillo que conducía al castillo de Sant’Angelo.
Todo el mundo se gritaba entre sí, se precipitaban
por el corredor, los más jóvenes incluso corrían.
Alessandro los siguió. Cuando miró fugazmente
por una ventana que daba acceso a la plaza de San
Pedro, vio que la guardia suiza reculaba ante una
fuerza muy superior de lansquenetes, y que ya
docenas de ellos yacían muertos en el suelo.
Más gritos. Los españoles y alemanes
penetraron en el Vaticano mientras los guardias
de palacio trataban de contenerlos con sus
893
FREDERIK BERGER

últimas fuerzas. Alguien empujó a Alessandro,


pero de pronto nadie logró moverse. Ante ellos
se encontraba el puente abierto, de madera, que
conducía a la fortaleza... Se oyeron cañonazos. Los
defensores de la ciudad disparaban
ininterrumpidamente desde el borgo allí donde
creían que se encontraban los atacantes, acertando
a los palacios de los embajadores, las pensiones
de peregrinos, las hospederías... Los primeros
prelados pasaron corriendo por el puente, a uno lo
alcanzó el disparo de un arcabuz español y se
precipitó hacia el suelo, las alabardas brillaron...
Alessandro no quiso mirar...
—¡Proteged al Papa! —gritó alguien—. Su
ropa blanca ofrece una diana clara.

894
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 78

Roma, borgo Vaticano – 6 de mayo de 1527

En los oídos de Barth resonaba el clamor de


la venganza y las maldiciones contra el Papa.
Melchior le gritó que no estaba permitido iniciar
el pillaje, puesto que la victoria aun no se había
confirmado. Un grupo de españoles pasó corriendo
ante él, casi atropellándose los unos a los otros.
Cuando Barth logró recuperar la orientación,
Melchior ya había desaparecido. Ante él, la puerta
del ospedale Santo Spirito saltaba de un cañonazo.
Derribaron a las primeras hermanas, con sus hábitos
monacales. De nuevo arrastraron al bávaro, quien
tropezó con los cadáveres... Los soldados
saltaron sobre los enfermos... Él resbaló en un
charco de sangre...
Finalmente, Barth logró abrirse paso hasta las
cercanías del castillo de Sant’Angelo. Por todas
partes había gente huyendo, perseguida, los invasores
golpeaban con furia ciega a su alrededor, se
colaban por la fuerza en iglesias y palacios,
prendían fuego, buscaban oro y joyas, seguían
895
FREDERIK BERGER

corriendo...
Él mismo aún portaba la espada en la mano,
pero hacía tiempo que su sed de sangre se había visto
saciada.
Los últimos combates tenían lugar ante la
fortaleza, donde los falconetes del castillo
disparaban ininterrumpidamente contra los
imperiales arremolinados allí. Los conquistadores
estaban hacinados bajo un puente de madera, y
todo aquel que poseía un arcabuz, lo dirigía
hacia arriba, donde un alterado grupo de prelados,
vestidos con sotanas, intentaban alcanzar la
protección de Sant’Angelo a través de un pasadizo
de huida sotechado. Cuando terminaron acertando a
uno y haciéndolo precipitarse al vacío, los invasores
rompieron en bramidos de satisfacción e intentaron
atravesarlo con sus alabardas y espadas mientras aún
caía.
—¡Ahí está el Papa! ¡Ahí, ahí! —oyó Barth
que alguien gritaba—. ¡Alguien le ha cubierto sus
blancas faldas! ¡Disparadle!
Se inició un tiroteo, bonetes rojos y retazos
de tela violeta volaron por los aires, y un hombre de
negra y ondeante sotana cayó también al suelo. No
tardaron en llover sobre él las alabardas. Barth
contempló como fascinado semejante masacre sin
896
LA HIJA DEL PAPA

sentido e intentó intervenir.


—¡Dejadlo en paz! ¡Ya hace rato que está
muerto! —le gritó a los españoles, pero estos no
le entendieron y de inmediato dirigieron las alabardas
contra él.
El bávaro reculó con gestos conciliadores.
De pronto, algo cayó con sonido titilante ante él.
Volvió la vista hacia allí: ¡una cruz de oro!
Rápidamente la recogió y, cuando comprobó la
mirada codiciosa de los alabarderos españoles, se la
guardó, aferró con ambas manos la empuñadura de
su gran espada, la presentó dispuesto para la lucha
y se irguió cuan grande era. Los españoles se
hicieron señas, decapitaron bruscamente al religioso
entre carcajadas, sostuvieron la cabeza como un
trofeo frente a Barth y se la arrojaron a los pies.
Tras esto, se volvieron de nuevo hacia el castillo sin
dejar de reír.
Los prelados seguían atravesando a la carrera
el pasadizo por el puente de madera que les
llevaba hasta el castillo entre empujones y
tropezones. A muchos los alcanzaban los disparos
y caían despeñados.
Mientras Barth saltaba sobre los cadáveres sin
saber a dónde debía dirigirse oyó la señal que
los llamaba a reunión. Aún sentía repugnancia y
897
FREDERIK BERGER

rechazo. Ante él no solo yacían hombres, algunos


despedazados, otros aparentemente intactos, pero
igualmente muertos. También habían lanzado a las
mujeres fuera de sus casas y, ante un orfanato,
descubrió una montaña de niños masacrados...
Aquel había sido el primer combate auténtico
de su vida y ya se sentía absolutamente agotado,
sentía náuseas a pesar del estómago vacío: todos
aquellos cuerpos apaleados y trinchados le
revolvían las tripas.
Con cada paso que daba chapoteaba en
sangre, de la que se habían formado grandes
charcos, pequeños lagos que fluían por las
avenidas. De las barandillas de las ventanas
colgaban cuerpos decapitados, con sus c a b e z a s
en la acera. No pudo evitar, no obstante,
asombrarse ante las maravillosas fachadas, los
magníficos sillares de piedra, las columnas y
ventanas. No había nada remotamente parecido en
su casa junto al lago de Ammersee. Ni siquiera en
Bozano y Trento había visto semejantes viviendas...
Cuando Barth se encontró finalmente con
Melchior von Frundsberg en la plaza de San Pedro,
donde se estaban reuniendo los imperiales, vio
cómo se estaba degollando a una docena de
bestias de tiro una tras otra.
898
LA HIJA DEL PAPA

—¿Por qué están haciendo eso?


—exclamó horrorizado.
—Debemos evitar bajo cualquier concepto
que se lleven el botín y lo que ya está saqueado.
—¡Pero eso es una insensatez! Melchior lo
miró fijamente,
como si también en sus ojos leyera la demencia.
—Buen Barth, esto es solo el principio.

899
FREDERIK BERGER

Capítulo 79

Roma, castillo de Sant’Angelo – 6 de mayo de


1527

Alessandro se encontraba aún bajo la


protección del pasillo sotechado cuando Giovio,
uno de los hombres de confianza, se quitó la
sotana y se la echó encima a Clemente para que
su resplandeciente alba no supusiera un blanco claro.
Vestido únicamente con su ropa interior, Giovio
empujó al Papa por el pasillo y juntos alcanzaron
felizmente el castillo. Tras esto le siguieron
apresuradamente Schönberg, después Giberti y
muchos más, hasta que finalmente Alessandro se
lanzó en plancha y una bala pasó silbando por
encima.
Todos los que se habían salvado tuvieron
que echarse para tranquilizarse. Los gritos en el
exterior eran espantosos...
Cuando los últimos miembros de la guardia
suiza que defendían el túnel de escape hacia el
castillo de los apremiantes españoles se
aproximaron al puente de madera, un cañonazo
900
LA HIJA DEL PAPA

certero destrozó la pasarela. Alessandro observó


a los suizos: estaban condenados a una muerte
segura. Uno tras otro fueron cayendo...
Se dio la vuelta. Intentó respirar hondo y
luchar contra el vértigo. Entonces, se abrió paso
entre los huidos y se dirigió hacia el muro
superior, donde los cañones aún mantenían su
rítmico ajetreo. Un vistazo hacia la calle le mostró
que habían destrozado el vallado que llevaba al
puente. Cientos, miles de personas se arremolinaban
ante las puertas y rogaban que se les permitiera
el acceso, pero en vano. Incontables personas se
lanzaban al Tíber para escapar de las alabardas y
espadas de los invasores.
Allí era desde donde estaban arrastrando de
mala manera al cardenal Armellini, subido en
un cesto, por encima del foso...
Alessandro le preguntó al papa Clemente, quien
se había hecho con una habitación en el centro del
castillo, dónde deberían quedarse los cardenales y él
mismo. Junto a ellos se encontraban agazapados
los embajadores, obispos y demás altos prelados.
También había mujeres e incluso niños, que
habían podido salvarse accediendo al castillo,
constituyendo un número total de unas tres mil
personas.
901
FREDERIK BERGER

Cuando un joven soldado con ropaje anegado


en sangre, uno de los pocos que había podido
acceder a través de la puerta principal, se
presentó para dar su informe al Papa sobre lo
acontecido en el exterior, Clemente se negó. No
quería saber nada, no quería escuchar nada ni ver
nada... Solo quería rezar, rezar por una muerte
rápida y misericordiosa.
Los cañones del castillo retumbaban sin
interrupción.
—¿Al menos la ciudad propiamente está a
salvo? — preguntó Alessandro a Lorenzo Pucci que,
durante la huida de los atacantes, se había caído
del caballo y mostraba por ello numerosas heridas
y raspaduras.
Pucci se encogió de hombros:
—Si Renzo no hace demoler los puentes... No
podrá retener el Trastevere, que ya está muy
debilitado.
—¿Has visto a Renzo en cualquier caso?
—Sí, por un momento. Cuando los imperiales
alcanzaron la cima de los muros lo vi salir a caballo
presa del pánico. Ese hombre merece que lo
cuelguen.
—Ya es muy tarde para eso. Además, los
imperiales ya habrán dado buena cuenta de él.
902
LA HIJA DEL PAPA

El Papa alzó entonces los brazos con dolor


teatral y gritó:
—¡De profundis clamavi ad te, Domine!
—Eso ya no sirve de nada — repuso
Alessandro agitando la cabeza con amargura—.
Clemente debería haber tomado partido por el
verdadero «Señor»: el emperador.
Pucci respondió en voz baja:
—Yo también le aconsejé de forma
coherente que adoptara una neutralidad clara y
una política pacifista honorable. Sin embargo, él
siempre creyó que debía enredar a los unos en
contra de los otros.
Finalmente se ha enredado él mismo. Quien cava
tumbas ajenas acaba por caer en ellas. Es un hecho
demostrado una vez más.
El papa Clemente había bajado la voz tras su
sonora plegaria y finalmente volvía a rezar en
silencio. Tras unos instantes se levantó, se situó
entre los pocos cardenales que habían logrado
salvarse y añadió, obstinado:
—Este castillo es más seguro que la tumba
de Abraham... quiero decir, que el castillo, el
castillo de Abraham.
Alessandro no pudo evitar reírse para sí.
El pontífice le dirigió una mirada
903
FREDERIK BERGER

reprobatoria:
—Perseveraremos y plantaremos cara al
Anticristo hasta que la Liga golpee nuestras puertas
con la fe como estandarte y aniquile a esos
bastardos como perros sarnosos. El Borbón está
muerto, no tienen quien los dirija... Ya pueden
dedicarse a saquear nuestros palacios y a profanar
nuestras iglesias. La venganza del Señor será
terrible.
Alessandro hundió la cabeza, unió las manos,
cerró los ojos. Pensó en sus hijos, en sus nietos y
rezó por la seguridad de Silvia y Constanza.

904
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 80

Capodimonte – 6 de mayo de 1517


En la madrugada del 6 de mayo Constanza soñó
con algo espantoso, pero, cuando despertó
horrorizada, ya no logró recordar de qué trataba.
Contempló la pared junto a su cama, inmóvil como
en sueños, y vio todo un ejército de hormigas que
ascendían por la pared desde el suelo hasta el
techo para desaparecer en algún otro punto. Se
estremeció, a pesar de que las hormigas, en
edificios antiguos como aquel, no eran inusuales.
Poco a poco recuperó el control sobre su
cuerpo, se levantó de la cama y abrió los postigos.
Una densa niebla cubría el lago y desde la isla
llegaban sonidos quejumbrosos. La isla de los
muertos Farnese. La isla del amor que había unido
a sus padres. La isla por la que, tal y como le contó
su abuela en una ocasión, vagaban los espíritus de
los caídos prematuros cantando su oscura
cantinela. ¿Sería Paolo quien así la llamaba?
Escuchó. No, no eran lamentos humanos, sino
905
FREDERIK BERGER

animales. Pero ya no pudo eliminar el recuerdo de


Paolo, por lo que el volverse a dormir era algo
impensable.
El terror de aquel sueño la acompañó durante
todo el día y ella intentó recordar su contenido
concreto, pero lo único que veía ante sus ojos era
a Paolo, el pequeño cadáver y no su querido y
tierno hermano.
No se atrevió a hablarle a su madre ni de la
pesadilla ni del recuerdo de Paolo. Rosella, por el
contrario, pareció darse cuenta de lo que la
preocupaba, pues preparó un pequeño ramo de
flores primaverales, la tomó de la mano sin decir
una palabra y juntas se encaminaron hacia el
embarcadero y, desde allí, al lugar en que en tantas
ocasiones había jugado con su padre.
A él siempre le habían encantado los niños
pequeños.
Sin embargo, otros pensamientos parecían
empujar a Rosella. Se sentó en la orilla, juntó las
manos, cerró los ojos como si rezara y movió los
labios en silencio. Constanza se sentó junto a ella
y posó la mano sobre su hombro. Tras unos instantes,
Rosella dijo con voz queda:
—Siento que algo terrible está ocurriendo.
También las cartas hablan una y otra vez de este
906
LA HIJA DEL PAPA

día. ¿Recuerdas lo que Brandano, el loco, profetizó


mientras insultaba al Papa hace un par de semanas?
Sin llegar a responder, Constanza volvió la
vista hacia el agua ligeramente agitada, pero no se
atrevió a preguntar si el horror y la miseria se
extenderían solo por Roma o si incluso alcanzarían
aquel lugar junto al lago Bolsena. Mientras
contemplaba las tranquilas aguas y elevaba la
mirada hacia la isla soñada todo le pareció irreal:
todo lo que había oído, los ejércitos
aproximándose, la quema de Montefiascone en la
insegura lejanía, la amenazada Roma, pero también
la violenta agitación, el miedo. Se encontraba
como en un sueño, pero no la pesadilla que la había
visitado la noche anterior, sino como en un manto
protector que la apartaba de todo lo que la ataba,
incluso de Bosio y de los niños, incluso de su
padre, de todo lo que le daba sentido a su vida. Una
sensación extraña, fuerte, casi arrebatadora de
libertad la sobrecogió. Todas aquellas posibles
amenazas habían provocado que acabara viviendo
sola, y se encontraba abierta a todo lo que
resultara desconocido, sorprendente.

A la mañana siguiente llegaron a Capodimonte


las primeras noticias de la lucha en Roma. Se
907
FREDERIK BERGER

había reprimido un ataque, por lo que un hombre


desconocido le había contado al panadero que solía
llevar el pan al castillo. Lo que más se
preguntaba la población era dónde se encontraban los
ejércitos de la Liga y cuándo aparecerían.
Entonces llegó una tropa de caballería y
pidió que se le permitiera el acceso. El capitán
no portaba ni blasón ni ninguna otra señal con la
que se le pudiera identificar. Un sombrero de ala
ancha le cubría la cabeza y un oscuro y pesado
manto colgaba de sus hombros y envolvía todo su
cuerpo. Silvia observó junto al viejo mayordomo
a través de la mirilla del portal hacia el puente
levadizo, le hizo señas a Constanza, quien no
sabía cómo debían actuar.
—¿Quién sois? ¿Qué queréis? —gritó el
mayordomo.
El hombre se apartó el sombrero y
descubrió sus cabellos profundamente oscuros y su
barba no menos negra que enmarcaba su rostro hasta
los pómulos.
—Soy un amigo de la familia Farnese —
repuso el extraño sin mostrarse más y hablando en
un tono tan suave que apenas se le entendía.
Cuando Silvia miró interrogante a su hija, se
dio cuenta de que Constanza palidecía, después
908
LA HIJA DEL PAPA

enrojecía intensamente y susurraba:


—Francesco María.
—No puede ser —respondió
Silvia, igualmente en susurros.
Sin embargo, observando con detenimiento,
reconoció al fin su rostro. Era el duque de
Urbino, el capitán general de la santa Liga de
Cognac, el hombre encargado de enviar a su
tumba italiana a los ejércitos imperiales.

909
FREDERIK BERGER

Capítulo 81

Roma, ponte Sisto – 6 de mayo de 1527

Pierluigi Farnese, quien estaba a cargo junto


con Sciarra Colonna de la mayor parte de las tropas
italianas, acampaba con sus soldados ante la porta
Pancrazio sobre el Trastevere cuando supo de la
muerte del Borbón. Los dos hombres se miraron y
supieron que aquello era el final. Era necesario
cambiar de mando de inmediato y salvar el
pellejo. Sus soldados, por el momento, quedarían a
su suerte, si bien en su mayoría eran bandidos más
preocupados por el saqueo que por el combate.
Colonna quiso permanecer con sus hombres ante
la porta Pancrazio y Pierluigi debía marchar con
sus tropas hasta porta Settimiana y tomar posición
allí, junto a numerosas compañías de
lasnquenetes, para esperar. Cuando se despedían
les llegó desde el lado sur del borgo un grito
inusual de triunfo, tras el cual no tardaron en recibir
noticias de que el ataque había acabado con éxito y
que en las calles de la Civitas Leonina se estaba
logrando una victoria.
910
LA HIJA DEL PAPA

Pierluigi se alegró de no haberse


precipitado. Se apresuró entonces en dirección al
Trastevere y cruzó el puente hasta Roma a toda
velocidad sin que a nadie se le ocurriera siquiera
la idea de detenerlo.
Por primera vez se sintió revitalizado
mientras la niebla matinal iba desvaneciéndose.
Sus hombres se acomodaron de inmediato y no
tardaron en regarse en todo tipo de vinos.
Mientras nuevas buenas noticias llegaban desde
el borgo, Pierluigi atravesaba con sus hombres la
porta Settimiana. Por la tarde empujaron los
primeros cañones robados sobre la via della
Lungara hasta la puerta junto al Tíber. Pierluigi
contempló fascinado cómo los lansquenetes los
transportaban sudando con profusión. El Trastevere
ya no podría durar mucho. En el mejor de los casos
ese mismo día toMarían el portal, y quizá debiera
dirigir la operación él mismo pues, hasta el
momento, nadie se había postulado como nuevo
comandante: no había oído nada al respecto ni por
parte de Filiberto, el segundo del Borbón, ni por la
de los capitanes alemanes.
Cuando dio la orden a los cañones de iniciar
los disparos para preparar el ataque, no consiguió
gran cosa. Preguntó por el oficial responsable: se
911
FREDERIK BERGER

trataba de Melchior von Frundsberg, el hijo del


viejo. Bien, entonces le esperaría.
Se puso a echar una partida de dados. Cuando
vio que sus propios hombres pretendían
escabullirse, probablemente para tomar parte en los
saqueos del borgo, tuvo que imponer su
autoridad ante toda la unidad, llegando incluso a
sacar la espada.
No era buena señal.
Cuando el sol se puso, todavía más
lansquenetes y españoles aparecieron
atropelladamente, buena parte de ellos cubiertos
de sangre. Ninguno con su capitán.
Finalmente apareció Melchior von
Frundsberg, acompañado de un auténtico gigante en
el que ya había reparado en alguna ocasión: un
colosal teutón con una cicatriz en la frente.
También apareció Filiberto, así como Bemelburg,
Schertlin y un par de españoles. Iniciaron un breve
debate. Habían conquistado el borgo, pero la ribera
izquierda del norte aun resistía, el ponte Sant’Angelo
estaba protegido por los cañones del castillo de
mismo nombre, por lo que no se podía asaltar la
ciudad atravesándolo. Les llegó además la noticia
de que los ejércitos de la Liga debían
encontrarse en algún lugar cercano, por lo que
912
LA HIJA DEL PAPA

podían caer inesperadamente sobre los atacantes. Así


pues, había que actuar de inmediato, a pesar del
agotamiento generalizado. Acordaron igualmente y
con solemnidad evitar cualquier pillaje hasta que
Roma estuviera asegurada y no hubiera que temer
más un ataque de la Liga.
Pierluigi, quien como romano era el que
mejor conocía la ciudad, propuso que los
lansquenetes se reunieran, en caso de lograr la
victoria, en Campo de Fiori; los españoles, en la
plaza Navona, los italianos frente al antiguo
palazzo Riario. Filiberto, como aristócrata de alta
alcurnia y oficial de alto grado, quiso asegurar el
borgo y establecer su cuartel general en el
Vaticano, desde donde pondría en jaque el
castillo de Sant’Angelo.
—¡Pero no habrá saqueos! — exclamó
Bemelburg—. Ni siquiera en el borgo.
Filiberto asintió y los españoles sonrieron
irónicos.
Melchior preguntó si realmente le bastaría con
una tarde para poder dirigir una acometida con éxito.
—Sí, si empezamos de inmediato —repuso
Pierluigi levantándose de un brinco.
Todos hicieron lo propio rápidamente. Los
cañones conquistados dispararon con frecuencia
913
FREDERIK BERGER

constante hacia los portales de la porta Settimiana


y a la brecha en el muro del Trastevere, y pronto
las restantes compañías de lansquenetes, las tropas
italianas y parte de las españolas cayeron sobre los
defensores, tan debilitados que no opusieron mayor
resistencia.
Pierluigi se encontraba preso del ardor guerrero.
Hasta el momento solo había podido observar,
pero ahora penetraba en la vanguardia por la puerta
destrozada, recibía un balazo, se quitaba las
protecciones ya inutilizables y guiaba a sus
hombres hacia el cercano ponte Sisto.
Lo había esperado, pero no podía creerlo: el
puente seguía entero. Aparentemente los romanos se
habían sentido demasiado seguros.
Los cañones se interrumpieron, dispararon a los
torreones de madera y cubrieron a los defensores,
que tuvieron que recular. Los españoles, por lo que
habían informado, tendrían que abrir la porta
Pancarzio desde dentro, reunirse con los italianos
de Sciarra Colonna y limpiar los esquivos
callejones del Trastevere de sus defensores
terrenales. Los alemanes se precipitaban ya sobre
los otros dos puentes, mientras que la parte
restante, con los italianos de Pierluigi, se lanzaban
al ponte Sisto.
914
LA HIJA DEL PAPA

Desde el otro lado del Tíber se reunían, bajo


la protección de las viviendas y de las barriciadas
provisionales, los defensores, pero también la
caballería, los jóvenes aristócratas más acerados
de Roma, como muy bien sabía Pierluigi por los
sombreros adornados de penachos de plumas y
por los blasones y banderines. Se aproximó algo
más al ponte Sisto y... Allí estaba... No podía
creerlo... Y sin embargo, tenía sentido... Al otro lado
del puente reconoció a su hermano Ranuccio. El
joven permanecía aún sentado sobre su nervioso
caballo, con la espada de la mano.
Durante un instante Pierluigi reflexiónó sobre
si debía ordenar abrir fuego contra el puente. Si
Ranuccio realmente se atrevía a cometer aquel
acto de heroísmo suicida que era cruzar el puente,
la siguiente ráfaga de cañonazos lo enviarían al
Tíber junto con su caballo, o directamente los
harían pedazos. Los dos hombres sonrientes de la
ribera contraria no tenían la más mínima
oportunidad de salir indemnes.
¿Y dónde estaba ahora su padre? ¿Agazapado
en su palazzo?
¿O habría huido al castillo junto con Clemente?
¿Qué diría si supiera que su favorito Ranuccio iba a
caer bajo un ataque de las tropas italianas
915
FREDERIK BERGER

comandadas por Pierluigi Farnese?


Pierluigi observaba aún a su hermano, quien
seguía dando órdenes sobre su rebelde caballo.
¿Qué ocurriría si él, Pierluigi, fuera el único
de los tres varones Farnese que sobreviviera?
Debía permanecer con vida. Todo consistía
en no arriesgarse innecesariamente y acabar
cayendo por alguna bala perdida... Roma caería,
de eso no había ninguna duda, y aquella banda de
zarrapastrosos irrumpiría en los palazzi buscando
botín. Sería necesario que llegara al palacio
familiar antes que nadie y asegurara allí su
alojamiento...
Los cañonazos se detuvieron súbitamente y dio
comienzo el ataque al ponto Sisto. Los reposados
lansquenetes abrieron la marcha, seguidos de los
italianos que no aguardaron la orden de Pierluigi.
Debía reaccionar con rapidez. Corrió hacia su
caballo, saltó sobre la silla y espoleó al animal.
El puente era estrecho. Los defensores se
encontraban apostados con sus largas picas,
haciéndoles frente con ansias de matar a los
lansquenetes que se precipitaban sobre ellos.
Ranuccio montaba su caballo... No, el animal
caía al suelo... Pierluigi apenas podía diferenciar
a unos combatientes de otros en medio del tumulto,
916
LA HIJA DEL PAPA

solo veía al gigante que sobresalía entre todos, y a


Melchior a su lado...
Dios, ¿dónde estaba Ranuccio? Al menos no lo
había visto caer al Tíber. No, ¡su hermano no
podía haber muerto! Quizá todavía pudiera
salvarlo...
Lo empujaron irremisiblemente hacia adelante.
El puente estaba en manos de los invasores.
Su caballo tropezó con los cadáveres. Se bajó de un
salto y le dio las riendas a uno de sus hombres
que se encontraba cerca suyo.
Los defensores retrocedían. Durante un
instante creyó haber descubierto a su hermano, o al
menos un rostro cubierto de sangre le recordó al
de Ranuccio, pero de pronto una máscara grotesca
apareció ante él. Un hombre con una profunda
cicatriz que le cruzaba las mejillas y los ojos,
refulgentes de odio.
Antes de que Pierluigi pudiera reaccionar, el
filo de un cuchillo se clavaba ya en su antebrazo
izquierdo. Gritó de dolor, se sacó el puñal y
corrió tras el deforme, para alcanzarlo finalmente
y con violencia con su espada. El hombre, que yacía
en el suelo, tendió sus brazos hacia él, impotente,
pero Pierluigi le cortó las manos.
Entonces, lo reconoció. Lo reconoció por sus
917
FREDERIK BERGER

ojos. Era Antonio, el hermoso Antonio que antaño


había amado... Estaba tendido en el suelo, con dos
muñones sanguinolentos por extremidades, y en sus
ojos ya no se dibujaba el odio, sino el espanto, el
miedo, el dolor...
—¡Pierluigi! —logró exclamar.
—¡Antonio! —respondió—. ¡Oh, Dios mío!
Sin embargo, en el fragor de la lucha, no podía
reflexionar ni dudar. De un golpe certero atravesó
el corazón de Antonio y siguió avanzando a
trompicones.
Sin embargo, su herida comenzó a manifestarse.
Tenía la manga anegada en sangre. Le hizo señas a
sus hombres e hizo que le pusieran un vendaje de
emergencia en el brazo.
Después, miró a su alrededor. Apenas había
sobrevivido algún defensor...
¿Dónde estaba Ranuccio?

918
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 82

Roma, Rione della Regola – Campo de Fiori


6 de mayo de 1527

Barth se encontraba junto a Melchior al final


del ponte Sisto y comprobó que ningún peligro
inminente amenazaba a su capitán. Ante la entrada
a la calle luchaba todavía un desesperado grupo
de defensores, algunos heridos, como podía
apreciarse a simple vista, mientras que los demás
habían caído o huido. Roma estaba a su merced, la
gran Roma, la puta más rica, la babilonia de los
Papas, que ya nadie quería realmente defender.
El bávaro no podía creer que, tras la
conquista del muro, todo se hubiera desarrollado tan
rápido. Que esos hombres cansados, demacrados, sin
cañones ni armamento, hubieran logrado penetrar
en aquella ciudad fuertemente fortificada. Era un
milagro, Dios mismo debía haber luchado a su
lado. Probablemente Él hubiera planeado desde hacía
tiempo un castigo contra la pecaminosa ciudad, y
ellos no fueran más que instrumentos dispuestos.
Melchior, a su lado, observaba no menos
919
FREDERIK BERGER

incrédulo a los lansquenetes que se lanzaban ya,


ebrios de triunfo, por las avenidas. Intentó dar
órdenes, gritarles:
—¡A Campo de Fiori! —pero nadie lo
escuchó.
No tenían freno.
Los últimos defensores seguían bloqueando el
paso por la calle, en un intento sin sentido... ¿Por
qué no huían? ¿Podrían quedar todavía en esa
ciudad de mala fama hombres duros capaces de
luchar hasta la muerte por su hogar, por su familia,
incluso por el Papa?
Barth reconoció entonces al joven delgadito
al que habían derribado de su caballo en el puente
de Govérnolo... Debía haber sobrevivido después
de todo, llevaba la insignia papal y una de lilas
sobre el pecho, luchaba encarnizadamente entre los
últimos defensores, descubierto y claramente herido
en la cabeza, pues la sangre aun le corría por el
rostro. Contenía, temerario, las acometidas de
espada de un experimentado «doblesueldo», y sin
duda de un momento a otro acabaría sucumbiendo
bajo las alabardas de alguno de los españoles.
Barth recibió un empujón. Sus propios
hombres lo arrastraban, incluso a Melchior y su
caballo, pues los españoles y muchos italianos
920
LA HIJA DEL PAPA

atravesaban en oleadas el puente. Uno de los


capitanes italianos se abría paso por la fuerza
con evidentemente interés por atacar a los
defensores restantes, algo un tanto inusual para la
gentuza a la que había estado dirigiendo en los
últimos dos meses.
El caballo de Melchior coceó tras recibir un
fuerte empujón y amenazó con desbocarse. De
hecho, se enfureció, atropelló a varios españoles,
tropezó con los muertos y Melchior ya no pudo
controlarlo. Barth quiso tranquilizarlo, pero una vez
más se vio aprisionado entre la multitud, que se lo
llevó por delante.
En varias ocasiones tropezó con su propio
mandoble, hasta que finalmente logró volver a
ajustárselo a la espalda. Los últimos defensores que
permanecían con vida se daban por vencidos y se
retiraban. Los atacantes se precipitaron sobre ellos
y, una vez más, Barth acabó implicado.
Con gran esfuerzo logró apartarse y refugiarse
en un callejón, pero tampoco allí se encontraba solo.
Los imperiales campaban por todas partes y, quien
quiera que se interpusiera en su camino, acababa
muerto, sin importar si intentaba evitarlos o si les
ofrecía pan y sal.
Los gritos de los conquistadores se confundían
921
FREDERIK BERGER

con los chillidos de los que huían. Mujeres


empapadas en sangre yacían sobre las aceras, con
niños sobre ellas.
Barth intentó apartarse de la horda
enloquecida para dejar de experimentar lo que
estaba ocurriendo en el ardor de la conquista. Ya
había visto suficiente sangre.
Finalmente logró detenerse cuando los
soldados se separaron para comenzar a irrumpir
en las casas. Los agudos chillidos que surgieron
de los hogares no presagiaban nada bueno. El
peligro constante y la euforia triunfal se
intensificaron y transformaron en una furia
generalizada que clamaba sumisión y sangre, como
el propio Barth había podido experimentar en sus
propias carnes tras la conquista del borgo.
Horrorizado, se echó a un lado cuando un
bebé de pecho, aún en pañales, voló describiendo
un gran arco desde una ventana e impactó contra
el suelo de piedra. Barth quiso recogerlo, pero un
soldado pisoteó el fardo. Barth agarró al
insensible tipejo, un italiano, por lo que descubrió
de inmediato, y lo golpeó en la mandíbula. El
hombre chilló y quiso apuñalar a Barth entre las
costillas, pero eso no hizo sino empeorar la
situación para él. Tropezó, cayó y se levantó de
922
LA HIJA DEL PAPA

nuevo, dos de sus compañeros lo sujetaron y pronto


desaparecieron.
Barth se inclinó sobre el pequeño que lloraba
impotente, y no supo qué hacer con él, por lo que
finalmente optó por dejarlo ante la puerta de la casa
de la que lo habían arrojado. Del interior surgían
crecientes bramidos y el inhumano aullido de una
mujer...
Barth se marchó de inmediato, ya no quería
ver más, oír más, pero por supuesto eso era
imposible: cada vez más conquistadores avanzaban
bruscamente por las calles. Ante los muros se
habían reunido treinta o cuarenta mil soldados, sin
contar con el séquito. ¿Cuántos residentes le
tocaban a cada conquistador? ¿Dos o tres? ¿Y dónde
estaban los defensores? Todos los que debían
haber protegido los muros sur y este, las milicias...
Los cascos de unos caballos le hicieron
agudizar los oídos. Se volvió y descubrió al capitán
italiano que le había propinado un empujón en el
ponte Sisto. Rodeado de una tropa de hombres
fuertemente armados, atravesaba las avenidas sin
mostrar interés en el pillaje. Barth se apartó
refugiándose en la entrada de una casa y se topó
con algo blando. Asustado, dio un respingo: se
trataba de una joven, que le tendía una flor... No
923
FREDERIK BERGER

podía creerlo, una flor, no, un ramillete de lilas,


con sus fragantes capullos violeta. Instintivamente
aceptó el ramillete y contempló el rostro, semi
oculto por una mata de pelo largo y enredado, de
la muchacha, que le dedicaba una sonrisa
aterrorizada.
Tras ella, las cohortes españolas seguían
cruzando las calles como salvajes, atropellando a
numerosas personas que gritaban pidiendo
auxilio, incluidos niños llorosos.
Apenas hubo pasado el torbellino, Barth tomó
la mano de la muchacha, volvió a colocarle el
ramillete entre los dedos, le sonrió con impotencia
y ya no supo más: simplemente la dejó para seguir
al capitán italiano quien, a todas luces, perseguía
una meta concreta. De hecho, se encontraba frente
a un gran palazzo, en cuyo portal se recortaba el
estandarte en piedra de las lilas.
¡Otra vez las lilas! Debía preguntarle a Melchior a
qué familia pertenecía. El defensor del puente, el
joven delgado, también lucía aquel emblema...
El capitán desmontó y le abrieron la puerta.
Su tropa lo siguió con formalidad.
Barth intentó recordar la fachada y el camino
desde ponte Sisto y después se aventuró en un
estrecho callejón. Miró al cielo. Caía la noche. Solo
924
LA HIJA DEL PAPA

necesitaba una antorcha, y quizá debía conseguir


algo de botín antes de que no quedara nada. Abrió
la siguiente puerta y atravesó, espada en mano, un
oscuro vestíbulo que llevaba hasta un pequeño
patio vacío. Miró a su alrededor. No había nadie.
Con cuidado, ascendió por una escalera quebradiza
hasta la primera planta, exclamando:
—¡Una antorcha, una antorcha! Pero, ¿cómo
iban a entenderlo
los romanos? Miró a su alrededor.
De pronto, ante él se presentó un anciano que
sostenía una bolsa y decía algo de lo cual solo
entendió «soldi» y «denari».
Sin duda el anciano no podía estar solo en
aquella casa. Barth miró desconfiado en torno a él,
pero siguió sin ver a nadie. El romano quería a
todas luces pagar por su seguridad, por lo que
Barth aceptó la bolsa y, al oír el tintineo de las
monedas, entendió que sus suposiciones eran
acertadas. El hombre le daba las gracias y hacía
gestos suplicantes. Barth levantó la mano en
ademán tranquilizador. Sí, les dejaría en paz, solo
necesitaba una antorcha... Y entonces vio una que
colgaba de la pared.
Le pidió al anciano que la encendiera y,
entre algún tipo de salmodia suplicante y
925
FREDERIK BERGER

numerosas reverencias, el anciano obedeció.


Satisfecho de poder salir de ese agujero con
algo de dinero, Barth salió de nuevo a la calle y
siguió con pasos tranquilos a los soldados que se
dirigían hacia una plaza amplia y cuadrada. Tras
todo lo que había podido leer en los mapas,
debía tratarse de Campo de Fiori. Todavía resistían
un par de tenderetes vacíos, numerosos carteles de
albergues y algún que otro emblema. Cuando posó
la mirada sobre una casa con un hermoso balcón
cubierto de glicinias, oyó el estruendo procedente
de su interior.
De pronto, se abrió la puerta del balcón, los
vidrios se rompieron y una mujer, vestida de
forma aristocrática y con un peinado lujoso, aterrizó
de un empujón contra el balcón. No pudo ver de
quién se trataba bajo aquella tenue luz. Durante
un segundo, pensó: van a arrojar a aquella
maravillosa mujer por encima de la barandilla. Pero
no, se limitaron a apretar su cuerpo contra la
piedra, a sujetarla, a levantarle el vestido y
desnudarla. El griterío que se levantó presagiaba lo
que ocurriría. Uno de los atacantes alzó la espada
en el aire y se manoseó la bragueta...
Barth se volvió, pero no supo a dónde dirigir la
vista, pues por todas partes reinaba aquella turba
926
LA HIJA DEL PAPA

inhumana. Se sentó en un banco de piedra y se dio


cuenta, de pronto, de lo cansado, sediento y
hambriento que estaba. Había una tasca justo
detrás de él, junto a la casa en cuyo balcón estaban
maltratando a la mujer. Tenía la cabeza cubierta
por el vestido y ya no gritaba. Quizá le hubieran
cortado el cuello y se contara ya entre los
restantes cadáveres. Barth entró en la posada con su
antorcha y vio a un grupo de españoles
propinándose pequeños golpes y amenazando al
tabernero con un cuchillo. Sostenían el filo en uno
de los orificios de su nariz mientras le gritaban
algo. Otros bebían ya y tenían muslos de pollo en la
mano. Barth se limitó a quitarle de los dedos un
pedazo de carne a esos pequeños demonios de pelo
moreno y, aunque el español protestó, también se
llevó la jarra de vino de otro, le golpeó a un
tercero en el estómago y volvió a salir a la calle.
Cuando volvió a mirar hacia el balcón, la mujer
había desaparecido. Se sentó en el suelo, mordió el
tierno pollo, bebió un trago de vino y sintió que un
indecible bienestar lo recorría. Bebió otro trago,
masticó la celestialmente grasa carne y, por fin, halló
paz para reflexionar durante unos segundos.
Roma estaba conquistada, ya no había ninguna
duda. Y ellos, los soldados del emperador,
927
FREDERIK BERGER

podían tomar de su propia mano lo que


consideraran adecuado como salario, en forma de
pollo y carne de cerdo, de vino dulce y prietos
muslos de mujer, de piedras preciosas y
relucientes ducados, tantos como fueran capaces
de transportar hasta sus casas. Su botín
compensaría y suavizaría los pesares y peligros
sufridos durante la guerra. Eso era todo. Ya no
tenían por qué seguir sirviendo a aquel emperador
avaro y mentiroso que vivía en la lejana España.
Probablemente pronto tendrían que partir hacia
el norte y hacer frente a los ejércitos de la Liga,
en caso de que se dignaran a luchar. También
acabarían con esa panda de cobardes indecisos...
Podría abrir entonces un taller en su casa junto al
Ammersee o en algún otro lugar, quizá en
Ausburgo, comprarse una casa, buscar una mujer,
traer niños al mundo a los que contarles, en las
tranquilas tardes de invierno, mientras el fuego
ardiera cálidamente en la chimenea, una aventura
romana...
Sí, entonces podría olvidar a Anna.
La jarra de vino estaba vacía, se había comido
el pollo hasta los huesos y su estómago se lo
agradecía. La turba se agitaba cada vez más a su
alrededor. Su mirada recayó de nuevo sobre el
928
LA HIJA DEL PAPA

balcón de las glicinias... En ese momento, salió


corriendo del edificio una muchacha, acompañada de
un joven cubierto de sangre y, tras ellos, un
sinnúmero de españoles, uno de ellos con un
arcabuz que apuntaba hacia la pareja de huidos.
Sonó el disparo, pero no acertó a nadie.
Cuando Barth miró a la pareja, reconoció que
el chico era el mismo con el que ya había
combatido, que intentaría sin duda salvar a su
esposa, su hermana o su amante... ¡Sí, era el atacante
de Govérnolo! El joven al que el cañonazo había
tirado del caballo y al que il Diavolo había salvado.
¡Qué coincidencia!
Llamó a los dos y les hizo señas. El joven
se dio la vuelta, con la mujer aún de la mano...
Barth les deseó suerte huyendo de los españoles
o los lansquenetes y hubiera preferido tener alguna
pechuga de pollo que devorar.

929
FREDERIK BERGER

Capítulo 83

Roma, Campo de Fiori – Rione di Ponte –


castillo de Sant’Angelo – 6 de mayo de 1527

Ranuccio Farnese, ayudado por un par de


hombres de las familias nobles de Rione di Ponte
y Campo Marzo, además de sus propios
subordinados, había intentado defender ponte
Sisto. Por supuesto entendió en seguida que
aquella defensa sería inútil, sin embargo, no quería
rendir la ciudad sin luchar. Cuando una estocada
fallida le rozó la cabeza, sintió un intenso dolor,
pero siguió luchando sin poder pensar en otra
cosa. Logró replegarse con el par de hombres que
le quedaban hasta la via Giulia; Savelli había caído,
Tebaldi... De pronto, reconoció a su hermano
entre los atacantes.
Dio un paso atrás, junto a él Vallati cayó al
suelo con un grito desgarrador, Ranuccio
bloqueó un golpe, luego otro, siguió reculando,
amenazó con tropezar... De pronto, se dio cuenta de
que estaba corriendo. Huía. Por última vez quiso
hacerles frente a los imperiales, vio el cañón de un
930
LA HIJA DEL PAPA

arcabuz dirigido contra él, saltó hacia el portal de


una casa y el disparo pasó a su lado.
Entonces, abandonó la lucha. Se dirigió a toda
prisa a la puerta trasera del palazzo: todo estaba
atrancado y cerrado a cal y canto. Gritó, nadie le
abrió. Siguió corriendo en cuanto reparó en
Virginia, en que debía encontrarse en Campo de
Fiori, hasta donde los conquistadores,
probablemente, todavía no habrían llegado. De
hecho, encontró a una Maddalena muy serena y
una Virginia que tiritaba de pánico. Él quiso
llevarse de allí a las dos, a Bianca y a todos los
demás de la casa, muy lejos, quizá hacia el este
o al castillo de Sant’Angelo, o al palacio de algún
partidario manifiesto del emperador.
Maddalena se negó a abandonar la casa. Para
cuando convenció al menos a Virginia de que huyera
con él, ya era demasiado tarde.
Rápidamente los dos se escondieron en un
armario de la entrada, mientras Maddalena
ascendía apresuradamente al piso de arriba y los
soldados la seguían.
Aquellos momentos de pánico les cortaron la
respiración. Ranuccio tuvo que taparle la boca a
Virginia cuando oyeron los primeros gritos, los de
Bianca...
931
FREDERIK BERGER

Permanecieron unos instantes en el oscuro


armario mientras la casa se convertía en un infierno.
Cuando tuvo la impresión de que todos los
allanadores habían subido al piso de arriba, empujó
la puerta, salió de un salto y tiró de Virginia para
que lo siguiera. No había nadie en la entrada, por
lo que corrieron por el Campo en dirección a la via
Papale. Oyó como un lansquenete le gritaba algo y
se volvió. El hombre estaba agachado, comiendo
sobre un banco de piedra, y lo saludaba como si
fuera un viejo conocido...
Siguieron corriendo sin mayor molestia,
puesto que los conquistadores, en su mayoría, se
encontraban ya muy ocupados. Las puertas estaban
rotas y tenían que avanzar saltando sobre
cadáveres. Tras unos instantes no vieron más que
huidos, algunos de ellos muy cargados, personas
aguardando ante los grandes palacios, suplicando
alojamiento, con joyas en las manos y bolsas de oro
sujetas.
Finalmente pudieron tomar aliento en una
plazoleta en las cercanías del palazzo Medici.
Virginia se echó a llorar mientras le examinaba la
herida de la cabeza, que aún supuraba sangre.
Ella se arrancó la manga del brazo para hacerle
un vendaje de emergencia.
932
LA HIJA DEL PAPA

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó él, sin


aliento.
Virginia intentó decir algo, pero no logró más
que pronunciar ruidos inarticulados.
—O huimos de Roma, en el caso de que aún
se pueda por alguna parte, o nos dirigimos a toda
prisa al castillo de Sant’Angelo. Probablemente allí
esté mi padre, con el Papa. Quizá consigamos
entrar. Allí estaríamos seguros, al menos al
principio.
Virginia siguió sin poder hablar. Ranuccio
esperó unos instantes hasta que la siguiente oleada
de huidos, que los había rodeado de forma
repentina, se hubo marchado. Se levantó, ayudó a
Virginia a hacer lo mismo, la cogió fuertemente de
la mano y, juntos, iniciaron sigilosamente su
camino por la via Papale aprovechando la
protección de las paredes. En la oscuridad, el
palazzo Medici constituía una oscura masa, pues
ninguna luz relucía en la entrada o las ventanas.
Ranuccio carecía de plan, desconocía dónde
estarían más seguros, a dónde tendría sentido huir.
Habían continuado caminando, sin planteárselo,
en dirección al ponte Sant’Angelo, y de repente
se encontraban ante la banca de los Fugger.
Aunque el edificio estaba cerrado, en su interior
933
FREDERIK BERGER

había luces, y por los balcones se apreciaban a un


buen número de hombres, algunos incluso
armados.
Quizá al menos Virginia pudiera encontrar
refugio allí. Después él podría intentar abrirse
camino hasta el castillo... Ranuccio gritó, pidió
alojamiento para Virginia, como nadie reaccionaba
dio su nombre y el nombre de su padre, presentó
a Virginia como su esposa. Finalmente, le
respondieron desde arriba que al parecer no había
ningún inconveniente y le dijeron que aguardara
un momento a que le abrieran una puerta lateral.
—¡No me dejes! —le suplicó Virginia—. No
me dejes de nuevo, estoy muerta de miedo.
Ella se aferró a él.
En ese instante, Ranuccio vio al poderoso
lansquenete que lo había saludado en Campo de
Fiori aproximarse a él. Ranuccio extrajo de
inmediato la espada. También el alemán llevaba
una espada de la mano, pero no parecía tener
demasiadas ganas de pelear, solo curiosidad. Le
dedicó un gesto de advertencia, Ranuccio se dio
la vuelta un instante y vio a tres españoles que
se lanzaban sobre él desde el otro lado de la calle,
dos de ellos con las alabardas en ristre y el tercero
portando una espada. Virginia gritó, desde el
934
LA HIJA DEL PAPA

balcón alguien exclamó algo parecido a «entrada»


y también el lansquenete le dijo algo a los españoles,
quienes no dieron muestra alguna de entenderlo. Al
parecer, pretendían rodearlo. Él les hizo señas
como tratando de indicar «ese es mi botín», o
«dejádmelos a mí». Los españoles le respondieron
dedicándole algunos gestos obscenos.
Entonces, todo ocurrió muy deprisa.
Ranuccio tiró de Virginia hacia el portal, los
españoles se abalanzaron sobre ellos, el
lansquenete extrajo su inmenso mandoble de la
espalda, saltó hacia adelante y golpeó con fuerza
inaudita a la primera y, después, a la segunda
alabarda, haciendo que el mango de la primera
estallara en pedazos y la segunda saliera volando
describiendo un amplio arco. El tercer español
quiso golpear con su espada en la cabeza del alemán,
pero, en esta ocasión, Ranuccio se interpuso, lo
interceptó, lo golpeó en un costado e intentó
derribarlo. El filo tintineó mientras el lansquenete
volvía a agitar el mandoble con las dos manos.
Los dos españoles corrieron y el tercero reculó,
para terminar huyendo igualmente. Ranuccio volvió
la vista buscando a Virginia, justo antes de
comprobar cómo el portal se cerraba tras ella.
Estaba a salvo.
935
FREDERIK BERGER

Y él estaba frente al inmenso alemán. El


hombre se reía. Ranuccio no podía creer lo que
acababa de pasar. Aquel extraño, que junto a sus
compañeros lansquenetes había traído la muerte,
el pillaje y la desolación a Roma, se reía, y no con
ánimo triunfal o irónico, no, sino de una manera
amistosa e informal, casi como de viejos camaradas,
mientras decía algo que sonaba como
«Kanone» y «Govérnolo». Al menos Ranuccio
creyó entender esas palabras. Entonces, el
alemán se señaló y dijo:
—Barth.
Ranuccio, absolutamente perplejo, repitió el
gesto y concluyó:
—Ranuccio Farnese.
Aquel Barth incluso le tendió aquella zarpa
que tenía por mano a modo de saludo y, bajo la
tenue luz que arrojaban las ventanas iluminadas
del banco, Ranuccio vislumbró una cicatriz en
forma de cruz sobre su frente. Barth señaló el
vendaje sanguinolento sobre la cabeza del joven,
torció la boca y agitó la cabeza como si quisiera
decir: «¿qué tal va eso?». Ranuccio agitó la mano
como si no tuviera importancia y Barth volvió a
reír, cerró el puño y alzó el pulgar hacia arriba
con un gesto amistoso que tanto podría
936
LA HIJA DEL PAPA

significar «victoria» como «qué tipo más duro».


En ese momento, Virginia apareció por el
balcón y, tras ella, un hombre vestido de terciopelo
oscuro. Ranuccio apenas podía distinguir el rostro
de Virginia, por lo que no sabría reconocer si
lloraba o se sentía aliviada...
—¿Es ese un lansquenete? — preguntó el
hombre en italiano con un fuerte acento.
—¡Pregúntaselo tú mismo! — exclamó
Ranuccio.
—Lo haré. Por lo demás soy el factor de la
banca de los Fugger, aquí en Roma, conozco a tu
padre y también a su santidad. En caso de que
llegues hasta ellos con vida, salúdalos de mi
parte, Engelhard Schauer, e infórmales de que
hemos salvado a tu esposa.
El hombre entonces empezó a hablar en
alemán. El lansquenete miró hacia arriba, atónito,
asintió y, cuando le preguntó algo, contestó:
—Melchior von Frundsberg.
El factor dio la impresión de encomendarle
una tarea o darle una noticia, pues en cualquier
caso el alemán asintió dando su conformidad y,
finalmente, dijo su nombre:
—Bartholomäus Krux.
En esa ocasión fue Ranuccio quien rio. El
937
FREDERIK BERGER

hombre se llamaba Crux, cruz en latín. Señaló la


cicatriz en la frente del alemán y este rio también
y asintió.
El factor desapareció del balcón mientras
Virginia permanecía. Barth miró hacia arriba, a la
joven.
Virginia lo saludó, a su Ranuccio, con gesto
temeroso, perdido.
De nuevo se aproximaron gritos masculinos.
Mientras Barth se volvía, manifiestamente
indeciso sobre lo que hacer, Ranuccio le dedicó
a Virginia un gesto de despedida y salió corriendo
por entre las sombras de las casas para alcanzar
el ponte Sant’Angelo lo más inadvertidamente
posible. Barth no tardó en desaparecer de su campo
de visión.
Llegado a la plaza de San Celso, se detuvo
a aguardar en la oscuridad, mirando a los lados. En
la otra ribera del Tíber, en el borgo, vio arder
numerosas casas y escuchó sonoros gritos:
evidentemente seguían produciéndose saqueos. En
cualquier caso, los imperiales debían haberse
mantenido algo apartados de la zona, pues los
cañones del castillo no solo alcanzaban el puente
de Sant’Angelo, sino también el paso a los borghi
Santo Spirito y Santo Vecchio. Sobre el propio
938
LA HIJA DEL PAPA

puente yacían incontables cadáveres, y cerca de


la porta di Nona se agazapaban figuras oscuras.
Fueran quienes fueran, él no podía permitirse
esperar hasta que los invasores hubieran tomado
la ciudad entera, por lo que salió corriendo.
Poco antes de alcanzar la protección de las
dos capillas a la entrada del puente, resonó un
disparo en la noche. Él corrió por el puente
gritando:
—¡Dejadme entrar! Soy Ranuccio Farnese,
¡el capitano Farnese!
El rastrillo siguió cerrado, y él se agarró a las
verjas, mirando a su alrededor: las sombras
surgían de detrás de la capilla de María
Maddalena. Un nuevo disparo silbó junto a él en la
pared, haciendo saltar esquirlas de piedra.
Lentamente, la verja crujió y se alzó un poco; él se
arrojó al suelo, se arrastró por debajo de ella y,
una vez cruzado, alguien lo agarró, tiraron de él por
el pasillo y sostuvieron una antorcha ante su rostro.
—Es él —dijo un guardia—. Lo conozco.
—¡Llevadme ante el Santo Padre y el cardenal
Farnese!
Poco después, su padre lo estrechaba entre
sus brazos. Ambos sollozaron sin freno de alegría
desesperada.
939
FREDERIK BERGER

940
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 84

Roma, Campo de Fiori – 6 de mayo de 1527

Barth permaneció unos instantes ante la banca


de Fugger, incluso cuando un grupo de
lansquenetes, manifiestamente borrachos, pasaron
trotando frente a él, se colaron en la iglesia más
cercana y no tardaron en aparecer con cálices y
relucientes custodias. Fueron apareciendo cada vez
más grupos de soldados, con velas y antorchas
en las manos, algunos con espadas ensangrentadas,
otros agitando jarras de vino. La mayoría le
ofreció un trago, que él aceptó con alegría.
No sabía bien qué debía hacer. Algo lo
retenía frente a la banca. Quizá fuera esa
muchacha que, de alguna forma, le recordaba a
Anna. Quizá un poco, aunque menos, también a
Afra quien, en el campamento de invierno, le
había calentado la cama un par de noches hasta que,
al atravesar los Apeninos, había enfermado, se
había ido demorando y finalmente una tarde había
sido incapaz de encontrarla en el séquito.
Indeciso, miró hacia un grupo de
941
FREDERIK BERGER

lansquenetes. ¿Por qué había ayudado realmente a


ese Ranuccio Farnese con los españoles? Seguía
siendo su enemigo. Sin embargo, le resultaba
difícil considerarlo como tal y, en realidad, ni
siquiera era la forma correcta de denominarlo. Él,
Barth, era un soldado, luchaba por dinero, por lo
que los enemigos de ayer podían rápidamente
convertirse en los aliados de mañana. Además, el
Señor del cielo debía tener algo pensado, pues se
empeñaba en reunirlos una y otra vez. Por lo
demás, no le interesaba particularmente que
Ranuccio Farnese muriera. De alguna forma, todo
debía tener sentido, incluso cuando su sencilla
mente de lansquenete no pudiera atar cabos.
Mientras Barth reflexionaba sobre si debía
unirse a una tropa de lansquenetes o disponerse a
buscar a su capitán, resonaron en la lejanía las
fanfarrias que llamaban a asamblea. De pronto cayó
en la cuenta de que los alemanes debían acudir a
Campo de Fiori y los españoles a la piazza
Navona. Quizá quedara aún algún foco de
resistencia, o los ejércitos de la Liga se aproximaran
a Roma, de tal forma que al día siguiente tuvieran
que volver a luchar.
Barth lanzó un último vistazo hacia el balcón,
en el que ya no se veía a nadie, y tomó de nuevo
942
LA HIJA DEL PAPA

el camino, con su antorcha en la mano, por el que


había seguido al tal Ranuccio y a su mujer. Por
todas partes yacían cadáveres de todas las edades,
algunos de ellos muy maltrechos. Dio finalmente
alcance a algunos lansquenetes, y pronto se
encontraron en el Campo, donde cumplieron la
orden de formar por compañías. Reinaba una
gran confusión, pues muchos de los soldados se
habían dejado la pica olvidada en algún lugar,
algunos incluso ya en el puente, y querían ir a
buscarla. Otros enviaron a los muchachos del
séquito, quienes habían llegado al Gianicolo
esperando los saqueos de los cuarteles generales.
Tras unos instantes, los hombres de la compañía
de Melchior volvieron a reunirse. Barth recibió el
encargo de contarlos a todos para poder dar
parte de los muertos o desaparecidos. Un buen
número de ellos había caído durante el ataque al
borgo, pero en cualquier caso las pérdidas se
encontraban bajo control.
Bemelburg quien, como Melchior,
Schertlin y otros capitanes, recorria la zona
arriba y abajo con su caballo, quiso hablarle a
los soldados, pero el estruendo reinante ahogó
su voz. Además de los distritos vecinos
llegaban estremecedores gritos y aullidos,
mientras violentas llamas azotaban el cielo. Barth,
943
FREDERIK BERGER

que observaba atentamente a su alrededor, constató


cómo algunos soldados llegaban apresuradamente
de las calles laterales y le gritaban algo a sus
compañeros que, aunque no pudo entender, le
originó una gran inquietud.
Melchior se presentó ante aquellos hombres
y les preguntó algo, les increpó y ya no pudo poner
coto al creciente malestar. Agitado, dio la vuelta
al galope, habló con otros capitanes. Finalmente
descubrió a Barth y le indicó que se acercara:
—Va a ser difícil mantener la disciplina; los
españoles...
Una llamada de Bemelburg lo interrumpió,
acudió galopando hacia él y regresó de inmediato,
incómodo y molesto.
Finalmente, Barth fue capaz de confiarle lo
que el factor de los Fugger le había encargado.
Melchior reflexionó brevemente y un cierto
resplandor iluminó su rostro. De nuevo se
dirigió a los demás capitanes, habló con ellos,
señaló a Barth y les explicó que debían proteger
la banca de los Fugger del saqueo.
—Para empezar, allí viven nuestros
compatriotas; en segundo lugar, nos pueden ser de
utilidad, teniendo en cuenta que poseen numerosos
bienes y amplias sumas de dinero en la patria.
944
LA HIJA DEL PAPA

Melchior observó interrogante a Barth.


—¿Lo entiendes?
—Por supuesto que lo entiendo.
—¿Podemos confiar en ti? Deberás dirigir
la guardia. Te nombro oficialmente teniente. Busca
a cien buenos hombres, eso debería bastar, y haz
que queden apostados en torno a la banca y la vigilen
bien. Hablaré con los españoles e italianos para que
os dejen en paz.
Bemelburg se inclinó sobre Melchior y le
susurró algo al oído.
—Sí, por supuesto... — pensativo, se tiró de
la barba—. Los demás saquean y vosotros montáis
guardia... Eso no funcionará. Será necesario
establecer equipos que vayan relevándose. Sin
embargo, no lograremos reunirlos hasta mañana. El
castillo de Sant’Angelo aún no ha caído, y los
ejércitos de la Liga podrían aparecer en cualquier
momento.
Bemelburg volvió a hacerle señas a
Melchior. Barth esperó mientras los capitanes
hablaban de nuevo. El ser teniente suponía una
gran responsabilidad, además de veinte florines
de salario mensual, más de el doble de lo que
cobraba c o mo doppelsöldner. Sin embargo, hasta el
momento no había visto ni una pieza de oro. Roma
945
FREDERIK BERGER

entera era su botín y su sueldo. ¿Y ahora debía


montar guardia y enfrentarse a sus propios
compañeros mientras los demás saqueaban la
ciudad con total impunidad? Aquello, tal y como ya
habían sospechado Bemelburg y Melchior, no era
ni previsible ni realizable.
Barth miró a su alrededor. También él
aguardaba con impaciencia la llegada de la noche.
Las compañías comenzaron a disolverse. Las
conversaciones internas no trataban precisamente de
la impunidad ni de la calma, como Barth finalmente
logró averiguar: los españoles todavía no se habían
reunido, las órdenes les importaban un carajo y
habían comenzado a saquear sistemáticamente todo
lo que veían. Incluso el séquito se les había unido
en el pillaje, así como los bandidos italianos que
los seguían como moscas y animales carroñeros.
—Estableceremos nuestro campamento aquí,
en el campo hay tabernas alemanas cuyos
trabajadores nos pueden servir de intérpretes —
gritó Melchior a la multitud.
El estruendo, los furiosos bramidos y aullidos
de los soldados sofocaron sus palabras, las
formaciones se rompieron finalmente, los hombres
salieron corriendo, la mayoría en grupos, pues
querían emular a españoles e italianos y no
946
LA HIJA DEL PAPA

dejarse arrebatar de las manos los cuantiosos


ducados, las brillantes piedras preciosas y las
mujeres más carnosas.
Melchior se vio arrastrado, aun cuando
permanecía sobre el caballo.
—¡Mañana temprano frente a la banca! —gritó
a Barth.
Entonces el bávaro echó a correr.
También él deseaba su parte del pastel.
Conseguir lo que aún quedara de botín. Celebrar la
victoria.
Se unió a un grueso grupo de doblesueldos
de su compañía y, al ser el más fuerte y grande de
todos ellos, y puesto que llevaba un hacha colgada
del cinturón, recibió el cometido de destrozar las
puertas de las casas.
La madera estallaba, los hombres bramaban
más alto con cada golpe y, en el interior, se oían
los gritos de angustia que no hacían sino espolearlos
más...

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FREDERIK BERGER

Capítulo 85

Roma, palazzo Massimo – 7 de mayo de 1527

Cuando Barth intentó abrir los ojos, un rayo


de sol le cosquilleaba en la nariz. No sabía dónde
estaba, le retumbaba la cabeza y le dolía hasta la
última fibra de su cuerpo. Perdió la consciencia
durante unos instantes, incluso soñó, pero soñó con la
guerra y, después, consigo mismo y los demás
orinando sobre los altares, lanzándose cálices los
unos a los otros, reventando custodias, abriendo
sacristías, echándose encima ropas sacramentales,
probándose mitras y encontrando ducados y
ducados, llevados por la gente con la aparente fe de
que allí se encontrarían seguros. Algunos se
encontraban ocultos hasta en el altar, en el
tabernáculo que arrancaron porque estaba hecho de
oro y decorado con piedras preciosas. Había
ducados incluso en los sarcófagos, a los pies del
esqueleto de algún santo, tras las prietas piedras.
Cuando ya no pudieron sacar nada más de la
iglesia, irrumpieron en la siguiente casa,
derribaron todo lo que se movía, echaron paredes
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LA HIJA DEL PAPA

abajo, vaciaron bodegas... Y entre tanto, el vino


resbalaba ininterrumpidamente por las gargantas.
En realidad, Barth no soñaba, sino que más
bien intentaba recordar lo que había ocurrido la
noche anterior. Estaba tendido sobre uno de los
bancos de piedra que rodeaban los incontables
palazzi de la ciudad. Sobre él se elevaban rejas de
hierro ennegrecidas, tras las cuales se sucedían
ventanas de las que surgían sollozos y aullidos.
Agarró el cinturón para comprobar si su hacha y su
espada corta seguían allí. Sí, la espada pendía a un
lado y el hacha se apretaba contra su cuerpo. ¿Y
el mandoble? Se irguió, pero de inmediato se dejó
caer de nuevo. La cabeza parecía a punto de
estallarle. Su espada de combate había
desaparecido, al igual que su coraza. Se apretó
contra el banco. Al menos su cabeza reposaba
sobre algo blando: sí, ahora lo recordaba, debía
haberla recostado sobre los sacos de ducados
conquistados.
Conquistados, esa era la palabra adecuada. El
pillaje de oro y gemas se extendía por doquier,
menos entre los doppelsöldner de su compañía que
entre otros lansquenetes, y desde luego mucho
menos que entre los españoles.
A pesar del dolor, se sentó. Su saco de
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FREDERIK BERGER

monedas parecía haberse diluido. Ya no era un


saco, sino un paño empapado de sangre... ¡Su botín
había desaparecido! ¡Lo habían robado! ¡Le habían
saqueado!
Barth maldijo a Dios y su cráneo le respondió
martilleándole la frente y las sienes. Sintió unas
tremendas arcadas y se puso a vomitar entre las
piernas. Cuando terminó, alzó de nuevo la
cabeza. Tras él se alzaba el poderoso palazzo;
ante él, sobre las calles y plazas, incontables
cadáveres de los que ya se alimentaban los perros...
Las ratas acechaban. Quizá no todos los que
estaban por allí tendidos estaban muertos, quizá
los que parecían lansquenetes, al igual que él mismo,
solo estaban durmiendo la borrachera.
Esos buitres españoles le habían robado el
botín: ¿quién si no? Los brillantes y hermosos
ducados que el señor de aquel palazzo les había
tenido que rendir. Domenico Massimo se llamaba,
como Barth recordó de pronto, y tenía hijos
orgullosos, una esposa distinguida e hijas hermosas.
Ya amanecía cuando habían entrado en el
palazzo. Se había producido una auténtica batalla,
pues e l signor Massimo había apostado
defensores armados, y sus hijos tampoco se
habían rendido con facilidad. Muchos de los
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LA HIJA DEL PAPA

lansquenetes acabaron heridos o muertos,


probablemente debido a que el vino había vuelto
inseguros sus movimientos. Sin embargo, el
alcohol y la resistencia hallada hicieron
desaparecer todas sus inhibiciones y miedos...
Hasta que el último hijo del signore
Massimo no acabó aniquilado, el propietario de
aquella suntuosa mansión no se decidió a entregar
su tesoro. Se componía de cincuenta mil ducados,
descontando las joyas... Además de las hermosas
hijas del signore. El castigo del padre fue
contemplarlo todo. Al final las dejaron con vida,
incluso a la mujer. ¿También a ella...? Ya no lo
sabía, probablemente no, pues había muslos más
duros y culos más prietos en aquella casa. Sí, de
ahí los quejidos y lamentos. Sin embargo, esa
clase de diversiones iban implícitas en las vetustas
exigencias de guerra...
Barth vomitó de nuevo.
La «diversión» se había desatado, se habían
convertido en animales, en bestias borrachas,
repugnantes, descontroladas...
Las dolorosas náuseas le obligaron a escupir
hasta los últimos retazos de amarga bilis.
Cuando finalmente pudo respirar con
normalidad, se tanteó el cuerpo y descubrió que por
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FREDERIK BERGER

fortuna aún conservaba la taleguilla con el rizo de


Anna. También la cruz de oro que había caído a sus
pies junto al castillo de Sant’Angelo. La observó
entonces con más atención y descubrió en el
reverso las iniciales A.F., así como una fecha, 20-
XI-1493, bajo la cual estaba gravada la inscripción
«donata G.F.».
Era lo único que le quedaba de botín.
Una oleada de ira lo recorrió, ira contra los
ladrones, deseo de venganza, furia contra sí mismo
por haberse emborrachado de forma tan
inconsciente.
Intentó tranquilizarse, pues apenas habían
empezado a arañar las riquezas de Roma. Si los
ejércitos de la Liga no aparecían, el saqueo se
prolongaría, sin duda, durante días.
Antes del ataque al palazzo Massimo habían
acabado en una taberna, y su apetito había vuelto
a manifestarse con ansia leonina, hasta atiborrarse de
comida. El tabernero no hacía más que aclamar
ininterrumpidamente al emperador al grito de
«¡imperatore! ¡imperatore!» y «lanziquenecchi
amici», realizaba reverencias y traía un plato tras
otro, les ofrecía vino a raudales e incluso a su
camarera. Sin embargo, la muchacha estaba
cubierta de ceniza y apestaba a pescado. Para
952
LA HIJA DEL PAPA

terminar, el tabernero incluso les rindió su pobre


riqueza en ducados. Ya iban a propinarle unas
cuantas bofetadas por lo ridículo de aquella suma,
cuando las casas vecinas comenzaron a arder y los
primeros invasores penetraron en el gran palazzo
del signor Massimo.
Entonces habían empezado la lucha y el
esfuerzo.
Como compensación, tenían la riqueza del
botín y a las hijas de postre.
En realidad, se avergonzaba de haber
golpeado hasta dejar medio muertas a aquellas
jóvenes de grandes y aterrorizados ojos y pechos
turgentes. Cuando sus compañeros se habían
abalanzado sobre ellas, simplemente no había
podido quedarse mirando. Había sido superior a
él. Ellos le habían incitado, riéndose de él,
preguntándole que si no se le levantaba. Al final,
había cogido a la más joven de las hijas de
Massimo, apenas una niña... Ella se resistió, lo que
no le hizo ningún bien.
No quería pensar más en ello.
Si Anna aún hubiera vivido, probablemente se
había zafado y se habría dedicado a buscar joyas
por la casa, que con toda seguridad el signor
Massimo habría escondido por cada rincón de la
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FREDERIK BERGER

mansión. Entre tanto, habían prendido un par de


habitaciones. En ellas ardieron cosas muy bonitas,
papel pintado y óleos retratando a orgullosos
nobles vestidos con armaduras. De alguna forma
recordó que habían estado pinchando al signore
con sus puñales para que revelara donde escondía
más ducados...
En un momento dado, Barth había subido
hasta el tejado para poder recuperar el aire y, desde
allí, había contemplado el sol teñido de un rojo
sangriento, velado aún por las nubes de la
venganza: la ciudad ardía en muchos focos, de los
que surgían gritos estridentes, bramidos animales,
sollozos y gemidos, aullidos y autoflagelaciones, y
entre medias, ladridos y relinchos... Probablemente
los animales ardían dentro de sus propios
establos...
Entró de nuevo, tambaleándose, en el palazzo;
debía seguir bebiendo para aguantar todo aquello.
Salió a la calle, inestable aún, sí, así debía haber
sido, se había tumbado sobre un banco, recostado
la cabeza sobre los ducados y perdido la
consciencia.
¿No debía ahora dirigirse hacia la banca de los
Fugger, tal y como le había ordenado Melchior?
¿Actuar como un teniente de veinte florines al mes, al
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LA HIJA DEL PAPA

mando de una tropa? Pero, ¿cómo iba a reunir a


una tropa tras una noche como esa?
¿Y si ya habían allanado el edificio? Sin
duda habría allí dinero a espuertas. Y además,
aquella joven... ¿Habría sufrido lo mismo que las
aristocráticas hijas del
signor Massimo?
Gemebundo y entre espantosos dolores se
levantó y tomó indeciso la dirección por la que
suponía se encontraría la banca de los Fugger.
¿Y si ya había ardido y la joven esposa del
valiente Ranuccio Farnese había caído en manos de
los soldados?... Barth no pudo evitar pensar en
su Anna. El granjero la había arrastrado por la
fuerza hasta el heno y, tras esto, ella había
acabado en el agua...
«Oh, Dios». Rezó, confesó sus culpas,
imploró perdón. No podía haber sido todo en
vano...

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FREDERIK BERGER

Capítulo 86

Capodimonte – mayo de 1527

Lo hecho, hecho estaba. Constanza sabía que


ya no había vuelta atrás, tampoco la quería, es
más, rezaba porque las noches se detuvieran, que
prolongaran aquella embriaguez de amor, aquella
felicidad al lado de un hombre al que había adorado
desde el día de la possesso del papa León, del
que se había enamorado aunque apenas lo conocía,
con el que había soñado incluso estando
satisfecha con su matrimonio, aunque no hubiera
desatendido a Bosio y hubiera cuidado con
esmero de sus hijos, aunque su esposo no la
insultara, ni la gritara ni mucho menos le pegara
sino, por el contrario, cediera en la mayor parte de
los casos cuando discutían...
Francesco María, el duque de Urbino, había
aparecido de forma absolutamente inesperada frente
a sus puertas en Capodimonte.
La felicidad apenas le permitía respirar y no
había podido evitar enrojecer mientras, junto con
su madre, lo saludaba, agasajaba y preguntaba
956
LA HIJA DEL PAPA

con precaución qué deseaba.


Los ejércitos de la Liga se encontraban
todavía en el norte, por lo que les dijo, y era
menester avanzar con cuidado, pues los
imperiales eran poderosos, unos veinte o treinta
mil lobos hambrientos que podían sentirse
arrinconados, lo que los volvería particularmente
peligrosos.
—Además, hay mucho que hacer de camino
a Roma. Debo asegurar la retirada, liberar algunas
ciudades, conquistar otras...
—Pero... —le interrumpió la madre,
preocupada—. Los imperiales han caído sobre
Roma...
Francesco María se encogió de hombros.
—El papa Clemente...
La madre no concluyó la frase, pues
Francesco María achinó sus oscuros ojos y apretó
los labios.
—Sí, ahora un Medici suplica la ayuda del
duque de Urbino, después de que otro Medici lo
combatiera y exiliara durante años.
Constanza no podía concentrarse en sus
palabras, pues tenía la boca seca, los labios le
temblaban y los escalofríos le recorrían el cuerpo.
—Estoy aquí —añadió Francesco María
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FREDERIK BERGER

recuperando la objetividad—, porque quiero


explorar personalmente el territorio y buscar un
cuartel general. Vuestros castillos en isola
Farnese y en Viterbo nos han ofrecido su
colaboración, por lo que os pido licencia para
establecerme allí con mis tropas. Sabéis, piadosa
Silvia, que el cardenal y yo hemos sido amigos
desde mucho tiempo atrás, en que le vendí Caprarola
por un precio muy asequible. Naturalmente os
pagaría...
—Estimado duque, sin duda hablo en nombre
del cardenal cuando digo que nuestra casa es vuestra
casa y que la hospitalidad, para nosotros, es
sagrada. Naturalmente, e igualmente como
mediadora del cardenal, renuncio a cualquier tipo
de compensación económica, si bien nuestro único
deseo sería que se produjeran los menores
daños posibles... ¿O qué opinas tú, Constanza,
como hija del cardenal...?
La joven enrojeció de nuevo hasta la raíz del
pelo, como una adolescente atontada, y tartamudeó:
—¡Naturalmente!
Ella misma era incapaz de comprenderlo.
Una mujer adulta, madre de seis hijos, casada
desde hacía diez años, no solo enrojecía, sino que
le temblaban las piernas y ciertas partes
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LA HIJA DEL PAPA

innombrables de su anatomía vibraban dulcemente


con solo mirar a aquel jinete de cabello oscuro
sentado orgulloso a su lado, a la profunda tristeza de
sus ojos; sí, Francesco María ocultaba un secreto, una
carga, un dolor punzante.
A la mañana siguiente, marchó con la salida del
sol.
Cada vez se filtraban más mensajes sobre el
ataque a Roma. La ciudad había caído a pesar de
la muerte del Borbón, únicamente el castillo de
Sant’Angelo resistía, con el Papa en su interior,
rodeado de una marea de personas que habían
logrado salvarse en sus protectores muros, si bien
carecían de agua y alimentos. Renzo da Ceri
había desaparecido desde la toma de las murallas
y solo un par de jóvenes aristócratas romanos
habían combatido, despreciando a la muerte, y entre
ellos, Ranuccio Farnese...
Cuando aquel informe llegó a sus oídos, la
madre gritó y Constanza y Rosella tuvieron que
sujetarla.
Al fin y al cabo, habían hablado de «desprecio a
la muerte» por parte de Ranuccio y no de la muerte en
sí.
¿Y dónde estaba su padre? ¿Aún vivía?
Después, llegaron a Capodimonte las
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FREDERIK BERGER

primeras noticias sobre el saqueo y la quema de


edificios, sobre la muerte y la crueldad. Sin
embargo, aquellos informes, relatados entre
temblores, resultaban vagos y confusos.
El Papa clamaba pidiendo ayuda, suplicaba la
asistencia de la Liga, la llamaba a su lado.
Desde Capodimonte no se veía ningún
ejército. El día de la conquista de Roma, por lo
que se rumoreaba, el duque de Urbino se
encontraba con sus tropas en Arezzo.
A mediados de mayo, Constanza vio nubes de
polvo en el este. Los habitantes de Montefiascone
informaron de que el duque de Urbino y los demás
comandantes se dirigían con quince mil hombres en
dirección a Roma. Como no había podido
protegerla, ahora debían reconquistarla...
Entonces, Francesco María apareció de nuevo
ante la puerta del castillo, pidió que se le recibiera,
se disculpó por el ataque a Montefiascone y añadió
que estrictas órdenes habrían impedido que
Capodimonte y las aldeas circundantes cayeran en
desgracia. Lo agasajaron con excelencia y él se
mostró particularmente alegre, dedicándole a
Constanza constantes miradas interrogativas.
—Los ejércitos se encuentran en Viterbo,
seguirán hasta isola Farnese, donde tomaremos
960
LA HIJA DEL PAPA

alguna decisión acerca del procedimiento a seguir


— explicó con total honestidad—. Roma se está
viendo severamente castigada, por lo que he oído,
y el Papa se dedica a enviar cartas quejumbrosas.
Bien, veremos qué podemos hacer sin poner en
peligro nuestra seguridad. Como general a sueldo
de Venecia debo preocuparme por la vida de mis
hombres y la seguridad de la república. Es
necesario pensar a largo plazo. Mi modelo a seguir
es Fabio Maximo, el romano que venció a Aníbal.
— E l cunctator —espetó la madre con
sequedad.
—Exacto, un general sabio sabe cuándo ha
llegado el momento de atacar y cuando es más
sensato esperar. Giovanni de Medici no lo sabía, era
un insensato y un temerario y ya no puede ser de
ayuda a nadie, solo observar desde el cielo el día
en que aniquilemos a los imperiales.
Constanza escuchó con atención mientras
Francesco María exponía su filosofía sobre la
precaución y la inteligencia, al tiempo que realizaba
alusiones indirectas a la familia Medici.
Escuchaba más su voz que sus palabras, mientras
se deleitaba convencida de que tenía un timbre
particularmente profundo y seco, pero al mismo
tiempo como envuelto en terciopelo. Constanza no
961
FREDERIK BERGER

pudo negar que se comenzaba a sentir agitada por


una ansiosa sensualidad.
Cuando oyó al duque expresar su deseo de
pasar la noche en Capodimonte y pedir que se le
aceptara como huésped, ella se sintió de nuevo
azotada por el frío y el calor al mismo tiempo.
No le había dicho a su madre ni una sola palabra
acerca de sus sentimientos ante la primera
aparición del duque y sin embargo, sin necesidad
de confesarle nada, ella entendió lo que estaba
ocurriendo y fue la primera en retirarse por la
noche. Constanza le enseñó poco después sus
aposentos a Francesco María. Era la misma
habitación en la que su padre se había
enfrentado a la muerte, la misma cama tallada que
su tía Giulia había dejado en herencia.
Francesco María echó a todos los sirvientes
que los habían acompañado y cerró la puerta con el
pie.
Entonces, simplemente la abrazó y sofocó
con los labios su suspiro.
¿Había opuesto resistencia?
¡Apenas! Ella se había dejado sorprender, pero en
realidad le había mostrado ya su disposición
mediante sonrisas anhelantes y miradas soñadoras.
Él era un hombre experimentado.
962
LA HIJA DEL PAPA

No quería que aquel beso acabara nunca.


¿Por qué se sentía tan atraída por él? Ya no
era ninguna chiquilla, apenas lo conocía... En
realidad, no había ninguna respuesta que la lógica
pudiera entender. Había una fuerza superior a su
voluntad, un impulso incubado durante largo
tiempo, aventurero, insólito y exótico y, tal y como
ella misma había sabido desde la primera visita de
Francesco María a Capodimonte, su oposición no
aguantaría ni un soplo...
Él la sentó sobre la cama, se arrodilló ante
ella y observó, esbozando una ligera sonrisa, las
figuras descocadas que, desde la madera de las
columnas del baldaquino, le presentaban sus
muslos y senos. Con movimientos desprendidos se
quitó el jubón de cuero y desató el nudo de las
bandas que sujetaban el escote de Constanza.
Desnudó sus brazos y después fue apartando
lentamente la seda de las diversas capas de ropa
que la tapaban, hasta descubrirle los pechos.
Ella apenas podía resistir la excitación, pero
él se tomó su tiempo para desnudarla. Cuando ella
quiso arrancarle del cuerpo la camisa interior, él
le acarició el interior de los muslos y finalmente se
hundieron en un beso del que ella emergió apenas
consciente.
963
FREDERIK BERGER

Se echaron juntos sobre la cama en la que la tía


Giulia solía recibir a su Rodrigo Borgia, el papa
Alejandro. Borgia, en numerosas ocasiones, tal y
como solía relatar Giulia, se vestía de caballero
negro a pesar de su corpulencia. Sin ser consciente
de la historia de aquella cama, Constanza había
guiado a su invitado hasta aquella habitación. La
cama pertenecía ahora a su padre, y ella la estaba
profanando con aquel acto prohibido y
deshonesto. Sin embargo, ese mismo hecho
desataba aun más su pasión y, desde cierto punto
de vista, en realidad no la profanaba, sino más
bien al contrario: la estaba honrando por última
vez.
Su conciencia luchó brevemente con el
recuerdo de Bosio, quien siempre la tomaba con
dulzura, pero de una manera distinta; quien siempre la
acariciaba y besaba en los mismos lugares; quien al
principio la penetraba con cuidado, pero, a lo
largo de los años, cada vez con mayor apremio.
Francesco María le daba tiempo, la hacía esperar,
le permitía tenderse, abrirse a él, sí, jugaba con
su anhelo hasta que prácticamente se lo hacía
suplicar.
Ella soltó un breve grito y el gimió como
agonizante.
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LA HIJA DEL PAPA

Él la hizo flotar, hundirse y alzarse de


nuevo. Hizo que oleadas de escalofríos excitantes
le recorrieran la piel, que el vello se le erizara. Ella
cogió su cara entre las manos y preguntó:
—¿Por qué?
Era una pregunta sin sentido, con la que
apenas entendía que respuesta esperaba obtener.
Debería haber preguntado: «¿por qué ahora?» o
«¿por qué no siempre?». Pero entonces, se hundió
de nuevo en el instante en el que se estremecía de un
dolor tan placentero que siempre emitía un grito
agudo y breve, hasta creer perder el conocimiento.
Durante un instante permanecieron el uno
medio tendido sobre el otro, Francesco María
incluso durmió un poco, antes de que una nueva
oleada de pasión los empujara el uno contra el otro.
A la mañana siguiente él se levantó temprano
y desapareció tras despedirse brevemente.
Apenas se habían dicho una palabra.
Después de vestirse, a Constanza le hubiera
gustado irse a confesar, sin embargo, decidió no
contarle a nadie su secreto, ni siquiera a su
madre. Intentó provocarse mala conciencia, pero no
la atormentaba ninguna culpabilidad, o quizá muy
poca. No quería abandonar a Bosio y, sin duda,
Francesco María nunca abandonaría a la hija de
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FREDERIK BERGER

Gonzaga. Sería un escándalo que sacudiría a toda


Roma. Eso si todavía quedaba Roma suficiente para
sacudirse tras la conquista y el saqueo. El
escándalo no la atraía, era la aventura. Lo
prohibido era un fruto dulce, pero no un plato
nutritivo.
Durante el desayuno, la mirada de su madre
recayó sobre ella. Al principio, un tanto severa,
pero no tardó en dirigirle una sonrisa distraída.
Entonces, le narró su primera noche con Alessandro
en la roca de las Sirenas de la isola Bisentina.
Aunque el sol brillaba con fuerza, habían remado
solos, con la única compañía de las gaviotas que
planeaban sobre ellos y las alondras que trinaban
alegres en las alturas. Una suave brisa les
acariciaba las mejillas y ella había dejado que el
agua cálida, casi aterciopelada, se deslizara entre
sus dedos.
No mencionó a Francesco María en ningún
momento.
A la noche siguiente apareció de nuevo. Los
ejércitos de la Liga se encontraban en la isola
Farnese, solo a un par de millas de distancia de
Roma, según les explicó. Los capitanes no se
ponían de acuerdo en torno a los próximos
acontecimientos.
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LA HIJA DEL PAPA

—Guicciardini es partidario de atacar a los


imperiales en Roma, yo estoy en contra, el Papa
clama pidiendo ayuda... Pero solo con nuestros
quince mil hombres, de los cuales cada día
desertan más al bando imperial con tal de obtener
un botín y nada más... ¡Escoria! Soy precavido,
preferiría no tener que enfrentarme a los
lansquenetes. Con los españoles acabaría sin
duda, pero con los lansquenetes... Además, se han
asentado en la ciudad, en cualquier casa que
pudieran convertir en fortaleza, y retienen a los
romanos como rehenes.
¿Por qué el Papa no cumplió con las
exigencias del Borbón y le pagó los doscientos
cincuenta mil ducados? Ese hombre es un jugador
al que le trae sin cuidado las penurias de la
gente. No tardará en darse cuenta de que lo que el
Borbón le pedía era una suma risible en
comparación con lo que se ha saqueado.
Francesco María hizo una breve pausa, tomó un
sorbo de vino, miró con ojos velados hacia la
lejanía.
—En la ciudad se extiende el hambre,
incluso entre los conquistadores. Han destruido
demasiados alimentos llevados por la malicia y
ahora se ven obligados a canjear piezas de oro por
967
FREDERIK BERGER

un pollo y un poco de pan. Además, los alemanes


se pelean con los españoles, y ambos se enfrentan a
los italianos, los soldados están hartos de su
bagaje y todos en general con la chusma que ha
penetrado en Roma procedente de la región tratando
de hacerse con un pedazo del pastel. Lo único que
podemos hacer es aguardar a que los imperiales se
maten los unos a los otros y entonces seremos los
últimos en reír.
—Entonces, Roma está perdida—dijo la madre
con voz tenue.
—Roma nunca morirá, es la ciudad eterna
—repuso Francesco María con frialdad.
Se produjo entonces una larga pausa,
interrumpida por los ligeros sorbos que el duque
daba a su copa de vino.
Constanza fluctuaba entre la decepción y la
dulce expectación.
Su madre miró rígida al vacío durante unos
instantes, antes de preguntar:
—¿Habéis oído algo acerca del cardenal
Farnese y de mis hijos? ¿Del palazzo Farnese?
¿También está destruido?
— ¿El palazzo de vuestra familia? Creo que
vuestro hijo mayor ha establecido allí su cuartel
general: muy habilidoso, el muchacho. El papa
968
LA HIJA DEL PAPA

Clemente aún está agazapado en el castillo de


Sant’Angelo —de nuevo aquel tono frío, unido a
una ligera sonrisa—. Es increíblemente testarudo.
Se niega a aceptar las condiciones de los
imperiales, que ya no le exigen tantos ducados como
antes. Pues bien, ya le enseñarán a ese bastardo
lo que es bueno. ¿Y vuestro Alessandro y su hijo
menor? —agitó la cabeza—. No, no he oído nada.
La madre posó la mirada en la ventana y la
perdió en la lejanía. Constanza se preguntó hacia
dónde dirigiría sus pensamientos. Ella misma
intentaba imaginar qué aspecto ofrecería el
apocalipsis romano, pero su imaginación no
abarcaba tanta miseria.
Francesco María permaneció allí durante la
noche y, a la mañana siguiente, partió con la salida
del sol.
Poco después apareció de nuevo para
informar de que se había decidido en consejo de
guerra no atacar a los imperiales, por lo que las
tropas se retiraban a Viterbo para esperar y observar
el desarrollo de los acontecimientos.
Aparecía cada tarde y pernoctaba cada noche.
Silvia se retiró junto con Rosella a la isola
Bisentina para recogerse en el convento y rezar por
la supervivencia de Alessandro y de su hijo,
969
FREDERIK BERGER

además de encontrarse más cerca de las tumbas de


Paolo y Giulia.
Constanza dormía hasta bien entrado el día
y aguardaba por las tardes a Francesco María.
Hablaban poco, comían y bebían con moderación
y pasaban las noches entregándose a sus pasiones
corporales.

970
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 87

Roma, castillo de Sant’Angelo – mayo de 1527

El día del asalto a Roma, Ranuccio había


sido uno de los últimos en lograr ponerse a salvo en
el castillo de Sant’Angelo. El Papa lo bendijo y lo
calificó como un modelo iluminador para la
juventud de Roma, un paladín de su honor.
Mientras escuchaba todas aquellas alabanzas,
Ranuccio pensaba en Virginia y, de pronto, sintió
con toda intensidad el dolor provocado por la herida
de la cabeza.
Aunque recibió cuidados médicos, le subió
enormemente la fiebre, y durante muchos días perdió
la consciencia una y otra vez. Cuando despertaba,
encontraba sentado junto a su catre a un padre
preocupado, envejecido, marchito y cansado.
Entonces, la fiebre remitió y no solo recuperó
las fuerzas, sino también unas intensas ganas de
vivir, i bien se encontraba asustado por el estado de
Virginia, la echaba de menos, aun cuando la
situación en la fortaleza era desoladora. Día a día
las tres mil personas hacinadas en su interior
971
FREDERIK BERGER

recibían peor abastecimiento y solo en raras


ocasiones lograban introducir alimentos. Las
letrinas y cloacas se desbordaban y apestaban el
aire, el calor de mayo cumplía su función, por lo
que las enfermedades comenzaron a propagarse y no
podía darse un entierro digno a los muertos.
El papa Clemente se quejaba sin cesar: de los
impíos imperiales, del vengativo traidor
Francesco María della Rovere, del cruel emperador
y del rey francés, tan presto a prometer, pero tan
reacio a cumplir lo pactado. Con frecuencia sus
quejas concluían en sollozos sobre el estado del
Vaticano, del que sus negociadores le ponían al
corriente.
—Los aposentos sagrados son una casa de
putas, la capilla Sixtina es un establo, los fardos
de documentos se utilizan como colchones para
los catres, eso si directamente no se han quemado.
Los bárbaros se pavonean por las calles vestidos
con nuestras ropas sacramentales, y han nombrado
Papa a Lutero. En su odio ilimitado por lo sagrado
han profanado incluso las tumbas de San Pedro y
de San Pablo, han utilizado como pelotas de juego
los cráneos de otros santos, han utilizado la lanza
sagrada como espetón para sus sanguinolentos
asados y han ofrecido en subasta en sucias tabernas
972
LA HIJA DEL PAPA

el paño de Verónica. ¡Cómo puede permitir el


Señor semejante blasfemia!
Un día el papa Clemente se dedicó a proferir
obstinadas amenazas: nunca lograrían presionarlo
para que se doblegara, pues si había renunciado a
huir cuando había tenido la oportunidad, soportaría
cualquier intimidación.
—... Aunque los imperiales me hagan volar
por los aires junto con este sepulcro y con
vosotros, los valientes que resistís a mi lado,
condenándose así ante el Señor por toda la
eternidad. Nuestro Dios vengativo y severo
aniquilará hasta el último de ellos, los desmembrará
en siete pedazos.
Ranuccio observó cómo su padre fruncía el
ceño y él mismo deseó tener algún escondrijo en
el que poder reflexionar con calma. Desde que
había recuperado la salud, la soledad y la
inactividad lo atormentaban cada vez más. Además,
le torturaba la preocupación por Virginia.
De nuevo soportaron otra noche intranquila en
una estancia abarrotada sin ventanas y, por la
mañana, tuvieron que esperar para que se les
proporcionara algo de agua, vino y una sopa clara.
El papa Clemente recibió de inmediato a uno de los
negociadores y finalmente reunió a todo el
973
FREDERIK BERGER

mundo. Alterado, informó de las imposibles


exigencias presentadas por los imperiales y
describió la situación de los cardenales y obispos
que no habían logrado ponerse a salvo de los
imperiales.
—Les apalean la espalda hasta hacerles sangrar
para que les limpien las botas a los lansquenetes,
deben pagar nuevos rescates una y otra vez y, si no
logran reunir la cantidad, les empujan a sus propios
sumideros para que recuperen allí piedras
preciosas o ducados, reales o figurados, que
hubieran podido ocultar allí. Si regresan con las
manos vacías, les cortan las orejas o la nariz, o
simplemente los encierran y dejan morir de sed.
Cada día oigo nuevas crueldades de boca de
nuestro negociador. ¿Acaso ha sufrido tanto
algún Papa sin poder haber hecho nada? Oh,
Señor, ¿por qué nos has abandonado?
Ranuccio ya no pudo soportar más la muda
presencia de los cardenales y prelados reunidos a
su alrededor. Cuando el Papa inició una nueva
letanía, arrastró a su padre fuera de la estancia y
juntos buscaron algún punto en una de las terrazas
que no estuviera repleto de gente, para que
pudieran hablar sin verse permanentemente
molestados. Además, al menos allí había algo de aire
974
LA HIJA DEL PAPA

fresco.
El padre se sentó gemebundo. Ranuccio ya
había tenido más que suficientes esperas y
inactividad inútil, ya no podía aguantar la
incertidumbre por la situación de Virginia... Había
tomado una decisión.
—Tengo que abandonar esta prisión —
susurró—. He de arriesgarme.
Su padre agitó la cabeza.
—Es demasiado peligroso.
—Me volveré loco si sigo agazapado en esta
mazmorra.
—Lo mismo nos ocurre a todos. Ya has oído
lo que los imperiales nos harían si nos pusieran las
manos encima.
Ranuccio tamborileó con los dedos en el
suelo y finalmente cerró la mano en un puño.
—Pierluigi está apostado en nuestro palazzo
—dijo en voz baja —. Si lograra llegar hasta él,
estaría a salvo.
—¿Y cómo pretendes dejar el castillo? Está
rodeado, incluso han excavado un foso alrededor.
Si te atrapan, te matarán de inmediato.
—Algunas veces dejan que nuestro
negociador abandone el castillo. Me haré pasar
por su escriba.
975
FREDERIK BERGER

—Así tampoco lograrás escapar. No le


quitan los ojos de encima al negociador.
—Entonces descenderé por la pared durante la
noche para evitar a sus guardias.
El padre agitó la cabeza y concluyó:
—Ni siquiera sé si Pierluigi no te toMaría como
rehén. O si estaría dispuesto a ocultarte. En
realidad, lo único que quieres es liberar a tu
Virginia. Lo sé, solías hablar de ello mientras
delirabas por la fiebre.
Ranuccio alzó brevemente la vista al cielo
para recriminarle a su padre que no pudiera
mostrar al menos una pizca de comprensión y
replicó:
—¿Acaso no pusiste también en peligro tu vida
durante tu juventud para salvar a mamma? ¿Y no
te encerraron incluso en las mazmorras del castillo?
Baldassare me lo contó en una ocasión, con un
tono tan orgulloso que casi parecía que hubiera
sido él quien lo hubiera realizado. Entonces eras
un gran héroe de Roma.
Su padre le dirigió una sonrisa cansada.
—Papá, yo también quiero ser un héroe.
El gesto de su padre se tornó serio, incluso
adusto.
—Es más fácil que alguien se convierta en un
976
LA HIJA DEL PAPA

muerto antes que en un héroe, y bajo ningún


concepto quiero que te involucres en una aventura
insensata que ponga en peligro tu vida. Acabas
de escapar de la muerte. ¿Y cómo pretendes
ayudar a tu Virginia? Nuestros enemigos gobiernan
la ciudad —dijo, con una voz amarga, asfixiada—
. Ranuccio, eres mi favorito, mi única esperanza tras
la muerte de Paolo...
—Pero Pierluigi...
—Sí, Pierluigi es el heredero, pero... Si el
Papa lo excomulga... Entonces él nunca... Y
además... — añadió, cogiendo la mano de
Ranuccio—. Te suplico que te quedes conmigo:
¡no pongas tu vida en peligro!

977
FREDERIK BERGER

Capítulo 88

Roma, Rione di Ponte, banca de los Fugger


– mayo de 1527

La noche del bestial ataque la banca de los


Fugger logró salvarse del expolio. Aunque el portal
y las puertas traseras tuvieron que soportar algún
hachazo ocasional, había en las cercanías
demasiado botín fácil de conseguir como para que
los españoles o los lansquenetes se decidieran a
emplearse a fondo en irrumpir en el palazzo.
Nadie durmió aquella noche. Virginia se
atrevió a salir alguna que otra vez hasta el tejado
para dirigir alguna mirada anhelante y, al mismo
tiempo, temerosa, hacia el castillo de Sant’Angelo.
Entonces, se inclinaba por encima de la barandilla
para observar los estrechos callejones en los que
yacían numerosos cadáveres y por los que grupos
de soldados, con las armas en ristre, corrían
ininterrumpidamente o bien se tambaleaban
pertrechados de pesados ropajes eclesiásticos.
La tarde tras la conquista de la ciudad se reunió,
de súbito, una tropa de lansquenetes ante el edificio,
978
LA HIJA DEL PAPA

comandados por un gigante al que no le costó


trabajo reconocer. Era el hombre que había salvado
la vida de Ranuccio, el soldado llamado Barth. Los
cautivos se reunieron esperanzados frente a las
ventanas y observaron a una comitiva de
lansquenetes vestidos con ropas sagradas,
guiados por un burro adornado con túnicas
obispales y una mitra. Sobre el animal, montaba
encogido un anciano. Virginia no sabía de quién
se trataba, pero el factor susurró un nombre, del
cual entendió la palabra «obispo». Los
lansquenetes intentaban alimentar al asno con
hostias, agitaban incensarios, salpicaban agua
bendita, bramaban algún tipo de cántico y
estallaban en carcajadas. Les seguía un grupo de
hombres cargando un sarcófago abierto en el que
yacía un anciano de avanzada edad.
—¡El cardenal Numalio! —exclamó el factor,
horrorizado.
—¿Está muerto? —preguntó alguien.
—No lo creo. Quizá quieran enterrarlo en
vida.
Cuando Virginia tuvo que contemplar como
un grupo de españoles pretendían colgar a un
hombre de sus testículos, pero estos se desgarraron
y el hombre acababa descuartizado entre gritos de
979
FREDERIK BERGER

furia, perdió el conocimiento. Volvió en sí en una


habitación acompañada de varias mujeres,
agazapadas, ausentes, con la mirada perdida. Oyó
como una de ellas le preguntaba a otra en voz baja:
—¿Tú tampoco has podido pagar?
La otra agitó la cabeza y respondió con voz
igualmente tenue:
—Mejor aquí que en la calle.
En el edificio se sucedían los movimientos
agitados y las voces de alarma, se abrían y cerraban
puertas, y alguna de las mujeres estaba
permanentemente mirando hacia afuera.
Virginia, presa del pánico, estuvo a punto
de caer de nuevo inconsciente. Finalmente, apareció
un anciano que hablaba italiano con acento
extranjero. Cuando quiso ayudarla a levantarse, la
joven no tuvo fuerzas para oponer resistencia. Pronto
se dio cuenta de que tampoco tenía motivos para
hacerlo. La preocupación parecía ser el único
motivo que empujaba a aquel hombre barbudo a
llevarla a través de la arremolinada multitud
hasta una pequeña estancia en el piso superior. Allí
la colocó sobre una esterilla de paja, y ella tomó
asiento.
El desconocido se presentó como Ugo
Berthone, un provenzal que se había visto
980
LA HIJA DEL PAPA

sorprendido por la conquista durante su estancia


en Roma.
—Vine con el encargo de comprar cuadros
para un conde provenzal, pero ahora... Logré
resguardarme en esta casa y entonces oí que vos...
sois la esposa de Ranuccio Farnese.
El agotamiento no le permitió siquiera
contestar, por lo que se limitó a asentir. Cuando las
imágenes de huidas y muerte la acosaron, se
espabiló. El provenzal se encontraba sentado a su
lado, le tendió un vaso de agua, bebió él mismo un
sorbo y comenzó a contarle su vida con voz tenue.
No solo había acudido a Roma a buscar cuadros,
sino también a su esposa, la madre de su pequeña
hija, que lo había abandonado para buscar fortuna en
la ciudad eterna. La forma en la que pronunció
aquella palabra le indicó a Virginia a qué tipo de
«fortuna» se refería... Una que ella conocía muy
bien.
El cuerpo entero de Virginia comenzó a
temblar. Instintivamente el provenzal le dio más agua
y le sujetó la mano mientras ella de nuevo se
desvanecía.
El horror de sus sueños volvió a apoderarse de
ella. Españoles de cabello moreno se encogían
y el gigante lansquenete los decapitaba de un solo
981
FREDERIK BERGER

golpe. La sangre le salpicó el rostro y ella abrió los


ojos de golpe. El amistoso provenzal permanecía
arrodillado a su lado y le refrescaba el rostro con un
paño húmedo.

Tras algunos días, las provisiones en el


edificio comenzaron a escasear. Virginia tenía que
pagar por el pan y, puesto que no llevaba ningún
dinero consigo, por lo que le dijeron, tendría que
pagar de otra manera por su salvación y cuidados.
Al fin y al cabo ella no era la honorable esposa del
valeroso Ranuccio Farnese, sino una cortesana,
como se había descubierto en ese tiempo. El
ayudante del factor había visitado en una ocasión a
Maddalena y la había reconocido.
Virginia se agarró a Ugo, le suplicó su ayuda
y el provenzal la protegió con todo el poder de
persuasión del que fue capaz.
Sin embargo, una noche la agarraron
mientras dormía. Ella lo llamó, pero no estaba allí
y, antes de que pudiera reaccionar, la habían
arrojado ya a una cámara, entre varios peones
tiraron hacia arriba de su sucia túnica y le metieron
parte de la tela en la boca, le sujetaron de brazos
y piernas y no pudo evitar que un hombre de olor
empalagoso se le metiera entre las piernas. Ella
982
LA HIJA DEL PAPA

boqueó y estuvo a punto de ahogarse. Cuando


consiguió hacerse con algo de aire, se sintió
repentinamente transportada a sus primeros días
como cortesana. Recordó las numerosas visitas
de clientes descontentos y se obligó a pensar que todo
había acabado, que tendría que soportarlo todo con
serenidad para no salir herida.
Los peones, de aroma considerablemente
menos dulce, sucedieron al primer hombre.
Finalmente la dejaron tendida, medio ahogada
y sola. Se apartó lentamente la ropa de la cara.
Una vela ardía cansada en una esquina, junto a ella
una jarra de agua con pan y un par de pedazos de
queso. Se tanteó el cuerpo con cuidado. Estaba
entumecida, pero no encontró más que los
mugrientos resquicios de la violación, nada de
sangre. Rápidamente bebió un par de sorbos de agua,
arrancó un pedazo de pan y royó el duro queso.

983
FREDERIK BERGER

Capítulo 89

Roma, castillo de Sant’Angelo – palazzo


Farnese 8 de junio de 1527

En junio de 1527 el papa Clemente capituló


y firmó las condiciones que el negociador imperial
le presentó. Además de la cesión de numerosos
lugares pertenecientes a los Estados Pontificios, se
comprometía a pagar cuatrocientos mil ducados,
con un adelanto de cien mil. Al mismo tiempo,
el castillo se rendía a los imperiales.
Como el papa Clemente no pudo reunir
cuatrocientos mil ducados, tuvo que permanecer
cautivo en Sant’Angelo con sus cardenales bajo la
supervisión del español Alarcón y cuatro centurias
de soldados españoles y alemanes.
El 7 de junio se permitió a los defensores
papales que se retiraran de la fortaleza. El Papa
les dio las gracias y los bendijo.
Ranuccio, quien se había dado cuenta a
tiempo de que no podría llevar a cabo sus planes
de fuga, se despidió entre lágrimas de su padre y
abandonó último el edificio. Apenas había dejado
984
LA HIJA DEL PAPA

atrás los muros de Roma en dirección a Viterbo


cuando cayó la noche. No pudo dormir y, antes
de la salida del sol, ya había retomado el camino a
la ciudad.
Durante aquellas horas sin descanso había
trazado un plan en el que veía la única solución,
por el cual, intercambió por la mañana sus ropas
con las del primer campesino andrajoso que
encontró y finalmente, a medio día, logró cruzar
sin esfuerzo la porta del Popolo después de que los
somnolientos guardias españoles no supieran qué
hacer con aquel muchacho que llegaba.
Por suerte, durante las cálidas horas de la
siesta apenas había soldados imperiales por las
calles. Se les podía oír en el interior de las casas,
jugando, peleándose, frecuentando a las prostitutas
o durmiendo a la sombra. Ranuccio los evitó tanto
como le fue posible y eligió los caminos que le
parecieron más seguros. Una y otra vez iba
tropezando con cadáveres medio podridos que
despedían un hedor espantoso y le obligaban a
reprimir con gran esfuerzo las terribles náuseas.
Perros cebados le gruñían al pasar o se dedicaban a
expulsar a las ratas de la carroña. Cuantiosas casas
mostraban signos de incendio y reinaba un
extraño silencio, roto únicamente por ocasionales
985
FREDERIK BERGER

chillidos de mujeres llorosas o por el inconstante


escándalo provocado por grupos de borrachos.
Aparte de los ladridos de los perros no se oía a
ningún animal, ni siquiera a los pájaros. Ningún
cacareo de gallinas, ningún gruñido de cerdos o
balido de ovejas.
Cuando finalmente alcanzó la entrada del
palazzo Farnese, los guardias lo miraron con
desconfianza.
—Quiero ver al capitano
Pierluigi Farnese —les pidió.
—Lárgate antes de que te rompamos las
piernas —le dijeron.
—Soy un viejo... amigo suyo —señaló,
irguiéndose.
Una carcajada cansada y un gesto
amenazante fueron las respuestas.
En ese momento, perdió los nervios.
—Panda de malditos bandidos, ¡Pierluigi
Farnese es mi hermano! ¡Llevadme hasta él! —
bramó.
Se le quedaron mirando perplejos, y él
simplemente pasó ante ellos, atravesó el oscuro
pasillo hasta el patio y gritó tan alto como pudo:
—Pierluigi, ¿dónde estás? ¡Tu hermano
Ranuccio quiere verte!
986
LA HIJA DEL PAPA

Entonces, los guardias despertaron. Lo


agarraron sin ninguna gentileza y lo arrastraron
escaleras arriba y a lo largo de la galería hasta su
hermano, quien lo miró como si acabara de surgir
de las profundidades del infierno.
—¿Qué estás... haciendo aquí... en Roma? —
tartamudeó Pierluigi, quien necesitó unos
instantes para asimilarlo. Tras esto, estalló en
sincera alegría por el reencuentro, rompió a reír
y abrazó a Ranuccio hasta casi dejarlo sin
aliento—. Dios, pero, ¡qué aspecto tienes! Estás
famélico, harapiento y cubierto de mugre... ¿Has
defendido así al valeroso Papa?
Ranuccio se limitó a encogerse de hombros.
Pierluigi mandó marchar a los guardias mientras
pedía vino, pan, aceitunas en aceite y algo de
carne.
—Y, ¿qué tal está nuestro padre? —dijo,
volviéndose de nuevo hacia Ranuccio.
—Debe permanecer en Sant’Angelo con el
Papa...
—Sí, lo sé —le interrumpió Pierluigi—. Me
ofrecí en numerosas ocasiones como mediador
para la rendición, pero los españoles querían tener
las riendas de todo: nos consideran a nosotros, los
italianos, como unos buitres cobardes cuando ellos
987
FREDERIK BERGER

no son más que torturadores avariciosos capaces


de coaccionar a los romanos con cualquier tormento
imaginable. Y a los lansquenetes alemanes lo único
que les gusta es beber: estúpidos bárbaros. Al
principio se contentaban con pequeñas sumas de
dinero, incluso respetaban a alguna que otra
virgen, hasta que los españoles los embaucaron.
Ahora los aprendices emulan a sus maestros y
tanto los unos como los otros se han convertido
en... ¡Animales! ¡En bestias!
—¿Y tú?
—¿Yo? —Pierluigi rio con orgullo—.
Establecí aquí mi cuartel general y así he logrado
mantener y proteger nuestro palazzo. Por supuesto
mis hombres también se han dedicado al pillaje, y,
de esta forma, he logrado veinticinco mil ducados,
el pago por mis servicios y por la protección de
la casa y de la famiglia, así como de algunos otros:
hombres, mujeres, niños... Siguen aquí, pisoteando
el jardín. Me deben la vida.
Ranuccio echó un vistazo hacia la ventana y
descubrió que, efectivamente había tiendas de
emergencia dispuestas en el patio e innumerables
personas, la mayoría agachadas en el suelo o
tendidas, mirando al vacío.
—¿Has sabido algo de Baldassare? —le
988
LA HIJA DEL PAPA

preguntó a Pierluigi.
—Sí... O no... Es decir, se marchó de Frascati
justo a tiempo, pero la gente de Colonna ha debido
cogerlo allí, o mientras huía. Creo que lo han...
—diciendo esto, imitó el gesto de un
degollamiento—. Pero tu Maddalena al parecer
vive; en cualquier caso, alguno de mis hombres
la ha visto por el campamento de los lansquenetes,
ya sabes, algo contusionada y magra, como era de
esperar...
—Lo que dices es repugnante —le espetó
Ranuccio—. Además, no es «mi» Maddalena.
Pierluigi lo observó un instante con los ojos
achinados, soltando una risa un tanto forzada.
—Entonces es la Maddalena de nuestro señor
papá, la madre de tu Virginia, nuestra medio
hermana...
—¡Eso es mentira! —gritó Ranuccio, y con
gesto de disculpa tartamudeó—.Yo... yo...
—Está bien, hermanito —repuso Pierluigi con
tono burlón.
Ranuccio sintió entonces que el antiguo odio
volvía a recrudecerse, pero logró dominarse con
mucho esfuerzo y se bebió de un trago un vaso de
vino.
—Sí, eso deberías hacer... Beber —comentó
989
FREDERIK BERGER

Pierluigi—.
¿Cómo crees que he sido capaz de aguantar todas
estas semanas teniendo en cuenta todas las veces
que he tenido que usar la fuerza bruta para contener
los asaltos al palazzo? Me he emborrachado hasta
caer redondo... Si supieras lo que he visto y oído:
hombres obligados a tragarse sus propios genitales,
a los que le prendían fuego a las suelas de sus
zapatos y finalmente les clavaban a las puertas.
Otros lograban arrojarse por las ventanas, pero
además las mujeres... Durante semanas no he oído
más que los gritos de torturas y violaciones. Eso te
termina destrozando...
Ranuccio temió no poder soportar las
náuseas.
Pierluigi calló entonces y lo contempló. Tras
unos instantes, dijo:
—¿Qué quieres realmente de mí? ¿Quieres
entrar al servicio del emperador? ¿Quizá como
mi abanderado? Sin duda eso alegraría a nuestro
padre: sus hijos unidos fraternalmente.
—¡Nunca! —gritó Ranuccio.
Sin embargo, no había sido realmente su
intención chillarle, pues necesitaba a Pierluigi. Su
hermano no mostraba una actitud tan burlona como
había esperado... Quizá se debiera al alcohol.
990
LA HIJA DEL PAPA

—Entonces tendré que meterte en prisión —


comentó el mayor con tono neutro.
—Entonces, ¡méteme en prisión!
—el tono de Ranuccio se agudizó hasta la
estridencia. Ya no lograba dominarse—. Me da
todo igual. Me puedes colgar si quieres.
Pierluigi se limitó a carcajearse.
—Se cuelga a los criados y a los ladrones,
pero no a un Farnese, no a un glorioso defensor
de la ciudad. No cuando el muchacho puede valer
su peso en oro.
—¿Quieres extorsionar a nuestro padre? —
Ranuccio hizo acopio de todas sus fuerzas para
dominarse.
Pierluigi rio de nuevo con una risa tan
autocomplaciente que puso frenético a su hermano.
Le hubiera gustado saltar sobre él y partirle la cara
a puñetazos.
—Eso solo serviría para pasarme el dinero
de una mano a la otra. Al fin y al cabo, soy su
heredero.
—Sí, lo eres. Por fortuna lo eres, o de lo
contrario...
—O de lo contrario... ¿qué? Ranuccio negó
con la mano.
—Nada. Tú eres el heredero y has salvado el
991
FREDERIK BERGER

palazzo de la familia y...


Le siguió un largo silencio. Pierluigi hizo traer
otra jarra de vino y le guiñó un ojo al muchachillo
que le servía.
—Tiene un culo bonito —dijo, con mirada de
experto, cuando el criado abandonó la
habitación—. Estas son las pequeñas alegrías que
uno puede permitirse incluso en guerra. ¡Y debe
hacerse! Quién sabe si mañana seguiremos vivos...
—¡Pierluigi! ¡Tienes que ayudarme!
Ranuccio cayó de rodillas ante él, algo que le
había resultado muy fácil, tan desesperado se
sentía, tan necesitado del auxilio de su hermano.
Cualquier forma de humillación le resultaba
indiferente.
Pierluigi lo miró con la boca torcida con
ironía y las cejas arqueadas.
—Necesito dinero —le espetó Ranuccio—.
Tengo que comprar a la guardia de la banca de los
Fugger y tú... Tú debes entrar allí con el pretexto
de poner a salvo algunos ducados y asegurarte
de que... Virginia pueda huir conmigo en algún
momento concreto. Si envías a alguno de tus
hombres hacia la guardia alemana, como soldado
imperial no llamará la atención... — él mismo se

992
LA HIJA DEL PAPA

daba cuenta de lo confusa de su exposición, pero


en su turbación era incapaz de expresarse de forma
más clara—. Debe funcionar... Solo necesito
dinero...
Había hablado sin interrupción, sin tomar
aliento, hasta que finalmente se había arrastrado
hasta Pierluigi, le había cogido la mano, pero no se
atrevía a mirarlo.
—Para empezar, deja de comportarte así... No
es propio de un Farnese. Ya no te reconozco, la
estancia en prisión debe haberte doblegado... Así
que necesitas dinero para tu osado plan...
Ranuccio se levantó, sin alzar la mirada.
—Quizá Virginia sea nuestra hermana. En
ese caso debemos... Nuestro padre te lo
agradecerá... Más tarde te devolveré el dinero...
Pierluigi, te lo suplico, ¡debemos salvar a Virginia!

993
FREDERIK BERGER

Capítulo 90

Roma, Rione di Ponte, banca de los Fugger


– junio de 1527

Los días posteriores a la violación, Virginia


se perdió en una especie de penumbra indiferente.
Apenas sabía precisar si era de noche o de día,
lloraba una y otra vez por el doloroso recuerdo y,
después, también de alivio cuando Ugo, el
barbudo provenzal, la abrazó, paternal y protector,
dejando que la joven apretara la cabeza contra su
pecho.
Se sentaron el uno junto al otro durante largo
rato y, dubitativa, comenzó a salir de su
entumecimiento. Con voz entrecortada le contó a
Ugo, interrumpiendo la narración una y otra vez
con sucesivos sollozos, la historia de su vida: le
habló de su madre; del pintor Rafael de Sanzio, a
quien había amado como a un padre; del cardenal
Farnese, quien quizá fuera su verdadero padre y
que, en cualquier caso, le había procurado una
educación bajo la tutela de Baldassare Molosso.
Mencionó algunos versos de Petrarca y finalmente
994
LA HIJA DEL PAPA

su amor por Ranuccio.


Cuando surgió el nombre Farnese, Ugo asintió
de forma apenas perceptible y cuando ella puso fin
a su narración, repuso en voz baja:
—Conozco al padre de tu Ranuccio. Es un
amigo de mi juventud.
Entonces fue Ugo quien contó la historia de su
vida.
Él no volvió a perder de vista a Virginia y ella
juró que jamás permitiría que la volvieran a tratar
como a una puta. Prefería morir.
—¿No podríamos huir? —preguntó ella,
susurrando.
—La ciudad se encuentra en un estado
lamentable, ya se han dado los primeros casos de
peste y los conquistadores, entre tanto, apenas
tienen ya nada que comer —explicó Ugo—. Lo único
que ha evitado que nos hayan asaltado y masacrado
ha sido que el factor mantiene a buen recaudo el
dinero expoliado por parte de los capitanes
alemanes. Les expide letras de cambio que podrán
canjear en Ausburgo o en los establecimientos de
la familia. A cambio, deben garantizar la
protección del edificio.
—¿Y por qué no podemos huir?
—No llegaríamos mucho más lejos de tres
995
FREDERIK BERGER

calles.
Virginia comenzó de nuevo a deshacerse en
sollozos.

Tras algunos días, las cosas mejoraron. Ella


recibía alimentación a pesar de que nadie la había
vuelto a violar. ¿Se habría ocupado Ugo de eso?
Le pidió papel o cartón, plumas finas y tinta.
Apenas supo su padrino que había aprendido a
dibujar y a pintar un poco bajo la tutela de
Rafael, el rostro del hombre se iluminó y
desapareció.
Pronto reapareció con papel, numerosas
plumas y tinta de la factoría. Lleno de expectación,
él la contempló mientras la joven trataba de
representarlo en un par de líneas. Al principio le
resultó difícil, pues había perdido la práctica,
pero no tardó en recordar la dicha que le
producía dibujar desde la primera línea que trazó.
Mientras le pedía a Ugo que se mantuviera
quieto y él obedecía sus órdenes sonriente; mientras
la pluma crujía con suavidad sobre el papel y el
rostro del barbudo anciano comenzaba a hacerse
reconocible en las líneas, se sintió de pronto
transportada a los días en los que aún vivía Rafael,
su paternal maestro, que había creído en su
996
LA HIJA DEL PAPA

talento aun cuando solo era una niña, que siempre


había supervisado con afecto y ternura cómo
manipulaba sus colores.
En seguida terminó el primer bosquejo y se
lo mostró a Ugo con advertencias autocríticas. Él
lo alabó, le acarició el cabello y desapareció con
el retrato. A solas de nuevo en la habitación
intentó pintar de memoria a Ranuccio, con un
resultado asombrosamente bueno.
Era de nuevo un mar de lágrimas cuando
Ugo regresó y le hizo partícipe de su plan.
Así, comenzó a realizar retratos cada día: al
principio del factor y de un par de señores,
después de un capitán de los lansquenetes llamado
Melchior von Frundsberg; incluso realizó
bosquejos de sus recuerdos de la basílica de San
Pedro y del Vaticano, del castillo de
Sant’Angelo, del Coliseo. Otros capitanes fueron
apareciendo durante las siguientes jornadas,
incluso Barth, el gigante, quien solía hacer
guardia fuera con sus hombres, que incluso había
aprendido italiano y cruzaba algunas palabras
con ella cuando se asomaba al balcón.
Mientras tanto, el factor le proporcionó
lápices de grafito, carbón y almagre, con lo que
los dibujos se hicieron aun mejores. Su rancho se
997
FREDERIK BERGER

amplió con aceitunas y un poco de ensalada,


mantequilla y huevos, incluso algún ocasional
pedazo de carne de burro, además de vino y agua de
sabor salobre.
Rara vez Ugo llegaba a dejarla sola, incluso
dormían juntos en el ático, donde siempre hacía
calor.
Una noche en que la luna derramaba por la
ventana su tenue luz sobre Ugo, y ella vio que éste
tenía los ojos abiertos, le preguntó cuánto tiempo
podrían permanecer aun los imperiales en Roma,
dónde podría encontrarse la Liga.
—Debe haber algún futuro para nosotros, ¿o
acaso estamos condenados a morir?
Él no supo qué responder, se limitó a tomarla
de las manos. Ella incluso se atrevió a vencer el
recelo y tumbarse a su lado, de tal forma que podía
sentir la proximidad de su cuerpo. Él la abrazó y
ella apoyó la cabeza en su pecho. Ugo debía ser
tan mayor como el cardenal Farnese, podría ser
incluso su padre. Su hija Laura no tendría más que
cinco o séis años. Eso significaba que ella tendría en
realidad otro padre, que la mujer de Ugo se había
dejado seducir. Sin embargo, él criaba a la niña,
que ignoraba la identidad de su progenitor y que
tampoco necesitaba añorarlo como ella.
998
LA HIJA DEL PAPA

Ugo era para Virginia como una roca en la


tempestad, una roca que le permitía sobrevivir... Él
ni siquiera parecía tener miedo a la muerte. Ella
confiaba ciegamente en él y, por primera vez
desde la muerte de Rafael, vio a un hombre
como si fuera su padre.

Un día, la inquietud se propagó por la banca,


entre los hombres retratados y también en el resto
del barrio, como Virginia pudo comprobar desde
el ático. Un buen número de lansquenetes y
españoles marchaban en dirección al ponte
Sant’Angelo y, de pronto, cundió el rumor por todo
el edificio de que el Papa había firmado un
armisticio y se rendía, pues ya no esperaba socorro
por parte de la Liga. Aunque él debía permanecer
confinado en el castillo, sus defensores saldrían
libres.
Virginia le susurró a Ugo:
—Si Ranuccio logró entrar en el castillo, le
permitirán ahora salir.
Ugo sonrió, pero negó con la cabeza,
escéptico.
Ella lo abrazó llena de dicha y siguió
murmurando:
—Está vivo, muy cerca, puedo sentirlo.
999
FREDERIK BERGER

Ugo le acarició la cabeza:


—No hagas ninguna tontería, hija mía.
Sin embargo, aquella misma noche le dejó
para ascender a hurtadillas y entre la gente
dormida en la escalera hasta el balcón. Allí le
sorprendió un alemán. Cuando ella se volvió para
huir a toda prisa, él la agarró con presteza, le
susurró «Ranuccio» y le ordenó que a partir de
entonces esperara por las noches cerca del portal.
Entonces ella supo que la liberarían.
Tres noches después de aquel mensaje
esperanzador se encontraba ella de nuevo en el
balcón, miró hacia abajo, hacia los guardias
dormidos que roncaban con profusión. También
Barth se contaba entre ellos: tendido sobre un
banco roncaba a pleno pulmón.
Un ligero escalofrío la recorrió. Se echó a
temblar. Contempló la oscuridad del callejón que
llevaba hacia el sur. Llevaba tiempo pasando las
noches desvelada y adormilada los días ante la
mirada inquisitiva, escéptica pero llena de afecto
de Ugo.
Una figura vestida de negro surgió de las
sombras y se dirigió lentamente hacia la banca.
Virginia quiso gritar de terror, pues en ese
preciso momento uno de los guardias se despertó.
1000
LA HIJA DEL PAPA

Ella misma se tapó la boca.


La figura hizo una señal, que el guardia
respondió.
Entonces, la silueta se volvió hacia ella. La
joven tuvo que fijarse bien para cerciorarse.
Entendió que debía bajar. ¡Era la liberación
prometida!
Descendió como un gato por la escalera. El
alemán aguardaba en el portal, que abrió con mucho
cuidado, y ella se deslizó al exterior.

1001
FREDERIK BERGER

Capítulo 91

Roma, Rione di Ponte – junio de 1527

Barth extrañaba aún su casa a las orillas del


Ammersee. Se veía allí, remando con Anna,
nadando juntos, veía su rostro nocturno bajo la luz
de la luna y hubiera querido aullar. Anna estaba
muerta, él estaba acurrucado en aquella apestosa
ciudad llena de cadáveres, el hambre lo destrozaba
y encima debía preocuparse de no acabar
contrayendo la peste. Todo lo que veían ante ellos
era podredumbre y tampoco quedaba ya mucho del
botín. Habían saqueado sin descanso la ciudad,
irrumpido en miles de viviendas y rastreado los
escombros, se habían robado los unos a los otros,
habían perdido la mayor parte de sus ducados en
el juego o renunciado a ellos a cambio de
comida... ¿Qué había sido de las jarras de vino
de aquella primera noche, de las gallinas y cerdos
que con tanta facilidad habían sacrificado...?
Ni siquiera el pillaje en las zonas aledañas
se ganaba el apelativo de alivio.
Él mismo había sido el más idiota. La
1002
LA HIJA DEL PAPA

primera noche le habían robado miles de ducados


saqueados y finalmente había acabado vigilando la
mayor parte del tiempo la banca Fugger.
Melchior, Bemelburg, Schertlein y otros habían
llevado su botín hasta allí. Al menos Melchior le
pagaba las soldadas pendientes, incluso le había
doblado el sueldo y le había regalado un par de jarras
de plata antes de remitirle hasta más tarde.
—Pero, ¿cuánto más tarde? — preguntó él
irritado—. Roma está desangrada.
Probablemente los españoles hayan enviado ya
buena parte del botín a Nápoles o en barcos hasta sus
hogares... ¿Y nosotros?
Melchior guardó silencio. Schertlin, que se
encontraba cerca, señaló el edificio de los Fugger.
—Precisamente por eso hay que proteger la
banca. Dales a ellos tu dinero y haz que te
expendan una letra de cambio. Podrás guardarlo
mejor que una jarra o que unos ducados.
Barth siguió aquel consejo y cedió buena
parte de su sueldo a la gente de los Fugger para
que se lo devolvieran ya en Ausburgo; se
acurrucaba apático en las sombras de la casa y se
moría de hambre. Un hambre espantoso. Canino.
Veía ante él espetones de corégonos asados,
truchas trinchadas, jugosa carne de cerdo, muslos
1003
FREDERIK BERGER

de pollo bien cebado y, cuando el hambre se


volvió absolutamente torturador, se preguntó si no
debería limitarse a poner rumbo a casa con algún
grupo de compañeros que fuera de la misma
opinión. Sin embargo, las posibilidades de caer
en una emboscada y acabar muerto eran
demasiado grandes.
Al menos estaba aprendiendo italiano. Había
empezado pronto a chapurrear alguna palabra para
matar el rato, gracias a una de esas monjas
ultrajadas que recorrían sin rumbo las calles con
los ojos vacíos y el rostro hinchado. Apenas
había podido creerse que él no quisiera hacerle
daño y tardó un buen rato en entender sus
intenciones. Incluso dormía junto a él y no se
apartaba ni un instante de su lado durante las
horas de guardia, pues de ese modo la dejaban
tranquila. Sus compañeros se burlaban de él, le
llamaban
«salvamonjas» o «italokrux», pero a él no le
importaba. De alguna manera tenía que matar el
rato, puesto que emborracharse, jugar a los dados
y vagabundear por ese cementerio que era ya Roma
no hacía sino hundirle los ánimos más todavía.
Ya llevaba demasiado tiempo así. Para
1004
LA HIJA DEL PAPA

engañar al hambre, llegó a amenazar a Melchior con


abandonar su puesto a mitad de guardia si no
conseguía una ración de rancho mínimamente
aceptable. La amenaza surtió efecto. Melchior y los
demás capitanes se dieron cuenta de lo que le estaba
ocurriendo a los soldados como él. Ya no eran más
que un montón de harapientos ruinosos. Si los
ejércitos de la Liga caían sobre Roma, los
masacrarían como a ratas y perros sarnosos.
Sin embargo, las tropas enemigas se habían
retirado, por lo que se decía. Un increíble golpe de
suerte, incomprensible, según la mayoría, a tenor
de lo que estaba ocurriendo en esos momentos.
Aquella liga se había constituido para combatir
al emperador y expulsar a sus hombres de Italia y sin
embargo, o no habían sido lo suficientemente
fuertes, o sí demasiado cobardes como para
atacarlos. El emperador luchaba por Italia,
combatía a la Liga y no enviaba ningún dinero. O
estaba en la ruina, o les había mentido y no le
importaba un carajo lo que le ocurriera a
aquellos que estaban batallando por él.
Lo más incongruente de todo era que habían
tenido que coger ellos mismos el salario que les
faltaba para de inmediato volverlo a perder; que
habían quemado y despilfarrado los alimentos para
1005
FREDERIK BERGER

tener que pasar hambre después; que volvían a


clamar por un salario en las ruinas de una ciudad
desconsolada y asolada por la peste pero que no
querían abandonar hasta no haber obtenido lo
esperado.
El padre Carolus le había explicado algunos
conceptos de lógica y, por lo que él había
entendido, no era solo que los soldados no
actuaran con lógica alguna, sino que el devenir
entero de la guerra rompía todas sus leyes.
Así pues, prefirió dedicar su tiempo a
aprender la lengua de los romanos. Debía admitir
que le gustaba. Era realmente musical. Se parecía
mucho al latín que hablaba el padre Carolus en
misa, pero más débil. Sonaba redondo y exuberante,
pintoresco y orgulloso, uno se sentía tentado a
dejarse seducir.
Con el tiempo, comenzó a ver a su monja, de
nombre Cecilia, con mejores ojos. Sobre sus
costillas se dibujaban pequeñas colinas, y había
vuelto a peinarse. Era mucho más joven de lo que
él había pensado en un primer momento e incluso
sonreía cuando el bávaro lograba recitar sin errores
algún pasaje particularmente hermoso de la Biblia.
Cecilia se sabía de memoria todos los salmos en
latín e italiano. Por lo general le hacía recitar el
1006
LA HIJA DEL PAPA

Cantar de los cantares de Salomón.


A él le parecía muy hermoso, como poesías,
así que estaba satisfecho. Ocasionalmente en las
noches en las que no montaba guardia, sino que
dormía en el cuartel en las cercanías de la banca,
es decir, cuando se despertaba de su sueño y oía la
ligera respiración de Cecilia, sentía que algo crecía
entre ellos. En una ocasión él la abrazó, casi como
en un sueño y la atrajo hacia sí. Sin embargo,
cuando a la mañana siguiente descubrió el terror en
sus ojos, perdió todo el deseo.
Ella lloró durante toda la mañana y apenas
pudieron hablar en italiano. No estudiaron el Cantar
de los cantares en todo el día.

Comenzó a haber mucha más vida dentro y


ante la banca cuando la joven a la que Barth había
salvado comenzó a retratar a los capitanes de los
lansquenetes, entre ellos a Melchior y
Bemelburg, como si fueran personalidades
importantes. Naturalmente había que pagar por ello,
ya fuera con dinero, oro, plata o alimentos. Incluso él
reunió un par de ducados para que lo dibujara, pero
ella no aceptó su dinero y tampoco le dijo por qué.
Él contempló asombrado el dibujo, en el que él
aparecía asalvajado, pero risueño, quizá también
1007
FREDERIK BERGER

un tanto triste.
Algunas veces ella se asomaba por el balcón
y le saludaba con un asomo de sonrisa.
Él le sonreía a su vez y le decía algo en
italiano.
Le recordaba enormemente a Anna, aunque
algo mayor, un poco más morena, y aun con
vida... Le evocaba aquel verso de Salomón
«azucena entre espinas». En una ocasión,
Virginia permaneció más rato en el balcón y él
le recitó de buen humor lo que había aprendido
hacía poco:
—¿Qué es tu amado más que otro amado,
oh, tú, hermosa entre todas las mujeres?
Ella pareció espantarse enormemente y
necesitó un instante antes de responder, pero
entonces exclamó:
—Sus ojos, como palomas junto a los arroyos de
las aguas; sus labios como lirios; sus mejillas
como una era de especias aromáticas.
—Jo, jo, ahora Italo-krux habla también en
lenguas secretas —bramó un compañero.
—El Salvamonjas vuelve a parlotear italiano
—repuso otro.
La azucena desapareció y ya no se dejó ver.

1008
LA HIJA DEL PAPA

Entonces, el Papa se rindió. Dos días después, a


los defensores se les permitió abandonar el
castillo de Sant’Angelo. Barth no quería
perderse aquel espectáculo, por lo que tomó
posiciones en el puente y, puesto que le sacaba una
cabeza a la mayor parte de sus compañeros, pudo
observar sin dificultad la marcha de los valientes.
El par de guardias suizos que aún quedaba se
arrastraba con las miradas hundidas y las ropas
destrozadas, pero en un orden impecable. La turba
de victoriosos españoles rompió en aplausos
burlones mientras escupían a los exiliados. Menos
mal que Barth no tenía cerca a ninguna de esas ratas
de pelo moreno, pues de lo contrario habría
arrojado a unos cuantos al Tíber.
Siguieron a los suizos el resto de las milicias
y, finalmente, los capitanes. Éstos al menos
mantenían la cabeza erguida. Al final de la
comitiva descubrió a Ranuccio Farnese,
nuevamente sano, como quedaba patente. Se lo
señaló a Cecilia diciendo:
—Il mio amico Ranuccio, un i tal i ano
coraggioso —tras lo cual exclamó—: ¡Bravo,
bravo!
Cecilia sonrió y levantó amistosa las manos.
Numerosos soldados se volvieron a mirarlos con
1009
FREDERIK BERGER

desconfianza, incluso gruñeron, si bien nadie se


atrevió a decir nada inteligible. Barth solo tenía que
dejar caer la mano para romper un par de narices
entrometidas.
Incluso dio la impresión de que Ranuccio se
volvía para mirar.

Durante los siguientes días ocurrió algo


extraño entre sus guardias que Barth no logró
identificar. De alguna forma se estableció una
cierta inquietud, cuchicheos, miradas furtivas,
llenas de malicia, sonrisas que no presagiaban
nada bueno. Uno de sus tiroleses de menos medios
apareció de repente con una bolsa llena de
escudos de plata y le explicó a todo el mundo, aun
cuando nadie le había preguntado, que había
encontrado una nueva fuente de ingresos, un nuevo
escondrijo. Al mismo tiempo, hizo tintinear las
monedas de la bolsa y entró finalmente con gestos
pomposos en el interior de la banca para
abandonarla nuevamente con un recibo.
—¡Una letra de cambio! —exclamó, agitando
el papelito.
Barth decidió ser más cauto.
Cuando, después de una comida, le preguntó a
Melchior von Frundsberg cuando partirían
1010
LA HIJA DEL PAPA

definitivamente, le contestaron que habían llegado


malas noticias desde Francia, que además la tasa
de mortalidad había aumentado de forma
preocupante a causa de la peste, por lo que se
estaba planteando la posibilidad de abandonar la
ciudad y establecer el campamento en un entorno
más saludable hasta que el Papa hubiera pagado su
deuda de cuatrocientos mil ducados.
—¿Y de dónde saldrán esos cuatrocientos
mil ducados? — preguntó Barth—. ¿De España,
quizás, o de Nápoles?
Melchior se encogió de hombros.
Aquella noche Barth durmió, como solía
cuando montaba guardia, sobre el banco junto al
portal. Se despertó al notar movimientos extraños,
pero mantuvo los ojos cerrados. Echó una
mirada furtiva hacia arriba y vio a la azucena de
Ranuccio, el de los ojos de paloma, quieta en el
balcón, haciendo gestos extraños. Una sombra cayó
sobre él y una brisa ligera lo azotó. La puerta,
entonces, crujió. Por suerte tenía a mano la
empuñadura de la espada y, antes de que el
intrigante pudiera reaccionar, saltó gritando
alarma y agarró al embozado que abandonaba la
banca, mientras se defendía de un hombre que lo
atacaba con un puñal. Apartó al extraño de encima,
1011
FREDERIK BERGER

sostuvo su espada contra su garganta y no tardó


en obligarlo a recular, mientras los guardias le
reducían.
Barth había entendido de quién era el cuello
al que dirigía su filo.
Cuando apretó a la joven contra sí, fue como
volver a abrazar a Anna. Sus soldados le
colocaron a Ranuccio Farnese las manos en la
espalda y lo maniataron. Miró a Barth con
desesperada furia y gritó:
—¡Dejadla vivir, matadme a mí!
Barth había entendido exactamente lo que había
dicho y respondió en italiano:
—¿Así me das las gracias? Ranuccio aún lo
miraba fijamente y, antes de que pudiera
responder, los guardias le apalearon como una
manada de demonios furibundos.
—¡Deteneos! —bramó Barth—. Es mi botín, ¡y
también la mujer! Prefiero llevar al traidor a mi
cuartel y ocuparme de él personalmente.
Los soldados iniciaron un agresivo
murmullo de desaprobación.
Barth agarró a Ranuccio y la joven y los
arrastró hasta su alojamiento. Cecilia, que se
encontraba impotente junto a él, los siguió. El
bávaro sabía exactamente lo que iba a hacer. La
1012
LA HIJA DEL PAPA

inspiración lo había azotado como un rayo.


Una vez llegados a la estancia, arrojó a
Ranuccio al suelo y ordenó a la mujer que se
mantuviera a cierta distancia.
—¿Así me das las gracias? —porfió.
—La amo —espetó Ranuccio
—. Quería salvarla. Tú habrías hecho lo mismo.
Barth no respondió. En el fondo sabía que
tenía razón. Él también hubiera corrido tal riesgo
por Anna, pero eso no les ayudaría a ninguno de los
dos.
Tuvo que tomarse unos segundos para
buscar las palabras antes de poder formular una
frase:
—Hay dos posibilidades: o te hago colgar de
inmediato —dijo, señalando a Ranuccio— y hago
a la mujer la puta del campamento; o te dejo libre,
pero ella —añadió, y en esa ocasión señalaba a
Virginia— se queda conmigo. Solo conmigo.
Podéis decidir. Debéis hacerlo.

1013
FREDERIK BERGER

Capítulo 92

Roma, chiesa San Girolamo – palazzo Farnese


– julio de 1527

Para la salida del sol, Ranuccio había logrado


ya escabullirse hasta palazzo Farnese sin que
nadie lo descubriera y esperaba en el destrozado
y pestilente interior de la vecina iglesia de San
Girolamo hasta que los guardias abrieran la puerta.
Le ardían los ojos, se veía sacudido por
fuertes escalofríos y no dejaba de temblar. Hubiera
preferido que lo apalearan hasta matarlo o
haberse clavado una espada en el corazón. Sin
embargo, no tenía ningún filo, ni siquiera un
cuchillo... Por supuesto, podría haberse
abalanzado sobre alguno de los lansquenetes,
acometer a alguno de los bárbaros alemanes con las
manos desnudas. Los soldados le habrían hecho
pedazos allí mismo... ¿Acaso no habría sido una
muerte así lo más justo y adecuado para él?
Sin embargo, ¿había tenido alguna otra
opción aparte de la de acceder a las demandas de
Barth? El bávaro lo habría hecho colgar, la
1014
LA HIJA DEL PAPA

gravedad de su amenaza no dejaba lugar a dudas.


Entonces, él mismo se habría abalanzado sobre
Virginia junto con toda su horda, y eso habría sido
una tortura aun peor que la muerte.
—¡Deja libre a Ranuccio! — había gritado
Virginia a Barth, sin pensar en las
consecuencias—. Yo me quedaré contigo.
Sí, incluso le suplicó al alemán.
La buscó una última vez con la mirada, la
mirada de un enamorado, pero por culpa de la
oscuridad no pudo encontrar aquellos ojos negros, si
bien sabía lo que ella ponía en esa última visión...
—¡No, no! —exclamó él, débil, inseguro,
impotente... pueril.
Nadie lo tomó en serio.
Tras una fuerte discusión con Barth, los
lansquenetes lo soltaron, golpearon y espantaron
como a un chucho callejero. Al principio, no
quiso irse. Cuando uno de los hombres extrajo
un cuchillo y lo lanzó hacia él, logró esquivarlo
justo a tiempo.
Virginia gritó y exclamó:
—¡Mantente con vida! —logró entenderla—.
¡Volveremos a vernos!
Finalmente, se hundió en la oscuridad. En un
primer ataque de desesperación avanzó a
1015
FREDERIK BERGER

trompicones hasta el Tíber y pensó en arrojarse al


agua. Sin embargo, el hedor era simplemente
insoportable, y ahogarse allí le pareció una forma
poco honorable de morir.
Tardó un buen rato en liberarse de sus grilletes
mediante unos ganchos de hierro. Con mucho
cuidado siguió la ribera del Tíber hasta alcanzar
finalmente la plaza ante el palazzo Farnese.
El que aún siguiera vivo era un milagro, un
gesto del destino, el regalo de un dios
misericordioso, del Dios misericordioso. Pensando
en ello, le inundó un sucinto sentimiento de felicidad
que no tardó en verse anegado por la vergüenza
ante su fracaso en el rescate, por una
culpabilidad que nunca lograría reparar. Para
salvar su propia vida, había abandonado a
Virginia en manos de los bárbaros: había tenido
que elegir entre la vida y el honor y se había
decidido por lo primero.
Ahora se encontraba acurrucado en el interior de
la misma iglesia que había visitado con frecuencia
con su familia, rodeado de mierda, de ratas, de
crucifijos reventados.
Todo podía haber sido diferente: podía
haberse llevado a Virginia consigo durante su
primera huida a Venecia... ¿Por qué no lo había
1016
LA HIJA DEL PAPA

hecho? Seguía sin entenderlo aún entonces.


¿Quizás porque Giovanni le había dicho que las
mujeres no hacían sino estorbar cuando se
intentaba llegar a condottiere? ¿Porque creía que
perdería su libertad? ¿Porque no se había sentido
seguro de sus sentimientos, ni de los de ella?
¿Porque no era capaz de confiar en la lealtad de una
cortesana? ¿Porque en el fondo consideraba a
Virginia su hermana?
Ranuccio intentó rezarle al Dios
misericordioso. Pero todas las fórmulas que se le
ocurrían, aprendidas en las misas y las lecturas
bíblicas, todas las palabras tan pulidas y
rimbombantes, todas las súplicas y juramentos a
aquel Señor tan bueno y tan justo, a aquel Dios
tan bondadoso, que incluso ofrecía a su hijo en
sacrificio para el perdón de los pecados del
mundo... No, aquellas palabras se desmoronaban
al asimilar su verdadero significado, apestaban como
los cadáveres medio comidos que habían
convertido a Roma en el cadalso de un castigo
divino, que hablaban de muerte y de tortura y no de
la misericordia celestial.
Incluso aunque aquel Dios se hubiera
mostrado compasivo con él, Ranuccio Farnese,
debía haberse presentado igualmente como un
1017
FREDERIK BERGER

vengador, como un castigador implacable... Sí,


quizá fuera verdad que el deterioro de Roma
hubiera sido tan abrumador, pero, ¿realmente era
necesario escarmentar a la población de forma tan
desmedida? ¿Y por qué habían pagado por igual
justos que pecadores? ¿Era eso justicia? ¿Debía
aniquilar a los buenos cuando en realidad pretendía
exterminar a los malos?
De pronto Ranuccio creyó oír la voz de Paolo,
su risa mientras chapoteaba en el agua, sus gritos
de alegría, su resplandor al levantarse el primero
cada mañana y acudir corriendo a despertar a su
hermano pequeño... Se estremeció cuando se dio
cuenta de que la risa no era únicamente un eco
del pasado, sino que retumbaba en la plaza frente
al palazzo. Ranuccio asomó la cabeza por la
reventada puerta del templo y comprobó que,
efectivamente, había dos niños escuchimizados
agitando sendas espadas de madera y riendo de
pura diversión, rodeándose el uno al otro, fingiendo
luchar, hasta que uno de los dos se tiró al suelo
como muerto. El otro realizó un fanfarrón gesto de
victoria, el muerto se levantó de un salto y después
los dos desaparecieron, alegres, por el portal del
palazzo Farnese.
Ranuccio se dio cuenta entonces de que la
1018
LA HIJA DEL PAPA

entrada al palazzo de su padre estaba abierta y que


había un par de guardias haraganeando al lado.

Hasta bien entrada la mañana, Pierluigi había


sido incapaz de reaccionar. Lo primero que hizo
fue preguntar por Virginia y, cuando finalmente
entendió que el plan de rescate había fracasado,
maldijo e injurió a los bárbaros, después al
propio Ranuccio y concluyó alegando que, cuando
se quiere algo bien hecho es necesario hacerlo uno
mismo, o de lo contrario se perdería incluso el dinero
invertido.
Cuando comprobó que Ranuccio estaba al
borde de las lágrimas, adoptó un tono más
pacífico, hizo que le trajeran vino, pero ya no supo
cómo continuar.
—No lograremos sacar a tu Virginia de su
escondite si no es mediante fuerza bruta. Para eso
necesitamos a un buen número de hombres y
todavía más dinero... Además, quien se las ve
con los lansquenetes...
Ranuccio meditó un instante.
—También he oído que las tropas italianas
no tardarán en marcharse a las regiones
circundantes, libres de peste — explicó Pierluigi
tras unos instantes
1019
FREDERIK BERGER

—. Miles de ellos han contraído ya la enfermedad


y los calurosos meses que están por venir no harán
sino empeorar la situación.
Se levantó, estiró sus extremidades, caminó
hasta la ventana.
—¿Y ahora qué hacemos con los refugiados
de ahí abajo?
Ranuccio alzó la vista y experimentó un
fuerte rechazo a la visión de su hermano. Sin
embargo, debía estarle agradecido.
—Además, he oído que el Papa va a enviar a
nuestro padre como delegado a la corte del
emperador — dijo Pierluigi—. Sin duda el viejo
hará un pequeño rodeo por Capodimonte para
comprobar si todo está en orden, si las ovejas
siguen vivas y paciendo por doquier.
—¿Estás seguro? —Ranuccio dio un
respingo y exclamó—. Entonces, lo acompañaré.
Pierluigi posó el brazo sobre sus hombros y
le propinó un cariñoso puñetazo en el pecho.
—Eso será lo mejor. Los dos deberíais dar
un rodeo por Capodimonte... y visitar el viejo
hogar, a nuestra madre y a nuestra
«amorosa» y «bienamada» hermanita...
Entonces, sonrió de una manera muy
desagradable.
1020
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 93

Capodimonte – julio 1527

Las noches con Francesco María no podían


durar eternamente y Constanza lo sabía, pero las
noticias que le trajeron a su amado desde Roma
despertaron en ella una creciente inquietud por su
padre. De sus hermanos no había oído sino vagos
rumores.
Francesco María le explicó una y otra vez la
decisión de los comandantes de no atacar a los
imperiales y retirarse a Viterbo.
—No tiene nada que ver con la cobardía o la
sed de venganza, y desde luego tampoco con las
hermosas noches que he podido pasar en tus
brazos —explicó mientras ella lo esperaba
anhelante tendida sobre las sábanas—. Me siento
responsable de mis soldados y no quiero iniciar
baños de sangre innecesarios. Si atacamos a los
imperiales, la ciudad entera arderá en llamas. Será
el fin de Roma — continuó, paseándose arriba y
abajo por la habitación, presa de la agitación—.
¡Roma finita! Y a mí se me recordará en los libros
1021
FREDERIK BERGER

de historia como el ejecutor de la pena capital... Si


los franceses al menos enviaran un ejército digno de
recibir tal nombre, entonces quizá pudiéramos
hacer algo.
Finalmente se tendió junto a ella, pero
continuó distraído y se durmió pronto.
Cuando se supo de la capitulación del Papa,
pasó varias noches sin aparecer, hasta que al
tercer día le escribió explicándole que debía
sondear la situación antes de pasar la noche
alejado de su ejército.
Entonces volvió a hacer acto de presencia, en
esta ocasión con una gran escolta que se dedicó a
montar escándalo por los jardines que rodeaban el
castillo, interrumpiendo así de nuevo su pasión
nocturna.
En una ocasión él le habló de una auténtica
batalla acontecida en el interior de Roma, en Campo
de Fiori, entre españoles e italianos por un lado y
los lansquenetes alemanes por el otro.
—Se están masacrando los unos a los otros.
Lo único que tenemos que hacer es esperar —dijo,
mirando a Constanza con satisfacción.
—¿Has oído algo acerca de mi padre y mis
hermanos? —porfió ella.
—Tu padre debe seguir con el Papa en el
1022
LA HIJA DEL PAPA

castillo. ¿Tus hermanos? Por lo que sé, Pierluigi


está disfrutando de la vida en vuestro palazzo
desde el principio de la conquista. ¿Ranuccio? En
caso de que formara parte de los defensores del
castillo de Sant’Angelo, entonces debían haberlo
soltado el 7 de junio. Quizá ya no siga con vida...
O se haya unido a Pierluigi...
Durante la noche siguiente, Constanza no se
encontró de humor, por lo que Francesco María se
apartó un tanto decepcionado.
—Tu hermano sigue vivo, mala hierba nunca
muere —murmuró él antes de quedarse dormido y
echarse a roncar.
De nuevo pasaron numerosas noches sin su
presencia y sin dar ninguna información, así que
Constanza se dirigió a la isola Bisentina para
darle a su madre las parcas noticias de las que
disponía y rezar a su lado.
—¿Durante cuánto tiempo seguirá
apareciendo? —preguntó la madre tras una plegaria.
—No lo sé. Quizá ya nunca más lo haga... Ya
no es como al principio... Espero que no se entere
nadie —ella misma se dio cuenta del desánimo que
delataba su voz y se enojó consigo misma.
—¿Crees que Bosio podrá perdonarte? —
preguntó la madre.
1023
FREDERIK BERGER

Constanza negó fervientemente con la cabeza.


—¡No debe saberlo! —exclamó.
—¿Y podrás perdonarte tú? — insistió su
madre, aunque le hablaba con dulzura, pero sin
dejar de torturarla.
Constanza se levantó, tomó entre las manos
algunas de las fragantes flores de alcaparra que
crecían en torno al mausoleo de la familia, las olió
y reflexionó en torno a la pregunta de su madre. En
algunas ocasiones, cuando a última hora de la tarde
se sentaba junto al agua y soñaba despierta frente
al mar, añoraba a sus hijos y, entonces, la azotaba
una oleada de remordimientos que solo rompía
convenciéndose a sí misma de que ella también
tenía derecho a disfrutar de un poco de aventura y
felicidad. La mala conciencia, entonces,
desaparecía y daba paso al deseo por Francesco
María, por aquellas noches en las que cumplía sus
sueños de juventud, nunca olvidados del todo.
Constanza se rascó la frente, distraída, antes
de lanzarle una breve mirada a su madre.
—En algún momento se acabará todo. Mi amor
por mi familia y mi lealtad hacia Bosio no han
cambiado—dijo, como consolándose.
—¿De verdad?
No tardó en marchar de nuevo a la fortaleza, en
1024
LA HIJA DEL PAPA

donde esa misma tarde se presentó Francesco


María. Traía nuevas consigo:
—Los imperiales abandonan Roma: la peste y
el hambre los están diezmando. La caballería de
Ferrante Gonzaga ya ha partido y el resto del ejército
no tardará en seguirlo, para pasar el verano en
algún lugar más salobre.
La actuación de Francesco María aquella
noche fue decepcionante.
Desapareció durante varias jornadas más y
ella comenzó a pensar que no regresaría. Por una
parte, se sintió aliviada, mientras que por la otra no
quería que su aventura concluyera de forma tan poco
grata. Deseaba poder recordarlo con dulce
nostalgia.
Por fortuna, Francesco María apareció una vez
más para exponerle, durante la comida conjunta,
que el papa Clemente enviaba a su padre como
embajador a la corte del emperador en España.
—Será una tarea de lo más «grata»:
presentarse en la boca del lobo con un saco de
súplicas y de amargos reproches al hombro. Por lo
menos el emperador estará de buen humor, puesto
que acaba de ser padre de un hijo varón —dijo, y
siguió devorando la comida mientras Constanza
callaba—. ¿No estarás embarazada? —preguntó
1025
FREDERIK BERGER

sorprendido.
Como en realidad no quería contestar,
respondió con una pregunta:
—¿Te alegrarías de ello?
Él dejó el cuchillo a un lado, se levantó y se
colocó tras ella. Constanza alzó la cabeza y él
se inclinó lentamente sobre ella y le besó la
frente.
—¿Puedo preguntarte algo? — Constanza
reparó de pronto en un detalle que la había
inquietado durante mucho tiempo—. Siempre has
tenido un aspecto triste, desde la primera vez que te
vi. ¿Por qué?
Él le pasó la mano por los ojos y guardó
silencio un instante. Entonces dijo con voz tenue:
—Cuando era joven, apuñalé al amante de mi
hermana. Por la espalda. Ni siquiera sé por qué.
Quizá por celos. Quizá por defender el honor de mi
hermana. Nunca tuve que rendir cuentas por ello.
Ella sintió su cálido aliento en la nuca y no
supo qué responder. Tampoco él dijo ya nada más.
Le siguió una noche de caricias intensas y
dolorosas.
Cuando él se levantó a la mañana siguiente
y se colocó su armadura, parecía haber olvidado las
confesiones de la tarde anterior y le explicó que los
1026
LA HIJA DEL PAPA

últimos lansquenetes habían partido de Roma para


buscar territorios libres de peste en las montañas
vecinas.
—Debemos tener cuidado.
—¿Crees que os atacarán en Viterbo? ¿O que
vendrán aquí?
—Eso ya se verá.
Constanza vivió numerosos días de inquietud
hasta que Francesco María volvió a aparecer por
la puerta. Los ojos del duque aparecían hundidos en
unas cuencas profundas y oscuras. Nada más
saludarla la informó de que los imperiales tenían
Narni, donde no les habían querido proporcionar
ni alimento ni reposo, por lo que habían pasado a
cuchillo a toda la población, incluyendo a las
mujeres y los niños.
—Mis espías me informan de que ahora
tienen la vista puesta en Todi. Así cortarían a
nuestro ejército una buena vía de escape y eso podría
ser peligroso. Debo proteger Todi. Partiremos
mañana temprano.
—¿A qué distancia está Todi de apodimonte?
—preguntó ella—.
¿Está lejos?
Él asintió.
—Hay más noticias. Próximamente llegará a
1027
FREDERIK BERGER

Italia un ejército francés bajo las órdenes de


Lautrec. Se dirigirán a Milán. Quizá Venecia me
necesite en el norte.
—¡Pero un ejército francés os supondría
refuerzos! ¡Podríais batir a los imperiales! Quizá
los lansquenetes quieran marcharse definitivamente
a casa y, si tú te diriges a Todi, te interpondrás en
su camino. ¡Deja que los franceses entren con su
ejército!
Francesco María le dedicó una breve risa.
—En el futuro debemos dejar a las mujeres
dirigir los ejércitos, entonces solo habría victorias.
Él la abrazó y quiso besarla, pero ella lo
rechazó.
—O quizá no hubiera ninguna guerra —
repuso.
Entonces fue él quien ya no deseó besarla, se
sentó en silencio frente a ella y se sumió en sus
pensamientos.
—Perdóname si te he hecho enfadar —sollozó
ella—. Por favor, quédate esta última noche. Deja
que...
Francesco María la miró y en sus ojos se
apreciaba de nuevo aquella tristeza. Agitó la mano
como si quisiera borrar todas las preocupaciones,
carraspeó y dijo:
1028
LA HIJA DEL PAPA

—Probablemente tu padre abandone pronto


el castillo de Sant’Angelo. Lo que no puedo
imaginar es si será para ir o no a España.
—¿Crees que vendrá aquí?
—Podría ser.
—¡Oh, querido! —exclamó ella, abrazándolo de
pronto.
Él se lo permitió.
En el interior de la joven lucharon el miedo
y los últimos retazos de deseo. Como colofón a
aquellas noches dichosas, Constanza deseaba una
conclusión llevada a la mayor excitación, a la
satisfacción más plena, a una comunión silenciosa de
sus almas.
También en los ojos de él se leía la pena y
el anhelo, por lo que los dos se unieron en
silenciosas caricias.
Con los primeros resplandores rosados
surgiendo por el este, Francesco María se levantó
y se fue. Ella lo siguió con la mirada hasta que
las últimas nubes de polvo que levantaban sus
hombres y él hubieron desaparecido. Entonces, dejó
que las lágrimas le resbalaran por las mejillas
hasta que el sol naciente le obligó a cerrar los ojos.

1029
FREDERIK BERGER

Capítulo 94

Roma – Viterbo – Capodimonte – julio 1527

—Que Dios te acompañe, amigo mío —


exclamó el papa Clemente cuando Alessandro besó
fugazmente el anillo del Pescador a modo de
despedida—. Serás un gran apoyo para mí: siempre
sereno, equilibrado en tus pareceres, firme... Ahora
sé que cometí un error en el último cónclave. Tú
habrías sido el mejor, habría sabido evitar la
humillación de la santa madre Iglesia, el
vergonzoso sacrilegio de sus santos y la destrucción
de la eterna Roma... Le he fallado a Dios y a los
hombres.
Clemente incluso lo abrazó y de sus ojos
brotaron lágrimas que le resbalaron hasta la
barba. Desde el inicio del asedio, el pontífice
había dejado de afeitarse; sus cabellos,
encanecidos, le habían crecido en abundancia, si
bien no llegaban a ocultar del todo sus enjutas
mejillas.
Alessandro iba a remitir a Clemente al
crucificado para que buscara consuelo, pero
1030
LA HIJA DEL PAPA

aquel momento le parecía demasiado solemne como


para caer en fórmulas arquetípicas. El Papa parecía
sincero en sus expresiones, o al menos, lo era en
aquel momento. Además, no había mencionado ni por
un momento el cometido de Alessandro: hacerle
llegar al emperador, en España, una carta de
súplica.
A pesar de lo oficial de la misión, que le
permitía por primera vez abandonar el castillo de
Sant’Angelo, Alessandro no tenía ninguna
intención de viajar a España. Clemente debía ser
consciente de ello, pues había escrito una segunda
carta para que Salviati la entregara. Además, por
lo que Alessandro sabía, su compañero cardenal
había aceptado la misión solo por guardar las
apariencias. Sin duda Clemente permanecería aún
un tiempo cautivo en el castillo.
Era de temer que el emperador acabara con el
papado tal y como se le entendía hasta entonces,
que trasladara el Vaticano a España; que como
mínimo impulsara un concilio y realizara una
reforma integral... Sin el Papa actual. Quizá él
mismo eligiera a un nuevo siervo de la Iglesia
más cercano a él para que se sentara en la cátedra de
San Pedro.
¿Y quién era el posible candidato? Al final,
1031
FREDERIK BERGER

solo quedaba uno, un hombre decidido a poner fin


al celibato en caso de llegar a Papa.

Alessandro llegó a Viterbo acompañado de


un pequeño séquito, con la intención de pasar la
noche en su palazzo. Se lo encontró saqueado, al igual
que el resto de la ciudad: los ejércitos de la Liga a
las órdenes del duque de Urbino habían abusado sin
piedad de la hospitalidad prestada. Alessandro
habló con el governatore y con su mayordomo:
quejas y más quejas.
—¿Hacia dónde marcharon las tropas? —
preguntó.
—Salieron en dirección a Todi y Perugia, por
lo que se ve.
—¿Habéis oído algo de mi hija Constanza?
—El duque de Urbino nos dejó una carta de
vuestra adorada hija en la que se solicitaba que
proporcionáramos un trato hospitalario al duque y
a su ejército. Ellos se tomaron esa «hospitalidad»
con mucha ligereza —respondió el mayordomo con
marcado sarcasmo
—. Apenas queda algún animal con vida y nuestras
mujeres tienen mucho que contar. Dentro de nueve
meses se verán las consecuencias.
En ese momento, perdió el autocontrol:
1032
LA HIJA DEL PAPA

tomó la mano de Alessandro y la cubrió de besos.


Al día siguiente, Alessandro visitó en
compañía de los dos hombres incontables
viviendas y chozas y recibió los informes de los
ejércitos de la Liga. Así descubrió que numerosos
hijos de la ciudad habían acudido a Roma llenos
de rabia tras lo ocurrido, para unirse a los
imperiales:
—Algunos de ellos se encuentran ya ante el
Señor: murieron por la peste. Viterbo no los permitió
volver a entrar y tampoco los enterró.
El governatore asintió con solemnidad.
—Por las noches no había mujer que estuviera
a salvo de los soldados.
—¿Y por qué el duque de Urbino no se
encargó de poner orden entre sus hombres?
—La mayoría de las veces desaparecía por
las tardes y regresaba a la mañana siguiente.
Alessandro miró interrogativo al mayordomo,
quien añadió:
—No sabemos dónde pasaba la noche.

Por la tarde, Ranuccio apareció de improviso


ante las puertas de la ciudad y pidió que lo llevaran
ante su padre. Se encontraba en un estado
lamentable, tal y como Alessandro pudo comprobar
1033
FREDERIK BERGER

con espanto, y no tanto en lo físico, pues había


engordado algo, como en lo anímico. Se echó a sus
brazos como un niño pequeño, le habló de una
culpa irreparable, deseó la muerte. Solo tras un
buen rato logró Alessandro descubrir dónde había
estado Ranuccio en las últimas semanas, hizo que
le informara acerca de Pierluigi y del estado del
palazzo Farnese, de la retirada de los imperiales y
del cementerio que era Roma.
Con sumo cuidado intentó sonsacarle qué era
lo que le atormentaba, pero su benjamín calló al
respecto.
Así pues, cabalgaron juntos hacia
Capodimonte. El sol de julio ardía en el cielo
plúmbeo y los caballos trotaban con la cabeza
gacha. Ranuccio se sostenía sobre la silla como un
saco de cereal a medio llenar, con la mirada
ausente. Ni siquiera portaba alguna espada o
puñal.
En algún momento Ranuccio dijo
repentinamente, con voz casi inaudible:
—Debería haber ido al convento como tú
querías. He decepcionado a todos los que me
amaban. Como condottiere he sido un fracaso.
Alessandro lo miró espantado y en un principio
no contestó. Ranuccio había adoptado un tono serio
1034
LA HIJA DEL PAPA

en el que ni siquiera se vislumbraba la


autocompasión. Quizá solo necesitara hacer una
confesión en voz alta. Sin embargo, se mantuvo en
silencio desde entonces.
Finalmente, Alessandro repuso:
—Eres un héroe: ningún romano, y mucho
menos el Papa, olvidará que defendiste la ciudad
incluso en situaciones desesperadas.
—Debería haber muerto en combate. Al
menos mi honor estaría intacto.
Alessandro hubiera querido abrazarlo, pero
como se encontraban a caballo, era imposible.
—Si hubieras muerto, nos habrías causado a
tu madre y a mí, a toda la familia, un dolor
inabarcable. Ante una muerte sin sentido, el honor se
convierte en un concepto vacío — repuso y,
recordando entonces a Virginia, continuó con voz
muy baja. Además, Virginia sin duda rechazaría
un honor que solo trajera la muerte... En caso de
que haya sobrevivido.
Ranuccio perdió la mirada en el vacío.
—¿Y el sacrificio?
Alessandro no entendió la pregunta de
Ranuccio, pero la palabra «sacrificio» despertó en
él un miedo largamente reprimido.
¿Acaso no había pensado tras su despedida del
1035
FREDERIK BERGER

papa Clemente que el emperador Carlos pudiera


nombrarlo Papa? De ser así, ¿tendría que
sacrificar a su hijo?
Alessandro tragó saliva, pues la boca se le
había secado repentinamente. Al mismo tiempo
sintió que el sudor frío le empapaba la frente y que
su corazón le latía desbocado para finalmente
adoptar un ritmo lento y sordo como una marcha
fúnebre.
—¿Has oído algo de que ella... no haya
sobrevivido? —preguntó Alessandro con voz
entrecortada.
—Ella vive —sollozó Ranuccio, pero no estuvo
dispuesto a dar más explicaciones.

Tras una tranquila cabalgada de varias horas se


aproximaron a Capodimonte. En un primer
momento, mantuvieron el ritmo; las gallinas
picoteaban por los caminos, un gallo cantaba
orgulloso y, junto a un pequeño estanque, se
revolcaban los cerdos, vigilados por niños sucios
de pies descalzos. Entonces, apareció corriendo
una campesina entre alusiones a todos los santos, le
siguieron su marido y después incluso los niños; les
cogieron de las manos para besárselas y todo el
mundo hablaba a la vez. Alessandro solo entendió
1036
LA HIJA DEL PAPA

alusiones vagas: «protección del Señor», «milagro»


y «el duque de Urbino».
Al parecer allí no se había producido ningún
saqueo. Aliviado, bendijo a la familia de granjeros
y Ranuccio prosiguió la marcha, de forma que no
tardó en sobrepasar al trote la colina que dirigía al
castillo. Constanza y Silvia salieron en seguida a
recibirlo. La tuerta Rosella, seria e inamovible,
permaneció en un segundo plano.
El joven saltó del caballo y se dejó abrazar
por Constanza. Silvia también tomó en sus brazos
a Ranuccio, apretó la cabeza de su hijo contra su
pecho y concluyó el reencuentro con un mar de
lágrimas.
Cuando finalmente se dirigió a Rosella para
saludarla a ella también, la mujer le sonrió: era una
sonrisa inédita desde hacía mucho tiempo, e
instintivamente él le acarició la mejilla. Ella
retomó bruscamente su habitual seriedad y en su ojo
sano se pintó una repentina tristeza.
Había mucho que contar, el vino fluyó incesante.
Alessandro volvía a disfrutar por primera vez desde
hacía meses de pan fresco y queso especiado,
leche jugosa y fresas con nata. A pesar de
ofrecérsele un cordero, para festejar el reencuentro
con un buen asado, Alessandro lo rechazó. Las
1037
FREDERIK BERGER

ovejas eran los animales favoritos de su madre,


al final de su vida habían sido casi sagradas
para ella. Habría sido un sacrilegio sin piedad
matar a alguna de ellas. Darse una comilona
mientras la gente de Roma moría de hambre...
¡Inaceptable!
Ranuccio permaneció en silencio. Incluso
ante las preguntas de Silvia se dedicó a contestar
con monosílabos y Alessandro tuvo que ir
rellenando los retazos de información con aquello
con lo que estuviera al día. Constanza le habló de
sus miedos y le contó que había sido ella quien
había evitado la conquista y saqueo del castillo.
—Los imperiales casi estaban aquí, pero
entonces llegaron los ejércitos de la Liga.
Mamma y yo conseguimos enviar a los capitanes a
Viterbo. También agasajamos a Francesco María
con profusión y él se mostró como un agradecido
gentiluomo.
Silvia no añadió más a la narración de su hija,
solo informó de que se había retirado a la isola
Bisentina para rezar junto a los sepulcros.
—Mañana iremos todos hasta allí para dar
gracias al Señor —dijo Alessandro.
Entonces, quiso conocer más detalles acerca
de la actuación del duque de Urbino.
1038
LA HIJA DEL PAPA

—¿No os informó o al menos os sugirió el


motivo por el cual no se presentó en Roma ni
atacó a los imperiales?
Silvia miró al suelo y Constanza repitió lo
dicho sin añadir más que vaguedades.

Cuando, ya por la noche, se dirigían a


descansar, oyeron repentinamente ruidos y gritos en
el portal. Tres jinetes se encontraban a las puertas
y, tras mirar por la ventana, comprobaron que los
dirigía Pierluigi. Cuando les permitieron el acceso
al patio interior, casi se caen del caballo. Los tres
jinetes resultaron estar muy maltrechos, apenas les
quedaba ropa en el cuerpo y estaban cubiertos de
sangre. El propio Pierluigi estaba fuera de sí:
—Esa chusma... ¡En nuestras propias tierras!
Rosella tardó un buen rato en lograr limpiar
y vendar todas las heridas de los aparecidos y
Pierluigi pudo saludar adecuadamente a su familia
y narrarles, con una contención sorprendente
pero aún llena de rabia que, tras la marcha de las
tropas imperiales de Roma, había permanecido con
una pequeña escolta en el palazzo Farnese.
—Pero aquello era demasiado fúnebre para mí.
Por todas partes hay ratas cebadas, perros
asalvajados, esqueletos descompuestos, enfermos de
1039
FREDERIK BERGER

peste vagando por las calles en busca de ayuda,


niños medio muertos de hambre que parecen que
acaban de escapar de la tumba, mujeres harapientas
y sucias con la mirada perdida mendigando pan.
Además, grupos de hombres que se dedican a
husmear buscando algo que robar que haya quedado
escondido, que son capaces de meterse hasta en
las cloacas, que son capaces de descuartizarte o
destriparte mientras aún estás con vida si no les
matas primero. No es un lugar agradable.
Se bebió su vaso y continuó:
—Entonces pensé en poner a resguardo mi
soldada. Mi intención inicial fue dirigirme hacia
Valentano y después a Santa Fiora, pero cuando oí
que nuestro señor papá había dejado el castillo
de Sant’Angelo decidí de inmediato reencontrarme
con él y con Constanza y madre en Capodimonte.
Quería ser un buen hijo y visitarlas. Lo que
ocurrió a continuación fue lo siguiente: un grupo
de campesinos y bandidos se interpuso en mi camino
y me saqueó. Ocho de mis hombres han caído en el
proceso, me han robado buena parte de los caballos
y todo el dinero ha desaparecido: veinticinco mil
ducados. No tenéis más que ver mi aspecto. Aunque
mandé a algunos de esos hijos de puta al infierno, al
final tuve que poner pies en polvorosa. Una cosa
1040
LA HIJA DEL PAPA

está clara: esto merece un escarmiento. Cuando los


pille, los haré empalar —al final se había puesto
en pie y corría por la habitación agitando los
puños.
Ninguno quiso responderle, ni parecían
compadecerlo, ni siquiera Silvia. Alessandro se
contemplaba las uñas de los dedos. Los veinticinco
mil ducados eran dinero producto del saqueo... Su
hijo mayor y heredero, legitimado por el papa León,
formaba parte de los hombres que habían arruinado
a la reluciente, lujosa y brillante Roma. ¿Podría él,
Alessandro Farnese, postularse siquiera como
sucesor de Clemente con semejante hijo? ¿Qué
alegría podía experimentar ante la gracia de que
todos siguieran con vida, de que hubieran logrado
mantener sus propiedades, si al mirar al futuro...?
Alessandro se volvió hacia su hijo menor,
quien miraba hacia adelante con gesto avinagrado.
También Silvia y Constanza se dirigieron un
mudo intercambio de miradas, en el que ni siquiera
dirigían la vista a Pierluigi.
Él se colocó frente a ellos con los puños en las
caderas.
—¿Quién creéis que se presentó ante mí en las
últimas semanas para que lo protegiera y lo
alimentara? — como nadie respondió, señaló con
1041
FREDERIK BERGER

gesto exagerado a Ranuccio—. Este jovencito de


aquí apareció, como de la nada, ante el palazzo, y
pidió verme.
Pierluigi se interrumpió como si acabara de caer
en la cuenta de algo y le dirigió una mirada
escrutadora a Alessandro, quien de hecho
escuchaba atentamente y miraba de refilón a
Ranuccio con una pregunta pintada en los ojos.
—Una cosa es segura — prosiguió Pierluigi,
tratando de demostrar su superioridad moral—:
pertenezco a los pocos que han logrado salvar
vidas. La banca de los Fugger también tuvo éxito
en la materia, si bien ha hecho que le paguen a
conciencia su misericordia y además se ha encargado
de enviar el dinero de los capitanes lansquenetes
hasta Alemania. A eso le llamo yo mentalidad
comercial.
—¡Qué sabrás tú de eso, fanfarrón! —le
espetó Ranuccio inesperadamente—. Vienes aquí
pavoneándote cuando perteneces a la banda de
asesinos del emperador, has cubierto de inmundicia
el honor de tu familia por toda la eternidad, has
saqueado y extorsionado...
—Exacto, soy condottiere del emperador, y he
cumplido con mi cometido, también tú has luchado
por dinero, solo que en el bando contrario.
1042
LA HIJA DEL PAPA

Además, cuando te vi luchando en el ponte Sisto,


temí por ti, quise protegerte... Si no hubieras salido
corriendo, los lansquenetes te hubieran hecho
pedazos. Y todo por el honor de la familia,
hermanito. No eres precisamente el mejor de los
espadachines y definitivamente te falta fuerza.
Esos lansquenetes tienen la energía de un oso,
¿acaso no has visto al gigantón que los acompaña?
Un hombre como un árbol, sobresale una cabeza por
encima de todos, un tipo estupendo...
Alessandro se dio cuenta cómo
Ranuccio se tensaba peligrosamente.
Pierluigi siguió emocionándose con el
gigantesco lansquenete y no se dejó intimidar:
—Si hubiera podido emborracharme alguna vez
con él...
—¡Pierluigi, por favor! —tomó Silvia la
palabra.
—Lo digo en serio. Tiene unos músculos de
acero y un culo para...
—¡Pierluigi! —Silvia siseó fuera de sí—. ¡No
queremos oírlo!
—Además, se llama Barth — dijo Ranuccio
con voz tenue—, y nuestro Giovanni pesa sobre
su conciencia, de aquella vez en Govérnolo, en el
puente: fue él quien dirigió los cañones y nos
1043
FREDERIK BERGER

alcanzó.
Apenas se extendió el nombre de Barth,
seguido del diavolo, y cundió un silencio en el que
hubiera podido escucharse a un fantasma pasearse
por la habitación.
—¿De qué estás hablando? — preguntó
Pierluigi, mirándolo incrédulo, prácticamente
atravesándolo con la mirada.
—Antes de caerme del caballo, lo reconocí.
Me llevó un tiempo recordar su rostro, pero ahora
lo sé con certeza. Fue quien provocó la muerte de
Giovanni y estuvo a punto de acabar conmigo.
—¿Y por qué sabes su nombre? ¿Has estado con
él en alguna tasca?
—Me salvó la vida durante la conquista de
Roma, ante la banca de los Fugger, cuando tres
españoles trataron de matarme...
—Eso son tonterías. La estancia en el castillo
de Sant’Angelo ha debido descolocarte la
cabeza... Probablemente lo has soñado todo y ahora
quieres fanfarronear un rato. Primero te dispara y
luego te salva...
—Pierluigi le dedicó una risa forzada y realizó
con el dedo círculos junto a su sien—. Deberías
dejar que tu madre y tu hermana te cuiden hasta
que recuperes el buen juicio. Yo siempre he dicho
1044
LA HIJA DEL PAPA

que no tenías madera de guerrero. Debías haberte


metido a fraile.
—¡Pierluigi! —volvió a reprenderlo Silvia.
Alessandro no encontraba palabras. En aquel
momento sentía un profundo desprecio por su hijo,
casi lo odiaba.
Ranuccio se aferró con fuerza a la mesa y
cogió un cuchillo posado encima.
Pierluigi lo vio y antes de que nadie pudiera
decir o hacer nada, había desnudado su puñal y
lo colocaba bajo el mentón de Ranuccio.

1045
FREDERIK BERGER

Capítulo 95

Capodimonte – julio 1527

Cuando Constanza vio que sus dos hermanos


se enzarzaban como perros rabiosos, que Pierluigi
estaba incluso dispuesto a verter sangre, perdió
su dominio de sí misma. La tensión de los últimos
días tras la despedida de Francesco María, el
miedo a que descubrieran lo quehabía hecho,
unido a la alegría de volver a ver vivos a su padre
y sus hermanos, y ahora aquella pelea... Ya no podía
soportarlo más, simplemente ya no pudo evitarlo...
¡Se echó a gritar!
Funcionó.
Ranuccio giró la cabeza, el padre agarró el
puñal... El grito de Constanza se extinguió.
—¡Estoy en una casa de locos!
—Pierluigi se volvió hacia su padre y alzó de
nuevo el cuchillo—. Primero Ranuccio y ahora
Constanza... Ya es hora de que me largue a Santa
Fiora o a mi regimiento...
—Sí, lárgate —gritó Constanza—. Eres...
Pierluigi reculó un paso y buscó la mirada de su
1046
LA HIJA DEL PAPA

madre.
—No lo ha dicho en serio —repuso ella con
voz suave.
También el padre hizo un gesto con el que
intentó aplacar los ánimos.
—Seguimos siendo una familia—dijo, pero en
tono muy bajo, mirando implorante de los unos a los
otros—. Debemos permanecer unidos...
Pierluigi agarró una silla de madera y se sentó
a horcajadas sobre ella, apoyó los brazos sobre el
respaldo y la cabeza sobre estos.
—Entonces diré algo antes de que la oveja
negra de la familia, aquí presente, desaparezca: sí,
soy condottiere al servicio del emperador, estaba
allí cuando saquearon Roma. Sin embargo, salvé nue
s tr o palazzo del expolio y la destrucción...
—¡Eso ya lo has dicho! —le quitó la palabra
Constanza.
—Bien, eso ya lo he dicho, lo que no he dicho
es que en realidad no hay mayor culpable de la
situación de Roma que nuestro santo padre
Clemente VII. Fue su política la que provocó que el
emperador enviara a los lansquenetes al país. Puesto
que no nos pudo expulsar, pudo habernos comprado.
Muchas veces, incluso cuando estábamos ya
frente a los muros de Roma. Borbón le hizo llegar
1047
FREDERIK BERGER

ofertas una y otra vez, algunas extraordinariamente


humildes... Clemente no dio su brazo a torcer, ciego
como estaba.
Constanza miró a su padre, quien escuchaba
atentamente a Pierluigi y no daba impresión de
querer responder.
—Después de él hay un segundo hombre
responsable, pues podía haber atacado a las tropas
imperiales en multitud de ocasiones. Casi cada día
esperábamos ese ataque decisivo, y en el estado
lamentable en que nos encontrábamos hasta justo
antes de la conquista, las tropas de la Liga podrían
habernos masacrado. Pero nada ocurrió. El
cunctator dudaba y perseguía sus propios fines.

Se tomó su tiempo para llegar hasta Roma, y cuando


por fin se encontró frente a los muros, no se
atrevió a atacarnos, aunque no éramos más que una
panda asesina y saqueadora de borrachos. Sin
embargo, lo que hizo fue lo siguiente: se dio a la
buena vida, dejándose agasajar y mimar y pasando
las noches aquí, en Capodimonte, en este mismo
castillo...
Constanza sintió el frío espanto que llenó
repentinamente la habitación.

1048
LA HIJA DEL PAPA

—No entiendo exactamente... — dijo el padre.


—Sí —exclamó Constanza con voz elevada y
estridente—, agasajamos al duque de Urbino para
que fuera benevolente con nosotros y llevara a sus
ejércitos hasta Viterbo. Quería protegernos del
saqueo y de las violaciones, mamma y yo...
—Durante semanas, pasó cada noche aquí, en
una de estas habitaciones...
—¿Y cómo sabes tú eso? Pierluigi le dedicó
una sutil sonrisa irónica.
—Tengo mis informadores...
—Todo este jueguecito es repugnante.
Constanza se había levantado de un salto y
estaba a punto de dejar la habitación sin decir una
palabra más cuando sintió sobre ella la mirada de su
madre, una mirada que decía: enfréntate a lo que
has hecho. El rostro de su padre mostraba una
expresión tan horrorizada como incrédula.
Ranuccio se apretaba los puños contra los ojos.
Se sentó de nuevo.
—Ahora seré yo quien te diga algo a ti: sí, le
hemos dedicado todas nuestras atenciones a
Francesco María en numerosas ocasiones. Es un
amigo de la familia y la hospitalidad debería ser
algo sagrado para nosotros. Incluso ha dormido
aquí ocasionalmente, sobre todo hemos hablado,
1049
FREDERIK BERGER

incluyendo sus motivos para no atacar a los


imperiales. Es un hombre de responsabilidad, no le
gusta sacrificar a sus soldados por una gloria
pasajera; además, continuamente se producían
disputas con los otros capitanes, con Guicciardini
y con el marqués de Saluzzo, quince mil hombres
de la Liga contra cuarenta mil imperiales podría
haber supuesto un final aciago...
Pierluigi soltó una carcajada estridente.
—¡La cuestión es quiénes habrían tenido ese
final!
Ella ignoró su comentario.
—De hecho, surgió el tema de que no quería
arriesgarse por un papa Medici cuyo primo lo
expulsó de Urbino, aunque su familia hubiera...
—Venganza, entonces, tal y como yo decía.
Por venganza, Francesco María dejó expuesto al
Papa, y con él a toda Roma, a su destrucción.
Ha quedado patente: nuestra hermana lo averiguó
con un agradable vaso de vino en la mano frente
al crepitante fuego de la chimenea, mientras
escuchaba probablemente numerosos cumplidos.
Al mismo tiempo, a nuestro Ranuccio casi lo matan
y yo también...
—¡A mí déjame fuera de esto! —murmuró
Ranuccio.
1050
LA HIJA DEL PAPA

Constanza estaba al rojo vivo. No se atrevía a


mirar a nadie a los ojos por miedo a que
descubrieran su culpabilidad. Sin embargo, sus
noches con Francesco María no eran asunto de
nadie y no guardaban relación con la lucha contra
las tropas imperiales. ¿Realmente alguien en
aquella habitación podía creer que el bienestar o
los pesares de dos ejércitos y de la gran Roma
podían depender de que un caudillo responsable
pasara algunas noches embriagadoras con
Constanza Farnese?
—Bien, entonces todos hemos luchado con
valor por nuestras posesiones, cada uno a su modo
y manera —Pierluigi se había levantado y su voz,
aunque tranquila, delataba una gran frialdad—.
Primero me atacan y ahora soy el malo de esta
historia, es tan simple como eso... Me voy a la
cama. Mañana temprano me marcharé a galope
hacia Santa Fiora, con mis hijos. Os agradezco
vuestro apoyo.
La madre exclamó:
—Pierluigi, ¡quédate con nosotros! —pero ya
había salido de la habitación. El padre ni siquiera
había reaccionado. Rosella permanecía como un
severo ángel de la desgracia en un segundo plano.
Entonces, Ranuccio se levantó, agitando la
1051
FREDERIK BERGER

cabeza, musitó un breve:


—Hasta mañana —y desapareció.
El padre lo siguió con la mirada y, cuando la
puerta se cerró, se giró hacia Constanza: sus ojos
no la miraban inquisitivos, solo llenos de
incomprensión y de pena.
—Papá, entiéndeme —ella tendió las manos
hacia él, pero no se las tomó.
—Aceptamos a Francesco María en casa con
la mejor de las intenciones... —dijo la madre.
El padre simplemente asintió y ella
enmudeció.
—Entonces, te retiraste a la isola Bisentina y
Constanza se quedó sola con nuestro invitado —
repuso el padre entonces, sin mirar a nadie y sin
esperar ninguna respuesta—. ¿No creéis que va
siendo hora de poner las cartas sobre la mesa?
Se produjo un largo silencio. Constanza
intentó defenderse del acoso de su mala conciencia,
pero no lo consiguió. Finalmente dijo con voz
quebradiza:
—Sí, Francesco María pasó la noche aquí y
nosotros... nos... amamos. Ya ha pasado todo,
pero ocurrió y no me arrepiento. Quiero a mis hijos,
me quedaré con Bosio, que es un buen marido, amo a
mi familia, a todos vosotros, pero no, no me
1052
LA HIJA DEL PAPA

arrepiento.
Sus ojos, en esa ocasión, permanecieron secos.
—¡Papá! —ella le tendió las manos
implorante.
Él miró sus manos como si fueran un objeto
desconocido. Tras unos instantes, asintió.

1053
FREDERIK BERGER

Capítulo 96

Capodimonte – de julio a agosto de 1527

Estaban tendidos juntos en la vieja cama de


Giulia, en aquella cama de pecado y lujuria, aunque
en un principio Silvia se había mostrado reacia al
deseo expreso de Alessandro de dormir allí. Ella
no entendía qué pretendía: ¿acaso no se imaginaba
que Constanza habría recibido allí a su amante?
¿Creería quizá que de esa manera podían reavivar
el fuego de la pasión?
El fuego de la pasión. Le daban ganas de reír.
En algún momento determinado aquella antorcha
debió trasladarse a la siguiente generación.
Ahora yacían juntos en silencio, boca arriba,
como los altorrelieves en piedra sobre un sepulcro.
Ninguno de los dos dormía. A través de la ventana
abierta llegaban misteriosas llamadas, el canto de
aves marinas adormiladas, el concierto de los
infatigables grillos, incluso voces humanas
lejanas y la ligera brisa veraniega.
La mañana ya clareaba cuando
Alessandro dijo de pronto:
1054
LA HIJA DEL PAPA

—¿Cómo pudo hacer algo así?


—¿Ya no te acuerdas del canto de las sirenas?
—respondió ella—. También nosotros vivimos un
amor prohibido cuando yo todavía estaba casada.
Tras un largo silencio, repuso él, alto y claro:
—Nadie debe saberlo. ¡Nadie! Cuando la luz
comenzó a inundar la habitación, Silvia oyó
rumores por el castillo, el relincho de los
caballos, finalmente incluso gritos. Quiso
levantarse, pero una pesadez melancólica se
había apoderado de ella como una invalidez
desesperada, así que tendió la mano a Alessandro.
Durante un instante, él no reacción, pero
finalmente aceptó el gesto y se llevó la mano de
Silvia a los labios.
Cuando los primeros rayos de sol impactaron
directamente contra la estancia, se levantaron de la
cama y escucharon de boca de Rosella que los dos
varones se habían marchado ya.
—Cada uno por su lado, sin dirigirse la
palabra.
—¿Te dijo Ranuccio a dónde iba? —preguntó
Alessandro.
Rosella negó con la cabeza.
—¿Y sin dejar ninguna carta? —insistió
Silvia.
1055
FREDERIK BERGER

Ella se encogió de hombros. Silvia sintió


como la
melancólica pesadez daba paso a una tristeza sin
lágrimas, a una parálisis que parecía agarrotar sus
miembros, pues de pronto su cuerpo le resultaba tan
pesado que hubiera preferido haber seguido
acostada. Sin embargo, se obligó a desayunar algo
con Alessandro.
—Roma estará ya libre de bárbaros, así que
creo que podré colarme en la ciudad si me visto
de forma sencilla y vienen un par de muchachos
armados conmigo.
—Por favor, no vayas. ¡La peste! Es más
pérfida que cualquier soldado extranjero —dijo
Silvia, pero se dio cuenta de lo poco persuasivas
que resultaban sus palabras, de lo poco que
Alessandro la escuchaba.
—Quiero vigilar nuestro palazzo, preocuparme
un poco por la población, quizá incluso dar una
misa. No puedo hacer mucho, ni siquiera cargar
un par de mulas con alimentos y llevarlas a
Roma... No tardarían en saquearme.
—¿Y si te toman como rehén para exigir un
rescate por ti?
—Precisamente por ese motivo tengo que
parecer pobre.
1056
LA HIJA DEL PAPA

Constanza apareció a última hora de la


mañana, con las mejillas hundidas y los ojos rojos.
—Seguiré a Pierluigi hasta Santa Fiora —
dijo—. Allí está el hogar de mi marido... Por favor,
¡no digáis nada! —rechazó cualquier objeción que
ni Silvia ni Alessandro habían realizado—.
Necesito a un par de hombres para que me
escolten. ¿Puedo elegirlos yo?
Alessandro asintió.
Antes de que Constanza llegara a abandonar la
habitación, se detuvo un instante como si aún
quisiera decir u oír algo... Unas palabras
conciliadoras.
Sin embargo, Silvia se preguntó si una
reconciliación era realmente necesaria. ¿No se
trataba más bien de la pena por el desgarro de la
familia, que parecía tan inseparable y que ahora
debía enfrentarse a tiempos más oscuros? ¿No era
más una cuestión de falta de conexión, de falta de
amor?
Constanza le dio a su padre un beso en la frente
y susurró:
—Perdóname, papá.
—¡Deja que sea nuestro secreto! —
respondió él, también susurrando—. No necesito
perdonarte. Simplemente, ¡no nos dejes! ¡No te
1057
FREDERIK BERGER

escondas por los siglos de los siglos en Santa Fiora!


Silvia se había levantado y acompañó a
Constanza hasta que finalmente se marchó,
acompañada por tres mozos. Apenas se hablaron.
Por la noche, ella insistió en que cada uno
durmiera en su habitación y no en la cama de
Giulia. Mientras se agitaba, de nuevo insomne,
dando la vuelta una y otra vez a la almohada, algo
crujiente le cayó de pronto en las manos.
¡Ranuccio sí había dejado una carta de despedida!
Leyó a toda prisa las escasas líneas:
« Que r i d a mamma, perdóname por haberos
dejado.
Os he causado gran preocupación como hijo
y ya no me atrevo a miraros a los ojos, aun
cuando sé que no me haréis ningún reproche. Papá
sabía cual era mi destino, sin embargo, lo eché
por tierra y decidí tomar la vida del soldado. He
fracasado como condottiere, no obstante: no he
logrado mantener el honor de los Farnese, aunque
he llegado a sacrificar a mi amada por él. Tuve
que traicionar una última vez mi amor y
abandonar a Virginia a su suerte entre los
bárbaros. Es una ignominia que no puedo borrar.
Realmente no me queda otra cosa sino morir.
Caer en batalla. Al mismo tiempo, no obstante,
1058
LA HIJA DEL PAPA

siento que tengo que vivir, que hay una salida.


No podré encontrarla cerca vuestro, tendré que
hacerlo por mi cuenta. Aún no sé quién soy. Papá
solía citar en griego el lema de su maestro:
“Conócete a ti mismo”.
Todavía no he conseguido saber quién soy.
Os quiero. No odio tampoco a Pierluigi.
Cuando, el pasado noviembre, en Mantua, temí caer
al día siguiente, cuando el terror a la muerte me
atormentaba, lo busqué y ambos nos infundimos
valor, pues sentíamos que, a pesar de todo, somos
hermanos. Incluso cuando los hermanos se
encuentran en lados opuestos, les sigue uniendo un
lazo inquebrantable. Caín y Abel deben vivir
unidos... o morir unidos.
¡Perdonadme y no me deis por perdido!
Vuestro desesperado hijo Ranuccio».
Silvia volvió a leer la carta una y otra vez, se la
mostró a Rosella a la mañana siguiente y finalmente
se la llevó a Alessandro.
Él la leyó aparentemente impertérrito y
finalmente dijo:
—No puedo evitar pensar en la muerte de
Paolo: aquel día se desmoronó la primera piedra
de nuestro fuertemente establecido edificio familiar.
Yo quería construir un palacio grande, que
1059
FREDERIK BERGER

despertara la admiración de todos, que nos


sobreviviera tras nuestra muerte. Pero ahora...
—Aún está ahí —respondió Silvia,
resistiéndose a sumergirse finalmente en la
oscuridad, aunque el peso del descenso también la
arrastraba cada vez más—. El palazzo Farnese ha
sobrevivido a la destrucción de Roma mucho
mejor que la mayoría. Además: ¡Estamos vivos!
Ella ignoraba si Alessandro siquiera la estaba
escuchando.
—Qué familia más floreciente y feliz podríamos
ser —dijo finalmente con voz tenue— si no
existiera el celibato, ¡esa némesis de nuestra
Iglesia! Si el Papa y todos nosotros nos
preocupáramos de nuestros auténticos cometidos,
los espirituales; si los señores de Europa no se
pelearan como hermanos enfrentados por la
herencia de Italia... Son ya treinta años y el fin de la
devastación no parece cercano. Las bendiciones de
Dios recaen sobre nuestra familia, sobre Roma,
sobre Italia, pero Él... No, Él no nos ha castigado y
ha destruido Roma como Sodoma y Gomorra, se
ha retirado del mundo, se ha apartado de nosotros
desilusionado, y nos ha dejado a nuestra propia
suerte. Ni siquiera su único hijo estuvo en
situación de poder ayudar, ni siquiera a través de
1060
LA HIJA DEL PAPA

su sacrificio. Ya vemos lo que es el hombre, de lo que


es capaz.
Se sumergió una vez más en la carta de
Ranuccio.
—Ni siquiera me siento capaz de rezar —
dijo, finalmente, y se volvió sin decir palabra.
Silvia lo vio dirigirse al muelle y remar él solo
hasta la isola Bisentina.
Pasó la noche en la isla. Era una noche cálida
acompañada del canto de los grillos y de las
erráticas luciérnagas, una noche bajo el
resplandeciente velo de la Vía Láctea.

Poco después llegó una carta de Constanza,


procedente de Santa Fiora. Silvia rompió el sello
suspirando y, puesto que Alessandro se encontraba
de nuevo en la isla, hizo que la llevaran hasta allí
en bote y se lo encontró tendido en la roca de las
Sirenas, contemplando las copas de los pinos.
—¡Noticias de Constanza! —gritó desde la
lontananza.
Alessandro alzó la mano indicando que la
había oído, pero siguió tumbado. Ella se agachó
junto a él, le dio un rápido beso y le leyó las líneas
de Constanza.
«Todo va maravillosamente bien aquí en Santa
1061
FREDERIK BERGER

Fiora: los niños han crecido y disfrutan el verano.


Con una profunda alegría y alivio, quizá
incomprensibles para vosotros, he tomado a Bosio en
mis brazos, y también Girolama resplandecía, pues
Pierluigi, quien me ha precedido en Santa Fiora, la
está mimando. Hasta el momento no le ha propinado
ni un solo bofetón. Sin embargo, no tardará en partir
con su regimiento hacia Umbría. No os podéis
imaginar lo poco que ha afectado a la zona lo
sucedido en Roma. Es como un terremoto lejano
del que solo tienen noticias por lo que les cuentan
los mercaderes y los refugiados. Sin embargo,
nadie quiere saber nada con certeza. Vivimos en
un mundo pequeño y aislado bajo las centelleantes
luces del verano. ¿No querréis uniros a nosotros?
Por favor, haced nuestra dicha completa y olvidad
Roma. ¡Venid corriendo a este pequeño y apartado
paraíso de ensueño!».
Alessandro miró a Silvia inquisitivo y, tras
un instante de silencio, preguntó:
—¿De verdad deberíamos escondernos en Santa
Fiora?
Ella lo miró largo rato a los ojos.
—Estaré contigo donde quiera que tú vayas.
Él asintió y dejó vagar la mirada por el mar
1062
LA HIJA DEL PAPA

cubierto de reflejos.
—¿Olvidar Roma? ¿Cómo iba a poder hacer tal
cosa?
Tras unos instantes, Silvia añadió en voz
baja:
—¿Aún no has alcanzado tu meta?
—A pesar de lo carente de sentido que
parece todo, Roma y la Iglesia necesitan un
salvador. No puedo retirarme a cualquier nido
apartado. Antes la muerte que alejarme de mi
objetivo.
Al día siguiente, Alessandro partió a Roma
vestido como un pobre campesino, acompañado de
un buen número de hombres, todos con similar
atuendo.
Tras dos semanas regresó, y precisó de
varias horas para poder dar un informe de en lo que
se había convertido Roma: un cementerio
asediado por la peste, medio quemado.
—¿Y qué aspecto tiene el palazzo?
—Malo, naturalmente. La plata, las sábanas de
damasco, los tapices... Han robado todo, las
paredes están sucias. Y sin embargo, en comparación
con otros palazzi...
¡Y mi estudio está casi intacto!
—¿Todavía quedan miembros de nuestra
1063
FREDERIK BERGER

famiglia?
Agitó la cabeza.
—¿Y qué es del papa Clemente?
—Sigue prisionero en
Sant’Angelo.
Entonces le informó de que también había
visitado la casa de Maddalena.
—Un capitán alemán, el hijo del caudillo de los
lansquenetes, Frundsberg, ha establecido allí su
cuartel general...
—¿Maddalena ha sobrevivido? —logró decir
Silvia—.Y...
¿Virginia, su... tu Virginia? ¿La amante de nuestro
hijo? —como no respondió de inmediato, ella
concluyó la frase—. ¿Las has visto?
Él se levantó, se colocó frente a la ventana y
miró hacia afuera.
—Sí —dijo finalmente—, he visto a
Maddalena. Al principio no la reconocí. Parece
un esqueleto andante. La misma noche de la
conquista la... En el balcón, delante de todo el
mundo... Después se fue arrastrando de uno de esos
antros de borrachos y putas en otro, hasta que en
algún momento dado algún lansquenete la recogió
y la llevó de vuelta a su casa. El hombre, un
sottotenente, actuó a todas luces a instancias de
1064
LA HIJA DEL PAPA

Virginia, quien lo acompañaba en calidad de


«amante».
A Alessandro le costaba respirar y Silvia se
dio cuenta del esfuerzo que debía suponerle
hablarle a ella de esas dos mujeres.
—¿Has podido hablar con Virginia?
—No, debe haberse trasladado a algún lugar
de Umbría con ese sottotenente.
—¿Crees que ha ido por voluntad propia?
Él agitó la cabeza.
—Maddalena incluso nombró a Ranuccio y
señaló que el sottotenente le había salvado la vida
en una ocasión, que era inconfundible debido a su
tamaño. ¿No contó Pierluigi esa misma historia?
El mundo se ha vuelto loco —dijo,
meditabundo—. ¿Quién logrará enderezarlo de
nuevo? ¿El papa Clemente? Desde luego que no.
¿El emperador? —torció la boca despectivo y negó
con la cabeza.
Silvia se colocó tras
Alessandro y se apoyó en él.
—¿Pudo Maddalena decirte por fin si Virginia
es hija tuya?
Dudó en la respuesta.
—No sobrevivirá.
—¿Quién? ¿Virginia?
1065
FREDERIK BERGER

—No, Maddalena. En realidad, ya está muerta.


—Alessandro, no has respondido a mi
pregunta.
Confuso, contempló la caída de la tarde sobre
el mar.

1066
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 97

Narni – Roma – Nápoles – de julio de 1527 a


febrero de 1528

Las tropas de Barth acampaban en Narni, que


los lansquenetes habían conquistado de forma brutal.
La peste había diezmado el regimiento de
Frundsberg e incluso allí, en Umbría, seguían
muriendo muchos hombres, si bien no tantos como
en Roma. Para evitar una epidemia, en esa
ocasión se dedicaron a arrojar los cadáveres por
encima del muro y permitieron que las mujeres de
la ciudad que siguieran con vida enterraran los
cuerpos.
Barth, por su parte, les había procurado una
casita a Virginia y Cecilia. Era estupendo, pues
las mujeres no se peleaban entre ellas y, como entre
tanto había aprendido a hablar bien el italiano,
tampoco podían mantener conversaciones secretas.
Era un verano caluroso, el aire centelleaba, las
cigarras cantaban y, aunque no había mucho para
comer, en cualquier caso, se estaba mejor que en
Roma. El bávaro pasaba el día tendido en la
1067
FREDERIK BERGER

habitación más fresca de la casa y, por las noches,


subía hasta la terraza y contemplaba el cielo, se
dejaba fascinar por la Vía Láctea y soñaba con el
Ammersee. Virginia se tendía junto a él, mientras
que Cecilia permanecía en el interior.
Cada cierto tiempo reunía a su tropa y pasaba
revista para comprobar cuántos hombres había
perdido el ejército. A pesar de todo, la vuelta a
casa era inviable, tal y como Bemelburg,
Frundsberg y Schertlin le explicaban una y otra
vez: los ejércitos de la Liga bloqueaban el
camino directo hacia el norte y, además, un gran
batallón francés había atravesado los Alpes y
acampado en algún punto de Lombardía.
El Papa tampoco había pagado el dinero
prometido. En lugar de eso, seguía sentado en su
castillo de Sant’Angelo, ofreciendo a sus
cardenales como rehenes. En el ejército comenzó
a propagarse una cierta inquietud y, despreciando
los peligros de la peste y la mal aria, regresaron
a Roma a finales de septiembre. Volvieron a
saquearla, esta vez con menos éxito. Los rehenes
del Papa fueron desfilando uno tras otro por el
patíbulo establecido en Campo de Fiori. Entonces
fue el llanto y el crujir de dientes.
El Papa, no obstante, siguió sin aportar ningún
1068
LA HIJA DEL PAPA

dinero y las negociaciones no avanzaron.


Barth volvió a acuartelarse en la casa de
Campo de Fiori con Melchior von Frundsberg y
sus dos mujeres. Virginia esperaba encontrar viva a
su madre, pero en vano. Maddalena había muerto.
La insatisfacción entre los imperiales crecía.
Las últimas bodegas que quedaban en un radio de
cincuenta millas eran saqueadas de forma
sistemática y las borracheras nocturnas aumentaron
en número. La banca de los Fugger finalmente había
acabado desplumada, por lo que para cuando los
ejércitos regresaron ya estaba bastante vacía.
Aunque volvieron a establecer vigilancia a su
alrededor, ya no era el cometido de los hombres de
Barth.
Éste se aburría considerablemente, pasaba un
hambre espantosa y encima se burlaban de él con
comentarios como «por ahí va el bueno de Barth con
su harén romano». Él respondía mostrándoles su
dedo corazón. Sin embargo, cuando una tarde
Schertlin quiso propasarse con Cecilia, Barth tuvo
que intervenir, aun cuando Schertlin era capitán.
Éste bramó algo sobre la «subordinación» y llamó
a Cecilia «puta monja», pero Barth extrajo su
espada y la colocó frente a sus mujeres.
—¡Te haré colgar! ¡Te haré pasar por la
1069
FREDERIK BERGER

picota!
—¡Inténtalo! Mis camaradas te cortarán el
gaznate y lo sabes. Ni dejaré que me apaleen por
vosotros y vuestros amigos Fugger sin que me
paguen un salario decente, ni dejaré que se lleven a
mis mujeres.
Schertlin dudó, Melchior intervino y por la
tarde todos estaban emborrachándose de nuevo en
amor y compañía.
Entonces, los cardenales rehenes escaparon
porque sus guardias estaban demasiado borrachos
para reaccionar.
Finalmente, en torno a principios de
diciembre, el Papa salió de prisión. En contra de
sus principios, había vendido algunos capelos y
ciertas propiedades de la Iglesia en Nápoles, con lo
que había obtenido unos buenos cuarenta mil
ducados que le proporcionaron su libertad. No
salió, no obstante, como un Papa humillado, sino
orgulloso a pesar de todo, si bien se trasladó a
hurtadillas por la ciudad. Barth oyó cómo Melchior
especulaba sobre que el Papa se hubiera cagado
en los pantalones ante tanto soldado amotinado y
escandaloso y se hubiera vestido de mayordomo.
Su destino fue la fortaleza de Orvieto.
El caudillo español y negociador, Lannoy,
1070
LA HIJA DEL PAPA

el héroe de Pavia, murió de peste, los españoles


necesitaron nuevas instrucciones del emperador y los
días de invierno no tardaron en llegar cabeceando
de nuevo. Todo aquello de madera que pudiera
encontrarse en Roma, ya fueran tumbonas,
escaleras, balcones... Todo se utilizó para
soportar el frío. Al menos tres cuartas partes de
todas las viviendas de la ciudad se habían vuelto
inhabitables para el final del invierno.
En Campo de Fiori reinaba la calma tras la
huida de los cardenales. Cuando Barth lograba
encontrar algo comestible, Cecilia cocinaba y
mantenía la ropa razonablemente limpia. Virginia
pasó un tiempo de luto por su madre, pero después
tuvo que volver a yacer con él. Aunque el bávaro no
siempre tenía ganas, habiendo adelgazado tanto,
ella apenas reaccionaba cuando se le abalanzaba
encima. Sin embargo, a él le gustaba así, pues temía
poder aplastar aquel cuerpo tan pequeño. Algunas
veces incluso se quedaba dormido. En cualquier
caso, le gustaba la compañía de las dos mujeres
y, dadas las circunstancias, ellas le tenían cierto
aprecio. A él le bastaba con eso.
Entonces, en enero, Melchior von Frundsberg
murió por la peste. O quizá con cualquier otra
cosa. De diarrea, quizás. En cualquier caso,
1071
FREDERIK BERGER

estaba muerto. Poco después, Cecilia enfermó.


Virginia la cuidó, Barth incluso buscó a un
médico judío, pero no sirvió de nada. Poco antes de
que expirara su último aliento, él le recitó la
Azucena entre espinas, y ella sonrió.
Virginia no paraba de gemir y aullar, e
incluso él lloró considerablemente. Sus compañeros
se rieron de él, hasta que a uno le propinó tal
derechazo que le hundió la mandíbula. Su paciencia
con las burlas tenía un límite.
Pasó a formar pparte del regimiento de
Schertlin von Burtenblach, algo que no le gustó
a ninguno de los dos.
Los ejércitos franceses dejaron su cuartel de
invierno en Bolonia para dirigirse al Adriático por
el sur, en dirección a la entonces desprotegida
Nápoles, o al menos eso se decía. Las tropas de
la Liga seguían apostadas en algún punto de Umbría
o la Toscana. Si Nápoles caía, encerrarían a los
imperiales en Roma, tal y como Schertlin informó a
sus hombres tras una reunión de oficiales con
Filiberto de Orange. Era necesario actuar.
En febrero de 1528 se pasó revista a las
tropas. No quedaban más de quince mil soldados.
El 17 de febrero el ejército abandonó
finalmente y para siempre Roma, para asegurar
1072
LA HIJA DEL PAPA

Nápoles frente a los franceses.

1073
FREDERIK BERGER

Capítulo 98

Venecia – Todi, Umbría – de julio de 1527 a


principios de 1528

Ranuccio había dejado Capodimonte en julio


de 1527 en un estado de intensa confusión e
inseguridad. Cabalgó sin descanso hacia el norte,
hasta que su caballo amenazó con venirse abajo,
y finalmente alcanzó al día siguiente el campamento
del duque de Urbino en Todi. También allí la
situación era difícil de comprender. Francesco
María había discutido con los demás altos cargos,
cada uno había dispuesto su campamento en un
lugar distinto, por lo que un ataque conjunto a
los imperiales era una idea inconcebible.
Francesco María recibió al j o v e n capitano
con gran cortesía, hizo que le informara de su lucha
en Roma y su cautiverio en el castillo de
Sant’Angelo y todo le pareció lamentable, si bien
señaló que la responsabilidad sobre la decadencia
de Roma recaía en el Papa y, en general, en la
familia Medici.
Ranuccio quiso abordar el tema de sus noches
1074
LA HIJA DEL PAPA

en Capodimonte, pero el siniestro brillo de


aquellos ojos destacados en un rostro enjuto,
cubiertos en buena parte por una barba que
encanecía lentamente, le hizo cambiar de opinión. Le
pidió a Francesco María el mando de alguna tropa,
pero el duque le ignoró tanto tiempo que
finalmente perdió la paciencia y cabalgó él mismo
hasta Venecia, para reunir allí soldada suficiente
para una modesta condotta de cien jinetes.
Sin embargo, tampoco con su serenissima
tuvo suerte. El dux le hizo esperar en vano, lo
remitió al duque de Urbino e insistió en cualquier
caso en esperar hasta que llegara Lautrec con sus
tropas francesas.
Así pues, Ranuccio languideció durante el
invierno en Venecia. La niebla se infiltró en su
ánimo. No abandonaba en todo el día su
alojamiento, no particularmente apreciado por él,
en la embajada vaticana. Comía poco, dormía mal,
comenzaba incontables cartas a sus padres y a
Virginia, veía a ésta una y otra vez en brazos de
Barth y sentía una culpabilidad imborrable.
A principios de la primavera, tras la marcha de
los franceses al sur y la victoria de Andrea Doria
sobre las flotas imperiales, su serenissima se
decidió a tomar parte en el esperado triunfo
1075
FREDERIK BERGER

contra el emperador. El dux le pagó a Ranuccio


una condotta compuesta por cien soldados de
caballería ligera y le permitió unirse al ejército del
duque de Urbino.
Una vez de nuevo junto a Francesco María,
Ranuccio se topó con la oposición de éste. Aunque
el duque no llego a decir que no, tampoco que sí,
finalmente se zafó de él afirmando que quería
esperar y analizar la situación. En julio,
finalmente, y al igual que el resto de la humanidad,
terminó por creer que la conquista de Nápoles por
parte de los franceses era inminente, por lo que
ordenó a Ranuccio que se dirigiera al sur con sus
cien jinetes para estar presente en la conquista.
Cuando se despidió de él en la tarde anterior
a la partida, parecía aun más solemne que de
costumbre.
—Realmente, ¿por qué tienes tantas ganas de
jugar a los héroes, Ranuccio? Los campamentos
enemigos prácticamente se han desangrado,
incluso si los franceses ganan, la guerra llegará a
su final y todo el mundo respirará tranquilo. Lo más
importante es que sobrevivamos.
¿Eres consciente de la cantidad de personas que
han muerto en los últimos dos años a causa de la
Liga? Quizá unos quince mil soldados, eso por no
1076
LA HIJA DEL PAPA

hablar del número incontable de víctimas civiles.


Ranuccio no respondió.
—¿Es la búsqueda de honor lo que te
impulsa? El hijo de un cardenal pacífico y
sensato que pronto será Papa busca la gloria allí
donde probablemente lo maten de forma absurda.
—Procedo de una familia de condottieri —
replicó Ranuccio y, aunque pretendía adoptar un
tono orgulloso, su voz se quebró con cada palabra.
—Esa tradición ya la ha continuado Pierluigi.
No debes seguirlo ciegamente y empujar a la
desgracia tu padre, tu madre y tu hermana. Sé que
te aman a ti más que a nadie —como Ranuccio
callaba, continuó—. Yo mismo también provengo
de una familia de condottieri y soy sobrino de un
papa guerrero. Por culpa de la ambición sin
límites de los Medici tuve que luchar por mi
ducado, aun cuando mis subordinados hubieran
preferido vivir una época de paz y bienestar.
¿Sabías que soy un gran enamorado de los libros?
¿Que mi Eleonora es una mujer asombrosamente
ilustrada? Y sin embargo, llevo años luchando en
una guerra sin sentido, sangrienta y brutal.
Ranuccio no se atrevía a mirar a los ojos a
Francesco María, pero como tampoco quería
tener que soportar sus palabras, le espetó:
1077
FREDERIK BERGER

—¿Por qué no salvaste Roma? Entonces esa


guerra sí habría tenido sentido. Has permitido que
destrozaran la tumba de San Pedro y que humillaran
al Papa, no evitaste que exterminaran a diez mil
personas... Quizá seas benévolo con tus hombres,
pero tu honor estará manchado para siempre.
Eres... Incluso has...
Francesco María levantó la mano con gesto
defensivo:
—¡No digas nada de lo que puedas
arrepentirte y que no puedes comprender! He
participado en demasiadas victorias que se han
tornado derrotas repentinamente como para seguir
creyendo que nada tiene sentido. Hace treinta años
que Italia se ve afectada por una guerra entre
soberanos ajenos, que la destrozan y la humillan.
La tierra de nuestros padres y abuelos era una
tierra rica, feliz, durante cincuenta años reinó una
paz duradera hasta que sí, fue mi tío, el antiguo
cardenal Giulio della Rovere y más tarde papa Julio
II, il Terribile, quien permitió el paso de los
franceses para vengarse de su rival en el Vaticano,
el papa Borgia. Fue un crimen motivado por el
egoísmo y el odio, por la vanidad herida y por
la ambición, un crimen que ha provocado cientos
de crímenes posteriores y cuyas consecuencias
1078
LA HIJA DEL PAPA

tenemos que soportar ahora más que nunca. Sin


embargo, sin ese tío, yo no sería ahora duque de
Urbino.
¿Entiendes, Ranuccio, lo que eso significa para
mí?
Esperó una respuesta, pero Ranuccio guardó
silencio. Así pues, continuó:
—Si yo hubiera podido salvar a Roma o no, es
algo que solo las estrellas saben... No, ni
siquiera ellas, no se puede saber, ni siquiera el
Señor de los cielos lo habría sabido ni consiguió
encauzarlo; el Dios al que nos dirigimos cada día
contempla cómo nos despedazamos hasta que
aprendamos a vivir en paz y justicia. Incluso
permitió que su hijo muriera en la cruz. No
perdona nada ni a nadie. ¿Me entiendes ahora?
Su voz sonaba tan interminablemente triste y
amarga que a Ranuccio le hubiera gustado poder
darle la razón. Sin embargo, en aquel momento no le
parecía más que un irresoluto, un cobarde, el
hombre que se había dedicado a divertirse con su
hermana Constanza mientras en Roma se desataba el
apocalipsis. Además, tenía la necesidad de
probarse a sí mismo. Toda su vida era un nudo
gordiano que solo lograría desentramar por la
fuerza. Sabía que ya nunca podría ordenarse religioso
1079
FREDERIK BERGER

y que había decepcionado profundamente a su padre.


Sabía que ni siquiera sería un buen condottiere.
Había perdido a su amada, había tenido que
sacrificar a Virginia en lugar de sacrificarse él
mismo. Debía encontrarla, aun cuando pareciera
una búsqueda sin esperanza. En caso de que aún se
encontrara con Barth, el lansquenete, el hombre
que le había salvado la vida y había destrozado su
honor, entonces debían estar en Nápoles. Él, el
capitano Farnese, acudiría hasta allí con su
caballería y entraría en combate. Era su única
oportunidad de encontrarlos, a ellos dos y también a sí
mismo.

1080
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 99

Capodimonte – Roma, palazzo Farnese – de


mayo a junio de 1528

A principios del año 1528, Alessandro se


encontraba aún con Silvia en Capodimonte.
Recibían con regularidad noticias dichosas de
Constanza, pero de sus hijos varones llevaban
tiempo sin saber nada. Esperaban con particular
interés señales de vida de Ranuccio.
Por lo que se decía, Roma apenas había
empezado a reponerse del llamado sacco, el Papa
se encontraba desde diciembre en Orvieto y una
y otra vez recibía Alessandro sus quejas sobre
aquella ciudad antipática. En una carta, Clemente
le escribió:
«Solitario y hambriento, vago regularmente por
los callejones de Orvieto y voy murmurando para
mí las denuncias de los profetas bíblicos. ¡Sic
transit gloria Papae!».
En mayo, no obstante, apareció
inesperadamente, sin ningún tipo de aviso previo,
frente a las puertas de Capodimonte.
1081
FREDERIK BERGER

Alessandro lo abrazó, espantado por aquel


rostro pálido y arrugado de ojos huidizos que
parecía bizquear más de lo habitual. Tan solo algunos
de los prelados más leales y un puñado de sirvientes
lo acompañaban.
Hambriento y sin siquiera fijarse en lo que
comía, Clemente y su séquito devoraron los platos
que les dispusieron como gesto de cortesía.
—Todo está perdido, la tierra asfixiada, el
Santo Padre convertido en un mendigo —repitió
esas palabras una docena de veces, apenas miró
a su alrededor y ni siquiera sonrió a Silvia—.
¿Puedo instalarme en vuestro palazzo de Viterbo?
—preguntó de improviso—. Allí estaría más cerca de
Roma, pero no me atrevo aún a regresar a la
ciudad.
—Puedes ir allí siempre que quieras, pero
por desgracia las tropas de la Liga no dejaron ni
el palazzo ni la ciudad en buen estado.
—¿Y dónde en Italia queda algo que esté en
buen estado? —se lamentó Clemente—. Todo
está perdido, incluso Florencia, mi Florencia.
Han expulsado a los Medici... Soy el hombre más
pobre del mundo, nunca un Papa fue tan
humillado.

1082
LA HIJA DEL PAPA

Alessandro no prestó atención a sus quejidos,


pero los ojos de Clemente buscaron los suyos.
—¿No querrías ir a Roma como mi sustituto... y
preparar mi retorno?
—La población espera al vicario de Cristo,
no a un delegado.
—Querido Alessandro, amigo mío, lo sabes
bien: para los romanos no soy más que un odioso
florentino y probablemente me echen a mí las culpas
de su desgracia. Pero tú... Eres uno de ellos, a ti
te aman, te veneran...
—Eso debiste pensarlo tras la muerte de
Adriano —respondió Alessandro con amargura.
—Sé que nunca me perdonarás mi victoria de
entonces... Sin embargo, te pido, te suplico que
accedas a que colaboremos...
En junio de 1528 Alessandro acudió a Roma
como legado oficial y representante del Papa.
Regresó a su p r o p i o palazzo e inspeccionó
después el Vaticano. Cuando vio el estado del
palacio papal, tuvo que reprimir las lágrimas;
pero en comparación con cómo se encontraban
otras mansiones, viviendas y edificios, le pareció
que no estaba tan mal. En cualquier caso, no quería
ni lloriquear ni desanimarse. Al contrario. Logró
llevar cereales hasta Roma, proporcionarles una
1083
FREDERIK BERGER

sepultura adecuada a los cadáveres aún


desparramados por las calles, adecentar las
viviendas y, sobre todo, devolverle la esperanza a
la población.
Silvia había decidido permanecer a su lado.
Sufría cada día más al no recibir noticias de sus
hijos y temía que ninguno de los dos varones
viviera todavía. Tampoco sabía nada de Constanza.
Hasta que finalmente llegó un mensaje de
Ranuccio. Mientras Alessandro rompía el sello
con manos temblorosas, Silvia se encontraba junto
a él, pálida e igual de agitada. La carta no era
demasiado extensa: Ranuccio les informaba de
que había logrado obtener una condotta veneciana.
Había puesto rumbo a Nápoles y se aprestaba a
combatir al enemigo para recuperar su honor: «Podré
volveros a mirar a los ojos cuando lo haya
conseguido. Vuestro amante hijo Ranuccio». Y la
carta llegaba a su fin.
—¿Lo entiendes tú? —preguntó Silvia, incapaz
de comprender, absolutamente enojada, después de
limpiarse las primeras lágrimas de decepción de
su rostro—. ¿Por qué tiene que hacernos esto?
¿Quién le ha metido en la cabeza a este muchacho
esos pensamientos insensatos y suicidas?
¡Nosotros no!
1084
LA HIJA DEL PAPA

Alessandro jamás la había visto tan


desesperada y furiosa al mismo tiempo.
—Defendió Roma, lo hirieron, acabó
prisionero en el castillo de Sant’Angelo... ¿Qué más
quiere hacer por la ciudad y por el Papa, por su
patria, por su familia o por su honor?
¿Qué es lo que quiere? Alessandro, por favor,
dímelo. ¡Ya no entiendo a los hombres! ¡Está
corriendo directamente a la muerte!
—¡Cálmate! —dijo Alessandro, tomando a
Silvia en sus brazos—. Tendrá cuidado.
Probablemente los imperiales hayan tomado
Nápoles mucho antes de que él aparezca.
—Pero entonces, ¿qué pretende? ¿Sustituir a
Francesco María? ¿Combatir a su hermano, buscar
pelea con él? ¿Qué tiene que ver eso con su honor?
—¿Sabemos acaso todo lo que ha vivido en
este tiempo? Tras salir del castillo, Ranuccio
regresó de nuevo a Roma y tuvo que refugiarse bajo
el ala de su hermano. Quizá Pierluigi lo humillara
y lo ofendiera y eso afectara su orgullo varonil.
Silvia se soltó de los brazos de Alessandro y
se dio la vuelta mientras se limpiaba de nuevo las
lágrimas del rostro.
—Pierluigi no es siempre el malo de la
historia. Tengo aún tres hijos tuyos y los quiero a
1085
FREDERIK BERGER

todos, igual que quiero a Pierluigi, aunque a


veces nos ponga las cosas difíciles, aunque a
Ranuccio... Ay, no lo sé... ¿Qué les pasa a estos
muchachos?
De nuevo rompió a llorar, pero Alessandro ya
no se atrevió a abrazarla.
—¿Tengo yo la culpa? ¿No he tratado
correctamente a Pierluigi? ¿Lo he rechazado?
—Disculpa mi arrebato. Yo... yo... —ella
siguió volviéndole la espalda—. ¡Es todo tan
horrible! Se hace tan difícil pensar que las cosas
puedan llegar a mejorar...

1086
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 100

Nápoles – de febrero a agosto de 1528

Cuando las tropas imperiales llegaron a


Nápoles, Barth creyó encontrarse en el país de
Jauja. Por fin logró hartarse de comer. Comió
opíparamente, bebió y tras unas pocas semanas
había recuperado sus antiguas fuerzas. Había muchas
cosas asombrosas en aquella ciudad: el azul de la
bahía, el cono del Vesubio en la lejanía, los hombres
ruidosos y las mujeres morenas de caderas
contoneantes. Sin embargo, contemplaban con
desconfianza a las tropas que debían proteger la
ciudad, por lo que Barth se refugió, al igual que la
mayoría de los lansquenetes, junto a las murallas.
Volvieron a jugar a los dados, a emborracharse
y a ir de putas. Las viejas disputas con los
españoles también retornaron.
Entonces, se despertaron todas las alarmas y
el estilo relajado de vida llegó a su fin. Las
tropas francesas se aproximaron realmente a la
ciudad y los acorralaron por el flanco. Cuando,
en abril, la flota imperial fue derrotada frente a
1087
FREDERIK BERGER

las costas a manos del genovés Andrea Doria,


cundió la preocupación en Nápoles.
El calor se recrudeció y de nuevo los
atormentó el hambre. Se produjeron numerosas
escaramuzas contra los franceses sin que ninguno de
los dos bandos tomara una ventaja notable, pero de
pronto estallaron de nuevo la peste, las fiebres y
la diarrea. Por lo que se decía, no solo dentro de los
muros, sino también en el campamento francés,
situado sobre un terreno pantanoso y atacado por
miríadas de mosquitos.
Había días, incluso semanas, en las que apenas
ocurría nada. Barth extrañaba su patria y también
Virginia languidecía de nostalgia ante él.
En ocasiones se les permitía realizar un
ataque contra los franceses. Barth se alegraba, pues
al menos entonces tenía algo que hacer, aunque la
lucha no le proporcionaba ninguna diversión. Los
franceses evitaban luchar, como unos auténticos
cobardes. Disparaban sus arcabuces y después
salían corriendo. En una ocasión lo alcanzaron
de forma muy estúpida en el brazo, algo
superficial, nada realmente grave pero sí
doloroso, Virginia se vio obligada a cuidarlo
cuando le subió la fiebre.
Sería en torno a julio, la peste hacía estragos
1088
LA HIJA DEL PAPA

y cada día caían cientos de hombres. Se decía que


ya no podría defenderse la ciudad durante mucho
tiempo, pero por otro lado los franceses tampoco
podrían conquistarla.
La fiebre no remitía y había horas en las que
Barth perdía definitivamente las ganas de vivir.
Soñaba con las limpias aguas del Ammersee, se
veía nadando con Anna y, si Virginia se
inclinaba sobre él para tantearle la frente, era a Anna
a quien creía ver.
Ella sonreía, sí, sonreía llena de afecto y le
seguía limpiando la cara.
La fiebre lo abandonó un tiempo, pero
pronto regresó, para desaparecer nuevamente
tras tres días. Barth se sintió más fuerte y camino
de la recuperación, se dedicó a lanzar gritos
triunfales por el campamento, pero no porque se
sintiera mejor, sino porque Andrea Doria había
cambiado de bando y servía ahora al emperador.
Se puso fin al bloqueo del puerto, la ciudad volvió
a obtener suministros y apenas nadie creía ya en
una conquista por parte de los franceses quienes, por
lo que se decía, casi se habían extinguido por
culpa de la peste.
Cuando Barth se presentó de nuevo frente a
Schertlin, oyó que su regimiento ya no existía: «la
1089
FREDERIK BERGER

peste, la fiebre, la diarrea, el hambre, el fin».


Quienes aún seguían con vida habían pasado a formar
parte de las tropas de Filiberto de Orange. También
de los capitanes quedaban pocos.
—¿Y?
—Los franceses han perdido a más gente que
nosotros: de los veinticinco mil originales quedan
solo cuatro mil con vida.
—¿Y ahora? ¿Qué hacemos?
—Esperamos.
—¿Qué hay del ejército de la Liga?
—Pequeños grupos aquí y allí, nada realmente
peligroso. Saluzzo se ha unido con Lautrec, pero
el gran caudillo de los franceses también está
enfermo, por lo que se dice en el campamento.
—¿Nos iremos pues a casa?
¿No podríamos partir en algún barco imperial?
—Si no hay moros en la costa, sí pero, ¿no
tienes a tu puta italiana amenizándote la espera?
De nuevo una pelea. Schertlin lo amenazó con
el patíbulo, Barth le colocó el puño bajo la
nariz, Schertlin reculó un paso y apretó los dientes:
—Algún día pagarás por esto. Por la tarde
Barth yació con
Virginia que, en esa ocasión, estuvo más
concentrada. Él realmente disfrutó y cuando,
1090
LA HIJA DEL PAPA

cansado y satisfecho, se echó sobre su jergón, ella


le convenció de que se uniera a la caballería
italiana de Pierluigi Farnese, que planeaba marchar
hacia el norte tan pronto como los restantes franceses
se hubieran retirado.
Barth se encontraba tendido y medio dormido
bajo Virginia, sintió un nuevo arrebato de fiebre
crecer y preguntó con desconfianza:
—Ese Pierluigi Farnese es pariente de tu
Ranuccio, ¿no es verdad? Quizá sean incluso
hermanos, y yo me quede con un palmo de
narices. Los italianos son capaces de cualquier
traición.
Eran capaces incluso de insuflarle nuevas
energías a Virginia entre las piernas. Él se sintió
fatigado, la fiebre comenzó a extenderse por él y
los escalofríos le hicieron tiritar. Virginia le
advirtió contra Schertlin.
—Se librará de ti a la menor oportunidad y
después irá a por mí. ¿Es eso lo que quieres?
Barth apretó a Virginia contra él, aunque
fuera para no congelarse, y escondió la cara en el
pelo de ella. Asustada por su estado, ella dio un
respingo, pero se inclinó de nuevo sobre él y le
besó en los labios.
—¿Me quieres al menos... un poquito?
1091
FREDERIK BERGER

Ella sonrió.
—¿Vendrás conmigo a casa, junto al
Ammersee? Allí no hay peste ni guerra, recogeré mi
dinero en la oficina de los Fugger, en Ausburgo, me
estableceré como comerciante y me haré rico,
tendremos hijos y nos amaremos.
Ella asintió y sonrió.
Él volvió a sentirse muy débil, pero de nuevo
recordó lo que Cecilia le había enseñado: «¿Qué
es tu amado más que otro amado, oh, tú, hermosa
entre todas las mujeres?».
Virginia no dejó de sonreírle.

1092
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 101

Nápoles – agosto de 1528

Barth murió en silencio y en paz. Virginia


le cerró los ojos vidriosos y lo cubrió con un
paño rojo que Melchior le había regalado poco
antes de su muerte. Era el famoso fajín de su padre,
Georg von Frundsberg, que el anciano guerrero se
ponía siempre en cada batalla y que le garantizaba
la buena suerte y la victoria.
Esa misma noche Virginia huyó de las
cercanías de Schertlin: se apoderó de los últimos
ducados de Barth, la carta de cambio de Fugger, la
cruz de oro y el rizo de su amor de juventud, que él
le había mostrado por primera vez poco antes de
su muerte, y salió en dirección al campamento de
Pierluigi Farnese.
Por suerte no la raptaron ni la violaron por el
camino, sino que la llevaron hasta la tienda del
capitano después de que ella se presentara como
miembro de la famiglia Farnese. Cuando Pierluigi
finalmente la recibió con las primeras luces de
aquel día de agosto, al principio no la reconoció.
1093
FREDERIK BERGER

Cuando los soldados, furiosos, quisieron echarla


de la estancia, ella recitó todos los nombres de
la familia y, poco a poco, él fue entendiendo quién
debía ser quien se encontraba frente a él.
—Ah, claro, la putita de Ranuccio —
exclamó—. La protegida de nuestro padre.
Mandó marchar a los guardias y la llamó para
que entrara en su tienda, en la que se desperezaba
un muchachito medio desnudo. Pierluigi le ordenó
con un gesto de la cabeza que desapareciera, se
dejó caer sobre el camastro, tomó una copa de vino
y la vació de un trago.
Virginia era consciente de que corría un gran
riesgo. Apenas conocía al hermano mayor de
Ranuccio, había oído pocas cosas buenas de él
y no ignoraba que prefería a los hombres antes que
a las mujeres. Esto la protegía, o al menos eso
esperaba, de que la convirtiera en su esclava
sexual. Sin embargo, no habría podido permanecer
en el campamento de Scherlin bajo ninguna
circunstancia, pues el capitán la habría arrojado de
inmediato a sus hombres como si fuera ganado.
Para ella, solo existía una única meta capaz de
motivarla, una única cosa la mantenía con vida: tener
a Ranuccio de nuevo en sus brazos.
Pierluigi le ofreció un vaso de vino. Ella lo
1094
LA HIJA DEL PAPA

aceptó y lo vació igual que él.


Posó una mirada calculadora sobre ella
mientras esbozaba una sonrisa maliciosa.
—Una vez te vi en Nápoles, desde lejos, en
compañía de un gigantesco lansquenete que ya me
llamó la atención durante el asalto al ponte Sisto y
que al parecer salvó la vida de mi hermanito.
Incluso me acuerdo de su nombre: Barth. Es un
gran tipo, sin duda —dijo, haciendo un gesto
obsceno.
Virginia ni se inmutó.
—Es extraño, ¿no? Mi viejo amigo
Giovanni de Medici pesa sobre la conciencia de
ese «gran tipo»... Si eso es verdad, entonces me
complacerá enviarlo a reunirse con nuestro Diavolo
en el infierno... Por pura justicia.
—Está muerto —repuso ella, impertérrita—.
Tres días de fiebre... Y una herida.
Pierluigi se sentó, se sirvió de nuevo, vació el
vaso.
—Aquí solo se puede beber vino, nada de
agua si es que quieres seguir con vida. Tenlo en
cuenta en el futuro, putita... —le llenó de nuevo el
vaso y se lo tendió—. Disculpa, no debería
llamarte así, puesto que no solo eres medio
hermana de Ranuccio sino también mía... Un
1095
FREDERIK BERGER

secreto a voces que lleva mucho tiempo


emponzoñando a nuestra familia —concluyó,
forzando una carcajada.
—Sí, soy la hija de tu padre —replicó Virginia
con énfasis.
—¿Estás segura? Con las cortesanas nunca
se puede estar seguro y, naturalmente, resulta de lo
más práctico que, por aliviarse de un apretón, uno
acabe teniendo a un cardenal como padre. En
cualquier caso, nunca te ha legitimado.
—Tampoco ha legitimado a tu hermana
Constanza.
—Oh, ¿y cómo sabes tú eso, astuta Virginia?
—Por Ranuccio.
A Virginia le resultaba difícil pronunciar el
nombre de Ranuccio. Lo vio de pronto frente a
ella, muy cerca, sintió un anhelo doloroso que le
secó la boca y le hizo llenarse más la copa. Pierluigi
había nombrado a su hermano sin mencionar su
muerte, por lo que Ranuccio debía seguir con vida,
o por lo menos Pierluigi desconocía su muerte.
Esto le provocó a la joven un golpe de felicidad
que apenas logró ocultar, por lo que sorbió
lentamente y con dedos temblorosos algo más de
vino y se sentó en postura de escriba en el suelo.
—¡Siéntete como en casa! — exclamó
1096
LA HIJA DEL PAPA

Pierluigi, de nuevo con su sonrisa calculadora—.


¿Qué es realmente lo que quieres de mí?
¿Necesitas un nuevo protector?
—Podría decirse que sí — respondió ella,
tratando de parecer lo más fría y confiada
posible—. Quiero, sobre todo, volver a ver a
Ranuccio... Y a nuestro padre. Como imagino que tú
albergas ese mismo deseo, he pensado...
—Has pensado... Y no has olvidado que
pertenecemos a la facción enemiga de los papistas,
sin descontar el hecho de que estamos atrapados.
—No lo he olvidado, pero esta guerra no
durará mucho y solo nos resta sobrevivir. En
algún momento volverán a repartirse las cartas.
—Un razonamiento asombrosamente inteligente
para una mujer cuya capacidad de raciocinio se
encuentra entre sus piernas.
—¿Por qué me ofendes? ¿Es que te he hecho
yo algo a ti?
Pierluigi apretó los labios y sus ojos
relucieron con un brillo belicoso. Se inclinó hacia
adelante:
—¿Cómo has podido acostarte con tu propio
hermano Ranuccio? ¿Acaso esta cortesana tan lista
y tan bien instruida por el gordo de Baldassare no
sabe cómo se llama semejante cochinada, y cuál
1097
FREDERIK BERGER

es la opinión de la Iglesia al respecto?


Virginia vació su vaso antes de responder.
Estuvo a punto de mencionarle a Pierluigi su
propia «cochinada» condenada por la Iglesia, pero
se abstuvo.
—En primer lugar, yo no me he acostado con
él. En segundo lugar, hasta poco antes de la muerte
de mi madre, yo no supe que era la hija del cardenal
Farnese. En tercer lugar, quiero a Ranuccio como
a un hermano.
—Ajá, y por eso te has consolado con ese
lansquenete, ya lo entiendo. ¿Otro traguito?
Ella negó con la mano y guardó silencio, pues
no sabía lo que Pierluigi se proponía hacer con
ella.
Probablemente ni siquiera él lo supiera.
—Bien, puedes quedarte conmigo y
remendarme la ropa, quizá alguna vez tocar algo la
flauta para mí... Te gusta tocar la flauta, has
aprendido a hacerlo... —dijo, sonriendo como un
violador enloquecido—. Quizá alguna vez me
apetezca algún culo de mujer. O quizá
organicemos una fiesta para tres.
Se rascó los huevos y ella creyó que iba a
hacer inmediatamente efectivo su vasallaje y
tomarse su tributo. Sin embargo, su virilidad no se
1098
LA HIJA DEL PAPA

movió y él simplemente exclamó un «¡bien!» y


señaló con la mano hacia un fardo de ropa echado
en un extremo de la tienda:
—Quiero que te vistas con ropas masculinas
y te cortes el pelo. Aquí las mujeres solo sirven
para provocar peleas. Como ya he dicho, te
ocuparás de mi jubón, mantendrás limpio el suelo y
recogerás paja nueva para el jergón; además tendrás
que vaciar el orinal. Pero primero, cámbiate de
ropa.
Pierluigi buscó en el montón de ropa con sus
propias manos unas mallas de dos colores, una
camisa con un jubón de seda y una boina y le ordenó:
—Vamos, quítate eso, rápido. Quizá lleves
un puñal contigo. ¿Has oído hablar de Judith y de
Holofernes? Hoy en día nunca se puede ser
demasiado precavido.
No le quedó más remedio que desnudarse. Le
resultó inconcebiblemente difícil. Quería
conservar a toda costa la letra de cambio, la cruz
de oro y el rizo del amor de juventud de Barth,
por lo que volvió a Pierluigi su espalda desnuda
mientras le arrojaba la pequeña bolsa de ducados a
los pies. Durante un instante se distrajo lo
suficiente como para tomar de forma imperceptible
los otros tres objetos y esconderlos entre la ropa
1099
FREDERIK BERGER

masculina.
Cuando se dio de nuevo la vuelta, ya vestida,
vio que su mirada reposaba en ella. ¿Con voracidad
o con aburrimiento?
La llamó hacia él y le ordenó que se agachara
ante sus piernas.
Ella dudó.
—¿No te gustaba tocar la flauta?
Ella palideció.
Él la agarró y tiró de ella contra sus muslos, y
durante un instante la joven realmente pensó que
sus peores temores se hacían realidad. Sin
embargo, él solo se rio, al principio burlón,
después a carcajada limpia, le dio la vuelta de tal
forma que se colocó a sus espaldas y cogió unas
tijeras que tenía a mano.
Los cabellos de Virginia comenzaron a caer al
suelo.
Cuando el procedimiento llegó a su fin, ella
se limpió las lágrimas de los ojos. Tenía frío en el
cuello y notaba la cabeza como la de un chucho
de pelo crespo. Entonces, él le tendió un espejo
metálico de pequeño tamaño. Le había cortado el
pelo de forma irregular, a trasquilones, apenas
lograba reconocerse en la imagen.
—Bien, y ahora una gorra. Diciendo esto, agarró
1100
LA HIJA DEL PAPA

un bonete gris y de aspecto desagradable, se lo


colocó en la cabeza a la muchacha y le hizo darse
la vuelta para poder echarle un vistazo. Ella no
logró limpiarse las lágrimas del rostro lo
suficientemente rápido.
En cuanto lo hizo finalmente y él dejó de ver el
llanto en sus mejillas, alzó el mentón con
reconocimiento y asintió.
—Igual que un muchacho ligeramente
desaliñado. Un hermanito. El sustituto de Paolo —
posó las manos en sus pechos y los tanteó—.
Bueno, no se nota mucho, un tanto magras las
montañitas, pero con lo que se come por aquí tampoco
me extraña —palpó también sus mejillas y le
limpió las lágrimas—.Ya lo arreglaremos.
Él la miró preocupado a sus profundos ojos y
durante un instante ella ya no tuvo demasiado claro
cómo debía comportarse con él. ¿Acaso sólo
jugaba a ser un sodomita salvaje para provocarle
miedo, o porque presuponía que ese era su
papel? ¿Quizá realmente creyera la afirmación de
que era su medio hermana y buscara establecer
un vínculo con ella? ¿O quizá fuera un regalo? Tras
todo lo que había oído sobre él, sabía que no era
el miembro más amado de la familia Farnese, por
lo que quizá le gustara la idea de presentarse ante
1101
FREDERIK BERGER

el cardenal Farnese y ante Ranuccio con ella a su


lado, presentarla como su hija y hermana, salvada
de las garras de los bárbaros. Quizá entonces lo
perdonarían.
En cualquier caso, ella no le había dicho
toda la verdad. Ella misma no la había sabido hasta
poco antes de la muerte de Maddalena: su madre le
había confesado quién habría sido, con toda
probabilidad, su padre, y por eso había guardado
tan celosamente el secreto hasta entonces.
Virginia miró de nuevo al espejo. Una criatura
extraña la miró desde allí. Quizá Pierluigi hubiera
hecho bien disfrazándola así: ya no era ella misma.
Desde la muerte de Rafael ya no sabía quién era
ni tampoco había podido saberlo. Hasta entonces
había sido feliz, había estado en armonía consigo
misma, y finalmente había entendido por qué. Quizá
hubiera también, en los raros momentos en los que
se había sentido dichosa al lado de Ranuccio, una
sensación de que todo cuadraba, una sensación de
unidad que, sin embargo, nunca duraba.
Ranuccio se había marchado solo a Venecia y
a pesar del dolor que la había ocasionado
entonces, ella lo había entendido. Pues al igual que
ella, él tampoco sabía quién era, debía descubrirlo
por sí mismo y quizá temía ya entonces su supuesto
1102
LA HIJA DEL PAPA

parentesco, quizá alguien le hubiera contado antes


de su primera huida a Venecia aquella mentira...
Siguió observándose en el espejo y perdió el
miedo. Parecía un escudero delgado y feucho, sin
duda el mejor camuflaje posible en un
campamento lleno de hombres lascivos y con solo
un par de putas disponibles. A menos que las
inclinaciones de Pierluigi se encendieran ante su
aspecto andrógino.
El capitán la observó y alzó su vaso, sonriente:
—¡Por mi nueva hermana, Virginia! Ya me
gustas y todo, pura, libre de culpa.

Durante una semana todo fue bien. Los


soldados se acostumbraron a ella, el joven amante
de Pierluigi apenas se mostraba celoso y disfrutaba
dándole órdenes, pero el propio Pierluigi tenía un
ojo puesto sobre ella. Después de que Nápoles
volviera a recibir suministros por mar, había ya
suficiente para comer y él se preocupó de
conseguirle las mejores piezas. Parecía que
realmente quisiera cebarla y cada día su mirada se
posaba de manera más ansiosa sobre ella.
O al menos esa era la impresión de la
muchacha.
Entonces les llegó la noticia de que Lautrec, el
1103
FREDERIK BERGER

caudillo de los franceses, había muerto por la


peste y que los sitiadores, a pesar del apoyo que
les ofrecían los pequeños contingentes de tropas de
la Liga, tuvieron que retirarse. El marqués de
Saluzzo quien, poco antes de la muerte de Lautrec,
se había lanzado al ataque con lo que quedaba de
su regimiento y un pequeño grupo de jinetes
venecianos, no consiguió nada. Quienes habían
sobrevivido a los imperiales se lanzaron contra las
puertas de Nápoles y atacaron a los sitiados. La
caballería veneciana y Saluzzo, con su pequeña
guarnición de humildes arcabuceros, aguantaron un
día entero, pero al anochecer, cuando la luz de la
luna llena fluyó sobre el río de muertos, habían
perdido tantos hombres que la única opción posible
fue la de retirarse.
Pierluigi Farnese había luchado con su
caballería y había vencido. La noticia llegó hasta la
ciudad y, como había luna llena, el séquito se
precipitó esa misma noche al campo de batalla
para recoger el botín y rematar a los heridos
degollándolos. Virginia recibió la orden de
acompañarlos y ayudar en la labor; atormentada
por un mal presentimiento, cogió un puñal y siguió
al séquito.

1104
LA HIJA DEL PAPA

Cuando el sol salió a la mañana siguiente, los


imperiales bajo el mando de Pierluigi Farnese
alcanzaron Aversa. Temiendo una muerte segura,
los últimos miembros de la caballería veneciana se
entregaron a sus perseguidores y, quien todavía
poseía algún arcabuz cargado de entre los
hombres del marqués de Saluzzo, lo disparó por
última vez.
El propio Marqués se rindió en Aversa. Se
prometió un rescate por él, por lo que no lo
mataron de inmediato, sino que lo enviaron
cubierto de hemorragias a Nápoles, donde murió días
después a causa de sus heridas.
Pierluigi Farnese, no obstante, no pudo
disfrutar de su victoria. Lloró desesperado como
no había llorado nunca y bebió hasta perder el
sentido.

1105
FREDERIK BERGER

Capítulo 102

Nápoles – agosto de 1528

En agosto de 1528 Ranuccio llegó con sus


hombres a las pantanosas tierras de Nápoles. Ya
habían recibido noticias de que los franceses
estaban muriendo a miles a causa de la peste y la
fiebre, pero solo cuando se encontró en el
campamento fue consciente de su estado
miserable. Lautrec yacía enfermo y moribundo.
A Saluzzo apenas le quedaban hombres capaces de
luchar y el ataque de los imperiales se volvía
cada día más peligroso.
Del centenar de jinetes de Ranuccio ya habían
caído treinta. A finales de agosto se disolvió el sitio:
quien aún seguía con vida, huyó al norte. Solo
Saluzzo, acompañado de sus arcabuceros y de la
tropa de Ranuccio, intentó cubrir la retirada y
contener la acometida de los imperiales.
Ranuccio vio contra quién combatía en
aquel día de calor asfixiante: contra la caballería
italiana de Pierluigi. De pronto, entendió que
tendría que matarlo, puesto que su hermano había
1106
LA HIJA DEL PAPA

destruido el honor de la familia, solo tenía una


opción: repararlo.
La lucha resultó fatigosa y prolongada, ya
que los atacantes no querían correr el riesgo de
sucumbir en el proceso. Incluso cuando Ranuccio
atacaba a un enemigo con la espada en alto, éste lo
esquivaba o lo atraía hasta alguna trampa de la que
solo lograba librarse con dificultad. La
superioridad numérica del enemigo se volvió
abrumadora, por lo que decidieron retirarse a
Aversa, a una llanura plagada de árboles y
matorrales sueltos donde las ruinas de algunas
casas les sirvieron de protección.
Por la noche apenas seguían con vida veinte
hombres de su tropa. La luna brillaba tan clara que
el combate se prolongó. Quien se rendía corría el
peligro de que lo acuchillaran. Cuando la luna
estaba en pleno apogeo, Ranuccio se cayó del
caballo de puro agotamiento. Se arrastró hasta un
árbol y se agazapó en el suelo hasta que descubrió
algunas matas de retama entre las que pudo
ocultarse. Justo antes de colocarse, vio
repentinamente a un grupo de muchachos que,
armados únicamente con puñales, revolvían entre
los cadáveres.
Quiso presentar batalla, pero sus fuerzas no
1107
FREDERIK BERGER

le alcanzaban. Permaneció encorvado, echó el


rostro al suelo y se hizo el muerto. Soltó la espada
y el puñal, se arrancó el peto y se abrió el jubón.
—Haceos con lo que quede — oyó que decía
alguien en voz baja—. No olvidéis cortarles el
cuello al final. Más vale prevenir que curar. Estos
perros tienen siete vidas.
Los hombres se alejaron. No sabía cómo se
defendería sin armas... Alguien le dio la vuelta y lo
tanteó.
Un grito ahogado le hizo estremecer. Una
mano blanda le acarició la frente y el pelo.
Instintivamente, abrió los ojos.
Entonces supo quién lo había encontrado.
Ella le limpió la mugre de la cara. No podía
creerlo. Bajo el reflejo de la luna solo veía un
cabello corto y erizado y una cabeza fina. Aunque
no pudo reconocer el rostro, su aroma era
inconfundible.
—Ranuccio —susurró ella—. ¡Ranuccio, mi
amor!
Apoyó la cabeza en sus manos y ella lo besó.
Era el aroma del paraíso. Solo podía estar
muerto, fallecido, liberado. Lo habían perdonado
y ahora disfrutaba del paso al otro mundo.
—Virginia —susurró—. ¿Cómo es posible?
1108
LA HIJA DEL PAPA

¿Has venido a llevarme al cielo?


—No, aún vivimos los dos, nos hemos
reencontrado.
Él se recostó en su pecho, se hundió en él.
Sus ganas de vivir resurgieron y le insuflaron
nuevas fuerzas.
—Debemos ponernos a salvo. Ven a los
matorrales —susurró él.
Juntos reptaron hasta la retama. Pasaron la
noche en un abrazo mudo sin que ninguno de los
saqueadores de cuerpos los descubriera. La
felicidad no les permitía formular una sola
palabra, pero sus cuerpos hablaron por ellos.
A la mañana siguiente, Ranuccio se sentía
como loco, embriagado de felicidad. Le suplicó a
Virginia que se quedara entre los matojos y lo
esperara. Salió medio desnudo a campo abierto y
se lanzó hacia adelante. Vio que de nuevo habría
lucha, buscó en vano su caballo, buscó entre los
muertos algún arma, igualmente en vano.
Finalmente, corrió con los brazos alzados gritando
una y otra vez:
—¡Parad, parad! —a sus jinetes, que formaban
en posición de ataque.
En el lado opuesto, un grupo de franceses con
sus arcabuces en ristre se encontraban atrincherados
1109
FREDERIK BERGER

tras un muro semiderruido.


—¡Parad de una vez, dejad de mataros! ¡Debe
haber paz!
Entonces, alguien gritó su nombre y, un
segundo después, estalló una salva de disparos.
Sintió que salía despedido, un torbellino de
dolor lo azotaba y finalmente caía de espaldas.
Se palpó el cuerpo y se empapó de la sangre que
manaba de las heridas abiertas. Sobre él, un
reluciente cielo matutino con un grupo de pequeñas,
resplandecientes nubes blancas.
Un rostro se inclinó sobre él, oyó que
gritaban su nombre, pero no vio más que las blancas
nubes.
Un anillo oscuro se fue cerrando en torno a él,
hasta que la felicidad que había experimentado fue
diluyéndose en un eco lejano y se sintió flotar,
ligero. Entonces, se apoderó de él una emoción
liberadora y carente de dolor.

1110
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 103

Roma, palazzo Farnese – septiembre de 1528

En septiembre de 1528 las noticias del


desastre del ejército francés y de las tropas de la
Liga llegaron hasta Roma. Por todas partes se
veían figuras demacradas e implorantes arrastrándose
hasta las mismas murallas de la ciudad, a menudo
con heridas graves. Los habitantes de Roma, unos
treinta mil, a pesar de haber alcanzado los
ochenta mil en tiempos del papa León, observaban
a aquellas formas ruinosas con sentimientos
encontrados. ¿Quién sabría decirles si entre ellos
no se ocultaría algún soldado imperial? ¿Y acaso
no vivían ya los romanos en suficiente miseria,
asediados por el hambre y la enfermedad,
maltratados física y espiritualmente?
Alessandro se ocupaba de que los pocos
soldados que habían logrado llegar hasta allí
recibieran una comida decente. Sin embargo, la
mayoría de los supervivientes de las batallas
acababan asaltados por los campesinos, famélicos,
atacados por lobos o perros salvajes, muertos.
1111
FREDERIK BERGER

Cuando tres antiguos arcabuceros de las


tropas del marqués de Saluzzo preguntaron por el
Papa a los guardas de la porta San Paolo, alegando
que traían un importante mensaje de su capitán
cautivo, les llevaron directamente al palazzo
Farnese.
Alessandro hizo que los vistieran y les trajeran
pan y sal, vino y aceitunas, nueces, queso y fruta.
Repusieron fuerzas y comenzaron finalmente a
narrar, de forma revuelta y confusa y en un
italiano deficiente, el final de la batalla de
Nápoles, la última resistencia del marqués en
Aversa, el ataque del capitán de caballería
Pierluigi Farnese, un italiano que había traicionado
al Papa y a su patria y que había masacrado a casi
todos los enemigos a la fuga. Si realmente había
algún mensaje del marqués de Saluzzo, no llegaron a
decirlo.
Alessandro escuchó con paciencia, sin
interrumpirlos. Sin duda no tenían demasiado
presente que se encontraban ante el padre del
denominado traidor y, mientras seguían hablando
atropelladamente, él les preguntó por el desarrollo
del sitio. Ellos le narraron principalmente los
pesares de la peste y la fiebre, de los pantanos y
los mosquitos. Finalmente los interrumpió y les
1112
LA HIJA DEL PAPA

preguntó si realmente se habían encontrado en


algún momento del año anterior ante Roma y por
qué el marqués y los demás capitanes de la Liga
no se habían conmovido por el estado de la ciudad.
Ellos comenzaron a protestar a gritos,
quitándose la palabra los unos a los otros.
—No había más que discusiones. Nuestro
marqués quería atacar, Guicciardini también, pero el
duque de Urbino opinaba lo contrario. Además,
cada noche se marchaba a ver a su distinguida
amante. Todo el ejército lo sabía. Al principio le
llamábamos veni, vidi, fugi, pero al final lo
cambiamos por veni, vidi, amavi.
Finalmente, los tres hombres comenzaron a
explicarle los pormenores de su último combate, de
la acometida de Pierluigi Farnese reconocible por
su penacho de plumas en la cabeza. Le habían
disparado una última salva y derribado a algunos
de sus hombres de sus caballos antes de
predisponerse a escapar.
—Entonces salió corriendo un loco medio
desnudo en medio del combate, se presentó frente
a los caballos del capitano Farnese y de su gente
con los brazos alzados y gritando: «¡Parad!».
—Un loco desnudo, probablemente alguno que
hubiera sobrevivido al combate del día anterior:
1113
FREDERIK BERGER

parecía de las tropas venecianas...


—Le habrían tirado del caballo... Tampoco
tenía armas...
—Eso es lo que esta mierda de guerra hace de
nosotros: nos hace salir corriendo sin caballo, sin
pica ni alabarda...
—Vi justo cómo ese Farnese lo cogía en
brazos, antes de que terminaran de hacerlo pedazos.
—Sí, por suerte para nosotros todos se
reunieron en torno al cadáver, así que nosotros
pudimos huir.
—Si no, también nos habrían despedazado a
nosotros.
Los soldados vaciaron ansiosos el segundo vaso
de vino.
Alessandro no sabía qué decir, luchaba contra
la asfixia y el vértigo. Por suerte aquellos hombres
estaban demasiado ocupados con la comida y la
bebida como para darse cuenta de su estado.
—¿Y quién mató a ese muchacho que se cayó
del caballo? —preguntó finalmente, con voz
quebrada.
—Sí que es verdad que era joven, y delgado,
muy flacucho...
—Probablemente ese capitano Farnese o
alguno de sus hombres, que destrozan todo lo que
1114
LA HIJA DEL PAPA

pillan...
—Sin embargo, fue muy extraña la forma en la
que el capitano saltó de su caballo y corrió a coger
al loco en brazos...
—Sí, y además entonces salió otro loco
también corriendo, un chiquillo delgado y medio
desnudo que gritaba un nombre como un
demente...
—Sí, es verdad, gritaba con voz chillona como
la de un castrado, pero no entendí qué decía...

1115
FREDERIK BERGER

Capítulo 104

Roma, palazzo Farnese – de septiembre a


octubre de 1528

Silvia nunca había visto a Alessandro tan


fuera de sí como cuando, de forma incoherente y
apenas comprensible, le relató lo que los andrajosos
soldados le habían contado. Para él quedaba claro
que Pierluigi y Ranuccio se habían enfrentado
durante el último combate de Nápoles y Pierluigi
había matado a su desamparado hermano.
A pesar de todos los intentos por
tranquilizarlo, Alessandro se mostraba
alternativamente rígido y enloquecido, hasta que
finalmente maldijo a Dios, al papa Clemente y a su
hijo Pierluigi, se maldijo a sí mismo y, por
último, se abalanzó sobre su estudio y comenzó
a rebuscar salvajemente entre sus papeles y a
desmontar la estancia entera hasta que tuvo en las
manos el acta de legitimación. Cuando Silvia vio
que se disponía a romperla en pedazos, le arrebató
a la velocidad del rayo el pergamino de las manos.
Entonces él, aún enloquecido de rabia, tiró al
1116
LA HIJA DEL PAPA

suelo el crucifijo y el relieve de la Sagrada Familia


y lanzó el pequeño grupo del Laocoonte de Miguel
Ángel contra la pared, por lo que se hizo pedazos.
Antes de que pudiera arrancar también de los
muros el retrato de Rafael, ella se le echó en los
brazos.
En ese mismo momento Silvia creyó que
Alessandro estaba a punto de perder la razón. Alzó
la mirada hacia ella y aquellos ojos eran los ojos
de un demente. Como no podía soportar aquella
mirada, se arrodilló para recoger los papeles
dispersos y los fragmentos del Laocoonte. Primero
cogió al hijo que, a la derecha del padre, intentaba
librarse del abrazo de la serpiente, aún con la
esperanza de salvarse. Ella contempló su rostro
aterrorizado como si lo viera por primera vez.
Alessandro le arrancó de la mano la figura
de mármol con un ruido inarticulado, lo observó
brevemente, lo dejó a un lado y buscó frenético
el otro pedazo. Entre los montones de papel
encontró finalmente una cabeza rota con una
expresión resignada. Silvia cogió entre las manos
la parte central de la escultura, que retrataba al
propio Laocoonte retorciéndose dolorosamente y
defendiéndose con sus últimas fuerzas. Ambos
sostuvieron unos instantes los pedazos de
1117
FREDERIK BERGER

mármol. Alessandro aullaba como un animal


agonizante mientras rompía a sollozar.
Silvia logró llevarlo a la cama ayudada por
Rosella. No se levantó en todo el día, no comió y
apenas bebió.
Cuando volvió a salir del lecho se dirigió
directamente y tambaleándose hasta el estudio.
Silvia quiso ayudarlo a sostenerse, pero él la apartó
de un empujón. Una vez llegado al estudio, miró a
su alrededor con ojos perdidos y gritó:
—¿Dónde está el acta de legitimación?
¿Dónde está nuestro futuro?
Durante los últimos días ella se había dedicado
a recoger los papeles y a guardarlos
ordenadamente y había tomado el acta de
legitimación bajo su protección. Como temía que él
empezara a revolver todos los papeles de la
estancia, exclamó nerviosa:
—¡Lo tengo yo! ¡Espera! Entonces, le sentó en
una silla y
corrió hasta su habitación para recoger el
documento. Por suerte él se encontraba aún inmóvil
sobre el asiento cuando ella regresó, pero
entonces le quitó el pergamino de las manos y lo alzó
triunfante.
—¡Ésta es nuestra victoria, aquí yace el futuro
1118
LA HIJA DEL PAPA

de nuestros hijos y nietos! Lo juro. ¡Lo


conseguiremos!
—sus ojos vagaban de un lado para otro y, mientras
se golpeaba la mano con el pergamino, repetía—:
¡Es nuestra victoria! ¡Lo juro!
Silvia no supo qué más hacer salvo enviarle
un mensajero a Constanza para rogarle que regresara
a Roma.
Silvia escribió también al Santo Padre a
Viterbo, le informó del estado de la maltratada
ciudad, así como del de su delegado.
El papa Clemente reaccionó. Regresó de
inmediato a Roma con un pequeño séquito. Lo
primero que hizo fue visitar a su viejo amigo y
rival quien, tras el anuncio de su llegada, tuvo
tiempo de hacerse vestir y, salvo por cierta
rigidez, adoptar un aspecto normal.
Clemente le preguntó por sus hijos y Silvia
temió un nuevo ataque. Sin embargo, Alessandro le
informó con voz átona de la muerte de Ranuccio,
sin dar más detalles. No mencionó a Pierluigi.
Clemente porfió, pero no esperó ninguna respuesta,
sino que anunció con tono melodramático:
—Los informes llegados desde Nápoles son
claros: el capitano Pierluigi Farnese ha pecado
gravemente contra el Santo Padre, su sagrada patria
1119
FREDERIK BERGER

y el patrimonio de San Pedro, por lo que uno de


mis primeros actos oficiales consistirá en
excomulgarlo. ¡Recibirá la pena de la anathema!
Alessandro alzó la mirada hacia el Papa,
guardó silencio, inmóvil, hasta que se inclinó
ligeramente hacia adelante cuando Clemente quiso
despedirse con un gesto de exagerado
agradecimiento y observó al Papa que se marchaba
a toda prisa. Ya en la puerta, Clemente se volvió
una vez más, regresó de nuevo y le dedicó a
Alessandro una afectuosa palmadita en la espalda.
—Tu palacete ha aguantado bastante bien la
catástrofe gracias a Pierluigi, el excomulgado. Al
tener a un hijo en un bando y otro hijo en el otro, te
has asegurado la neutralidad... Puedo aprender
aún mucho de ti.
Silvia contuvo el aliento. Clemente siguió
actuando de forma irreflexiva.
—Sin embargo, te perdono porque sacrificaste
a tu favorito... Yo también me preocupo por mi
hijo, que en este momento se ha convertido en un
apátrida, pues ya sabes que nos han expulsado de
Florencia. Mis opositores allí han aprovechado
mi debilidad: es el viejo espíritu de Soderini quien,
por suerte, se pudre en el infierno... Pero te perdono
—regresó de nuevo a la salida, con aspecto
1120
LA HIJA DEL PAPA

extrañamente distraído, mascullando entre dientes


—. Debemos permanecer unidos, Roma nos
necesita.
Tras esto, salió por la puerta con movimientos
convulsos.
Alessandro lo siguió atentamente con la
mirada, aún sin moverse, y exclamó con voz
fúnebre:
—«Debemos permanecer unidos, Roma nos
necesita»... ¡Maldito sea ese imbécil!

Constanza apareció una semana después,


acompañada de una tropa armada que se defendía
del ataque de bandidos, de campesinos
expoliadores y de desesperados refugiados romanos
sus carros llenos de alimentos. Bosio, Girolama y
los niños permanecían en Santa Fiora, pues Silvia
en su mensaje no había intentado embellecer la
situación de la ciudad. En cuanto Constanza abrazó
a su padre, éste pareció recuperar las fuerzas, la
llevó hasta su estudio y le mostró el desgajado
grupo de Laocoonte y sus hijos.
—Así está nuestra familia.
—¡Pero todavía nos tienes a mamma y a mí!
—exclamó Constanza
—. Tienes a Bosio, a Girolama y a los niños.
1121
FREDERIK BERGER

¿Acaso no pertenecemos a la familia? Estarás


orgulloso de tus nietos.
—Sí, sí —Alessandro se carcajeó como si
se tratara de un chiste infantil.
Constanza miró a Silvia, interrogante, y ella
simplemente agitó la cabeza con impotencia.
De pronto, rompió a llorar sin freno.
Constanza lo apretó contra su pecho y él comenzó a
sollozar.
—Sé que sois vosotras quienes me mantenéis
con vida y no Ranuccio y Pierluigi.
Colocó con cuidado el fragmento de mármol
de uno de los hijos de Laocoonte sobre una repisa
y dejó que Constanza lo llevara hasta el primaveral
jardín. También de allí había logrado Silvia que
retiraran la mayor parte de las inmundicias e
incluso empezaban a florecer algunos rosales de la
pared.
—¿Te acuerdas cómo Sangallo nos mostró
con sus esbozos el tamaño y esplendor que
adquiriría el palazzo? —preguntó ella—. Cuando
Roma vuelva a su ser, podrás hacerlo reconstruir y
algún día poseeremos el palazzo más grandioso de
toda Roma... Y tú te sentarás en la cátedra de San
Pedro.
Alessandro de nuevo se rio como un niño.
1122
LA HIJA DEL PAPA

—Pero primero Clemente debe... —dijo,


acompañando su comentario de un gesto
inconfundible.
—Sí, papá, primero el papa Clemente debe
pasar a mejor vida.
Constanza le hablaba a su padre como a un
anciano y no como a un hombre en plenas
facultades mentales; Silvia temió que Alessandro
ya no volviera a recuperar su antigua fuerza anímica.
Durante las siguientes semanas, Constanza se
ocupó sin descanso de su padre y había momentos
en los que se pasaban los dos juntos las horas
muertas en el estudio. Él quiso hacerle una consulta
a Luca Gaurico, su astrólogo y futurólogo, pero o bien
estaba muerto, o había abandonado Roma durante
el sacco. Una mañana preguntó, sorprendido, por
qué Baldassare Molosso ya no comía con ellos.
Silvia tuvo que informarle de que Baldassare
podía haberse salvado en Frascati, pero que había
muerto durante los disturbios posteriores a la
conquista. Al menos eso habían afirmado muchos de
los viejos criados de Frascati.
—¡No quiero volver a ver a Pierluigi! —
exclamó Alessandro, como si su hijo mayor hubiera
hecho colgar él mismo a Baldassare—. Debería
permanecer exiliado hasta el fin de sus días.
1123
FREDERIK BERGER

Silvia y Constanza se miraron de nuevo.


—No lo dices en serio, papá —dijo Constanza.
—En algún momento tanto el Papa como tú
tendréis que perdonarlo. ¡Es el único hijo varón
que te queda con vida! —añadió Silvia.
—¡Es responsable de la muerte de Ranuccio!
—Eso no lo ha llegado a ver nadie. Quién
sabe por qué mano cayó Ranuccio.
—Tengo nietos, nietos varones, el Alessandro de
Pierluigi ocupará su lugar y heredará nuestros
bienes—dijo, pero cuando notó la mirada
decepcionada de Constanza, continuó—.
Naturalmente también tus hijos recibirán su parte.

A finales de octubre, el hijo primogénito de


Silvia, Tiberio, apareció en Roma: ella le había
pedido que hablara con Alessandro. Entretanto se
había convertido en abad de los benedictinos de
Nepi, apareció vestido con un hábito negro y, desde
un primer momento, pareció ejercer un efecto
tranquilizador sobre Alessandro. Exigió rezar cada
día con su padrastro y escucharlo en confesión y,
tras su furia inicial éste aceptó. Silvia no estaba
presente cuando ambos hablaban, pero se dio cuenta
de los cambios que se producían en Alessandro.
Cada día parecía más estable, ya no maldecía a
1124
LA HIJA DEL PAPA

nadie y poco a poco incluso logró mencionar a sus


hijos sin romper a soltar herejías ni a llorar
desconsolado. Incluso logró volver a hablar de
Paolo y del pacto del sacrificio que había aceptado
en una ocasión para convertirse en Papa.
—Así me burlé de Dios y Él me castigó no
manteniendo su palabra. ¿Acaso no ha permitido
que Ranuccio muriera sin que yo me convirtiera
en Papa? ¿Acaso quiere rebajarme antes de
encumbrarme, como hizo con Job? ¿Quiere hacer
morir a todos mis hijos e hijas y castigarme con
la lepra? —exclamó, haciendo a Silvia temer un
nuevo estallido de locura.
Tiberio le contestó sin siquiera alzar la voz:
—Dios no cierra ningún pacto con ser humano
alguno, de la misma manera que tú no pactas con
un gusano de tu jardín. Dios ha castigado a la
babilonia romana y nos ha castigado a todos para
abrirnos los ojos. Por eso debemos hacer
penitencia y propósito de enmienda. Para poder
recuperar nuestra fe y asimilar su mensaje
apostólico.
Tras una larga pausa en silencio, que
Alessandro aprovechó para meditar acerca de lo
dicho, respondió suavemente a Tiberio:
—¿Tú también me ves como un gusano?
1125
FREDERIK BERGER

Tiberio lo miró y respondió sin ningún tipo de


doble sentido ni tono:
—Querido padre, solo he expresado una
comparación. Me refería a todos nosotros, como
seres humanos, en nuestro comportamiento frente a
Dios. Lo que en realidad quería decir,
simplemente, era que considero tu «pacto» como una
forma un tanto vergonzosa y al mismo tiempo
pecadora de superstición...
—Dios me habló en sueños hace muchos
años, tras la muerte de Paolo —insistió Alessandro,
también sin alterarse.
—Dios ya ofreció a su hijo por todos
nosotros; no son necesarios más sacrificios, pues
Cristo ya limpió todos los pecados del mundo.
—Sí, sí —repuso Alessandro, suspirando
hondamente, antes de continuar con voz tenue—.
Sin embargo, no me permite resucitar a mis hijos.

1126
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 105

Nápoles – principios de 1529

Tras el último combate, Pierluigi Farnese siguió


sirviendo al emperador con sus tropas al norte de
Nápoles. Como seguía faltándoles el sueldo y
conseguir provisiones en la ciudad sería difícil,
pues no se toleraría el pillaje, se retiraron a la
Campaña, donde prendieron fuego a las granjas y
asaltaron los asentamientos desprotegidos como si
fueran animales de presa.
La excomunión del Papa le dolió mucho a
Pierluigi, aunque escupió sobre ella y calificó al
Papa de «perro sarnoso». Por la tarde se
emborrachó y, en un arrebato de ira, la tomó con su
compañero de lecho, quien no estaba demasiado
apetente aquel día, y lo expulsó de su tienda para
siempre jamás.
Tras ese ataque, permaneció solo por las
noches, dejándose consolar por Virginia. Tras
enterrar juntos a Ranuccio, ella había
permanecido a su lado como su paggio. Siempre
se preocupaba por él cuando por las mañanas se
1127
FREDERIK BERGER

despertaba mirando en torno a él como un loco,


aterrorizado por las pesadillas. Ella solo hablaba
lo estrictamente necesario, mantenía sus cuatro
cosillas en orden, limpiaba la tienda, conseguía los
elementos indispensables para sobrevivir y él, por
su parte, se ocupaba de que ninguno de sus
hombres se le acercara con hostilidad. Hacía
tiempo que se habían dado cuenta de que su hirsuto
mozalbete era una joven atractiva a la que no le
crecía la barba, sino un cabello denso y largo.
Una noche, él oyó llantos procedentes de la
pequeña tienda que ella mantenía junto a la suya y
supo que lloraba por Ranuccio. Todavía no estaba
completamente borracho por lo que la pena por la
muerte sin sentido de Ranuccio aún le afectaba.
Como parecía que no dejaba de gimotear,
Pierluigi la llamó a su tienda, aunque no sabía
bien cómo consolarla, ni siquiera cómo empezar a
hablarle. Finalmente optó por preguntarle por
qué había desaparecido repentinamente la mañana
antes de la batalla de Aversa y si tenía alguna idea
de por qué a Ranuccio le había dado por correr
medio desnudo como un lunático predicador
ambulante entre los dos frentes de combatientes.
Virginia le habló, con palabras directas e
interrumpiéndose una y otra vez por los sollozos,
1128
LA HIJA DEL PAPA

del encuentro con Ranuccio y de las horas al


resguardo de la retama. Él reprimió una sonrisilla
maliciosa, pues la conclusión de aquella noche
había sido demasiado trágica. Virginia seguía
llorando en silencio y él, finalmente, la abrazó.
Como ella se mostró reticente, la soltó y repitió:
—¡Qué muerte más estúpida! Ranuccio podía
haber sido feliz si...—interrumpió sus palabras y
contempló a Virginia largo rato.
Ella mantenía la mirada hundida.
—Podría haber sido feliz — repitió él—. En
realidad, yo lo quería bien, aunque solíamos
discutir, aunque él me odiaba... Y aunque me robó el
amor de nuestro padre.
Cuando, algunos días después, regresó
cubierto de sangre y suciedad de una de sus
incursiones de saqueo por Nápoles, hizo que
Virginia le preparara un baño. Se encontraba ya
tendido placenteramente en el agua caliente, con la
cabeza recostada en el canto de la bañera, medio
dormitando. Virginia le echó algo más de agua
para que no se enfriara y le tendió una carta que le
había hecho llegar un sirviente del virrey español
de Nápoles tras numerosos destinos equivocados.
Como Pierluigi reconoció el sello de su
madre, se asustó porque creyó que sería el aviso de
1129
FREDERIK BERGER

la muerte de su padre. Le temblaban las manos


empapadas, por lo que le devolvió la carta.
—¡Léemela! Quizá le haya pasado algo a mi
padre... O quizá mamma me informe de que el
Papa ha derogado su excomunión... El emperador,
sin duda, ha debido hablar en mi favor...
Virginia rompió el sello con cuidado, extrajo
la carta y comenzó a leer:
«Querido hijo, espero que mi carta te haya
llegado a pesar de los tiempos revueltos que
vivimos. Después de que tu padre supiera de la
muerte de Ranuccio, enfermó de gravedad;
Constanza y yo temimos que su espíritu se hubiera
debilitado finalmente y se hubiera despedido de este
mundo, pero en los últimos meses ha ido
mejorando muy lentamente y ahora es de nuevo tu
padre, y lo que es más, se encuentra muy atareado
con sus quehaceres vaticanos pues la salud del
papa Clemente ha empeorado notablemente. Todos
tememos que no sobreviva a la Cuaresma».
—¡Por fin! —exclamó Pierluigi—. Finalmente
va a sucumbir esa rata traicionera. Entonces papá
será Papa y retirará mi excomunión. Volveré
triunfante a Roma y podré abrazar a mis hijos. Quizá
Girolama vuelva a estar embarazada después de
tanto tiempo, ella tenía ganas y yo lo hice lo mejor
1130
LA HIJA DEL PAPA

que pude —dejó que el agua le entrara en la boca


y después la escupió formando una pequeña
fuente—. ¡Sigue leyendo, Virginia!
Ella se había apartado un poco, temblaba
repentinamente de pies a cabeza y su rostro había
adquirido un tono verdoso.
—¿Qué te pasa? —le preguntó él, pero la
joven salía ya precipitadamente de la tienda y
vomitaba en el exterior.
Él se sentó en la bañera, pero como los
hombros se le quedaban fríos, volvió a hundirse
hasta el cuello. Cuando Virginia regresó y él vio el
relieve de su cuerpo al contraluz de la entrada de
la tienda, se dio cuenta de pronto de por qué había
vomitado y por qué sus ojos, desde hacía algún
tiempo, oscilaban tanto entre un brillo alegre y
una oscuridad refulgente.
—¡Tú también estás embarazada! —exclamó
él, riendo, y como la alegría lo embargó de forma
inesperada, la llamó hacia él, tomó su cara entre
las manos y le besó la nariz.
En ese momento, perdió el sustento en la
resbaladiza superficie de la tina y se golpeó con
fuerza la nuca en el canto metálico. No tardó en
hundirse. Logró salir de nuevo resoplando, se
frotó la parte de atrás de la cabeza donde, sin
1131
FREDERIK BERGER

duda, le saldría un chichón, pero no pudo evitar


reírse de su torpeza y dijo:
—A todo cerdo le llega su sanmartín... Pero
no podrán conmigo por tan poca cosa.
Mientras Virginia se inclinaba sobre él y le
examinaba la nuca, apareció de pronto ante él la
imagen de Paolo muerto. Saltó directamente del
agua y se colocó chorreante y completamente
desnudo ante rginia, que reculó asustada. La
imagen de su hermano muerto aún le tenía sin aliento
cuando los vio a los dos juntos, a Paolo y a
Ranuccio. El pánico lo embargó, quería eliminar o
alejarse de la imagen de los difuntos, pero no lo
conseguía, sino más bien al contrario: por todas
partes surgían cadáveres demacrados que le
llamaban asesino.
Apenas se dio cuenta cuando Virginia le
colocó un gran paño sobre los hombros y un
segundo en torno a las caderas. De pronto le
temblaron las piernas y se dejó caer sobre un
taburete. Se le tensó la boca. Quería maldecir, pero
tenía la lengua y las mandíbulas tan secas que solo
logró emitir una especie de graznido y, como ya
no pudo dominarse, agarró a Virginia y apretó la
cara contra su vientre blando, pero ya redondeado.
Ella lo miró fijamente y no le tocó. Él sumergió
1132
LA HIJA DEL PAPA

aun más el rostro en su abdomen y, poco a poco,


fueron desvaneciéndose las imágenes de las furias,
Paolo y Ranuccio se fusionaron en una sola persona
y después se difuminaron en un oscuro y gris velo de
niebla.
En su cabeza tamborileaban desordenados
golpes contra las sienes y poco a poco soltó a
Virginia. Lo que no había ocurrido nunca, sucedió
finalmente: ella no solo le observaba con
preocupación, sino que le acariciaba la cabeza en
ademán tranquilizador, como si fuera un niño. Le
volvieron vagos recuerdos de su madre, se tendió
en el catre y se tapó, pues estaba empezando a
tiritar. Virginia lo secó con sacudidas enérgicas y
finalmente le cubrió con una manta.
—Siéntate a mi lado y sigue leyendo la carta
de mamma —le pidió entre susurros—. ¿Escribe
si Clemente ha sucumbido finalmente?
Virginia buscó con la mirada el punto en el que
había interrumpido la lectura.
«... Que no sobreviva a la Cuaresma, pero si
bien hay gente que muere prematuramente de forma
trágica, también hay otros que se sobreviven a sí
mismos. Uno de estos últimos podría ser el papa
Clemente VII».
—Así que no —bufó—. Las ratas tienen siete
1133
FREDERIK BERGER

vidas. ¡Sigue, sigue leyendo!


«Por desgracia tu padre no ha podido evitar
la excomunión, aunque intentó que la levantaran
después de que el Papa tomara una postura más
cercana al emperador. El plan de Clemente es,
por lo que tu padre sabe, liberar Florencia de
sus dirigentes actuales mediante las tropas del
emperador para cedérsela a su hijo Alessandro, el
de cabello rizado, y que se convierta en soberano
y duque de la Toscana. El emperador planea, al
mismo tiempo, hacer que el Papa lo corone
oficialmente como emperador en Italia y, puesto
que Roma aún se encuentra destrozada, la
coronación tendría lugar en Bolonia.
Tu padre lucha sin descanso por la paz en
nuestras devastadas tierras y se esfuerza porque se
distribuyan cereales, carne, leña y madera para la
construcción en Roma. Muchos mercaderes han
llegado en tropel de todas las regiones de Italia,
pero los romanos carecen de dinero y de crédito
como para comprar bienes. Por suerte los
refugiados van volviendo poco a poco y se mesan
los cabellos de puro espanto ante el estado de sus
casas y palacios.
Para mi gran alegría, Constanza ha regresado a
Roma el último otoño para apoyarnos a tu padre y a
1134
LA HIJA DEL PAPA

mí en estos tiempos difíciles. Bosio y también tu


Girolama viven con los niños todavía en Santa
Fiora y querrás saber que están bien. Creo en
cualquier caso que pronto retornarán a la ciudad.
También querrás, querido hijo, saber de tu
padre. Debo decirte con pesar que no habla bien
de ti. Cree que tú (apenas me atrevo a decirlo)
mataste en combate a Ranuccio, quien habría
entrado en lucha contra tus hombres. Puedes
imaginar lo desconsolado que está tu padre ante el
hecho de que su benjamín no siga con vida. La
muerte de Paolo ya le afectó con igual fuerza.
Por suerte tu hermanastro Tiberio ha venido a
Roma para rezar junto a él. Ya sabes que tu padre
nunca fue un hombre piadoso y su fe nunca se
encontró entre las más fuertes, incluso durante los
últimos meses ha mostrado un descontento con
Dios similar al que tuvo Job. Sin embargo, parece
estar ocurriendo algo en su interior, una búsqueda
de una fe apasionada: fluctúa entre el escepticismo,
un cinismo triste y una adoración conmovedora,
entre la humildad y la rebelión. Entiende el revés
sufrido por Roma como el fin de toda la inmoralidad
y de la pompa exacerbada, mientras que Tiberio lo
considera un castigo del Señor. Ambos coinciden
en que el Vaticano, a partir de ahora, tendrá que
1135
FREDERIK BERGER

tomar una nueva vía. Con frecuencia se sientan


juntos con Constanza y, según les oigo, discuten
sobre las tesis de los apóstatas del norte de los
Alpes. Aunque no están de acuerdo con la cuestión
del celibato, sí lo están sobre la necesidad
imperiosa de un concilio fundamental.
El papa Clemente, no obstante, no está en
absoluto interesado en un concilio, pues piensa
que podría hacer que lo depusieran.
Tampoco quiero ocultar que tu padre ha
envejecido enormemente. Sobrelleva con dificultad
el peso de las penas que tanto nosotros como
Roma tenemos que soportar. Fuerte y recto, igual que
un árbol, como solía ser, ahora camina agachado.
Sin embargo, lo que aún no ha perdido a sido la
fervorosa voluntad de darle sentido a su existencia,
de alcanzar su meta y que lo ensalcen como a un
bienhechor, como a un salvador llegado a
nosotros. Igualmente, todavía sueña con hacer de
su familia, aun dolorosamente menguada como está,
un clan fuerte y poderoso. Habla con frecuencia de
sus nietos, a quien ya quiere convertir en duques,
cardenales e incluso papas. Ya ves que, por
mucho que el destino, o Dios Todopoderoso, le
pongan a prueba y le atormenten, no se dará por
vencido hasta que se encuentre ante las puertas de
1136
LA HIJA DEL PAPA

la gloria pidiendo entrada. Recemos porque


continúe así.
Ya sabrás que ni Baldassare ni Maddalena
Roma continúan con vida. Tu padre se encontró
con la cortesana de Campo de Fiori poco antes de
su muerte. La hija de Maddalena, Virginia, está
desaparecida, pero no tenemos noticias concretas
de su muerte y tu padre está investigando su
paradero. Tiene mucho apego a esa muchacha
porque piensa haber hallado en ella a la joven que
yo un día fui. Los caminos de Dios son
inescrutables: esté donde esté, debemos
aceptarlo...».
Virginia dejó caer el papel porque ya no
pudo contener sus callados sollozos. Pierluigi le
cogió de las frías manos y las apretó fuerte.
—¿Crees que es hijo suyo?
Ella se encogió varias veces de hombros, pero
él no supo distinguir si eran el llanto el que se los
agitaba.
—¿Podría ser siquiera el padre? ¿La noche
en la retama... vosotros... estuvisteis juntos?
Él recibió una mirada aturdida y anhelante; sus
ojos refulgentes eran tan oscuros como el
firmamento nocturno. La luz de las velas se
reflejaba en ellos como si fueran estrellas.
1137
FREDERIK BERGER

Pierluigi se dejó caer y contempló la enorme


manta.
—Vamos a escribirle a mis padres y a
explicarles cómo murió realmente Ranuccio.
Escríbeles tú para que no crean que soy yo
tratando de exculparme, y así sabrán además que
sigues con vida. No olvides informarles de que
llevas al hijo de Ranuccio en tus entrañas. Da igual
si Ranuccio es el padre o... Quien sea. Debes
creer que es así, igual que debes creer que mi
padre no es tu verdadero padre, sino...
—Rafael Sanzio —susurró ella, sonriendo entre
las lágrimas—. Mi verdadero padre es el gran pintor.

1138
LA HIJA DEL PAPA

Capítulo 106

Roma, palazzo Farnese – octubre de 1534

El año posterior al sacco de Roma, Constanza


lo vivió como la corriente de un río. Le dio a su
Bosio dos hijos más y a su padre, dos nietos.
Se ocupó de que el palazzo Farnese brillara con
su viejo esplendor. Hizo embellecer la casa de su
madre en la via Giulia y ordenó la construcción de
una nueva galería en el tejado, para que su madre
pudiera disfrutar de los dorados atardeceres
sobre el Gianicolo o sobre el Vaticano veraniego.
Hablaba diariamente con su padre de las jugadas
políticas del momento y se preocupaba de que
cuidara su salud. Se había vuelto un hombre
mayor con un estómago delicado y profundas
arrugas en el rostro, con la espalda encorvada, pero
con un brillo constante en la mirada. Su
inteligencia estaba más afilada que nunca y, además,
algo de lo que ella se encontraba particularmente
satisfecha, parecía haber encontrado la fe: se había
apoderado de él una pasión apostólica que la
tenía sorprendida y él mismo expresó con una sola
1139
FREDERIK BERGER

palabra la naturaleza de su transformación:


Damasco. Fuera como fuera y cuando fuera, un
rayo de Dios debía haberlo alcanzado.
Sin embargo, ciertas dudas se manifestaban
todavía en él.
¿Realmente se contaba entre los conversos?
¿Cuánto duraría esa conversión? Cuando ella se
lo preguntaba directamente, él se limitaba a
sonreír como un viejo zorro y no respondía nada.
Aunque día tras día apenas hallaba un
momento para descansar, con la excepción de sus
visitas diarias a los oratorios en los que, tras la
catástrofe de Roma, se podía encontrar una gran
devoción, no se sentía ni marchita ni cansada. Todo
lo contrario. Bosio también estaba sorprendido
porque no le descuidaba ni a él ni a los niños.
Simplemente necesitaba menos horas de sueño y
sentía una fuerza interior como no había
experimentado en su vida.
Vivió un momento de deterioro cuando el papa
Clemente, en abril de 1529 y tras una larga
enfermedad, recuperó la salud. Ya veía a su padre
sentado en el trono papal tras su tercer intento,
en esa ocasión sin luchas ni intrigas de por medio,
pero el papa Clemente lo había desbaratado todo.
Su padre, como decano del colegio cardenalicio
1140
LA HIJA DEL PAPA

y vicecanciller, era prácticamente un segundo Papa,


negoció con el emperador, preparó su coronación en
Bolonia, lo que hizo aumentar la estima de
Carlos V hacia él y organizó el encuentro entre
el emperador y el rey francés en Niza, donde la
sobrina de Clemente, Caterina, se casaría con el aún
joven hijo del rey, Enrique.
Su padre participó mucho menos en la
conquista de Florencia por parte de las tropas
imperiales, algo que Clemente quería realizar a toda
costa para poder convertir a su tosco bastardo, el
moreno Alessandro, cuyo nombre Constanza aún
formulaba con desagrado, soberano de la ciudad.
El que también Pierluigi hubiera participado en la
conquista como capitano imperial era algo que
ella prefería ignorar, pues sabía que a su padre le
dolía.
Finalmente, lograron que Clemente levantara
la excomunión de Pierluigi. Él entonces se
encontraba con su Girolama en su castillo de
Valentano, en las cercanías del lago de Bolsena y, a
pesar de todo, nunca volvió a dejarse ver por Roma.
Cuando Girolama dio a luz a un Ranuccio en
el 1530, su suegro derramó lágrimas de tristeza
por aquel nombre que le traía los dolorosos
recuerdos de su hijo favorito. Le perdonó a su
1141
FREDERIK BERGER

primogénito todos sus actos vergonzosos y le rogó


que permitiera que sus hijos se criaran en Roma.
Pierluigi dudó, pues el recuerdo de su participación
en los sucesos del sacco era aún reciente y temía
represalias. Después de que Girolama diera a luz
también a un Orazio en el 1532, tanto la madre
como los niños se mudaron al palazzo del
abuelo. Pierluigi se dejaba ver por allí solo
ocasionalmente. A su padre no le pareció mal. Tal
y como le comentaba a Constanza una tarde:
—Poco a poco empiezo a creer en una
bendición que, a pesar de todo, recae en nuestra
casa y en nuestra familia.
Señaló con satisfacción el hecho de que
también traía niños al mundo con regularidad y,
aunque las niñas nacidas en su seno no recibirían
legitimación, sí obtendrían una suma considerable
como dote el día que se casaran adecuadamente.
—Ya nos ocuparemos de eso en su momento —
concluyó.
Constanza contemplaba la salud de su padre con
preocupación. Tenía ya más de sesenta años. Si
ella le hablaba del próximo cónclave, él adoptaba
un gesto decidido, aunque los frecuentes dolores de
estómago eran imposibles de ignorar. Ella
señalaba que no sería del todo malo si alguna vez
1142
LA HIJA DEL PAPA

dejaba traslucir algo de debilidad, o incluso de


enfermedad.
—Digo «traslucir»... Los cardenales, así,
podrían considerarte un candidato de transición que
no durara mucho. Eso haría que a tus enemigos y
calumniadores les resultara más fácil votarte. En
realidad, en el cónclave debes estar en guardia,
mantenerte fuerte y convertirte de una vez en el
Papa, demostrárselo a todos. Ya me preocuparé
yo de que alcances una edad digna de Matusalén.
El padre sonreía con suavidad y picardía y
decía:
—Cariño, eres igual que Silvia... ¡Como una
madre!
Lo que aún lo atormentaba y le sumía una y
otra vez en una tristeza muda y en las cavilaciones,
eran los pensamientos en la muerte de Ranuccio,
pero tampoco Virginia lo dejaba descansar. De
hecho, los padres habían recibido carta de
Pierluigi y de la antigua cortesana en la que los dos
juraban por los cuatro evangelistas que Ranuccio
había muerto ante sus ojos y no lo había hecho
por mano de su hermano o de alguno de sus
soldados, sino por una ráfaga errónea de disparos
de los arcabuceros franceses. Pierluigi había
querido salvarlo, pero después lo había enterrado
1143
FREDERIK BERGER

con todos los honores.


Virginia había agradecido todas las muestras
de bondad que el cardenal Farnese había tenido
con ella y había jurado que su amor por Ranuccio
había sido real, puro y correspondido. Además,
había añadido, y Constanza podía recitarlo de
memoria: «tampoco quisiera ocultar que me
encuentro en estado de buena esperanza».
Cuando el padre leyó aquellas líneas, casi se
desmayó de exaltación.
—Lleva el hijo de Ranuccio, mi niño me dejará
un nieto.
Constanza no pudo evitar aguar la dicha de su
padre señalando que él mismo había considerado a
Virginia como su propia hija.
—No querría mencionar aquí lo que eso
significa. Además, esa criatura aún no ha llegado al
mundo e incluso podría ser niña.
—Oh, Virginia no puede ser mi hija. Maddalena
simplemente quiso escoger un padre rico y
conocido para ella. Unas veces yo, otras veces el de
más allá...
Era evidente que no sería fácil aguar su ánimo.
—¿Piensas en alguien en concreto?
—¿Por qué no Rafael? Sé que hubo un
1144
LA HIJA DEL PAPA

tiempo en que solía encontrarse con Maddalena, fui


yo quien los presentó. Era su primer día en Roma...
—¿Y por qué no reconoció a Virginia?
—Lo hizo, de hecho, aunque de forma indirecta,
retratándola en sus obras maestras. Sin embargo,
también tenía que pensar en su carrera como
principal artista del Papa, en la sobrina del
cardenal Bibbiena con la que debía casarse, el mejor
partido que el Vaticano podía ofrecerle entonces.
—Eso no evitó que Rafael amara a aquella hija
de panadero.
—Frecuentar a una muchacha de la plebe con la
que no se está casado es una cosa; tener una hija
oficial con una cortesana es otra muy distinta.
Además, la fornarina era terriblemente celosa,
como él mismo me confió una vez.
Constanza negó con la cabeza.
—Quizá Virginia sea hija tuya después de
todo.
Él la abrazó y le acarició cuidadosamente la
cabeza sobre la redecilla que le cubría el pelo.
—Ahora no te me pongas tú celosa. Os
quiero a todos... Y tampoco olvidaré nunca a
Ranuccio ni a Paolo.
Constanza suspiró.
—Eso lo sé de sobra.
1145
FREDERIK BERGER

Cuando el padre supo que Virginia había


traído a una niña al mundo, contra todo pronóstico
no se mostró decepcionado sino todo lo contrario:
sus envejecidos rasgos se iluminaron de inexpresable
felicidad.

Envió un mensajero a la madre primeriza para


rogarle que abandonara Nápoles y volviera a
Roma, incluso que se trasladara al palazzo. Llegó
a ofrecerle una considerable suma de ducados, sin
embargo, Virginia le dio las gracias con palabras
candorosas y concluyó su carta con las palabras:
«Todavía no. Con afecto y gratitud, Virginia Santi,
pittrice».
El padre no pudo reprimir su desilusión tras
leer la carta, pero al mismo tiempo rio con
suavidad.
—Lo que yo dije: Rafael.
Incluso se ha bautizado con el nombre de su
padre y se ha establecido como pintora. Los
caminos del Señor son inescrutables... No
obstante, algún día sus pasos las traerán de nuevo
a Roma, que es a donde llevan todos los caminos,
como es bien sabido...
Entonces llegó el verano del año 1534.

1146
LA HIJA DEL PAPA

El papa Clemente volvió a sufrir un nuevo


acceso de vómitos y fiebre. Naturalmente de
inmediato se dijo que lo habían envenenado; otros
señalaron que la preocupación por la vida disipada
y las artimañas ambiciosas de su sobrino Ippolito,
a quien había nombrado cardenal pero que había
querido devolverle el capelo de inmediato,
habían agravado su salud.
Constanza, que estaba embarazada de su
décimo hijo, no apartaba la vista de su padre a
pesar de su estado y lo acompañaba incluso hasta
las puertas del Vaticano. Ella le aconsejó que jugara
el papel del anciano debilitado pero que aspiraba
al pontificado por razones evidentes. El pánico
atenazó a la mujer cuando en agosto Clemente
pareció sanar, mientras que buena parte de los
cardenales pasaban a mejor vida: Enckevoirt, el
favorito de Adriano, della Valle y después también
Caetanus. Constanza quiso evitarle a su padre
aquel peligroso mes, que siempre provocaba
numerosos males en la ciudad por su demoníaco
calor y arrastraba a incontables romanos a la tumba,
y llevarlo a Frascati o a la isola Bisentina, donde
el aire era más puro y los días resultaban más
llevaderos. Sin embargo, él contestó que
precisamente aquellos días cada hora contaba. Tenía
1147
FREDERIK BERGER

razón.
Las fluctuaciones en la salud del Papa se
prolongaron durante septiembre. Cuando ya
parecía curado, de pronto recayó en la fiebre, en un
ataque permanente que lo debilitó de forma
decisiva. Era el 24 de septiembre de 1534. El padre,
que había acudido al Vaticano cada día, informaba
a Constanza de la imparable decadencia del Santo
Padre. En la ciudad cundía la inquietud y entre los
cardenales se hablaba ya del posible sucesor.
Muchos de sus compañeros enmudecían cuando él
se acercaba, otros le dedicaban exageradas
reverencias o incluso le aseguraban su apoyo.
Alessandro Farnese se mostraba menos
encorvado que de costumbre, pero hablaba en
ocasiones del difícil cometido al que posiblemente
tendría que enfrentarse.
—Papá, ¡ahora no flaquees en el último
momento! ¡Omne trium perfectum! Lo conseguirás,
y toda Roma, qué digo, la cristiandad entera gritará
de alegría.
—No exageres, hija mía —dijo, aún con gesto
reflexivo—. Si un hombre en el fondo tan
incrédulo como yo llegara a Papa, sería un
sacrilegio. Dios nunca me lo perdonaría.
—Pero piensa en Saulo, que llegó a ser
1148
LA HIJA DEL PAPA

Pablo, el más grande de todos los apóstoles. Él


tuvo su Damasco... Al igual que tú, lo sé.
Su padre, entonces, se sumió aun más en sus
pensamientos. Por suerte, o al menos eso le pareció
a Constanza, se encontraban solos en el estudio sin la
madre, que durante los últimos meses se había
recluido en sí misma, sin Pierluigi, que ni siquiera
se acercaba a Roma, y por supuesto también sin
Girolama y Bosio.
—Al menos Luca Gaurico, mi viejo astrólogo,
ha vuelto a Roma y me ha afirmado que las
constelaciones señalan octubre como un mes
propicio. Se muestra optimista.
Constanza entonces tomó la mano de su padre
y la besó una y otra vez.
—Entonces, lo conseguirás — exclamó entre
cada beso.
Él retiró la mano y dejó caer la mirada sobre
el destrozado grupo escultórico del Laocoonte, que
cogió y examinó con un fuerte suspiro.
—La serpiente no ha podido tragarte —afirmó
ella.
—Pero Paolo y Ranuccio...
—Papá, por ellos, en su nombre, te
convertirás en Papa.
Colocó de nuevo las figuras de mármol sobre
1149
FREDERIK BERGER

la repisa con dedos temblorosos y posó la vista


sobre los cajones abiertos, sobre el atrio y las arcas.
—En caso de que realmente sea elegido, tendré
que destruir algunos documentos. Hay demasiados
papeles que retratan mi vida y que pueden
ensuciar mi imagen. Un pontífice no puede tener
un pasado dudoso, ni concubinas...
—¡Pero sí hijos y nietos! Él sonrió:
—Los hijos y los nietos están permitidos,
aunque para los más piadosos sea como una china
en el zapato. No obstante, a palabras necias...
De nuevo hizo vagar la mirada por la
habitación.
—Lo importante es destruir a todos los
pecadores.
Constanza quiso arrancarle de sus
meditaciones. Debía pensar en su futuro, en su
triunfo.
—¿Cómo quieres que te llamen cuando seas
Papa, papá?
Él calló durante largo rato, pensativo,
sonriendo al mismo tiempo con melancolía y
tristeza, aunque con fuerzas renovadas latiéndole en
los ojos.
—En recuerdo de mi querido
Paolo y de Damasco, me haré llamar Pablo, seré el
1150
LA HIJA DEL PAPA

tercero con ese no mb r e. Omne trium perfectum,


como tú has dicho.
—Es un nombre maravilloso, digno de ti —
repuso ella, abrazando a su padre, apretándolo
contra ella, como si nunca quisiera soltarlo.

Al día siguiente, lo acompañó hasta la plaza


de San Pedro, donde ya se habían reunido miles
de personas. Cuando reconocieron a su padre,
vestido con su sedoso y resplandeciente hábito
cardenalicio, rompieron en exclamaciones de
júbilo, él los saludó con alegría, los bendijo e
incluso besó a algunos de los niños. No obstante,
se detuvo repentinamente al llegar al portal del
palacio vaticano. Constanza no entendió en un
primer momento por qué se apartó del camino y
permaneció mirando fijamente a una niña de unos
seis años y a su madre. La mujer sonreía, la
pequeña permanecía seria. Llevaba al pecho una
pesada cruz de oro.
Durante un instante, Constanza creyó que iban
a atacar a su padre, que caería y moriría. Ninguno
de los tres se movió. Constanza entonces
reconoció a quien se encontraba frente a él y
sonrió: estaba mayor pero aún era joven y, de
alguna forma, resultaba tan hermosa y modesta
1151
FREDERIK BERGER

como una virgen María. Solo podía tratarse de


Virginia. Aquella niña seria con aquellos ojos
ligeramente velados y oscuros y la llamativa cruz
era su hija.
El padre, pálido, dio un paso hacia ellas,
Virginia se arrodilló ante él sin bajar la mirada y
la niña se mantuvo inamovible. El padre las
bendijo, acarició la cabeza de Virginia y se inclinó
ante la pequeña para besarle la frente.
La multitud a su alrededor lo jaleaba y
aplaudía.
Él se irguió, tambaleándose ligeramente, por
lo que Constanza saltó hacia él para sujetarle. Sin
embargo, él ya había logrado dirigirse con pasos
más firmes hacia el portal. Entonces, le dirigió
una breve despedida a Constanza.
Cuando ella se dio la vuelta, Virginia y su
hija habían desaparecido.
En la medianoche de un 25 de septiembre de
1534, sumida aún en un verano tardío que cubría la
ciudad de una pálida luz, el papa Clemente falleció.
Durante las siguientes dos semanas cundió la
habitual anarquía propia del periodo de sede
vacante. Los preparativos políticos del cónclave
mostraron unas facciones debilitadas e
inescrutables, con pocos ánimos de combatir. Desde
1152
LA HIJA DEL PAPA

el principio un solo candidato aparecía en boca de


todos, e incluso la población veía ya una elección
segura: el cardenal Alessandro Farnese.
El 11 de octubre se reunió el cónclave.
El 12 de octubre el colegio cardenalicio cerró
su decisión.
Se realizó un escrutinio pro forma. El
cardenal Alessandro Farnese fue elegido por
unanimidad.
La mañana del 13 de octubre la expectante
muchedumbre de la plaza de San Pedro escuchó:
«Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus
Papam: Eminentissimum ac reverendissimum
Dominum Alexandrum Cardinalem Sanctae
Romanae Ecclesiae Farnesium».
El júbilo cundió por toda la plaza, rompió
contra los muros del Vaticano y el eco podía
escucharse incluso al otro lado del Tíber, en la
Roma más alejada.
Costanza, que se encontraba reunida con su
familia bajo la logia de las bendiciones y saludaba
a su padre, casi se desmaya de gozo. El cansancio
también hizo mella en ella, pues había pasado la
noche en el estudio de su padre, había revisado de
nuevo todas las cartas, documentos y anotaciones
ya recopilados y comprobados y después se había
1153
FREDERIK BERGER

sentado a escribir la historia de su vida.


A la salida del sol se había desplomado
sobre el montón de papeles, había rezado en
silencio y había dado las gracias al Señor sin
conseguir emitir una sola palabra sonora.
La larga noche de Constanza Farnese llegaba
a su fin. Había salvado los recuerdos de la
dramática vida de su padre para las generaciones
futuras. Con sumo cuidado, ordenó la pila de
papeles y escribió bajo su última anotación:

Habemus Papam

1154
LA HIJA DEL PAPA

Epílogo

Cuando, en 1995, durante una exposición


realizada en Munich bajo el título «El esplendor
de los Farnese», contemplé por primera vez el retrato
original que Tiziano realizó del papa Pablo III, el
estudio de su fisonomía me atrajo de forma muy
peculiar, y sin embargo no fui del todo consciente
de hasta qué punto el personaje de Alessandro
Farnese me supondría un trabajo tan prolongado y
exhaustivo.
En ocasiones se producen momentos en la
vida de un escritor en los que se queda clavado ante
una historia, una vida o incluso una anécdota
acerca de una persona y piensa: esto es materia
de novela para ti; éste es tu personaje. Así me
ocurrió cuando topé con la biografía de Jean
Maynier d’Oppède (de lo que surgió Die
provençalin) y así me ocurrió en mi primer, e
inicialmente solo visual, contacto con el papa
Pablo III: un viejo zorro taimado me contemplaba,
pero al mismo tiempo era un anciano bienhechor,
un filósofo puesto a prueba por la vida que lucía en
el rostro los incontables golpes de la vida.
1155
FREDERIK BERGER

La ambivalencia y profundidad de su
personalidad, retratada con maestría en la pintura
de Tiziano, me impulsó a investigar la vida de aquel
Alessandro Farnese. Cuando di con las
investigaciones de Roberto Zapperi,
particularmente su ensayo titulado «Las cuatro
mujeres del Papa», lo integré de inmediato, junto
con su nieto del mismo nombre, en la trama aún en
desarrollo del proyecto rovençalin.
Como ocurre con frecuencia, un primer
tratamiento literario terminó llevando a un
desarrollo posterior más intensivo: un joven de
familia aristocrática, destinado a hacer carrera al
servicio de la Iglesia en el Vaticano, acaba
encerrado por motivos poco claros en las
mazmorras del castillo de Sant’Angelo, pero es
capaz de huir de su cautiverio de forma osada y
aventurera, vive un «exilio» florentino en casa de
Lorenzo de Medici, el Magnífico, completando allí
sus estudios humanísticos y disfrutando de una
vida desenfrenada. De nuevo en Roma, logra el
ascenso a la curia gracias a la influencia de su
hermana, la amante del papa Borgia, pero al
mismo tiempo la existencia de la familia se ve
amenazada tras la muerte del hermano mayor y
de numerosos primos. De pronto, Alessandro
1156
LA HIJA DEL PAPA

pasa de ser un «epicúreo» más que mundano y


aficionado a las mujeres, sin dejar por ello de
ostentar el cargo de cardenal y encontrarse
naturalmente obligado al celibato, a convertirse al
mismo tiempo en el último superviviente
masculino de su floreciente y nobiliaria familia.
En el Vaticano del Renacimiento, como es
bien sabido, las numerosas prescripciones canónicas
y los mensajes apostólicos no se cumplían siempre al
pie de la letra, mucho menos las interpretaciones
eclesiásticas: Alessandro Farnese buscó y encontró
una inicialmente aún casada concubina, una «mujer
para toda la vida», todo hay que decirlo, y la
convirtió en la madre de sus cuatro hijos. El
sucesor del papa Alejandro VI, el protector y amigo
personal de Alessandro Farnese, le otorgó carácter
oficial a la necesidad de la procreación como
forma de preservar el legado familiar y legitimó a
los hijos varones.
De la historia de amor entre Alessandro
Farnese y Silvia Ruffini, la madre de sus hijos,
surgió la no v e l a Die Geliebte des Papstes, que
concluía con el nacimiento de su primogénito varón
y, con ello, con el primer eslabón en el prolongado
plan vital del cardenal.
Ya entonces, un amigo, en una reacción
1157
FREDERIK BERGER

espontánea ante el fin de esta novela, exclamó:


«Pero si ahora es cuando la historia de tu
protagonista se vuelve realmente interesante».
Aquella expresión, aunque exagerada,
señalaba que que los conflictos y ambivalencias
que ya se habían dispuesto en Die Geliebte des
Papstes aguardaban a que se les desarrollara. De
hecho, la larga vida del cardenal y posteriormente
Papa que, en la reciente historia del papado
escrita por Horst Fuhrmann Die Päpste queda
vergonzosamente descuidada, prácticamente ignorada,
es tan notable y, al mismo tiempo, peculiar, como
casi ninguna otra entre los grandes dirigentes
religiosos.
Un hombre que siempre cree en Dios, que no
piensa en el matrimonio, que apenas debe
enfrentarse a tentaciones, que se convierte en
sacerdote, obispo, cardenal y finalmente Papa
puede alegrar el corazón de los piadosos y
ofrecerles confianza y un espíritu constructivo, pero
como personaje de novela resulta aburrido.
Por el contrario, un hombre lleno de ambición,
que caza, que se interesa por la filosofía epicúrea
y las mujeres, pero no tanto por la religión
cristiana y en sus dogmas, que entra al servicio
de la Iglesia única y exclusivamente por tradición
1158
LA HIJA DEL PAPA

familiar y que, no obstante, a pesar de todas las


infracciones cometidas, logra hacer carrera con
determinación, si bien con numerosos altibajos y
permanentes amenazas de fracaso... Un hombre así
resulta un protagonista rico en matices. Si
además ese hombre falto de religiosidad resulta
ser, por un lado, un maestro del nepotismo, mientras
que por el otro se transforma en un salvador de la
Iglesia católica en un momento de decadencia, que
puso a ésta en vías de una reforma mientras iniciaba
la Contrarreforma, entonces lo que el autor tiene
entre manos es materia de novela de primera
calidad.
Por ese motivo he regresado a Alessandro
Farnese en más obras: para contar en dos novelas
más su vida posterior, la vida de su familia y el
destino del Vaticano y de la ciudad de Roma.
Los años de madurez y vejez de Alessandro
Farnese alejan el acento de la clásica historia de
«chico conoce a chica» para describir una
dramática dinámica familiar, así como una
apenas menos dramática historia de la Iglesia que
se extendió hasta el alcanzar un trágico punto
negro en la historia bélica europea. Concretamente
los años comprendidos entre 1513 y 1527, así como
el 1534 abarcaron la época dorada del
1159
FREDERIK BERGER

Renacimiento romano, a menudo relacionado con el


nombre del papa Medici León X.
En el lujo y resplandor de la era de León, no
obstante, se oculta también el germen de su
hundimiento y su miseria: ya los últimos años del
papa León se ven ensombrecidos por la guerra de
Urbino, mientras que el breve periodo de gobierno
llevado a cabo por el pontífice alemán, o más
concretamente, flamenco, Adriano, fue a todas
luces desastroso. La catástrofe, no obstante, aún
podía crecer más: tres años y medio después de la
muerte de Adriano, en 1527, el resplandor de
Roma se ahogó en una inconcebible orgía de sangre
y violencia, el sacco di Roma.
Roma no solo queda destruida, sino que el
culto a la belleza de los héroes clásicos se lleva al
absurdo, y llega el momento de un cambio de rumbo
que, en el norte de Europa, se inicia ya de manos
de los reformadores. También en Roma se inicia un
metanoeite, tal y como se le denomina (en griego)
en el Nuevo Testamento, pero su camino se
bifurca del de las regiones protestantes; su figura
principal será un amante del arte, no tan piadoso,
pero desde luego sí realista, llamado Alessandro
Farnese.
Lo que me fascina tanto de él y de su vida son
1160
LA HIJA DEL PAPA

sus fluctuaciones entre lo privado y lo público, entre


su vida familiar y su voto de castidad, entre el
nepotismo y el retorno a la vida apostólica. Si se
contemplan las figuras de los papas actuales, que
fascinan a incontables personas por su celo
misionero y su pureza religiosa, la existencia de
los papas del Renacimiento resulta apenas
imaginable en comparación con semejante
estampa. Alessandro Farnese, en concreto, se
convirtió en el cabeza de una gran y exitosa
familia, y fue su carrera en el Vaticano la que
hizo finalmente posible las trayectorias más
mundanas de sus hijos, así como los triunfos, tanto
religiosos como laicos, de sus nietos y bisnietos,
que se convirtieron en duques, en grandes cardenales
y en destacados generales al servicio del emperador.
Otro foco de interés relevante en la novela es
lo que Gottfried Benn dio en llamar «la demencia
maniaco- depresiva de la historia bélica». La
primera mitad del siglo XVI está marcada, desde
un punto de vista italiano, por las contradicciones
y un desarrollo que, por un lado, provocaron una
explosión artística a gran escala, mientras que, por el
otro, fueron causa de sangrientos estallidos de
violencia y destrucción. La lucha por el dominio
de Italia entre el rey de Francia y el emperador
1161
FREDERIK BERGER

Habsburgo desencadenó toda una coreografía bélica


en la que la danza de la guerra les llevaba a un lado
y a otro, en la que ninguna victoria era definitiva
y ninguna derrota marcaba un final.
Este aspecto apenas queda retratado en esta
novela, pero al menos muestra el ruedo en el que
dos perros rabiosos eran incapaces de soltar la
presa hecha el uno en el otro: el emperador de
España y Alemania, Carlos V, y el ambicioso rey
francés, Francisco I. Durante toda su vida lucharon
entre ellos por obtener la supremacía en Europa,
y su campo de batalla principal fue Italia.
Me resulta interesante que esta dimensión
política repercutiera posteriormente en otros dos
niveles: en el Vaticano y en la propia familia de
Alessandro Farnese.
También en esto halla el autor de la novela
material de fascinación: que la historia «a gran
escala» se refleje tanto en la historia «a media
escala» como «a pequeña escala», que sería el
entorno familiar y privado. El hecho de que la vida,
no solo la de las personalidades más ricas y
poderosas, no solo tenga un aspecto privado,
como tampoco únicamente una cara pública y
política, es una idea que relaciono con este nivel.
Además, hay que reconocerlo: incluso el destino de
1162
LA HIJA DEL PAPA

un amor guardado bajo estricto secreto vendrá


determinado por la situación general del devenir
histórico mundial. Este tema se me presenta una y
otra vez en mis novelas.

Hasta ahora no he mencionado a la figura a la


que se debe el título, Constanza Farnese, la hija
mayor de Alessandro Farnese quien, a pesar de no ser
legitimada en ningún momento, apoyó toda su vida
a su padre, le «otorgó» once nietos (a los que su
nonno cuidó y protegió) y se mantuvo a su lado
en su vejez, cuidándole y a la vez influyendo
notablemente en su padre. No cabe duda de que
Constanza debió ser una hija de su padre, siendo
la primogénita, la única chica y, finalmente, quien
ocupó el puesto que no podía desempeñar su madre,
la proscrita «esposa-concubina». Al mismo tiempo
se mantuvo, a pesar de encontrarse casi
permanentemente embarazada o al cuidado de sus
hijos pequeños, en el centro del campo de tensión
de la dinámica familiar, y se convirtió en consejera
de su padre en asuntos políticos y eclesiásticos.
Este papel, en comparación con las conflictivas
disputas entre los hijos varones, y posteriormente
también entre los nietos, podría parecer
insignificante, pero ella realmente una maestra en el
1163
FREDERIK BERGER

arte de superar las crisis y sobrevivir a los cambios


y, a todas luces, terminó adquiriendo una «maternal»
cercanía única en toda la historia a la figura del
Papa y, con ella, de la Santa Sede.
Durante un tiempo me planteé la posibilidad de
hacer que fuera Constanza Farnese quien narrara los
sucesos de la novela, que ejerciera de «salvadora»
de los documentos de la familia. Sin embargo, ese
planteamiento me terminó resultando demasiado
encorsetado. Ella no se encontraba presente
durante los cónclaves de 1521/22 y 1523 que,
vistos desde una perspectiva más cercana, se
revelaban como dramas de una tensión increíble,
que no se podrían haber transmitido a la
actualidad. No hay tanta diferencia con el carrusel
de intrigas políticas que gira en el senado y el
congreso romanos actuales y, al pensar en la imagen
del gobierno de Alemania, se puede comprobar
que, entre el transcurso de un cónclave vaticano
del Renacimiento y la moderna democracia existe
un paralelismo claro: las claves son «lucha por el
poder» e «intriga».
Otra razón para ampliar el campo de visión
del narrador y atribuírselo a diferentes actores
radica en el hecho de que el juego de cambios entre
las estrechas perspectivas individuales de los
1164
LA HIJA DEL PAPA

personajes permitía ofrecer una imagen más


amplia y una mayor profundidad en el desarrollo
de sus problemas. Yo quería mirar en el interior
de Caín y de Abel; las emociones, pensamientos y
conflictos de las cortesanas y los cardenales, de la
esposa dimisionaria y de la hija combativa que toma
su papel; no solo me fascinaban los «buenos», sino
también los «intrigantes», y por supuesto también
el Papa alemán y el lansquenete alemán, ambos
deseosos de conquistar Roma y ambos vencidos
en la ciudad eterna. Solo una exposición trivial de
los hechos podría mostrar el bien y el mal de una
forma inequívoca; tan pronto como uno muestra
interés en la conditio humana, topa de lleno con
la contradicción y la ambivalencia implícita en ella.
La tragedia y los finales felices van de la mano;
la felicidad y la infelicidad; el éxito y el fracaso;
el amor y el odio conforman, en combinación, el
poder de fascinación de las novelas, también y
muy especialmente las novelas históricas.

El proceso de investigación para La hija del


Papa me ha llevado de nuevo, y en multitud de
ocasiones, a Italia y a Roma, al Vaticano, al
castillo de Sant’Angelo, al lago de Bolsena y, lo
que no siempre resultó demasiado fácil, al actual
1165
FREDERIK BERGER

palazzo Farnese, que desde hace tiempo alberga


la embajada francesa y solo puede visitarse con
licencias muy especiales. Tuve que emplearme a
fondo para estudiar la historia de la Iglesia de la
época, así como la de la propia Roma, para lo cual,
una vez más, y aparte de los estudios de Zapperi,
las bases las asentaron los múltiples volúmenes de
la obra de Ludwig von Pastor (para la historia de
los Papas) y Ferdinand Gregorovius (para la
historia de Roma). Además de eso, me sumergí en
internet en busca de la historia regional y de
información fiable acerca de los diversos
personajes, tanto principales como secundarios, de
la novela. Desgraciadamente no pude hacer uso ni
siquiera de las primeras investigaciones italianas de
Roberto Zapperi, a pesar de que tuve acceso a ellas.
Puesto que el manantial está medio seco, apenas se
sabe nada de los primeros años de vida de los
hijos de Alessandro Farnese. Particularmente de
Ranuccio Farnese apenas existe material, dado lo
temprano de su muerte. Pierluigi, por el contrario,
era más asequible. Constanza resulta accesible en su
papel de comparsa cuidadora de su anciano padre
Papa, pero en lo referente a su significado, así como
a su carácter, la imagen se difumina notablemente. La
literatura acerca de la historia bélica,
1166
LA HIJA DEL PAPA

particularmente en torno al sacco di Roma, a la


naturaleza de los soldados, a los acontecimientos
políticos y, naturalmente, al trasfondo cultural en
Italia, es tan amplia y extensa que sería imposible
enumerarla aquí.
En el epílogo he hablado acerca de los
personajes de la novela y, al mismo tiempo, de los
personajes y sucesos históricos, que no solo
conforman los bastidores de la historia, sino que
es la que procura a la novela su sustancia, su
dramatis personae, su dinámica conflictiva. Cada
vez que ha sido necesario crear para otorgarle a las
figuras motivaciones emocionales y psicológicas,
para establecer los escenarios de un conflicto o
profundizar; cada vez que ha sido necesario
ofrecer un agravamiento dramático o una
presentación escénica, la mayor parte de los
detalles de la historia del Vaticano, por ejemplo,
del cónclave, así como del transcurso de la guerra
para los soldados imperiales y del sacco di Roma,
no se ha inventado, se ha investigado. El conflicto
entre Pierluigi y Ranuccio Farnese, así como
entre Alessandro Farnese y Giulio de Medici, se
ha utilizado como pretexto literario y su retrato es
obra enteramente de este autor. Dominar el
material, reducir así el laberinto casi
1167
FREDERIK BERGER

inexpugnable de la historia italiana en el


Renacimiento, de tal forma que resultara
comprensible, fue el cometido que terminó
ocupando más espacio de lo esperado. Sin embargo,
cuando esta historia resultaba ya fascinante de por
sí a través del meticuloso trabajo de los
historiadores, este novelista no podía resistirse a
otorgarle todo el sitio necesario, pues sirve de
ejemplo para toda la humanidad.

Frederik Berger

1168
LA HIJA DEL PAPA

Personajes

Los personajes importantes aparecen en


negrita, aquellos desde cuya perspectiva se cuenta
la historia, en negrita y cursiva.
Los acontecimientos y datos que juegan un
papel representativo en la novela no se expondrán
a continuación.
Familia y famiglia de Alessandro Farnese:
(los sucesos previos se narran en mi novela Die
Geliebte des Papstes):

–Alessandro Farnese, *1468, cardenal desde


1493, nombrado por el papa Borgia, Alejandro VI,
†1549.
–Silvia Ruffini, *1475, inicialmente casada
con Giovanni Battista Crispo (†1501), desde 1499
amante de Alessandro y madre de sus cuatro hijos,
†1561.
–Constanza, *1500, hija
primogénita de Alessandro Farnese y Silvia Ruffini,
casada en 1517 con:
–Bosio Sforza de Santa Fiora (tuvieron 11
hijos), †1535.
1169
FREDERIK BERGER

–Guido Ascanio, *1518, hijo primogénito de


Constanza y Bosio, tiene diez hermanos.
–Pierluigi, *1503, †1547,
primer hijo varón de Alessandro y Silvia,
legitimado por el papa Julio y por el papa León,
casado en 1519 con:
–Girolama Orsini de Pitigliano,
*1500.
–Alessandro, *1520, hijo primogénito de
Pierluigi.
–Restantes hijos: Vittoria
*1521, Ottaviano *1524, Ranuccio
*1530, Orazio *1532.
–Paolo, *1504, segundo hijo varón de
Alessandro y Silvia, †1513, legitimado por el papa
Julio.
–Ranuccio, *1508, tercer hijo varón de
Alessandro y Silvia, legitimado por el papa León.
–Tiberio Crispo, *1498, hijo del matrimonio
entre Silvia Ruffini y G.B. Crispo, vivió en el
convento de Nepi, cerca de Roma.
–Giulia Farnese, *en torno a 1475, hermana
de Alessandro, la bella Giulia, amante durante
largo tiempo de Rodrigo Borgia/papa Alejandro VI
(para saber más de su vida como amante, véase
Die Geliebte des Papstes).
1170
LA HIJA DEL PAPA

–Giovannella Farnese, *en torno a 1448, †1524,


madre de Alessandro, vivió en Capodimonte, junto
al lago di Bisentina.
–Angelo Farnese, †1494, hermano mayor de
Alessandro, cayó durante la batalla de Fornovo
(contra los franceses bajo el reinado de Carlos
VIII).
–Baldassare Molosso, humanista, tutor de los
hijos de Alessandro Farnese, †1527.
–Rosella, doncella y confidente durante
muchos años de Silvia, antigua cortesana,
desfigurada por César Borgia en el transcurso de
una sfregio, o violación múltiple (véase, Die
Geliebte des Papstes), tuvo con Alessandro
Farnese un hijo de muerte prematura: Sandro.
–Bianca y Antonio: doncella y niñera, y
carpintero, respectivamente, dentro de la famiglia
Farnese.
–Luca Gaurico, *1476, †1558, astrólogo de
Alessandro Farnese.

Antiguos Papas:

–Papa Alejandro VI, de Borgia, *en torno a


1430, amante y patrocinador de Giulia Farnese,
hermana de Alessandro, †1503.
1171
FREDERIK BERGER

–César Borgia, su hijo, *1475, famoso por su


falta de escrúpulos a la hora de asesinar, destituido
durante el gobierno del papa Julio II, †1507 en
España (para saber más de él y de su padre, véase
Die Geliebte des Pastes).
–Papa Julio II della Rovere, ll a m a d o il
Terribile por su naturaleza furibunda y su política
belicista, *1443, †1513, tío de Francesco María
della Rovere, duque de Urbino.

Familia Medici:

–Papa León X, originariamente Giovanni de


Medici, *1475, † 1521, hijo de Lorenzo de Medici,
il Magnifico, primo de:
–Giulio de Medici, *1478, prior de San Juan,
tras la elección de su primo Giovanni como papa
León X se convirtió pronto en arzobispo de
Florencia, cardenal y vicecanciller (jefe
administrativo), hijo bastardo legitimado del hermano
de Lorenzo el Magnífico, Giuliano de Medici,
asesinado en Florencia durante la conjura Pacci.
–Alessandro de Medici, *1510, hijo «natural»
de Giulio y de una esclava negra, signore
temporal, posteriormente duque de Florencia, †1537
1172
LA HIJA DEL PAPA

(asesinado).
–Alfonsina Orsini, †1520, viuda del hermano
de Lorenzo el Magnífico, Piero.
–Su hijo Lorenzo de Medici, *1492, †1519,
durante un breve periodo de tiempo duque de
Urbino, casado con Madelein de la Tour
d’Auvergne, ambos padres de:
–Caterina de Medici, posteriormente Cathérine
de Medici, reina de Francia.
–Giovanni de Medici, Popolano (línea
lateral de los Medici), *1498, †1526/7, hijo de
Caterina Sforza (véase mi novela La Tigressa) y de
Giovanni de Medici Popolano, llamado il Diavolo y
tras 1521 también dalle bande nere, a ma d o
condottiere, casado con la sobrina de León María
Salviati, padre de Cosimo I de Medici,
posteriormente gran duque de la Toscana.

Cardenales importantes:

–Bernardo Dovizi da Bibbiena, *1470, †1520,


uno de los más importantes consejeros de León X,
gran literato, autor de desenfadadas comedias y
amigo de Rafael.
–Francesco Soderini, *1453, †1523, enemigo
1173
FREDERIK BERGER

de los Medici, en el exilio desde 1517 hasta 1521.


–Pompeo Colonna, *1479, †1532, uno de los
representantes más importantes del clan Colonna,
aliado del emperador, cuyo patrimonio se situaba en
el entorno de Roma y eran enemigos tradicionales
de los francófilos Orsini, oriundos del norte del
Lazio.
–Adrian Dedel Florenszoon de Utrecht, *1459,
tutor del emperador Carlos V, posteriormente regente
en España, obispo de Tortosa.
–Lorenzo Pucci, nombrado cardenal por el
papa León en 1523, procedente de la antigua
familia florentina de los Pucci, †1531.
–Alfonso Petrucci, *1490 en Siena, cardenal
desde 1511.

Gobernantes europeos y rivales por la


supremacía en Italia (para saber más acerca de la
rivalidad entre ambos estadistas véase mi novela Die
Provençalin):
–Emperador Carlos V, nieto de Maximiliano I,
*1500, hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca,
rey de España, elegido emperador en 1519, †1558.
–Rey Francisco I de Francia, *1494,
coronado rey de Francia en 1515, †1547.
1174
LA HIJA DEL PAPA

Líderes militares:

–Francesco María della Rovere, duque de


Urbino, sobrino del papa Julio II, *1490, †1538,
casado con Eleonora Gonzaga de Mantua, fue
capitán general del Papa durante el pontificado de
Julio II hasta 1513, destituido por el papa León
y más tarde capitán general de los venecianos y de
la Liga de Cognac.
–Marqués de Saluzzo y Francesco
Guicciardini, capitanes de los ejércitos de la Liga
de Cognac bajo las órdenes de Francesco María,
el duque de Urbino.
–Renzo da Ceri, condottiere italiano, también al
servicio de los franceses, salvó en 1525 a Marsella
de la conquista por parte de las tropas imperiales
bajo el mando de Carlos de Borbón y dirigió en
1527 la defensa de Roma contra las tropas del
emperador.
–Carlos de Borbón, *1490, †1527, antiguo
condestable francés bajo las órdenes de Francisco
I, cambió de bando con posterioridad y se convirtió
en capitán general de Carlos V.
–Georg von Frundsberg de Mindelheim,
*1473, líder de los lansquenetes bajo las órdenes
1175
FREDERIK BERGER

de los emperadores Maximiliano I y Carlos V,


«padre de los lansquenetes», †1528.
–Melchior von Frundsberg, su hijo, capitán de
los lansquenetes,
*1506, †1528.
–Schertlin von Burtenbach *1496 en
Schorndorf, †1577, escribió unas célebres
memorias en las que, entre otras cosas, narraba
sus experiencias en el sacco di Roma.
–Conrad von Bemelburg, otro capitán de los
lansquenetes, *1494,
†1567.
–Filiberto de Orange, *1502, expropiado y
enviado a prisión por Francisco I, capitán de los
soldados del emperador desde 1526, †1530.

Otros:

–Federico II. Gonzaga, marqués de Mantua,


*1500, †1540.
–Agostino Chigi, el banquero más rico y
mecenas de Roma en los tiempos de León, *1465,
†1520.
–Maddalena Romana, la Magra, cortesana
romana de Campo de Fiori, *en torno a 1490, †1527.
1176
LA HIJA DEL PAPA

–Virginia, su hija, *1507.


–Domenico Massimo, perteneciente a la vieja
y rica aristocracia romana, a una familia que se
remontaba al vencedor de Aníbal, Fabio Maximo
Cunctator, el palazzo Massimo alle Colonne de
Roma se edificaría tras los destrozos producidos por
el sacco.
–Rafael Sanzio, *1483 en Urbino, †1519,
exitoso pintor del Renacimiento que pintó buena
parte de las estancias del Vaticano, conocido
también por su cuadro La Madonna Sixtina
(actualmente en Dresde).
– Ugo Berthone, también Hugues Berthon
de la Provenza, *1472, viejo amigo de Alessandro
Farnese, †1545 (su historia se cuenta e n Die
Provençalin y en Die Geliebte des Papstes).
–Bartholomäus Krux de Nidernschondorf am
Ammersee, en la Alta Baviera, *1508, lansquenete
bajo las órdenes de Georg y Melchior von
Frundsberg.
Aclaraciones adicionales

Annuntio vobis gaudium magnum: habemus


Papam: (lat.) os anuncio una buena nueva:
1177
FREDERIK BERGER

tenemos (nuevo) Papa.


¡Apage, satana!: (gr.) ¡vete, Satanás! (Mateo
4,10).
Auguren: (lat.) «contemplador de aves»,
sacerdotes romanos que interpretaban los augurios.
En alemán adquiere también el sentido de «persona
que conoce un secreto».
Bargello: especie de jefe de policía.
Borgo (Vaticano): Civitas Leonina, parte de la
ciudad de Roma situada en la orilla derecha del
Tíber.
Bravi: guerrero, soldado y, en estado de
desempleo, habitualmente saqueador.
Breve: documento papal más corto y menos
formal que la bula.
Caelebs: (lat.) soltero, de esta palabra deriva
«celibato».
Calcio: juego similar al fútbol.
Capitano generale y gonfaloniere: altos
rangos militares (capitán general y portaestandarte,
respectivamente).
Ciarlatani: (ital.) raíz de la palabra
«charlatán».
Condotta: contrato (y soldada) para dirigir a un
grupo de soldados o un ejército.
Condottiere: capitán, caudillo.
1178
LA HIJA DEL PAPA

¡De profundis clamavi ad te, Domine!: (lat.)


«De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo». (salmo
130).
Dolores ani: (lat.) «Dolores del ano»,
perífrasis para describir molestias provocadas por
múltiples motivos (hemorroides, fístulas anales,
etc.).
Dulce et decorum est pro patria mori: (lat.)
«Dulce y honroso es morir por la patria» (Horacio).
Famiglia: al contrario que la familia, unida
por lazos de sangre, la famiglia hace referencia a
la relación a través del hogar, al servicio
doméstico.
Gentiluomo: el ideal del caballero, tal y como
se entiende en el Renacimiento.
Morbo gallico: sífilis (llamada «enfermedad
francesa» por la creencia de que fueron los
franceses los que llevaron la enfermedad a Italia
durante su invasión de 1494).
Oltramontani: con sentido peyorativo,
habitantes de las regiones al norte de los Alpes.
Omne trium perfectum: (lat.) «todo lo que
es tres es perfecto», «todo lo bueno son tres»,
hace referencia a la Trinidad.
Paggio: muchacho, paje.
Paramente: vestimenta litúrgica del sacerdote.
1179
FREDERIK BERGER

Pasquino: escultura medio destruida cercana a


la piazza Navona en la que los romanos fijaban
(y fijan) sus versos satíricos y sus muestras de
ingenio.
Poetae laureati: (lat.) poeta laureado.
Roma aeterna, caput mundi: (lat.): Roma
eterna, cabeza del mundo.
Sbirren: especie de policía.
¡Sic! ¡Recte!: (lat.) muestra de enérgica
aprobación: ¡Exacto! ¡Correcto!
Serenissima: epíteto referido a la república de
Venecia.
Skrutinium: (lat.) escrutinio secreto en el
cónclave.
Terra firma: tierra firme: Territorio
perteneciente a la república de Venecia asentado en
el continente.
Tiara: tocado oficial del papa; al contrario
que la mitra obispal, la tiara redondeada es un
símbolo de dominio (que en la actualidad ya no se
utiliza).

Título original: Die Tochter des Papstes


1180
LA HIJA DEL PAPA

Edición en formato digital: octubre de 2011

© Aufbau Verlag GmbH & Co. KG, Berlin, 2008


© De la traducción: Patricia Losa Pedrero, 2011
© De esta edición: Bóveda, 2011 Negociado por
Aubau Media GmbH, Berlín

ISBN ebook: 978-84-939398-7-8 Conversión a


formato digital: Newcomlab, S.L.L.
http://www.editorialboveda.com

notes

1. Gepeupel: «Gentuza» en neerlandés (N. de


la T.).
2. Se denominaba factor al apoderado o
administrador que dirigía las factorías y casas
bancarias en territorios extranjeros (N. de la T.).
3. Doppelsöldner: Cuerpo dentro de los
lansquenetes que combatía en primera línea de
batalla y tenía como cometido romper las líneas
enemigas mediante el uso de grandes mandobles a
dos manos. Debido al gran riesgo personal,
recibían un salario doble, del que tomaron el
nombre. (N. de la T.).
1181
FREDERIK BERGER

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