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Se dijo en más de alguna ocasión que “era un pequeño gran hombre”, intentando describir las
poderosas fuerzas morales y espirituales que animaban al padre Rigoberto Navarrete, hombre más bien
de un cuerpo breve y relativamente frágil.
Descendiente de emigrantes vascos llegados en el siglo XIX a la zona central de El Salvador para
cultivar el añil, el “Padre Rigo”, como afectuosamente era reconocido, nació el 1 de abril de 1938 en la
aldea rural de Paratao, municipio de Victoria, departamento de Cabañas, El Salvador. Sus padres
Marcial Navarrete y Gregoria de Jesús Larreynaga habían conservado los valores de sus antepasados
vascos, y al unirlos sincréticamente con los valores de la población aborigen de la zona, obtuvieron una
textura humana excepcional en la que destacaban un profundo sentido de unidad familiar, una
religiosidad muy acrecentada, vocación por el trabajo tesonero y positivos dotes de liderazgo natural.
El Padre Rigo hizo sus estudios de primaria en Sensuntepeque, cabecera departamental de Cabañas, y
continuó luego su formación en el Seminario Menor de los Padres Somascos en Guacotecti,
pequeña población del mismo departamento. Ya en esos primeros años, sus dotes de joven inquieto,
capacidad de liderazgo, su curiosidad intelectual sobre disciplina académica y su fe en la razón como
instrumento preferencial como convicción sobre la fuerza bruta, fueron haciéndose evidentes.
Su ordenación sacerdotal tuvo lugar en Italia y como lema de ese evento tan especial escogió la frase
testamental de San Jerónimo: “Servir a los pobres y a los huérfanos”. Este mandato lo hizo suyo y lo
encarnó en su vida personal y sacerdotal, una vida consagrada a los más necesitados y a los más
humildes. La fundación del orfelinato de Colima, México -experiencia que él añoraba con emocionado
cariño- la renovación del los orfelinatos de El Salvador y Guatemala, y la fundación de los bachilleratos
técnicos en El Salvador y Guatemala son testimonios de su perenne preocupación por los niños y los
jóvenes necesitados.
Su auténtica preocupación pastoral y humana por las víctimas de los conflictos sociales y de los
desastres naturales quedo testimoniada en su trabajo con centenares de refugiados de la guerra en El
Salvador, a los que organizó y protegió en las comunidades de La Libertad, Guacotecti y Zapotitán.
Quedó palmariamente mostrada también cuando en 1986 después del terremoto que abatió a la
capital salvadoreña, estuvo pronto a auxiliar a un grupo de damnificados y fundó para 30 familias que
había quedado en desamparo, una pequeña colonia en Soyapango, localidad cercana a la capital. La
calidad del trabajo desarrollado con estas familias fue de tal magnitud que el Sr. Piergiorgio Borghi,
representante de la Comunidad Económica Europea y de Mani Tesi, que habían financiado el proyecto,
expreso su momento, que la colonia fundada por el P. Rigo era la mejor entre todas las que se habían
construido con motivo del terremoto.
En 1992 aún cuando estaba destinado en Guatemala, organizó en Guacotecti, una obra de
recuperación material y moral con 10 madres solteras y 27 menores en situación de desamparo parcial
o total. El aliciente moral y la constante ayuda material del Padre Carlos Pellegrini lo ayudaron en la
realización de estos proyectos; pero también lo ayudaron las fuerzas que sabía sacar de su fragilidad
humana, la fe religiosa que siempre salía potenciada aún después de grandes problemas, y sobre
todo…la lealtad al espirito propio de la Congregación Somasca.
En Guatemala le tocó defender los bienes de la Congregación en un proceso jurídico que duró seis
largos años, y también demostró una incontestable capacidad para discernir, y sensatez para
argumentar en aquel complejo proceso legal.
Ágil deportista -a pesar de su fragilidad física-, lúcido, hospitalario y generoso, sabía también alegrar el
corazón de los otros con fraternales fiestas que organizaba y compartía con alumnos. Emprendedor,
con un real y sólido criterio administrativo al punto de que el P. Juan Domínguez, antiguo Prepósito
Provincial, dijo que hubiera podido ser un gran empresario si no hubiera optado por el sacerdocio. Era
muy cuidadoso cuando le tocaba llevar la economía de la comunidad; exigía la utilización racional y
plena de todos los recursos de las casas de la congregación y era el primero en entregar las cuentas
provinciales.
Su personal concepto de salvación difería de la concepción salvífica fácil ofrecidas por los
fundamentalistas. Para el Padre Rigo, la salvación pasa por las palabras del Santiago que dice: “La
religión pura e intachable ante Dios Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su
tribulación y conservarse incontaminado del mundo”. Este modo de salvación difícil, por que
implica despojarse del propio yo para darse en misericordia a los otros, fue radicalmente vivido por el
Padre Rigo. Durante una paraliturgia celebrada con motivos de sus exequias, una catequista originaria
de Sitio del Niño, en el Valle de Zapotitán, dijo: “El Padre Rigo no fue padre sólo celebrador de
misas, sino un hombre entregado a la Iglesia de Dios de diversas maneras”. Y el profesor
Servando Pineda, que durante el funeral habló en nombre de la delegación guatemalteca, expresó:
“Nadie podría hacer ni una mínima parte de lo que usted hizo sin una profunda comunicación
con la fuerte de todo bien. Gracias padre, por que su espiritualidad y su vida interior se fue
trasluciendo en actos”.