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Policarpo Toro Hurtado, el marino chileno que gestionó la anexión de Rapa Nui al territorio de la
República de Chile, escribía en 1886 (en plena era del imperialismo) acerca de la importancia
geopolítica de la Isla de Pascua. Toro indicaba en su escrito --titulado “Importancia de la Isla de
Pascua y la necesidad de que el Gobierno de Chile tome inmediatamente posesión de ella”-- que la
Isla podía transformarse en una “magnífica estación naval”. Además agregaba las posibilidades
económicas de su suelo agrícola, su buen clima para la ganadería y su ubicación estratégica en
medio de las posibles rutas comerciales del Pacífico. Todos estos argumentos fueron refutados
ácidamente por Álvaro Bianchi en julio de 1888, señalando que Pascua, la codiciada aventura
chilena en el Pacífico, no era más que una “gran calaverada”. Sin embargo, la mayor refutación a
las prometedoras palabras de Policarpo Toro fueron los hechos mismos y el fracaso rotundo del
intento de colonización de la Isla a fines del siglo XIX. Aun así, los argumentos del capitán chileno,
especialmente los geopolíticos/estratégicos serían revividos en los años 30’ durante la posible
puesta en venta que el Gobierno chileno estaba considerando.
La crisis económica mundial de 1929 había afectado a Chile más que a cualquier otra nación del
mundo. Los precios del cobre y del salitre cayeron en picada y los préstamos fueron congelados
dejando al país en un estado de cuasi-bancarrota. El día 20 de octubre de 1930, James Spencer, un
comerciante de armas estadounidense de larga residencia en Chile, se comunicó con el adjunto
naval de la embajada de los Estados Unidos, I. H. Mayfield. Spencer aseguraba que un miembro de
la Cámara de Diputados le había asegurado que el Gobierno chileno quería vender la Isla por ser
sólo una fuente de gastos operacionales que no reportaban beneficio alguno al Estado. En una
época en la que el turismo a gran escala no existía, la Isla como fundo ovejero sólo reportaba
exiguos beneficios a la empresa privada que exportaba lana y productos asociados. La información
fue comunicada por el adjunto naval al embajador y a la Oficina de Inteligencia Naval de los EE.UU.
No obstante, el embajador estadounidense adoptó la postura de no considerar propuestas de tipo
informal, aunque Mayfield, continuó investigando y reportó rumores de que el precio que Chile
pediría por la Isla era de 100 millones de dólares.
Los gobiernos de EE.UU. y del Imperio de Japón fueron, por supuesto, los más interesados. Ambos
gobiernos tenían poderosas armadas en el Pacífico y se disputaban la hegemonía geopolítica en
dicho Océano. Japón se encontraba en un proceso de expansión comandado por líderes
nacionalistas (primer ministro Konoe Fumimaro) y su Estado era administrado en gran parte por
almirantes navales. Una de sus políticas de Estado era la adquisición de nuevos territorios que
otorgaran profundidad estratégica a la nación contra el imperialismo occidental representado por
ingleses y estadounidenses. Hasta ese momento, los japoneses estaban expandiéndose
militarmente hacia el oeste y suroeste en el continente asiático. Estados Unidos, en tanto, tenía un
imperio oceánico consolidado en el archipiélago polinésico de Hawai’i, así como en Samoa
Americana; y también en Micronesia con islas como Guam, Midway e Islas Marshall, entre otras. A
mediados de junio de 1937, las autoridades japonesas enviaron una serie de consultas a las
autoridades chilenas sobre una posible compra. En una de estas incluso se preguntaba si la isla
Sala y Gómez (Motu Motiro Hiva) estaba incluida en el ofrecimiento de venta. La importancia
geopolítica, tan cacareada por Policarpo Toro y la Armada en el siglo XIX, finalmente tenía un
segundo aire, esta vez bajo el aura militarista y expansionista de los grandes imperios del Pacífico.
El interés de Japón en adquirir Rapa Nui se detiene por la invasión japonesa del lado chino de
Manchuria, involucrándose en una guerra contra China que continuaría hasta 1945. Además es
posible que el interés de EE.UU. menguara al ver que su rival en el Pacífico estaba ya involucrado
en una guerra. Por ende, ninguna propuesta concreta por la Isla fue recibida y, aparentemente,
Chile no hizo ningún otro esfuerzo para formalizar su oferta o extenderla a otras naciones. En
enero de 1938, Arturo Alessandri y el congreso chileno promulgan finalmente la llamada “Ley de
Cruceros”, ideada por el vicealmirante Immanuel Holger. Esta ley, con la cual se obtendrían los
cruceros Prat y O’Higgins recién en 1952, obtenía los recursos económicos para adquirir grandes
naves para la Armada a partir de los arriendos de Estancias en la Patagonia chilena. En septiembre
de 1938, en Rapa Nui, el mismo año de la Ley de Cruceros, el Jefe Militar de la Isla, Dr. Álvaro
Tejeda Lawrence, inaugura grandes festividades para conmemorar el medio siglo desde la anexión
de la Isla a Chile. Todo con una comunidad rapanui que ignoraba completamente qué tan cerca
había estado de cambiar de nacionalidad.
Al año siguiente, en 1939, estalla en Europa la Segunda Guerra Mundial en la que dos de los
posibles postores, el Reino Unido y Alemania comenzaron a enfrentarse sin cuartel. Dos años
después, en 1941, Japón bombardea Pearl Harbor en Hawai’i, destruyendo gran parte de la flota
de Estados Unidos y extendiendo la guerra al teatro del Pacífico donde Rapa Nui no jugaría ningún
rol importante. El límite suroriental de la expansión nipona fueron las Islas Salomón en Melanesia
en 1942. La guerra continuaría hasta agosto de 1945 con las detonaciones atómicas en Hiroshima
y Nagasaki ¿Cuáles habrían sido las consecuencias de haberse convertido la Isla en una colonia
japonesa a fines de los años 30? La respuesta a esa pregunta es una más de la serie interminable
de preguntas “qué hubiera pasado sí” que pueblan densamente la historia de Rapa Nui.
Policarpo Toro Hurtado, capitán de la Armada Chilena que obtuvo la cesión de soberanía de la Isla
en 1888.