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BESTIARIO COLOMBINO
Primer viaje 1492-1493

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FERNANDO TOLA DE HABICH

BESTIARIO
COLOMBINO
Primer viaje 1492–1493

Factoría Ediciones

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Este libro sobre Cristóbal Colón,
que me gusta ver también como un
homenaje a la obra naturalista de
Gonzalo Fernández de Oviedo,
está dedicado a mi hermana Marta Leticia
y a mi sobrina María Marta.

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PRÓLOGO
Resulta bastante difícil explicar por qué un libro que podría
haber sido escrito por un historiador, por un científico, por un
biólogo, por un naturalista, resulta siendo redactado por un lite-
rato que ni siquiera es historiador, ni colombista y, exagerando,
una persona a la que incluso le resulta difícil distinguir entre un
halcón y un gorrión cuando vuelan en las proximidades de la
ventana de su estudio. Pero así ha sido.
La idea de escribir un Bestiario colombino del viaje de Des-
cubrimiento de las Indias, nació cuando al leer diversas ediciones
del resumen del Diario de Colón hallé que cuando se le aclara-
ban a los lectores términos marítimos, correcciones y alteraciones
en el original, lugares geográficos, indigenismos y nombres pro-
pios –jamás con una aspiración totalitaria del trabajo, dicho sea
en justicia–, lo más pobre resultaba la explicación sobre los ani-
males que topaban Colón y su tripulación mientras recorrían el
Atlántico y las costas de las islas del Caribe que conocieron.
En medio de estas lecturas, leí en Internet las notas sobre aves
y peces de una señora Mónica Fernández Aceytuno, que me gus-
taron por el aire poético que recorría muchas de ellas. Así que le
escribí animándola a escribir sobre las aves y los peces del viaje de
Colón. Aceptó encantada, trazó una lista identificando con el
nombre científico a casi todos los animales del Océano, y redactó
unos atinados y simpáticos artículos sobre algunos de ellos. La-
mentablemente, sus compromisos y actividades profesionales
interrumpieron esa labor que parecía resultar fructífera.
Sin saber a qué otro profesional recurrir para que se animará
a realizar esa labor detectivesca, opté por una vieja costumbre:
comprar todos los resúmenes del Diario de Colón que pudiera
hallar en el mercado librero, más las biografías de Colón que
trataran del viaje descubridor y los estudios históricos sobre di-
versos aspectos de la primera navegación. El resultado fue de-
solador, tal como ya me lo habían adelantado las pocas ediciones
con las que trabajaba: no se prestaba atención a la fauna avistada.
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Para no alargar este aspecto bibliográfico, diré que solo dos
ediciones del resumen del Diario pueden servir para hacerse una
idea de cuáles fueron los animales que vieron Colón y su tripula-
ción durante el viaje del descubrimiento. Una es la de Manuel
Alvar (Ediciones del Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria,
1976) y la otra la de Demetrio Ramos Pérez y Marta González
Quintana (Diputación Provincial de Granada, 1995). Sin embar-
go, es conveniente aclarar que mientras la edición de Alvar peca
de inclinarse muchas veces más a la referencia filológica que a la
naturalista y más a la referencia española que a la americana, en
la de Ramos–González se le escatimó el espacio que debieron
darle al atinado especialista elegido para realizar tan sugestiva
tarea: Abelardo González Lorenzo.
Depredando sobre estas dos referencias, recordé a Gonzalo
Fernández de Oviedo y a sus dos libros capitales para la Historia
de América: el Sumario de la Natural Historia de las Indias (Toledo,
1526) y la monumental Historia General y Natural de las Indias
(Sevilla, 1535; Salamanca, 1547; y Madrid, 1851–1855). En ellos
había una amplia descripción de animales de América y también
de los que se veían desde las naves al cruzar el ex Mar tenebroso.
Fernández de Oviedo, con relación a Colón, tenía el incon-
veniente de que sus dos libros se publicaron algo más de tres y
cuatro décadas después del llamado Descubrimiento de América,
y por todo lo que se sabe y se ha dicho, en ese tiempo la Españo-
la y Cuba ya se habían modificado radicalmente debido a la pre-
sencia española y a la importación de animales (vacas, cerdos,
caballos, perros) y vegetales (arroz, trigo, caña de azúcar) que no
existían en las islas del Caribe y que alteraron irreversiblemente
el ecosistema de 1492.
Pero Fernández de Oviedo tenía también una ventaja no des-
preciable: fue la primera persona en describir la fauna y flora
americana y, además, el primero, desde los tiempos antiguos, en
realizar en Europa una tarea de este tipo.
Evidentemente, en otros cronistas también era posible hallar
descripciones de animales, pero el tiempo estaba en contra de
ellos, y sentí como una especie de obligación utilizar lo menos
posible a Acosta y a Cobos, por ejemplo, también ricos en este
trabajo descriptivo de naturalistas. En cambio, con Pedro Mártir

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de Anglería no sentí escrúpulos a pesar de las censuras vertidas
por Oviedo por escribir sobre lo que no había visto.
Un camino que transite con más vergüenza que alivio fue el
del Diccionario de la Real Academia Española. Un fiasco: no
acertaron ni una. A la tonina la llaman indiferentemente delfín o
atún a pesar de la poca semejanza física y existencial de ambos; y
al ánade, lo llaman de todo: cualquier animal parecido a un pato
resulta ser un ánade. Y ya me extendí, en el lugar adecuado, so-
bre la definición del Rabo de Junco. Y no frecuenté el Coromi-
nas ni el de Autoridades para no sentirme más avergonzado de
nuestro diccionario actual.
Y estando así, sintiéndome bastante desprotegido, y con la
idea de que nadie se había ocupado del tema, que no existía un
trabajo sobre los animales encontrados por Colón en su viaje de
Descubrimiento, encontré de casualidad, casi como caída del
cielo, una referencia bibliográfica: Gómez Cano, Joaquín: La
fauna del Descubrimiento. La zoología de Colón. Madrid, 2003.
De inmediato me lancé a buscarlo, pero no lo encontré en In-
ternet y libreros amigos me dijeron que nunca lo habían visto.
Recurrí a Montessarat de Repuil, la directora de la Biblioteca de
Moià, quien me lo consiguió en préstamo de la Biblioteca de la
Universidad Complutense. Con lo cual pude leerlo, estudiarlo y
citarlo como una de mis referencias constantes. Fue una gran
ayuda.
Ya a estas alturas tenía bien armada la idea de las notas. El re-
sumen del Diario, el comentario sobre un animal semejante o
paralelo por Fernández de Oviedo, y las opiniones al respecto de
Alvar, Aceytuno, Gómez Cano y González Lorenzo, más lo que
pudiera ir encontrando en otros cronistas, historiadores y biólo-
gos que justificara su inclusión. Mi depredación construiría una
antología equilibrada de los comentarios antiguos y los contem-
poráneos sobre los animales vistos por Colón desde el 3 de agos-
to de 1492 al 15 de marzo de 1493.
Si me preguntase la utilidad de este trabajo1, lo primero que

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Recordaré una frase de Joseph Brodsky que me parece adecuada evocar aquí:
“En cierto oficio, a cierta edad, nada es más fácil de reconocer que la falta de
propósito”. (Marca de agua. Apuntes venecianos. Edhasa, 1993)

11
se me ocurriría sería decir que es un buen referente para que los
futuros escritores sobre el viaje de Colón, sea editando el resu-
men del Diario, redactando una biografía o analizando otros
aspectos de sus viajes, cuenten con un material de apoyo que les
fuera útil para completar sus notas.
De todas maneras, no era un trabajo lineal y fácil de manejar.
Muchas veces me confundía, tropezaba con los nombres y las
identificaciones, me perdía en la variedad de clasificaciones lati-
nas y las similitudes descriptivas sobre diversos animales. De
pronto tuve la idea que siendo la mayoría de los tripulantes ori-
ginarios de la zona de Palos, de Andalucía, lo lógico es que las
denominaciones de las aves, peces y animales que vieran debe-
rían nombrarse como era la forma más común en su zona. Así
fue como encontré Ictioterm de Alberto Arias García, que, con
sus magníficas páginas sobre los peces de Andalucía me aclararon
muchas dudas, lo cual fue un aliento y un buen apoyo.
De tanto consultar Ictioterm, terminé recurriendo directa-
mente a su fundador y director con mis preguntas, y a él le debo
varias especificaciones en las que no señalo el origen (por ejem-
plo, en los peces parecidos al Pez espada), y ya en medio de mis
confusiones, decidí utilizar textualmente la explicación que me
dio sobre el “Pez como cerdo”, y, finalmente, pedirle como un
favor especial que escribiera el capítulo sobre los “Peces como los
españoles” que pescaron los tripulantes de las carabelas en las
costas de la Española.
Su generosidad y amabilidad lo llevaron a redactar un magní-
fico y cuidadoso texto que espero sirva de modelo para que otros
estudiosos con más conocimientos sobre animales que yo, anali-
cen los que comento apoyándome en mis referencias más fre-
cuentes.
Creo que no se me olvida en el bolsillo nada de lo que haya
depredado de manera continua y cuidadosa para formar este
Bestiario colombino. Es cierto que por ahí quedan un “pez verde”,
muchos “pajaritos”, algún “gusano blanco”, unas “arañas gor-
das”, pero son registros aún más tenues que los trabajados.
Evidentemente, algo estaba dejando de lado por excesivamen-
te obvio: la Historia del Almirante de Hernando Colón y la Historia
de las Indias de Bartolomé de las Casas.

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Como se dice, y así es, estos dos libros completan la trilogía
en la que están resumidas partes de la copia del Diario de Colón.
Una, considerada la medular, es la publicada como Diario de
Colón, Diario del Primer viaje y otros títulos parecidos, olvidando
todos de especificar que es un resumen subjetivo, modificado,
alterado y añadido del sacerdote dominicano (Las Casas), vaya
uno a saber por qué motivos o finalidades (los juicios colombi-
nos, referencia para la escritura de la Historia de las Indias, para
obsequiar a algún cortesano y cuanta hipótesis más se haya suge-
rido al respecto).
Por otra parte, se afirma también que Hernando Colón, al es-
cribir la Historia del almirante, una escueta biografía de su padre,
utilizó la copia del Diario del primer viaje que le habían entrega-
do los Reyes Católicos al descubridor, luego de copiarlo a dos
manos y quedarse ellos con el original. En algunas partes de los
resúmenes que incluye, amplia, reduce o aporta nuevos textos del
Diario con relación al resumen realizado por Las Casas.
En la misma situación se encuentra Bartolomé de las Casas y
su Historia de las Indias. En la parte correspondiente al primer
viaje incluye, amplia, reduce o aporta nuevos textos del Diario de
Colón con relación al resumen realizado por el mismo en una
libreta escrita probablemente años antes a la escritura de la Histo-
ria de las Indias2.
Digámoslo aun más claro, no se puede tener una idea com-
pleta de lo que ha llegado a nosotros –solo lo que ha llegado a
nosotros– del Diario de Colón sino combinamos los tres resú-
menes existentes que se hicieron teniendo a la vista la copia a dos
manos que entregaron los Reyes católicos a Cristóbal Colón en
setiembre de 1493: el llamado “Diario de Colón” –olvidando los
historiadores, insisto, en considerarlo y llamarlo claramente Re-
sumen–, el resumen incluido en la Historia del Almirante de Her-
nando Colón y el resumen incluido la Historia de las Indias de
Bartolomé de las Casas.

2
Entre mis proyectos colombinos se haya publicar de forma independiente lo
que se podría considerar como las versiones del Diario de Colón según los
resúmenes de Hernando Colón en la Historia del Almirante y según el resumen
de Las Casas en la Historia de las Indias.
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Tenemos, es verdad, vislumbres que ayudan a entender algu-
nos detalles más del viaje de Colón en la Carta anunciando el
Descubrimiento, en la primera Década de Pedro Mártir de An-
glería, en las notas del cura de los Palacios y en alguna anotación
suelta en documentos de la época, como pueden ser las cartas a
los Reyes o a otros destinatarios, diarios de otros viajes del mis-
mo Colón, declaraciones de viajeros o testigos de los viajes en los
mal llamados juicios colombinos, y documentos y testimonios de
personas que viajaron con Colón ocupando primeros cargos o lo
que escucharon contar a otras personas. Pero, como digo, solo
nos darán vislumbres, opiniones muchas veces interesadas, y
rasgos más o menos oblicuos de lo sucedido. Pero, concluyendo,
lo realmente importante es la trilogía que señalo como inevitable.
No es este el lugar para analizar y comentar las peripecias, su-
posiciones, alteraciones, dudas, objeciones y sospechas que ha
ocasionado y sigue ocasionando el resumen de la copia del Dia-
rio de Colón realizado por el padre Las Casas y que todos los
editores y estudiosos se empeñan en titular y llamar “Diario de
Colón” sin destacar, como ya indique, que en realidad es un sim-
ple resumen escrito por el sacerdote dominico3.
Felizmente –y eso es al menos lo que pensaba y sentía–, los
principales colombistas españoles han trabajado sobre la copia
manuscrita de Las Casas, la han analizado, han publicado edi-
ciones críticas y ediciones comunes y corrientes del Resumen, e
incluso hasta se han impreso facsímiles en ediciones de lujo, o
por lo menos costosas, del trabajo manuscrito del sacerdote. ¡Más
no podía pedirse!
Sin embargo –y quiero contarlo aquí porque aún no se me
quita la terrible sensación y decepción que tuve–, un buen día
descubrí que las ediciones del resumen de la copia del Diario de
Colón por el padre Las Casas, habían sido manipuladas por los
historiadores españoles que se han ocupado del tema (y también
por todos los que los han seguido en sus ediciones del resumen
del Diario) e incluso en las reproducciones facsimilares.

3
Aun recuerdo mi sorpresa al leer que la tan prestigiada Consuelo Varela
llamaba a Las Casas “copista fiel de la obra colombina”, cuando en realidad las
citas directas del texto de Colón, de ser completas y ciertas, solo representan
menos del 25% del RESUMEN realizado.
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Y esta tan deshonesta actitud intelectual4 la encuentro en los
historiadores que leo desde hace años y de los que he leído con
atención sus trabajos, sus libros, sus artículos y sus notas; me
refiero a Julio F. Guillén, Carlos Sanz, Manuel Alvar, Consuelo
Varela, Juan Gil, Demetrio Ramos–Marta González Quintana,
Luis Arranz, y a cuantos han dicho haber trabajado sobre el re-
sumen del Diario colombino5, con excepción de Juan Pérez de
Tudela (director de la edición de la Colección Documental del Des-
cubrimiento (1470–1506), Real Academia de la Historia, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas y Fundación Mapfre
América, Madrid, 1994), la Editorial Testimonio, 1984 (que
trascribe fielmente el texto, pero reproduce el facsímil manipula-
do de la edición de Alvar), y en especial Jesús Varela Marcos y
José Manuel Fradejas Rueda (que incluyen en una edición acce-
sible –ni de lujo ni costosa– un auténtico facsímil del resumen,
recalcando la manipulación efectuada por las otras ediciones del
facsímil del Diario y de sus reproducciones a la línea. Ayunta-
miento de Valladolid, 2006).
Esta práctica tan absurda e inexplicable se inicia en 1825, ha-
ce casi dos siglos, cuando Martín Fernández de Navarrete publi-
có, compulsada con ayuda de Juan Bautista Muñoz, su descubri-
miento de la copia del Resumen del Diario de Colón por el pa-
dre Las Casas. Es posible que por extraños retorcimiento menta-

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Me gustaría pensar que toda esta situación se origina en el seguimiento fiel de
la primera edición del resumen del Diario (1825), pero toda buena fe desapare-
ce cuando uno lee, también en la historiadora Consuelo Varela, este singular
comentario: “A la hora de contrastar mi edición con la de otros autores he
tenido muy pocas vacilaciones acerca de cuáles eran los textos que se deberían
elegir –señala los textos de Fernández de Navarrete, De Llolis, Alvar y Arranz–
ya que, aunque son numerosos los autores que se titulan editores, no hace falta
ser buen sabueso para descubrir dónde habían copiado, sin la más mínima
corrección, sus transcripciones”, y remata este texto afirmando que “al igual que
hice en mi anterior edición, he procurado reproducir con la máxima fidelidad
el original”. ¿Deberé llegar a la conclusión de que la considerada como la má-
xima colombista española jamás ha visto el manuscrito de las Casas con el
resumen de la copia del Diario de Colón? Me parece increíble.
5
Desearía exonerar de esta inmoralidad a los historiadores nacionales y extran-
jeros, contaminados por estos reputados colombistas españoles, por creer en la
honestidad de las ediciones que consultaron, estudiaron y reprodujeron. Nadie
podía imaginar tamaño despropósito.
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les y morales –o, pensemos de buena fe, por el extravío de la
última hoja de la copia en la imprenta— decide suprimir las cinco
líneas finales del manuscrito por, digamos, considerarlas ofensi-
vas para España (olvidando evidentemente la circulación masiva
en todo el mundo de la Brevísima Destrucción de las Indias del
mismo padre Las Casas, con críticas mucho más fuertes, amplias
y ofensivas para España).
Puede uno pensar que esa alteración de documentos históri-
cos por razones de patriotismo, ofensa moral al país o a los ciu-
dadanos, es posible asumir como realizable hace dos siglos, pero
que a partir de los años 60, 70 y 80 y 90 del siglo XX, se siga
manteniendo la misma inmoralidad, es ofensivo para los lectores,
para la historia, y para la salud mental de España, y más grave
todavía por provenir de historiadores de reconocido prestigio
mundial, además de académicos y catedráticos sumamente dis-
tinguidos de la universidad española.
En fin, para terminar con este asunto que me escandalizó y
decepcionó por no esperarlo en pleno siglo XX proveniente de la
flor y nata de la historiografía colombista española, concluiré
exponiendo la tontería que resulta la eliminación de las líneas
finales de las ediciones y los facsímiles, teniendo en cuenta que
solo dicen:
“Y hubo cierto mucha razón y hablo como prudentíssi-
mo y quasi profeta, puesto que los animales hombres no an
sentido los bienes que Dios a España ofrecía espirituales y
tenporales que no fue digna España, por su ambición y
cudicia, gozar de los espìrituales si no son algunos siervos
de Dios”.6
Zanjado el asunto de las fuentes utilizadas para escribir este
Bestiario Colombino, pasaré a las impresiones y conclusiones
que he obtenido de leer, releer, depredar y analizar los encuen-
tros de Cristóbal Colón y su tripulación con los diversos anima-
les que vieron al atravesar el océano atlántico y costear las islas
del Caribe que conocieron durante el primer viaje, el del descu-
brimiento.

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Aunque es un tema que no me interesa investigar, diré que las ediciones
norteamericanas (Morison, Jane) e italiana (Caddeo) que he revisado, no se
hayan censuradas, con lo cual mi vergüenza ajena se agiganta.
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1. Como se verá, al travesar el Océano Atlántico, de ida y
de regreso, he contabilizado 16 peces y aves, incluyendo el pez
emperador y las golondrinas que figuran en el texto de Hernan-
do Colón pero no en el resumen de Las Casas, y he agregado el
pájaro bobo y el patín dentro de la tiñosa y la pardela por ser aves
que Fernández de Oviedo dice que se ven durante los viajes a las
Indias y considerar que más se enriquecía la relación que se em-
pobrecía al incluirlos también como una posibilidad de que fue-
ran vistos pero no señalados o identificados.
2. Ignoro por qué razón los comentaristas contemporáneos
no recurrieron a Hernando Colón y a Las Casas para dilucidar la
identificación de ese pez que matan los tripulantes de la Pinta el
16 de setiembre y que lleva en el resumen el nombre de tonina
(la excepción podría ser González Lorenzo, pero no lo redondea
ni recurre a Las Casas). Creo que este es uno de mis buenos
aportes personales al Bestiario colombino al identificar, gracias a
esas dos fuentes, a las toninas como atunes y no como delfines
(recordemos que la RAE acepta la misma palabra para identificar
a los delfines y a los atunes). Esto disminuye el número de los
animales vistos por Colón, pues por lo general se enlista como
diferentes a la tonina y al atún.
3. De los 17 animales que registro como vistos en el
Océano, los más desangelados son las aves (nueve en total), con
excepción del rabihorcado, que merece una explicación sobre sus
costumbres y creo que es el único identificado con cierta seguri-
dad, y quizá el rabo de junco, que al menos destaca por la larga
cola.
Los otros que se avistan, el garjao, el alcatraz, la tiñosa (el pá-
jaro bobo), la pardela (el patín), la tórtola, los ánades y las golon-
drinas se acomodan con facilidad dentro de la advertencia de
Gómez Cano: “muchas de las citas que sirven de base a este tra-
bajo no son fiables”, quien explica también que “ni Colón ni sus
hombres tenían suficientes conocimientos de anatomía compa-
rada, de modo que no debe extrañarnos el que pasen por alto los
detalles diferenciadores y tiendan a pensar, en muchas ocasiones,
que se encuentran antes especies ‘normales’, a las que no dudan
en atribuir nombres y apellidos incorrectos”. Este concepto lo he

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manejado también yo dentro de las notas para cada animal.
4. He tratado con cierto tono de burla, por demás injustifi-
cada, la tendencia de Gómez Cano de ofrecer diversas posibili-
dades, al tratar de las ballenas y los tiburones. Careciendo de
cualquier especificación sobre las características de esos grandes
peces, me hubiera sentido totalmente incapacitado para suponer
que la primera ballena avistada era un cachalote y que el tiburón
que se mató en el viaje de vuelta era un tiburón blanco y quizá,
aunque menos probable, un tiburón ballena. Pero reconozco, a
favor de Gómez Cano, que sin duda alguna prefiero este tipo de
búsqueda de identificación de los animales vistos, que la tenden-
cia del diccionario de la RAE que, como ya dije, llama al atún y
al delfín indistintamente tonina, o define al ánade como pato o
“Ave con los mismos caracteres que el pato”, o, peor aún, que las
tendencia de Varela–Gil de definir a los peces solo como pez
marino o pez de rio y quedarse con el delfín al definir tonina.
5. Aunque por la proximidad, corresponde más al Caribe
que al Atlántico, el hecho que fuera la mañana del 11 de octu-
bre, aun no vieran tierra y fueran restos vegetales lo que recogían
veían cerca de las naves –un junco verde, una caña, un palo, un
palillo que parecía labrado con hierro, un pedazo de caña, otra
yerba que nace en tierra, una tablilla y ¡¡¡un palillo cargado de
escaramojos!!!– esos restos lo sitúo como parte del cruce del océa-
no y no como de las islas caribeñas.
He puesto signos de admiración al palillo cargado de escara-
mojos porque aquí tenemos un problema de identificación que
también resuelvo satisfactoriamente gracias a las fuentes directas.
La primera lectura, a pesar del contexto vegetal, lleva a creer
que los escaramojos deben ser algún tipo de animalejo terrestre o
marítimo, pero animalejo.
Alvar maneja esta idea: “Escaramojos por escaramujo sería un
caso de alternancia ó=ú, propio del español aportuguesado de
Colón (cif. Menéndez Pidal, “Col Austral”, nº 283, pág. 38, 6),
Por supuesto, la voz no debe entenderse por zarza sino por “mo-
lusco”, pienso en el caramujo, “marisco como el caracol, que se
echa nas prajas e pedras a borda da agua”, que existe en gallego y en
portugués (doc. Camoes). No es nada difícil que en español se le
diera el contenido de la voz portuguesa (vis. DCELC, escaramujo).
18
Ante el prudente silencio de González Lorenzo, Félix Muñoz
interviene en la misma edición del resumen del Diario para ex-
plicar que tal palillo podía cargar cualquier cosa menos frutos del
rosal: “En España los escaramujos o escaramojos son los frutos
del rosal –típicamente rojizos de maduros, después negruzcos,
inconfundibles–. Así leemos en los comentarios de A. Laguna a
su traducción del Dioscórides: “la çarça perruna, si bien conside-
ramos su descriptión, es aquella que produze el escaramojo. Lo
cual Plinio… parece que quiera llamar Cynorrhodon, que es rosa
canina ò salvage…” (cf. Libro I. cap. CIII). Los rosales no son
plantan indígenas ni en las Bahamas ni en las Antillas”.
Estas dos identificaciones nos sitúan ante la disyuntiva de
aceptar que los escaramojos cargados en el palillo son animalejos,
pues “cargado” puede leerse también como adherido a algo ex-
traño a él. Y ya que no hay rosas en el Caribe, pues animalejo es.
Tal idea también le es propia a Guillen quien dice: “Escara-
mujo, especie de caracolillo marino que se adhiere y vive en los
fondos de las embarcaciones”; idea que también comparte Vare-
la–Gil: *Escaramojo, “especie de caracolillo marino que se pega a
los fondos de los buques”7.
Sin embargo, Aceytuno insiste en que el escaramojo es fruto
de la familia Rosaceae o similar, lo cual resulta apoyado por la
RAE que aunque no acepta escaramojo si registra escaramujo
como “especie de rosal silvestre, con hojas algo agudas y sin vello,
de tallo liso, con dos aguijones alternos, flores encarnadas y por
fruto una baya aovada, coronada de cortaduras, y de color rojo
cuando está madura, que se usa en medicina”. También, según la
RAE se llama “escaramujo al fruto del escaramujo”, y, no podía
faltar evidentemente, se llama igualmente escaramujo al percebe
(crustáceo). Con lo cual si un día nos invitan a comer percebes

7
Sobre el “Glosario” de Gil–Varela, me sorprende que definan “contino”
como “continuamente”, tal como ordena la RAE. Sin embargo, en las crónicas
y textos del XVI figura “contino” como persona al servicio del rey o de la casa
real, y tanto Covarrubias como el Diccionario de autoridades aceptan “conti-
nuo” como adjetivo anticuado referente a “oficio antiguo en la casa real de
Castilla”. Digo que me sorprende porque Gil es un especialista en estas disqui-
siciones filológicas y que, además, son palabras que él usa en sus escritos sobre
aquellos lejanos tiempos sin que signifiquen “continuamente”.

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igual nos dan escaramujos y todos contentos.
Pero aquí tenemos de nuevo el problema latente: ¿Qué lleva
en verdad el palillo cargado de escaramujos? Obviamente, si no
pueden ser frutos del rosal silvestre llamado escaramujo, es ani-
malejo, percebe. Y sobre esto, Gómez Cano nos da una explica-
ción: “Los escaramojos divisados cerca ya de las islas, son unos
extraños y diminutos animales cuyo aspecto exterior de pequeños
volcancillos no hace suponer que se trate de crustáceos.
“Todos los representantes de su grupo, incluidos los percebes,
viven anclados sobre el sustrato y protegidos bajo un duro capa-
razón de placas.
“Muy variables en cuanto a forma, color y tamaño, algunas
especies se pegan directamente a las rocas, otras se fijan mediante
un pedúnculo carnoso y otras más prefieren adherirse a cualquier
objeto flotante que les permita dejarse llevar por las corrientes.
“Este último es el motivo por el que los escaramojos suelen
encontrarse sobre palillos y trozos de madera que las tormentas
arrojan a las playas.
“Cabría aquí de forma muy remota una interpretación dife-
rente: que el término escaramojos acotado en el diario fuera en
realidad un error de escritura o transcripción y que Colón qui-
siera referirse, en realidad, a los escaramujos; es decir, a la rojiza
frutilla del rosal silvestre, una hermosa especie de grandes flores
que hoy puede verse en muchos lugares de América. No obstan-
te, para evitar el posible error basta tener en cuenta que la rosa
canina o rosal silvestre, es planta de origen europeo que no llega-
ría al otro lado del Atlántico hasta bastante después de 1492”.
Bien, me he extendido en este asunto del escaramojo para
ilustrar la forma como se está trabajando en historia. Tenemos
un derroche de ingenio, erudición y suposiciones por olvidar las
malas costumbres de Las Casas y su empeño de enriquecer el
castellano de la copia del supuesto Diario de Colón; de haberlo
tenido en cuenta y de haberse ampliado el campo ortodoxo de
consulta, fácilmente se habría evitado ese equivocado derroche
de explicaciones recurriendo a Hernando Colón, quien nos acla-
ra lo que en verdad era ese palillo cargado de escaramojos: simple
y llanamente era “un espino cargado de fruto rojo, que parecía
recién cortado”.

20
Ni escaramojo, ni percebe, ni escaramujo, ni caracolillo ma-
rino que se pega al fondo de los buques. Hernando Colón, le-
yendo su copia del Diario de su padre, nos da la solución sobre
lo que eran esos escaramojos adheridos a un palillo como figura
en el resumen del Diario realizado por Las Casas.
6. A lo largo de la navegación por el Atlántico y el costeo de
las islas del Caribe que recorren, el resumen del Diario registra
aves y pajarillos sin ninguna especificación, es decir sin señalar
color, tamaño (quizá si cuando lo indica en diminutivo) o cual-
quiera de esas descripciones que podrían facilitar u orientar al
menos hacia una posible identificación. E igual sucede con otros
animales que se ven en el Caribe. En estos casos, aunque Gómez
Cano o González Lorenzo se esfuercen en buscar algún señala-
miento, yo me he mantenido al margen.
Gómez Cano, en un ejemplo de profesionalidad, se esfuerza
en singularizar científicamente determinado tipo de pez que los
tripulantes colombinos han visto de cerca –nadando alrededor
de la nave– o en el caso de las aves, posados en el navío o de
lejos, al pasar volando por donde navegan. Para ello recurre a
fechas de migraciones, a conocimientos sobre la frecuencia con
que han sido vistos en determinadas zonas del Atlántico y a las
costumbres vitales de los animales incluidos en el resumen del
Diario, dudando entre varios tipos similares.
Este tipo de trabajo analizador y descriptivo es sin duda un
aporte significativo –y en su caso, original– a la historia del des-
cubrimiento de América, pero opino que la simple enumeración
de los animales que figuran en el resumen del Diario del primer
viaje de Colón, así como una somera descripción de ellos, en la
que se debe también recurrir a las otras dos fuentes primarias
para esclarecer equívocos y evitar errores interpretativos, es más
que suficiente para tratar este tema tan dejado de lado por los
historiadores y los naturalistas. Digamos que, para mí, la ballena
es una ballena y el tiburón, un tiburón, los pajaritos, anónimos
pajaritos, y así con todo lo que no se pueda individualizar por
falta de descripción de sus singularidades.
7. Con respecto a los animales vistos en las costas caribe-
ñas, el número resulta más elevado y llega hasta 32, incluyendo

21
los 10 pescados8 enlistados como semejantes a los españoles, más
tres que agrega Hernando Colón en su lista paralela, lo cual pue-
de llevar a pensar que Las Casas también manipuló esta lista en
base a su experiencia posterior en la Española.
Los coloridos papagayos parecen acompañar a los visitantes
durante todo el costeo y la gran sorpresa son los perros que no
ladran y la iguana, sin dejar de lado, evidentemente, a las tres
sirenas que vio Colón saliendo bien alto en la mar.
8. Si hay en la lista de los animales caribeños alguno del
cual se haya escrito largamente a través de los siglos transcurridos
desde que los vio Colón y sus tripulantes, ese es el gritón y pinto-
resco papagayo, conocido como animal exótico en las cortes eu-
ropeas y traídos especialmente desde el Oriente, la India en espe-
cial, aunque no descartaría también del África. Al parecer, ellos y
los indios vestidos de indios, es decir, casi desnudos, fueron la
gran atracción de la caminata que dio Colón desde Palos hasta
Barcelona, donde se encontraban los Reyes Católicos.
Igual sucede con los perros que nunca ladraron y que, por lo
que cuenta la conseja, y es muy probable que tal cosa sucediera
en Cuba y en la Española, fueron exterminados por los españoles
que, muertos de hambre, se comieron a todos.
Las sierpes, que Las Casas, habitante ya de las Indias al escri-
bir su resumen y su Historia, aclara que eran las tan mentadas
iguanas, sorprendentes por su feroz aspecto, aunque en realidad
fueran mansas en extremo y de muy agradable sabor, según juicio
generalizado de quienes las degustaron.
Las sirenas, lugar común de referencia explicativa para todos
los que han leído o escrito sobre el resumen del Diario de Colón,
son degradadas a simples manatíes, a pesar de que Colón afirma
que ya las había visto en Guinea, África, es decir que las conocía.
9. Menos suerte tuvieron llamando la atención una buena
cantidad de animales registrados en el resumen del Diario pero
que, de todos modos, han merecido comentarios explicativos de

8
En el colegio mis maestros se empeñaron en hacerme distinguir entre pez, que
es libre, y pescado, que es el pez capturado. Registro este dato porque Fernán-
dez de Oviedo no hace tal distinción y a mí me rechinaban los dientes cuando
lo leía.
22
mis diversos especialistas, antiguos y contemporáneos, y que yo
he copiado con detenida paciencia, como quien cumple con una
tarea inevitable a pesar de su obviedad. Me refiero a los grillos,
perdices, ratones, ranas, caracoles, cangrejos, ánsares y tortugas.
Es cierto que cada uno de ellos tiene su peculiaridad explicativa,
pero también es verdad que alguna familiaridad con miembros
similares les quitan exotismo.
10. Los peces abundantes en los arrecifes siguen asombran-
do y despertando la curiosidad de los turistas contemporáneos y
por eso me extraña que la tan aplaudida (y supuesta) grandiosi-
dad verbal y poética de Colón se empequeñeciera, limitándose a
decir que hay “algunos hechos como gallos”, y enumerar colores
para concluir “y de todos colores y otros pintados de mil mane-
ras, y los colores son tan finos, que no hay hombre que no se
maraville y no tome gran descanso al verlos”. Palabras estimadas
como muy emotivas ante el espectáculo, pero que yo las encuen-
tro encerradas en la impresión y explicación del color sin ningún
vuelo que lo amplíe a unas apreciaciones superiores, como mere-
cen sin duda alguna.
11. Los lagartos y las culebras dejan todo tipo de dudas so-
bre su identificación y los especialistas dan vueltas sobre si el
lagarto que dice haber visto Colón era en verdad un lagarto o si
más bien era un cocodrilo. Igual sucede con el ruiseñor, tan año-
rado por el descubridor desde que inicio su travesía oceánica y
que llegó a ser escuchado en las selvas caribeñas, pero siendo
identificado posteriormente como cenzontle, el pájaro de las
cuatrocientas voces, incluso la del ruiseñor europeo a pesar de
jamás haberlo escuchado.
Mención aparte deberían merecer las ansiadas perlas, mostra-
das por Colón a los indígenas junto a pedazos de oro, pero las
conchas halladas carecían de ellas porque aun no era tiempo para
ser cosechadas, en opinión del Almirante (poco después vendrían
los hallazgos de bancos de ellas en las cercanías de la actual Vene-
zuela, y las dudas sobre la honestidad de Colón en su descubri-
miento y extracción).
12. Conforme van pasando los días, los viajeros comienzan a
identificar a los animales y, en general, a todo lo que ven, con

23
Castilla, Sevilla, Canarias y España. Se produce el ansia de apro-
piarse de lo visto mediante la familiaridad con lo conocido. El
caso más flagrante es la identificación de una abundante pesca
caribeña con peces de las costas españolas. La lectura de este
suceso me trajo a la mente de inmediato una advertencia realiza-
da por el padre Gumilla en el siglo XVIII, casi 300 años más
tarde, sobre los peces que se pescaban y veían en el Orinoco: “Ni
aun las sardinas son de la figura ni del sabor de estas (‘las de
nuestra Europa’). Lo más que al reparar bien en aquellos pesca-
dos podemos decir es: ‘Este se parece algo a la trucha; aquel se
asemeja algo al lenguado, etc.’, pero nadie podrá decir: ‘Este es
como tal de la Europa, con semejanza adecuada’”. Pero para los
españoles hasta las perdices eran ya como las castellanas, e igual
los caracoles, pero sin el delicioso sabor de los de la patria lejana.
13. Solo me quedan dos animales no comentados en este
prologo, pero de los que se hallara amplias descripciones en las
notas que he escrito sobre cada uno de ellos, igual que sobre
todos los otros animales. Del pez como puerco, supuse, como
podría ser natural, un animal como el manatí, el tiburón o la
ballena, hasta el delfín, pero resultó siendo identificado por los
naturalistas como un pez pequeño, casi de acuario, pero lleno de
singularidades, incluso la de ser venenoso. Recurrir a Alberto
Arias para explicarlo agregó una opción más creíble.
Con el taso o taxo, me sucedió lo mismo que con las toninas.
Hernando Colón tenía la solución y por no ser consultado origi-
nó diversas elucubraciones estériles o acertadas sin tener respal-
do.
Para Alvar, por ejemplo, “Taso o taxo, tejón”, y nos lleva a la
Biblia de Ferrara y a Alonso de Palencia donde se menciona
thasso y taxón. Agrega que Las Casas se queja de que no se expli-
ca si es de mar o de tierra y que Hernando Colón tampoco aclara
más.
González Lorenzo lee el “parecía taso o taxo” como tejón, pe-
ro no cree que sea tejón, ni mofeta, ni coatí, sino más bien una
especie de mapache. Gómez Cano se inclina por el coatí, pero
concluye que es imposible saber a qué animal se refiere.
Siguiendo con mi vieja costumbre de recurrir a las fuentes pa-
ralelas, encuentro que en esas mismas fechas en que Las Casas se

24
queja de no saber si era de mar o de tierra el animal parecido al
taso o taxo, Hernando Colón, leyendo la copia del Diario de su
padre dice: “Pero volviendo a dichas islas del Mar de Nuestra
Señora, digo que en una de ellas, los cristianos mataron con sus
espadas un animal que parecía un tejón”. Es decir, Alvar y Gon-
zález Lorenzo acertaron, pero no Gómez Cano, al leer taso o taxo
como tejón, pero sin contar con el respaldo que tendrían de
haber consultado a Hernando Colón. En fin, lo más probable es
que nunca sepamos cuál era el animal cubano parecido al tejón.
14. Necesariamente debo considerar como una obligación
personal dar mi opinión general sobre el recorrido que he reali-
zado a través del medio centenar de animales que vieron Colón y
sus tripulantes durante el viaje del Descubrimiento de las Indias.
Lo impone la costumbre y la buena educación.
Bajo ninguna circunstancia, uno puede decir que ha leído el
Diario de Colón sobre su viaje de descubrimiento. Los textos
copiados a la letra del Diario colombino representan menos del
25% del total y no sabemos cuál fue el contexto del que se extra-
jeron. Esto en primer lugar.
En segundo lugar, repetiré lo dicho páginas antes: que el re-
sumen que conocemos ha sido manipulado –es decir, recortado,
corregido, alterado, modificado, agregado con textos y opinio-
nes– por el padre Las Casas, y, por lo tanto, no podemos sacar
ninguna conclusión sobre lo que Colón verdaderamente dijo
sobre los animales que vio en su viaje, salvo lo que queramos
creer y aventurarnos para opinar.
A pesar de estas categóricas observaciones, el resumen realiza-
do por Las Casas, más los resúmenes que Hernando Colón repi-
tió y agregó a su Historia del Almirante, y el mismo Las Casas a su
Historia de las Indias, son la base recortada y parcial, pero base al
fin y al cabo, para hacernos, actualmente, la única idea posible y
próxima de lo que decía la copia a dos manos que los Reyes Ca-
tólicos devolvieron a Cristóbal Colón de un supuesto Diario del
viaje de descubrimiento de las Indias.
Con respecto a los animales vistos por Colón y su tripulación
durante el viaje por el Océano Atlántico, es bastante normal que
solo sean vistos como señalamientos de la proximidad de tierra.
En el viaje de ida por el frenético deseo de hallar la tierra que los

25
salvaba de la eternidad del mar; en el de regreso, por salvarse de
las tormentas que ponían en peligro sus vidas. Solo en una oca-
sión dos animales vistos y cazados tienen una utilidad práctica: el
tiburón y el atún que servirían para alimentarlos porque ya esca-
seaban los bastimentos.
En el Caribe lo primero que resalta es la abundancia de papa-
gayos como presentes amistosos desde que llegan a Tierra, y la
inmediata comprobación que no hay bestias (pudiendo leerse
esto como elefantes, leones u otros animales orientales, o como
vacas o cerdos, o también, como la ausencia de cuadrúpedos
aunque fueran de tamaño medio).
De los animales que se registran en el resumen del Diario,
llama la atención que solo se mencionaran una o dos veces
cuando en realidad debían ser animales de encuentro casi diario.
Me refiero, por ejemplo, a los grillos, las culebras, las iguanas, los
lagartos, los sapos. No son estos del tipo que se ven solo una vez
en las islas del Caribe, casi como de casualidad: ocupan un espa-
cio continuo y asiduo, y más en esos tiempos en que no existían
tantos elementos empeñados en su extinción.
En realidad, salvo algunas excursiones eventuales de grupos
pequeños de españoles armados hacia el interior, la impresión
que tengo es que más que nada costeaban, que Colón no bajaba
frecuentemente de su nave, y que mucho de lo que cuenta es por
informaciones recibidas, de su tripulación o de nativos, más que
por vista propia.
Hasta donde tengo entendido, en esa época la importación y
exportación internacional de carnes no era un negocio boyante;
por eso, la atención en los animales como negocio era remoto, y
más aun si lo que existían eran cuadrúpedos muy pequeños (las
hutías, las iguanas y los perros mudos), los que ni por la carne ni
por la piel podían tener alguna utilidad. Lo único exótico capaz
de ser trasladado a España en las naves, eran los papagayos, y de
eso se ocupó Colón de llevar varias decenas, causando el espera-
do asombro y regocijo.
Seamos claros, Colón llegó a las Indias en busca de oro y per-
las (que era de lo que enseñaba muestras a los indígenas), espe-
cies (de ahí la identificación y enumeración de los vegetales), y,
tal como acostumbraban también los portugueses (que eran su

26
modelo de conquista y explotación), la captura de indígenas para
venderlos como esclavos. Estos tres elementos son los que pri-
man en la búsqueda y el interés del descubrimiento de las Indias.
Desde este punto de vista, y por lo que nos dice el resumen
del Diario –sea por la óptica de Las Casas o en verdad de Colón–
los animales no tuvieron la menor importancia. De ahí que se les
registre de vez en cuando, solo cuando se ven por primera vez o
cuando se les recuerda, y que tampoco exista la necesidad de
describirlos para que un lector pueda reconocerlos con seguri-
dad. Esto es así durante el viaje por el Atlántico y durante el
costeo por las islas caribeñas que conocieron. No deben pasar de
cinco los animales que merecen algún dato que vaya más allá de
su nombre. Esto, obviamente, no invalida el trabajo, pues los
animales estuvieron ahí, los vieron, los cazaron, los registraron, y
la historia está también obligada a explicarnos algo sobre ellos
aunque solo sea dando palos de ciego.

Mis agradecimientos, como en todos mis libros, son funda-


mentalmente familiares. Suelo creerme un ermitaño, que vive
rodeado de libros y textos en proceso, y que se pasa el día leyen-
do, escribiendo, tomando notas y corrigiendo. Por eso mi princi-
pal apoyo es Nonoi, mi esposa, que además, lee, corrige, comen-
ta, forma los libros y se ocupa de su diseño e edición, y mi hijo
Agustín, siempre dando vueltas por el mundo y que ahora se
ocupó también de darme ánimos cuando me veía harto de peces,
aves y animales peludos recorriendo mi escritorio.
Inmenso espacio ocupan también mis hermanos.
Marta Leticia, que siempre está conmigo –aunque viva en Li-
ma– y con la que hablo casi a diario por Skype, lee los borrado-
res, sugiere, corrige lo que creo que ya es un final avanzado y me
engríe regalándome los libros peruanos que necesito.
José Miguel, se da una o dos vueltas al año por la Masía, ha-
blamos mucho (como también lo hacemos por Skype) y me rega-
la cantidad de libros; en su anterior viaje, en setiembre del año
pasado, revisó este libro y me llenó de consejos artísticos poco
prácticos, aunque excelentes de haberlos podido llevar a cabo:
fotos en color, mayores espacios en blanco y diferentes tipos de
letra: hubiera sido un álbum excelente, sin duda alguna.

27
Mi hermano Francisco medio que se molestó porque dije que
se había reído de mi anterior libro, pero ahora se volvió a reír
cuando supo que trajinaba entre animales colombinos: ya le pa-
reció el colmo; pero sus comentarios y críticas al libro publicado,
que son como a toro pasado, siempre me sirven de mucho.
Habiendo ya destacado mi agradecimiento a Alberto Arias
García, solo me falta agradecer a la Biblioteca de Moià, Barcelo-
na, y en especial a su directora, Immaculada Bover Fonts, que
siempre me consigue, llena de amabilidad y paciencia, los libros
que le solicito de otras bibliotecas españolas para completar mis
trabajos y mis lecturas.

28
BESTIARIO COLOMBINO
Primer viaje
1492-1493

29
30
I
OCÉANO ATLÁNTICO,
El MAR TENEBROSO

31
32
GARJAO

N
o es fácil identificar al Garxao del resumen del Diario de
Colón. Es la primera ave vista por los tripulantes de la
Niña, quienes también vieron ese mismo día, 14 de
setiembre de 1492, un Rabo de Junco: “dijeron los de la carabela
Niña que habían visto un Garjao y un Rabo de Junco; y estas
aves nunca se apartan de tierra cuando más 25 leguas”.
Sin embargo, la flotilla colombina llevaba ya 8 días navegando
desde su salida de La Gomera y, según las cuentas “verdaderas”
de las leguas anotadas por Colón, hasta ese día se habían recorri-
do cerca de 220 leguas.
De todas maneras, debe considerarse como una posibilidad
que pudiera haber tierra a la izquierda o a la derecha de la ruta
seguida, en este caso islas desconocidas, pues por lo anotado en
el resumen de su Diario, Colón esperaba encontrar Tierra Firme
más adelante, a 750 leguas, se dice.
Hernando Colón, al resumir partes de la copia del Diario en
la biografía de su padre, Historia del Almirante, registra en este día:
“por ser éstas las primeras aves que habían aparecido, se admira-
ron mucho”.
Las Casas, quien también lee una copia del Diario, al escribir

33
sobre estas aves en la Historia de las Indias, indica: “creo que no se
tenía aún de esto mucha experiencia”, refiriéndose, me imagino,
tanto a la identificación de las aves vistas desde las naves como a
la explicación sobre sus costumbres y la proximidad de la tierra.
Además de la agudeza de esta observación, lo cierto es que Las
Casas, en su resumen del Diario, escribió de tres maneras dife-
rentes el nombre del ave o –de aceptarse la fidelidad de su copia
en este punto–, reprodujo textualmente las tres formas como las
escribió Colón –Garxao, Garjao o Grajao–, derivándolas del
nombre portugués, tal vez por no tener –cualquiera de los dos–
la certeza sobre su equivalente en el idioma castellano.
Siguiendo a Joaquín Gómez Cano, en Portugal aún se le da el
nombre de Garajao al Charrán patinegro, Sterna sandvicen-
sis, pero lo descarta por la tendencia costera de esta especie,
y prefiere pensar en el Charrán común, Sterna hirundo, o en
el Charrán rosado, Sterna dougalii, pero, finalmente, termina
por decidirse a favor del Charrán ártico, Sterna paradisea,
pues esta ave se encuentra justamente en esas fechas atrave-
sando el Atlántico de norte a sur.
Como ha podido leerse, un especialista en aves duda entre
cuatro diferentes tipos de Charranes a partir de unos no muy
claros nombres escritos por Las Casas –o por Colón– para desig-
nar a un ave vista, no sabemos a qué distancia, por los tripulantes
de la Niña y no por los de las otras dos embarcaciones.
De cualquier forma, el argumento de las fechas de migración
parece ser un buen respaldo para plantearse la identificación,
pues otra especialista, Mónica Fernández–Aceytuno, también se
inclina por identificar al Garxao o Garjao como Sterna paradisea,
“en su migración otoñal hacia la Antártida”.
Aunque el registro del resumen del Diario parece correspon-
der a un ave volando solitaria, y no a una bandada, lo cual podría
hacer tambalear el argumento de la migración, la poca especifica-
ción de las descripciones colombinas, permite mantener la iden-
tidad del ave analizada como Sterna paradisea, formando o no
parte de una bandada migratoria atravesando el Mar tenebroso.
Frente a esta identificación, otro especialista, Abelardo Gon-
zález Lorenzo, luego de indicar que el nombre Garxao alude a las

34
Golondrinas de mar, porque el ahorquillamiento de la cola hace
recordar a las Golondrinas terrestres, se decide a considerar el
ave vista por los tripulantes de la Niña como el Charrán sombrío,
la Sterna fuscata, “que es ave
oceánica”, antes de imagi-
narla Sterna hirundo o Sterna
sandvicensis.
Por su parte, Valera–Fra-
dejas identifican al Garjao
como “Golondrina de mar,
Gigis alba, caradriformes de la familia de láridos (estérnidos),
género especie Sterna paradisea, también llamados Charranes
árticos”.
Agregaré, para continuar con diversas identificaciones, que el
célebre colombista Samuel Eliot Morison se inclina a definir al
Garjao como una pequeña Golondrina del mar ártico o, para
quitarse complicaciones, como un pichón de pájaro contra-
maestre, es decir un jovencísimo Rabo de Junco. Para él no son
válidas las sutilezas de portuguesismos o la variedad de sternas, es
decir Charranes, que manejan los especialistas en estas curiosi-
dades.
A fin de acentuar aún más las dificultades de la identificación
de las aves, peces y otros animales que ven, encuentran o cazan
los marineros acompañantes de Colón durante su primer viaje,
es conveniente ilustrar el caso del Garjao con la explicación dada
por Manuel Alvar sobre esta ave y otras similares a ella9.
El Garjao visto por los tripulantes de la Niña, es identificado
por Alvar como una “Golondrina de mar” (ave perteneciente a
Sterna, denominada Garajao en las Canarias, en similitud con la
“Paloma de Groenlandia”, a pesar de pertenecer esta a Uria).
Pero líneas después, Alvar también indica: la “Golondrina de
mar” es muy semejante a la Golondrina común; al Alcatraz tam-
bién se le denomina “Golondrina de mar”; y la Pardela es, como
el Garajao, una “Golondrina de mar”.
9
Alvar indica que en la Historia de las Indias de Las Casas (Atlas), se lee Garyao,
“que no es lo que aparece con claridad en el Diario”, y que Serrano y Sanz en
su Historia del Almirante escribe “Gorjao”. Como ya señalé, hay otras variantes
del nombre del Garjao en las ediciones de las fuentes principales.
35
Ante tal similitud en el nombre y parecido de estas cinco aves
–incluyendo a la Golondrina común– uno tiene la obligación de
preguntarse cuán duchos eran Colón y los tripulantes de sus tres
naves para identificar aves y peces que, por lo leído y sabido, no
es tarea sencilla ni para los especialistas contemporáneos.
Y si desde fuera de la especialidad es posible opinar, yo, por
las fotos vistas, de las que voy adjuntando unas pocas a estas no-
tas, no hallo la más mínima semejanza entre la Golondrina co-
mún y estas aves marinas que, a simple vista, me inclino a supo-
ner más próximas a la Gaviota común que a las oscuras Golon-
drinas inmortalizadas por Gustavo Adolfo Bécquer, las cuales,
dicho sea de paso, son pajarillos de apenas 20 gramos de peso y
de cerca de 18 centímetros de tamaño, incluyendo su larga cola,
rasgo clave para acentuar la semejanza con las aves marinas.
En este punto de las notas sobre el Garjao, debe ponerse un
paréntesis para señalar que en el resumen del Diario, al Garjao
solo se le nombra dos veces – el 14 de setiembre y el 8 de octu-
bre– y no aparece en el viaje de regreso a España; sin embargo, el
20 de setiembre “tomaron un pájaro con la mano, que era como
un Garjao; era pájaro de río y no de mar, los pies los tenía como
gaviota”, con lo cual lo diferencian del primer Garjao visto y del
visto días después, a los cuales identifican con relativa certeza.
Hernando Colón al escribir la biografía de su padre, tiene a la
vista –se supone– la copia del original del Diario del primer viaje.
Por tal motivo, es probable que su nota sobre este pájaro pareci-
do al Garjao –más descriptiva que las de Las Casas en el resumen
del Diario y en la Historia de las Indias–, corresponda a una des-
cripción original de su
padre.
La nota incluida por
Hernando Colón, dice:
“y tomaron un pájaro se-
mejante al Gorjao (sic),
sólo que era negro, con
un penacho blanco en la
cabeza, y con patas igua-
les a los del ánade, como
tienen las aves acuáticas”;

36
esta descripción permite a los especialistas identificarla como una
Tiñosa (Anos solidas), la cual merecerá un apartado propio en el
Bestiario colombino.
Además de esta ave parecida al Garjao, pero negra, en tres
nuevas fechas del resumen del Diario aparecen registros de aves
posibles de identificar como Tarjaos (23 de setiembre y 2 y 4 de
octubre), pero como solo se las describen como “aves blancas” o
parecidas a “Gaviotas”, igual pertenecen a cualquier otra especie
de características tan generales compartidas con el Garjao o, di-
gamos, con las “Golondrinas de mar”.
Si nos olvidamos de la peculiar semejanza del Garjao con la
Golondrina de mar y con la Golondrina común, y aceptamos las
identificaciones de Gómez Cano, Fernández–Aceytuno y Varela-
Fradejas, resulta que lo visto por los tripulantes de la Niña era un
Charrán ártico, denominado científicamente Sterna paradisea, un
ave de unos 35 centímetros de largo, midiendo desde el pico
hasta la punta de la cola, y con un peso oscilante entre los 80 y
125 gramos. El pico y las patas son rojos, la cabeza blanca pero
con la mitad superior de color negro, igual a los bordes de las
alas, aunque más tirando a un gris fuerte, sobre todo en los adul-
tos.
En cuanto a su migra-
ción otoñal, que es la épo-
ca cuando se supone fue
visto por los marineros de
la Niña, es la más larga de
todos los animales conoci-
dos, alcanzando hasta los
80 mil kilómetros al año, debido a estar expuesto a dos veranos
anuales por la fecha de sus migraciones, lo cual también repre-
senta recibir más luz solar que cualquier otro ser del planeta. En
la actualidad existen más de un millón de Charranes árticos vo-
lando por el mundo, y de sumarse la cantidad de kilómetros
recorridos por cada uno de ellos durante toda su vida, con facili-
dad cualquier Garjao hubiera podido ir y volver de la Luna sin
mayor problema.
Concluiré la nota advirtiendo sobre la semejanza del Charrán
ártico con el Charrán rosado, el Charrán común, el Charrán

37
sombrío y el Charrán patinegro. Por lo tanto, es aconsejable para
distinguirlo de sus semejantes, que el voluntarioso observador,
luego de haber adquirido cierta práctica, se aproxime lo más
posible que se lo permita la ave sin emprender el vuelo, y desde
ahí comprobar si este Charrán es algo más pequeño que otros
Charranes contemplados con anterioridad, si tiene la cola más
larga, el pico más fino y corto, la cabeza más redondeada y el
cuello más corto; si esto es así, puede estar seguro de haber en-
contrado a un auténtico Charrán ártico, uno tal vez semejante al
que vieron pasar volando los marineros de la Niña en 1492.

38
RABO DE JUNCO

E
l Rabo de Junco comparte con el Garjao ser la primera ave
registrada en el resumen del Diario de Colón. Ambas
fueron vistas por los tripulantes de la Niña el 14 de se-
tiembre de 1492, cuando la flotilla colombina tenía 8 días de
haber partido de La Gomera y contaba con un recorrido real,
según las cuentas “verdaderas” de Colón, de 220 leguas.
Como ya se citó en la nota referente al Garjao, el resumen del
Diario dice: “dijeron los de la carabela Niña que habían visto un
Garjao y un Rabo de Junco; y estas aves nunca se apartan de
tierra cuando más 25 leguas”.
A pesar de continuar alejándose de las islas de Canarias, el
Rabo de Junco continua figurando en los registros del resumen
del Diario durante tres días más: el 17 de setiembre, la califican
de ave blanca y especifican que “no suele dormir en el mar”; el
27 de setiembre y, por último, el 30 de setiembre, cuando ven
cuatro Rabos de Junco, lo que lleva a figurar en el resumen del
Diario la nota de “que es gran señal de tierra, porque tantas aves
de una naturaleza juntas es señal que no andan desmandadas ni
perdidas”.
Durante el viaje de regreso, en el resumen del Diario ya no fi-
gura la indicación de que su presencia anuncia islas o Tierra
Firme a los alrededores, a pesar de ser mayor el número de veces
39
que las ven cerca de las dos carabelas. Ahora aparecen cuando
hay mucha hierba (22, 23, 28 y 30 de enero) o cuando cerca de
ellas vuelan Alcatraces y Rabiforcados (19 de enero), Pardelas (21
y 31 de enero) u otras aves (21 de enero), o coinciden con el día
en que aparecen en el mar muchas Toninas (30 de enero).
Contrariamente a lo registrado en el resumen del Diario,
Hernando Colón no menciona ni una sola vez a los Rabos de
Junco en su escueta numeración de animales durante el viaje de
regreso (Atunes, Aves, Golondrinas y una Ballena), y Las Casas
solo las menciona una vez, en el resumen del 22 al 31 de enero,
cuando “veían muchas aves, como Rabos de Junco y Pardelas,
que duermen en el mar”, siendo esta última indicación una con-
tradicción a la común de anunciar por su presencia la proximi-
dad de tierra durante el viaje de ida.
Cuando en 1526 Gonzalo Fernández de Oviedo publica el
Sumario de la Natural Historia de las Indias para informar a Carlos
V sobre los recuerdos de su experiencia indiana, en especial de la
fauna y la flora, incluye al Rabo de Junco entre las aves descritas
que se ven al viajar hacia las Indias.
Pocos años más tarde, al publicar en 1535 la primera parte de
su Historia General y Natural de las Indias, amplía su descripción
diciendo: “Se ven asimismo en este viaje unas aves blancas del
tamaño o mayores que Palomas Torcazas. Son grandes voladores
y tienen la cola larga y muy delgada, por lo cual le llaman Rabo
de Junco. Se ven las más veces a medio camino, o andada algo
más de la mitad de la navegación hacia estas partes. Pero el ave es
de tierra, según todos dicen, y yo así creo que todas las aves son
de tierra, pues de necesidad se han de criar en ella y nacer fuera
del agua.
“Algunas de estas aves no son
del todo blancas (digo de estas
que llaman Rabo de Junco), pero
tienen el plumaje mezclado con
pardo. Y tienen la cola como
paloma, algo más corta y redon-
da, y de la mitad de ella sale una
pluma delgada y larga, más de un
palmo mayor que todas las de la

40
cola, y así, cuando va volando, toda la cola parece una sola pluma
larga, y por esto se le dio el nombre que tiene; pero cuando en el
aire quiere tullir, abre la cola, y así muestra las otras plumas me-
nores de ella.
“La tercera vez que vine a estas Indias, vimos muchos hom-
bres una de estas aves toda blanca, y en la mitad del camino y
mar que hay desde España a las islas de Canaria, en el golfo que
llaman de las Yeguas; de lo cual todos los marineros se maravilla-
ron mucho y dijeron que nunca habían visto ni oído decir que
semejantes aves se hubiesen visto tan cerca de España; porque
donde más continuamente se suelen ver es a trescientas e cin-
cuenta leguas, o poco más, an-
tes de llegar a las islas Dominica
y la Deseada y la de Guadalupe,
y las de aquel paraje, que están
a ciento e cincuenta leguas an-
tes que lleguen a esta ciudad de
Santo Domingo de la isla Espa-
ñola.
“Las aves de estas que tienen
el plumaje blanco, tienen el pico colorado e los ojos y los cuchi-
llos de las alas negros.”
A esta descripción se puede agregar que el Rabo de Junco mi-
de alrededor de un metro, pero aclarando el hecho de que la
pluma de la cola suele medir la mitad de ese tamaño, es decir
como 50 centímetros. Su peso oscila en torno a los 700 gramos.
Francisco Marcuello, al publicar en 1617 su Historia Natural y
Moral de las Aves, después de dar una descripción del Rabo de
Junco siguiendo al pie de la letra a Fernández de Oviedo, se que-
ja: “no hallo que de estas aves se escriba otra cosa ni los que vie-
nen de las Indias nos saben decir más de que las han visto; ni el
capitán Gonzalo Fernández que trata de ellas en la Historia Gene-
ral de las Indias, dice si son buenas para comer o no, o si tienen
alguna otra propiedad, sino solamente lo que hemos dicho”.
De hecho la descripción de Fernández de Oviedo es bastante
completa y casi con sus mismas palabras la repite Bernabé Cobo
en su Historia del Nuevo Mundo, cuyo prólogo fecha en 1653.
Buffon no la conoció y cuando aparece en su obra es en los

41
suplementos redactados por Cuvier. Pero a fines del siglo XVIII
ya es un ave descrita con detalles costumbristas, tal como lo hace
la Historia Natural de las Aves, escrita por Louis Jean Marie Dau-
benton, publicada en 1788, donde explica en el apartado “Rabo
de Junco o Ave del Trópico” –Lepturus, en latín–, que son aves
palmípedas que viven solamente en el mar entre los trópicos, y
que su aparición “por cualquier lado que se navegue, anuncia a
los navegantes la entrada bajo la zona tórrida; también dicen que
anuncia la cercanía de la tierra, pero esta última indicación no
siempre es segura porque estas aves se introducen mar adentro, a
centenares de leguas de distancia de la tierra, pues no solo sus
alas largas y su vuelo ligero se lo facilita, sino que también tienen
la facultad de poder descansar sobre las olas.” Agrega: “se alimen-
tan de peces que cogen volando en la superficie del mar” y con-
cluye describiéndolas como aves de “cuerpo gordo, las alas muy
largas, el pico grueso y en forma de sierra, aunque los dientes se
distinguen muy poco”. Daubenton también enlista y describe
variantes de estas aves, de la misma especie y del mismo nombre.
Alvar al referirse a esta ave entre otras –Ánades, Gaviotas, Pa-
pagayos, Tórtolas–, las considera tan familiares que solo el Rabo
de Junco merece comentario, el cual se limita a una cita al pare-
cer exótica del Diccionario de Lengua Portuguesa de Moraes, a que
la Academia española la compara con el Mirlo y que no figura en
el Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias.
En la actualidad, Fernández–Aceytuno, por ejemplo, no du-
da en identificar al Rabo de Junco como Phaethon spsp: “Ave
tropical marina de mediano tamaño que se caracteriza por su
brillante y claro plumaje en algunas especies, y por su larga cola.
También recibe la denominación de Faetón o Contramaestre”.
González Lorenzo, por su parte, aunque acepta que es un
Phaethon lo sitúa en la especie Aethereus, es decir el Rabijunco de
pico amarillo, teniendo en cuenta el lugar del Atlántico donde se
encuentra la flota (a algo más de 200 leguas de La Gomera). Esta
misma opinión tienen Varela–Fradejas que se limitan a decir en
su nota: “Rabijunco de pico amarillo (Phaethon aethereus)”.
Para Gómez Cano el asunto no es tan sencillo, y para definir-
la como un ave blanca con una larga pluma en la cola recurre al
Sumario de Fernández de Oviedo, aunque le hubiera sido más

42
propio citar la nota de Hernando Colón complementando el
resumen del Diario del 17 de setiembre: “Estando ya trescientas
sesenta leguas al oeste de la isla del Hierro, vieron otro Rabo de
Junco, pájaro llamado así por tener una larga pluma por cola, y
en lengua española, rabo quiere decir cola10”, con lo cual habría dado
la misma información del color y de la larga pluma característica
de la cola del Rabo de Junco.
Pero ahí no terminan sus afanes. Según sus conocimientos,
en la zona del Atlántico que está atravesando Colón en setiem-
bre, suelen haber dos tipos de Rabo de Junco, el Piquirrojo,
Phaethon aethereus, y el Coliblanco o Piquiamarillo, Phaethon lep-
turus, y explica algo de lo que vengo ironizando: “el primero es
algo mayor que el segundo y aunque ambos recuerdan por su
aspecto a Charranes y Gaviotas, pertenecen en realidad al orden
de los pelecaniformes”.
Finalmente, agrega el especialista, la diferencia para distinguir
el Piquirrojo del Piquiamarillo es el color del pico, lo cual resulta
bastante obvio. Sin embargo, este detalle no está indicado en las
descripciones dadas por el resumen del Diario, ni tampoco en lo
consignado por Hernando
Colón y Las Casas en sus
libros.
Esta ignorancia, con-
cluye Gómez Cano con
cierta pena, impide saber
con exactitud cuál de estos
dos fue el representante de la fauna de las Indias, del Nuevo
Mundo, de América, divisado por primera vez por los europeos,
por los marineros de la Niña, probablemente todos, o la gran
mayoría, originarios de Palos, o al menos de Andalucía.

10
Esta frase puesta en cursiva es, sin duda, un agregado de Alfonso de Ulloa a
la traducción al italiano que hizo en 1571 del libro de Hernando Colón sobre
su padre.

43
ALCANCE

P
or simple curiosidad, y dada la comodidad de poder consultar por
Internet el Diccionario de la Real Academia Española, teclee
“Rabo de Junco” y me di con esta sorpresa:
RABO DE JUNCO: m. Palmípeda americana del tamaño de un
mirlo, con plumaje verde de reflejos dorados en el lomo y vien-
tre, amarillo intenso en las alas y la cola, azulado en el moño de
la cabeza, y verde en las dos coberteras de aquella, que son muy
largas y estrechas11.
Sorprendido de tamaño disparate, quise saber de dónde venía el ga-
zapo, y decidí dar una rápida mirada en busca de una definición de esa
ave más de acuerdo con nuestro idioma.
Quiero repetir que el Rabo de Junco, junto con el Garxao o Garjao,
fueron las dos primeras aves vistas en el viaje de descubrimiento colom-
bino, el 14 de setiembre de 1492, cuando apenas llevaban 8 días de
haber salido de la Gomera y navegado cerca de 200 leguas. Para más
precisión, diré que las vieron los tripulantes de la carabela Niña, quienes
se lo informaron a Colón al día siguiente.
Sin ser exhaustivo ni cerrar la posibilidad de otros antecedentes, es
posible que el error de marras venga de la sexta edición del Diccionario
de la Lengua Castellana, publicada por la Academia en 1822, en la
Imprenta Nacional:
RABO DE JUNCO: Ave indígena de la Nueva Guinea. Tiene
unas nueve pulgadas de largo; el lomo rojizo; el vientre verde con
cambiantes de oro; las alas y la cola amarilla; a los lados del cue-
llo dos grandes moños de plumas, el uno azul y el otro amarillo, y
del medio de la cola le nacen dos plumas sumamente estrechas
de un hermoso color verde y de diez y ocho a veinte pulgadas de
largo, vuela mucho y con gran ligereza, y se alimenta de semillas.
Paradisca magnifica.
Nadie va a negar lo correcto de esta definición, pero el Rabo de Junco
apropiado para un Diccionario de la Lengua castellana, es el pájaro

11
Esta definición del Rabo de Junco fue copiada a la letra en la nota 70 de la
edición de Jesús Varela Marcos y José Manuel Fradejas Rueda del resumen del
Diario de Colón. Dejé pasar la tontería porque en la nota 46 ya habían descrito
al Rabo de Junco como “Rabijunco de pico amarillo (Phaethon aethereus)”.
44
identificado con este nombre de la manera más general en el idioma
castellano, y este es, sin la menor duda, ahora y antes, el que vieron los
navegantes la Niña en 1492.
Pruebas al canto:
 En 1737, en el Diccionario de la Lengua Castellana, en que se expli-
ca el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con la phra-
ses o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenien-
tes al uso de la lengua, dedicado al Rey Nuestro Señor Don Phelipe
V. (Que Dios guarde). A cuyas reales expensas se hace esta obra.
Compuesto por la Real Academia Española. Tomo Quinto. Que
contiene las letras O.P.Q.R. Con privilegio. En Madrid. En la
Imprenta de la Real Academia Española: Por los Herederos de
Francisco del Hierro. Año de 1737. (Este es el ahora llamado Dic-
cionario de Autoridades):
RABO DE JUNCO: “Ave del tamaño de las palomas torcaces u algo
mayor. Su color por la mayor parte es blanco, y algunas están
pintadas de pardo y blanco, y tienen el pico colorado y los ojos y
los cuchillos de las alas negros. Tiene la cola como las palomas,
algo más corta y redonda, y de la mitad de ella sale una pluma
delgada y larga, y más de un palmo mayor que las otras”. Mar-
cuell. Hist. De Av. Cap.21. “En el viaje que se hace de España a
la Isla Española se ven muchas de estas aves llamadas RABO DE
JUNCO”.
 1525. Fernández de Oviedo. Sumario de la Natural Historia de las
Indias: “Unas aves hay blancas y muy grandes voladoras, y son
mayores que palomas torcaces, y tienen la cola lengua y muy
delgada; por lo cual se le dio el nombre que es dicho de RABO DE
JUNCO, y se ve muchas veces muy adentro en la mar, pero ave es
de tierra”.
 Las Casas: Historia de las Indias. Lib. I. Cap. XXXVI: 17 de se-
tiembre: “Vido aquella mañana un ave blanca con la cola luenga,
que se llama RABO DE JUNCO, que no suele diz que dormir en la
mar”.
 Hernando Colón: Historia del Almirante: 17 de setiembre: “Vie-
ron otro RABO DE JUNCO, pájaro llamado así porque tiene una
larga pluma por cola, y en lengua española, rabo quiere decir
cola”.
 Resumen del Diario de Colón: “17 de setiembre: En aquella
45
mañana dize que vido un ave blanca que se llama RABO DE JUN-
CO que no suele dormir en la mar”.

El Rabo de Junco no figura en el Diccionario de Covarrubias de


1611 ni en las adiciones de 1674, y de ser acertado el juicio del especia-
lista Joaquín Gómez Ca-no, en la Fauna del Descubrimiento (2003),
esta ave posee el titulo de ser
la primera ave originaria de
América vista por los tripu-
lantes de la Niña, es decir,
los marineros de Palos, repre-
sentando a los andaluces, los
españoles y los europeos.
Pues bien, planteemos
una pregunta sobre este te-
ma: si esta fue la primera
ave de América que se vio, y
quienes la vieron fueron los
primeros en verla, ¿quién fue el marinero que le puso el nombre? ¿O
debemos creer que tanto Colón como los marineros de Palos ya conocían
este pájaro por haberlo visto en las costas andaluzas, canarias o africa-
nas, y por eso fueron capaces de identificarlo y nombrarlo con solo verlo
pasar volando cerca o lejos de ellos?

En fin, aquí quedan la propuesta de corrección y la llamada de aten-


ción a la Real Academia de la Lengua Española, más mi pregunta del
millón de euros que no sé a quién irá dirigida.

46
CANGREJO DE LOS SARGAZOS

E
l 16 de setiembre estando a 263 leguas de la isla de Hiero,
la flotilla de Colón comenzó “a ver muchas manadas de
hierba muy verde que poco había, según le parecía, que se
había despegado de tierra, por lo cual todos juzgaban que estaban
cerca de alguna isla, pero no de Tierra Firme, según el Almirante,
que dice: porque la Tierra Firme hago más adelante”.
Acababan de ingresar al Mar de los Sargazos.
Al día siguiente, 17 de setiembre, continúan navegando entre
yerbas, “que parecían hierbas de ríos, en las cuales hallaron un
cangrejo vivo, el cual se guardó el Almirante”.
Seis días más tarde, el 23 de setiembre, continuando la nave-
gación entre hierbas, hallaron ya muchos cangrejos, “cangrejitos
chiquitos vivos”, aclara Las Casas, y Arranz, en su edición del
resumen del Diario (1985), lo describe como el Nautilus grapsus
minutus, del tamaño de un dedo pulgar.
El 8 de octubre al anotarse “apareció la hierba muy fresca”,
termina el registro de la hierba en el resumen del Diario, conclu-
yendo este tipo de navegación, en el cual alternaron días de mu-
cha hierba (21 de setiembre), con otros de poca (28 de setiem-
bre), o ninguna (19 de setiembre) o con una parte del día sin
hierba y otra con mucha (22 de setiembre).
Aunque el cangrejo vivo fue también, como las aves, e incluso

47
la yerba, señal esperanzada de proximidad a alguna isla, lo real-
mente importante, para ellos y para la historia, fue el encuentro
con esa inmensa cantidad de yerba rodeándolos por todos lados.
Sobre este hecho, Hernando Colón registra de la lectura del
Diario de su padre, la siguiente anotación para el 21 de setiem-
bre, la cual es una adecuada muestra de la ambigüedad con que
fue recibida por la tripulación
la entrada al Mar de los Sarga-
zos: “y se descubrió más canti-
dad de hierba que en todo el
tiempo pasado, hacia el Norte,
por cuanto se podía extender la
vista, de lo cual recibían alien-
to, creyendo que vendría de
alguna tierra próxima.
“Esto, a veces, les causaba gran temor, porque había allí matas
de tanta espesura, que en algún modo detenía los navíos, y como
quiera que el miedo lleva la imaginación a las cosas peores, te-
mían hallarla tan espesa que quizá les sucediese lo que se cuenta
de San Amador en el mar helado, del cual se dice que no deja
avanzar a los navíos. Por esto
separaban los navíos de las ma-
tas de hierba, todas las veces
que podían”.
Este era un temor común
entre los hombres de mar, el
cual se prolongaría al menos un
par de siglos más: el Mar de los
Sargazos era una zona oceánica
cuajada de hierba, que impe-
diría la navegación, inmoviliza-
ría a las naves y haría morir de
hambre y sed a todos los tripu-
lantes; en cualquier caso, al
inmovilizarlos los dejaría como
presa fácil para los monstruos
marinos que habitaban el tan temido Mar tenebroso.
Cristóbal Colón fue el primer marino que se atrevió a navegar

48
entre el cúmulo de hierbas del Mar de los Sargazos, pero fueron
los portugueses quienes lo habían bautizado con ese nombre por
encontrar cierta similitud de las yerbas del con racimos de uva de
una variedad llamada Salgazo. Pero los marinos portugueses que
llegaron hasta sus orillas, no se atrevieron a continuar navegan-
do, atemorizados por las leyendas existentes.
Y aquí conviene recordar como un hecho significativo de la
época, a Pedro Vázquez de la Frontera, el viejo marino de Palos,
quien contaba haber ido a descubrir con un Infante de Portugal
y aconsejaba a Martín Alonso Pinzón que al encontrarse en el
Atlántico con unas yerbas, no consintiese a Colón regresarse;
debían seguir la vía derecha pues era imposible no hallar tierra, y
aseguraba que el infante portugués por no atreverse a continuar
navegando, no halló esa tierra12.
Esta historia, probablemente cierta, sirvió también para que
en “los mal llamado juicios colombinos” –como propone llamar-
los Anunciada Colón– un compañero del primer viaje y otros
dos testigos, a pesar de no haber estado en el viaje del descubri-
miento, declararan que Colón quiso regresarse cuando navega-
ban entre los Sargazos y que no lo hizo por presión y autoridad
moral de Martín Alonso Pinzón. Demás está decir que esta ver-
sión es descartada por los historiadores colombinos.
Tambien durante el viaje de regreso a España, la flotilla
colombina –ahora de solo dos carabelas– siguió encontrando
yerba, y aún el 15 de enero, mientras las carabelas costean para
salir a mar abierto y regresar a España, el resumen del Diario
registra: “Dice que halló mucha hierba en aquella bahía (de las
Flechas) de la que hallaban en el golfo cuando venía al
descubrimiento, por lo cual creía que había islas al Este hasta en
derecho de donde comenzó a hallar, porque tiene por cierto que
aquella hierba nace en poco fondo, junto a tierra; y dice que si
así es, muy cerca estaban estas Indias de las islas de Canarias, y
por esta razón creía que distaban menos de cuatrocientas leguas”,
lo cual, con otras palabras reafirma Hernando Colón: “cerca de
tierra, a poco fondo, brotaba mucho de aquella hierba que

12
Esto fue declarado el 2 de noviembre de 1532, por Alonso Veles, alcayde y
alcalde la villa de Palos, presentado por Juan Martín Pinzón en los llamados
“Pleitos colombinos”. Ver tomo VIII, pág. 258.
49
hallaron los nuestros, en hiladas, por el mar Océano, de lo que
conjeturaron que nacía toda cerca de tierra, y que después de
madura se separaba y era llevada por las corrientes del mar a
mucha distancia”.
Fernández de Oviedo sitúa su nota sobre el Mar de los Sarga-
zos en medio de los conatos de sublevación de los marineros para
regresar y no continuar con un rumbo desconocido y fantasioso:
“En esta sazón e contienda, hallaron en la mar grandes praderías,
al parecer, de hierbas sobre el agua; y pensando que era tierra
anegada, y que eran perdidos, se doblaban los clamores.
“Y para quien nunca había visto aquello, sin duda era cosa
para mucho temer; mas luego se pasó aquella turbación, cono-
ciendo que no había peligro en ella, porque son unas hierbas que
llaman Salgazos (sic), y se andan sobreaguadas en la superficie de
la mar. Las cuales, según los tiempos y los aguajes suceden, así
corren y se desvían o allegan a Oriente o Poniente, o al Sur, o a
la Tramontana; y a veces se
hallan a medio golfo, y otras
veces, más tarde y lejos, o
más cerca de España.
“En algunos viajes acae-
ce que los navíos topan muy
pocas o ninguna de ellas; y
también a veces hallan tan-
tas, que, como he dicho, parecen grandes prados verdes y amari-
llos, o de color jade; porque en estos dos colores penden en todo
tiempo. Salidos, pues, de este cuidado y temor de las hierbas…”.
Humboldt, al referirse al Mar de los Sargazos en su estudio
Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América, lo elogia sin reserva:
“la observaciones de Colón respecto al banco de fucus al oeste de
las Azores, son notables, no solo por la sagacidad con que descri-
be el fenómeno, distinguiendo los diferentes grados de frescura
de las plantas marinas, las direcciones que imprime a sus grupos
la acción de las corrientes, la posición general del Mar herboso con
relación al meridiano de Corvo, sino también porque presentan
la prueba de la estabilidad de las leyes que determinan la distri-
bución geográfica de los talossofites”.
Las observaciones colombinas, vigentes durante algunos si-

50
glos, han sido descartadas por los estudios de oceanógrafos que
afirman: “el Sargazo flotante se compone de dos especies holope-
lágicas diferentes: Sargassum fluitans y Sargassum natans, que se
propagan mediante la fragmentación vegetativa”. El Sargazo son
en realidad estas algas capaces de formar grandes conjuntos en-
marañados que se mantienen a flote por medio de vejigas llenas
de gas y se hallan en una gran extensión del Océano Atlántico.
El Mar de los Sargazos, es el único mar del mundo definido
por sus caracteres físicos y biológicos, y que no cuenta con nin-
guna costa, salvo la de las islas Bermudas. Su superficie total
alcanza los 3.500.000 km² y se calcula que en él existen de 7 a 10
millones de toneladas métricas de Sargazo.
Ese peculiar “hábitat cobija a tortugas, aves, al menos 145 es-
pecies de invertebrados y más de 100 especies de peces, muchas
de las cuales son endémicas. Los peces de los Sargazos y los
abundantes cardúmenes de Seriolas y Lijas que se encuentran
dentro de los mantos de Sargazo y debajo de ellos, proporcionan
comida a depredadores importantes a nivel comercial y deportivo
tales como diversos peces Delfín, Atunes, Caballas, Petos y peces
Picudos”.
Para Colón y la tripulación de sus dos carabelas, ese navegar
entre mucha hierba continúa con anotaciones en el resumen del
Diario los días 17, 18, 21, 22, 23, 28 y 30 de enero, y sigue el 2
de febrero, donde dicen ver “tan cuajada la mar de hierba, que si
no la hubiesen visto, temieran ser bajos”; el 7 de febrero, se ano-
ta: “Vieron los marineros hierba de otra manera de la pasada, de
la que hay mucha en las islas de los Azores. Después se vio de la
pasada”; y por último, el 10 de febrero, donde se registra: “Dice
aquí también que primero anduvo doscientas sesenta y tres le-
guas de la isla de Hierro a la venida que viese la primera hierba,
etc.”.
Las terribles tempestades que llenaron de pavor a Colón y a
las tripulaciones es posible que impidieran continuar haciendo
anotaciones sobre la yerba del Mar de los Sargazos. También es
probable que el viento y las mareas alejaran las yerbas, incluso las
próximas, como dijeron, propias de las islas de las Azores. El Mar
de los Sargazos ya habia terminado para ellos y ahora eran las
tempestades y la furia del mar sus principales preocupaciones.

51
Como se ha podido apreciar en esta nota, el menudo cangrejo
guardado por Colón y los muchos vistos después, no tuvieron en
realidad mayor significación aunque en ese momento representa-
ran también la ilusión de un aviso de tierra próxima.
Los especialistas lo definen como el Pachygrapsus minutus,
un género de pequeños crustáceos decápodos del infraorden Bra-
chyura de la que es una de las 14 especies conocidas.
Sin embargo, aunque Gómez Cano acepta esa posibilidad, no
descarta al Portunus sayi, también habitante entre el Sargazo, aun-
que suele pasar desapercibido por sus colores miméticos y por ser
mucho más pequeño. Fernández Aceytuno, por su parte, se in-
clina por identificarlo como Nautilus grapsus minutus.
Y a pesar de que Manuel Alvar prefiere no realizar explicacio-
nes sobre las dos veces que aparecen estos cangrejos en el Mar de
los Sargazos13, González Lorenzo, luego de citar la autoridad de
Consuelo Varela, quien supone un Nautilograpsus minutus el Can-
grejo guardado por Colón y que solo se encuentra en el Mar de
los Sargazos, advierte que ese “braquiuro fue catalogado por Lin-
neo en las costas europeas, y según la Enciclopedia Británica, entre
los decápodos adaptados a vivir en alta mar, tomando como so-
porte Sargassum natans, se encuentran Portunus sayi, Planes minutus
y Pachygrapsus marinus”, con lo cual vuelve a complicarse la identi-
ficación de diminuto animal hallado entre los Sargazos.

13
Tampoco Varela–Fradejas comentan estos cangrejos de los Sargazos, pero
cuando el 3 de octubre registra el resumen del Diario: “yerba mucha, alguna
muy vieja y otra muy fresca, y traía como fruta”, explican que “se trataba del
fruto del alga Fucus vesiculosus, que tienen forma de esfera y actúan de flotado-
res”. (He de señalar que suele usarse indistintamente yerba o hierba; yo prefiero
yerba).
52
TONINA=ATÚN

Delfines

S
egún el resumen del Diario de Colón, el 17 de setiembre,
estando a cerca de 335 millas de La Gomera, vieron mu-
chas Toninas y los tripulantes de la Niña mataron una.
Esto es cierto, y en el viaje de regreso vuelve a nombrarse otra
Tonina el 25 de enero, cuando la matan junto a un grandísimo
tiburón. El 30 del mismo mes ven otra vez muchas Toninas, gran
cantidad de yerba y varios Rabos de Junco.
Como no tenía la menor idea de lo que era una Tonina, recu-
rrí, como primer paso, a consultar el Diccionario de la Real Acade-
mia de la Lengua. ¡Y vaya fastidio! Tenemos un idioma que no se
decide a quién nombrar con esta palabra y acepta, de hecho, el
malentendido entre sus hablantes. Tonina, en rigurosa y acadé-
mica definición de la RAE, es una palabra derivada del latín
thunnus, “atún”, y del griego θύννος, thýnnos, y en castellano signi-
fica indistintamente:
1: f. Atún (pez)
2: f. Delfín.
Es decir, Tonina puede llamarse con propiedad al Atún o al
Delfín, aunque sean dos especies muy diferentes y sin el menor
parecido a simple vista.
Es decir, cuando el resumen del Diario de Colón registra que
han visto y matado una Tonina, yo quedo en Babia, pero no
53
distraído, mal vestido o entregado a la vida licenciosa (como
define Casares), sino sin enterarme de lo que sucede a mi alrede-
dor, como define la RAE; o, peor aún, como un verdadero igno-
rante empeñado en llamar Tonina al Atún que como o al Delfín
que me entretiene con sus saltos y ejercicios.
En tan incómoda situación, decido buscar aclaraciones que
me saquen de Babia. Recurro en primer lugar a Manuel Alvar.
En la nota sobre las Toninas en su edición del resumen del Dia-
rio de Colón, registra que Covarrubias define Toñina como
Atún fresco; que Corominas, también lo registra como Atún, y
andalucismo –lo cual confirma él mismo en su Atlas lingüístico de
Andalucía–, y concluye que en Canarias designa a una Phocaena,
vale decir a una Marsopa. Entre Atún y Marsopa, la Tonina es
más Atún que Delfín para mi entendimiento.
Sin embargo, en su introducción al mismo libro, Alvar no
duda en identificar a las Toninas como Delfines, anotando “así
(se llaman) todavía en Canarias”; pero en esa misma nota registra
que Serrano en su edición de la Historia del Almirante da a la To-
nina el equivalente de Atún. Vale decir que no sabemos por qué
entre tanto Atún y un solo Delfín en Canarias, Alvar elige como
sinónimo de Tonina al casi innombrado Delfín.
Por su parte, dos biólogos interesados en este tema colom-
bino, Fernández–Aceytuno y Gómez Cano, concuerdan en iden-
tificar a los peces vistos por Colón y sus tripulantes como Delfi-
nes, a pesar de reconocer a Tonina como un nombre propio de
los Atunes.
Gómez Cano explica su posición diciendo que si bien Tonina
recuerda semánticamente al Atún, en realidad Tonina es el
nombre con que se ha conocido tradicionalmente al Delfín, y en
este caso al Delphinus delphis.
Fernández–Aceytuno, por su parte, y con más dudas sobre su
decisión, cree que la palabra matar –en lugar de pescar– emplea-
da en el resumen del Diario, se debe a que los marineros matan a
un Delfín por diversión y no para comer; y agrega que cuando el
18 de enero el resumen del Diario hace referencia al mar “cuaja-
do de Atunes” en lugar de “cuajado de Toninas”, es porque hay
una diferenciación de hecho, y de palabra, al referirse a los Atu-
nes y a las Toninas, reservando este nombre para los Delfines.

54
Y revisando también La
parla marinera del primer viaje
de Cristóbal Colón, de Julio F.
Guillén Tato, veo que registra
como lusismo o galleguismo
la palabra Tonina, a la que
define como “especie de Del-
fín”.
Y en esta misma línea, en
el glosario de la edición de Textos y documentos completos y Nuevas
cartas de Cristóbal Colón, por Consuelo Varela y Juan Gil, tam-
bién consideran como sinónimos a Tonina y Delfín, lo cual es
correctamente ortodoxo.
En contra de estos especialistas, González Lorenzo se decide a
identificar a las Toninas como Atunes, y criticando a los comen-
taristas que eligen Atunes o Delfines sin dar explicaciones, deci-
de revelar las suyas: primero: porque el nombre catalán del Atún
rojo es Tonyina; segundo: porque Covarrubias en su Tesoro de la
Lengua Castellana, refiriéndose en exclusiva al Atún, dice “cuando
es fresco lo llaman Toñina”; y en tercer lugar: “porque en la edi-
ción príncipe de la Historia del Almirante, Hernando Colón dice:
“quella note le siguirono molti Toni”14.
Para mí, nada de esto aclara algo sobre la verdadera identidad
de ese pez del que matan dos ejemplares, uno en el viaje de ida y
otro en el de regreso, y lo atribuyo a la ambigüedad de la palabra
en castellano y a la mala lectura de las fuentes básicas15.
En fin, sobre este caso, el mejor ejemplo de esta incertidum-
bre es dado por Jesús Varela Marcos y José Manuel Fradejas
Rueda en su edición del resumen del Diario de Colón, quienes
al enfrentarse a su escasa necesidad de anotar el nombre de los
animales colombinos, dicen: Tonina: “Se trata de un tipo de
Delfines que conocían y comían los pescadores como alimento
fresco. También podía tratarse de atunes”.

14
Ver un comentario sobre este Toni de la edición italiana de la Historia del
Almirante, en una nota posterior.
15
Morison registra como “Atún” al pez que matan los marineros de la Niña el
17 de setiembre, en la traducción al castellano de Luis A. Arocena, publicada
por el Fondo de Cultura Económica (México, primera reimpresión, 1993).
55
De pronto me vino una idea: siendo los tripulantes de la Niña
y la Pinta mayoritaria o exclusivamente de Palos y de Moguer, es
decir andaluces, lo lógico sería buscar la manera común de nom-
brar los peces en Andalucía. Y buscando y rebuscando di en In-
ternet con la Base de datos terminológicos y de identificación de espe-
cies pesqueras de las costas de Andalucía (Ictioterm) y he aquí lo
hallado al buscar Tonina: “Esta palabra viene de la voz ára-
be tûn que a su vez procede del latín thŭnnus y este del griego
θύννος (Corominas y Pascual, 1980). La a– inicial deriva del ar-
tículo árabe, de donde fue adoptada por el castellano. Por otra
parte, la pesca del atún ha sido desde siempre una actividad de
gran importancia en Andalucía desde tiempos remotos y de gran
desarrollo durante la dominación árabe, en la que adquirió gran
perfección el arte de pesca denominado almadraba. Es sabido que
aquí los atunes eran rematados a golpes, de ahí que atún podría
ser una variante de los tonina, toñina, tonyia, tollina: ‘paliza’, ‘casti-
go a golpes’.” Y agrega: “El atún (Thunnus thynnus) es una especie
muy conocida en todos los puertos”.

Atunes

Así las cosas, supuse que ahora lo necesario era conocer la


presencia de los Atunes en el viaje colombino tal como lo refleja
el resumen del Diario.
De hecho, Atunes no figuran durante el viaje de ida y solo se
les nombra en el viaje de regreso los días 17, 18, 19 y 20 de
enero, en que ven el mar ”cuajado de atunes”, siendo los del 19
pequeños, igual a los del 20, pero ya en este ultimo día, además,
en cantidad infinita.

56
Digna de destacada mención es la anotación del día 18 de
enero en el resumen del Diario, cuando ven el mar cuajado de
atunes “y creyó el Almirante que de allí debían de ir a las alma-
drabas del Duque de Conil y de Caldiz”; donde almadrabas hace
referencia a la pesca de atunes con un cerco de redes; Duque de
Conil al “Duque de Medina Sidonia”, quien tenía este tipo de
Pesca en Caliz, que quiere decir “Cádiz”.
En conclusión, tenemos en el resumen del Diario dos Toni-
nas matadas por la tripulación de la flota colombina y la apari-
ción en dos ocasiones de muchas Toninas tanto en el viaje de ida
como en el de regreso. Con respecto a los Atunes, tenemos en
cuatro días la mención de muchos Atunes, incluso infinitos, en
el viaje de regreso, pero ninguno en el de ida. Y claro, una expli-
cación de Colón sobre los Atunes, pero que no nos aclara nada
sobre si las Toninas eran Delfines o Atunes.
Lamentablemente, desde mi punto de vista, ninguna referen-
cia sirve para decidir con alguna mínima certeza qué peces son
las Toninas que aparecen en el resumen del Diario de Colón.
Podría decirse, como conclusión, que para unos especialistas son
Atunes y para otros son Delfines. Con lo cual estamos como
empezamos, encerrados en la ambigua definición del Diccionario
de la Real Academia.
En una situación de esta naturaleza, lo recomendable es bus-
car otras fuentes que, en el caso concreto del Diario de Colón,
además del resumen, se cuenta con la Historia del Almirante, de
Hernando Colón, y la Historia de las Indias, del mismo que resu-
mió el Diario, Bartolomé de las Casas.
En ambos libros figuran frases del Diario de Colón no inclui-
das en el resumen, pues ambos –según se cree y acepta– escribie-
ron sus libros teniendo a la vista la copia o alguna copia del Dia-
rio de Colón, sea la realizada en la corte española en 1493 u otra
posterior. Además se atribuye a ellos ser los únicos que dispusie-
ron de esa fuente al escribir sobre el primer viaje colombino.
La revisión de ambos libros ofrece el siguiente resultado:
La primera sorpresa surge de la Historia del Almirante de Hernan-
do Colón: en su registro del 17 de setiembre, el mismo día en
que el re-sumen del Diario anota la matanza de una Tonina, él
escribe lo siguiente: “A más de esto, aquella noche les siguieron

57
muchos Atunes16, que
se acercaban tanto a
los navíos y nadaban
junto a ellos tan lige-
ramente, que uno fue
matado con una fisga
por los de la carabela
Niña”.
Aquí surge un problema serio: si se supone que Hernando
Colón como Las Casas para su resumen, tienen a la vista igual
fuente, uno de los dos modificó Atunes por Toninas o Toninas
por Atunes. ¿Qué decía en verdad la copia del original del Diario
de Colón que manejaban el sacerdote y el hijo del Descubridor?
Mientras no aparezca el libro no lo sabremos y pervivirá la incóg-
nita. Pero, de acuerdo a estas fuentes, todo parece indicar que la
lectura del Diario hace referencia al Atún y no al Delfín, en con-
tra de lo que han pensado los especialistas contemporáneos.
En su escritura referente a ese mismo día, Las Casas no sigue
a su resumen del Diario, pues no registra ni ese día ni el siguien-
te la matanza de la Tonina. Sin embargo, para ese mismo día, 17
de setiembre, escribe en la Historia de las Indias: “Vieron también
muchas Toninas, y éstas son las que vieron los navíos de Caliz,
de que habló Aristóteles, que mataron muchos y los llamó Atu-
nes”.
Después de saber lo que ha leído Hernando Colón en el Dia-
rio de su padre, esta frase de Las Casas debiera convertir en defi-
nitiva la identificación de las Toninas como Atunes, pues en su
lectura de la copia del Diario repite la identificación de los atu-
nes en su referencia al día donde en el Diario había escrito To-

16
González Lorenzo señala que en la edición príncipe de la Historia del Almiran-
te, que es en italiano, dice Toni, y aunque esta es una de sus razones para identi-
ficar Tonina como Atún, ha de reconocerse que Toni está más próxima a Toni-
na en castellano que a Atún, que es como siempre se ha traducido en la Historia
del Almirante. Rizando más el rizo para tratar de apoyar el acierto de traducir
Toni por Atún, debe decirse que en italiano actualmente al Atún se le llama
Tono y al Delfín, Delfino, con lo que el nombre del Atún podría identificarse
más con la palabra italiana Toni que con Delfíno. Pero son sutilezas. Toni, debe
traducirse Tonina en castellano, y seguimos, pues, en lo mismo.
58
nina, y además, él redondea o explica, agregando la aclaración de
cuál era el concepto que manejaba para identificar a las Toni-
nas17.
En fin, debe aceptarse que en los tres libros en que se trabaja
con una copia del Diario –tal como se afirma históricamente- y se
incluyen frases y resúmenes extraídos de él, hay Toninas y Atunes
pero nunca se mencionan a los Delfines.
A partir de la identificación y explicación dada por Las Casas
y a la corrección de Hernando Colón para ese día, 17 de setiem-
bre, según su propia lectura de la copia del Diario, parece indu-
dable que la Tonina matada por los tripulantes de la Niña el 17
de setiembre, era un Atún.
Y si a esto, como ya se indicó, agregamos la claridad de la
afirmación de Las Casas sobre la identidad de las Toninas como
Atunes, ya resulta imposible dudar: las Toninas vistas en tres
ocasiones cerca de las naves durante el primer viaje de Colón, de
las cuales se mataron dos, fueron Atunes y no Delfines. Y así
debe aceptarse cuando se lee el resumen del Diario por Las Ca-
sas.
Ahora, para concluir con los Atunes, vale la pena indicar que
en la Historia del Almirante, y no en el resumen del Diario, el 20
de setiembre se registra: “a bordo, mataron un pez pequeño”,
presumiblemente un Atún, si nos atenemos a lo anotado por
Hernando Colón y Las Casas el 2 de octubre (pero no en el re-
sumen del Diario): “vieron muchos peces, mataron un atún pe-
queño”, coincidiendo ambos en lo de atún y en lo de pequeño.
Ya solo resta una anotación más sobre Atunes en el viaje de
ida, figura en el libro de Hernando Colón y no en el de Las Ca-
sas ni el resumen del Diario, concierne al 8 de octubre: “fueron
vistos muchos atunes”.
Volviendo a lo escrito al principio de esta nota, a pesar de la
confusión entre el Delfín y el Atún originada por la definición de
Diccionario de la Real Academia, y las dudas de los especialistas
en la identificación de las Toninas colombinas como Atunes o
como Delfines por carecer de descripciones que permitan una

17
Un agregado: Las Casas, en la Apologética, al referirse a la piel de los Manatíes
dice que son de “cuero, como el de las Toninas o Atunes”, lo cual también
refuerza el argumento que manejo.
59
identificación más certera, lo cierto es que un hombre de mar,
sea cual fuera su graduación y su cargo en una nave cualquiera,
difícilmente podrá confundirse y creer al ver un Delfín que está
viendo un Atún; y aún más, gracias al cinema, la televisión, los
acuarios, los dibujos y hasta los comics, en la actualidad sería
difícil que una persona común y corriente vea un simpático y
alegre Delfín dando brincos o en patético cautiverio, y lo con-
funda y crea que es un Atún.
El Atún quizá sea más difícil de identificar al verlo vivo, pero
ha de aceptarse que es un pez muy conocido por todos nosotros,
aunque solo sea a través de su comercialización en latas redondas
que alguna vez habremos comprado para comer en casa.
Los atunes se clasifican en 12 sub-especies. El atún más co-
mún es el llamado azul, rojo, cimarrón, común o aleta azul
(Thunnos thynnus) y pueden medir alrededor de 3 metros y pesar
entre 250 y 600 kilos, aunque en las pescaderías de todo el mun-
do se encuentran ejemplares de mucho menor tamaño y peso.
Actualmente se calcula en una cifra superior a los cuatro millo-
nes de toneladas la matanza anual de atunes.

60
ALCATRAZ

Alcatraz

E
l Alcatraz es el ave que más veces figura en el resumen del
Diario de Colón durante la travesía del océano en el viaje
de ida. La primera cita es del 19 de setiembre, cuando a
las 10 de la mañana se posa uno de ellos en la Santa María y
luego, en la tarde, ven otro. Después aparecerán en el resumen
del Diario el 20, 21, 23, 24, 29 y 30 de setiembre, y el 4 y el 8 de
octubre: los ven pasar o se posan en las carabelas.
Durante el viaje de regreso, solo se posarán en la carabela dos
de ellos, uno tras otro, el 17 de enero, coincidiendo con la apari-
ción de mucha hierba en el mar. Son los días en que Colón ini-
cia su salida del Caribe, con las dos carabelas haciendo agua, y
con la tripulación deseosa de regresar a sus hogares.
Pero volviendo a las primeras notas sobre el Alcatraz, el 19 de
setiembre se dice, y se repite el 20, que son aves que no se alejan
más de 20 leguas de tierra, lo cual significa, tal como lo interpre-
tan esperanzados, la proximidad de la tierra, pues son aves terres-
tres que en la mañana buscan su alimento en el mar.
Como se lee, los viajeros a veces las ven volar y otras posarse
en las naves; pueden ver solo un ejemplar o 2, 3 y hasta 4 “en dos
veces”; incluso el 29 de setiembre, en tres oportunidades llegaron

61
a los navíos tres Alcatraces juntos. Tampoco faltó la ocasión, el 4
de octubre, en que un grumete, un “mozo de la carabela”, le tiró
una pedrada a uno de ellos y seguramente lo mató (Morison, con
lógica, supone que el grumete solo pudo sacar la piedra del lastre
llevado en la nave para su estabilidad).
A pesar de ser el Alcatraz un ave migratoria que atraviesa todo
el océano y es conocido en las costas españolas, lo cierto es que
los marinos, los conquistadores y los colonos españoles adquirie-
ron la extraña costumbre de llamar Alcatraces a los Pelícanos, sin
que sepamos muy bien por qué,
pues no existe la más mínima simi-
litud entre estas dos aves.
Fernández de Oviedo, en su Su-
mario de la Natural Historia de las
Indias, de 1526, ya se refiere al Alca-
traz dándole todas las características
del Pelícano, e incluso cuenta haber visto en Panamá, en 1521,
meter en el papo de un Alcatraz el sayo entero de un hombre.
Sin embargo, al publicar la primera parte de su Historia Gene-
ral y natural de las Indias, en 1535, al tratar “De los Alcatraces
grandes que hay en esta isla Española y en todas las otras islas y
costas de la Tierra Firme”, dice al comenzar el capítulo: “Dicho y
escrito tengo algunas diferencias de aves que están debajo del
nombre de Alcatraces, y de algunos de aquéllos hay en las costas
de la mar en España; pero de los que ahora diré, yo no los he
visto ni creo que ahí haya, sino en estas partes, ni he oído decir
que los haya en otras”. Y así, después de fijar la exclusividad de
Pelicano como ave indiana, pasa a escribir sobre ella.
Pero páginas antes ya había dado su descripción de los Alca-
traces que también se ven en España y en el océano: “Topan
asimismo las naos, desde que están ya cerca de las Indias, otras
aves que llaman Alcatraces. Estos son de muchas maneras; algu-
nos del tamaño de los cuervos marinos, y otros algo menores:
algunos negros que tiran al color pardo, y otros pardos y blancos
alcoholados, y de otros plumajes. Otros hay negros pardos que
tienen las cabezas blancas con algunas plumas, en ellas, colora-
das. Todas estas aves, dichas Alcatraces, salen mucho a la mar, y
todas tienen los pies como ánsares o ánades, porque son aves

62
marítimas y ejercitadas en la pesquería, y es el pescado su especial
y ordinario mantenimiento”.
Fernández de Oviedo, ducho para estas cosas, señala en las úl-
timas líneas de su referencia a los Alcatraces, que estos son de
muchas maneras, y dice: “negros tirando a pardos, y pardos y
blancos alcoholados y, en fin, que igual pueden tener otros plu-
majes”. Digamos, un Alcatraz es cualquier pájaro visto en el
océano; solo le faltó agregar su parecido con una Golondrina de
mar, como indicó Alvar para señalar su similitud con otras aves.
Pero en este caso concreto, a pesar de insistir en identificar al
Alcatraz, como se hace en Canarias, con la Golondrina de mar,
Alvar parece inclinarse por el Phalacrocorax carbo –llamado de
forma única Alcatraz en Andalucía–: ave negra de buen tamaño,
conocida en otras partes del mundo como Cormorán, de antigua
y folklórica relación con el mar y los marinos. Por mi parte, dudo
mucho que sea la registrada en el resumen del Diario de Colón,
aunque la mayoría de la tripu-
lación fuera andaluza.
Para Fernández–Aceytuno,
en cambio, el ave vista por los
tripulantes de las naves colom-
binas es el Alcatraz común o el
Alcatraz atlántico, el Morus ba-
ssanus, y son blancos, con excepción de la punta de las alas que
son de color negro, “como si las hubiera metido en un tintero”, y
la cabeza de color vainilla, canela, en los adultos. También desta-
ca lo espectacular de su zambullida en el agua, capaz de distin-
guirse desde gran distancia.
Gómez Cano, sin dudar, se decide a identificar al Alcatraz del
resumen del Diario como el Alcatraz común, y lo llama Sula ba-
sana, por ser del tipo de ave que llega a la Península ibérica y
luego atraviesa todo el Atlántico, por lo cual, con toda seguridad,
opina, es el conocido y visto por Colón y su tripulación.
González Lorenzo, por la zona en que se hallan del Atlántico,
entre 400 y 650 leguas de La Gomera, según los cálculos reales
de Colón, se inclina a identificarlo como el Piquero blanco, la
Sula dactylatra.
Pero más adelante, cuando el grumete mata a un Alcatraz de

63
una pedrada, González Lorenzo prefiere considerarlos Alcatraces
tropicales, que suelen posarse en las naves para desde ahí lanzarse
a la caza de los peces voladores, y aclara que son tan estúpidos
que se dejan capturar sin plantear oposición, originando así ser
llamados Pájaros Bobos por los marineros españoles.
Lo común es que los Alcatraces pesen entre 3 y 4 kilos, y mi-
dan de 85 centímetros y un metro. Si los comparamos con el
Garjao que mide unos 35 cm de largo y pesa entre 80 y 125 gra-
mos, vemos que esta supuesta Golondrina de mar no guarda la
menor semejanza con la Golondrina común, siendo un ave de
un tamaño y grosor respetable, poco confundible además con la
Pardela o la Tiñosa, es decir con cualquier otra Golondrina.
Su peculiar caída al agua, puede originarse desde una altura
de 45 metros aunque con más frecuencia oscile entre 10 y 20
metros, llegando a alcanzar una velocidad de 100 kilómetros por
hora, y si no se destroza al entrar al agua es gracias a un organis-
mo diseñado de tal forma para que en el momento de sumergir-
se, se juntan las alas al cuerpo, se estiran las piernas y se les cie-
rran las fosas nasales y los oídos; además su estructura corporal,
incluyendo pulmones, se encuentra formada para poder resistir
el impacto contra el agua cuando cae a coger su presa. Tal es su
fortaleza, que no resulta excepcional verlo salir incólume del mar
a los pocos segundos de haberse “clavado” en él, y pocos metros
después se vuelva a lanzar en picada al distinguir otra presa.
Como colofón de esta ave capaz de ser extrañamente confun-
dida con los Pelicanos, se puede citar a Pedro Mártir, quien repe-
tirá conceptos y errores, como muestra representativa de la con-
fusión producida en la corte española cuando los viajeros colom-
binos llegaban a ella para informar de sus viajes y de sus expe-
riencias con la fauna indiana:
“Es curioso lo que cuentan de
ciertas aves marinas, mayores
que águilas y buitres. De sus
conversaciones deduzco que se
trata de los voraces onocróta-
los” –que en una nota anterior,
Mártir había escrito: “que an-
taño, al decir de los autores,

64
habitaban en las lagunas de Ravena, aunque ignoro si hoy las
habrá también”.
“Dicen, en efecto, que su gráznate es tan grande, que una de
ellas se tragó a la vista de todos la mitad de un capote con que se
cubría uno de los soldados, el cual
se lo arrojó al atacarlo con rabiosa
ansia; después de muerta se lo
sacaron del buche sin ninguna
rotura. Y aun afirman haber visto
a esos animales engullirse de un
bocado peces vivos de cinco libras
o más”. (Onocrótalo, de acuerdo a
Álvarez Peláez, es como llama
Plinio al Pelícano; el nombre grie-
go es Pelekán tal como figura en
Aristóteles; puede tenerse la seguridad que los Alcatraces vistos
por los marineros que viajaban con Colón no eran Pelícanos).
Como una adenda a la confusión Alcatraz–Pelícano, copiaré
el animal que bajo el rubro de Pelicano, registra Cobo antes de
1653, en su Historia del Nuevo Mundo: “DEL PELÍCANO. Este
nombre dieron los españoles a cierta ave peregrina que se halla
en la Nueva España; y son tan raras, que sola una se ha traído a
la ciudad de México. La cual cogieron los indios de un beneficio
que cae en lo más remoto de aquel arzobispado, y por su hermo-
sura y extraña forma, la trajeron a su cura, y él la presentó al
arzobispo de México, don Juan de la Serna.
“Era del tamaño de un pavo de la tierra; toda ella de pluma
blanca, fuera de los extremos de las alas y cola, que eran de color
pardo; tenía las uñas y pico de ave de rapiña; y al tenerla el arzo-
bispo en su huerta, echaron de ver que a tiempos traía el pecho
lastimado y manchado de sangre, porque lo hería con el pico, de
donde coligieron que sin duda era Pelícano, y le pusieron este
nombre.”
De esta manera el simple Alcatraz de las costas españolas y del
Mar tenebroso, identificado por algunos biólogos como una
simple Golondrina de Mar, logra darle su nombre al Pelicano de
Plinio y también de Mártir (onocratalus) –al que atribuyen tener
en la garganta un segundo vientre, donde acumula todo lo que

65
come, y luego al terminar su rapiña la pasa al estomago, igual que
los rumiantes– y desde tales reminiscencias de origen clásico, lo
vemos reaparecer como
una extraña ave que, gra-
cias a la sapiencia del Ar-
zobispo de México, logra
ser identificada como el
animal mitológico de los
bestiarios fantásticos de la
Edad Media, que después
de matar a su cría, se abre
el pecho a picotazos para
rociar con su sangre a sus hijos y devolverles así la vida.

66
TIÑOSA-PAJARO BOBO

“T
omaron un pájaro con la mano, que era como un
Garjao; era pájaro de río y no de mar, los pies los
tenía como Gaviota”, registra el 20 de setiembre el
resumen del Diario realizado por Las Casas, quien repite la des-
cripción en su Historia de las Indias.
Sin embargo, para ese día, y se supone como fruto de leer la
copia del Diario del primer viaje de Colón, su hijo, Hernando
Colón, da en la Historia del Almirante un registro más amplio: “y
tomaron un pájaro semejante al Gorjao, sólo que era negro, con
un penacho blanco en la cabeza, y con patas semejantes a los del
Ánade, como suelen tener las aves acuáticas”.
Para el diligente Gómez Cano, gracias a la especificación de
Hernando Colón, no hay duda para identificar esta especie atra-
pada por algún marinero de la Santa María: es el Anous stolidus; y
agrega: “A las aves del género Anous, se las conoce por el apelati-
vo de «Tiñosas» a causa de su pauta cromática, que viene a ser la
de un Charrán en negativo; es decir, negro y con gorro blanco”;
digamos, como Golondrina de mar, pero negra.
González Lorenzo, reconociendo también el servicio prestado
por Hernando Colón para la identificación de este Garjao negro,
se inclina a creer que la descripción podría corresponder a la
Tiñosa Cabeciblanca, el Anous minutus, que a pesar de no alejarse
67
por lo común de la costas, en este caso alguna tormenta lo llevó
mar adentro.
Como es de esperarse, la similitud de la Tiñosa con el Garjao
también se manifiesta en el peso y el tamaño, aunque no faltan
registros que le atribuyen hasta 45 centímetros de altura y un
peso superior a los 250 gramos, lo cual le daría una presencia
algo más sólida que la del Garjao.
La Tiñosa no es un ave que se sumerja en el mar como hacen
los Charranes, sino que captura a su presa casi en la superficie,
volando a baja altura y agitando con rapidez sus alas, para realizar
un ligero zambullido. Para descansar suele aproximarse a la costa
buscando una roca en la cual posarse, pero en caso de necesidad
también puede dormir sobre el agua.
En realidad, las aves de mar, y más estas llamadas “Golondri-
nas de mar”, tienen una existencia bastante monótona y es difícil
encontrar episodios espectaculares a lo largo de sus vidas. Su
muerte no natural procede por lo común del ser humano, quien
las mata para comérselas en caso de extrema necesidad, pues ya
sabe que son de muy escasa carne una vez peladas.
No sé en verdad qué más se puede decir sobre la Tiñosa, ave
por la que Alvar pasó también de puntillas, nombrándola en la
Introducción pero sin tenerla en cuenta al escribir las notas para
su edición del resumen del Diario.

Pájaro Bobo

Aprovechando ver si-


tuado el Pájaro Bobo en
la clasificación de aves de
Juan Ignacio de Armas en
el Nro. 209, justo debajo
del Garjao y ambas bajo
el nombre Sula sp., lo in-
cluiré en esta nota bajo el
pretexto del parecido de la Tiñosa con el Garjao, de este con el
Pájaro Bobo, y también por compartir ambos la amabilidad de
dejarse atrapar con la mano cuando se posan en las naves que
cruzan el océano.
68
Fernández de Oviedo describe al Pájaro Bobo en el Sumario de
la Natural Historia de las Indias y luego, de manera amplia, en la
Historia General y Natural de las Indias: “Hay otras aves que se
hallan en la mar océana, que se llaman Pájaros Bobos. Estos son
menores que gaviotas. Tienen los pies como ánades, y se posan
en el agua cuando quieren.
“Se hallan, viniendo de España, cuando las naos son ciento y
menos leguas de las islas primeras de estas Indias que he dicho; y
vienen estas aves a los navíos y se sientan en las gavias y entenas,
y son tan bobas y esperan tanto, que las toman muchas veces a
manos, con un lazo en la punta de un dardo u otra asta corta.
Son negros, y sobre este color, tienen la cabeza y la espalda de un
plumaje pardo escuro.
“No son buenos de comer, y tienen mucho bulto en la pluma
en respeto de su poca carne; los desuellan los marineros y los
comen cocidos o asados. Estando con la pluma, son casi tan
grandes como una paloma, y
después de pelados, quedan
muy menores que una palo-
ma pelada.
“Tienen las alas lenguas, y
son de dos maneras o especies
estas aves, porque las unas
tienen el plumaje que he
dicho, y las otras le tienen pardo que tira a color negra, y la fren-
te pardilla y el pico e los ojos negros, y las piernas y manos asi-
mismo; pero de hechura de las de los patos, y el pico algo largo y
delgado. Yo he comido de estos segundos y son buenos; pero los
han de desollar primero; no obstante lo cual, tienen algún olor
de pescado.
“Son tan simples que muchas veces acaece que saca un hom-
bre el brazo tendido fuera del navío y se asientan en la mano, en
siendo de noche, pensando que es algún palo; y de aquí se les dio
el nombre de bobos.
“Tienen los ojos hermosos e negros. Y el más propio grandor
de esta ave es como el de los Grajos de España, y aquel pardo que
tienen tira algo a leonado. Se toman muchos entre estas islas y la
Tierra Firme”.

69
A fin de evitar malentendidos por mi atrevimiento de incluir
el Pájaro Bobo entre el género de los Anous, siendo obviamente
como el Garjao, más un Charrán que una Tiñosa, y más que un
Charrán, un Alcatraz, recurriré a Álvaro Baraibar, en su edición
del Sumario de Fernández de Oviedo, donde describe al Pájaro
Bobo como “ave palmípeda de la familia de los alcatraces cuyo
nombre científico es Sula sula”. Y agregaré que Álvarez López, re-
putado biólogo, identifica al Pájaro Bobo como “la Sula fusca
Vieill, ave marina de la familia de las Súlidas, la que Deutertre
llamaba posteriormente le fou”.
Yo me imagino que esta enorme, continua y variada aparición
de nombres científicos, escritos en latín, hará las delicias de los
biólogos y los ornitólogos, quienes discutirán sobre características
especiales de cada especie, épocas de migraciones, colores de las
plumas, los picos y las patas, y, aunque lamentablemente carez-
can de descripciones precisas para poder identificar sin posibili-
dad de error a las aves vistas por Colón y sus tripulantes en el
Océano Atlántico y en el Caribe, algo disfrutarán descartando
posibilidades y arriesgándose a darles tan singulares nombres.

70
BALLENA

E
l viernes 21 de setiembre, después de 15 días de navega-
ción, atrapados en una zona de vientos y calma del Mar
tenebroso, el resumen del Diario anota el avistamiento de
una Ballena, lo cual como todo pájaro y animal, e incluso de la
yerba entre la que navegaban, representa la esperanza de estar
próximos a tierra porque las Ballenas “siempre andan cerca”.
Según las poco claras cuentas de Colón sobre el recorrido,
habían sobrepasado las 400 leguas de navegación, es decir, más
de la mitad del viaje, si resultaba cierta la posibilidad de hallar
tierra a 750 leguas de La Gomera.
En el viaje de regreso no se ven Ballenas según el resumen del
Diario, pero Hernando Colón registra que el 27 de febrero, 4
días después de haber salido de la isla de Santa María de las Azo-
res, y hallándose a 100 leguas de la tierra más vecina, su padre
anota en el Diario la sorpresiva y extraña aparición en la Niña de
una Golondrina común, de las terrestres, y luego, al día siguien-
te, 28 de febrero, la llegada a la carabela de muchas más, acom-
pañadas de otras aves de tierra, y agrega, sin darle la menor im-
portancia, la presencia visual de una Ballena, evidentemente
menos ajena al contorno que los pajaritos y aves traídos por la
fuerza de los vientos.
En realidad, como todo el mundo sabe por las películas, las
fotografías, la literatura y hasta por los comics, la Ballena es uno
de los animales más grandes del océano. De acuerdo a las des-
cripciones, bien pueden medir hasta unos 17 metros de largo y
llegar pesar alrededor de 80 toneladas.
En la antigüedad solían dibujarse Ballenas en casi todos los
71
mapas y mapamundis, y también se las incluía en los bestiarios
como monstruos, destacándose los dos orificios nasales, situados
en la parte superior de la cabeza, por donde expulsaban agua y
mucosidades. (Las Ballenas permanecen bajo el agua alrededor
de una hora; después deben subir la superficie a respirar).

Las Ballenas suelen tener un solo hijo por parto, luego de una
gestación de doce meses y lo alimentan con leche. Viven cerca de
treinta años y migran de mares fríos a cálidos, donde se aparean,
reproducen y crían. En la actualidad se organizan masivas excur-
siones turísticas por las costas del Pacifico para contemplar Ba-
llenas en estado natural sin que representen ningún peligro para
los humanos y sus embarcaciones.
Colón, en el resumen del Diario del primer viaje, vuelve a
anotar el avistamiento de Ballenas –en plural– el martes 16 de
octubre mientras recorre las costas de la isla Fernandina. Tampo-
co le da la menor importancia y es un agregado circunstancial –
un simple: “también hay Ballenas”– a su descripción admirada de
los peces de múltiples colores que contempla en los arrecifes.
En las crónicas de América hay algunas historias sobre la caza
de la Ballena, como la de Acosta, por ejemplo, pero, ya circuns-
crito al Bestiario, vale la pena reproducir la historia de Fernández
Oviedo sobre la supuesta Ballena que vio mientras navegaba en
las proximidades de Panamá:
“Y a este propósito diré lo que vi, y otros muchos conmigo,
en la boca del golfo de Orotiña, que es doscientas leguas al Occi-
dente de la ciudad de Panamá, en la costa que la Tierra Firme
tiene mirando a la parte austral.

72
“El año de 1529, saliendo una carabela (en que yo iba) de
aquel golfete a la mar grande, para ir a la ciudad que he dicho,
cerca de aquel embotamiento andaba un pez, o animal de agua,
muy grande, y de rato en rato se arbolaba. Y lo que mostraba
fuera del agua, que era la cabeza y dos brazos, y de allí abajo parte
del cuerpo, más alto era que nuestra carabela y sus másteles mu-
cho.
“Y así levantado, daba un golpe consigo en el agua, y tornaba
a hacer Io mismo desde a poco espacio. Pero no lanzaba agua,
por la boca, alguna,
puesto que al caer,
hacía saltar asaz de
las ondas sobre que
caía. Y un hijo de
este animal, o seme-
jante a él, pero
mucho menor,
hacía lo mismo,
siempre desviándo-
se del mayor.
“Y a lo que los marineros y los que en la carabela iban, de-
cían, por Ballena y Ballenato los juzgaban.
“Los brazos que mostraban eran muy grandes, y algunos de-
cían que las Ballenas no los tienen; pero lo que yo vi es lo que
tengo dicho, porque iba dentro en la carabela. Y allí iba el padre
Lorenzo Martín, canónigo de la iglesia de Castilla del Oro, y el
maestre y piloto era Joan Cabezas, y allí iba asimismo un hidalgo,
dicho Sancho de Tudela, con otros que allí se hallaron, y son
vivos, que podrán testificar lo mismo, porque nunca querría en
semejantes cosas dejar de dar testigos.
“A mi parecer, cada brazo de este animal arbitraba yo que se–
ría de veinticinco pies de largo, y tan gruesos los brazos como una
pipa. Y la cabeza mayor que catorce o quince pies de alto, y más
ancha, ella y el resto del cuerpo, de otros tantos. Y se levantaba
en alto, y era lo que mostraba, más que cinco estados de un
hombre mediano en alto.
“Y no era poco el miedo que teníamos todos cuando se acer-
caba al navío en aquellos sus saltos, porque nuestra carabela era

73
pequeña. Y a lo que pudimos sospechar, este animal parecía que
sentía leticia del tiempo futuro, que presto saltó en gran vendaval
o Poniente; el cual viento fue mucho a nuestro propósito e nave-
gación, con que en pocos días llegamos a la ciudad de Panamá”.
Gómez Cano, tiene la sutileza científica de considerar que lo
visto por Colón no fueron Ballenas sino Cachalotes (Physeter
macrocephalus), por lo que volveré a citar a Fernández de Oviedo
para replicar: “Pienso que aquel animal llamado Physiter, que
como dice Plinio se levanta sobre el agua en forma de columna, y
se hace más alto que las velas de los navíos, y después echa por la
boca un diluvio de agua, debe ser Ballena, porque su ejercicio de
ella es hacer lo mismo”.
Más complicado resulta el tema para González Lorenzo pues
se atreve a tratar de identificar las Ballenas registradas en el re-
sumen del Diario de Colón, lo cual evitan los editores quizá por-
que comparten conmigo la idea de que una Ballena es una Ba-
llena y no hay necesidad de entrar en más explicaciones.
La Ballena vista el 21 de setiembre origina una sorprendente
identificación de González Lorenzo: señala que solo algunas es-
pecies de Ballenas permanecen continuamente en las proximida-
des de la costa, por ejemplo, la Yubarta (agrego: Megaptera no-
vaeangliae, también llamada Ballena jorobada), pues la mayor
parte de las otras Ballenas pasan largas temporadas en mares
fríos. Lo sorprendentes es la creencia del estudioso, semejante a
la de Colón, de que los navegantes están próximos a alguna isla,
lo cual sabemos que no era así, y en medio del Océano podía
haber cualquier Ballena (Balaenidae).
Más atrayente, aunque igual de sorprendente por sus amplias
posibilidades, es que las Ballenas vistas por Colón cuando estaba
extasiado contemplando la belleza colorida de los peces de los
arrecifes de la Fernandina, fuera el Tiburón Ballena, el Rhincodon
typus. Para explicarlo emplea tres argumentos muy convincentes:
1º– La Ballena no es un animal perteneciente a la fauna típica
del Caribe.
2º– En el Caribe hay 35 especies de tiburones.
3º– En determinados casos, resulta muy fácil confundir al Ti-
burón Ballena con las Ballenas, por su frecuencia en el Caribe, su
parecido (imagino que al ver la aleta dorsal desaparece la confu-

74
sión), y por la costumbre de los barcos balleneros de no desde-
ñarlos cuando están de pesca o caza por el Caribe.
Pero a pesar de mencionar
los barcos balleneros, evitaré
contar la pesca de Ballenas con
arpones explosivos en el siglo
XIX.
En cambio, siguiendo a Ictio-
term, señalaré que hay dos tipos
de ballenas, las pertenecientes a
suborden Misticetos, que poseen las llamadas barbas, y las del
suborden Odontocetos que se caracterizan por tener dientes (Ca-
chalotes, Orcas). Pero en realidad, el término Ballena engloba a
todos estos cetáceos y no tenemos suficiente información para
saber si los vistos por Colón tenían barbas o dientes.
Para completar la nota sobre las Ballenas, incluiré la inte-
rrumpida historia de la caza de Ballenas por los indígenas tal
como la cuenta José de Acosta en su Historia de las Indias:
“Maravillosa es la pelea que tienen los indios con las Ballenas,
que cierto es una grandeza del Hacedor de todo, dar a gente tan
flaca como indios, habilidad y osadía para tomarse con la más
fiera y disforme bestia de cuantas hay en el universo; y no sólo
pelear, pero vencer y triunfar tan gallardamente.
“Viendo esto me he acordado muchas veces de aquello del
Salmo (186), que se dice de la Ballena: Draco iste, quern formasti ad
illudendum ei.
“¿Qué más burla que llevar un indio sólo con un cordel, ven-
cida y atada, una Ballena tan grande como un monte?
“El estilo que tienen (según me refirieron personas expertas)
los indios de la Florida, donde hay gran cantidad de Ballenas, es
meterse en un canoa o barquilla, que es como una artesa, y bo-
gando, llegarse al costado de la Ballena, y con gran ligereza salta y
sube sobre su cerviz, y allí caballero, aguardando tiempo, mete un
palo agudo y recio que trae consigo por una ventana de la nariz
de la Ballena; llamo nariz aquella fístula por donde respiran las
Ballenas; luego le golpea con otro palo muy bien y le hace entrar
bien profundo.
“Brama la Ballena y da golpes en la mar, y levanta montes de

75
agua, y se hunde dentro con furia y torna a saltar, no sabiendo
qué hacerse de rabia.
“Se está quedo el indio y muy caballero, y la enmienda que
hace del mal hecho es hincarle otro palo semejante en la otra
ventana, y golpearle de modo que le tapa del todo y le quita la
respiración, y con esto se vuelve a su canoa, que tiene asida al
lado de la Ballena, con una cuerda, pero deja primero bien atada
su cuerda a la Ballena, y haciéndose a un lado con su canoa, va
así dando cuerda a la Ballena, la cual mientras está en mucha
agua, da vueltas a una parte y a otra como loca de enojo, y al fin
se va acercando a tierra, donde con la enormidad de su cuerpo
presto encalla, sin poder ir ni volver.
“Aquí acuden gran copia
de indios al vencido, para
coger sus despojos.
“En efecto, la acaban de
matar y la parten y hacen
trozos, y de su carne harto
perversa, secándola y mo-
liéndola, hacen ciertos polvos que usan para su comida, y les
dura largo tiempo.
“También se cumple aquí lo que de la misma Ballena dice
otro Salmo (187): Dedisti eum escam populis Aethiopum”.

76
PARDELAS-PATINES

L
a diferencia entre las Pardelas y las otras aves que encuen-
tran en el océano, es que a las Pardelas las ven de lejos, y
solo una vez, el 4 de octubre, llegó a los navíos una banda-
da de 40 Pardelas, lo cual sin duda les resultó sorprendente por
lo inusitado de la experiencia.
Las otras cinco veces solo las vieron pasar (el 22 y el 24 de se-
tiembre, y el 3, 5 y 11 de octubre), seguramente en bandadas
migratorias sin especificar si las veían por el cielo o surcando las
ondas de las olas marítimas.
Durante el viaje de regreso, las Pardelas son las aves que más
ven pasar (20 de enero, 2, 5 y 6 de febrero), y las demás veces
coincidiendo con el avistamiento de Rabos de Junco (21, 28 y 31
de enero).
El Diccionario Aceytuno hace una adecuada descripción de
ellas: “Las Pardelas pasan la mayor parte de su vida en el océano,
pudiendo estar meses, incluso años, sin posarse en tierra, ya que
no necesitan el agua dulce al ser capaces de desalinizar el agua
con las narinas de la base de sus picos, fosas nasales por donde
excretan la sal.
“Sobrevuelan el mar con las alas trazando con el cuerpo una
cruz tan perfecta que hace que podamos distinguirlas de lejos

77
mientras realizan migraciones, o cuando persiguen a los barcos
de pesca.
“Hasta finales del siglo XVIII eran muy cotizadas las Pardelas
por su carne, que salaban y comían en cecina, así como sus hue-
vos y pollos, por lo que había en algunas islas como las Canarias
o las islas Baleares personas que recibían la denominación de
pardeleros por dedicarse a buscarlas por los acantilados, con el
riesgo que ello suponía, algo así como los percebeiros de hoy en
día.
“Se trata de aves muy longevas que pueden vivir más de 50
años y de tamaños variados; desde las grandes Pardelas, como la
Pardela cenicienta (Calonectris diomedea), a las más pequeñas co–
mo la Pardela pichoneta (Puffinus puffinus).
“Además de Ánima, se llama a
la Pardela Baldricha en las Islas
Columbretes, así como Polla de
mar; Furabuchos en Galicia, Pardie-
lla en Asturias, Baldrigas en Cata-
luña, Gabai en el País Vasco, y
Baldrija y Virot en Baleares; nom-
bres todos ellos recolectados por Francisco Bernis”.
Manuel Alvar también hace una descripción de las Pardelas
en la Introducción de su edición del resumen del Diario de Co-
lón: “No merecería mayor detención las Pardelas, que tantas
veces se citan en el Diario18, sino fuera porque la Academia no
autorizó la voz hasta 1899 o 1914 y el DCELC de Corominas
sólo la documenta cien años después del Almirante.
“La Pardela o Golondrina del Mar es como el Garjao, una Ster-
na, aunque de mayor tamaño. Su nombre procede del plumaje
“parduzco, color de ratón” que cubre su cuerpo, y es un ave a la
que los antiguos concedían muy raras virtudes. Así, su abundante
grasa servía para curar el muermo y, quemada, ahuyentaba a las
cucarachas; en tanto la carne era comestible y, en salazón, era
objeto de comercio”.
En la nota correspondiente a la Pardela, agrega: “En la 79 (es

18
Insisto: “EN EL RESUMEN DEL DIARIO”, pues esto debería quedar claramente
especificado para evitar malentendidos y equivocaciones al tratar el terma.
78
la pág. 81 para quienes quieran buscar: 4 de octubre) se habla
también de Pardales, que debe ser una errata de las Casas: una
bandada de cuarenta fueron al navío de Colón”.
Y desde esta obvia errata, explica que no pueden ser las Parda-
les peninsulares, una variedad de Gorrión, el ciudadano; tampo-
co el Chorlito, llamado Pardal en Canarias, y explica porque no
lo es citando el Diccionario de Viera.
Toda esta nota es absurda pues en la que escribe sobre Parda-
les en su versión del resumen del Diario, dice: “Acaso sea error
de copia por Pardelas; no obstante, los Pardales pudieron existir
en la mente de Colón, ya que con la acepción de “Gorrión” los
conocen las tres lenguas peninsulares. Las Casas (Hist. de Indias, I,
pág. 136 b) transcribe Pardelas en el lugar correspondiente, lo
mismo que don Fernando Colón (I, pág. 162)”.
Más errata no pudo ser.
Por su parte, González Lorenzo hace una breve anotación:
“Las Pardelas, juntamente con los Petreles, constituyen la familia
Proceláridas. Son aves oceánicas que planean perfectamente, in-
clinándose sobre uno u otro
costado, y que están muy ca-
pacitadas para sortear tor-
mentas. Las más frecuentes
en esta zona del Atlántico
son las que ya hemos men-
cionado como aves emigrantes, es decir las Pardelas pichonetas
(Puffinus puffinus) y las Pardelas caripotadas (Puffinus gravis)” –en
la nota a que hace referencia se ocupa también a los Charranes
árticos (Sterna paradisea), los Paiños de Wilson (Oceanites oce-
ánicus), y los Chorlitos dorados (Pluvialis dominica).
Gómez Cano no podía evitar describirlas: “Las Pardelas del
día 22 (de setiembre) son aves pelágicas del género Puffinus, capa-
ces de deslizarse con gran habilidad sobre las crestas de las olas.
“Su nombre, aún en uso, deriva del color parduzco de su
plumaje y son, desde luego, aves bien conocidas por todos los
marinos ya que al menos cuatro especies, de las más de una do-
cena que sobrevuelan los distintos océanos, deambulan por las
costas peninsulares.
“¿Cuál de todas ellas es la que salió al encuentro de Colón?

79
“No es fácil asegurarlo, pero no sería extraño que se tratara de
la Pardela capirotada, «Puffinus gravis», ya que esta especie co-
mienza en septiembre una espectacular migración que la lleva
desde las costas británicas hasta las
canadienses, para una vez allí virar
el rumbo y atravesar el Atlántico
en dirección sur. Su periplo con-
cluye en las islas del grupo Tristán
da Cunha, donde llega a confi-
gurar colonias de cría con más de
tres millones de ejemplares.
“Es, pues, una especie muy
numerosa, que mantiene, además,
una fidelidad extraordinaria a las fechas en que año tras año
realiza su viaje e, incluso, al día exacto en que procede a deposi-
tar su puesta.
“Esta es la causa de que a finales de septiembre y principios
de octubre se puedan contemplar gran número de Pardelas capi-
rotadas al este del Caribe; precisamente por la zona en que, día
tras día, fueron divisadas por Colón”.
Digamos para completar este detallado desfile de descripcio-
nes de las Pardelas, que ni Guillén ni Varela–Fradejas, prestan
atención a la aparición de las Pardelas en la travesía de Colón, y
que Varela–Gil se descuelgan con un iluminado “ave marina”,
cubriendo así las expectativas del curioso lector. Y el Diccionario
de la Real Academia, para no quedarse atrás, da una definición
categórica e indivisible para evitar cualquier tipo de dudas: “Par-
dela: f. Ave acuática, palmípeda, parecida a la gaviota, pero más
pequeña”.
Para terminar con un baño técnico recurriré al socorrido Wi-
kipedia que siempre tiene algo que decir y abundantes fotogra-
fías para mostrar (de las cuales incluyo en esta nota fotografías de
diversas Pardelas para mostrar sus diferencias o semejanzas):
“Las Pardelas son un grupo de aves pelágicas de la familia Proce-
llariidae, de tamaño medio y provistas de largas alas. Existen más
de 20 especies de Pardelas, las más grandes del género Calonec-
tris y muchas especies pequeñas del género Puffinus.
“Las aves del género Procellaria se consideraban dentro de este

80
grupo, pero basándose en estudios recientes se descubrió que no
están tan relacionados como las aves del género Pseudobu-
lweria y Lugensa que tomaron su lugar. El género Puffinus puede
ser dividido en un grupo de especies pequeñas cercanas al géne-
ro Calonectris y otras más grandes distantes a ambos”.
Agregaré un dato pasado por alto en las descripciones: las Parde-
las suele medir entre 40 o 50 centímetros, pero las hay de mayor
y de menor tamaño. Su peso oscila entre los 400 y los 500 gra-
mos, pero algunas pueden pesar más y otras menos. Concluiré
agregando que la familia Procellariidae, también incluye a los Pe–
treles fulmares, Priones y Fardelas.

Patines
Esta intencionada ampliación permite traer a colación a un
ave citada por lo viajeros a América y que bajo el nombre de
Patines describe Oviedo en su Historia General y natural de las
Indias. Dado lo que se cuenta, resulta factible extrañarse de su
ausencia entre las aves vistas por Colón en sus viajes a las Indias
por su común presencia en su ruta marítima.
“Cuando de España venimos a estas Indias, se ven por todo el
viaje unos pájaros negros, muy
grandes voladores, e andan a
raíz o junto a las ondas de la
mar, y es cosa mucho de ver su
velocidad y cuán diestros andan,
así cómo suben o bajan las on-
das, aunque haya fortuna y ande
brava la mar, por tomar aque-
llos pescados voladores y otros
algunos pescados. Estas aves, cuando quieren, se asientan en el
agua y se tornan a levantar a hacer su oficio como he dicho. Los
llaman los marineros Patines, y son pequeñas aves”.
Años antes en el Sumario de la Natural Historia de las Indias, los
consideraba “una de las aves del mundo que más velocidad traen
en su volar” y que su manera de hacerlo sobre las ondas de las
aguas “no se podía creer sin verse”.

81
Por otra parte, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua
define al Patín como Petrel, y Petrel como: “Ave palmípeda ma-
rina de gran tamaño, con el pico corto y robusto y un borde afi-
lado y cortante; se alimenta de crustáceos, plancton, calamares y
peces, y vive en océanos meridionales y tropicales”. Otras des-
cripciones especifican que es de plumaje pardo negruzco, con el
arranque de la cola blanco y que vive en bandadas, anidando
entre las rocas de las costas desiertas.

82
TÓRTOLA

E
l 23 de setiembre, cuando se hallaban a más de 400 leguas
de La Gomera y en tiempo casi a la mitad del viaje, vieron,
en medio de un mar manso y llano, la aparición de una
tórtola, la única vista en el viaje de ida y en el de regreso en el
Atlántico.
En el resumen del Diario no figura ningún comentario espe-
cial, y tampoco en Las Casas o en Hernando Colón, que solo la
mencionan, pero sin duda alguna ver una tórtola o una paloma
en medio de océano debe ser una buena sorpresa y también una
reafirmación a la siempre frustrada ilusión de la proximidad de
tierra donde poder desembarcar.
Fernández–Aceytuno la identifica como Zenaida spsp, pero
Gómez Cano duda entre la Tórtola común o europea (Streptope-
lia turtur) –considera como algo no demasiado raro que algún
ejemplar descarriado atravesara el Atlántico– “y la ya extinguida
Paloma migratoria (Ectopistes migratorius o Ectopistes canadienses),
que cuando ya entraba en proceso de extinción se contaban ban-
dos de al menos dos mil millones de ejemplares” (¡!).
Sus dudas se basan en la vista de un ejemplar y no de un ban-
do numeroso. También descarta la Tórtola propuesta por Armas:
la llamada “Tojosa” en Cuba y “Rolita” en Puerto Rico (Chamo-
poelia passerina, hoy Columbina passerina), porque sus alas son
“poco adecuadas para grandes desplazamientos marinos”.

83
Finalmente se inclina por identificarla
como la Paloma triste (Zenaida macrura),
cuyo nombre hace referencia a sus largas
remeras centrales, que implican una gran
capacidad de maniobra aérea; la supone
capaz de haber llegado hasta casi la mitad
de océano, “con suma facilidad”, desde las
Antillas o de la costa oriental de los Esta-
dos Unidos.
González Lorenzo reconoce lo difícil
que resulta identificar al “volátil” registrado en el resumen del
Diario. El primer problema consiste en que las columbiformes de
América son especies distintas a las europeas. Sin embargo, elige,
como Gómez Cano al inicio de su descripción, a la Paloma emi-
grante, Ectopistes migratorius, tan abundante en los Estados Uni-
dos, dice, antes de ser extinguida por el hombre civilizado. Tam-
bién supone que la aparición de esa tórtola, como ejemplar aisla-
do, es fruto de alguna tormenta que la arrastró hasta allí.
Aunque no existe razón cierta para suponer a la Tórtola vista
por Colón como la Ectopistes migratorius o Ectopistes canadienses, es
probable que resumir su historia ilustre del proceso evolutivo y
extinción de algunos, o muchos, de los animales vistos por Co-
lón, los conquistadores, los colonizadores y los nativos de Améri-
ca a fines del siglo XV y principios del XVI.
La extinguida Paloma migratoria pertenece al mismo grupo
en que se clasifican las Tórtolas y las Palomas comunes, pero con
sus características propias: “El plumaje era azul en cabeza y dorso,
rojizo en el pecho y blanco en el vientre. Los ojos estaban rodea-
dos de plumaje rojizo a modo de "gafas", y sobre las alas había
algunas motas negras. También eran negras las plumas de los
extremos de alas y cola.
“Las hembras eran menores que los machos y de colores más
apagados. El azul, muy pálido, sólo estaba presente en éstas en la
cabeza y parte de las alas, siendo el resto del dorso cobrizo o leo-
nado. Las patas eran rojizas y desprovistas de plumas en ambos
sexos. Los testimonios de los primeros naturalistas que las des-
cribieron son simplemente asombrosos: las bandadas en plena
emigración eran tan grandes que oscurecían el cielo a su paso y el

84
aleteo que producían todos
sus integrantes generaba una
brisa y un ruido apreciables.
La bandada más grande regis-
trada medía 6 kilómetros de
largo y tardaba varios días en
cruzar una zona, durante los
cuales disminuían la luz y el
calor que recibían sus habi-
tantes”.
A mitad del siglo XIX se supo que la asombrosa población de
la paloma migratoria disminuía a pasos agigantados. Pero nada
pudo hacerse para detener la cacería en todo el territorio esta-
dounidense.
A pesar de calcularse su número en 136 millones de palomas
en 1871, en 1876, solo en Michigan, se cazó a un ritmo de 50
mil palomas al día. Esta masiva y enorme cacería impedía la re-
producción, y a sabiendas de la proximidad de la extinción de la
especie, en 1896 se realizó la cacería de la última gran bandada
formada por 250 mil Ectopistes migratorius.
Se implantaron vedas sin el menor resultado por su continua
violación, y los intentos de conseguir protegerla encerrándolas en
zoológicos, tampoco dieron resultado por la reducida capacidad
reproductora de la especie y por la incapacidad de conseguir la
reproducción en cautiverio.
La última paloma migratoria en libertad de la que se tuvo no-
ticia fue muerta por un niño en Ohio, en 1900.
Años más tarde, la sensibilidad norteamericana conmemoró
la extinción de esta ave colocando una placa en el Instituto
Smithsonian de Washington: “Marta, la última ave de su especie,
murió a la 1 pm, a los 29 años, el 1 de septiembre de 1914, en el
zoológico de Cincinnati”.
Marta había pasado en cautividad sus últimos años, sola y sin
la posibilidad de reproducirse. Al morir se la congeló, se envió a
disecar su cadáver y hasta hoy se la continúa exhibiendo como
un ave inexistente. Fue la última Ectopistes migratorius o Ectopistes
canadienses lograda ver viva por algún ser humano luego de ha-
berse matado a tantísimos millones.

85
Sin duda alguna, esta paloma migratoria del Norte de Améri-
ca, se encontraba entre las muchas aves que Fernández de Ovie-
do describe volando sobre la isla de Cuba: “pasan muchos años
innumerables aves de diversos géneros y vienen de la parte de
hacia el río de las Palmas, que confina con Nueva España, y de la
banda del Norte, sobre la Tierra Firme, y atraviesas sobre las islas
de los alcatraces y sobre la de Cuba, y pasando el golfo que hay
entre estas islas y la Tierra Firme, pasan a la mar del Sur
“Yo las he visto pasar sobre el Darién, que es en el golfo de
Urabá, y sobre el Nombre de Dios y Panamá, en la tierra Firme
en diversos años; y parece que va el cielo cubierto de ellas, y tar-
dan en pasar un mes y más. Y hay desde el Darién al Nombre de
Dios, ochenta leguas grandes”.
A las Palomas o las Tórtolas,
Fernández de Oviedo no les
presta especial atención en sus
descripciones. En un capítulo
cuenta: “Hay en esta isla de
Haití Española muchas Palomas
torcazas por consiguiente (pero menores las unas y las otras que
las de España, cada una en su especie). Tórtolas muy buenas, de
tres o cuatro maneras, y unas mayores que otras”, y en otro: “Se
han traído muchas palomas duendas, y se crían bien y hay mu-
chas de ellas en esta ciudad, en muchas casas, y en los hereda-
mientos y otras partes de esta isla Española, donde hay poblacio-
nes de cristianos.”.

86
DORADO

L
os días 25, 27 y 28 de setiembre, el resumen del Diario de
Colón registra el avistamiento de Dorados, pero no uno, o
pocos, sino muchos, tantos que el 27 “matan” uno y el 28
“toman” dos y más en las otras naves, la Pinta y la Niña.
Durante el viaje de regreso, el 29 de enero figura la nota: “pe-
ces que llaman Dorados vinieron a bordo”, en la cual, me ima-
gino, ese “vinieron a bordo” fue forzado y no voluntario, pues
debieron ser cazados al pasar cerca de las naves, con uno de esos
terribles ganchos metálicos de los tripulantes, aunque, debo de-
cirlo, Alvar supone la llegada a bordo de los Dorados por errar su
salto al tratar de agarrar a los Peces voladores.
A mí me ha llamado la atención que en lugar de decir “pes-
can” se diga “matan” y “toman”, lo cual me lleva a referir la dis-
crepancia que embarga a mis referentes, Fernández–Aceytuno y
Gómez Cano: ¿se trata del Sparus aurata o del Coryphaena hippu-
rus, llamados ambos Dorados, solo que el primero más conocido
en el Mediterráneo y el otro, llamado Dorado en Cuba y Llam-
puga en España?
Gómez Cano se inclina por creer que se trata del esparido
Sparus aurata, de cuerpo alto y lomo amarillento con reflejos
plateados y no de la Llampuga, el Coryphaena hippurus, pez de
amarillento tono en su abdomen, al que por su gran tamaño –

87
llega a medir 2 metros y superar los 30 kilos– no puede producir
confusión con el pez del Mediterráneo al que familiarmente
también suele llamársele Dorada.
Fernández Aceytuno, en cambio, se inclina sin dudar por
identificar el Dorado del resumen del Diario con la llampuga o
lampuga, el Coryphaena hippurus. Aunque, como es lógico, repita
lo referente al tamaño y el peso señalado por Gómez Cano, citaré
integra su descripción del Dorado: “tiene cabeza de delfín y
cuerpo de pez espada. Migra por los mares tropicales y templa-
dos, y aparece, de repente, en la costa valenciana, para desapare-
cer más tarde como vino, en grandes bandos, casi siempre a fina-
les de octubre.
“Los primeros que se tocan suelen ser más pequeños, pero se
trata de un pez muy grande: el macho puede alcanzar dos metros
de longitud y treinta kilos de peso. Suele saltar varios metros por
encima del agua cuando caza peces voladores; y, de noche, cuen-
tan que le atrae la luz artificial; y de
día, la sombra de las algas y de los
barcos.
“Dentro del agua es uno de los
peces más hermosos del mundo: es
dorado, verde por el lomo, y azul y
purpúreo; el vientre es plateado, y
las aletas verdes, azules y amarillas;
pero, en cuanto sale del mar, pier-
de los colores irisados. Tiene una
belleza que no se hizo, ni para el
aire, ni para nosotros”. (Se ha de agregar que a estos “Dorados”
tambien se les llama “Peces–delfín” y se encuentran en todos los
océanos del mundo. En aguas tropicales o subtropicales).
Por su parte, González Lorenzo considera a estos Dorados
perfectamente identificados y señala que mientras Oviedo los
llama en femenino, Doradas, Acosta los llama en masculino,
Dorados. Para él se trata del Lampuga o Llampuga, el Coryphaena
hippurus, y cita a Oviedo: ”las doradas iban sobreaguada, y a veces
mostrando los lomo, y levantaban esos pescadillos voladores a los
cuales seguían para comer, los cuales huían con el vuele suyo, y
las Doradas perseguían corriendo tras ellas cuando caían”.

88
Alvar no duda en señalar que el Dorado es el nombre del
Coryphaena hippurus en Andalucia. También indica que es “un
impenitente perseguidor de peces voladores”, que son citados
por Colón unos días después, lo que me hace suponer –aclara–
que el Dorado sea este no una variedad de Serviola, como en
otros sitios”.
Yo, como con juguete nuevo, recurro a dilucidar el tema a
Ictioterm, y me encuentro con que en Andalucia se distingue el
Dorado de la Dorada. Siendo el primero el Coryphaena hippurus y
el segundo el Sparus aurata. Un dato importante en este asunto es
la medida para poder realizar disquisiciones: el Dorado llega a
medir hasta 2 metros y la Dorada a lo más 70 centímetros.
Otro dato igual de importante: “el Dorado se encuentra en
todo el litoral andaluz pero
no es abundante y su pre-
sencia en las lonjas y merca-
dos es escasa”. En cambio la
Dorada es ampliamente vis-
ta, vendida en los mercados
y muy comercial: es el pesca-
do que se suele comprar comúnmente en las pescaderías.
Ante esta duplicidad de nombre, solo distinguible por el uso
del masculino o femenino, y ante el empleo de “se matan” y “se
toman” los Dorados, me inclino a creer que se trata de la
Llamapuga, el Coryphaena hippurus, pues no me imagino a los
tripulantes de las naves de Colón golpeando con garfios a las
pequeñas Doradas o cazándolas con arpones al acercarse a sus
naves.
Y esta manera de matar a los Dorados también la ratifica
Fernandez de Oviedo al referirse a las Toninas y contar que se las
mataba con fisgas y arpones arrojados cuando pasaban cerca de
los navios, agregando: “y asimismo, de la misma manera matan
muchas Doradas, que es un pescado de los buenos que hay en la
mar” (ha de notarse que las llama Doradas, en femenino, como
ya habia advertido González Lorenzo).
Por otra parte, y es digno de tomarse en cuenta, el resumen
del Diario siempre escribe “Dorados”, y cuando Hernando
Colón hace referencia a estos peces también los llama “Dorados”,

89
e igual Las Casas, quien agrega en su nota del 25 de setiembre:
“vinieron muchos dorados a los navíos, que es un pescado muy
bueno, casi como salmón, aunque no es colorado sino blanco, y
también vinieron otros muchos pescados”.

90
RABIHORCADO

E
l Rabiforcado, en su nombre portugués, y Rabihorcado en
el castellano, apareció dos veces frente a los viajeros del
primer viaje colombino: el 29 de setiembre lo vieron pa-
sar, y el 4 de octubre, ya se posó en la Santa María.
En el viaje de regreso, durante tres días seguidos (18, 19 y 20 de
enero) encuentran Rabiforcados, casi siempre acompañados de
otras aves (Alcatraces, Rabos de Junco, Pardelas y otras no especi-
ficadas).
De todas las aves vistas durante el viaje, el Rabihorcado es la
mejor descrita en el resumen del Diario de Colón: “Vieron un
ave que se llama Rabiforcado, que hace vomitar a los alcatraces lo
que comen para comerlo ella, y no se mantiene de otra cosa. Es
ave de la mar, pero no posa en la mar ni se aparta de tierra 20
leguas. Hay de éstas muchas en las islas de Cabo Verde”.
Las Casas, en su Historia de las Indias, agrega un detalle y ex-
plica con otras palabras la manera de alimentarse del Rabihorca-
do, lo cual sin duda era un conocimiento compartido por todos
los navegantes: “que así llaman aquella ave que tiene la cola par-
tida en dos partes, y esta persigue a los alcatraces hasta que estier-
colizan, y come aquel estiércol y de ello se mantiene”.
Esta indicación de las Casas ya se ha demostrado errada,
pues los Rabihorcados fuerzan al ave atacada a soltar o ex-
91
pulsar lo cogido, a fin de agarrarlo ellos en el aire. No es
estiércol, son peces, calamares o lo que hayan capturado.
Fernández de Oviedo, como ya se señaló, es una referencia
próxima al primer viaje de Colón, e inapreciable para enriquecer
las notas en el Bestiario colombino, hace una larga descripción
digna de ser reproducida en su integridad: “Cuando las naos
están a 200 leguas, o menos, viniendo en demanda de estas In-
dias desde España, se ven otras aves que llaman Rabihorcados.
“Estas son grandes aves al parecer y vuelan mucho, y lo más
continuo andan altos. Son negros e cuasi de rapiña. Tienen muy
largos y delgados vuelos, y muy agudos los codos o encuentros de
las alas, en los cuales y en la cola son más conocidas aves en el
aire que todas las que yo he visto, estando altas. Tienen la cola
mayor y mucho más hendida que los Milanos, y por esto los lla-
maron Rabihorcados.
“Algunas de estas aves tie-
nen la color de un negro que
tira a pardo rubio, y el pecho y
la cabeza blanca, y el papo
abutardado de leonado. Y el
vuelo es como el del Milano
cuando vuela sesgo, porque
estos Rabihorcados poquísi-
mas veces baten las alas. Las piernas tienen delgadas y amarillas y
cortas, y los dedos como de paloma.
“Hay otros de éstos que, como se dijo antes, son todos negros,
y tienen el pico largo, los unos y los otros mayor que el de una
Gavina, mas de aquella misma hechura, al cabo o extremo de él
algo grosezuelo y retornado un poco para abajo. Yo he visto estas
aves más de doscientas leguas dentro en la mar; pero en la Tierra
Firme hay muchos más sin comparación que no en estas islas.
“Dicen los indios de la provincia de Cueva que el unto y en-
jundias de estas aves es muy bueno para deshacer las señales del
rostro y de las heridas, y para unciones de piernas o brazos que se
secan, y para otros males y enfermedades. Se toman con dificul-
tad, sino es en algunas isletas yermas, donde suelen criar, siendo
nuevos.
“En la ciudad de Panamá, año de 1529, acaeció que uno de

92
estos Rabihorcados bajó a un corral, donde había muchas sardi-
nas a curar al sol, porque estas aves son amigas de tal pescado, y
por caso un negro le dio, con un palo que se halló en la mano,
tal golpe en una ala, que se la quebró y cayó allí. Y era de los
grandes, y yo lo tuve en las manos, y la carne de él, después de
pelado, era poco más que la que tiene una paloma, y estando con
la pluma hace muy mayor bulto que un Milano.
“Y son los vuelos de esta ave tan grandes, que no pudiera yo
creer lo que allí vi por experiencia, a ninguno que tal me dijera;
porque muchos hombres de buenos cuerpos, extendidos los bra-
zos, probaron si alcanzarían con su braza de punta a punta de las
alas de este Rabihorcado que he dicho, teniéndolas abiertas e
tendidas, y con más de cuatro dedos, ninguno alcanzó.
“Y quien los ve volando altos en el aire, temía lo que digo por
cosa no creedera. No ignora-
ba Plinio que las aves todas
que han grandes alas, tienen
pequeño cuerpo”.
Oviedo también, al tratar
de los Alcatraces en el Suma-
rio de la Natural Historia de las
Indias, amplia una anotación
del Rabihorcado ya leída líneas antes: “juntamente andan con
estas aves (es el capítulo de los Pelicanos o Alcatraces) otras que
se llaman Rabihorcados…; y así como el Alcatraz se levanta con la
presa que hace de las Sardinas, el dicho Rabihorcado le da tantos
golpes y lo persigue hasta que le hace lanzar las Sardinas que ha
tragado; y así como las echa, antes que ellas toquen o lleguen al
agua, los Rabihorcados las toman, y de esta manera es una gran
delectación verlo todos los días del mundo”.
Gómez Cano que aprueba la descripción de Oviedo, agrega
un par de datos convenientes de repetir: “Se trata de la Fregata
magnificens la única Fragata que deambula por el Caribe” y “su
costumbre de volar a gran altura esperando que otras especies
encuentren un banco de peces para piratearles la comida captu-
rada o la de seguir a Delfines y Atunes con la intención de atacar
los Peces Voladores que estos asustan, no le impide pescar acti-
vamente en superficie”.

93
Y de ahí hace una observa-
ción a lo escrito en el resumen
del Diario de Colón: “La des-
cripción anotada en el diario
indica que Colón ya conocía sus
costumbres alimentarias pero no
su llamativa conducta reproduc-
tora, pues de ser así, seguramente
habría añadido algún comenta-
rio sobre la forma en que, durante ese periodo, el macho procede
a inflar una llamativa bolsa guiar, que confiere a su pecho el
aspecto de un enorme globo rojo”.
González Lorenzo agrega unas descripciones que igual nos sir-
ve para configurar aún más la figura del Rabihorcado o Fragatas.
Por lo pronto las registra como aves que vuelan y planean con
absoluta perfección, y ello se debe a su poco peso, su gran enver-
gadura y esa larga y hendida cola a la que deben su antiguo nom-
bre. Nunca se posan el agua pues sus pequeñas glándulas uropi-
gias no producen grasa suficiente para impermeabilizar sus alas y
teniéndolas mojadas no podrían remontar vuelo. Además de
respaldar la descripción del resumen del Diario sobre sus cos-
tumbres alimenticias, también lo define como la Fregata magnifi-
cens, el Rabihorcado grande. )
Fernández Aceytuno hace un comentario personal lleno
de conocimiento: “Traigo en la memoria de los ojos, los vuelos
acrobáticos de los Rabihorcados, persiguiendo a un Águila pes-
cadora sobre el Guayas. Colón no los llama Fragatas, como se les
suele llamar por piratear el botín de otras aves, ni Rabihorcados,
sino en portugués: Rabiforcados, por haberlos visto en Cabo Ver-
de. ‘Es ave de la mar, pero no posa en la mar’, leo en su diario,
como señalaría después Darwin. ¡Qué gran observador de la Na-
turaleza fue Colón!”; y en otra nota ya había hecho referencia
sobre esta ave: “Por el aire, realizan mil acrobacias, moviendo la
cola ahorquillada como si estuvieran espantando insectos, pero
es verdad que no parecen posarse sobre el agua, tal y como señala
Darwin en El origen de las especies: ‘Nadie, excepto Audubon, ha
visto al Rabihorcado, que tiene sus cuatro dedos unidos por
membranas, posarse en la superficie del mar’. Pescan los Ra-

94
bihorcados sin mojarse”. Ella tampoco duda en identificarla co-
mo la Fregata magnificens.
Alvar también hace referencia a la descripción de Colón y
agrega que el nombre lo recibe por la forma de su cola, mientras
que la rapidez de su vuelo ha servido para su denominación cien-
tífica: Fregata aquila. Antes, en la Introducción de su edición del
resumen del Diario, ya había hecho referencia a “los restos de la
fonética portuguesa que hay en la palabra y, tal como la trascribe
Colón (Raviforçado), se recoge en los diccionarios lusitanos”.
Contra estas descripciones se levanta Morison para después
de reconocer al Rabiforzado como
el pájaro Fragata (Fregata magnifi-
cens), frecuente en las islas de
Cabo Verde y las Costa africana,
acepta como correcta la descrip-
ción de Colón, “pero los ornitó-
logos que he consultado están de
acuerdo con Robert Cushman
Murphy que a este pájaro nunca se le ve a más de 200 millas de
tierra y es incapaz de levantar vuelo desde el agua… (Natural His-
tory, XLIV, 135, 143), y el 29 de septiembre Colón estaba como a
900 millas de la tierra más cercana y a 435 el 4 de octubre. De-
bió, por lo tanto, confundir otro pájaro, tal como la Gaviota, con
el Fregata magnificens”.
Yo solo sonrío.
Antes de concluir con la nota del Rabihorcado, conviene re-
ferirse a una extraña nota del resumen del Diario, correspon-
diente al 18 de enero, durante el viaje de regreso, y que al menos
debería alertarnos sobre lo acertado de las descripciones anotadas
sobre aves y peces.
Pero también podría permitir darse el lujo de señalarlo como
un error excepcional, muy poco comentado por los especialistas,
al que Abelardo González Lorenzo, en la edición de Ramos, seña-
la como “un lapsus de Colón o bien un error de copia de Las
Casas”, y, durante ese mismo año (1995), el profesor Baltar dedi-
có al lapsus colombino o lacasiano una nota titulada irónicamen-
te “Minucias Infelices”.
Esta es la nota: “Por un pescado que se llama Rabiforcado, que

95
anduvo alrededor de
la carabela y después
se fue la vía del Sur-
sueste, creyó el Almi-
rante que había por
allí algunas islas”.
Como se ha leído
a lo largo de esta
reseña, el Rabihorcado es un animal que durante todo el viaje de
ida y todo el viaje de regreso, además de poder leerse en las múl-
tiples referencias consultadas, es definido como ave, y si bien es
cierto que durante el viaje de ida sirvió para hacer imaginar a
Colón la proximidad de islas, ahora, en la anotación del 18 de
enero de 1493, durante el viaje de regreso, a pesar de que cumpla
igual función, resulta poco creíble, y menos aún esperado, leer
que se ha convertido en pez para señalar tan incumplida esperan-
za colombina.
Pero estos problemas biológicos de la transformación de las
aves en peces, deben ser tan frecuentes, que Guillén cae en el
gambito o en la certeza de la inesperada evolución de las especies,
y después del Rabiforcado definido como pez, sigue con otro Rabi-
forcado, pero esta vez diciendo: “debe ser uno de los escualos
llamados Lamia, Lobo o Tintorera”. ¡Vamos, que se ha convertido
en algo parecido al Tiburón!
Y yo vuelvo a sonreír. Aunque esta vez aceptando la posibili-
dad de que así como una Tonina es indistintamente un Delfín o
un Atún, así un Rabihorcado puede ser o bien un ave o bien un
pez que indiaca la proximidad de islas imaginarias. ¡Cosas más
extrañas se han visto!

96
PECES GOLONDRINOS

U
no de los espectáculos más sorprendentes de cruzar
el Océano Atlántico en barco, es ver grupos de Peces
Voladores surgidos de pronto del mar y que em-
prenden raudo vuelo, algunos de los cuales pasan tan cerca
de las naves que permiten examinarlos con atención.
En el resumen del Diario de Colón aparecen registrados
el 5 de octubre, cuando ya estaban acercándose a los mares
caribeños: “Peces Golondrinos volaron en la nao muchos”.
Aunque recurriré, como siempre, a Fernández de Oviedo,
citaré en primer lugar, pues me hizo gracia desde la primera
vez que la leí, la referencia sobre ellos hecha por Alonso En-
ríquez de Guzmán cuando vivió la experiencia en 1534, al
dirigirse a América para recalar poco después en el Perú:
“Hay peces que llaman voladores. Vuelan veinte pasos poco más
o menos. Algunas veces caen dentro, en los navíos por su propia
voluntad. Yo lo vi y lo comí; tienen un sabor a humo –no sé si lo
hizo el fogón en que se asó–, durillos y desabridos. Son de esta
manera los que yo vi: tan largos como un palmo, la cola ancha.
Del lado de las agallas, cerca de la cabeza, le salen dos alas, tan

97
largas como un jeme, tan anchas como una pulgada, tela de ala
de murciélago”.
En el Sumario de la Natural Historia de las Indias, Oviedo se ex-
playa en describir los Peces
Voladores: “Quédame de decir
de una volatería de pescados
que es cosa de oír y es así:
cuando los navíos van en
aquel grande mar Océano
siguiendo su camino, se levan-
tan de una parte y otra muchas
manadas de unos pescados, como Sardinas el mayor, y de esta
grandeza para abajo disminuyendo hasta ser muy pequeños algu-
nos de ellos, que se llaman Pejes Voladores.
“Y se levantan a manadas, en bandas o lechigadas, y en tanta
muchedumbre que es cosa de admiración, y a veces se levantan
pocos. Y como acaece de un vuelo, van a caer a cien pasos y a
veces algo más y menos, y algunas veces caen dentro de los na-
víos.
“Yo me acuerdo que una noche, estando la gente toda del na-
vío cantando la salve, hincados de rodillas en la más alta cubierta
de la nao en la popa, atravesó cierta banda de estos Pescados
Voladores, y íbamos con mucho tiempo corriendo, y quedaron
muchos de ellos en la nao, y dos o tres cayeron a la par de mí,
que yo tuve en las manos vivos y los pude muy bien ver.
“Y eran largos, del tamaño de Sardinas, y de aquella groseza, y
de las quijadas les salían sendas cosas, como aquellas con que
nadan los peces acá en los ríos, tan largas como era todo el pes-
cado, y estas son sus alas. Y en
tanto que estas tardan de enjugar-
se con el aire cuando saltan del
agua a hacer aquel vuelo, tanto se
pueden sostener en el aire, pero
aquellas enjutas, que es a lo más
en el espacio o trecho que es di-
cho, caen en el agua y se tornan a
levantar y hacer lo mismo o se quedan y lo dejan”.
Líneas después, refiere un viaje realizado en 1516 cerca de la

98
isla Bermuda, donde le sucedió una anécdota que lo lleva a mo-
ralizar: “y estando allí cerca, vi un contraste de estos Pejes Vola-
dores y de las Doradas y de las Gaviotas, que en verdad me pare-
ce que era la cosa de mayor placer que en mar se podía ver de
semejantes cosas.
“Las Doradas iban sobreaguadas y a veces mostrando los lo-
mos y levantaban estos Pescadillos Voladores, a los cuales seguían
para comerlos, los cuales huían con el vuelo suyo y las Doradas
proseguían corriendo tras ellos a donde caían. Por otra parte, las
Gaviotas o Gavinas, en el aíre tomaban muchos de los Pejes Vo-
ladores, de manera que ni arriba ni abajo no tenían seguridad.
“Y este mismo peligro tienen los hombres en las cosas de esta
vida mortal, que ningún seguro hay para el alto ni bajo estado de
la tierra; y esto solo debería bastar para que los hombres se
acuerden de aquella segura holganza que tiene Dios aparejada
para quien le ama, y quita los pensamientos del mundo, en que
tan aparejados están los peligros, y los ponen en la vida eterna,
en que está la perpetua seguridad”.
Luego de este colofón moral del Sumario, en su Historia Gene-
ral y Natural de las Indias, vuelve al tema, aunque repite informa-
ción –que se le disculpará– pero agregando nuevos detalles: “Al-
guno preguntará la causa por qué digo que estos Pescados Vola-
dores se hallan a la venida a estas partes, en el grande mar y golfo
del Océano, y no dije a la vuelta, desde estas Indias a España o
Europa.
“Y por sacar de esta duda al lector, digo que aunque a la vuel-
ta se hallan los mismos pescados, así como a la venida, no son
tantos en mucha manera, ni los navíos vuelven por el mismo
rumbo o derrota que acá vinieron, y a la banda del Norte no hay
tantos como por esta otra vía, hacia el Sur o parte de la Tierra
Firme.
“Se hallan desde tan pequeños como un abejoncico, hasta
tamaños como grandes Sardinas. Estos, cuando las naves van
corriendo en su viaje y a la vela, se levantan de una parte y de
otra, a manadas grandes y pequeñas; pero en ellos es grandísimo
e incontable el número de estos Peces Voladores.
“Y de un vuelo, acaece ir a caer espacio de doscientos pasos,
más y menos; y acaece algunas veces caer dentro en las naos, y yo

99
los he tenido vivos en las manos y los he comido. Y son muy
buen pescado al sabor, excepto que tienen muchas espinas del-
gadísimas.
“De cerca o un poco más bajo de las quijadas, les salen dos
alas delgadas y de la forma de aquellas alas con que nadan los
peces y barbos en los ríos; pero son tan largas como es todo el
pescado que las tiene, y estas son sus alas. Y en tanto que aqué-
llas tardan de enjugarse con el aire, cuando así saltan fuera del
agua, tanto se pueden sostener de un vuelo; pero así como son
enjutas (que es, a lo más, el espacio ó trecho que tengo dicho),
caen en el agua y se tornan a levantar, y hacen lo mismo o se
quedan debajo y no salen.
“Es muy buen pescado de comer, aunque tiene muchas espi-
nas, como dije antes; pero son tan delgadas, que aunque se tra-
guen algunas, ni hacen mal ni mucho empachan, y son de muy
buen sabor.
“Tienen la cabeza algo redonda
como Albures, y el color del lomo
es como azul, del color que está el
agua cuando el cielo está muy claro
y desocupado de nubes y sereno.
Esto es cuando estos peces son de
cerca de la Tierra Firme, porque los
que están más engolfados en la mar, no son tan azules.
“En las mares de España, me dicen a mí los marineros que
hay de estos pescados mismos y de otros mayores que vuelan y se
llaman Golondrinos; pero yo nunca los he visto allá, en cuantas
veces he ido y venido por este camino, ni tampoco aunque desde
España fui en Flandes y volví a Castilla por la mar.
“En lo de por acá, de estas Indias, yo escribo lo que he visto y
experimentado de estos Pejes Voladores”.
Para Gómez Cano, “la especie más característica del Atlántico
es Exocetus volitans, cuya área de distribución se centra sobre el pa-
ralelo 23 y que fue, probablemente, la que divisaron Colón y sus
hombres”.
Otro punto de vista, aunque seguramente complementario, es
el expresado por González Lorenzo al decir que estos peces, ac-
tualmente llamados Peces Voladores, “pertenecen a la familia

100
Exocetidos, y una de las especies más abundantes en el Atlántico
tropical es precisamente el Hirundichtys rondeletti”.
Fernández Aceytuno se refiere a los Peces Golondrinos como
Dactylopterus volitans, y supone que serían los Peces Voladores
tropicales de los cuales se alimenta el Dorado.
Por su parte, Alvar se arma todo un lio sobre los Peces Go-
londrinos: “‘Peces Golondrinos volaron en la nao muchos’. Falta
el pez en Viera y en Nomenclatura de F. Lozano; no da nombres
L. Lozano (p. 39) y Palombi–Santarelli (p. 17) recogen Pez Vola-
dor y Golondrina del Mar (Gypselurus heterurus). El DRAE atesti-
gua Golondrino, pero remite a la forma femenina; ignoro el valor
de esta documentación”.
Sin embargo, y quizá sea una definición más reciente, el
DRAE define de una forma poco común para sus definiciones
que podríamos considerar científicas: “f. Pez teleósteo marino,
del suborden de los acantopterigios, de cuerpo fusiforme, que
puede alcanzar los 60 cm de largo, con el lomo de color rojo
oscuro y el vientre blanquecino y con aletas torácicas muy desa-
rrolladas que le sirven paras volar fuera del agua”.
En Andalucía, siguiendo a Ictioterm, es clara su identificación
como Pez Volador, el Cheilopogon heterurus, y luego de caracteri-
zarlo por su capacidad de dar saltos fuera del agua y planear lar-
gas distancias impulsado por sus amplias aletas pectorales, agrega
un dato que le encantaría a Fernández de Oviedo: ”Su presencia
en lonjas y mercados
es escasa, ya que se tra-
ta de una especie esta-
cional, que a veces se
captura en las alma-
drabas durante la épo-
ca de la pesca del Atún
(Thunnus thynnus)”.
Theodore de Bry,
en el XVI, realizó un
curioso dibujo de Pe-
ces Voladores rodean-
do una nave. Para los
marineros y los viaje-

101
ros era un estupendo espectáculo verlos saltar sobre el agua
mientras su nave cruzaba el Atlántico para llegar a América, y
aún lo sigue siendo, en pleno siglo XXI.
Hace poco tiempo, el National Geographic publicó una intere-
sante explicación sobre el vuelo de estos curiosos peces: “El pro-
ceso de levantar el vuelo, o planear, comienza por alcanzar una
alta velocidad bajo el agua, unos 60 kilómetros por hora.
“Dirigiéndose hacia arriba, el Pez Volador traspasa la superfi-
cie y comienza la operación de despegue moviendo rápidamente
la cola mientras aún está bajo el agua. Entonces se remonta en el
aire, alcanzando en ocasiones una altura superior al metro, y
planeando a lo largo de una distancia de hasta 200 metros.
“Cuando se encuentra de nuevo próximo a la superficie, pue-
de batir su cola y seguir volando sin tener que regresar comple-
tamente al agua. El Pez Volador es capaz de continuar volando
de ese modo, y se han visto ejemplares que han alargado su vuelo
con sucesivos planeos, abarcando distancias de hasta 400 metros.
“Los Peces Voladores, al igual que muchos animales marinos,
se sienten atraídos por la luz, y los marineros se aprovechan de
ello con notables resultados. Llenan canoas con una cantidad de
agua suficiente para que el pez se mantenga vivo, pero no para
que pueda impulsarse hacia fuera y fijan en ella una luz a modo
de señuelo por la noche. De este modo capturan Peces Voladores
por docenas. En la actualidad estos animales no están incluidos
en ningún estatus de protección”.
Es una situación bastante común hallar en los puertos oceá-
nicos tenderetes llenos de Pe-
ces Golondrinos puestos a se-
car, para la venta a turistas
que felices se los llevan a sus
casas a fin de mostrar al re-
greso de sus vacaciones no sé
si un animal que los entretuvo
con sus vuelos saltarines o un
pequeño monstruo que les lla-
mó la atención al identificarlo como un pez que tenía alas y vola-
ba.

102
ÁNADES

E
l resumen del Diario de Colón solo registra haber visto
Ánades en la travesía por el océano. Sucede cuando ya
están muy próximos a la costa, el 8 de octubre. Sin embar-
go no tenemos ningún dato para identificarlos: “Muchos pajari-
tos (de campo y tomaron uno), que iban huyendo al sudueste,
Grajaos y Ánades y un Alcatraz”.
A este respecto, Gómez Cano es bastante concluyente: “En
cuanto al Ánade, nada sabemos sobre la pauta cromática de su
plumaje, la forma de su pico o sus dimensiones aproximadas.
Imposible, por tanto, obtener ninguna conclusión mínimamente
defendible”.
González Lorenzo, por su parte, comparte igual opinión: “Re-
sulta imposible dilucidar qué especie de Ánades observó Colón”,
pero agrega que la zona en que se hallaban es la más frecuentada
por las aves emigrantes de los Estados Unidos yendo a las Anti-
llas y a Sudamérica, destacando entre ellas las Ánades, que adop-
tan, como otras aves, la típica forma en V para volar en grupo.
En realidad, un Ánade no pasa de ser un pato. Y Aceytuno
también acierta registrándola como de la familia de las Anatidae.
El Diccionario de la Real Academia Española es concluyente
en su simpleza: “1. M of. Pato (//ave)// 2. M. o f. Ave con los
mismos caracteres que el pato.
En fin: todo aquel que anda como Pato, come como Pato,

103
nada como Pato, vuela
como Pato y persigue a
las Patas, es un Ánade.
De las 150 especies de
la familia, yo me inclino a
creer que vieron simple-
mente a unos Patos, a
cualquier tipo de Patos, y
no me complicaría la vida
tratando de escoger uno entre tanto Pato como hay caminando,
volando y nadando en el mundo.

104
TIBURÓN

E
l resumen del Diario señala que el viernes 25 de enero,
“Mataron los marineros una Tonina y grandísimo Tibu-
rón, y diz que lo habían bien menester, porque no traían
ya de comer sino pan y vino y ajes de las Indias”, anota-
ción repetida por Las Casas en un nuevo apartado de la Historia
de las Indias que abarca del 22 al 31 de enero de 1493, pero pasa-
do por alto por Hernando Colón en la Historia del Almirante.
Las pocas personas
interesadas en averiguar
qué tipo de Tiburón fue
el que mataron los mari-
neros colombinos, deben
enfrentar un verdadero
problema. Se sabe de la
existencia de más de 350
especies de Tiburones
viviendo por los diversos
mares del planeta.
Gómez Cano descarta al Tiburón Ballena, el Rhincodon typus,
el mayor de todos los peces, capaz de alcanzar hasta 18 metros de
largo, pues cree que excepcional tamaño hubiera merecido mayor
comentario, además de de que estos tiburones suelen viajar
105
acompañados de grandes bancos de Atunes, lo que tampoco se
menciona en el resumen del Diario y en las otras dos fuentes.
Por eso, Gómez Cano se inclina por el Tiburón Blanco, el
Carcharodon carcharis, que puede llegar a medir hasta 10 metros, y
a pesar de ser muy peligroso para los nadadores, no opone re-
sistencia cuando es capturado.
Pero Gómez Cano también está convencido de que se trata de
una especie solitaria y de un tamaño capaz de llamar la atención
a los marineros como para especificar que era “grandísimo”, tal
como registra el resumen del Diario y repite Las Casas en su
Historia de las Indias.
Para González Lorenzo, a pesar de que “se conocen más de
300 especies de Tiburones, pocas de ellas merecen ver que sus
ejemplares sean calificados como grandísimos. De la especie lla-
mada Tiburón Ballena ya hemos hablado anteriormente; pero no
resulta lógico pensar que
Colón esté hablando de
ella, y si en cambio del
Tiburón Tigre (Galecerdo
cuviere), cuya captura se
realiza con relativa facili-
dad y al cual describe
Covarrubias como ‘un
pescado grande que sigue a las naves que van a las Indias, y es
muy tragón y engulle todo cuanto cae de ellas en el mar’”.
Aquí se vuelve a tener la misma sutileza que en el caso de la
Ballena. Para Colón, como para los marineros, seguramente un
Tiburón era un Tiburón, y si se sorprenden del tamaño, este
igual podría ser de 6 metros o algo menos o más. Sacar del mar,
un animal de ese tamaño debe resultar no solo sorpresivo sino
espectacular para quien lo pesca y para quienes lo suben a la
nave, y más aún en esos años de finales del siglo XV.
De todos modos, para matar un Tiburón grande se requiere
de un arpón y no de un garfio, pues se requeriría mucha fuerza
no solo para clavárselo sino para evitar que el animal de un cole-
tazo y se aleje de la nave y del cazador con el arma clavada; tam-
bién cabe dentro de las posibilidades que el animal tuviera una
muerte instantánea al serle clavado el garfio en una zona mortal

106
para él, pero eso casi es ya cuestión de suerte. Sigo creyendo que
es muy complicado matar a un Tiburón con un garfio y supongo
igual de complicado subirlo a bordo, teniendo en cuenta que la
Niña debía medir de largo poco más de 25 metros y de ancho
alrededor de 7.50 metros.
También puede creerse como posibilidad que el tremendo
Tiburón fuera matado con un tiro de lombarda o con un peque-
ño falconete, ambas piezas de artillería llevadas en las naves co-
lombinas al salir de Palos.
En cuanto a la eliminación del Tiburón Ballena porque este
acostumbra nadar acompañado
de un banco de atunes, justa-
mente el hecho de que se mata-
ra simultáneamente a la caza del
Tiburón a una Tonina, refuerza
la posibilidad pues, como he-
mos visto, para las Casas y para
Hernando Colón, Tonina es si-
nónimo de Atún, tal como especifican con claridad al referirse a
ella en sus libros (aunque no sea así en el resumen del Diario).
Pero, en fin, lo cierto es que ven un Tiburón grandísimo, lo
matan y lo suben a borde felices de la vida pues ya casi no tenían
qué comer “sino pan, vino y ajes de las Indias”.
Como todos los viajeros primitivos, Las Casas también se in-
teresa por los Tiburones y en su Apologética Historia hace una
descripción de ellos: “Hay en la mar y entran también en los ríos
unos peces de hechura de Cazones o al menos todo el cuerpo, la
cabeza bota y la boca en el derecho de la barriga, con muchos
dientes, que los indios llamaron Tiburones, bestia bravísima y
carnicera de hombres. El mayor tendrá de largo diez o doce pal-
mos; de gordo, por lo más, poco menos que un hombre.
“Tranzan una pierna de hombre y aun de un Caballo dentro
del agua; son muy golosos, con que cualquiera cebo que pongan
de carne o pescado en un anzuelo de cadena, luego caen y se
toman.
“Historias hay de lo que tragan; cualquiera cosa que se eche
de los navíos a la mar, y aunque sea estiércol, lo engullen sin
dejar nada. Después que los toman y abren el buche se hallan

107
dentro todas las cosas que han tragado, y ha acaecido pedazos de
botijas de barro hallarse dentro del buche, y creo que yo he visto
algo de ello si no lo he olvidado.
“Si una vez los prenden con el anzuelo, y al subir en el navío,
como es muy pesado, se desgarra, no por eso escarmienta, sino
que por su golosina, tornándole a echar cebo, tarde que tem-
prano, si la nao no anda mucho es tomado.
“Se come como Cazón, bien harto y cubierto de ajos, y con él
hartas veces se mata en los navíos el hambre”.
Un colofón feliz a esta nota lo complementa Fernández de
Oviedo, a quien recurro como siempre para que con un largo
capítulo explique y nos saque de dudas sobre la forma como eran
cazados y muertos en el siglo XVI, además de una serie de deta-
lles curiosos y sorprendentes para el lego sobre las costumbres de
tan sanguinario animal, incluyendo los secretos de su reproduc-
ción.
Pero antes, como aperitivo, citaré al padre Acosta, quien
cuenta: “de los Tiburones y de su increíble voracidad, me maravi-
llé con razón cuando vi que de uno que habían tomado en el
puerto que he dicho (de Barlovento) le sacaron del buche un
cuchillo grande carnicero, y un anzuelo grande de hierro, y un
pedazo grande de la cabeza de una vaca con su cuerno entero, y
aun no sé si ambos a dos”.
Y ahora disfrutemos de la narración de Fernández de Oviedo:
“Puesto que en los mares e
costas de España hay Tiburo-
nes, y no sea hablar en animal
no conocido, diré aquí lo que
he visto en este gran golfo del
mar Océano y en estas costas
de las islas y Tierra Firme de
estas Indias.
“Acaece muchas veces, vi-
niendo las naves a la vela, o andando en su navegación engolfa-
das, o por las costas de estas Indias, que los marineros matan
muchas Toninas y Votos y Marrajos y Doradas y de estos Tibu-
rones y otros pescados, con arpones y fisgas y anzuelos de cadena,
y así usan del instrumento de cada cosa de éstas, como lo requie-

108
re la forma del pescado; pero dejemos los demás, pues que el
capítulo se intituló para los Tiburones, y de éstos se diga algo.
“Porque aunque en las mares de España, corno he dicho, los
hay, son por acá más comunes y más particularmente vistos e
muertos a menudo o continuamente a causa de esta navegación.
“Y éstos, aunque también se arponan y les tiran, cuando son
pequeños, con la fisga, con los mayores es menester otra forma
para matarlos, porque son grandes pescados y muy ligeros en el
agua, y muy carniceros y golosos.
“Cuando vienen a las naos, andan sobreaguados y muy cerca
de la superficie del agua: así que muy claramente se ven. Enton-
ces ponen los marineros por la popa de la nao un anzuelo de
cadena, tan grueso como el dedo pulgar, y tan largo como un
palmo y medio o más, encorvado, como suelen ser los anzuelos; e
las orejas de este arpón son a la proporción de la graseza que es
dicho, y al cabo del asta del anzuelo tiene tres o cuatro o más
eslabones de hierro, gruesos, y del último de ellos atada una
cuerda o soga de cáñamo tan gruesa como dos o tres veces el
anzuelo; y ponen en él un grande pedazo de pescado o de tocino
o carne cualquiera, o parte de la asadura de otro Tiburón, si le
han primero muerto; porque en un día he visto tomar diez de
ellos, y no querer matar todos los que pudieran.
“Así que, tornando a la manera de cómo los pescan, va la nao
corriendo con todas sus velas, y los Tiburones andan tanto e más
que ella, por buen tiempo que lleve, y la siguen y van sobreagua-
dos, comiendo la basura e inmundicias que se echan de la nao.
“Y es tan suelto el Tiburón, que da alrededor de la nao las
vueltas que él quiere, y pasa adelante y torna atrás tan fácilmente,
más suelto o con más curso y velocidad que la nave corre, cuanto
correrá un suelto hombre más que un niño de cuatro años. Y
acaece seguir la nao, sin dejarla, doscientas leguas y más; y así
podría todo lo que él más quisiese.
“Pues yendo por popa, rastrando el anzuelo, según es dicho,
como el Tiburón lo ve, trágalo todo; y como se quiere desviar con
la presa, por tirar de la nave, se le atraviesa el anzuelo y le pasa
una quijada, y le prende.
“Y son algunos de ellos tan grandes, que son menester doce e
quince hombres para meterle en la nao. Y como le llegan, tiran-

109
do de la cuerda que he dicho, a la nao, da con la cola tales golpes
en ella, que parece que ha de romperla y meter las tablas de ella
dentro; pero así como le han subido sobre la cubierta, un mari-
nero prestamente con el cotillo de una hacha le da en la cabeza
tales golpes, que presto le acaba de matar.
“Hay algunos de doce pies y más de largo, y en la groseza, por
mitad del cuerpo, tiene seis e siete palmos y más en redondo.
Tienen muy grande boca, a proporción del cuerpo, e algunos de
estos Tiburones y aun los más, tienen dos órdenes de dientes en
torno, continuadamente, la una cerca de la otra; pero cada cir-
cuito de estas dentaduras por sí y distinto, y muy espesos y fieros,
y almenados estos dientes en partes en un mismo diente, como
sierra, hechas puntas19.
“Muerto el Tiburón, le hacen lonjas y tasajos delgados, y los
ponen a enjugar por las cuerdas de las jarcias de la nave por dos
o tres días y más, colgados al aire. Y después los comen cocidos o
asados y con aquella salsa común de los ajos; también lo comen
fresco. Y yo los he comido de la una y de la otra manera; pero los
pequeños, que llaman Haquetas, son mejores.
“Es buen pescado para la gente de la mar, y de grande basti-
mento para muchos días, por ser grandes animales; pero no es
tan bueno para los pasajeros y hombres no acostumbrados a la
mar. Es pescado de cuero, como los Cazones y Tollos; los cuales y
el dicho Tiburón paren otros sus semejantes vivos, como los
Lobos Marinos y como los Manatís
“Estos Tiburones, ni los Tollos, ni los Cazones, ni los Mana-
tís no tienen pelo, sino cuero, y paren otros sus semejantes vivos.
“Tornando, pues, a los Tiburones, estos animales muchas ve-
ces salen de la mar y suben por los ríos, y no son menos peligro-

19
Los dientes como sierras, que describe Oviedo, lleva a pensar que se trata del
Tiburón blanco, Carcharodon carcharias (Familia Lamnidae), devorador de hom-
bres, que en aquellos tiempos seria más abundante que ahora. Esta descripción
descarta otros tipos de Tiburones –palabra que engloba a muchas especies-, en
especial a los Cazones (Galeorhinus galeus), término que en Andalucia engloba a
seis especies de escualos menores. De todas maneras, en la familia Carcharhini-
dae hay por lo menos 10 especies más y cualquiera de ellas también podría ser la
pescada por los marineros colombinos (Ictioterm). Sin embargo, la información
dada por Colón no permite sacar estas conclusiones que surgen de lo escrito
por Oviedo.
110
sos que los lagartos grandes en la Tierra Firme, porque también
los Tiburones se comen los hombres y las vacas y las yeguas, y son
muy dañosos en los vados de los ríos y donde son avezados o
están ya cebados.
“Muchos de estos Tiburones he visto que tienen el miembro
viril o generativo doblado. Quiero decir que cada Tiburón tiene
dos vergas o un par de armas, cada una tan larga como desde el
codo de un hombre grande, a la punta del mayor dedo de la
mano, e algunos mayores e menores, a la proporción o grandeza
del Tiburón; pero el Tiburón que es de siete u ocho pies de lar-
go, y de ahí adelante, tiene estas armas del tamaño que he dicho.
“Yo no sé si en el uso de ellas las ejercita ambas juntas en el
coito, o cada una por sí, o en diversos tiempos; porque esta parti-
cularidad (digo el ejercicio o coito) ni lo he visto ni oído; pero he
visto matar muchos de ellos, e todos los machos tienen estos
instrumentos para engendrar, como he dicho, doblados, e las
hembras sola una natura.
De que se colige que es
más potente para recibir
que el macho para obrar.
Cosa común es ser conce-
dida tal potencia al sexo
femenil.
“Y acaece que matando
algunas hembras poco antes del tiempo en que habían de parir,
les hallan en el vientre muchos Tiburones pequeños. E yo he
visto algunas a quien se han hallado algunos; pero no en tanta
cantidad cuanto he oído muchas veces decir al licenciado Alonso
Zuazo, oidor que es en esta Audiencia Real, él vio sacar del vien-
tre de una de estas animalias treintaicinco Tiburoncillos, están-
do este licenciado y otros cristianos perdidos en las islas de los
Alacranes, co-mo lo escribo adelante, en el último libro de los
naufragios. El cual es caballero y hombre de mucha autoridad, y
a quien se le debe dar crédito, y sin él a otros muchos que lo
testifican, aunque no en tanto número”
Sobre este aspecto concluiré la nota con una observación de
Cobo: “Este pece es muy grande, de doce pies y más largo, y de
grueso seis o siete palmos; de cuero duro y áspero, de gran cabeza

111
y boca con dos o tres andanas de dientes agudísimos como sierra.
“En la figura es tan parecido al Cazón, que es opinión de mu-
chos no distinguirse de él en especie; y no es pequeño argumento
ver que algunas veces se cogen Tiburones hembras con los vien-
tres llenos de Cazoncillos vivos de dos palmos de largo, los cuales
son muy tiernos y de comida regalada.
“Me dijo una vez acerca de esto un pescador en esta ciudad de
Lima, haberle valido una vez un Tiburón catorce pesos, porque le
halló en el vientre veinticinco de estos Cazones, los cuales vendió
a cuatro reales cada uno.
“Son los Tiburones, así en la mar, como en las bocas de los
ríos, donde entran, muy dañosos y carniceros, porque han muer-
to y comido muchos hombres. Parten de un bocado una pierna o
muslo, y aun por medio del cuerpo a un hombre; lo cual es causa
de que donde son frecuentes y están cebados, no se atreve nadie
a entrar a nadar”.
Y aun agregaré la definición de Guillén: “Tiburón: m. El es-
cuala. Es raro que teniendo este escualo tantos nombres adoptó
Colón el genérico, que tan poco emplean los marineros: boqui-
dulce, cañabota, marrajo, jaquetón, tintorera, etc. Pero la estam-
pó Colón por ser novedad, pues es voz Caribe, que no escapó de
comentar un piloto portugués traducido por Ramusio”.
A pesar del origen caribeño de la palabra, como bien explican
desde los tiempos colombinos los viajeros y posteriormente los
especialistas, la Real Academia continúa considerando el nombre
Tiburón como una voz de origen incierto. Séale el Diccionario leve.

112
PEZ EMPERADOR
----------------------------------------

S
i como afirma Hernando Colón en su Historia del Almiran-
te, en su libro solo pondrá lo que le parece necesario y
conveniente de lo escrito en el ejemplar de la copia del
Diario de la primera navegación de su padre, entonces
debe aceptarse que todo lo incluido en el libro que no figura en
el resumen del Diario realizado por Las Casas, son escritos de
Cristóbal Colón, quizá resumidos, pero provenientes, sin duda
alguna de lo anotado por él durante su viaje a las Indias desde el
3 de agosto de 1492 hasta el 15 de marzo de 1493.
Por eso, debe aceptarse en este Bestiario –como ya hizo, por
ejemplo, con el Garjao de color negro, la Tiñosa, y con la defini-
ción de la Tonina como Atún– la anotación correspondiente al
30 de setiembre: “vieron también muchos Peces Emperadores,
análogos a los llamados Chopos, que tienen la piel durísima y no
son buenos para comerlos”, la cual no figura en la Historia de las
Indias ni en el resumen del Diario, ambos libros escritos por Las
Casas
Y aquí surge un problema pues hay grandes dudas sobre la
identificación de estos Peces Emperadores, e iguales cavilaciones
sobre a cuál pez identificar como el desagradable Chopo, de piel
dura y mal sabor.
Comencemos con el planteamiento proveniente de González
Lorenzo: la gente de mar llama Emperador al Luvaro (Luvarus
imperialis) y al Pez Espada (Xiphias gladius). Y como estos dos pe-
113
ces son ampliamente conocidos y muy sabrosos a la hora de co-
merlos, no se entiende la comparación de Hernando Colón con
los incógnitos Chopos.
Gómez Cano es contundente al negar que se trate del Pez Es-
pada pues tal designación es posterior a esos años, y tanto es así
que Fernández Oviedo lo describe perfectamente bajo el nombre
de Pez Vihuela.
El problema en su opinión, es más bien saber cuál es el pez de
la comparación: el Chopo. A primera vista podría ser el Spon-
dylosoma cantharus, habitante de las costas españolas y bien cono-
cido por los marineros colombinos. Pero igual podrían ser el
Kyphosus incisor, la Chopa amarilla, o el Kyphosus setatriz, la Cho-
pa blanca, peces caribeños, especialmente cubanos, abundantes
en esas aguas y muy parecidos al Spondylosoma cantharus. Pero aún
hay un tercer candidato para aspirar a ser el Chopo; el Luvarus
imperialis, al que por su tamaño, hasta dos metros, se conoce
como el Emperador. Sin embargo, y como debe decirse todo, no
se parece en nada a los anteriores y es un animal tan poco cono-
cido en la actualidad que posiblemente también lo fuera en
1492.
Por su parte, Ictioterm bajo el nombre Emperador describe al
Tetrapturus pfluegeri, y otro que también podría llamarse así, el
Xiphias gladius, pero que es más conocido como Pez Espada.
Para mí, he de confe-
sarlo, los dos me parecen
muy similares y dudo de
poder distinguirlos si los
veo en el mar. Y final-
mente, para Ictioterm, el
Chopo es una especie de
Sepia, con lo cual concluyó que esta vez los pescadores andaluces
no me servirán para identificar al Chopo, que, sin duda alguna
debe ser un nombre exclusivamente caribeño para algún pez
“análogo” al Pez Espada.
Para un curioso como yo, el Pez Espada, aunque se oponga
Gómez Cano, es un pez muy conocido desde la antigüedad, y
como lo encuentro también en Aristóteles y en Plinio, me in-
clino a creer, sin más razón que la intuición, que el Pez Empera-

114
dor de Hernando Colón es el Pez Espada, nombrado también en
Ictioterm como Xiphias gladius.
Y como se asegura que Fernández de Oviedo lo describe muy
bien, volveré a recurrir a él para enriquecer este Bestiario colom-
bino.
Pero adelantaré que un Pez Espada puede llegar a medir 4
metros y alcanzar un peso de 500 kilos, pero esta referencia es a
las hembras, pues el macho es más pequeño y apenas logra su-
perar los 130 kilos, lo cual también es una curiosidad de la Natu-
raleza.
Y dice Fernández de Oviedo: “Del peje llamado vihuela e de sus
armas. El peje o pescado, llamado vihuela es grande animal, e la
mandíbula u hocico alto o superior de él, es una espada orlada
de unos colmillos o navajas
de una parte y de otra, tan
larga como un brazo de un
hombre, y algunos mayores y
menores, según la grandeza e
cuerpo de este animal que
tales armas tiene20.
“Yo le he visto en el Da-
rién, en la Tierra Firme, tan
grande, que un carro con un
par de bueyes tenía harta carga y peso que traer en él desde el
agua hasta el pueblo.
“Estas espadas que digo, están llenas de unas puntas de hueso
macizas y recias, y muy agudas o punzantes, de una parte y otra
de la espada, con la cual no se le para pescado delante sin que
mate.
“Y también hay estos pescados en las costas de esta y de las
otras islas de estas partes.
“Estos pescados me dicen a mí los hombres de la mar que los
hay en España; pero sin estas puntas o púas en las espadas. No sé
si lo crea, porque en algunos templos en España las he visto col-
gadas; pero no sé de dónde las han llevado o si las hay en el mar
20
El pez descrito por Fernández de Oviedo es, sin la menor duda, el llamado
Pez Sierra (Pristis pristis), caracterizado por un largo apéndice bucal plano y con
dientes a los lados. Este pez mide de 5.5 a 7 metros y pesa hasta 350 kilos.
115
de España así fieras;
más acá, en estos mares
de las Indias y Tierra
Firme, muchas de éstas
he visto de la manera
que tengo dicho.
“Son buenos pesca-
dos de comer; pero no
tales como los pequeños de ellos mismos y de otros de los meno-
res de otras especies, porque por la mayor parte los pescados muy
grandes no son sanos acá (a lo que yo he entendido), e las más
veces se comen por necesidad, excepto el manatí, que aunque
son muy grandes, son muy buenos e sanos”.
Aunque suene extemporáneo, re–cogeré aquí la descripción
del Pez Espada por el Padre Cobo, que si bien hace referencia en
el siglo XVII al sur del continente americano (Perú, sobre todo),
sus descripciones son acertadas y curiosas.
“El Peje–Espada es de la grandeza de un buen becerro, y pues-
to caso que no sea el mayor de la mar, a lo menos es el más fuer-
te y bravo que se conoce en el agua.
“En el hocico superior tiene una espada tan larga como el
brazo de un hombre, y algunos la tienen mucho mayor, de cuatro
dedos de ancho, y orlada de unos colmillos o navajas de una
parte y otra, con que hiere y mata a cuantos pescados se les po-
nen delante.
“Hay Peje–Espada
tan grande, que una
carreta con una yunta
de bueyes tiene harto
que llevar.
“Pelea frecuentemente con las Ballenas, y es una riña muy
sangrienta y de ver, porque a veces las viene a matar.
“Se crían en toda los mares de las Indias del Norte y del Sur, y
se matan muchos en el puerto de Paita. Su carne fresca, es comi-
da regalada, y mucho más echada en salmuera, porque suple la
falta de Atún y se lleva de este pescado así salado muchas botijas
a todas partes y pasa plaza de Atún, y tal nombre le dan donde
quiera”.

116
A continuación de su descripción del Pez Espada, el mismo
Padre Cobo cuenta una historia sobre un pez al que llama Pez
Unicornio, y que resulta ser, como me ha indicado un buen
amigo que sabe de estos peces, que probablemente se trata no de
una grandísima hembra de tiburón sino del Narval (Monodon
monoceros), un cetáceo muy-muy grande, provisto de un cuerno
largo y duro, que trae a la memoria al mitológico Unicornio.
Estos cetáceos suelen medir entre 4 y 4.5 metros y pesan entre
1.000 y 1.500 kilos. El característico cuerno puede llegar a medir
hasta 3 metros y tienen la forma de un sacacorchos.
“En la travesía de mar que se pasa navegando de Panamá a es-
te reino del Perú sucedió, hacia los años de 1610, que viniendo
navegando un navío le dio tan terrible golpe un pece extraño y
de grandeza descomunal, que pensando los que venían en él que
había topado en algún bajío, se tuvieron por perdidos.
“Vieron luego ensangrentada el agua de la mar, y el pece que
se había encontrado con el navío, muerto y sobreaguado. No
supieron por entonces lo que era, hasta que, acabado el viaje, al
descargar la nao, hallaron un
cuerno fortísimo clavado en su
costado, que lo había pasado
todo y entraba dentro un palmo,
que también había clavado en
un barril de herraje que estaba
arrimado al costado del navío.
“El cual cuerno se le tronchó
al pescado cuando lo clavó en el
navío, y fue gran providencia de Dios y misericordia que usó con
aquella gente, porque si el pece sacara el cuerno, no hay duda
sino que por el horado que hizo se anegara el navío y se ahogaran
cuantos en él venían.
“No se sabe que especie de bestia marina sea ésta, y por la se-
mejanza en el cuerno al unicornio, le damos este nombre.
“Venía en aquella nao un mancebo natural de la villa de
Montoro, llamado García de Lara, muy gran contador y escri-
bano, a quien poco después llamó Dios con particular vocación a
la Compañía de Jesús, adonde vivió y murió con nombre de san-
to; el cual se acordaba mucho de este suceso y solía contarlo con

117
agradecimiento a nuestro Señor, por haberlo librado de aquel
peligro”.
Completaré la historia de Cobo citando a Plinio: “Trebio Ni-
gro dice que Xiphias, o sea, el Pez Espada, tiene el hocico afilado
y que hunde las naves agujereándolas”.
La nota puesta a este registro de Plinio dice: “Este pez es lla-
mado indistintamente en griego Xiphias o en latín, Gladius (espa-
da). Saint Denis cita algunos testimonios de ataques de Peces
Espada contra barcos, no obstante, la mayor parte de las veces
lleva las de perder el pez, que no puede sacar su afilada mandíbu-
la superior una vez que la ha
hundido en el caso de la nave”.
Covarrubias en la entrada
“Espadero” consigna: “Hay un
pez que llaman Pez Espada; en
griego Xiphias. Tiene en el rostro
un hueso fortísimo en forma de
espada, y con él hace gran riça, y
de él tomó el nombre griego y le
dieron el mismo los latinos;
porque Xiphias vale tanto como
Gladius, según está dicho arriba. Suele en el mar océano envestir
con un navío y horadarle con la espada y echarlo a fondo”.
Como apuntamiento final, diré que en nuestro idioma, y de
acuerdo a la Academia de la Lengua, el Emperador es el Pez Es–
pada, con lo cual, al parecer, no está nada dicho, y yo me retiró
encantado por el acierto de mi intuición y el gusto de haber ha-
blado en esta nota, además del Pez Espada, del Pez Sierra y del
Narval.

118
ÁGUILA

C
omo colofón al viaje de regreso, en el resumen del Diario
de Colón se registra que el 25 de febrero, al segundo día
de haber comenzado la navegación para Castilla, “Vino a
la carabela un ave muy grande que parecía un Águila”.
A esta ave no se le ha prestado atención, al menos mis infor-
mantes no hacen comentario alguno, y solo González Lorenzo se
fija en ella y aventura una opinión: “Podría tratarse de un Águila
pescadora (Pandion heliaeteus), tal vez agotada por las tormentas;
pero no hay datos suficientes para dictaminarlo”.
Es posible, pero el inconveniente es que en esos dos días de
navegación atlántica, Colón viajó tranquilo, con mar llana, ca-
rente de “vientos contrarios y grandes olas y mar”, y sin enfrentar
aún las tempestades que lo pondrían al borde del naufragio, tal
como registrará el resumen del Diario un par de días después, el
27 de febrero de 1493.

119
Las tres naves colombinas –Santa Maria, Pinta y Niña- en el momento de iniciar
el viaje a las Indias desde Canarias. Las tres naves ya tienen las velas redondas.

Dibujo fantasioso de Theodor de Bry (1528?-1598), en el que representa a


Colón navegando por el Mar tenebroso, camino a las Indias.

120
GOLONDRINAS

E
l 24 de febrero, Colón salió de la isla Santa María para
Castilla, y de acuerdo al registro de su hijo en la Historia
del Almirante, “estando a distancia de 100 leguas de la
tierra más vecina, vino una Golondrina al navío, la que como se
pensó, los malos tiempos habían empujado al mar, lo que se
conoció luego con más claridad, porque al día siguiente (28 de
febrero), llegaron otras muchas Golondrinas y aves de tierra, y
también vieron una Ballena”.
El agregado insignificante de “también vieron una Ballena”,
muestra que la importancia de esta nota de Colón copiada en la
Historia del Almirante de su hijo, radica en la llegada de una Go-
londrina y al día siguiente de muchas más, entremezcladas con
otras aves de tierra. Ante esta sorpresa, la visión de uno de los
más grandes animales del mar, la Ballena no tuvo importancia.
Las Golondrinas no son aves marítimas, aunque existan mu-
chas especies carentes de cualquier semejanza con ellas pero lla-
madas indistintamente “Golondrinas de mar”. Pero estas aves
cuya presencia registra Hernando Colón para este momento de
la navegación mientras sigue lo escrito en la copia del Diario de
su padre, eran Golondrinas de tierra, las que todos hemos visto
muchos días volando cerca de casa.
Y tan es así que la presencia de este tipo de Golondrina a 100
leguas de la tierra más cercana, solo puede explicarse porque “los

121
malos tiempos” las había arrastrado al mar, tal como se dedujo
cuando la vieron el 27 de febrero de 1493 y al día siguiente lo
conformarían con la llegada de muchas golondrinas entremez-
cladas con otras aves terrestres.
Y sobre los malos tiempos, tampoco hay la menor duda. Co-
lón venia de vivir terribles tempestades, y aún le quedaban una
buena cantidad de días con el mar muy movido y fuertes vientos
antes de llegar a islas de Portugal y de ahí pasar a la corte, a nue-
ve leguas de Lisboa, a entrevistarse con el Rey portugués.
De todos modos, la aparición de Golondrinas terrestres es un
fenómeno curioso. Es cierto que los vientos, y más si son de
tempestades fuertes, son capaces de arrastrar cuanto tienen a su
paso, incluyendo, por supuesto, aves, pero que todas estas pe-
queñas Golondrinas resistieran un vuelo de 400 o 500 kilóme-
tros y tuvieran fuerzas al quedar libres de volar un poco más y
posarse en un inesperada nave, resulta si no increíble, al menos
fantástico, en el mejor sentido del término.
Y esto, evidentemente, me lleva a suponer que Las Casas, por
tal motivo, por lo increíble, decidió no registrar el hecho en el
resumen del Diario ni en su Historia de las Indias.

122
II
EN EL CARIBE
Islas–Cuba–Española

123
124
PAPAGAYOS

C
uando Colón y la tripulación de las tres naves españolas
desembarcan por primera vez en América, se llevan una
buena sorpresa: los indígenas desnudos que viven en la
isla Guanahani, más los que vienen nadando o en sus canoas a
los barcos, lo que les llevan de regalo son Papagayos. Lo cierto es
que también les cambian algodón y arcos y flechas por chuche-
rías, pero lo principal son esos pájaros que suponemos multico-
lores y que gritan o pronuncian palabras en un incomprensible
idioma para los españoles.
El hecho queda reflejado en la última anotación del 12
de octubre de 1492, correspondiente al primer día en las
Indias, y no sé por qué siempre le he hallado un acentuado
tono de decepción: “Ninguna bestia de ninguna manera vi,
salvo Papagayos en esta isla”.
Al día siguiente, 13 de octubre; la anotación que nos re-
gistra el resumen del Diario es muy similar: “Traían ovillos
de algodón filado y Papagayos y azagayas y otras cositas que
sería tedio de escribir, y todo daban por cualquier cosa que se los
diese”. Y el tema parece concluir en la Fernandina cuando

125
se registra la anotación: “Bestias en tierra no vi ninguna de
ninguna manera, salvo Papagayos y Lagartos”, en la que
Lagartos será la novedad para el Bestiario colombino.
Después, el 21 de octubre, estando ya Colón en el Cabo del
Isleo de la isla Isabela, escribe uno de sus acostumbrados pasajes
floridos sobre la fauna indiana, contando que entre el cantar de
pajaritos y la aparición de aves y más pajaritos de “tantas maneras
y tan diversas de las nuestras”, ven pasar “manadas de los Papa-
gayos que oscurecen el sol”.
Después, hasta el 13 de diciembre, el resumen del Diario no
registra Papagayos. Pero ese día figura una extraña anotación
sugiriendo la suspensión del regalo indígena de Papagayos y aho-
ra correspondía a Colón reclamar el obsequio de algunos: “Y
porque los indios que traía en el navío tenían entendido que el
Almirante deseaba tener algún Papagayo, parece que aquel indio
que iba con los cristianos les dijo algo de esto, y así les trajeron
Papagayos y los daban cuanto les pedían sin querer nada por
ello”.
Y el 21 de diciembre, junto a comida, los indios le vuelven a
llevar más Papagayos a Colón, que me imagino los iría soltando o
regalándolos a los marineros pues ya debían ser decenas o cientos
los que tenía en su nave.
La última anotación sobre Papagayos del resumen del Diario,
es del 23 de diciembre, en las vísperas de la catástrofe de la Santa
María y de las primeras Navidades pasadas en las Indias: “Des-
pués el rey dio a cada uno unos paños de algodón que visten las
mujeres, y Papagayos para el Almirante y ciertos pedazos de oro”.
Conocido es el desembarco de Colón en el puerto de Palos el
15 de marzo de 1493 con todas las muestras indianas que pudo
traer en la Niña, y también que desde ahí inicio el espectacular
recorrido por los caminos que van del puerto andaluz hasta Bar-
celona, asombrando a los pueblos por donde pasaba con sus
acompañantes indígenas y, sin duda alguna, con la algarabía de
los muchos Papagayos traídos para enseñar y regalar a los Reyes
católicos, seguramente elegidos entre los más coloridos, vistosos y
parlanchines.
Pedro Mártir de Anglería, el sacerdote italiano que desde la
corten castellana informará a la corte papal de Roma acerca de

126
los sucesos importantes del descubrimiento y de la conquista de
América, incluirá en su primera década un comentario significa-
tivo sobre los Papagayos del primer viaje:
“Cogieron cuarenta
Papagayos, de los cua-
les unos eran verdes,
otros amarillos en todo
el cuerpo, otros seme-
jantes a los de la India,
con su collar de berme-
llón, como dice Plinio, pero de colores vivísimos y sobremanera
alegres. Las alas las tienen de diversos colores, pues las plumas
verdes y amarillas tienen mezcladas algunas azules y purpúreas, la
cual variedad deleita muchísimo.
“He querido referir estas cosas de los Papagayos, oh Príncipe
ilustrísimo, aunque la opinión de este Cristóbal Colón parezca
estar en oposición con la grandeza de la esfera y la opinión de los
antiguos acerca del mundo navegable; sin embargo, los mismos
Papagayos traídos y otras muchas cosas indican que estas islas, o
por cercanía o por naturaleza, saben a suelo indio, principalmen-
te siendo así que Aristóteles, cerca del fin del libro De caelo et
mundo, Séneca y otros sabios cosmógrafos, atestiguan que las
playas de la India no distan de España mucho trecho de mar por
Occidente”.
Para comentarios sobre la fauna y flora colombina, amplián-
dolo al concepto de la grandeza del mundo y la posibilidad de
navegar por los océanos, Mártir agrega, matizando lo dicho por
Colón, que los Papagayos eran buena prueba de la cercanía de las
Indias con respecto a España, lo cual también pensaba Colón
solo que incluía cerca de donde se hallaba al Japón, la China, al
Gran Kan y a otros príncipes orientales.
En realidad, esta ave a la que llaman Papagayo, no era desco-
nocida en la corte, ni entre la aristocracia y los grandes comer-
ciantes de España y Europa, quienes incluso llegaban a tenerlos
en jaulas o en sus jardines: era un pájaro exótico pero que ya
aparece descrito en Aristóteles, llamándolo Loro, “pájaro indio”,
y cuenta lo desvergonzado que se vuelve al hablar cuando toma
vino; y en Plinio, llamándolo también Loro, lo califica de proce-

127
dente de la India y capaz de conversar; lo describe como un ave
de cuerpo totalmente verde y con un collar rojizo en el cuello.
Además, revisando los Bestiarios del Libro Ultramarino –códice
guardado en la Biblioteca Nacional de Madrid, y considerado por
Isabel Muñoz de finales del siglo XIV o principios del XV–, en-
cuentro al Papagayo como “ave de la India, de color verde y con
orejas de lechuza; tiene una lengua grande, y articula palabras de
tal forma que si no lo ves piensas que habla alguien”. Después de
hablar de su facilidad para “retener palabras”, asienta: “tiene
cinco nobles dedos en cada uno de los pies, mientras que las
restantes aves solo tienen tres”.
Tengo la opinión que la importancia de los Papagayos en-
contrados y capturados por Colón y su gente, radica en la inespe-
rada variedad de formas y colores, y en su abundancia, aparte del
significado de ser una prueba de estar en islas de las Indias o muy
cercanas a ellas, tal como lo ha anotado Mártir de Anglería en la
cita de unas líneas antes.
Dos testimonios correspon-
dientes al segundo viaje de Co-
lón, procedentes de dos testigos
italianos que solo los ven en
manos de los viajeros, nos hablan
de estas cualidades:
Mártir de Anglería: “Trajeron
de esta isla siete Papagayos más
grandes que faisanes, que se dife-
rencian muchísimo en el color de otros Papagayos, pues tienen
purpúreos todo el cuerpo, el vientre y el lomo.
“De las plumas más largas les cae desde los hombros sobre las
cortas, de color rojo, una capa, de igual modo que yo mismo he
visto muchas veces que la tienen los capones; en cambio, tienen
las plumas de las alas de diferentes tonalidades: verdes unas y
otras purpúreas, mezcladas con amarillas.
“La abundancia de Papagayos en todas las islas es no menor
que la de pajarillos o de otras aves entre nosotros.
“Así como los nuestros crían para su placer picos, tordos y
otras aves, así ellos, aunque sus bosques están llenos de Papaga-
yos, los adiestran, pero después se los comen”.

128
Simón Verde, comerciante italiano, muy amigo de Colón y de
su familia: “Encontraron también en esta isla y en las casa de
estos ‘Cambalos’, que así se llaman acá, muchos Papagayos,
grandes y hermosos; sus plumas son verdes, rojas y negras y de
otros colores, y tienen la cola larga como la tiene el verderol.
“Medí uno de ellos, y encontré que de la cabeza a la cola, es
decir, hasta el final, tenía un brazo y un cuarto de longitud. Tie-
ne un pico infinito y casi todo blanco, y patas negras, la voz grue-
sa y villana.
“Se dice que los tienen para coger sus plumas con las que ha-
cen algunos penachos y otros adornos muy bellos”.
Resulta obvio el aporte de Fernández de Oviedo en la des-
cripción de los Papagayos, quien en esta ocasión recuerda la pri-
mera vez que regresó a España de las Indias, de Panamá, de Tie-
rra Firme, y fue a presentar sus respetos a Fernando el Católico,
ya viudo, viejo y enfermo.
“Papagayos hay muchos y de tantas maneras y diversidades
que sería muy larga cosa decirlo y cosa más apropiada al pincel
para darlo a entender que no a la lengua; pero porque de todas
las maneras que los que hay los traen a España, no hay para qué
se pierda tiempo hablando en ellos.
“Pocos días antes que el Católico rey don Fernando pasase de
esta vida, le traje yo a Placencia, seis indios caribes de los fleche-
ros que comen carne humana, y seis indias mozas, y muy bien
dispuestos ellos y ellas; y traje la muestra del azúcar que se co-
menzaba a hacer en aquella sazón en la isla Española, y ciertos
cañutos de cañafistola, de la primera que en aquellas partes por
la industria de los cristianos se comenzó a hacer.
“Y traje asimismo a su alteza treinta Papagayos o más, en que
había diez o doce diferencias entre ellos y los más de ellos habla-
ban muy bien.
“Estos Papagayos, aunque acá parecen torpes, son todos muy
grandes voladores y siempre andan de dos en dos, pareados ma-
cho y hembra, y son muy dañosos para el pan y cosas que se
siembran para mantenimiento de los indios”.
Agregaré a estos testimonios de época, la descripción de un
cronista o historiador algo más tardío, Bernabé Cobo, cuya Histo-
ria del Nuevo Mundo recién se publicaría a finales del siglo XIX

129
(1890–1893), con un prólogo
firmado en 1653:
“Se hallan en las Indias mu-
chísimas diferencias de Pa-
pagayos, los cuales todos convie-
nen en la hechura e ingenio, y
solo se diferencian en el color de
las plumas y en el tamaño.
“Todos, generalmente, tie-nen
lo más del cuerpo de plumas
verdes, unos con un fleco de
plumas coloradas junto al pico,
otros lo tienen de plumas blan-
cas, y otros hay con los encuen-
tros de las alas de plumas coloradas; en suma, se hallan pintados
de diversos colores, de verde, colorado, azul, amarillo y blanco.
“Los Papagayos grandes no son entre sí iguales, porque unos
hay mucho mayores que otros. Los menores son tan grandes
como Tordos, y los mayores, como Palomas, y aun como grandes
Halcones; y entre estos dos extremos se hallan de diferente gran-
deza.
“Entre los Papagayos pequeños hay la misma variedad. Son
los de esta clase del tamaño de Gorriones, poco más o menos, y
diferentes unos de otros en grandeza. A los mayores llaman Ca-
talnicas los españoles; y a otros, que son algo menores, Periquitos.
Otra diferencia se halla de ellos muy pequeños, llamados Tanu-
pis. Todos estas castas de Papagayos grandes y chicos, imponién-
dolos, aprenden a hablar muy presto y bien.
“Se estiman sobre todos los demás los de la provincia de Ni-
caragua, en la Nueva España, por ser de buen cuerpo, hermosos y
que aprenden a hablar muy presto.
“Andan los Papagayos a bandadas con gran vocería, y hacen
mucho daño en los sembrados, si no se pone cuidado en guar-
darlos; y lo hicieran mucho mayor, si fueran ladrones callados y
no tan vocingleros, porque avisados los labradores de las voces
que vienen dando, acuden con tiempo a defender sus semente-
ras.

130
“Se llaman los Papagayos gran-
des, en la lengua general del Perú
Uritu, y los pequeños, Chiqui”.
Concluido el capítulo de los Pa-
pagayos, Cobo pasa a hablar de: “La
Guacamaya, que los indios del Perú
llaman Ahua. Parece del linaje de los
Papagayos, aunque es mucho mayor
que ellos, porque es tan grande como un crecido Pato, y nunca
aprende a hablar, sino que gritan con gran ruido cuando ven
gente extraña de donde ellas están.
“Son pintadas de colorado, azul, amarillo y otros colores, co-
mo los Papagayos, y algunas azules del todo; tienen el pico muy
grande y grueso y las piernas muy cortas.
“Estiman mucho los indios las plumas de estas aves para enga-
lanarse en sus bailes y fiestas, las cuales son provechosas para
algunas curas; porque tostadas en una cazuela y hechas polvos,
estancan el flujo de sangre de las narices, echados por ellas con
un cañón; demás de que para el mismo efecto se han de aplicar
en las sienes y frente, batidos con claras de huevos y agua de ca-
bezuelas de rosa”.
Aunque González Lorenzo refiere que en la actualidad se de-
nomina Papagayo a cualquier ave de la familia Psitacidos, ya sean
Loros, Cotorras, Cacatúas, Guacamayos o Pericos, yo prefiero,
fuera de la especialidad, llamarlos Loros, y a los muy grandes,
gritones, no habladores y atemorizantes por su pico y su gesto
poco amigable, Papagayos. Seguramente viejas costumbres nativas
pues recuerdo que así eran llamados en el Perú en mi mundo
doméstico, aunque no dejaban de existir los sinónimos.
También se considera que gran parte de los Papagayos vistos,
cazados y traídos a España por los descubridores y conquistado-
res de América, ya se han extinguido. González Lorenzo cita co-
mo ejemplo, los Guacamayos tricolores cubanos, pertenecientes
al género Ara, y las especies isleñas del género Amazona.
Gómez Cano es más preciso y detallado por considerar que
estas aves fueron la primera representación de la fauna americana
vista al desembarcar. Así cita el Ara tricolor, hoy llamada Ara cuba-
lensis, como el primer Papagayo avistado, y desde el siglo XIX

131
extinguido, aunque reconoce la ignorancia sobre cuáles fueron
los vistos por Colón en Guanahani y en las otras islas menores:
igual pertenecían a la misma especie, eran de razas distintas o
subespecies endémicas, aunque, se insiste, en las diversas islas
caribeñas los Papagayos autóctonos se han extinguido.
En su deseo de saber a cuál especie pertenecían los Papagayos
obsequiados a Colón por los habitantes de Guanahani, descarta
la Amazona leucocephala, la Cotorra cubana, y se inclina a creer
que los regalados eran animales cautivos, procedentes de diversas
islas, capturados cuan–do eran pollos recién nacidos, pues “la
comunicación entre el rosario de islas caribeñas era mucho más
abundante y frecuente de lo que hasta hace poco se creía”.
Y de aquí, Gómez Cano hace una de sus acostumbradas espe-
culaciones: si los Papagayos eran animales amaestrados, es posi-
ble aceptar que todos ellos procedían de otras islas, pero si vola-
ban libres habría que acep-
tar la posibilidad que fue-
ran Papagayos escapados de
la domesticidad o, también,
suponer que el Ara cubalen-
sis habitaba en diversas islas
o existía otra variedad muy
semejante y hoy desapareci-
da.
Es curioso aquí es que tanto González Lorenzo como Gómez
Cano duden de la abundancia de Papagayos como para que sus
bandadas tapen el sol. Ambos lo consideran exageraciones.
Y de nuevo, otra especulación de Gómez Cano me asombra:
En Cuba, la mayor isla del Caribe –dice–, hay 297 especies de
aves, e incluso 345 si se cuentan las migratorias, pero solo 140
son nativas, por lo tanto la población de las islas no podía ser tan
espectacular como dice Colón. Por otro lado –agrega-, dado que
es “bastante probable que ni Colón ni sus hombres fueron capa-
ces de distinguir entre Guacamayos, Papagayos, Cotorras, Loros y
demás grupos similares”, la única ave de estas características es la
Cotorra cubana, Amazona leucocephala, un ave verdosa, de frente
blanca, garganta roja, y ligeros toques azulados en sus alas.
Pero Gómez Cano no se detiene ahí, como Colón ha pasado

132
de Cuba a la Española, a la zona de la costa haitiana, sus candi-
datos para representar a los Papagayos nombrados por Colón en
el resumen de su Diario, es la Amazona ventralis, Cotorra muy
semejante a la cubana, salvo matices y diferencias en los colores;
o la Aratinga chloroptera, una especie de Perico de tamaño y colo-
rido similar a la Amazona. También considera la posibilidad de
que fueran miembros del género Ara, tal como consideran algu-
nos expertos, pero de ser así, concluye, se extinguió muy pronto.
En realidad, uno no debe oponerse a los especialistas cuando
exponen sus análisis y sus conclusiones. Sin embargo, yo me
atreveré a estar de acuerdo con Gómez Caro en que es “bastante
probable que ni Colón ni sus hombres fueron capaces de distin-
guir entre Guacamayos, Papagayos, Cotorras, Loros y demás
grupos similares”, pero creo, y dudo equivocarme –y en esto sí
me opongo a sus disquisiciones–, que tanto Mártir como Simón
Verde sabían distinguir en los Papagayos colores y tamaños, y
que tanto Fernández de Oviedo como Cobo eran capaces de
apreciar que todos los Papagayos que veían eran bastante diferen-
te entre ellos, y que eran de muchos y muy variadas formas por
su colorido y su tamaño.
Una cita de Las Casas, similar a la de Cobo, proveniente de la
Apologética pero referida a la isla Española, ejemplifica lo que
señalo: hay “inmensidad de Papagayos verdes con algunas man-
chas coloradas. Y en esta Isla son tres especies de ellos, mayores y
menores y muy chiquitos.
“Los mayores se
llamaban por los
indios Higuacas, la
sílaba de en medio
larga y éstos difieren
de los de las otras
islas en que tienen
sobre el pico o la
frente blanco, no ver-
de ni colorado; los
de esta especie que
hay en la isla de Cu-
ba tienen sobre el

133
pico o la frente una mancha colorada. Estos Higuacas son muy
parleros cuando les enseñan a hablar las palabras humanas.
“La otra especie de los medianos son [los] que llamaban
Xaxabis. Son muy más verdes y pocos tienen plumas coloradas;
son muy traviesos e inquietos, bullidores, muerden y aíranse más
que otros; nunca toman cosa de la habla humana por mucho que
los enseñen, pero son muy chirriadores y parladores en su parlar
natural.
“Diez de estos Xaxabis acometen a ciento de los Higuacas y los
desbaratan, y nunca en paz se juntan éstos con aquéllos. Vuelan
cada especie muchos juntos por sí, y por dondequiera que pasan
van todos, cada especie, voceando a su manera, porque los Hi-
guacas tienen el sonido más entero y grueso, los Xaxabis más del-
gado y agudo, y aunque no hablan los Xaxabis palabras humanas,
todavía, puestos en jaula es placer verlos porque nunca están
quietos ni callando.
“La tercera especie es de unos chiquitos como gorriones, ver-
des todos, y no me acuerdo que tengan alguna pluma colorada.
Hay pocos de ellos y casi no suenan ni hacen bullicio alguno;
sólo por ser verdes y chiquitos parecen bien y son agradables”.
Concluiré esta nota señalando que Alvar hace una relación de
las palabras empleadas en América para referirse a los Papagayos.
También, buscando siempre la referencia léxica, asienta que “Pa-
pagayo es una voz aclimatada en Occidente y que los españoles
llevaron a América”, que “la variedad que Colón vio en las Anti-
llas es el Guacamayo o Guacamaya (Ara arauna)”, y que los mati-
ces que registran los cronistas, “hace suponer que la palabra cas-
tellana designaba a un ave distinta de la antillana”.

134
PECES DE ARRECIFES

E
n la nota del resumen del Diario correspondiente al Mar-
tes y Miércoles 16 de octubre –una nueva mezcolanza de
lo extractado por Las Casas de la copia del Diario de Co-
lón–, estando ya el Almirante y sus naves en la isla Fernandina,
figura al final del día una anotación referente, sin duda alguna, a
los peces de los arrecifes coralinos de las islas del Caribe que
extrañamente ya no se repetirá durante el resto de la navegación
costera: “Aquí son los peces tan disformes de los nuestros que es
maravilla. Hay algunos hechos como Gallos de los más finos
colores del mundo, azules, amarillos, colorados y de todos colo-
res, y otros pintados de mil maneras21; y las colores son tan finos
que no hay hombre que no se maraville y no tome gran descanso
a verlos; también hay ballenas”.
Cualquiera viajero por el Caribe, identifica la referencia ma-
ravillada de Colón como concerniente a los múltiples peces de
los arrecifes que suelen rodear esas islas. Realmente es una deli-
cia contemplar el deslumbrante y asombroso colorido de los
peces nadando en plena libertad entre formaciones rocosas y

21
Evidentemente, la gracia de las fotografías de los peces de los arrecifes sería
publicarlas en color, ante la imposibilidad de hacerlo, he optado por elegir
fotografías de peces con dibujos singulares en su cuerpo.
135
vegetales de igual y exótica belleza,
en la que todos los colores, en su
variedad de tonos se encuentran
representados en la fauna y la flora
visible.
En la actualidad se organizan
viajes en barcas con el piso de vi-
drio para facilitar a los turistas la
contemplación de los peces y de
los arrecifes sin mojarse, e incluso expediciones para bucear con
tanques de oxígeno a fin de ver todo lo posible de ese mundo
maravilloso que aún sobrevive a pesar de la destrucción a la que
se encuentran sometidos por las proas y los fondos metálicos de
las embarcaciones grandes, medianas y pequeñas cuando se
aproximan a propósito o de
casualidad a las playas caribe-
ñas.
Como bien dice Gómez
Cano, la referencia a los Ga-
llos en la anotación del resu-
men no es a las características
propias de los Gallos de las
Gallinas, sino al colorido de los peces, pues sin duda, por alguna
particular motivación, Colón relaciona la espectacular abundan-
cia de colores que contempla, con el colorido del plumaje de
algunas razas de esas aves domésticas.
Y sobre estos peces, Alvar vuelve a tropezar en su lectura. Para
él la referencia a los peces “hechos como Gallos de los más finos
colores del mundo”, no puede referirse al Pez Gallo, pues este no
tiene “nada de colorido” y sugiere como lectura correcta atribuir
la identificación a los “Ga-
yos, ave multicolor que suele
identificarse con el Arrenda-
jo”, con lo cual se pierde por
el camino de las aves cuando
sin duda lo acertado es una
referencia a los peces pro-
pios del Caribe.

136
Y como en verdad de
peces se trata, Alvar elige a
los Escaros como los peces
que maravillan a Colón; y
Escaros, según el dicciona-
rio de la Academia, es un
“pez del orden de los acan-
topterigios, de unos cuatro
centímetros de largo, con
cabeza pequeña, mandíbu-
las muy convexas, muchos dientes en filas concéntricas, labios
prominentes, cuerpo ovalado, comprimido, cubierto de grandes
escamas y de color más o menos rojo, según la estación”.
Pero Alvar todavía desea dar mayor información, por lo cual
agrega en su nota: “Hay autores que ven la denominación inglesa
–parrotfish– como inspirada en el abigarrado colorido de los pe-
ces, semejante al plumaje de los Papagayos” y nos envía, para
mayor cantidad de datos y obtener bibliografía a un libro suyo: el
Tomo I de Estudios canarios.
González Lorenzo para explicar el entusiasmo de Colón por el
cromatismo de los peces de los Lucayas, hace referencia a los
peces planos, cuyo prototipo es el Pez Gallo, Lepidorhombus boscii,
pero lo descarta de un plumazo pues su coloración es de tonali-
dades pardas poco llamativas, y concluye con un “Así pues esa
exuberancia de colores solamente tiene sentido si se refiere a
determinados pobladores de los arrecifes coralinos, ciertamente
abundante en estos mares”.
Conviene aquí hacer una nota marginal sobre las Ballenas vis-
tas por Colón, según el resumen
del Diario, mientras contempla
maravillado los peces de los arre-
cifes de la Fernandina.
Ya he tratado de las Ballenas
en el lugar correspondiente a su
avistamiento en el Océano, y
aunque también he anotado
sobre este nuevo encuentro con
varias de ellas en las proximida-

137
des de una isla de las Lucayas, solo para evitar un pendiente,
recurriré de nuevo a González Lorenzo para explicar que las Ba-
llenas no son muy comunes en la fauna típica de las islas del
Caribe, pero en cambio sí lo son los Tiburones, de los cuales se
han registrado hasta 35 especies distintas nadando por sus aguas.
Ante esta situación, González Lorenzo, conociendo la facili-
dad con que suelen con-
fundirse las Ballenas con
Tiburones grandes, se in-
clina a proponer que Co-
lón se confunde en su
avistamiento y que se tra-
ta más bien de un grupo
de Tiburón Ballenas, los
Rhincodon typus, cetorrí-
nidos bastante comunes en los trópicos Y esto parece una con-
clusión muy probable.
Y quizá no convenga dejar fuera de esta nota la advertencia de
Colón, recogida por su hijo pero no por el resumen del Diario,
sobre que las naves no navegaran después de medianoche una
vez alcanzadas las 700 leguas de viaje desde las Canarias.
Esto lo atribuyen algunos historiadores a los avisos del piloto
anónimo sobre los arrecifes y bajos que rodean las islas del Cari-
be y en especial la zona de las llamadas Once Mil Vírgenes, pero
Colón mantuvo esta precaución marina a lo largo de todos sus
costeos durante los cuatro viajes por las islas y tierras continenta-
les de las Indias.
También debe recordarse que los arrecifes eran conocidos por
quienes navegaron por las costas africanas, incluyendo el Archi-
piélago de Cabo Verde, durante los recorridos de las carabelas y
otros navíos portugueses.

138
LAGARTOS

“B
estias en tierra no vi ninguna de ninguna manera,
salvo Papagayos y Lagartos”, dice Colón en el resumen
del Diario correspondiente al Martes y Miércoles 16
de Octubre. Al final de su rápida estadía en la isla Fernandina. Y
agrega a continuación: “Un mozo me dijo que vio una grande
culebra. Ovejas ni cabras ni otra ninguna bestia vi; aunque yo he
estado aquí muy poco, que es medio día: mas si las hubiese no
pudiera errar de ver alguna”.
Y este Caimán y esta Culebra vistos a los cuatro o cinco días
de llegar a América, serán los únicos animales de estas especies
registrados en el Diario, aunque luego fue fama su abundancia.
A pesar de lo afirmado comúnmente sobre el deslumbramien-
to y la seducción vivida por Colón al llegar a América en su pri-
mer viaje, y lo extasiados que resultan los lectores especializados
al leer el resumen del Diario por las altas cualidades descriptivas,
y plenas de poesía, de la fauna y la flora de las Indias, lo cierto, y
lamento decirlo, lo que en verdad interesa a Colón es el oro, las
perlas, la posible esclavitud de los indígenas –cobardes todos
ellos, en su opinión– y la descripción de la naturaleza en cuanto
a posibilidades de especies y su probable explotación comercial,
aparte, claro está, de las magnificas posibilidades para establecer
puertos de embarque y desembarco.
Y en lo referente a los animales, a los benditos animales, pe-
queños e insignificantes, no le importan mayormente y solo los
menciona de pasada, pues no encuentra ni una sola bestia de
139
cuatro patas, salvo los pequeños perros que no ladran, unas espe-
cies de ratas que corren por ahí, y no se diga nada de los peces,
todos similares a los de Castilla y, además, si por casualidad en-
cuentran caracoles, resultan menos sabrosos que los españoles, y,
para colmo, las nácaras están vacías pues aún no son los meses
para la crianza de las perlas.
En fin, todo esto lo iremos viendo y leyendo conforme se
avance en el costeo colombino por las islas caribeñas.
Sé que me he adelantado y mi deber es regresar a la descrip-
ción del Caimán visto por Colón en la Fernandina y menciona-
do de pasada junto a los Papagayos caribeños.
Desde mi posición de curioso ajeno a la especialidad, debo
declarar mi incapacidad para distinguir un Lagarto de un Cai-
mán y un Caimán de un Cocodrilo o un Lagarto. En resumen,
he de recurrir, como siempre, a los especialistas para tratar de
explicar cuál fue el Lagarto visto por Colón en la Fernandina.
Alvar registra a los Lagartos de Colón como Caimanes y reali-
za cuatro citas: Ramusio (“Caimán, que son ciertos Lagartos de
agua”), Oviedo (“Lagartos grandes o Cocatrices, que los indios
llaman Caymanes”// donde “Cocatriz es un animal fantástico
con cabeza y extremidades de Gallo y cuerpo y cola de Serpiente),
y a Zarate (“Lagartos, que los naturales llaman Caimanes”), citas
provenientes de Friederici.
No hemos avanzado gran cosa. Ahora se sabe que el Lagarto
es un Caimán y el Caimán un Lagarto. Pero carecemos de cual-
quier información sobre su posible tamaño.
González Lorenzo asegura que en los tiempos del descubri-
miento se llamaba Lagartos, y también Peces Lagarto a las “esca-
sas especies de Cocodrilos o de Gaviales que se conocían” (donde
“Gavial es un reptil
saurio, de unos ocho
metros de largo, pareci-
do al Cocodrilo”, dice
Casares). De ahí, con-
cluye, que resulte nor-
mal el llamar Lagarto al
Crocodiliano visto.
Por amable, Gonzá-

140
lez Lorenzo evita decir que Consuelo Varela se equivoca en lla-
mar “Caimán” a los La-
gartos colombinos, por-
que el Caimán está con-
finado en el Continente
americano (con lo cual
quiere decir que no han
pasado a las islas cerca-
nas).
En fin, lo aceptado
por González Lorenzo es
la posibilidad de que Colón encontrase en las islas Lucayas (en
verdad solo en la Fernandina) un Cocodrilo de gran tamaño, el
Cocodrilo Americano (Crocodrylus acutus).
Gómez Cano, por su parte, no duda en afirmar que lo visto
por Colón fue un animal llamativo, pero ya conocido en esos
tiempos en España: un Cocodrilo; y con lo cual ahora tenemos la
coincidencia de dos especialistas en afirmar que el Lagarto del
resumen del Diario no era un Caimán sino un Cocodrilo.
Como siempre, Gómez Cano plantea sus descartes: no era de
la especie del Cocodrilo cubano, el Crocodrylus rhombiferun, pues
se trata de un endemismo a pesar de lo dicho por Juan Ignacio
de Armas, pues ese animal nunca ha existido fuera de Cuba.
Y si González Lorenzo se inclinó por el Cocodrilo Americano,
el Crocodrylus acutus, también lo hace Gómez Cano, explicando
que este tipo de Cocodrilo habita en las costas cenagosas del
Caribe y también en las tierras continentales próximas.
Y agrega una explicación útil. El Cocodrilo se llama Acutus, es
decir, afilado, por su puntiagudo hocico, el cual lo diferencia de
otros Cocodrilos, pero lo hace semejante al Caimán, pues este
tiene como una de sus más visibles características la forma estre-
cha y alargada de su boca.
En fin, concluye Gómez
Cano: “no hay la menor
duda que el auténtico Cai–
mán, el Caimán crocodrylus,
Colón solo lo pudo ver en 1502 cuando recorrió Tierra Firme”.
Aquí debe recordarse un principio de trabajo manejado por

141
Gómez Cano: “a la hora de analizar los informes faunísticos de
Colón, hay que considerar todas las posibilidades por absurdas y
remotas que parezcan”. Y esto lo lleva a pensar que el Lagarto
visto por Colón quizá fuera en verdad un auténtico Lagarto, del
numeroso y variado género Anolis, pero finalmente lo descarta
porque todos los cronistas, dice, no solo utilizan en sus textos el
mismo apelativo sino en sus detalladas descripciones identifican
con claridad al Cocodrilo.
En estas disquisiciones sobre Caimanes, Lagartos, Cocodri-
los, Gaviales y hasta Cocatriz (no se usa en el sentido fantástico
sino como sinónimo de Cocodrilo), me estoy olvidando de recu-
rrir a testimonios de la época para ilustrar acerca del Lagarto
visto por Colón en la isla Fernandina, aunque es probable que
las referencias conciernan a
otros Cocodrilos o a otros
semejantes y no al que vio
Colón. O quizá sí.
Fernández de Oviedo
en el Sumario de la Natural
Historia de las Indias escrito
para informar a Carlos I,
incluye el capitulo: “Lagar-
tos y Dragones”, donde
habla de estos animales que, en realidad, quizá también fueran
Cocodrilos, Caimanes o Gaviales:
“Hay muchos Lagartos y Lagartijas de la manera de los de Es-
paña, y no mayores, pero no son ponzoñosos: otros hay grandes,
de doce y quince pies, y mucho más largos, y más gruesos que
una arca o caja; y algunos de los más grandes son tan gordos casi
como una pipa, y la cabeza y lo demás a proporción, y el hocico
lo tienen muy largo, y el labio de alto horadado en derecho de
los colmillos, por los cuales agujeros salen los colmillos que tie-
nen en la parte más baja de la boca; los cuales y los dientes tienen
muy fieros; y en el agua es velocísimo, y en tierra algo pesado y
torpe, a respecto de la habilidad que en el agua tiene.
“Muchos de ellos andan en las costas y playas de la mar, y en-
tran y salen de ella por los ríos y los esteros que entran en ella. Y
son de cuatro pies, y tienen muy recias conchas, y por medio del

142
espinazo está lleno de largo a largo de puntas o huesos altos, y
son tan recios de pasar sus cueros, que ninguna espada o lanza
los puede ofender si no les dan debajo de aquella piel durísima
por las ijadas o la tripa, por-
que por allí es flaca y vencible
la piel de estos Lagartos o
Dragones.
“Los cuales cuando quieren
desovar, es en el tiempo más
seco del año, en el mes de
diciembre, que los ríos no
salen de su curso, y en aquella sazón, faltando las lluvias, no les
pueden llevar los huevos las crecientes. Y lo hacen de esta mane-
ra: se salen a los arenales y playas por la costa o ribera de los ríos,
y hacen un hoyo en la arena, y ponen allí doscientos o trescientos
huevos, o más, y los cubren con la dicha arena, y ad putrefactio-
nem, con el sol se animan y toman vida, y salen de debajo del
arena y se van al río que está junto, siendo no mayores que un
Jeme, o poco menos grandes, y después crecen hasta ser tan grue-
sos y tamaños como
atrás se dijo, y en algu-
nas partes hay tantos de
ellos, que es cosa para
espantar.
“Y los más continua-
mente se andan en los
remansos y hondo de
los ríos, y cuando salen
fuera de ellos por la
tierra y playas, todo aquel contorno vecino huele a almizcle, y se
salen a dormir muchas veces a los arenales cerca del agua, y
cuando se desvían algo más y los topan los cristianos, luego hu-
yen al agua; y no saben correr haciendo vueltas o a un costado o
a otro declinando, sino derecho; y así, aunque vaya tras un hom-
bre no le alcanzará si el tal hombre es avisado de lo que es dicho
y tuerce el correr al través. Antes, muchas veces por esta causa, ha
acaecido irle dando de palos y cuchilladas hasta matarlo o hacer
entrar en el agua; pero lo mejor es desde lejos de ellos tirarles con

143
ballestas y escopetas, porque con las otras armas, así como espa-
das o dardos y lanzas, poco daño le pueden hace, excepto si le
aciertan a da por la barriga e ijadas, porque aquello tiene muy
delgado.
“Y cuando corren por tierra llevan la cola levantada sobre el
lomo, enarcada como las
plumas de la cola del gallo,
y la barriga no arrastrando,
sino alta de tierra un pal-
mo, o más o menos, al
respecto de la grandeza o
altura de los brazos, y tie-
nen manos y pies en fin de
los dichos brazos y piernas. Y los tales pies y manos muy hendi-
dos, y los dedos largos y las uñas largas.
“Finalmente, que estos Lagartos son muy espantosos dragones
en la vista: quieren algunos decir que son Cocatrices, pero no es
así22, porque la Cocatriz no tiene expiradero alguno más de la
boca, y estos Lagartos o Dragones sí; y la Cocatriz tiene dos man-
díbulas, así alta como baja, y así menea la superior tan bien como
la inferior, y estos Lagartos que digo no tienen más de la mandí-
bula baja.
“Son en el agua muy velocísimos y muy peligrosos, porque se
comen muchas veces los hombres y los perros y lo caballos y las
vacas al pasar de los vados; y por esto se tienen este aviso: que
cuando alguna gente pasa por algún río en que los hay, siempre
se toma el vado por los raudales y donde el agua va más baja y
corriente mucho, porque los dichos Lagartos siempre se apartan
de los raudales y de donde está bajo el río.
“Muchas veces acaece, matándolos, que les hallan en el vien-
tre una y dos espuertas de guijarros pelados, que el Lagarto come
por su pasatiempo y los digiere. Los matan muchas veces con
anzuelos gruesos de cadena, y de otras maneras, y algunas veces
hallándolos fuera del agua, con las escopetas.
“Estos animales más los tengo yo por bestias marinas y de

22
Cocatrices lo usa Oviedo como Cocodrilos. Aquí niega que estos Lagartos
o Dragones lo sean, pero años más tarde, en la Historia Natural y General de las
Indias, reconocerá que sí lo son.
144
agua que no terrestres, puesto que, como es dicho, nacen en
tierra, de aquellos huevos que entierran en los arenales, los cua-
les son tan grandes o más que los de las Ánsares, y son tan an-
chos en un cabo o punta como de la otra parte o cabo. Y si dan
en el suelo con ellos, no se quiebran para salirse, pero se quiebra
la cáscara primera, que es como la de los huevos de las Ánsares; y
entre aquélla y la clara tiene una tela delgada que parece baldés,
que no se rompe sino con alguna punta de herramienta o de palo
agudo; y dando en el suelo con un huevo de estos, salta para
arriba y hacen un bote, como si fuese pelota de viento.
“No tienen yema, y todos son clara, y guisados en tortillas son
buenos y de buen sabor. Yo he comido algunas veces de estos
huevos, pero no he comido de los Lagartos, puesto que muchos
cristianos los comían cuando los podían haber, en especial los
pequeños, al principio que la tierra se conquistó, y decían que
eran buenos.
“Y cuando estos Lagartos dejaban los huevos cubiertos en el
arena, y algún cristiano los hallaba, cogía aquella nidada, y los
traía a la ciudad del Darién, y le daban cinco o seis castellanos, y
más, según los que
traía, a razón de un
real de plata por
cada huevo. Yo los
pagué en este precio,
y los comí algunas
veces en el año de
1514; pero después
que hubo manteni-
mientos y ganados, se dejaron de buscar, pero no porque si con
ellos topan acaso, dejen de comerlos de buena voluntad algu-
nos”.
Por su parte, Bartolomé de las Casas, cuando recuerda en la
Apologética los años vividos en la Española, hace una interesante
evocación del Cocodrilo, la cual, sin duda, servirá para dar por
terminada esta nota.
“Hay infinitos Crocodilos de los que se dice haber en el Nilo,
que llamamos impropiamente Lagartos, pero no son sino Croco-
dilos naturales. No tienen la cabeza roma como los Lagartos, sino

145
muy salido el hocico de la manera de los del Puerco, y más de
dos o tres palmos. Tiene cuatro pies con sus uñas, y gran canti-
dad de dientes muy agudos que parece poder trozar una barra de
hierra; muy más fiera y cruel bestia es para comer hombres que
los tiburones.
“Llegan a tener diez y quince codos de largo, y yo los he visto
muy grandes. Tienen los machos su natura para engendrar (pues-
to que no se si usan de aquel instrumenta para la generación) de
la manera que la tienen los niños de cuatro y cinco años, y la
gordura de alrededor de ella es almizque verdadero, y lo mismo
es las agallas; es tan penetrativo aquel olor, aunque muy suave,
que pone hastío, quitando la gana de comer. Yo tengo al presen-
te de ello, y hace más de diez y seis años que lo tengo y huele hoy
tanto como si fuera ayer cuando se sacara.
“Viven de noche en el agua y de día en la tierra. Se pueden
matar con anzuelo de cadena en el agua, con cebo, y cuando
están en tierra durmiendo con alguna ballesta, dándoles por la
barriga; pero si le dan por encima, un arcabuz no lo matará por
la dureza de las conchas o cuero que tiene. Es pecoso de manchi-
tas amarillas como azafranadas, y por eso se dice Crocodilo, de
Croco, que quiere decir azafrán.
“Uno solo se halló en esta Isla (Española), en la punta del Ti-
burón, a la mar del Sur. La abundancia ellos es en Tierra Firme;
muchos hay en la costa del Sur de la isla de Cuba, en un río que
se llama Caulo.
“Dícese que este, entre todos los animales, mueve la quijada o
mejilla de arriba. Del cual muchas cosas dice Plinio, libro VIII,
capítulo 25”.

146
CULEBRA

E
n todo el primer viaje por el Caribe, solo una vez registra
el resumen del Diario de Colón la existencia de Culebras
en las islas y ese fortuito caso es en la Fernandina, y no es
vista por Colón sino por un mozo, es decir un grumete, un chi-
quillo que jugaba, me imagino, por la arena o entre los árboles.
La nota corresponde al 15–16 de octubre y no puede ser más
incolora: “Un mozo me dijo que vio una grande Culebra”.
Sin embargo, Pedro Mártir de Anglería, al enumerar los ani-
males de los que hablan Colón y los tripulantes del primer viaje a
su llegada a la corte española, hace una referencia, igual de inco-
lora pero con un significado más amplio del originado por lo
dicho a raíz de lo visto por el grumete: “Crían las islas Serpientes,
pero inofensivas”.
Se puede objetar que no es lo mismo Serpiente que Culebra,
pero si tenemos en cuenta que con estos dos términos identifican
también a la Iguana, como hace, por ejemplo, Gómez Cano que
de Culebra pasa a Serpiente, y de Serpiente a Iguana, muy bien
podemos comprender que Mártir use esta palabra que es utiliza-
da como cajón de sastre para meter toda clase de colúbridos, y en
general a todos los ofidios, es decir a los animales que por lo gene-
ral se arrastran como Culebras, son delgados como Serpientes y
asustan como el diablo si se te aparecen en medio del camino.
Y si el curioso lector tiene como yo la debilidad de recurrir al

147
Diccionario de la Real Academia, se encontrará con fascinantes
definiciones para el uso del hispano hablante:
CULEBRA: Del latín Colŭbra. 1. f. Serpiente (reptil ofidio).
SERPIENTE: 1. F. Reptil ofidio sin pies, de cuerpo aproximada-
mente cilíndrico y muy largo respecto de su grueso, cabeza apla-
nada, boca grande y piel pintada simétricamente con colores
diversos, escamosa, y cuya parte externa o epidermis muda por
completo el animal de tiempo en tiempo.
Pero Serpiente, para los curiosos, también significa: 2. F. diablo
(príncipe de los ángeles rebelados).
VÍBORA: Del latín: Vipĕra 1. f. Serpiente venenosa de mediano
tamaño, ovovivípara, de cuerpo generalmente recorrido por una
faja parda ondulada, cabeza triangular y aplastada, y con dos
dientes huecos en la mandíbula superior por donde se vierte,
cuando muerde, el veneno.
Wikipedia –siempre buena ayuda aunque se afirme no ser
muy precisa en sus datos– asegura que la Culebra es miembro de
la familia de las Serpientes y
cuenta en sus filas con más de
1800 variedades. Y también di-
ce: “vulgarmente se denomi-
na Culebra a todo ofidio
inofensivo para el hombre,
aunque realmente sólo es apro-
piado para los miembros de
esta familia, que no es un grupo natural, y en algunos países de
Sudamérica, se denomina Culebra a todas las especies comunes
de ofidios, excluyendo a las más grandes”.
Y otra precisión: “su tamaño oscila entre los 20 o 30 cm de la
Eirenis lineomaculatus del Próximo Oriente, hasta los 3 metros de
la Spilotes pullatus de Centro y Sudamérica”. Teniendo ya este
bagaje de definiciones, solo resta agregar que para González Lo-
renzo, no hay datos suficientes para identificar a esta gran Cule-
bra y más si se considera que aplicar “grande a cualquier ofidio es
muy subjetivo”. En las Lucayas no existen Serpientes venenosas, y
en las Antillas, la única Serpiente verdaderamente grande es la
Najá de Santa María, la Epicrates angulifera, de la isla de Cuba,
que puede llegar a medir 6 metros.

148
Para concluir, recurriré a Fernández de Oviedo, como es cos-
tumbre, para copiar su descripción de Serpientes en el Sumario:
“Unas Culebras delgadas, y largas de siete u ocho pies, he vis-
to yo en Tierra Firme; las cuales son tan coloradas, que de noche
parecen una brasa viva, y de día son casi tan coloradas como
sangre. Éstas son asaz ponzoñosas, pero no tanto como las Víbo-
ras.
“Hay otras más delgadas y cortas y negras, y éstas salen de los
ríos, y andan en ellos y por tierra
cuando quieren, y son asimismo
harto ponzoñosas.
“Otras Culebras son pardas, y
son poco mayores que las Víbo-
ras, y son nocivas y ponzoñosas.
“Hay otras Culebras pintadas
y muy largas. Y yo vi una de éstas en el año de 1515 en la isla
Española, cerca de la costa de la mar, al pie de la sierra que lla-
man de los Pedernales, y la medí, y tenía más de veinte pies de
largo, y lo más grueso de ella era mucho más que un puño cerra-
do, y debiera de haber sido muerta aquel día, porque no hedía y
estaba la sangre fresca, y tenía tres o cuatro cuchilladas. Estas
Culebras tales son de menos ponzoña que todas las susodichas,
salvo que por ser tan grandes ponen mucho temor el verlas.
“Me acuerdo que estando en el Darién, en Tierra–Firme, el
año de 1522, vino del campo muy espantado un Pedro de la
Calleja, montañés, natural de Colindres, una legua de Laredo,
hombre de crédito y hidalgo, el cual dijo que había visto en una
senda dentro de un maizal solamente la cabeza con poca parte
del cuello de una Culebra o Serpiente, y que no pudo ver lo de-
más de ella a causa de la espesura del maíz, y que la cabeza era
muy mayor que la rodilla doblada de una pierna de un hombre
mediano, y allí lo juraba, y que los ojos no le habían parecido
menores que los de un becerro grande; y como lo vio desde algo
apartado, no osó pasar, y se tornó; lo cual el susodicho contó a
muchos y a mí, y todos lo creímos por otras muchas que en aque-
llas partes habían visto algunos de los que al dicho Pedro de la
Calleja le escuchaban lo que es dicho.
“Y en aquella sazón, pocos días después de esto, en el mismo

149
año, mató una Culebra un criado mío, que desde la boca hasta la
punta de la cola tenía de largo veinte y dos pies, y en lo más grue-
so de ella era más gorda que dos puños juntos de las manos de
un hombre mediano, y la cabeza más gruesa que un puño, y la
mayor parte del pueblo la vio; y el que la mató se llama Francisco
Rao y es natural de la villa de Madrid.
Las Casas, también se refiere en la Apologética a las Culebras
cuando recuerda los días pasados en la Española. El sacerdote
siempre es buena referencia pues también es testigo presencial de
los animales que pudo ver Colón al recorrer las islas del Caribe:
“En esta Isla (Española) hay grandes y muchas Culebras, todas
casi pardas, las cuales ni tienen ponzoña ni hacen mal.
“Arremetía un indio a ellas, y lo primero era echarle mano a
la cabeza y con los dientes se la estrujaba,
y la Culebra, se le revolvía al brazo; des-
pués de muerta la hacía rosca y ataba.
Este también era su manjar.
“Otras Culebras hay en los remansos
de los ríos, pero pocas, que son verdes,
las cuales creo que son ponzoñosas, pues-
to que la fama es que en esta Isla ninguna cosa de ponzoña hay23.
Estas ni las comían ni las curaban de matar”.
Pocas páginas más adelante vuelve a mencionarlas: “Bestias
ponzoñas no las hay, puesto que hay como se dijo, unas podero-
sas Culebras muy mansas y cobardes que las pisa el hombre mu-
chas veces y casi no lo sientes, porque mientras se revuelven a
deshacerse de cómo están hechas rosca pasa mucho tiempo.
“Y yo he visto comerlas a españoles, con hambre, a los princi-
pios que comenzaron a destruir las gentes, vecinos y moradores
de esta isla, y comer de la cola donde tienen las Culebras y Sier-
pes la ponzoña y no recibir mal alguna”.

23
En este párrafo de Las Casas hay una aparente contradicción. Pero si se lee
con atención se ve que Las Casas cree que esas culebras verdes de los ríos son
ponzoñosas porque los indígenas ni las comían ni las mataban, como hacían
con las otras culebras.
150
SIERPE o IGUANA

T
odo parece indicar que solo en dos ocasiones se encontra-
ron los tripulantes de las naves colombinas con Iguanas.
En realidad no supieron cómo llamarlas: las nombraron
Sierpes, Serpientes, Culebras y hasta Dragones. Era un animal
que solo había en las Indias, en América.
Los registros corresponden a dos días seguidos y el re-
sumen del Diario no vuelve a ocuparse de ellas:
“Domingo, 21 de octubre: Andando así en cerco de una de
estas lagunas vi una Sierpe la cual matamos y traigo el cuero
a Vuestras Altezas. Ella como nos vio se echó en la laguna y
nos la seguimos dentro, porque no era muy honda, hasta
que con lanzas la matamos. Es de siete palmos de largo;
creo que de estas semejantes hay aquí en esta laguna mu-
chas”.
“Lunes, 22 de octubre: Tomamos agua para los navíos en
una laguna que aquí está cerca del cabo del Isleo, que así
nombré; y en la dicha laguna Martín Alonso Pinzón, capi-

151
tán de la Pinta, mató otra Sierpe tal como la otra de ayer de
siete palmos”.
Hernando Colón, leyendo la copia del Diario de su padre, da
una versión más detallada y, claro, pasa de puntillas por la que
mató Martin Alonso Pinzón: “Como aquel país era de muchas
aguas y lagos, cerca de uno de estos vieron una Sierpe de siete
pies de larga, que tenía el vientre de un pie de ancho; la cual,
siendo perseguida por los nuestros, se echó en la laguna, pero
como ésta no era muy profunda, la mataron con las lanzas, no
sin algún miedo y asombro, por su ferocidad y feo aspecto.
“Andando el tiempo, supieron apreciarla como cosa agrada-
ble, pues era el mejor alimento que tenían los indios, ya que, una
vez quitada aquella espantosa piel y las escamas de que está cu-
bierta, tiene la carne muy blanca, de suavísimo y grato gusto; la
llamaban los indios Iguana”.
Aunque vaya contra los límites autoimpuestos para este Bes-
tiario, incluiré el encuen-
tro que Colón vuelve a
tener con Iguanas a fines
de abril de 1494, en el
puerto actual de Guan-
tánamo, bautizado por él
como Puerto Grande:
“Descendí en tierra y vi
más de cuatro quintales
de pez en asadores al
fuego, y Conejos y dos
Serpientes.
“Y allí, muy acerca, vi en muchos lugares presas, al pie de los
árboles, muchas Serpientes, la más asquerosa cosa que hombres
vieron: todas tenían cosidas las bocas salvo algunas, que no te-
nían dientes.
“Eran todas de color de madera seca y el cuero de todo el
cuerpo (muy arrugado), en especial aquel de la cabeza que le
descendía sobre los ojos, los cuales tenían venenosos y espanta-
bles.
“Todas estaban cubiertas de sus conchas muy fuertes, como
un pez de escama, desde la cabeza hasta la punta de la cola; por

152
medio del cuerpo tenían unas conchas altas y feas y agudas como
puntas de diamantes”.
Los indios le dijeron en
su idioma –se enteró por
Diego Colón, el indio de
Guanahani llevado a Espa-
ña y que ya entendía el es-
pañol–, que su cacique los
había enviado a cazar esas
Serpientes pues iba a dar
una gran fiesta.
Colón, a cambio de cas-
cabeles “y otras cositas”, se apropió del pescado, y ellos se “holga-
ron mucho al saber que las Serpientes se quedaban” al ser
desechadas por los españoles.
Theodore de Bry dedicó dos de sus dibujos a este encuentro
de Colón con las Iguanas, y las he incluido entre las imágenes de
esta nota por la sorprendente curiosidad que reflejan.
Pedro Mártir de Anglería, el sacerdote italiano asentado en la
corte castellana, conversó con Colón al regresó de su primer viaje
y después continuó conversando con él y con otros viajeros
cuando volvían de las Indias. Puesto que Fernández de Oviedo
criticó duramente las versiones de Mártir sobre las Iguanas, co-
piaré aquí las partes principales de sus comentarios sobre ellas:
“Al recorrer las costas del puerto, Colón vio no lejos de la playa
dos chozas de paja y hogueras encendidas en muchos lugares;
envió entonces unos cuantos hombres armados, con orden de
aproximarse a aquellas moradas.
“Bajaron y no hallaron a nadie, pero vieron suspendidas so-
bre el fuego, en asadores de madera, cerca de cien libras de pes-
cado y dos Serpientes de ocho pies.
“Admirados, comenzaron a escrutar por todas partes por si
divisaban a algún indígena, pero no lo consiguieron en todo lo
que con la vista podía abarcarse, porque al acercarse los nuestros
se habían refugiado en las montañas los dueños del pescado.
“Se sentaron, disfrutaron alegremente de los peces cogidos
con ajeno trabajo, dejaron las Serpientes, iguales, por lo que
cuentan, excepto en el tamaño, a los Cocodrilos del Nilo, de los

153
que dice Plinio haberse encontrado algunos de dieciocho codos,
mientras que los mayores de éstos no pasan de ocho pies.
“Habiendo penetrado en un bosque cercano, después de sa-
ciado el hambre, hallaron colgadas con cuerdas de los árboles
muchas de aquellas Serpientes: de ellas tenían los hocicos atados,
y de ellas arrancados los dientes”.
Al igual a lo que cuenta Colón, más un añadido, quizá de su
cosecha, Mártir remata esta primera historia de las Iguanas di-
ciendo: “No llevaron mal que los nuestros se hubiesen comido
los pescados que asaban al fuego, puesto que habían dejado las
Serpientes, pues ninguna vianda estiman tanto como esta, hasta
el punto que no les está permitido probarla a los plebeyos, como
ocurre entre nosotros con los Faisanes y los Pavos”.
La segunda historia sobre las Iguanas contada por Pedro Már-
tir, está relacionada con la famosa cacica Anacaona –“una mujer
educada, graciosa y discretísima”, le dijeron a Mártir– y Bartolo-
mé Colón, el hermano del descubridor que había quedado como
Gobernador de la isla desde mayo de 1495. La historia es pinto-
resca, tiene su gracia y da más información sobre tan sorprenden-
te animal.
Yendo Bartolomé Colón a recoger los tributos que debía en-
tregarle “el rey de la comarca occidental de Jaragua”, se “encon-
tró allí con treinta y dos régulos, congregados en la Beuchio Ana-
cauchoa, que le esperaban con los tributos: todos ellos, además
de los impuestos de rigor, habían traído, a fin de captarse la be-
nevolencia de los nuestros, grandes cantidades de las dos clases
de pan de que usan, a saber: el de raíces y el de trigo, y, asimis-
mo, "hutias", es decir, Conejos isleños, y pescados que ha-bían
asado, a fin de evitar que se pudriesen o corrompiesen; también
traían de esas Serpientes, manjar exquisito entre ellos, a las que
llaman "Iguanas", y que ya hemos descrito con anterioridad.
“Tardíamente supieron los nuestros que estos animales se
crían en la isla, y hasta entonces no se habían atrevido a probar-
los, pues su fealdad no sólo les producía horror, sino náuseas.
“El Adelantado, inducido por el gracejo de la hermana del ca-
cique, se decidió a probar un bocado; pero así que el sabor de
aquella carne comenzó a acariciar su paladar y garganta, parecía
pedirla a boca llena, y no a mordisquillos ni sólo untándose los

154
labios; todos, convertidos en glotones a ejemplo suyo, no habla-
ban ya de otra cosa sino de la delicadeza de las Serpientes, afir-
mando que tal manjar es más exquisito que lo son entre nosotros
el Pavo, el Faisán y la Perdiz. Pero si no se las prepara de un mo-
do determinado pierden el sabor, como sucede con los Pavos y
Faisanes cuando se les asa sin manteca en asadores.
“Abriéndolas desde el gaznate hasta la ingle, lavadas y mon-
dadas con esmero, y colocadas
después en círculo, a modo de
Serpiente que durmiese enros-
cada, dentro de una olla con
capacidad sólo para su cuerpo,
la rocían con un poco de agua
con pimienta de la isla, la com-
primen luego y la ponen sobre un fuego suave de cierta leña olo-
rosa que no produce ningún humo.
“Del abdomen así destilado se hace un jugo, como dicen, nec-
táreo, y cuentan que no hay género de viandas comparable a los
huevos de las mismas Serpientes, que se digieren por sí solos y
fácilmente. Así cocidas y frescas son delicadísimas; y conservadas
durante algunos días, sabrosísimas”.
La tercera historia de Pedro Mártir es bastante posterior, de
alrededor de 1524 y concierne a la región Chiribichi, bautizada
Santa Fe, ya en Tierra Firme
“En la región chiribichense de que hablamos existe notable
variedad de cuadrúpedos y aves indígenas. Comencemos por las
más útiles y más perjudiciales.
“En mis primeros y subsiguientes libros hice frecuente men-
ción de ciertas Serpientes con cuatro patas, de feroz aspecto, a las
que unos llaman ‘Iuganas’ y otros ‘Iuanas’. Es animal comestible,
y excelente bocado por cierto. Los huevos que a semejanza del
Cocodrilo o de la Tortuga engendra y pone son alimento exce-
lente y de buen sabor.
“No pocos daños ocasionaron estos animales a los frailes do-
minicos que por tiempo de siete años habitaron aquellas tierras.
Habiendo, como hemos dicho, edificado un convento, cuentan
que durante la noche se veían sitiados, muchas veces, cual
enemigos, por amenazadora muchedumbre de Iuganas; se levan-

155
taban de la cama no para defenderse de ellas, sino para asustarlas
y ahuyentarlas de los sembrados y hortalizas, sobre todo de los
melones, que a la sazón habían plantado y cultivado, y a que son
dichos animales muy aficionados.
“Los habitantes del valle buscan su alimento en la caza de
Iuganas. Cuando las encuentran las matan a flechazos; muchos
las capturan vivas echando una mano al cuello del animal que, a
pesar de su aspecto temible y de su abrir la boca y enseñar fiera-
mente los dientes, como si fuese a morder, es inofensivo, y a la
manera del ganso graznante, se queda pasmada sin atreverse a
embestir.
“Es tanto lo que se repro-
ducen, que no se puede acabar
con ellas. De los antros y cue-
vas marinas donde crían, salen
de noche en bandadas a buscar
su alimento, y devoran tam-
bién los residuos que el mar al
retirarse deja en las playas”.
Al resumir, y de paso comentar la copia del Diario de Colón,
el padre Bartolomé de las Casas también figura en este recorrido
sobre los primeros encuentros de los españoles con las Iguanas;
aunque en la Historia de las Indias repite lo mismo que escribió en
el resumen del Diario, agrega sin embargo su opinión y su expe-
riencia con ellas: “Esta Sierpe, verdaderamente es Sierpe y cosa
espantable, casi es de manera de Cocodrilo o como un Lagarto,
salvo que tiene hacia la boca y narices más ahusada que Lagarto.
“Tiene un cerco desde las narices hasta lo último de la cola,
de espinas grandes, que la hace más terrible; es toda pintada
como Lagarto, aunque más verdes y oscuras las pinturas; no hace
mal a nadie y es muy tímida y cobarde; es tan excelente cosa de
comer, según todos los españoles dicen, y tan estimada, mayor-
mente toda la cola, que es muy blanca cuando está desollada, que
la tienen por más preciosa que pechugas de Gallina ni otro man-
jar alguno; de los indios no hay duda sino que la estiman sobre
todos los manjares.
“Con todas sus bondades, aunque soy de los más viejos de es-
tas tierras y en los tiempos pasados me vi con otros en grandes

156
necesidades de hambre, pero nunca jamás pudieron conmigo
para que de ella gustase; la llaman los indios de esta isla Española
Iguana”.
En la Apologética Historia, Las Casas vuelve a referirse a las
Iguanas: “Había otra caza, según ellos muy preciada, y aun según
muchos de nuestros españoles después que la gustaron, y ésta fue
la que llamaron Iguanas, propias Sierpes.
“Es tan grande como un perrillo de falda, de la hechura de un
Lagarto, pintada como él, pero no de color verde las pinturas o
azafranadas, sino pardas que la afean más; tiene un cerro de es-
pinas desde la cabeza por el lomo hasta lo postrero de la colas
que la hace más horrible y espantable.
“Cuando la iban a tomar los indios, hacía y hace un papo
como las lagartijas, más grande o tanto como una vejiga de una
gran ternera, y abre la boca y muestra los dientes como una fiera
Sierpe, como lo es al perecer, pero no hace mal y fácilmente la
prenden y atan y traen.
“La cola de ella es blanca como pechuga de Gallina. Dicen los
españoles comúnmente que no hay tan sabroso manjar, pero yo
nunca la he podido comer, aun en los tiempos primeros que en
esta Isla tuvimos necesidad.
“La comen en viernes por pescado; criándose en la tierra y
montes como los otros animales, no sé dónde lo hallaron que
fuese pescado”.
Concluida esta parte de comentarios relacionados con el pri-
mer viaje de Colón, e incluyendo, además, unas excepciones
confesadas, paso ahora a otro tipo de comentario sobre las Igua-
nas.
Ya he explicado en el prólogo la importancia que tiene Fer-
nández de Oviedo en la historia del estudio de los animales.
Como señala Raquel Álvarez Peláez, cuando publica el Sumario de
la Natural Historia de las Indias en 1526 –y agrego yo, la Historia
general y natural de las Indias, en 1536– su obra, en lo referente a
la descripción de animales y plantas, no tenía más antecedentes
que los clásicos, sobre todo Aristóteles y Plinio, aparte de los
bestiarios medievales y algunas escasas obras más.

157
Por el carácter precursor y sobre
todo por la singularidad americana de
su obra, y teniendo en cuenta que la
Iguana es el primer animal exclusivo
del Nuevo Mundo encontrado por
Colón en su viaje descubridor, se
entenderá que continúe honrando a
tan ilustre escritor, copiando casi en
su integridad las dos primeras expo-
siciones de este animal desde una
atención y meticulosidad descriptiva nada común en su siglo.
En el Sumario, Oviedo se ocupa dos veces de la Iguana, la
primera al referirse a lo que comen los indígenas de la Española,
y la segunda al escribir unas pocas líneas sin mayores detalles,
titulada: “Y.u.ana”, en su afán de que se pronuncie bien este
nombre proveniente del idioma Arauco.
“Comían asimismo una manera de Sierpes que en la vista son
muy fieras y espantables, pero no hacen mal, ni está averiguado si
son animal o pescado, porque ellas andan en el agua y en los
árboles y por tierra.
“Y tienen cuatro pies, y son mayores que Conejos, y tienen la
cola como Lagarto, y la piel toda pintada, y de aquella manera de
pellejo, aunque diverso y apartado en la pintura, y por el cerro o
espinazo unas espinas levantadas, y agudos dientes y colmillos, y
un papo muy largo y ancho, que le cuelga desde la barba al pe-
cho, de la misma tez o suerte del otro cuero, y callada, que ni
gime ni grita ni suena, y se está atada a un pie de un arca, o don-
de quiera que la aten, sin hacer mal alguno ni ruido, diez, y
quince, y veinte días sin comer ni beber cosa alguna, pero tam-
bién les dan de comer algún poco cazabe o de otra cosa semejan-
te, y lo comen24.
“Y es de cuatro pies, y tienen las manos largas, y cumplidos
los dedos, y uñas largas como de ave, pero flacas, y no de presa, y
es muy mejor de comer que de ver; porque pocos hombres habrá

24
Como se leerá, este párrafo, más otras palabras e ideas de su descripción de la
Iguana, haciéndoles ligeras alteraciones, lo utiliza Fernández de Oviedo en su
Historia, lo cual es una muestra de cómo trabajó en la redacción que va del
Sumario a la Historia. No lo he suprimido.
158
que la osen comer, si la ven viva (excepto aquellos que ya en
aquella tierra son usados a pasar por ese temor y otros mayores
en efecto; que este no lo es sino en la apariencia).
“La carne de ella es tan buena o mejor que la del Conejo, y es
sana, pero no para los que han tenido el mal de la búas, porque
aquellos que han sido tocados de esta enfermedad (aunque haya
mucho tiempo que están sanos) les hace daño, y se quejan de este
pasto los que lo han probado, según a muchos (que en sus per-
sonas lo podían con verdad experimentar) lo he yo muchas veces
oído”.
En 1536, cuando se publica la Historia General y Natural de las
Indias, la descripción de las Iguanas ya es más completa y de-
muestra un conocimiento más frecuente y menos asombrado de
ella.
“Este es un animal que así en esta isla Española como en otras
muchas de este golfo y en la Tierra Firme, hay muchos de este
género. En la primera impresión de esta primera parte, le puse en
el libro XIII (que trata de los pescados), en el capítulo III, y ahora
me pareció ponerle en este que trata de los animales terrestres,
no obstante que, según la opinión de muchos, a ambos libros se
puede aplicar, porque muchos hombres hay que no se saben
determinar si este animal es carne o pescado, y como cosa neu-
tral, la atribuyen al uno y al otro género, así de los animales de la
tierra como de los del agua, porque así se aplica a un elemento
como al otro, y en cada uno de ellos se ejercita y continúa su
vida.
“Se llama Iuana, y se escribe con estas cinco letras, y se pro-
nuncia i, con poquísimo intervalo, u, y después las tres letras
postreras, ana, juntas o dichas
presto: así que, en el nombre
todo, se hagan dos pausas de
la forma que es dicho.
“Digo que se tiene por
animal neutral, y hay conten-
ción sobre si es carne o pesca-
do, porque anda en los ríos y
por los árboles asimismo; y por
esta causa, una vez me pareció, como he dicho, que le debía po-

159
ner, como le puse, en el libro XIII (en la primera impresión) con
los animales de agua, y ahora me ha parecido ponerle aquí con
los terrestres, pues conforme a las opiniones de muchos, en am-
bos géneros se compadece; y aun así usan de él en estas partes,
comiendo este animal en los días que no son de carne, así como
viernes y sábado, y la cuaresma, y otros días prohibidos por la
Iglesia. Mas de mi opinión y parecer, yo le habría por carne. Lo
cual no digo para que ninguno deje de seguir su voluntad, y
principalmente la del prelado y lo que la Iglesia ordenare.
“Este es una Serpiente o Dragón, o tal animal terrestre (o de
agua), que para quien no le conoce, es de fea y espantosa vista, y
extraño Lagarto, grande y de cuatro pies; mas es muy mayor que
los Lagartos de España, porque la cabeza es mayor que el puño o
mano cerrada de un hombre, y el pescuezo corto, y el cuerpo de
más de dos palmos, y otros dos en redondo, y la cola de tres y
cuatro palmos larga.
“Estas medidas se han de entender en los mayores animales
de éstos, y muchos de ellos tienen las colas cortas, no sé yo si es
por habérselas cortado y mordido unos a otros, o si por caso las
mudan; porque Plinio dice que las colas de las Lucertolas, id est
Lagartijas o Lagartos, les nacen cuando se las cortan, y lo mismo
a las Sierpes o Culebras.
“De la grandeza o tamaño (de estos animales) que he dicho,
para abajo, se hayan tan pequeños como chiquitas Lagartijas.
Tienen por medio del espinazo, levantado, un cerro encrestado a
manera de sierra o espinas, y parece en sí sola muy fiera. Tiene
agudos dientes, y un papo largo y ancho que le va y cuelga desde
la barba al pecho, como al buey.
“Y es tan callado animal, que ni grita, ni gime, ni suena, y está
atado a donde quiera que lo pongan, sin hacer mal alguno ni
ruido, diez o veinte días y más, sin comer ni beber cosa alguna.
Mas si se lo dan, también come un poco de cazabi o hierba, o
cosa semejante, según dicen algunos.
“Pero yo he tenido algunos de estos animales atados en mi ca-
sa algunas veces, y nunca los vi comer, y los he hecho aguardar y
velar, y en fin, no he sabido ni podido entender qué comían,
estando en casa, y todo lo que les dan para que coman, se está
entero. En el campo no sé cómo se alimentan.

160
“Los brazos, y pies, y manos, y piernas, y las uñas, todo esto es
como de Lagarto, y largas las uñas, pero flacas y no de presa. Es
en tanta manera de terrible aspecto, que ningún hombre se aven-
turaría a esperar este animal, si no fuese de grande ánimo, y a
comer de él ninguno, si no fuese de mal seso o bestial (digo no
conociendo su ser y mansedumbre y buen gusto).
“Cuando estos animales son grandes, parecen, en lo que aho-
ra diré, a los bueyes de Inglaterra, que estando vivos, tienen los
cuadriles salidos y parecen muy flacos, y desollados, están gordos;
así, la Iuana, que estando viva, parece flaca, y después de muerta
y desollada, está gordísima y
con mucha manteca, y después
que la cuartean o parten, cada
pedazo de este animal bulle o
está palpitando cuatro o cinco
horas y más, y aun echada a
cocer, hasta que la olla co-
mienza a hervir, o si la asan,
hasta que en el asador se comienza a asar. Y de este indicio for-
man su opinión los que quieren esforzarse a porfiar que es pes-
cado, porque las Hicotecas, que es cierta manera de Galápagos, y
las Tortugas hacen lo mismo.
“Estos animales, cuando son pequeños, pasan por encima del
agua los ríos y los arroyos, y se dan tan grandísima prisa a menear
los brazos y piernas, que el agua no tiene tiempo para impedirlos
o hacer calar abajo; y esto les tura y hacen siendo pequeños, co-
mo Lagartijas pequeñas y delgadas; y desde que van creciendo,
pasan los ríos a pie tierra, por debajo del agua, porque no saben
nadar y son pesados.
“Crían en la tierra y cerca de las riberas y arroyos, y son tan
continuos al agua, que, como tengo dicho, hacen dudar a los
hombres si los tendrán por carne o pescados.
“Este animal, tal cual he dicho, y tan feo y espantable, es muy
buen manjar, y mejor que los Conejos de España muy buenos
jarameños; y digo de la ribera de Jarama, porque pienso yo que
son de los mejores del mundo todo.
“Como los cristianos se mostraron a comer estos animales,
eran entre ellos muy estimados, y al presente lo son, y no los

161
desechan ni dejan de dar dineros por ellos. Sólo un daño les
atribuyen (que yo ni contradigo ni apruebo), del cual he oído que
algunos se quejan, y es que dicen que los que han sido tocados
del mal de las bubas, cuando comen de este animal Iuana, les
torna a tentar aquella dolencia, aunque haya algún tiempo que
estén sanos.
“Yo he comido estos animales en la Tierra Firme algunas ve-
ces, y muchas más en esta ciudad, y aún me los traen por la mar
desde la isla de la Mona, donde hay muchos, que es cincuenta
leguas de aquí, y es muy buen manjar.
“Y como experimentado, quiero avisar a quien esto leyere en
estas partes (si indios faltaren, como faltan), de la manera y arte
que han de tener para guisar los huevos de la Iuana, porque ha-
llarán por verdad que queriendo hacer una tortilla de los huevos
o freírlos como los que dicen estrellados, no se podrá hacer con
aceite ni manteca, porque nunca se cuajarán; mas echando agua
en lugar de aceite, se cuajan y guisan. Esto es cosa probada y
cierta, y otro indicio para porfiar a sabiendas los que menos en-
tienden, que éste es pescado, y tan amigo del agua, que se con-
forma más con ella que con los materiales de la tierra. Pero esto
es falso, o no decir nada, pues que todos los pescados, o los más
de ellos, se guisan y fríen con aceite.
“Acaece poner una Iuana cuarenta y cincuenta huevos y más,
y son buenos y de buen sabor, y tienen yemas y claras, como los
de las gallinas, y la cáscara es delgada, y los mayores de ellos son
como nueces, y menores, y redondos…”25
“Esta que aquí yo dibujé, como supe hacerlo o deseé imitar su
figura, quiere alguna cosa pare-
cer a este animal, y esta forma
tiene. Y con todo su mal pare-
cer, digo que es muy buena
vianda cocida o asada, y la han
de cocer y guisar de la misma
manera que una Gallina; y con
sus especias y un pedazo de

25
Elimino la discusión con Pedro Mártir de Anglería sobre si la Iguana es o no
un Cocodrilo, por ser un tema ya superado: la Iguana no es un Cocodrilo.
162
tocino y una berza, no hay más que pedir en este caso para los
que conocen este manjar.
“Y fiambre es muy singular y sano, y de este parecer se halla-
rán muchos hombres entre los españoles que por estas partes
andan. Cuando están gordos estos animales, les sacan mucha
gordura o grasa de las interiores, y lo guardan porque es muy
bueno para hinchazones de postemas; y derritiéndolo en una
sartén sobre el fuego, y echándolo en una escudilla a enfriar, y
frío lo guardan en una redomica de vidrio, siempre se está líqui-
do, que no se espesa ni cuaja, y es muy bueno para lo que es
dicho.
“El hígado de estos animales, cocido, es bueno y de buen
manjar, y es negro y espeso y sano y de buena digestión; y cuando
se echa por la cámara digerido, es tan negro como fina tinta, y
para poner en cuidado al que no lo sabe. Mas, en fin, no trae ni
causa algún inconveniente.
“Teniendo escrito lo que es dicho, me trajeron dos animales
de éstos, de los mayores, y del uno comimos en mi casa, y el otro
hice guardar, atado, para enviarlo a Venecia al magnífico Micer
Joan Baptista, secretario de la Señoría, y estuvo en el patio de
esta fortaleza de Santo Domingo atado a un poste más de cuaren-
ta días, que nunca comió de cosa de cuantas se le dieron; y me
dijeron que no comían estos animales sino tierra, y yo hice que
para su matalotaje le metiesen un quintal de ella en un barril,
porque en la mar no le faltase. Y espero, en tanto que estoy co-
rrigiendo estos tratados, que vengan naos para saber si llegó vivo
a España, y con qué mantenimiento. Pero llegado en España el
año de mil y quinientos y cuarenta y seis, supe, del que traja
aquel animal, que se le murió en la mar”.
A pesar de la inmensidad de esta nota, no debo renunciar a
sintetizar la opinión de los especialistas contemporáneos sobre la
Iguana al tratar el resumen del Diario de Colón o al referirse a
ella de forma genérica.
Alvar, modestamente, nos remite al análisis lingüístico que
hace de la Iguana en su estudio sobre Juan Castellanos, y cita la
descripción de Las Casas y su rechazo a comerla hasta cuando
pasó hambre en las Indias.
Abelardo González Lorenzo brilla por su ausencia en el co-

163
mentario de la Iguana, y es remplazado por una repetición tex-
tual de Manuel Alvar sobre las Iguanas, la larga cita de Las Casas,
y un remite a un artículo de Alvar, concluyendo con un extraño
comentario: “Queda fuera del mundo que conoció el Almirante
el estudio Mitología americana de Samuel Feijoo (La Habana,
1983)”, todo esto firmado por un M.A., sin duda referente tam-
bién a Manuel Alvar. Un tal L.J.R.G. (Luis Javier Ramos Gonzá-
lez) hace la observación de que aunque Colón no nos ha dicho
que los desembarcados estaban armados, el instrumento para
matar a la Iguana demuestra lo contrario.
Mi imprescindible Gómez Cano, como ya señalé, convierte la
primera Culebra, la del 15–16 de octubre, en Serpiente, y de
inmediato en Iguana. Señala un dato a tener en cuenta: Gua-
nahani deriva de la palabra Iguana (quiere decir Tierra de Igua-
nas). Y también algo que motiva mi sorpresa de que solo se men-
cionen Iguanas, llamándolas Sierpes, en solo dos ocasiones: “en
aquellos años debían ser muy abundantes en todas las islas del
Caribe”.
Otro comentario acertado de Gómez Cano es que aunque la
llamen Culebra, Serpiente y Sierpe, nunca la llaman Lagarto,
cuando, es verdad, una Iguana es más parecida a un Lagarto que
a una Serpiente (de acuerdo a Covarrubias (1611), Culebra, Ser-
piente, Sierpe, Dragón, son sinónimos porque se van arrastrando
por la tierra, y no se queda atrás el Lagarto, que también es una
Serpiente que se va arrastrando por la tierra con sus cuatro pies a
manera de brazos de hombre).
Gómez Cano también dice que la especie divisada debió ser
típica de las Bahamas y de las Grandes Antillas, la Cyclura nuvila,
conocida antes como Cyclura macleayi. Pero por su parte, sobre
esta denominación, que igual resulta la misma, Enrique Álvarez
López dice: “en América Central, hasta Panamá, vive la Iguana
verde, la Iguana rinolophus Wiegm. Y también la Iguana turbeculata
Laür, que llega hasta el Brasil y las Antillas, y a la que se refiere
especialmente Oviedo”.

164
NÁCARAS=OSTRAS=PERLAS

T
res veces figura en el resumen del Diario de Cristóbal
Colón la mención de la posibilidad de hallar Perlas mien-
tras recorre el Caribe. La primera es del 28 de octubre
cuando se anota: “Decían los indios que en aquella isla había
minas de oro y Perlas, y vio el Almirante lugar apto para ellas y
Almejas, que es señal de ellas”.
Y al día siguiente, 29 de octubre, cuando está en Río de los
Mares, se agranda la esperanza: “Toda aquella mar dice que le
parece que debe ser siempre mansa como el río de Sevilla y el
agua aparejada para criar Perlas”.
Medio mes y algunos pocos días más tarde, el viernes 16 de
noviembre, vuelve a referirse a las Perlas mientras recorre las
costas del Puerto del Príncipe: “e hizo entrar la gente allí y buscar
si había Nácaras, que son las Hostias26 donde se crían las Perlas, y
hallaron muchas, pero no Perlas, y lo atribuyó a que no debía de
ser el tiempo de ellas; que creía él que era por mayo y junio”.

26
Alvar dice que Hostias se cambió a Ostras para evitar chistes irreverentes.
165
Es obvio que Colón, como yo, no
sabía nada de Perlas, y supone que
como las verduras, hay fechas para la
siembra y cosecha de ellas. Sin embar-
go, durante todo su viaje, cuando se
pregunta por la existencia de oro a los
indígenas, también se adjunta a la
muestra del metal, unas Perlas.
Sobre este aspecto no cabe tener
dudas. El 4 de noviembre: “Les mos-
tró oro y Perlas, y respondieron cier-
tos viejos que en un lugar que llama-
ron Bohío había infinito y que lo traían al cuello y a las orejas y a
los brazos y a las piernas, y también Perlas”.
Para quitarme pesares, encabezo la nota con el retrato pintado
por Tiziano de la reina Isabel de Portugal, esposa de Carlos V,
quien luce un impresionante collar de Perlas perfectas, de las que
no tenemos razón alguna para descartar su origen en la costa
perlífera descubierta por Colón en las cercanías de Tierra Firme;
algunos especialistas no dudan en afirmar que la Perla grande, la
colgante en medio del pecho de la reina, es la famosa Peregrina,
la codiciada Perla vendida en 4 mil ducados a la reina por Isabel
de Bobadilla, la esposa de Pedrarias Dávila, cuando viajó a la
corte para arreglar asuntos de su esposo relacionados con la go-
bernación de Panamá.
Y en este orden de anécdotas de Perlas, no dejaré de lado lo
que nos cuenta Fernández de Oviedo sobre una de las Perlas que
tuvo en su poder: “De aquella isla también es una Perla redondí-
sima que yo traje de aquella mar, tamaña como un bodoque
pequeño, y pesa veinte y seis quilates; y en la ciudad de Panamá,
en la mar del Sur, di por esta Perla seiscientos cincuenta pesos de
buen oro, y la tuve tres años en mi poder.
“Y después que estoy en España, la vendí al conde Nansao,
marqués del Cenete, gran camarlengo de vuestra majestad; el
cual la dio a la marquesa del Cenete, doña Mencia de Mendoza,
su mujer; la cual Perla creo yo que es una de las mayores, o la
mayor de todas las que en estas partes se han visto, redonda;
porque ha de saber vuestra majestad que en aquella costa del Sur

166
antes se hallarán cien Perlas grandes de talle de pera que una
redonda grande”.
Como ya se ha leído, en este
primer viaje, Colón no encontró
Perlas por navegar por costas que
no las producían, pero en su
segundo viaje o, quizá solo en el
tercero, descubriría un banco per-
lífero que causaría su desgracia en
la estima de los Reyes Católicos,
pues se le acusó de haber callado
el hallazgo, guardándose una gran
cantidad de Perlas.
Los cuentos sobre el robo de Perlas, de marineros vendiendo
decenas de Perlas por Sevilla o por donde anduvieran, y de capi-
tanes encarcelados por contrabandearlas, concluye con el resu-
men de esta historia tal como la cuenta el Padre José de Acosta
muchos años después: “Ya que tratamos la principal riqueza que
se trae de Indias, no es justo olvidar las Perlas que los antiguos
llamaban Margaritas, cuya estima en los primeros fue tanta, que
eran tenidas por cosa que sólo a personas reales pertenecían. Hoy
día es tanta la copia de ellas, que hasta las negras traen sartas de
Perlas.
“Se crían en los Ostiones o Conchas del mar, entre la misma
carne, y a mí me ha acaecido, comiendo algún Ostión, hallar la
Perla en medio. Las Conchas tienen por de dentro unas colores
del cielo muy vivas, y en algunas partes hacen cucharas de ellas,
que llaman de nácar.
“Son las Perlas de diferentísimos modos en el tamaño, figura,
color y lisura, y así su precio es muy diferente. Unas llaman Ave-
marías, por ser como cuentos pequeños de rosario; otras Paternos-
tres, por ser gruesas. Raras veces se hallan dos que en todo con-
vengan en tamaño, en forma o color. Por eso los romanos –según
escribe Plinio– las llamaron Uniones.
“Cuando se aciertan a topar dos que en todo convengan, sube
en mucho de precio, especialmente para zarcillos; algunos pares
he visto que los estimaban en millares de ducados, aunque no
llegasen al valor de las dos Perlas de Cleopatra, que cuenta Plinio

167
haber valido cada una cien mil ducados, con que ganó aquella
reina loca la apuesta que hizo con Marco Antonio, de gastar en
una cena más de cien mil ducados, porque, acabadas las viandas,
echó en vinagre fuerte una de aquellas Perlas, y, deshecha así, se
la tragó; la otra dice que, partida
en dos, fue puesta en el Panteón
de Roma, en los zarcillos de la
estatua de Venus. Y del otro
Clodio, hijo del farsante o trági-
co Esopo, cuenta que, en un
banquete, dio a cada uno de los
convidados una Perla rica des-
hecha en vinagre, entre los otros
platos, para hacer la fiesta mag-
nífica.
“Fueron locuras de aquellos
tiempos éstas, y las de los nues-
tros no son muy menores, pues
hemos visto no sólo los sombreros y trenas, más los botines y
chapines de mujeres de por ahí cuajados todos de labores de
Perlas.
“Se sacan las Perlas en diversas partes de Indias, donde con
más abundancia es en el mar del Sur, cerca de Panamá, donde
están las islas que por esta causa llaman de las Perlas. Pero en
más cantidad y mejores se sacan en el mar del Norte, cerca, del
río que llaman de la Hacha.
“Allí supe cómo se hacía esta granjería, que es con harta costa
y trabajo de los pobres buzos, los cuales bajan seis y nueve, y aun
doce brazas en hondo a buscar los Ostiones, que de ordinario
están asidos a las peñas y escollos de la mar. De allí los arrancan y
se cargan de ellos, y se suben, y los echan en las canoas, donde
los abren y sacan aquel tesoro que tienen dentro. El frío del agua
allá dentro del mar es grande, y mucho mayor el trabajo de tener
el aliento estando un cuarto de hora a veces, y aun media, en
hacer su pesca. Para que puedan tener el aliento, les hacen a los
pobres buzos que coman poco, y manjar muy seco, y que sean
continentes. De manera que también la codicia tiene sus absti-
nentes y continentes, aunque sea a su pesar.

168
“Se labran de diver-
sas maneras las Perlas, y
las horadan para sartas.
Hay ya gran demasía
donde quiera. El año de
ochenta y siete vi en la
memoria de lo que venía
de Indias para el Rey,
dieciocho marcos de
Perlas y otros tres cajo-
nes de ellas, y para particulares, mil y doscientos y sesenta y cua-
tro marcos de Perlas, y sin esto otras siete talegas por pesar, que
en otro tiempo se tuviera por fabuloso”.
Mucho se puede contar sobre las Perlas de América y la rápi-
da falsificación que se hizo de ellas. Se afirma que es posible es-
cribir libros rebosantes de historias sobre la pesca de Perlas, las
disputas por Perlas, las corrupciones por Perlas, los desvaríos
amorosos por Perlas y las locuras que se han hecho para conse-
guirlas.
Lo cierto es que durante el primer viaje de Cristóbal Colón
por el Caribe, no se hallaron Perlas ni en las islas pequeñas, ni en
Cuba ni en La Española. El hallazgo correspondió a un siguiente
viaje, pero se afirma que quienes realmente disfrutaron de la
riqueza del encuentro de los bancos perlíferos, fueron los Guerra
y los Niño, capitanes de los llamados “viajes menores”, y también
los marinos y mercaderes que continuaron navegando por las
costas de Tierra Firme y de sus islas, y, en especial, por los que se
instalaron en la fabulosa y luego extenuada isla de Margarita.
Concluiré con la nota de González Lorenzo quien dice que la
mayor parte de las Perlas proceden de Madreperlas del género
Pectinata, pero igual pueden ser producidas por otros bivalvos. “Y
entre ellos algunas especies de pinas, de ostras comestibles, de
mejillones y de Almejas; especialmente si se trata de grandes
Almejas de agua dulce, pertenecientes a los géneros Margaritífera,
Unio y Dipsas”. Luego hace referencia a las Perlas cultivadas por
los chinos y concluye señalando la relación entre Almejas y Os-
tras.

169
Ilustración que acompañó a la edición de la Carta de Colón sobre el descubri-
miento, publicada en Basilea en 1493. El dibujante quiso representar las islas
visitadas del Caribe e incluso a la nave Santa María con Colón a bordo.

170
PERRO MUDO

D
e acuerdo a lo narrado en el resumen del Diario, el 17
de octubre, Colón recorre la isla Fernandina y entra a
una pequeña aldea: “Y ahí había Perros Mastines y
Branchetes”.
Esto es un error de apreciación, pues los Mastines son unos
enormes Perros europeos traídos en el tercer viaje para cazar y
matar indios y negros (de ambos sexos y varias edades), y los
Branchetes, son un tipo de perrito faldero originario de Francia.
Obviamente ese tipo de Perros no existía en las Indias, y la gran
mayoría de historiadores han afilado sus lápices y apretado las
teclas para señalar este terrible error de Colón.
El primero en explicar el equívoco y disculparlo fue quien re-
sumió la copia del famoso Diario, Las Casas, que se apresuró a
escribir en su Historia de las Indias al llegar a este pasaje: “Había
Perros (dice el Almirante), Mastines y Blanchetes, pero porque lo
supo por relación de los marineros que fueron por agua, por eso
los llamó Mastines; si los viera no les llamara, sino que parecían

171
como podencos; estos y los chicos nunca ladran, sino que tienen
un gruñido como entre el gaznate; finalmente, son como los
Perros de España; solamente difieren en que no ladran”.
Y de este embrollo colombino debemos deducir dos conside-
raciones a partir de la nota de Las Casas. Primero que no eran ni
Mastines ni Blanchetes o Branchetes, sino los tan famosos y
mentados Perros Mudos. Y segundo, que el animal que describe
Colón era como Podenco (es decir “como Perros”, según el Dic-
cionario de la Real Academia), y también como Branchetes, es
decir como Perros pequeños, lo cual nos habla de un animal
pequeño, semejante al Perro pero sin ser plenamente un Perro,
aunque todo indica, de acuerdo a testimonios posteriores, que se
trataba de un tipo de Perro caracterizado por no ladrar, y que era
grueso, de cola y orejas levantadas (incluso sin pelo y la piel arru-
gada), tal como suelen describirlo los antropólogos.
Siguiendo con su andadura, ya en territorio cubano, el resu-
men del Diario de Colón vuelve a nombrar a estos desconcertan-
tes Perros Mudos cuando visita chozas de pescadores el 28 y el 29
de octubre.
“Domingo, 28 de octubre: y llegó a dos casas que creyó ser de
pescadores y que con temor
se huyeron, en una de las
cuales halló un Perro que
nunca ladró”.
“Lunes, 29 de octubre:
Había Perros que jamás la-
draron.”
Y el 6 de noviembre, en
el resumen del Diario figura
la última anotación sobre los Perros Mudos: “Bestias de cuatro
pies no vieron, salvo Perros que no ladraban”.
Sobre estos singulares animales se han elaborado varias hipó-
tesis a partir de la disyuntiva de si en realidad eran Perros o per-
tenecían a otra especie. Pero antes de referir algo sobre ellas,
recurriré como siempre a Fernández de Oviedo, quien también
quedó intrigado por los Perros Mudos, al igual que todos los
españoles que lograron verlos.
“Perros gozques domésticos se hallaron en esta isla Española

172
(y en todas las otras islas que están en este Golfo pobladas de
cristianos), los cuales criaban los indios en sus casas. Al presente
no los hay. Y cuando los hubo, los indios tomaban con ellos los
otros animales todos de quien se ha hablado en los capítulos
anteriores.
“Y eran estos Perros de todas aquellos colores que hay Perros
en España: algunos de un solo color, y otros manchados de blan-
co y prieto o bermejo o barcino, o de las colores y pelo que sue-
len tener en Castilla. Algunos bedijudos, otros sedeños, otros
rasos. Pero los más de éstos, acá son entre sedeño y raso, y el pelo
de todos ellos más áspero que le tienen los nuestros, y las orejas
avivadas y a la alerta, como la tienen los lobos.
“Eran todos estos Perros, aquí en esta y las otras islas, Mudos,
y aunque los apaleasen ni los
matasen, no sabían ladrar; al-
gunos gañen o gimen bajo
cuando les hacen mal.
“Los españoles que vinieron
con el Almirante primero, en el
segundo viaje que hizo a esta
isla, se comieron todos estos
Perros, porque morían de ham-
bre y no tenían qué comer; pero
manjar es para no desechar los
que le tienen en costumbre.
“En la Tierra Firme, en muchas partes de ella, y en la Nueva
España, los hay en gran cantidad; y donde yo los he visto es en la
provincia de Santa Marta, algunos, y después vi muchos en la
gobernación de Nicaragua, y he comido de algunos de ellos y es
muy buen manjar.
“Y a la verdad, de aquel que yo comí, fueron dos o tres boca-
dos, y no pensando que era Perro. Y llegué donde ciertos amigos
comían de uno muy gordo y muy bien asado y untado o lardado
y con ajos, y no me supo mal. Antes, al ver aquellos compañeros
que yo con buen gusto y aliento entraba en ello, uno de ellos
dijo: "Señor, no será malo que nos llevemos de aquí algunos
Perros de éstos, pues que tan bien os saben".
“En la verdad, a mí me pesó de haberlo comido, y no comí

173
más, ni dejara de comer hasta que se acabara; pero, pues mas no
pudo ser de haberlo comido, como quien lo ha probado, digo
que me supo bien y que quisiera que me avisaran más tarde. El
caso es que todos los españoles que lo han probado, loan este
manjar y dicen que les parece no menos bien que cabritos.
“En aquella provincia de Nicaragua hablan la misma lengua
que en la Nueva España, y al Perro llaman Xulo, y de estos Xulos
crían muchos: y cuando alguna fiesta principal se hace entre
indios, comen estos Perros por el más precioso y mejor manjar de
todos, y ninguno come la cabeza si no es Calachuni o Teite, Íci est
rey o persona la más principal del convite; la cual traen guisada
sin quitar de ella ni desechar sino solamente los pelos, porque el
cuero y los huesos y todo lo demás está hecho de manera, en un
cierto potaje, que parece mazamorra, o de poleadas, o un almi-
dón. Y si el cacique o aquel señor no la quieren, después que él
ha comido alguna cosa de la cabeza (así guisada), él la da de su
mano al que quiere más honrar de los convidados.
“Cuanto al no ladrar estos Perros, siendo cosa tan natural a
los gozques y Perros de todo género, es grande novedad, habien-
do respecto a los de Europa y de las
más partes del mundo. Mas estas diver-
sidades y otras hace Natura en diversos
animales y climas; y como dijo un poeta
moderno que yo conocí en Italia (e
muy estimado en aquella sazón), llama-
do Serafín del Águila, en un soneto o
versos suyos, hablando de las cosas
naturales y diferentes efectos: Per tropo
variar, natura e bella. (Por tal variar es hermosa la Natura).
“Así que, en diversas regiones, diferenciadas y extrañas cosas
se hallan y se producen en un género mismo de animales. Y con-
forme al silencio de estos Perros, yo hallo escrito por Plinio que
en Cirene son mudas las ranas, y que llevadas de aquella tierra a
otras partes, cantan; y en la isla de Serifo, dice el mismo autor,
que las cigarras son mudas, y sacadas de allí y puestas en otras
provincias, cantan.
“Acordándome yo haber leído esto, quise probar si estos Pe-
rros Mudos, sacados de su tierra, ladrarían en otra; y así llevé

174
desde la provincia de Nicaragua hasta la ciudad de Panamá, que
es bien 300 leguas la una provincia de la otra, un perrillo de és-
tos, y allí también estuvo Mudo; y cuando me partí para España,
me lo hurtaron, el cual yo había criado y era muy doméstico.
“Y que en Panamá fuese Mudo no es de maravillar, porque
todo es una costa y tierra firme, y como he dicho, en aquellas
partes todas y en estas islas los Perros naturales de ellas son así,
Mudos”.
Párrafos antes anoté que se han tejido diversas teorías sobre el
origen del Perro Mudo. ¿Era un Perro de la misma especie que el
europeo, el Canis familiaris, domesticado hace cerca de 14 mil
años, pero de origen americano? Se le ha creído también resulta-
do de extraños cruces de zorros, pumas, leones americanos, ja-
guares o chacales, en fin, de algún felino que generó o degeneró
en el Perro Mudo, adoptado y utilizado por los indígenas como
animal de compañía, de caza menor, de alimento y hasta de en-
carnación divina.
De acuerdo a los estudios más recientes, de los que he ido es-
pigando noticias, en toda América había Perros antes de la llega-
da de Colón. La cerámica
estilizada de las diversas cul-
turas primitivas testimonia la
figura de Perros. Según Gon-
zález Lorenzo entre las dos-
cientas razas distintas que se
conocen del Canis familiaris,
una veintena son originarias
de América, de las cuales solo
viven dos: el Perro esquimal y
el Pelón mexicano (Xoloitzcuintli). A esta pareja se suele agregar el
Alaskan Malamute, el Perro Inuit, el Perro de Groenlandia, el
Chihuahua, el Perro sin pelo del Perú y el Perro de Carolina,
citando solo a los más representativos, aunque también es verdad
que se duda de su oriundez y se les presume mestizos.
En general, suele considerarse que los Perros de América lle-
garon con los primeros pobladores asiáticos y se distribuyeron
por todo el continente originando con el tiempo cambios genéti-
cos motivados por el clima, la alimentación, los cruces, el trato, la

175
actividad, el aislamiento. Posteriormente, con la llegada de los
españoles y sus Perros, las razas autóctonas fueron desaparecien-
do o perdiendo sus rasgos al cruzarse con los Perros europeos, y
en la actualidad ya son muy pocas las razas nativas supervivientes,
pero no solo son las dos que registra González Lorenzo, sino,
como ya se dijo, quizá hasta una decena más, contando los Perros
nativos, aclimatados o mestizos del Norte del Continente.
Aunque se están realizando estudios sobre los Perros hallados
en las tumbas de la zona andina y de las
culturas costeñas del Perú (ya sean sus
esqueletos, momias o sus representacio-
nes en cerámicas o estatuillas), el Perro
antillano y el mexicano son los que más
atención han merecido y son los que in-
teresan ahora para aproximarnos a identi-
ficar a los que pudo ver Colón, los cuales,
sin duda alguna, corresponden también a
los que describe en pocas líneas Las Casas
en la Apologética: “Tenían unos Perrillos chiquitos, como los
que decimos de falda, mudos, que no ladraban sino gruñían, y
éstos no servían sino para comerlos”.
La conclusión evidente de acuerdo a lo que cuentan los cro-
nistas y a la hambruna que se vivió, es que el Perro visto por
Colón dejó muy pronto de existir. Aunque suene más trágico
que gracioso, la verdad es que a la mayoría de los perritos Mudos
se los comieron los españoles cuando pasaban hambre y veían
que era un plato muy apreciado por los nativos. Quedaron unos
pocos sobrevivientes en la zona centroamericana, pero también
fueron extinguiéndose y en la actualidad hallar alguno de ellos
resulta todo un acontecimiento periodístico.
Miguel Rodríguez, el arqueólogo caribeño que ha dedicado
especial tiempo al estudio de los Perros autóctonos de las islas,
asegura que el Perro Mudo “era un cazador, ayudaba a cazar ju–
tías, rastreaba la presa, era guardia de las aldeas y tenía un simbo-
lismo mágico, lo representaban en figuras religiosas, así como
pictografías y vasijas”. Los tainos lo llamaban Aón o Alco, y calcu-
la que su presencia en las islas se puede datar en 1800 años antes
de la llegada de los españoles.

176
GRILLOS

D
urante dos noches, una en Cuba y otra en la Española,
registra el resumen del Diario el escuchar cantos de
Grillos. La primera vez se registra el 29 de octubre:
“Aves y pajaritos y el cantar de los Grillos en toda la noche con
que se holgaban todos”. La segunda, en la Española, el 13 de
diciembre: “Las noches cantaban algunos pajaritos suavemente;
los Grillos y Ranas se oían muchas”.
Gómez Cano es contundente sobre ellos: “en cuanto a los
Grillos poco más se puede decir salvo que serían representantes
del género Gryllus”. Pero para la del 13 de diciembre ya tiene,
como es su costumbre, varias sugerencias: “No es posible deter-
minar cuál es el Grillo que menciona (Colón), fuera el Grillo
común del árbol, Orocharis vaginalis, un endemismo de las Anti-
llas o el Grillo melancólico Amphiusta caraibea, propio igualmen-
te de las islas antillanas y muy ruidoso cuando entra en las casas
en busca de migajas o restos de comidas”.
Para mi sorpresa, González Lorenzo, después de anotar que
los Grillidos cuentan con más de 700 especies en todo el mundo,
considera posible que lo escuchado por Colón no fuera el canto

177
de Grillos “sino el croar de una pe-
queñas Ranas arbóreas, típicas de las
Antillas, donde son llamadas Coquies,
pertenecientes a la especie Hylodes
martinicensis, de la familia Leptodacti-
lidos”.
Bueno, Grillos hemos visto todos y también los hemos oído
cantar. Son animales especialmente nocturnos, que deben medir
5 centímetros, más o menos, y la mayoría que yo he visto son de
color tierra, aunque excepcionalmente también he visto de color
verde. Su canto es producto del frotamiento de sus alas.
Gómez Cano cita una historia de Alvar Núñez Cabeza de Va-
ca sobre un Grillo. La historia, que también recordé con gusto,
figura al comienzo de sus Comentarios, cuando están ya aproxi-
mándose a las costas brasileras. Por su gracia y singularidad la
repetiré como colofón de esta nota: “Al cuarto día (de buscar
tierra), una hora antes que amaneciese, acaeció una cosa admira-
ble, y porque no es fuera de propósito, la pondré aquí.
“Y es que yendo con los navíos a dar en tierra, en unas peñas
muy altas, sin que lo viese ni sintiese ninguna persona de los que
venían en los navíos, comenzó a cantar un Grillo, el cual metió
en la nao en Cádiz un soldado que venía malo, con deseo de oír
la música del Grillo, y había dos meses y medio que navegábamos
y no lo habíamos oído ni sentido, de lo cual el que lo metió ve-
nía muy enojado.
“Y como aquella mañana sintió la tierra, comenzó a cantar, y
a la música de él recordó toda la gente de la nao y vieron las pe-
ñas, que estaban un tiro de ballesta de la nao.
“Y comenzaron a dar voces para que echasen anclas, porque
íbamos al través a dar en las peñas; y así las echaron, y fueron
causa que no nos perdiésemos; que es cierto, si el Grillo no can-
tara, nos ahogáramos cuatrocientos hombres y treinta caballos.
“Y entre todos se tuvo por milagro que Dios hizo por noso-
tros; y de ahí en adelante, yendo navegando por más de cien
leguas por el largo de la costa, siempre todas las noches el Grillo
nos daba su música; y así, con ella llegó el armada a un puerto
que se llamaba La Cananea, que está pasado el cabo Frío, que
estará a 24 grados de altura”.

178
CARACOLES GRANDES

E
n tres oportunidades el resumen del Diario de Colón se
refiere a los Caracoles. La primera vez que los vio también
los comió. Fue el 29 de octubre: “Halló Caracoles grandes,
sin sabor, no como los de España”. Casi medio mes después,
volvieron a mencionarse los caracoles: “Viernes 16 de noviembre.
Volviéndose a la nao halló los indios que consigo traía que pes-
caban caracoles muy grandes que en aquellas mares hay”.
Con esta información tenemos cuatro datos interesantes y
uno esencial: son grandes, se comen, no tienen sabor como el
caracol de España, los indígenas los pescan y –esto es lo impor-
tante– son marítimos. Otro dato normal es relacionar la presen-
cia de Caracoles con la posibilidad de hallar también las Ostras
que crían perlas, y por eso también las mandara buscar.
González Lorenzo y Gómez Cano no dudan al identificarlo:
es el Estrombo reina, el Strombus gigas, que puede llegar a medir
hasta 30 centímetros. Los indígenas no solo los comen sino tam-
bién usas las conchas para confeccionar elementos cortantes de
uso diario e incluso los aztecas los usaban como instrumento
musical.
También las hermosas conchas o caracolas son utilizadas co-
mo adorno y así las verá Colón la siguiente vez, cuando las en-
cuentre en Puerto Santo: “Lunes 3 de diciembre. Vi una casa her-

179
mosa no muy grande y de dos puertas, porque así son todas, y
entré en ella y vi una obra maravillosa, como cámaras hechas por
una cierta manera que no lo sabría decir, y colgando al cielo de
ella caracoles y otras cosas. Yo pensé que era templo, y los llamé y
dije por señas si hacían en ella oración; dijeron que no, y subió
uno de ellos arriba y me daba todo cuanto allí había, y de ello
tomé algo”.
Estos grandes caracoles de las islas de las Antillas tuvieron un
amplio uso por los indígenas, quienes los usaban para la cons-
trucción de diversos objetos como platos, vasos, vasijas, cucharas,
adornos, y como alimentación la parte comestible.
Citaré con amplitud a Gómez Cano para terminar esta nota:
“Los abundantes «concheros»; es decir, los enormes acúmulos de
restos que se han encontrado en diversas islas e islotes de las
Antillas, demuestran que su uso era continuado y que la tradi-
ción venía de lejos.
“Sorprendentemente, cuan-
do estos «concheros» parecían
ya recuerdos del pasado, otros
mucho mayores iban a formar-
se al otro lado del Atlántico.
“Y es que, en efecto, el re-
descubrimiento del arte clásico
y renacentista que tuvo lugar en
Europa durante el siglo XIX,
puso de moda la fabricación de
camafeos; pequeñas obras de
arte realizadas con cualquier
material que pudiera ser escul-
pido y que las mujeres llevaban cerca del cuello como símbolo de
distinción.
“Había, por supuesto, piezas muy asequibles obtenidas me-
diante moldes de escayola, pero las más buscadas y valiosas eran
las que utilizaban materias primas naturales, y entre estas, era el
nacarado caparazón de los Strombus el que inmediatamente ad-
quirió mayor prestigio.
“Como resultado de su gran éxito, tuvo lugar un proceso ma-
sivo de captura tan exagerado como para que los comerciantes de

180
Liverpool importaran entre 1850 y 1860 nada menos que
300.000 ejemplares anuales.
“Como es natural, tal situación dio lugar a una drástica re-
ducción de la especie, pero aunque, afortunadamente, la moda
de los camafeos pasó y la población de Strombus comenzó a recu–
perarse; el hecho de que el molusco pueda segregar perlas de un
hermoso color rosado, ha traído consigo un nuevo incremento
en su recolección; especialmente desde que el auge del turismo
ha convertido en un recuerdo típico a estas grandes caracolas y
los pescadores saben que todas sus capturas tienen la venta ase-
gurada”.

181
Dos grabados del siglo XVI que ilustran la llegada de Colón a América. El
primero incluye a Fernando el Católico contemplando una isla y los indígenas
huyendo de los recién llegados. La segunda es una fantasiosa recepción en que
se le ofrecen collares y no lo papagayos que fue el obsequio abundante que
hicieron los indios a los españoles.

182
PERDICES

E
n la noche del 5 de noviembre regresaron Rodrigo de
Xérez y Luis de Torres de la caminata que por orden de
Colón los llevó a internarse en Cuba en busca infructuosa
del rey de la isla que aun creían continente asiático. De lo que
vivieron esos tres días en que tuvieron contacto con los nativos
pero no con la realeza, contaron muchas cosas, y aparte de haber-
se encontrado con gente disfrutando de los encantos del tabaco,
también informaron de haber visto “aves de muchas maneras
diversas de las de España, salvo Perdices y Ruiseñores que canta-
ban, y Ánsares, que de estos hay allí hartos”.
Las Casas, en su Historia de las Indias, al volver a narrar este
hecho parafrasea con conocimiento de causa: vieron “aves mu-
chas de diversas especies, desemejables de las de España, pero
hallaron Perdices naturales de las de España, salvo que son mu-
cho más chicas y casi no tienen otra cosa de comer sino las pe-
chugas”, y líneas después amplia aún más la información: “Es
aquí de saber que en todas estas islas no hay Perdices ni Grullas,
sino en sola aquella isla de Cuba”.
Y Fernández de Oviedo, siempre una inevitable y conveniente
referencias en estos casos, hace una primera referencia sobre las

183
Perdices en el Sumario de la Natura Historia de las Indias: “Perdices
hay en Tierra–Firme muy buenas, y de tan buen sabor como las
de España, y son tan grandes como las Gallinas de Castilla, y
tienen unas tetillas sobre otras. Así que tienen dos pares de ellas,
y tanta carne, que ha de ser muy comedor el que a una comida o
pasto de una vez la acabare.
“La pluma es parda, así en el pecho como en las alas y cuello,
y todo lo demás de aquel mismo color y plumaje que las Perdices
de acá tienen los hombros, y ninguna pluma tienen de otro co-
lor. Los huevos que estas Perdices ponen son casi tan grandes
como los grandes de estas gallinas comunes de España, y son casi
redondos, y no prolongados tanto como los de las gallinas, y son
azules, del color de una muy finísima turquesa.
“Toman estas Perdices los indios con reclamos, armándoles
lazos, y yo las he tenido vivas, y las he comido algunas veces en
Tierra–Firme. La manera del reclamo es, que se hace el indio de
una vedija de cabellos de encima de la frente, casi de a par de la
coronilla, o más cerca de lo alto de la cabeza, y tira y afloja, me-
neando la cabeza, y con la boca hace cierto son, que es casi sil-
bando, de la misma manera que aquellas Perdices cantan; y vie-
nen a este reclamo, y caen en los lazos que les tienen puestos de
hilo de henequén, del cual hilo se dijo largamente en el capítulo
diez; y así las toman.
“Y son muy excelente manjar asadas, perdigándolas primero,
y así de esta manera como cocida o de cualquier forma que se
coman. Quieren parecer mucho en el sabor a las Perdices de
España, y la carne de ellas es así tiesta, y son mejores de comer el
segundo día que las matan, porque estén algo manidas o más
tiernas.
“Otras Perdices hay menores que las susodichas, que son co-
mo Estarnas o Perdices de las que acá dicen Pardillas, que son
asaz buenas; pero aunque en el sabor quieren parecer a las de
acá, no son tales, con mucho, como las grandes; y estas pequeñas
tienen la pluma asimismo pardilla, pero tiran algo a rubio aquel
plumaje sobre pardillo, y se toman más a menudo que las gran-
des, y son mejores para los dolientes, porque no son tan recias de
digestión”.
Años después, en 1536, en la Historia Natural y General de las

184
Indias, hace un breve agregado: “Hay asimismo unas Perdices
pequeñas, que a mi parecer, en el plumaje y en el murmurar de
ellas, parecen Tórtolas, pero mucho mejores en el sabor.
“Y se toman en grandísimo número, y las traen vivas, bravas,
a casa, y en tres o cuatro días andan tan domésticas como si allí
fueran nascidas, y engordan en mucha manera.
“Y sin duda es un manjar muy delicado y suave en el sabor; y
algunos le loan o tienen por mejor que el de las Perdices de Es-
paña, así porque no son de menos apetito al gusto, como porque
son de mejor digestión.
“No son mayores que las Tórtolas de Castilla, y tienen al cue-
llo un collar del mismo plumaje; pero negro como el de la Ca-
landria, aunque algo más bajo para el pecho y más ancho”.
Así las cosas, de pronto me encuentro con que González Lo-
renzo tiene una opinión contundente sobre las Perdices de Cuba:
“No son propias de Cuba, ni siquiera de América, las diversas
especies de Perdices, Codornices y Francolines del viejo Conti-
nente”. Para él, lo que en realidad vieron
los dos exploradores enviados por Colón,
según dice el resumen del Diario y corro-
bora Las Casas, es el Colín de Cuba, el
Colinus cubanensis, una especie más pareci-
da a la Codorniz que a la Perdiz europea.
Por su parte Gómez Cano tiene la opi-
nión que la Perdiz mencionada probable-
mente sea la Starnoenas cyanocephala, “a la
que aún se sigue denominando Perdiz en toda Cuba”.
Ante esta situación, no me queda otra alternativa que marear
la Perdiz recurriendo a Wikipedia luego de rastrear por otras
páginas y libros, y luego de mirar con atención la imagen de una
Perdiz española.
Es muy probable que de la misma manera que los españoles
que llegaban a América de inmediato se convertían en hidalgos y
agregaban el famoso “de” a su apellido, así este par de Perdices
cubanas o americanas que voy a enumerar se le haya adaptado el
nombre, y en verdad sean unas vulgares y corrientes Palomas con
aspiraciones de Perdices europeas. Sea dicho en honor de ellas y
de nosotros que, por lo general, los nombres de Perdices se los

185
pusieron los españoles cuando las vieron por primera vez al llegar
a América.
El orden es aleatorio, pero em-
piezo con la Martineta, la Eudromia
elegans, llamada también Perdiz
crestada, Copetona, Martineta co-
mún o Perdiz bataraza, considerán-
dose su similitud con las Perdices
como una convergencia evolutiva.
Es una especie de ave Tinamiforme, de tamaño mediano, de unos
41 centímetros, de plumaje marrón oscuro amarillento y alas
cortas.
Son aves neotropicales de una familia con 47 especies que vi-
ven desde México hasta la Patagonia. Los fósiles que se han ha-
llado de Tinamues se remontan a 10 millones de años, estando
su área de distribución restringida a América.
Por su parte, Ecured señala que en realidad son consideradas
como los parientes vivos más próximos a los Ñandúes; formando
con la rama de este grupo que habita en América del
Sur (Rheiformes) y los pingüinos (Sphenisciformes), los tres órdenes
de Paleognathae o aves ancestrales propias del "Nuevo Mundo",
con registros fósiles desde el Mioceno.
Otra ave que incluyo en mi breve
enumeración es la llamada Paloma
Perdiz, la Starnoenas cyanocephala. He
de aceptar que sin la menor duda
tiene más pinta de paloma que de
Perdiz aunque el colorido de su cara
permita confusiones igual que su
característico vuelo. Esta paloma es la
única en su género y es endémica de Cuba.
Otra paloma también vestida de Perdiz es la del género Geo-
trygon de las que hay nueve especies caribeñas que se extienden
también por Centroamérica y Sudamérica. Y así podría seguirse
enumerando palomas disfrazadas de Perdices.

186
RUISEÑOR=CENZONTLE

E
l Ruiseñor es como el pájaro catástrofe de Colón. Basta
que aparezca en el resumen del Diario la palabra para
animar a los comentaristas a escribir entusiasmados: “no
hay Ruiseñores en América”. Y tienen razón: en América no hay
Ruiseñores.
Los Ruiseñores colombinos son de dos clases. Los simbólicos
y los semejantes. Los primeros son los que evoca mientras atra-
viesa en Mar tenebroso y tienen un carácter complementario
para un mundo placentero: “era placer grande el gusto de las
mañanas, no faltaba sino oír Ruiseñores”, dice el 16 de setiem-
bre; y trece días más tarde, el 29, repite: “Los aires eran muy dul-
ces y sabrosos, que diz que no faltaba sino oír al Ruiseñor”.
Ya recorriendo las islas caribeñas, los Ruiseñores están pre-
sentes con sus cantos, pero solo como comparación con los de
España. La aparición de los Ruiseñores en el Diario, y en las
Indias, se produce el 6 de noviembre cuando son citados por los
dos españoles que fueron en busca del rey de la isla de Cuba –en
ese momento era Cipango y continente–, y que le contaron a
Colón haber visto “Perdices y Ruiseñores”.

187
El 7 de diciembre, aun en Cuba, en el Puerto de la Concep-
ción: “Anduvo un poco por aquella tierra que es toda labrada, y
oyó cantar el Ruiseñor y otros pajaritos como los de Castilla”. Y
el 13 de diciembre, ya en La Española: “los aires eran como en
abril en Castilla, cantaba el Ruiseñor y otros pajaritos como en el
dicho mes en España, que dicen que era la mayor dulzura del
mundo”.
Es evidente que para Colón, de acuerdo al resumen del Dia-
rio, el oír el canto de Ruiseñores y pajaritos era un motivo de
felicidad. Si uno piensa que esta persona esta costeando y bajan-
do a tierras desconocidas es sin duda algo estrambótico que el
canto del Ruiseñor le evoque tanta felicidad y, me imagino, tam-
bién familiaridad con el medio ambiente, como para evocar a
Castilla y además en abril. Pero sobre gustos…
Muchos de los empeñados
en decir que en América no
hay Ruiseñores se olvidan de la
necesidad de tener el oído muy
fino para distinguir el canto de
las aves. Un canto bonito y
agradable era como el del me-
jor de todos los pájaros: el del
Ruiseñor. De ahí, quizá, la
identificación y, realmente, en esos momentos Colón no podía
saber las especies de pájaros propios de las Indias, y la identifica-
ción de los diversos animales que le salían al paso era por pareci-
dos antes que por acierto naturalista.
De todos modos, los especialistas en estos temas que se han
animado a identificar al Ruiseñor colombino, se inclinan abier-
tamente por el Cenzontle, el Mimus polyglottos, que como su
nombre latino sugiere, canta todos los cantos, es el poliglota de
los pájaros. Este nombre deriva del náhuatl, Centzontlehn que es
una simplificación de la palabra “cuatrocientas voces”, es decir:
cuatrocientos cantos, entre ellos uno muy parecido al del Ruise-
ñor, al que jamás habría oído como para poder imitarlo.

188
ÁNSARES

L
os dos españoles que se internaron en Cuba en busca del
rey de la isla, le contaron a Colón haber visto Perdices,
Ruiseñores y “Ánsares, que de estos allí hay hartos”. Y si ya
se trató de identificar a las Perdices y a los Ruiseñores, ahora es el
turno de los Ánsares.
Las Casas no presta gran ayuda pues dice: “las Ánsares, co-
munes son a todas estas tierras”. Y Oviedo señala “Hay muchas
Ánsares de paso, bravas, y es el paso de ellas en Diciembre”.
Las Ánsares solo vuelven a aparecer en el resumen del Diario
el 22 de diciembre cuando el señor de un pueblo grande de la
Española le da al escribano mandado por Colón a vigilar que no
hagan desmanes los marineros, tres Ánsares muy gordas que lo
ayudan a llevar a las naves con todas las cosas que habían conse-
guido de los indios, incluso pedacitos de oro.
En nuestro idioma, así como Ánade es pato, Ánsar es ganso.
Y esto se complica cuando Mártir, al repetir lo que escucha del
primer viaje a Colón y a otros viajeros, anota: “encontraron Patos
silvestres, Tortugas y Ánades mayores que las nuestras, blancas
como el Cisne y con la cabeza encarnada”.
Y blancas como el Cisne con la cabeza encarnada, lo más pró-
ximo que he hallado es lo que Gómez Cano señala como una de
las posibilidades que contempla: el Grus canadienses, que en la
foto que encabeza la nota no será un cisne pero al menos no

189
parece pato y tiene la cabeza encarnada; en verdad es una grulla y
Gómez Cano dice no conocer algún Ánade blanco de cabeza
roja.
Otra opción que ve es el Dendrocyhna arbórea, un Pato que por
su gran tamaño, sus patas lar-
gas, al que se conoce en todo el
Caribe como Yaguaza o Pato
arborícola por su costumbre de
mirar desde lo más alto de los
árboles el agua de los lagos o
ríos. Y aunque Gómez Cano
acepta la opción de que sea
algún tipo del género Anser o
Branta, se inclina por la Yaguaza, dado que es característica de las
Antillas y fácil de reconocer por la postura tan vertical que adop-
ta cuando camina.
González Lorenzo, por su parte, considera que es mucha la
variedad de Ánsares que viven en Cuba, y entre ellas una de las
autóctonas es la Yaguaza. Pero para él, lo que ven los informantes
de Colón son Anátidas, que aunque se crían en Norteamérica,
emigran a pasar el invierno en Cuba, y da como ejemplos al Pato
rabudo común, el Anas acuta, o a la Serreta cabezona, la Mergus
cuscullatus; sin olvidar la Ánade silvestre o real, la Anas platyrhyn-
ca, o el Ánsar careto grande, el Anser albifrons. Y la verdad es que
yo ya no sé si todos estos no son más Patos que Gansos, es decir,
más Ánades que Ánsares.
Con esta cantidad de alternativas, lo mejor es recurrir como
siempre a Fernández de Oviedo que al menos contará como las
cazaban los indígenas.
Pero antes de proceder al cuento, aclaremos que según Álva-
rez López, las Ánsares bravas son la “Carina moschata L., vulgar-
mente llamada por error Pato de Berbería”. Este Pato es también
conocido como Pato criollo, o Pato negro, o Pato real, y los hay
tanto silvestres, que es de los que se ocupará Fernández de Ovie-
do, como domésticos, que viene a ser la versión degradada de la
Ánsar brava, libre y salvaje. Y bien, aunque siguen siendo Patos,
leamos ahora sobre la manera como los cazan los indígenas.

190
“Pasando a lo segundo, que
se tocó en el de las Ánsares
bravas, sabrá vuestra majestad
que al tiempo del paso de estas
aves, pasan por aquellas islas
muy grandes bandas de ellas, y
son muy hermosas, porque son
todas negras y los pechos y vien-
tre blanco, y alrededor de los ojos unas verrugas redondas muy
coloradas, que parecen muy verdaderos y finos corales, las cuales
se juntan en el lagrimal y asimismo en el cabo del ojo, hacia el
cuello, y de allí descienden por medio del pescuezo, por una
línea o en derecho, unas de otras estas verrugas, hasta en número
de seis o siete de ellas, o pocas más.
“Estas Ánsares en mucha cantidad se asientan a par de unas
grandes lagunas que en aquellas islas hay, y los indios que por allí
cerca viven echan allí unas grandes calabazas vacías y redondas,
que se andan por encima del agua, y el viento las lleva de unas
partes a otras, y las trae hasta las orillas, y las Ánsares al principio
se escandalizan y levantan, y se apartan de allí, mirando las cala-
bazas.
“Pero como ven que no les hacen mal, poco a poco les pier-
den el miedo, y de día en día, domesticándose con las calabazas,
se descuidan tanto, que se atreven a subir muchas de las dichas
Ánsares encima de ellas, y así se andan a una parte y a otra, según
el aire las mueve.
“De forma que cuando ya el indio conoce que las dichas Án-
sares están muy asegura-
das y domésticas de la
vista y movimiento y uso
de las calabazas, se pone
una de ellas en la cabeza
hasta los hombros, y todo
lo demás ya debajo del
agua y por un agujero pe-
queño mira adonde están
las Ánsares, y se pone jun-
to a ellas.

191
“Y luego alguna salta encima, y como él lo siente, se aparta
muy paso, si quiere, nadando sin ser entendido ni sentido de la
que lleva sobre sí ni de otra. Porque ha de creer vuestra majestad,
que en este caso del nadar tienen la mayor habilidad los indios,
que se pueden pensar.
“Y cuando está algo desviado de las otras Ánsares, y le parece
que es tiempo, saca la mano y la ase por las piernas y la mete
debajo del agua, y la ahoga y se la pone en la cinta, y torna de la
misma manera a tomar otra y otras. Y de esta forma y arte toman
los dichos indios mucha cantidad de ellas.
“También sin desviarse de allí, así como se le sienta encima, la
toma como es dicho, y la mete debajo del agua, y se la pone en la
cinta, y las otras no se van ni espantan, porque piensan que aque-
llas tales, ellas mismas se hayan zambullido por tomar algún pes-
cado”.
Para Covarrubias, a principios del siglo XVII, el Ánsar era un
animal, un ave, que representaba diversas actividades humanas al
ser utilizada simbólicamente. Por curiosidad me ha parecido con-
veniente citar en integridad su texto.
“ÁNSAR. Latine anser, eris, ocha, ae; ave bien conocida. No se-
ría muy fuera de propósito decir que anser se dijo ab Ansa, por-
que si consideramos el modo de andar el Ánsar, lleva los codos
de las alas tan levantados que parecen asas de jarros, o ellos jarros
con asas. Y les son semejantes unos hombres huecos y vanos, que
se pasean puestas las manos en la cintura y de los brazos hacen
dos asas, que no
están muy lejos de
ser lo que parecen.
“El anser es sím-
bolo de la custodia y
vigilia; por lo que
aconteció en Roma,
queriendo los galos
entrar en la noche,
habiéndose dormido los guardas, fueron sentidos de unos Án-
sares que acaso se criaban en el Capitolio, y despertando Mavilio
al ruido, les defendió la entrada; y de allí adelante se criaron en
aquel lugar del público los gansos, en memoria de este caso;

192
Marcial, Lib. 13, Epig. 74: Haec servavit avis Tarpeii templa Tonan-
tis; i'niraris? ron duna fecerat illa Deus. Adulatur Domiciano.
“Otra empresa ay de un Anser, que tiene colgada del cuello
una áncora, para dar a entender la gran vigilancia que el capitán
del navío o la galera debe tener de noche, porque no le suceda
perderse, siendo tantos los peligros de la mar.
“El Ánsar con una piedra en el pico significa el silencio y el
recato con que se debe pasar por tierra de enemigos, cuando no
quieren ser descubiertos ni sentidos; porque estas aves habiendo
de atravesar el monte Tauro, cuando van a invernar de una parte
a otra, llevan cada una en el pico
una piedra, por no tener ocasión
de dar graznidos, a los cuales acu-
dirían luego las Águilas que
anidan allí en abundancia, más
que en otra parte, y pasado el
peligro sueltan las piedras.
“Un Ánsar entre dos Cisnes
significa el ruin poeta o el mal cantor, que con su graznido, digo
con su mala compostura de versos o con su áspera y desentonada
voz, atormenta los oídos y impide a los que deben ser escuchados
con atención.
“Decirlos Ánsar y Ansarón. «Cornada de Ansarón, uñarada
de León», conviene a saber, el yerro o falsedad del escribano, que
no es legal.
“Llamámosle ganso, de anso, añadida la G, Pato, por tener
trabados los dedos de los pies con aquel pellejo cartilaginoso y
hacer pata.
“Dicen los niños: «Ganso, Pato y Ansarón tres y uno son, o
tres cosas y una son.»
“Las Ánsares, unas son domésticas y otras son bravas. Vide
Plinio, Lib. Io. Cap. 22. Ansarón.
“«El Ánsar de Cantimpalo, que salió al lobo al camino», se di-
ce de los poco recatados, que ellos mismos se convidan y ofrecen
a los que los han de tratar mal”.

193
Trazado lineal de la costa de la isla Española atribuido a Colón. Se supone que
pertenece a otro Diario que guardo para sí y del que se conocen solo unas pocas
hojas.

194
TASO o TAXO

E
ntre todos los animales vistos por Colón o miembros de
su tripulación, uno de los en apariencia más enigmáticos
es el visto el 16 de noviembre en Cuba. El resumen del
Diario dice: “Hallaron los marineros un animal que parecía Taso
o Taxo”. Y Las Casas en su Historia de las Indias, agrega: “no dice
si en la mar o en la tierra”, con lo cual el enigma crece al no sa-
berse que animal podía llamarse Taso a Taxo y cuál parecerse a
él.
Alvar lo identifica como Tejón. Y cita documentaciones de la
Biblia de Ferrara para Thasso y de Alonso de Palencia para Ta-
xon. Pero aunque dice que tampoco aclara más Hernando Colón
en la Historia del Almirante, lo cierto es que junto al pez que pare-
cía puerco, aparece la referencia en el mismo día: “los cristianos
mataron con sus espadas un animal que parecía un tejón”, con lo
cual creo que el enigma queda definitivamente aclarado.
El animal visto en Cuba es uno parecido a un Tejón, y no por
estar documentado en la Biblia de Ferrara o en Palencia, sino
porque lo registra Hernando Colón, como supuesto fruto de la
lectura de la copia del Diario de su padre (y vaya uno a saber por
qué se le pasó a Las Casas).
No sé de dónde saca Gómez Cano que el Almirante hace una
comparación del Taso o Taxo con un Tejón “lo cual impide pen-
195
sar en hutías o almiquís”, dice,
pero, en cambio explica su dife-
rencia con la identificación del
naturalista cubano del siglo XIX,
Juan Ignacio de Armas, que lo
identifica como un Coatí. El ar-
gumento es contundente: “en el
caso concreto del Coatí, es un
hecho cierto que ni ha existido ni existe actualmente en ninguna
de estas islas (del Caribe)”. Y acto seguido cita a Fernández de
Oviedo que hace una descripción muy clara del Coatí, “animal
de aspecto agradable –anota Gómez Cano– que merecerá fre-
cuentes menciones en el continente, donde se extendía desde el
Río Grande hasta La Plata”.
Para González Lorenzo resulta evidente que con Taso o Taxo
se refieren al Tejón, al Tejón euroasiático, el Meles meles, sobre lo
cual parece que no debe haber duda posible. Sin embargo, su
aserto es el obvio: lo que “no está nada claro cuál es el cuadrúpe-
do parecido al Tejón”. Para él, en la isla no habitaban ni el Tejón
americano, el Texidea taxus, ni la Mofeta, la Mephitis chinga, ni el
Coatí, el Nasuca narica.
Ante esta situación, el animal parecido al Tejón europeo es,
en su opinión, algún Mapache del género Procyon. De este ani-
mal, llamado también Oso lavador, se ha registrado su presencia
en las Bahamas y se considera propio de
América.
Son más gruesos y más grandes que un
gato, pelo medianamente largo, de color
gris plateado, cola larga u anillada, y –lo
que tal vez origina la comparación con el
Tejón–, tienen una mancha de pelo negro
y otra blanca en la cara, de mejilla a meji-
lla abarcando lo ojos, como si llevaran un
antifaz. Pueden medir unos 80 centíme-
tros contando la cola y pesar alrededor de 15 kilos.

PEZ COMO PUERCO

196
E
l 16 de noviembre figura en el resumen del Diario otra
anotación tan extraña como la del mismo día sobre el
Taso o Taxo, que finalmente, gracias a Hernando Colón,
resultó siendo un Tejón. Ahora el registro es aún más complica-
do de identificar por la falta de agregados próximos: “Pescaron
también con redes y hallaron un pece, entre otros muchos, que
parecía un propio puerco, no como T7onina, el cual dice que era
todo concha muy tiesa y no tenía cosa blanda sino la cola y los
ojos, y un agujero debajo de ella para expeler sus superfluidades.
Lo mandó salar para llevarlo que viesen los Reyes”.
Esta vez ni Hernando Colón ni Las Casas dan algún dato más
sobre este extraño pez que por llamar tanto la atención a Colón
decide hacerlo salar para llevárselo a los Reyes.
Los especialistas parecen estar divididos en la identificación
de este pez sacado con las redes en el Mar de Nuestra Señora.
Unos dicen que es un Manatí y otros el Pez Cofre. A mi ninguna
de las dos opciones me convencen pero no aventuraría alguna
otra de pura ignorancia en estas curiosidades.
Comencemos con Manuel Alvar, que expone bien el proble-
ma aunque su solución la deriva de Mártir: “La descripción no
permite llegar a ninguna identificación, pues parece tener mucho
de fantástico.
“Sin embargo, posee unos cuantos elementos a los que trataré
de relacionar con los de otros textos:
1) pez como puerco y no como Tonina
2) concha dura

197
3) blandas únicamente la cabeza y la cola
4) se pudo salar
Anglería describió el Manatí como
1) pez cuadrúpedo, sociable como el Delfín (¿explicaría esto la
oposición que señala el Almirante?)
2) de forma de Tortuga, pero protegido por una corambre
muy dura, con escamas e infinitas verrugas (lo que pudo hacerlas
confundir con la concha del Galápago).
3) de carne sabrosa
“Con todas las dificultades de la aproximación (ninguno de
los autores habla de sus mamas características) pienso que pueda
ser el mismo animal” (Tercera Década).
“Las Casas se limita a repetir los datos del Diario, lo mismo
que don Hernando Colón”.
En esta comparación de descripciones, en lo pescado por la
gente de Colón y el Manatí de Mártir, lo único concordante son
los elementos descriptivos correspondientes a las Tortugas: Con-
cha dura; blandas únicamente la cabeza y la cola//de forma de
tortuga, pero protegido por una corambre muy dura, con esca-
mas e infinitas verrugas.
Lo demás sigue siendo inidentificable como características
esenciales, pues igual es posible aplicarlas a otros peces.
Y que sea un Manatí…, bueno, no sé por dónde es posible re-
lacionarlo, al menos no por la concha dura y no por la forma de
Tortuga.
Curiosamente, como oposición al Manatí de Alvar, González
Lorenzo y Gómez Cano coinciden en identificar a ese extraño
pez con el pececito que encabeza esta nota: el Pez Cofre. Pez al
que además, Wikipedia denomina Ostracion cubicu.
A primera vista parece una locura: ¿en qué se parece ese lindo
pececito a un puerco, y por qué debe decirse que no se parece a
un Atún o a un Delfín? ¿Dónde está la concha dura, y por qué se
dice que la cabeza y la cola no son duras cuando se ven tan inte-
gradas a la formación de un cuerpo que no parece duro? Y no
digo nada sobre el que sea posible salar, porque ya se me dirá qué
pez es imposible de salar.
Sin embargo, Wikipedia dice: “Las escamas a modo de placas
de estos peces están fusionados en un caparazón sólido, triangu-

198
lar y con aspecto de caja, del que sobresalen aletas y cola”. La
página de “Planeta tierra” dice: “El macho de este animal parece
embutido en una armadura en la que sólo hay hendiduras para
los ojos, la boca y las aletas”. Por su parte “Animales salvajes”
detalla: “Esta especie de pez habita únicamente en los arrecifes
más protegidos del mar, necesitan de una profundidad de entre 1
a 45 metros. Los Peces Cofre se encuentran en las zonas más
cálidas del Pacífico y el mar Rojo. Presentan un cuerpo fortifica-
do y rígido que les ofrece protección contra sus predadores, aun-
que su morfología le resta rapidez en sus movimientos”.
“Su coraza espinosa, presenta pequeñas espinas y tubérculos
que le dan una textura áspera y desigual. Cuando se sienten
amenazados tiene la capacidad de segregan una sustancia vene-
nosa que hace que sean devueltos por sus predadores cuando los
han intentado devorar”.
“El Pez Cofre posee una piel con gran variedad de colores bri-
llantes que son signo de adver-
tencia para el resto de animales
conforme se trata de un pez ve-
nenoso. Su tamaño tan sólo pue-
de alcanzar los 45 cm de longi-
tud. El macho es territorial y se
reproduce con todas las hembras
de su harén cuando las temperaturas del agua son cálidas”.
González Lorenzo y Gómez Cano dicen que este pez pertene-
ce a la familia de los Ostracidas. Pero mientras Gómez Cano cree
que hubiera sido más correcto comparar a este pez con un lechón
y no con un Cerdo, González Lorenzo opina que la comparación
hace referencia al Puercoespín. A mí no me parece ni Puerco, ni
Tortuga, ni Manatí, ni Puercoespín. Ahí queda el misterio. Yo
me abstengo.

199
ADENDA
Terminada mi incierta nota, se la envié a Alberto Arias para
ver si él me podía aclarar alguna cosa sobre este pez tan raro que
parece un cerdo, pues yo, la verdad, no estaba nada seguro del
acierto de los peces que se planteaban como probables o posibles.
Con la amabilidad que lo caracteriza, rápidamente obtuve
una respuesta a mis perplejidades, la cual copio íntegra por el
alto significado de su aporte:

Respecto al pez cerdo, y pese a los pocos datos, para mí no


hay duda de que se trataba de Oxynotus centrina, que por aquí es
el auténtico pez cerdo, marrano, cochino, guarro y guarrico, co-
mo le llaman por muchos puertos andaluces. Nombres nunca tan
bien puestos a un pez como en este caso.
Te incluyo tres fotos de un ejemplar de esta especie, bastante
grande, que pescaron este verano en Sanlúcar de Barrameda. En
Ictioterm también puedes ver otra foto, unos dibujos míos y más
información sobre este pez.

Fotografía de Manuel Morgado

A la vista de este material, analicemos por partes el párrafo en


cuestión:

200
Dibujo de Alberto Arias

“Pescaron también con redes y hallaron un pece, entre otros muchos, que
parecía un propio puerco,

Realmente, Oxynotus centrina parece un puerco, un cerdo, con ese


cuerpo rechoncho, regordete y rosáceo, ese morro que semeja el
hocico característico del cerdo, y esa mirada casi humana, como
los cerdos domésticos. El pez cofre de tu ilustración no parece
"un propio puerco".

no como tonina,

Esta comparación es clave, ya se está indicando que el pez tenía


un cuerpo grande, del estilo de una tonina (delfín o atún, según
autores) pero se matiza que no era una tonina.

el cual dice que era todo concha muy tiesa

Esa concha es la piel, que este pez la tiene muy áspera y dura,
coriácea, debido a sus escamas transformadas en dentículos dér-
micos diminutos con varias puntas.

y no tenía cosa blanda sino la cola y los ojos,

Efectivamente, la cola de este pez es lo más blando, y flexible, que


tiene, junto con las aletas pectorales y las pelvianas. Y los ojos,
párpados y morro también son blandos.

y un agujero debajo de ella para expeler sus superfluidades.

201
Ese agujero se refiere al orificio anal, que está muy atrás del
cuerpo, entre las aletas pelvianas (no tiene aleta anal), porque el
casi "debajo de ella" se refiere a debajo de la cola.

Lo mandó salar para llevarlo que viesen los Reyes”.

Hicieron bien, para que los Reyes contemplaran la "belleza" de


este pez. Si de paso fabricaron lijas con su piel y sacaron aceite de
su hígado, ya lo aprovecharon bastante.

202
RATONES GRANDES=HUTÍAS

E
l 17 de noviembre entre nueces grandes de las Indias y
cangrejos grandísimos, el resumen del Diario registra es-
cuetamente: “Halló… Ratones grandes de los de las Indias
también”.
Aunque mucho se ha discutido si habían Ratones en las In-
dias o si estos llegaron con los españoles escondidos en los barcos
entre sus bastimentos y los cajones personales llenos de alimen-
tos, estos Ratones presentes en el resumen del Diario, logran
poner de acuerdo a los especialistas y a los comentadores para
afirmar que se trata de Hutías, las Capromyidae.
Por lo pronto Alvar dice: “Hutías es un ‘mamífero roedor de
las Antillas, parecido a una Rata o a un Conejo’. Los cronistas
van facilitando referencias para la descripción del animal: sube
por los árboles (Bernáldez), tiene pelo, hocico y cola como Rato-
nes, cuerpo como Conejo (Enciso), etc.”.
Alvar sigue diciendo en su nota sobre la Hutía: “La voz es tai-
na y designa a una variedad de Capromys (otras serían el Cori y el
Mohuy o Mohi). Vid. Pérez de Oliva, Invención, ya cit., p. 49,
nota 26. Merece la pena recordar un texto de Anglería: ‘Son las
Hutías cierta clase de Conejos poco mayores que Ratones y eran
el único cuadrúpedo que conocían y comían los isleños antes de

203
la llegada de los nuestros’ (edic. cit., pág. 641). No creo que sea
exacta la identificación que hace Las Casas en la Hist. de Indias (I.
p. 168ª); los Ratones grandes son las Hutías y no los Perros del
Caribe, como él pretende”. (Y ciertamente, al referirse a los Ra-
tones grandes, Las Casas registra: “estos eran los Graminiquina-
jes27, que arriba, en el capitulo XLVI, dijimos que eran unos
animales como perrillos, muy buenos de comer, que había mu-
chos solo en aquella isla de Cuba”).
La verdad es que yo no sería tan contundente como Alvar al
leer las dos referencias de Las Casas sobre los Guaniquinajes, pues
en ambas ocasiones saco la impresión de que la referencia dice
que “las Hutías se parecen más a los Perros Mudos, más peque-
ñas, y muy buenas de comer, mejores que Conejos y Liebres”. De
leer con atención la cita de Las Casas, se verá que la comparación
es “como perrillos”, lo cual no quiere decir que sean los Perrillos
Mudos. Además no se llaman como los Perros Mudos (Aón o
Alco), sino Guaniquinajes o Graminiquinajes.
Oviedo, siempre atento a describir los animales que va encon-
trando o de los que tiene información, en el Sumario dice muy de
pasada: “ningún animal de cuatro pies había, sino dos maneras
de animales muy pequeñicos que se llaman Hutía y Corí, que
son cuasi a manera de Conejos”; y pocas páginas después agrega-
rá: “las Hutías son casi como Ratones, o tienen con ellos algún
deudo o proximidad”.
Yo, la verdad sea dicha, no les hallo
la menor semejanza con los Conejos o
Liebres, a duras penas me recuerdan
Ardillas, pero nada que ver con perrillos
chicos o grandes; quizá me traigan a la
memoria en algunas fotos a Ratones o Ratas, pero si no fuera por
los dientes delanteros, que estos no tienen, me inclinaría por los
castores sin dudarlo mucho.

27
En la referencia del capítulo señalado está escrito
“Guaminiquinajes”. Según Armas, este nombre corres-
ponde al Coipu de América del Sur, la Nutria y el
Perrillo de aguas de Venezuela; Las Casas, en su
Opinión, confundía al Coipu con la Hutía y la
Rata amizclada. Su nombre seria Myopotamus Coipu.
204
Y si se pudiera recurrir a los recuerdos, yo tengo presentes a
unos animales muy parecidos a las Ratas, pero grandes y feroces,
que llamábamos Mucas y ataca-
ban los gallineros y los cone-
jales, llevándose o comiéndose a
las crías. Tenían muy mala fama.
Una foto de una de ellas servirá
para darse una idea. Pero tam-
bién debo decir que no existían
en el Caribe o quizá solo eran
del Perú. El nombre científico es Didelphis marsupialis.
González Lorenzo considera a las Hutías como roedores au-
tóctonos de la isla de Cuba y señala que debido a la introducción
de las mangostas y otros depredadores, se provocó la extinción de
diversas especies de Capromidos, aunque la Jutía conga, la Ca-
promys pilorides, todavía es abundante en Cuba, como lo era al
llegar Colón, “cuando los indios la utilizaban como sabroso ali-
mento”.
Las Hutías pueden llegar a medir hasta 60 centímetros (tal vez
con la cola) y llegan a pesar unos 7 kilos. Como el Cuy en el
Perú, la Hutía continúa siendo un plato típico de los campesinos
cubanos y los turistas atrevidos.
Gómez Cano recuerda que Las Casas anotó al margen de su
copia del Diario de Colón, “Hutías debían de ser”, cuando escri-
bió lo de Ratones grandes. Pero en Cuba –continúa Gómez
Cano– existían al menos ocho especies diferentes de Hutías, lo
cual imposibilita la clasificación exacta a la que hace referencia el
resumen del Diario de Colón.
Y ya que se cita a Las Casas, aprovecharé para incluir aquí el
pasaje que les dedica a esta especie de Ratones grandes o casi
Ratas en la Apologética: “En cuanto a la carne, había unos Cone-
jos de hechura y cola propia de Ratones, aunque poco menos
grandes que Conejos de los de Castilla, muy sabrosa y muy bue-
na carne, y comúnmente vivían y criaban entre la yerba, y no en
los montes, no en madrigueras ni cuevas, sino en la superficie de
la tierra, de los cuales había infinitos.

205
“Estos eran de cuatro especias: una se llamaba Querní, la últi-
ma sílaba aguda, y eran los mayores y más duros; la otra especie
era las que se llamaban Hutías, la penúltima larga; la tercera los
Mohíes, la misma sílaba larga;
la cuarta era como gazapitos,
que llamaban Curíes, la misma
sílaba también larga, los cua-
les eran muy sanos y delicadí-
simos”.
Y más adelante agrega:
“Tenían Ratones chiquitos, y
muy chiquitos, que también comían; grandes como los de Casti-
lla no los había hasta que nosotros vinimos, o que salieron de los
navíos en las cosas que trajimos de allá o se criaron del orín del
hierro o de la corrupción de nuestras cosas de Castilla, de los
cuales hubo después y hay hoy harta abundancia.
“Cuando los indios vecinos de esta isla querían cazar muchos,
ponían fuego, a las sabanas o herbazales, y huyendo del fuego los
Conejos iban a parar donde la gente los esperaba”.
De todos modos, Gómez Cano se inclina por pensar, gracias a
una serie de detalles que yo ignoro, que la Hutía vista era una
Capromys pilorides, la Jutía conga, caracterizada por su cola pelada
con la que se ayuda a subir a los árboles, lo que no sucede con las
otras especies. Además, esta es la Huía más abundante, la de
carne más preciada y la más fácil de domesticar.
Fernández de Oviedo, como Las Casas, también se ocupará
de la Hutía y de las especies semejantes de la isla según él vio o le
contaron. En términos generales concuerda con Las Casas aun-
que declara no haber llegado a conocer a dos de ellos (y quizá
tampoco a la Hutía) “que existían y vio Colón y los que con él
vinieron. Yo los estimo de la misma especie o por lo menos de la
misma familia de la Hutía aunque tengan diferente nombre”.
Según su descripción, el primero es la Hutía, a la que describe
de esta manera: “Había en esta isla Española, y en las otras de
este golfo comarcanas a ésta, un animal llamado Hutía, el cual
era de cuatro pies, a manera de Conejo, pero algo menor y de
menores orejas, y las que tiene este animal y la cola son como de
Ratón.

206
“Los mataban con los perros pequeños que los indios tenían
domésticos, Mudos, que no sabían ladrar; y muy mejor los caza-
ban los cristianos con los perros lebreles y galgos y sabuesos y aun
gozques y podencos de los que se trajeron de España.
“Son de color pardo gris, según testifican muchos que los vie-
ron y comieron, y los loan por buen manjar; y al presente hay en
esta ciudad de Santo Domingo y en esta isla muchas personas
que lo dicen. De estos animales ya no se hallan sino muy raras
veces”.
Sigue a la Hutía, el Quemi, otro animal “de los de esta isla
Española, el cual yo no he visto, ni al presente se hallan, según
muchos afirman.
“Este es un animal de cuatro pies y tan grande como un po-
denco o sabueso mediano; y es de color pardo como la Hutía, y
del mismo talle o manera, excepto que el Quemí es mucho ma-
yor.
“Muchas personas hay en la isla en esta ciudad que vieron y
comieron estos animales y le aprueban por buen manjar; más en
la verdad, según lo que se ha dicho y se sabe de los trabajos y
hambres que los primeros pobladores pasaron en esta isla, pre-
sumirse debe que todo lo que fuese de comer les parecería en-
tonces muy bueno y sabroso, aunque no lo fuese”.
Wikipedia dice: “Quemisia gravis, especie de roedor de la ya ex-
tinta familia Heptaxodontidae,
la única en su género. Habitaba
en la isla Española hasta 1700
aproximadamente”. Y Wikiciona-
rio concluye: “Roedor gigante de
la familia Heptaxodontidae que
habitaba la isla de Cuba, extinto antes de la llegada de los euro-
peos a la misma, y posiblemente en la época prehistórica. Era
mayor que el Carpincho, el más grande de los roedores hoy su-
pérstites”. (Incluyo foto del Carpincho, que llega a medir un
metro y a pesar 100 kilos. El Quemi era más grande).
Y ahora el Mohuy, “un animal algo menor que Hutía; el color
es más claro y asimismo es pardo.
“Este era el manjar más precioso o estimado en más, de los
caciques y señores de esta isla; y la facción de él muy semejante a

207
Hutía, salvo que el pelo tenía más grueso y recio (o tieso), y muy
agudo y levantado o derecho para arriba.
“Yo no he visto este animal; mas de la manera que tengo di-
cho, muchos dicen que es así, y en esta isla hay muchos hombres
que lo vieron y comieron, y loan esta carne por mejor que todas
las que es dicho”.
Y finalmente, entre estos parientes de la Hutía, el Cori, “un
animal de cuatro pies, y pequeño, del tamaño de gazapos media-
nos. Perecen estos Coris especie o género de Conejos, aunque el
hocico lo tienen a manera de Ratón, más no tan agudo.
“Las orejas las tienen muy pequeñas, y las traen tan pegadas o
juntas continua o naturalmente, que parece que les faltan o que
no las tienen. No tienen cola alguna. Son muy delicados de pies y
manos, desde las junturas o corvas para abajo; tienen tres dedos,
y otro menor, y muy sutiles.
“Son blancos del todo, y otros
de todo punto negros, y los más,
manchados de ambas colores.
También los hay bermejos del
todo, y algunos manchados de
blanco y bermejo.
“Son Mudos animales, y no
enojosos y muy domésticos, y
andan por casa y la tienen limpia,
y no chillan ni dan ruido, ni roen para hacer daño.
“Paseen hierba, y con un poco que les echen de la que se les
da a los caballos, se sostienen; pero mejor con un poco de cazabi,
y más engordan; aunque la hierba les es más natural.
“Yo los he comido y son, en el sabor, como gazapos, puesto
que la carne es más blanda e menos seca que la del Conejo. Har-
tos hay al presente aquí y en otras muchas islas y en la Tierra
Firme; en especial en la provincia de Venezuela son muy ma-
yores de lo que es dicho, y cuasi tamaños como Conejos; pero
más salvajes que los que es dicho de antes, y el pelo como har-
das”. (En realidad debe tratarse del Cuy, el Cavia porcellus).

208
CANGREJOS = JAIBAS

E
l 17 de noviembre el resumen del Diario registra escueta-
mente: “Halló nueces grandes de los de India también,
creo que dice, y ratones grandes de los de las Indias tam-
bién, y Cangrejos grandísimos”.
Para Alvar sobre este Cangrejo grandísimo no hay duda: son
las Jaibas, la Xantus planus. Pero para Alvar, de acuerdo a su Vo-
cabulario de indigenismos, la Xaiba es una especie de Cangrejo
de río, el Lupadiacantha Lafr., el Xanthus planus, el Platycarcinus
dentatus, etc.
González Lorenzo piensa que se llama Jaibas en América a de-
terminadas especies de grandes Cangrejos terrestres o semite-
rrestres pertenecientes a los géneros Cardiosoma, Gecarcinus, Uva y
Ocypode. Y de acuerdo a la abundancia que hay en las Antillas, él
supone que es el Gecarcinus ruricolao el Cangrejo que vio Colón.
Este Cangrejo también es llamado Cangrejo Negro y Cangre-
jo Zombi. Su caparazón es negro y sus patas rojas, y se dice que
su apariencia es terrorífica. Se hallan en todo el Caribe y en espe-
cial en Cuba y en las Ba-
hamas. Las crías, que nacen
en el mar, al crecer regresan a
los bosques, dando origen a
la anécdota de que deben ce-
rrarse las carreteras próximas
a ellos para que los coches no
destrocen a los cientos de Cangrejos que las atraviesan.

209
A Gómez Cano le parece que estos Cangrejos pertenecen al
género Mithrax, que en realidad, dice, son Cangrejos muy gran-
des y que por sus patas se conocen también como Cangrejos
Araña. Son del mismo grupo que los Centollos.
Es muy probable que el Cangrejo grandísimo que identifica
Gómez Cano sea el Mithrax Spinosi-
ssimus, considerado el Cangrejo rey
del Caribe. Llega a medir hasta 18
centímetros y con las garras exten-
didas hasta 60. Su peso oscila alre-
dedor de los 2 kilos.
Aceptadas estas descripciones
pasaré a decir que el Cangrejo gran-
dísimo que aparece en el resumen del Diario es, en efecto, la
Jaiba, pero no la terrestre o semiterrestre como ha sido descrita, y
menos aun el pariente del Centollo, sino el también llamado
Cangrejo Azul, el Callinectes sapidus, que puede llegar a medir
hasta 23 centímetros, es esencialmente marítimo, y se ha exten-
dido por todas las costas del mundo. Se calcula que una hembra
puede llegar a poner hasta 2 millones de huevos. Su color es
pardo y se le llama Can-
grejo Azul por el colori-
do de las patas de los
machos.
Cuando se hierven
para comer, se vuelven
de color naranja o rojo.
Es un plato típico y caro
del Caribe y de las cos-
tas mexicanas, que son
los lugares donde los he comido luego de verlos exhibidos en
grandes estanques metálicos.

210
RANAS

A
estas alturas de las notas sobre el Bestiario colombino del
primer viaje de Colón, según el resumen realizado por
Las Casas, ha de aceptarse que al descubridor no le in-
teresaban mayormente los animales que encontraba en América;
podían ser una curiosidad, pero no servían para nada, comer-
cialmente hablando. Él buscaba, de manera prioritaria, oro, per-
las, joyas y especies, sin dejar de lado la posibilidad de esclavizar a
los nativos.
Es significativo que los peces, las aves y los animales parecidos
a los de España o sorpresivos como la Iguana, el Cocodrilo y
alguno que otro pez o ave, solo algunos se cazaban para salarlos y
llevarse a los Reyes. Los Papagayos, estos sí vivos, eran también
otra cosa, porque además de representar la proximidad a las In-
dias, sus coloridos y sus gritos resultaban lo suficientemente exó-
ticos para llamar la atención en la corte.
Si se ha ido leyendo con atención, se habrá podido compro-
bar que animales que sin duda debían estar presentes en todos
los días, las tardes y las noches de los descubridores, solo son
mencionados una vez y de pasada, sin darles un significado espe-
cial, sin describirlos y, claro, sin hallarles la menor utilidad. No

211
existían cuadrúpedos ni animales grandes, anotó Colón desde
que desembarcó de la Santa María en Guanahani, y lo siguió
comprobando durante su recorrido por las otras islas del Caribe.
Si pensamos en las Ranas de esta nota para dar un ejemplo,
resulta imposible que no las escucharán cantar durante todo el
día y toda la noche en Cuba y en la Española, que son las islas en
donde estuvieron más tiempo. Sin embargo, solo el 13 de di-
ciembre aparecen las Ranas, y además, de pasada, sin darle im-
portancia: “Las noches cantaban algunos pajaritos suavemente;
los Grillos y Ranas se oían muchas; los pescados como en Espa-
ña”.
Alvar acierta al decir que las ranas que cantan junto a los gri-
llos deben ser las Coqui, “reptil antillano que levanta un clamor
–ininterrumpido en el tiempo e inacabable en el espacio- en la
frondosidad tropical”. Después agrega que el Coqui, el Xilodes
marticensis, es la única especie y el único género de los Anuros
bombinatores de Puerto Rico, que también se encuentra en Cuba.
Para González Lorenzo, la rana que canta con los Grillos
también es el Coqui, sumamente abundante en Puerto Rico, o
las denominadas Ranas-Grillo, la Acris guillis y Acris crepitans, con
numerosas subespecies en América del Norte (haré la observa-
ción de que Colón está en la Española y aún no ha llegado a
Puerto Rico y nunca llegará a América del Norte).
Pero González Lorenzo, centrándose en la Española, explica
que de las 60 especies de Anuros
que se han comprobado en la
isla, destacan la Ranita silbadora
antillana, la Eleutherodactylus pla-
nisrrostris, y la gran Rana Toro o
Mugidora, la Rana catesbiana, que
fue introducida en las Antillas
después de la llegada de Colón.
Para Gómez Cano la Rana que oye Colón puede ser cual-
quier especie de la isla, y nombra al Eleutherodactylus marticenses, a
la tan nombrada Coqui, “un batracio muy ruidoso de las Anti-
llas”, y a Eleutherodactylus inoptatus, la especie más grande de este
género que vive en la isla. En fin, pudo ser cualquier Rana.

212
TORTUGA

“L
unes 3 de diciembre.– Los marineros habían muerto una
Tortuga y la cáscara estaba en la barca en pedazos, y los
grumetes les daban de ella como la uña y los indios les
daban un manojo de azagayas”.
“Miércoles 9 de enero.– En toda esta tierra hay muchas Tortu-
gas, de las cuales tomaron los marineros en el Monte–Cristi que
venían a desovar en tierra, y eran muy grandes como una grande
tablachina”.
En estos dos días, correspondientes a la estada en la Española,
se mencionan Tortugas. De la primera cita, con toda razón, se
sorprende Gómez Cano porque “no parece lógico que los indí-
genas cambiaran sus venablos y lanzas arrojadizas, es decir, sus
imprescindibles instrumentos de caza, por unos pequeños trozos
–del tamaño de una uña, según Colón– de concha de un animal
al que ellos mismos, como luego veremos, capturaban con enor-
me habilidad”. No hace algún otro comentario y después, sin
motivo alguno y tal vez por algún error, se salta sin comentar la
aparición de las Tortugas del 9 de enero.
González Lorenzo, al contrario, se salta la Tortuga del 3 de di-
ciembre y el extraño cambio con los españoles, pero al comentar

213
el tamaño de las Tortugas del 9 de enero, explica que la tablachi-
na grande con que las compara Colón es una referencia a un
“gran broquel de madera”, y agrega de inmediato en su breve
nota que “teniendo en cuenta el área biogeográfica, con esto (el
tamaño) hay suficiente para identificar la especie Chelonia mydas,
ordinariamente llamada Tortuga verde”.
Alvar, por su parte, señala que tablachina quiere decir “bro-
quel o escudo de madera”, que la documentación del (resumen
del) Diario es la primera que poseemos en nuestra lengua y que
junto a ella, en la Edad de oro se uso la variante tablachín.
Del resto de la nota de Alvar, es atinada e importante la indi-
cación –por lo que implica de modificaciones de términos como
costumbre de Las Casas– del cambio de “tablachina” del resu-
men del Diario por “rodela” en su Historia de las Indias, en donde
resume aún más la nota que escribió para el 9 de enero de 1493:
“Tomaron Tortugas grandes, como grandes rodelas, que venían a
desovar a tierra”.
Concluiré esta nota sobre las Tortugas reproduciendo el capí-
tulo que escribió Oviedo sobre ellas28: “Las Tortugas de la mar
son muy grandes. Estas he visto yo muchas veces estar sobre-
aguadas encima de la superficie de la mar, en el grande Océano,
dormidas, y pasar la nave corriendo cargada de todas sus velas, y
junto a la Tortuga, y no sentirlo ni despertar: y así son tomadas
algunas de ellas, durmiendo, muchas veces.
“También las he visto encima del agua de dos en dos, tan em-
bebecidas en el coito o acto venéreo, que los marineros echados a
nado las trastornan y meten en las carabelas.
“En la costa de la Tierra
Firme, y en especial en la
villa de Acla y otras partes,
las he visto de siete y de
ocho palmos de largo en la
concha superior o alta, y el
ancho, de cuatro y de cinco y
más palmos, a proporción de

28
Obviamente, como ya lo indiqué, mi Bestiario colombino del primer viaje ha
resultado también una antología indirecta de Fernández de Oviedo, y de paso,
otra, algo más abreviada, de Las Casas. No creo que sea un defecto.
214
la largura o longitud, y tan grandes algunas, que cinco o seis
hombres tienen que hacer para levar una sola de ellas a cuestas.
“Estas son de la forma que los galápagos o Tortugas terrestres
de España, salvo que son de la grandeza que he dicho.
“Salen de la mar a poner sus huevos en tierra, en los arenales
de las playas, y hacen un hoyo en la arena, y lo cubren ellas mis-
ma, después que le han henchido de sus
huevos en número de trescientos o qui-
nientos, o más o menos de ellos. Los
cuales después allí debajo salen por la
calor del sol y providencia de la maestra
Natura, ad putrefactionem, convertidos en
otras tantas Tortugas.
“Estos huevos, cuando las matan (de los cuales las hembras
acaece estar llenas), son muy buenos. Son redondos y todos son
yema, sin clara ni cáscara, y tamaños como nueces los mayores, y
de esta grandeza abajo, menores, y algunos de ellos muy menu-
dos, como se suelen hallar en una gallina.
“Cuando los cristianos o los indios hallan rastro de estas Tor-
tugas por la arena (que van haciendo con aquellos sus aletones),
siguen aquella traza o vestigio, y topándola, la trastornan con un
palo, y la dejan estar así de espaldas, porque no se puede más
mover después que está trastornada, por su grandísima pesa-
dumbre, y van a buscar más, y así acaece tomar muchas cuando
ellas salen a desovar en tierra, como he dicho.
“Los que no las han visto o no han leído, pensarán que en es-
tas y otras cosas yo me alargo; y en la verdad, antes me tengo
atrás, porque soy amigo de no perder mi crédito y de conservarle
en todo cuanto pudiere. Y para este efecto busco testigos algunas
veces en los autores antiguos, para que me crean como autor
moderno y que hablo de vista, contando estas cosas a los que
están apartados de estas nuestras Indias, porque acá, cuantos no
fueren ciegos, las ven.
“Y para este efecto, quien dudase lo que he dicho de estos
animales, infórmese de Plinio, y le dirá que en el mar de India
son tamañas las Tortugas, que con el hueso o cobertura de una
basta para cubrir una habitable casa; y dice más: que entre las
islas del mar Rojo, navegan con tales conchas en lugar de barcas.

215
“Y el que fuere informado de este y otros autores, verá que yo
no digo aquí tanto como ellos escriben; mas lo puedo testificar
mejor que Plinio, pues que él no dice haberlas visto, y yo digo
que estas otras las he comido muchas veces, y es cosa tan común
y notoria, que no hay acá cosa más experimentada ni más conti-
nuamente vista.
“Son muy buen manjar y sano, y no tan enojoso al gusto co-
mo los otros pescados, aunque se
continúe.
“Las hicoteas o menores Tor–
tugas, de que se hizo mención, la
mayor de ellas será de dos pal–
mos de largo, y de allí abajo,
menores. Estas se hallan en los
lagos y en muchas partes de esta
isla Española; y cada día se venden por esas calles y plazas de esta
ciudad de Santo Domingo, y son sano manjar: Y son una cierta
especie de Tortugas, y ninguna diferencia hay en la forma de
ellas, sino en el tamaño y grandeza. A estas pequeñas llaman los
indios hicoteas”.

216
SIRENAS= MANATÍES

“M
iércoles, 9 de enero.– El día pasado, cuando el
Almirante iba al Río de Oro, dijo que vio tres Sire-
nas que salieron bien alto de la mar, pero no eran
tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían
forma de hombre en la cara. Dijo que otras veces vio algunas en
Guinea, en la costa de la Manegueta”.
Esta es la única fantasía “monstruosa” testimoniada por el
propio Colón durante su primer viaje hasta las Indias, según nos
cuenta el resumen del Diario realizado por Las Casas. Todas las
demás son habladurías que le llegan: las amazonas, los hombres
con cola, los que tienen un solo ojo y los que tienen hocico de
perro y se comen a los hombres, y que “en tomando uno lo dego-
llaban y le bebían su sangre y le cortaban su natura”. (Según Juan
Gil, todo esto conforma “un bestiario bastante completo, con un
elenco no mal nutrido de personajes míticos y figuras terribles de
encuentro nada grato”. La verdad es que no sé dónde lo habrá
leído).
En realidad, para Colón, ver tres Sirenas saliendo bien alto
del mar a vísperas de concluir su navegación por las costas del
Nuevo Mundo, fue una imagen vulgar y corriente que no le cau-
só el menor asombro. Agrega ya haber visto algunas en la costa
de Guinea, en la costa de la Mangueta, exactamente. Y, además,

217
su explicación de que no eran tan hermosas como las pintan,
sino que de alguna manera tenían forma de hombre en la cara,
no sabemos si fue acumulativa con las que había visto en las
costas africanas o le surgió
ahora al verlas con más deta-
lle al saltar tan alto en la
mar29.
Todos los comentaristas
de tan comentado disparate
colombino, se apresuran a
identificar a las Sirenas vistas
por Colón con los más bien
feos Manatíes, y aceptan, sin
la menor duda, que también
las Sirenas que vio en el Áfri-
ca, en la costa de Guinea,
eran Manatíes.
Hernando Colón prefiere ignorar este avistamiento de su pa-
dre, pero Las Casas repite lo mismo que en el resumen del Dia-
rio pero diciendo que las vio “donde se coge la manegueta” y no
“en la costa de la Manegueta”. Esta corrección no modifica el
significado de la frase, pero altera su redacción, dejándonos sin
saber cuál era en verdad la frase escrita por Colón en su Diario.
Alvar dice: “Manegueta, ‘Malagueta, fruto de color de canela y
de olor y sabor aromático (Amomum Melegueta)’. Otros autores la
identifican con el ají o ‘pimienta de las Indias’; se llamó también
‘grano del paraíso’, pues este es el fruto de amomo, planta de la
familia del jengibre. El nombre está vinculado con la costa de

29
Se me disculpará esta referencia marginal de un escritor argentino casi olvi-
dado, Octavio Bunge, cuando habla sobre el tema en su texto “La Sirena”: “un
monstruo arrastrándose con su larga cola pisciforme igual a una foca o un lobo
marino, de piel coriácea de ballena, gruesa, húmeda, resistente, con fuerte olor
marino, de brazos musculosos, de aspecto fiero y silvestre, perfil griego, faccio-
nes correctas pero toscas, manos grandes, anchas, fuertes, con uñas de garras, y
entre los dedos rugosas membranas natatorias. Y es verdad, de existir así debería
de ser: un animal, medio humano, permanente sumergido en agua salada,
alimentándose de otros animales, a los que mata y come crudos, en permanente
estado de alerta para proteger y salvar su vida de cualquier peligro mediante un
nado rapidísimo”. Una imagen realista, nada hermosa, de las Sirenas.
218
Malaget (Martín Behaim, 1492), el puerto de Mellegete (Ortelius,
1587), el mar de Malaguette (Coronelli, 1867), que todos los au-
tores citan en la Costa de Guinea”; páginas después, en otra no-
ta, Alvar agregará que la costa de la Manegueta “corresponde a
los territorios de Liberia y oriente de Sierra Leona”.
El Manatí, también llamado Vaca marina –aunque su pareci-
do con una Vaca también sea bastante aventurado–, es un ani-
mal común del mar y los ríos caudalosos de América y del África,
que puede llegar a medir hasta 5 metros y pesar 500 kilos.
Las hembras poseen dos senos con los que dan leche a sus
crías y suelen alimentarse de yerbas, muchas veces acercándose a
la costa y sacando la cabeza para arrancarlas de tierra cuando el
agua es lo suficientemente profunda para llegar hasta ellas, pues
no suelen salir del mar o del río para alimentarse30.
A pesar de esta uniformidad en la opinión que las Sirenas de
Colón eran Manatíes, he puesto una foto de una pareja de estos
anima-les y, ciertamente, sea como mujer o sea como hombre,
poca es la semejanza posible de hallar para confundirse.
En nuestra cultura, las Sirenas se hallan presentes desde la
Odisea de Homero como un ser terrorífico ("Encantan a los morta-
les que se les acer-
can. ¡Pero es bien lo-
co el que se detiene
para escuchar sus
cantos! Nunca vol-
verá a ver a su mu-
jer ni a sus hijos,
pues con sus voces
de lirio las Sirenas
lo encantan, mien-
tras que la ribera vecina está llena de osamentas blanqueadas y de restos

30
Sobre los Manatíes y las Sirenas existe un curioso y excelente libro del escritor
peruano José Durand: Ocaso de Sirenas. Manatíes en el siglo XVI, editado por
Tezontle, México, 1950, con dibujos de Elvira Gascón. También existe un libro
sobre Sirenas, de carácter no hispanoamericano aunque se haga una breve
referencia, del filólogo español Carlos García Gual: Sirenas. Seducciones y meta-
morfosis, de Ediciones Turner. Madrid, 2014. Y es obvio que podría ampliarse la
bibliografía “sirenística”.
219
humanos de carnes corrompidas..."), y durante siglos continuaron
apareciendo como sugestivas, deslumbrantes y peligrosas muje-
res–peces, sea en medio del mar o en las costas plácidas o roco-
sas. En los libros y los mapas medievales, incluso durante el siglo
XV y XVI, siguieron apareciendo como referencias inevitables.
En América, todo ha de decirse, no gozaron de gran fama y
hasta me atrevería a decir que no se hicieron presentes en la ima-
ginación de los viajeros, fueran
descubridores, conquistadores
o colonizadores. Y si bien es
cierto que los dos principales
imperios –el Azteca y el In-
caico– tuvieron sus cortes y sus
centros neurálgicos lejos del
mar, extraña bastante que no
volvieran a verse por el Ca-
ribe, por las costas centroame-
ricanas o por Yucatán o Tierra Firme, tampoco por Venezuela,
Colombia, Ecuador, Perú, y recién las vengo a hallar –aunque se
me pueden haber escondido o sumergido algunas entre las pági-
nas de una crónica o de historia– en el siglo XVII en las costas
chilenas donde las registra Rosales:
“Aunque es cierto y sin controversia que verdaderos y perfec-
tos hombres no los hay sino en el elemento de la tierra, pero no
se puede negar que se han hallado ciertos animales marinos que
en gran parte del cuerpo representan toscas semejanzas humanas.
A estos los llaman con vulgar nombre Sirenas los españoles y los
indios Pincoy.
“La primera vez, cuando fundaron los españoles la ciudad de
Coquinibo en este Reino, vieron en la mar una Sirena, de donde
piensan algunos que se le puso por nombre a aquel pueblo la
ciudad de la Serena.
“El año de 1632 vieron muchos indios y españoles en el mar
de Chiloé que se acercó a la playa una bestia que, descollándose
sobre el agua, mostraba por la parte anterior cabeza, rostro y
pechos de mujer, bien agestada, con cabellos o crines largas, ru-
bias y sueltas; traía en los brazos un niño. Y al tiempo del zambu-
llirse, notaron que tenia cola y espaldas de pescado, sobrepuesta

220
de gruesas escamas, como pequeñas conchas.
“No solo esta vez, sino otras muchas, las han visto los indios
de Chiloé antes y después de la conquista de los españoles.
“Y un indio de mucha razón me contó haber visto una de
medio cuerpo arriba con un rostro muy parecido a una mujer y
con sus pechos y un ni-
ño en los brazos que no
se diferenciaba en cosa
alguna de los niños en-
tre los hombres, y para
que hubiese testigos de
aquel tan singular pez
llamó a otros que le vie-
sen; pero no las han vis-
to cantar, ni oído acento
ninguno, como es voz común que cantan las Sirenas, no sé con
qué fundamento”.
Es cierto que en Pedro Mártir de Anglería hay otra pálida re-
ferencia a Sirenas (a 100 leguas de Panamá), pero que de inme-
diato son descritas como del tamaño de delfines, “dotados de
cantos armoniosos y adormecedores, como cuentan de las Sire-
nas”, lo cual es defendido como cierto por el sacerdote: “¿Qué de
extraño tiene encontrar otros peces con voz, antes nunca oídos?
Crea cada cual lo que guste: yo pienso que la naturaleza es omni-
potente”.
Aunque parezca extraño, no he encontrado en Fernández de
Oviedo referencias a las Sirenas, ni siquiera cuando habla de los
Manatíes, pero en cambio si trata de los Sirenos, es decir de
hombres marinos, tal como los llama.
Después de contar que el hidalgo Alonso de Santa Cruz entre
otras cosas le contó haber visto a hombres marinos, lo cual lo
llevó a recordar “haber leído que los hay, que son pescados o
generación de animales de la mar, que tienen semejanza de
hombres humanos”, pasa a citar a Plinio y al obispo de Ávila
llamado el Tostado, y luego a narrar otras historias que escuchó.
“Tengo memoria que he oído decir a algunos hombres de
nuestros marinos, cursados en la navegación, que han visto algu-
nos de estos hombres, o pescados que parecen hombres, y en

221
especial he visto dos hombres de crédito, uno llamado el piloto
Diego Martín, natural de Palos de Moguer, y. otro llamado Joan
Farfán de Gaona, natural de Sevilla.
“El uno me lo contó en
Panamá, año de mil quinien-
tos veinte y siete, y otro en Ni-
caragua, año de mil quinien-
tos veinte y nueve; y ambos
decían que en la isla de Cuba-
gua salió uno de estos hom-
bres marinos a dormir fuera
del agua en la playa, y que
viniendo ciertos españoles por
la costa, traían dos o tres pe-
rros que iban delante; y como
el hombre marino los sintió, se levantó y se fue corriendo en dos
pies al agua, y se lanzó a la mar y se escondió, y fueron los perros
tras de él hasta el agua; lo cual vieron aquellos cristianos y los
que he dicho, a quien lo oí.
“Y lo creí, después que oí al segundo, porque, como he dicho,
conformaban estos testigos en lo que deponían, y me lo contaron
de la misma forma, estando trescientas leguas desviado el uno del
otro, y en diferentes tiempos.
“Al mismo Joan Farfán de Gaona, y a un Joan Gallego oí
afirmar, además de lo que está dicho, que en la punta de Tierra
Firme que está en el ancón que entra a Cumaná, de donde se
lleva el agua a la isla de las Perlas, dicha Cubagua, acaeció que un
hombre de estos marinos estaba en el arenal de la costa dur-
miendo en tierra, y ciertos españoles y indios mansos subían la
costa arriba, siguiendo una barca, y dieron sobre él, y con los
remos, a palos, lo mataron.
“Y que era del tamaño que es un hombre de mediana estatura
de la cinta abajo, de forma que era de la mitad del alto de un
hombre, poco más o menos (me decían éstos que lo vieron) y que
su color era como entre pardo y bermejo; la tez no escamosa ni
de carne, sino lisa y con un vello de pelos largos y ralos, y en la
cabeza, poco pelo y negro; las narices remachadas y anchas, como
hombre guineo o negro, la boca algo grande y las orejas peque-

222
ñas; y todo cuanto en él había, miembro por miembro conside-
rado, era ni más ni menos que un hombre humano, excepto que
los dedos de los pies y de las manos estaban juntos, pero distin-
tos, de manera que, aunque estaban pegados, se determinaban
muy bien sus coyunturas, y las uñas muy conocidamente.
“Cuando le golpeaban, se quejaba de aquella manera que se
siente gemir o gruñir las puercas soñando, o cuando las maman
los lechones; y algunas veces era aquel sonido como el que hacen
los monos grandes o gatos ximios, cuando tocan contra el que
quieren morder, con aquel su murmurar o ruido.
“Y a este propósito, diré lo que oí a Alonso de Sancta Cruz,
del cual se ha hecho mención, como de hombre principal en esta
armada de Gaboto, y lo mismo entendí a otros hombres de los
que se hallaron en los trabajos que se han dicha de este camino.
“Y separados, interrogándoles yo en el caso, supe de ellos en
conformidad, que en el río de las Piedras (el cual está en siete
grados de la otra parte de la Elda equinoccial) hay en él unos
juncales, a manera de espadañas o linos, cerca de tierra, entre
aquellas piedras; y allí vieron ciertos pescados u hombres marinos
que se mostraban fuera del agua desde la cinta arriba, que pare-
cía que tenían forma humana de hombres como nosotros en
todo, y así la cara y ojos y narices y boca, y los hombros y brazos,
y todo aquello que de fuera del agua mostraban.
“Y de éstos vieron diez o doce de ellos todos aquellos españo-
les que se hallaron en aquel río con el dicho Alonso de Sancta
Cruz, al cual se da entero crédito, porque es hombre de honra, y
tal persona como he dicho en otra parte; y todos los tuvieron por
hombres marinos.
“Y por todo lo que está dicho en esta materia, parece ser ver-
dad que los hay. Entre este río de las Piedras y el puerto de Fer-
nambuco, está otro río que se llama de los Monstruos. Y lo lla-
man así porque allí hay unos caballos marinos, y hombres mari-
nos como los que se ha dicho antes. El cual río de los Monstruos
está en siete grados y un tercio, de la otra parte de la línea equi-
noccial, en la misma costa”.
Pero si las Sirenas, y antes las Vacas, estuvieron en las fanta-
sías de Colón, es el Manatí el que predomina en los comentaris-
tas, encabezados todos ellos por el mismo Las Casas quien ya

223
desde la primera confusión de Colón, se empeña en aclarar que
no son huesos de Vaca sino de Manatí.

Sobre este singular mamífero marino existe una amplia bi-


bliografía en las crónicas de Indias, en las que se refieren a él y a
las discusiones teológicas sobre si se aceptaba como pez para los
ayunos cristianos (A este respecto son célebres las dudas del pa-
dre Acosta: “extraño pescado, si pescado se puede llamar al ani-
mal que paré vivo sus hijos, y tiene tetas y leche con las que los
cría y pace yerba en el campo, pero en efecto habita de ordinario
en el agua y por eso lo comen por pescado, aunque yo cuando lo
comí un viernes en Santo Domingo, casi tenía escrúpulos, no
tanto por lo dicho, como porque en el color y el sabor no pare-
cían sino tajadas de ternera, y en parte de pernil, las postas de
este pescado; es grande cómo una Vaca”).
Y Colón menciona las Vacas el 29 de octubre, cuando en el
río de Mares visitó una aldea y cree que “debe haber Vacas en
ella y otros ganados, porque vio cabezas de hueso que le parecie-
ron de Vaca”.
Como ya señalé, Hernando
Colón también esquiva esta
anotación del Diario de su
padre, pero Las Casas se apre-
sura a aclarar este asunto de las
cabezas de Vaca, además de
haberlo anotado en el margen
de su resumen del Diario:

224
“éstas debieron de ser de Manatí, un pescado muy grande, como
grandes terneras, que tienen el cuero sin escama como el de ba-
llena y la cabeza casi como de Vaca; este pescado es muy más
sabroso que ternera, mayormente cuando son pequeños como
terneras pequeñas y en adobo, y nadie que no lo conozca lo juz-
gara por pescado, sino por carne”. Y así lo han estimado también
otros comentaristas del Diario, el viaje y la vida de Colón siglos
después.
Dada esta identificación generalizada de las Sirenas y los hue-
sos de cabezas aparentemente de Vaca vistos por Colón, según el
Diario resumido por Las Casas, con el Manatí, deberé volver a
recurrir a Fernández de Oviedo para que nos hable sobre este
animal acuático que se impone tan contundentemente en las
identificaciones referentes al Bestiario colombino y que pulula
por igual en las páginas de varios e importantes cronistas de In-
dias.
“Manatí es un pescado de los más notables y no oídos de
cuantos yo he leído o visto.
De éstos, ni Plinio habló, ni
Alberto Magno en su Proprie-
tatibus rerum escribió, ni en
España los hay. Ni jamás oí a
hombre de la mar ni de la
tierra que dijese haberlos visto ni oído, sino en estas islas y Tierra
Firme de estas Indias de España.
“Este es un grande pescado de la mar, aunque muy conti-
nuamente los matan en los ríos grandes, en esta isla (la Española)
y en las otras de estas partes. Son mayores mucho que los tiburo-
nes y marrajos, así de longitud como de latitud. Los que son
grandes, son feos, y parece mucho el Manatí a una odrina de
aquellas en que se acarrea y lleva el mosto en Medina del Campo
y Arévalo y por aquella tierra.
“La cabeza de este pescado es como de un buey y mayor; tiene
los ojos pequeños, según su grandeza. Tiene dos tocones con que
nada, gruesos, en lugar de brazos, y altos, cerca de la cabeza. Y es
pescado de cuero y no de escama, mansísimo; y se sube por los
ríos y llega a las orillas y pasee en tierra, sin salir del río, si puede
desde el agua alcanzar la hierba.

225
“En Tierra Firme matan los ballesteros estos animales y a
otros muchos pescados con la ballesta desde una barca o canoa,
porque andan sobreaguados, y les dan con una saeta con un
arpón, y lleva el lance o hasta una traílla o cuerda delgada de hilo
delgado y recio. Y después de herido, se va huyendo, y en tanto,
el ballestero le da cuerda; y en fin del hilo que es muy largo, le
pone un palo o corcho por boya o señal que no se hunde en el
agua. Y desde que está desangrado y cansado y vecino a la muer-
te, llega a la playa o costa, y el ballestero va cogiendo su cuerda; y
desde que le quedan diez o doce brazas por coger, tira del cordel
hacia tierra, y el
Manatí se allega
hasta que toca en
tierra y las ondas
del agua le ayudan
a encallarse más; y
entonces el balles-
tero y su compañía
ayudan a botarlo de todo en tierra y a sacarlo del agua, para lle-
varlo a donde lo han de pesar y guardar. Y es menester una carre-
ta con un par de bueyes, según son granes pescados.
“Algunas veces, después que el Manatí viene herido, según es
dicho, hacia tierra, le hieren más desde barca con un arpón grue-
so enastado, para acabarlo antes; y después de muerto, inconti-
nente se anda sobre el agua.
“Creo yo que es uno de los buenos pescados del mundo y el
que más parece carne; y en tanta manera parece Vaca, viéndole
cortado, que quien no lo hubiera visto entero o no lo supiera,
mirando una pieza cortada de él, no sabrá determinar si es Vaca
o ternera; y de hecho lo tendrá por carne, y se engañan en esto
todos los hombres del mundo, porque asimismo el sabor es más
de carne que de pescado, estando fresca.
“La cecina y tasajos de este pescado es muy singular y se tiene
mucho sin dañarse ni corromper. Yo lo he llevado desde esta
ciudad de Santo Domingo de la isla Española hasta la ciudad de
Ávila en España, el año de mil quinientos treinta y uno, estando
allí la Emperatriz, nuestra señora. Y en Castilla parece esta cecina
que es de la muy buena de Inglaterra cuanto a la vista; pero coci-

226
da, parece que come el hombre muy buen Atún, o mejor sabor
que de Atún es el que tiene. Finalmente, es muy singular y pre-
cioso pescado si lo hay en el mundo.
“En este río Ozama, que pasa por esta ciudad, hay hierbas, en
algunas partes, cubiertas del agua, cerca de las costas, y el Manatí
pace allí, y lo ven los pescadores, y desde barcas o canoas lo ar-
ponan. También los matan con redes recias, hechas como con-
viene para tomarlos
“Estos animales tienen ciertas piedras o huesos en la cabeza
entre los sesos o meo-
llos. La cual piedra es
muy útil para el mal de
la ijada, según acá se
platica y afirman perso-
nas tocados de tal en-
ferme-dad, y para esto
dicen que muelen esta
piedra después de haber-
la muy bien quemado; y
aquel polvo, molido y cernido, lo toma el paciente después que
amanece por la mañana, en ayunas, tanta parte de ello como se
podrá tomar con una blanca o con un jaqués de Aragón, en un
trago de muy buen vino blanco; y bebiéndolo así algunas maña-
nas continuadamente, se quita el dolor y se rompe la piedra, y la
hace echar hecha arenas por la orina según he oído a personas
que lo han probado y de crédito.
“He visto buscar con diligencia esta piedra a muchos, para el
efecto que he dicho. Suele tener un Manatí dos piedras de estas
entre los sesos, tamañas como una pelota pequeña de jugar, y
como una nuez de ballesta, pero no redondas; y algunas de ellas
son mayores de lo que he dicho, según la grandeza del animal o
Manatí. Mas para mí yo pienso que la misma propiedad deben
tener las piedras que tienen las corvinas y los besugos y otros
pescados en las cabezas, si creemos a Plinio, el cual dice que se
hallan en la brancha del pescado, en la cabeza, casi piedras, las
cuales, bebidas con el agua, son óptimo remedio a la piedra y mal
de ijada.
“De estos Manatís hay algunos tan grandes que tienen cator-

227
ce y quince pies de largo y más de ocho palmos de grueso. Son
ceñidos en la cola, y desde la cintura o comienzo de ella hasta el
fin y extremos de ella, se hace muy ancha y gruesa. Tiene solo dos
manos o brazos cerca de la cabeza, cortos, y por eso los cristianos
le llamaron Manatí, puesto que el cronista Pedro Mártir dice que
tomó el nombre del lago Guaniabo, lo cual es falso. Y así como
en esta isla Española le quitaron su nombre y le dieron éste, así
en la Tierra Firme, que hay muchos de estos pescados, los nom-
bran diversamente según la diferencia de los lenguajes de las
provincias donde los hay en aquellas partes.
“No tienen orejas, sino unos agujeros pequeños por oídos. El
cuero parece como de un puerco que está pelado o chamuscado
con fuego. Es de color pardo y tiene algunos pelitos raros; y el
cuero es tan gordo como un dedo, y curándolo al sol, se hacen de
él buenas correas y suelas para zapatos y para otros provechos.
“Y la cola de él, de la cintura que he dicho adelante, toda la
hacen pedazos y la tienen
cuatro o cinco días o más
al sol (la cual parece co-
mo nervio toda ella), y
desde que está enjuta, la
queman en una sartén, o
mejor diciendo, la fríen y
sacan de ella mucha man-
teca, en la cual cuasi toda
se convierte, quedando poca cibera o cosa que desechar de ella.
“Y esta manteca es la mejor que se sabe para guisar huevos fri-
tos, porque aunque sea de días, nunca tiene rancio ni mal sabor,
y es muy buena para arder en el candil, y aun se dice que es me-
dicinal. Tiene el Manatí dos tetas en los pechos, el que es hem-
bra, y así pare dos hijos y los cría a la teta. Lo cual nunca oí decir
sino de este pescado y del viejo marino o lobo marino”.
Sabiendo ya como son cazados los Manatíes y los productos
que ofrecen una vez sacrificados, toca ahora dar el repaso a los
pocos comentaristas que se han ocupado de aclararnos algo más
sobre estos animales a quienes se confunden con las Sirenas o se
identifican sus huesos como si fueran de Vaca, como le sucedió a
Cristóbal Colón durante su primer viaje a las Indias.

228
Alvar aprueba en su nota la identificación por Las Casas de
los huesos de Vaca como de Manatí, y agrega que a este se le
llama “en muchas lenguas Vaca marina, pez buey o buey marino (el
Thichecus Manatus de Linneo), pero agrega “lo que ya no es tan
cierto es que su cabeza sea el motivo de llamarle Vaca o buey,
pues se ha dicho que el nombre procede del fuerte labio superior
con el que pasta, como una Vaca, la vegetación acuática”.
Con respecto a las famosas Sirenas colombinas, Alvar se limi-
ta a señalar que “serenas, tal como está escrito en el resumen del
Diario como en la nota marginal de Las Casas, “era la forma
habitual en la Edad Media y en el Renacimiento, y la única que
usa Nebrija”.
Para González Lorenzo, es “evidente que aquellas cabezas de
hueso no podían ser de Vaca normal Y Las Casas lo aclara di-
ciendo que debían ser de Manatí”. Y en lo referente a las Sirenas,
escribe: “Aún cuando su parecido con las mitológicas Sirenas sea
bastante escaso, como el propio Colón reconoce, no cabe duda
alguna que está refiriéndose al Manatí (Trichechus Manatus). Su
ligera semejanza con una mujer se acrecienta cuando emerge del
agua, abrazando y amamantando a sus crías, dada la posición
pectoral de sus mamas. En cuanto a los Manátidos vistos por el
Almirante en las costas de Guinea, pertenecían a la especie Tri-
chechus senegalensis”.
En la misma edición donde figura la nota de González Loren-
zo, Demetrio Ramos hace un
agregado particular: “Mucho
ha dado que hablar este
encuentro de Sirenas por
Colón. Más que la identifi-
cación de lo que pudo ver
Colón, hecha por el especia-
lista, nos interesa advertir
que se trata de un efecto
reflejo de versiones portuguesas, pues el Almirante dice haber
visto Sirenas semejantes en su viaje a Guinea, en el área de Sierra
Leona”.
Por su parte, Gómez Cano, siempre prudente y buscador de
alternativas, primero dice que no es su intención “eliminar de un

229
plumazo tan hermosos elementos de la mitología pero casi me
atrevo a afirmar que esos seres extraordinarios pero algo feúchos
no eran Sirenas; y que, en realidad, lo que pudo contemplar
Colón no eran más que los encantadores Manatíes”. Luego si-
guiendo con su costumbre, plantea un dilema: “¿Y si lo que vio
Colón fueron focas, más acostumbradas a las aguas profundas
que los Manatíes, un mamífero más sedentario que apenas le
gusta alejarse del entorno costero en el que puede pastar las hier-
bas con las que alimenta? Pero dado que en las costas de África
no hay focas, pero si Manatíes, y que ahí también vio Colón
Sirenas, hay que resignarse y aceptar que fueron Manatíes lo visto
por Colón en el Caribe”.
Aceptando que eran Manatíes, como el primero que se apre-
sura a explicarlo es Las Casas, terminaré la nota citando lo que el
sacerdote dice en la Apologética sobre ellos gracias a su experien-
cia en la Española: “Hay en esta mar, en especial por estas islas, a
la boca de los ríos, entre el agua salada y dulce, los que llamaban
los indios Manatíes, la penúltima sílaba larga.
“Estos se mantienen de yerba, la que nace en el agua dulce
junto a las riberas. Son tan grandes corno grandes Terneras, sin
pies, sino con sus aletas con que nadan, y bien tienen tanto y
medio como una Ternera.
“No es pescado de escama, sino de cuero corno el de las To-
ninas o Atunes, o como de Ballenas. El que lo comiese delante
quien no supiese qué era, en Viernes Santo creería que comía
propia carne, porque así lo parece; es muy más sabroso y precioso
que Ternera, mayormente los que se toman pequeños, echados
en adobo como se suele comer la Ternera”.

230
PECES COMO EN ESPAÑA
Por Alberto Manuel Arias García

231
232
C
onforme van pasando las semanas, la mirada de Colón y
de sus acompañantes encuentra en todo lo que ven pare-
cido a lo que estaban acostumbrados a ver en Andalucía,
Castilla y, en fin, en España. El viernes 7 de diciembre la anota-
ción está llena de similitudes:

“Llevó redes para pescar, y antes que llegase a tierra saltó una lisa como
las de España propia en la barca, que hasta entonces no había visto pece
que pareciese a los de Castilla. Los marineros pescaron y mataron otras, y
lenguados y otros peces como los de Castilla”.

Cuatro días después, el martes 11 de diciembre, la anotación


se convierte en un “catálogo” de peces castellanos:

“Pescaron muchos pescados como los de Castilla, albures, salmones, pi-


jotas, gallos, pámpanos, lisas, corvinas, camarones, y vieron sardinas”.

Dos días más tarde, el 13 de diciembre, la anotación refleja


un mundo en el que todo está familiarmente en orden, incluso
los peces:

“Los aires eran como en abril en Castilla, cantaba el ruiseñor y otros


pajaritos como en el dicho mes en España, que dicen que era la mayor dul-
zura del mundo. Las noches cantaban algunos pajaritos suavemente; los gri-
llos y ranas se oían muchas; los pescados como en España”.

Ya que la fauna marina de la zona caribeña oriental por la


que navegaron era y es notablemente diferente a la de las aguas
españolas, al tratar de identificar a partir de estos nombres las
especies que vieron los marineros de Colón, hay que tener en
cuenta, en primer lugar, que Colón se encontró con realidades
zoológicas completamente desconocidas para él y sus acompa-
ñantes, nunca las habían visto antes y no sabían que nombres
tenían. ¿Qué podía hacer Colón para denominarlas? Pues lo que
haríamos y hacemos cualquiera de nosotros ante una situación
similar: darles el nombre de otra realidad parecida existente en
nuestro entorno.
Hay que tener en cuenta también que el resumen del Diario
de Colón fue escrito por Bartolomé de Las Casas 50 años des-

233
pués del descubrimiento de América, y que para entonces Las
Casas había vivido ya varios años en las tierras descubiertas y
conocía los nombres indígenas de las nuevas realidades faunísti-
cas, con lo que podía identificar lo descrito por Colón con más
exactitud31, lo que no quiere decir, no obstante, que acertara con
la especie en cuestión.
Además, otro asunto a dilucidar es hasta qué punto Colón
conocía exactamente los nombres con los que designaba a los
peces que veían o pescaban, pues es sabido que su castellano no
era del todo correcto y que tenía bastantes influencias portugue-
sas por haber vivido diez años en Portugal. Por todo ello, a la
hora de las interpretaciones no hay que olvidar tampoco la adver-
tencia del misionero jesuita José Gumilla en su obra El Orinoco
Ilustrado, de 174132, dos siglos y medio más tarde, al escribir sobre
los peces del Orinoco, cuando las novedades del Nuevo Mundo
ya no eran tan novedades como cuando las vio Colón por prime-
ra vez:

“Lo que en esta materia causa mayor armonía, es la novedad de espe-


cies, y figuras de pescados, tan diversos de los de nuestra Europa, que ni
aun las sardinas son de la figura, ni del sabor de estas. Lo más, que al repa-
rar bien en aquellos pescados, podemos decir es: este se parece algo a la tru-
cha; aquel se asemeja algo al lenguado, etc., pero nadie podrá decir: este es
como tal de la Europa, con semejanza adecuada”.

Al no existir en el resumen del Diario de Colón ni en el libro


de su hijo imágenes ni descripciones de las realidades faunísticas
asociadas a los nombres anotados en estos documentos, la tarea
de intentar averiguar, cinco siglos después, las especies que vie-
ron o pescaron los expedicionarios no puede ir más allá de un
mero ejercicio de aproximación razonada.
Así, para acotar cuanto sea posible las igualmente posibles es-
pecies que observó Colón, hemos partido de la base de que en la
tripulación que llevaba el Almirante había una mayoría de mari-

31
Ruhstaller, S.- 1992. Bartolomé de Las Casas y su copia del “Diario de a
bordo” de Colón. Tipología de las apostillas. CAUCE 14-15 (1992) 615-637.
http://cvc.cervantes.es/literatura/cauce/pdf/. Recurso electrónico.
32
Gumilla, P. José 1741. El Orinoco Ilustrado. Introducción, notas y arreglo por
Constantino Bayle S.J. M. Aguilar, editor. Madrid, 1944. Pág. 221.
234
neros andaluces33, concretamente de Palos de La Frontera (Huel-
va), supuestamente conocedores de las especies marinas de su
entorno, pues una de las actividades económicas más importan-
tes de la zona era la pesca. Por tanto, la primera aproximación a
los nombres dados por Colón debe hacerse a través de las espe-
cies que se pescan en aguas andaluzas a ellos asociadas, informa-
ción que, en parte, encontramos en Ictioterm34.
Después, nuestro siguiente paso ha sido analizar la distribu-
ción geográfica de la fauna marina asociada a los ictiónimos con-
cernidos, así como la comparación de imágenes de las especies
andaluzas y las americanas con la misma denominación. Tanto
los mapas de distribución geográfica y los nombres científicos de
las especies utilizados en esta aproximación son los expuestos en
el recurso electrónico www.fishbase.org35, una base de datos de
carácter científico que recoge información rigurosa y actual, con-
trastada con publicaciones, sobre peces de todo el mundo.
Huelga decir que los nombres científicos son universales y
que son los únicos que nos dan la pauta inequívoca para saber de
qué especie estamos hablando en cada momento. En este
sentido, otros autores, como Alvar36, Gómez Cano37 y González
Lorenzo38, interpretan los mismos pasajes e incurren en algunos

33
70 eran los tripulantes de Palos, Moger y Huelva; 10 entre gallegos y vascos; y
10 los extranjeros. Alicia B. Gould calculaba que serían un total de 90 personas,
de las cuales ella identifico a 87. Cristóbal Colón: Los cuatro viajes. Testamento.
Edición de Consuelo Varela. Alianza editorial. El libro de Bolsillo. Madrid.
Tercera edición, 2014. Pág. 12-13.
34
Arias, A.M., M. de la Torre, M. I. Fijo.- 2010. ICTIOTERM. Base de datos
terminológicos y de identificación de especies pesqueras de las costas de
Andalucía. Recurso electrónico: www.ictioterm.es.
35 Froese, R. and D. Pauly, Editors.- 2009.
FishBase.World Wide Web electronic
publication, www.fishbase.org versión 05/2009.
36
Alvar, M.- 1976. Cristóbal Colón. Diario del Descubrimiento. Estudios, Ediciones y
Notas. Vol. II. Ediciones del Exmo. Cabildo Insular de Gran Canaria. ISBN: 84-
7133-216-7.
37
Gómez Cano, J.- 2003. La fauna del Descubrimiento. La zoología de Colón. Caja
Madrid. Obra Social. Madrid. 246 págs. Sin ISBN.
38
González Lorenzo, A.- 1995. Notas faunísticas. En Diario del primer viaje de
Colón. Edición de Demetrio Ramos Pérez y Marta González Quintana. Páginas:
5-46, 240 y 246. ISBN: 84-7807-092-3.

235
errores de asignación de especies y suposiciones poco con-
trastadas… Por ello, en este análisis, para dar consistencia a las
afirmaciones vertidas y no incurrir en especulaciones gratuitas, es
inevitable el empleo de los nombres científicos correctos de las
especies, que, no obstante, hemos reducido al mínimo impres-
cindible.

236
POSIBLES ESPECIES ASOCIADAS A LOS
ICTIÓNIMOS DE COLÓN Y DE SU HIJO
HERNANDO

LISAS

Lisa es el nombre genérico con el que son conocidas las espe-


cies de la familia Mugílidos en Andalucía. Existen actualmente
77 especies pertenecientes a esta familia, distribuidas por todo el
mundo.
Todas ellas son muy parecidas entre sí, difíciles de identificar
taxonómicamente, incluso para los especialistas, de aquí que no
es de extrañar que las capturadas por los pescadores de Colón
fueran “como las de Castilla”.
Sin embargo, de estas de Castilla, es decir, de las seis especies
que existen en aguas españolas (Mugil cephalus, Mugil curema,
Chelon labrosus, Liza aurata, Liza ramada, Liza saliens y Oedalechilus
labeo), solo dos (Mugil cephalus y Mugil curema) se encuentran
también en el Atlántico occidental por donde navegó Colón. De
las restantes 71 especies, solo 13 existen también en el área cari-
beña “colombina”.
La morfología de todas ellas responde perfectamente al arque-
tipo de “como las de España” que conocerían los pescadores
andaluces que iban con Colón, por lo que pudo ser cualquiera
de estas 13 la que pescaron, no solo Mugil curema7.
Por mera curiosidad científica, hemos estudiado el asunto al
revés, es decir, viendo la distribución del nombre lisa en el mun-
do y a qué especies está asociado.
En cuanto a la distribución, y a los únicos efectos de lo que
estamos buscando, lo encontramos, lógicamente, en la zona de
América Central, donde existen 30 especies a las que se denomi-
na con el nombre castellano lisa, pero no todas son mugílidos,
sino que la mayoría pertenece a la familia Anostómidos, pero
están descartados porque o son peces de agua dulce, o son mari-
nos que se encuentran al otro lado del Caribe, en el Pacífico
Central.
En los archipiélagos del Caribe a solo siete especies se les si-
237
gue llamando hasta hoy (¿herencia colombina?) con el nombre de
lisa, todas ellas de Mugílidos, a saber: Mugil cephalus, Mugil incilis,
Mugil curema, Mugil liza, Mugil trichodon, Mugil hospes y Agonosto-
mus monticola. Solo podemos añadir que, posiblemente, alguna o
algunas de estas fueron observadas por Colón.

LENGUADOS

Con el término lenguado pasa lo mismo que con el término li-


sa: está asociado a muchísimas especies, incluso a muchas que no
reúnen los caracteres morfológicos propios para llamarse lengua-
do.
Así, en Andalucía, 17 especies son denominadas lenguado con
propiedad y cinco sin propiedad, porque los pescadores no saben
otro nombre o no las han visto nunca.
Igualmente, en el mundo existen 51 especies asociadas al
nombre de lenguado, de las cuales solo 6 se encuentran en el área
donde pudo observarlas Colón.
De estas seis solo tres responderían al “modelo” de lo que los
pescadores andaluces entienden por lenguado y ninguna de ellas
es Achirus lineatus, la candidata de Gómez Cano[7].
De las tres restantes, dos se parecen más a lo que aquí cono-
cemos como rodaballo, y una a lo que aquí denominamos gallo. La
especie Achirus lineatus se asemeja más a un rodaballo en minia-
tura que a un lenguado.
Que los pescadores de Colón le llamaran lenguado es un
enigma indescifrable, porque también podían haberle llamado
tapaculo, platuza, ancho…, o cualquier otra palabra que encajase
con su morfología. La imaginación de los pescadores es infinita.

ALBURES

En los puertos de la costa atlántica andaluza el albur por an-


tonomasia es Liza ramada, que no se encuentra en las Antillas,
por lo que esta especie queda descartada de entre las posibles que
vio Colón.
Por otra parte, la voz albur la encontramos asociada a cuatro
de las especies de Mugílidos o lisas antes mencionadas (Mugil
cephalus, Chelon labrosus, Liza aurata y Liza saliens).
238
Esto se debe a que pocos pescadores diferencian bien a estas
especies y la mayoría recurre a denominarlas con el nombre ge-
nérico lisa, que se convierte así un sinónimo de albur.
Pero, siendo rigurosos con las identificaciones, debe tenerse
en cuenta que en Andalucía, si bien los albures pueden ser lisas,
no todas las lisas son albures.
A escala global el término albur está asociado a solo dos espe-
cies: Mugil cephalus, una “lisa”, y Alburnus alburnus, de la que no
viene al caso comentar nada porque es un pez de agua dulce y
quedaría descartado por este solo hecho.
Dado que Mugil cephalus es cosmopolita, podría ser una firme
candidata a especie asociada al término albur que aparece en el
resumen del Diario.
Pero también, como los pescadores las confunden y para ellos
albur es sinónimo de lisa, deberíamos incluir en la candidatura a
las especies llamadas lisas mencionadas antes en el apartado co-
rrespondiente, que, asimismo, se encuentran en aguas de las islas
por las que navegó Colón.

SALMONES

Como con otros nombres aquí tratados, salmón se emplea


también para denominar a “cualquier cosa”, dicho coloquial-
mente.
Así, encontramos que hay por todo el mundo un total de 65
especies asociadas al nombre salmón. 44 de ellas pertenecen a la
familia Salmónidos y muchas encajan con lo que nosotros en-
tendemos por salmón convencional, es decir, la especie Salmo
salar, que, de acuerdo con Gómez Cano7, no se encuentra en
latitudes tan bajas, por lo que podría descartase con seguridad.
Las 21 restantes especies pertenecen a otras familias (Lutjani-
dos, Escómbridos, Carángidos, Caesiónidos, Esciénidos y Quifó-
sidos) y en nada se parecen al anterior “patrón salmón”.
Además, en la zona de las islas caribeñas colombinas, solo se
encuentran tres especies asociadas al término salmón: Elegatis
bipinnulata, Cynoscion jamaicensis y Cynoscion virescens, ninguna de
ellas de la familia Salmónidos, pero, apurando un poco, podría-
mos encontrarles cierto parecido al salmón típico.

239
Abundando en el asunto, no es de extrañar que pescadores
del puerto de Garrucha (Almería) llamen salmón a Centrolophus
niger, un pez negro, de aspecto algo desagradable, bastante aleja-
do de nuestros “cánones salmoneros”, pero al que ellos encuen-
tran cierta similitud con el salmón en su cuerpo comprimido,
cabeza curvada y carne deliciosa...
La hipótesis de Alvar6 de que lo que denominaron salmones
pudieran ser salmonetes no es descartable, porque realmente en la
zona del Descubrimiento, de las 27 especies mundiales asociadas
al nombre salmonete, existen cuatro (Mullodichthys martinicus, Mu-
llus auratus, Pseudupeneus maculatus y Upeneus parvus) pertenecien-
tes a la familia Múlidos, las cuatro muy parecidas a los salmone-
tes nuestros (Mullus surmuletus y Mullus barbatus), algunas “clava-
ditas”, dicho también en términos coloquiales. Existe una quinta
especie (Polimixia nobilis), de la familia Polimíxidos, bien diferente
a un salmonete típico.
Pero lo que sí está absolutamente descartado es que lo que vio
Colón no era ninguna de las dos especies nuestras, ya que no
existen en aguas caribeñas.
Asimismo, a la luz de los conocimientos actuales, también hay
que descartar a Mullodichthys lineatus, que habita en el Pacífico
oriental, enfrente del Caribe, pero no en el Caribe.
En el caso de robalo (sin tilde en andaluz), perfectamente po-
drían haber pescado algo a lo que dieron el nombre de robalo por
su parecido a nuestro robalo (Dicentrarchus labrax), porque, de
hecho, de las 15 especies mundiales asociadas al término robalo,
cinco (Centropomus undecimalis, Centropomus ensiferus, Centropomus
parallelus, Centropomus pectinatus y Centropomus mexicanus) se en-
cuentran en el área caribeña que navegó Colón en su primer
viaje, y las cinco son de aspecto muy similar a nuestro robalo, el
cual, por cierto, no llega al Caribe en su distribución geográfica.

PIJOTAS

El término pijota designa en Andalucía a los ejemplares jóve-


nes (de unos 15 a 20 cm de longitud) de la conocida pescadilla o
merluza (Merluccius merluccius).
Aquí la cuestión de saber qué fue lo que Colón designó como

240
pijota podría ser menos complicada, pues el término pijota solo se
emplea en Andalucía, y para nombrar a los juveniles de dos espe-
cies: Merluccius merluccius y Merluccius senegalensis, las dos ausentes
del Atlántico occidental.
Con esto a la vista, y con lo que se sabe actualmente sobre las
25 especies de la familia Merlúcidos repartidas por todo el mun-
do, solo una, Merluccius albidus, es la que se encuentra en la zona
caribeña y podría haber sido la denominada pijota por Colón.
La especie propuesta por Gómez Cano7, Merluccius hubbsi, se
distribuye desde el sur de Brasil hasta el sur de Argentina. No
está en el Caribe.

GALLOS

De las ocho especies de peces que hay distribuidas por el


mundo asociadas al nombre gallo, solo dos, Zenopsis conchifer y
Selene setapinnis, se encuentran en nuestro área de estudio, o sea
en Las Antillas. Ambas, con su cuerpo muy comprimido y alto, se
parecen mucho a una de las que en Andalucía se llama gallo, Zeus
faber.
Otras dos de las 11 especies que en aguas andaluzas reciben el
mismo nombre de gallo, como Lepidorhombus boscii y Lepidorhom-
bus whiffiagonis, no se distribuyen por el Caribe.
Por lo tanto, la suposición de Gómez Cano sobre Zenopsis con-
chifer y con su aserto de “un pez plano como el Lenguado”, no se
sostiene a la vista de lo que se sabe hasta hoy.
Como en Andalucía la polisemia es una de las características
de su riqueza ictionímica, tenemos, como mínimo, dos especies
más (Cyttopsis rosea y Helicolenusdactylopterus) de estas 11, a las que
nuestros pescadores llaman gallo y que ¡sí se encuentran en el
Caribe! Pero ¿pescaron alguna de ellas los “descubridores”? Nun-
ca lo sabremos.

PÁMPANOS

Como en casos anteriores, la cuestión de averiguar a qué lla-


maron pámpano los pescadores de Colón es imposible de resolver
con certeza, y más aquí, donde el abanico de posibilidades es
bastante más amplio.
241
Pámpano es un término que designa a numerosas especies, no
solo en Andalucía sino también en todo el mundo de habla his-
pana; un nombre a menudo recurrente, casi genérico, que los
pescadores emplean para muchas especies de las que desconocen
otros nombres pero que responden al “patrón pámpano”, es
decir, cuerpo muy comprimido lateralmente, alto o muy alto y
escamas muy pequeñas, que es lo que caracteriza a la imagen del
pámpano que suponemos tenían los marineros que iban en el
primer viaje de Colón a tierras americanas.
Así, solo en Andalucía, existen 20 especies denominadas
pámpano, de las que ocho presentan con nitidez estos caracteres, y
doce se ajustan muy poco o nada al patrón anterior. Atendiendo
a la frecuencia de ocurrencia de la voz pámpano al preguntar a los
pescadores andaluces, en solo tres especies la voz pámpano se
asociaba con una frecuencia notable: Stromateus fiatola (45,3%),
Schedophilus ovalis (15,8%) y Naucrates ductor (13,5%).
Del estudio de la distribución geográfica de estas especies a
nivel global, resulta que las dos primeras no se encuentran en el
Caribe, mientras que Naucrates ductor está por todos los mares
tropicales del mundo, incluida la zona caribeña.
Con ello podríamos tener aquí a un posible primer candidato
a lo que vio Colón. Pero es que, además de estas tres especies,
encontramos 45 más también asociadas a la voz pámpano, de las
que otras cinco se encuentran en aguas del Caribe (Trachinotus
coralinus, Trachinotus falcatus, Trachinotus goodei, Trachinotus cayen-
nensis y Alectis ciliaris) y serían también posibles candidatas.
Pero ¿cuál o cuáles vio Colón y llamó pámpanos? Imposible
dar una respuesta medianamente correcta, aparte de enumerar a
estas seis especies anteriores.

CORVINAS

La voz corvina es también fuertemente polisémica: hasta 61


especies encontramos asociadas a ella en países de habla hispana.
En Andalucía, hay cinco especies a las que se denomina corvi-
na, pero solo una de ellas, Argyrosomus regius, es la corvina por
antonomasia, y la que sin temor a equivocarnos era la que lleva-
ban los marineros en su memoria cuando viajaron con Colón.

242
Pero Argyrosomus regius no se encuentra en el Caribe, solo se pesca
en el Atlántico oriental.
De las 61 especies anteriores, solo diez (Isopisthus parvipinnis,
Cynoscion nebulosus, Cynoscion virescens, Micropogonias undulatus,
Micropogonias furnieri, Bairdiella ronchus, Odontoscion dentex, Sciae-
nops ocellatus, Umbrina broussonnetii, Umbrina coroides) habitan en
la zona recorrida por los navegantes españoles en el primer viaje
del descubrimiento.
De estas, algunas puede decirse que son “calcadas” a la corvi-
na andaluza, como ocurre con Micropogonias furnieri, por lo que
no es de extrañar que los marineros de Colón, si es que vieron a
alguna de ellas, no dudaran en llamarla corvina.
Cabe señalar como nota curiosa que recientemente, lo mismo
que Colón llegó a las islas del Caribe y vio un pez al que llamó
corvina porque se parecía al que aquí en Andalucía se llama corvi-
na, desde 2016 están llegando de forma natural a aguas gaditanas
ejemplares de Cynoscion regalis procedentes de las costas america-
nas orientales39, que es una especie desconocida para los pesca-
dores de Sanlúcar de Barrameda, Chipiona y Rota, y ¿cómo la
han llamado? Pues no han dudado en bautizarla corvina, dado su
evidente parecido con la corvina autóctona a la que están tan
acostumbrados a ver.

CAMARONES

Camarón es un término genérico español que designa a crus-


táceos decápodos de tamaño más pequeño que gambas y langos-
tinos. Engloba a las numerosas especies de muy diversas formas
pertenecientes a la familia Palemónidos, repartidas por todo el
mundo.
Suponemos que lo más lógico es que los marineros de Colón
llamaran camarón a algo que vieron parecido en tamaño y colora-
ción a lo que en Andalucía se llama camarón, por ejemplo, Pa-
laemon varians, Palaemon elegans y Palaemon serratus, por decir

39
Bañón, R., A. M. Arias, D. Arana, J. A. Cuesta.- 2017. Identification of a
non-native Cynoscionspecies (Perciformes: Sciaenidae) from the Gulf of Cádiz
(southwestern Spain) and data on its current status. Scientia Marina 81(1): 19-
26. ISSN-L: 0214-8358.
243
algunas especies. Pero ninguna de estas se encuentra en el Cari-
be.
Por acotar la búsqueda a alguna especie caribeña parecida a
las andaluzas, pero sin decir, evidentemente, que estas fueran las
observadas por Colón, encontramos que Palaemon northropi y
Palaemon pandaliformis40 se distribuyen por aquella zona y respon-
den al patrón de tamaño y coloración de los camarones andalu-
ces más comunes.

SARDINAS

La sardina, Sardina pilchardus, es uno de los peces más comu-


nes del mar, de la pesca, de la mesa, bien conocido por los pes-
cadores andaluces y españoles en general. Pero su distribución
geográfica no llega hasta el Caribe. Por lo tanto, difícilmente
puede asociarse el nombre de sardina a Sardina pilchardus en aguas
de Las Antillas.
En el resumen del Diario de a bordo dice “se vieron sardinas”.
Las verían, no lo ponemos en duda. Y serían sardinas “como las
de España”, tampoco lo dudamos, en el sentido en que serían
“parecidas” a las de España. Pero lo que sí es seguro es que no
eran Sardina pilchardus.
Asociadas a la voz sardina existen 144 (!) especies de peces en
los países de habla hispana y portuguesa. De estas, la inmensa
mayoría vive en ambientes dulceacuícolas (ríos, lagos, embalses) y
no tienen la más mínima semejanza con la imagen de nuestra
sardina.
Solo hay diez especies marinas que se encuentran en la zona
de estudio y que podrían responder con más o menos fidelidad al
“patrón sardina” español. De estas diez descartamos a tres que
pertenecen a la familia engráulidos, la de nuestro boquerón (En-
graulis encrasicolus), que, al igual que él, destacan por su boca de
grandes dimensiones y que ningún pescador confundiría con una
sardina.
Las siete restantes, que podrían estar entre las posibles espe-

40
Jayachandran K.V. 2001.- Palaemonid prawns. Biodiversity, Taxonomy, Biology
and Management. Science Publishers, Inc. Enfield (NH), USA. ISBN: 1-57808-
182-3.
244
cies tomadas por “sardinas como las de España” por los marine-
ros de Colón, son estas: Harengula humeralis, Harengula jaguana,
Harengula clupeola, Jenkinsia lamprotaenia, Lile piquitinga, Sardinella
aurita, Sardinella brasiliensis.
Cabe señalar que a Sardinella aurita cualquier marinero expe-
rimentado la denomina siempre lacha, o alacha, que es el nombre
que tiene esta especie en los puertos andaluces.
Gómez Cano7 se declara incapaz de identificar de qué sardina
se trata, pues son muchas y muy parecidas las agrupadas bajo el
mismo nombre. En las Antillas, dice, que entre las que se captu-
ran de forma abundante está Sardinops sagax, pero, precisamente,
no se distribuye por aquellas islas.

CABALLOS

Con el término caballo lo obvio es pensar que lo que vieron


los marineros de Colón y llamaron caballo fueran los conocidos
como caballitos de mar en Andalucía y España, de nombre cientí-
fico Hippocampus hippocampus e Hippocampus guttulatus, pertene-
cientes a la familia Singnátidos, que se caracterizan porque la
forma de su cabeza es muy similar a la del caballo terrestre.
Choca, sin embargo, que no estén anotados así, caballitos de
mar, en el resumen del Diario, nombre consolidado en la actuali-
dad, aunque tal vez en el siglo XV se les llamara simplemente
caballos. O que Hernando Colón o su traductor al italiano, no
entendieran lo de caballito de mar y optaran por simplificar y es-
cribir solo caballos.
No obstante, si nos quedamos con la hipótesis de que lo que
vieron fueron lo que hoy conocemos como caballitos de mar, hay
que descartar a estas dos especies anteriores españolas porque no
se encuentran en el Caribe: son propias del Atlántico oriental y
del Mediterráneo.
No ocurre así con otras tres que encajan con el “patrón caba-
llito” típico que sí están en las aguas que navegó Colón: Hippo-
campus erectus, Hippocampus zosterae e Hippocampus reidi. De todas
maneras, si bien Isidoro de Sevilla (siglo VII) en sus Etimologías
cita ya al equi marini, en clara referencia al caballito de mar típico,

245
como indica García Cornejo41, el ictiónimo caballito no aparece
en la bibliografía andaluza hasta mucho después de Colón, en
1789, en la obra de Medina Conde42, pero sin asociar a ningún
nombre científico.
Por otro lado, cabe la posibilidad de que lo que los marineros
de Colón designaron como caballos fuesen peces de otras fami-
lias, muy distintos a los Singnátidos.
Así, el término caballo lo encontramos asociado a especies de
la familia Carángidos, de mucho mayor tamaño, como Lichia
amia, que se denomina caballo y caballete en algunos puertos del
Mediterráneo andaluz, aunque no habita en el Atlántico occi-
dental.
Otras especies de esta familia tienen el perfil frontal de la ca-
beza que recuerda al del equino terrestre homónimo, como Selene
setapinnis, que sí se encuentra por las Antillas Mayores.
Un congénere de esta especie, muy similar a ella, Selene dorsa-
lis, habita en el Golfo de Cádiz y puede que algún marinero co-
lombino lo conociera y lo recordara.
Finalmente, González Lorenzo8 sugiere que en vez de caballos
podría tratarse de caballas, en lo que abunda Gómez Cano7 al
suponer “que debe tratarse de un error y que debería decir caba-
llas”.
De ser así, solo podemos decir que de las tres especies deno-
minadas caballa en Andalucía (Scomber colias, Scomber japonicus y
Scomber scombrus), la única que puede encontrarse en la zona
navegada por Colón es la primera, Scomber colias.

SÁBALOS

Sábalos figura en la Historia del Almirante, no en el resumen del


Diario, ya que es un nombre que se registra en el segundo viaje de
Colón. En cualquier caso, sábalo es la denominación de Alosa

41
García Cornejo, R.- 2001. A propósito de los ictiónimos en «De piscibus».
Etimologías 12.6 de Isidoro de Sevilla. Habis, 32: 553-575.
42
Medina Conde, C. de.- 1789. Conversaciones históricas malagueñas, o materiales
de noticias seguras para formar la historia civil, natural y eclesiástica de la M. I. ciudad
de Málaga, escritas y publicadas de 1789 a 1793 por D. Cecilio García de la Leña.
Málaga, 1879 (2 vols.) (IIª ed.).
246
alosa, pez marino que remonta los ríos andaluces para repro-
ducirse. En la actualidad se la considera extinguida en el
Guadalquivir43, pero en siglos pasados fue muy abundante y
apreciada, como indican los siguientes párrafos seleccionados de
una abundante bibliografía:
“…péscase en el río variedad de peces, entre ellos esturiones, que en Es-
paña se denominan sollos, pero de lo que hay gran abundancia es de sába-
los, que se aprecian mucho.”
Andrés Navagero – Viaje por España (1524-1526)44

“Sevilla […] es muy abundante […] de toda clase de peces, y especial-


mente de sábalos y lenguados y ostias muy grandes.”
L. Marineo Sículo – Cosas memorables… (1533)45

“Pues en cuanto a la provisión de pescado […]. Como son sávalos, lam-


preas, sabogas, picones, machuelos, corvinatas, anguillas, zafijos, albures,
que es pescado regalado, sin más espina que la del lomo, y robalos, que se
dan a cualquiera enfermos, sin la chusma de pexer reyes, y camarones...”
Alonso de Morgado – Historia de Sevilla (1587)16

Por lo tanto, podemos pensar que el sábalo debió ser una es-
pecie bien conocida por los marineros andaluces de la expedición
de Colón. Sin embargo, una vez más, estamos ante una especie
española, Alosa alosa, que no se distribuye por el Atlántico occi-
dental.
Con ello, cuando Hernando Colón incorporó sábalos al libro
sobre su padre, tal vez para aumentar los supuestos conocimien-
tos de este, o porque era una especie que a él, a Hernando, le
llamó la atención, se referiría a una especie parecida.
Asociadas al nombre sábalo existen 22 especies de peces en el
mundo, pero solo dos, Megalops atlanticus y Elops saurus, son ma-
rinas y se encuentran en las aguas de las islas que descubrió Co-
lón en sus viajes.

43
Fernández-Delgado, C., P. Drake, A. M. Arias, D. García-González.- 2000.
Peces de Doñana y su entorno. Ministerio de Medio Ambiente. Organismo Autó-
nomo Parques Nacionales. Madrid. 272 pp.
44
Carvajal, V., F. Raya.- 1987. Los peces del Guadalquivir en la Historia y en la
Literatura. Azotea, 4. Revista de Cultura del Ayuntamiento de Coria del Río.
45
Ladero, M. A.- 1989. Historia de Sevilla II. La ciudad medieval (1248-1492).
Publicaciones de la Universidad de Sevilla. Núm. 49, pág. 109-110.
247
Si bien el sábalo que ellos conocían (Alosa alosa) es un pez que
puede alcanzar un tamaño considerable, unos 80 cm, creemos
que si lo que vieron fue Megalops atlanticus, bien pudieron llamar-
lo sábalo, porque esta especie es como una sardina gigante. No
obstante, de haberlo pescado, creemos que habría merecido una
anotación especial en el resumen del Diario debido a la especta-
cularidad de este pez, que puede llegar a medir 2m.
Respecto a Elops saurus, solo podemos decir que no se parece
suficientemente a la imagen del Clupéido que los marineros
tenían en su memoria asociada al nombre sábalo.

SALPAS

La voz salpa, del latín salpa, probablemente a partir del cata-


lán46, se documenta por primera vez en un registro valenciano del
año 132447. Por lo tanto, en tiempos del primer viaje de Colón
ya era una palabra conocida.
Desde que se implantó la nomenclatura científica en 1758, el
término salpa siempre ha estado asociado únicamente a la especie
Sarpa salpa. Hasta hoy, salpa es el nombre comercial de esta espe-
cie en Cataluña, Valencia y Baleares.
Sin embargo en Andalucía salpa no se documenta hasta
175348, aparece en la bibliografía muy pocas veces y actualmente
no la emplean los pescadores onubenses ni gaditanos. Solo la
registramos en puertos del Mediterráneo andaluz (Marbella y
Garrucha), donde la influencia levantina está más próxima.
La voz salpa no aparece en el resumen del Diario de a bordo
del Almirante, sino en libro de Hernando de Colón sobre su
padre, escrito unos 45 años después del primer viaje, traducido al
italiano y publicado en 1571.
Es posible que la presencia de salpas entre los peces supues-

46
Corominas, J., J. A. Pascual.- 1980. Diccionario crítico etimológico castellano e
hispánico. Editorial Gredos, Madrid. ISBN: 978-84-249-1362-5
47
Duran, M.- 2007-2010. Noms y descripcions dels peixos de la Mar Catalana. Edi-
torial Moll. Palma (Mallorca). ISBN: 978-84273-6508-7. Dos tomos.
48
Löfling, P.- 1753. Pisces Gaditana. Observata Gadibus et ad Portus Sª María.
1753. Mens. Nov. et Decemb. Manuscrito, en Archivo del Real Jardín Botánico
de Madrid (1ª División, carpeta 8, número 122, hojas 93 a 122).
248
tamente vistos en aguas americanas se deba a un olvido de Las
Casas al hacer su resumen del Diario, a un error del propio Her-
nando Colón o del traductor al italiano, o a que los navegantes
las vieran antes de llegar a América, en Canarias, por ejemplo,
porque la distribución geográfica de Sarpa salpa no llega a las
Bahamas. De hecho, solo se distribuye por el Atlántico oriental,
desde el Golfo de Vizcaya hasta Sudáfrica y por el Mediterráneo.
Por otra parte, de ser cierto su avistamiento o captura en las
proximidades de Canarias, no es descartable pensar que llamaran
salpas a otra u otras especies parecidas, como la oblada (Oblada
melanura), o el pámpano (Stromateus fiatola).

ADENDA
Medio siglo más tarde, Bartolomé de las Casas, en la Apologé-
tica Historia Sumaria49, realizó una detallada descripción de sus
recuerdos de la isla Española y describió los peces que vivían en
sus ríos. Para cumplimentar la curiosidad de los entendidos y los
lectores, la cito en su integridad:

“Todos estos ríos y todas los de esta isla (Española) están de pescados plení-
simos, y por la mayor parte los pescados de ellos son Lizas de las de Castilla,
pero muy mejores y más gruesas y sabrosas y en tamaño mayores, y la semejanza
tienen, en la escama, con los albures de Sevilla,
Hay otros que llaman Guabinas, la media sílaba breve, las cuales tienen casi
el parecer de Truchas, en la escama, especialmente cuanto a las pinturas, puesto
que son las pinturas o manchitas negritas y el pescado de ellas muy blanco; es
sanísimo y delicadísimo pescado, que se puede y suele dar a los enfermos como
si fuesen pollos.
Otros, que se llaman Dahos, la media larga, son pequeños como pequeños
Albures, menos que un Jeme, y tienen los huevos tan grandes y mayores que los
de los Sábalos, y esto es lo principal que tienen de comida, porque lo otro todo
tiene poca sustancia.
Hay también otros que se llamaban Zages, pequeños pero muy sabrosos, casi
del tamaño y escama que Albures chiquitos.
Hay asimismo los que llamaban los indios Diahacas, la media larga. Estas
son como Mojarras de Castilla; difieren algo de Mojarras en tener las escamas
prietecitas, y las Mojarras son todas muy blancas; estos pescados son también

49
Las Casas, Bartolomé de.- 1850. Apologética Historia. Obras escogidas. Tomo
II. Estudio crítico y preliminar de Juan Pérez de Tudela Bueso. Ediciones Atlas.
Biblioteca de Autores españoles. Madrid 1944.
249
sabrosos y muy sanos.
Hay anguilas grandes y chicas, pero son tan dulces de comer que causan a
algunos náuseas o mal estómago”.

Hay 34 especies de peces llamados anguila en el mundo, pero,


sin más datos que la distribución geográfica y su aspecto parecido
a la anguila europea, solo una especie es susceptible de ser consi-
derada como posiblemente observada por Colón: Anguilla rostra-
ta, que se encuentra en las Antillas. La anguila europea, Anguilla
anguilla, casi llega a las costas occidentales atlánticas en sus mi-
graciones reproductivas transoceánicas, pero los adultos viajan a
gran profundidad y mueren después del desove, por lo que difí-
cilmente pueden haber sido vistos. Los juveniles (angulas, o glass
eel), que tienen un aspecto completamente distinto al de los
adultos (por lo que, ni aún hoy, mucha gente los reconoce como
crías de la anguila), regresan a los ríos europeos y tampoco pudie-
ron ser vistos en Las Antillas.

“Hay Langostinos, que son camarones muy grandes, muy buenos de comer
aunque duros, de la manera de los de España”.

Hay 15 especies de crustáceos decápodos asociadas al término


langostino, de las cuales solo una, Litopenaeus vannamei, se encuen-
tra en aguas antillanas, y pudiera estar relacionada con lo que los
marineros de Colón vieron y llamaron langostino. Ya sabemos
que allí a estos langostinos se les llama camarones, pero en 1492
esa palabra no estaba en la lengua de los indígenas “amigos” de
Colón.

“Estas seis especies de pescados de escama son, y no más, los que se hallan y
hay en abundancia en los ríos de esta isla”.

“En los arroyos pequeños hay unos pececitos chiquitos que en Castilla lla-
man Pece-rey y los indios Tetí, la última aguda; son sanísimos”.

Hasta 19 especies de peces hay en el mundo asociadas a lo


que en Andalucía y en España designamos con la voz pece-rey, que
actualmente se dice y se escribe pejerrey. De ellas solo una se en-
cuentra por Las Antillas: Atherinella brasiliensis y podríamos aven-
turar que esta fue la que vieron y llamaron pece-rey los marineros

250
de Colón, porque realmente es muy similar al pejerrey andaluz,
Atherina boyeri, que no se encuentra en el Caribe.
“Hay en ellos también Hicoteas que son galápagos de los arroyos de Casti-
lla, puesto que estas Hicoteas son muy más limpias y más sanas que aquéllos,
según creo, porque no son tan limosas ni tan amigas de lodo y tierra, porque
andan más por el agua que los galápagos; verdad es que teman por opinión los
indios de esta isla que las Hicoteas eran madres de las Bubas, y así a mí muchas
o algunas veces me lo dijeron; por esta causa nunca jamás las quise comer,
puesto que muchos las comían y nunca tuvieron bubas”.

“Hay en los arroyos también unos Cangrejos que sus cuevas tienen dentro
del agua, que los indios llamaban Xaibas. Estos Cangrejos o Xaibas tienen
dentro, en el vaso o caparacho, ciertos huevos y cierto caldo que parece cosa
guisada con azafrán y especias, y así tiene el color y el olor y el sabor de especias,
mayormente cuando están llenas, que es coa la luna nueva, porque entonces
están sazonadas; se han de comer asadas, porque cocidas se iría el caldo y no
serían tan buenas”.

Además del párrafo anterior, en otras citas del resumen del


Diario se habla de cangrejos:

Lunes, 17 de setiembre
“vieron muchas yerbas y que parecían yerbas de ríos, en las cuales hallaron
un cangrejo vivo”

Domingo, 23 de setiembre
“las yerbas eran muchas y hallavan cangrejos en ellas”

Respecto a las dos primeras citas, casi no cabe duda de que es-
taba navegando por el Mar de los Sargazos, y que los cangrejos
que vieron eran Planes minutus, que de hecho se conocen en la
literatura científica como “cangrejos de Colón” (Columbus
crabs). También existe otra especie de cangrejo que vive en estas
masas flotantes vegetales del Atlántico y que podría haber sido
vista por los navegantes. Su nombre científico es Portunus sayi.
Los dos son cangrejos pequeños.
Sábado, 17 de noviembre
"De aquí yendo adelante halló una ribera d'agua muy hermosa y dulce, y sa-
lía muy fría por lo enxuto de ella; había un prado muy lindo y palmas muchas y
altísimas más que las que había visto. Halló [...] cangrejos grandísimos"
En cuanto a los cangrejos grandísimos, podrían ser Cardisoma
guanhumi, cangrejos semiterrestres de gran tamaño y llamativo
251
colorido, que hacen masivas y espectaculares migraciones.

252
BIBLIOGRAFIA*
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ARRANZ. Historia 16. Crónicas de América, 9. Madrid, 1985. 235
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hizo el almirante don Cristóbal Colón cuando descubrió las In-
dias, puesto sumariamente, sin el prólogo que hizo a los Reyes.”,
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cuatro viajes que hizo el almirante don Cristóbal Colón para el
descubrimiento de las Indias Occidentales”, en: Obras de D. Mar-
tín FERNÁNDEZ DE NAVARRETE. Tomo I. Edición y estudio
preliminar de D. Carlos Seco Serrano. Ediciones Atlas. Bibliote-
ca de Autores españoles desde la formación del lenguaje hasta
nuestros días (Continuación). Madrid, 1954. Pág. 86 a 166.
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Luis M. BAUDIZZONE. Emecé Editores. Colección Buen Aire,
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 1943-1990 GUILLEN, Julio F.: El primer viaje de Cristóbal Co-
lón. Editora Naval. Hombres. Hechos. Ideas. Madrid, segunda
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 1944 Diario de Colón. Prólogo de Gregorio MARAÑÓN. Edi-
ciones Cultura Hispánica. Madrid, segunda edición, 1972. 202
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 1962 Diario de Colón. Libro de la Primera Navegación y descu-
brimiento de las Indias. Edición y comentario por Carlos SANZ.
Biblioteca Americana Vetustissima. Madrid, 1962. XXX + 67 fo-
lios.
 1977 Diario de Colón. Comentario preliminar por Carlos
SANZ. Dos Tomos. Editorial Revista Geográfica Española,
62 y 63. La huella de España en el Mundo, IV y V. Madrid,
1977. 95 + 114 págs.
 1972 Primer viaje de Cristóbal Colón. Según su diario de a bordo.
Recogido y transcrito por Fray Bartolomé de las Casas. Editorial
Ramón Sopena. Biblioteca Sopena. Barcelona, 1972. XV + 192
págs.

*Incluyo algunos de los libros que revisé, bestiarios y estudios sobre los animales
y la naturaleza americana, aunque no los utilizara en el libro.

253
 1976 COLÓN, Cristóbal: Diario del Descubrimiento. Estudios,
ediciones y notas por Manuel ALVAR. Dos Tomos. Ediciones
del Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria (Comisión de
Educación y Cultura). Madrid, 1976. 389 + 271 págs.
 1984 COLÓN, Cristóbal: Libro de la primera navegación. Intro-
ducción, estudio, transcripción y notas de Manuel ÁLVAR.
Ambientación histórica y notas de Francisco MORALES PA-
DRÓN. Testimonio Compañía Editorial. Tabula Americae 1.
Madrid, 1984. 275 págs.
 1987 Los diarios del Gran descubrimiento. Selección y comenta-
rios de Paolo Emilio TAVIANI. Banco Central del Ecuador. Ar-
chivo Histórico de Guayas. Guayaquil, Ecuador, 1987. XIII +
122 págs.
 1989 LAS CASAS, Bartolomé de las: Obras completas. 14.
Diario del Primer y Tercer viaje de Cristóbal Colón. Edición de
Consuelo VARELA. Alianza Editorial. Madrid, 1989. 209 págs.
 1992. MARTÍN LÓPEZ, José: El viaje del Descubrimiento. Notas
y comentarios al Diario de Colón. Instituto de Ingenieros Téc-
nicos de España. Madrid, 1992. 233 págs.
 1995 Diario del Primer viaje de Colón. Edición de Demetrio
RAMOS Y Marta GONZÁLEZ QUINTANA. Diputación Pro-
vincial de Granada. Granada, 1995. 434 págs.
 1995 Diario de Colón. Libro de la primera navegación. El descubri-
miento de un Nuevo Mundo. Texto: Francisco MORALES PA-
DRÓN. Prólogo: Pablo Emilio Tavini. Guadalquivir Ediciones.
Sevilla, 1995. 331 págs.
 2006 Diario del Primer viaje de Cristóbal Colón. Edición y notas
de Jesús VARELA y José Manuel FRADEJAS. Ayuntamiento de
Valladolid. Valladolid, 2006. 317 págs.
 2016 Cristóbal Colón. Diario de a bordo. Edición de Chris-
tian DUVERGER. Taurus Historia. Madrid, 2016. 270 págs.
2. 1986 COLÓN, Cristóbal: Los cuatro viajes. Testamento. Edición de
Consuelo VARELA. Alianza editorial. Bolsillo, 1149. Madrid, 1986.
304 págs.
 1946 COLÓN, Cristóbal: Los cuatro viajes del Almirante y su
Testamento. Edición y prólogo de Ignacio B. ANZOZTEGUI. Es-
pasa- Calpe S.A. Colección Austral, 633. Buenos Aires, 1946.
228 págs.
 COLÓN, Cristóbal: Los cuatro viajes del Almirante y su
Testamento. Edición y prólogo de Ignacio B. ANZOZTE-
GUI. Planeta-DeAgostini. Obras Maestras del Milenio,

254
18. 221 págs.
 1985 COLÓN, Cristóbal: Diario de a bordo. Introducción
apéndice y notas de Vicente MUÑOZ PUELLES. Ediciones ge-
nerales Anaya. Madrid, 1985. 367 págs.
 6 COLÓN, Cristóbal: Viajes y testamento. Edición no venal.
Madrid, 1986. Retrato de Colón. 215 págs. Impreso en Lerner
Printing.
3. 1958 COLÓN, Cristóbal: La carta de Colón anunciando la llegada a
las Indias y a la Provincia de Catayo (China). (Descubrimiento de América).
Reproducción facsimilar de las 17 ediciones conocidas. Introducción y
comentario por Carlos SANZ. Madrid, 1958. XIV + paginaciones par-
ciales.
4. 1982-1997 COLÓN, Cristóbal: Textos y documentos completos. Edi-
ción de Consuelo VARELA. Nuevas cartas: Edición de Juan GIL. Alian-
za Editorial. Alianza Universidad. Madrid, segunda reimpresión de la
segunda edición ampliada, 1997. 553 págs.
5. 1984 (COLÓN, Cristóbal): Cartas de particulares a Colón y Relaciones
coetáneas. Recopilación y edición de Juan GIL y Consuelo VARELA.
Alianza Editorial. Alianza Universidad 398. Madrid, 1984. 359 págs.
6. 1994 PÉREZ DE TUDELA, Juan (Director): Colección documental del
Descubrimiento (1470-1506). Tres tomos. Real Academia de la Historia.
Consejo Superior de Investigaciones científicas. Fundación Mapfre
América. Tomo I. Madrid, 1994. CCXLIV + 626 págs.
7. COLÓN DE CARVAJAL, Anunciada (directora): La herencia de
Cristóbal Colón. Estudio y colección documental de los mal llamados pleitos
colombinos (1492-1541). Cuatro tomos. Fundación Mapfre. CSIC. Ma-
drid, 2015. I: 752 págs.; II a IV: 2857 págs.
8. MURO OREJÓN, Antonio, y Florentino PÉREZ-EMBID y Francis-
co MORALES PADRÓN: Pleitos Colombinos. VIII. Rollo del Proceso sobre
la Apelación de la Sentencia de Dueñas (1534-1536). Escuela de Estudios
Hispanoamericanos. Sevilla, 1964. 555 págs.

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255
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General de Victoriano Suárez. Colección de libros raros o curio-
sos que tratan de América. Madrid, 1932. CLXI + 418 + 442
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13. 1526-1986 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: Sumario de la
Natural Historia de las Indias. Edición de Manuel Ballesteros. Historia
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 1526-1942 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: De la Natu-
ral Historia de las Indias (Sumario de Historia Natural de las Indias).
Con un estudio preliminar y notas por Enrique Álvarez López.
Editorial Summa. Madrid, 1942. 230 págs.
 1526-1978 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: Sumario de
la Natural y General Historia de las Indias. Facsímil. Nota prelimi-
nar de Juan Pérez de Tudela. Espasa Calpe S.A. Madrid, 1978.
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 1526-1986 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: Sumario de
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 1526-2010 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: Sumario de
la Natural Historia de las Indias. Edición de Álvaro Baraibar. Uni-
versidad de Navarra-Iberoamericana-Vervuert. Madrid, 2010.
377 págs.
14. 1741-1944 GUMILLA, P. José 1741. El Orinoco Ilustrado. Introduc-
ción, notas y arreglo por Constantino Bayle S.J. M. Aguilar, editor.
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15. 1957 LAS CASAS, Bartolomé de las: Obras escogidas de Fray Barto-
lomé de las Casas. Historia de las Indias. Estudio crítico preliminar y
edición de Juan Pérez de Tudela Bueso. Texto fijado por Juan Pérez de
Tudela y Emilio López Oto. Ediciones Atlas. Biblioteca de Autores
Españoles... (continuación), 95. Madrid, 1957. Tomo I: CLXXXVIII +
502 págs. (Tomo II: 617 págs.)
16. 1958 LAS CASAS, Bartolomé de las: Obras escogidas de Fray Barto-

256
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edición de Juan Pérez de Tudela Bueso. Ediciones Atlas. Biblioteca de
Autores Es-pañoles... (continuación), 105. Madrid, 1958. Tomo III:
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17. 1866 SALAZAR, Eugenio de: Cartas de…, vecino y natural de Madrid,
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Isabel Gómez Santamaría, Susana González Marín y Eusebia Tarriño.
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OTRAS REFERENCIAS
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27. ICTIOTERM
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31. ÁLVAREZ PELÁEZ, Raquel: “La descripción de las aves en la Obra
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34. BALTAN VELOSO, Ramón: “Minucias infelices”, en Voces, 6.
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39. GARCÍA MERÁS, Emilio: Caballo contra jaguar. La extraordinaria
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43. KAPPLER, Claudio: Monstruos, demonios y maravillas a fines de la
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44. LATCHAM: Ricardo E.: Los animales domésticos de la América preco-

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págs.

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260
ÍNDICE
Prólogo

BESTIARIO COLOMBINO
I. ATLÁNTICO
Garjao
Rabo de Junco-Alcance
Cangrejo de los Sargazos
Tonina=Atunes
Alcatraz
Tiñosa-Pájaro bobo
Ballena
Pardela-Patín
Tórtola
Dorado
Rabiforcado
Peces golondrinos
Ánade=Pato
Tiburón
Pez Emperador=Pez espada
Águila
Golondrina

II- CARIBE
Papagayo
Peces de Arrecife
Lagarto
Culebra
Sierpe=Iguana
Nacaras=Ostras=Perlas
Perro que no ladra
Grillo
Caracol
Perdiz
Ruiseñor=Cenzontle
Ánsar=Pato

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Taso o Taxo=Como Tejón
Pez como puerco-Adenda por Alberto Manuel Arias García
Ratón Grande=Hutía
Cangrejo
Rana
Tortuga
Sirenas
Peces como los españoles, por Alberto Manuel Arias García

Bibliografía

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