Vous êtes sur la page 1sur 1

Ateneo de la Juventud

José Luis Martínez 1995 / 12 ene 2018 15:29


Precisamente el año en que se emprendió nuestra revolución política, inicióse otra revolución cultural no menos
importante. En 1910 Justo Sierra funda la Universidad Nacional de México y, en su discurso de inauguración, fija
no sólo la empresa que toca a aquella institución, sino la tarea cultural del México que entonces nace; por esos
años, Antonio Caso pronuncia sus famosas conferencias que liquidan la vigencia del positivismo, doctrina oficial
del antiguo régimen, y abren nuevos horizontes filosóficos; por estos años, en fin, se constituye e inicia su
actuación uno de los grupos de escritores más valiosos que hayan existido en la historia de nuestras letras: el
Ateneo de la Juventud, cuya obra establecerá las bases de nuestra cultura contemporánea.
El mensaje espiritual del Ateneo de la Juventud –o de México, según vino a llamársele– contenía un amplio
repertorio de intereses destacados y un firme propósito moral. Aquéllos pueden resumirse como sigue: interés por
el conocimiento y estudio de la cultura mexicana, en primer término; interés por las literaturas española e inglesa
y por la cultura clásica –además de la francesa ya atendida desde el romanticismo–; interés por los nuevos métodos
críticos para el examen de las obras literarias y filosóficas; interés por el pensamiento universal que podía
mostrarnos la propia medida y calidad de nuestro espíritu; interés por la integración de la disciplina cultivada, en
el cuadro general de las disciplinas del espíritu.
El propósito moral, que acaso no necesitó enunciarse, fue el de emprender toda labor cultural con una austeridad
que pudo haber faltado en la generación inmediata anterior. Los nuevos escritores no se confiaron ya en las virtudes
naturales de su genio ni se entregaron, seguros de su gloria, a los placeres de la bohemia; percatados, por el
contrario, de la amplitud de la tarea que se habían impuesto, conscientes de sus deberes cívicos, tanto como de su
responsabilidad humana, alentados por los ejemplos venerables de heroísmo moral e intelectual con que se nutrían
en aquellas lecturas colectivas cuyo recuerdo perdura, los ateneístas mudaron radicalmente los ideales de vida de
sus predecesores por otros, si menos brillantes, más fértiles para su formación intelectual.
El progreso de esta conversión de ideales puede registrarse, con singular precisión, en los textos autobiográficos
de algunos escritores de una y otra generación. Compárese, por ejemplo, la tónica dominante que ofrecen las
memorias de Jesús E. Valenzuela y de José Juan Tablada, con las páginas que dedica a este periodo José
Vasconcelos o con las crónicas de la empresa del Ateneo escritas por Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, y
se apreciará qué radical variación han sufrido los ideales y las vidas mismas de nuestros escritores. Para expresarlo
con una fórmula, parcial pero ilustrativa, diríase que los escritores han pasado casi sin gradaciones, de la bohemia
al gabinete de estudio mencionados antes.
Obra de consulta: La literatura mexicana del siglo XX de José Luis Martínez (México: Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes, 1995)

Vous aimerez peut-être aussi