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La verdadera unidad viene pues igualmente al servicio continuo del Gran-Ser, del que cada in-
constituida finalmente por la religión de la Humanidad. Esta dividualidad puede ser un órgano eterno. [...]
sola doctrina verdaderamente universal puede caracterizarse
La unidad personal y la unidad social constituyen el doble
indiferentemente como la religión del amor, la religión del or-
fin de la religión. Ahora bien, respecto a cada una de ellas, re-
den, o la religión del progreso, según se aprecie su aptitud mo-
sulta fácil reconocer que la síntesis fundada en la Humanidad
ral, su naturaleza intelectual, o su destino activo. Refiriendo to-
es la única completa y duradera, por ser la única verdadera-
do a la Humanidad, estas tres apreciaciones generales tienden
mente conforme a nuestra naturaleza.
necesariamente a confundirse. Porque el amor busca el orden
y empuja al progreso; el orden consolida el amor y dirige el pro- Presentación del autor, bibliografía
greso; por fin el progreso desarrolla el orden y vuelve al amor. y selección de textos a cargo de
Así dirigidos, el afecto, la especulación, y la acción tienden José Luis Iturrate Vea (Universidad de Deusto, Bilbao)
Obras fundamentales
(1835-1840) 2002. La democracia en América. Prólogo de Angel Ri- (1893) 1994. Recuerdos de la Revolución de 1848. Prólogo de Ramón
vero. Traducción de Dolores Sánchez de Aleu. Alianza Editorial, Madrid. Ramos. Traducción de Marcial Suárez. Trotta, Madrid.
(1856) 1982. El Antiguo Régimen y la Revolución. Traducción de Do- 2003. Democracia y pobreza. Memorias sobre el pauperismo. Edición
lores Sánchez de Aleu. Alianza, Madrid. y traducción de Antonio Hermosa Andújar. Trotta, Madrid.
1973. Inéditos sobre la Revolución. Introducción de Dalmacio Negro. Oeuvres complétes d’Alexis de Tocqueville. Edición de J. P. Mayer. Ga-
Seminarios y Ediciones, Madrid. llimard, París. 1961-1983. 18 vols.
1. La democracia, movimiento social en América Y esto no sólo sucede en Francia. En cualquier parte hacia
y en Europa donde dirijamos la mirada, notaremos la misma revolución
que continúa a través de todo el universo cristiano.
Entre las cosas nuevas que, durante mi permanencia en los
Estados Unidos, han llamado mi atención, ninguna me sor- Por doquiera se ha visto que los más diversos incidentes de
prendió más que la igualdad de condiciones. Descubrí sin difi- la vida de los pueblos se inclinan en favor de la democracia. To-
cultad la influencia prodigiosa que ejerce este primer hecho so- dos los hombres la han ayudado con su esfuerzo: los que tení-
bre la marcha de la sociedad. Da al espíritu público cierta an el proyecto de colaborar para su advenimiento y los que no
dirección, determinado giro a las leyes; a los gobernantes má- pensaban servirla; los que combatían por ella, y aun aquellos
ximas nuevas, y costumbres particulares a los gobernados. que se declaraban sus enemigos; todos fueron empujados con-
fusamente hacia la misma vía, y todos trabajaron en común, al-
Pronto reconocí que ese mismo hecho lleva su influencia gunos a pesar suyo y otros sin advertirlo, como ciegos instru-
mucho más allá, de las costumbres políticas y de las leyes, y mentos en las manos de Dios.
que no predomina menos sobre la sociedad civil que sobre el
gobierno: crea opiniones, hace nacer sentimientos, sugiere El desarrollo gradual de la igualdad de condiciones es pues
usos y modifica todo lo que no es productivo. un hecho providencial, y tiene las siguientes características: es
universal, durable, escapa a la potestad humana y todos los
Así, pues, a medida que estudiaba la sociedad norteameri- acontecimientos, como todos los hombres, sirven para su desa-
cana, veía cada vez más, en la igualdad de condiciones, el he- rrollo.
cho generador del que cada hecho particular parecía derivarse,
y lo volvía a hallar constantemente ante mí como un punto de ¿Es sensato creer que un movimiento social que viene de
atracción hacia donde todas mis observaciones convergían. tan lejos, puede ser detenido por los esfuerzos de una genera-
Entonces, transporté mi pensamiento hacia nuestro hemis- ción? ¿Puede pensarse que después de haber destruido el feu-
ferio, y me pareció percibir algo análogo al espectáculo que me dalismo y vencido a los reyes, la democracia retrocederá ante
ofrecía el Nuevo Mundo. Vi la igualdad de condiciones que, sin los burgueses y los ricos? ¿Se detendrá ahora que se ha vuelto
haber alcanzado como en los Estados Unidos sus límites extre- tan fuerte y sus adversarios tan débiles?
mos, se acercaba á ellos cada día más de prisa; y la misma de- ¿A dónde vamos? Nadie podría decirlo; los términos de com-
mocracia, que gobernaba las sociedades norteamericanas, me paración nos faltan; las condiciones son más iguales en nuestros
pareció avanzar rápidamente hacia el poder en Europa. días entre los cristianos, de lo que han sido nunca en ningún
Desde ese momento concebí la idea de este libro. tiempo ni en ningún país del mundo; así, la grandeza de lo que
ya está hecho impide prever lo que se puede hacer todavía.
Una gran revolución democrática se palpa entre nosotros.
Todos la ven; pero no todos la juzgan de la misma manera. Unos El libro que estamos por leer ha sido escrito bajo la impre-
la consideran como una cosa nueva y, tomándola por un acci- sión de una especie de terror religioso producido en el alma del
dente, creen poder detenerla todavía; mientras otros la juzgan in- autor al vislumbrar esta revolución irresistible que camina des-
destructible, porque les parece el hecho más continuo, el más an- de hace tantos siglos, a través de todos los obstáculos, y que se
tiguo y el más permanente que se conoce en la historia. (...) ve aún hoy avanzar en medio de las ruinas que ha causado.
Cuando una sociedad democrática acaba de formarse sobre El despotismo, que por su naturaleza es tímido, ve en el ais-
los restos de una aristocracia, el aislamiento de los hombres y lamiento de los hombres la garantía más segura de su propia
el egoísmo, que es su consecuencia, se hacen principalmente duración y procura aislarlos por cuantos medios están a su al-
más notables. cance. No hay vicio del corazón humano que le agrade tanto
como el egoísmo; un déspota perdona fácilmente a los gober-
Estas sociedades no agrupan solamente a un gran número nados que no le quieran, con tal de que ellos no se quieran en-
de ciudadanos independientes, sino que están llenas de ordina- tre sí; no les exige su asistencia para conducir al Estado, y se
rio de hombres que, acabados de llegar a la independencia, se contenta con que no aspiren a dirigirlo por sí mismos. Llama
embriagan con su nuevo poder, conciben una vana confianza espíritus turbulentos e inquietos a los que pretenden unir sus
en sus fuerzas y, creyendo que no tendrán necesidad en ade- esfuerzos para crear la prosperidad común y, cambiando el
lante de implorar el auxilio de sus semejantes, no encuentran sentido natural de las palabras, llama buenos ciudadanos a los
dificultad en hacer ver que no se ocupan sino de ellos mismos. que se encierran estrechamente en sí mismos.
Una aristocracia no sucumbe, por lo común, sino después Así, los vicios que el despotismo hace nacer son precisa-
de una larga lucha durante la cual se encienden odios implaca- mente los que la igualdad favorece. Estas dos cosas se comple-
bles entre las diversas clases de la sociedad. Estas pasiones so- tan y se ayudan de una manera funesta.
breviven a la victoria y se puede seguir su huella en medio de
la confusión democrática que la sucede. La igualdad coloca a los hombres unos al lado de los otros
sin lazo común que los retenga. El despotismo levanta barre-
Los ciudadanos que ocupan el primer puesto en la jerarquía ras entre ellos y los separa. Aquélla los dispone a no pensar en
destruida, no pueden olvidar tan pronto su antigua grandeza y sus semejantes, y éste hace de la indiferencia una especie de
se consideran, por largo tiempo, como extranjeros en el seno de virtud pública.
una sociedad nueva. En todos los que esta sociedad hace ser
iguales, ven a otros tantos opresores, cuya suerte no puede ex- El despotismo es peligroso en todos los tiempos, pero es
citar la simpatía; han perdido de vista a sus antiguos iguales y mucho más temible en los siglos democráticos.
no se sienten ligados por un interés común a su suerte; se retira Es fácil observar que en estos mismos siglos, los hombres
cada uno aparte y se considera reducido a no ocuparse sino de necesitan más particularmente la libertad.
sí mismo. Los que, por el contrario, ocupaban en otro tiempo
un lugar inferior y a los que una revolución repentina ha acer- Luego que los ciudadanos se ven forzados a ocuparse de
cado al nivel común, no gozan, sino con una especie de inquie- los negocios públicos, salen necesariamente del seno de sus
tud secreta, de la independencia recientemente adquirida y si a intereses individuales y se apartan de la consideración de sí
su lado encuentran a algunos de sus antiguos superiores, echan mismos.
sobre ellos miradas de triunfo y de temor, y se separan. Desde el momento en que se tratan en común los negocios
Ordinariamente, es al principio de las sociedades democrá- públicos, cada hombre conoce que no es tan independiente de
ticas cuando los ciudadanos se hallan más dispuestos a aislar- sus semejantes como antes se figuraba, y que para obtener su
se. apoyo es indispensable prestarles frecuentemente su asisten-
cia.
La democracia inclina a los hombres a no acercarse a sus
Cuando el público gobierna, no hay hombre que no reco-
semejantes; mas las revoluciones democráticas los empujan a
nozca el valor de la benevolencia general y que no trate de cul-
huir unos de otros y perpetúan en el seno de la igualdad los
tivarla, atrayendo la estimación y el afecto de aquellos en cuyo
odios que la desigualdad ha hecho nacer.
seno debe vivir. Muchas pasiones que entibian los corazones y
La gran ventaja de los norteamericanos consiste en haber los dividen, se ven entonces obligadas a retirarse al fondo del
llegado a la democracia sin sufrir revoluciones democráticas, y alma y a ocultarse en ella. El orgullo se disimula, el desprecio
haber nacido iguales, en vez de llegar a serlo. no se atreve a aparecer y el egoísmo se teme a sí mismo.
11. Cómo la Revolución surgió espontáneamente del país del que hasta entonces sólo había sido la capital, o más
bien, se había convertido en el país entero. Estos dos hechos, que
Para acabar, quiero analizar globalmente algunos de los eran peculiares de Francia, bastarían por sí solos, si fuera nece-
rasgos que ya he descrito por separado, y ver cómo la Revolu- sario, para explicar por qué una revuelta pudo destruir de arriba
ción surgió espontáneamente del antiguo régimen cuyo retrato a abajo una monarquía que había soportado durante tantos si-
acabo de trazar. glos tan violentos ataques, y que, la víspera de su caída, parecía
Si se considera que donde más había perdido lo que tenía todavía inquebrantable a los mismos que iban a derribarla.
de útil y protector el sistema feudal, sin cambiar nada de lo que Siendo Francia uno de los países de Europa en que desde
en él había de perjudicial y de irritante, había sido en Francia, hacía más tiempo y de modo más absoluto se había extinguido
resulta menos sorprendente que la Revolución estallara preci- todo género de vida política, donde los particulares habían per-
samente aquí antes que en cualquier otra parte. dido más completamente la práctica de la gestión pública, el
Si se tiene en cuenta que la nobleza, tras haber perdido sus hábito de saber leer en los hechos, la experiencia de los movi-
derechos políticos y dejado, más que en ningún otro país de la mientos populares y casi la noción de lo que es pueblo, es fácil
Europa feudal, de administrar y de dirigir a los habitantes, no so- comprender por qué pudieran caer al mismo tiempo, sin darse
lamente había conservado sino incrementado en gran manera cuenta, todos los franceses en una revolución terrible, mar-
sus inmunidades pecuniarias y las ventajas de que gozaban indi- chando en primer lugar los más amenazados por ella, que se
vidualmente sus miembros; y que, al mismo tiempo que se con- encargaron de abrir y ensanchar el camino.
vertía en una clase subordinada, seguía siendo una clase privile- Como ya no existían instituciones libres, ni por consiguien-
giada y cerrada, cada vez menos aristocracia y más casta, como te clases políticas, cuerpos políticos vivos, partidos organizados
he dicho en otra parte, no nos extrañará el que sus privilegios pa- y dirigidos, y como en ausencia de todas estas fuerzas regulares
recieran tan inexplicables y tan detestables a los franceses, y que, la dirección de la opinión pública, cuando esta opinión pública
ante el espectáculo que ofrecía, el ansia de democracia se encen- renació, recayó únicamente en los filósofos, era de esperar que
diera en sus corazones hasta el punto de que aún sigue ardiendo. la Revolución fuera dirigida, más que por algunos hechos parti-
Si se piensa, en fin, que esta nobleza, separada de las clases culares, por principios abstractos y teorías generales. Se podía
medias, a las que había rechazado de su seno, y del pueblo, cu- augurar que, en lugar de atacar separadamente a las malas le-
yo corazón había dejado escapar, estaba completamente aisla- yes, se atacaría a todas las leyes, y se querría sustituir la antigua
da en medio de la nación, siendo en apariencia la cabeza de un constitución de Francia por un sistema de gobierno completa-
ejército y en realidad un cuerpo de oficiales sin soldados, se mente nuevo que dichos escritores habían concebido.
comprenderá cómo, después de haber estado durante mil años Encontrándose la Iglesia naturalmente relacionada con to-
en pie, pudo ser derribada en el espacio de una noche. das las antiguas instituciones que se intentaba destruir, no se
Ya he expuesto de qué manera el gobierno del rey, habiendo podía dudar que esta revolución quebrantaría la religión al
abolido las libertades y desplazado a todos los poderes locales en mismo tiempo que derribaba el poder civil; a raíz de esto, era
las tres cuartas partes de Francia para ocupar su lugar, había imposible predecir a qué temeridades inauditas podría entre-
atraído a sí todos los asuntos, tanto los de menor entidad como garse el espíritu de los innovadores, liberados a la vez de todas
los más importantes. He mostrado, por otra parte, cómo, por las barreras que la religión, las costumbres y las leyes levanta-
una consecuencia necesaria, París se había convertido en dueña ban ante la imaginación de los hombres.
Textos
seleccionados Alexis de Tocqueville
Fuente: RECUERDOS DE LA REVOLUCIÓN DE 1848
Traducción de Marcial Suárez
Trotta, Madrid 1994, pp. 79-81
12. Causas y consecuencias de la Revolución de febrero Yo he vivido con gentes de letras, que han escrito la histo-
ria sin mezclarse en los asuntos, y con políticos que nunca se
Mi juicio sobre las causas del 24 de febrero, y mis ideas han preocupado más que de producir los hechos, sin pensar en
acerca de sus consecuencias. describirlos. Siempre he observado que los primeros veían por