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Sin embargo, este planteamiento resulta muy “hepidérmico” o aproximativo. Una mayor precisión o
acotamiento del concepto exige hacer un paréntesis en aquellos rasgos que le caracterizan o definen
(el sujeto, la actividad intelectiva y la finalidad).
En primer orden, debe señalarse que la valoración de la prueba. es suceptible de realizarse por
cualquiera de los sujetos que intervienen en las etapas precedentes, de hecho, las partes (sujetos
activos y pasivos) durante la fase del debate, especialmente durante sus informes orales conclusivos
ante el tribunal, destinan un por ciento nada despreciable de los mismos — a veces el más
significativo — a analizar o evaluar el resultado de los medios de prueba. En cambio, la valoración
de la prueba, en la dimensión y trascendencia que conllcva considerarle como una subcategoría
dentro del sistema probatorio, incumbe, únicamente al sujeto destinatario de la prueba, al sujeto de
la decisión en el proceso penal, es decir, al Juez.
También debe subrayarse la distinta valía o connotación procesal - especialmente dentro del ámbito
del proceso probatorio — de los términos “apreciación” y” valoración”.
Apreciar, como su propio sentido etimológico lo indica, es una actividad en la quc predomina el
componente perceptivo o sensorial por cuanto conlleva — cognoscitivamente - entrar en contacto
con determinado objeto, es decir, entraña inmediación como peldaño de la percepción (contacto
directo). Ello procesalmente equivale a señalar que es la directa relación con el medio de prueba en
el momento de su práctica (con excepción de la llamada “prueba anticipada o preconstituída”). Con
este proceder el juez asume los datos que éste le ofrece (fuente de prueba) lo que pone de relieve su
componente intelectivo (menor en comparación con la valoración) en tanto el sujeto destinatario de
la prueba va conformando “su juicio a cerca de la credulidad y eficacia de la fuente de prueba.”
La valoración como análisis crítico del material probatorio, aunque no es exclusiva de la etapa de
decisión sobre éste, pues, como se ha visto, también la asunción presenta o requiere de esta
operación cognitiva, vista como subconcepto y como etapa del proceso probatorio, es posterior a la
asunción y tiene una naturaleza eminentemente intelectiva, corresponde al momento resolutivo o
fase decisoria del proceso.
Asimismo, podríamos afirmar que mientras la apreciación tiene un carácter fragmentario, en tanto
tiene lugar en la inmediata relación con los medios probatorios (su percepción directa o juicio critico
sobre credulidad y eficacia de los datos fácticos que ofrecen, de las fuentes de prueba), la
valoración, aunque incluye el análisis particularizado de éstos, va más a la evaluación del cuadro
total y global del material probatorio y del suceso.
Otra distinción conceptual que resulta pertinente y apropiada en oste marco de delimitación de los
rasgos característicos de la valoración de la prueba es la existente entre éstas y el término
“convicción” (o convencimiento). Uno y otro, como bien indica MIRANDA ESTRAMPES
siguiendo a SALVATORE PATTI, no son “equivalentes sino distintos.” Aquella — como ya se ha
visto — es la “operación mental que tienen por fin conocer, el mérito o valor de convicción que
pueda deducirse de su contenido” mientras ésta no es otra cosa que su resultado, es decir, aquella es
la actividad intelectual que le precede y le presupone.
Todo lo antedicho nos permite definir la valoración de la prueba como la actividad u operación
intelectual de exclusividad jurisdiccional llevada acabo durante la etapa decisoria del proceso con el
fin de determinar sí los datos fácticos obtenidos de la práctica de cada medio de prueba poseen la
entidad y cualidad suficiente y requerida para destruir la presunción de inocencia y permitir la
certeza plena (objetiva y contrastable) sobre la ocurrencia del hecho objeto de la pretensión punitiva
y del proceso.
La doctrina del proceso penal tradicionalmente ha venido reconociendo dos sistemas contrapuestos
de valoración de la prueba: el de la prueba legal, tasada o tarifada y el de la prueba libre o de libre
apreciación de ésta. Sin embargo, en los últimos tiempos por la irracionalidad y el subjetivismo que
permeó a este último sistema conforme a la línea abierta por Filangieri, un sector de la doctrina, ante
la necesidad de dotarlo de la cientificidad y la racionalidad requeridos, con arreglo a lo que
mayoritariamente se acepta y conoce como ”reglas de la sana crítica”, propone una clasificación
tripartita de éstos que — en términos generales — se caracteriza del siguiente modo:
Conforme a la opinión doctrinal que venimos siguiendo, estas correcciones al sistema de íntima
convicción poseen la entidad cualitativa suficiente como para configurarlas como un tertium genus o
como nuevo modo de valoración con independencia y autonomía respecto a los anteriores..
Existen otros autores que lejos de reconocerles entidad propia estiman erróneo diferenciar entre uno
y otro método de valoración por cuanto la íntima convicción y la crítica racional no son
concepciones que se oponen ni contradicen sino que ésta complementa aquélla. Señalan además que
el empleo de las regias de la lógica y la experiencia no constituyó ni constituye un criterio de
distinción entre los sistemas de valoración contrapuestos, pues la única diferencia entre éstos
radicaba en que en el de prueba tasada, con vocación de generalidad y legalidad, se plasmaban en la
ley, mientras en el de libre convicción no se regulaban legalmente, lo que no significaban que no
fueran de obligatoria observancia por el juez.
Este último sector de la doctrina opina también que la falta de fundamentación o motivación fáctica
de las resoluciones judiciales definitivas en la versión inicial del método de libre valoración
obedecía a la falta de exigencia legal al respecto y a que resultaba prácticamente difícil o imposible
“explícitar lo que se basaba en meras expresiones, intuiciones o corazonadas y no en criterios
objetivos racionales” es decir, por no emplearse lo que hoy se conoce como “reglas de la sana
crítica”.
Quienes niegan la clasificación tripartita de los sistemas de valoración prefieren hacer una distinción
entre los períodos históricos de existencia del método de apreciación en conciencia de la prueba,
distinguiendo entre un momento de irracionalidad y arbitrariedad en su aplicación otro de
cientificidad y logicidad.
Entre nosotros la legislación del Proceso penal, por convivencias del Derecho colonial,
específicamente del artículo 741 de la LECrim, suscribe la concepción primaria de la última
convicción, es decir, no se exigen legalmente las pautas objetivas y racionales antes expuestas así, el
artículo 357 de la L.P.P. vigente sólo prescribe que “el tribunal, apreciado según su conciencia las
pruebas practicadas en el juicio, las razones expuestas por la acusación y la defensa y lo manifestado
por los acusados, dictará sentencia....”. No obstante, el Consejo de Gobierno del Tribunal Supremo
Popular, en uso de las atribuciones que le están conferidas, recoge esta orientación garantista en el
acuerdo No. 172 de 27 de Noviembre de l985. Lamentablemente, el Iegislador, desaprovechó la
oportunidad de conferir rango legal a estos criterios cuando se modificó la ley de trámites penales a
través del Decreto - Ley No.15 1 del 10 de Junio de 1994, de modo que los mismos vincularán a las
partes y pudieran éstas denunciar su infracción ante la instancia judicial superior por medio del
recurso que correspondiera.
Siguiendo las orientaciones emanadas del mencionado acuerdo de nuestro máximo órgano
jurisdiccional, así como la doctrina científica y jurisprudencial españolas en la interpretación de los
preceptos de la LECrim que se vinculan con la cuestión que venimos abordando’ y que dejaron su
huella en nuestra legislación de trámites penales” podemos intentar resumir las exigencias actuales
del principio, de libre valoración de la prueba del siguiente modo:
A. Libertad del órgano jurisdiccional para ponderar los diferentes elementos de prueba.
B.. Necesidad de una “mínima actividad probatoria” de signo incriminatorio para desvirtuar la
presunción de inocencia.
C. La prueba debe ser producida en el juicio oral con las garantías procesales requeridas.
D. El acta del debate debe contener — de forma estractada o resumida — lo acontecido en este acto
con los medios de prueba.
La primera de ellas no requiere más explicitación que la ya efectuada hasta este momento, pues
alude, como ya sabemos, a la necesidad de proscribir toda regla legal que restrinja la actuación de
los jueces en materia probatoria.
En cuanto a la “mínima actividad probatoria” de cargo con entidad cualitativa para deducir la
culpabilidad del reo, deben hacerse al menos dos precisiones. Una en torno al significado y alcance
de la expresión “mínima actividad probatoria”, y otra relativa a su calidad de prueba de cargo.
Lo primero que debe dejarse claro es que con este término no se pretende designar su procedencia o
proposición (por el sujeto de quien procede o quien las propone). Conferirle esta acepción
significaría tanto como desconocer o negar el clásico principio de la “unidad, comunidad o
indivisibilidad de la prueba”, que supone despersonalizar los medios de prueba en cuanto al sujeto
activo (quien las propone) en aras a evitar la fragmentación y la unilateralidad en su valoración
como garantía y requerimiento de una actividad cognoscitiva plural, diversa y total. Además, no
debe olvidarse que en la práctica suele ocurrir — en no pocas ocasiones — que el medio de prueba
propuesto por una de las partes aporta— total o parcialmente — elementos contrarios a los que con
él se pretendían, es decir, que una prueba practicada a instancias de la parte acusadora puede
introducir en el proceso elementos de descargo y viceversa.
Empero, lo anterior, es tan sólo una delimitación de carácter negativo. En sentido positivo, puede
decirse que la “prueba de cargo” ha de encaminarse o cubrir cuatro direcciones’ ellas son:
A. Los elementos típicos objetivos del delito de que se trate (conforme a la dirección causalista:
acción, nexo, causal, y resultado), no así los correspondientes a otra figura delictiva análoga por el
objeto de protección (un mismo bien jurídico o ubicadas en el propio título la parte especial del
código penal) y por su forma de ejecución.
B. Los elementos subjetivos exigidos en el tipo penal objeto de imputación, sin que puedan alegarse
como óbice las dificultades probatorias que ellos entraña, pues ello resulta posible a través de la
inferencia (presunciones judiciales) que permiten efectuar los datos y circunstancias objetivas
recogidas en la causa.
En lo que concierne a la producción de la prueba con las garantías procesales requeridas en el juicio
oral, como tercera exigencia del método de su libre valoración, sólo nos interesa aquí hacer dos
acotaciones, una respecto a qué se entiende por producido en la mentada etapa procesal y otra en
cuanto a qué de lo producido debe estimarse como suceptible de valoración. Dicho en términos
procesales, nos ocuparemos de la eficacia probatoria de las diligencias practicadas antes del juicio
oral y de la trascendencia, permisibilidad y utilidad valorativa de la prueba ilegítirnamentc obtenida.
La investigación plantea a la autoridad que la dirige valerse de todos los medios y métodos
legalmente autorizados para descubrir, fijar y asegurar los elementos de la realidad
(metraprocesales) relacionados con el suceso delictivo y su presunto responsable (fuente de prueba),
empero, tal y corno hemos suscrito antes, su virtualidad demostrativa y eficacia procesal requieren
de su ritualización garantista, es decir, de la factibilidad de su reproducción en otras fases, de la
suceptibilidad de su confrontación y valoración por otros sujetos y del respeto de la dignidad e
integridad personal de quienes intervienen en el proceso, principalmente del inculpado. Esta
formalización procesal se logra a través de la conversión de las fuentes de prueba en medios de
prueba (los legalmente autorizados) y estos últimos se practican en el juicio oral.
Esto último fue modificado por el mencionado acuerdo No. 172 de 27 de Noviembre de 1985 del
Consejo de Gobierno del Tribunal Supremo Popular, el mismo señaló de modo más categórico que
“el fallo de la sentencia se basará exclusivamente y se corresponderá con los elementos probatorios
obtenidos en el juicio oral y consignados en el alta “.
Las situaciones especiales que pueden presentarse ASENCIO MELLADO las clasifica en causas
absolutas y causas relativas (irreproducibilidad de las diligencias de instrucción en el juicio oral).
Entre las primeras cita el fallecimiento de testigos o peritos, el paradero desconocido y las anomalías
físicas y psíquicas. En la segunda clasificación agrupa circunstancias tales como las enfermedades y
dolencias, la edad avanzada, la debilidad de las personas o impedimentos perdurables o importantes.
Al mismo tiempo, este autor diferencia entre situaciones impeditivas de la asistencia del sujeto al
juicio oral y aquellas que aún siendo temporales impiden que éste preste declaración; la
trascendencia de esta última distinción radica en que las del primer grupo imposibilitan la
comparecencia pero no la declaración, siendo posible ésta a través del auxilio judicial. De esta
distinción se ha dicho que — por tener carácter general — “sólo tiene interés especulativo o
doctrinal”, nosotros, aún cuando coincidimos con quienes así piensan, por considerar que es decisiva
la ponderación de las razones que se presentan en el supuesto específico, opinamos que cuando no
están positivizadas o, lo que es lo mismo, cuando no han sido previstas en la legislación, como
ocurre en nuestro caso la misma constituye un valioso criterio de orientación en la solución concreta
de éstos.
b) Su introducción en el juicio oral por medio de la lectura de las diligencias que obren en la causa
(requisito formal conforme al precepto antes citado).
c) La intervención del Juez Instructor o de aquel que deba decidir sobre las medidas restrictivas de
los derechos de quienes intervienen en el proceso, según sea el sistema legal adoptado (requisito
subjetivo).
Entre nosotros la sustitución del sistema de Instrucción Judicial por el de instrucción Policial
primero ‘ y la adopción del sistema de Instrucción Fiscal después, provocó la desaparición del Juez
Instructor. pasando la mayoría de las funciones procesales que este desempeñaba al fiscal según se
advierte principalmente de lo dispuesto en el artículo 109 de la vigente ley. Sin embargo, la
redacción de los artículos que regulan lo atinente a los requisitos objetivos y subjetivos de la prueba
anticipada (132, 194, y 214) resulta — a nuestro modo de ver — ambiguos e imprecisos, pues, en
ocasiones, en los casos en que participa el inculpado, asistido de abogado, no se exige la
obligatoriedad de la asistencia del Fiscal (artículos 136 y 214), de modo que se asegure la
confrontación requerida como garantía de la diligencia en cuestión, y en otras no queda claro qué
autoridad será. la encargada de dirigir la misma, aunque conforme a la nueva sistemática, habrá. que
entender que cuando esté presente el Ministerio Público, será. éste quien deba asumir dicha
responsabilidad; todo ello, sin desatender los problemas que puede suscitar su doble condición de
parte y director de la contradicción y su trascendencia a la naturaleza y eficacia probatoria de estos
actos.
El otro supuesto de excepción al principio de producción de prueba en el juicio oral es — tal y como
hemos indicado antes — el relativo a la - “conversión de actos de investigación en actos de prueba”.
La admisión de esta posibilidad se viene abriendo paso en la doctrina jurisprudericial y científica,
aunque cierto sector se opone a la misma por estimar que constituye una contradicción “in
terminis”’ o por considerar que únicamente pueden poseer tal eficacia probatoria las diligencias
sumariales que se preconstituyen conforme a los requisitos previstos para la prueba anticipada o
aseguramiento de la prueba. No obstante, debe significarse que quienes admiten tal posibilidad
señalan la necesidad de proceder con “criterio restrictivo”, es decir, “sólo cuando las diligencias no
puedan ser reproducidas en el juicio oral por causas independientes a la voluntad de las partes”. ‘
La vía que se señala corno apropiada para la introducción de la diligencia de investigación con valor
probatorio en el juicio oral es la de dar lectura de las fojas o folios del expediente de fase
preparatoria, pues sólo de este modo pueden adquirir las notas de publicidad, inmediación y
competitividad que se exige como garantía con la consecuente posibilidad de refutación de aquellas
que posean carácter incriminatorio.
Entre los actos de investigación que se consideran susceptibles de esta conversión se cita
A. El atestado (siempre que se reproduzca en el juicio oral y los agentes que lo hayan rubricado
comparezcan al mismo y lo ratifiquen).
B. El reconocimiento en rueda (cuando se haya observado durante su relación las garantías propias
de la prueba anticipada).
P. La entrada y registro domiciliario (se exige para su valía probatoria el respeto de las normas
procesales que establecen las garantías para su realización y la posibilidad de ser sometido a
contradicción).
1. Los testigos cuyo testimonio resulte de imposible reproducción en el juicio oral (por su
nacionalidad extranjera, paradero desconocido, fallecimiento, etc.) cuando la causa impeditiva
(absoluta o relativa) haya sido imprevisible para las partes (por el recurso excepcional de la lectura
del acta de sus declaraciones, podrán dichos testimonios adquirir rango de prueba).
J. Los informes de órganos administrativos (con esta denominación suelen comprenderse los
informes y dictámenes toxicológicos - en casos de drogas -, los dactiloscópicos, etc., nosotros
estimamos que éstos, aunque reproducibles en el juicio oral, deben someterse a las reglas de la
prueba pericial anticipada que nuestra legislación procesal penal regula en su artículo 214).
Otra cuestión que debe abordarse dentro de lo que conforma la exigencia de la producción de la
prueba con las garantías requeridas en el juicio oral, es la relativa a la trascendencia, perrnisibilidad
y utilidad valorativa de la prueba ilegítimamente obtenida.
Si bien, tal y como dejamos establecido antes (Supra.nro.5), la actividad probatoria debe cumplir un
“quantum de orden, objetividad y garantía” para lo que se establecen exigencias, presupuestos,
limitaciones y prohibiciones de “ fuerza vinculante” y “Función protectora y garantista”
(“ritualización probatoria”) que conllevan cierta restricción al principio de “búsqueda y obtención de
la verdad”, por cuanto significan que no puede alcanzarse éste a cualquier costo, es perfectamente
posible, como lo demuestra la praxis jurídica universal, que el material probatorio se produzca e
introduzca en el proceso penal con inobservancia de aquéllas.
Es justamente, en este tipo de situaciones cuando interviene, esa segunda gran clasificación que nos
proponemos examinar ahora.
Respecto a la: prueba directamente ilícita la solución es bastante uniforme tanto en la doctrina como
en la legislación y la jurisprudencia: ésta no puede ser objeto de valoración, por lo que ha de
excluirse del material probatorio ponderado en la fundamentación fáctica de la sentencia,
especialmente cuando se trate del quebrantamiento de formalidades no subsanables.
Esta línea de pensamiento es la que suscriben las legislaciones más recientes de éste subsistema
jurídico. Así, en el contexto europeo resultan paradigmáticos el Código de Procedimiento Penal de
Portugal de 1987 y el Código de Procedimiento Penal de Italia de 1988, el primero delimita en su
artículo 126 los métodos prohibidos de prueba y el segundo en su precepto 191 inciso 1 dice
expresamente que “ las pruebas adquiridas con violación de prohibiciones establecidas por las
leyes, no pueden ser utilizadas”. En nuestro entorno cultural son dignos de mención el Código tipo
de Procedimiento Penal para América Latina, El Código Procesal Penal del Perú de 1991. Tanto el
primero como el segundo con una redacción muy similar y con una forma de expresión positiva
establecen como exigencias para la valoración de los medios de prueba, la legitimación de su
obtención e incorporación al proceso (Artículo 149 y 195 respectivamente); mientras el último de
ellos, en su artículo 172, prescribe de modo negativo que “carecerán de toda eficiencia probatoria
los actos que vulneren derechos y garantías consagradas en la Constitución Política del Estado, en
las convenciones y tratados internacionales vigentes, este Código y otras leyes de la República”.
La prueba indirectamente viciada se refiere a casos como cuando la declaración del acusado ha sido
practicada sin haberle advertido conforme a ley de los derechos que le asisten o cuando la
información que aportan al proceso determinado testimonio o pericia legítimamente realizados
tienen su origen en intervenciones ilegales de las comunicaciones postales, telegráficas o
telefónicas. En torno a estas situaciones se advierte un vivo debate científico cuyas propuestas y
soluciones conforman un movimiento pendular en cuyos extremos se hallan el ideal de la verdad
objetiva como valor absoluto con el interés de hacer prevalecer cualquier otra estimación y la
ideología de la pureza del proceso con el estricto respeto a los derechos, libertades y garantías del
individuo a partir de la revitalización del principio romano “ Nemo ex suo delitcto meliorem facere
potest, consistente en la prescripción del aprovechamiento del comportamiento torcido.” Las
posturas doctrinales más representativas en torno a esta polémica, son principalmente tres: la tesis de
GOLDSCHMIDT; la teoría del árbol envenenado, y la. que se identifica como posición intermedia.
Las dos primeras se hallan en los laterales opuestos de lo que gráfica e imaginariamente vendría a
conformar una especie de abanico mientras la última de ellas, como su nombre lo indica, se
encuentra justamente en el centro del mismo. Veamos brevemente cada una de ellas:
La tesis de James GOLDSCHMIDT resultó muy difundida y aceptada durante la primera mitad del
presente siglo, fundamentalmente en los países que adoptan el sistema de justicia del “Civil Lawl’ o
continental europeo. Fue compartida por otros autores entre los que se citan a SCHMIDT, NIESE,
LANG y SCHÓNKE y constituye la posición más conservadora por cuanto sobre la base de brindar
preponderancia a los intereses sociales de la verdad objetiva y el ejercicio del “ius puniendi’ propuso
una dualidad valorativa del material probatorio ilegítimamente obtenido que consistía, por una parte,
en su admisibilidad, valoración y valía para fundamentar la resolución definitiva y, por otra parte,
significaba depurar y exigir responsabilidades por las infracciones llevadas a cabo en el acto
adquisitivo de la misma. Esta postura es la que suscribe nuestra praxis jurídico — penal.
La teoria del fruto del árbol envenenado, también conocida corno regla de exclusión o doctrina de la
supresión, es de orígen angloamericano. La frase que a identifica (fruit of the poisonuos tree
doctrine) fue utillizada por primera vez por el juez FRANKFURTER al sentenciar el caso “Nardote
V.US” en 1939. Esta tesis plantea en esencia la nulidad e ineficacia valorativa. del acto probatorio
regularmente producido que afecte al imputado cuando éste, por una relación de causa — efecto ha
sufrido el reflejo o contagio de un acto ilegalmente realizado, es decir, cuando el fruto de la
cognición o material probatorio obtenido proviene de una. actuación probatoria ilegítima o
“envenenada”, pues se fundamenta, como el propio juez señaló en la sentencia citada en que
“prohibir el uso directo de estos métodos, (pero,) no poner freno al indirecto, constituiría una
incitación, a estas mismas artimañas, tenidas por incompatibles con los stándares éticos y
destructores de la libertad personal. Los criterios que se siguen para llevar a cabo la exclusión o
descartar la “prueba contagiada” son el tipo de medio de prueba en cuestión; la existencia o no de
acciones voluntarias capaces de romper el nexo de causalidad y conceder independencia a la
cuestionada “prueba indirectamente viciada”; la solución de continuidad temporal entre la prueba
originaria y la derivativa; y, la intensidad de la infracción cometida en la obtención o producción de
aquella.
La postura intermedia, seguida por algunos autores como NUVOLUNE y CORDERO, propone
evitar la rigidez de las tesis expuestas precedentemente, por lo que sugiere excluir o descartar la
prueba derivativa contagiada no a priori o in abstracto, es decir, a partir de una regla fija
previamente establecida y de validez general, sino de la ponderación de los diversos factores que
suelen presentarse en las diferentes situaciones, o lo que es lo mismo, del análisis caso por caso. En
síntesis, lo que sugiere es valorar si en el caso concreto la autoridad competente podría haber
autorizado la actuación probatoria originariamente ilícita, de ser así resultaría irrelevante para la
eficacia valorativa del material probatorio que se deriva de la misma.
El tema de los efectos reflejos de la prueba ilícita — tal y como se advierte — es particularmente
complejo y crucial. Sin embargo, quizás por la falta de uniformidad y consenso doctrinal, las
legislaciones, aún las más recientes, como es el caso de las precedentemente citadas, no suelen
contener soluciones expresas, dejando a la praxis jurisdiccional la afiliación a una u otra postura
científica. Aunque en torno a esto último es justo reconocer que el Código Procesal Penal de la
provincia de Córdoba, Argentina., de 1991, es una rara excepción en tanto, después de establecer la
regla general respecto a la ineficacia probatoria de la prueba directamente viciada o ilícita, suscribe
la última posición expuesta al prescribir que “....la ineficacia se extiende a todas aquellas pruebas
que, con arreglo a las circunstancias del caso, no hubieren podido ser obtenidas sin su violación y la
consecuencia necesaria de ella....” (art.-194). Asimismo, conviene destacar que, conforme señalan
PASTOR BORGOÑA’ y LOPEZ BORJA DE QUIROGA’ la jurisprudencia del contexto europeo,
especialmente la del Tribunal de Derechos Humanos, la de Italia y la de España, se aproximan a esta
última doctrina.
La siguiente exigencia de este principio – el acta del debate conte4ntativa de lo acontecido con los
medios de prueba en el juicio eral — condiciona necesaria y convenientemente a las que restan por
examinar, pues únicamente a través de su correcta realización podrá más tarde efectuar el órgano
jurisdiccional la fundamentación o motivación de la sentencia conforme a lo realmente acontecido
en cuanto a la actividad probatoria llevada a cabo en dicho acto, al tiempo que permitirá finalmente
al tribunal ad quem, por la vía impugnativa que legalmente proceda, hacer un control más eficiente
de las formas y modos en que se obtuvo la verdad histórica judicial, así como la compatibilidad de la
narrada en dicha resolución y lo que resulta factible obtener a partir de lo registrado en la contienda
procesalmente legitimada para ello.
Este requerimiento, por lo trascendental que resulta, viene siendo expresamente recogido en las
legislaciones modernas. Asi, por ejemplo, se pueden citar el Código Tipo de Procedimiento Penal
para América Latina (art. 329.3), el Código Procesal Penal de Argentina de 1991 (Art. 394- 4) y el
Código de Procedimiento Penal de Bolivia de 1999 (Art. 371.3). Al mismo tiempo, todos estos
cuerpos de leyes establecen las consecuencias legales que puede acarrear la inobservancia de las
formalidades previstas para la confección del acta del juicio oral, así como la posibilidad de
denunciarla por medio del recurso que se autorice.
Nuestro ordenamiento jurídico, excepto la Ley de Procedimiento Penal Militar (Ley nro. 6 de 1977)
no ha establecido explícitamente dicha exigencia, sino que con una frase vaga e imprecisa se ha
limitado a establecer la obligación de registrar “sucintamente” en el acta, “todo lo que de
importancia hubiere ocurrido” en el juicio oral. Incluso, es de destacar la gran similitud que existe
entre el artículo 743 de la LECrim, primer código que reguló entre nosotros esta materia, y el 356 de
la vigente ley (Ley Nro. 5 de 1977), pues las variaciones que se observan más que diferencias son
correcciones de estiro que no trascienden a su contenido”. Esto frente a la histórica carencia de una
causal de casación que permitiera a las partes denunciar quebrantamientos de formalidades de este
tipo, provocó que hasta mediados de la década del ochenta prevaleciera entre nosotros el “acta
deficiente” ya que, como se ha dicho antes (supra nota No. 103), fue a partir de este momento en
que por medio del Acuerdo Nro. 172 de 1985 del Consejo de Gobierno del Tribunal Supremo
Popular se comenzó a exigir la consignación en la misma de “los extractos de las declaraciones ante
el Tribunal de todos los acusados, testigos y peritos. dictadas por el Presidente, según se produzcan”.
Entre las funciones que se reconocen a la fundamentación del juicio fáctico figuran:
a) La evitación de la arbitrariedad e irracionalidad en los fallos, pues hace factible lo que se conoce
como “control jurídico social que, como bien sugiere esta expresión, trasciende a los sujetos
procesales y propende a la transparencia y democratización del proceso penal.
c) El más efectivo ejercicio del derecho a recurrir con el consecuente (y antedicho) control por el
tribunal ad quem de la estructura racional de la prueba (relación entre pruebas practicadas y hechos
declarados probados).
a) La consignación de los resultados a que se arriba con la valoración de la prueba (para facilitar el
control de la convicción judicial, es decir, para conocer si ésta se ha formado con base a lo alegado y
probado o en las emociones e intuiciones personales del Juez).
b) La expresión de los criterios utilizados en la valoración de las pruebas (de modo que resulten
conocidas las pautas objetivas empleadas — las regias de la lógica, los conocimientos científicos y
las máximas de la experiencia — y se garantice la coherencia de la fundamentación).
c) La exposición del íter formativo de la convicción. “ (a través de la explicitación de las razones por
las cuales elige unas pruebas y desecha otras).
de este modo, queda claro que la motivación de los hechos no consistes en el simple inventario de
las pruebas practicadas ni en la mera descripción de la actividad probatoria llevada a cabo durante el
juicio oral, motivar la resolución definitiva, como el propio verbo lo indica, es mucho más. Motivar
es fundamentar, razonar, criticar, justificar y hasta convencer. Por esto la motivación fáctica implica
“ la exteriorización del análisis crítico de la eficacia o fuerza persuasiva de las pruebas llevado a
cabo por el juzgador para alcanzar la convicción”.
Cualquiera de las exigencias de este principio hasta aquí examinadas (la libertad del órgano
jurisdiccional para valorar la prueba, la mínima actividad probatoria de signo incriminatorio
suficiente, su producción con las garantías del juicio oral, el acta del debate y la motivación fáctica
de la sentencia ), propias, como ya se ha dicho, de la concepción objetiva y garantista del mismo,
son formalidades que merecen la calificación de fundamentales, en tanto, desde la perspectiva
gnoseológica, propenden a una más exacta conformación del objeto de conocimiento, y desde la
óptica procesal, garantizan una mayor pureza del proceso. Por tal razón, debe quedar abierta la vía
de la impugnación a través de los convenientes motivos o causales de los recursos o acciones
impugnativas, según corresponda, para que cuando se estimen vulneradas o quebrantadas, se
garantice objetiva (pluralidad de fases) y subjetivamente (pluralidad de sujetos) su revisión y control
con la mayor “asepsia” posible.
Fuente: Material utilizado en el Diplomado en Ciencias Penales, auspiciado por la Univ. De la Habana, Cuba y San Francisco Xavier,
por el Dr. Marcelino Díaz Pinillo