Situación de la poesía

(por otros medios)

a la luz del surrealismo
 Situación de la poesía
(por otros medios)
a la luz del surrealismo

Julio Monteverde Servando Rocha

José Manuel Rojo Jesús García Rodríguez

Manuel Crespo Noé Ortega

Lurdes Martínez Paul Hammond

Javier Gálvez Vicente Gutiérrez

Antonio Ramírez Eugenio Castro

Grupo Surrealista de Madrid

Federación de Estudios Libertarios y Anarquistas
L i b r e r í a A s o c i a t i v a Tr a f i c a n t e s d e S u e ñ o s
Colectivo La Felguera

Madrid 2006
 ÍNDICE

Introducción 9

La llama bajo los escombros

Consecuencias del uso de la poesía
Julio Monteverde 15

Edita:
La poesía abierta y sus enemigos
Ediciones de la Torre Magnética
José Manuel Rojo 33
Librería Asociativa Traficantes de Sueños
Colaboran:
Federación de Estudios Libertarios y Anarquistas Por los alrededores
Colectivo de Trabajadores Culturales La Felguera Manuel Crespo 55

Diseño y maquetación: Julio Monteverde

Ilustración de cubierta: Eugenio Castro (fotografía realizada en el cementerio Ecos de la experiencia arruinada
londinense de Hightgate, en las proximidades de la tumba de Karl Marx) Lurdes Martínez 69
Copyright de los textos: sus autores
Copyright de las fotografías: sus autores
El lenguaje velado
Todos los derechos reservados
Impreso por: Gráficas Lizarra Javier Gálvez 85
ISBN 10: 84-96453-18-9
ISBN13: 978-84-96453-18-9 Límites de lo poético
Depósito legal: xxxxxxxxxxxx 95
Antonio Ramírez
Madrid 2006

7
La acción directa y las palabras cautivas
Servando Rocha 107 INTRODUCCIÓN*

El mito y la poesía como creadores de la realidad

Jesús García Rodriguez 125

La piel reinventada. Defensa del tactilismo

Noé Ortega 145 La oportunidad de estas Jornadas que denominamos Situación
de la poesía (por otros medios) a la luz del surrealismo,1 surge de
Crónica de sucesos un debate interno que tuvo en la primavera de 2005 su penúl-
Paul Hammond 161 timo capítulo. Se trataba de una Encuesta sobre la poesía en la
que se reflexionaba sobre toda su problemática, la cual va más
Notas sobre el erotismo unitario allá de lo que la disuelve en el espectáculo integrado y de lo
Vicente Gutiérrez 173 que también la fija a la sola escritura poemática, expresión que,
entre nosotros, unos rechazan y otros no, pero sobre la que unos
Branca de Neve. Persistencia del nuevo espíritu y otros coincidimos en que es insuficiente (mas también impres-
Eugenio Castro 193 cindible) para dar cuenta de la experiencia de la poesía.
Recordemos dos de esas respuestas fragmentadas, en las
que se esboza el sentido que destinamos al enunciado «la poesía
por otros medios».

La poesía no es únicamente el poema escrito, sino todo aquello

referido a la vida cotidiana capaz de instaurar en su flujo monocorde
un sobresalto por el cual es posible considerar la existencia como
sorprendente y extraña, como un don singular que debemos apurar
hasta el fondo. La poesía, entendida como poiesis, creación de mundo
y sensibilización de lo que nos rodea, proporciona una vivencia
inmediata, no intelectual sino anímica, desorientadora y, por eso
mismo, amplia. (Manuel Crespo).

1. Nos referimos a las que se celebraron en la sede de la FELLA (Federación de

Estudios Libertarios y Anarquistas), en Barcelona, desde el día 12 de mayo hasta el
día 3 de junio de 2006. El presente documento incluye todas las intervenciones que
allí tuvieron lugar, excepto la de Deborah Fernández, que no nos fue provista.

8
 INTRODUCCIÓN
La poesía es el proceso que lleva a la auto-consciencia de la libertad
inalienable a todo ser humano, la libertad que es núcleo de todo ser
humano, que se manifiesta en ese momento en que se siente libre
no como proyecto o deseo, sino como realidad concreta y vivida, por
mucho que las circunstancias evidentes lo nieguen. Así pues, la poesía
nos planta en la cara la consciencia de nuestra libertad intrínseca al
hecho de existir, pero a la vez nos hace ver cuánto acallamos esta
libertad, cuánto nos amoldamos a las circunstancias que nos invitan a
acallarla. (Antonio Ramírez).
Enlazan estas manifestaciones, hoy, con una concepción surrea-
lista de la poesía, que es histórica, como actividad del espíritu, y,
en este dominio, como energía revolucionaria, pues interviene
en todo el campo de lo sensible con aspiración de transformarlo.
Concepción que siempre ha supuesto un desafío a la compla-
cencia de todos los formalismos y culturalismos que petrifican
una y otra; una concepción poética que ha sido penetrada por
la vida, y una actividad de espíritu que intensifica la vida. No
en vano la vida es, para los surrealistas, el solo lugar de la poe-
sía, y ahí no se distinguen, más que por sus propios modos de
manifestación, los hallazgos experimentales de los encuentros
experienciales. Dicho de otra manera, la operación de gran
envergadura sobre el lenguaje -sobre todos los lenguajes- que
realiza desde su fundación el surrealismo, entra en coalescencia
con los azares de una vida hasta conformar un panorama que
hay que afrontar con la conciencia de su terribilità, pues ante
él se es conminado a mirar, como dijo Vincent Bounure «cara a
cara a Eros» (lo que sin duda es menos protector que hacerlo a
la realidad). Precipitarse en los brazos de Eros supone abrazar
la vida como drama de amor, con todas sus consecuencias, entre
ellas la de la transformación revolucionaria de un sistema social,
porque el drama de amor es inseparable del drama de la propia
existencia, ya que el drama de un solo hombre compromete al
mundo entero. En términos parecidos se expresaba el Grupo
surrealista de París hace doce años:
10
INTRODUCCIÓN
Es una necesidad absoluta que el drama poético no se disocie del
drama revolucionario, a fin de que sus potencialidades sean cosa
de todos, siendo la potencia de la pasión por sí sola capaz de llevar
las conciencias a reconocerse en la voluptuosidad del vivir, lo que
solamente se consigue en una correspondencia sin reservas.2
Reconocemos en esta actitud pasional y refractaria hacia todo lo
que quiere someter la vida a sus regímenes particulares, uno de
los principios de acción e intervención surrealista. Insurgencia
del deseo de aquellos hombres que se rebelan, incluso por pre-
sencia de ánimo, contra las condiciones materiales y psicológicas
que inoculan en el cuerpo social la idea de «fatalidad social»,
paralizando así toda posibilidad de tener un vuelo imaginario
propio. Desbordamiento del deseo de estas aguas estancadas,
arrastrando una promesa de «libidinización» de la vida, de la
vida práctica y de la vida mental. Aquí empieza a definirse «la
poesía por otros medios», al inducir, con el alumbramiento de
esa luz negra, alentada por esa criatura luciferina, una profunda
transformación de los hábitos del pensamiento que pueda, por
penetración, abundar en la transformación radical de las con-
ductas normalizadas. Esta transformación sólo puede tomar
la dirección de un asalto a los cielos de todo el campo de lo
sensible, a la vez que se hacen añicos los relojes que marcan
el tiempo de su detención; la ruptura, por lo tanto, de lo que qui-
siera petrificar la vida y estratificar la poesía en una linealidad
histórica invariable, ciñendo sus potencialidades a los requisitos
de cualquier jerarquía. Pues no cabe, para los surrealistas, más
que establecer con ella una relación que se anime de una suble-
vación interna que tenga el grado de reflexividad necesario
como para insuflarle un impulso libertario que propicie, como
paso inmediato, su desencadenamiento del dictado de los amos
y, en todo momento, una fidelidad a la insubordinación.
2. Respuesta colectiva a la Encuesta, articulada por varios grupos surrealistas y
destinada a componer el nº 3 del Boletín Surrealista Internacional, que nunca llegó
a salir, Le surréalisme et le devenir révolutionnaire, París, 1994.
11
 INTRODUCCIÓN
Entre paréntesis: Hemos hecho uso en varias ocasiones de
la palabra revolución y ello podría resultar excesivo teniendo
en cuenta que atravesamos un periodo de la historia en el que
nada indica siquiera su pre-situación. No se olvide, en cualquier
caso, que la revolución es, ante todo, un estado de espíritu, una
latencia que fraterniza con «la poesía por otros medios» en su
afán emancipador. En el estado actual de cosas, ésta última se
hace depositaria de un espíritu revolucionario al ejercer la crítica
radical permanente del clima socio-político e intelectual de su
época, conduciendo su energía mediante una imaginación que
se alza contra las formas establecidas de vida y pensamiento.
La conciencia de esta crítica y ese alzamiento confieren a la
concepción surrealista de «la poesía por otros medios» uno de sus
principios revolucionarios, pero sin confundir la singularidad de
sus acciones ni de sus manifestaciones, conservando su irrenun-
ciable no dependencia a ideología política o programa filosófico
alguno que quisiera apropiarse de la acción y del pensamiento
revolucionarios. A su vez, por ese principio cobra significación
concreta «la poesía por otros medios», ya que se encarna en las
distintas ceremonias, imprevistas o construidas, individuales y
colectivas, de los hombres que se quieran sus destinatarios.
Estas ceremonias, por simple coherencia, son aquellas con
las que se aspira a señalar la existencia de un imaginario eman-
cipado del que parece haber fijado, circunstancialmente si se
quiere, pero con terrible arraigo, la cultura de la simulación, que
tiende a modelar el mundo a semejanza de los instrumentos
que la hacen posible; instrumentos high tech (no es inofensivo
el modismo empleado) que inducen una «interiorización de la
técnica»3 que tiende a colonizar todo el aparato afectivo del ser
humano, infestándolo con sus radiaciones telemáticas, ciberné-
ticas, virtuales en último término. Pensemos, si no, en el sueño,
3. Annie Le Brun: Del exceso de realidad, pág. 22, Fondo de Cultura Económica,
México, 2004
12
INTRODUCCIÓN
«que desapareció simple y llanamente de nuestro horizonte (…)
una mutilación que nos priva de todos los medios por los cuales,
desde lo más hondo de nuestra soledad, podríamos ciegamente
recobrar el mundo».4 Se querría, así, oponer mediante «la poe-
sía por otros medios» -que sólo puede existir como ceremonia
de los sentidos- una fuerte resistencia al envilecimiento de las
actuales relaciones con el mundo y con el mundo sensible, del
que la vida diaria representa su esfera más depauperada. Se tra-
taría, en consecuencia, de no perder la perspectiva de «reapa-
sionar la vida», «precisamente porque justifica todas las formas
de insumisión sensible, pasadas o venideras, como otras tantas
respuestas inventadas a la única pregunta válida que es saber
cómo vivir».5
Aquí se encuentra el verdadero propósito de Situación de
la poesía por otros medios a la luz del surrealismo, ahora ya sin
paréntesis; y las distintas intervenciones en las que tomará
cuerpo serán, a la vez que un fundamento teórico, el reflejo de
su proyección experimental y vivida.6
Grupo surrealista de Madrid
Abril-mayo, 2006
4. Annie Le Brunn, op. cit., pág. 17-18
5. Annie Le Brunn, op. cit., pag. 27
6. No debería considerarse la tentativa que aquí emprendemos como exhaustiva
de lo que enuncia este título. Con toda seguridad, otras instancias podrían haber
tenido cabida en ella. Pero no se trata, en ningún momento, de componer ni una
antología, ni un diccionario, ni una enciclopedia, ni un manifiesto. Lo perentorio
de esta reflexión reside en abordar, desde una perspectiva que conjugue la expe-
rimentación y la teoría surrealista, la vitalidad de una aventura (la poesía) en sus
representaciones concretas, las cuales se convierten, en el caso del Grupo surrealista
de Madrid, en algunas de sus mayores constantes.
13
LA LLAMA BAJO LOS ESCOMBROS
Consecuencias del uso de la poesía
Julio Monteverde

Se sabe que uno de los peligros frecuentes del trabajo de des-

escombro, por ejemplo el de un edificio en ruinas tras un terre-
moto, suele ser los incendios que, en forma de meros rescoldos,
duermen bajo las ruinas y que, al ser éstas removidas, pueden
elevarse de improviso y violentamente, alimentados por el oxí-
geno nuevo. Es mi propósito con esta intervención poner de
manifiesto el sentido último de la poesía como promotora de
un cambio sensible y verificable en la vida. Y sobre todo y por
encima de cualquier consideración posterior, que esta culmina-
ción debe tener como propósito modificarla en el sentido de la
liberación del hombre. Considero este proceso como uno de los
baluartes con los que el ser humano continúa contando para
sacudirse la dominación, portador de un poder, a mi juicio,
perfectamente verificable y mensurable más allá de las bellas
palabras.
Pero en primer lugar, y sentando una base imprescindi-
ble, debo apresurarme a definir que, para mí, la poesía no es
sino una forma de estar en el mundo. Es un modo de compor-
tamiento humano mental, físico y relacional que sólo existe
manifestándose. De esta forma, la poesía no está separada en
ningún momento de la existencia, no existe nunca más allá de
ella. Esta inmanencia absoluta viene a concretarse en sus dife-
rentes manifestaciones, ya sean éstas escritas, pensadas, intui-
das o actuadas. Y su concreción, aquello en lo que se desarrolla,
 JULIO MONTEVERDE
es en la búsqueda de la libertad finalizada en el principio de
placer. Allí donde el hombre se libera en la libertad alcanzando
el placer que desea (placer que se puede concretar en el humor,
en la belleza, en el lirismo, en el amor, en el conocimiento, en la
revuelta, etc.) allí reside, para mí, la poesía. Y el intermediario
entre estos dos polos, el camino que lleva de uno a otro, no es
sino la imaginación. Por tanto, la poesía es también una lucha,
un proceso activo de tránsito hacia un estado ausente pero, de
una forma u otra, ya intuido como posible. En todo caso, este
placer deseado del que hablo nunca debe ser entendido como
un placer tópicamente burgués cuyo único fin sea el deleite, o
como un placer espectacular cuya culminación sea el embru-
tecimiento directo e instantáneo. La comprensión del horror,
por ejemplo, y las consecuencias que esta comprensión pueden
tener en la vida del que la experimenta, de su aceptación y de
la nueva relación con el mundo que de ello se deriva, también
entran, a mi juicio, en este principio de placer.
De esta definición se extrae por tanto que la poesía puede
darse en cualquier parte y de mil modos diferentes, ya que su
existencia no está restringida a una serie de condicionantes pre-
vios, sino que puede utilizar cualquier condición previa, siem-
pre y cuando la subvierta para sus fines.
Dicho esto, me parece adecuado empezar a abordar las conse-
cuencias del uso de la poesía entendida como modo de compor-
tamiento señalando que uno de los principales efectos del paso
por la poesía, aún de la más convencional, aún de la meramente
escrita, es el deslumbramiento al que se somete el individuo.
Esa luz violenta frente a la que éste se siente golpeado y des-
plazado de su centro. El cegamiento puede ser todo lo pasajero
que se quiera, pero cuando pasa, el conocimiento y la vida ya
no son lo mismo. La verdadera poesía nunca pasa en balde, y lo
16
LA LLAMA BAJO LOS ESCOMBROS
importante de esta conmoción es que parece ponernos siempre
en el camino adecuado (o en todo caso en un camino más ade-
cuado); frente a una nueva ruta o pasillo de comunicación hacia
un estado ausente pero que se entiende ya a la mano.
Esta conmoción, una vez ha sido experimentada, plantea el
subsiguiente efecto, secundario pero potentísimo, de crear una
verdadera impaciencia con la realidad, una incomodidad con
las circunstancias cotidianas sobre las que el individuo intenta
crear su vida. Tira de él hacia el futuro en base a una condi-
ción que se ha podido vislumbrar como posible. La poesía se
ofrece siempre como la siguiente fase, se la tome en cuenta o
no. Y aquellos que usan la poesía por todos los medios, conocen
bien como este uso permite el cuestionamiento del presente y la
puesta en futuro de la propia vida. Ya que la poesía es también la
comadrona de toda vida antigua embarazada de una nueva.
Aquí reside el poder utópico de la poesía, que al hacerse
patente se hace insalvable. Cosa muy distinta es que se pre-
tenda no haber entendido, no haber escuchado, o más directa-
mente, en el caso de algunos individuos, se pretenda usar ese
mismo poder para glorificar un presente mezquino. En esta
maniobra lo que se intenta es congelar la multiplicación de la
poesía a través de una operación en la que el presente es satu-
rado, congelado y petrificado. Se apela así a la experiencia, pero
a la experiencia pasada, no a la futura; a lo vivido, no a lo vivible.
Esta es la poesía de aquellos que están contentos con el estado
actual de las cosas, de su vida y la de los demás, o que si bien
no están contentos tratan de redimir un pasado generalmente
mezquino a través de la sublimación literaria. Pero la poesía se
vuelve impracticable cuando se muestra incapaz de ofrecer esa
invitación al futuro, es el resto, la literatura. La acción poética
deja al descubierto la miseria del mundo. Igualmente, demues-
tra las posibilidades de libertad que el hombre posee. La poe-
sía presiente un estado mejor del ser humano, más alto. Pues
17
 JULIO MONTEVERDE
es mirando a través del ojo de la cerradura de la poesía que se
puede ver un futuro para el hombre.
Así la poesía, cuando denuncia al futuro al poner el dedo sobre
el problema del presente, modificándolo y ofreciendo un esce-
nario en el horizonte, invita siempre a la repetición de estados
análogos a los que se han sentido al practicarla (ya sea escrita
o por otros medios, ya sea conscientemente o no). Se trata no
sólo de que la poesía se plante en el presente para cambiarlo,
facilitando la experiencia más intensa de lo que se vive, sino
que se vuelca siempre en crear más, en multiplicar unos estados
que parecen coincidir de forma explícita con una intuición de
verdad necesaria. Es así, y no de otra forma, que la poesía debe
ser entendida como una fuerza subversiva.
Llegados a este punto considero necesario hablar, aunque sea
concisamente, de las relaciones entre la poesía escrita y la poesía
por otros medios. Si accedo a establecer esta separación es en
aras de evitar una posible ambigüedad o falta de concreción que
pueda debilitar o dispersar el mensaje final. Como ya he especi-
ficado con anterioridad, no considero que exista una verdadera
diferencia de principio entre poesía escrita y poesía realizada.
Ambas son manifestaciones de un modo de comportamiento
que aspira a liberar al ser humano ya sea individual como colec-
tivamente. Sin embargo, la historia de la poesía como tal, hasta
nuestros días, presenta una inflación severa entre unas mani-
festaciones y otras, siempre en beneficio de la poesía escrita,
de la que la poesía por otros medios habitualmente se ha consi-
derado, cuando se ha considerado, como dependiente. Lo que
quiero decir es que si voy a utilizar esta clasificación, y voy a
adentrarme en ella, es únicamente con la idea de, en la medida
de mis posibilidades, superarla.
Es fácil comprobar así que existe una fractura entre la poesía
escrita y la poesía realizada, entendida esta última no como en
18
LA LLAMA BAJO LOS ESCOMBROS
ocasiones se hace en su sentido de materialización de los poe-
mas en la vida, sino finalmente como realización de ella misma
sin ninguna mediación. Lo actos poéticos, como tales, tienen un
poder mucho mayor que la poesía escrita al basarse en la inme-
diatez de la experiencia. Igualmente, crean en el individuo una
sed mucho mayor de repetición y de ampliación, precisamente
por esa inmediatez fulgurante de la que hablo.
Pero entonces, si lógicamente son preferibles los actos a las
palabras ¿cuál es el papel, si es que tiene alguno, de la poesía
escrita? ¿Cuál es su función y lo que me permite no excluirla de
las fuerzas disponibles para promover un cambio determinado
de la realidad individual y social del ser humano? Sobre esto
debo empezar por poner de manifiesto, aún a riesgo desviarme
demasiado, que existe una tragedia de gran envergadura en
el lenguaje (es decir, del dominio en el que se centra la poesía
escrita), una tragedia que en mi opinión, dadas las condiciones
actuales de la vida humana sobre la tierra, no puede eliminarse
alegremente de un plumazo.
Esta tragedia tiene dos vertientes, ambas de capital impor-
tancia a mi juicio. La primera es que el lenguaje es uno de los
medios de relación, con seguridad el más importante, del que
el hombre dispone para relacionarse con lo que existe dentro
y fuera de él. Pero, como tal, no tiene como fin último la expe-
riencia directa. Tal y como decían Blanchot y Pizarnik, cada
uno a su manera, las palabras crean la ausencia, y es en el reino
de la ausencia sobre el que se desarrollan. La palabra “árbol”
sustituye al árbol, haciendo la existencia final del árbol prácti-
camente incomprensible para el entendimiento. El lenguaje se
muestra de esta forma incapaz de captar lo inmediato, pero su
necesidad es irreparable para la vida del ser humano, el único
animal verdaderamente ausente de sí mismo, no-inmediato,
animal no-animal, incapaz de estar en el mundo de la misma
forma que lo están los demás animales ya que vive en las pala-
19
 JULIO MONTEVERDE
bras y por mediación de ellas. Por tanto, si el lenguaje es una
traición, pero a la vez se ha vuelto indispensable para el ser
humano, considero que abandonarlo a su suerte es un lujo que
no nos podemos permitir. Mucho más cuando éste se ha con-
vertido, merced a sus mismas cualidades paradójicas, en uno de
los mayores instrumentos de la dominación.
Y aquí aparece la segunda vertiente de esta gran trage-
dia del lenguaje. La de su uso fraudulento por el poder y los
medios que degradan el lenguaje y la capacidad de enunciación
del individuo y la colectividad, conflicto de sobra conocido y
complejo y que se me permitirá que no me adentre en él ya
que podría apartarme de lo que quiero decir hoy quizá de forma
irremediable.
La poesía escrita como manifestación de un modo de com-
portamiento tiende a centrar sus consecuencias en la liberación
de las formas de conocimiento que el ser humano utiliza para
entender el mundo, y de esta forma es como puede llegar a ser
promotora de un comportamiento liberador. Podría argüirse
aquí que en realidad se trata de un rodeo innecesario que debe-
ría ser eliminado para dar paso a una acción más directa, pero
en mi opinión, no está nada claro que esta acción sea posible
en todos los momentos y para todos los seres humanos sin una
apertura previa del conocimiento. En todo caso considero que,
a la luz de lo dicho anteriormente, la poesía escrita, nacida con
las mismas cualidades que la poesía por otros medios, en el
marco de unas exigencias determinadas en las que las diferen-
cias con otras manifestaciones de la poesía son finalmente supe-
radas, continúa teniendo un papel necesario (aunque en ningún
momento suficiente) dentro de la lucha por la emancipación del
ser humano, junto a todos los demás medios existentes o por
existir.
Pero habíamos dicho que pretendíamos mostrar cómo la poesía
puede manifestarse en la vida cotidiana y provocar unos efectos
20
LA LLAMA BAJO LOS ESCOMBROS
verificables para el ser humano. A partir de este punto se me
permitirá que avance acompañando mi exposición de una serie
de ejemplos sacados de mi vida concreta o la de mis amigos,
con los que espero, con el límite debido a la intimidad, ejempli-
ficar de forma específica todos los fenómenos, y algunos más,
expuestos con anterioridad.
Para comenzar con esta tarea se me concederá en primer
lugar que plantee un concepto que hasta este momento he
estado evitando con el objetivo de situarlo debidamente y en su
verdadera significación. Este es el de lo maravilloso como cate-
goría de fenómenos. Creo entender que, por su importancia,
proporciona un excelente punto de partida.
Decía Louis Aragon, el Aragon surrealista de El campesino
de París, que «la realidad es lo aparentemente exento de contra-
dicción», y que «lo maravilloso es la contradicción que aparece en
lo real».1 Así, lo maravilloso es aquello que dentro de la realidad,
y sin salirse de ella, cuestiona con su aparición las mismas leyes de
la realidad, agrandándola y haciéndola más extensa y profunda
por su mera manifestación.
Hace algunos años me disponía a viajar a Londres. Por aquella
época yo acaba de terminar una relación sentimental con una per-
sona que se había mudado poco después a esa ciudad. Yo poseía la
dirección de esa persona, pero decidí no llevarla conmigo. No tenía
ninguna gana de volver a verla, y el falso olvido de esta dirección
me permitiría, en caso de que esta persona u otra me reprochara
no haber arreglado un encuentro, tener una excusa más o menos
decente con la que salvar la cara. Se comprenderá la hipersensi-
bilidad que yo poseía hacia este hipotético encuentro. Pues bien,
el primer día de mi estancia en esa ciudad, cuyas dimensiones y
complejidad no escapan a nadie, me encontré de forma azarosa
con la persona que compartía casa con aquella otra a la que yo no
quería ver.
1. Louis Aragon: El campesino de París, Bruguera, Barcelona, 1979.
21
 JULIO MONTEVERDE
El término maravilloso define un tipo concreto de fenómenos
que el ser humano experimenta en la realidad, ensanchándola
al quebrar sus reglas aparentes, y que se mezclan con su subjeti-
vidad cuando éste siente que en ellos se haya algo de verdadera
importancia para su vida. El ser humano los recoge y les da sen-
tido, pero lo maravilloso posee siempre un componente indeter-
minado que escapa a la simple voluntad del hombre, y que por
ello mismo le permite poner en cuestión la relación entre lo que
le rodea y lo que le habita, desembocando siempre en una más
intensa y profunda concepción de la realidad.
De esta forma lo maravilloso está íntimamente relacionado
con la poesía desde el momento en que todo el proceso de libe-
ración, sobre el que se basa el trabajo poético, puede encontrar
un término adecuado cuando ésta promueve esos estados en los
que la existencia se sirve a sí misma por la simple y directa apa-
rición de los mismos. En este caso, si el encuentro azaroso es lo
maravilloso; cuando alguien, por ejemplo, se aventura en la ciu-
dad de forma activa para, por decirlo de forma sencilla, ponerse
a tiro de eso que denominamos maravilloso, cuando camina a
la deriva con la intención de que “algo pase”, entonces entra-
mos ya en el territorio de la poesía, en la puesta en juego de las
cualidades humanas con vistas a una reapropiación del mundo
basada en la libertad de darse a sí mismo una vida de acuerdo
con sus deseos, sean estos conocidos o por conocer.
Pues lo maravilloso en su aparición no evita, sino todo lo
contrario, que se pueda salir en su busca, y en último término
ser encontrado. Además, la apertura que la poesía produce en
la realización de estos encuentros permite la creación de una
especie de radar para la captación de lo maravilloso, que si no se
vuelve frecuente (las condiciones actuales de la sociedad en la
que vivimos lo ponen cada vez más difícil) al menos sí permite
establecer con él unas relaciones de familiaridad más o menos
intensas.
Además, la poesía y lo maravilloso, al ser extendidos con-
juntamente en la vida, se contagian, logran transmutarse el uno
22
LA LLAMA BAJO LOS ESCOMBROS
en el otro cuando el hombre renuncia a contentarse con su mera
aparición. Es así como lo maravilloso y la poesía se multiplican
creando encadenamientos que pueden resultar conmovedores.
Entraríamos ya de lleno, pues, en la superación misma de las
diferencias con las que he tratado de definirlos inicialmente en
su aparición.
Durante el fin de semana del 20 al 22 de enero de 2005 algunos
amigos surrealistas no reuníamos en Madrid. Muchos de nosotros
aún no nos habíamos visto en persona, y nuestro primer encuen-
tro estuvo marcado por una confusión de identidades que permitió
a Antonio Ramírez decirme que, por algunos momentos, yo, o al
menos la imagen de mi cuerpo, había vivido en su cabeza con la
identidad de Javier Gálvez. No le dimos más importancia a este
hecho y rápidamente lo olvidamos. Al final de esta reunión, Antonio
planteó la posibilidad de crear un juego-deriva que consistiría en
realizar un vagabundeo previamente dirigido al convenirse algu-
nas órdenes de obligado cumplimiento para el mismo. Las órdenes
deberían ser del tipo: «si aparece un coche rojo, deberá cambiar
el sentido de la marcha», «si encuentra un edificio en ruinas el
grupo se separa», etc. Esta propuesta despertó en mí el recuerdo de
un poema que había escrito tiempo atrás y que incluía una serie
de órdenes muy parecidas. Antonio podía haber leído el poema,
aunque de hecho me confió no recordarlo. Pero el caso es que no
fue hasta varios días más tarde cuando caímos en la cuenta de
que el poema parecía decir más de lo que en un primer momento
ambos pensábamos, acordándonos de la confusión de identidades
que había marcado nuestro primer encuentro en persona. El poema
era el siguiente:
Extraño. Creo que tendré que irme de mi cuerpo para que me abandones.
No me refiero acabar con mi alma, a apagar la pequeña lucecita de la
conciencia que se estudia en las escuelas, sino simple y llanamente a
cambiar de cuerpo. Este de ahora actúa por defecto ante ti, se conoce
demasiado bien el camino: «Cuando salga usted de aquí, encontrará algo
23
 JULIO MONTEVERDE
que le recordará un triste episodio de su infancia, siga por esa calle y entre
en el primer establecimiento que exhiba algo rojo en el escaparate. Allí
escuchará usted una canción. Recuérdela. Tres años más tarde volverá a
escucharla. La persona que en ese momento esté a su derecha será el amor
de su vida. Y usted morirá por él».
De esta forma, este poema, que parecía delimitar en el futuro nues-
tro primer encuentro, al haberse convertido por sí mismo en una
experiencia de lo maravilloso se planteó como la primera piedra
sobre la que nos decidíamos a realizar esta acción-deriva que se
esbozó en un primer momento. Tan sólo la lejanía geográfica y los
problemas derivados de la vida laboral y mezquina han pospuesto
esta realización. No obstante, lo que está claro es que esta acción,
cuando se materialice, tendrá consecuencias en la vida individual
y colectiva de cada uno de nosotros.
Es así como la poesía y lo maravilloso pueden engarzarse, mul-
tiplicarse y mezclarse, siempre que la poesía se plantee como
fin la liberación de la vida práctica en el futuro. Es así como
la poesía se acercaría a cumplir el viejo mandato de Rimbaud
cuando afirmaba que: «la poesía ya no marcará el ritmo de la
acción, sino que estará por delante».
No obstante, es posible que sobre este punto se me plantee la
objeción relativa a la escasez de este tipo de fenómenos, de su
singularidad. Conviene remarcar sobre esto que, si bien es cierto,
si este carácter esporádico, agravado por la realidad social del
ser humano, representa su gran maldición, esta no debe hacer-
nos desfallecer ya que el hombre dispone de una reserva de lo
maravilloso profunda y perfectamente accesible para todos, por
ejemplo, en el mundo de los sueños. Si entendemos los sueños
como parte de la realidad, y si superamos las explicaciones exce-
sivamente productivistas de algunos psicoanalistas empeñados
en poner a los sueños a trabajar, y los observamos en lo que en
24
LA LLAMA BAJO LOS ESCOMBROS
sí mismos significan, en su contenido manifiesto, encontramos
que en ellos se dan también una serie de invitaciones evidentes
si se toma la decisión de proyectarlas, en la medida de nuestras
posibilidades, en el futuro.
Hace aproximadamente año y medio soñé que, al serme ofrecido
un contrato, yo lo firmaba usando la palabra Berlín. El sueño
me intrigó verdaderamente, llegando a tomar la decisión de que si
algún día me encontraba en la necesidad de usar un seudónimo
escogería sin dudar la palabra Berlín como apellido. Dos días más
tarde, deambulando por el Rastro madrileño, me encontré de frente
con una persona que llevaba una camiseta en la que se podía leer
en grandes letras naranjas la palabra Berlín. En ese momento me
atravesó la convicción de que algo importante para mi vida estaba
a punto de serme revelado. Me abalancé sobre los puestos que
flanqueaban las calles y en el primero de ellos, prácticamente al
primer vistazo, encontré una foto que me pareció de una belleza
manifiesta. En ella aparecía una escena de lo que puede aventu-
rarse como una película muda en la que una sibila2 rodeada de
acólitas observa una bola de cristal, con la intención evidente de ver
el futuro. Pocas semanas después una persona muy querida para
mi, a la cuál había puesto al tanto de forma exclusiva de mi sueño
sobre Berlín, me invitaba a acompañarla a un viaje a Lisboa. Las
obligaciones laborales, y sobre todo, mi ruinosa situación financiera
hicieron imposible este viaje. No obstante, esta persona sí que viajó
a Lisboa, sola. Allí conoció, de forma totalmente imprevista ya que
se trataba de un completo extraño que la abordó en la terraza de
un café, a una persona con la que llegaría a tener en el futuro una
larga relación sentimental. Esta última persona, aquella que en
cierto modo apareció para sustituirme allí donde yo no había hecho
acto de presencia, era natural y tenía su residencia en Berlín.
2. Sólo muy recientemente se me ha hecho saber que en realidad se trata de
Isadora Duncan.
25
 JULIO MONTEVERDE

La realización de los sueños es una de las grandes tareas que los

hombres de todas las edades se han propuesto. No es por casua-
lidad que el hombre llame sueños a sus deseos (mi sueño dorado
es… nosotros soñamos con un mundo que…). La poesía hace
posible que estos sueños, sobre los que nadie duda ya de que
poseen una significación evidente para el individuo, puedan
ser traspuestos a la vida concreta, volcándolos y obligándoles
en cierta manera a descargar sus sentidos manifiestos u ocultos
sobre ella.

Yendo más lejos en el tema que estamos tratando, aún es

posible comprobar que lo maravilloso puede extenderse en el
tiempo y el espacio, multiplicado por la poesía, creando zonas
de influencia que pueden dilatarse a lo largo de una vida. Son
esas complicadas estructuras que representan la conjunción de
múltiples factores y encadenamientos que pueden llegar a pasar
de ser una aparición más o menos episódica de un hecho deter-
minado a constituirse en un hecho estructural de la vida de una
persona. Se me permitirá que no entre aquí a detallar alguno
de estos ejemplos por su complejidad y profundidad. Tan sólo ...una foto que me pareció de una belleza manifiesta...
apuntaré que quién quiera hacerse una idea clara sobre el parti-
cular puede leer el texto titulado H de Eugenio Castro, editado
originalmente en el número 11/12 de la revista Salamandra.

Por otra parte, resulta más que pertinente señalar cómo este
tipo de encadenamientos y sucesiones tienen una especial
querencia por manifestarse en relación con todo lo que con-
cierne a la experiencia del amor. Nada debe extrañarnos sobre
esto, naturalmente. El amor, sobre todo en las primeras fases,
en los deslumbramientos más absolutos, provoca un descen-
tramiento total del individuo. El cerebro deja de funcionar de
la forma en que estaba acostumbrado y parece aventurarse
por caminos nuevos, abriendo ventanas y derribando puertas
a patadas. Esta dislocación de la manera de pensar, esta con-

26
 JULIO MONTEVERDE
moción, permite el encuentro de toda una serie de dinámicas
hasta el momento sepultadas por la vida corriente, por sus rit-
mos repetidos y su previsible monotonía. El amor, que mezcla
como ninguna otra cosa todas las posibilidades más elevadas
de acción del ser humano, y que las lleva a su culminación al
ser una mezcla perfecta del fenómeno de lo maravilloso y de la
poesía, tiene su forma particular de comportamiento poético
en el erotismo, que no es, como habitualmente se conoce en
nuestros días, un estadio anterior de la pornografía, una por-
nografía no-realizada, sino que es exactamente lo contrario de
la pornografía. Supongo que la importancia efectiva del amor
en la vida cotidiana de cada uno de los seres humanos de este
planeta no necesita que yo la describa o la objetive en palabras
innecesarias. La poesía no es sólo una actividad del espíritu,
sino que también puede ser una actividad del cuerpo.
Otra de las actividades en las que nos es posible encontrar el
comportamiento poético y sus consecuencias, esta vez ya com-
pletamente volcadas en lo colectivo, es el juego. Es aquí donde
la colectividad puede encontrar esa forma de liberarse en el pla-
cer directo que la propia experiencia lúdica tiene y que, realizada
de manera concreta, puede calificarse como un fin en sí mismo
al mostrarse capaz de vincular a los individuos en la creación de
un espacio de libertad que permite la huida de la miseria habi-
tual del mundo y que, por esta sola cualidad, merece ya la pena
ser experimentado.
En el mes de junio de 2005 la lectura de un libro de Raymond
Queneau sobre algunos escritores clasificados superficialmente
como locos,3 nos permitió crear un juego que se concretó de la
siguiente manera: Sobre la base de unas palabras determinadas,
elegidas de idiomas diferentes al castellano, los jugadores debe-
3. Raymond Queneau: En los confines de las tinieblas. Los locos literarios,
Asociación española de neuropsiquiatria, Madrid, 2004.
28
LA LLAMA BAJO LOS ESCOMBROS
rían, usando las letras con las que está construida cada palabra
en su lengua original, crear una frase que coincidiera, en español,
y siempre según el criterio del jugador, con su significado explícito
en la lengua original. Los resultados de este juego, algunos de ellos
bastante sorprendentes, incluían, entre otras, definiciones como las
siguientes:
La palabra larme, que en francés significa lágrima, pudo ser
reconstruida como: lento afluente del río melancolía.
La palabra Police, policía en inglés y en francés, fue recons-
truida como: Peligrosa organización de ladrones internacionales.
Pero fue sin duda en la última sección del juego donde se dieron
los resultados más insólitos. En esta parte se trataba de crear una
frase sin saber de antemano el significado de la misma. Para ello se
escogieron palabras de idiomas menos frecuentados, como el japo-
nés o el alemán. Así, la palabra alemana schrei fue definida por
tres jugadores, que como digo desconocían su significado, como:
sonido Chabacano reinante; sonido crudo: hay refugios inefa-
bles; o sonoro chirrido que hace reír. La palabra Schrei significa
grito en alemán.
La situación creada por el juego al ser jugado, cuando toma
las características poéticas, tiene como consecuencia directa y
soberana ser una manifestación de la libertad que se desarrolla
en sí misma. Y al ser una actividad colectiva, que tiene como
fin la experiencia, supone uno de los medios más directos para
alcanzar aquella máxima fulgurante, no siempre bien entendida
y mucho menos practicada, que hablaba de que la poesía debe
ser hecha por todos, no por uno.
La dinámica del juego nos lleva directamente a la de las accio-
nes poéticas realizadas no tanto ya como experiencia lúdica
sino como intervención directa en la realidad, y también, en
cierto modo, como fiesta que rompe con el discurrir de las vidas
cotidianas. Las acciones poéticas, llevadas a cabo colectiva-
29
 JULIO MONTEVERDE LA LLAMA BAJO LOS ESCOMBROS

mente o no, pueden tomar los elementos que deseen de todos
las comportamientos citados con anterioridad (el azar, el juego,
la materialización de los sueños, el amor…) para fundirse, en
sus versiones más perfectas, con la concepción social del indi-
viduo y el cambio de la vida, así como con el concepto ya más
directamente político de la agitación.
Durante el año 1994 el Grupo surrealista de Madrid realizó un
intenso trabajo de creación y puesta en práctica de una serie de
acciones poéticas callejeras entre las que se encontraban el “embe-
llecimiento” de las estatuas de los Jardines de Sabatini, cerca del
Palacio Real de Madrid; la inscripción en las paredes de algunas
calles de la ciudad de una serie de constelaciones imaginarias tales
como la Constelación del sexo de mi mujer y la Constelación del
péptido azul; o la indicación de una procesión de fantasmas que
entraban en un edificio ruinoso dejando la marca de sus zapatos
en el suelo; creando así un vacío en la experiencia cotidiana de
los viandantes, cuestionando la percepción acostumbrada de su
entorno y forzándoles, en todo caso, a imaginar otro escenario.4
Se comprenderá pues que lo que estas acciones perseguían,
y en mi opinión consiguieron, era crear un cortocircuito en
la experiencia cotidiana del hombre común, que le invitara a
plantearse ciertas preguntas, induciéndole a ser él mismo el que
tuviera que darles solución.
a la acción directa y política, sino que la complementa y la pro-
mueve. Quizá alguien haya caído en la cuenta de que, en mi
exposición, más de una vez he hecho alusión a que los condi-
cionantes sociales (el dinero, las obligaciones laborales) habían
retrasado o malogrado la culminación de algunas de estas
experiencias. Para ser honestos, este hecho, constatado repe-
tidamente en mi vida y sorteado en ella de diferentes mane-
ras, todas precarias, no ha hecho sino reafirmarme más si cabe,
junto a todos los motivos que ya conocemos, en la convicción de
que la sociedad debe ser cambiada total y radicalmente, en que
la vida debe ser tomada por asalto para ser devuelta a la misma
vida, y que este cambio puede tomar cualquier camino válido
con tal de que este lleve lo suficientemente lejos.
Desde dónde nos encontramos, una vasta extensión, similar a
un desierto, se despliega frente a nuestros ojos. El pasado y el
futuro se dan cita en ella, marcando el territorio con sus grandes
órbitas negras. No es cuestión de discutir su existencia, sino de
atravesarla para llegar al otro lado. Si hemos llegado hasta aquí,
podemos llegar a cualquier sitio.

Este ejemplo me acerca al final de mi intervención y no quiero

dejar pasar la oportunidad de recalcar que todas estas mani-
festaciones del comportamiento poético de las que he hablado
no son excluyentes, ni mucho menos, de la acción directa en
todos los planos, ya sean políticos, económicos o sociales. No
existe dicotomía en esto. La acción poética no se opone nunca
4. Para una visión más completa, teórica y práctica, de estas acciones, ver el texto
Los días en rojo, incluido en el libro Los días en rojo. Textos y declaraciones colectivas
del Grupo surrealista de Madrid, Pepitas de calabaza editores, Logroño, 2005.

30 31
LA POESÍA ABIERTA Y SUS ENEMIGOS
José Manuel Rojo

En primer lugar y antes de cualquier otra consideración, ten-

dríamos que hacer notar que el corazón que mueve y funda esta
charla, es decir, la teoría y la práctica de la poesía por otros medios,
ya ha estado presente en las intervenciones que me han prece-
dido, y en las que me seguirán. Pero, a riesgo de ser repetitivo,
tal vez es necesario recordar o resumir qué es eso de poesía por
otros medios, o poesía abierta, como he titulado a mi interven-
ción haciendo un guiño evidente al texto La creación abierta y
sus enemigos, del situacionista Asger Jorn. A su vez, al conside-
rar estas ideas y fenómenos sensibles podemos empezar tam-
bién a discutir por qué les damos valor, y sobre todo por qué
nos empeñamos en darle un valor de uso contra la dominación.
E inmediatamente después intentaremos ver también por qué
esa poesía así considerada tiene enemigos, cuales son estos y
hasta donde llega su poder de neutralización y recuperación.
Jorn explicaba en su texto citado que el objetivo de los
situacionistas era «confirmar el derecho para todos los indivi-
duos de realizarse según sus deseos en una creación y un con-
sumo autónomos». Eso es también la poesía abierta tal y como
la entendemos: la realización del deseo en una vida autónoma
en la que la creatividad, la imaginación, lo que se suele llamar
inspiración, sean un elemento fundamental a la misma altura
que la solidaridad y la cooperación entre iguales, o la asunción
de la libertad. Decimos pues poesía abierta, porque está abierta
 JOSÉ MANUEL ROJO
a todos y todos pueden vivirla y hacerla: cuando se sueña, aun-
que no en todos los sueños, sino en aquellos que más tarde per-
duran en el estado de vigilia y se incorporan a la conciencia y a
la memoria como otros tantos momentos fundamentales de la
existencia; en ciertos encuentros o coincidencias que se dan en
la vida cotidiana y que, siendo inexplicables según el criterio
de la lógica causal, alcanzan un poder de turbación, de conmo-
ción, que los pone por encima de la trivialidad habitual de ese
tipo de sucesos, apenas curiosos, que engloba el concepto de
“casualidad”; en el amor, en el juego, y también en la revuelta:
si se ha hablado en efecto de la poesía del disturbio y del sabo-
taje, es porque la alteración del orden dominante y de la paz
social puede poner en cuestión la realidad oficial introduciendo
lo imposible, la sorpresa y la apertura visionaria sobre el futuro
que son propias de la iluminación poética.
Poesía abierta, por tanto y como se puede deducir de los
ejemplos anteriores, que no necesita la forma literaria ni nin-
guna disciplina artística para existir. Es más, los movimientos
que como el surrealismo o la IS han hablado de esta poesía por
otros medios, daban por hecho que las cualidades que tradicio-
nalmente han definido el proceso de la creación artística, como
el uso de la imaginación, el don de lo visionario, la invención de
formas e ideas que antes no existían, el entusiasmo y la fuerza
emocional que se desprenden del crear, que estas cualidades
podían y debían aplicarse al resto de la vida para cambiarla, al
igual que había que transformar las estructuras sociales, políti-
cas y económicas represoras.
Es aquí, en esta intransigencia insobornable ante la realidad
que existe supuestamente para siempre, como si fuera un cas-
tigo divino o una ley natural, donde reside el núcleo radical de la
experiencia y práctica de la poesía, tanto en el plano individual
como en el colectivo.
Experiencia radical individual, porque por su propia pleni-
tud desinteresada y gratuita, se enfrenta al vacío programado
34
LA POESÍA ABIERTA Y SUS ENEMIGOS
de la vida cotidiana sometida a la economía, donde toda sensa-
ción tiene un precio y todo afecto un coste, y donde nada deja
ninguna huella existencial que no sea la necesidad compulsiva
de consumir otra nueva mercancía. Por eso se puede pensar que
una poética de la vida cotidiana experimental es tan necesaria
como la crítica de la misma, es igualmente crítica radical de esa
vida cotidiana, y comienzo quizás de su abolición, al permitir la
afloración y puesta en práctica de alternativas vitales y psicoló-
gicas distintas y opuestas a las actuales.
Y experiencia radical colectiva, porque la poesía por otros
medios no se encierra en una experiencia de la subjetividad,
ya que, al chocar con los limites objetivos de la realidad de des-
igualdad y alienación tal y como está históricamente construida,
casi no le queda más remedio, para seguir existiendo, que dar a
luz un proyecto colectivo que se proponga subvertir esos límites
para poner en su lugar otras bases sociales y otras formas de
vida que faciliten la emergencia de la poesía, o al menos que no
la nieguen, o que no la manipulen hasta hacerla irreconocible
y vacía, como sucede hoy con la reificación espectacular de lo
imaginario. Debord lo explicaba muy bien en su Informe sobre
la construcción de situaciones:
Con la explotación del hombre deben morir las pasiones, las
compensaciones y los hábitos que eran sus productos. Hay que
definir nuevos deseos en relación con las posibilidades de hoy, hay
que encontrar los primeros elementos de una construcción superior
del medio, y nuevas condiciones de comportamiento.
Se trataría de un medio social y de unas condiciones que harían
posible la vida poética, que harían posible, por ejemplo, lo que
exigía el grupo surrealista L´Ekart de Lyon durante los años 60:
que «toda persona tiene el derecho de soñar a la luz del día,
durante el trabajo, en la fábrica o en la oficina, desnudo o ves-
tido», lo que por fuerza implica una organización de la noche y
del día, del ocio y del trabajo, que por su mera proposición utó-
35
 JOSÉ MANUEL ROJO
pica pone patas arriba y en evidencia el orden dominante rea-
lista y natural que padecemos a pesar de su patético fracaso.
Ahora bien, si las implicaciones prácticas radicales de la poe-
sía abierta quedan claras, nos enfrentamos al problema de cómo
realizarlas, por qué medios y con qué estrategias. Desde luego,
estas han sido, son y serán muchas y muy distintas, desde «el
largo, inmenso y razonado desajuste de todos los sentidos»
de Rimbaud, al método paranoico-crítico propuesto por Dalí.
Por esta razón, cualquier simplificación sería reductora y hasta
contraproducente, pero, aun aceptando este riesgo, merece tal
vez la pena, por una necesidad de clarificación, detenerse en
la siguiente definición de poesía que daba Vaneigem: «la orga-
nización de la espontaneidad creativa en la medida en que la
prolonga en el mundo», donde se pueden encontrar las dos posi-
bilidades o caminos más incisivos que ha seguido la poesía, según
se ponga el acento en la espontaneidad o en la organización.
En el primer caso, como se ha dado entre los románticos o
los surrealistas, la poesía abierta se confía sobre todo al azar y a
lo imprevisible, no porque se crea a ciegas en la diosa fortuna
o algo parecido, sino porque es por ese juego de los azares que
pueden llegar a manifestarse y liberarse los deseos más ocultos
y reprimidos del hombre, que ve confirmado su mundo interior
más secreto en la realidad exterior aparentemente más insig-
nificante: un objeto perdido encontrado en el suelo, muerto y
desechado para la economía, pero que nosotros deseamos res-
catar vaya uno a saber por qué, dándole una utilidad y un des-
tino inesperados; una canción que se oye al pasar por debajo de
una casa y que nos hace pararnos porque despierta en nosotros
recuerdos, dolores o anhelos inciertos pero muy importantes;
una piedra de formas llamativas que nos devuelve al placer
del juego infantil; una pintada callejera que coincide con un
pensamiento que nos obsesionaba... De esta forma, la poesía
y el propio ser humano no quedan a merced de los caprichos
del azar, sino que, aun inconscientemente, aun sin darse plena
36
LA POESÍA ABIERTA Y SUS ENEMIGOS
cuenta de ello, es el hombre quien encuentra los azares que se
merece revelándose a sí mismo y al mundo que lo rodea. En
el segundo caso, cuyo ejemplo típico sería el proyecto situacio-
nista, el objetivo sigue siendo garantizar el triunfo de la poesía
en la vida cotidiana y en la fundación de una nueva sociedad,
pero el método se basaría más bien en el cálculo racional y la
experimentación rigurosa (y casi científica) de los medios psico-
lógicos, afectivos, estéticos, creativos, económicos y técnicos de
los que se dispone para lograr ese objetivo.
Seguramente estas posiciones nunca se han dado como
químicamente puras, afortunadamente por cierto, ni se puede
decretar una separación tan tajante entre los medios de acceso
a la poesía de surrealistas y situacionistas, si tenemos en cuenta
que también el surrealismo puso en marcha una serie de inves-
tigaciones sobre los fenómenos irracionales y sus formas de
conocimiento que no carecían de rigor experimental, al igual
que muchas derivas letristas y situacionistas estaban empapa-
das en la gracia que a veces concede el azar, lo reconocieran o
no.1 Por eso es una cuestión de difícil decidir dónde termina la
espontaneidad y dónde empieza la organización, como pode-
mos ver en el siguiente ejemplo: para propiciar una experien-
cia poética, André Breton dejaba cada noche abierta de par en
1. En realidad, es dentro del propio surrealismo donde efectivamente se esboza-
ron ambas posiciones, que algunos mandarines gustan de presentar abusivamente
como antagónicas. Será el surrealista belga Paul Nougé quien en 1929 se plantee
el siguiente dilema: «o bien nos entregamos al juego del azar y del destino, del
que podemos esperar prodigios bastante razonablemente, o bien no renunciamos
a lo que tenemos por lo esencial del espíritu: un cierto poder de acción deliberada»
(Conferencia de Charleroi). Nougé se decantará por la segunda opción, y es cono-
cida la influencia en este aspecto de los surrealistas belgas de Les Lévres Nues sobre
Debord y sus camaradas letristas. Y sin embargo, el «juego del azar» y el «poder de
acción deliberada» no parecen contradecirse sino conjugarse en la actividad experi-
mental y delirante de surrealistas como Ghérasim Luca, que construía objetos para
ofrecérselos después a personas «rigurosamente elegidas por la naturaleza simbólica
de esos objetos», con el fin de «introducir el inconsciente colectivo activo en las rela-
ciones diurnas y directas de los hombres, relaciones que, por medio de un trabajo
de interpretación elemental, se mostrarán tan subversivas, extrañas y reveladoras
como las del sueño» (El vampiro pasivo, 1945).
37
 JOSÉ MANUEL ROJO
par la puerta de la habitación que ocupaba en un hotel, «con la
esperanza de despertarme un día al lado de una compañera que
yo no hubiese escogido» (La confesión desdeñosa). Por su parte,
Debord recomendaba en el texto ya citado «estudiar, teniendo
en cuenta los conocimientos y los medios materiales de los que
disponemos, la organización del lugar, la elección de los parti-
cipantes y la provocación de los acontecimientos convenientes
al ambiente deseado». Es claro que Breton también sigue un
“método” a su manera, aunque sólo sea porque deja la puerta
abierta todas las noches; y que en la reunión de Debord, por
mucho que se estudie y organice, habrá irremediablemente un
factor azaroso o imprevisible, aunque sólo sea por las simpatías
y antipatías que inevitablemente se darán entre los integran-
tes de la fiesta, reacciones pasionales ingobernables que ningún
cálculo puede pretender armonizar por completo.
Pero la cuestión que más interesa es otra. El problema es
discutir si estas, o cualquier otra forma de experimentación de
la poesía, pueden ser viables hoy, y si esa poesía conserva su
dimensión radical, subversiva y utópica. No es desde luego fácil
dar una respuesta.
En primer lugar, todo quiere llevarnos a pensar (y ya sólo
por eso podemos poner en cuarentena tal pensamiento) que la
poesía por otros medios ha sufrido tal adulteración a manos de
la industria del ocio programado y del lavado de cerebro de los
medios de comunicación, que su aparición es ya imposible en
la sociedad industrial del espectáculo y de la vida puesta a tra-
bajar. Todavía peor: que las experiencias poéticas, en el caso de
haberlas, acaban apuntalando esta sociedad, al descubrir nuevos
placeres o nuevas sensaciones que terminan irremisiblemente
siendo transformadas en nuevas mercancías y nuevas modas.
Hay también quien, desde una crítica revolucionaria rigurosa
pero a nuestro juicio equívoca, reconoce que la experiencia poé-
tica puede darse todavía hoy, pero la juzga contraproducente
porque su consecuencia indeseable sería endulzar la realidad
38
LA POESÍA ABIERTA Y SUS ENEMIGOS
y anestesiar el horror que nos rodea, desviando y debilitando
las energías airadas que tienen que concentrarse en la guerra
social.2
Sea como fuere, estas críticas son muy serias y nos obligan
a replantearnos toda la cuestión de la poesía por otros medios.
Si las ignoramos, si se prefiere desdeñar olímpicamente el con-
texto social, económico y cultural en el que vivimos, resultará
que el primer enemigo de la poesía abierta viene de nosotros
mismos, pues se puede caer en la tentación de sobrevalorar
afectiva e ideológicamente unos momentos poéticos que, en
las condiciones actuales de un mundo en descomposición, se
experimentan cada vez menos y con más dificultad, haciendo
de ellos una ilusoria tabla de salvación a la que agarrarse para
justificar una vida de miseria moral, aburrimiento y explotación
como otra cualquiera. Se debería entonces reconocer como paso
previo que la poesía se vive la inmensa mayoría de las veces
como una ausencia: quiero decir, que se experimenta en con-
tadas ocasiones, y que en cambio hay que detectar y desdeñar
la saturación de sucedáneos de la poesía con que nos bombar-
dea el espectáculo. Por esto, y a pesar de su luz cegadora, en
ningún caso se puede separar tales experiencias del resto de la
existencia, haciendo de ellas los momentos fuertes efímeros que
consolarían del tiempo muerto perenne de la supervivencia
cotidiana, estrategia doblemente errada en cuanto que supon-
dría ignorar que no hay experiencia de la poesía, con todo su
vértigo y su gravedad, si no existe un estado de espíritu poético
2. Puede que el precio a pagar por tal especialización sea el empobrecimiento
irremisible de aquellos que se oponen en cuerpo y alma a la dominación, lo que, en
nuestra opinión, no hace sino fortalecer a esta. Quien en nombre de la lucha contra
el miserabilismo dominante niegue las solicitaciones que fluyen desde los reinos de
lo sensible, del placer y de lo imaginario, se niega a sí mismo, o es efectivamente
miserable. En todo caso, la crítica que consciente y voluntariamente se disocia de
lo sensible se equivoca, porque, como alerta Annie le Brun, es esa escisión fatal la
que explicaría «la poca amplitud verdadera de una crítica que, desconfiada de toda
perspectiva imaginaria, ayudó en mucho a cerrar el horizonte, quizá sin quererlo»
(Del exceso de realidad, Fondo de Cultura Económica, México DF, 2004, pág. 20).
39
 JOSÉ MANUEL ROJO
que en cierto modo la antecede, y desde luego la desea, busca
y encuentra. Es a ese estado poético, a su disposición afectiva,
sensible y onírica, al que hay que apelar, fortalecer y propagar
por la tierra toda, pues es en la eterna convergencia amorosa de
su frente frío y de su frente cálido donde tarde o temprano se
condensan las tempestades de la poesía abierta, y los relámpa-
gos decisivos que iluminan una vida. Queda sin responder si la
relación dialéctica entre ese estado de espíritu y las experiencias
poéticas fulminantes que estallan a veces en su cielo borras-
coso, esos momentos análogos a la iluminación mística pero sin
su teología y su fe, podría desembocar en un estado superior
en el que todo momento vivido fuera el momento de la ilumi-
nación profana. Desde luego, cuando Louis Aragon afirmaba
que «mis días son para la poesía. Convenceos, vosotros que os
reís, de que llevo una vida poética», no lo hacía por su habitual
gusto por la provocación, sino porque había atisbado la posibi-
lidad de hacer realidad semejante desafío. «Una vida poética,
profundizad en la expresión, os lo ruego», continuaba Aragon
en El campesino de París, insinuando quizás que la verdad de
esa vida poética total pasa por su profundidad, y por lo tanto
por su peligrosa complejidad y por su tragedia. Ejemplos como
los de Nerval, Strindberg, Rimbaud, Vaché, Cravan, Nadja o
Leonora Carrington, son otros tantos testimonios de que una
vida semejante ha sido vivida realmente, al menos durante un
tiempo determinado, así como de los peligros que tal intensidad
existencial entraña, siquiera porque se ha dado en una sociedad
en la que todo conspira para impedir su eclosión.
Dicho esto, es necesario identificar más de cerca a los ene-
migos de la poesía por otros medios, que es lo mismo que los
enemigos de la libertad y de la autonomía social.
Como sabemos, la mercantilización de la vida practicada
por el capitalismo ha llegado ya muy lejos, hasta la privatiza-
ción de los códigos genéticos y de las subjetividades humanas.
Como lo que produce el capitalismo es casi siempre inútil y per-
40
LA POESÍA ABIERTA Y SUS ENEMIGOS
judicial, hay que adornarlo de otras virtudes e ilusiones para
hacerlo deseable, de tal manera que, con el paso del tiempo,
cuantas más cualidades ha absorbido el fetiche industrial, más
vacío se ha quedado el ser humano que tenía que comprarlo.
Este proceso ha llegado a su clímax en los últimos 30 ó 40 años,
y todavía no se ha detenido, no puede hacerlo. Hoy ya no se
consumen tanto objetos como ilusiones, roles de personalidad,
sueños, deseos en los que el soporte material del producto (que
puede seguir existiendo o no) es lo de menos. Para que esto sea
posible, todo nuestro mundo interior, incluso sus zonas oscuras
más secretas, es laminado para dejar paso a las ficciones y qui-
meras de la publicidad. Como decía un directivo de una televi-
sión francesa:
Para ayudar a vender un producto, el cerebro del telespectador
tiene que estar disponible. Nuestras emisiones tienen por vocación
hacerlo disponible, es decir, divertirlo, sosegarlo para prepararlo
entre dos anuncios. Lo que vendemos es tiempo de cerebro humano
disponible.3
O en otras palabras, cerebro humano vaciado, limpiado y este-
rilizado de su propia imaginación y de sus propios deseos, listo
para ser invadido por los sospechosos encantamientos del con-
sumismo. Así como los bosques y selvas son desbrozados por
la excavadora para sobre ellos edificar el desierto industrial de
la vida artificializada, así la selva oscura del inconsciente y el
bosque impenetrable de lo imaginario tienen que ser podados
para que sobre ellos se levanten los castillos en el aire y de car-
tón piedra de la economía productivista y de la seudomaravilla
tecnológica.4
3. Patrick Le Lay, citado en Grupo Marcuse: De la miseria humana en el medio
publicitario, Melusina, Barcelona, 2006, pág. 44.
4. Un buen ejemplo de que esta analogía no es caprichosa sino, muy al contrario,
completamente operativa para la dominación, es la anécdota siguiente: en los EE.UU,
y seguramente también en otras partes, los niños que salían de los cines después de
ver una película documental que relataba las aventuras de un grupo de pingüinos
en la Antártida (El viaje del emperador, de Luc Jacques), no se acababan de creer
que aquellos animales tan maravillosos fueran reales, en vez de ser las apabullantes
41
 JOSÉ MANUEL ROJO
Pero no contento con desbastar nuestro mundo interior, el
capitalismo quiere rentabilizar también lo que todavía sobre-
vive o es imposible de desarraigar. Por eso el inconsciente, la
imaginación y los deseos y obsesiones de cada individuo son
puestas a trabajar en el marco laboral y productivo de lo que se
ha dado en llamar producción inmaterial, sin entrar a discutir
ahora si tal mutación económica es general, o sólo se circuns-
cribe al mundo occidental que se beneficiaría de la subcontra-
tación de la producción industrial “clásica” al Tercer Mundo.
Así, ya sabemos con qué facilidad nuestros deseos y sueños se
convierten en mercancías, y para ello hay todo un ejército de
especialistas en psicología, sociología o movimientos sociales,
como los llamados (y exterminables) cool-hunters, que espían
cada nueva tendencia que sale de las calles, sea en la música, la
forma de vestir, los experimentos de vida comunitaria, incluso
la contestación social, para utilizarlos en la publicidad o como
inspiración para fabricar nuevas mercancías que renueven el
ciclo eterno de novedad-deseo-compra-aburrimiento-frustra-
ción-novedad-deseo-compra-etc. Y en el plano del trabajo, se
exige a los trabajadores que sean creativos, que aporten suge-
rencias imaginativas, que se impliquen emocionalmente, y no
sólo en los departamentos de marketing sino hasta para repartir
pizzas. De tal manera que todo en la vida remite a lo mismo, a
la mercancía y a su rentabilidad, pues cuando me insisten para
que acepte que los únicos sueños posibles son los que me vende
la publicidad, y se me obliga a que aplique en el trabajo mis sen-
animaciones digitales a las que están acostumbrados. Lo que aquí está en juego es
el acondicionamiento de la infancia en la fantasía tecnológica, de tal manera que
fuera de los píxeles de su realidad artificial, no haya maravilloso posible; y en justa
correspondencia, su fin último es asegurar la artificialización total e irreversible del
mundo a la que tal industria del entretenimiento se debe y prepara con todo su celo
y virtuosismo. Por lo demás, de esta forma queda también genéticamente modifi-
cado el sentido de las relaciones entre lo imaginario y la realidad, por el que, desde
tiempos inmemoriales, la fabulación humana se alimentaba de lo real para dar a luz
sus monstruos y criaturas, y a su vez tal fabulación volvía a la naturaleza para redo-
blar sus encantos y sus misterios, haciéndola aún más apasionante, como sucedía
en la inmensa mayoría de los mitos cosmogónicos, los Libros de Maravillas de la
Antigüedad clásica, o los Bestiarios y las crónicas de viajes del medievo.
42
LA POESÍA ABIERTA Y SUS ENEMIGOS
timientos, pasiones y momentos de placer, entonces, es que el
encierro en el mundo de la economía es total, tanto psicológico
como físico como imaginario.
Si esto es así, ¿qué poesía por otros medios puede existir,
sea la que se basa en la espontaneidad o la que apuesta por la
organización? ¿Dónde y cómo?
¿Cómo hablar, por ejemplo, del azar, del encuentro mara-
villoso que permite al inconsciente aflorar a la realidad exterior
reconciliándose con ella, cuando el inconsciente es la primera
dimensión del individuo que es apelada por las sirenas del con-
sumo? Como dice un afamado publicista, «se debe dar prioridad
al inconsciente, sin dejar de adular a continuación a los niveles
conscientes para sugerirles la ilusión de las libertades de elec-
ción».5 Por otro lado, una forma casi tradicional para que se die-
ran esos azares poéticos era el paseo por la ciudad sin rumbo fijo
que tanto practicaron (y practicamos) los surrealistas, lo que luego
los situacionistas sistematizaron y desarrollaron como deriva,
¿Pero qué deriva se puede hacer por la ciudad-mercancía, donde
«todos sus puntos de fuga han sido dispuestos de tal forma que
conducen invariablemente a unos grandes almacenes»6?
Y ya que hablamos de la ciudad, la IS proponía construir
espacios y ambientes urbanos, arquitecturas imaginativas o sor-
prendentes para aumentar las posibilidades de una vida apa-
sionante; como recordaremos, Constant construyó maquetas
de ciudades sobre pilares con varios niveles interconectados
«que ofrecerán la posibilidad de crear una variación infinita
de ambientes, facilitando la deriva de los habitantes y sus fre-
cuentes encuentros fortuitos» (Otra ciudad para otra vida). Y
Gilles Ivain soñaba con una ciudad dividida en barrios que se
acondicionarían para encarnar distintos sentimientos poéticos,
como el Barrio Siniestro, que «será de acceso complicado, poco
5. Bernard Cathelat, citado por el Grupo Marcuse, op. cit., pág. 113
6. Luis Navarro, La percepción del entorno como obra de arte revolucionaria, en Todavía
no han ardido todas, Traficantes de Sueños-La Torre Magnética, Madrid, 1998. pág 44.
43
 JOSÉ MANUEL ROJO
iluminado por la noche, y horrorosamente decorado con silbi-
dos estridentes, timbres de alarma, esculturas monstruosas…»
(Formulario para un nuevo urbanismo). Aparte de las legítimas
prevenciones que podemos tener ante unos proyectos que nece-
sitarían, para hacerse realidad, de la misma desmesura tecno-
lógica e industrial, del mismo despilfarro energético que están
matando al planeta, el problema evidente es que estos lugares
ya se han construido, y no en beneficio de ninguna liberación
psíquica o de lo maravilloso, sino de la economía y sus procesos
de embrutecimiento: nos referimos obviamente a los parques
temáticos, las grandes superficies comerciales, los hiperhoteles
de Las Vegas, que utilizan también un decorado determinado (el
Egipto de las pirámides, o la saga de La Guerra de las Galaxias)
para hacer más atractivo el vacío existencial que esconden en
sus monstruosas tripas.
Por su lado, algunas exposiciones surrealistas estaban pen-
sadas para ir más allá del arte e influir en los procesos men-
tales y la imaginación de los espectadores. Por ejemplo, en la
Exposición Internacional de 1938 el visitante era introducido
por un pasillo donde se enfrentaba a unos maniquíes transfor-
mados por los surrealistas en seres de sueño o pesadilla, según
se mire; y al llegar a la sala central que estaba casi a oscuras,
se encontraba con que el techo estaba forrado de amenazantes
sacos de carbón, mientras que un penetrante olor a café recién
tostado invadía su olfato. Y en la de 1947, ese visitante hipoté-
tico tenía que ascender por una escalera cuyos peldaños eran los
libros que el surrealismo consideraba más inspiradores (obras de
Lautreámont, Sade, Apollinaire o Fourier), y, antes de entrar
en la sala propiamente dicha, aceptar una ducha de agua que
simbolizaba el paso a otros estados de la percepción. Lo que se
buscaba con estas estrategias era provocar el enigma y la sor-
presa, incluso el malestar y el choque emocional, y se puede
pensar lo que uno quiera acerca de este método, pero lo cierto
es que nadie salía indiferente; que, maravillado o indignado,
44
LA POESÍA ABIERTA Y SUS ENEMIGOS
esa visita le había obligado a enfrentarse con una experiencia
inédita, y quizás a empezar a pensar y sentir de forma distinta
a la que había sido educado. Lo malo es que seguramente, hoy
en día, y a pesar de la buena voluntad de sus organizadores,
algo similar se entendería (y vendería) como una experiencia
superficial, otra más, propia del ocio dirigido.
Se podrían poner más ejemplos de la descomposición de
lo imaginario, pero me conformo con uno solo que me parece
especialmente significativo y lamentable. Me refiero a la des-
trucción sistemática de los lugares naturales o humanos donde
ciertos mitos se han encarnado, mitos que todavía pueden ins-
pirar y revivir la imaginación, porque, hay que decirlo las veces
que sean necesarias, la experiencia poética no es solipsista, no
se reduce ni mucho menos al mundo interior del individuo,
sino que tiene que relacionarse inexcusablemente con lo que le
rodea, y en especial con la naturaleza, o morir. Y de eso se trata,
de que muera, para que el espíritu humano tenga que vegetar
en el coma asistido de las fantasías del espectáculo y de la tecno-
ciencia. Por eso, por ejemplo, surgen proyectos infames como
el de convertir la sierra norte de Madrid en un inmenso parque
temático dedicado a El señor de los anillos, de tal forma que
«durante el recorrido por los distintos pueblos, los artesanos de
la zona hacen espadas, hacen miel de Rivendel, venden leche o
trenzan las cabelleras como los elfos».7 Así se reconvierte a los
últimos campesinos en figurantes de televisión, pero no importa,
porque como dice el alcalde de Buitrago de Lozoya, «una marca
comercial lo es todo, la gente compra la etiqueta». Tiene razón.
Y ya están pensando en que cada pueblo se convierta en una
región de la obra de Tolkien, aunque sólo falta una cosa: nadie
quiere representar a los orcos. No importa: para eso están los
inmigrantes... Más allá del humor, para comprender la estupi-
dez de este proyecto, hay que aclarar que la sierra norte o sierra
7. Así especula Agustín Ferrer, alcalde de Buitrago de Lozoya, citado por Susana
Hidalgo, La versión serrana de “El señor de los anillos”, EL PAÍS 27-9-2005.
45
 JOSÉ MANUEL ROJO
pobre es uno de los últimos reductos naturales y humanos de
Madrid que han medio escapado relativamente a la invasión de
los adosados y de las carreteras, y que además esa zona conserva
los restos más importantes de arquitectura medieval y popular
de la provincia. Quiero decir, que todavía hay allí algunos ele-
mentos naturales, históricos, artísticos, populares, que pueden
hacer soñar, y que son testimonio de otras formas de vida preca-
pitalistas: por eso es intolerable que sobrevivan, aun desfigura-
dos por la presión cada vez mayor de la ciudad tentacular. Ya no
les basta con hacer hoteles rurales, recalificar terrenos forestales
y organizar visitas en autobús, porque es necesario falsificarlo
todo confundiendo las memorias y los afectos. No es otra cosa
la que se está haciendo en las ciudades monumentales, donde la
verdadera huella de la historia se está sustituyendo por su simu-
lacro de plástico y maquillaje, para más alegría del turista que
sólo desea encontrar lo que la agencia de viajes le ha prometido,
y nada más.
Otro ejemplo puede ser todavía más comprensible. Como
sin duda sabéis, en Casas Viejas, quieren levantar un hotel de
lujo llamado “Libertaria”, o “Utopía”, justo donde en 1933 se
dieron los acontecimientos que todos conocemos, y un espacio
cultural para «interpretar lúdicamente» lo que ellos llaman «la
última revuelta anarquista del mundo», en una muestra más de
que su degradación moral es sólo comparable a su insultante
ignorancia. Como es lógico, inmediatamente ha habido una
reacción de la CNT y del movimiento libertario para denunciar
e impedir semejante locura, pero, más allá de que se construya
o no el hotel, lo que nos interesa es el carácter ejemplar de esta
operación especulativa. Porque no hablamos de especulación
con los terrenos, sino con los símbolos, la memoria, la leyenda
y hasta el mito de unas luchas que podemos legítimamente lla-
mar heroicas, y que, a pesar de todo, y sin caer en idolatrías
estúpidas, pueden seguir inspirando las luchas de hoy, por muy
modestas que estas sean en comparación. Por eso ese hotel debe
46
LA POESÍA ABIERTA Y SUS ENEMIGOS
ser construido, para que desaparezca otra pieza más del engra-
naje imaginario que une la poesía con la revuelta.
Esta parece ser la situación de la poesía en la actualidad.
¿Está todo perdido entonces? Por supuesto que no. No, ni en
el plano de los elementos que configuran la experiencia poética,
ni en el del individuo o el grupo que sigue deseando acceder a
ella.
Para empezar, el proyecto de laminación del inconsciente
y de lo imaginario es eso, un proceso, que no ha terminado ni
quizás puede terminar jamás, a no ser con la ayuda de la inge-
niería genética, e incluso esto habría que verlo. Quedan zonas
de sombra casi irreductibles, en las que el mercado no puede
entrar. Sin duda el inconsciente está contaminado, como siem-
pre lo estuvo: siempre ha arrastrado las excrecencias ideológicas
de cada época, sean la superstición religiosa, la moral burguesa
o la mentalidad patriarcal. No todo lo que llega de la boca de
sombra del sueño es válido, al contrario, hay que desgajarlo de
sus impurezas para ver qué es liberador y capaz de hacernos
vivir lo maravilloso, y qué no. Hoy sucede algo parecido, aun-
que aumentado por las nuevas técnicas de acondicionamiento.
Pero podemos cuando menos plantearnos lo siguiente: que si es
verdad que la publicidad contamina y malforma el inconsciente,
no lo hace ni del todo ni en todo momento; que siguen allí den-
tro, latiendo y obsesionándonos, las experiencias decisivas que
deciden la vida de una persona y de las que nace la experiencia
de la poesía que intenta dar respuesta y solución a esas obsesio-
nes. Por ejemplo, a pesar de lo que diga la publicidad, o precisa-
mente por ello mismo, porque la publicidad miente siempre y
falsifica todo lo que toca, casi nadie, fuera de unos pocos enfer-
mos e imbéciles irrecuperables, sueña con mercancías, sino con
aquellos que se fueron ya para siempre, o con aquellos que no
quieren acudir a donde nuestro deseo les convoca, o que aún no
han llegado y por eso todavía no reconocemos sus rasgos entre
la bruma del tiempo futuro que los protege; y por la misma
47
 JOSÉ MANUEL ROJO
razón, nadie o casi nadie se acuerda de la mercancía cuando ver-
daderamente ama, o se sume en el duelo.
Lo mismo se puede decir de otros aspectos. Quizás ya no se
puede derivar con el entusiasmo ingenuo de hace 50 años, por-
que efectivamente la ciudad es otra muy distinta; pero el paseo
por la ciudad puede servir para redescubrir lo que queda de ella
debajo de la mortaja económica, y cuáles son sus signos de vida.
Y esta vida existe, a poco que la mirada no sea la del consu-
midor: más aún, la mirada poética puede y debe erigirse en
un escudo que desvíe las invectivas de la publicidad, trans-
mutando sus odiosas imágenes y consignas en insospechada
materia prima para la revelación de la poesía, en un doble
proceso de crítica de su carga publicitaria y de desvelamiento
de su posible valor oracular.8 Por otro lado, si ya no es concebi-
ble ni oportuno construir las ciudades utópicas situacionistas,
sin embargo hay por ahí hombres y mujeres que no se confor-
man con que sus casas reflejen el rostro de la economía en vez
del suyo propio, pues todo lo que rodea al ser humano debe
estar animado por su deseo. Me estoy refiriendo a esos arquitec-
tos improvisados, sin estudios ni cultura la mayoría de las veces,
8. En este sentido, la actividad surrealista de los años 20 del siglo pasado cons-
tituye un precedente que no carece de ambigüedad. Aragon o Robert Desnos no
desdeñaron utilizar conocidos personajes publicitarios para la construcción de sus
mitologías personales, aunque es verdad que las alucinantes aventuras que Desnos
hacía vivir al Bebe Cadum o a Bibendum Michelin ya eran en sí mismas una formi-
dable descontaminación de la función económica de estos personajes, trasladados
ahora a un universo improductivo en el que sólo regían las leyes del sueño y del
erotismo. Se podría explorar también en qué medida esa entrada de la publicidad
en el mito supone una reflexión, o al menos una intuición, por parte de los surrea-
listas sobre la función religiosa y milagrera que la mercancía, y por tanto la publi-
cidad, tiene en el imaginario de la sociedad capitalista. Pero lo cierto es que hoy en
día sería muy difícil mantener tal actitud carente de escrúpulos, imponiéndose un
mayor rigor crítico en la utilización poética del detritus publicitario, teniendo en
cuenta siempre que el fin último de tal operación mental es ayudar a la abolición
total del mismo. En relación con este debate, y como una muestra de acción colec-
tiva surrealista en este terreno, se puede consultar el juego experimental que Noé
Ortega y Vicente Gutiérrez realizaron subvirtiendo el sentido de las frases de algu-
nos anuncios callejeros, que descompusieron para construir con sus palabras frases
poéticas liberadas de su pecado original económico (El principio de una visión, en
Salamandra 15-16. 2005).
48
LA POESÍA ABIERTA Y SUS ENEMIGOS
que decoran, transforman y hasta levantan edificios a la altura
de sus sueños, como el cartero Cheval en Francia, que durante
toda su vida construyó su “Palacio Ideal” pleno de fantasía con
materiales de desecho, o el afroamericano Tyree Guyton y su
familia, que durante estos años, en la ciudad de Detroit:
Han convertido casas abandonadas en maravillosos ensamblajes
utilizando como materiales elementales las partes rotas de una
sociedad en quiebra, los trozos sueltos desechados por una civilización
en decadencia: viejos juguetes, bicicletas, zapatos, una cabina de
teléfono, neumáticos desgastados, latas, un casco de fútbol, muñecas,
ratoneras, indicadores de calles, jaulas, juegos de cartas.9
No importa, por cierto, que ocasionalmente la publicidad utilice
a estas personas para sus bochornosas campañas.10 No importa
tampoco que algunos de ellos puedan caer bajo las fauces de la
cultura convirtiéndose en monumentos nacionales y reclamos
turísticos, lo que le ha pasado al propio Palacio de Cheval. En el
sitio menos pensado, en la aldea remota o la ciudad dormitorio,
ahora mismo hay una persona que no se resigna al aburrimiento
y a la dictadura del confort prefabricado, y está adornando su
casa guiándose únicamente por lo primero que le pasa por su
cabeza. A veces no hay mejor regla que esta.
De la misma manera, la saturación de las ficciones del espec-
táculo y sus cuentos de hadas tampoco sofocan por completo el
sentimiento y la necesidad de lo maravilloso, aunque sólo sea
porque la iluminación profana ante el misterio existe, y existe al
menos desde el Paleolítico, cuando los neardenthales y los pri-
meros homo sapiens coleccionaban piedras brillantes o conchas
curiosas, objetos inútiles desde cualquier punto de vista menos
el poético. Porque ha habido una historia de lo maravilloso y
9. Grupo Surrealista de Chicago, Para Tyree Guyton, 1992.
10. Un ejemplo de esta estrategia de recuperación es la reciente (y grotesca) cam-
paña de anuncios televisivos de un refresco, aunque sin duda tanto la obra como el
personaje que lo construía tenían tristemente una altura poética mucho menor que
en otros casos, por tratarse de la edificación de una repugnante iglesia.
49
 JOSÉ MANUEL ROJO
de la poesía por otros medios, en todas las épocas, y una histo-
ria de cómo los seres humanos han resistido a las embestidas
del poder que intentaba negar esos fenómenos por medio del
desdén racionalista, o apropiándoselo para fortalecer el dogma
religioso. En esa lucha reconocemos a los herejes y a los visio-
narios, y en esa lucha se entiende, por ejemplo, que aparecieran
corrientes anarquistas espiritistas, en la Cataluña de finales del
siglo XIX y primera mitad del XX, que pretendían una auto-
nomía y una emancipación total de la dominación, también en
el plano espiritual, como se puede leer en el último número de
Solidaridad Obrera.11 Independientemente de lo que se piense
11. Como explica Gerard Horta, «las clases subalternas catalanas, obreros y menes-
trales, construyen su emancipación desde la militancia espiritista, entre otras. En
los centros espiritistas se celebran sesiones mediúmnicas, pero también se aprende
a leer y escribir. Como clase, dejan de ser un apéndice pasivo de la burguesía y de la
Iglesia, tomando conciencia de su autonomía creadora» (El espíritu libre de Gerard
Horta, entrevista con Mateo Rello, Solidaridad Obrera nº 327, mayo 2006). No hace
falta insistir en las perspectivas que este movimiento de masas, revolucionario y
espiritista, puede tener a la luz del surrealismo, si tenemos en cuenta que el espi-
ritismo y la mediumnidad, liberados des su ganga trascendestalista y relgiosa, fue-
ron antecedentes tanto del psicoanálisis como de la teoría y práctica de la escritura
automática surrealista, y por tanto del descubrimiento de las potencialidades del
ser humano. Hay que releer por ejemplo El mensaje automático de Breton, donde
se traza la historia de esta genealogía haciendo justicia a pioneros como Helene
Smith o Victorien Sardou, y se dice que «la originalidad del surrealismo consiste en
haber proclamado la igualdad absoluta de todos los seres humanos normales ante el
mensaje subliminal, y en haber sostenido constantemente que dicho mensaje cons-
tituye un patrimonio común: que debe a toda costa cesar de ser considerado en lo
inmediato el atributo de algunos y que depende de cada individuo reclamar en él su
parte. Todos los hombres, digo, todas las mujeres merecen convencerse de la posibi-
lidad absoluta para ellos de usar a voluntad este lenguaje que no tiene nada de sobre-
natural y que es el vehículo mismo, para todos y cada uno, de la revelación». Hay
que imaginar qué hubiera pasado si estas propuestas, que datan de 1933, hubieran
entrado en contacto ígneo con el ambiente espiritista y anarcosindicalista catalán, y
cómo habría evolucionado este si la revolución de julio de 1936 no se hubiera malo-
grado. ¿Del surrealismo restringido a la poesía abierta generalizada? Tan sólo pode-
mos apuntar otro dato no menos significativo: según cuenta Domingo Pérez Minik,
los juegos y las actividades surrealistas practicadas en 1935 por el grupo tinerfeño
de La Gaceta del Arte «tuvieron una indiscutible resonancia (…) llegada de forma
más o menos pintoresca a los grupos más cultivados del proletariado, en Santa Cruz
de Tenerife afiliado a la CNT y sus posiciones radicalmente ácratas, y en el Valle de
la Orotava al pueblo de la UGT con su mentalidad socialista. Este pueblo apreciaba
50
LA POESÍA ABIERTA Y SUS ENEMIGOS
de tan notable aventura, lo que debe interesarnos es que curtidos
militantes de la guerra social se atrevieran también a mirar cara a
cara al misterio, considerando que sin esa toma de conciencia de
su «autonomía creadora», no había revolución completa.
Es en esta historia de la resistencia de lo maravilloso frente
a cualquier forma de usurpación y liquidación, donde podemos
encontrar la inspiración necesaria para enfrentarnos, en nuestra
época, al correspondiente lavado de cerebro que nos ha tocado
vivir, partiendo siempre de la base de que la poesía no es un
don del que se dispone gratuitamente, sino algo a reconquistar
porque casi se ha perdido, como tantas otras cosas. En efecto,
como dice el Grupo Marcuse en el excelente estudio crítico de
la publicidad que ya hemos citado, «el capitalismo es sin sueño,
sin utopía, sin esperanza. No promete ninguna superación
hacia un lugar diferente, sino sólo su propia intensificación.
Organiza un mundo cerrado sobre el aquí y ahora del mercado,
un mundo unidimensional en el sentido de que está privado
de todo ideal que lo trascienda, y sin sueños no hay revuelta».
E insisten: «en este desierto prospera la miseria humana, a la
vez física y psíquica, social y moral. Los imaginarios tienden a
atrofiarse, las relaciones se deshumanizan, las solidaridades se
descomponen, las competencias personales declinan, la auto-
nomía desaparece, las mentes y los cuerpos se estandarizan».
Ahora bien, nada se puede esperar de hombres y mujeres que
ya no son capaces de soñar por sí mismos: una imaginación y
que había algo misterioso en estas actividades, con su fachada de misas negras, ritos
masónicos, con su liturgia y todo, o con la adivinación del pasado, el presente y el
futuro, con las mesas de tres patas que se mueven sin tocarlas y se comunicaban con
el más allá» (Facción española surrealista de Tenerife, Tusquets Editores, Barcelona
1975, pág 49). Es curioso que anarquistas y socialistas se interesaran justamente
por lo que algunos surrealistas disidentes como Paul Nougé primero, y los situacio-
nistas después, iban a denunciar como prueba del anquilosamiento del surrealismo:
su supuesta caída libre en las «supersticiones sórdidas» (Nougé) y el «idealismo
místico» (Debord). Gracias a trabajos como el de Gerard Horta, podemos entender
mejor qué era lo que apreciaba ese proletariado, y por qué, en tales “supersticio-
nes” y en tal “idealismo” que, para los surrealistas, no tenía nada de sobrenatural.
51
 JOSÉ MANUEL ROJO
una sensibilidad criadas y acondicionadas en el espectáculo, y
sólo en él, están condenadas a reproducirlo y no a negarlo ni,
menos aún, a superarlo.12 El desierto no se combate con más
desierto, ni tampoco desde su pantalla de piedra ciega. Sólo el
oasis del estado de espíritu poético, y las fuentes subterráneas
del mito y del sueño que todavía lo irrigan, salvaguardan, para
tiempos mejores, las claves de su derrota y el posible retorno de
la estación de las grandes lluvias.
Y es aquí, en este combate contra ese doble desierto mate-
rial y espiritual, donde la poesía por otros medios tiene su actual
campo de acción, su razón y su urgencia: ayudar a resistir la
invasión de la mitología económica, contribuir a desacreditar la
vaciedad de las mercancías culturales y de la industria del ocio,
salvar en lo posible lo que queda de experiencia poética enten-
dida como una ética no capitalista,13 emprender el combate por
la reapropiación de las facultades humanas secuestradas por el
12. Es evidente que la apisonadora capitalista no deja ningún espacio de libertad
o aventura espiritual a su paso, ninguna disponibilidad que acierte milagrosamente
a conjurar la opacidad mental del imperio de la mercancía. Por eso mismo, nada
más absurdo y peligroso que las fantasías nihilistas del colectivo Tiqqun, según las
cuales el Bloom u hombre sin atributos contemporáneo, desposeído de identidad,
experiencia, sensibilidad e imaginación, está predestinado a superar el vacío que el
biopoder y el espectáculo le han prefabricado y que le constituye: «Precisamente
porque es el hombre del nihilismo consumado, su destino consiste en operar la
salida del nihilismo o perecer» (Teoría del Bloom, Melusina 2005, pág. 98). A partir
de una inaudita mezcolanza contra natura de los argumentos de la Encyclopédie
des Nuisances y de Paolo Virno, aderezada con la consabida jerga prositu, Tiqqun
recicla la monserga finalmente progresista del cuanto peor mejor, porque la Historia
tiene que tener un sentido (o sinsentido) que lleve a alguna parte, por lo que el
mismo proceso que destruye al individuo sentará las bases objetivas para la eman-
cipación del no-individuo, etcétera, etcétera. En fin. Que se nos permita dudar de
que semejante huída hacia delante por las pendientes de la descomposición pueda
tener un final feliz. El Bloom, en tanto que Bloom absolutamente vacío como lo
quiere Tiqqun («el Bloom no es NADA, pero esta NADA es la nada de la soberanía, el
vacío de la potencia pura», op. cit. pág 118), está en efecto condenado a perecer en
su nihilismo sin salida. Aquí sí que no hay «inversión de perspectiva» revolucionaria
posible que le salve: para no recurrir a ninguna jerga al uso, digamos simple y llana-
mente que de donde no hay, no se puede sacar.
13. Esta expresión no es mía, sino de un colectivo anarquista argentino que al
interesarse recientemente por nuestra actividad, definía así lo que modestamente
el Grupo Surrealista de Madrid intenta pensar, sentir y hacer. No puedo sino estar
completamente de acuerdo con tal definición.
52
LA POESÍA ABIERTA Y SUS ENEMIGOS
mercado, empezando por la creatividad sepultada por los pasa-
tiempos tecnológicos y siguiendo por la imaginación entregada
a la adormidera de la mercancía, o viceversa. Porque aquí y allá
hay algunos hombres y mujeres que no se dan por vencidos, y
que resuelven resistir. Han decidido que esa parte de sus vidas
que espolea la sed insaciable de infinito es fundamental, y que
bajo ningún concepto renunciarán a ella ni se van a conformar
con los sucedáneos de la economía. No tienen demasiadas
esperanzas, no siempre son tan decididos, pero cada pedazo de
poesía que arrancan a esta época infame es otro motivo para
no desistir por completo. Y no me estoy refiriendo a los surrea-
listas, ni a ninguna élite vanguardista. En realidad me refiero a
todos nosotros, a casi todos al menos, porque en el espasmo del
amor o en el sobresalto del sueño, ahí empezamos a romper el
acondicionamiento, ahí se redescubre lo poético.
El problema es que muchos no han comprendido exacta-
mente lo que les sucede, o no le dan importancia, o prestan
oídos a lo que les dice el poder: «no te distraigas con tus enso-
ñaciones, mejor ven a matar el tiempo con los entretenimientos
que te ofrecemos y que no te queda más remedio que consumir,
lo desees o no». Pero lo que quiere la poesía por otros medios es
precisamente que nadie escuche esas patrañas. Por esta razón,
su programa revolucionario es actualmente muy distinto al de
otros tiempos. No se trata tanto de celebrar sus prodigios como
cuando Antonin Artaud nos convocaba a abandonar «las caver-
nas del ser» para asistir al nacimiento de la bestia maravillosa, o
planificar su victoria como hacía el estado mayor situacionista
dirigido por Debord, sino de buscar por el basurero existencial
y material del mundo descompuesto sus fragmentos desmem-
brados, para unirlos con los que todavía conservamos, para
ponerla de nuevo armada y en pie de guerra contra la domina-
ción. Porque de la misma manera que hay quien se juramenta
para redescubrir, por ejemplo, la agricultura tradicional y el
53
 JOSÉ MANUEL ROJO
artesanado preindustrial, y otros redescubren en la vieja ciudad
el viejo sabotaje, y todos se empeñan en reinventar relaciones
sociales lo más inmunes posibles a la dictadura económica, de
la misma manera y por idéntica razón es legítimo y necesario
reencantar la experiencia sensible contra la desposesión de la
condición humana que se manifiesta también en su imaginario
atrofiado, devolviendo el pulso al estado de espíritu poético para
que bombee su sangre negra al mismo ritmo que la sangre roja
del mundo.
Que esta lucha es también central y no periférica en la gue-
rra de la libertad, lo demuestra el hecho de que muchos de los
que han decidido declarar a esta sociedad enemiga del género
humano y de la vida en general, y actuar en consecuencia, deci-
den también tomar las armas milagrosas de la poesía. Por eso
me gustaría terminar esta charla con las palabras siguientes, que
pertenecen a un comunicado aparecido en marzo de este año en
varias páginas anarquistas de Internet, y publicado después en
el primer número del fanzine Zumbidos. Se titula Pegarle fuego a
la realidad entera, y dice así:
La poesía, tal y como entendemos –vivida– ahora que la hegemonía
del mercado ha colonizado por completo nuestros anhelos y nuestro
movimiento, ahora que el régimen democrático-espectacular retrata
e informa de un mundo virtual hermoso pero que aniquila la vida
en su versión real, no es ni mucho menos un divertimiento o un lujo
“pequeño-burgués”, sino una necesidad del mismo calibre que lo es
el respirar o el compartir vivencias con espíritus afines. La poesía es al
mismo tiempo palanca y resultado (causa y efecto) de una politización
radical de la vida. Amar, pensar, luchar: pegarle fuego a la realidad
entera; está todo por hacer.
La causa de la poesía ha sido entendida y sigue abierta, y la del
hombre con ella.
54
POR LOS ALREDEDORES
Manuel Crespo
La mirada es quizás la facultad humana más apta para agrandar
la realidad y abrir todas sus posibilidades, aquellas concebidas
por la imaginación: la loca de la casa. Pero la mirada está en
crisis. A medida que aumenta la oferta de imágenes sin sustan-
cia ni gravedad, sobre todo en las pantallas, empequeñece el
ángulo de lo perceptible y su hondura, hasta llegar a la planicie
característica de lo visible actual.
Ya es escasa la relación de la pupila con lo vital, pues muchas
sensaciones nos llegan como espectadores al sillón que ha sido
asignado a cada cual, generalmente con la aprobación entu-
siasta o cuando menos con la pasividad del público. Parece que
nada distinto pueda pasarnos. Tal vez esa vida en diferido haga
que también suela despreciarse la relación con un entorno natu-
ral cuya apariencia no se corresponda con los catálogos de las
agencias de turismo. O no resulta atractivo o hay que visitarlo
aprisa, durante el miserable margen que el trabajo concede al
descanso. Es casi imposible fascinarse con nuestros alrededores
cotidianos. Vamos tan apurados de tiempo, que no los vemos.
Cuando los acontecimientos desfilan frenéticamente y tene-
mos la obligación de atenderlos y las horas pertenecen a una
empresa que exige creatividad, es normal que el agotamiento
fuerce a pensar que ya no hay nada que ver, salvo la tele.
Al modo de algunos adolescentes con su cuerpo, la relación
con las imágenes es bulímica. Se devoran y se evacuan con asco,
dejando en la retina un enervante vacío.
 MANUEL CRESPO
Esa apatía gusta a una sociedad que acepta lo dado como
lo mejor posible. No en vano, se ha implantado en la mente un
discurso pesimista según el cual habitamos una era terminal.
Tenemos los ojos bien abiertos a los desastres provocados por la
tecnología y por un planeta vengativo, y completamente cerra-
dos para la contemplación amorosa, que propicia esos encuen-
tros singulares que nos llegan a diario y que tienen un poder
convulsivo. Encuentros que adquieren de súbito una significa-
ción especial. Es la magia cotidiana de la que habló Breton.
No obstante, si alguna de las actividades humanas mantiene
su fuerza original y atesora en ella el principio de libertad, es la de
deambular sin rumbo ni destino, cediendo al capricho y a las pro-
mesas, afortunadas o aciagas, que los hallazgos deparan. Quien
alguna vez se ha aventurado por callejones, o entre la maleza y
los desperdicios de un descampado, tan sólo porque invocaba
de ese modo la niñez y los solemnes juegos de entonces; quie-
nes van por el campo o pisan la arena de la playa en invierno
siguiendo huellas que no llevan a ningún destino y se distraen
con los racimos de moluscos, las piedras o lo abandonado en los
vertederos, han sentido el placer de adueñarse de sus horas sin
preocuparse por su utilidad.
Pasear es un acto voluntario, una acción libre. Y por esa
acción afirmativa se puede decir que no existen lugares maravi-
llosos, sino miradas maravilladas. Siempre que el ojo elige hay
una posibilidad de encantarse, pues se da una apertura, una
polisemia en lo visible. Esa elección singulariza el objeto, lo dis-
tingue entre las demás cosas. Lo elegido se separa de la masa
informe mostrando una potencia latente capaz de conmover. El
deseo que propicia tal selección confiere a lo seleccionado una
dignidad que ayuda a la apertura de sus aspectos más recóndi-
tos, aquellos que desvelan facetas inéditas de su ser y también
del ser del contemplador.
Lo real se siente entonces misterioso y en constante proceso
de transformación.
56
POR LOS ALREDEDORES
Este mirar recupera el instinto. Un instinto primario rela-
cionado con el hambre y quizás con la exclamación de toda pri-
mera vez. Es la poesía primigenia que hace mundo.
En mi caso, son familiares esos instantes álgidos en los que
las cosas resplandecen. Pero no creo que esos momentos sean
fruto de una inspiración especial o de una facilidad superior a la
del resto de la gente para la visión y el sobresalto, sino que los
sé patrimonio común a todos. Todos hemos maravillado. Basta
evocar nuestra niñez, a la que sólo interesa la facilidad momen-
tánea, extremada, que todas las cosas ofrecen, citando las pala-
bras de Breton en el primer manifiesto del surrealismo.
«Si aún tengo gusto por algo/es por la tierra y las piedras»,
se lee en el poema de Rimbaud Fiestas del hambre. El recado
de estos versos del vidente es claro: frente a lo virtual e insulso
hay que palpar lo inmediato y sensual, asegurarse de que esto
existe, agarrarse a alguna certeza no uniformada aún. Retomar,
aunque parezca modesto, el cauce de lo elemental.
Creo que la narración sucinta de algunas vivencias servirá
para dar mayor claridad a lo anteriormente expuesto. Lo que
contaré a continuación es el resultado de una búsqueda delibe-
rada de una manera distinta de conocimiento sensible. Es una
indagación destinada a percibir los intercambios misteriosos
entre lo material y lo mental (Breton), cayendo en las profundi-
dades del inconsciente.
La razón cesa, y una lógica opaca se encarga de conectar lo
encontrado con una cadencia que es la de los sueños, donde todo
lo que nos acaece es aceptado por la psique, con independencia
de su verosimilitud en la vida diurna. Entonces, la costumbre
se retira ante el mundo recreado, y nos transformamos al ser
asaltados por unos fenómenos antes ordinarios, que son ahora
vías para la emergencia de formas inacabadas que nosotros mis-
mos hemos concebido y que el deseo o el temor concreta. Es el
momento en que la existencia se sacude la pátina miserable.
*
57
 MANUEL CRESPO

Me adentro en el macizo del Garraf. Es un paisaje árido, defi-

nido por el horizonte, por pinos retorcidos y plantas aromáticas,
pitas, lentiscos y palmitos aferrados a las grietas de las rocas.
En un claro, controlando la cornisa marítima, hay, colocada
a propósito en medio de un cúmulo de piedras, una rama muy
parecida a una cornamenta. Cerca, hay una botella de licor y
latas de cervezas vacías. ¿Qué ceremonia puede haberse cele-
brado?
Las pitas suelen estar heridas, picoteadas por los gorriones
o las pequeñas rapaces, quizás mordisqueadas por animales.
Algunas huellas guardan tan curiosas semejanzas con insectos
que me sugieren que la hoja inicia su metamorfosis en animal.
Descubro una vereda pedregosa. Se interna en el zarzal.
Veo, a alguna distancia, los restos de una vieja torre de vigía.
Los tabiques son gráciles. No fueron construidos con cemento
sino que aprovechan las aristas de las piedras para sostenerse. Su
ubicación es sólo hasta cierto punto estratégica, parece más un
refugio que una atalaya. Entro, y sentado imagino el transcurso
de horas lentas, gastadas en la contemplación y el duermevela; ...en el techo de una construcción del puerto...
las ensoñaciones diurnas y las conversaciones ya intrascenden-
tes interrumpidas, alguna vez, por la horrible sorpresa de un
velamen enemigo y la angustia de saber, como siempre, que de
la correcta emisión e interpretación de unas señales depende el
futuro colectivo.

Paseo por el pueblo de Garraf. Es una aldea blanca, un lugar

de veraneo para las familias que, por herencia, disfrutan de las
casetas de madera, pintadas de blanco y verde, que dan a una
cala en forma de hoz.
En el techo de una construcción del puerto hallo una cuerda
tirada. Me sorprende su similitud con el perfil de una sala-
mandra, parecido que llega incluso a la imitación de la postura
del animal en la portada de la revista del Grupo surrealista de
Madrid.

58
 POR LOS ALREDEDORES

Raras exigencias me impulsan hasta la playa. Decido

rápido. Alrededor, las cosas fulguran y no quiero perderme
nada. En el asfalto hay dibujada una flecha de dirección. Me
obligo a seguirla. Un perro viene a saludarme. Me acuclillo ante
él. Olisquea mi mano tendida. Se establece una simpatía entre
ambos. Da una vuelta por los porches de las casas. Se va. A
unos pasos, en medio de la playa solitaria, encuentro un perro
de plástico encima en un pequeño pedestal.
Llego a una zona abandonada, llena de pintadas groseras
o intraducibles, turbios garabatos, latas, cenizas de hogueras,
papeles, malas hierbas. Una inscripción borrosa, Bahía de cochi-
nos, que era el rótulo de un bar, ha permanecido para calificar el
improvisado vertedero.
Anochece. Rayos dorados iluminan a una pareja de anima-
les semejantes a ballenas que están dibujados en un tabique.
Aproximan sus labios. De una de ellas sale un signo de interro-
...se establece una simpatía entre ambos...
gación; la otra responde decidida: sí

Suelo también merodear por los alrededores de mi casa. En las

cuatro paredes de una pequeña edificación de ladrillo próxima
a mi domicilio, un cuarto de luz o algo así, han escrito la frase:
El agua. Puede que sea la misma persona que se ha dedicado
a pintar con spray: más luz, menos muerte, en distintos pun-
tos del asfalto del Paseo Marítimo. Muy cerca del cubil al que
antes me refería, fotografío un ventanal del que su antiguo pro-
pietario se ha desprendido, dejándolo junto al contenedor de
basuras. Está intacto. Sus hojas se abren hacia adentro y por la
abertura sobresale la maleza. Me parece un sugerente poema
visual, una invitación a asomarse al interior.
Exploro un descampado. Doy con lo que queda de una
pista de tenis: algunas de sus líneas, ahora cortadas aquí y allá,
podrían ser señales de indicación, y nuevas especies híbridas
las plantas en las que se han enroscado pedazos de tela verde.

61
 POR LOS ALREDEDORES

Siento un sobresalto al ver que los postes que tibaban la red han
desarrollado inconfundibles los sexos masculino y femenino.

Estoy en Perìgueux, en la Dordoña francesa. Me adentro por

el casco antiguo. Los pasos resuenan en las paredes. En el yeso
de un tabique hay grabado un corazón, casi borrado por otros
trazos furiosos. Unos pasos más adelante, en una vieja puerta
de madera de apariencia no muy sólida, se halla escrito en tiza:
Oui, oui, inscripción que interpreto como un aliento a continuar
con mi estrategia para aumentar la realidad.

Decido participar en el juego de las constelaciones. Consiste en

calcar el perfil de uno de estos grupos estelares en un mapa de
la ciudad. El dibujo marca un recorrido. Se supone que en los
puntos donde hay una estrella debe esperarse que suceda algo.
De un libro de astronomía elijo Los peces del sur. Pronto me doy
cuenta de que la ubicación de la constelación en un callejero
no es azarosa, siempre está de una forma u otra guiada, lo que
me parece insatisfactorio. Abandono la idea de jugar durante
....una pareja de animales semejantes a ballenas...
unos días. Una tarde encuentro un sobre. Inmediatamente sé
que la dirección que figura en el remitente es el punto inicial
del paseo. Escribo una nota: «Amigos, gracias por participar en
el juego de las constelaciones. La vuestra es Los peces del sur».
Quiero dejarla en el buzón de los impulsores de mi aventura.
Toco varios timbres sin resultado. Finalmente me atrevo a tocar
el del piso que figura en el sobre. Estoy preparado para respon-
der “correo comercial”, pero me abren la puerta sin preguntar,
como si me estuvieran esperando. Y, por otro lado, ¿hay algún
sentido en que el azar disponga que los puntos marcados por las
estrellas se correspondan con hallazgos redondos? La cúpula de
una pérgola, un tragaluz, un montículo en medio de una ram-
bla. ¿Cómo no conectarlos con astros caídos?
A veces estos hechos inesperados, a los que por fin definiré
como poéticos, suceden en compañía o son el resultado de un

63

...en una vieja puerta de madera de apariencia no muy sólida...
POR LOS ALREDEDORES
encadenamiento de sucesos que pueden relacionarse con otras
personas, aunque hayan ocurrido en soledad.
Quiero mostrar a un amigo una vieja estación de ferrocarril
abandonada. Me parece muy sugerente su estado ruinoso. Es
una mañana cualquiera de un día laborable. Estamos absoluta-
mente solos. Para llegar a la estación cruzamos un paso subte-
rráneo. De unos altavoces disimulados en las paredes sale una
melodía sentimental interpretada por una orquesta descono-
cida. Cuando salimos al exterior, comprobamos que el edificio
está cerrado y que dentro no parece haber nadie. No puedo
evitar relacionar esa música con la composición iraní escuchada
unos años atrás por José Manuel Rojo en un subterráneo de
Madrid, que tuvo el poder de detenerlo en seco y que había
sido ya prefigurada en un objeto creado por él cuyo título era
precisamente La canción subterránea. Esos acontecimientos
están publicados en el número 8-9 de la revista Salamandra, el
primero que llegó a mis manos.
Eugenio Castro y yo andamos por una calle cercana a mi domi-
cilio. De repente se detiene en seco ante un edificio de aparta-
mentos que, en sus palabras, «le parece estar como en sombra».
Señala una terraza que no es igual a la de otros edificios cir-
cundantes, pues sus paredes sobresalen tomando una forma
picuda. Y su color terroso también lo distingue de esos otros. El
caso es que, sin él saberlo, estaba señalando el lugar en el que
durante una época, junto a un compañero, desarrollamos cier-
tas experiencias poéticas de inusual intensidad que culminaron
con el descubrimiento de la revista Salamandra antes citada y
del Grupo Surrealista de Madrid. Esta publicación ahí la leía-
mos con dedicación.
Estoy en la playa con una amiga. Es otoño. Vemos que la marea
ha devuelto a la orilla dos bolas de un material extraño, parecido
al corcho. Ambas tienen el mismo tamaño, pero una es blanca y
65
 POR LOS ALREDEDORES

la otra negra. ¿Somos ella y yo? Esta misma amiga es quien me

hizo reparar en una imagen insólita. Se trababa de un carro de
supermercado colocado sobre el techo de una cabina telefónica.
La asociación me parece tan sorprendente que estoy seguro de
que, si en el tiempo en que el Conde de Lautréaumont redac-
taba Los cantos de Maldoror, hubieran existido los supermerca-
dos y el teléfono, el encuentro visto por nosotros habría figurado
sin duda como una de las famosas definiciones de la belleza con-
tenida en sus páginas, junto a la del paraguas y la máquina de
coser sobre una mesa de disección.

Este invierno sucedían en el seno del Grupo surrealista de

Madrid los hechos, narrados también en este libro, motivados
por el visionado de la película Branca de Neve, que yo no vi por
no haber podido viajar a Madrid en esa ocasión. Recibo en casa
numerosos correos electrónicos cruzados entre los miembros
del grupo, que narran los azares vividos en modo tan exaltado
y urgente que no logro discernir con claridad su importancia.
...una invitación a asomarse al interior...
Hablan de láminas negras, de un paisaje nevado o de un edificio
que se derrumba y del que sólo queda en pie la blanca efigie
de un cisne. Estoy en el balcón. De pronto, dos garzas blancas
vuelan majestuosamente en círculo ante mis ojos.

Queda por saber el motivo por el que estos presagios son impor-
tantes en una biografía sentimental, en este caso la mía. Se
podrá objetar, no sin un punto de razón, que en sí poco tienen de
extraordinarios. Efectivamente, lo son sólo porque deseo que lo
sean, porque quiebran las certezas absolutas y las definiciones
tajantes a las que la modernidad me tiene habituado. Todo con-
siste en que la realidad se vuelva irreconocible sin que pierda
nada de su sustancia. Lo que he tratado de transmitir en este
texto es la necesidad de vivir fascinado y la obligación moral de
construir la propia existencia en base a los anhelos individua-
les de cada cual. De lanzarse a los márgenes del camino, volar
hasta el abismo o excavar hacia el sol.

67
ECOS DE LA EXPERIENCIA ARRUINADA
Lurdes Martínez

Hace tiempo que nos hemos convertido en testigos atónitos

e impotentes de la disolución de las significaciones esenciales
de lo real en favor de sucedáneos, meras réplicas avivadas por
la presencia alienígena de los presupuestos capitalistas. En el
transcurso de esta devastación implacable, se ha visto grave-
mente amenazada nuestra cultura material y espiritual: el
entorno natural, la ciudad histórica, las antiguas creencias y las
costumbres. Todo ha sufrido el mortífero ahuecamiento de su
condición más íntima, indispensable para el libre trasiego de la
mercancía, que es protagonista del escenario de la economía
escindida.
Y esta destrucción del entorno natural y humano a que me
refiero, donde se ancla la experiencia y encuentra inspiración la
dimensión psíquica y afectiva del ser humano, ha dado paso a
la más absoluta uniformización de los lugares de vida y de las
formas de relación.
Si la ciudad ha sido siempre espacio humano forjado con las
alegrías y tragedias de quienes la habitaron, lugar donde resue-
nan los ecos de su heterogénea historia, adentrarnos en la nueva
ciudad de la mercancía es darnos de bruces con una realidad
opuesta. Y es que una nueva entidad urbana ha surgido del
desmoronamiento de la ciudad histórica, formada por idénticas
áreas residenciales que se encadenan constituyendo el sistema
carcelario de conurbación que ordena y aprisiona el territorio
 LURDES MARTÍNEZ
e inmoviliza la vida que reside en su seno. Este nuevo modelo
de desarrollo urbanístico responde al proyecto totalitario del
poder de disolver la realidad, la conciencia y la memoria de la
vieja urbe e impedir que sus habitantes conserven el contacto
con todo aquello que pudiera testimoniar valores de otras épo-
cas e inspirar sus vidas. Una operación de saqueo que se ceba
especialmente con los centros históricos de las viejas ciudades,
destinada a despojar su esencia y sanear su profundidad abiga-
rrada y peligrosa para que, una vez dotados de un nuevo rostro
impecable, quede expedito el camino que conduce al consumo
sin trabas.
La nueva ciudad no sólo carece de capas sucesivas de acon-
tecimientos sedimentados a lo largo del tiempo que pudieran
influir en el ánimo de sus moradores; también está desprovista
de miradas adecuadas que la vivan, pues el capital humano con
que cuenta para la construcción de su devenir histórico son los
habitantes de esa utopía negativa, indiferentes –e impoten-
tes– ante la desaparición de la vieja urbe. Huyen de esta por-
que la imaginan, en su delirio aséptico, insalubre y abarrotada
de miasmas del pasado. Cobijados y guarecidos de los peligros
de la vida en sus coches y casas, aislados e inmovilizados ante
el teclado y la pantalla, ¿podemos confiar en que los aconteci-
mientos de su vida merezcan ser grabados en las piedras de la
ciudad? Si la ciudad es y debe ser un «proyecto humano como
terreno histórico», es difícil imaginar que en esta nueva ciudad
desvitalizada pueda ocurrir algo interesante.
A un espacio adocenado corresponde entonces una expe-
riencia anestesiada: el aire de la ciudad ya no nos hace libres.
La sociedad tecnológica que conecta desde el aislamiento ha
originado el desarraigo y la disgregación sociales o, más exacta-
mente, incita a una cohesión perversa que se sirve de la mercan-
cía como lazo común, pues no son las relaciones las que crean
calor social, sino las cosas a cuyo calor nos reunimos. Así, la ten-
70
ECOS DE LA EXPRIENCIA ARRUINADA
sión, el pálpito y la sensualidad de la vida social pierden fuerza y
con ella el riesgo del encuentro, el desafío de la mirada directa, el
roce del juego en la calle, la carnalidad del abrazo… La entrega,
la descarga de afectividad que modelaban la vida de antaño,
son arcaísmos que sólo conservan unos pocos (los viejos nos
los traen del pasado, la población inmigrante de otros lugares).
Son restos, ruinas del pasado y como tales generan desasosiego
y se viven como una amenaza. A veces estas ruinas de nuevo
cuño irrumpen en nuestra cotidianidad, asaltan nuestro pre-
sente y, como apariciones, nos sobresaltan con su presencia. No
hace mucho fui testigo de una escena que tuvo lugar en plena
calle, en la que una pareja de jóvenes que paseaba a un bebé
y a dos perros era abordada por un hombre anciano, acompa-
ñado también de su perro y que, deseando conversar, se dirigió
a ellos diciendo: «Qué felices debéis de estar, con un niño y dos
perros...». Ante esta cándida manifestación de calor humano, los
jóvenes huyeron despavoridos, sin contestar, como si hubieran
visto al fantasma, entrado en años, que toda ruina posee (he de
decir que la escena sucedió muy próxima a un lugar en ruinas).
Poco después de este hecho, leí en un periódico una noticia que
no pude dejar de poner en relación con lo descrito: el personal
médico y asistencial de cierto hospital madrileño se dejaba inva-
dir por un pavor similar, esta vez teñido de odio racial, cuando
un grupo de gitanos, ante la amarga noticia de que un familiar
había fallecido allí dentro, penetró violentamente en el centro
sanitario con la pretensión de sustraer el cadáver para velarlo
en el seno de su comunidad. En ambos casos se manifiesta la
reacción hostil ante la extrañeza que provocan –atrincherados
como estamos en la seguridad de nuestro aislamiento, confor-
tablemente cobijados– comportamientos que se consideran
ya anticuados. En el primer caso se trata de la repulsa a toda
comunicación si no está mediada y a todo contacto con el otro
y con lo desconocido, especialmente cuando puede contagiar
con su aliento envejecido. En el segundo, se hace evidente el
71
 LURDES MARTÍNEZ
brutal choque entre dos formas diferentes de enfrentar el des-
amparo más absoluto, esto es, la muerte: la eficacia aséptica de
la modernidad técnica, que ignora la muerte, porque también
rechaza la vida y encara aquélla como un paso más del protocolo
sanitario, donde todo debe inspirar normalidad y contención, y
el desgarro arcaico de una cultura que asume la muerte como
parte de la vida y la integra en un ritual de duelo.
Como estos restos intangibles del pasado, formas de vida ya
en desuso, también son escombros que deja a su paso el «viento
del progreso» aquellos lugares de la vieja ciudad acosada que
aún resisten milagrosamente la amenaza de la piqueta. Me
refiero a ciertas calles y rincones, tiendas o bares: restos del
campo de batalla de una destrucción infligida a sangre y fuego,
vestigios, diseminados aquí y allá, de un mundo que se empeña
en permanecer a toda costa.1 Son lugares que cuesta transitar
pues producen desconfianza y extrañeza o simplemente pasan
desapercibidos por su absoluta pobreza, pues no hablo de aque-
llos que han sido maquillados para el ocio o el reclamo turís-
tico, sino de ciertos agujeros negros que se hallan totalmente
en los márgenes pues no consienten cumplir norma alguna que
los incluya en el circuito productivo, espacios que son refugio
de una población apartada por las exigencias de la economía y
que remiten a otro tiempo y a otra vida. Unos y otros –estos
lugares, aquellas formas de convivir– en su inactualidad e
inutilidad revelan valores nuevos y se cargan de propiedades
insospechadas. Como lugares privilegiados que son de nuestra
memoria social y psíquica, la conmoción o choque que produce
su presencia en la vida actual nos enfrenta al sinsentido de un
1. Junto a los lugares de la vieja ciudad, todos los restos de una economía caduca:
campos cultivados en medio del paisaje postindustrial; fábricas abandonadas, anti-
guos almacenes y talleres ya en desuso (me refiero aquí a las construcciones del
antiguo paisaje industrial desechadas por el recambio económico, que se hallan en
estado de plena decadencia y que componen una poética de la desolación que tanto
nos inspira, y no a ese otro sentido de “arqueología industrial” que se asocia al
turismo y al maquillaje urbano); vestigios de naturaleza indómita, islas del tesoro en
el océano de la conurbación; anticuados objetos que han perdido su utilidad…
72
ECOS DE LA EXPRIENCIA ARRUINADA
presente embotado. A esta cualidad –que podríamos deno-
minar insurgente– se añade otra en el plano sensible e indi-
sociable de aquella, que es la de configurarse en microclimas
bajo cuya influencia es posible alcanzar un estado de ánimo que
predispone a la vivencia de la poesía –o al menos es así como
conmueven mi afectividad–. No es tanto que sean intrínseca-
mente poéticos –aunque a algunos nos parece que sí– cuanto
que poseen la facultad de transportar a una experiencia encar-
nada en el pálpito de ciertos estados de turbación que se produ-
cen en el transcurrir cotidiano, que alumbran la opacidad de la
vida en curso destemplando el orden dado y nos adentran en lo
desconocido ampliando la percepción de lo real.
A menudo me dejo asaltar (o me asaltan ellos, sin más) por
esos desechos de alta concentración vital: me dejo ir hacia esos
lugares en los que el tiempo se asoma –y en los que es difícil
evitar pensar que no se dieran las formas de vida de las que
hablo–, que poseen un aura del que carece lo “nuevo”,2 y que
si me atraen en la ciudad en que vivo, su canto de sirena se
eleva cuando visito otros lugares no tan habituales.
Paseando por el casco viejo de Palma de Mallorca fui a dar
con uno de esos establecimientos antiguos que utilizan como
reclamo de lo que se puede adquirir en su interior –en una
arcaica operación de magia– una reproducción, a mayor escala
y en la vía pública, del objeto en cuestión –cuando estos aún
conservaban su valor de uso. En este caso se trataba de una
óptica, cuya llamada publicitaria en el exterior, unos gran-
des anteojos, difícilmente se correspondía con lo expuesto en
el escaparate: una mezcla abigarrada e insólita de gafas y de
maquetas de aviones. A este hallazgo siguió, el mismo día o el
2. Un aura, es cierto, ya señalado por muchos. Personalmente los lugares, las
cosas anticuadas –o viejas, usadas– siempre me han generado ensoñaciones: me
pregunto por cuántas manos habrán pasado, qué gente los ha habitado y qué suce-
sos han transcurrido allí, hasta el punto de que en un tiempo me imponía que todo
lo que me rodeara –mis objetos personales, los de mi casa– fuera usado, sintiendo
un rechazo inexplicable hacia lo no manoseado.
73
 ECOS DE LA EXPRIENCIA ARRUINADA

posterior, el encuentro totalmente fortuito con un amigo muy

querido, también de visita en la ciudad. Tiempo después este
amigo envió a mi dirección unas fotografías tomadas en Palma
de Mallorca, ciudad que él frecuentaba entonces por razones
amorosas, de esa misma óptica y de otras tiendas similares.
Desde luego la coincidencia no hacía sino mostrar una sensi-
bilidad común, y no excepcional, hacia ese tipo de lugares y su
poética de lo inútil. Pero además, y eso me resultaba más suge-
rente, reafirmaba mi impresión sobre el poder de convocar que
aún reside en ellos y de ese estado visionario que se alcanza bajo
su influencia: en la calle del León, esta vez en Madrid y tam-
bién en el casco antiguo, el anuncio de una óptica anticuada nos
dirige a un escaparate ubicado en una de las paredes del portal
de una casa de vecinos (un hábito comercial bastante frecuente
antes y que ahora es residual), que exhibe ¡artilugios ortopédi-
cos para los pies! y un cártel en el mismo escaparate nos invita a
visitar una tienda de calzado situada a unos metros de distancia
cuyo sugerente nombre es El pie de oro.
En la misma calle del León, una de sus aceras condensa los
pasos de un vía crucis laico. La enigmática presencia de una
diosa Minerva diminuta y exquisitamente modelada –clon de
otra grandiosa que preside la ciudad desde la azotea del bello
edificio que alberga el Círculo de Bellas Artes–, encaramada
en el primer piso de una casa de viviendas, entre dos balco-
nes, extiende su halo de misterio por una calle que exhibe sus
restos: las siluetas de dos bustos femeninos donde se destaca
claramente el peinado, dibujados en el cristal de una amplia
.... gafas y maquetas de aviones...
ventana en el primer piso de un edificio situado al inicio o al
final de la calle, dependiendo de la dirección del paseo, son el
anuncio de una antigua peluquería que ya no está en funciona-
miento y cuyo acceso –es un misterio– no consigo adivinar;
más adelante, la fachada posterior de un cine, encajonada entre
dos edificios de viviendas, cuyas pequeñas dimensiones parece

75
 LURDES MARTÍNEZ

contradecir su nombre –Monumental Cinema– tiene indicada

la salida de urgencia, cerrada a cal y canto por una persiana, y
sobre ella, a una cierta distancia, se alza un mirador solitario al
que es imposible saber cómo acceder; varios establecimientos
de venta de pescado ya cerrados –extraña concentración en
una calle de escasa longitud– conservan sus rótulos y traen el
exótico olor del mar a una ciudad continental. Uno de ellos se
anuncia con su antiguo nombre, “Pescadería Los Ferreros”, a
pesar de que en su interior se haya instalado hoy una tienda de
zapatos de baile.
Lugares condensados, condensación de lugares. Paseo
por Lisboa y percibo que su atmósfera está formada por la
concentración de los efluvios de estos lugares que transmiten
la sensación de que allí se vive fuera del tiempo o, mejor, en
un tiempo distinto.3 Una cualidad que se hace explícita en la
película de Alain Tanner titulada En la ciudad blanca y que
transcurre en Lisboa. En el bar de la pensión donde se hospeda
el protagonista (un marino que decide abandonarse a los desig-
nios de la ciudad), un reloj marca la hora al revés, siguiendo sus
agujas los números de la esfera dispuestos en dirección contra-
ria. Entre desconcertado y divertido, le comenta a la empleada
del hostal tal circunstancia, a lo que ella responde que el reloj
funciona correctamente y que es el mundo el que marcha al
revés. Es eso precisamente lo que experimento al caminar por
Lisboa, que allí se vive el tiempo real y que fuera de ella está el
tiempo del simulacro.
En la última visita a la ciudad, atraídos por lo que parecían
dos columnas art decó que flanqueaban la entrada a un lugar un
El pie de oro
tanto desastrado y desangelado situado a espaldas de una de las
3. No sólo Lisboa, sino todo Portugal, especialmente antes de la uniformiza-
ción de la Unión Europea, como advertimos en el libro de Miguel Pérez Corrales,
Disparos del Archibrazo, una inmersión en la ruina local y vital de este país, que
reúne una selección de ”fotografías realizadas por el autor a lo largo de diecisiete
años de espaciadas deambulaciones solitarias por la tierra portuguesa... trazando el
mapa de belleza afirmativa de un país simultáneamente masacrado por la barbarie
del Progreso contemporáneo”. Ediciones Insoladas, Islas Canarias, 2004.

76
 LURDES MARTÍNEZ
grandes avenidas de la ciudad, descubrimos de forma azarosa
lo que queda del Parque Mayer, antiguo lugar de ocio conocido
como el Broadway lisboeta y por donde pasaba la vida cultural
y nocturna de la ciudad. En la actualidad continúa funcionando
un teatro de variedades y un par de restaurantes, pero el lugar
es un descampado en el que se mantienen todavía en pie y en
un estado avanzado de abandono los edificios que formaban
el complejo y que albergaban cines, teatros y otros locales de
entretenimiento. Perdida su utilidad, una visita nocturna lo
convirtió en uno de esos lugares en los extremos, donde experi-
menté el tiempo lleno de tiempo de los sueños o del enamora-
miento.
¿Por qué esa peculiar percepción del tiempo en Lisboa?
Hay allí todavía una gran densidad de lugares que conservan
las huellas que deja el tiempo en las cosas. Se advierte que la
obsesión por el recambio constante de lo viejo no es omnipre-
sente y que persiste una complacencia, un gusto por las cosas
gastadas, pulidas muchas veces, que tienen un fulgor muy
distinto al brillo impúdico de las cosas nuevas. Los lugares y
locales más dispares muestran el mobiliario y la decoración de
cuando fueron inaugurados y las áreas nuevas de la ciudad son
todavía islas en el océano de lo vivido. Lo que pudiera parecer
una apreciación esteticista se desvanece, pues bajo esta capa
de vejez abrillantada aparece una sensibilidad social vertebrada
por lo común.4 Una vida no obstante llamada a desaparecer. Si
el incendio “fortuito” del Chiado lisboeta dio paso a la moder-
nización del consumo, el proyecto de renovación del Parque
Mayer proyectado por el arquitecto Frank Gehry, se presenta
como emblema de la modernidad cultural: el nuevo espacio (de
4. Una disposición con consecuencias inmediatas en la vida real, como fue el
hecho de que durante la ola de calor que asoló Europa durante el verano de 2003,
en algunas de las ciudades europeas que aún mantienen el mismo calor social que
Lisboa, y en la misma Lisboa, muchas personas, sobre todo ancianos, fueron salva-
das de una muerte inevitable por la solidaridad que mostraron sus vecinos, algo que
no sucedió en otras ciudades de latitudes más norteñas.
78
ECOS DE LA EXPRIENCIA ARRUINADA
50.000 metros cuadrados) estará dedicado en su mayor parte
a equipamientos culturales (teatros, estudios para la formación
de actores) y el resto lo ocuparán comercios, servicios, viviendas
y un gigantesco estacionamiento subterráneo.
Ese tiempo vivido en Lisboa reapareció poco después en
Madrid, no muy lejos de la calle del León, en un hostal llamado
Lisboa que encuentro en un paseo por el centro de la ciudad y
en cuyo vestíbulo me adentro. Tiene la atmósfera de los luga-
res de la ciudad portuguesa y el largo pasillo que comunica la
puerta de entrada con la recepción, se me antoja un pasadizo
que comunicara con Lisboa. Detrás del mostrador de la recep-
ción un reloj marca la hora a la que quizá unos amantes hayan
fijado un encuentro amoroso.
Tiempo lleno de tiempo, tiempo marcado por relojes de
lugares vividos. En la ciudad francesa de Perìgueux, en un
barrio de la periferia, entramos una mañana de un día de dia-
rio a resguardarnos de la lluvia en un bar a medio llenar de lo
que parecían ser clientes habituales. Al entrar sentimos una
cierta desconfianza que quizá indicaba que aquel lugar no era
frecuentado habitualmente por extraños, pero esta sensación
pronto se disipó ante el trato amable de las personas que aten-
dían la barra, antiguos rockers que conservaban la estética de su
juventud en vestidos y peinados. El bar estaba ubicado en una
zona económicamente deprimida, probablemente afectada por
alguna de las reconversiones industriales tan frecuentes en las
últimas décadas, lo que tal vez explicaba que una buena parte
de los parroquianos pareciesen desempleados. Fuera esto cierto
o no, lo que sí se advertía era una atmósfera templada por el
vigor de unos lazos sociales que no eran los de la inconsistencia
de la vida actual. La sensación de tiempo suspendido aparecía
de nuevo. Nos llama la atención la decoración de las paredes del
local: estaban llenas, en un horror vacui, por una multitud de
relojes de los años 50 y 60.
Un nuevo encuentro con esa experiencia arruinada ocu-
rrió con ocasión de la visita a una exposición de fotografías de
79
 LURDES MARTÍNEZ
Joan Colom en la que se mostraban imágenes tomadas en el
barrio chino de Barcelona, o barrio del Raval, durante los años
50. Otra vez las imágenes me encaraban con una vida todavía
encantada, cuyo desenvolvimiento testimoniaba una concien-
cia y una sensibilidad modeladas por lo común. El mismo Joan
Colom afirmaba que era en el Raval el único lugar donde aún
encontraba al ser humano, y se dejaba seducir por una vida
tejida con el diálogo, la reciprocidad y el humor, que tenía lugar
en ese teatro social cuyo escenario era la calle. Tanto las foto-
grafías como la filmación que Colom robó en el barrio chino,
que también pude ver en la exposición, mostraban calles rebo-
santes de gente: mujeres tendiendo ropa, jóvenes charlando
-paseando, en las verbenas, en plena ceremonia del cortejo o
del desamor-, ancianos reunidos al calor de un banco callejero,
niños jugando…Todas ellas documentos de una vida ya pericli-
tada, pero plena. No desearía caer aquí en la exaltación acrítica
de una vida cruda por extrema. Hablo de experiencia integral,
de una vida forjada por las relaciones humanas, pero sé que
estas no eran únicamente de igualdad. No olvido que la pobreza
y el dolor engendran abatimiento y mezquindad, también vio-
lencia y explotación del ser humano.5 Tampoco es mi intención
reclamarme de manera folklórica de una tradición tantas veces
castrante. Pero lo que sí quiero resaltar es que aquella vida
–la que intuimos en las fotografías o imaginamos al entrar en
espacios construidos con sus historias– se mostraba en su ple-
nitud, y aquí caben la angustia y la desesperación pero también
los enigmas y maravillas que toda vida encierra, a pesar de las
carencias materiales. Ahora la abundancia del consumo se ha
asentado –entiéndase, en el primer mundo– pero la vida nos
quiere ser arrebatada. Y frente a la experiencia total, la socie-
dad de mercado nos incita a una vida adormecida y sin riesgos
5. No obvio el contexto social en que fueron tomadas las imágenes de Colom, que
era el de la pobreza y la humillación de la España de posguerra, ni que muchas de
las fotografías de la exposición retrataban el submundo de la prostitución.
80
ECOS DE LA EXPRIENCIA ARRUINADA
donde se silencian los extremos vitales y se nivelan en el confort
de una existencia fácil y protegida.
Si estas imágenes adquieren la cualidad de ruinas es porque
ilustran unas formas de vida desmoronadas y son símbolo de una
devastación: se refieren a una existencia pervertida por la diná-
mica de la sociedad de consumo, que ha conseguido corromper
las antiguas relaciones entre las personas tornándolas en sim-
ples relaciones entre cosas. De ahí que aquellos contactos exu-
berantes entre hombres y mujeres sean ahora un estorbo para
las formas de vida del capital, que se inspiran en el desarraigo y
el aislamiento. Se trata de desculturizar en las antiguas formas
de existir y reculturizar en los nuevos preceptos con el fin de
que la mercancía no encuentre impedimentos para colarse en
todos los rincones. Aquella vida y sus manifestaciones pasan
entonces a formar parte de una «arqueología de las costum-
bres» –que ahora se exhibe en museos y galerías de arte–, una
nueva rama de esta ciencia inaugurada por la devastación del
capital. Si el pasado se ha hecho trizas, las fotografías semejan
fragmentos que necesitaran de nuestra empatía imaginativa
para completar y reconstruir ese pasado remoto, con el mismo
esfuerzo que empleamos ante unas ruinas celtas o griegas...
Entre aquel pasado y nuestro presente se abre un abismo tal
que lo que parecía cercano y habitual –modales, expresiones y
gestos que vimos de pequeños o nuestros viejos nos han rela-
tado– hoy causa una aguda extrañeza y rechazo, por su distan-
cia y anacronía.6
6. Esa vida anticuada de la que insisto en hablar y que reflejan las imágenes de
Joan Colom, era además la del proletariado, una clase social cuyo modo de vida
ha sido visto por algunos –intelectuales y artistas revolucionarios– a través del
prisma de la utopía .Y el reflejo que ese prisma devolvía era una vida liberadora en
sí misma –por la verdad que contenía–, germinada por la semilla de la revolución y
llamada a desempeñar un papel esperanzador en los procesos de transformación de
la sociedad. Desearía matizar que personalmente no comparto esta visión idealista,
cargada de tintes románticos, de las bondades de la vida popular. Reivindico lo que
se ha perdido en el camino de un progreso que abandona en la cuneta la veracidad
de las cosas, pero la verdadera vida ha estado y está por construirse. No obstante,
partiendo de estas consideraciones, ¿sería una osadía sugerir que las imágenes que
81
 LURDES MARTÍNEZ
Y si es cierto que estas formas de vida y las imágenes que
las documentan han quedado anticuadas y arrinconadas por
las exigencias de la economía y su modernización tecnológica,
también lo es que –y precisamente por ello–se recargan de una
cualidad reveladora, pues bajo su luz la pseudo-vida que nos
ha tocado soportar adquiere un perfil grotesco y un contenido
insustancial. Su propia inactualidad e inutilidad las convierten
en islas de un archipiélago que se eleva sobre la mediocridad
de una existencia carente de relieve y se ancla en la profundi-
dad de su memoria. Pero además, esa vida documentada en las
imágenes de Colom, inspiró una disposición particular en mi
espíritu capaz de consentir, en palabras de Christian Ferrer, «el
cruce a otros tiempos», de convertirse en «conejera que conduce
a pliegues de la imaginación».
Visité la exposición de fotografía en varias ocasiones expe-
rimentando siempre una difusa sensación respecto al tiempo
-un tiempo evidentemente marcado por la potencia visual de
las imágenes-, impresión que se hacía más intensa al entrar en
la sala oscura y silenciosa donde se proyectaba la película que
Colom rodó en el barrio chino de Barcelona, –barrio al que, he
de decir, me une una especial relación afectiva–. En una de las
visitas (que hice después de haber leído las tesis de la historia
de Walter Benjamin sobre su particular concepción del tiempo
y del pasado) pude ver algo en lo que no había reparado antes:
un gran reloj de época que presidía el vestíbulo de la sala de
exposiciones y que estaba parado en las siete menos cuarto: la
hora de despertarse, que ahora se convertía en la del desper-
tar de Benjamin, la hora de la toma de conciencia. Pues para
Benjamin hay una parte del pasado que irrumpe, asaltando el
presente y que se hace presente mediante el recuerdo. Es la
parte inédita o desconocida del pasado, esto es, la de los some-
nos ocupan son ruinas por partida doble, pues narran una doble derrota? En los
documentos de Joan Colom el cataclismo de un proyecto revolucionario de vida
aplastado por la guerra civil y el franquismo, constituye un hecho consumado.
82
ECOS DE LA EXPRIENCIA ARRUINADA
tidos y los humillados, aquellos que perdieron en favor de los
vencedores de la historia. Estos, que han sido los protagonistas
del gran relato histórico, forjado y utilizado por ellos para trans-
mitir su historia y su cultura –producto de sus rapiñas– han
silenciado la historia de los vencidos. Es entonces, y siguiendo
a Benjamin, mediante el recuerdo y la memoria, que partici-
pamos y tomamos conciencia del sufrimiento de esas víctimas,
y que esa parte oculta del pasado, que pugna por hacer valer
sus derechos, practica una suerte de revancha contra un pre-
sente cuya ideología «refuerza los intereses de los vencedores de
hoy y facilita la reproducción de los males de ayer», rescatando
así su humillación de aquel pasado oculto. ¿No muestran las
fotografías de Colom una historia acallada de desheredados y
desposeídos? En una suerte de iluminación, la visión del reloj
me hacía consciente de que el recuerdo de un pasado doliente
al que me enfrentaban las imágenes (siempre inacabado, cons-
tantemente abierto), que ahora reclamaba su lugar, se realizaba
en el presente y pasaba a la historia.
¿Y no son esas ruinas locales y vitales una venganza
que se toma el pasado sobre un presente que nos repugna?
Desafiantes, nos imponen el recuerdo mediante su presencia y
resisten gallardas a este tiempo que prolonga la dominación de
ayer. Frente a un mundo que exalta la pureza de la mercancía,
la constante regeneración de cuerpos y objetos en el mercado,
la fugacidad del presente y la amnesia perpetua, estas ruinas
exhiben con valentía la riqueza del pasado vivido, el pecado de
su caída en desuso, un despojamiento indigente y la abigarrada
comunidad que concurre en torno suyo. Desde su profundidad
resuena el eco de una historia que se quiere acallar. Preservan
del olvido e incitan a la ensoñación, por ello son proscritas de
una civilización que silencia la memoria que habla a través de
ellas y se afana en aquietar las convulsiones de una imagina-
ción no diseñada por ella misma. Se diría que esas ruinas son
los mojones de un pasado siempre por construir, una especie
83
 LURDES MARTÍNEZ
de proyectos inacabados que claman por su realización en otro
tiempo (Bertold Brecht), pero cuya reconstrucción no debe reali-
zarse de una manera arqueológica sino en función de un cambio
del presente (Walter Benjamin), forjando así una «arqueología
del porvenir». No hay pues melancolía en este proyecto, sino
una reactualización constante del pasado, una revisitación con-
tinua del mismo que lo hace presente.
Es quizá a partir de estos puntos neurálgicos –espacios de
iluminaciones profanas– que se pueda construir un imaginario
insurgente. Son reductos de una vida real, de una experiencia
apegada a lo inmediato opuesta a la fantasmagoría de la socie-
dad capitalista e inspiradora de la experiencia poética. Porque
es de lo que se mancha con nuestra carne y nuestra sangre desde
donde hay que partir para experimentar la poesía, poniendo en
práctica lo que hemos llamado en otro lugar materialismo poé-
tico. No digo que lo poético deba o pueda únicamente forjarse
bajo el influjo de esas ruinas del pasado constantemente actuali-
zadas, pues a pesar del acondicionamiento constante e implaca-
ble al que se nos somete, estamos ya impregnando con nuestra
afectividad –ingobernable, asombrada y apasionante– y nues-
tros acontecimientos vitales todo el espacio y tiempo presentes.
Reclamo únicamente esa propiedad mediúmnica presente en
dichos lugares o formas de vida, espacios privilegiados desde los
que hacer presente una vivencia de lo real y por ello, de la poe-
sía por otros medios.
84
EL LENGUAJE VELADO
Javier Gálvez
I
La poesía por otros medios: la poesía ya no sólo debe ser hecha
por todos, sino que cualquier medio para experimentarla puede
ser válido. Y la importancia radica precisamente en eso: en la
experiencia de la poesía, y no en su expresión (verbal o visual),
que en este caso limitaría su valor a dar testimonio de un hecho
concreto.1 La habilidad del poeta escritor habría perdido su
insolente superioridad. Hablar de la poesía como experiencia,
significa hablar de la poesía en lo cotidiano, liberarla del capa-
razón pulcro en el que vive como una sonámbula. La poesía
es un lujo al alcance de todos. Y aquí entra en juego el pensa-
miento analógico o simbólico, que a modo de cedazo del pensa-
miento permite desplazarnos por el discurrir diario cribando los
aspectos miserables y miserabilistas de la vida cotidiana, para
alumbrar los espejos subversivos de una mirada devuelta a su
insaciable apetito de ver.
Podríamos hablar en este sentido de una física de la poe-
sía, de una experiencia material y sensual de la poesía, pues al
perder parte de su carácter abstracto e intelectual, adquiere de
súbito las cualidades de la materia, de cualquier materia: puede
ser rugosa como la corteza de algunos árboles, ácida como un
1. Lautréamont lo formuló de este modo: Todos harán la poesía (La poésie sera
faite par tous). Habría sido necesario que alguien proclamase, además: Todos vivirán
la experiencia. Bernard Nöel, prefacio a Georges Bataillle: Lo Arcangélico y otros
poemas, Madrid, Visor, 1982. Traducción de Pilar Ruiz Va.
 JAVIER GÁLVEZ
sorbo apresurado de zumo de limón, rojiza como la estela del sol
sobre el mar en un atardecer cualquiera...
Pero esta poesía por otros medios no es un medio estético o
un método de contemplación. La poesía ya no ritmará la acción,
irá por delante. Artaud lo expresa de otro modo: «Si nuestra
vida carece de azufre, es decir, de una magia constante, es por-
que preferimos contemplar nuestros propios actos y perdernos
en consideraciones acerca de las formas imaginadas de esos
actos, y no que ellos nos impulsen» (los subrayados son míos).
La poesía, por tanto, implica un movimiento en acto, un com-
promiso político en la dirección de subvertir un orden y estado
de cosas que hacen del hombre un homúnculo convencido de su
servidumbre.
Hay un elemento fundamental que diferencia esta experien-
cia de la poesía de cualquier convención poética: no tiene preten-
siones, las jerarquías estéticas o artísticas han quedado abolidas,
y por encima de cualquier prestigio social artificialmente consti-
tuido, lo que fluye es una excitación desapegada de toda rutina.
Bien puede ser el encuentro con una persona , con un objeto,
con un elemento cotidiano y concreto el que provoca esa excita-
ción interior que nos apremia a seguir buscando y uniendo cabos
para, finalmente, desenlazar lo que de manera oscura sólo había-
mos presentido. Aquí no hay nada de raro ni de elucubración
metafísica o mística, sólo lo real maravilloso que puede palparse,
olerse, oírse y verse a plena oscuridad en la luz amarga por la que
cotidianamente deambulamos orgullosos, negándonos a aceptar
que la vida se renueve cada veinticuatro horas.
II
El pez sólo se salva en el relámpago
(César Dávila Andrade)
Todo lenguaje -y voy a referirme en exclusiva al lenguaje
escrito- expresado fuera de sus límites institucionalizados (el
86
EL LENGUAJE VELADO
libro, por ejemplo), se compone fundamentalmente de un vigo-
roso elemento subversivo, que implica, además y en determina-
das circunstancias, una relativa dosis de riesgo en su aplicación
práctica –me refiero a las pintadas callejeras–. Dejando al
margen una taxonomía poco eficaz e innecesaria, y es claro que
esta forma universal y primigenia de comunicación sirve tanto
a los reaccionarios como a los revolucionarios (y a toda clase
de estúpidos), hay un tipo de pintadas-frases muy particular:
aquél que se caracteriza no por su deseo (al menos manifiesto)
de incitar a la revuelta contra, sino aquél que pretende socavar
nuestra mirada, no para dejarnos ciegos, sino para dejar lustrosa
nuestra retina.
*
Son aquellas frases que involuntariamente nos sorprenden
sin ánimo de lucro, a diferencia de los innumerables letreros
comerciales, señuelos a veces exquisitos, otras veces incluso sor-
prendentes, que nos persiguen a diario con inagotable avidez
(para combatir semejante logorrea nada mejor que hacerlo a la
manera en que lo propone Jose Manuel Rojo en su excelente
artículo Tal es la poesía esta mañana, aparecido en el número
seis de la revista Salamandra).
*
Poco importa que estas frases sean originales o no de la mano
que las plasma, es indiferente que declaren su anonimato o lle-
ven alguna rúbrica (por lo general, tan anónima como la falta de
firma en las primeras). La comunicación, una vez superado el
nivel mínimo de comprensión de las palabras usadas, alcanza su
estrato más profundo, que no es otro que el que se alcanza por
medio del asombro por el asombro, aquél que nos sitúa en el
límite de nosotros mismos, que nos hace dudar de nuestra propia
credibilidad. Más allá de algunos muros está nada o está todo.
*
87
 JAVIER GÁLVEZ

Resulta conmovedor que en la era de las telecomunicaciones y

la inmediatez telemática haya personas capaces de comunicarse
–¡y de qué forma tan apasionada!– escribiéndose, a plena luz,
sobre los muros que limitan una calle cualquiera. Por ejemplo,
en la calle Miguel Servet, en Madrid, fui testigo (y segura-
mente, no el único) de una insólita e inédita historia de amor.
Primero apareció escrita la siguiente frase: «Joel, te quiero»,
escrito en grandes letras rojas. A los pocos días hubo respuesta;
en el mismo muro, justo al lado de la primera declaración estaba
escrito: «Bianca, yo te amo», también con imponentes letras
rojas, como si la potencia acústica de estos ecos silenciosos estu-
viera en función del tamaño de la letra.
Estas frases fueron borradas por los servicios de limpieza.
Pero pasados unos meses, los amantes de la calle Miguel Servet
reaparecieron, y con la sangre purificada; esta vez el color de la
declaración ya no era rojo, sino verde: «Joel te sigo queriendo»
¿Será preciso recordar que Miguel Servet fue quemado en la
...una insólita e inédita historia de amor...
hoguera por hereje; que fue él quien descubrió el papel funda-
mental que desempeña la circulación pulmonar en la purifica-
ción de la sangre?

*
Estas frases, en muchos casos extrañas, siempre fulgurantes,
condenadas a desaparecer más tarde o temprano de las superfi-
cies en que figuran, sólo se salvan en su inmediatez y en su inuti-
lidad, fundamento, éste último, de la poesía y lo maravilloso. Si
la palabra, de algún modo, es uno de los principios del hombre,
esta poesía por otros modos, este lenguaje, no ya desprendido
de su función básica de comunicación, sino enfrentado resuel-
tamente al lenguaje avasallador que sustenta al capitalismo,
nos pone en contacto directo con el lenguaje vivo de los mitos,
lenguaje que tiende a relacionar todos los seres y todas las cosas
del mundo, no para adornarlo o mistificarlo, sino para desentra-
ñarlo. Este lenguaje proteico y escurridizo nos está invitando a

88
 EL LENGUAJE VELADO

saltar del otro lado del muro de la realidad para poder completar
nuestra visión y comprensión del mundo.

III
Desde hace ya bastantes años he ejercido la sencilla y gratuita
actividad del paseo, siempre con la certeza de dejarme extraviar.
En varios de estos paseos me he topado con la presencia enig-
mática de algunos comercios (en desuso o cerrados, o en plena
actividad) cuyos letreros que les dan nombre han sufrido la pér-
dida de alguna de sus letras, provocando a su vez una pérdida
de referencia o de identidad de ese mismo establecimiento.
Si una de las funciones utilitarias del lenguaje es la de iden-
tificar un objeto, hacerlo inteligible, en este caso asistimos a un
inconsciente y azaroso uso subversivo. El lenguaje de la servi-
dumbre con el que opera la publicidad, lenguaje que es cons-
tantemente sometido a una reducción de palabras y sentido,
que impide el libre movimiento del pensamiento, lenguaje a la
medida del hombre reducido a un simple consumidor de obje-
tos, ha encontrado en sí mismo un cansancio tan agotador que
parece estimular su propio y lento derrumbe.
Y de nuevo ante nosotros el lenguaje como juego, de la
nueva posibilidad de llevar a cabo «experimentos mágicos con
las palabras». Todo empieza con un balbuceo, un querer decir:
ausencia de significado y presencia rotunda de un significante
que resplandece a semejanza de una víctima ofrecida en sacrifi-
cio. Estas palabras desarticuladas han perdido su referente, han
quedado a la intemperie del sentido obligando a quien las per-
cibe a reinventarlas. No cabe la menor duda: «los misterios de
...y conocerás... la formación de las palabras, que nunca imaginé, estaban ahora
desnudos ante mí».
He aquí una dialéctica o alquimia del lenguaje cuya reso-
lución constituye uno de los secretos del pensamiento poético:
Anz es la expresión encarnada de la angustia; el camino men-
tal que hay que recorrer desde la n hasta la z es de la misma

91
 EL LENGUAJE VELADO

índole que el que debe recorrer el trapecista de un trapecio al

otro: es ese mínimo instante de tensión el que atraviesa raudo
el movimiento de la poesía. Momento de pérdida si el balbuceo
se ahoga en sí mismo, o revelación de un peldaño más de la
escalera de lo posible.
Ese posible puede estar propiciado por el exraño entretejido
de lenguas diferentes: as na as es la transcripción fonética de
la expresión en lengua checa de “y conocerás”: ¿advertencia
o invitación? Si damos vuelta al espejo –azogue promisorio o
disolvente fatídico– leemos samsa: el absurdo cotidiano nos
abre un resquicio por donde perdernos en un vértigo cuyo final
no deja de sernos inescrutable.
Estos letreros que han tenido la bondad de ser un reclamo
de los objetos de consumo han devenido en víctimas propicia-
torias de un reencantamiento de la ciudad: su automutilación
no es en vano, introduce el tiempo de la espera. Y de nuevo el
movimiento dialéctico acentúa su persistencia. En ese intervalo
se pone en juego la posibilidad de una certidumbre: ¿estaremos
asistiendo al pronunciamiento de un oráculo?, ¿sería posible,
aunque temerariamente, intuir el final de la mercancía como
símbolo de afirmación del ser humano tal como es entendido en
la sociedad del beneficio personal o corporativo?, ¿podríamos
afirmar, con Maurice Blanchot, que «todo lo que decimos no
tiende sino a ocultar la única afirmación: que todo debe des-
aparecer...»?

...la expresión encarnada de la angustia...

93
LÍMITES DE LO POÉTICO
Antonío Ramírez

Si una verdadera vivencia de la realidad, en lo que conlleva

tanto de pertenencia como de transformación, es una de las
metas que fundamenta el surrealismo, buena parte de este
proceso de profundización se realiza a través del hilo que nos
conecta directamente con el mundo y sus fenómenos: la poesía.
No obstante, el surrealismo nunca ha ofrecido recetas infalibles
en las que apoyarse teóricamente ni métodos prácticos definiti-
vos con los que acceder a lo poético, por tanto, la poesía es para
el surrealista un territorio siempre virgen que habrá de ir descu-
briendo a base de experimentarlo como algo vivo y cambiante.
La pasividad propia de la contemplación de la obra de arte, por
mucho que se suela ubicar lo poético en ciertos poemas y obras
artísticas, no serán sino, en el mejor de los casos, los impulsores
de un estado de espíritu abierto a encontrar lo verdaderamente
poético en la propia vida. No obstante, muchas van a ser las difi-
cultades a la hora de experimentar la poesía, sobre todo debido
a las trabas que iremos encontrando en una vida inmersa en un
estado generalizado de alienación. Así, nosotros mismos repre-
sentaremos nuestro principal problema, como agentes de un
sistema sutilmente totalitario que ha logrado que le hagamos el
trabajo sucio escindiéndonos, casi de forma voluntaria, del pen-
samiento poético en favor de la hegemonía de un pensamiento
al servicio de un racionalismo reduccionista y estéril.
 ANTONIO RAMÍREZ
La cuestión, evidentemente, no es ignorar la vida cotidiana
tal y como es, ni dejarla de lado a cambio de un refugio mental
anclado en el idealismo o las meras fantasías de que la vida irá
por sí misma hacia algo mejor. Por supuesto, no se trata tam-
poco de ser “realistas”, tal y como suelen vendernos los ideólo-
gos pragmáticos con una actitud que no es más que resignación.
Si la poesía, según la entiende el surrealismo, surge básica-
mente de la ruptura activa con ciertos modos de ser o entender
el mundo, de la radical negación de a una situación alienante o
de dominación, nunca se presentaría en una existencia al mar-
gen de los vaivenes de la vida y protegida tanto de sus terrores
como de sus placeres. Siendo la experiencia poética el proceso
que lleva a la auto-cosciencia de la libertad, que es núcleo de
todo ser humano y que se manifiesta no ya como proyecto o
deseo sino realizándose, solo tendrá lugar en una realidad vivida
con todos sus riesgos. Por ello, nuestra relación con la experien-
cia poética difícilmente será lineal e inmediata, ya que siempre
estará ligada estrechamente a las circunstancias de nuestra pro-
pia existencia y sobre todo en la medida que logremos negar
aquello que pone trabas a su manifestación. Es evidente que
en estas condiciones nada debe ser supuesto a priori para el
surrealista, como si la poesía actuara dentro del previsible
mecanismo de causa/efecto manejado por la ciencia. De nada
sirve hacer previsiones en una búsqueda donde sólo cuenta la
devoradora necesidad de intervenir radicalmente en la realidad,
siempre a la espera de encontrar el rastro de lo poético. Sólo de
esta manera y en la medida en que avancemos en ese proceso,
nos introduciremos en ciertos estados de felicidad y exaltación
inseparables de toda experiencia poética que nos servirán como
avisos del camino que debemos seguir. Pero lógicamente habla-
mos de una felicidad salvaje que nada tiene de equiparable a la
felicidad burguesa basada en las burdas comodidades del bien-
estar. Nos referimos a un estado del espíritu que se alimenta
permanentemente del riesgo y el descubrimiento, de la expec-
96
LÍMITES DE LO POÉTICO
tante profundización en esa libertad que se intuye en el núcleo
de lo poético.
Pese a la alienación que nos envuelve, una fuerte intuición
puede decirnos que todo está por saber, sentir y realizar, pero
lo cierto es que solemos vivir la vida de otra manera, como algo
cerrado y siempre mediatizado. Por ello, la poesía no es una
experiencia alegre en sí misma, no al menos en el sentido ino-
cuo que se le suele dar a estos conceptos en nuestra sociedad,
sino que normalmente resulta traumática y perturbadora. Con
su llegad,a un abismo se abre ante nosotros allí donde antes
solo había ideas y actitudes preconcebidas que nos mantenían
dormidos, un abismo que momentáneamente se llena de una
vida desconocida que exige prevalecer mediante la acción y el
riesgo, hacerse permanente a través de la intervención en las
condiciones concretas que niegan una libertad que ahora sabe-
mos quiere emerger. Así pues, la poesía nos planta en la cara la
consciencia de nuestra libertad intrínseca al hecho de existir, y
a la vez nos hace ver cuanto la acallamos, cuanto nos amolda-
mos a las circunstancias que nos invitan a ignorarla. Por lo cual,
nada más lejano del acomodo o la tranquilidad que las emocio-
nes que surgen de la experiencia poética. Es algo más cercano
a la nerviosa emoción del que va a viajar a sitios lejanos o des-
conocidos y sabe que tiene que dejar atrás todo su equipaje, es
un dejarse llevar hacia el riesgo, hacia lo desconocido por vivir y
experimentar. Sin condiciones ni excusas.
Por lo demás, es un hecho que este estado de libertad al
que aspira el surrealista solo puede ser intermitente, perma-
nentemente incompleto e insatisfactorio. Sería mentira afirmar
que las intensas y fulminantes vivencias poéticas sean el pan de
cada día para el surrealista... de hecho su vida será una cons-
tante dialéctica entre estos esporádicos (aunque infinitamente
significativos) momentos cumbre y la dolorosa ausencia de todo
rastro de poesía. Así, a cada paso conquistado suele sucederle un
recrudecimiento de las condiciones que niegan lo poético, como
97
 ANTONIO RAMÍREZ
si el sistema siempre encontrara la forma de cerrar los resquicios
que vamos abriendo a través de sus complejas construcciones.
Es por ello que, en el caso de que logremos adentrarnos en lo
poético, no podremos evitar el experimentarlo como la muestra
de una realidad provisionalmente liberada donde todo parece
tener otra significación, pero fatalmente temporal. Una de las
consecuencias de esto puede ser que dotemos a esta experiencia
de un sentido que podríamos definir como mítico, poderosa-
mente simbólico, pero que no conseguimos integrar debida-
mente en nuestra vida normal con el fin de transformarla. Con
ello se termina convirtiendo en un emblema de lo extraordinario,
casi en un sentido mágico, frente a una vida corriente que parece
perder substancia al lado de estos momentos portentosos.
Con cada experiencia poética podemos tener la sensación de
haber cruzado unos límites, pero hay que decir que estos lími-
tes no existen como tales de una forma concreta y permanente.
Este territorio nuevo que se abre ante nosotros va unido indi-
visiblemente a los acontecimientos en que nos involucramos y
siempre será consecuencia de una serie de acciones, incluyendo
los hechos que incumben a los estratos más intangibles de
nuestra vida como puedan ser la imaginación o el sueño y que
el surrealismo ha definido como plenamente reales. Es decir,
nosotros mismos portaremos de alguna manera esos límites,
forzándolos con nuestras vivencias o fortificándolos con nuestra
inmovilidad.
Por lo demás, una vez se cruza de vuelta esta frontera, vol-
viendo una vez más a lo rutinario y conocido, puede instalarse
una intensa nostalgia de lo poético en aquel que ha querido y
sabido encontrar alguna vez su rastro. Esta nostalgia puede lle-
var a renovar el empeño de encontrar este rastro por todos los
medios o, por el contrario, hacer caer en meros simulacros que
se toman por la vía del fraude a los demás y a nosotros mismos.
De esta manera no es extraño terminar confundiendo este sen-
timiento de añoranza y vaciedad con la propia vivencia poética,
98
LÍMITES DE LO POÉTICO
cayendo en un romanticismo de la tristeza que confundimos
con un sentimiento de profundidad frente a la existencia, como
si la mera consciencia de un vacío fuera suficiente para llenarlo.
Pero si la poesía es inseparable de la experiencia y la acción, no
puede ser sustituida por un lamento frente a las circunstancias
que la niegan. Si no nos movemos en contra de estas circuns-
tancias estaremos simplemente alejándonos cada vez más de
su realización.
Si bien el surrealismo ha puesto su empeño en dotar las expe-
riencias poéticas de una realidad palpable, eso no impide que
a fuerza de vivirlas como algo extraordinario, algunos puedan
terminar confundiéndolas con algo casi sobrenatural, es decir,
como un fenómeno que se rige por leyes que no son naturales o
enteramente de este mundo. Si caemos en esa percepción erró-
nea, la noción de que la poesía es forzada por nosotros mismos
se puede terminar perdiendo para establecerse la sensación de
que se nos “dona” de forma gratuita, casi como una especie
de milagro que poco tiene que ver con nuestras acciones. De
esta manera, el mecanismo por el que surge la poesía termina
resultando demasiado ajeno a lo humano. Es verdad que pode-
mos tener la sensación de que dependiera de multitud de facto-
res incontrolables, entre los que normalmente identificaremos
el azar (fenómeno al que hemos terminado por rendir cierto
culto), pero en nuestra mano está forzar el aspecto más obje-
tivo del azar, aquel que tiene relación con nuestros deseos y lo
resortes de lo real que con ellos ponemos en funcionamiento.
De otra manera se establecería una separación con la realidad
de lo poético y los caminos que nos llevan a él, y aquello que
debería sentirse como algo propio se convierte en un misterio
oscuro e insondable. Por ello, la poesía puede convertirse, en
cierta manera, en la poesía del misterio, un culto a fenómenos
que parecen fuera de nuestro entendimiento, pero que por
alguna razón tocan lo más interno de nuestro ser. No obstante,
si efectivamente existe el misterio de la experiencia poética este
99
 ANTONIO RAMÍREZ
quedará irremediablemente envuelto en el misterio de la propia
realidad en su conjunto, el cual no ha dejado de ser explorado
por el surrealismo de distintas formas. Pero, lejos de abrazar el
oscurantismo propio de la religión y de igual manera despre-
ciando el burdo reduccionismo del pensamiento científico, lo
ha hecho a través de experiencias que se explican a sí mismas
mediante el principio de placer y la felicidad más salvaje deri-
vada del riesgo. Ha afrontado el misterio viviéndolo y siendo
parte de sus maravillas. Se ha sumergido en el subconsciente en
busca de belleza y ha respondido a la angustia existencial con
el culto de la imaginación y el amor, siendo así el misterio para
el surrealismo una fuente más de belleza y aventura, una razón
más para seguir la búsqueda de la libertad.
Por otro lado, irónicamente, dentro del mismo surrealismo
se ha podido inducir hasta cierto punto una visión de lo poé-
tico como algo exterior a la realidad “normal”. André Breton
acaba el primer manifiesto surrealista con la afirmación de que
la vida está en otra parte. Ésta es quizás una de las frases más
célebres acuñadas por este movimiento, pero también una de
las que más han llevado a confusión a aquellos que desearían
ver la poesía como una esfera extra-mundana. Esta fórmula, es
verdad, podría interpretarse si se quiere como la promesa de
que una verdadera vida, sembrada de poesía y libertad, está
esperándonos en alguna otra parte. No obstante, pensar algo así
solo puede llevarnos al error de que la poesía es algo así como
un refugio o un paraíso oculto al que podremos acudir cada vez
que lo cotidiano nos agobia y asusta. Una actitud que sería muy
similar a la adoptada por los gnósticos de los inicios del cris-
tianismo con su desprecio por la realidad tangible a favor de
un paraíso oculto e inaccesible a la materia. Es evidente que
Breton no buscaba esta interpretación tan antagonista a todos
los principios del surrealismo, pero siempre habrá quién busque
tres pies al gato a la hora de justificar una actitud de evasión
frente a la realidad.
100
LÍMITES DE LO POÉTICO
Sea como fuere, otra figura crucial en el movimiento surrea-
lista, Paul Eluard, formuló a su vez otra frase que en mi opi-
nión desarrolla y en cierta manera explica la anterior (aunque
en principio parezca más ambigua todavía). Eluard declaró, con
una lucidez impecable, que existen otros mundos, pero están en
este. Lo cual creo que refleja a la perfección la certeza de que esa
vida ensanchada y luminosa de poeticidad que el surrealismo
reclama para el ser humano la debemos buscar aquí mismo,
entre las ruinas que a veces es lo presente. Así pues, si es posible
hablar de realidades dentro de otras realidades, podemos llegar
a la conclusión de que, de la misma manera que existe lo poé-
tico, también existen zonas donde lo real es, de alguna manera,
más débil, como si pudiéramos pensar en una categorización
de lo real según su grado de substancia. Y lo irónico es que nor-
malmente solemos vivir dentro de esas zonas grises donde la
realidad es precaria, solo iluminadas por esos momentos en los
que el sueño, el amor, la belleza, el juego, nos dejan ver zonas
más luminosas. Así pues, éste es uno de los tesoros extraídos
por el surrealismo en su permanente búsqueda en lo real: que
si efectivamente hay una trascendencia ésta no nos llevará a
lo extramundano o sobrenatural, sino precisamente a lo que es
más real, a esa realidad plena de sí misma en la que debemos
intervenir para vivir la libertad.
Por lo tanto, la poesía es un modo, entre otros, de quebrar la
capacidad que el espectáculo tiene de crear situaciones cerradas
de significado y en los que caemos sin remedio. Evidentemente,
estas situaciones tienen substancia, en el sentido de que son rea-
les y tienen consecuencias palpables en nosotros y en nuestras
vidas, pero por otro lado son absolutamente artificiales, ajenas
por completo a nuestros deseos y donde somos casi meros obje-
tos. Son realidades impuestas por intereses que nos convierten
en engranajes de una maquinaria que no comprendemos y que
terminamos por identificar como la realidad total. Es, en ése
101
 ANTONIO RAMÍREZ
preciso momento, cuando la poesía se convierte en una pode-
rosa herramienta con la que abrir una brecha y conducirnos
fuera de unos límites que están dentro de nosotros mismos.
Así pues, hasta este momento hemos hablado de la experiencia
poética de un modo demasiado teórico. Ha llegado el momento
de referirnos a cuestiones más prácticas. Pero quisiera aclarar
que, pese a todo lo que hasta ahora se ha dicho, no deberíamos
pensar en la poesía como algo meramente útil, como una simple
herramienta con la que liberarnos. Solo el estado actual de cosas
hace que lo experimentemos de esa manera. Pues poesía no es
más que una palabra que designa un modo de estar en el mundo,
no un aspecto separado de la vida que afecta sobre ésta.
He defendido la poesía como un acto de libertad, o como un
acto que desvela nuestra potencial libertad en un mundo que
parece haberse puesto de acuerdo para negarla. De ello se des-
prende la idea de poesía como una experiencia que afecta con-
juntamente a nuestro ser y a nuestro conocimiento. Por tanto,
es una forma elevada de gnosis, un vaso comunicante con cono-
cimientos vivos respecto al mundo y las circunstancias que nos
rodean. De esta manera, introducir lo poético en una situación
dada de dominación siempre supondrá un acto de subversión:
por él somos libres por momentos, a la vez que desvelamos los
mecanismos que nos dominan. Así pues, voy ahora a detallar
someramente algunos posibles modos de acción dentro de nues-
tra vida cotidiana, acciones que tienen lugar en ámbitos de alie-
nación pero que desembocan en lo poético. Por supuesto son sólo
ejemplos que no tienen porqué ser válidos para todo el mundo,
cada cual ha de buscar el modo de intervenir en su propia vida.
De entre todas la quimeras del demiurgo espectacular, quizás
sea el trabajo la más compleja y eficaz de sus construcciones
ideológicas. El trabajo nos condiciona en todos los niveles, nos
102
LÍMITES DE LO POÉTICO
agota, nos moldea a través de unos valores miserables y nos
convierte en siervos de una causa que nunca será la nuestra. De
esta manera, el tiempo transcurrido en el trabajo puede consi-
derarse como irreal, en el sentido de que es un tiempo arrojado
a la nada y el sinsentido del capitalismo en estado puro. Es, en
cierta manera, aceptar morir en vida por unas horas en nombre
de algo inútil y tenebroso, por mucho que lo barnicemos con
palabras como responsabilidad, porvenir o supervivencia.
Así pues, dejando a un lado las posibles opciones políticas o
los distintas corrientes teóricas respecto al problema del trabajo,
la verdad es que es posible introducir en el trabajo un compo-
nente discordante con el que, al menos, diluir sus efectos más
dañinos y revelar su verdadero rostro. En otras palabras, ¿por
qué no plantearnos sabotear nuestro trabajo? Considerando
aquí el sabotaje como una vía para experimentar la poesía, pues
para nada sirve hablar de utilidad o del rendimiento político de
una acción que resultará incompresible para nuestros enemi-
gos o que será intraducible en términos de cualquier tipo. Una
acción de este tipo, quizás imprevisible incluso para nosotros
mismos hasta el momento de decidirnos a actuar, iluminará de
golpe con la vida un tiempo donde estábamos muertos. ¿Acaso
no hay verdadera poesía en el hecho de destruir aquello que
se supone debe ser nuestro mayor orgullo? En este caso nos
referimos a un sabotaje que necesariamente debe ser anónimo,
pero de resultados contundentes, y que sólo tendrá un sentido
pleno para nosotros mismos. Para los demás será destrucción
sin sentido, para nosotros significará haber cruzado una línea
que nos conduce al éxtasis de la liberación. Donde antes había
sumisión ahora habrá la felicidad que sigue tras romper las
cadenas con algo más que palabras. Sin duda llegarán los “rea-
listas” que nos hablarán de lo efímero y absurdo de este tipo de
acciones, pero el hecho de que no dejemos de trabajar, por la
irremediable razón de que hay que subsistir, no debe frenarnos
si logramos materializar el desprecio por la ideología que rodea
103
 ANTONIO RAMÍREZ
el trabajo. A partir de ese momento ya tenemos un pie en tierra
de nadie, puede que no hayamos cruzado del todo el límite,
pero lo importante es que desde ese punto avistamos algunas
partes de la realidad que antes quedaban ocultas.1
Por supuesto, además del trabajo, existen otros ámbitos donde
nos rendimos ante los ofrecimientos del miserabilismo y acep-
tamos substituir la verdadera vida por un simulacro. El con-
sumismo ha sido otra de las más poderosas herramientas de
dominación desarrolladas por parte del sistema. El culto feti-
chista no sólo a la mercancía, sino al mismo hecho de adquirirla
en un ritual nos promete dar sentido a la vida, se ha erigido como
un cáncer existencial donde la realidad es engullida en el vacío.
En este sentido, los centros comerciales son como templos de
este culto moderno, verdaderos campos voluntarios de interna-
miento donde perder nuestro tiempo, por lo cual también en
ellos la poesía puede y debe irrumpir como una fuerza arrolla-
dora.
Existen algunas formas de subvertir el hecho estúpido del
consumo. Una vez puestas en marcha surgirán ante nosotros
aspectos inéditos de la realidad latente en esos lugares y que
quizás hasta ése momento no podíamos ni imaginar. Como
ejemplo expondré una acción que junto a mi compañera María
realicé en uno de los centros comerciales más importantes de
la ciudad donde habitamos2. Esta acción, realmente simple de
llevar a cabo, consistía en colocar etiquetas en los objetos pues-
tos a la venta. Estas etiquetas, de una apariencia muy correcta,
contenían frases absurdas y misteriosas que en ése contexto
1. Esta propuesta fue plasmada más detalladamente en el folleto titulado No tra-
bajo luego existo. Una apología del satanismo laboral, repartido en las manifestacio-
nes sindicales del 1 de mayo de 2005.
2, Veáse el texto Extrañamiento en el centro comercial de María Santana y Antonio
Ramírez, publicado en Salamandra. Intervención surrealista, imaginación insurgente,
crítica de la vida cotdiana 15/16, Madrid, 2005.
104
LÍMITES DE LO POÉTICO
adquirían a veces un carácter verdaderamente perturbador.
Algunas de esas frases eran:
CUIDADO: ESTE OBJETO LE HARÁ CREER QUE ES FELIZ.
ESTE ARTÍCULO SE DESINTEGRARÁ EN LOS PRÓXIMOS 5 MINUTOS.
USTED PARTICIPA EN UN EXPERIMENTO. GRACIAS POR SU COLA-
BORACIÓN.
ARTÍCULO RESERVADO PARA EL HOMBRE ARAÑA.
GRACIAS POR SOMETERSE A NUESTROS DESEOS.
NO SE LO PIENSE, DIOS TAMBIÉN LO COMPRARÍa...
Estas etiquetas, lejos de querer tener una intención de con-
cienciación hacia las injusticias de la industrialización en el ter-
cer mundo y otras causas sociales típicas, pretendían abrir una
momentánea brecha en la normal relación entre el consumidor
y el objeto a consumir, sembrar, por minúscula que fuera, una
semilla de incertidumbre sobre lo que estaba haciendo. Al mar-
gen de que lo consiguiéramos o no, pronto descubrimos que la
acción tenía otras consecuencias más imprevisibles e interesantes
que nos incumbían directamente a nosotros mismos. De pronto,
el centro comercial se convirtió en un lugar abierto a la deriva,
la fuente de una diversión no dirigida por los intereses del con-
sumo y que de hecho contradecía sus reglas. La situación alie-
nante de recorrer los pasillos del departamento de juguetes se
convirtió en el juego ligeramente perverso de decidir cual sería
la caja de muñecas donde colocar una etiqueta donde se leía:
«Este artículo le producirá esas cosquillitas que tanto le gus-
tan». Por un rato fuimos radiantemente felices en un lugar que
nunca hubiéramos relacionado con la felicidad.
Por otro lado, esta acción, que pretendía subvertir el meca-
nismo propio del lugar donde vamos a adquirir nuestros obje-
tos de consumo, también puede complementarse con otra
algo más radical y arriesgada: nos referimos al robo. Hace un
tiempo, con la intención de exponer los resultados de una serie
105
 ANTONIO RAMÍREZ

de experimentos, propuse a mis compañeros del Grupo surrea-

lista de Madrid el concepto del objeto robado, en el sentido de
un objeto liberado de su valor de cambio a través de un acto tan
violento con las reglas del consumo como es el robo.3 Sustraer
un objeto, al margen de toda consideración dentro de la lógica
LAS ACCIÓN DIRECTA Y LAS PALABRAS CAUTIVAS
Servando Rocha
del consumo (por su valor económico, belleza, usos prácticos,
etc...) puede suponer un potencial acto poético, una experien-
cia mágica mediante la cual transformar un objeto destinado a
la alienación en algo nuevo e imprevisible. Aquí, de la misma
manera que en el caso arriba comentado del trabajo se trata de
I
un sabotaje de los modos de comportamiento que se esperan de
Los surrealistas apuntaban muy alto al afirmar que el surrea-
nosotros en situaciones impuestas por el sistema. Y también en
lismo es un estado del espíritu que se sitúa más allá de las cosas,
este caso es interesante observar los sentimientos que surgen
por encima de la economía política y en las antípodas de cual-
como consecuencia de nuestros actos al cometer un acto consi-
quier discurso pretendidamente revolucionario que no contem-
derado delictivo. Pero en el fondo será un delito que se escapará
ple el juego, el hermoso desorden y la realización de la poesía.
de las normales previsiones estadísticas que se usan para expli-
Pero era (es) aún más: es una moral de la rebelión (Bataille).
car las acciones contra el orden establecido. Así pues, nuestras
Este anuncio supone una seria advertencia para el modo de
razones se escaparán a nuestros enemigos y serán tomadas como
algo demencial, inubicables según el pensamiento programado, funcionamiento y la dinámica del mundo, porque plantea una
pero que para nosotros supondrán el debilitar aun más esos brecha en éste -único posible e imposible campo de operacio-
límites que nos separan de lo poético. nes-, cuando los surrealistas hacen una llamada clara contra
todo orden y en defensa de la poesía en el sentido dado por
Para finalizar, quisiera que de estas palabras se desprenda, ante éstos. Un llamamiento que es, en definitiva, un clamor por un
todo, la percepción de lo poético como una fuerza inseparable intervencionismo total en todos los aspectos de la vida. Esta
de nuestra vida. Es evidente que en las circunstancias actuales diferencia excedía la interpretación genuinamente marxista y,
esta fuerza ha sido reducida al mínimo, ya sea a través de la por lo tanto, economicista, acerca de cuestiones como la lucha
represión proveniente del exterior, ya sea mediante la propia de clases y, más profundamente, la alienación. No se trataría
alienación que ha terminado por separarnos de la parte de noso- de negar la urgencia y actualidad de la lucha de clases, sino de
tros mismos más sensible o lo poético. En nuestra mano está, lanzar la pregunta de cómo trasladar esa idea de alienación al
por tanto, romper estos límites impuestos a la poesía y buscar mundo moderno, en la crítica de la mercancía y su fetichiza-
la manera de reactivar esta fuerza que nos lance a redescubrir ción, el extrañamiento del ser humano y la superación del arte
nuestra verdadera relación con el mundo. o, mejor dicho, la realización del arte.
3. El objeto robado, publicado en Salamandra. Intervención surrealista, imagina-
La crítica a la vida cotidiana, que al menos en su expre-
ción insurgente, crítica de la vida cotdiana 15/16, Madrid, 2005. sión teórica y que empapó a las vanguardias de los años cin-

106
 SERVANDO ROCHA
cuenta y sesenta se expresase en la Crítica a la vida cotidiana de
Lefebvre, surgió, como sabemos, en un contexto determinado:
la gran decepción vital que para buena parte de la izquierda
(sobre todo para los malditos excluidos del bolchevismo) supuso
la victoria de los aliados contra el fascismo y el nazismo en la
Segunda Guerra Mundial. Decepción no tanto por haber aplas-
tado al totalitarismo sino porque las esperanzas de un mundo
más pleno, más vital, más emancipador, quedaron postergadas,
aniquiladas bajo el peso de la propaganda liberal y de la empresa
común de la reconstrucción. Nunca antes el proyecto socialista,
sobre todo aquel que creció entre las utopías de Fourier y la
furia de Lautréamont, había estado tan aniquilado. La razón de
este derrumbe y resurgimiento radicó, básicamente, en cuanto
a la calidad de la vida tras la hecatombe y no tanto en términos
materiales sino vitales. Hablamos de un mayúsculo empobreci-
miento vital que afectaba de lleno a la percepción que tenía el
ser humano en cuanto a su supuesto proyecto de vida (o, colec-
tivamente, a una empresa común en el terreno revolucionario)
y tocaba de muerte cualquier llamada al optimismo.
El pensamiento revolucionario, en ese momento, tanto inte-
lectual como físicamente, arranca desde o de entre las ruinas.
Aquella generación, habiendo vivido en primera persona el
horror de la guerra y la devastación, optó por no representar el
papel de víctima de la barbarie. Al contrario, en los años veni-
deros la crítica se dirigirá, sobre todo, a la responsabilidad que
la izquierda tendrá en un mundo en descomposición. Y todo
ello a pesar del progresivo resurgir de la economía. A diferen-
cia de otros grupos y organizaciones de la escena europea, la
transformación radical de las condiciones existentes da un salto
cualitativo y se expresa desde el juego, la investigación, la psi-
cogeografía… es decir, la poesía sin el poema. ¿Y hoy? ¿Qué
sucede hoy cuando la poesía parece ser un proyecto sólo apto
para osados y aventureros? Si Adorno afirmaba que tras el
108
LA ACCIÓN DIRECTA Y LAS PALABRAS CAUTIVAS
supremo horror de los campos de concentración sería imposible
escribir un poema, la pregunta hoy puede ser otra bien pare-
cida: ¿cómo se circunscribe un proyecto revolucionario entre las
bombas de Irak, las torturas de Abu Grahib o la represión en
las ciudades del llamado “mundo libre”? ¿Acaso no reiniciamos
nuestras vidas en medio de la lectura de noticias que son decep-
ciones? Cuando hoy una cosa parece ser su contraria porque
se muestra, porque se cuenta, la recuperación de poder arranca
desde la recomposición del individuo como tal y su posición res-
pecto del otro. En algunos casos romper, en otros confundirse y
siempre cuestionar, bajo propósito de perseguir esos momentos
de belleza, aún y a pesar de esta gigantesca destrucción, porque
en cualquier lugar y momento existe la posibilidad de que el len-
guaje haga su trabajo de otro modo, bajo el reino de otras armas.
II
No obstante, la crueldad del mismo capitalismo o neocapitalismo
avanzado (es decir, el poder global de las empresas) también ha
ido creando todo el material sensible necesario para que el pro-
yecto revolucionario se pueda expresar: y éste nace, al igual que
tras la Segunda Guerra Mundial, con la contemplación de las
ruinas, la decrepitud (o su reflejo en su teórico opuesto: la juven-
tud como valor de mercado), la polución, la enfermedad. Todos
estos hijos de un mismo padre son también poéticamente recu-
perables, no sólo para nosotros, sino también para la publicidad
o el marketing. Las ruinas no sólo podrían entonces aplicarse a la
imagen propia de una ciudad devastada por las llamadas “bom-
bas inteligentes”, sino también la de un supermercado rebosante
de mercancías o un gigantesco centro comercial. Ruinas de un
mundo que se soñó libre, pero que jamás se sintió como tal, y
que se ilustran perfectamente con la decadencia de los rostros
exhibidos en las vallas publicitarias.
Nunca antes las condiciones habían sido tan duras para
este propósito, y ello por dos motivos. En primer lugar porque
109
 SERVANDO ROCHA
el fenómeno de la recuperación cuenta hoy con instrumentos
más potentes para desarticular cualquier discurso disidente
(desde las primeras protestas antiglobalización al llamado blo-
que negro, desde las ultimas formas de cultura genuinamente
urbana como el graffiti y su acceso a los museos, hasta el resur-
gimiento típicamente posmoderno de cierta cultura pop). Y, en
segundo lugar, porque hoy hablar es difícil, resulta complicado
acertar con las palabras y las acciones adecuadas.
La única alternativa posible es el gesto que excede los límites de
la mercancía, que fomenta el sano egoísmo y que no persigue
su intercambio por dinero o rentabilidad. Un gesto que sigue
siendo muchas veces anónimo y clandestino o secreto y que,
en ocasiones, hace resucitar la idea que a mi, personalmente,
me atrajo primeramente de los situacionistas y surrealistas: la
idea de un proyecto tan potente como amante del lado salvaje
(aquel capaz de congeniar las bombas de Emile Henry con el
ser en permanente guerra de Rimbaud), la imagen de un grupo
actualizado de conspiradores, de una sociedad secreta…. es
entonces cuando debemos defender a ultranza el egoísmo. Un
egoísmo individualista que encarnó perfectamente Max Stirner,
un anarquista que fue mentor para buen parte de dadaístas o
surrealistas, cuando afirmó: «Yo me he colocado detrás de las
cosas y me he descubierto espíritu; igualmente más tarde me
encuentro detrás de los pensamientos y me descubro su creador
y su poseedor».
III
Igual que el escándalo por el escándalo proclamado por Dadá,
el placer por el placer impone su propia dinámica y encuentra
su mejor medio de expresión y su hábitat en la acción directa.
La acción directa es sinónimo de inmediatez. No negocia, sim-
plemente hace. Es tan espontánea como el diálogo de la pelí-
cula ¡Salvaje!:
¿Hacia donde iréis ahora?
Nosotros no vamos hacia ningún lado
110
LA ACCIÓN DIRECTA Y LAS PALABRAS CAUTIVAS
¿Pero, a algún sitio iréis, verdad?
Nosotros, simplemente vamos
La acción directa exige la realización de nuestros deseos sin media-
ción. Su diálogo parte del amor por el juego y la aventura y sólo
entiende un único programa: el de la subversión mediante la
adscripción al único partido posible, el «partido del diablo» que
dirían los situacionistas.
¿Está el lenguaje cautivo? Las palabras y el discurso revolu-
cionario se han mediatizado tanto y de tal forma que hoy todo
parece ser anti. Pero lo anti no deja de ser otra expresión más
de su teórico contrario: pro. Lo anti produce el mismo efecto
que un diálogo entre sordos o de su exceso: hablar por hablar.
Ambas formas recuerdan a la disyuntiva, el problema nunca
superado, que trazó las vanguardias artísticas: el antiarte como
otra forma de arte. Y lo mismo con la antifilosofía, que no deja
de ser la aceptación implícita de su oponente: la filosofía. Ese
discurso anti o alternativo –que encuentra su expresión en los
variados y coloridos foros sociales– es un lenguaje cerrado que
no excede los límites de cualquier debate televisivo en donde
progres de distinto calado (unidos todos por su fosilización
actual) hablan o dicen hablar por nosotros. Nuestra voz, por lo
tanto, parece estar, es decir, la democracia funciona. El capita-
lismo se mantiene a costa de una ilusión nunca consolidada, de
una esperanza que se esconde en lo alto de una montaña y que,
una vez alcanzada, se vislumbra otra cima aún mayor. Y ello es
así porque sin que los proletarios, los desclasados o la chusma
tengan su sueño, el capitalismo no funciona. No obstante, esto
es así siempre y cuando los sueños nunca se cumplan, porque
rara vez sucede. Bajo esta energía agotada, estéril, no surgen los
antagonismos, porque ese lenguaje es casi inexistente.
IV
Hay interrupciones cotidianas. Su multiplicación hasta copar
los días, las horas y los segundos constituirían, ya de por sí,
111
 SERVANDO ROCHA
un momento revolucionario. La acción directa busca incansa-
blemente interrumpir. Es más, nosotros buscamos la suma de
momentos revolucionarios, la suma interminable de interrupcio-
nes, porque entendemos que no puede haber libertad mientras
no exista plenitud. Por eso es que la realización de la poesía se
sitúa fuera del mundo del arte, toda vez que lo excede, lo rebosa
hasta convertirlo en lo que se ha llamado «la obra de arte total».
No fluye en el campo del arte y la cultura porque éste no es
su fin y porque dentro de estos sería denominado «arte experi-
mental». Y estamos, lógicamente, en contra de ello, porque lo
artístico no nos interesa más que un tipo u otro de comida, por-
que “experimental” es aquello cuyo resultado final es, a priori,
desconocido, y porque, aún y a pesar de que ese llamado arte
experimental no sea tal puesto que es la reproducción caduca
de miles de intervenciones ya hechas en el pasado basadas en la
repetición de modos que son conservación, nosotros nos dirigimos
hacia un fin concreto, pensado, aunque no vivido: la idea de la
revolución. El fin del arte no sólo ha llegado con la imagen de
las decenas de personas que hoy mismo abarrotan la sala en la
que se exhibe La Mona Lisa, sino también por el hecho de que
aún hoy siga el mundo posmoderno (que carece de presente
y donde sólo reina el pasado y la neurosis) considerando a los
dadaístas por sus bellos collages.
Y resulta un ejercicio de estilo, un modo de vida que tiene
su público y sus compradores ese arte experimental. Su forma
de mostrarse al mundo no puede ser más cómplice. Es previ-
sible, lo mismo que muchas formas políticas que se niegan a
arriesgarse. ¿Y qué hacen los revolucionarios? el abandono de
lo previsible como táctica política y el rechazo a todo programa
cerrado, el elemento sorpresa en el ataque y el cuestionamiento
absoluto de todo porque están contra todo. «Se acaba la fun-
ción. El público se levanta para recoger sus abrigos y volver a
casa. Cuando se giran, ya no hay abrigos… ni casa», ésta es la
definición de una cierta forma de nihilismo activo y anárquico
absolutamente saludable.
112
LA ACCIÓN DIRECTA Y LAS PALABRAS CAUTIVAS
V
La acción directa no precisa grandes organizaciones y puede
ser realizada mediante la unión puntual de distintas personas
unidas por lazos de cierta confianza y empatía. Se dice que las
últimas palabras del revolucionario Durruti antes de morir fue-
ron las de “demasiados comités…”. En este sentido, la acción
directa no precisa una gran logística y se mueve, y esto es impor-
tante, por sus aspectos cualitativos y no cuantitativos. Lo cuan-
titativo entra dentro del campo de lo accesorio, lo incontrolable.
La acción directa es siempre lúdica, aunque no necesariamente
festiva. Lúdica porque experimentamos nuestros sueños, aun-
que estos sean privados.
La capacidad de decirlo todo debería suponer también la
capacidad de hacerlo todo, igual que todo lo que es imagina-
ble pudiera ser posible. No hay diálogo posible sino monólogo
constante y reiterado cuando comprendemos que el lenguaje
excede de lo que son las meras palabras. El contexto (de decir,
un mundo en el que la libertad está -casi- aniquilada) es el deco-
rado de ese dominio. En éste y sobre éste difícilmente podría
extenderse un proyecto revolucionario de altura. El poder vive
de esa ilusión, de la ilusión de ser libre en un mundo donde todo
está controlado. No lo olvidemos: «el poder no crea nada, recu-
pera» (I.S. #8) y mantiene su status quo mediante la reiteración
hasta el infinito de un sinfín de gestos, prácticas y relaciones
que hablan por sí solas su propio lenguaje.
VI
En esa búsqueda por interrumpir e investigar las posibilidades
urbanas de un pequeño estallido, de una iluminación temporal
(que busca, no obstante, la permanencia tras su comunicación y
realización) un equipo del Colectivo de Trabajadores Culturales
La Felguera realizamos una acción que, por sus notables conse-
cuencias, tuvo que ser suficientemente narrada en un comuni-
113
 SERVANDO ROCHA

cado emitido dos días después y titulado Las puertas secretas, la

deriva y el estado de sitio en Lavapiés.

Acabo de asomarme a la ventana y la calle está cortada, policías

antidisturbios vigilan la deriva por el subsuelo de Madrid, hay
decenas de personas frente a mi portal, los vecinos están asomados y
no saben qué pasa, pero lo mejor es que ni la policía sabe qué pasa.1

La acción debía expresarse por sí misma en el cartel de la

convocatoria, el cual tenía una gran importancia. Sobre un papel
kraft podía leerse la fecha de 13/10/2005, junto al título Deriva
por el subsuelo oculto de Madrid. Gratuita, no guiada, con alta
probabilidad de perderte para siempre. Seguidamente se acom-
pañaba un gran plano de la zona centro de Madrid en donde se
indicaban dos direcciones (el número 15 de la C/Lavapiés y
el número 8 de la C/del Olmo, ambas en el conocido barrio
de Lavapies). Estas direcciones fueron seleccionadas al azar
por los miembros del Comité de Madrid de La Felguera que,
únicamente, buscaban dos lugares que se encontrasen vacíos
y en notorio desuso. No obstante, el azar mágico hizo que una
de las direcciones (el número 15 de la C/Lavapiés) hubiera sido
en otro tiempo una célebre casa okupada que fuera desalojada.
Las instrucciones sobre la acción rezaban lo siguiente: «A las
23h del día señalado, y en las direcciones marcadas, existirán
puertas (durante siglos mantenidas ocultas en secreto) que se
abrirán para el acceso de todos los visitantes. Para poder forzar ...una noticia publicada en el periódico 20 Minutos...
su apertura debes pulsar en el dispositivo colocado en las puer-
tas la siguiente combinación: 3578.»

Ayer por la noche la gente pululaba desorientada por las calles de

Lavapiés buscando puertas secretas, algunos habían leído en el
periódico, al ir al curro soñolientos por las mañanas, que el subsuelo de
Madrid se abriría a las 23 h para ellos. Muchos anhelan la anunciada
posibilidad de perderse para siempre. Otros simplemente pasaban por
allí. La ingenuidad de los que apretaban el código o gritaban “ábrete
1. Email al libro de visitas (tan sólo 58 minutos después de haber expirado la hora
de la acción del día 13 de octubre de 2005).

114
 SERVANDO ROCHA
sésamo” sólo fue superada por la de la policía, que tomó las calles y
se presentó puntual a la cita con sus achiperres de espeleólogo. Una
chica hizo la siguiente lectura: “¿Pensábais que iba en serio? entonces
sois gilipollas”.2
Conseguisteis sacar a la calle a un grupo de gente que iba buscando
cosas imposibles (¿catacumbas bajo los bloques, entre los túneles y las
obras? ¿Como en La torre de los siete jorobados?). Especularon sobre si
los verdaderos «situacionistas» eran los policías, que en realidad iban
disfrazados, se rieron, hablaron, muchos se conocían de vista, a otros
les sirvió para decir “ hey, somos vecinos...” A mi me encantó. Todo el
mundo quiere jugar, pero no saben cómo. ¡Hagan juego, señores!”.3
El claro contenido poético de esta acción se reafirmaba en el
motivo subyacente a esta convocatoria, el cuál no era otro que
el afirmar que existe otro tipo de ciudad distinta de la ciudad-
dormitorio-cárcel-fábrica-ocio dirigido, así como poner “sobre
la mesa” de la gente rebelde de Madrid que la ciudad puede
ser también objeto de juego mediante un activismo lúdico y
valiente. El texto que se añadió en el cartel afirmaba que:
La ciudad como campo de batalla es el resultado de la suma de fuerzas
del capitalismo y la posmodernidad triunfante. Diariamente somete a
sus habitantes a miles de señales que invitan a la derrota en el intento
por construir la poesía. Bajo esta sinergia y este lenguaje de dominación
cualquier forma de vida se convierte en simulacro y espectáculo. No
habrá revolución ni posibilidad de emancipación y/o construcción de
un proyecto opositor sin que destruyamos la ciudad.
El citado texto concluía con un guiño y llamamiento a una arqui-
tectura antagónica, al urbanismo acaso unitario mediante la
frase Join the anarchitectura army!. Finalmente, el cartel/acción
se reconocía en tributo al recientemente fallecido Constant
(1921-2005), añadiendo su frase: «Los temas de mis obras
han sido siempre políticos». Constant fue miembro fundador
del grupo COBRA y de la Internacional Situacionista. El cartel
2. Email al libro de visitas recibido al día siguiente de la acción.
3. Email al libro de visitas recibido varios días después de la acción.
116
LA ACCIÓN DIRECTA Y LAS PALABRAS CAUTIVAS
lo firmaba: La Felguera, el Comité de urbanismo de Madrid,
Provotariado Industries y el Sindicato de Artes Gráficas.
A medida que pasaban los días la expectación fue creciendo
y, muy pronto, mucha gente que habita en la ciudad de Madrid,
en sus barrios más combativos, hablaba acerca de que “algo iba
a pasar” el día 13 de octubre. Algunos hablaban de una deriva,
otros de una okupación y otros tantos pensaban que (acertada-
mente) se trataba de una acción poética en torno a los motivos
que ya hemos señalado. Aún así, el mismo día 13 de octubre en
las primeras horas de su mañana, los madrileños se levantaban
con una noticia publicada en el periódico 20 Minutos (página
4), de distribución masiva y gratuita en las salidas de la red de
metro de la ciudad, que anunciaba un «paseo por el suelo oculto
de la capital», así como señalaba que iba a llevarse a cabo una
«exploración de las catacumbas». Este hecho resultó impor-
tante, toda vez que por primera vez se introduce la palabra
“catacumbas”. Tal y como mucha gente conoce, buena parte
del centro de Madrid se encuentra levantada sobre una extensa
red de catacumbas y pasadizos.
Para mí, el acontecimiento de Lavapiés fue un momento que da
de pensar sobre el funcionamiento del ser humano. Me hubiera
gustado que no hubierais desvelado vuestro nombre. De esta forma
todos podríamos conservar nuestras teorías sobre lo pasado, unos
pensarían en los medios de comunicación, transmisión de arte, flujos
de sentimientos... otros filosofarían sobre la vida y los actos de la
juventud que se ha cansado de cambiar el mundo. Los más sesudos
se callarían buscando explicaciones en su interior sobre sí mismos y la
realidad que les rodea, interiorismo. Otros, como yo, solo nos dimos
cuenta que era un buen momento para disfrutar de nuestros amigos,
y que nunca olvidaré, gracias por venir, Carol, Diego, Figue, Moli,
Moro, Juan...4
Ante la notable cantidad de emails recibidos, La Felguera (a
pesar de las objeciones planteadas por algunos de sus miembros,
4. Email al libro de visitas al día siguiente de la acción.
117

en especial Pierre Loeb y Antonio Pérez) redactó un manifiesto
bajo el título Anexo: instrucciones que fue colocado en ambas
puertas el día de la acción. El texto, fundamental y sumamente
clarificador, decía lo siguiente:
...redactó un manifiesto bajo el título Anexo: instrucciones...
LA ACCIÓN DIRECTA Y LAS PALABRAS CAUTIVAS
La ciudad-fábrica se ha impuesto a modo de un plano geo-estratégico,
mediante el cuál queda anulada cualquier posibilidad de que, bajo
el hormigón y la ley, se pueda esconde OTRA CIUDAD. La ciudad es
un gran mercado en donde el ocio (dirigido) no deja de ser la banal
aspiración para sus habitantes. Un DESAHOGO que AHOGA y nos hunde
aún más en la alienación. La rebelión es hoy expuesta en un museo,
en planes culturales determinados por quienes GOBIERNAN LA CIUDAD
y en expresiones de rebeldía que NOS ABURREN. Nos hemos vuelto
demasiado PREVISIBLES porque, al fin y al cabo, en la ciudad hemos
construido la idea falsa de que la felicidad pueda ser posible. Los
símbolos, mensajes y gestos se pierden y EL ORDEN IMPERA. Hoy una
deriva hubiera sido lo previsible. Un paseo aleatorio con el que satisfacer
un cierto deseo. El subsuelo oculto de esta ciudad sigue permaneciendo
invisible y nosotros tan sólo hemos querido abrir la posibilidad
de su descubrimiento. Aunque su realización hoy sea irrealizable
también la utopía es irrealizable. Tanto más para aspirar a ésta.
Subestimaste la posibilidad de que una acción como ésta pudiera
hacer coincidir a individuos distintos, con intereses distintos. Nosotros
hemos puesto en contacto esa fuerza. Periodistas, artistas y activistas
de toda índole estos días nos han escrito pidiendo una explicación
y, sobre todo, pedían saber el final de la acción, que iba a suceder
entonces, el conocimiento EXACTO de ello. Vivimos bajo expectativas,
esperando que los demás nos ofrezcan algo nuevo. Se equivocaron.
¿Qué esperabas? ¿buscabas un guía que dirigiera lo que ibas a hacer en
torno a las 23 horas de este jueves? Se equivocaron. Las posibilidades
de la REALIZACIÓN DEL PLACER son ilimitadas pero primero DEBEMOS
ROMPER CON AQUELLO QUE ENTENDEMOS POR HACER POLÍTICA. Conocen
nuestros movimientos. Somos aburridos, pronosticables, obvios.
Hemos edificado una cuasi religión. La guerra de guerrillas exige
sorpresa porque el adversario es más fuerte. Nosotros valoramos
la fortaleza desde un punto de vista cualitativo. Y, en este sentido,
debemos adelantarnos, buscar la SORPRESA porque el enemigo
RECUPERA. Hoy, de nuevo, tenemos que proclamar LA MUERTE DE LOS
ISMOS, la superación de la política mediante su completa REALIZACIÓN.
¡GURÚS! Buscad otro séquito. ¡SACERDOTES! Buscad otra iglesia.
119
 SERVANDO ROCHA

¡POPES! Buscad otra audiencia. ¡público! Dejad de ser OBSERVADORES y

ser AQUELLOS QUE HACEN”.
La Felguera, octubre 2005

La relación minuto a minuto de los hechos habla por sí sola:

22h: un miembro del Comité de LF de Madrid en compañía

de otro del Comité de Berlín se dirigen primero hacia la C/ del
Olmo nº8 y, seguidamente, al número 15 de la C/Lavapiés. Una
vez en estos lugares y utilizando cola fijan en las deterioradas
puertas de los abandonados inmuebles una puerta simulada de
papel en color plata y oro de unos dos metros de largo por uno
de ancho. Sobre ésta colocan un cartel en el que aparecen dis-
tintos dígitos del uno al nueve con la frase: «Por favor, pulsad
la combinación» y otro que simulaba el pomo de una puerta y
que decía: «Tras introducir la contraseña, abra con cuidado».
Después de permanecer en ambos lugares varios minutos, char-
lar con algunas personas y vecinos que comentaban positiva-
mente la acción y unírsenos un grupo de amigos, nos dirigímos
en dirección a la plaza de Lavapiés.
22.30h: un coche de policía se detiene justo ante el número
8 de la C/ del Olmo, bajándose de éste dos agentes.
22.35h: varios antidisturbios, ante la sorpresa de los vian-
dantes y en compañía de, como mínimo, un policía de paisano,
son vistos bajando la C/Lavapiés en clara actitud de parecer
estar buscando a alguien o algo.
22.45h: varias decenas de personas se encuentran ya con- ...una puerta simulada de papel en color plata y oro...
centradas frente al número 15 de la C/Lavapiés.
23.30h: al regresar a nuestras casas, tras salir del bar en el
que estábamos, pasamos ante el número 15 de la C/Lavapiés,
en donde un grupo de cinco antidisturbios “custodia” la puerta.
La policía ha arrancado las “puertas”, carteles e instrucciones
que habíamos fijado. A unos metros de los antidisturbios, un

120
 SERVANDO ROCHA

grupo de personas están protestando y, al dirigirnos a uno de capacidad para «poner en contacto esa fuerza», la de grupos de
éstos y preguntarle qué sucede, señala que «ha sido flipante personas, muchos desconocidos entre sí, que soñaron con lo
(...)» afirmando que «han aparecido unos tios muy raros. Era irrealizable de la utopía y que portando sacos de dormir y lin-
la policía del subsuelo. Nunca los habíamos visto antes». Los ternas vivieron una noche que, aunque oscura, sirvió de anhelo
vecinos están sorprendidos y desconcertados acerca de qué está y juego, de belleza y poesía.
protegiendo la policía exactamente o de cuál es su misión.
23.45h: la calle del Olmo se encuentra literalmente cortada
al tráfico por la policía. A ambos lados hay cruzados coches de
policía y de paisano. Decenas de personas se mantienen firme-
mente agrupadas llenando una buena parte de la calle frente al
número 8. La desvencijada está “protegida” por antidisturbios,
mientras vemos a varios policías de paisano peinando los alre-
dedores.
24h: la policía y la gente se han ido y la calle esta vacía.

Desde un punto de vista de “orden público” los hechos no

fueron sino la histriónica obsesión por parte del Ministerio del
Interior y la policía en imaginarse la existencia de peligros y
amenazas que, en el presente caso, no existieron más que en
las mentes de los funcionarios de la brigada de información.
En modo alguno existió ánimo de cometer delito alguno, aun-
que llegados a este punto y bajo el designio de un tiempo que
nos condena bajo el pretexto del crimen mental, todo parece
indicar que éstos son ya los derroteros que vivimos/viviremos.
Este es el clima que existe hoy en Madrid, en donde cualquier
iniciativa disidente es tratada con una fuerza y voracidad des-
proporcionada e injustificada. No obstante, otra lección puede
extraerse: la capacidad de provocar una interrupción, afectar a
ese execrable “orden público” con las armas y acciones adecua-
das. Los hechos acaecidos en la noche del 13 de octubre en el
barrio de Lavapiés demuestran, igualmente y tal y como anun-
ciamos acertadamente en el cartel-texto Anexo: intrucciones, la

122 123
EL MITO Y LA POESÍA COMO CREADORES
DE LA REALIDAD
Jesús García Rodríguez

El título de la presente intervención alude al mito y a la poe-

sía. Espero que disculpen que, en la misma, y en esta ocasión,
hable con mayor énfasis y extensión del mito, y que, por una
vez, deje a la poesía en un discreto segundo plano. En cierto
modo, esto es también de justicia. Hace ya casi diez años, allá
por 1997 si no recuerdo mal, el Grupo Surrealista de Madrid
realizó otra serie de charlas en la sede de CNT en Barcelona. En
ellas, recopiladas luego en el libro Todavía no han ardido todas:
La experiencia poética como crítica del miserabilismo,1 se incluía
el texto mío que leí aquí en Barcelona, y que hablaba con mayor
extensión de El pensamiento poético como insurrección del pensa-
miento.2 Me extendí entonces hablando de poesía, cosa que me
agrada pues siempre he disfrutado desde mi más remota puber-
tad escribiendo y leyendo poesía, y ahora me extenderé más en
el asunto del mito, que ocupa ahora también gran parte de mi
tiempo como persona interesada por las religiones. El presente
texto habla también, y de manera muy esencial, de revolución,
algo para mi inseparable de la poesía y del mito, e inseparable
también del surrealismo a lo largo de su ya longeva historia. Por
tanto, mito y poesía como creadores de realidad, y la revolución
como esa realidad posible creada, son el objeto de la presente
intervención.
1. Todavía no han ardido todas: La experiencia poética como crítica del miserabi-
lismo, VV.AA., Ediciones de la Torre Magnética y Librería asociativa Traficantes
de Sueños, Madrid, 1998.
2
Ibidem.
 JESÚS GARCÍA RODRÍGUEZ
Por otra parte, el título de este ciclo de jornadas es Situación
de la poesía (por otros medios) a la luz del surrealismo. En el
presente caso, haré uso de la teoría como otro de esos “otros
medios” de la poesía, es decir: utilizaré la teoría –o el ensayo, si
ustedes prefieren otro nombre– como uno de los infinitos que
la poesía tiene para manifestarse. Y dicho esto, paso al asunto
que me ocupa.
La idea de la revolución es sin duda una concepción mítica,
y también una concepción poética, pues se incluyen en ella
potentes ansias libidinales o eróticas, intentos de encantamiento
de la realidad y actuaciones de creación sobre la realidad misma.
Sobre esto creo que estaremos de acuerdo, y parece que todo el
mundo está de acuerdo. Pero en lo que no parecemos estar todos
tan de acuerdo es en que también la concepción inmovilista o
continuista es también una concepción mítica, con las mismas
características de arbitrariedad, subjetivismo y narratividad de
todo mito. Pasemos a desgranar algunas de estas ideas míticas
embutidas en el corazón mismo de la mentalidad pragmática y
utilitaria del “hombre común”, al parecer tan alejado y ajeno a
toda idea poética o mítica, o a todo lo que pudiera tener cierto
regusto a ello:
1. El capitalismo como mito.
2. La ciencia como mito.
3. La técnica como mito.
4. El progreso como mito.
5. El cristianismo como mito.
6. La “realidad” como mito.
Como podemos ver, la totalidad de estos elementos coadyuva a
la construcción de un entramado mítico al que la mayoría de los
ciudadanos del mundo occidental –que incluye ya gran parte
de Oriente– llaman “la realidad”. Lo que la realidad sea en sí
misma es algo que carece de todo interés para nuestro propósito,
126
EL MITO Y LA POESÍA COMO CREADORES DE LA REALIDAD
debido a su inaccesibilidad. Dejemos su análisis a ontólogos y
metafísicos de prestigio, aunque da la impresión de que es esa
una labor similar a la de querer vaciar el Océano Atlántico con
una cucharilla de té. Nos interesan en todo momento las ideas
sobre la supuesta realidad, que es lo que en la práctica tenemos,
es decir, el entramado mental, construido de manera colectiva a
lo largo de un determinado tiempo, y en el que un grupo deter-
minado se pone de acuerdo en considerar el trasfondo de sus
actos y sus vidas, obrando como si (als ob) los hechos fuesen en
realidad así. De este modo, millones de ciudadanos de nuestro
planeta actúan diariamente como si la vida fuera en realidad
trabajar ocho horas (a veces más), dormir ocho horas (a veces
menos), y dedicar ocho horas a un ocio más que programado y
venal, como si la vida fuera trabajar hasta haber recogido una
jubilación suficiente, casarse, tener hijos y nietos, acumular
una serie de riquezas, de honores y de cargos, o, básicamente,
acumular una serie de bienes a través del trabajo hasta que
llega el momento de la muerte, o el de la jubilación –conside-
rada como paso previo o preparación para ella–. Pero en otros
momentos y en otros lugares los seres humanos vivían de otra
manera porque participaban de otras concepciones míticas: la
civilización maya, la cultura de Polinesia, el Egipto esclavista,
el kibbutz israelita, y tantas otras formas de sociedad humana.
Sin embargo, asistimos en lo que podemos llamar nuestro sis-
tema socio-político, a un completo desprestigio del mito, consi-
derado como lo otro o lo radicalmente opuesto al pensamiento
racional o al discurso verdadero, modo eufemístico de aludir al
discurso oficial. El mito es lo absurdo, lo irracional, lo desca-
bellado, lo ajeno a la ración funcional. Ya veremos que esto es
en parte cierto, cuando hable más tarde de la verdad o false-
dad del mito. Pero lo que puede decirse de tal mito polinesio o
yanomami puede decirse, con igual justicia, del mito del capita-
127
 JESÚS GARCÍA RODRÍGUEZ
lismo, del mito de la tecnología o de cualquier otro mito al uso
de nuestro sistema imperante. Lo cierto es que ese desprestigio
del mito se convierte en una justificación para instaurar nuevos
mitos, mucho más oscuros, globales y totalitarios que los ante-
riores. Pasaré ahora a desgranar algunos de esos mitos modernos
que se nos imponen como verdades probadas e irrefutables, o
como discursos verdaderos, para posteriormente detenerme en
el otro asunto del mito y la poesía como creadores de realidad.
El capitalismo es sin duda un sistema económico, apuntalado
por la democracia parlamentaria, que es su contrapartida en lo
político. Pero es también un mito, un conjunto de representa-
ciones sobre la realidad que son compartidas por la mayoría de
los individuos de una sociedad. El mito del capitalismo, mito
reelaborado a lo largo de siglos, y creado a partir de retazos de
mitos feudales anteriores y que fue incorporando sucesivos ava-
tares coyunturales, se apoya sobre dos pilares fundamentales: la
propiedad privada y el capital. Estas son, podemos decirlo así,
las deidades supremas del panteón mítico, a las que acompañas
otras deidades secundarias: libertad de mercado, iniciativa de la
empresa, rivalidad entre productores, producción en masa, etc.
Al tratarse, obviamente, de mitos laicos, la pleitesía y reverencia
que se rinde a estas deidades permanece fuera de la esfera de lo
sagrado; lo cual no es obstáculo para que, en la práctica, se sacri-
fique a animales, plantas, parajes y paisajes y a seres humanos y
comunidades en su nombre, o que su presencia determine casi
todos los actos de la vida diaria de sus fieles seguidores laicos.
Que el capitalismo no sea más que una construcción mental,
mítica, parece repugnar a la razón de algunos, pero es una clara
evidencia. Determinado número de individuos que comparten
o compartimos, voluntaria o involuntariamente, esa concep-
ción mítica, creen que “la realidad” –eso otro siempre incog-
noscible y siempre incontrolable– es o se reduce, básicamente,
a ciertos movimientos, gestos y oscilaciones de algo tan inma-
128
EL MITO Y LA POESÍA COMO CREADORES DE LA REALIDAD
terial e inexistente por sí mismo como es el dinero. El dinero,
obviamente, carece de toda realidad per se, es un mero simu-
lacro sobre el que depositamos cierto valor concreto, un valor
tan subjetivo y variable como toda idea humana. El dinero –el
capital– no tiene, por tanto, mayor consistencia real que el dios
Moctezuma, la virginidad ante parto y post parto de María, los
dioses Júpiter o Apolo o una novela de Julio Verne. Pero, del
mismo modo que en torno al dios Moctezuma o en torno a un
judío crucificado o en torno a miles de dioses olímpicos puede
organizarse una sociedad entera, también puede hacerlo en
torno a algo tan irreal como el capital y el dinero. Lo importante
es cómo esos seres imaginarios o míticos influyen en nuestros
actos, los determinan y predeterminan, los configuran y pre-
nuncian. El mito supone esencialmente que los seres míticos
interactúan con los humanos, que la vida mítica y la humana
se entrecruzan y entrelazan constantemente. Pero ese hecho no
anula en absoluto su naturaleza mítica, es decir, total o parcial-
mente imaginaria.
En ciertas culturas de creencias y mitología chamánicas
suele existir una substancia que constituye un puente o inter-
mediario entre hombres y dioses, o de intermediario entre el
mundo humano y una felicidad que sólo puede calificarse de
divina. Dicha substancia, generalmente psicotrópica, aunque
a veces simplemente es alcohol barato consumido con el sufi-
ciente exceso, suele hipostatizarse, es decir, parece cobrar una
existencia y personalidad propia, y se convierte en una deidad
por sí misma. Sucede con el peyote en determinadas comuni-
dades de Méjico, sucede con la ayahuasca en tribus amazóni-
cas, sucedía con el soma en la religión védica o el haoma en la
avéstica, etc.
Dentro del orden mítico del capitalismo, esa substancia se
denomina capital, o más familiarmente, simplemente dinero.
Esta entidad hipostatizada, intermediaria entre el mundo de
los humanos y las sublimes felicidades y placeres del Olimpo
129
 JESÚS GARCÍA RODRÍGUEZ
laico, permite al fiel acceder, según se dice, a extraordinarios
estados de conciencia, a prodigiosos poderes psíquicos –segu-
ridad en sí mismo, fortaleza, templanza, capacidad inconmen-
surable de seducir a mujeres y a hombres– y a innumerables
poderes de otro orden. El ser humano con dinero, se dice, es
poderoso, atractivo, y –conforme a las concepciones míticas del
protestantismo– bueno, y ese poder, esa atracción y esa bon-
dad y provienen de su alianza con ese personaje mítico esencial
que es el dinero. Todos sabemos, en el orden objetivo, que el
dinero, como tal, no tiene valor ni existencia real alguna. Es
conocido el chascarrillo que, enunciado en forma de pregunta
viene a indicar algo así como: ¿De qué le sirve a uno un maletín
con diez millones de dólares en billetes en medio del desierto y
sin agua? Sin embargo, todos sabemos también que, dentro del
entramado mítico que es nuestra realidad, el dinero cumple con
una o con varias funciones claras y tajantes. Del mismo modo,
dentro de numerosas tradiciones míticas mejicanas, tanto
actuales –mayeros, por ejemplo– como pretéritas –mayas,
por ejemplo– existía el nahual o nagual, espíritu de un animal
que iba vinculado desde el nacimiento a un ser humano, que
se encargaba de protegerle y guiarle y en el que, en determina-
das circunstancias, podía convertirse. En la vida diaria de estos
pueblos, dicha concepción tenía o tiene su sentido y determina
o determinaba sus actos, y así por ejemplo el chamán, conver-
tido en nagual –un tigre, un águila o un prosaico cochino– era
capaz de comprender la enfermedad de los miembros de la
sociedad, y curarla; o bien, a veces, un hombre dejaba de matar
a un animal montaraz, cuando salía de caza, por haber descu-
bierto en su mirada que se trataba de una persona conocida,
quizá un pariente, que se había tornado en su nagual.
Tan irracional como estas ideas o representaciones míticas
deben parecernos deberían parecerles a miembros de otras
sociedades nuestro culto mítico y laico al dinero y a sus rami-
ficaciones. Pero, por otra parte, no es extraña esa incondicional
130
EL MITO Y LA POESÍA COMO CREADORES DE LA REALIDAD
devoción que la mayoría de nosotros, creyentes del capitalismo,
sentimos hacia esa divinidad ambigua. Pues el dinero es capaz
de los más portentosos milagros, corroborados una y otra vez en
la práctica: curar enfermos de enfermedades consideradas casi
incurables, conducirnos a paraísos reales o artificiales de toda
índole, tanto en el plano geográfico como intrapsíquico, permi-
tir que la mujer joven y lozana sienta una repentina atracción
por el hombre maduro o casi senil, o conseguir que la justicia
caiga a favor de aquel a quien todos los indicios apuntaban
como culpable manifiesto de algún delito o crimen. Todos estos
prodigios obra el dinero con su singular argucia de divinidad
astuta y escurridiza, divinidad cuya residencia terrena la mayo-
ría de los fieles sitúa en bancos y cajas de ahorro.
El intento de humanizar o de acercar a lo humano el dios
del dinero se hace presente en el elaborado diseño artístico de
monedas y billetes, que suelen mostrar siempre alguna figura
humana o alguna maravillosa y exquisita figura alegórica de
rasgos humanoides. Pero el dinero, como deidad suprema y
compleja, tiene dos caras, una creadora y favorable y otra des-
tructiva y oscura, como Shiva o Kali en el hinduismo, como
Apolo o Zeus entre los griegos, como Odín entre los germanos,
como Varuna entre los védicos, como Yahvé entre los judíos y
los cristianos, o como Shango o Changó entre los yorubas. Es
por una parte, el benefactor supremo dentro del orden mítico
del capitalismo, pero es también, en ocasiones, su elemento
más destructivo, sembrador de discordia y moralmente des-
preciable. Identificado simultáneamente con la gloria y con el
excremento, muestra indistintamente su cara benévola o su cara
maléfica a sus fieles, que le temen y veneran por igual. En su
faceta de divinidad protectora suele ir asociado a otra semidivi-
nidad, la compasión o la generosidad; en su faceta más siniestra,
se presenta acompañado indefectiblemente por otra subdeidad
o deidad menor, la ambición o la avaricia.
131
 JESÚS GARCÍA RODRÍGUEZ
La otra representación mítica esencial del capitalismo es la
propiedad privada. Por cuestiones de falta de espacio, me limi-
taré a indicar sólo unas cosas, y pasaré con brevedad sobre este
asunto. La idea de la propiedad privada, que ha de respetarse
por encima de casi todo, es una representación muy antigua,
pero no por ello ubicua ni presente en todas las culturas. En
numerosas culturas amerindias, y polinesias, a la nada malévola
pregunta de un occidental «¿De quién es esta casa?», es posible
que un indígena le conteste, plácidamente «Nada es de nadie,
nadie posee nada. Todo es de los dioses. Ellos lo construyen y
ellos se lo llevan». Puesto que todo es de los dioses –los dioses
son los verdaderos propietarios–, los seres humanos son, a lo
máximo, locatarios o arrendatarios de los bienes terrenos, a los
que vincula un alquiler temporal, o una propiedad en arriendo
por un cierto periodo. En otras culturas –la mongola, la ger-
mana, incluso la romana antigua–, la propiedad continuaba
siendo de las personas incluso después de su muerte, a menos
a título honorífico, a no ser que, directamente, se enterrara a
gran parte de sus posesiones con el difunto, como era el caso
de los faraones en Egipto. Nuestra cultura, más modesta, con-
sidera que la propiedad privada es de uno hasta la muerte,
mientras no se aliene de alguna manera, y posteriormente pasa
a los herederos legalmente designados. Creo que huelga indicar
que, como es natural, los títulos de propiedad tienen la misma
realidad ontológica que el dinero, es decir, ninguna: se trata de
papeles a los que un grupo de personas convienen en asignar un
valor, y siguen conveniendo posteriormente, y actúan como si
(als ob) dichos títulos tuvieran un valor real. Por ello todos aque-
llos que participan del mundo mítico del capitalismo actúan en
la realidad como si esos títulos de propiedad fueran reales, como
si las cosas fuesen en realidad propiedad de este o de aquel, es
decir, como si sus concepciones míticas fuesen reales, principio
básico y constatable de toda sociedad humana.
Con respecto a la ciencia como relato mítico, creo haber
hablado con más profundidad, o al menos con cierto detalle, en
132
EL MITO Y LA POESÍA COMO CREADORES DE LA REALIDAD
El edén y el átomo: mitologías comparadas, el artículo mío publi-
cado en el último número 15/16 de la revista Salamandra, y del
que, en cierto modo, esta intervención de ahora es una amplia-
ción, o un vástago. En ese artículo quise indicar que los relatos
cosmogónicos o sobre el origen –teoría del big-bang–, los rela-
tos mesiánicos –sobre la historia humana como progreso– y
los relatos antropogónicos o de origen de la propia tribu o de la
humanidad entera –la teoría de la evolución de las especies–
que la ciencia nos propone no dejan de ser relatos míticos, en
tanto en cuanto hablan de hechos que se encuentran fuera de
toda experiencia humana y por tanto, de toda comprobación o
experimentación científica. Al tratarse de hechos muy alejados
en el tiempo y en el espacio, sólo puede haber de ellos un saber
o una narración mítica, narración que en el caso de la ciencia
es apuntalada por toda una serie de metarrelatos que ayudan a
imponer como un discurso verdadero lo que no son sino, como ya
he indicado, relatos míticos sobre el origen, etc. Por otra parte,
ya indiqué en ese mismo artículo que las narraciones míticas de
la ciencia actual están teñidas y contaminadas completamente,
como no podía ser de otra manera, de las narraciones míticas
del judaísmo bíblico y del cristianismo nuevotestamentario. En
dicho artículo ya manifesté también que el supuesto proceso de
perfeccionamiento del ser humano y sus condiciones gracias a la
técnica y a la tecnología, es decir, la idea del progreso humano
o del progreso de la historia en una gradación meliorativa, y la
idea misma del tiempo como historia, tan característica de las
ideologías occidentales, es un relato mítico que hunde sus raíces
en los mitos cristianos sobre la Creación, el pecado original, el
advenimiento del Mesías, y el Apocalipsis o Juicio Final, que
tienen lugar en una sucesión lineal y que dan lugar a la idea
del tiempo histórico propio de nuestra civilización, opuesto a
concepciones míticas distintas tales como la del tiempo radial
de los mayas, o la del tiempo circular de hindúes, mazdeístas o
griegos presocráticos.
133
 JESÚS GARCÍA RODRÍGUEZ
Sólo añadiré algo a dicho artículo en referencia al mito
de la tecnología, o, más concretamente, al relato mítico de la
tecnología como salvadora del ser humano. Este tipo de mito
moderno, mito soteriológico que encuentra una formulación
poética conocida en el mito de Prometeo de los griegos, pero
que aparece en mundos míticos de otros ámbitos, como entre
los wichis o matacos de la actual Argentina, donde la risa del
hornero crea el fuego, o en muchos otros mitos etiológicos de
origen del fuego de numerosos pueblos humanos (indios len-
gua del Chaco, guaraníes, etc.) alcanza dimensiones despro-
porcionadas en nuestro mundo actual. Este mito, enunciado
de manera simplista y algo tosca, viene a decir que la tecno-
logía salvará al ser humano –¿de qué hay que salvarla?– y
le llevará, tarde o temprano, a un estado supremo de beatitud
y bienestar permanentes –sobre cómo sea dicho estado abun-
dan los textos de ciencia-ficción–. Este relato mítico, de nuevo
apuntalado por los metarrelatos de la ciencia y de parte de la
filosofía occidentales, ha resultado ser el trasfondo ideal para el
afán expansionista del capitalismo moderno, que se encarga de
vender a diestro y siniestro esa tecnología salvadora, amparán-
dose en ese mito que deja entrever, obviamente, que quien no
se apunta al tren de la tecnología quedará relegado a estadios
regresivos y prehumanos anteriores a la historia, o que quedará
excluido definitivamente del curso de esa misma historia, es
decir, y conforme a esa misma línea mítica, excluido de los lími-
tes espaciales y temporales del mundo tal y como lo conocemos.
Todos conocemos ya las posibles consecuencias catastróficas de
los “efectos colaterales” de esta narración mítica: extinción de
especies, problemas y perturbaciones graves en los ecosiste-
mas, destrucción progresiva de zonas verdes, etc. El mito que
propone la salvación parece ser precisamente, si no actuamos a
tiempo, aquel que nos condene para siempre.
En definitiva, en el artículo quise dejar claro que la ciencia
coadyuva con sus metarrelatos de orden mítico a cimentar los
134
EL MITO Y LA POESÍA COMO CREADORES DE LA REALIDAD
mitos cristianos y judeocristianos preexistentes, y a dotarles de
una apariencia de discurso verdadero, y oponerle así de manera
capciosa, en un plano de verdad distinto, al discurso mítico, al
que se considera desprovisto de toda verdad. Pero lo cierto es
que se esos relatos que se crean y proponen para denigrar al
mito no son sino relatos míticos, con lo cual lo que se hace no es
ni más ni menos que, como suele decirse, escupir sobre la pro-
pia cara, o utilizar un cuchillo mellado para afilar otro cuchillo
mellado.
Por que lo cierto, y aquí me permito un pequeño excurso
de naturaleza lógica, es que el relato mítico está al margen de
toda modalidad veridictoria, es decir, no es ni verdad ni no ver-
dad, aunque el mito juegue siempre con ambos conceptos con
especial astucia, como en un truco de prestidigitación. Podría
decirse de él, como muy bien observó mi admirado Manuel
Gutiérrez Estévez, lo que Wittgenstein afirmaba de los juegos
de lenguaje: «Tienes que considerar que el juego de lenguaje es,
por decirlo así, algo imprevisible. Quiero decir: no está fundamen-
tado. No es racional (o irracional). Está ahí, como nuestra vida».3
Sucede con ellos con los sueños: no son ni verdad ni falsedad,
simplemente son, forman parte de la vida. Los mitos no son ni
verdad ni no verdad, ni eso importa en absoluto, pues lo real-
mente importante en ellos es que, y cito de nuevo a Gutiérrez
Estévez, «los mitos –por sus dimensiones cosmológicas, socio-
lógicas, éticas o cognitivas–, organizan, explican y reproducen
la experiencia personal y colectiva. Es, en este sentido, en el que
son convertidos en un habla “verdadera”, por cuanto se pos-
tula una relación biunívoca y cerrada entre los mitos y la acción
social».4 O dicho con palabras de otro antropólogo, G.H. Gossen,
3. Ludwig Wittgenstein, en Über Gewissheit, párrafo 559. Edición de G.E.M.
Anscombe y G.H. von Wright. Nueva revisión conjuntamente con R.Rhees,
Frankfurt am Main, Shurkamp Verlag. La cita la recojo del esclarecedor artículo de
Manuel Gutiérrez Estévez, que es autor también de la traducción de la misma: M.
Gutiérrez Estévez: Representaciones míticas y Juegos de lenguaje, publicado en Indiana
(Ibero-Amerikanisches Institut, Berlin), 2004.
4. Manuel Gutierrez Estévez: Diferencias contra la mitología, publicado en Motivos
de la antropología americanista. F. C. E. , México, 2001 (pp. 327-365).
135
 JESÚS GARCÍA RODRÍGUEZ
«la mitología proporciona la pauta para la actuación histórica en
el presente».5 Es decir, que lo importante en ellos es cómo organi-
zan la realidad, cómo la crean al configurarla, al margen del asunto
intrascendente de su verdad o su falsedad. Esto es aplicable tanto
a los mitos tarahumaras o inuit como a nuestros modernos mitos
occidentales, a los que me estoy refiriendo ahora, entre los que
se encuentra, naturalmente, todos los mitos del pensamiento
utópico revolucionario, y también los que proporciona la poesía:
desde su origen mítico proporcionan pautas para su actualización
en la realidad presente, y para transformar radicalmente dicha
“realidad”, que no es, al fin y al cabo, sino otro producto de com-
plejas y centenarias elaboraciones míticas.
Con respecto a la naturaleza mítica de las narraciones cen-
trales de la doctrina de la religión cristiana, poco se puede decir
sin incurrir en repeticiones y obviedades. Hay un libro quizá
poco conocido de Alan Watts, Mito y ritual en el cristianismo,
que se detiene a analizar este asunto de manera muy accesible
y con especial detalle.6 Los relatos míticos sobre la creación del
mundo y de Adán y de Eva, el pecado original, el carácter de
elegido del pueblo de Israel y, por extensión ulterior, de toda
la cristiandad, la virginidad de María, la llegada del Mesías y
su papel en esta tierra, las narraciones del Apocalipsis, etc.,
constituyen un cuerpo mítico conocido, de una u otra manera
y en una u otra versión más o menos completa, por la inmensa
mayoría de los occidentales, y que por tanto influye en la con-
figuración de su “realidad”, tanto política, económica y social,
como personal e individual, pues estos mitos impregnan institu-
ciones, prácticas y convenciones sociales, desde el matrimonio
y la constitución de la familia monógama a la monarquía o la
democracia,7 pasando por los ritos funerarios, la constitución de
hospitales o las ideas sobre justicia social.
5. G.H. Gossen: Vida y muerte de Miguel Kashlán: héroe chamula, en Arbor nº 515-
16, pp.125-144, 1988.
6. Alan Watts: Mito y ritual en el cristianismo, Editorial Kairós, Junio 1998.
7. Compárese la formulación legal «todos somos iguales ante la ley» con la for-
mulación religiosa: «todos somos iguales ante Dios».
136
EL MITO Y LA POESÍA COMO CREADORES DE LA REALIDAD
Y llegamos al delicado asunto de la revolución, posible o
imposible, entendida también como un conglomerado mítico
lleno de potencial de aplicación para el futuro –pues en el pre-
sente no se da, al menos de manera generalizada–, y del papel
que la poesía podría jugar en todo ello. Pero antes de tratar tan
peliagudo asunto, creo conveniente hacer algunas observacio-
nes sobre eso que llamamos “realidad”.
Sobre o acerca de la realidad, lo que sea la realidad, sólo pue-
den hacerse relatos míticos, pues la realidad en sí misma no es
nada precisamente por serlo todo, es decir, es incognoscible e
indefinida per se; necesita, para ser entendida y aprehendida
e interpretada, pasar por el tamiz del mito; el mito, por tanto,
no tiene sentido ni deja de tenerlo, sino que es, en realidad, el
presupuesto, o la conditio sine qua non, o el marco dentro del
cual puede darse cualquier sentido. Es, por decirlo así, las reglas
del juego, sin las cuales el juego no puede llevarse a cabo, o no
puede recibir el nombre de juego. La realidad sin narratología
mítica previa no puede recibir el nombre de verdadera realidad,
o al menos de verdadera realidad inteligible.
Con lo que llegamos a esta conclusión: la realidad –lo que la
realidad quiera que sea– es en el fondo una cuestión de fe: uno
cree o aprende, o es obligado a creer que algo es real, y aprende
a vivir conforme a esa creencia; y es también una cuestión de
poesía. Exige un paso previo, el paso de la fe: creo que la rea-
lidad es esto o aquello, en última instancia: creo en este mito o
en aquel. Y es la poesía la que crea esos mitos, es decir: la que
proporciona objetos para esa fe, conforme a los cuales vivimos
e interactuamos. En nuestras manos y en nuestra capacidad de
intelección está la decisión de optar por mitos destructores y
generadores de gran desigualdad y disarmonía, o en otros mitos
que quizá no lo sean tanto, o de optar por hacer más humanos
y acogedores los mitos preexistentes. Y sólo mientras exista y
se cultive esa capacidad de creación de mitos, que es esencial
a toda poesía y a todo pensamiento revolucionario, será facti-
137
 JESÚS GARCÍA RODRÍGUEZ
ble tener esa posibilidad de optar. De lo contrario, estaremos
condenados a recorrer y transitar, durante centurias, el mismo
sombrío, árido y poco halagüeño paisaje mítico miserabilista
que vivimos, día a día, en la actualidad.
Y tratamos ahora el peliagudo antagonismo entre política y
poética, poesía y revolución: ¿son posibles una y la otra, o una
sin la otra? Para muchos, ambas realidades, política y poética,
son irreconciliables, son compartimentos estancos sin posibi-
lidad alguna de síntesis. Ello forma parte (también, cómo no)
de una cierta representación mítica que afirma que la poesía es
asunto banal, un pasatiempo o divertimento artístico de indivi-
duos aislados, mientras que la política trata de asuntos serios,
comunitarios, decisivos y trascendentales de la vida diaria. Pero
cabe otra manera de pensar: aquella que afirma que la poesía,
como la política, es parte de la vida, de la vida común y comu-
nitaria, una parte tan esencial como la otra, si no más, un asunto
de vida o muerte, como lo es cada segundo que vivimos en este
nuestro universo. Para el que hace prevalecer la política sobre
la poesía, la vida es ante todo tradición, orden y progreso, como
en la bandera de Brasil: un entramado que hay que organizar
conforme a unas instituciones dadas de antemano; pero para el
que hace prevalecer la poesía sobre la política, la vida es otra
cosa: una aventura que sólo se vive una vez, y que carece de
reglas predeterminadas, como el famoso papel en blanco del
que hablan, precisamente, los poetas. No existe un orden
anterior, sino que la realidad se crea por primera vez en este
mismo momento: la historia es, más que una orgía perma-
nente –como titula el célebre escritor peruano neoliberal–,
una cosmogonía permanente. Si la política es la ciencia o el arte
o la disciplina de organizar la vida de los ciudadanos, desde mi
punto de vista la poesía puede jugar ahí un papel fundamental,
suministrando el material para crear nuevos mitos, para crear
nuevos relatos y narraciones que pueden convertirse posterior-
mente en auténticas y tangibles realidades sociales. Para aquel
138
EL MITO Y LA POESÍA COMO CREADORES DE LA REALIDAD
que considera que política y poética son realidades separadas,
la poesía será siempre una actividad al margen, estigmatizada
de antemano por ser improductiva, y completamente inútil a
efectos sociales. Para esta misma mentalidad, y en el colmo del
miserabilismo, “revolución” es justo lo opuesto a “realidad”:
“revolución” es un conjunto de ideas más o menos poéticas e
idealizadas sin punto de apoyo alguno posible en la realidad
tangible. Cuando lo cierto es que ambas, “revolución” y “reali-
dad”, son concepciones míticas. Lo único que diferencia a una
de la otra es el número de personas que comparten y viven con-
forme a ese mito, minoritario en el primer caso, abrumadora
mayoría en el segundo. Es precisamente este tomar conciencia
de la naturaleza mítica de las bases de nuestro sistema lo que
constituye el paso previo para su transformación conforme a
otro tipo de concepciones míticas diferentes.
Y para aquel que piensa en que una interacción entre ambas
es posible, la revolución no es lo radicalmente opuesto a la reali-
dad, sino realidad en y por sí misma, y la poesía es precisamente
la llave para un cambio social, al proponer mitos diversos que
sólo necesitan de un gran número de personas que los compar-
tan para pasar de “mitos” a “realidades”, es decir, y conforme
al miserabilismo imperante, pasar de “poesía” a “política”. Es
en el punto en el que los contornos de la poesía y de la política
se difuminan completamente cuando surge, como una espon-
tánea y masiva ráfaga luminosa, la revolución. Y esa difumi-
nación completa sólo puede producirse si nos desligamos o si
salimos de los límites del universo mítico heredado, pesimista,
obscurantista e inmovilista como es, y mostramos esa extraña y
poco habitual mezcla de valor y de inteligencia necesarios para
adentrarnos en esas otras realidades dentro de la realidad.
Soy por tanto de la convicción de que el pensamiento poé-
tico, o la poesía, puede proporcionar las herramientas para un
cambio en la realidad, para crear una realidad nueva. Es la poe-
sía la que elabora ese mito que da origen a toda revolución, ese
139
 JESÚS GARCÍA RODRÍGUEZ

mito que, como todos, y como ya indiqué en las palabras de ese

gran antropólogo vivo, Manuel Gutiérrez Estévez, «organizan,
explican y reproducen la experiencia personal y colectiva».8 Es
decir, que creo en la poesía como elaboradora, dadora y madre LA PIEL REINVENTADA
del caudal mítico necesario para un cambio a gran escala. Que esa
Elogio del tactilismo
cambio se produzca o no depende de nuestra capacidad de crear,
Noé Ortega
y de nuestro valor para enfrentarnos a lo ya creado.

Una de las características principales de la sociedad actual es,

sin duda, la preponderancia de lo audiovisual. Nos encontra-
mos en un momento de inflación de imágenes sin precedentes.
Sin embargo, es una trampa entrar en el juego que impone el
sistema: el de la aberración que supone otorgarle a lo visual una
importancia tan desmesurada con respecto al resto de facetas
que conforman lo sensorial. Desde luego, lo visual ha tenido
siempre, en circunstancias normales, una relevancia mayor al
del resto de los sentidos. Pero en la actualidad, parece claro que
la diferencia se ha hecho abismal, hasta el punto de llevar el
resto de los sentidos a un estado de atrofia que se me antoja sin
precedentes. Atrofia que, por supuesto, se interrumpe ilusoria-
mente cuando es necesario, es decir, en fechas señaladas donde
la pituitaria debe trabajar al máximo para decidir qué perfume
comprar, o las papilas gustativas deben estar a la altura de las
expectativas para apreciar la indiscutible calidad del menú más
caro, o el oído debe apreciar la excelencia del violín, o la piel
debe asombrarse ante el tacto del más caro abrigo de visón. Es
decir, cuando al sistema del consumismo le interesa, y sólo en
esas circunstancias.1 Fuera de ahí, prosigue el monopolio inten-
1. Podríamos mencionar aquí el fenómeno de las pantallas táctiles. Es curioso
cómo se aprovecha mercantilmente esta característica, cuando en realidad la expe-
riencia táctil es reducida a su mínima expresión. Todo el protagonismo lo sigue
teniendo la imagen. Existe sólo una presión mecánica, ya que toda la sensación
táctil es un rápido contacto con una lámina de cristal frío e impersonal, contacto
8. Ver nota 4. cuyo fin es en última instancia seleccionar imágenes.

140
 NOÉ ORTEGA
cionado (¿qué monopolio no lo es?) por un lado, y la atrofia
por otro.
Es este motivo el que me hace pensar que quizá, en algu-
nos casos, estemos ignorando un enorme potencial residente
en esos sentidos olvidados. Precisamente por ser los más olvi-
dados por el sistema, pueden ser los que más capacidad ten-
gan de producir efectos sorprendentes e inesperados. Además,
puede que sean los menos susceptibles de ser recuperados, y
esto da mucho que pensar. Se trate del sentido que se trate, éste
produce en nosotros una experiencia sensible en un determi-
nado momento; experiencia sensible que, como tal, va ligada
a una realidad causante de los estímulos que constituyen dicha
experiencia. Más adelante analizaré la naturaleza de esa reali-
dad, pero adelanto que un elemento en un sueño puede oca-
sionar experiencias sensibles de mayor o menor intensidad. De
momento, lo que nos interesa es que la experiencia sensible nos
pone en relación con una entidad que ocupa unas coordena-
das determinadas, ya sean físicas y temporales en el espacio
circundante, o afectivas en un espacio onírico. En el caso de la
imagen, al existir un sistema de representación para reprodu-
cirla, se puede dar (y efectivamente se da) la situación de que la
experiencia con entidades reales puede quedar paulatinamente
suplantada por la experiencia con meras representaciones, a
medida que la representación se erige soberana en detrimento
de lo real. Así, la experiencia visual sufre un empobrecimiento
irremediable. Sin embargo, en el caso del olfato, del gusto, y
ya más en concreto del tacto, esta situación no se produce. No
hay forma (al menos hoy en día) de entablar una experiencia
sensible con una representación de la realidad causante de los
estímulos táctiles, puesto que no existe dicho sistema de repre-
sentación. Así, la experiencia táctil conserva irreductiblemente
toda su potencia. (La experiencia auditiva requeriría, en mi opi-
nión, un análisis detallado).
142
LA PIEL REINVENTADA
Me gustaría hacer aquí una breve puntualización, y es que
en el ámbito de reflexión y crítica en el que nos movemos,
el concepto de mirada es mucho más amplio que el de vista,
haciendo más referencia a toda una forma de pensar y vivir la
realidad que a la mera función receptiva visual. Basta citar, por
ejemplo, un extracto de un artículo de Eugenio Castro, para
darse cuenta de esto:
Ahí (en ese corredor por el que va) el poeta mira y, al mirar, crea, porque
mirar entra en encuentro con lo sobrevenido y no convocado. Pero lo
sobrevenido no guarda ninguna relación con lo trascendente, sino que
está ligado a la inmanencia del ver: sentir, con toda la materialidad
(tactilidad) de este término, el genio de las cosas, las imágenes del
lugar, estableciendo una relación con lo que fluye con la gracia de la
aparición.2
En este fragmento se relaciona crucialmente la mirada con
el tacto, ampliándola hasta abarcar con ella mucho más de lo
visual, abarcando entre otras cosas la fisicidad de lo que está en
torno a nosotros. De esta forma, la experiencia se ensancha y se
enriquece en cuanto que se aproxima a lo externo y lo abarca
en mayor medida. Experiencia que no tiene como fin la crea-
ción artística de imágenes, sino la creación en un sentido mucho
más profundo, creación presente en el instante mismo en que el
espíritu se encuentra en estado de unión con lo otro. Creación
derivada también de la transformación inevitable que se pro-
duce en el encuentro, ya que, como afirma Octavio Paz, «desde
el principio la concepción surrealista no distingue entre el cono-
cimiento poético de la realidad y su transformación».3
Ya se ha advertido una relación entre vista y tacto.
Posteriormente profundizaremos en sus relaciones, pero de
momento nos centraremos en la experiencia táctil y en sus
2. Eugenio Castro, Entre en medio, en Salamandra. Intervención surrealista, ima-
ginación insurgente, crítica de la vida cotdiana15/16, Madrid, 2005.
3. Octavio Paz, El surrealismo, en La búsqueda del comienzo, Ed. Fundamentos,
Espiral Ensayo, Madrid, 1974, p. 32.
143
 NOÉ ORTEGA
características insustituibles y valiosísimas. En la experiencia
táctil, la distancia entre objeto y sujeto forzosamente desapa-
rece, se anula, se supera. Se produce un contacto directo entre
el sujeto y el objeto de su deseo, evolucionando hacia una expe-
riencia vital inmediata, en bruto. Se pasa de la contemplación
a la acción. En la experiencia táctil no hay lugar para la pasi-
vidad, lo físico cobra protagonismo, la piel despierta, siempre
hay acción, movimiento, aunque tan sólo sea el movimiento de
acercamiento necesario para llegar a tocar lo deseado.
Podríamos establecer en este punto una analogía entre el
observador y la figura del voyeur. La experiencia visual, par-
cialmente contemplativa, como ceremonia del deseo, del
preparatorio, del gusto por la demora y la permanencia en la
observación de lo deseado. El tacto representaría entonces la
sustitución de lo visual por lo material: el momento de la culmi-
nación, el éxtasis, la ruptura de esa cierta pasividad para verter
el deseo en la piel.
Hay que tener en cuenta aquí que el placer erótico es emi-
nentemente táctil. Parece claro que conseguir la erotización de
la realidad y de la vida pasan por un proceso de intensificación
de la experiencia táctil y de sensibilización de la piel, ensalzarla
como territorio donde se consuma lo erótico. Pero no sólo por
esto, que es tan evidente, sino porque toda relación táctil, ya no
con otras personas, sino con cualquier objeto o cosa, tiene un
componente erótico intrínseco ineludible. La experiencia del
tacto tiene lugar siempre entre dos pieles, pudiendo ser la piel
sensible o no sensible: orgánica con mayor o menor grado de
sensibilidad (animal, vegetal) o inorgánica (no sé si esto lleva-
ría a un erotismo de lo inorgánico). La sensualidad es inevita-
ble en una relación física que tiene lugar en la piel. La relación
por medio del contacto táctil implica, como hemos dicho, una
reducción de toda distancia con respecto al objeto, lo que con-
duce a un conocimiento de lo particular en el que se aprecia lo
que hay en ello de único y distintivo, de aquello hacia lo que nos
144
LA PIEL REINVENTADA
vemos atraídos por un impulso que tiene mucho en común con
las pulsiones internas más eróticas.
La ruptura de distancias que supone el tocar constituye de
por sí una actitud enfrentada al discurrir oficial de las cosas. La
sociedad avanza cada vez más hacia un estado permanente de
asepsia. Parejo al alejamiento de las realidades y al empobre-
cimiento de la experiencia visual, se produce un alejamiento
forzado del sujeto con respecto a la superficie de las cosas
camuflado bajo una obsesión paradójicamente enfermiza por la
higiene. El gusto por la pulcritud, por lo frío e impersonal, con-
duce inevitablemente a un rechazo del contacto con lo que nos
rodea. Esto es especialmente aplicable si se trata de materia-
les naturales, materiales por ejemplo orgánicos o minerales en
estado natural (por supuesto, no habría problema en acercarse a
una piedra preciosa debidamente limpiada de impurezas, puli-
mentada y cortada con una geometría perfectamente artificial).
Esta tendencia llega hasta el extremo en el uso desaforado y
obsesivo de fundas, embalajes, precintos y un largo etcétera de
envoltorios destinados a preservar los productos y los objetos
intactos, a modo de profiláctico que nos proteja del contacto
supuestamente contaminante con la superficie de las cosas.4
Materiales sintéticos en su mayoría, sustituyen el tacto origi-
nal de los objetos por otro impersonal, con una homogeneidad
industrial incorruptible. Este alejamiento no puede producir
otro efecto que el de un estado de anestesia vital permanente
paralelo al de asepsia.
Frente a esto, no podemos hacer otra cosa que reivindicar la
experiencia táctil, y con ello algo tan indisociablemente unido
a dicha experiencia como es el ensuciarse con lo que es tocado.
Este vocablo, ensuciarse, de connotaciones inicialmente nega-
tivas, se refiere a lo que probablemente sea más valioso en el
4. Se recomienda leer un interesantísimo texto acerca de esta cuestión: Sobre las
fundas, envoltorios y paquetes, de D.R.Belmonte, publicado en la revista Engranajes
nº 2. Revista de ensayo y pensamiento crítico, Sevilla, 2002.
145
 NOÉ ORTEGA
contacto de una piel con un elemento exterior: el hecho de que,
al tocarlo, al rozarlo, algo de lo que se toca permanece en nues-
tra piel. Llámese suciedad, qué importa. Lo significativo es que
parte de la materia unida a eso que es tocado se adhiere a la
piel, a la vez que nuestra piel produce también cierto efecto en
lo otro. Esta interacción con lo que no somos nosotros, con lo
que se sitúa más allá de nuestra piel y sin embargo nos incita al
contacto, supone una forma de relación con el mundo de una
enorme intensidad poética en sus dimensiones más íntimas.
La experiencia táctil también es crucial en nuestro senti-
miento de pertenencia al mundo. De todos los sentidos, el tacto
es el que más definitivamente nos lleva a sentirnos inmersos en
el medio. Algo tan mecánicamente asumido como la sensación
de gravidez desaparecería de forma casi total en ausencia de
tacto. Esta situación supondría una percepción de la realidad
como la que pudiera tenerse flotando en una burbuja aislada
y ajena al mundo, desde fuera del mundo. Por medio de las
sensaciones de presión es como sentimos la tierra bajo nuestros
pies y el contacto con los objetos. Ahí, en la piel, se produce
un conocimiento inmediato, directo, de lo que está a nuestro
alcance. Un conocimiento que no deja lugar a la duda, como
cuando es necesario tocar algo para comprobar si es una visión
o un espejismo o por el contrario se trata de un elemento posee-
dor de realidad física.
Así, estar materialmente en el mundo nos lo proporciona en
su nivel más básico el sentido del tacto. Por este motivo, gran
parte de nuestro sentimiento de seguridad emana directamente
de nuestras sensaciones táctiles. También conviene recordar, en
relación a este sentimiento primario de seguridad, las palabras
de Jan Svankmajer cuando afirma que «desde nuestro naci-
miento la seguridad emocional ha estado siempre asociada al
contacto con el cuerpo de nuestras madres. Ese fue el primerí-
146
LA PIEL REINVENTADA
simo contacto emocional con el mundo externo, antes incluso
de que pudiéramos verlo, olerlo, oírlo o gustarlo».5
Por otro lado, el tacto también es fundamental en el estadio
más inmediato de nuestro sentimiento de vulnerabilidad. En
nuestra relación con el mundo se producen experiencias táctiles
sumamente básicas que, una vez experimentadas, nos hacen
ser conscientes de lo frágil de nuestra condición frente al medio
externo. Frente al calor y la sensación de seguridad del vien-
tre materno, tenemos la sensación de frío, el temblor extremo.
Frente a la agradable sensación de presión al pisar la arena o
tocar una tela agradable, tenemos la presión excesiva y dañina
que puede ser ocasionada por un impacto o la caída de algún
objeto. Y frente al tacto delicadísimo del borde de una hoja de
menta aterciopelada, tenemos el filo metálico de un cuchillo o la
amenaza punzante de una aguja. Todo esto, como digo, es causa
directa del sentimiento de vulnerabilidad ante lo externo.
Este sentimiento de vulnerabilidad tiene un efecto muy sig-
nificativo, y es que una vez que se es consciente de la fragilidad
propia, se produce un cambio de actitud frente a la exterioridad,
a la que se pasa a respetar y a valorar en sí misma, estableciendo
una relación de igual a igual, y no de superioridad desconside-
rada e ilusoria. Además, la experiencia sensible cobra entonces
un valor mucho mayor, tanto porque el objeto de la experiencia
ha alcanzado más relevancia, como porque la misma experien-
cia sensible se sabe efímera. La fragilidad y el carácter efímero
de la experiencia sensible después del conocimiento de la pro-
pia vulnerabilidad llevan de forma natural a valorarla en una
medida mucho mayor.
Antes hice referencia a la realidad causante de los estímu-
los táctiles, realidad siempre poseedora de una carga de deseo
que proyectamos sobre ella antes y durante la experiencia del
5. Jan Svankmajer, Tactilismo, en Cine, humor, sueño, revuelta y tactilismo,
Salamandra. Comunicación surrealista, imaginación insurgente, crítica de la vida
cotdiana 10, Madrid, 1999.
147
 NOÉ ORTEGA
contacto. Hablé también de cómo esa relación piel a piel con
lo externo nos lleva a una unión íntima con lo material. Pero
además de los elementos físicamente existentes de forma obvia,
existen otro tipo de elementos o situaciones más sutiles capaces
de desencadenar experiencias táctiles de una forma mucho más
turbadora y desconcertante. Me refiero fundamentalmente
a las experiencias que tienen lugar en los sueños y en estados
alterados de conciencia.
El sueño es una experiencia donde predomina lo visual,
aunque la mayoría de las veces tiende a la sinestesia. También
se producen frecuentemente sensaciones cinestésicas que van
desde la mera sensación de movimiento hasta un vértigo agudí-
simo producido por una precipitación onírica al vacío. En ocasio-
nes se viven durante el sueño experiencias táctiles sumamente
intensas. Estas experiencias, cuando se producen, multiplican
la riqueza de la vivencia del sueño, nos llevan a experimentarlo
en un plano plenamente perteneciente a lo real, y causan al
despertar un efecto de desarraigo desolador. Fascinante, pero
desolador por la añoranza del objeto de la experiencia, perdido
quizá para siempre. Pienso por ejemplo en sueños donde se pro-
duce un encuentro con una mujer sobre la que nos sentimos
irremediablemente atraídos, con todo nuestro aparato afectivo
desbordado, y llegamos a fusionarnos con ella en un abrazo.
Puede que conozcamos a esa mujer en nuestra vida diaria, o
puede que sea un maravilloso collage síntesis de nuestros deseos
más profundos, pero lo importante aquí es la vivencia plena del
abrazo. Al despertar, muchas veces ha sido tal el realismo de la
sensación táctil, que cuesta creer que solamente haya tenido
lugar durante el sueño.
André Breton recuerda de la siguiente forma el sueño que le
impulsó a la puesta en circulación de objetos surrealistas:
Así fue como una de estas últimas noches, durante el sueño, en un
mercado al aire libre que tenía lugar junto a Saint-Malo, había puesto
148
LA PIEL REINVENTADA
la mano sobre un libro bastante curioso. El lomo del libro estaba
formada por un gnomo de madera cuya barba blanca, cortada al estilo
asirio, le llegaba hasta los pies. El grosor del libro era normal y, sin
embargo, no impedía de ningún modo volver sus páginas, que eran de
gruesa lana negra. Me apresuré a adquirirlo y, al despertarme, lamenté
no encontrarlo cerca de mí.6
Aquí se manifiesta esa nostalgia del objeto soñado que había-
mos comentado, y además, aunque no se dice explícitamente,
parece un sueño con claros componentes táctiles: «había puesto
la mano sobre un libro», páginas de gruesa lana negra que se
volvían sin dificultad…
Los estados alterados de conciencia, que tienen alguna
semejanza con el del sueño, también pueden constituir una
fuente muy rica de experiencias táctiles increíblemente inten-
sas y sorprendentes. A modo de ejemplo, trasladaré aquí una
anécdota aportada por un amigo. Contaba cómo, bajo los efec-
tos de un alucinógeno, acarició los cabellos de su compañera.
Al hacerlo, sintió en sus dedos la sensación clarísima de estar
tocando el velamen de un navío. Estaba manteniendo contacto
visual con la acción, pero en sus dedos la sensación de los cabe-
llos se trasladaba a esa otra experiencia táctil, con un nivel de
detalle bastante elevado.
En esta experiencia tan enriquecedora se da una circuns-
tancia muy interesante: el extrañamiento producido por una
discordancia entre vista y tacto. Cuando lo que recibimos por la
mirada no se corresponde con la experiencia táctil, ésta última,
por ser directa, inmediata, crea un estado de confusión y una
crisis en la mirada que merece todo nuestro interés. Es una
situación de conflicto en la que la experiencia táctil vence de
alguna forma a la visual, a pesar de que la situación sea contraria
a todo lo esperable, ya que por el tacto estamos viviendo una
6. André Breton: Introduction au discours sur le peu de réalité, en Oeuvres
Complètes, vol. I., Gallimard/nrf, Paris, 1992, p. 277. Citado en L. Puelles
Romero, El desorden necesario. Filosofía del objeto surrealista, Cendeac, Ad Hoc
Ensayo, Murcia, 2005, p. 159.
149
 NOÉ ORTEGA
experiencia directa, en bruto, sin mediaciones ni interme-
diarios.
Situaciones como la anterior son posibles, pero son difíci-
les de experimentar con asiduidad porque escapan en buena
medida a nuestro control. Sin embargo, mediante una inver-
sión de la situación se hace posible la creación de situaciones
dirigidas a crear mediante el tacto un estado de conflicto senso-
rial que tiene consecuencias inmediatas en la reactivación vital
de la persona que lo experimenta. Me refiero a que, en el caso
de la experiencia referida, la mirada percibía la situación física
y externamente real, objetivable, a pesar de que la experiencia
subjetiva fuese otra. La inversión a la que me refiero supone
que lo percibido por el tacto sea lo fidedigno, mientras que la
vista es llevada intencionadamente a engaño.
Es importante detenerse aquí a analizar las relaciones entre
tacto y vista. Hay algo fundamental en lo que aún no hemos
reparado, y es que la vista proporciona información táctil antes
de que se produzca el contacto y de que el tacto entre en juego.
La vista se adelanta al tacto. El hecho crucial es que esta pre-
visión táctil se apoya en la experiencia: la vista identifica un
objeto, el material de su superficie es proyectado en nuestro sis-
tema de referencia, y de ahí se infieren sus propiedades táctiles.
Así, la experiencia táctil viene en cierto modo condicionada por
la mirada previa. Además de la experiencia previa, esta previ-
sión se basa también en ciertas características de la superficie
que son percibidas por la vista. Según la rugosidad o la granula-
ridad, por ejemplo, la luz se refleja de forma diferente.
La potenciación de la experiencia táctil pasa por la ruptura
de esta previsión a la que habitualmente es sometida. En sus
estudios sobre tacto y vista, Jan Svankmajer afirmó que a la
hora de cultivar el tacto, «la primera condición de esta educa-
ción me parece ser la necesidad de liberar al Tacto de la depen-
dencia de la Vista».7
7. Jan Svankmajer: El tacto y la vista, op. cit., p. VII.
150
LA PIEL REINVENTADA
Teniendo en cuenta esta previsión de la experiencia del tacto,
propongo la construcción de objetos y situaciones que podría-
mos denominar de «extrañamiento táctil». Objetos y situacio-
nes en los que la vista reduzca la experiencia a algo prefijado,
y sin embargo al producirse el contacto con la piel se produzca
una sensación completamente imprevisible y sorprendente.
Como se mencionó arriba, es deseable que efectivamente lo
objetivable sea lo que nos llega mediante la experiencia táctil,
y que sea la mirada otras veces omnipresente y omnipotente la
conducida a error, ya que así conseguimos un triple objetivo.
En primer lugar, se consigue un efecto de extrañamiento tác-
til que sirve para llamar la atención y reactivar un sentido nor-
malmente olvidado, produciendo sensaciones inesperadas. En
segundo lugar, se produce un desconcierto, al habernos llevado
la mirada a engaño. Automáticamente se produce también la
consecuente reactivación de la mirada que supone haber sido
inducido a un estado de alerta sobre la vista. Y en tercer y
último lugar, hace que sea posible sistematizar estas experien-
cias para darlas a vivir a otras personas, pudiendo ser realizadas
colectivamente en entornos ajenos y desprevenidos donde este
extrañamiento táctil pueda ser potenciado y dado a vivir a otras
personas para producir un quiebro en el discurrir normal de su
vida cotidiana y en sus sensaciones previstas.
La idea fundamental de los objetos de extrañamiento tác-
til que propongo aquí es que al ser vistos se asocie de forma
automática una sensación táctil, mientras que al tocarlos se pro-
duzca una sensación diferente a la esperada. Sin embargo, esto
técnicamente puede llegar a ser muy difícil de conseguir. Por
ejemplo, me encantaría poder confeccionar un jersey de apa-
riencia similar a un jersey de lana, y sin embargo que estuviera
constituido de un material quizá de micro-hilillos metálicos de
forma que al tocarlo resultase duro, de tacto poco agradable
para ser puesto, y frío. Para salvar los inconvenientes técnicos,
creo que se podrían hacer aproximaciones: por ejemplo jugando
151
 NOÉ ORTEGA
con la temperatura, se podrían calentar o enfriar objetos comu-
nes sin que visualmente se apreciara nada.
A pesar de la dificultad existente, la situación se vuelve más
favorable precisamente donde más es necesario: en el domi-
nio de lo colectivo. Es completamente deseable desarrollar en
el ámbito privado experiencias que nos lleven a un enriqueci-
miento de nuestras sensaciones táctiles, desde jugar con materia-
les o construir objetos táctiles hasta experimentar ampliamente
en el terreno de las relaciones sexuales. Pero nunca insistiremos
lo suficiente en que es necesario dar el salto a lo colectivo. Es
necesario pasar a un marco donde el receptor de la experien-
cia sea un sujeto desprevenido y ajeno a todo esto, para hacer
irrumpir mediante acciones ese extrañamiento en el centro de
lo cotidiano y producir un quiebro en el ritmo marcado de su
transcurrir.8 En este ámbito, es más fácil provocar experiencias
de extrañamiento táctil por la gran cantidad de sensaciones que
vivimos de forma automática sin prestar atención. Es tan abso-
luto el condicionamiento que nos fija la experiencia, que ya no
es necesario engañar a la vista, porque ni siquiera ésta entra en
juego en los actos más rutinarios.
Como forma de ilustrar esto, pensemos en algo tan banal
como abrir una puerta. Se trata de un acto de una simpleza tan
grande que lo tenemos completamente asumido. Prácticamente
8. El juego contiene un gran potencial liberador. En cualquier tipo de juego, su
carácter manual convierte al tacto en el sentido protagonista junto a la mirada,
cuando menos al mismo nivel que ella. Además, en el juego se llega a un estado de
inocencia lúcida, de inocencia no ingenua, de inocencia entregada por completo al
juego. La afectividad se involucra totalmente, volcándose sobre el juego con lo con-
creto y olvidándose de toda abstracción. Cuando el juego pasa del ámbito personal
al colectivo, se abre un mundo de posibilidades que merecen la exploración más
apasionada. A modo de ejemplo, me gustaría mencionar aquí el juego táctil reali-
zado por el grupo surrealista Signo Ascendente de Buenos Aires, que precisamente
fue inspirado y estimulado por la lectura del relato de una experiencia táctil orga-
nizada por Svankmajer. Un artículo acerca de los resultados del juego, con varias
reflexiones muy valiosas acerca de la experiencia táctil, fue publicado bajo el título
de La piña es bastante hermafrodita en el número 11-12 de la revista Salamandra.
Juegos de este tipo muestran lo fértil que puede llegar a ser la experiencia del tacto,
y abren vías de exploración en varias direcciones a partir del trabajo investigador,
profundamente experimentador y siempre estimulante de Jan Svankmajer.
152
LA PIEL REINVENTADA
nunca miramos el picaporte cuando vamos a abrir una puerta,
simplemente apoyamos la mano en él y lo giramos para pasar
mientras pensamos en cualquier otra cosa durante el breve pro-
ceso. Este es el terreno óptimo para realizar una acción: echar
miel en el picaporte, o cola con arena, o enfriarlo. Así, modi-
ficando el tacto del manillar, un acto mecánico se convertirá
automáticamente en sorpresa. La sensación táctil experimen-
tada derriba así lo esperado en la persona que recibe el efecto de
la modificación efectuada. Si la acción se realiza en la puerta de
una sucursal bancaria o de las oficinas municipales, ámbitos de
marcado carácter formal, correcto, clínicamente limpio y des-
personalizado, entonces los efectos se potencian.
Debido a la brevedad con la que se ha redactado el presente
texto, no me ha sido posible desarrollar con la suficiente ampli-
tud una serie de acciones planeadas para desencadenar expe-
riencias de extrañamiento táctil. Pero existe una larga lista de
experiencias (alguna de ellas realizada) de la que extraigo éstas
a modo de ejemplo:
–Introducirse en una iglesia con la palma de la mano modifi-
cada táctilmente. Por ejemplo, con la mano cubierta por una
cataplasma de barro, o con papel de aluminio pegado, o pin-
tura fresca, o lo que se nos ocurra. Se trataría de soportar una
misa, preferiblemente infiltrado en las primeras filas, entre los
ancianitos incondicionales que imagino haciendo los coros para
seguir al cura. En el momento de unión fraternal universal de
dar la mano a la gente de alrededor, comenzaríamos ferviente
pero seriamente (es un fervor contenido) a dar la mano a toda la
gente alrededor nuestro. Se me ha sugerido también, de forma
muy acertada y estimulante, realizar esta acción a entornos
donde cobre aún más fuerza, como una entrevista de trabajo o
una reunión empresarial.
–Pegar cuadraditos de fieltro adhesivo en las teclas de un
cajero automático. Es importante no olvidar que la mayoría de
153

....pegar cuadraditos de fieltro adhesivo...
LA PIEL REINVENTADA
los cajeros cuentan con pantallas táctiles, encaminadas segura-
mente a atrapar también al tacto en el ritual de hipnotismo que
supone la sucesión de imágenes luminosas, sonidos y pantallas
de confirmación que conducen al ansiado dinero. Si, además de
modificar el tacto de las letras, hacemos lo propio con la panta-
lla, el efecto se potenciará, con el efecto adicional que supone
la modificación visual causada por una capa de cola con arena,
por ejemplo.
–Mezclar objetos de marcado carácter táctil con las golosinas
en una de esas tiendas llenas de cajas de gominolas que cada
uno se sirve a su gusto y luego se pagan al peso. Bolitas de pelo,
excrementos de cabra (tener familiares en un pueblo tiene sus
ventajas), etc. También puede ser una buena idea sacar una
gran bolsa de patatas en un grupo grande de personas, y que
entre las patatas haya plumas de pájaro, o pedazos de cartón, o
cuadrados de metal, o flores.
–Bajar los plomos en medio de una fiesta en un piso abarrotado
de gente. De inmediato, el sentido del tacto se pondrá alerta.
En ese momento, lanzar sal al aire, o acariciar con un plumón el
cuello de la gente. Después, en otro momento, se puede pasar
secretamente a una habitación y pegar azúcar en alguna almo-
hada.
–Entrar en una tienda de ropa, preferiblemente alguna mul-
tinacional de tránsito masivo de individuos consumidores, y
alterar las prendas. Echar laca abundantemente en alguna
suave camiseta para dejarla tiesa, o depositar una bufanda de
alambre de espinos entre las demás, o rociar de pimienta una
blusa. También se podrían clavar imperdibles en el interior de
los pantalones más caros y dejarlos sin cerrar en las posaderas.
No hay que olvidar que contamos con la inestimable ventaja de
disponer de probadores.
155
 NOÉ ORTEGA

No obstante, no es mi intención dar importancia a mis acciones

particulares, ni marcar pautas, sino dar impulso e incitar a que
acciones de este tipo sean realizadas por cualquiera en cualquier
lugar, de forma espontánea, entusiasta y apasionada.
Además de objetos y acciones de extrañamiento táctil,
resulta muy estimulante la puesta en circulación de objetos y
collages táctiles que permiten tanto la experimentación indivi-
dual como el contagio colectivo. Experimentar con todo tipo de
texturas, sentarse en una butaca cubierta de huevos, bañarse
con una regadera rellena de sal, elaborar guantes de tacto inve-
rosímil, impregnar unos calzoncillos con la mejor mermelada de
naranja amarga (y «darlo a poner» de alguna forma a un miem-
bro desprevenido de la colectividad) o caminar por la playa con
el cuerpo cubierto de barro son sólo alguna de las cosas que pue-
den hacerse para explotar al máximo la experiencia del tacto.
Pero además de este tipo de objetos y acciones, existen otras cla-
ses que presentan características táctiles de primera magnitud.
Creo que, dentro de los objetos táctiles, podríamos distinguir
una subcategoría: los «objetos cortantes», que tienen la facultad
de cortar o pinchar. Estos objetos son potencialmente causantes
de algo tan interesante como el corte en la piel, que no es otra
cosa que la ruptura de la frontera entre objeto y sujeto. Si en la
experiencia táctil la distancia entre objeto-sujeto forzosamente
desaparece, en el corte el contacto pasa a ser incisión, infiltra-
ción del objeto externo en uno mismo, escisión de lo sensible.
Esto entra directamente en contacto con el sentimiento de vul- Objeto cortante
nerabilidad al que hice referencia más arriba. Es significativa la
reacción que causan estos objetos en el observador. Por ejem-
plo, hace un par de semanas encontré, durante un acto público,
una copa rota en el suelo. Su forma rápidamente me asombró
y la recogí. Cuando llegué donde se encontraba un grupo de
conocidos y se la mostré, los más cercanos a mí se echaron hacia
atrás asustados, por si resultaban cortados. Sería interesante
profundizar en la construcción de objetos así.

156
 NOÉ ORTEGA LA PIEL REINVENTADA

En una categoría táctil similar se encontraría todo aquello sus ámbitos de influencia. Quizá así, fomentando el juego con el
susceptible de producirnos una quemadura. En este caso, tam- tacto, podamos rescatar un sentido olvidado y extender a través
bién se produce un dolor en la piel, aunque no se produce la de él asombro, romper lo cotidiano, hacer una llamada de aten-
ruptura, sino que simplemente se daña la piel, llegando incluso ción sobre otra forma de experimentar el mundo. Contribuir
a eliminar la capacidad de sentir en la zona quemada. en la medida de lo posible al advenimiento de ese estado de
Otra clase de objetos táctiles me fue sugerida por Vicente crisis completa en todos los ámbitos que nos lleve a un cambio
Gutiérrez Escudero, participante en este ciclo de charlas, tras la de rumbo hacia la verdadera vida. Es posible; propaguemos el
lectura del primer borrador de este texto. Se trata de los «obje- temblor mediante el tacto.
tos pegajosos». Me contó su una experiencia siguiente. Había
estado realizando tareas con pegamento en su casa. Salió a la No lo olvidemos: la piel ha sido siempre y será el territorio del
calle, llegó al encuentro de una amiga suya, y al tocar su mano escalofrío.
notó que la piel quedaba adherida levemente a la de ella por
acción de los restos de pegamento que quedaban en sus dedos.
La resistencia sentida al ir a despegarse de la piel amada le pare-
ció tan estimulante que lo repitió algunas veces, deleitándose
en la sensación táctil. Experiencias así impulsan a la experimen-
tación con objetos táctiles, en los cuales lo fundamental es que
el contacto objeto-sujeto se prolonga, a veces de forma indefi-
nida, a veces sólo temporalmente, en función de la intensidad
de la unión. Y no sólo el contacto es prolongado, sino que la
misma sensación varía con la textura del pegamento, a veces
muy sugerente.
Todos estos objetos y acciones son un medio de potenciar la
experiencia táctil, abriendo así las puertas a todo el poder libe-
rador que pueda tener y tiene, y contribuyendo por tanto en su
medida a la liberación del ser humano en todas las facetas de la
vida. Ignorada por el sistema, opuesta al discurrir apresurado
de los acontecimientos, al monopolio de la imagen y a la dis-
tancia aséptica que se nos impone con respecto a las cosas, la
experiencia táctil nos lleva en sí misma a una resistencia activa
que se suma a una resistencia mayor fruto de las diferentes acti-
vidades del espíritu. Dada a vivir, esta experiencia es capaz de
introducir un quiebro en el flujo encauzado de la vida cotidiana,
siendo como es ajena a cualquier norma surgida del capital y de

158 159
CRÓNICA DE SUCESOS
Paul Hammond

Corre el año 1991 y vivo en el norte de Londres, donde me gano

la vida como librero. Una noche asisto a una fiesta en casa de
un compañero de trabajo. Estoy libre como el viento. Buscando
el amor. Allí me encuentro con una joven de Barcelona, Ana
Forcada se llama. Ella me pregunta cómo me llamo. “Paul
Hammond”, contesto. “Oh, tengo tu tarjeta”, me dice, mos-
trándome una tarjeta en la que, efectivamente, reza: “Paul
Hammond. Librero’. No es un nombre muy común en mi
ex-país. Por entonces, Ana está en Londres haciendo un curso
intensivo de inglés y ese día de la fiesta ha visitado otra librería
en el centro de la ciudad, un establecimiento muy lejos del mío,
en busca de un volumen que le ha pedido un amigo catalán,
y es allí donde le han dado la tarjeta con el nombre del librero
ausente, otro Paul Hammond que podría ayudarle a localizar
el título en cuestión. Y hay que decir que quien está aquella
noche en la fiesta es un servidor y un servidor es también quien
pasará a estar incluso más presente en la vida de ella –algunos
de vosotros sabréis que Ana y yo vivimos juntos a seis manzanas
de aquí. Hay que añadir una nota a pie de página a esta histo-
ria: el primer novio que tuvo mi ex mujer inglesa en la escuela,
con cinco años, se llamaba Paul Ham. El amor que ella sentía
terminó bruscamente el día en que Paul Ham se cagó encima.
Diez años después ella empezó a salir con un Paul Hammond
acostumbrado a no ensuciarse.
 PAUL HAMMOND
En realidad, hay una nota a pie de página a esta nota a pie
de página: de niño, con cinco años, durante un semana estuve
respondiendo al nombre de otro chico cada vez que pasaban
lista en el parvulario, hasta que la contradicción de no ser Paul
Hammond llegó a ser tan angustiosa que tuve que admitir mi
subterfugio neurótico.
“¿Qué importa un nombre?”es, cuando lo piensas, una
pregunta bastante compleja. Hay un misticismo egoísta, un
narcisismo secundario asociado a nuestros nombres que es sufi-
cientemente fuerte para mantenernos en un estado precons-
ciente de alerta, en un standby subliminal, acaso para rechazar al
impostor (el que lleva el mismo nombre), tal vez para medir su
semejanza o diferencia respecto a nosotros mismos. Recuerdo
que el surrealista inglés Conroy Maddox contó una vez que
cuando por fin, en tanto que fetichista doctrinario, topó con
una temprana edición de El monje de Matthew Gregory Lewis
(1796), mucho antes de que fuera fácilmente accesible en los
años 50 del siglo pasado, quedó estupefacto al encontrar en las
guardas la firma del primer dueño decimonónico del libro, un
tal Maddox.
En Inglaterra, Maddox es un apellido tan poco común como
Hammond, y en aquel entonces yo sólo había conocido a otra
persona que había usurpado mi propio nombre y apellido. Sin
embargo, actualmente, como tengo acceso a la información
telemática, he googleado y encontrado, entre los 14,5 millo-
nes de ciberreferencias a mi nombre, por lo menos dos Paul
Hammonds más que, como yo, son escritores. Me he planteado
la posibilidad de ponerme en contacto con ellos para proponer-
les que escribiéramos un libro juntos firmado Paul Hammond,
Paul Hammond y Paul Hammond. Tendría que ser un volu-
men híbrido: yo escribo sobre el surrealismo y el cine; Paul
Hammond sobre la literatura inglesa gay del siglo XVI, y
Paul Hammond sobre teorías matemáticas de tensiones
superficiales en cuerpos sólidos.
162
CRÓNICA DE SUCESOS
¿Hay alguien aquí que haya jugado aquel juego de mesa
en el que, utilizando el Scrabble, haces un anagrama de tu
nombre y apellido para descubrir tu “verdadera” identidad?
(Pensar en Salvador Dalí como “Avida Dollars”en el invento de
André Breton). En inglés mi nombre puede llegar a ser “Noah
Madlump”(o “Noé Pedazo Loco”). No me disgusta este alias.
No así el que le sale a Ana en español, todo hay que decir que
añadiendo la letra “e”para que salga bien; es decir, “Napalm
húmedo”. “¿Me representa?” le pregunté. “Sí, como tú, no
sirve para nada,”respondió.
Si me he extendido un poco en el tema de los tocayos y de
la casualidad es porque procedo por asociación, me dejo guiar
por la intuición, por el placer, y porque sé que vosotros, al ser
pro-surrealistas, estaréis automáticamente predispuestos a
fenómenos tan aparentemente propicios. A oír hablar de ellos
y a vivirlos, dado que este tipo de coincidencias y asociaciones
forman parte de una poesía vernácula que inventamos y que
a la vez nos inventa a nosotros mismos. Por lo demás, no me
considero obligado, en aras de la divulgación, a profundizar en
teorías surrealistas sobre, en este caso, el azar objetivo o sobre
la plenitud nacida del aturdimiento momentáneo. Algunos de
vosotros recordaréis que nuestro amigo Julio Monteverde alu-
dió a tales teorías en su intervención La llama bajo los escombros
el primer día de este ciclo. Por mi parte, me gustaría limitarme
ahora a contar un ejemplo más del hecho de ser la persona ade-
cuada en el lugar adecuado y en el momento adecuado.
Ese momento ocurrió trece años antes de conocer a Ana
Forcada. Estoy viviendo aún en Londres, en un bloque de
pisos en régimen de comunidad pública de vivienda (es la época
justo antes del advenimiento de Margaret Thatcher; el Partido
Laborista está en el poder y tales experimentos populares exis-
ten todavía). La empleada de esta comunidad que nos interesa
aquí es una mujer que se llama Linda Savage. Como estoy
involucrado en la gestión del bloque, a veces voy al pub con
163
 PAUL HAMMOND
ella. Una noche empieza a contarme la historia de un inquilino
checo, un señor jubilado, que residía en otro bloque de pisos
administrado por la misma comunidad; se había muerto allí
solo, aparentemente sin herederos ni siquiera amigos, y como
ella tiene la responsabilidad de limpiar su apartamento, se ha
llevado unas cositas a su casa; según me dice, puesto que nadie
sabe leer checo, lo más probable es que los contenidos acaba-
sen tirándose a la basura, así que ¿por qué no? En este punto
menciona una carpeta de grabados que a ella le había gustado y
que por eso se la había llevado, y cita el nombre del artista, que
escucho con gran conmoción. El artista es la artista Toyen (la
carpeta es ¡Ocúltate, guerra!, la versión checa de 1946). Cuando
me dice que el difunto inquilino se llamaba Bohuslav Brouk,
el nombre no me suena de nada. Por otra parte, le informo de
quién es Toyen. Así pues, mi interlocutora tiene suerte: en el
Londres de aquel entonces (1978) somos pocos los que conoce-
mos la existencia de esta gran artista surrealista. Tras escuchar
mi relato, Linda me invita a acompañarla a su próxima visita al
piso de Brouk.
El apartamento es el de un anciano recluso que ha prestado
muy poca atención a su bienestar material. Entre las mal enmar-
cadas reproducciones (Picasso tenía una fuerte presencia), los
tres estantes de libros (decididamente no una biblioteca), y cier-
tos recuerdos turísticos (un par de lanzas aborigenes) hay algu-
nas cajas de cartón con documentos: ensayos mecanografiados
por el antiguo inquilino, cartas, viejas facturas. Aunque no sé
nada de la trayectoria de Brouk, sí conozco los nombres de las
figuras más famosas del grupo surrealista checo: Teige, Styrsky,
Nezval y otros. E incluso sin poder leer ni una sola palabra de
checo, puedo ver que hay manuscritos en la caja que hablan de
dicho grupo. Entre las cartas hay una breve correspondencia
con el lingüista Roman Jakobson y una postal escrita por Toyen.
En la estantería hay una primera edición de los años 30 de un
libro del propio Brouk sobre psicología, y algunas obras cientí-
164
CRÓNICA DE SUCESOS
ficas tardías escritas por él en inglés, más algún opúsculo suelto
de poesía vanguardista de los años 20 y ciertas publicaciones de
la primavera de Praga que hablan del arte moderno checo. A
la sazón, como hoy en día, me carteaba con Petr Král, el poeta
y ensayista surrealista que había abandonado Praga después
de la llegada de los tanques soviéticos y que vivía exiliado en
París. Le escribo sobre mi roce con el fantasma de Brouk. Quiso
la suerte que en ese momento Petr ustuviera escribiendo la
entrada sobre Bohuslav Brouk para El diccionario del surrea-
lismo y sus alrededores. Gracias a los buenos oficios de Linda,
pude investigar los papeles de Brouk a fondo y proporcionar a
Petr algún detalle que le faltaba sobre este miembro fundador,
en 1934, del grupo surrealista checo. Su entrada en el dicciona-
rio te hace lamentar aún más el cruel anonimato y alienación de
la ciudad. Cito a Petr:
Curioso por todo, [Brouk] escribió tanto libros sobre el erotismo
como sobre el humor o las costumbres cotidianas; si el psicoanálisis
freudiano fue el eje de todo su pensamiento, sobrepasó su marco para
llegar, en sus mejores páginas, a un especie de discurso personal en el
que denunciaba, con un escepticismo agresivo, tanto los mitos de la
ideología burguesa como los del humanismo en general.
Vi a Linda Savage una o dos veces más. Un día me dijo que sus
grabados de Toyen se habían estropeado por completo a causa
de un accidente vinícola.
Este relato y el de mi encuentro con Ana Forcada son, por decirlo
de algún modo, las máximas instancias del azar objetivo que he
experimentado personalmente. No obstante, durante años he
tomado nota de otros encuentros menos dramáticos, aquellos
instantes enigmáticos de sincronicidad o de incongruencia con
que uno se topa –o que uno fomenta– en la vida cotidiana de
la ciudad. Estoy en una galería mirando un hiperbólico cuadro
de Julian Schnabel pintado sobre platos rotos cuando oigo el
165
 PAUL HAMMOND
estruendo de una vajilla que cae al suelo en el restaurante de
al lado: eso es sincronicidad. Ha cesado de llover hace cinco
minutos, pero en el momento de pasar por debajo del puente
ferroviario he de abrir mi paraguas para desviar las miles de
gotas de agua retenidas por la superestructura del puente: eso
es incongruencia. Cuando apunto tales incidentes en mi diario
los clasifico mentalmente según mi percepción de una idea que
encontré en la Nadja de André Breton, publicado en 1928.
Como sabréis, Nadja es la narración en primera persona de
una breve pero intensa serie de encuentros perturbadores entre
el poeta amoroso y una mujer psicótica, la Nadja del título,
cuyas visiones le transfiguran el paisaje tanto físico como men-
tal de París. Nadja es un insólito, incluso siniestro, catalizador
de coincidencias; de «la aventura de los hechos», como dijo otro
surrealista. En su relato Breton propone la clasificación de seme-
jantes hechos –«hechos que, fuera del orden de la constatación
pura, cada vez presentan todas las apariencias de una señal,
sin que uno pueda decir exactamente de qué señal»– en una
jerarquía de desorientación que sube en complejidad desde lo
que él llama un “hecho-resbalón”hasta un “hecho-precipicio”.
Según esta topografía tentativa, los hechos-resbalón implican la
visión de objetos sumamente raros o el acto de llegar a un lugar
desconocido, ambos «acompañados por la muy clara sensación
de que para nosotros algo grave o esencial está en juego». Por su
parte, los hechos-precipicio tienen que ver con concatenaciones
circunstanciales que van mucho más allá de nuestra inmediata
comprensión y puedan provocar sensaciones de pavor. Hechos-
resbalón son, o pueden ser, un acrecentamiento de pequeñas
sacudidas. Hechos-precipicio son una sola gran sacudida:
puede ser la consecuencia de la suma de las pequeñas, puede
ser que no. La gran sacudida es equivalente a la belleza con-
vulsiva. Sean hechos-resbalón o hechos-precipicio, la imagen
es la de perder el pie, parcial o totalmente, frente a ellos. De
renunciar a la estabilidad, tanto física como psíquica, durante
166
CRÓNICA DE SUCESOS
un mayor o menor periodo de tiempo. Después de conocer a la
Ana que ya poseía “mi”tarjeta, esta gran sacudida fue seguida
por muchas de las pequeñas cuando al final de la fiesta la reté
a que nos guiáramos por un laberinto de calles londinenses que
ella nunca había pisado hasta llegar a mi apartamento, lo cual
ella hizo infaliblemente durante los veinte minutos que tarda-
mos. El encanto puede incluso palpitar durante horas. Voy al
cine Méliès de Barcelona para ver una proyección de Perdición.
En la desierta calle Villarroel hay un par de muletas apoyadas
contra un plátano (el árbol). O más correctamente, metidas en el
árbol, en una fisura profunda en su tronco. Perdición no es, como
yo creía, Vértigo de Alfred Hitchcock, sino Double Indemnity de
Billy Wilder. Como anticipación del crimen que constituye el
nudo de este film noir, la secuencia de los créditos consiste en
un hombre silueteado con muletas, que cojea en dirección a la
cámara (es decir, nosotros). Volviendo a casa después de la peli,
veo que las muletas están todavía en el árbol. Justo al doblar en
la calle Diputación, donde vivo, observo que la única persona
que hay es un viejo con muletas que viene hacia mí. Giro la
llave a toda prisa para que no me alcance.
En mi propia reorganización mental de la metáfora de hecho-
resbalón o precipicio imagino un Buster Keaton o un Harry
Langdon resbalando con la piel de un plátano (la fruta) que
alguien ha tirado en la acera, luego se yergue estoicamente para
doblar la esquina y desaparece en seguida por la boca abierta de
un agujero de hombre. La noción de caer por el último es, posi-
blemente, un sintomático añadido mío; Breton quiere que el
sujeto se balancee al borde del precipicio, saboreando, extasiado,
el vértigo. No puedo evitar pensar, aquí, en una entrevista que
leí con un trabajador municipal cuya tarea consistía en bajar en
una cuerda por Beachy Head, un acantilado perpendicular en
el sudeste de Inglaterra que es muy popular entre los suicidas,
para recuperar sus cuerpos de las rocas abajo. Un día, mientras
167
 PAUL HAMMOND
subía con un cadáver a cuestas por el precipio, a punto estuvo
de convertirse, él mismo, en un suicida: la masa corporal de su
próximo cliente le pasó volando a dos centímetros de su piel.
Si bien en Nadja Breton subraya la gravedad y terror de la cita
sin planificar (pero deseada) con lo incómodo, yo no veo ningún
motivo de no añadir la risa a la lista –efectivamente, comedia y
tragedia forman un caduceo. En una calle de Londres me cruzo
con una bruja desdentada y de mirada salvaje que anda a tran-
cos, su cabello gris y lacio estirado hacia atrás. Da unos soplidos
increíblemente fuertes a su pitillo. Pero lo más sorprendente es
que su frente está cubierta, desde la raíz del pelo hasta las cejas,
por una compresa cuajada de natillas. Vislumbrado en un aluci-
nante par de segundos, este agitado autómata llega a ser cómico
y espantoso a la vez y no tengo otra salida que hacerme a un
lado para evitar su momento maníaco.
Mi elección de Nadja como punto de referencia y mi táctica de
no repetir las teorías surrealistas más tardías del azar objetivo
–teorías elaboradas ante todo por el propio Breton en libros
como Los vasos comunicantes o El amor loco en tanto que inter-
pretaciones freudo-hegelianas de los estallidos de clarividencia
sin explicar encontrados en Nadja– es intencional. Aparte del
hecho de que muchos de vosotros ya conocéis esta literatura,
tengo la impresión, después de haber escuchado la mayoría de
las charlas en este ciclo, de que el grupo surrealista de Madrid
y sus amigos –entre los cuales me cuento– ha emprendido
una fase de su viaje que de algún modo refleja la “inocencia
apasionada”del surrealismo de 1928. Lo refleja pero simul-
táneamente lo complementa, pues el propio surrealismo ha
pasado por muchas superaciones desde el año de la publicación
de Nadja. Y además los compañeros de Madrid no son dogmá-
ticos, sino más bien gente que ha asumido las ideas del situacio-
nismo y de otros movimientos anticapitalistas. Correctamente,
168
CRÓNICA DE SUCESOS
desde mi punto de vista. Si bien siguen definiéndose como
surrealistas, su híbrido sistema de creencias –un credo más
avanzado que el de la mayoría de los grupos surrealistas actua-
les, que viven en una autosuficiente reificación– ha necesitado
cortar muchas de las ramas del árbol surrealista. Por ejemplo,
desde hace mucho no incluyen imágenes de sus artefactos en
Salamandra, y las mismas páginas carecen asimismo de la pre-
sencia de una ostensible poesía-en-palabras. De aquí que estas
intervenciones estén enfocadas a la “poesía por otro medios”.
Sin embargo, tal estrategia corre el riesgo de una poda tan
inexorable que el árbol se reduzca a un tronco, y que ni siquiera
se reconozca como árbol. O que el injerto de otra variedad
en el tronco cambie el aspecto del árbol hasta tal punto que
su identidad original se pierda totalmente. ¿No hay una pro-
funda contradicción entre el odio visceral de los situacionistas
por la voluntad humana de sublimación estética en sí y el amor
orgánico de los surrealistas por la enunciación enigmática en la
página, el lienzo o la pantalla?
Parece que los amigos de Madrid han elegido el camino de
un abnegado –o renegado– ascetismo, que su prospección de
lo maravilloso cotidiano, que es sinónimo de la única poesía que
vale la pena, se basa en la inocencia artificial de la mirada, en
una ingenuidad intencionada respecto a los fenómenos. A partir
de los ejemplos que he ido citando de mis propias escaramu-
zas con los lapsus que procura la vida misma, queda claro que
quiero jugar al mismo juego, que sufro de la misma apertura,
el mismo deseo de vivir en lo latente. No obstante, sigue que-
dando la cuestión del valor de uso de esta “magia circunstan-
cial”. En suma, ¿qué puedes hacer con ella? Desde hace mucho
me he acostumbrado a registrar mis providenciales rendez-vous
en las páginas de mi diario, pero a pesar de todo no hago más
que contemplarlos con reverencia y orgullo. Y lo que he oído
o leído de nuestros amigos son, como en mi propio caso, des-
169
 PAUL HAMMOND CRÓNICA DE SUCESOS

cripciones planas del encuentro azaroso, descripciones de una sale del espacio que queda entre el lomo y la encuadernación.
materia prima que nunca será elevada a una categoría más alta Mi sensación de asombro y de desorientación es instantánea,
de significación por la elaboración secundaria –como en las aunque difícil de comunicar. El valor de semejantes frágiles
páginas de los libros de Breton citados arriba– y eso debido, presagios reside en su capacidad de irritar la facultad de la enso-
sospecho, al miedo de no caer en la trampa de producir objetos ñación. Nos invitan a vivir en la incertidumbre, en lo implícito,
estéticos, objetos condenados a ser recuperados por el espectá- en lo vacilante, como un privilegiado estado existencial que
culo. ¿O es que las teorías para explicar el azar objetivo están está en desacuerdo con las mil y una afirmaciones explícitas
gastadas y nos sepultan en la mera repetición, en un intermi- y presuntas certezas de la supermodernidad. Es un programa
mínimo, una lotería, un retorno a los fundamentos, un combate
nable hipóstatización? Aunque parezca mentira, hemos estado
para cubrir una retirada, pero –como dice esa frase popular que
expuestos recientemente a la obra de un escritor que, si bien no
me encanta–, esto es lo que hay…
tiene nada que ver con el surrealismo, ha logrado transmutar
gran parte de lo que interesa a cualquier surrealista que siga el
rastro del encuentro aleatorio. Hablo del nomadismo melancó-
lico del desaparecido W.G. Sebald, autor de Vértigo –¡otra vez
esa palabra!– Los emigrados, Austerlitz, etcétera.
La mayor parte de lo que consideramos poesía por otros
medios indica la propensión –o más bien, la compulsión– que
tenemos de «traducir la vida como si fuera una criptograma» (la
frase es de Breton), de tratar los fenómenos sincrónicos o dia-
crónicos del mundo vital como signos de revelación. Cuando,
escuchando un programa de radio, oigo a un científico hablar
de la teoría de la deriva de los continentes, y simultáneamente
abro un paquete que llega de París y que contiene el nuevo libro
de Jimmy Gladiator, La Dérive des continents, creo que hay un
mensaje secreto y que soy el elegido para escucharlo. Lo que
recibo es la verificación de que hay un significado que existe
mas allá de la comprensión inmediata, un significado extra que
flota constantemente en la frontera de la cognición racional. Es
como si la vida misma nos proporcionara un atisbo cautivante
de su propia “latencia’, su propia polisemia. Por muy fugaces,
por muy irrisorios que sean tales atisbos, aparecen como tro-
feos arrancados de la “vida dañada”. Saco el Oxford English
Dictionary del estante y una enorme adormilada, mariposa

170 171
NOTAS SOBRE EL EROTISMO UNITARIO
Vicente Gutiérrez

INTRODUCCIÓN
No voy a hablar del erotismo tal y como lo conocemos hoy en
día, sino de una modalidad de erotismo más ambiciosa. El haber
escogido esta nomenclatura, erotismo unitario, para referirme a
él no es casual. Si el urbanismo unitario trataba de aglutinar
los medios llamados artísticos (música, pintura, poesía…) en
torno a la arquitectura y lo urbanístico con el fin de poetizar los
entornos de convivencia, en el erotismo unitario hay un intento
similar de aproximar lo poético al acto erótico, desvinculándolo
de los viejos traumas y prejuicios para que no se alimente de
éstos y brote así en absoluta libertad. Se trata de una poética de
lo erótico. Por lo tanto el adjetivo unitario, es más que un simple
guiño a Guy Debord.
Conviene comenzar advirtiendo, entonces, que el erotismo
unitario se proyecta en otra configuración distinta a la del ero-
tismo convencional y que me propongo desarrollar una crítica
del erotismo.

1. EL EROTISMO UNITARIO
1.1 PRELIMINARES
Mis primeras experiencias eróticas no tuvieron nada que ver
con el cuerpo humano. Era yo muy pequeño, paseaba con mi
abuelo por las proximidades de mi casa. Por aquel entonces
había muchas obras, demasiadas. Comenzaba a construirse
 VICENTE GUTIÉRREZ
masivamente en las zonas colindantes con la Vaguada de las
Llamas (Santander). Recuerdo que nos deteníamos durante
mucho tiempo ante los objetos que allí había; grúas, escava-
doras, palas y demás vehículos. El observar aquellos aparatos
pesados moviéndose tan lentamente fue para mí una expe-
riencia realmente nueva. Supuso sin duda una de mis primeras
experiencias eróticas. Entonces me di cuenta de que el ero-
tismo tiene mucho de lentitud, de demora. Hay en él un ejer-
cicio sigiloso y completo de los sentidos; actividad erótica como
experiencia de lo posible, un embadurnarse en pura evocación,
un perderse por los laberintos inexplicables de las sugerencias.
Ahora bien, más allá de esa experiencia individual e íntima con
la realidad que conlleva lo erótico podemos preguntarnos cómo
puede esto transformar la vida. Se trataría también de localizar
y analizar la estrategia del sistema capitalista neoliberal; definir
y coordinar nuestras propias líneas de actuación, de resisten-
cia y de construcción de un nuevo modelo de sociedad y como
agentes activos ejercer una intervención en la realidad indivi-
dual y colectiva.
La imposición del modelo pornográfico exportador transna-
cional, que no sólo manipula algo tan poderoso como la acción
pasional sino que además potencia modelos simplificadores
de la realidad a gran escala, es quizá la mayor amenaza para el
reencuentro colectivo del pensamiento poético y de la acción
revolucionaria. Para imponer este modelo se ha militarizado el
deseo erótico, se ha impuesto la criminalización de ciertos actos
corporales y se han asentado en nosotros las reglas del juego que
priorizan el mercado y anulan los deseos colectivos e individua-
les más fundamentales. Ante esto, lanzamos nuestro grito de
alerta y un claro llamamiento a resistir para continuar constru-
yendo una alternativa de vida poética que sea consecuente con
nuestros deseos más elementales y que rompa con toda simu-
lación de las experiencias eróticas. El erotismo unitario declara
su oposición sin tregua al capitalismo neoliberal y se opone al
dominio de las políticas que banalizan el erotismo. Conviene
174
NOTAS SOBRE EL EROTISMO UNITARIO
plantearse entonces nuevas modalidades de erotismo, de ahí el
término erotismo unitario, que también he denominado exoero-
tismo, por cuanto tiene de erotismo posible.
1.2 LA TRANSGRESIÓN
Hay un hecho incuestionable, que es el que me ha llevado a
recelar del erotismo tal y como lo conocemos: el erotismo nece-
sita de la prohibición. Cree superarlo mediante la transgresión,
pero esa superación nunca se llega a producir. En este sentido,
la transgresión es un acto reaccionario en la medida en que
regresa al punto de partida: no rompe con la prohibición. Hay
una adoración tácita hacia lo prohibido, que constituye el fun-
damento del erotismo. El erotismo unitario no se caracteriza por
ese absurdo juego entre lo prohibido y la transgresión. Donde
el erotismo plantea la transgresión limitada, el erotismo unitario
propone la transgresión permanente: la insurrección erótica.
1.3 LA MUERTE
El carácter poético del erotismo reside en esa espera de lo
aleatorio que lo constituye en experiencia de lo posible. Pero
la misma dificultad que encontramos al intentar arrancar de
nuestro inconsciente las viejas normas represivas de la moral, la
encontramos al tratar de eliminar de nuestras vidas el agrio con-
cepto de muerte, que durante siglos se nos ha ido inculcando
y nos ha impuesto un uso de la sexualidad dinamitado por sus
propias limitaciones. Es esa aceptación tan abrumadora de la
muerte la que nos lleva a percibir en el acto sexual y en parti-
cular el orgasmo, similitudes con la muerte. Pero si de lo que
se trata es de asimilar el acto erótico como una experiencia de
lo posible, me resulta simplificador y banal el centrarse en esa
única posibilidad. El ser reajusta este miedo mediante una con-
fusa oposición de vida-muerte que no deja de ser otra trampa
cultural castrante. La muerte se constituye como otro complejo
fatal –como también lo es el amor estereotipado– que atenta
contra la recreación erótica.
175
 VICENTE GUTIÉRREZ
Si en el erotismo convencional la voluptuosidad surge ante
la perspectiva de la muerte, cuando el cuerpo y el ser se con-
vulsionan ante la llegada aparente de la muerte, en el erotismo
unitario esto no ocurre; hay una voluptuosidad ante la pers-
pectiva misma de la vida. En ese sentido, el erotismo unitario
tiene más de erotismo sagrado que de erotismo corporal, por
cuanto niega la muerte de raíz; ni siquiera la considera. En otro
orden de cosas habría que aclarar que el erotismo unitario no
descarta la transformación de lo real, los sucesos aparentemente
imposibles, los objetos que se convierten en otros o la alteración
de la percepción. Kalle Eklund en su Manifiesto erótico hace
un llamado a esas otras posibilidades de lo erótico: «Cuando la
desnudez se vuelve sagrada, es cuando empiezo a ver versos y
líneas aparecer sobre la piel que rodea el vientre de mi mujer
(…) Tú eres la carne y la seda a la vez». Y en el poema El inven-
tor del amor de Gherasim Luca encontramos esas posibilidades
mágico-físicas de lo erótico: «Si hago avanzar mi mano/ hacia
el seno de la amada/ no me sorprendo/ de verle de pronto/
cubierto de flores».1
El erotismo unitario, ante ese mismo desorden, también
plantea en su recorrido permanente hacia la vida, la negación
absoluta de la naturaleza. Para superar el desorden de la sexua-
lidad asociado a la muerte, el camino más efectivo es destruir el
concepto actual que tenemos de la muerte. Citaré a Ghérasim
Luca y Dolfi Trost, en un extracto de su célebre manifiesto
Dialéctica de la dialéctica Mensaje dirigido al movimiento surrea-
lista internacional escrito en Bucarest en 1945:
(...) si para negar la muerte, hay que negar la naturaleza, negaremos la
naturaleza por completo (…) No podemos aceptar tampoco la biología
humana que refleja la naturaleza en sus aspectos más avanzados,
los axiomas celulares que nos rodean y que acaban fatalmente en la
1. El inventor del amor. Ghérasim Luca. En Salamandra. Intervención surrea-
lista. Imaginación insurgente. Crítica de la vida cotidiana. 11/12, Madrid, 2001.
Traducción de Jesús García Rodríguez.
176
NOTAS SOBRE EL EROTISMO UNITARIO
muerte, contrariando nuestros deseos revolucionarios y manteniendo
en nosotros una tensión ambivalente entre la vida y su contrario.
I.4 EL AMOR
El amor debe ser sometido a revisión y análisis también. El
amor humano es unión de dos seres en la finitud. Y aunque el
amor no nos otorga la continuidad del ser, aviva la contradic-
ción que existe entre la finitud del ser y su afán de infinitud;
llevado al límite es el enfrentamiento del nunca y del siempre.
He aquí una de las paradojas pragmáticas del amor que debe-
mos resolver por oposición. Pero también amar es hostilizar y
romper con las prohibiciones y con los estorbos, y alojarse fuera
del orden religioso y social impuesto desde el poder. Amar tam-
bién es actuar en contra de éste.
Sin embargo, la noción que todos tenemos del amor se haya
contaminada por numerosos clichés, residuos idealistas y com-
plejos edípicos que, desde las escuelas y los medios de comu-
nicación de masas nos han ido inculcando. El erotismo unitario
no puede desarrollarse de forma plena si no eliminamos esos
obstáculos. Se deben destruir todos esos residuos inconscien-
tes y aportar además una experiencia del amor que ayude a
descubrir las contradicciones de la sociedad dividida en clases.
Fundamentar cualquier forma de erotismo sin tener la precau-
ción de eliminar esos prejuicios y excrecencias culturales sería
un error que sólo conduciría a una degradación de la experiencia
erótica misma.
Para ello es necesaria una firme posición no-edipica,2 que
implica la renovación erótica, la reinvención permanente del
amor. Citaré de nuevo a Gherasim Luca y Dolfi Trost, dos de
2. El término no-edípico fue creado y utilizado por Ghérasim Luca a mediados
del siglo XX. En sus manifiestos no-edípicos se criticaban precisamente los com-
plejos edípicos, como son el complejo de la madre modélica o del padre castrador.
Estos complejos, para surrealistas como Ghérasim Luca o Dolfi Trost suponían un
gran obstáculo para la liberación humana.
177
 VICENTE GUTIÉRREZ
los surrealistas que más ardientemente han tratado de elaborar
un concepto revolucionario del amor:
Proclamamos al amor, liberado de sus coacciones sociales e individuales,
sicológicas y teóricas, religiosas o sentimentales, como nuestro principal
método de conocimiento y de acción. Su exasperación metódica,
su progresión sin límites, su conmovedora fascinación, (…), ofrecen
los intervalos monstruosos y los escandalosos esfuerzos, que ponen
a nuestro alcance, y al de todo revolucionario, los medios de acción
más eficaces. (…) Este amor dialectizado y materializado constituye
el método revolucionario relativo-absoluto que el surrealismo nos ha
revelado, y en el descubrimiento de nuevas posibilidades eróticas, que
rebasen el amor social, médico o psicológico.
El erotismo unitario se articula en torno a ese amor liberado,
que es ejercido hacia la realidad y desde la realidad. Amor como
amor a la realidad.
De la misma forma que la huelga definitiva destruirá para
siempre el trabajo asalariado, el erotismo unitario hará lo propio
con las limitaciones edípicas que revolotean en torno al con-
cepto actual de amor, así como con las imposiciones de la moral
tradicional, que nos infunde una vergüenza y un remordimiento
que no debemos sentir.
1.5 EL TRABAJO
Yo soy un holgazán. Tengo por mi oficio holgazanear y creo
poder decir que la verdadera libertad es incompatible con
el trabajo. El trabajo, a diferencia de realizarnos como seres,
nos reduce a cosa que trabaja. La sexualidad, en cambio, nos
devuelve el valor de que existimos como sujetos, nos permite
jugar, improvisar y experimentar sin ningún tipo de rutina cas-
trante. También nos permite conocernos y reconocernos. En un
sentido opuesto sorprende y es muy habitual escuchar una per-
versa y para nada gratuita inversión de este fenómeno; aquella
que asegura que es el sexo nos reduce a cosas y que el trabajo
nos dignifica como sujetos de provecho.
178
NOTAS SOBRE EL EROTISMO UNITARIO
En teoría el resultado del trabajo debe ser la ganancia.
Enriquece económicamente y eso nos da una falsa seguri-
dad, pero produce un empobrecimiento en cuanto a pérdida
de tiempo. Es el odioso ahorro de tiempo buscado constante-
mente por la sociedad moderna. El resultado del juego erótico
es la búsqueda voluptuosa de ese animal que aún poseemos. Y
esa búsqueda requiere una utilización plena y exhaustiva del
tiempo.
La banalización del erotismo es una consecuencia más del
uso impersonal del trabajo y de su propia negación simétrica:
el llamado tiempo libre. Si hay algo que evidencia el erotismo
es que hay mucho de nuestra vida cotidiana que escapa a todo
control y a toda supervisión efectiva, y con más razón a las
disciplinas coercitivas; destapa aspectos del ser humano hasta
ahora desconocidos. Podemos imaginar una sociedad bien dis-
tinta, en la que no dependamos del reloj y cada instante sea
paladeado en su justa medida. Creo que es esencial realizarse
con total plenitud en el juego erótico, en esa ebriedad que el
trabajo útil nunca nos aportaría. Podemos intuir las posibilida-
des que se abrirían ante nosotros: eternizar la mirada en cada
rincón, en cada pared, en cada cuerpo humano; olernos sin des-
canso, cerrando los ojos para oler o sentir sin prisas la ebriedad
de una caricia. Cabe preguntarse por la velocidad con la que,
estadísticamente, la mayoría de las parejas hacen el amor. Cabe
lamentarse por ello, porque la imposición de esta cultura de la
instantaneidad frente a la duración impredecible que el deseo,
la mirada y el tacto requieren, es una tragedia. La incompatibi-
lidad de, por un lado, el trabajo, que sistematiza los instantes,
fragmentando el tiempo en diminutas celdas, y por otro lado, el
juego erótico, que relativiza un concepto tan lapidario como el
de tiempo hasta el punto de aspirar a una forma de eternidad
que suspende el aliento, evidencia la imposibilidad de convertir
179
 VICENTE GUTIÉRREZ
uno en otro o viceversa. El recorrido del erotismo es esencial-
mente el del juego que responde de muchas formas y a ritmos
diversos a la pasión.
Es evidente que para poder desarrollar un erotismo pleno
haría falta reapropiarse, además de los medios de producción,
de los medios de socialización y en consecuencia de los entornos
de convivencia. Y evidentemente, del uso de nuestro propio
tiempo. También, insisto, haría falta terminar de una vez por
todas con el trabajo asalariado, tal y como lo conocemos; vivir
experimentando la vida plenamente, sin depender de hora-
rios de ningún tipo. En este sentido, el erotismo unitario es un
agente más que tenderá a debilitar el sistema de control por
parte del poder.
1.6 LO PÚBLICO Y LO PRIVADO
Tras la II Guerra Mundial se propagó por todo el mundo un
tipo de moral erótica en apariencia libre, que al menos puso en
duda los fundamentos del sistema capitalista, entre ellos el de la
represión sexual. El sexo devino en materia de debate político.
Ese periodo duró más o menos hasta el célebre mayo del 68, a
partir del cual comenzó su decadencia. El liberalismo econó-
mico no tardó en convertir el erotismo en un negocio; hizo del
cuerpo humano mera mercancía con la que comerciar y con la
que monopolizar los impulsos sexuales. Además erigió en torno
al erotismo un aparato de propaganda inmenso, con el que
domesticar de otra forma más efectiva al ser humano.
En el estadio monopolista del erotismo, la contradicción
fundamental entre el carácter social y el carácter privado de su
puesta en práctica, así como los medios para resolverlos toman
formas nuevas. Estas formas nuevas se traducen en un reajuste
de sus funciones reservadas al matrimonio y a la procreación, así
como a la permisividad de ciertos eventos sociales donde el sexo
es tolerado dentro de los parámetros del mercado. El erotismo,
180
NOTAS SOBRE EL EROTISMO UNITARIO
pues, plantea nuevos problemas que deben resolverse a nivel
político, económico y urbanístico. También sugiere nuevas for-
mas de vida que sean experimentadas a otro nivel bien distinto
del aceptado.
El erotismo aparece en lo social tanto como un efecto de
esas relaciones humanas cuanto como un determinante de ellas.
Una puesta en práctica social del erotismo se establecería en dos
niveles bien diferentes; uno, el que tiene que ver con esa forma
de mirar eternizante, indagadora, antes descrita, y otro que
consiste en un enriquecimiento de la vida cotidiana mediante
el juego erótico, bien sea ejercido en la intimidad, bien en luga-
res públicos. Seré concreto; creo que el espacio apropiado para
la sexualidad es el espacio social. Lo cierto es que caminar por
calles, túneles o campos a cualquier hora del día con el pene
erecto al aire, eyaculando aquí y allí sin más pretensión que la
mera felicidad; embadurnar las paredes, las barandillas o los
semáforos con flujos corporales muy olorosos; penetrar a una
mujer junto a un río lleno de bañistas, o solamente acariciarla
en mitad de un zoológico tratando de captar la atención de los
animales o en las gradas más elevadas de un campo de fútbol,
ante la mirada –o indiferencia– de miles de personas serían
acciones eróticas que a mi modo de ver enriquecerían la vida
cotidiana actual. Estas son algunas posibilidades que, sin pre-
tender que su probable carácter polémico o escandaloso oculte
la belleza misma de las acciones, se me ocurren ahora. Quizá
no sea necesario señalar que esta construcción de situaciones
eróticas no tiene nada que ver con las numerosas acciones tea-
tralizadas que el espectáculo ha puesto tanto de moda en las
últimas décadas. Porque se podría caer en la tentación de con-
fundir ese erotismo impredecible, único, irrepetible, inesperado
y lleno de mismidad, con el erotismo tolerado socialmente que
encontramos en algunos festivales “eróticos” o en numerosos
anuncios publicitarios. No debemos olvidar que este aparente
181
 VICENTE GUTIÉRREZ NOTAS SOBRE EL EROTISMO UNITARIO

erotismo que he denominado erotismo policiaco, se caracteriza bien distintas. La pornografía tal y como la conocemos no es
ante todo por el uso mercantil que se hace de él, y que es desde más que puro espectáculo. Los pseudoacontecimientos que se
esos parámetros desde donde es concebido y tolerado. Si alguna presentan en la dramatización pornográfica no han sido vivi-
actividad merece ser considerada como erótica tendríamos que dos por quienes han sido reducidos a meros espectadores. No
preocuparnos de que no sea asimilada como un engranaje más se experimentan. Son vividos por otros. No hay acceso crítico
del espectador a sus propias reacciones. El acto sexual se paro-
por el control del mercado o del estado.
dia y es olvidado en beneficio de la falsa memoria espectacu-
Pienso que arrinconar el erotismo en la intimidad no nos lle-
lar. El deseo erótico que suscita en nosotros la publicidad y la
varía a ningún lado. Habría que desarrollar un proyecto colec-
pornografía es puramente visual, surge de imágenes. Sentidos
tivo que fomente la poetización de los pueblos, las ciudades y
como el tacto, el olfato, el gusto, incluso la experiencia acús-
sus instantes. Donde el marxismo ve la necesidad de la consti-
tica quedan a la sombra de lo que se visualiza. Además, esta
tución de un Partido, el erotismo unitario afirma la necesidad
vivencia individual de la vida cotidiana separada queda aislada
de constituir un Frente Erótico3 que sepa fusionar, en su deseo
de su puesta en juego colectiva. Cada cual, en la intimidad de
imperioso de libertad, sexualidad y política, y que sepa destruir
su casa, escondido. De este modo, el efecto principal de la por-
los viejos convenios sociales relativos a la propiedad y las jerar-
nografía es la anulación del deseo, saturando al espectador con
quías, al sexo y la moral.
una permanente falsa satisfacción. El poder encontró, quizá sin
pretenderlo, en ciertas vertientes de la pornografía una manera
1.7 LA PORNOGRAFÍA
efectiva de insensibilizar al proletariado, de eliminar de sus vidas
El papel que desempeñaban el erotismo y la pornografía ha ido
esa experiencia tan legítima que el erotismo juega a eternizar.
alterándose a medida que avanzaban las conquistas sociales y
Si algo faltaba para completar tan enorme mecanismo de
los descubrimientos tecnológicos, de manera que éstos hubie-
control y adaptarlo a los tiempos que corren, fue asignarle cierto
ron de ser modificados por importantes concesiones. Su tole-
carácter de prohibición y monopolizar esa falsa prohibición. La
rancia fue extendiéndose y canalizándose mediante las leyes del
pornografía, sin ser ilegal, trata de infundir en el consumidor la
mercado. Tal fue así que hoy en día, tanto la pornografía como
idea de que está visualizando algo prohibido. Así se logra infun-
el erotismo, separados de gran parte de su potencialidad gozan
dir en el consumidor un falso sentimiento de transgresión, que
de una cierta permisividad.
no es más que la absurda transgresión de lo permitido. Este ero-
El erotismo unitario, por el contrario, es una experiencia de
tismo policiaco, se constituyó evidentemente como un control
apertura, de exploración; una expectación y un medio de auto-
mecánico de los impulsos sexuales. Cuando éste se generaliza,
conomiento, pero es ante todo una actividad irreductible desa-
se socializa y se infiltra en la cotidianidad, anula toda posibili-
rrollada al margen de lo económico y por supuesto al servicio del
dad de vivencia y por lo tanto de conocimiento, anulando gran
placer. Frente a este erotismo se erige el imperio pornográfico.
parte de las capacidades del ser humano, entre éstas la del espí-
Me centraré en la modalidad de pornografía más extendida,
ritu de revuelta.
siendo consciente de que hay otras modalidades minoritarias
Las experiencias asociadas al erotismo unitario son el medio
3. El término Frente Erótico fue usado por Kalle Eklund en su Manifiesto erótico
en Salamandra. Intervención surrealista. Imaginación insurgente. Crítica de la vida
donde el ser humano se realiza perdiéndose, buscando la verdad
cotidiana 13/14, Madrid, 2001. de sí mismo. La pornografía, que es su contrario, es la alienación

182 183
 VICENTE GUTIÉRREZ
dominante que somete al espectador a un presenta ajeno, sepa-
rándolo de raíz de su propio tiempo.
2. EXPERIENCIAS ERÓTICAS
Todo lo anteriormente expuesto me lleva a realizar una caracte-
rización, al menos momentánea, del erotismo unitario.
Es confirmado por un tratamiento diferenciado del plantea-
miento erótico anteriormente expuesto.
Es también, al mismo tiempo, un efecto de la instancia cor-
poral.
Es objeto de una práctica específicamente social.
Bebe de la víspera de la consumación sexual: intensificación
del deseo. Frente a la pornografía que es, de hecho, la consuma-
ción primitiva de cualquier deseo, acelerada por la visualización
de imágenes.
Consiste en embadurnar el acto sexual de mismidad. La
improvisación debe empapar cada instante que intervenga en
la actividad erótica.
Es el intento de hacer que el acto sexual sea tan extraño
como una rueda de molino, o como un batiscafo.
Consiste en restablecer las relaciones necesarias entre el
deseo y el universo, consideradas desde el punto de vista cos-
mológico, es decir, vinculando el acto sexual con la mayor fuerza
cósmica del universo conocido.
El absurdo permanente es el acto erótico por excelencia.
La obscenidad debe dejar de ser obscenidad, para ser más
obscenidad.
Debe ser un gran chiste.
En el erotismo unitario no existe homosexualidad, hetero-
sexualidad o bisexualidad, sólo seres sexuales. Los impulsos
sexuales no son catalogados ni ordenados en cajas.
Asumir cada instante de la actividad erótica como tiempo
separado de la economía.
184
NOTAS SOBRE EL EROTISMO UNITARIO
Lamer penes, masturbarse, cortarse las uñas o toser a un
cristal serán como un intento de hacer reír a la naturaleza.
El proyecto revolucionario de una sociedad sin clases es el
proyecto de la descomposición de la vivencia de la sexualidad
sin tiempo, en beneficio de un modelo lúdico de sexualidad irre-
versible de los individuos y de los grupos, modelo en el cual
están simultáneamente presentes vivencias independientes fede-
radas.
He aquí dos muestras de lo que puede ser entendido como
puesta en práctica del erotismo unitario:
EXPERIENCIA 1. EL REENAMORAMIENTO ONÍRICO
Uno de los proyectos más ambiciosos que han apuntado hacia
la liberación absoluta del ser humano ha sido el de fusionar vida
diurna y vida nocturna. Ghérasim Luca y Dolfi Trost en su
manifiesto Dialéctica de la dialéctica. Mensaje dirigido al movi-
miento surrealista internacional dejaron constancia de esa aspi-
ración:
Investigando al mismo tiempo el funcionamiento onírico en la vida
diurna, con todas sus consecuencias explosivas, nos aproximamos
a la confusión completa de la existencia diurna y de la existencia
nocturna, por la negación de su separación artificial, de la que sólo el
sonambulismo, el automatismo y algunos otros estados excepcionales
nos han ofrecido los primeros pasos.
Una experiencia erótica que me surgió de forma casual guarda
estrecha relación con esto.
Durante una larga estancia en el extranjero, tuve la ocasión
de compartir habitación en una residencia para extranjeros con
una novia con la que llevaba ya más de dos meses de relación.
Vivíamos en una pequeña habitación, en la que había dos camas
separadas por escasa distancia. El hecho de no vivir limitado
185
 VICENTE GUTIÉRREZ
por ningún horario así como el de no tener la obligación de rea-
lizar más tarea que la de limpiar y hacernos la comida, provocó
en mí unos estados de conciencia alterados no conocidos hasta
entonces. En aquellas primeras semanas de convivencia pude
experimentar lo que nunca antes podía haber experimentado:
el acercamiento de la vida diurna y la vida nocturna. Esto se
concretó primeramente en una confusión cada vez más intensa
de sueños con vivencias reales. Traté de profundizar, investi-
gando en esa dirección. Uno de mis principales objetivos fue el
de mezclar el terreno onírico con la vigilia. Incluso me llegué a
documentar al respecto sobre si científicamente era posible crear
un estado intermedio tal. Al parecer, el organismo genera dos
sustancias: la melatonina y la cortisona, de efecto tan contrario
que difícilmente pueden convivir sin que uno anule los efectos
del otro o viceversa. También había que considerar los efectos
nocivos que la falta de sueño podía provocar en el organismo. A
pesar de eso no rechacé la posibilidad de experimentar.
La célebre frase «el amor es un fenónemo soñado» de Lacan
cobra aquí especial protagonismo. Antes de continuar me gus-
taría confesar que mis primeros enamoramientos, allá en mi
preadolescencia, surgían en los sueños. Recuerdo que en el
colegio, cuando me enamoraba de alguna chica, no era por el
hecho de convivir físicamente en el mismo aula, sino porque
había soñado con ella la noche anterior; en aquel estado tan
intenso del sueño, en el que los procesos psíquicos se potencia-
ban sin ningún tipo de interferencias externas, me enamoraba.
De alguna u otra forma, en el sueño, dimensionaba la persona-
lidad de la amada.
Lo que voy a contar guarda mucha relación con estos
enamoramientos oníricos que años atrás había vivenciado. A
continuación describiré las 3 etapas en las que se divide esta
experiencia:
186
NOTAS SOBRE EL EROTISMO UNITARIO
1º etapa
Duración: Semana y media.
Durante las primeras dos semanas convivimos en absoluta nor-
malidad. Cada día nos levantábamos y nos acostábamos a horas
distintas. Aquellos desajustes provocaron en mí la aparición de
unos sueños de gran contenido sexual, que nunca antes había
tenido. También recordaba los sueños con mucha facilidad.
2º etapa
Duración: Semana y media.
Esta segunda etapa comienza un día en el que ella me informa
de que la noche anterior me había levantado de la cama para
meterme en la suya. Aquello me sorprendió, porque nunca
había sido sonámbulo y, además, no recordaba haber hecho
nada de lo que me decía. Lo interesante fue que aquello se repi-
tió en días sucesivos, en los que aparte de entrar en su cama,
según ella, hablaba.
3º etapa
Duración: dos semanas.
Cierto día me levanto con el recuerdo de haber entrado en su
cama la noche anterior. Son recuerdos vagos. Esto se repitió
durante los días sucesivos, pero los recuerdos del día siguiente
se fueron haciendo cada vez más fuertes. Incluso alguna de
aquellas noches, llegué a ser consciente de estar levantándome
de mi propia cama, en un estado intermedio de sueño.
Esta etapa fue la más interesante. Cuando me metía en su
cama la abrazaba. Y sentía cómo brotaban en mí sentimientos
de amor que nunca antes había sentido hacia ella. Puedo ase-
gurar que me encontraba en un estado de semiconsciencia, más
próximo al sueño que a la vigilia. De hecho apenas percibía mi
propio cuerpo sino mi cuerpo psíquico. Era mi mente la que
la estrechaba entre mis brazos. Puedo asegurar que cada vez
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 VICENTE GUTIÉRREZ NOTAS SOBRE EL EROTISMO UNITARIO

que esto se repetía, me reenamoraba. Este reenamoramiento
adquiría características distintas cada vez. Era capaz de extraer
elementos diferentes e incuso contradictorios de su personali-
dad, que construían un nuevo sentimiento de atracción.
Todo esto concluyó con el siguiente hecho maravilloso: una de
las noches en las que, sonámbulo, me había levantado de mi
cama para acudir a la suya, hicimos el amor. Como era verano,
dormíamos prácticamente desnudos y la escasa ropa que llevá-
bamos no supuso obstáculo alguno. Tuve la suerte de ser cons-
ciente, aunque dormido, de todo lo que iba sucediendo durante
el acto. Y puedo asegurar que jamás he amado como aquel día;
todo era intensidad y aturdimiento. La consciencia no me pedía
digerir ni asimilar nada: era puro presente. La pasión y en los
sentimientos aparecían y desaparecían como un torrente incon-
tenible. Al besarla y penetrarla podía sentir como ella misma se
iba transformando; de adolescente en mujer adulta, de adulta
en niña, de niña en otra cosa que adoptaba formas abstractas.
Podía percibir cómo su cuerpo se fragmentaba en una estimu-
lante suma de cuerpos, procedentes de otras personas distintas
(incluso animales), pero que de alguna forma eran ella.
EXPERIENCIA 2. EL POEMA-PIEL
Algo que, apareciendo de forma azarosa e inesperada, ha enri-
quecido mis experiencias eróticas ha sido la de la escritura del
poema-piel.
Una noche nos encontrábamos mi amada y yo en la cama.
Comenzamos a acariciarnos; ella sentada sobre mí, y yo tum-
bado. Encima de la mesita había un lápiz de ojos negro. Con
un impulso instintivo lo cogí y sin pensarlo empecé a trazar
garabatos sobre sus pechos de forma automática, después sobre
sus brazos. Los garabatos iban formando letras y así comencé a
escribir palabras, las primeras que me venían a la cabeza: MANOS
EN EL ALMA. Mientras escribía, la acariciaba, hasta el punto de
emborronar lo que había escrito momentos antes. Me gustaría
aclarar que, a pesar de las similitudes evidentes, esto no tiene
nada que ver con el vulgar bodypainting ni con ningún proyecto
artístico de los que tanto se ha nutrido el arte contemporáneo.
Los siguientes días repetimos la misma acción pero con
ligeros cambios. Estas veces iba pronunciando en voz alta las
palabras que escribía sobre ella. Mediante una grabadora pude
registrar algunas de las frases que iba improvisando sobre su
piel. Lo que expongo a continuación son extractos de estas gra-
baciones:
Hoy quiero que veas como me arrastro por el pasillo.
Al menos hoy.
Quiero volcar sobre ti
todas estas figuras de ajedrez.
Todas estas figuras de ajedrez que he chupado.
Y quiero también que te subas a una banqueta,
y que eleves los brazos
y que sostengas una sábana, o un gran globo terráqueo
o un pedal de bicicleta
y juegues a lanzarlo para que caiga debajo de la cama.
Mañana te amaré de otra manera.
Mañana o más tarde.
O no querrás amarme
y yo tampoco te amaré.
Quiero abrazarte medio dormido
para que el fenómeno psíquico al que te traslado
tenga otras estructuras
no sólo la de mujer
no sólo la de ti.
Debo olerte dormido,
para que este fenómeno psíquico al que te traslado

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 VICENTE GUTIÉRREZ NOTAS SOBRE EL EROTISMO UNITARIO

tenga múltiples orillas Lánzame una última mirada

tenga múltiples rostros y dime que te vas.

para que ese fenómeno psíquico Tu piel es un Marte en el que practicar,

seas tú y no seas tú
y aflores siendo varias personas a la vez
siendo pedazos de animales
pedazos de personas que desconozco
o sutiles préstamos de los recuerdos más aletargados.
juguemos al ajedrez sobre tu piel.
Y justo ahora,
quiero verte patinar, y al mismo tiempo
con estos utensilios que no sé lo que son

* lápiz de ojos negro

Ahora lápiz de labios rojo
eleva los brazos
a la misma altura que los hombros
escribir sobre tu pecho eso que llaman poesía
túmbate sobre mí
brazo derecho arriba,
deja que te penetre
cuando digo ya es ya.
Te amo.
y mueve la cadera en círculos concéntricos pero
Déjame que te dibuje muchos ojos
no hagas los círculos tan grandes,
a lo largo del brazo,
mira al frente, y ahora haz lo que te de la gana:
escúpeme por ejemplo; que no se van a parecer entre sí.
puedes escupirme Ahora
quiero que me escupas todas las patinadoras que hay en ti
donde tú quieras se descalzan.
donde tú nunca me escupirías pero
no bajes tanto la espalda ¿Cómo te llamas?
déjame que rodee el cuello con mis manos ¿Te molesta que te lo diga?
y que apriete Hombros luminosos
Hombro totalmente abierto
no puedo distinguirte ya de los objetos Cadera abierta.
eres el pan último forjas el último pan en mí.
Echa los hombros para atrás Estira la rodilla. Repliégate.
y haz los círculos más pequeños. Coloca los brazos sobre el pecho

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 VICENTE GUTIÉRREZ

Cuando digo ya es ya.

Te amo.
BRANCA DE NEVE
Quiero que hagamos el amor Persistencia del nuevo espíritu
en la cocina de un zoológico. Eugenio Castro

Seguid patinando.
Sueltas ya las riendas del sentido común, un sentido de otro orden,
Desnudas, perseguidas por perros. insistente y adivinatorio, conduce al hombre hacia donde quiere ir
sin saberlo. ¡Cada vez más lejos! En tal dirección a lo desconocido es
necesario que consienta en dejarse llevar antes que llevarse él mismo.
Nada de árboles ni de auroras. Es preciso renunciar a ese bien que por mucho tiempo fue conside-
Ni de rocío derramándose. rado como el más precioso de todos: la inteligencia crítica de sus actos.
La lucidez es la gran enemiga de la revelación. Sólo cuando ésta ya se
ha producido puede autorizarse a aquella a hacer valer sus derechos.
Nada de lobos. André Breton
Lo maravilloso contra el misterio

Eres una niña. Llena de manos en el alma.

Llena de manos. 18, 19 DE FEBRERO DE 2006
Los amigos del Grupo surrealista de Madrid se reúnen en
Nada de manos. esta ciudad. A iniciativa de Eugenio Castro, tal y como pre-
viamente se había acordado, se proyecta, ya en la madrugada
Tú cara es un remolino. Escúpeme. del día 19, la película Branca de Neve, del director portugués
Te amo. Joao Cesar Monteiro. Este filme discurre durante 75 minutos
con la pantalla en negro, tornándose en ocasiones, durante
unos segundos, cenicienta; o abriéndose en otras a un cielo
azul ocupado por ligeras nubes blancas. Estos momentos son
acompañados por una música estridente. En el transcurso de la
película se oyen las voces de cinco actores que encarnan sendos
personajes de la obra homónima de Robert Walser: La Reina,
Blancanieves, el Príncipe extranjero, el Cazador y, más tarde, el
Rey. Naturalmente, la «comedia en verso» de Robert Walser,
en la que se inspira la película, a su vez se basa en el cuento de
los Hermanos Grimm.
A escasos minutos de dar comienzo la película, y al tiempo
que el cansancio general se tornaba atención, una fuerte tor-
menta de lluvia y viento se desata sobre Madrid.

192
 EUGENIO CASTRO
Julio Monteverde se queda dormido durante la proyección.
También lo hace Vicente Gutiérrez, aunque se despierta un
poco después.
MARTES, 21 DE FEBRERO
Noé Ortega envía un correo electrónico en el que nos participa
el siguiente relato:
El viernes le comenté a Eugenio Castro, en su casa, que desde hace
tiempo tengo una obsesión con las láminas negras. Comenzó hace
más de un año, a partir de dos hechos que prácticamente coincidie-
ron en el tiempo: la lectura de un poema de Antonio Gamoneda en
el que aparece la imagen de la lámina negra; y una lámina negra
enmarcada que pude ver en una exposición de arte portugués. El
sábado me di cuenta de que esto guardaba relación con Branca de
Neve.
Al llegar a Santander, de regreso de Madrid, me dirigí hacia la
parada de autobús del Ayuntamiento donde debía coger el autobús
que me llevaría hasta mi casa. Había llovido muchísimo. Estaba
llegando a la parada cuando vi en el suelo de la plaza lo que parecía
ser un marco de hierro. Estaba doblado. No había absolutamente
nadie en la calle. Me acerqué y advertí que en uno de los lados
metálicos había un gurruño de tela empapada. Lo toqué y comencé
a extenderlo. Era una tela negra del tamaño del marco. Me puse a
extenderla del todo hasta que ocupó la casi totalidad de la superficie
del marco y así lo dejé: una ventana negra en el suelo.
Después de un rato mirándolo, me encaminé de nuevo hacia la
parada de autobús. Vi entonces un panel roto. Me acerqué a él y
descubrí que se trataba del marco que formaba parte de un panel
publicitario en el que se anunciaba la propia empresa que lo había
fabricado. Era ese tipo de paneles luminosos que, mediante una
nueva técnica, conseguía una iluminación intensa y uniforme. Pero
alguien lo había roto, privándolo precisamente de la función de
iluminar, dejando sólo el marco con la tela negra.
194
BRANCA DE NEVE
Llegó el autobús. Me bajé en la parada desde la que encami-
narme hasta mi casa. El trayecto transcurrió en la mayor oscuri-
dad: todas las farolas de la zona estaban, por algún motivo muy
poco frecuente, apagadas.
MARTES, 21 DE FEBRERO.
Eugenio Castro responde al mensaje de Noé Ortega en los
siguientes términos:
Ayer tarde, hacia las 18.00 horas, mientras hablaba con Lurdes
Martínez por teléfono miré a la pantalla del televisor y advertí la
imagen de un edificio que se había derrumbado. Tuve la impresión
de conocerlo, y, en efecto, así era, pues se trataba de un inmueble
situado en Santander, exactamente sobre un túnel, en un lateral de
la plaza en la que se encuentran, frente a frente, las estaciones de
tren y de autobús. Este inmueble siempre ha sido para mí el icono
con el que asocio mi llegada a esta ciudad, puesto que desde que
empecé a ir a ella en los años ochenta, la primera visión que tuve
de la misma fue la de ese edificio. Pero achaco su persistencia en
mi memoria a un elemento que lo corona, el cual, con ocasión de
dos nuevos viajes que hice (muchos años después) a esta ciudad, en
julio y septiembre de 2005, se me impuso con fuerza al salir de la
estación de ferrocarril, reavivando mis recuerdos. Ese elemento es
un cisne blanco que lo corona. Si no me equivoco, mientras miraba
a la imagen del edificio caído en la pantalla, pude advertir que el
cisne se mantenía en su sitio, sobre la pared del inmueble que no
lo había acompañado en su derrumbamiento. Esta circunstancia
se la hago notar a mi interlocutora. A su vez, ella me hace notar
que, en el momento en que empezamos a ver la película comenzó
a soplar con intensidad el viento y a llover abundantemente. Le
comento que yo también aprecié este hecho, y cómo el mismo resti-
tuía a ese momento la atmósfera de los cuentos que se nos narraban
en la infancia. Se dice que este edificio (de antemano maltratado),
pudo caer por la acción del viento y de la lluvia. Y no dejaba de
195
 EUGENIO CASTRO
resultar conmovedor que la imagen del cisne blanco permaneciera
en pie, en la parte del inmueble que resistió al derrumbe.
MARTES, 21 DE FEBRERO.
Noé Ortega envía un nuevo comunicado con algunos fragmen-
tos de noticias de prensa en los que se alude a esta posibilidad.
Por ejemplo, este:
… No se descarta que el temporal de viento y agua del fin de semana
tuviera algo que ver. Un portavoz aludió a que en los últimos días
había “ventanas abiertas”. El domingo, Santander registró vientos de
hasta 117 kilómetros por hora, según indicó el Centro Meteorológico
Territorial.
Asimismo adjunta fotografías del inmueble y del cisne, panorá-
micas y en detalle. Y añade: «Efectivamente, el cisne se man-
tiene en pie». Este cisne es la imagen de una casa comercial de
colchones que, dado su estado ruinoso, ha perdido por completo
su función publicitaria. De hecho, hace años que han dejado de
venderse muebles en ese edificio.
MARTES, 21 DE FEBRERO
Julio Monteverde muestra su interés por lo acontecido y
escribe:
Ayer, cuando vi la noticia por televisión inmediatamente me inte-
resó. El edificio lo reconocí como un dejá-vu, es decir, sabía que lo
había visto cuando estuve en Santander pero no sabía exactamente
cuándo. Después de hablar con Eugenio Castro, esta mañana, me
hizo caer en la cuenta de que me lo había mostrado, señalándome
específicamente el cisne, el cual estuvimos inequívocamente admi-
rando durante un buen rato.
No es arbitrario que la noticia me interesara. Tengo una sen-
sibilidad muy agudizada hacia los edificios que se derrumban,
196
BRANCA DE NEVE
como ya escribí en mi relato de azar objetivo Otra casa poco sólida
publicado en el número 13-14 de la revista Salamandra.
Sin embargo, lo más sorprendente, y que casi me da un sopon-
cio, fue “mal-reconocerme” en la figura del hombre que, de espal-
das, contempla el edifico derrumbado, como se aprecia en la foto
enviada por Noé Ortega. Ese hombre parezco yo, pero yo no estaba
ese día allí.
MARTES, 21 DE FEBRERO
Vicente Gutiérrez cerró este día de comunicados con un asom-
brado relato:
Hace unos meses recibí una propuesta de juego que ya conocéis,
procedente del Grupo surrealista de París. Se trataba de superpo-
ner la Constelación del Cisne sobre el mapa de una ciudad, con el
fin de realizar recorridos psicogeográficos, en función de las coin-
cidencias de los brazos de la constelación y las calles. Al poco de
recibir la invitación al juego, me puse manos a la obra. Al solapar
la constelación con el mapa de Santander, traté de que coincidiera
uno de sus puntos centrales con el “Palacio del mueble” (edificio
donde se ubica el cisne), pero por la disposición de calles, me fue
imposible colocarlo, pues algunos de los brazos de la constelación
“caían” en la bahía santanderina, así que desistí.
El domingo pasado llegué a Santander a las 16:15. Hacía
un sol intenso, a pesar de la tormenta posterior. En la parada
de autobuses, al lado del “Palacio del mueble”, me esperaba una
amiga. Fuimos a pasear por la zona del parque Sotileza, que está
pegado al lugar del derrumbe. Ya habíamos paseado varias veces
por ahí, fijándonos en los edificios de alrededor. Le comenté que
me gustaría vivir en esa zona, que tiene cierto toque de decadencia
lisboeta. Recuerdo que le señalé el edificio que ayer se derrumbó,
curiosamente la parte que ha quedado en pie. Le dije que me gusta-
ría vivir allí. Incluso señalé las dos ventanas más altas.
Más tarde, estando en su coche, mi amiga me pre-
guntó qué tal fue todo en Madrid. Saqué la cámara de video
197
 EUGENIO CASTRO

donde había grabado las intervenciones. Rebobiné un poco

la cinta. Al pulsar el botón play no apareció imagen alguna, sólo
voces. Rebobiné otro poco más, y al dar al play de nuevo la panta-
lla siguió estando negra. “No se ve nada”, dijo mi amiga. Sólo se
oían nuestras voces, en ese momento la de Eugenio Castro. Entonces
recordé lo que había ocurrido. Cuando quise grabar la intervención
de José Manuel Rojo, él se negó en redondo a aparecer y tuve que posar
la cámara en la mesa, para que sólo se grabara el sonido. Una parte,
casualmente, no grabó imagen alguna. Tal vez alguno de los libros,
botellas o el brazo de alguien tapó el objetivo durante un buen rato.
Recuerdo que la cámara la dejé sobre la mesa, grabando las voces. ...un cisne blanco que lo corona...

JUEVES,23 DE FEBRERO
José Manuel Rojo anota lo siguiente:

En la mañana del jueves 23 de febrero, al salir a la calle para ir

a trabajar, lo primero que me encontré fue una nevada ligera pero
persistente que caía sobre Madrid. Desde hace años no es quizás
extraordinario que nieve en Madrid en febrero, pero tampoco muy
habitual, a pesar de lo que diga el calendario.
Doy clases en un instituto. Delante de mí, o detrás, según me
ubique, hay una pizarra con la superficie negra. Fuera veo, a tra-
vés de la ventana, la nieve.

LUNES, 27 DE FEBRERO
Jesús García Rodríguez aporta esta comunicación:

Ayer, en las primeras horas del domingo, después de que cayera

sobre Madrid, según parece, la mayor nevada de la década, regre-
saba a casa, en la madrugada, caminando sobre una gruesa y fúl-
gida capa de nieve blanca como el cisne. Al llegar a un recodo, pude
ver una hilera de huellas posadas sobre la nieve, describiendo el
caminar de algún paseante anónimo sobre la hierba ahora blanca, El Palacio del Mueble
una muda estampa solitaria iluminada por las farolas de la calle.
De inmediato recordé los primeros fotogramas de Branca de Neve,

198
 BRANCA DE NEVE
en los que aparece el poeta Robert Walser literalmente derrumbado
sobre la nieve. Fue una imagen rápida a la que apenas presté
importancia, pero horas después desperté y miré el correo electró-
nico y pude leer, con estupor, los mensajes de Noé, Julio, Eugenio
y Vicente. Quisiera añadir, además, que desde siempre el cisne y la
nieve, como sabéis algunos de vosotros, han sido imágenes a veces
obsesivas en mis poemas, hasta dar lugar al menos a dos ciclos de
poemas.
* a Breton su aire correcto, ese aspecto extraordinariamente extraviado
Quisiera decir que no es el propósito de esta comunicación el de
querer interpretar los hechos que la preceden (aún menos hacer
una exégesis de la película que los ha inspirado). No se desea
reducir su enorme sugestión mediante una explicación que
tendiera a establecer una relación de causa-efecto. Tal vez esto
suceda en el plano personal, pero sería muy aventurado, además
de ocioso, pretenderlo en el plano colectivo. Esto sería forzar de
tal manera los hechos que se acabaría por diluir su incalculable
fortuna. No se trata, en efecto, de positivar (y menos aún volver
positivista) el grado de correspondencia de tal acontecer, sino
más bien de abrazarlo como experiencia en sí mismo. Por otra
parte, no es inútil preguntarse si de verdad nos creeríamos capa-
ces de poder dar con la clave que pondría en relación todos los
hechos (reitero, en el plano colectivo). Bastaría sólo con salir en
su búsqueda para que su enigma nos burlara, para que la poten-
cia de lo acontecido se disipara merced a tan vana conquista de
exactitud. (No es la ciencia el hábitat del relámpago, aunque el
relámpago cruce el laboratorio de la ciencia).
Traigo hasta el presente, en el marco de mi observación,
un célebre episodio vivido por André Breton, Louis Aragon y
André Derain, relatado por el primero con el título de El nuevo
espíritu. Narra cómo en el escaso margen de unos minutos, hacia
las 17, 10 horas, los dos primeros se encontraron, por separado,
en la calle Bonaparte de París:
200
EUGENIO CASTRO
...con una muchacha que miraba hacia atrás a cada instante, aunque
no parecía esperar a nadie… Un poco antes de la calle Jacob, hizo
como si se interesase por el escaparate de una tienda de grabados
permitiendo que un transeúnte increíble, inmundo, que se había
fijado en ella, le dirigiese la palabra. Caminaron juntos un trecho y
se pararon para charlar, mientras yo me detenía a alguna distancia.
Pronto se separaron y la muchacha me pareció aún más desorientada.
Dio vueltas sobre sí misma un momento y divisando a un tipo de
aspecto subalterno que atravesaba la calle, se dirigió bruscamente a él.
Unos segundos después cogían el autobús Clichy-Odéon (...) A Aragon
parecía sobre todo haberle impresionado la belleza de la desconocida,
(...) A ambos les costó mucho comprender el interés apasionado que
experimentaban por esa aventura frustrada.
Poco después se encontrarían con André Derain, al que «no
pudieron resistirse a participarle su emoción»:
Un vestido a cuadros, exclamó, pero si acabo de econtrármela delante
de la verja; estaba con un negro que reía y al que he oído decir
textualmente: “Habrá que cambiar”. Y añadía Derain: “Estoy seguro
de no haberla visto nunca por aquí, y sin embargo conozco a todas las
chicas del barrio”.
Hacia las seis, Aragon y Breton salieron a su encuentro y explo-
raron una parte del distrito VI, pero no dieron con ella.
Hoy, la resonancia de ese suceso retroalimenta el mito surrea-
lista de la experiencia poética de la realidad. Queremos decir
con esto que, lejos de toda especulación (¡qué importa imagi-
nar lo que hubiera ocurrido de haberla encontrado!), la fuerte
atracción de ese suceso reside en su atmósfera, la cual no sólo no
ha disminuido con el tiempo sino que, en el nuestro, adquiere
casi un valor paradigmático, más aún cuando sobre la vida se
ha impuesto una simulación que tiende a restar, escandalosa-
mente, experiencia, y todavía más una experiencia de este tipo.
Insisto, por lo tanto, en que no solamente no es la visión de la
mujer, ni su comportamiento, ni su aire “extraviado” lo que
201
 BRANCA DE NEVE
más alcance podría hoy tener (tal cosa no deja de pertenecer al
plano de lo particular); lo que llega hasta el presente es la estela
que ha dejado este hecho, la cual impregna con su profunda
carga afectiva, por un lado, el espíritu de cualquier persona, y
por otro, todo el campo de lo posible, activando, a causa de su
persistencia en la memoria, una potencia de ilusión que hallará
la manera de materializarse bajo un nuevo aspecto y bajo una
experiencia nueva. Dicho de otro modo, esa estela, que es lo
duradero, desplaza una promesa de retorno, depositando su
maravilla sobre el discurrir diario en el tiempo y en el espacio.
Tal estela, que se extiende y se transmite de modo impre-
visible, contribuye a formar una experiencia de lo desconocido
que insufla a una vida un sentimiento poético no conocido, o
nunca antes tenido, pues un fenómeno así es, en su mismo ori-
gen, inédito e intransferible. Sin embargo, no puede decirse que
no se pueda experimentar como algo común. Ya lo demuestra
el relato evocado, el cual podría tomarse como síntoma de que,
una experiencia de este tipo, aunque limitada a un número
reducido de personas, podría contemplarse como un reflejo, asi-
mismo limitado, pero no por ello menos cierto, de una experien-
cia que todo ser humano puede tener, tiene o ha tenido, hasta
el punto de darle el sentido pleno a una vida. En todo caso, no
ha de confundirse el hecho de que ciertas experiencias sean el
fruto de una práctica experimental con lo que tienen de común
a cada hombre y mujer, lo cual pertenece, a la vez que al orden
de los sentidos, a las leyes del azar, que parece ser, en última
instancia, el que ordena las vicisitudes de toda vida.
Desearía abrir aquí un paréntesis para incidir sobre este
asunto, ya que intuyo que al hombre le asiste una especie de
sensible alteración (que suele llamarse en otro contexto «estado
secundario» y que se suele aplicar a lo poético) que le lleva a
establecer con lo otro unas relaciones, al menos en ese plano de
la percepción segunda, que inducen la experiencia de una vida
que merece la pena ser vivida. El grado en que esto se mani-
202
EUGENIO CASTRO
fieste, y sobre todo la conciencia que de ello se tenga, es lo que
señalaría la diferencia para que esa sensible alteración sea un
agente de conocimiento, un intensificador de vida o una simple
rareza a la que apenas se presta atención y a la que la fuerza de
la costumbre terminaría por indiferenciar y finalmente sepultar
(algo muy parecido ocurre con el sueño). Estimo, pues, que por
estos resquicios, comunes a todos, se libera una comunicación
intuitiva, pre-conceptual, pre-textual y no intelectualizada. Y
no es imprescindible verbalizar esa comunicación, pues basta
que todo el aparato afectivo se estimule en su contacto para que
la experiencia obtenida llegue a impulsar una transformación
de los propios comportamientos aceptados.
Este plano sensacional de la experiencia sensible es capital
porque hace de eje en la comprensión de una experiencia poé-
tica de la realidad que, a la vez que erosiona su acepción elitista,
favorece el anhelo de que «sea experimentada por todos, no por
unos». Esta consideración de la celebrada frase de Lautréamont
no la anula, sino que la hace, acaso, avanzar, de acuerdo con el
salto dialéctico hegeliano. Pues, en efecto, el ser humano puede
poner en juego toda su afectividad para conceder a su vida un
sentido que, cuando menos, responda contra las condiciones
psico-sociales que querrían fijarlo a una esfera de resignación
y de miseria, tanto emocional como material; y “por todos”
porque la exacerbación de los sentidos, incluso si se produce
una sola vez y ésta se carga con todas sus potencias de revela-
ción, anuncia mediante su fuerza subterránea la abolición de un
equívoco mayor, el cual consiste en interpretar la sugerencia de
Lautréamont como que todo el mundo sería poeta porque todo
el mundo escribiría poemas. Es urgente deshacer este equí-
voco tan ingenuo como nocivo, para lo cual hay que empezar
diciendo que no por escribir poemas se es poeta.
Lo que se plantea, por tanto, no es una atribución identita-
ria a una especialización, una autoría que sería, al fin y al cabo
el afianzamiento de un elitismo; lo que se da es el vislumbre de
203
 BRANCA DE NEVE
que la poesía se realiza, verdaderamente, por todos los sentidos,
no por uno solo; en consecuencia, insistimos, se experimenta por
todos, no sólo por unos.
Branca de Neve querría ser, al respecto, un testimonio, todo
lo parcial que se quiera, pero no por ello menos verdadero, de
esta realización; así como una pequeña gran revancha contra
todo mecanismo desintegrador y atomizador que potencia el
mal de la «dividuación» (G. Deleuze).
Si las consecuencias de unas prácticas experimentales -que
entre los surrealistas son una constante de sus dinámicas- favo-
recen, en la vida corriente, un cruce de correspondencias en tal
grado de afinamiento, habremos entonces de concederles el cré-
dito que se merecen, sobre todo si se presentan como eso, como
un síntoma de transformación de los mecanismos de relación, y
si de ello se desprende la posibilidad, nada desdeñable, de una
renovación del propio estar en la vida, hasta el punto de que
pudiera uno encontrarse, ahí, de súbito, con el sentido crucial
de una vida, o uno de ellos.
Bien, acababa de redactar el manuscrito de este texto, exac-
tamente el último párrafo (el día 25 de mayo, a las 21,30 horas),
cuando un conocido mío, de nombre Peter Wessel, danés afin-
cado en España desde hace casi veinte años, hacía su entrada
en el Café Doré de Madrid, más conocido como “la cafetería de
la Filmoteca”. Frecuento a diario este lugar desde hace años,
y esta ocasión era la segunda en la que me encontraba en él
con este hombre. Después de saludarnos e intercambiar unas
palabras de cortesía, me hizo saber que había pasado unos días
en Francia apenas unas semanas atrás. A mi pregunta de en
qué parte del país, y presuponiendo que se trataría de un lugar
en la costa, me respondió que no, que los pasó en las cercanías
del Macizo Central, exactamente en Conques, precisándome,
además, que tiene allí una casa en propiedad. Sorprendido, y
acaso un poco impertinentemente (llevado sin embargo por una
cierta confianza) le pregunté que cómo es que tenía una casa
204
EUGENIO CASTRO
allí. Me contestó que era largo de contar, y que lo haría otro día.
Mas no pasó un minuto y pareció sentirse impelido a hacerlo en
ese instante. Lo que sigue es su relato, que después de haberlo
verbalizado le pedí, si no tenía inconveniente, que me lo escri-
biera. Lo transcribo literalmente. (He de decir, por lo demás,
que en ningún momento yo le había comentado nada a propó-
sito del contenido de lo que estaba escribiendo y el sentido que
lo confería).
Hacia mi último año de Liceo en un internado, cuando tenía 17
años, empecé a tener un sueño recurrente. Soñaba que tenía que cru-
zar unas montañas para apagar un fuego que estaba consumiendo
una iglesia.
El sueño se reproducía aproximadamente cada 2 semanas con
muy pocas variaciones: a veces era verano y resultaba fácil cruzar
las montañas; a veces era invierno y tenía que pelearme contra la
nieve y el frío.
Después de 7 meses el sueño dejó de visitarme.
10 años más tarde, mientras terminaba mis estudios de perio-
dismo y estaba en casa con gripe, vi un anuncio en un periódico
americano (The International Herald Tribune) para la venta
de una casa medieval en un pueblo en el sudeste de Francia
(Conques).
No tenía medios para comprar nada, pero sentí la necesi-
dad de conocer aquel pueblo. Fui a la tienda de libros francesa
(en Copenhague) y encontré un libro sobre el Macizo Central. Allí
había una foto de un pueblo perdido en un valle estrecho cubierto
de montañas. Tan escondido estaba que sólo se percibía la iglesia,
una altísima iglesia románica que me parecía conocida, pero sabía
que nunca había estado en esta región.
Llamé a un amigo y le propuse viajar en coche los 2000 mil
kilómetros para ver la casa y el pueblo. Salimos 2 horas más
tarde.
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 BRANCA DE NEVE

En París visitamos al propietario de la casa, que nos dijo en

qué casa del pueblo buscar las llaves, y que allí habría una persona
que podría llevarnos hasta la casa y enseñárnosla.
Dormimos en Moulins, a 4 horas en coche de Conques (Cuenca,
concha), y llegamos al pueblo a las 11. Cuando vi la iglesia delante
de mí, la reconocí: era la iglesia de mi sueño de 10 años atrás. Paré
el coche y le dije a mi amigo que sabía exactamente dónde estaba la
casa y paramos delante antes de visitar al señor de las llaves.
Cuando volvimos con las llaves le dije a mi amigo que le iba a
explicar exactamente la disposición de la casa y qué había en cada
habitación. Creía que le estaba tomando el pelo, claro, pero una vez
dentro pudo comprobar que mi descripción había sido exacta.
Dormimos allí y sentí que era la casa de mi infancia. 3 años
después, en 1980, compré la casa.
Desde entonces este pueblo ha sido el escenario de muchos de
mis sueños.

Toda teoría crítica sobre la creación de un nuevo imaginario que

se desee emancipador corre a su fracaso si la primera no se for-
mula y el segundo no se genera sobre la base de su experiencia
y de su experimentación.

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