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Mas, ¿en qué sentido es real la figura de don Quijote? Está claro que un personaje de novela,
considerado bajo parámetros lógicos, no es realidad, sino ficción. Sin embargo, Unamuno, con
su afirmación de la existencia del caballero cervantino, no está alentando a los hombres de
ciencia, sino a los de fe, de ahí su desdén hacia quienes, en nombre de la ciencia, tildan al
desventurado Alonso de Quijada de loco infructuoso: “que se vaya el ingeniero a hacer
puentes a otra parte donde hacen mucha falta. Para ir en busca del sepulcro [de don Quijote]
basta la fe como puente.”2 Se estaría con ello deslindando dos mundos: uno ideal, en el que los
logros espirituales cobran protagonismo, y otro mundano, en el que la aspiración ha de ser la
de no despegarse un ápice de la realidad material. Al primero de estos mundos o, si se quiere,
a la primera de estas dos actitudes vitales, le son intrínsecas la soledad y la locura, mientras
que el no salirse de lo estrictamente material nos sumerge en el sentido común.
Efectivamente, “Vida de Don Quijote y Sancho” es una obra dedicada a la fe que, en lo más
íntimo de nuestro ser, nos impulsa a vivir: fe en uno mismo, fe en la familia, fe en la vida…y
como impulso vital que es, merece ser meditada como una realidad previa y más importante
que la recogida bajo las coordenadas estrictamente materiales
del discurso científico-técnico.
1
Unamuno, Miguel de, Vida de de Don Quijote y Sancho, Madrid, Alianza Editorial, prólogo a la segunda
edición, pág. 38.
2
En adelante, se indicará únicamente el número de la página a la que pertenece la cita, pues todas lo
son de la obra indicada en la nota 1. Pág. 33
verdad pura: el mundo es lo que a cada cual le parece, y la sabiduría estriba en hacérnoslo a
nuestra voluntad, desatinados sin ocasión y henchidos de fe en lo absurdo.”3
En definitiva, el sentido común4es identificado por Unamuno con una especie de letargo en el
que quedan sumidas las conciencias individuales, en un “mundo apariencial” (p. 161) y
borreguil que baila al son de la tonada científico-lógica. No obstante, Unamuno no pretende
sustituir el “mundo apariencial” del sentido común lógico por el “mundo sustancial de la fe”,
sino concederle una mayor importancia al segundo respecto al primero. Sólo podremos sentir
el “mundo sustancial” a través de la fe, la voluntad y la locura. Resulta pertinente aclarar,
llegados a este punto, que Unamuno no está pensando en una locura cualquiera, sino en la
verdadera locura: “…hace falta llevar a las muchedumbres, llevar al pueblo, llevar a nuestro
pueblo español, una locura cualquiera, la locura de uno cualquiera de sus miembros que está
loco, pero loco de verdad y no de mentirijillas. Loco, y no tonto.”5 Así, de don Quijote, a mi
modo de ver, no le llama tanto la atención el hecho de que embista molinos de viento
confundiéndolos con gigantes, o de que arremeta contra un rebaño de ovejas como si de un
imponente ejército medieval se tratase, sino, más bien, la fe del caballero en la justicia, en la
fama eterna o en el amor hacia una mujer con la que ni siquiera ha cruzado palabra alguna;
además, sostiene esa noble fe con una voluntad inquebrantable. Don Quijote es un loco
porque hace lo que nadie (sobre todo los poseedores de sentido común) haría por la justicia, la
benevolencia o el amor. Nuestro hidalgo rebosa vitalidad en su empeño por llevar a cabo
aquello en lo que cree, y no piensa renunciar a tal empresa por las risas de almas adormecidas
por el sentido común: “Sólo el héroe puede decir “¡yo sé quién soy!”, porque para él ser es
querer ser; el héroe sabe quién es, quién quiere ser, y sólo él y Dios lo saben, y los demás
hombres apenas saben ni quién son ellos mismos, porque no quieren de veras ser nada, ni
menos saben quién es el héroe.”6
3
p. 123
4
Unamuno coincidirá con Navarro Ledesma en señalar al bachiller Sansón Carrasco como el
representante del sentido común en la novela cervantina, de tal modo que “Sansón Carrasco es un buen
hombre razonador y sensato que no cree en la eficacia de las ideas, a las cuales llama locuras.” (Navarro
y Ledesma, Francisco, El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra, Austral, Buenos Aires, 1948,
pág. 319)
5
p. 29.
6
p. 69.
Por tanto, ve Unamuno en don Quijote un ejemplo a seguir por cuanto que hay en él una
inquietud vital generadora de buenas obras, actitud impropia de los “bachilleres, barberos y
curas” (p. 32). Y si “…sólo el ejemplo de lo inasequible a los más puede enseñar a éstos a poner
su meta más allá de donde alcancen” (89), bien pudiera ser un remedio a los males de España
una buena dosis de locura quijotesca: “Este arrojo, esta fe en la propia voluntad, sin considerar
el honor o el miedo al ridículo, es la solución a los problemas de España” (153), para más
adelante añadir: “…nuestra patria no tendrá agricultura, ni industria, ni comercio, ni habrá aquí
caminos que lleven a parte donde merezca irse mientras no descubramos nuestro cristianismo,
el quijotesco. No tendremos vida exterior poderosa y espléndida y gloriosa y fuerte mientras
no encendamos en el corazón de nuestro pueblo el fuego de las eternas inquietudes.” (154)