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LIBRO VI.

DIOGENES LAERCIO, VIDAS Y OPINIONES DE LOS FILÓSOFOS


ILUSTRES.
[1] 22. Al observar a un ratón que corría de aquí para allá, según cuenta Teofrasto en su Megárico,
sin preocuparse de un sitio para dormir y sin cuidarse de la oscuridad o de perseguir cualquiera de las
comodidades convencionales, encontró una solución para adaptarse a sus circunstancias.
[2] 29. Cuenta Menipo en su Venta de Diógenes que, cogido prisionero y siendo vendido como
esclavo, le preguntaron qué sabía hacer. Respondió: «Gobernar hombres». Y dijo al pregonero:
«Pregona si alguien quiere comprarse un amo».
[3] 32. Alejandro había dicho que, de no ser Alejandro, habría querido ser Diógenes.
[4] 34. A quienes le decían: «Eres ya viejo, descansa ya», les contestó: «Si corriera la carrera de
fondo, ¿debería descansar al acercarme al final, o más bien apretar más?»
[5] 35. Decía que las cosas de mucho valor se compran por nada y viceversa: pues una estatua se
vende por tres mil dracmas y un cuartillo de harina por dos monedas de cobre.
[6] 37. Al observar una vez a un niño que bebía en las manos, arrojó fuera de su zurrón su copa,
diciendo: «Un niño me ha aventajado en sencillez». Arrojó igualmente el plato, al ver a un niño que,
como se le había roto el cuenco, recogía sus lentejas en la corteza cóncava del pan.
[7] 38. Cuando tomaba el sol en el Cráneo se plantó ante él Alejandro y le dijo: «Pídeme lo que
quieras». Y él contestó: «No me hagas sombra».
[8] 44. Voceaba a menudo que los dioses habían concedido a los hombres una existencia fácil, pero
que ellos mismos se la habían ensombrecido al requerir pasteles de miel, ungüentos perfumados y
cosas por el estilo.
[9] 46. Una vez que se masturbaba en medio del ágora, comentó: «¡Ojalá fuera posible frotarse
también el vientre para no tener hambre!».
[10] 58. Algunos le adjudican también la anécdota de que Platón, al verle lavar unas lechugas, se le
acercó y en voz baja le dijo: «Si adularas a Dionisio, no lavarías lechugas». Y él respondió
igualmente en voz baja: «Y si tú lavaras lechugas no adularías a Dionisio».
[11] 63. Al serle preguntado qué había sacado de la filosofía, dijo: «De no ser alguna otra cosa, al
menos el estar equipado contra cualquier azar».
[12] 64. Entraba en el teatro en contra de los demás que salían. Al preguntarle que por qué, dijo:
«Eso es lo que trato de hacer durante toda mi vida».
[13] 65. A uno que decía: «No estoy capacitado para la filosofía», le repuso: «¿Para qué entonces
vives, si no te importa el vivir bien?».
[14] 66. Decía que los criados son esclavos de sus amos, y que los débiles lo son de sus pasiones.
[15] 69. Al preguntarle qué es lo más hermoso entre los hombres, contestó: «La sinceridad» […]
Acostumbraba a realizarlo todo en público, tanto las cosas de Deméter como las de Afrodita. Y
exponía unos argumentos de este estilo: «Si el comer no es nada extraño, tampoco lo es en el ágora.
No es extraño el comer. Luego tampoco lo es comer en el ágora».
[16] 70. Decía que hay un doble entrenamiento: el espiritual y el corporal. […] Pero que era
incompleto el uno sin el otro, porque la buena disposición y el vigor eran ambos muy convenientes,
tanto para el espíritu como para el cuerpo. Aportaba pruebas de que fácilmente se desemboca de la
gimnasia en la virtud. Pues en los oficios manuales y en los otros se ve que los artesanos adquieren
una habilidad manual extraordinaria a partir de la práctica constante, e igual los flautistas y los atletas
cuánto progresan unos y otros por el continuo esfuerzo en su profesión particular; de modo que, si
éstos trasladaran su entrenamiento al terreno espiritual, no se afanarían de modo incompleto y
superfluo.
[17] 71. Conversaba sobre estas cosas y las ponía en práctica abiertamente, troquelando con nuevo
cuño lo convencional de un modo auténtico, sin hacer ninguna concesión a las convenciones de la
ley, sino sólo a los preceptos de la naturaleza, afirmando que mantenía el mismo género de vida que
Heracles, sin preferir nada a la libertad.
[18] 74. Y soportó del modo más digno su venta como esclavo. En un viaje a Egina fue capturado
por unos piratas, a los que mandaba Escírpalo, conducido a Creta y puesto a la venta. Cuando el
pregonero le preguntó qué sabía hacer, dijo: «Gobernar hombres». Entonces señalando a un corintio
que llevaba una túnica con franja de púrpura, el ya mencionado Jeníades, dijo: «¡Véndeme a ése! Ése
necesita un dueño». En efecto, lo compró Jeníades y, llevándoselo a Corinto, le encomendó educar a
sus hijos y dejó en sus manos su casa. Y él la administraba de tal forma en todos los asuntos, que
aquél solía pasar diciendo: «Un buen genio ha entrado en mi casa».
[19] 76. Se dice que murió tras haber vivido cerca de noventa años. Acerca de su muerte se cuentan
versiones diversas. Pues unos refieren que, después de haberse comido un pulpo vivo, tuvo un
tremendo cólico y murió a consecuencia de éste. Otros dicen que fue por contener su respiración.

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