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EL SIMBOLISMO DE LAS BODAS DE CANÁ

Por Enrique Martínez Lozano

Jn 2, 1-11
Con el relato de las "bodas de Caná", situado al inicio del evangelio, el autor busca
transmitirnos el primer retrato de Jesús. Por eso, una lectura del mismo en clave
literal lo desfigura, al reducirlo a un episodio anecdótico que roza lo mágico, y lo
priva de su significado para nosotros.
En efecto, ¿qué sentido podría tener imaginar a un Jesús dotado de poderes
mágicos, que los utilizara para cambiar el agua en vino en una fiesta de bodas?
Cuando se ha leído de esa forma literal, se ha puesto el acento en el "poder" y en la
"bondad" de Jesús, así como en la "preocupación atenta" de María. Nada de eso se
niega, pero parece evidente que el autor no ha querido empezar su evangelio –
sumamente elaborado- con una mera anécdota familiar.
Sabemos que los relatos evangélicos que han llegado a nosotros tuvieron un largo
recorrido hasta quedar plasmados en la forma en que hoy los leemos. Fueron
textos transmitidos oralmente, adaptados a las diferentes situaciones de las
comunidades primeras, elaborados y trabajados con fidelidad al trasfondo histórico
pero, al mismo tiempo, con una gran creatividad, de cara a responder a las nuevas
situaciones y hacerlos comprensibles en los nuevos contextos.
Todo ello ha dado como resultado unos textos magníficos, cargados de simbolismo,
que operan como catequesis que intentan, a la vez, vehicular la fe en Jesús y
mostrar un estilo de vida coherente con su mensaje.
En aquel proceso primero de elaboración, el cuarto evangelio alcanza las cotas más
altas. Todo él es un relato minuciosamente cuidado que juega con un rico
simbolismo, con el que busca presentar a Jesús como el revelador del Padre.
El propio autor nos ha revelado su intención al terminar su propio escrito (el capítulo
21 es un añadido posterior) con estas palabras: "Estos (signos) han sido escritos
para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; y para que, creyendo,
tengáis en él vida eterna" (20,31).
Por lo que refiere al relato de hoy, si lo leemos con atención, descubriremos
algunos "guiños" del autor, que nos hacen caer en la cuenta de su carácter
simbólico y así evitar leerlo de un modo literalista. Planteo algunos en forma de
interrogantes:
¿Cómo puede ser que, en una fiesta de bodas, no hayan preparado vino
suficiente (teniendo en cuenta, además, de que se trata de gente importante y
que la comida está a cargo de un "mayordomo"?).
¿Cómo entender que esa falta escapa al propio mayordomo que está al tanto
de todo y, sin embargo, es advertida por una invitada (María)?
¿Por qué Jesús se dirige a su madre llamándola "mujer", un término que
designaba a la esposa?
¿Qué sentido tiene que hubiera nada menos que seiscientos litros de agua (!)
para el rito simple de las purificaciones?
¿Por qué la insistencia del autor del evangelio en que se trata del "primer signo" de
Jesús? ¿Cuál es su significado? ¿A qué otros remite?
Todos estos interrogantes, irresolubles desde una lectura literalista, encuentran
pleno sentido cuando acogemos el relato desde la que fue, probablemente, la
intención del autor.
Pero, además de estas cuestiones, una lectura atenta y conocedora del transfondo
histórico, cultural y religioso de nuestro evangelio, encuentra una serie de
elementos portadores de significado preciso. Entre ellos, hay que destacar los
siguientes:
la boda,
la referencia a la "hora",
el tercer día,
el número seis,
que las tinajas sean "de piedra" y utilizadas para la purificación,
la carencia de vino,
el hecho de llenarlas de agua "hasta arriba",
la presencia de la madre de Jesús (a quien nunca llama María, sino "mujer"),
la frase: "Haced lo que él os diga", etc.
Ante tal presencia de elementos simbólicos, Ch. Dodd, uno de los mejores
especialistas en el estudio de este evangelio, llega a plantear que el presente relato
sería, en su origen, una parábola que tendría como "motivo central", igual que
tantas otras, una fiesta nupcial. Posteriormente, el relato parabólico se habría
convertido en una "historia de milagro".

A partir de los elementos que el evangelista nos ofrece, parece que pueden
detectarse fácilmente las claves que hacen posible la comprensión de nuestro
relato en profundidad.
El agua simboliza la religión vacía;
el vino, la alegría y la vida abundante que proceden de Dios;
María es la "mujer", el resto fiel de Israel, "desposado" con Dios;
las bodas son el símbolo de la unión (alianza) de Dios con el pueblo;
las tinajas de piedra (seis es el número de lo imperfecto e incompleto)
representan a la Ley, que pretende purificar al ser humano, pero que en
realidad es algo vacío;
la expresión "haced lo que él os diga" es prácticamente idéntica a la que
pronunció el pueblo el día de la alianza (pacto, desposorio) del Sinaí: "Nosotros
haremos todo lo que el Señor ha dicho" (Libro del Éxodo 19,8);
que sea el "comienzo de los signos" hace de éste el prototipo y clave de
interpretación de los que seguirán (en total, serán "siete", el número que
expresa la plenitud).
Con estas claves, podemos comprender que lo que ocurre en Caná preanuncia las
bodas de la Cruz (19,25-27) y de la mañana de Pascua (20,1-18):
María será llamada de nuevo "mujer", como símbolo del pueblo fiel del Antiguo
Testamento que ha generado al Mesías y al nuevo pueblo (el "discípulo
amado": "Mujer, ahí tienes a tu hijo");
María Magdalena, por su parte, es la otra "mujer", símbolo de la iglesia que se
desposa con Jesús en el huerto o jardín (imagen del Edén y del huerto del
Cantar de los Cantares).
Con todo ello, Caná declara que el judaísmo está caducado; y, con él, la religión.
De hecho, a continuación, el evangelio presentará a Jesús...
como el "nuevo templo"
"«destruid este templo y en tres días yo lo levantaré de nuevo»: el templo del
que hablaba Jesús era su propio cuerpo": 3,19-21)
y proclamando que
"para dar culto al Padre, no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén...
Ha llegado la hora en que los que rindan
verdaderamente culto al Padre, lo harán en espíritu y en verdad... Dios es
espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y
en verdad" (4,21-24).
La boda en la que falta el vino simboliza la antigua alianza que va a ser sustituida
por la nueva, en la que se dará el vino del Espíritu. Jesús inaugura una nueva
relación del hombre con Dios, que no estará mediatizada por la Ley, sino creada
por el mismo Espíritu de Dios. Jesús, el nuevo Esposo (1,15.30) o centro de la
nueva comunidad humana, anuncia el cambio, que tendrá lugar cuando llegue su
hora, la de su muerte-resurrección.
Así leído, descubrimos la hondura y centralidad de este relato. El texto, en el
conjunto del evangelio de Juan, significa la obra entera de Jesús, que proclama y
posibilita las "bodas" de Dios con el ser humano (que en el Antiguo Testamento se
entendían como alianza). Para el evangelista, la nueva alianza se inicia ahora con
la vida pública de Jesús; su consumación vendrá en la cruz. Esa será la "hora" de
Jesús.
En este evangelio, la obra de Jesús, desde sus mismos comienzos, está revestida
de nupcialidad. Por eso, desde el comienzo mismo –desde el "primer signo"-
anuncia el cumplimiento: el "nuevo pueblo" vive unas bodas con Dios, en las que el
"vino" -la Vida, el Gozo y el Amor- se muestra sabroso y desbordante.
Es comprensible que, desde un nivel "racional" de conciencia, aun reconociendo el
carácter simbólico del relato, se lea este texto en clave de dualidad. Dios y la
humanidad (la creación) serían "dos entidades" capaces de entrar en relación, pero
se seguiría pensando a "Dios" como un ser separado.
Sin embargo, de acuerdo con la vivencia del propio Jesús, tal como queda reflejada
en este mismo evangelio, y en sintonía con la percepción no-dual que se va
abriendo camino, de un modo cada vez más generalizado, en nuestro momento
cultural, y que es expresión de una nuevo nivel de conciencia (transpersonal),
emerge una lectura del texto que adquiere una profundidad mayor.
Las "bodas" son el símbolo de lo real. Todo se halla "desposado" con todo,
constituyendo una gran Red que se sostiene en la misma interrelación. Todo es
divino-humano-cósmico al mismo tiempo. No como realidades sumadas, ni siquiera
unidas, sino como expresión no-dual de la Realidad única que en todo se expresa y
manifiesta.
El viejo Sutra del corazón nos recuerda que "Vacío es forma, y forma es Vacío". Lo
divino y lo humano no son realidades paralelas, sino las "dos caras" –magníficas en
su diferencia- de la misma Realidad.
En las "bodas de Caná", el agua puede bien simbolizar la ignorancia en que nos
encerramos cuando nos reducimos al ego y a la mente: una ignorancia que es
carencia y sufrimiento. El vino, por el contrario, es expresión de la Vida y el Gozo y,
como Jesús, accedemos a él en cuanto nos liberamos de nuestra perspectiva
egoica (nos desidentificamos de nuestra "identidad" mental), para empezar a
percibir nuestra verdadera identidad, no-separada de lo Real. La persona que lo
descubre –como si se tratara, dirá Jesús, de "un tesoro en el campo"-, experimenta
su existencia llena del "vino" de la Alegría.
MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LAS BODAS DE CANÁ

El Papa Francisco ofreció una nueva catequesis en la Audiencia General del


miércoles dedicada esta vez al relato evangélico de las Bodas de Caná.

El Pontífice explicó que “Las Bodas de Caná son mucho más que una simple
narración del primer milagro de Jesús. Como en un cofre, Él cuida el secreto de su
persona y el fin de su venida: el esperado Esposo da inicio a las bodas que se
cumplen en el Misterio pascual. En estas bodas Jesús liga a sí a sus discípulos con
una alianza nueva y definitiva”.

A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Antes de comenzar la catequesis, quisiera saludar a un grupo de parejas –así al


final– que celebran cincuenta años de matrimonio. ¡Aquello sí que es el vino bueno
de la familia! La suya es un testimonio que los nuevos esposos –que saludare
después– y los jóvenes deben aprender. Es un bello testimonio. Gracias por su
testimonio.

Después de haber comentado algunas parábolas de la misericordia, hoy nos


detenemos en uno de los primeros milagros de Jesús, que el evangelista Juan
llama “signos”, porque Jesús no los hizo para suscitar maravilla, sino para revelar el
amor del Padre.

El primero de estos signos prodigiosos es narrado justamente por Juan (2,1-11) y


se cumplió en Caná de Galilea. Se trata de una especie de “puerta de ingreso”, en
el cual se han esculpido palabras y expresiones que iluminan el entero misterio de
Cristo y abren el corazón de los discípulos a la fe. Veamos algunos.

En la introducción encontramos la expresión «Jesús también fue invitado con sus


discípulos» (v. 2). A aquellos que Jesús ha llamado a seguirlo, los ha ligado a sí en
una comunidad y ahora, como una única familia, son invitados todos a la boda.
Dando inicio a su ministerio público en las bodas de Caná, Jesús se manifiesta
como el esposo del pueblo de Dios, anunciado por los profetas, y nos revela la
profundidad de la relación que nos une a Él: es una nueva Alianza de amor.

¿Qué cosa hay en el fundamento de nuestra fe? Un acto de misericordia con el cual
Jesús nos ha ligado a sí. Y la vida cristiana es la respuesta a este amor, es como la
historia de dos enamorados. Dios y el hombre se encuentran, se buscan, se hallan,
se celebran y se aman: exactamente como el amado y la amada del Cantar de los
Cantares. Todo lo demás viene como consecuencia de esta relación. La Iglesia es
la familia de Jesús en el cual se vierte su amor; es este amor que la Iglesia cuida y
quiere donar a todos.
En el contexto de la Alianza se comprende también la observación de la Virgen:
«No tienen vino» (v. 3). ¿Cómo es posible celebrar la boda y hacer fiesta si falta
aquello que los profetas indicaban como un elemento típico del banquete mesiánico
(Cfr. Am 9,13-14; Jo 2,24; Is 25,6)? El agua es necesaria para vivir, pero el vino
expresa la abundancia del banquete y la alegría de la fiesta. Es una fiesta de bodas
en la cual falta el vino; los nuevos esposos pasan vergüenza, sienten vergüenza y
se avergüenzan de esto. Pero imaginen terminar una fiesta de bodas bebiendo te;
sería una vergüenza. El vino es necesario para la fiesta.

Transformando en vino el agua de las tinajas destinadas «a los ritos de purificación


de los Judíos» (v. 6), Jesús realiza un signo elocuente: transforma la Ley de Moisés
en Evangelio, portador de alegría. Como dice en otro pasaje el mismo Juan: «La
Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por
Jesucristo» (1,17).

Las palabras que María dirige a los sirvientes coronan el cuadro nupcial de Caná:
«Hagan todo lo que él les diga» (v. 5). Es curioso: son sus últimas palabras
reportadas en los Evangelio: son la herencia que nos entrega a todos nosotros.
También hoy la Virgen nos dice a todos nosotros: «Hagan todo lo que él les diga».
Es la herencia que nos ha dejado: ¡es bello! Se trata de una expresión que evoca la
fórmula de fe utilizada por el pueblo de Israel en el Sinaí como respuesta a las
promesas de la alianza: «Estamos decididos a poner en práctica todo lo que ha
dicho el Señor» (Ex 19,8).

Y en efecto en Caná los sirvientes obedecen. «Jesús dijo a los sirvientes: Llenen de
agua estas tinajas. Y las llenaron hasta el borde. Saquen ahora, agregó Jesús, y
lleven al encargado del banquete. Así lo hicieron» (vv. 7-8). En estas bodas, de
verdad viene estipulada una Nueva Alianza y a los servidores del Señor, es decir a
toda la Iglesia, le es confiada la nueva misión: «Hagan todo lo que él les diga».

Servir al Señor significa escuchar y poner en práctica su Palabra. Es la


recomendación simple pero esencial de la Madre de Jesús y es el programa de vida
del cristiano. Para cada uno de nosotros, sacar de las tinajas equivale a confiar en
la Palabra de Dios para experimentar su eficacia en la vida.

Entonces, junto al encargado del banquete que ha probado el agua convertida en


vino, también nosotros podemos exclamar: «Tú, en cambio, has guardado el buen
vino hasta este momento» (v. 10). Si, el Señor continúa reservando aquel vino
bueno para nuestra salvación, así como continua a brotar del costado atravesado
del Señor.

La conclusión de la narración suena como una sentencia: «Este fue el primero de


los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus
discípulos creyeron en él» (v. 11). Las bodas de Caná son mucho más que una
simple narración del primer milagro de Jesús.
Como en un cofre, Él cuida el secreto de su persona y el fin de su venida: el
esperado Esposo da inicio a las bodas que se cumplen en el Misterio pascual. En
estas bodas Jesús liga a sí a sus discípulos con una alianza nueva y definitiva. En
Caná los discípulos de Jesús se convierten en su familia y en Caná nace la fe de la
Iglesia. ¡A estas bodas todos nosotros estamos invitados, porque el vino nuevo no
faltará más! Gracias.
Las bodas de Caná - Juan 2:1-12

(Jn 2:1-12) "Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y
estaba allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús
y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen
vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora.
Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere. Y estaban allí
seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los
judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo:
Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo:
Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron. Cuando el
maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo
sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo:
Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho,
entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora. Este
principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y
sus discípulos creyeron en él. Después de esto descendieron a Capernaum,
él, su madre, sus hermanos y sus discípulos; y estuvieron allí no muchos
días."

Introducción

En el pasaje anterior consideramos el primer encuentro que Jesús tuvo con


Natanael, y la promesa que le hizo: "Cosas mayores que estas verás" (Jn
1:50). Ahora nos encontramos que Jesús está con sus discípulos en Caná
de Galilea, precisamente la ciudad de Natanael (Jn 21:2), y vamos a ver que
el Señor hizo allí un milagro que sirvió para ilustrar de forma práctica lo que
le acababa de decir: que Jesús trae lo mejor al final (Jn 2:10).

"Se hicieron unas bodas en Caná de Galilea"


El motivo por el que Jesús fue a Caná de Galilea, tenía que ver con la
asistencia a una boda. En este punto, tal vez tengamos curiosidad por saber
quiénes eran los novios, cuál era el menú, cómo iba vestida la novia, u otros
muchos detalles que todo el mundo comenta en cualquier boda, pero nada
de esto aparece en nuestro relato, porque el objetivo del evangelista es otro,
como él mismo explicará al final: manifestar la gloria de Jesús (Jn 2:11).
"Fueron invitados a las bodas Jesús y sus discípulos"

Algunos de los detalles acerca de esta boda que sí conocemos, es que


juntamente con Jesús, asistieron también sus discípulos, su madre y sus
hermanos. Esto es interesante, porque esta es la primera señal pública que
Jesús hizo y el evangelista la escoge para establecer un punto de transición
entre lo que habían sido sus relaciones habituales con su familia hasta ese
momento, y las que a partir de entonces iba a tener con sus discípulos. Por
lo tanto, veremos que a lo largo del desarrollo del pasaje, Jesús pasa de ser
el hijo de María, para convertirse en el Señor al que sus discípulos siguen y
admiran.

Por otro lado, aunque no sabemos quiénes eran los novios ni la relación
que tenían con Jesús, podemos notar que el hecho de invitarle a su boda
cambió por completo aquella celebración. De esto podemos sacar ciertas
lecciones también para todos nosotros:
Cristo asistió a esa boda y con su presencia demostró cuán honroso es a los
ojos de Dios el matrimonio. Y es muy importante recordar esto en los tiempos
en que vivimos, porque en gran medida nuestra sociedad moderna se
desmorona por el desprecio que manifiesta hacia la institución divina del
matrimonio.
También notamos que es importante invitar a Cristo a nuestro matrimonio,
sobre todo si queremos que éste acabe bien y sea la experiencia feliz con la
que Dios dio esta bendición al hombre y a la mujer. Esto no significa
únicamente que la pareja que se casa debe hacer una ceremonia religiosa
para pedir la bendición de Dios, por supuesto que esto está muy bien, pero de
nada servirá si cada uno de los cónyuges no entrega su vida al Señor y toma
la decisión firme de formar un hogar donde Cristo tenga el lugar más
importante.
"Y faltando el vino"

Es evidente que en aquella boda a la que Jesús asistió había vino. Somos
conscientes de que este es un tema delicado, en torno al cual hay división
de opiniones entre los creyentes. Podemos entender la negativa de muchos
cristianos a admitir cualquier consumo de vino, sobre todo, si por causa de
su abuso han visto a su alrededor o en sí mismos las trágicas
consecuencias que esto genera. Por esta razón, aunque no es el tema de
nuestro estudio, nos vamos a detener por unos momentos para considerar
lo que la Escritura dice acerca del vino.
Es frecuente encontrarlo como un símbolo del gozo y la alegría (Jer 9:13).
También se utilizaba como una alimento de uso general (Gn 14:18) (Nm
6:20) (Dt 14:26)(Neh 5:18).
A veces se empleaba con fines medicinales (1 Ti 5:23).
A causa de su carácter tóxico, su uso estaba restringido y quedaba prohibido
en relación con el desempeño de ciertas funciones y siempre se condena su
uso excesivo: (Lv 10:9) (Pr 31:4-5)(Ec 10:17) (Is 28:7) (1 Ti 3:8).

En vista de todo esto, ¿cuál debería ser la actitud de los cristianos para con
el vino hoy?
Con respecto a su consumo en las comidas, los cristianos deberían actuar
con prudencia, buscando ante todo la gloria del Señor y no la gratificación
egoísta de sus propios deseos.
Siempre debemos recordar también las advertencias de la Escritura en contra
de la embriaguez (Ro 13:13) (Ga 5:21) (Ef 5:18) (1 P 4:3).
Y por supuesto, el cristiano debería estar dispuesto a privarse de todo aquello
que pueda ser causa de tropiezo para otro (Ro 14:21).

Ahora, volviendo a nuestro texto nuevamente, el evangelista nos dice que


en algún momento de la boda comenzó a faltar el vino. Tal vez llegaron más
invitados de los previstos, o los novios habían calculado mal, o no tenían
suficientes recursos económicos... realmente no lo sabemos. En cualquier
caso, este era un problema grave.

Y no podemos decir que la situación no nos resulte familiar. ¡Cuántos han


ido al matrimonio pensado que llevaban todo lo necesario, y a la mitad del
camino se han encontrado sin fuerzas para seguir adelante! Ese es el
momento de darse cuenta de que el único que puede sacar fuerzas y ánimo
de donde no hay es el Señor Jesucristo.
"La madre de Jesús le dijo: No tienen vino"

Ya hemos visto que María también estaba en aquella boda, y aunque


tampoco en cuanto a ella se nos dice nada acerca de su relación con los
novios, sin embargo, observamos que se movía con bastante libertad, como
si fuera alguien cercano a la familia. De hecho, vemos que estaba al
corriente de lo que ocurría y en algún momento hasta daba órdenes a los
criados (Jn 2:5).

María también sabía perfectamente que Jesús podía solucionar aquel


problema y no dudó en dirigirse a él. Es evidente, que a pesar de todos los
años que habían pasado, ella seguía guardando en su corazón todas
aquellas cosas milagrosas que habían rodeado el nacimiento de Jesús, y las
promesas que se habían hecho en cuanto a él (Lc 1:26-38). Es probable por
lo tanto, que María estuviera pidiendo a su hijo que hiciera un milagro y
comenzase a manifestarse públicamente.
"Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora"

La contestación de Jesús a María implicaba cierto desacuerdo entre ambos,


aunque en ningún momento se mostró descortés con su madre.

Es cierto que Jesús no le llamó "madre", sino "mujer", y aunque esto nos
pueda sonar extraño, de ninguna manera implicaba una falta de respeto. De
hecho, fue la misma expresión que Jesús utilizó cuando estaba muriendo en
la cruz y encomendó el cuidado de su madre a Juan: (Jn 19:26) "Cuando vio
Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo
a su madre: Mujer, he aquí tu hijo".

En realidad, lo que Jesús quería enseñar a su madre es que había llegado el


momento en que ella debía dejar de pensar en él como si únicamente fuera
su hijo, y tenía que comenzar a considerarlo ante todo como su Señor. Y era
importante que lo asumiera cuanto antes, porque mientras lo siguiera
viendo como su hijo, más sufriría cuando él sufriera.

No obstante, no podemos negar que el Señor sí que manifestó cierto


desacuerdo con ella. ¿Por qué razón? Porque aunque María sólo se limitó a
mencionar una necesidad en el transcurso de aquella boda, Jesús interpretó
el detalle como un intento de lanzar a su hijo en su carrera mesiánica. Así
que, la reprensión del Señor tuvo su origen en el hecho de que María estaba
colocando su relación maternal en conexión con su obra, y el Señor no
podía aceptar esto. Ella no podía ser quien indicara la "hora" en que debía
manifestarse, eso era algo que sólo le correspondía a su Padre en el cielo.

Es curioso que de este hecho, la iglesia Católica deduce la intercesión


celestial de María, de tal manera que las peticiones que ella reciba en este
tiempo de los creyentes que están vivos, las hará efectivas en el cielo. Pero
notemos que no hay ningún indicio en el pasaje de que Jesús le confiriera
tal autoridad a María ni en el cielo ni tampoco en la tierra. El relato deja claro
que el hecho de que fuera su madre no le revestía de ninguna autoridad
especial. Es más, fue censurada por el Señor por la única súplica que le
hizo. Y por último, señalar también que desde el momento en que Jesús
comenzó su ministerio, la trató como "mujer", no como "madre", si bien,
como buen hijo, nunca olvidó sus deberes familiares.
"Aún no ha venido mi hora"

¿A qué "hora" se refería el Señor? Aquí aparentemente significaba la hora


de la manifestación pública de su condición mesiánica. Pero en otras
ocasiones se refiere a la hora de su sufrimiento en la Cruz que precedería a
su triunfo y glorificación (Jn 7:30) (Jn 8:20) (Jn 12:23) (Jn 12:27).

En nuestro pasaje, aunque Jesús finalmente hizo caso a lo que su madre le


sugirió, sin embargo, la discreción con la que llevó a cabo el milagro puso
en evidencia que todavía no había llegado la hora de manifestarse
abiertamente.

Con todo esto, lo que Jesús quería dejar claro es que tenía que hacer cada
cosa en el momento preciso que el Padre le indicase, sin consentir que
nadie, ni aun su propia madre, se interferirse en ello.

Esto nos enseña una vez más, que hay que poner los intereses y el
llamamiento de Dios por encima de los lazos familiares.

"Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere"

María tomó la actitud correcta ante la censura que le dirigió el Señor: se


abstuvo de discutir, reconoció el derecho de Jesús como Mesías a su
independencia en cuanto a ella, y manifestó su fe en él poniéndose a sus
ordenes.

Las palabras con la que María manifestó esta actitud deberían ser tenidas en
consideración siempre por todos nosotros: "Haced todo lo que os dijere".
"Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación
de los judíos"

Seguramente estas tinajas de piedra son mencionadas aquí como un


elemento accesorio para la realización del milagro que Jesús se disponía a
hacer. Sin embargo, nos llama la atención que no sólo menciona las tinajas,
sino también el uso que se hacía de ellas: "para el rito de la purificación de
los judíos".

La "purificación" era uno de los puntos principales de la santidad judía.


Jesús tuvo diferentes controversias con los judíos por su insistencia en los
lavamientos, aclarándoles que estos ritos externos de ninguna manera
podían limpiar el corazón (Mr 7:1-23).

Tal vez debamos considerar estas tinajas vacías como un símbolo de la


vaciedad del judaísmo, y el milagro que Jesús hizo, como un anticipo de la
nueva vida transformada que se disponía a dar a todo aquel que creyera en
él.

"Llenad estas tinajas... y llevadlo al maestresala"


El Señor mandó que se llenaran aquellas tinajas de agua para después
transformarla en vino. Este detalle nos llama la atención, porque Jesús
podría haber hecho vino sin necesidad de que hubiera agua. Pero aunque el
Señor es completamente auto suficiente, sin embargo, habitualmente usa de
seres humanos para llevar a cabo sus propósitos. Y por supuesto, cuando
obedecemos a los mandatos divinos, aunque estos nos puedan parecer a
veces incomprensibles o imposibles, podemos estar seguros de que él
siempre cumplirá su propósito.

Así que, como consecuencia de su obediencia, ellos fueron testigos


privilegiados de la maravillosa transformación del agua convertida en vino.
"El agua hecha vino"

Alguien ha dicho que "el agua, consciente de la situación, vio a su Dios y se


sonrojó".

Tanto el agua como el vino son líquidos, pero al convertir el uno en el otro,
hubo una transformación tanto de su carácter como de su sustancia. Es
algo similar a lo que ocurre en el nuevo nacimiento, tal como Jesús intentó
explicar a Nicodemo en (Jn 3:1-15).

Otro detalle interesante es el carácter del milagro. En la mayoría de las


ocasiones, los milagros de Jesús consistían en restaurar física o
espiritualmente a los hombres necesitados, pero este milagro es diferente
en este sentido, ya que se preocupa de ciertas necesidades materiales. De
esto aprendemos que cuando el Señor viene a nuestras vidas, tiene interés
en cada aspecto de nuestro ser. Y en aquella ocasión, proveer vino para un
banquete de boda, sirvió para evitar mucha tristeza y humillación a aquellos
novios y a su familia.

Notemos también que el Señor tiene interés por todos los detalles de la vida
humana y que participa activamente en ellos. No debemos pensar por lo
tanto, que el verdadero cristianismo sea la negación de todos los placeres
humanos. Este es el pensamiento que el diablo ha introducido en la mente
de los hombres, pero el deseo de Dios es que disfrutemos de los placeres
legítimos de la vida en comunión con él. Sin embargo, debemos tener
cuidado de que nuestro disfrute de ciertos placeres lo hagamos sin estar en
comunión con Dios. En ese momento, habremos traspasado la línea de lo
permitido y deberíamos volver atrás.
"Tú has reservado el buen vino hasta ahora"

Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, no pudo ocultar su


sorpresa: "Tú has reservado el buen vino hasta ahora".

Como decíamos hace un momento, el Señor no ha venido para robarle a los


hombres su alegría y felicidad, sino a todo lo contrario. Es el diablo el que
da lo mejor al principio y cuando ya el apetito está algo saciado, entonces
pone lo peor. Una buena ilustración de esto es la parábola del hijo pródigo,
que después de un breve tiempo disfrutando de los placeres mundanos que
el diablo le ofrecía, se encontró comiendo algarrobas con los cerdos (Lc
15:11-16). Esta debería ser una seria advertencia para todos aquellos que
viven un vida frívola y mundana sin el Señor.

Pero el milagro sirve para ilustrar también la verdad de que en Cristo todo
es mejor.
La revelación de Dios que recibimos en Cristo es infinitamente superior a la
que vino por los profetas y la ley (Jn 1:16-18) (He 1:1-2).
Cuando nos entregamos a Cristo, la nueva vida es mucho mejor que la vieja.
Si Cristo está presente en el matrimonio, cada día será mejor.
Las bodas del Cordero serán mucho mejores que las bodas de Caná de
Galilea.
La vida eterna será mucho mejor que la presente.
"Este principio de señales hijo Jesús en Caná de Galilea"

Al finalizar el relato de este milagro, el evangelista nos deja entrever cuál fue
su propósito: Después de las bodas en Caná, el Señor regresó con su
madre y sus hermanos a Capernaum, sin embargo, el tiempo que pasaron
juntos allí fue muy breve, según nos indica Juan (Jn 2:12). La razón es
porque tal como ya hemos señalado anteriormente, esta boda marcó un
punto de transición entre el tiempo que Jesús vivió con su familia y el
comienzo de su ministerio público.

A la vez, el pasaje sirve para pasar del testimonio de Juan el Bautista a las
obras de Jesús.

El evangelista nos dice que este fue el "principio de señales" que hizo
Jesús, lo que confirma el comienzo de una nueva etapa. Sin embargo, no
debemos pasar por alto la forma en la que Juan se refiere a los milagros de
Jesús, indicando que son "señales".

Esta es la palabra predilecta de Juan en su evangelio. Para él, las obras de


Jesús no son "maravillas" o "poderes", sino "señales". Esto es interesante
porque enfatiza, no ya lo asombroso del hecho, ni siquiera su potencia, sino
su significado.

Esta es una de las características de este evangelio: su relato dedica muy


poco espacio a los milagros de Jesús (sólo siete), en comparación con los
comentarios, discursos, conversaciones y debates que se originan a partir
de ellos. Es evidente que Juan quería que nos detengamos en la "señal",
sino que lleguemos hasta la verdad a la que esta apunta. Por ejemplo, el
milagro de la multiplicación de los panes nos ha de llevar a entender que
Jesús es "el pan de vida" (Jn 6:35); la curación del ciego de nacimiento,
ilustra que Jesús es "la luz del mundo" (Jn 8:12) (Jn 9:5); la resurrección de
Lázaro, revela que Jesús es "la resurrección y la vida" (Jn 11:25).
"Y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él"

Al comenzar su evangelio, Juan nos había dicho que ellos "vieron su


gloria" (Jn 1:14). Ahora nos dice cuál fue la primera vez cuando esto
ocurrió.

Antes de este incidente, ellos ya creían en él, pero esta señal sirvió para
confirmar su fe y fortalecer su relación con él como discípulos. Más tarde
llegarían a ser apóstoles, es decir, enviados por el Señor en su nombre y
con su autoridad, pero para que esto fuera posible, primeramente era
necesario que vieran su gloria. Este fue el mismo proceso por el que
pasaron los profetas de la antigüedad: Moisés, Isaías, Ezequiel y otros
muchos que no fueron enviados a predicar hasta que vieron la gloria de
Dios. Seguramente este es un detalle en el que el pueblo de Dios tiene que
meditar más. ¡Cuántos creyentes se lanzan al servicio para el Señor en vista
de la gran necesidad de la obra, pero sin ser conscientes de la gloria y la
majestad del Señor! Finalmente, cuando llegan los momentos de prueba y
tensión, y por supuesto que llegarán, sólo una visión clara de la grandeza
del Señor y nuestra dependencia de ella nos podrán sostener, mientras que
la necesidad de la obra, será un peso que sólo ayudará para hundirnos más
al ver lo poco que podemos hacer para atenderla adecuadamente.

"Después de esto descendieron a Capernaum"


Por los otros evangelios sabemos que cuando Jesús comenzó su ministerio
público estableció en Capernaum su residencia. Esta fue la razón por la que
después de las bodas en Caná se trasladó allí.

Notamos también que le acompañaban su madre y sus hermanos, pero el


evangelista nos aclara que estuvieron allí pocos días, regresando
probablemente a Nazaret, donde tenían su residencia familiar. Todo esto
confirmaría el momento de transición de este relato y que ya hemos
comentado.
Preguntas

1. Explique cuáles son a su juicio los propósitos de este incidente.

2. ¿Por qué dijo Jesús a su madre: "¿Qué tienes conmigo mujer? Aún no ha
venido mi hora"? ¿A qué hora se refería? Justifique su respuesta.

3. ¿Qué aprendemos sobre la importancia de la presencia de Jesús en la


boda?

4. Comente las palabras del maestresala: "Tú has reservado el buen vino
hasta ahora".

5. ¿Qué importancia tiene que los discípulos vieran su gloria? ¿Qué otros
profetas de la antigüedad tuvieron una visión de la gloria de Dios antes de
empezar sus ministerios? Busque las citas.

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