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David Ochoa Restrepo

Informe de lectura: Nombre de la Rosa – Día primero, hora Sexta

La hora sexta corresponde al mediodía, y en tal hora es cuando Adso de Melk y Guillermo de
Baskerville entran a la capilla de la abadía para encontrarse con Ubertino da Casale, pero
antes de detallar el encuentro el narrador describe una visión apocalíptica que le generó la
propia capilla que, según él, daba a entender lo que ocurría y ocurriría en la abadía. Un
análisis de aquella simbología sería una tarea que llevaría varias páginas, puesto que Umberto
Eco se sirve de todo un conjunto de figuras, colores, números y correspondencias propias del
arte medieval bastante denso, por lo que más vale dejarlo de lado más allá de lo
anteriormente dicho y de aclarar que con apocalíptico no nos referimos solo a un adjetivo
calificativo sino en un sentido literal, ya que son imágenes cuya procedencia la encontramos
en el último libro de la sagrada escritura.
Aún antes de detallar el encuentro el narrador nos explica muy someramente la situación
alrededor de Ubertino (personaje efectivamente histórico) que es un conjunto de intrigas
políticas y doctrinales que van desde el siglo XI – XII hasta el presente del texto (siglo XIV).
Se mencionan primero unos movimientos en contra de la jerarquía eclesiástica hace no menos
de dos siglos en Italia, aunque según los datos historiográficos sabemos que movimientos de
este estilo existían desde mucho antes y en contextos diferentes al italiano, tal como el
movimiento herético del que nos habla George Duby en su libro sobre los tres órdenes de la
edad media, un movimiento francés al que le hizo frente el obispo Gerardo de Cambray. Sin
embargo, lejos de mostrar esto un fallo en Umberto Eco, es un elemento de verosimilitud,
puesto que el personaje narrador es un adolescente de pocos conocimientos y se refiere es a
los movimientos más potentes que comenzaron en Italia, más cercanos a él y más
relacionados con los sucesos que viene a detallar.
Los antecedentes inmediatos que nombra directamente son dos: Por un lado, Joaquin de Fiore
y por otro lado San Francisco de Asis. Joaquín de Fiore fue un monje del siglo XII que
predicó que la historia de la humanidad se divide en tres etapas: La el padre, la del hijo y la
del espíritu santo, esta última sería la última y sería la que daría entrada al final de los
tiempos, pero también era la etapa de los monjes, espiritualmente sería la etapa donde la
religiosidad sería la religiosidad monacal en contraposición a la religión de los grandes
sacerdotes y obispos, siendo una religiosidad entendida desde la radicalidad monacal y más
enfocada a lo que podríamos denominar místico. Nos dice también dos datos históricos con
respecto al pensamiento de Joaquin, por un lado menciona muy someramente la crisis de las
universidad, hecho que acaeció en el siglo XIII en la etapa plena de la escolástica, cuando aún
caminaban Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura, donde por las ventajas que tenían
los ordenados en las universidades los laicos crearon estratagemas y escribieron textos para
tacharlos de heréticos o cuanto menos para echarlos, usando a Joaquin como excusa -diciendo
que los monjes eran seguidores del mismo- puesto que las ideas de este se veían con recelo.
El segundo dato es el más importante para el desarrollo de la historia: La toma de Joaquin por
parte de los franciscanos, pero antes de esto es necesario volver en lo dicho y hablar del
segundo antecedente, que es Francisco de Asis.
San Francisco de Asis fue un monje italiano del siglo XIII con una espiritualidad monacal
radical pero que a diferencia de los radicales que iban contra la iglesia, concilió ambos
bandos, creando una orden que predicaba la pobreza pero sin ir contra la institucionalidad.
Sin embargo, con el paso del tiempo la orden tomó poder y muchos franciscanos creyeron
que se traicionaron los principios originales del santo, más cuando a la orden se le dieron
riquezas, además de cambiar sus reglas originales por las creadas por San Buenaventura. En
este contexto fue cuando franciscanos encontraron a Joaquin de Fiore y creyeron ver en él
predicciones que se cumplían en la orden de Francisco, y así es como varios franciscanos lo
retomaron y se unieron a sus pensamientos de corte apocalíptico y mileniarista. Este grupo de
monjes fueron encarcelados y luego liberados, y entre ellos Angelo Clareno se unió a Petro
Di Giovanni Olivi y Ubertido Da Casale para fundar la orden de los espirituales, orden que
no fue molestada en el pontificado de Celestino V, pero que más tarde sería perseguida por
Bonifacio VIII, aún más porque generó seguidores llamados Fraticelli, laicos mendigos que
hicieron aún más radicales las ideas de los espirituales. Aun así, muchos miembros del alto
clero protegieron a varios espirituales, entre ellos a Ubertino, que dejó su orden y se convirtió
en benedictino, e intentó sin éxito defender sus tesis y tuvo que huir ante la persecución.
Luego de aquello se detalla la conversación entre Ubertino con Guillermo, donde hay dos
puntos interesantes: Por un lado, la cuestión sobre justos y pecadores, visiones santas y
visiones diabólicas; por otro lado, la cuestión de una espiritualidad mística y una intelectual.
En esta conversación encontramos el por qué Guillermo dejó el oficio de inquisidor, ya que
vio la dificultad de determinar entre justos y pecadores, y no solo eso, sino que el dolor
genera cierto placer diabólico y las torturas hacen confesar males no realizados, y encontró
también que las visiones de los santos se parecen mucho a las visiones de los pecadores, y
que el éxtasis es peligroso porque es muy difícil diferenciar entre el éxtasis santo y el
diabólico, a grandes líneas este es el asunto primero, en cuanto a Ubertino él se afinca en la
idea de que es fácil diferenciar entre visiones y éxtasis santos y pecadores, y recrimina
constantemente a Guillermo por comparar personas que el propio Ubertino considera santas
con personas claramente pecadoras, al tiempo que su visión es completamente segura entre lo
que es de Dios y lo que es del diablo. Por otra parte, se ven dos visiones diferentes de aquel
siglo, por un lado Ubertino maneja una espiritualidad mística que espera el fin del mundo,
que se dedica al rezo y a la penitencia, una espiritualidad de monasterio, y por otro Guillermo
mantiene un pensamiento optimista y universitario, más cercano a Ockham que a Bernardo de
Claraval, un pensamiento modernizante que cree en la ciencia como algo que agrada a Dios
por ayudar al hombre, de ahí que Ubertino recrimine a las influencias de Guillermo como
locos o como personas de solo cabeza y nada de corazón.
Este capítulo como en general toda la obra abre múltiples lecturas y reflexiones en muchos
ámbitos diferentes del saber, ya que contiene elementos que dan pie a pensamientos
historiográficos, teológicos, filosóficos o incluso políticos, pero el centro es la pregunta de
qué es lo que configura al hereje y al justo ¿cómo podemos discernir entre lo bueno y lo
malo, entre Dios y el demonio? La dificultad se ve a la hora de ver la historia de los
espirituales y los Fraticelli, que bajo una mirada institucional son herejes o, cuanto menos,
revoltosos, mientras que en una lectura desde la radicalidad de la pobreza evangélica son
ellos los que mantienen la verdad de cristo y la institución es la que ha destruido el mensaje
cristiano. ¿Y cómo saber quiénes tienen visiones santas o diabólicas? ¿cómo saber quién dice
verdades o falsedades en un juicio? La cuestión es tan viva y problemática como en el siglo
XIV, y parece que lo que subyace en el texto es una solución sensata y a la vez escéptica:
Desconfiar de todo exceso, ya que en el exceso es difícil diferenciar el justo del pecador. La
actitud de Guillermo es una actitud que hace el llamado a no confiar en radicalidades, ya que
incluso la búsqueda radical del bien puede ser ensordecida por los excesos y caer en el peor
de los males, es una reflexión que no solo tiene sentido tras los sucesos del siglo XIV, sino
también tras los sucesos del siglo XX donde todas las utopías cayeron en bestialidad y
barbarie.

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