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DEPARTAMENTO DE TEOLOGÍA
Muerte, Vida y Convivencia; una mirada a la historia humana.
Francisco Correa S.

La libertad como signo eminente de la imagen divina en el hombre


(G.S., 17).

Libertad y esperanza: constitutivas de la vocación humana.

Para el cristiano la experiencia de la libertad debería ser siempre positiva. La fe nos dice que solo podemos
comprender a Jesús y lo que éste significa para nosotros en la medida que entendemos lo que es realmente la
libertad. El asunto de la libertad es decisivo para entender el evangelio porque el mensaje de Jesús es
esencialmente liberador.
Lamentablemente ocurre que entre muchos creyentes católicos, la libertad es vista casi siempre con recelo y, a
veces, con miedo y resistencia ya que se cree que es la causante del mal presente en el mundo.
La palabra libertad remite en la actualidad, a contenidos muy distintos y a veces hasta contradictorios. Se dice
que un hombre es libre cuando hace lo que quiere, lo que le da la gana. Pero también se habla de libertad
cuando uno hace lo que tiene que hacer y lo hace libremente. Si embargo, el significado más obvio que está, con
seguridad, en la mente de una gran mayoría es considerar que es libre el que puede hacer lo que quiere. En este
sentido la libertad está necesariamente unida o vinculada a la vida, sobre todo con una vida mejor que está libre
de las ataduras que han aprisionado al hombre a lo largo de su historia (esclavitud, racismo, ignorancia etc.). Se
trata de una libertad de obrar y no de una libertad de la voluntad.
Lo que se busca es poder hacer lo que uno quiere, poder elegir entre muchas cosas, verse limitado por el menor
número posible de circunstancias. Esta es la libertad que quiere conseguir la lucha de los individuos, de las
clases sociales y también de las naciones.
Es evidente que este concepto de libertad no basta. No basta porque la sola libertad de obrar lleva en sí el
germen de una nueva y peor esclavitud.
El hombre de hoy que es más libre para hacer, es esclavo de la sociedad de consumo, aunque él piense que es
más libre porque puede hacer y comprar un gran número de cosas, sin percatarse que es manejado y manipulado
por la publicidad que es quien en el fondo está tomando muchas decisiones por él.
Hablar de libertad en el sentido de hacer cada cual lo que quiere resulta engañoso y entraña un serio peligro, ya
que esta forma de comprender la libertad es la responsable de que se la vea como causante del mal: "hay tantos
males en nuestra sociedad porque se han dado demasiadas libertades" ante esto, aparece como la mejor
solución, reprimir la libertad a todos los niveles para poder recuperar de esta manera, los bienes perdidos. Así se
erige el control como el principio de todos los bienes y la libertad como el principio de todos los males.
Afortunadamente, esta no es la única manera de considerar la libertad. Se puede entender la libertad bajo tres
dimensiones que se entrecruzan y requieren mutuamente para lograr una vivencia más auténtica de esta realidad
tan compleja. Podemos considerar la libertad como: libertad de, libertad para, libertad en y libertad con. La
libertad de sería aquella que acabamos de describir, que consiste en la ausencia de coacción externa al hombre
y, por eso, en la capacidad de hacer lo que se quiere. La libertad para expresaría la libertad interior, es decir, la
ausencia de ataduras y vinculaciones dentro de la misma persona, de tal manera que la persona en cuestión no
está atada a nada ni a nadie, sin que esto signifique entender a la persona aislada y despreocupada de las
"relaciones que es" (con su mundo). Esta sería la libertad que consiste esencialmente en la disponibilidad real y
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verdadera, aquella que surge desde la propia decisión consciente y asumida. La libertad en sitúa al hombre en su
realidad espacio temporal concreta, desafiándolo a vivir aquí y hoy una vida libre. La libertad con tiene relación
con la comprensión del hombre como ser esencialmente social, en relación. En este aspecto es necesario tener
presente todos los aportes que desde diferentes disciplinas nos ayudan a ser realistas a la hora de abordar el
tema de la libertad concreta del hombre en este mundo y en nuestro tiempo (asumir seriamente el desafío
planteado por la psicología freudiana, por la filosofía marxista, etc.).
Esta comprensión, más completa y compleja, de la libertad puede tener la pretensión de proponerse como
condición y camino esencial para llegar a una realización humana más plena. Esta forma de entender la libertad
es la que lleva al hombre a abrirse a los demás, a los otros con quienes convive y especialmente al "Otro", es
decir, a Dios. Esto quiere decir que el hombre se realiza en libertad, porque se realiza en la medida que es él
mismo, no lo que de él hacen las instituciones, los poderes, los sistemas y los intereses del mundo.
Lamentablemente, la experiencia nos enseña que normalmente pensamos como nos hacen pensar los poderes y
las instituciones de este mundo, hablamos como nos hacen hablar, y actuamos de acuerdo a lo que interesa a
esos poderes e instituciones. Es preciso reconocer en muchas ocasiones nos hemos transformado en el resultado
del sistema y no en nosotros mismo. En este moldeamiento nuestros verdaderos intereses no han contado para
nada.
Surge entonces con absoluta necesidad retomar el tema de la libertad del hombre en un sentido positivo como
medio para recobrar lo que realmente somos y estamos llamados a ser. La libertad para y en son la condición
indispensable para la realización del hombre, pero esto no puede llevarnos al engaño de pensar que no
necesitamos también de la libertad de o externa.
Kant nos ayuda a profundizar en esta experiencia de la libertad cuando plantea que la causa principal del
trastorno moral del hombre proviene del amor a sí mismo 1. ¿Por qué el amor, sentimiento en sí liberador del
hombre, puede ser visto como causa del mal moral?. Esto puede ser así debido a que en la cultura en que
vivimos, se suele vinculara el amor más a la sumisión y al sometimiento que a la libertad. Es decir, se tiene la
impresión no sólo de que existe más amor en el sometimiento que en la libertad, sino que además se piensa que
el verdadero amor se traduce en sumisión y no en libertad. De acuerdo a esta mentalidad, amares someterse a
los mayores, a las instituciones, a los usos y costumbre, a los poderes constituidos. Por lo general, donde hay
relaciones de amor se dan también las de sometimiento: de la mujer al hombre o de este a la mujer, de los hijos
a los padres o de éstos a aquellos, etc. Desde este punto de vista la libertad aparece como la gran sospechosa de
destruir el amor que se basa en relaciones de sometimiento.
Esta caricatura del amor, que en realidad no posee nada del amor cristiano, es el que nosotros (los cristianos) no
podemos aceptar como base de vida para el hombre. El verdadero amor no se basa en el sometimiento sino en
la entrega disponible que brota de una libertad de, para y en que realiza al hombre en forma plena. Este amor
que brota de la verdadera libertad, si puede ser el centro impulsor y sostenedor de todo cambio o conversión
que requiere el hombre.
Para nosotros los creyentes, la figura de Jesús es absolutamente ejemplar en este sentido. Por eso, se han
destacado tantos aspectos de esa figura que para nosotros son motivo de ejemplo e imitación: su fidelidad a
Dios, su entrega al servicio de los demás, etc. Curiosamente no siempre nos acordamos que también es ejemplo
para nosotros en lo que se refiere a su uso de la libertad. Jesús fue, por sobre todo, un hombre soberanamente
libre, tan libre que llegó a ser intolerable para la sociedad en la que vivió.
Su libertad jamás fue un producto del libertinaje. Jesús no buscó su propio interés, su comodidad o la
satisfacción de su propio egoísmo. Su libertad le costó la vida. Un amor como este no puede no estar a la base
de cualquier posibilidad que el hombre tenga de cambio perfectible.
La libertad de Jesús es la denuncia más fuerte que se pueda hacer contra nuestro egoísmo. No sólo contra
nuestro egoísmo descarado y manifiesto, sino sobre todo, contra nuestros egoísmos disimulados, refinadamente
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Kant; La religión dentro de los límites de la mera razón, pg. 55
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camuflados bajo apariencias de amor y fidelidad a las normas, a las tradiciones y a las instituciones de todo
tipo.
Es así como la lucha por la verdadera libertad del hombre, su verdadera liberación (de, para y en) no puede ser
sino tarea central de todo hombre, en especial de aquellos que vemos en Jesús al modelo que nos llama a vivir
y a amar. Es en esta lucha por una auténtica libertad del hombre, realización de su vocación, en que se puede
encontrar la ansiada felicidad que se ve tan esquiva para la vida presente.
El hombre contemporáneo debe liberarse de sí mismo, desde una perspectiva cristiana, debe dejarse liberar por
Dios mismo el único capaz de llevar a plenitud su humanidad. Muchos hombres se encadenan a vicios o
actitudes que son abiertamente contrarias a lo que nos sentimos llamados. Esta forma de esclavitud resulta más
fácil de ser superada a través de su esfuerzo y de la ayuda de los demás. Lo difícil de superar se produce cuando
nos encadenamos a cosas y situaciones que, a primera vista, aparecen como positivas, como puede ser el adherir
a los partidos políticos, instituciones religiosas o a una determinada normativa. En principio esta actitud
aparece como algo digno de elogio y el sujeto llega a convencerse de que actúa como realmente tiene que
hacerlo. Son estas las situaciones que más esclavizan al hombre actual y, a su vez, son las que tienen un mayor
grado de dificultad a la hora de ser superadas ya que se requiere que el sujeto tome conciencia de la situación
de esclavitud en que se encuentra, cuando todo en su ambiente lo alaba por su aparente correcta posición y
libertad.
Pero además de esto, el hombre necesita liberarse de aquellas instituciones que hoy en día lo rodean por
completo y que se han transformado de servicios al hombre en fines en sí mismas. De la misma manera, es
necesario que el hombre se libere del sistema social en que se encuentra (nos encontramos). Adherir a
cualquiera de estos condicionantes externos en forma acrítica e incondicional es rechazar la posibilidad humana
de ser realmente libres. Jesús nos ayuda a comprender la importancia de este aspecto con su actuación y postura
crítica y liberadora frente a las instituciones y sociedad de su tiempo.
Cuando el hombre se adhiere acrítica e incondicionalmente a este tipo de estructuras es entonces cuando
comienza a perder su libertad, se hace cómodo, pasivo y vulgar. Hasta el punto de que todo lo que sea hablar de
libertad suena a retórica y a palabrería vacía y sin sentido. ¿Y no es esto lo que en la actualidad nos está
pasando? ¿No vemos, en la actualidad, que las contradicciones del sistema terminan por verse como la cosa
más natural del mundo, como algo que tiene que ser así.
En lo que se refiere a la esperanza, a lo que esperamos o podemos esperar, resulta interesante recordar que
bíblicamente el esperar significa siempre un bien futuro que va en directa relación con la promesa hecha por
Dios. El semita entiende a su Dios como el que promete y cumple siempre lo que ha prometido. No se trata de
una simple promesa hecha por Dios, sino que se revela como Dios mismo prometido. Él es el contenido mismo
de la promesa, ubicándose, de esta manera, delante del hombre como historia. Jesús mismo es aquello que
esperamos, y en este sentido, se trata de una esperanza que nos sitúa en un concreto que a la vez es
absolutamente universal: el amor.
El rol del hombre en esta esperanza es absolutamente central. Lo que no significa que Dios no sea el centro
absoluto. El esperar cristiano no nos saca del tiempo en que vivimos, no es una forma de evadirse de nuestra
realidad, sino por el contrario, nos llama a tomar en serio nuestro propio destino, nuestra propia realización y a
hacernos cargo de nuestra propia historia como hombres maduros y libres que deben asumir con
responsabilidad sus propias decisiones. En este sentido, el esperar cristiano radicaliza nuestra experiencia de
temporalidad, que va siempre de la mano de la esperanza. Esperanza que no se mide por el grado de idealidad
con que postula un futuro, sino por la manera en que ésta se especifica y se hace presente hoy en medio nuestro.
En este sentido, Jesús es la esperanza de los cristianos no como una bonita teoría futura, sino en cuanto realidad
presente hoy en nuestra vida y en nuestro mundo.
El esperar en todo tiempo y en todo lugar, lleva consigo una crítica permanente de lo que vivimos, de la manera
de plantearnos frente al mundo, frente al orden que lo anima, frente a las relaciones interpersonales, etc.
Asimilar a Cristo con lo que estamos viviendo es un claro signo de que hemos perdido el norte, de que nos
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hemos olvidado del verdadero Dios cristiano. De aquí surge todo un desafío a mantener constantemente
despierta y activa la dimensión profética de nuestro esperar que brota de un llamado a la libertad que nos realiza
como lo que realmente somos.
Esta esperanza se presenta como una espera en el tiempo. Esperar, en Cristo, no nos saca del tiempo en que
vivimos, sino por el contrario, nos llama a vivir y a asumir con mayor radicalidad nuestra temporalidad, nuestro
presente y nuestro mundo, pero sin olvidar jamás una vivencia crítica de éste. No se trata solamente de esperar
en el tiempo, sino que se trata de esperar, en todo tiempo y lugar, lo que significa en sí una crítica radical y
permanente a toda forma de acomodarse en la espera, es la tensión que se vive, constantemente, a partir del
"todavía no" de la esperanza cristiana. Y que dice relación directa con la experiencia de libertad de la que
hacíamos mención recientemente.
La dimensión cronológica de la esperanza cristiana nos lleva a comprender que es a la vez una espera "activa -
pasiva". "Activa" en cuanto significa una espera que es responsabilidad con lo que estoy viviendo y esperando,
es decir compromiso, saber dar razón de nuestra esperanza en medio de un mundo que parece negar esta
posibilidad real de esperar (muerte de las utopías). Esta participación activa del sujeto en la esperanza queda
plasmada cristianamente en el texto de Mt. 25, 31-46, en que se hace presente la importancia de la acción
humana a la hora del juicio ante Dios. Y es pasiva, a la vez, en cuanto que lo aguardado no es fruto de nuestra
propia actividad, sino que es esencialmente acción de Otro (divinidad; Cristo) o de otros (relación, el hombre en
un mundo), es decir, don gratuito.
Para el cristianismo, la gracia de Dios dada en Jesucristo no anula sino que radicaliza la necesidad y
participación de la acción humana en la relación. La gracia, como decía santo Tomás, no anula la naturaleza
sino que la supone y perfecciona. No actúa fuera de su ámbito o en su contra sino en ella, a partir de ella y junto
a ella.
La esperanza cristiana brota desde la misma libertad, es decir, desde Dios mismo en cuanto esperanza del
cristiano. La esperanza es la manera como Dios se constituye como el único sentido y afirmación del hombre
esencialmente libre y como realidad opuesta a cualquier intento de coartar la libertad del hombre. Cuando el
cristianismo afirma al hombre en cuanto ser esencialmente y radicalmente libre, lo hace entendiendo que el
hombre es libre porque es para Dios. Y si Dios es el libre por antonomasia, el hecho de afirmar a Dios como el
futuro definitivo del hombre, comporta una radical afirmación del hombre como ser libre.
Es así como podemos comprender que el esperar cristiano se presenta, debe presentarse, como esencialmente
libertario en la medida en que se establece como una negación constante y radical de todo aquello que esclaviza
al hombre y le impide el ejercicio de su libertad.
La esperanza cristiana funda un realismo creyente que comporta una denuncia permanente de toda realidad
destructiva de ese ser para Dios, que es el hombre. Sólo desde esta perspectiva se puede entender que el
magisterio oficial de la Iglesia se pronuncie tan fuertemente sobre la función libertaria del cristianismo en
nuestro tiempo2.

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Cf. Medellín, Puebla, ect.
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