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Septiembre

29
Lección

13

 Testimonios para la Iglesia, tomo 3, pág. 501


1
Orando en todo tiempo con toda oración y súplica
1 en el Espíritu, y velando en ello con toda
perseverancia y súplica por todos los santos.
Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas
vuestras peticiones delante de Dios en toda oración
y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros
corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Porque todo lo que es nacido de Dios vence al
mundo; y esta es la victoria que ha vencido al
mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al
mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de
Dios?.
Sólo velando en oración y mediante el ejercicio de
una fe viviente, el cristiano puede conservar su
integridad en medio de las tentaciones que Satanás
arroja sobre él. ‘Esta es la victoria que ha vencido al
mundo, nuestra fe’. Hablen constantemente a su
corazón el lenguaje de la fe: ‘Jesús dijo que me
recibiría, y yo creo en su palabra. Lo alabaré y
glorificaré su nombre’. Satanás estará cerca, a
nuestro lado, para sugerirnos que no sintamos gozo
alguno. Contestémosle: ‘Esta es la victoria que ha
VICTORIA

vencido al mundo, nuestra fe’. Todo me hace feliz


porque soy un hijo de Dios. Confío en Jesús. La ley
de Dios está en mi corazón; en ninguno de mis
pasos resbalaré.

Efesios 6:18, Filipenses 4:6, 7, 1 Juan 5:4, 5; Recibiréis Poder, pág. 362
2
Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por
2 medio de nuestro Señor Jesucristo.
En Dios haremos proezas, y él hollará a nuestros
enemigos.
Vi en visión dos ejércitos empeñados en terrible conflicto.
Una hueste iba guiada por banderas que llevaban la
insignia del mundo; la otra, por el estandarte teñido en
sangre del Príncipe Emanuel. Estandarte tras estandarte
quedaban arrastrados en el polvo, mientras que una
compañía tras otra del ejército del Señor se unía al
enemigo, y tribu tras tribu de las filas del enemigo se unía
con el pueblo de Dios observador de los mandamientos.
Un ángel que volaba por el medio del cielo puso el
estandarte de Emanuel en muchas manos, mientras que
un poderoso general clamaba con voz fuerte: ‘Acudid a
las filas. Ocupen sus posiciones ahora los que son leales a
los mandamientos de Dios y al testimonio de Cristo. Salid
de entre ellos y separaos, y no toquéis lo inmundo, que
yo os recibiré, y os seré por Padre y me seréis por hijos e
hijas. Acudan todos los que quieran en auxilio de Jehová,
en auxilio de Jehová contra los poderosos’.
El Capitán de nuestra salvación ordenaba la batalla y
mandaba refuerzos a sus soldados. Su fuerza se
VICTORIA

manifestaba poderosamente y los alentaba a llevar la


batalla hasta las puertas. Les enseñó cosas terribles en
justicia, mientras que, venciendo y determinado a vencer,
los conducía paso a paso.

1 Corintios 15:57, Salmos 108:13; Testimonios para la Iglesia, tomo 8, pág. 48


3
Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y
3 3
de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus
vidas hasta la muerte.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con
que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados,
nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y
juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar
en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en
los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en
su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por
gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.
El que está intentando alcanzar el cielo por sus propias obras
PROMESAS PARA LOS VENCEDORES

al guardar la ley, está intentando un imposible. El hombre no


puede ser salvado sin la obediencia, pero sus obras no deben
ser propias. Cristo debe efectuar en él tanto el querer como
el hacer la buena voluntad de Dios... Todo lo que el hombre
pueda hacer sin Cristo está contaminado con egoísmo y
pecado, pero lo que se efectúa mediante la fe es aceptable
ante Dios. El alma hace progresos cuando procuramos ganar
el cielo mediante los méritos de Cristo. Contemplando a
Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, podemos
proseguir de fortaleza en fortaleza, de victoria en victoria.
En lo más íntimo de nuestro ser deberíamos darnos cuenta
de que todos nuestros esfuerzos son totalmente inútiles por
ellos mismos, pues sólo en el nombre y por la fuerza del
Conquistador es que podremos ser vencedores.

Apocalipsis 12:11, Efesios 2:4-9; La Maravillosa Gracia de Dios, pág. 177, Recibiréis Poder, pág. 371
4
El que venciere será vestido de vestiduras
4 blancas; y no borraré su nombre del libro
de la vida, y confesaré su nombre delante
de mi Padre, y delante de sus ángeles.
A cualquiera, pues, que me confiese
delante de los hombres, yo también le
confesaré delante de mi Padre que está
en los cielos.
El vencedor será cubierto con el manto
blanco de la justicia de Cristo, y se dice de
él: ‘Y no borraré su nombre del libro de la
vida, y confesaré su nombre delante de
PROMESAS PARA LOS VENCEDORES

mi Padre, y delante de sus ángeles’. ¡Oh,


qué privilegio ser vencedores, y que
nuestros nombres sean presentados ante
el Padre por el mismo Salvador! Y cuando
como vencedores estemos vestidos ‘de
vestiduras blancas’, el Señor reconocerá
nuestra fidelidad tan ciertamente como
en los días de la iglesia cristiana primitiva
él reconoció que había ‘unas pocas
personas en Sardis’ que no habían
‘manchado sus vestiduras’. Entonces,
caminaremos con él vestidos de blanco,
por cuanto por medio de su sacrificio
expiatorio seremos tenidos por dignos.

Apocalipsis 3:5, Mateo 10:32; Recibiréis Poder, pág. 366


5
Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así
5 como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.
Vi como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían
alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el
número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas
de Dios. Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual
nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y
lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del
Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos.
Antes de entrar en la ciudad de Dios, el Salvador confiere a sus
discípulos los emblemas de la victoria, y los cubre con las
insignias de su dignidad real. Las huestes resplandecientes son
dispuestas en forma de un cuadrado hueco en derredor de su
Rey, cuya majestuosa estatura sobrepasa en mucho a la de los
santos y de los ángeles, y cuyo rostro irradia amor benigno sobre
ellos. Toda mirada está fija en él, todo ojo contempla la gloria de
Aquel cuyo aspecto fue desfigurado ‘más que el de cualquier
hombre.
Sobre la cabeza de los vencedores, Jesús coloca con su propia
diestra la corona de gloria. Cada cual recibe una corona que lleva
su propio ‘nombre nuevo’ y la inscripción: ‘Santidad a Jehová’. A
LA RECOMPENSA

todos se les pone en la mano la palma de la victoria y el arpa


brillante. Luego que los ángeles que mandan dan la nota, todas las
manos tocan con maestría las cuerdas de las arpas. Cada voz se
eleva en alabanzas de agradecimiento. ‘Al que nos amó, y nos ha
lavado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reyes y
sacerdotes para Dios y su Padre; a él sea gloria e imperio para
siempre jamás.

Apocalipsis 3:21; 15:2; 7:9; El Conflicto de los Siglos, pág. 628


6
Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid,
6 benditos de mi Padre, heredad el reino preparado
para vosotros desde la fundación del mundo.
En aquel día los redimidos resplandecerán en la
gloria del Padre y del Hijo. Tocando sus arpas de
oro, los ángeles darán la bienvenida al Rey y a los
trofeos de su victoria... Se elevará un canto de
triunfo que llenará todo el cielo. Cristo habrá
vencido. Entrará en los atrios celestiales
acompañado por sus redimidos, testimonios de que
su misión de sufrimiento y sacrificio no fue en vano.
Podemos tener una visión del futuro, de la
bienaventuranza en el cielo. En la Biblia se revelan
visiones de la gloria futura, escenas bosquejadas
por la mano de Dios, las cuales son muy estimadas
por su iglesia. Por la fe podemos estar en el umbral
de la ciudad eterna, y oír la bondadosa bienvenida
dada a los que en esta vida cooperaron con Cristo,
considerándose honrados al sufrir por su causa.
Cuando se expresen las palabras: ‘Venid, benditos
LA RECOMPENSA

de mi Padre, pondrán sus coronas a los pies del


Redentor, exclamando: ‘El Cordero que fue
inmolado es digno de tomar el poder y riquezas y
sabiduría, y fortaleza y honra y gloria y alabanza...
Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la
bendición, y la honra, y la gloria, y el poder, para
siempre jamás.

Mateo 25:34; La Maravillosa Gracia de Dios, págs. 355, 349


7
Vi también como un mar de vidrio mezclado con
7 fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre
la bestia y su imagen, y su marca y el número de su
nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas
de Dios. Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios,
y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y
maravillosas son tus obras, Señor Dios
Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos,
Rey de los santos.
“¿Qué sostuvo al Hijo de Dios en su vida de pruebas
y sacrificios? Vio los resultados del trabajo de su
alma y fue saciado. Mirando hacia la eternidad,
contempló la felicidad de los que por su humillación
obtuvieron el perdón y la vida eterna. Su oído captó
la aclamación de los redimidos. Oyó a los rescatados
cantar el himno de Moisés y del Cordero.
“¡Qué canto será aquel cuando los rescatados del
Señor se encuentren en las puertas de la Santa
EL CANTO DE VICTORIA

Ciudad, que girarán sobre sus resplandecientes


goznes, y las gentes que hayan guardado su Palabra—
sus mandamientos—entrarán en la ciudad, cuando la
corona del vencedor sea colocada sobre la cabeza de
cada uno y sean puestas arpas de oro en sus manos!
Todo el cielo resonará con preciosa música y cantos
de alabanza al Cordero. ¡Salvados, eternamente
salvados en el reino de la gloria! Tener una vida que
se mide con la vida de Dios: esa es la recompensa.

Apocalipsis 15:2, 3; La Maravillosa Gracia de Dios, pág. 349, La Segunda Venida y el Cielo, pág.170

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