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LTPA 24. Sem.

Inculturación del Evangelio


P. Dr. Francisco Merlos Arroyo Javier González

Recensión sobre el artículo


El debate sobre el multiculturalismo. Una nueva perspectiva político-social
de Juan Carlos VELASCO ARROYO.

El autor se propone, en este denso e interesante artículo, plantear «la relevancia y


el alcance, así como los límites, del multiculturalismo, entendido en el sentido de un
proyecto político y una visión global de las relaciones sociales» (p. 6).

Aunque su argumento se enmarca en un clima socio-político, logra muy bien entrar


en contacto con las categorías de cultura y etnicidad, resaltando cómo el uso precipitado
del término multiculturalidad, «hidra de mil cabezas», en la jerga política contemporánea,
hacen de ella «una cuestión meramente retórica y, por lo tanto, semánticamente
desactivada» (p. 8). Y además este uso precipitado e identificado «con la retórica de lo
políticamente correcto» (Cfr. p. 11) es un reto para el liberalismo (sociedades democráticas y
constitucionalismo moderno. P. 12) que carece, a ojos del mundo contemporáneo, de
una «ideología global» que aglutine de una forma coherente y atractiva el «emergente
discurso de la diferencia cultural» (Cfr. p. 17).

La búsqueda de VELASCO –para dar al multiculturalismo un «valor positivo» (p. 20)


como aseveración de que los sujetos con raíces distintas pueden coexistir– tiene como
meta señalar un rumbo hacia «nuevas bases normativas» (p. 9) y encontrar «principios
morales y jurídicos de tipo universalista» (p. 19) que encaucen el diálogo efectivo hacia la
«reafirmación de las diferentes identidades colectivas» (p. 7), sin suprimirlas (asimilación.
P. 10), ni uniformizarlas (integración. Nota al pie no. 4). Él mismo aboga por «la propuesta
más sensata» de lograr una comprensión global de la realidad que sirva de base para la
acción política, integrando o interrelacionando las categorías de la jerarquización social
(como son clase social, género, etnicidad y diferencia cultural) del modo más
coherentemente posible (Cfr. p. 21).

Nuestro autor es consciente de que esta búsqueda de principios universales o


«valores humanos universales a los que poder apelar» (p. 11), ante la globalización
galopante, y encontrar un modelo multiculturalita respetuoso de las diferencias (Cfr. p.
10) «se antoja insuperable» (p. 19), pues «aún está por hacer [se] una reflexión seria sobre
los valores, las normas y los principios institucionales y jurídicos desde los que poder
pensar modelos para el multiculturalismo» (12).

Él busca escapar de la perspectiva parcial del fenómeno pluricultural y el uso


disgregador del pensamiento político contemporáneo de la categoría multiculturalidad,
trayendo a colación la discusión entre Taylor y Habermas. Donde el primero «respalda
un reconocimiento diferenciado de las culturas minoritarias. [Y el segundo] Habermas
ampara una política del reconocimiento igualitario de los individuos», esto es, hacer

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coexistir «los derechos de las minorías como derechos colectivos» (p. 16) frente a los
derechos humanos entendidos como derechos individuales. Ello para argüir después, que
«si se abandonan los presupuestos de carácter transcultural y se acentúan las tendencias
particularistas, cualquier programa político en favor de la coexistencia pacífica de las
diferentes culturas y de la incorporación igualitaria de grupos minoritarios… perdería su
propia base legitimatoria e incluso degeneraría en un ejercicio con efectos perversos» (p.
18.). Por eso concluye diciendo que el derecho de las minorías a mantener sus rasgos
diferenciales simplemente –como «multiculturalismo populista» (p. 19) o política de las
diferencias–, constituye al multiculturalismo mismo como una fuerza divisoria que
perpetúa la escisión (Cfr. p. 11) y por lo tanto no contribuye a un proyecto político
adecuado.

Puedo decir que la conclusión del autor es que tanto el «universalismo abstracto y
uniformador, según el cual el imaginario colectivo de todos los hombres sería idéntico;
[y] por otro lado, la negación del particularismo, estéril por reduccionista, que pretende
plantar a cada uno en el gueto de sus raíces (p. 12) no son los caminos para lograr que
«las raíces identitarias, el sentido de pertenencia o la singularidad grupal» (p. 5),
encuentren el protagonismo público deseado no solo en la jerga política contemporánea,
sino también en la búsqueda del proyecto político incluyente. VELASCO ARROYO, junto
con Carlos GIMÉNEZ, parece inclinarse, entre líneas, al interculturalismo como concepción
dinámica que subraya el carácter complejo, flexible y adaptativo de todo entramado
cultural (Nota al pie no. 5. P. 12), pero por tratarse de un artículo con sesgo más político
que social, no aterriza en una propuesta interculturalista, sino que más bien se mantiene
en un cierto ámbito general, para dar a los políticos un marco de referencia ante la
pluralidad y no imponer un modelo único (cfr. p. 12) al proyecto multiculturalista (cfr. p.
13) que es el fondo del problema del artículo.

Creo que sí logra su objetivo: justificar la inclusión del multiculturalismo en la lista


de los paradigmas ideológicos contemporáneos en el contexto de su emergencia en la
agenda política (Cfr. p. 6).

15 • mar • 2018

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