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Antes de especificar las implicancias del acto moral es necesario conocer primero que los actos
humanos son aquellos que proceden de la voluntad deliberada del hombre; es decir, lo que
realiza con conocimiento y libre voluntad. En ellos interviene primero el entendimiento, porque
no se puede querer o desear lo que no se conoce, por tanto, con el entendimiento el hombre
advierte el objeto y delibera si puede y debe tender a él, o no. Una vez conocido el objeto, la
voluntad se inclina hacia él porque lo desea, o se parta de él, rechazándolo. Solo en este caso
cuando interviene entendimiento y voluntad el hombre es dueño de sus actos y por tanto
plenamente responsables de ellos.
Asimismo, se debe tener en cuenta que no todos los actos son humanos, pues:
Teniendo en cuenta lo expuesto, referimos que los actos que realizamos son los que nos definen
o califican como personas buenas o malas; esto se debe a que los actos son el modo en que nos
movemos respecto del fin de nuestra vida. Cada acto que realizamos nos acerca o nos aleja de
ese fin que es, en definitiva, Dios. Así pues, la persona humana puede obrar bien o mal, y solo el
acto conforme al bien puede ser camino que conduce a la vida.
De ahí que uno de los problemas cruciales para la moral sea el determinar con exactitud de qué
depende la cualificación moral de los actos libres del hombre, es decir, cómo nos aseguramos
que nuestros actos sean tales que conduzcan a Dios, a la vida. Este tema en moral recibe la
denominación de las “fuetes de la moralidad”.
2° Nivel per-moral, no-moral, físico u óntico. En nuestro mundo y en nuestras acciones el bien
está mezclado con el mal, y cualquier acto que realizamos está relacionado necesariamente con
efectos bueno y efectos malos. Esta dimensión puede ser recta o equivocada según que en la
proporción entre bienes y males prevalezcan los bienes sobre los males. Sin embargo, esto no
afecta a la bondad o malicia de la acción (lo cual pertenece a la dimensión anterior). Principios:
No hay acciones que en sí mismas sean buenas o malas. Una acción solo es moral al
considerar las ‘circunstancias’ y la intención, y eso presupondría que se pueden prever
adecuadamente todas las combinaciones posibles de circunstancias e intenciones, lo que
a priori no es posible.
No puede juzgarse ninguna acción independientemente de la intención del que obra.
No puede juzgarse la moralidad de ninguna acción sino por sus consecuencias previsibles.
Es decir que las acciones deben ser juzgadas solo al ver sus consecuencias porque no
puede haber ninguna acción moralmente buena o mala, al margen de sus consecuencias.
La elección de la acción concreta debe hacerse a la luz de la proporción entre bienes y
males que procure. La que vea que procurará más bienes y menos males, o a los bienes
más grandes, o que realice de modo más pleno aquí y ahora el fin intentado será le
elección recta.
Cualquier acto puede llegar a ser bueno si encuentra consecuencias buenas que pueda
justificarlo.
Las consecuencias de cada acto no terminan con ese acto sino que acarrean
consecuencias de allí hasta el fin de la historia. Entonces mientras la historia no termine
no podemos juzgar el fin ético de cada acción. Esto es el agnosticismo ético y nihilismo
moral.
2. La doctrina clásica, nuestras acciones son realidades complejas en las que intervienen
diversos elementos: se conjugan ciertas realidades que son hechas con la intención de alcanzar
otras y todo esto en medio de determinadas coordenadas espacio-temporales.
La teología clásica afirma que para juzgar de la bondad o malicia de una acción, se debe tomar
en cuenta: el objeto del acto, el fin y las circunstancias. Solo de la bondad de los tres
(esencialmente del objeto y del fin, accidentalmente de las circunstancias) se deriva la bondad
de la acción completa.
a. El fin del acto. Para que una acción sea buena se requiere que esté reclamantemente
orientada. El fin de la acción es lo que generalmente denominamos la intención del acto,
el cual es un elemento esencial en la calificación moral del acto, pues en gran parte de
los casos, según sea el fin (bueno o malo) determina la calificación moral de toda la
acción. Podemos identificarla con la pregunta: ¿para qué realizamos cuanto estamos
realizando?
Finalmente, para que una acción sea buena, ha de partirse de la bondad del objeto, de la
rectitud de intención y de las circunstancias debidas. La malicia de cualquiera de estas vicia
y corrompe la totalidad de la acción y nos hace no ya artífices de nuestra perfección, sino de
nuestra condenación.