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En estas últimas semanas se está resucitando la olvidada figura del diseñador y cineasta
vasco Iván Zulueta, sobretodo con motivo de la muestra retrospectiva que se le dedica
en su San Sebastián natal y del reestreno en algunos cines españoles de la que es su obra
cumbre: Arrebato. Por todo ello creo que es un buen momento para poner nuestra
atención sobre una obra tan vasta como versátil, siempre caracterizada por la radicalidad
más extrema y por su exuberante modernidad.
Zulueta nace en el 1943 hijo de padres artistas (su madre pintora, su padre , uno de
los impulsores del Festival Internacional de cine de San Sebastián). Su afición por el
dibujo y la pintura se inicia en la infancia, época en la que inventaba dibujos
publicitarios para las películas que anunciaba la revista americana Screen´s stories.
Tambien en estos años descubre algunos de los temas que le obsesionarán a lo largo de
su obra y que están presentes constantemente en sus creaciones: el mundo de los
cromos, los cartoons de Walt Disney, los juguetes, las fotografías polaroid...todo un
mundo de fetichismo kitch que sume al joven Zulueta en el "arrebato", ese instante
mágico propio de la infancia en el que te quedas absorto con un objeto o una imagen y
el tiempo parece detenerse, ese instante que algunos adultos con alma de Peter Pan
intentan recuperar por medio de la heroína, un estado extático exento de
responsabilidades en el que el sujeto no actúa sino que se limita a observar el mundo
desde fuera.
A partir de ahí Zulueta buscará productor para un largo más ambicioso, barajándose
entre las posibilidades a una rica bilbaína deslumbrada por el encanto del cineasta, pero
que no tarda en desencantarse del proyecto. Finalmente el proyecto sale adelante
respaldado por Augusto M. Torres y el apoyo incondicional de los actores Eusebio
Poncela, Will More y el director de fotografía Ángel Luis Fernández (presente en casi
todas las películas españolas que gozan de un impactante trabajo fotográfico).
La película destaca sobretodo por su impecable factura estética y su magistral uso del
sonido, que actúa creando símbolos sonoros de refuerzo de la trama argumental
(graznido de un cuervo en las apariciones de Will More, sirena de ambulancia en los
momentos de tensión, cajas de música y sonidos de juguetes en pleno arrebato...).
Además Zulueta redacta unos diálogos absolutamente personales cargados de un gélido
humorismo sin parangón en ningún otro autor, reforzados por las diferentes
modulaciones de los actores, que sufren mutaciones también cargadas de simbolismo (la
heroína les envejece la voz y en el caso de Will More actúa como reflejo directo de los
cambios en el personaje). En ninguna otra obra se entremezcla de tal forma la sordidez
más áspera con el candor más infantil, hasta el punto de ser a la vez una película de
terror y todo un canto naif a la ingenuidad.
Otro de los grandes atractivos de Arrebato, como bien señala Pedro Almodóvar es
la sensación que consigue transmitir de que la película no es una simple ficción sino que
hay algo inquietantemente personal depositado en ella, de que se trata de un intento de
autoexorcismo de su director, de que el propio Zulueta deja su vida en cada plano hasta
acabar vampirizado por la cámara (tal y como les sucede a los dos protagonistas). Más
allá de todo el discurso teórico que pueda suscitar como obra que reflexiona sobre la
relación cine-realidad (ver el número 10 de la revista Vértigo), Arrebato se nos presenta
como una obra eminentemente humana.
La película pasa desapercibida para el público en el momento de su estreno aunque
con el tiempo, gracias a su exhibición en circuitos paralelos llegue a convertirse en la
principal película de culto del cine español, a pesar de sus escasísimos pases en
televisión y del hecho de no estar editada en vídeo. La crítica la alaba unánimemente y
personajes tan dispares como Jose Luís Garci o Julio Médem se manifiestan
"arrebatados" por la película.
Tras realizar su obra maestra, Iván Zulueta atraviesa una etapa de serios problemas
con la heroína a lo largo de la década de los ochenta, lo cual lo sume en una inactividad
creativa (nótese que a diferencia de los protagonistas de Arrebato, el vampiro de la
droga en su caso vence al del cine). Estas circunstancias lo hacen abandonar su proyecto
de largometraje Dos y dos son cuatro y regresar a su San Sebastián natal donde realiza
esporádicos carteles y compulsivas fotografías polaroid. En el año 1988 se instala de
nuevo en Madrid y en el 1989 realiza para TVE un capítulo para la serie Delirios de
amor titulado Párpados. El mediometraje plantea el tema de la simbiosis total entre
dos gemelas, representadas por ambos espectros simbólicos como son Marisa Paredes
y Eusebio Poncela, que actúan como imagen del amor y la unión de las gemelas . Todo
esto sucede en dos plantas de un vetusto e imponente edificio madrileño que parece
contener un desague a otra dimensión a través del techo. Se trata de un trabajo de
impecable estética y planteamiento trascendente, cargado de humor y optimismo, todo
un canto al amor y a todas las dualidades. La cinta contiene momentos impactantes
como la fusión de los rostros de Marisa Paredes y Eusebio Poncela o la enloquecida y
risueña Marta Fernández-Muro interpretando a un personaje muy similar al que dio
vida en Arrebato.
En 1991 Zulueta realiza otro trabajo para televisión española titulado Ritesti (para la
serie Crónicas del mal). En él observamos un simbolismo surrealista con tintes de
género fantástico, basado en iconos oníricos clásicos como la luna, el pozo, el fuego...y
en otros no tan clásicos que aporta Zulueta como los dulces con forma de cruz-corazón.
ANXO CUBA