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Objetivo específico:
En este tipo de discriminación, además de las opiniones y valores individuales, está inmersa la
participación del Estado, que tiene la facultad y obligación de trazar límites que beneficien a la
sociedad, a través de sus instituciones y leyes. Por ello, es responsable de propiciar un ambiente
social y político favorable para la convivencia y el desarrollo, e impedir el señalamiento y la exclusión
de las personas por su origen o aspecto. Esto se logra a través de la educación y un clima social y
político que promueva la visión de que la xenofobia sea considerada como una conducta indebida,
contraria a los derechos humanos y, por tanto, inaceptable.
El rechazo hacia las personas extranjeras por motivos étnicos o culturales es una de las
manifestaciones de descalificación más recurrentes y con mayor impacto en derechos de la
actualidad, pues genera una escala de inferioridad y “normalización” sobre las personas, tan sólo
por no compartir la misma nacionalidad. Es importante tomar en cuenta que nadie puede elegir
dónde nacer.
Además de lo dicho, la xenofobia reproduce opiniones y valores negativos hacia las personas con
diferente cultura, nacionalidad o pensamiento, sin considerar las trayectorias históricas, las
transformaciones estructurales y los cambios generacionales que cada sociedad protagoniza. No
obstante, también la xenofobia perpetua ideas que deforman la realidad de la identidad de cada
persona; más allá de su estrato social, género, educación y posición política. El riesgo de esta
conducta es que toda persona es una posible víctima, ya que todos y todas tenemos una
nacionalidad específica.
Por otro lado, lo opuesto a la xenofobia es la sobrevaloración de algunos orígenes nacionales, sin
ninguna razón aparente, salvo la exaltación de los valores atribuidos a algunas culturas. Esta
conducta no es mejor que su contraparte.
Todos somos portadores de estereotipos y prejuicios que se atribuyen a nuestra cultura, sobre todo
cuando nos encontramos fuera de nuestro país de origen y somos, por lo tanto, extranjeros,
foráneos, ajenos. De esta manera, la discriminación por nacionalidad no exime a nadie de ser
catalogado con los valores que se imputan a su cultura nacional, lo que la hace un asunto que
requiera atención debida a la gran movilidad migratoria y contacto cotidiano entre culturas que
existe en la actualidad.
Dado que la descalificación de las personas por su nacionalidad es resultado de un proceso histórico,
lo que se consigue al repetirse de manera irracional es perpetuar el orden social presente (personas
o grupos que mantienen una jerarquía y normas aceptadas en un consenso social).
En resumen, debe quedar claro que la nacionalidad nunca puede ser fuente de descalificación. Las
conductas de las personas no se pueden vincular a una nacionalidad determinada.
Este tipo de discriminación se encuentra ligado con el proceso histórico que se dio a partir del siglo
XV, con la expansión territorial europea hacia el resto del mundo. En esta etapa, algunas naciones y
sus habitantes se asumieron como portadores de valores ejemplares y usaron ese pretexto para
conquistar, esclavizar y reprimir a otras naciones a las que consideraron portadoras de “valores y
formas de vida reprobables.”
En el ambiente social y político del periodo colonial se difundió la idea de que había culturas
superiores e inferiores, lo que encarnaba la lucha de la “civilización contra la barbarie” y justificaba
la opresión hacia los pueblos conquistados. De ahí que los conquistadores y las propias élites de las
sociedades sometidas, especialmente en América Latina, adoptarán estos valores y los impusieran.
Por ejemplo, un valor adoptado, y que ha sido impuesto, se asocia a la belleza, es decir, a los
rasgos físicos de fenotipo sajón (rubios, ojos claros, altos). La propagación de estos valores
en los medios de comunicación, principalmente la televisión, es contundente. Aunado a esto,
también se sobrevaloran los elementos que se asocian a la cultura europea: estilo de vida,
costumbres, entre otros.
Tanto la xenofobia como el malinchismo hoy se consideran inaceptables desde el punto de vista de
los derechos humanos; sin embargo, subsisten y, en algunos casos, se alientan discursos de figuras
públicas que atacan a personas por su origen nacional.
Debemos enfatizar que la conducta xenofóbica afecta directamente a las personas extranjeras, pero
en ocasiones puede extenderse en contra de personas que han adoptado la nacionalidad del país
donde radican. Una situación parecida ocurre con los emigrantes que al regresar a sus países de
origen son vistos como personas extrañas que adoptaron una cultura diferente. En muchas
sociedades como la latinoamericana se emplean expresiones prejuiciosas hacia migrantes que
regresan a sus países de origen: agringados, apochados o pachucos, curperizados, cadenús, entre
otras.
Para que puedas tener una idea más clara sobre la situación que viven las personas que regresan a
su país de origen después de mucho tiempo de radicar en el extranjero, se te sugiere ver el
testimonio de quien ha sufrido de actos xenofóbicos en su propio país y las repercusiones de ser
indocumentado en Estados Unidos, visitando la sección Échale un vistazo, en donde encontrarás
una liga en la que podrás ver el programa Espiral, de Canal once, con el tema Los otros dreamers.
La insistencia por descalificar todo rasgo que se perciba como ajeno a lo que se asume como lo
nacional (formas de vestir, hablar, valores, costumbres, entre otras), se convierte en un tipo de
xenofobia que, aunque no es contra extranjeros, sí pretende descalificar las conductas que se
consideran extranjerizadas. También existen algunas leyes que preservan el señalamiento que
enfatiza el lugar de origen de las personas para limitar su participación, ya sea laboral, política o
deportiva.
Los extranjeros no podrán de ninguna manera inmiscuirse en los asuntos políticos del país. (CPEUM,
2015).
Es importante mencionar que algunas leyes han cambiado apegándose más al discurso de derechos
humanos que trata de minimizar las diferencias de las personas extranjeras y las personas del país
de origen.
Esta diferencia iba más allá de catalogar a las personas migrantes, extranjeras y turistas como
diferentes en origen étnico, rasgos y cultura. Es importante mencionar que este rechazo continúa
hasta hoy, ya que aún subsisten un gran número de países en donde las figuras de reyes, reinas y su
corte siguen existiendo y ejerciendo poder. No obstante, podemos decir que en la actualidad
predomina la idea de que el Estado-nación es la figura jurídica y política de nuestra era, y se
mantiene la ideología de imponer idiomas nacionales, además de homogenizar las prácticas
culturales y religiosas, tradiciones y valores de un territorio. Ante esto, el Estado-nación logró la
pertenencia o permanencia de las personas en una nación y la manera en que se formaliza esa
pertenencia, desde entonces y hasta nuestros días, fue la ciudadanía.
La ciudadanía se originó como una noción antimonárquica, que constituyó un paso enorme en
términos de derechos democráticos, porque puso el acento en el individuo libre. También fue en
este proceso donde se estableció una distinción que marcó toda una época y que persiste hasta
nuestros días: los portadores de derechos serían definidos en principio, por haber nacido en el
territorio que delimitaba a cada nación/país (ciudadanos).
Es importante conocer que los Estados nacionales se formaron a partir de delimitar fronteras por
guerras, convenios y arreglos que se hicieron entre naciones, reforzando la idea de que sólo las
personas pertenecientes a un país y que comparten la misma cultura, política, identidad, idioma,
entre otras características, debían ser considerados ciudadanos. Este hecho dejaba de lado a las
personas extranjeras por no ser consideradas parte de la comunidad política al ser vistas como
ajenas a la misma. Es así que en ese punto de la historia la ciudadanía se determina por el simple
hecho de nacer en el territorio que delimita a cada nación. Se puede entender que la persona
extranjera siga siendo la figura que encarna, desde esta perspectiva histórica, lo contrario a quien
se considera perteneciente del colectivo nacional.
En conclusión, hasta nuestros días se han mantenido a las personas extranjeras carentes de
derechos y, por tanto, susceptibles a considerarse portadores de una serie de características que,
dependiendo la situación y la coyuntura, pueden marginarlos, excluirlos y hasta violentarlos.
Así pues, las naciones, sus fronteras, los países y los territorios que los delimitan, al igual que la
ciudadanía, la nacionalidad y la soberanía, son acuerdos político-jurídicos que tuvieron sentido en
el largo periodo de definición de los Estados nacionales. Actualmente, la rigidez de estos modelos
no corresponden a las grandes transformaciones sociales provocadas por la globalización,
intercambio cultura y alta movilidad humana. Esto ha ocasionado que los marcos jurídico-políticos
actuales consideren las dobles nacionalidades o la multiciudadanía.
Un caso típico de esto es la oleada de deportaciones de miles de personas en distintos países del
mundo (Estados Unidos principalmente, pero también Francia e Inglaterra). Niños, niñas y jóvenes
en muchos casos al migrar junto a sus padres y madres después de años de socialización siguen
siendo juzgados por sus orígenes nacionales y no por los valores compartidos con la sociedad en la
que han vivido durante gran parte de su vida.
Se supone que la nacionalidad es un asunto que sobrepasa el formato jurídico inflexible delimitado
a un país-territorio, que justifica casos de discriminación hacia los extranjeros. Ciertamente, esta
idea desafía el sentido común generalizado, ya que durante siglos se ha recreado la idea del
territorio como el sello distintivo de la pertenencia identitaria de todo pueblo.
Es importante saber que el territorio, patria o suelo, es la relación física con un espacio y la
referencia palpable de la procedencia de las personas; sin embargo, en tiempos actuales de
movilidad migratoria (documentados e indocumentados con diversas nacionalidades), la
pertenencia e identidad limitada a este hecho puede ser un pretexto para excluir y discriminar a
quien simplemente nació en otro lugar.
En suma, si bien la identidad de los sujetos sigue estando ligada a un territorio, al mismo tiempo se
vuelve más flexible. De esta forma, como diría Néstor García Canclini, sociólogo argentino-
mexicano:
La cultura nacional no se extingue, pero se convierte en una fórmula para designar la continuidad
de una memoria histórica inestable, que se va reconstruyendo en interacción con referentes
culturales transnacionales. Por eso, los pasaportes y los documentos nacionales de identidad se
transforman en multinacionales (como en la Unión Europea) o coexisten con otros: millones de
habitantes de este fin de siglo tienen varios pasaportes de distintas nacionalidades, o usan más el
documento que los acredita como migrantes que el que los vincula a su territorio natal. O son
simplemente indocumentados. ¿Cómo van a creerse ciudadanos de un solo país? (1995, pp. 31-32)
Asimismo, los medios de comunicación, como telégrafo, correo postal, teléfono, fax, videollamadas,
redes sociales, blogs, entre otros, que permiten el contacto con familiares o personas conocidas en
otro país y el acceso a Internet en general, han generado unciberespacio que conecta a las personas,
incluso “en tiempo real”. También, se puede estar al tanto de las culturas a través de la televisión y
la radio, que en sí mismos son la gran revolución de las comunicaciones del siglo XX.
Este escenario, aunado a los cambios políticos y económicos a escala mundial, ha propiciado una
migración masiva que no tiene precedentes históricos. Se calcula que hay más de 200 millones de
migrantes en el mundo (3 % de la población mundial). Se estima que este número es sólo el inicio
de una gran movilización humana que provocará que millones de personas, por razones
económicas, climatológicas, políticas o por elección individual, entre otras, migren. Además, como
parte esta movilización, se espera un reacomodo demográfico debido, por un lado, al
envejecimiento de una parte de la población mundial (sobre todo Europa) y, por el otro, al
excedente de ésta en otra región del mundo (como China e India). Todo esto se enmarca en la
posibilidad que abren las telecomunicaciones para que las personas puedan transitar por el mundo.
En cambio, a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, las grandes migraciones que se realizaron
desde Europa utilizaron el barco como medio transporte y, posteriormente, el ferrocarril, que fue
el sello de la modernidad de ese tiempo. En ese contexto, la migración era una decisión de vida,
porque era difícil pensar en regresar al país de origen, aunque en algunas circunstancias hubo
grupos de migrantes que lograron volver a su patria. En contraste, con los cambios en la tecnología
y las telecomunicaciones, hoy la migración se piensa como una opción de ida y vuelta, no definitiva.
La paradoja es que, en este periodo de la humanidad, la migración tiene más restricciones, debido
a las leyes que restringen la movilidad de las personas.
Asimismo, la movilidad física y la de contacto cultural se acercan más entre sí, a través de los medios
de comunicación. Los efectos positivos resaltan porque este contacto tiene un impacto sobre los
procesos políticos de los países, que va más allá de sus propias sociedades. También tiene un
impacto sobre la universalización de valores democráticos y de derechos humanos. En esta misma
discusión crítica se considera el hecho de que, dada la desigualdad económica a escala mundial, el
beneficio de esta movilidad y certeza de un mundo accesible es sólo para unos cuantos, mientras
otros quedan fuera de estos beneficios. Este escenario es central para el debate sobre las naciones
contemporáneas, sus ciudadanos y los extranjeros.
Por ello, temas como la justicia, el medio ambiente, el cambio climático, la demografía, los recursos
naturales, entre otros, son aquéllos que cuestionan la soberanía entendida como un marco de
autodeterminación de las naciones que se opone con la idea de un planeta más interconectado e
independiente entre sí. Es por eso que mantener la idea de derechos exclusivos sólo para las
personas que nacen en su territorio y excluir a las personas migrantes y extranjeras se vuelve
obsoleta, aún más cuando estas personas carecen de derechos dando lugar a conductas xenofóbicas
por parte de algunos sectores de la población donde están establecidos.
En conclusión, en esta unidad dimos un repaso histórico acerca de cómo se definió la figura de
ciudadano como “el natural de un país” (por nacimiento o descendencia de sangre), lo que marcó
una distinción hacia los extranjeros por considerarlos ajenos a la sociedad, aunque llegaran a radicar
por años en un mismo lugar. Y, finalmente, sumamos temas que se entrecruzan con este debate,
como es el caso de los mexicanos inmigrantes en Estados Unidos, que luchan por permanecer en
ese país.