Vous êtes sur la page 1sur 3

Los hechos de Kah

–Veamos en las crónicas antiguas –dijo Melsar mientras se acercaba a la mesa donde nos
hallábamos con tres legajos de manuscritos.
A Melsar lo recuerdo así y ya, entrado en años, yendo de estante a estante, de libro a libro,
de letra a letra. Bien puedo decir que ya había leído más de un millar de libros y que todos los
llevaba en la memoria cual si fuera descendiente de Simónides. Decíase sabedor de más de veinte
lenguas y bien se le podía escuchar ora en español, chino, maltés, e incluso en arameo, ugarítico y
griego arcaico. A mí me respetaba por mi conocimiento en mitología pero a los demás los miraba
de soslayo, sin dedicarles atención.
–Si tú insistes tanto en buscar aquí, has de tener tus razones pero ya te dije que conozco estos
documentos desde hace varios años.
Melsar se sentó conmigo y el inusitado visitante y extendió el bonche de sabiduría antigua
en la mesa.

Mi ya compañero me habló ese mismo día de la existencia de aquel ente en varias


culturas, incluso en nuestro México. Contaban, según él, que aparecía en un viejo almacén,
cubierto de polvo y aserrín negro. El aserrín negro para el estudioso de la magia, Frederick Vassel,
proviene de un árbol que crece sólo en la ribera del Hades, dicho árbol es infecundo y flaco como
un fideo, según los muestran los dibujos hechos por él mismo en su más reciente Manual de
Ocultismo, mismo que consulté ayer por la mañana.

Todo comenzó justo anoche que entraba a mi casa en la calle de Plazuela, junto al antiguo
Mercado de los Remedios. He visto que hoy en día algunas mujeres degüellan gallinas e invocan a
los ancestros del lugar. Eso no me atormenta para nada, me disgustan más los chiquillos que
molestan en la puerta hablándome de cariños y buenas voluntades, no entiendo cómo hay gente
que sigue creyendo en esos cuentos mágicos. Si leyesen un poco más, sabrían que los buenos
corazones desaparecieron hace más de cien años, como lo apunta Raimundo Manetti en su primer
libro I vecchi trucchi. Me dan lástima las pobres criaturas, ellos no tienen la culpa de que les
inculquen tales ideas. Una de las mujeres me es bastante conocida, su nombre es Armiña Luna. En
efecto, es hija de los dignísimos Luna de La Condesa. Con Armiña he platicado en más de una
ocasión, solía haber algo entre nosotros. Ella cree que sus padres la asedian con incesantes
sortilegios y para eso ha recurrido a la mata de gallinas, que según se piensa (y lo ha corroborado
el doctor Morschen en todos sus artículos), garantiza protección absoluta. Pero Armiña ha ido más
allá, ha transgredido los límites a mi parecer… o al menos es la opinión que puedo dar a partir de
lo visto anoche.

Ella, con otras tres mujeres, llegó cubierta de una túnica blanca, casi transparente.
Ninguna traía algo puesto bajo la tela. El cabello indicaba que en más de diez días no se habían
sometido a ningún aseo por lo que el hedor era algo destacable. Pero Armiña siempre ha tenido
un cuerpo magnífico, lleno de albura y de proporciones asombrosas, no obstante los varios
abortos que se ha realizado. Hace dos años, cuando vivíamos juntos, me obligó a que yo le
practicara dicho método y para ello recurrió al hipnotismo. Sucumbí y decidí abandonarla. Había
una ligera brisa por lo que la tela se les adhería al cuerpo. Llevaban tres perros mudos a rastras y
una cargaba trozos de madera y un bote de petróleo. Apilaron a los perros y trazaron un círculo
ciego a su alrededor, colocando los trozos de madera de tal manera que se formase el altar de
nueve cayados. He ahí la primera señal de que algo marchaba mal. Por demás se sabe que el kirá
(nombre original del altar) es un instrumento ilegítimo en este reino y casi inaccesible; sólo
poderes ajenos pueden desatar sus atributos.
Ocurrió que ellas incendiaron a los perros y a medida que cada uno se iba consumiendo,
las llamas se tornaban de color distinto. Entretanto ellas entonaban letanías en lenguas no de
nosotros y abrían una ligera sangría desde el ombligo hasta la altura de los senos. Cuando el
último órgano se calcinaba, ellas se centraron en una sola repetición: ¡Kah! Entonces de la tierra
emerge la última llama negra, negra completamente.

No podía dormir.

Cuando llegué con Melsar, aún me perseguía el canto y los perros mudos y el flamazo
negro que manchó el cielo. Fue cuando él corrió a buscar el legajo que otro hombre encorvado me
tocó el hombro. Conocía mi expresión, la sabía de memoria… acaso él mismo la había tenido
alguna vez o él mismo la había inventado. Tres horas tardó Melsar en el sótano, suficientes para
escuchar todo lo que el viejo sabía. Era cierto, Kah existía y lo comprobamos después de una
incesante lectura de las crónicas.
Melsar y yo no pudimos contener el temor de aquellas narraciones, mitos, de alguna
forma, que atormentaron siempre nuestra imaginación. El dato más reciente era este.

El hombre que hacía pecados, datado en el año 4 de nuestra era, se asume que fue escrito en el
MMXV.
Hoy han traído un nuevo invento, una enorme máquina. Se llama Kah, dicen que su nombre se
deriva del ruaj hebreo y que encarna íntegramente al ser humano, dicen que es nuestra réplica,
sólo que sin vida. Hoy fue presentada al público en una tienda del centro, un viejo se hace cargo
de ella. Funciona así, formas una hilera larga, cuando llega tu turno, el viejo te hace sentar en una
habitación cerúlea y te da el menú, como si fuese aquello un restaurante. Todos salen con
paquetes de cincuenta por cincuenta, amarrados con un lazo negro muy llamativo.
--------------------------------------------------------------

Varias mujeres han hecho protesta ante el negocio del viejo, han pasado a insultar y a maltratar al
pobre, han pasado dos semanas y dicen que sus maridos ya no las tocan sino que llegan con otras
mujeres y lo hacen en su mismo lecho; otros no se han cansado de golpearlas y mentirles; otros
llegan cada día con tres fajos de billetes y una nueva joya para halagarlas, éstas últimas mujeres no
se quejan tanto. El viejo no hace más que escuchar los insultos y mostrarles el menú.
--------------------------------------------------------------

Se ha perdido el orden. No he querido salir. Las protestas de las mujeres han terminado y ahora
ellas mismas acuden asiduamente al viejo. Parece que valor es lo que les vende, valor para matar,
violar, soltarle de golpes a los niños, y llenar el mundo de falsedades. Alguien se ha atrevido a
decirle al viejo que él vende pecados y que él es el mismísimo diablo. Esto, claro, los dicen los
iconoclastas que aún se reúnen en viejos templos. Yo no sé qué pensar.
--------------------------------------------------------------

Uno de esos filósofos antagonistas al viejo ha dicho que para hacer ciertas acciones no se necesita
valor sino ser un tonto alejado del bien.
--------------------------------------------------------------
Ayer por fin fui con el viejo, ya no hay tal máquina, él mismo ha confesado que la máquina era un
pretexto. Dice que él es quien se hace cargo de todo. Le compré dos paquetes de ultraje. Debo
confesar que me he enamorado.
--------------------------------------------------------------

Por suerte, ella había conseguido algunos gramos de lascivia. Fue algo descabellado. Hay que
aceptar, nos hemos hecho dependientes del viejo.
--------------------------------------------------------------

Ayer se fue de la ciudad. Nos dejó desprovistos. Pronto moriremos, seguramente.


--------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------

Infiero que Armiña buscó a Kah para librarse de sus padres y de su sufrimiento. Melsar y
yo vimos que el viejo ya no estaba y concluimos que no habíamos estado sino con el mismísimo
Kah.

Ayer fueron sepultados los padres de Armiña, tardaron tres días en juntar sus restos ya
que Armiña los destazó y los aventó a los cuatro vientos. Hubo un sol fuerte pero las copas altas
que hay en el cementerio siempre han provisto buena sombra. A la distancia, el viejo parecía
asomarse, sonriendo como siempre ha sonreído. Pero su sonrisa luce mortal, perecedera, como si
cada vez se acercará un paso a su final. Extraño. Melsar y yo nos hemos percatado de otra cosa
curiosa, los templos no se han quedado vacíos, hay algo allí que los hace latir perpetuamente.

Vous aimerez peut-être aussi