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que todo este pueblo sepa que tú, Yahvéh, eres Dios que con
vierte sus corazones». Cayó el fuego de Yahvéh sobre el altaiy
devoró el holocausto y la leña, y lamió el agua de las zanjas (1‘
Rey 18, 36-38). Al poco rato cayó una gran lluvia. El pueblo
volvió a la fe en el Dios único y vivo, el Dios cercano a las ne
cesidades de los hombres.
En este capítulo analizamos algunos rasgos que expresan la
«personalidad? de Dios, como dicen algunos autores. En con
creto, siguiendo las páginas de la Escritura, nos encontramos1
con diversas formas para expresar el misterio de Dios y sus ras
gos más fundamentales1.
Hay que tener en cuenta que en la Sagrada Escritura no de
bemos buscar una enumeración sistemática de las perfecciones
o atributos que la ciencia teológica ha elaborado para «definir»
a Dios como ser personal y distinto del hombre y del mundo,
pues en la Escritura Dios habla a los hombres en el lenguaje,
humano y manifiesta su ser a través de sus intervenciones en lá
historia para conducir a los hombres a una vida santa. Tam-.
bien hay que tener en cuenta que las perfecciones y atributo^
de Dios no son distintos de su naturaleza, sino que son como?
destellos o resplandores de su infinita perfección y simplicidad.:
En el ámbito de las cosas creadas vemos que las propiedades!
o atributos de los seres expresan unas cualidades que están en-
ellos como en un sujeto, pero no constituyen su ser o natura-■
leza. Así decimos que el hombre «tiene» vida, salud, sabiduríál
o bondad. Esas mismas perfecciones se encuentran en Dios,j
pero de manera muy diferente: Dios no «tiene» vida, sino que’
«es» la Vida, la Sabiduría o la Bondad infinita. San Agustín loj
expresó con esta frase: «Dios es aquello que tiene»2. En otros
1 Cfr. Mateo-Seco, o.c., pág. 68 y ss; y Rovira Belloso, o.c., pág. 331/
donde el lector puede encontrar planteamientos más desarrollados sobre los
rasgos y los atributos de Dios.
2 San Agustín dice «(Deus) quod habet hoc est». La C iudad de Dios, XI, 1;
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términos, hay que decir que las perfecciones de Dios que en
contramos en la Sagrada Escritura son realmente idénticas a la
naturaleza o esencia divina; además, esas perfecciones son
idénticas entre sí debido a la simplicidad de Dios; es decir, la
justicia de Dios, por ejemplo, es la santidad de Dios, pues no
cabe que la justicia divina no sea al mismo tiempo la suma
bondad y santidad. Si esto nos sorprende se debe a la lim ita
ción de nuestro entendimiento y a nuestra mala conducta.
Pero en Dios no se dan estas limitaciones.
1. Cercanía de Dios
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La manifestación más grandiosa de la cercanía de Dios es el
anuncio de Emmanuel, de Dios que se hace hombre: «Mirad;
la virgen está encinta y dará a luz un hijo, a quien pondrán por
nombre Emmanuel» (Is 7, 14), que significa «Dios con noso
tros»* Este anuncio se ha cumplido con la encarnación de!
Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo en el seno de la Vir
gen María. Dios ha irrumpido en la historia humana, en el
tiempo de los hombres. Como dice Juan Pablo II «En Jesu
cristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión
de Dios, que en sí mismo es eterno. Con la venida de Cristo se
inician los “últimos tiempos” (cf. Hebr 1,2), la “última hora”
(cf. 1 Jn 2, 18), se inicia el tiempo de la Iglesia q u é durara
hasta la Parusía»3, es decir, cuándo vuelva Jesús en gloria al fi
nal de los tiempos.
2. Dios es omnipotente
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mal es por su fragilidad o debilidad, cosa que no tiene lugar
en Dios. Como enseña el Catecismo, «De todos los atributos
divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el
Símbolo: confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida.
Creemos que es esa omnipotencia universal, porque Dios,
que ha creado todo (cf. Gen 1, 1; Jn 1, 3), rige todo y lo
puede todo; es amorosa.>porque Dios es nuestro Padre (cf. Mt
6, 9); es m isteriosa, porque sólo la fe puede descubrirla
cuando “se manifiesta en la debilidad” (2 Cor 12, 9; cf. 1 Cor
1, 18)»6.
Desde las primeras palabras del libro del Génesis se des
taca que Dios es Todopoderoso. La creación del mundo ma
nifiesta el poder de Dios sobre todas las cosas, pues todo lo
que existe fuera de Él ha sido creado por Él, por medio de
su palabra. Además Dios dirige el mundo y conserva todas
las cosas en su ser. En el libro de Isaías encontramos como
un reto dirigido a la incredulidad del hombre: «Alzad los
ojos a lo alto y mirad: ¿quién creó esas cosas? El que hace sa
lir por orden sus ejércitos, y a cada uno llama por su nom
bre; tan grande es su poder y tanta su fuerza, que ninguno fal
ta» (Is 40, 26).
Al hombre que ignora a Dios habría que preguntarle con
palabras de Isaías: «¿Es que no lo sabes? ¿O no lo has oído? El
Señor es el Dios eterno, el creador de los confines de la tierra,
gue no se cansa ni se fatiga; su discernimiento es insondable.
É! da fuerzas al cansado, y robustece al que no tiene vigor» (Is
40, 28-29). Dios ejercita su omnipotencia de modo amoroso,
pues no usa de su poder para avasallar ni oprimir al hombre,
sino para hacerlo libre y feliz. Santo Tomás de Aquino explica
que el poder de Dios no es arbitrario porque constituye una
sola cosa con las otras perfecciones divinas: «En Dios el poder
6 CCE, n. 268.
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y la esencia, la voluntad y la inteligencia, la sabiduría y la justi
cia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el po¡
der divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o
en su sabia inteligencia»7.
La omnipotencia de Yahvéh se manifiesta de manera gráfid
en el modo de salvar al pueblo de Israel. Los milagros del Éxodo
son prueba tangible de que Dios todo lo puede: abre el Mar Rojo
para que pasen los israelitas, los alimenta con maná y codornices
en su marcha por el desierto, hace brotar agua de una rocaj
vence a los enemigos (cfr. Ex 16-17). De una manera especial,
Dios nos ha revelado, del todo, su omnipotencia al resucitar a su
Hijo Jesucristo, muerto para salvarnos del pecado.
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j La Sagrada Escritura comienza con la afirmación de que
\ Dios es Creador: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra»
; (Gen 1, 1); el Credo cristiano utiliza los mismos términos:
\ confiesa que Dios es «el Creador del cielo y de la tierra», «de
\ todo lo visible y lo invisible». Con las palabras «cielo» y «tierra»
| la Escritura y la fe de la Iglesia designan todas las cosas que
| existen. Con las palabras «visible» e «invisible» la fe de la Iglesia
| afirma que Dios es Creador de la materia y el espíritu, de los
I hombres y de los ángeles, y que todo ello constituye un único
I universo en el que vivimos los hombres y las mujeres de todos
¡ los tiempos8.
1 La verdad sobre la creación tiene una importancia muy
¡ grande en la orientación de la existencia humana. Buena parte
l de las expresiones culturales de nuestra época desconocen la
| verdad de la creación y deslizan las acciones humanas hacia la
| manipulación del propio hombre y hacia el uso indiscrimi-
| nado de los bienes de la tierra. Aunque se hable mucho de los
I derechos fundamentales de la persona humana, es un hecho
? cotidiano muy difundido la conculcación de tales derechos, la
| opresión del hombre, la corrupción del poder, el afán insacia-
I ble de riquezas, la violencia organizada, la degradación de la
| vida humana hasta llegar a niveles sorprendentes de deshu-
l manización. Tales hechos son una de las tristes consecuencias
| de ignorar que el hombre y el mundo han sido creados por
i Dios.
? El Catecismo enseña que la catequesis sobre la creación se re-
; fiere «a los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana:
; explícita la respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica que
f los hombres de todos los tiempos se han formulado: “¿De
I dónde venimos?” “¿A dónde vamos?” “¿Cuál es nuestro ori-
j ^ ^
j 8 Cfr. CCEy 279-324, en los que se explican los misterios sobre la crea-
| ción de Dios.
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gen?” “¿Cuál es nuestro fin?” “¿De dónde viene y a dónde va
todo lo que existe?” Las dos cuestiones, la del origen y la del
fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orienta
ción de nuestra vida y nuestro obrar»9.
La creación es el «fundamento de todos los designios salvífi-
cos de Dios, el comienzo de la historia de la salvación que cul
mina en Cristo»10. Y, a la inversa, la redención realizada por Je f
sucristo es la luz decisiva sobre el misterio de la creación y de la
vida humana, pues la fe cristiana nos dice que somos hijos de
Dios llamados a participar de la gloria divina: «herederos de
Dios, coherederos de Cristo; con tal de que padezcamos con
él, para ser también con él glorificados» (Rom 8, 17)11. Como
enseña San Josemaría Escrivá, «precisamente porque somos hi
jos de Dios, esa realidad nos lleva también a contemplar con
amor y con admiración todas las cosas que han salido de las
manos de Dios Padre Creador»12.
4. Dios es justo
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menro destaca las perfecciones de verdad, justicia, fidelidad y
amor de Dios. El Nuevo Testamento ofrece el rasgo que re
sume todas las perfecciones divinas: «Dios es amor» (1 Jn 3, 3).
Vamos a considerar ahora la justicia y el amor desbordante de
Dios, es decir, su misericordia.
Dios es justo, su obrar está en conformidad con lo que
«debe ser», con el modo de obrar más perfecto; podemos decir
que la justicia divina se identifica con su santidad13, con la per
fección propia de Dios Padre a la que nos llama Jesucristo (cfr.
Mt 5, 48). La justicia de Dios para con sus criaturas no es un
poder arbitrario al que temer, sino la inmensa fuerza de su
amor que busca la felicidad y la salvación eterna de los hom
bres; se expresa de una manera entrañable en la protección de
los más débiles y necesitados, las viudas, los huérfanos y los po
bres.
Históricamente, la justicia de Dios se manifiesta de un
modo sobresaliente en la Alianza con el pueblo de Israel: Dios
se compromete a ser fiel, a pesar de las infidelidades de los
hombres. Y se manifiesta de una manera más sublime en Jesu
cristo: la justicia de Dios se expresa de modo pleno en la
muerte de Jesús para expiar nuestros pecados y en las Biena
venturanzas, retrato de Jesucristo y expresión de lo que debe
ser un cristiano.
En la Biblia, el término «justicia» —en hebreo «sedaqah»—
presenta dos significados principales; por un lado, indica una
actitud fiel, leal y pacificadora en relación con los demás, an
tes que la obediencia a unas normas; por otro lado, la justicia
bíblica indica una condición óptima del pueblo de Israel, una
situación de salud, de bendición divina y de solidaridad espi
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ritual14. Estos significados fundamentales son fruto de la aoB
ción justa y santa de Dios con el pueblo, y de la correspondí!
dencia de éste a Dios. En el pensamiento bíblico, el concepto®
«justo» tiene siempre un marcado acento religioso y jurídico®
porque Yahvéh es la fuente de todo bien, de todo poder, déB
toda ley, de todo derecho. ®
En la época de los Patriarcas, Dios se revela como quien*
ofrece sólidas esperanzas a todos los hombres por medio de Is-B
rael: «Bendeciré a quienes te bendigan, y maldeciré a quienes®
te maldigan; en ti serán bendecidos todos los pueblos de la tie-B.
rra» dice a Abraham (Gén 12, 3); «Abraham creyó en el Señor,®
quien se lo contó como justicia» (Gen 15, 6). V
El futuro rey mesiánico se distinguirá por ejercer santa-»
mente la justicia e implantar el derecho: «Saldrá un vástago de E
la cepa de Jesé ... Sobre él reposará el Espíritu del Señor ... No B
juzgará según las apariencias, ni decidirá según los rumores; B
sino que juzgará con justicia a los desvalidos, y decidirá con B
rectitud a favor de los pobres de la tierra. ... La justicia será el B
ceñidor de su cintura, y la fe, el cinturón de sus caderas» (Is 11, k
1-5). i
San Pablo dirá que «la justicia de Dios, atestiguada por la B
Ley y los Profetas, se ha manifestado con independencia de la B
Ley: justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para to- B
dos los que creen»; la razón es, tanto para los judíos como para B
los paganos, la redención realizada por Jesucristo: todos «son B
justificados gratuitamente por su gracia» (Rom 3, 21-24), por W
la gracia de Jesucristo. E
Al leer el Antiguo Testamento pueden resultar chocantes al- B
gunas expresiones que atribuyen directamente a Dios la ven- K
ganza y la aniquilación de los enemigos de Israel. Se trata de las ,1
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convicciones del pueblo hebreo, que no distingue entre lo que
«manda» Dios y lo que «permite», a causa de la dureza del co
razón humano, como enseña Jesucristo (cfr. Mt 19, 8); de
modo semejante, la elección de un personaje —por ejemplo,
David— no significa que Dios apruebe todas sus acciones* La
explicación está en el carácter progresivo de la revelación di
vina a lo largo de la historia, condescendiendo con prácticas
que Dios de ninguna manera podía sugerir ni aprobar.
5. La misericordia de Dios
15 CCEy 270 .
16 Juan Pablo II dice: «El amor, por así decirlo, condiciona a la justicia y
en definitiva la justicia es servidora de la caridad. La primacía y la superiori
dad del amor respecto a la justicia (lo cual es característico de toda la revela
ción) se manifiestan precisamente a través de la misericordia. Esto pareció
tan claro a los Salmistas y a los Profetas que el término mismo de justicia ter
minó por significar la salvación llevada a cabo por el Señor y su misericordia»
(DM, 30 ).
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Algunos teólogos, al hablar de las obras de Dios, afirman^
que la misericordia es el más grande entre los atributos y h s i
perfecciones de Dios; con ello quieren expresar que la miseri- |
cordia es el atributo máximamente revelador del ser de Dios. |
La Biblia, la Tradición y toda la vida de fe del pueblo de Dios |
dan testimonio de que el hombre se encuentra particularmente i
cerca de Dios a causa de su amor desbordante hacia el hombre, J
amor más fuerte que el pecado y que la muerte. Dios es justo y"J
no deja impune el mal objetivo; pero salva la situación misera-1
ble del hombre con su infinita misericordia. |
La misericordia muestra al hombre el rostro de Dios; es infi-
nita e inagotable la prontitud del Padre en acoger a los pecado-1 g;
res que se arrepienten, como en el caso del adulterio de David
(cfr. 2 Sam 11, 2-12, 25).
El pueblo de Israel tiene una rica experiencia de la misericor-;,
dia de Dios. Ya en el Génesis la misericordia de Dios aparece di-1
rígida al primer hombre, tanto en su estado de inocencia (Gén l
2, 8) como después de haber pecado (Gén 3, 21); se manifiesta
a Noé y a su familia (Gén 7, 1 y 16), a los Patriarcas ( Gén 12,
2-3; 15, 1-18). En el contexto de la Alianza la misericordia de |
Dios se describe como el amor del padre y de la madre al hijo y, i
con los profetas, como el amor del esposo a la esposa.
La experiencia fundamental de Israel sobre la misericordia |
de Dios la Vivió en tiempo del éxodo. «El Señor vio la miseria j
de su pueblo—dice Juan Pablo II— reducido a la esclavitud, |
oyó su grito, conoció sus angustias y decidió liberarlo (cfr. Ex *1
3, 7s). En este acto de salvación llevado a cabo por el Señor, el
profeta supo individuar su amor y compasión (cfr. Is 63, 9). Es |
aquí precisamente donde radica la seguridad que abriga todo el \
pueblo y cada uno de sus miembros en la misericordia divina, :p ;
que se puede invocar en circunstancias dramáticas»17. Después
17 Ibídem , 24.
$
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X, de rota la alianza por la infidelidad del becerro de oro, ante la
' oración de Moisés, Dios se manifiesta solemnemente como
; «Dios de ternura y de gracia, lento a la ira y rico en misericor
dia y fidelidad» (Ex 34, 6).
El libro de Isaías garantiza la misericordia del Señor, como
en este texto: «Aunque vuestros pecados fuesen como la grana,
quedarán blancos como la nieve; aunque fuesen rojos como la
: púrpura, quedarán como la lana» (Is 1, 18). El llamado libro
: de la consolación recuerda al pueblo de Israel la omnipotencia
sdivina y los frutos de su misericordia: por ejemplo, «En ver
dad, el Señor se apiadará de Sión, se apiadará de todas sus rui
nas. Cambiará su desierto en Edén, y su estepa en jardín del
Señor. En ella habrá gozo y alegría, agradecimiento y cancio
nes» (Is 51, 3).
La culminación de la misericordia de Dios está en Jesu
cristo, el Hijo de Dios encarnado, que da su vida para librar
nos del pecado y hacernos miembros de la familia de Dios por
el don de la filiación divina.
Como enseña el Catecismo, la justificación de los hombres,
es decir, la liberación del pecado y la acogida de la justicia de
Dios por la fe en Jesucristo, es «la obra más excelente del amol
de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido por el Espí
ritu Santo. San Agustín afirma que “la justificación del impío
[...] es una obra más grande que la creación del cielo y de la
tierra” [...] porque “el cielo y la tierra pasarán, mientras [...] la
salvación y la justificación de los elegidos permanecerán”. Dice
incluso que la justificación de los pecadores supera a la crea
ción de los ángeles en la justicia porque manifiesta una miseri
cordia mayor»18.
Al final de los tiempos, el Juicio universal revelará que la
justicia de Dios triunfa sobre todas las injusticias cometidas
18 CCEt 1994.
75
por los hombres, y que su amor es más fuerte que la muerte
por tener su origen en Dios; por eso, «los océanos no serían ca
paces de extinguir el amor» (cfr. Cant 8, 6-7).
19 CCEy 309. San Atanasio dice algo que es muy actual: que el origen del
mal está en que el hombre dejó de orientar su vida hacia Dios y comenzó a
contemplarse a sí mismo; cfr. Contra los paganos, 3.
Mal físico y mal moral. Para clarificar, el tema es necesario
distinguir entre el mal físico y el mal moral. Se entiende por
mal físico las imperfecciones, carencias o destrucciones que se
dan en la naturaleza. El mal moral es el pecado, originado por
decisiones libres de los hombres.
Con respecto ál mal físico, la doctrina católica enseña que,
«en, su sabiduría y bondad infinitas* Dios quiso libremente
crear un mundo “en estado de vía’ hacia su perfección última»,
|ft|lstádo de progreso. A renglón seguido ofrece la siguiente
J explicación: «Este devenir trae consigo en el designio de Dios,
junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros;
junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las
construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por
tanto, con el bien físico existe también “el mal físico”, mientras
la^creación no haya alcanzado su perfección»20.
Con respecto al mal moral, «los ángeles y los hombres, cria
turas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino úl
timo por elección libre y amor de preferencia», es decir, eli
giendo-lo *mejor. «Por ello pueden desviarse. De hecho
pecarom Y fue así como “el mal moral” entró en el mundo, in
comparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de
ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal
mojal.. Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su
criatura, yb misteriosamente, sabe sacar de él el bien»21.
Posible tentación. Las experiencias del mal y del sufri
miento, de las injusticias, de la marginación, la opresión y la
muerte pueden estremecer la fe y llegar a ser una fuerte tenta
ción22. Pero «con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su
providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las conse
cuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas:
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“No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me en
viasteis acá, sino Dios..., aunque vosotros pensasteis hacerme
daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir... un pue
blo numeroso” (Gén 45, 8; 50, 20)»23.
Jesucristo. La explicación más contundente para todos los
males, tanto los físicos como los morales, viene de Jesucristo:
«Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo
y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos
los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia, sacó el
mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Re
dención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un
bien»24. San Pablo lo dice con toda claridad: «Para los que
aman a Dios, todas las cosas son para bien» (Rom 8, 28).
Sólo en la Muerte y Resurrección de Cristo el hombre
puede clarificar el problema del mal y superarlo. Cristo muere
por los pecados de los hombres; de este modo manifiesta la gra
vedad de los mismos, porque ofenden a Dios y desvían al hom
bre de su fin eterno. La Muerte de Cristo satisface la justicia
divina porque Cristo es Dios; y merece la salvación de los hom
bres, porque es hombre igual a nosotros, excepto en el pecado.
La Resurrección de Cristo manifiesta que ha vencido la muerte
y el pecado. El fruto de esos hechos, a la vez históricos y sobre
naturales, se aplican a nosotros porque Cristo instituyó los sa
cramentos: nos hace hijos de Dios en el Bautismo; perdona
nuestros pecados en la Penitencia; el mismo Cristo nos ali
menta en la Eucaristía para que tengamos fuerza divina para
superar las tentaciones. La fragilidad humana no es razón para
la desesperanza; si es real nuestra fragilidad, más real es la
fuerza que Cristo nos ofrece en los sacramentos, para que lle
guemos a identificarnos con ÉL Por eso, el cristiano, a pesar de
sus miserias, es un hombre de esperanza, es un hombre sobre el
25 CCE, 314.
79
7. La Sabiduría, la Palabra y el Espíritu de Dios
80
}
81
con relación a María (cfr. Prov 8, 1-9, 6; Sir 24). María es can|
tada y representada en la Liturgia como el “Trono de la Sabij
duría”»27.
Lo mismo podría decirse del tema bíblico de la «palabra»!
por la que Dios se ha manifestado en la historia. Con su pala-j
bra poderosa, Dios crea el mundo (cfr. Gén 1, 3-6) y gobierna!
el universo y la historia. También con su palabra, Dios se maí
nifiesta al pueblo de Israel —«una palabra ha proferido el Sel
ñor en Jacob, y ha caído en Israel» dice Isaías (9, 7)—. Se tratl
de una palabra viva, que tiene fuerza por sí misma, dirigida al
todos los hombres, y que muchas veces se presenta personifil
cada literariamente: «Como la lluvia y la nieve descienden deí
los cielos, y no vuelven allá, sino que riegan la tierra, la fecunl
dan, la hacen germinar, y dan simiente al sembrador y panal
quien ha de comer, así será la palabra que sale de mi boca: nó|
volverá a mí de vacío, sino que hará lo que Yo quiero y realij
zará la misión que le haya confiado» (Is 55, 10-11).
La palabra de Dios es, sin duda, un mensaje divino que s|
dirige a los hombres; pero es también, y antes, un fuerza viva!
poderosa que realiza los designios de Dios. Está en el origeif
del mundo, en la elección del pueblo de Israel y en cuanto!
acontece en la historia; manifiesta la trascendencia de Dios yl
al mismo tiempo, su amorosa cercanía a los hombres, a quiel
nes llama, enseña y perdona.
Por último, la expresión «Espíritu de Dios», llamado tamj
bién «espíritu» o «soplo» de Yahvéh, es la personificación de lí
acción salvífica de Dios que actúa en toda la historia bíblica.!
posará sobre un vástago de la cepa de Jesé (cfr. Is 11, 2), es del
cir, sobre el Mesías prometido. Está en el origen del ser y de l
vida de toda criatura (cfr. Gén 1,2). Juan Pablo II explica qilj
el concepto bíblico de creación comporta «la presencia del h l
27 CCÉ, 721 .
82
píritu de Dios en la creación, o sea, el inicio de la comunica
ción salvífica de Dios a las cosas que crea. Lo cual es válido ante
todo para el hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza
de Dios»28. El Espíritu de Dios suscita a los Jueces (cfr. Jue 3,
10) y da discernimiento a los ancianos elegidos por Moisés (cfr.
Núm 11, 17); da la sabiduría a José (cfr. Gen 41, 38); inspira a
los Profetas (cfr. Deut 18, 9-22); y será dado al Mesías (cfr.
Deut 18, 15-19) en toda su plenitud (Is 11, 2 enumera los siete
dones del Espíritu Santo en la versión de la Vulgata); en los
tiempos mesiánicos realizará una efusión extraordinaria y uni
versal (cfr. Joel 3, 1-2; Ez 36, 26-27; Hech 2, 16-18).
28 jP IhDeVU.
83
ñor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con to
das tus fuerzas» (Deut 6, 4-5; Me 12, 29-30)29.
Los atributos y los rasgos con que Jesús describe a Dios son
sustancialmente los mismos que encontramos en la revelación
del Antiguo Testamento. No podría ser de otra manera, si Jesús
quería hacerse entender por un pueblo que había recibido la
palabra de Dios. Al mismo tiempo, Jesús profundiza en esa en
señanza y abre horizontes nuevos a los israelitas y a todos los
hombres. En concreto, Jesús habla de Dios como el ser único,
bueno, santo, justo, todopoderoso, sabio, providente, miseri
cordioso y eterno que hemos visto hace poco.
Por ejemplo, Jesús llama a Dios «Señor del cielo y de la tie
rra» (Mt 11,25), como aparece tantas veces en el Antiguo Tes
tamento; lo llama «Padre Santo» en la Última Cena (Jn 17,
11). Igualmente, en plena sintonía con el Antiguo Testamento,
enseña que Dios es radicalmente distinto del mundo, que es el
Creador y ser trascendente; san Pablo expresa a los atenienses
la enseñanza de Jesús, cuando les dice: «El Dios que hizo el
mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la
tierra, no habita en templos fabricados por hombres, ni es ser
vido por manos humanas como si necesitara algo el que da a
todos la vida, el aliento y todas las cosas» (Hech 17, 24-25).
Junto a la trascendencia, Jesús habla de la cercanía de Dios á
los hombres como nunca se había anunciado al pueblo de Is
rael: ese Dios «escondido» se ha acercado tanto al mundo que
85
últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien ins
tituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el
universo» (Hebr 1, 1-2). San Juan de la Cruz comenta el texto
de Hebreos de este modo: «En darnos, como nos dio a su Hijo*
que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló
junto y de una vez en esta sola Palabra ...: porque lo que ha
blaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo qfn Él,
dándonos álTodo, que es su Hijo». Y añade una consideración
muy adecuada para quienes sientan tentaciones esotéricas: «Por
lo cual, el que ahora quisiese preguntar, o querer alguna visión
o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a
Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer
cosa otra alguna o novedad»30. El Catecismo muestra la razón
sencilla y profunda de esa novedad: «Cristo, el Hijo de Dios
hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del
Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que
ésta»31.
La novedad de la revelación que hace Jesús se sintetiza en
tres grandes contenidos: el misterio de la Santísima Trinidad,
el misterio de la Encarnación del Verbo o Hijo de Dios y la mi
sión del Espíritu Santo. Como es sabido, Jesús ha traído la salr
vación a todos los hombres, especialmente por su Muerte y su
Resurrección gloriosa.
Jesús revela que el único Dios es Padre suyo; en otros térmi?
nos, que Jesús tiene la misma naturaleza que el Padre. No se
trata de dos dioses, sino del único Dios, pues Jesús afirma: «Yo
y el Padre somos uno» (Jn 10, 30). En definitiva, se trata de
una filiación distinta y superior a la filiación divina de los homr
bres, filiación que distingue Jesús con toda claridad cuando El
se aparece resucitado a la Magdalena y le dice que anuncie a los
86
discípulos: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a
vuestro Dios» (Jn 20, 17).
Jesús se presenta como testimonio del Padre, como testigo
directo e inmediato, como quien tiene una intimidad de vida
con El. Esta verdad fue clara y la entendieron perfectamente
los oyentes de Jesús: «Los judíos con más ahínco intentaban
matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que tam
bién llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios»
(Jn 5, 18).
La intimidad de Jesús con el Padre queda expresada de un
modo gráfico con el término «Abba», que muestra la confianza
total de Jesús en el Padre (Me 14, 36). Este término es la ex
presión familiar, «papá», que utilizan los niños hebreos para
hablar con sus padres. Por eso, hay que decir que en Jesús, Dios
se hace accesible con rostro humano, lleno de misericordia.
Jesús también revela que en Dios, además del Padre y del
Hijo, hay otra persona divina a la que llama Espíritu Santo (Le
11, 13), Paráclito o Consolador (Jn 14, 16) y Espíritu de la
verdad (Jn 14, 17). Jesús anuncia que, tras su Resurrección,
enviará el Espíritu Santo a los discípulos, para que les guíe y les
haga recordar y comprender cuanto Él les había enseñado. El
envío del Espíritu Santo tuvo lugar el día de Pentecostés: «Ese
día conoceréis que yo estoy en el Padre, y vosotros en mí y yo
en vosotros» (Jn 14, 20). Precisamente el Espíritu Santo nos da
a conocer por la fe que el hombre Jesús es el Hijo Unigénito de
Dios: «Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de pa.rte
del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, Él
dará testimonio de mí» (Jn 15, 26). El Espíritu Santo también
nos da a conocer que la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Es
píritu Santo, habita en las almas que están en gracia, es decir,
en quienes aman a Jesús y guardan sus mandamientos (cfr. Jn
15,9-11).
Capítulo IV
1 CCE> 234. Los párrafos entrecomillados están tomados del Directorio ge
neral de pastoral catequética, documento destinado a orientar la enseñanza de las
88
Esto mismo indica que el conocimiento del misterio de la
Santísima Trinidad no se reduce simplemente a «saber», sino
que se extiende a toda la vida del cristiano. El ser de Dios —lo
que es Dios en sí mismo— es origen y modelo del ser del hom
bre, creado a imagen de Dios. De ahí que la doctrina sobre la
Santísima Trinidad sea la mejor luz para comprender la digni
dad del hombre, de todo hombre, y el estilo de vida propio de
los cristianos para ser felices en la tierra y alcanzar la, vida
eterna2.
1. ¿Atisbos de la Trinidad
en el Antiguo Testamento?
verdades de la fe con el fin de que sean vividas por todo el pueblo cristiano.
Schmaus dice que la importancia de la Revelación de Dios hecha por Cristo está
sobre todo «en que ofrece conocimientos sobre Dios que trascienden esencial
mente las posibilidades de las fuerzas naturales de la razón. Entre las novedades
que contiene el mensaje de Cristo sobre Dios, el hecho de.su trinidad personal
constituye el contenido más importante» ( Teología Dogrnát. I, o.c., pág. 205).
1 Juan Pablo II ha dedicado sendas encíclicas a las tres Personas divinas,
en las que hace un amplio y profundo análisis del Antiguo y del Nuevo Tes
tamento. La dedicada al Padre se titula Dives in M isericordia (3 0 -11-19 80 );
la del Hijo, Redemptor Hominis (4-03-1979); y la del Espíritu Santo, D om i-
num et Vivificantem (18-05-1986).
89
i
en Jesús. Las huellas y anuncios del Antiguo Testamento «pre
paran» a los creyentes para acoger la revelación de Jesús, lo que
pone de relieve la continuidad a lo largo de toda la Revelación
divina.
Con respecto a los preludios de Dios como Padre en el An
tiguo Testamento, los libros sagrados muestran numerosas ve
ces la paternidad de Dios sobre el pueblo de Israel. Esta pater
nidad tiene un sentido moral y analógico: Dios actúa como un
padre lleno de ternura y misericordia3. Se fundamenta en la
elección que hace Dios de Israel como pueblo suyo, a quien
llama su «primogénito» (Ex 4, 22), y en la Alianza y el don de
la Ley. Se trata de una paternidad de elección —llamada tam
bién adoptiva—, radicada en el misterio de la creación, y que
alcanza a todos los hombres superando la paternidad terrena
«Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me re
cogerá» (Sal 27, 10). En el anuncio del Mesías, la paternidad
de Dios alcanza unos tonos más fuertes y definidos, pues el
Mesías es el Hijo de Yahvéh: «Él me ha dicho: “Tú eres mi hijo.
Yo te he engendrado hoy”» (Sal 2, 7); «Desde el seno, antes tíe
la aurora, como rocío, te he engendrado» (Sal 110,3).
Los atisbos sobre el Hijo, además de lo referido en el párrafo
anterior, se presentan bajo formas de mediación entre Dios y
su pueblo; en concreto, los autores ven esos vestigios en la per
sonificación del Ángel de Yahvéh, de la Palabra de Dios y de la
Sabiduría. En el capítulo anterior hemos visto que Dios actúa
por medio de su «Palabra» (cfr. Is 55, 10-11; Sal 147, 15; Sab
19, 14-16) y de la «Sabiduría» (cfr. Prov 8-9), ambas fuerte
91
concordancia con la interpretación judía antigua, han visto en
este «hagamos» la solemnidad que da la Escritura a la creación!
del hombre, como si Dios se reuniese para deliberar con la:
corte celestial antes de crear al hombre; otros la ven como re¿
flejo de la grandeza y del poder de Dios6.
Otro pasaje famoso que prefigura la Santísima Trinidad es la
manifestación de Dios a Abraham en el encinar de Mambré,
en la que le promete un hijo de su mujer Sara, aún siendo ésta
de edad avanzáda, y en la que Abraham intercede a favor dé
Sodoma y Gomorra. «Abraham alzó la vista y vio que tres
hombres estaban de pie junto a él». Esta nueva aparición de:
Dios a Abraham está revestida de un carácter misterioso, co
menta la Biblia de Navarra, pues los tres hombres representan
a Dios. Cuando Abraham les habla, a veces lo hace en singular
—«Mi Señor»—, como si fuese uno solo; otras lo hace en plu
ral, como si fuesen tres —«un poco de agua para que os lavéis
los pies, y descansaréis bajo el árbol;... traeré un trozo de pan
para que reparéis vuestras fuerzas, y luego seguiréis adelante,
pues por algo habéis pasado junto a vuestro siervo» (Gén 18,1
4.5)—. De ahí que algunos Padres de la Iglesia hayan interpre-;
tado esta aparición como un anuncio anticipado del misterio}
de la Santísima Trinidad; otros, siguiendo la tradición judía!
entendieron que aquellos personajes eran ángeles7.
92
modo particular lo encontramos en las religiones llamadas ce
lestes y en las telúricas. Por ser espíritu infinito, Dios no es
hombre ni mujer; no encaja con El la distinción de sexos. Pero
las religiones primitivas han aplicado a Dios la vivencia más
fuerte y original que identifica personalmente al ser humano,
I la de la paternidad y la de la maternidad8.
¡ En la Sagrada Escritura el término «Padre» aplicado a Dios
¡ tiene un sentido más profundo. Como hemos visto, la paterni-
: dad de Dios en el Antiguo Testamento se refiere al pueblo en
' genera1, a la nación elegida por Dios; los hombres individuales
110 son llamados hijos de Dios9. En la revelación de Jesucristo
el concepto «Dios Padre» adquiere un significado radicalmente
I nuevo. Jesús revela que Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y
10 Cfr. Comité para el Jubileo del año 2000, Dios, Padre misericordioso¿
o^c.y pág. 45 y ss.
94
dre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo
oculto, te recompensará» (Mt 6, 6); «sabe vuestro Pa
dre de qué tenéis necesidad, antes de que se lo pidáis»
(Mt 6, 8). «Vosotros, orad así: Padre nuestro» (Mt 6,
9); «si les perdonáis a los hombres sus ofensas, también
os perdonará vuestro Padre celestial» (Mt 6, 14); «vues
tro Padre celestial las alimenta [a las aves del cielo]»
(Mt 6, 26); «sabe vuestro Padre celestial que de todo
eso estáis necesitados» (Mt 6, 36); «vuestro Padre que
está en los cielos dará cosas buenas a los que se lo pi
dan» (Mt 7, 11).
Resulta inaudito y asombroso a los israelitas que Jesús hable
de Dios en unos términos tan familiares e inmediatos, al
tiempo que les abre un horizonte tan insospechado: sus vidas
tienen como modelo la perfección del Padre celestial. Jesús
abre a los hombres la intimidad con un Dios personal. Se com
prende que las gentes sencillas y rectas se entusiasmaran y si
guieran a Jesús, quien pone al alcance de todos los hombres el
tesoro de felicidad y de seguridad que anhela todo corazón hu
mano.
95
cípulos que Dios no es solamente el Padre de Israel, el Padre dé
los hombres, sino «mi Padre». Precisamente por esto los judíos
querían matar a Jesús, porque «llamaba a Dios su Padre» (Jn 5,
18), «suyo» en sentido totalmente literal. Jesús revela que está
unido al Padre con un vínculo único y exclusivo: «todo» lo del j
Padre ha sido «entregado» por el Padre al Hijo; consiguiente
mente, «todo» lo del Hijo es del Padre, Estas expresiones sugie- ]
ren la unidad de naturaleza; en otras palabras, Jesús afirma que |
el Hijo es igual al Padre, el Hijo es Dios como el Padre. El texto ;
en cuestión también expresa la intimidad de vida entre el Pa
dre y el Hijo, pues el Hijo «conoce» al Padre con el mismo co
nocimiento con que el Padre conoce al Hijo, a quien ha en
viado para hablar a los hombres y «lo ha entregado» para la
salvación del mundo11.
San Lucas recoge el texto de Mateo 11, 27 al regreso de los :
setenta y dos discípulos enviados por Jesús para preparar la pre
dicación del Señor (cfr. Le 10, 17-24) y destaca que Jesús llena
de júbilo su corazón por los milagros hechos por los discípulos
y alaba al Padre porque los humildes y sencillos entienden y
aceptan la palabra de Dios12.
96
que Él hace, eso lo hace del mismo modo el Hijo» (Jn 5,
19). «Pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así ha
dado al Hijo tener vida en sí mismo» (Jn 5, 26). «El Pa
dre que tiene la vida me ha enviado, y yo vivo por el Padre»
(Jn 6, 57).
En plena sintonía con esta revelación, Jesús manifestó pú
blicamente su identidad con el Padre en la fiesta de la Dedi
cación del Templo de Jerusalén. Le desafiaban los judíos que
habían subido a la fiesta: «Si tú eres el Cristo, dínoslo clara
mente» (Jn 10, 24). Jesús les respondió: «Os lo he dicho y no
creéis; las obras que hago en nombre de mi Padre son las que
dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis» (Jn 10,
^5.26). Termina esa respuesta afirmando con toda claridad
su identidad con el Padre: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,
30). «El Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn 10, 38). Este
«Yo» de Jesús tiene la misma dignidad que el «Yo» de Yahvéh
cuando se revela a Moisés en la zarza que no se consume (cfr.
Ex 3, 14).
13 Cfr. J. Gnilka, E l Evangelio según San M arcos, II, o.c., pág. 300 y ss.
97
niños llamaban a sus padres —padre mío, papá— . Los discí
pulos debieron quedar impresionados de ese trato tan íntimo
incomparable de Jesús con Dios.
Jesús fue acostumbrando a sus oyentes para que entendiera^
que en sus labios la palabra Padre para invocar a Dios signifo
caba padre en sentido propio y exclusivo. En la oración sacei*
dotal Jesús pide a Dios: «Padre, ha llegado la hora. Glorifica a
tu Hijo para que tu Hijo te glorifique» (Jn 17, 1). Y poco des*
pues, insiste: «Padre justo, el mundo no te conoció; pero yo t
conocí, y éstos han conocido que Tú me enviaste» (Jn 17, 25)1
Ya en el anuncio de las realidades últimas, hecho con la parái
bola sobre el juicio final, Jesús se presenta como aquel que pro.
clama: «Venid, benditos de mi Padre» (Mt 25, 34). Cuand|
está clavado en la cruz, sus últimas palabras son: «Padre, en tu
manos encomiendo mi espíritu» (Le 23, 46). Y, una vez resuci
tado, anuncia a los discípulos: «Yo os envío al que mi Padre ni
prometido» (Le 24, 49).
Además, es muy significativo que Jesús jamás se une con l(f
discípulos con la expresión «nuestro Padre». Por el contrario, a
referirse a Dios le llama «mi Padre» (Mt 11, 25) y enseña a lo
discípulos a llamar a Dios «Padre nuestro» (Mt 6, 9). De est|
modo Jesús subraya la exclusividad de su relación filial con
Dios, distinguiendo la paternidad de Dios sobre Jesús, engeif
drado eternamente por el Padre, de la paternidad divina sobr
los hombres, que es don alcanzado para nosotros por la acció^
redentora de Jesús. Incluso después de su Resurrección, Jes"
dice a María Magdalena: «Vete donde están mis hermanos'?
diles: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestr
Dios» (Jn 20, 17).
Así, pues, «por medio del Hijo (cfr. Hebr 1, 2) —afirm
Juan Pablo II—, Dios se ha revelado en la plenitud del mil
terio de su paternidad. Sólo el Hijo podía revelar esta píen]
tud del misterio, porque sólo “el Hijo conoce al Padre” (M
11, 27). “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito,
(
98
el que está en el seno del Padre, él mismo lo dio a conocer”
(Jn 1, 18)»14.
99
y de Jacob, es su Padre en sentido estricto15. María y José eiv
cuentran a Jesús «escuchando y preguntando» a los doctores
(2, 46), quienes están «admirados de su sabiduría y de sus res
puestas» (2, 47). También quedaron admirados María y José,
pues «ellos no comprendieron lo que les dijo» (2, 50). Pero
María nos da la clave para entender la revelación de Dios, por
que no rechaza lo que no comprende con su inteligencia, sino
que piensa en ello, pide luces a Dios y, podríamos decir, acari
cia esas palabras inauditas que dice su Hijo para intentar com
prender su significado. San Lucas ños dice que «su madre guar- j
daba todas estas cosas en su corazón» (2, 51). I
|
100
• Jesús habla repetidas veces de la «elevación» del Hijo del
; Hombre, para indicar que, tras la humillación de la cruz, los
* hombres verán su glorificación: «Cuando hayáis levantado al
: Hijo del Hombre, entonces conoceréis que Yo soy, y que nada
hago por mí mismo, sino que como el Padre me enseñó así ha-
¡ blo» (Jn 8, 28). Jesús afirma que su «elevación» en la cruz cons-
í tituirá su glorificación; al abandonar Judas el Cenáculo, dice
Jesús: «Ahóra es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glo
rificado en él» (Jn 13, 31). '
j Jesús utiliza esta expresión, por ejemplo, en el diálogo con
Nicodemo, miembro del Sanedrín de Jerusalén (Jn 3, 1-21),
en la conversión de Zaqueo (Le 19, 1-10), en el anuncio a los
discípulos de su pasión, muerte y resurrección (Me 8, 31-33),
ante él tribunal de Caifás (Me 14, 53-64). El relato más gráfico
es el de la curación del paralítico:
«Entró de nuevo en Cafarnaún [...] y les predicaba la pa
labra. Entonces vinieron trayéndole un paralítico, llevado
*, entre cuatro. Y como no podían acercarlo hasta él a causa
del gentío, levantaron la techumbre por el sitio en donde
se encontraba y, después de hacer un agujero, descolga
ron la camilla en la que yacía el paralítico. Al ver Jesús la
¡l. fe de ellos, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son
perdonados” [...] “Para que sepáis que el Hijo del Hom
bre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados
—se dirigió al paralítico—, a ti te digo: levántate, toma
tu camilla y vete a tu casa”» (Me 2, 1-12).
. Este texto destaca con fuerza el poder divino de Jesús de
\ perdonar los pecados, demostrando tal poder con la curación
; del paralítico.
’ 1 Quizás el pasaje más significativo, y sin duda más dramá-
! tico, sea la confesión de Jesús ante el Sanedrín, pues «los prín-
: cipes de los sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban contra Je-
: sus un testimonio para darle muerte, y no lo encontraban» (Me
ÍOI
14, 55). Jesús permanece en silencio ante las acusaciones de los
falsos testigos, pero confiesa que es el Mesías ante la pregunta
que le hace el sumo sacerdote:
«¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Yo soy, respondió
Jesús, y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del
Poder y venir sobre las nubes del cielo». El sumo sacer
dote se rasga las vestiduras y exclama: «Acabáis de oír la
blasfemia [...] todos ellos sentenciaron que era reo de
muerte» (Me 14, 61-64).
Jesús confiesa que es el Cristo, el Mesías prometido y se
identifica con el Mesías trascendente entrevisto por Daniel16.
102
que da testimonio de sí mismo, y el Padre, que me ha en
viado, también da testimonio de mí» (Jn 8, 18). «Voso
tros sois de abajo; Yo soy de arriba [...] si no creéis que
Yo soy, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8, 23-24).
«Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces
conoceréis que Yo soy, y que nada hago por mí mismo,
sino que como el Padre me enseñó así hablo» (Jn 8, 28).
«Antes de que Abrahán naciese, Yo soy» (Jn 8, 58).
La prueba de que sus oyentes entendieron que Jesús afir
maba de sí mismo que era Dios, como el Padre, es que muchos
creyeron en Jesús, mientras que otros le acusaron de blasfemia
e «intentaban matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado,
sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual
a Dios» (Jn 5, 18).
Al lavar los pies a los Apóstoles antes de la Ultima Cena, Je
sús enseña que su misión y la de sus discípulos es servir; y
anuncia de antemano la traición de Judas: «Os lo digo desde
ahora, antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis que
Yo soy» (Jn 15, 19). Poco después les dice: «Salí del Padre y
vine al mundo; de nuevo dejo él mundo y voy al Padre» (Jn
16,28).
103
hijo único18. En la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor,
poco antes de su pasión, el Padre dice: «Éste es mi Hijo, el
amado: escuchadle» (Me 9, 7). La Transfiguración de Jesús
viene a ser una llamada a seguirle por el camino de la cruz, sa
biendo que tras la muerte viene la resurrección y la glorifica
ción del Hijo de Dios19.
18 Cfr., por ejemplo, Gen 22, 2 .12 .16 , que se refiere a Isaac, «tu único
hijo, al que amas». Cfr. CCE, 535-537.
19 Cfr. J. Gnilka, El.Evangelio según San M arcos, II, o.c., pp. 33-45. Cfr.
CCE, 554-556.
20 Cfr. CCE, 426-429.
104
/
21 Cfr. CCE\ 241. El CCE explica el significado de los títulos que dieron
a Jesús los Apóstoles: Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor (cfr. 430-455); cfr.
Ocáriz-Mateo Seco-Riestra, E l m isterio de Jesucristo, o.c., pág. 111 y ss.
21 Cfr. Juan Pablo II, Creo en el Espíritu Santo, o.c., pág. 144 y ss.
105
píritu» y equivale a respiro, soplo, viento; se tradujo al griego por
«pneuma» y al latín por «spiritus». Como ya hemos visto, la espi
ritualidad es atributo esencial de la divinidad. «Dios es Espíritu»,
dijo Jesús en el coloquio con la Samaritana (Jn 4, 24). *
En el Nuevo Testamento encontramos varios nombres con
cretos: «el Espíritu del Padre» (por ejemplo, en Mt 10, 20; 1
Cor 2, 11; Jn 15, 26); «el Espíritu del Hijo» en Gal 4, 6; «el
Espíritu de Jesús» en Hechos 16, 7. Todas estas expresiones in
dican que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Para
señalar su acción santificadora sobre los hombres, recibe prin
cipalmente el nombre de «Paráclito» o Consolador23.
107
con el Padre y el Hijo: es decir, poseen un significado trini
tario: dicen no sólo que el Espíritu Santo es “enviado” por el
Padre y el Hijo, sino también que ‘ procede” del Padre»27.
108
pobres...». Y añade: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que
acabáis de oír» (cfr. Le 4, 18-30)28. Contra la calumnia de los
fariseos, que acusan a Jesús de estar poseído por el demonio,
responde: «Si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios,
es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros» (Mt 12, 28).
109
5. Expresiones trinitarias del Nuevo Testamento
a) El bautismo de Jesús
112
Santo Tomás hace una estupenda interpretación de este es-
éhá: «Así como en el bautismo de Jesús, donde fue declarado
1misterio de la primera regeneración, se mostró la acción de
fóda la Trinidad, ya que allí estuvo el Hijo Encarnado, se apa-
feció el Espíritu Santo en forma de paloma, y allí se escuchó lá
¡fe del Padre; así también en la Transfiguración, que es como
el'sacramento de la segunda regeneración (la resurrección),
ápareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hom
bre, y el Espíritu Santo en la claridad de la nube; porque así
como el Dios Trino da la inocencia en el Bautismo, de la
misma manera dará a los elegidos el fulgor de la gloria y el ali
vio de todo mal en la Resurrección»32.
c) El mandato m isional
113
Santo como Persona, porque lo nombra junto a las otras dos
Personas de modo idéntico, sin sugerir ninguna diferencia al
respecto: «el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo»; esto no fue
entendido así por algunos, como veremos en el capítulo si
guiente. Al mismo tiempo Jesús manda a los Apóstoles que
bauticen «en el nombre», en singular, consolidando de este
modo la verdad sobre la Santísima Trinidad, puesta en la base
de la vida sacramental de la Iglesia. En definitiva, en este texto
se reafirma la unidad substancial de las tres Personas divinas, es
decir, el Dios Uno y Trino34.
Comenta Juan Pablo II que «estas palabras inauguraban la
misión de la Iglesia, indicándole su compromiso fundamental
y constitutivo. La primera tarea de la Iglesia es enseñar y bauti
zar —y bautizar quiere decir “sumergir” (por esto, se bautiza
con agua)— en la vida trinitaria»35.
La liturgia bautismal se fue llenando del misterio de la San
tísima Trinidad, porque toda la liturgia se ordena a la alabanza
y adoración de las Personas divinas36. Hoy —como a lo largo
de toda su historia— la Iglesia no administra los sacrameñtosí
ni recita las oraciones sin invocar al Padre y al Hijo y al Espí-:
ritu Santo, como fue proclamado y celebrado por los testigos;
34 «Los cristianos son bautizados en “el nombre” del Padre y del Hijo
del Espíritu Santo y no en “los nombres” de éstos, pues no hay más que un,
solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la San-
tísima Trinidad». CCE, 233.
35 Juan Pablo II, discurso de 9-10-1985, 3.
36 «Este texto, tan importante en cuanto síntesis explícita del misterjoj
trinitario, es considerado hoy por la mayoría de los exegetas como un texto,
en el que se resume la práctica bautismal de la iglesia primitiva, una práctica
guiada por el Espíritu de Jesucristo y, por tanto, autorizada por Jesús. De tó
cho, el texto no representa novedad alguna, sino que resume la estructura tris
nitaria de la tradición sinóptica y de todo el Nuevo Testamento; expresa,
pues, la totalidad del hecho soteriológico que se nos aplica en el bautismo;
somos hechos hijos de Dios en el Hijo por el Espíritu Santo», Mateo-Seco,
o:c.> pág. 136.
114
directos de Jesús, los Apóstoles, fortalecidos por la acción del
Espíritu Santo desde Pentecostés.
115
Trinidad en el Nuevo Testamento, son muy oportunas estas
palabras de Juan Pablo II: «El Nuevo Testamento contiene la
plenitud de la revelación trinitaria. Dios, al revelarse en Jesu
cristo, por una parte desvela quién es Dios para el hombre y,
por otra, descubre quién es Dios en Sí mismo, es decir, en su
vida íntima. La verdad “Dios es amor” (1 Jn 4, 16), expresada
en la primera Carta de Juan, posee aquí el valor de clave de bó
veda. Si por medio de ella se descubre quién es Dios para el
hombre, entonces se desvela también (en cuanto es posible que
la mente humana lo capte y nuestras palabras lo expresen),
quién es El en Sí mismo. El es Unidad, es decir, Comunión del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo»37.
Conocidas las verdades que nos proporciona la Revelación
divina, en el capítulo siguiente veremos cómo esa revelación se
fue plasmando en la vida y en la enseñanza de la Iglesia*
116
Capítulo V
HACIA LA FORMULACIÓN DOGMÁTICA
DE LA FE TRINITARIA
1 Juan Pablo II, discurso de 9 -10 -19 8 5 , 5, en Creo en Dios Padre, o.c.y
pág. 145.
117
nuestro conocimiento, sino que se dirige específicamente a J
nuestra vida; en concreto, a nuestra santificación y a la acción |
evangelizadora del cristiano en el mundo. La contemplación í
de la Trinidad es el fin y la substancia de nuestra vida en Cristo. ’
Hemos sido creados y elevados al orden sobrenatural y redimi
dos precisamente para gozar de la Trinidad de Dios. Al mismo
tiempo nos muestra que el desarrollo progresivo del conoci- ,
miento de la Santísima Trinidad no se debe sólo a la reflexión ■
intelectual sobre las verdades reveladas, sino que se expresa más ,
profunda y eficazmente en la Iglesia que reza, celebra los sacra- \
mentos y da testimonio de su fe en Dios en el servicio a los i
hermanos2.
No cabe duda que los cristianos intentaron ilustrar racional- -
mente las verdades reveladas por Dios; de hecho realizaron
grandes esfuerzos para entender racionalmente y para expresar 1
en lenguaje humano (en cuanto es posible que la mente hu-1
mana lo capte y nuestras palabras lo expresen) el misterio que f
encierra el Dios Uno y Trino. Pero es preciso tener en cuenta, ;|
principalmente, la vida de fe. A este respecto, dice Juan Pablo |
II: «Se debe concluir que el Nuevo Testamento trajo la plenkj
tud de la revelación sobre la Santa Trinidad y que la verdad tri-|
nitaria ha estado desde el principio en la raíz de la fe viva de lj,|
comunidad cristiana, por medio del bautismo y de la liturgia. :
Simultáneamente iban las reglas de la fe, con las que nos en- s
contramos abundantemente tanto en las Cartas apostólicas,
como en el testimonio del Kerigma, de la catequesis y de la ¿
oración de la Iglesia»3.
A continuación reseñamos el desarrollo histórico de la ilus-
tración racional del misterio del Dios Uno y Trino que intenta
ron algunos estudiosos y pastores, pero no todos acertaron.
Ante los errores enunciados por algunos, el Magisterio^ asis
2 Cfr. Rovira Belloso, o.c.> pág. 521 y ss.; Mateo-Seco, o.c., pág. 146 yss.
3 Juan Pablo II, Ibídem, 7.
118
tido por el Espíritu Santo, formuló progresivamente la doc
trina de fe de la Iglesia. Como veremos, no se trata de resolver
un problema de matemáticas —cómo uno puede ser igual a
tres— sino de ilustrar racionalmente la verdad revelada de que
hay tres Personas distintas en una sola naturaleza divina; se
trata de un misterio de fe para el que nuestras palabras son su
mamente limitadas.
■ í
120
(Padre). Así pues, Cristo de parte de Dios, y los Apósto
les de parte de Cristo. Los dos envíos sucedieron ordena
damente conforme a la voluntad de Dios. Por tanto, ha
biendo los Apóstoles recibido el mandato, y plenamente
convencidos por la resurrección de nuestro Señor Jesu
cristo y confirmados en la fe por la palabra de Dios, lle
nos de la certidumbre que les infundió el Espíritu Santo,
partieron para dar la alegre noticia de que el Reino de
Dios estaba para llegar»8. ' *
Carta a los Efesios, de San Ignacio de Antioquía (+ 107)
En esta carta San Ignacio alaba a los efesios por haber recha
zado la mala doctrina que algunos querían difundir entre ellos
y pone como fundamento de tal actitud su fe en la Santísima
J Trinidad vivida en el seno de la Iglesia:
«Sois piedras del templo del Padre, dispuestos para la edi
ficación de Dios Padre, elevados a lo alto por la máquina
de Jesucristo, que es la cruz, y ayudados del Espíritu
Santo que es la cuerda. Vuestra fe es la cabria; y el amor,
el camino que os conduce a Dios»9.
'El Pastor de Hermas
Este libro, escrito en su primera parte, probablemente, al
comienzo del siglo II, y la segunda entre los años 140-150, per
tenece a la llamada literatura apocalíptica judía. En él encon
tramos, en el primer mandamiento que recibe Hermas, un pá
rrafo que confiesa la existencia de un Dios único:
«Ante todo, cree que existe un único Dios. Él ha creado y
ordenado el universo; ha hecho pasar to.das las cosas del
121
no ser al ser; Él lo abarca todo. En cambio, sólo Él es ina
barcable»10.
M artirio de San Policarpo
En una carta escrita en el año 156 por un cristiano lla
mado Marción, de Esmirna, se describe el martirio de San
Policarpo, ocurrido unos meses antes. El autor pone en la
bios del mártir una bella doxología trinitaria, es decir, una
proclamación de la gloria divina, que recuerda las fórmulas
litúrgicas:
«Señor Dios omnipotente: Padre de tu amado y bende
cido siervo Jesucristo, por el que te hemos conocido,
Dios de los ángeles y de las potestades y de toda la crea
ción, y de todo el pueblo de los santos que viven en tu
presencia: Yo te bendigo por haberme juzgado digno, en
este día, de tomar parte en el número de los mártires, en
el cáliz de Cristo, para la resurrección de la vida eterna
del alma y del cuerpo, en la incorruptibilidad del Espí
ritu Santo... Yo te bendigo y te glorifico por medio del
Sumo sacerdote eterno y celestial Jesucristo, tu Hijo muy
amado, por el cual sea dada la gloria a Ti junto a Él y al
Espíritu Santo»11.
Estos textos tienen un marcado carácter pastoral. Van diri
gidos a fortalecer la fe de los cristianos en el Dios Uno y Trino,
sea en el contexto del bautismo, sea en el ambiente de la ora
ción sencilla y honda de los primeros cristianos a la Trinidad.
No se encuentra en ellos ninguna reflexión teológica, ni nin
gún afán apologético, sino la enseñanza bíblica sobre Dios y la
alabanza al Dios Uno y Trino.
122
2. El gnosticismo
123
explicar los misterios cristianos incorporando mitos religiosos5
de Oriente, que desfiguran la revelación, y utilizando sin dis-f
cernimiento elementos de la filosofía griega, considerándola
como el criterio supremo de la verdad; de este modo surgieron;
diversas teorías en el siglo II, que tuvieron amplia difusión,
hasta mediado el siglo III y que reciben genéricamente el nom
bre de «gnosticismo».
El gnosticismo es una amalgama o sincretismo de ideas per
sas, babilónicas, egipcias y bíblicas con elementos de la filósb-
fía platónica. Se caracteriza por dar importancia al conocí-i
miento humano, la «gnosis», como clave del universo y de la.
salvación13; el gnosticismo es un movimiento radicalmente an-
tropocéntrico y elitista14.
En medio de su variada complejidad se pueden destacar en
el gnosticismo las siguientes características: (1) Antropocen-
trismo: estima que los hombres son parte de la divinidad,
«chispas» emanadas del ser superior, que han sido arrojadas^ al
mundo material, pero que por la «gnosis» podrán volver a su
estado inicial. 2) Dualismo de procedencia persa: en el mundo
hay una oposición irreductible entre el espíritu y la materia, el
bien y el mal, la luz y las tinieblas; la materia no puede proce-
13 Según Moliné, «el peligro que esto (el gnosticismo) constituyó parala
Iglesia fue mucho más considerable que el procedente de la opinión pública
contraria o el de las mismas persecuciones; pues este movimiento estaba ex
tendido, era vigoroso, tenía un cierto prestigio intelectual, y decía aceptar la
fe cristiana y darle su interpretación correcta y profunda; a un nivel más po
pular, daba respuestas aparentemente simples y parecidas a las cristianas; en
resumen, podía atraer no sólo a muchos cristianos con poca formación, inte
lectuales o no, sino aun falsificar desde dentro el mensaje de la revelación»;
Moliné, o. c., pág. 143.
14 Según Trevijano, «el gnosticismo es uno de los movimientos ideológi
cos, religiosos y filosóficos que a lo largo de la historia han buscado dar res
puesta a las preguntas básicas que continuamente se hace el hombre sobre su
propia identidad y situación, origen y destino», o.c., pág. 68; cfr. Quasten,
Patrología I, o.c., pág. 251 y ss.; Moliné, o.c., pág. 141 y ss.
124
P f ■'
125
I
dido del cielo por medio del Espíritu Santo para la salvación ;
de los hombres. Y, engendrado de una Virgen santa, sin fecun
dación ni desfloración, tomó carne y se mostró a los hombres, j
con el fin de apartarlos del error del politeísmo»17.
San Justino, nacido en Palestina y martirizado hacia el año j
165, en su Primera apología,, escrita en Roma hacia el año 150, ;
muestra que,el dios que los filósofos griegos conciben como ser i
supremo coincide en gran manera con el Dios de Jesucristo, \¡
creador del mundo y autor de la historia de la salvación. Re- ;
chaza la acusación de ateísmo dirigida contra los cristianos, J
afirmando que «No negamos al Dios verdadero, Padre de la
justicia, de la pureza y de las demás virtudes, que no tiene co
munión alguna con el mal»18. En San Justino encontramos los
primeros balbuceos teológicos sobre la Santísima Trinidad: ha-
bla del Logos, que procede de la voluntad del Padre, y del Es-
píritu Santo, a quien atribuye la iluminación de los profetas.
Atenágoras (+ h. 1 7 7 ) muestra una incipiente reflexión
trinitaria al defender la fe en Dios contra los que acusan a los
cristianos de ateos: «He demostrado suficientemente que no
somos ateos: admitimos un solo Dios, increado, eterno, invisi
ble... Realmente, uno no puede menos de maravillarse al oír
llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre y a un Dios
Hijo y a un Dios Espíritu Santo, que muestran su potencia en
la unidad y su distinción en el orden»19.
San Ireneo de Lyon es el teólogo más importante del siglo II.
Oriundo de Esmirna (h. 130), fue discípulo de San Policarpo y
en el 177 ya es presbítero de Lyon; murió mártir hacia el año
200. Refutó las fantásticas especulaciones de los gnósticos sobre
un dios que se degrada en emanaciones, y los errores de los dua
126
listas* según los cuales en Dios habría dos principios, uno bueno
y otro malo. Para ello, San Ireneo destaca la unidad absoluta de
Dios, ser enteramente espiritual, justo y santo. Junto a Dios no
existe una materia eterna, ni un demiurgo que origina el mundo
por emanación. Para ello resalta que sólo el Dios único es crea-
dor de todo lo que existe. Este Dios es el autor del Antiguo y del
Nuevo Testamento y el que se ha revelado plenamente en Cristo:
«Será bueno que comencemos por lo primero y más importante,
a saber, Dios, el creador que hizo el cielo y la tierra y todo lo que
en ellos hay ... El hizo todas las cosas por su propia y libre deci
sión, sin que nadie le empujara a ello; pues El es el único Dios,
el único Señor, el único Creador, el único Padre, el único Sobe
rano de todo, el que da la existencia a todas las cosas ¿Cómo po
dría haber sobre El otra totalidad, otro principio, otro poder u
otro dios? Porque Dios ha de ser la totalidad de todas las cosas, el
que las contiene a todas en su infinitud, mientras que a El nada
puede contenerle. Si algo hubiera fuera de El, ya no sería la tota
lidad de todas las cosas, ni las contendría a todas»20.
Al hablar de la Santísima Trinidad, distingue claramente en
tre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y lo hace siempre en la
perspectiva de la economía de la salvación: «Quienes pertene
cen a la Iglesia siguen una voz única que atraviesa el mundo
entero. Es una tradición segura que nos viene de los Apóstoles,
y que nos hace recibir una misma y única fe, creyendo todos
en un solo y mismo Dios, el Padre; creyendo todos en la misma
economía de la Encarnación del Hijo de Dios; reconociendo
todos el mismo don del Espíritu»21.
127
doctrina cristiana: entre ellos descuellan Clemente de Alejan
dría y Orígenes.
A comienzos del siglo III Clemente de Alejandría (+ 211/215)
defiende la unicidad de Dios frente al politeísmo pagano; para
ello se sirve de la argumentación que le brindan las pruebas de
la existencia de Dios: por definición, Dios tiene que ser infi
nito; en consecuencia, el ser infinito tiene que ser único.
Orígenes (185/255) sucede a Clemente en la escuela de Ale
jandría. Considera la existencia de Dios como una verdad ase
quible a la inteligencia del hombre; se llega al conocimiento del
Dios único mediante la contemplación de la naturaleza y la rec
titud de vida, porque «todo lugar es parte del universo, y todo él
mundo es templo de Dios»22; y «el que tenga el corazón limpio
verá a Dios; y el que no lo tenga, no verá lo que aquél puede
ver»23. Orígenes enseña que la unicidad de Dios es la verdad pri
mordial sobre Dios: «Un solo Dios, creador y ordenador de to
das las cosas, que ha sacado el universo de la nada, Dios de todos
los justos desde el origen del mundo... Dios justo y bueno como
Padre de Nuestro Señor Jesucristo, autor de la Ley y los Profetas,
del Evangelio y de los Apóstoles, Dios del Antiguo y del Nuevo
Testamento»24. También afirma que en Dios están unidas la jus-
ticia y la bondad infinitas. No son incompatibles, sino insepara
bles: no existe lo bueno sin lo justo, ni lo justo sin lo bueno. El
mal no proviene de Dios, sino de la libertad humana.
En lo referente a la Trinidad, Orígenes la considera en el
marco de la economía de la salvación: el Padre es el creador y
principio de todas las cosas; el Logos es el mediador; el Espí
ritu Santo está presente dondequiera que hay santidad. Frente
a los gnósticos afirma que el Hijo no procede del Padre por di
22 Orígenes, Contra Celso, 7, 44, en Vives, o.c., pág. 256; cfr. Trevijano,
o.c., pág. 160 y ss.
23 Orígenes, H om ilía in Lucam, 1, 3, en Vives, o.c., pág. 258.
24 Orígenes, De Principiis, 1, 4, en Mateo-Seco, o.c., pág. 186.
128
visión o emanación, sino que procede «de una generación
desde siempre y eterna, a la manera como el resplandor viene
de la luz»25; por esto, no hubo momento en el que el Hijo no.
existiera. También afirma la divinidad del Espíritu Santo:
«Hasta ahora no he hallado pasaje alguno de las Escrituras que
sugiera que el Espíritu Santo sea un ser creado»26; el Espíritu
Santo «está eternamente con el Padre y el Hijo, y como el Pa
dre y el Hijo existe siempre, existió y existirá»27.
4. Monarquianismo y modalismo
130
pulo de Valentín y residente en Roma a finales del siglo II. Para
Teódoto, Cristo sería un hombre común, nacido de la Virgen
María, que recibió una «dynamis» o fuerza divina al descender
el Espíritu Santo sobre él en el Bautismo. Esta dynamis habría
convertido a Cristo en un hombre superior, pero simplemente
hombre.
' El adopcionista más famoso fue Pablo de Samosata, minis
tro de la reina Zenobia de Palmira y después, entre los años
260 y 280, obispo de Antioquía. Pensaba de Cristo «cosas ba
jas y mezquinas, contrarias a la enseñanza de la Iglesia», según
Eusebio de Cesárea31. Decía que Cristo era un hombre común
y que el Logos no era más que una fuerza divina impersonal
que fue dada a Cristo para que le guiase. El Hijo y el Espíritu
solo serían fuerzas divinas identificadas con la persona del Pa
dre.. Pablo de Samosata utiliza el término «homousios» = con
substancial, para afirmar que el Logos forma con el Padre una
esencia, pero niega la diferencia personal entre el Padre y el
Hijo; no reconocía tres personas en Dios, sino que dio el nom
bre de Padre al Dios que creó todas las cosas; de Hijo, al que
era meramente hombre; y el de Espíritu, a la gracia que residía
en los Apóstoles32. Más tarde, el concilio de Nicea utilizará el
término «homousios» para afirmar la perfecta igualdad de natu
raleza del Hijo con el Padre al mismo tiempo que afirma la di
ferencia personal entre el Padre y el Hijo.
La herejía adopcionista no caló en el pueblo cristiano, de
bido quizá a la frialdad de su planteamiento, tan ajeno a la go
zosa contemplación de un Dios encarnado, que ha venido al
mundo para salvar a los hombres.
131
niega que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean personal
sujetos divinos real y eternamente distintos; no recono« esn
ellos más que unos modos de manifestación en la historia dely
salvación de un Dios unipersonal. Al querer afirmar, al mism||
tiempo, que Cristo es Dios lo explica no como la Persona dil
vina que tiene la misma substancia que el Padre, sino como til
modo distinto de manifestarse el Padre.
Según Sabelio, Dios se habría manifestado como Padre eíi
la creación, después como Hijo en la redención y, finalmente!!
como Espíritu Santo en la santificación de los fieles; pero sieríil
pre sería la misma persona la que se habría manifestado en f¿í||
mas o modos diversos. Para expresar esta triple modalidad ám
manifestación, Sabelio emplea el término griego «prósopóñf í
persona, uno de los que será utilizado más adelante para explil
car el misterio de la Trinidad; pero aquí Sabelio lo utiliza sóloi
en su primer significado etimológico de «máscara» o «caretatíl
Según esto, Dios se habría puesto la careta, en primer lugar, del
Padre, después la de Hijo y finalmente la de Espíritu Santo!!
Aunque Sabelio habla de una trinidad en Dios, no se trata del
la Trinidad de personas realmente distintas, sino de una simple!
apariencia.
Como salta a la vista, hay mucha imaginación en Sabelio fi
ausencia de análisis racional de la realidad divina. A los modatf
listas se les llama también «patripasianos», porque una de : us 3
corrientes afirma que «Cristo era el mismo Padre, y que el Pa
dre fue el que había nacido, padecido y sufrido» en la cru733
132
Estas afirmaciones dan la impresión de encontrarnos en el am
biente de los mitos orientales, que buscan fascinar la imagina
ción del hombre, porque carecen de los argumentos intelec
tuales que explican el misterio trinitario.
* Carece de sentido hablar de una Trinidad que se manifiesta
de modo sucesivo en la historia de la salvación, es decir una
Trinidad económica o funcional, cuando no se admite laTrini-
dad en sí misma, en el mismo ser de Dios. Si no hubiera Trini-
dg¿eñ el mismo seno de Dios, no se podría hablar de una Tri
nidad que salva a los hombres.
El Papa Ceferino (198/217) rechazó el patripasianismo,
afirmando que «no fue el Padre el que murió, sino el Hijo»34. Y
el Papa San Dionisio (259/268) condenó a Sabelio con pala
bras muy duras. «Éste (Sabelio) blasfema diciendo que el
mismo Hijo es el Padre y viceversa»35.
133
precedencia. También es oportuno distinguir la subordinación
real de la subordinación en los modos de expresarse. Hay su
bordinación en el ser cuando un ser es menos perfecto que
otro; por ejemplo, el hombre con respecto a Dios. Hay subor
dinación en el orden cuando un ser es posterior a otro, aunque
tenga el mismo ser o naturaleza, como ocurre entre el hijo y su
padre; ambos son personas humanas, con el mismo ser o natu
raleza, pero uno es anterior al otro y goza de una mayor vene
ración o preeminencia por razón de que el padre ha dado la
vida al hijo.
Por eso es lícito hablar no de una subordinación, sino de un
orden en las Personas divinas, pues el Padre es fuente y origen
de toda la Trinidad. De hecho en el lenguaje cristiano es co
rriente llamar al Padre la «primera» persona de la Santísima Tri
nidad, al Hijo la «segunda», y al Espíritu Santo la «tercep». Se
trata de una subordinación en el orden de las Personas. La fe
católica afirma que «en la Santísima Trinidad nadie es antes ni
después, nada mayor o menor, sino que las tres Personas son
coeternas e iguales entre sí», como confiesa el Símbolo Atana-
siano, 25-26.
La herejía del subordinacionismo trinitario consiste en afir
mar una diferencia en el ser, es decir una diferencia y subordi
nación ontologica entre las Personas divinas. Se trata de una
subordinación real que lleva a negar la divinidad del Hijo y del
Espíritu Santo. La subordinación en el modo de expresarse que
encontramos en no pocos escritores cristianos del siglo IV (poi
ejemplo, Orígenes), se debe a una deficiencia en el uso de unos
términos que aún no estaban perfectamente aquilatados y defi
nidos, o a error en los razonamientos, pero en plena adhesión
personal a la fe cristiana.
Arrio (256/336), presbítero de Alejandría, queriendo de
fender la unidad del Dios trinitario, no vio otra manera de ex
plicarlo que recurrir al fácil expediente de subordinar de modo
real al Hijo con respecto al Padre. Arrio temía que la divinidad
de las tres Personas divinas llevara a los cristianos a aceptar el
politeísmo de los paganos. En su razonamiento, Arrio enten
dió que el Hijo de Dios era «desigual» al Padre —«de una sus
tancia distinta de la del Padre»—, pues no habría sido engen
drado en toda la eternidad, sino que habría sido «hecho» de la
nada por el Padre en el tiempo, y «adoptado» como Hijo; es
decir, sería Dios en sentido impropio, no por naturaleza sino
por gracia o adopción. Arrio no sólo niega la existencia eterna
del Hijo, sino la eterna paternidad del Padre36.
El error fundamental de Arrio está en que niega la genera
ción eterna en Dios y, en consecuencia, niega la auténtica pa
ternidad del Padre. Arrio aplica a Dios el concepto de genera
ción material; por tanto, si Dios engendrase, habría dos dioses,
el engendrante y el engendrado; en consecuencia, Dios no
puede ser Padre en sentido propio, sino sólo en sentido figu
rado. Además, si el Verbo fuera engendrado, tendría que ser
posterior al engendrante y, en consecuencia, no puede ser
eterno; por tanto, tampoco el Hijo puede ser Hijo en sentido
propio, sino de modo relativo, por adopción. Hay un subordi-
nacionismo radical al considerar al Hijo hecho en el tiempo.
Ante tal planteamiento, Arrio no ve más salida que afirmar que
el Hijo no puede ser de la misma sustancia que el Padre; ha de
ser criatura, un ser intermedio entre Dios y los hombres, a
quien Dios dio la existencia para crear el mundo.
36 Después del año 320 Arrio escribió así su teoría: «El Dios no siempre
fue Padre; sino que alguna vez el Dios estaba solo sin ser Padre y más tarde se
hizo Padre. No siempre existió el Hijo; porque habiendo sido hechas todas
las cosas de la nada, y siendo todas las cosas criaturas y obras, también el
Verbo de Dios fue hecho de la nada, y alguna vez no existía; ni existía antes
de ser hecho, sino que también él tuvo principio al ser creado. Porque Dios
estaba solo y no existían aún el Verbo y la Sabiduría. Más tarde, cuando quiso
creamos, entonces hizo a uno y lo llamó Verbo y Sabiduría e Hijo, para crear
nos a nosotros por su medio» T halíat en Mateo-Seco, o.c., pág. 204.
135
6. El Concilio de Nicea (325)
136
llamaba Hijo no en sentido propio, sino adoptivo. En la genera
ción eterna del Verbo, el Padre entrega al Hijo su propia sustan
cia, es decir, el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre —«ho-
mousios» - consustancial—; puntualizan esa identidad de
naturaleza al rechazar el término criatura que usaba Arrio. En
tercer lugar, al referirse al Hijo, el Concilio en un apéndice al
símbolo condena expresiones concretas utilizadas por los arria-
nos: «Los que, en cambio, dicen: “Hubo un tiempo en que no
fue”, y: “Antes de ser engendrado, no era” y que fue hecho de
la nada, dicen que el Hijo de Dios es de otra hipóstasis o sus
tancia o creado, o cambiable o mudable, los anatematiza la
Iglesia católica»39. En cuarto lugar, el Concilio no hace nin
guna declaración doctrinal acerca de la Persona del Espíritu
Santo, ya que aun no se había dado ningún motivo para ello
(las herejías sobre la Tercera Persona aparecerán un tiempo más
tarde).
En una carta escrita á los egipcios, el Concilio especifica lo
siguiente: «Ante todo fue examinado, en presencia del piísimo
emperador Constantino, la impiedad y la perversidad de Arrio
y de sus seguidores. Por unanimidad decidimos condenar su
impía doctrina y las expresiones blasfemas con que se expre
saba a propósito del Hijo de Dios: sostenía, en efecto, que
venía de la nada y que antes del nacimiento no existía, y que
era capaz del bien y del mal; en una palabra, que el Hijó de
Dios era una criatura. El Santo Concilio ha condenado todo
ésto»40.
El Catecismo resume lás vicisitudes que atravesó la Iglesia en
la formación de la doctrina trinitaria en estos términos: «Du-
fante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente
su fe trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de
la fe como para defenderla contra los errores que la deforma
137
ban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por
el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el
sentido de la fe del pueblo cristiano»41.
138
No se trata de una cuestión aritmética (tres en uno), sino de
intentar comprender, aunque sea de modo elemental, el signifi
cado de los conceptos «persona» y «naturaleza». Si tenemos en
cuenta al ser humano, la palabra naturaleza responde a la pre
gunta «qué» es, «qué» somos todos los hombres; en cambio, la
palabra persona responde a la pregunta «quién» es el hombre. La
naturaleza dice relación a nuestro obrar; nos dice que no somos
piedras, ni árboles, ni peces; nuestra naturaleza indica lo que so
mos y lo que podemos hacer de acuerdo con lo que somos; por
ejemplo, podemos pensar, pero no podemos volar por nosotros
mismos. La persona se ha definido como «sustancia individual
de naturaleza racional» (Boecio); en otras palabras, el término
persona indica que tenemos la capacidad de pensar y de decidir
por nosotros mismos y que somos los sujetos de todas nuestras
acciones, sea pensar, decidir o correr43. En definitiva, la persona
es un todo del que la naturaleza es la parte fundamental.
Con esas premisas podemos decir que la eterna generación
en Dios es de naturaleza absolutamente espiritual, por la senci
lla razón de que Dios es espíritu. Arrio cometió la torpeza inte-
léctual de aplicar a Dios la generación que se da en los seres
corporales. Nicea, basándose en la Revelación, afirma que Je
sucristo es el Hijo de Dios; si es Hijo ha de ser engendrado y,
por consiguiente, tiene numéricamente la misma sustancia que
el Padre y no distinta. La teología aplica el concepto de genera
ción a Dios por analogía con el proceso de conocimiento hu
mano: el hombre, al conocerse a sí mismo, produce una imagen
de sí mismo, un «concepto», es decir, una «idea concebida», que
basándose en el término latino «verbum» es llamada con frecuen
cia verbo interior. De este modo, se aplica a la generación del
Hijo el término «concepto» eterno y Verbo interior de Dios. La
explicación que dan los Padres de la Iglesia es la siguiente: Dios,
139
conociéndose a Sí mismo, engendra al Verbo-Hijo, que es Dios
como el Padre, como el que engendra, e Hijo, como el que es
engendrado, en la suprema identidad de la.Divinidad, que ex
cluye una pluralidad de dioses. El Verbo es el Hijo de la misma
naturaleza que el Padre, y es con Él el Dios único de la revela
ción del Antiguo y del Nuevo Testamento.
La controversia teológica posterior a Nicea contra el arria-
nismo la realizan San Atanasio de Alejandría (+ 373) y los Pa
dres capadocios ---San Basilio (+ 379), San Gregorio de Na-
cianzo (+ h. 390) y San Gregorio de Nisa (+ h. 396)— quienes
desarrollan la teología trinitaria y perfilan los conceptos de sus
tancia y persona. Entienden por «ousía» la naturaleza, sustan
cia o esencia, que es común a todos los seres de la misma espe
cie; «hom ousios» significa consustancial, que tiene la misma
sustancia o naturaleza que el otro ser con el que se relaciona; y
perfilan el concepto de «hipóstasis» entendiéndolo como la rea
lidad individual que distingue a io concreto en contraposición
al concepto de «ousía» y que terminará significando persona.
Consideraron como nota característica del Padre el ser fuente
originaria y no ser engendrado; del Hijo, el ser engendrado; y
del Espíritu Santo, proceder del Padre y del Hijo44.
44 El Catecismo explica esos términos del modo siguiente. «La Iglesia uti
liza él término “substancia” (traducido a veces también por “esencia” o por
“naturaleza”) para designar el Ser Divino en su unidad; el término “persona”
o “hipóstasis” para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distin
ción real entre sí; el término “relación” para designar el hecho de que su dis
tinción reside en la referencia de cada uno a los otros», CCE, 252.
140
nir la identidad numérica de naturaleza entre el Padre y el
Hijo. Pero la lógica arriana, que niega la divinidad del, Hijo,
llevaría a negar también la divinidad del Espíritu Santo.
Un grupo enemigo de Arrio, dirigido por Macedonio
(+ h. 362), obispo de Constantinopla, defiende que el Hijo
tiene la misma sustancia del Padre por haber sido engendrado;
se basa en esto para negar la divinidad del Espíritu Santo, pues
Este no ha sido engendrado. El arriano Eunomio dice: «Uno
solo es el Espíritu Santo, la primera y la mayor de todas las cosas
hechas por el Hijo, por mandato del Padre, creado por la. ac
tividad y por el poder del Hijo»45; a este grupo se les llama
«pneumatómacos» por ser adversarios del Espíritu Santo; y «ma-
cedonianos» por ser seguidores de Macedonio46.
Los Padres capadocios plantean el monoteísmo cristiano
desde la contemplación de la Trinidad: «Desde la luz, que es el
Padre, entendemos al Hijo en la luz, esto es, en el Espíritu; teo
logía breve y simple de la Trinidad», dice San Gregorio Nacian-
fceno47. Y argumenta a continuación: «Si hubo un tiempo en el
que el Padre no era, hubo un tiempo en el que no era el Hijo. Si
hubo un tiempo en el que el Hijo no era, hubo un tiempo en el
que tampoco era el Espíritu. Y si uno de ellos era “desde el prin
cipio” (1 Jn 1, 1), también eran los tres. Si tu abajas a uno solo,
oso decirte que destronas de lo alto a los otros' dos».
San Basilio de Cesárea (+ 379) es el primero que escribe un
tratado «Sobre el Espíritu Santo» en el año 37548 y perfila la
doctrina que culminará en el primer Concilio de Constantino-
141
pia. Su planteamiento descansa en la consideración de la mi
sión del Espíritu Santo, es decir, en su función en la historia de
la salvación, argumentando contra los macedonianos que si el
Espíritu Santo no fuese Dios, no podría hacernos partícipes de
la vida divina.
Un estupendo resumen de la doctrina de San Basilio sobre
el Espíritu Santo nos la ofrece Juan Pablo II: «Es el Espíritu
dado a todo el que se bautiza quien infunde en cada uno los
carismas y les recuerda los preceptos del Señor; es el Espíritu
quien anima a toda la Iglesia y la ordena y vivifica con sus do
nes, haciendo de toda ella un cuerpo espiritual y carismàtico.
De aquí se eleva San Basilio a la serena contemplación de la
gloria del Espíritu, misteriosa e inaccesible, confesándolo, por
encima de toda creatura, Rey y Señor, porque por Él hemos
sido divinizados, y Santo, porque por El somos santificados.
Así, pues, San Basilio, habiendo contribuido a la formulación
de la fe trinitaria de la Iglesia, le habla todavía hoy a su corazón
y la consuela, especialmente con la luminosa confesión de su
Consolador»49.
San Basilio plantea la divinidad del Espíritu Santo desde la
oración de la Iglesia; en concreto, desde la liturgia bautismal
en obediencia al mandato de Mt 28, 19. El mandato del bau
tismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
muestra tanto la igualdad entre las Personas divinas como la
plena comunión entre ellas de los atributos divinos y del honor
que les tributa la liturgia. San Basilio utilizaba indistintamente
estas dos fórmulas: la tradicional «Gloria al Padre por medio
del Hijo en el Espíritu Santo» y otra que él formuló: «Gloria al
Padre con el Hijo y con el Espíritu Santo»50.
49 Juan Pablo II, Patres Ecclesiae (Carta Apostólica con ocasión del XYI
Centenario de la muerte de San Basilio), 2 -0 1-19 8 0 , en Mateo-Seco, o.e.,
pág. 238.
50 Cfr. San Basilio, Sobre el Espíritu Santo , 1, 3, en o.e., pág. 106.
142
t
A partir del Concilio de Alejandría (362) se va perfilando
la terminología trinitaria y la declaración explícita de la divi
nidad del Espíritu Santo. Al conocimiento sigue el amor.
Cuando conocemos algo, si este algo es bueno y perfecto,
despierta en nosotros un amor proporcionado a su bondad.
Este amor que procede de nuestro acto de voluntad, es un
impulso hacia el ser amado, una fuerza, un aliento vital, que
nos lleva a él, que nos une, que nos vincula, nos encadena.
De modo análogo a aquel acto infinito y eterno de conoci
miento con el que el Padre engendra al Verbo por vía de ge
neración, así el acto de amor eterno con el que el Padre y el
Hijo se aman mutuamente, da origen por vía de proceden
cia, como de un solo principio, a la Persona del Espíritu
Santo, vinculación de Dios con Dios —después de haber vin
culado al Padre y al Hijo en la común espiración—, que cie
rra, por decirlo así, el círculo de las operaciones intratrinita-
rias, en una unidad perfecta, infinitamente activa y completa,
fecunda y gozosa51.
143
En el año 381, en el primer Concilio de Constantinopla se
define la divinidad del Espíritu Santo y se completa el símbolo
de Nicea. Dice así en lo referente al Espíritu Santo:
«Y (creemos) en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,
que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo recibe una
misma adoración y gloria, y que habló por los profet;:as»52
Esta definición ofrece los siguientes argumentos sobre la di
vinidad del Espíritu Santo. En primer lugar, con el calificativo
bíblico «Santo» (Le 1, 35; Jn 14, 26) que, en su radicalidad,
sólo se aplica a Dios: sólo Dios es santo; en segundo lugar, con
el nombre «Señor», utilizado por la Escritura para expresar la
divinidad del Hijo y del Espíritu Santo (como ya se ha dicho,
el término «Dios» se reserva para la persona del Padre); en ter
cer lugar, la expresión «dador de vida», queriendo expresar que
se atribuye al Espíritu Santo la tarea de santificar a los fieles y
dé resucitar los cuerpos al fin del mundo (cfr. Rom 8, 11); en
cuarto lugar, con la afirmación de Jesucristo «que procede del
Padre» (Jn 15, 26), para expresar su origen y su misión divinas;
en quinto lugar, mostrando que el Espíritu Santo merece igual
«adoración y gloria» que el Padre y el Hijo, lo que no ocurriría
si el Espíritu Santo no fuese Persona divina; por último, la ex
presión «habló por los profetas» reafirma la divinidad del Espí
ritu Santo.
El Catecismo enseña que «antes de su Pascua, Jesús anuncia el
envío de “otro Paráclito” (Defensor), el Espíritu Santo. Éste, que
actuó ya en la Creación y por los Profetas, estará ahora junto a
los discípulos y en ellos, para enseñarles y conducirlos “hasta la
verdad completa” (Jn 16, 13). El Espíritu Santo es revelado así
como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre»53..
52 DH, 150.
53 CCE, 243.
144
'J
CCE, 242.
145