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La leyenda dice que la flor del cactus es la transformación de la hija de un cacique que se había

enamorado de un humilde indio. El padre se opuso tenazmente así que huyeron para
esconderse en las montañas...Al darse cuenta el cacique salió en su persecución y cuando ya
los iba alcanzando, los enamorados pideron ayuda a la Pachamama quien les abrió el pliegue
de su manto y los recogió en su regazo convirtiéndolos en cardón.

Cuando las nubes se toman oscuras y los cerros retumban en cada trueno, la india enamorada
convertida en una blanca flor, se abre sobre el verde pecho de su amado y asoma la cara para
ver la lluvia que comienza... mientras que la Pachamama sonríe observándolos en lo alto del
cerro.

LEYENDA DE LA FLOR DEL CACTUS - (leyenda diaguita)

La región humahuaqueña antes de que el mundo estuviera totalmente firmado, era un lugar
sereno y de paz. Los indios vivían labrando sus andenes gustando la coca en acullicos
interminables. Calchaquíes y diaguitas soñaban envidiosos con conquistar sus tierras llenas de
vida, amor y esperanza. Un día resolvieron a una de sus más hermosas mujeres llamada Zumac
Huayna para enamorar al jefe de los humahuacas, distraerlo de sus labores, de su vigilancia
sobre el pueblo feliz y permitir la destrucción del mismo. Y en efecto lo consiguió. La muerte
reinó por doquier al ser traicionados los humahuacas. Una noche infernal fue aquella en la que
perecieron miles y miles de hombres desarmados, hasta hacía poco dichosos y contentos. Sólo
se salvó el infortunado jefe, que lanzando proféticas palabras, anunció lo inútil de esa
matanza, ya que no gozarían los vencedores de esa victoria. La tierra antes verde, amarilló de
arenas estériles, de rocas erizadas. Y primero él y luego todos los cadáveres de sus hermanos,
fueron transformados en espinosos cactos y escalonándose en quebradas y valles, en las cimas
y en los pasos, como centinelas alertas y eternos. Y en horas en que el sol calcina la tierra,
antes fértil ahora yerma, abren sus flores amarillas, blancas y rosas, que, según dicen los
lugareños son las almas de aquellos buenos indios...

Cuenta la leyenda que los cardones que hay en los valles, son indios que, convertidos
enplantas, aún vigilan los cerros.Ellos velan por la felicidad de sus habitantes que, de esta
manera, nunca más seránperturbados por extraños en conquista de tierras.Se dice que en
épocas de la conquista, el Inca, al ver que los españoles estaban dominando asu pueblo, envió
emisarios a los cuatro puntos del imperio, para dar un golpe mortal al invasor.Para ello, los
guerreros se apostaron en lugares claves por dondepasarían los conquistadores,esperando la
orden de atacarlos por sorpresa. Pero esta orden nunca llegó, pues los chasquis(correos)
enviados, fueron capturados en el camino y el Inca, torturado y muerto.Los valientes indios
esperaron y esperaron, vieron ansiosos pasar las tropas europeas sinrecibir la orden de
atacar...El tiempo pasó y desolados, quedaron en sus puestos.La Pachamama, piadosa, los fue
adormeciendo y haciéndolos parte de ella... así comenzaron aunirse sus pies a la greda y la
Madre Tierra los cubrió de espinas, para evitar que los dañaranen sus sueños.Se dice que aún
hoy, estos estoicos vigías, esperan la orden para atacar.

Hace cientos de años, en tierras que pertenecen en la actualidad a la provincia argentina de


Catamarca, las tribus de los huasanes y de los mallis vivían en guerra permanente.

Un día, la hija del cacique de los huasanes, llamada Munaylla, que en lengua quechua significa
<hermosa>, conoció por casualidad al hijo del gran jefe de los mallis, Pumahima, nombre que
quiere decir <valiente>.

Desde el primer momento Munaylla y Pumahima se enamoraron, pero no se atrevieron a


confesárselo a sus mayores.

En uno de sus encuentros a escondidas, el joven le propuso a la muchacha:

-¿Por qué no nos vamos a algún lugar donde no puedan encontrarnos? Será la única forma de
estar juntos y felices.

Munaylla estuvo de acuerdo y una madrugada los dos jóvenes abandonaron sus hogares y se
pusieron a andar sin rumbo fijo.

Durante el día se escondían en las cuevas y por la noche seguían caminando hasta desfallecer,
y así estuvieron 4 días, pero al 5º día oyeron las voces de sus perseguidores. Para evitar que los
encontraran, Pumahima rogó a su dios, Pachacámac, y este les ayudó convirtiendo a
Pumahima en una planta alta, recta, verde y con espinas, un cactus. Munaylla se cobijó en un
capullo de flor bastante espacioso.

Los perseguidores pasaron de largo sin fijarse en el gran cactus, que en realidad era el hijo del
jefe de los mallis, Pumahima.

Los enamorados pidieron a su dios que les dejara con esa forma para siempre y que no les
volviera humanos.

Meses más tarde llegó la primavera y una preciosa flor asomó del cactus. Era Munaylla.
Desde ese momento, el cactus Pumahima defiende con las espinas de su cuerpo vegetal a su
amada, que ahora era una flor, la flor que florecía en él para respirar aire y ver el cielo cada
primavera.

Así nació esta historia, la leyenda de la flor del cactus

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