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ETAPAS O FASES DEL PROCESO PENAL EN ARGENTINA

Introducción

El proceso penal, tiene por lo general, diferentes etapas, que si bien todas res-
ponden a los fines últimos de aquél, cada una tiene objetivos propios.
En orden cronológico señalamos la investigación preparatoria de la acusación;
el juicio que decide sobre ella; los recursos para corregir posibles errores en las decisio-
nes, y la ejecución de lo decidido en la sentencia.
La investigación preparatoria puede encontrarse precedida de la actuación poli-
cial (prevención policial) que sólo se justifica en teoría por razones de urgente necesi-
dad de evitar la pérdida de prueba o la fuga de los sospechosos, si bien en la práctica
esta actuación es la regla general.
A través de ellas y en forma progresiva, se tiende a obtener una sentencia de
absolución o condena; y por ello, cada una de esas etapas constituye el presupuesto ne-
cesario de la que se sigue, en forma tal, que no es posible eliminar una de ellas sin afec-
tar la validez de las que le suceden.
A la vez, su desarrollo está programado como un recorrido que, desde un punto
de partida que es la afirmación hipotética de la comisión de un delito, va avanzando
hacia un final que es el dictado de una sentencia que resuelve definitivamente sobre
aquélla y sus consecuencias jurídicas, sin que lo transitado válidamente pueda serlo de
nuevo: la etapa cumplida es etapa superada, y no puede volverse a ella, salvo el caso de
nulidad.
Los códigos mantienen en general esta secuencia. Pero varían en orden a otros
aspectos, como por ejemplo, si la investigación previa a la acusación la debe realizar un
fiscal o un juez, o si el juicio posterior a ella debe desarrollarse en forma escrita y secre-
ta o en forma oral y pública, o si los recursos contra la decisión final deben permitir una
revisión de los hechos, o restringirse a un mero control de la correcta aplicación al caso
de normas constitucionales o comunes (sustantivas o procesales).

I. Etapa de Investigación Penal Preparatoria (I.P.P.)

Es la etapa preparatoria o preliminar del proceso penal que se practica ante la


hipótesis de un delito de acción pública, realizándose en forma escrita, limitadamente
pública y relativamente contradictoria, y que tiene por finalidad reunir las pruebas útiles
para fundamentar una acusación o, caso contrario, determinar el sobreseimiento de la
persona que se encuentre imputada.
Esta etapa es preparatoria, ya que sirve para dar base a la acusación o determi-
nar el sobreseimiento. Sus actos nunca podrán ingresar directamente al juicio con carác-
ter definitivo, ni constituir fundamento de una sentencia condenatoria, salvo que la
prueba obtenida sea ofrecida, examinada y discutida en el debate.
Deberá iniciarse solamente ante la supuesta existencia de un delito de acción
pública (arts. 71 y 72 del C. Penal). Por ello, si se tratara de un delito de acción privada,
no corresponde practicar este procedimiento, regulando la ley un trámite diferente. En-

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tonces, al tomar conocimiento de una hipótesis delictiva –de acción pública– el Ministe-
rio Público Fiscal, o la Policía Judicial en caso de urgencia o bajo la dirección del pri-
mero, deberán actuar de oficio e iniciar una investigación preparatoria, no pudiendo
dejar de proceder. Ello, por continuar vigente el principio de legalidad procesal. La in-
vestigación que se practique tendrá como objetivo reconstruir históricamente el hecho
que surge en un comienzo como hipotético. La prueba es la que determinará si este ob-
jetivo se puede cumplir.
Se practica en forma escrita, limitadamente pública y relativamente contradic-
toria, caracteres de esta etapa que difieren en forma importante de los del debate (preva-
lentemente oral, público, continuo y totalmente contradictorio, entre otros). Estos carac-
teres serán explicados en los puntos siguientes.
Por último, la investigación penal tendrá por finalidad reunir las pruebas para
dar base a la acusación o determinar el sobreseimiento. Como se ha dicho anteriormen-
te, la actuación de los órganos públicos encargados por la ley debe ser inmediata y dili-
gente, tendiente a reunir las pruebas que permitan determinar si el hecho existió o no, e
individualizar a los partícipes del mismo. Si estos extremos se logran –aunque sea con
un grado de probabilidad– ello justificará que el Ministerio Público formule acusación
(requerimiento de citación a juicio). Caso contrario, si la prueba es insuficiente, exis-
tiendo la certeza de que el hecho no existió o no lo consumó la persona que se encuentra
imputada, o dudas sobre estos extremos, el trámite culminará con sobreseimiento, sen-
tencia que cierra definitivamente el proceso.

II. Etapa intermedia. Mérito conclusivo de la investigación penal prepara-


toria

Bajo este rubro se comprende el mérito conclusivo de la investigación penal


preparatoria, y sus dos alternativas legales posibles: el mérito conclusivo incriminatorio,
que se expresa en la acusación y el mérito conclusivo desincriminatorio, que culmina en
el sobreseimiento.
Teniendo presente que la finalidad que orienta la actividad investigativa desa-
rrollada en la etapa preparatoria es la averiguación de la verdad acerca de un supuesto
hecho delictivo, para dar base a la acusación o determinar el sobreseimiento, no hay
duda que tales alternativas se darán según sea el resultado de la colección de los datos
probatorios (esto es, de su eficacia), y de la valoración crítica de dicha prueba.
Se trata de un momento del proceso en que, tras el agotamiento de las vías de
conocimiento formales (o sea, las pruebas) obtenidas durante la investigación preparato-
ria, se abre un espacio para la reflexión crítica sobre la investigación, tendiendo a obte-
ner un mérito conclusivo de la misma, que se formalizará en un requerimiento concreto
sobre la solución desincriminatoria o acusatoria que se estima corresponde al caso.
Cualquiera de estos requerimientos a su vez admitirá la posibilidad de discrepancia o
controversia a su respecto, dando lugar a una instancia de control a cargo de un tribunal
imparcial.
Sea que se la trate como una etapa independiente (etapa intermedia), sea que se
la incluya como parte de la investigación preparatoria (como ocurre en la legislación

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argentina) o se la incorpore a la llamada fase preliminar del juicio (como lo proponen
algunos autores y proyectos), lo cierto es que existe una instancia común a todas las
leyes procesales para evaluar estos resultados.
Y si bien el Código normalmente se preocupa por precisar las alternativas y ul-
terioridades a que da lugar la conclusión incriminatoria (acusatoria), la hipótesis contra-
ria, es decir, cuando el dictamen conclusivo tiende a cerrar anticipadamente el proceso –
sobreseimiento mediante– no deja de formar parte de la misma instancia y tipo de valo-
ración, por lo que, más allá de la sistemática adoptada en las normas, corresponde tratar-
lo en forma conjunta. Es por ello que bajo la denominación de la “clausura”, quedan
comprendidas las derivaciones a que pueda dar lugar cualquiera de las dos soluciones
posibles: la instancia del sobreseimiento y la de la acusación.
Este momento eminentemente valorativo, que como tal se distingue de la fase
previa de las averiguaciones (fundamentalmente dinámica), y que ineludiblemente pre-
cede a la etapa del juicio, cumple a la vez diversos propósitos:
Como se dijo, provoca un espacio de pura reflexión acerca de las cuestiones ju-
rídicas vinculadas al caso y, sobretodo, del resultado de la investigación y su eficacia,
determinando que la conclusión se exteriorice en una pretensión concreta, dirigida a un
órgano jurisdiccional.
La convicción que resulta y se expresa en algún requerimiento concreto (de
acusación o de sobreseimiento), pone en funcionamiento los mecanismos de control
jurisdiccional predispuestos, los que según la orientación de aquélla, serán de oficio o a
instancia de parte. Los mismos tienden a evitar que se desincrimine al imputado indebi-
damente y se cierre anticipadamente el proceso (en resguardo del principio de legalidad
y del interés general y particular –de la víctima– en la correcta solución del conflicto
penal), como también que se materialice una acusación infundada, viciada o arbitraria
(en protección del derecho de defensa, a la dignidad personal y al buen nombre y honor;
como asimismo del interés social antes mencionado).
Aunque sin responder directamente a los motivos que inspiraron el diseño del
sistema, no puede dejarse de considerar que, en virtud de las progresivas exigencias
(fundamentalmente probatorias) que caracterizan el trámite procesal, esta fase interme-
dia no deja de significar una suerte de tamiz que descarta algunos casos y permite selec-
cionar otros que, por estar suficientemente probados verdaderamente merecen ser trata-
dos mediante la realización de un juicio oral, por poderse pronosticar razonablemente
que podría corresponder una sentencia condenatoria.

III. Etapa de juicio

El juicio (o juicio plenario) es la etapa principal y jurisdiccional del proceso


penal que tiene por fin establecer si puede acreditarse con certeza, fundada en la prueba
en él recibida, que el acusado es penalmente responsable del delito que se le atribuye, lo
que determinará una sentencia de condena y la imposición de una pena; o si tal grado de
convencimiento no se alcanza, una de absolución.
Si bien se predica de todo el juicio, en realidad su núcleo esencial, el debate, es
el que deberá realizarse en forma oral, pública, contradictoria y continua, con inmedia-

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ción entre todos los sujetos (públicos y privados) que en él actúen, ante un tribunal inte-
grado por las mismas personas desde el principio hasta el fin (identidad física del juzga-
dor), que deberá garantizar la igualdad entre las partes y los derechos del acusado, y
decidir imparcialmente sobre la acusación. Se trata de un espacio que se abre para la
discusión plena de la prueba aportada, con el propósito de determinar si se acredita o no
la culpabilidad del acusado en un hecho determinado, tratando de evitar procederes y
decisiones arbitrarias. Es en este sentido que aparece, más que como un instrumento de
aplicación de la pena, como un sistema de garantías que aleja el peligro de la arbitrarie-
dad (Vélez).
Hoy existe una tendencia para preservar el juicio común, oral y público, con
Tribunal Colegiado, para aquellos casos que, por su complejidad o importancia, real-
mente justifiquen el compromiso de recursos humanos y materiales que su desarrollo
importa. Si así no ocurriera, se propone recurrir a modelos de juicio simplificados, o
abreviados por acuerdo de partes, o a cargo de tribunales unipersonales.

IV. Etapa recursiva

Las resoluciones judiciales pueden ser contrarias al derecho y, por ende, oca-
sionar un perjuicio indebido a los afectados.
Tal posibilidad, que deriva de la falibilidad propia de la condición humana de
los jueces, revela la necesidad de permitir una reexaminación y eventual corrección de
sus decisiones, para evitar la consolidación de la injusticia. Esto se procura a través de
los recursos, que constituyen una especie del más amplio género de las impugnaciones,
comprensivo a su vez de los múltiples remedios que se dan contra los actos jurídicos y
se concretizan, no sólo a través de los recursos, sino también de planteamientos de re-
vocatorias, rescisiones o nulidades, siempre que la corrección o subsanación del yerro
no esté atribuida al órgano judicial por actuación de oficio.
También se preocupan los Códigos por los perjuicios que, a la seguridad jurídi-
ca, pueda ocasionar la jurisprudencia contradictoria, procurando soluciones en pro de la
uniformidad de la interpretación judicial de la ley a través de algunos recursos.
La legalidad y la justicia en la solución del caso concreto, a las que se agrega la
seguridad jurídica, son, entonces, los objetivos principales del sistema de recursos.
Estas ideas básicas inspiran a los recursos, concebidos como vías procesales
que se otorgan al imputado, al Ministerio Público, al querellante y a las partes civiles,
para intentar la corrección de decisiones judiciales que, por ser de algún modo contra-
rias al derecho (constitucional, sustantivo o procesal), ocasionan algún perjuicio a los
intereses que encarnan o representan.
Para acercarnos a un concepto más estricto del instituto, podemos decir que,
desde un punto de vista sustancial, el recurso es una manifestación de voluntad de quien
ataca una resolución judicial que considera ilegal y agraviante, a fin de que el tribunal
que la dictó u otro de grado superior (alzada), mediante un nuevo examen, la revoque,
modifique o anule (Ayán).

V. Etapa de ejecución de la pena

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Existe una generalizada coincidencia (Vélez Mariconde) en que la ejecución de
la pena impuesta por la sentencia condenatoria firme, es también expresión del poder
jurisdiccional, en cuanto actúa el derecho en el caso concreto. Por eso se la considera
parte del proceso penal, una etapa de su desarrollo (Ayán).
Durante la ejecución, regirá el principio de legalidad (“legalidad ejecutiva” se
la ha denominado) en orden a las normas de derecho sustantivo que se relacionan con el
contenido concreto de la sanción impuesta, sobre todo cuando fuere privativa de liber-
tad. Consecuentemente deben regir las garantías propias del proceso penal, en especial,
la jurisdiccional.
Además, el proceso penal no cumplirá acabadamente con su misión de actuar
el derecho penal, procurando alcanzar los objetivos de éste, si se despreocupa del logro
de uno de los declamados fines de la pena durante la etapa de ejecución la “resocializa-
ción”, porque el concepto de la actuación concreta de la norma penal también los abar-
ca.
La función de la ejecución como etapa procesal es la de garantizar el cumpli-
miento de la sentencia de condena (evitando que a la desobediencia de la ley que impli-
có el delito, se añada la desobediencia a la pena), y a posibilitar las específicas tareas
que el Código Penal y la Ley de Ejecución de la pena privativa de la libertad (n°
24.660) imponen a los jueces en esta etapa, relacionadas con el cómputo de la pena,
algunas modalidades de su ejecución (v. gr., prisión domiciliaria, discontinua, semide-
tención, etc.), o su cese (por libertad condicional), es decir, a todo lo relacionado con
alteraciones sustanciales al cumplimiento de la sanción. Pero la función de la ejecución,
como veremos a continuación, excede este marco.
Especialmente cuando se trata de la pena de prisión o reclusión, la participa-
ción judicial en su ejecución exige mayor espacio (al punto que hay quienes propugnan
la judicialización total), procurando especialmente una mejor garantía al derecho del
penado de “recibir un tratamiento humano durante la privación de libertad” (DADDH,
art. XXV), respetuoso de la “dignidad inherente al ser humano” (PIDCP, art. 10.1.): y
por la misma razón que pueden legislarse penas “crueles”, “inhumanas” o “degradan-
tes” (DUDH, art. 5), debe asegurarse que tampoco tenga semejantes características la
ejecución de las que se admitan. De estas normas surge la necesidad de garantizar el
control jurisdiccional en la etapa de ejecución de las penas privativas de libertad (Ce-
sano).

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