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Son muchos los artistas que a lo largo de sus carreras artísticas trabajaron realizando cartones

para tapices, quizás el caso más conocido por todos sean los famosos cartones de Goya que
representan escenas típicas de la sociedad madrileña de su época. Sin embargo, muchos otros
artistas también realizaron estos cartones que después servían de base para confeccionar los
grandes tapices que adornaban los salones de los palacios. Si bien es cierto que los dibujos
preparatorios de los tapices no siempre comportaban la misma importancia que un lienzo, los
artistas ponían en ello todo su esmero y habilidades técnica sobre todo al tratarse de encargos
de importantes comitentes. La labor tampoco era sencilla ya que al ser tejido al revés en los
telares, la composición quedaba invertida, un hecho que los pintores debían tener presente.
Además debemos señalar por otra parte que menudo la vena creativa y artística de los artistas
en los cartones que reparaban superaba con mucho las habilidades de los tejedores de manera
que no siempre era posible llevar a cabo las calidades cromáticas que se diseñaban en los
cartones.

En esta ocasión nos encontramos con unos cartones diseñados por uno de los genios
renacentistas más destacados de todos los tiempos, Rafael De Sanzio. Rafael (1483 - 1520) ya
había conquistado el mundo renacentista con su pintura amable y su gran dibujo, era
conocedor de los gustos del Vaticano puesto que ya había trabajado para el papado y su
maestría con los pinceles era conocida por toda Italia. Por todo ello el papa Leon X le encargó
al artista a finales del año 1514 la realización de siete grandes dibujos que debían servir para la
reparación de los tapices. Los dibujos contaban con unas enormes dimensiones –algunos
llegan a alcanzar casi cinco metros de anchura y tres de altura- algo que para Rafael no
resultaba una gran dificultad puesto que ya se encontraba trabajando en las conocidas como
Estancias Vaticanas, murales de enormes dimensiones.

Los cartones representaban diferentes escenas de los Hechos de los Apóstoles y estaban
destinados a colgar de los muros de la Capilla Sixtina. La pequeña capilla situada en el interior
del Palacio Vaticano ya contaba con numerosos frescos realizados por importantes artistas
como Ghirlandaio o Boticelli que decoraban la parte inferior de los muros, además por aquella
misma época Miguel Ángel había terminado la decoración de la cúpula con las escenas de la
creación y las pinturas del Juicio Final todavía tardarían unos treinta años en realizarse.

De este modo, los tapices de Rafael debían decorar el espacio que quedaba entre los frescos y
la bóveda, unos tapices que no siempre estarían colgados sino que se reservarían por su
belleza e importancia para las grandes celebraciones. La presión a la que estaba sometido el
artista era aún mayor ya que sus obras se compararían in situ con los frescos de algunos de los
maestros del Quattrocento y con los de Miguel Ángel quien, por aquel entonces no
consideraba a Rafael como un pintor lo suficientemente importante como para competir con
él.

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