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7/10/2018 – Desmontando a Madame Curie; ensayo sobre su leyenda

Desmontando a Madame Curie; ensayo sobre su


leyenda
Publicado por Manuel de Lorenzo

“Solo hay una ciencia: la física. Todo lo demás es asistencia social”


James D. Watson

En ocasiones, los hallazgos científicos son fruto del azar. De la sencilla y oportuna coincidencia. No por ello debemos
olvidar que, como decía Louis Pasteur, “en el campo de la investigación el azar no favorece más que a los espíritus
preparados”, y es que el éxito de la serendipia no depende del hecho que la constituye sino del genio, la aptitud y la
formación de quien la percibe. Cuántos habrían visto caer manzanas de los árboles antes de 1687…

Normalmente, la descodificación y comprensión de fragmentos desconocidos de la realidad requieren de largos períodos de


tiempo; de plazos que, horizontal y verticalmente, exceden de la vida de un solo hombre. Hay aparentes excepciones de
mayor o menor entidad que, en su gran mayoría, derivan de procesos azarosos, y sin embargo, incluso en estos casos y por
muy tenue que sea el vínculo, la desconexión con el camino recorrido hasta el momento nunca es absoluta. Ya sea
constituyendo un avance tan sustancial que parece fundar un punto de partida, ya sea derribando la estructura de todo un
sector de conocimiento mediante la apertura de la ruta correcta, siempre existe un paso previo. Ni siquiera las ideas
de Darwin o Einstein nacieron de la nada, aunque resulte románticamente tentador pensar que sí.

Lo habitual, no obstante, es que los grandes hallazgos científicos sean manifiestamente obra de muchos, conscientes o no de
su colaboración, y generalmente a lo largo de varias generaciones. La mecánica cuántica no tiene un solo padre. Tampoco la
identificación del ADN. La radiactividad, por supuesto, no es una excepción. Y sin embargo, como es natural, los nombres
de unos destacan más que los de otros, lo cual no siempre es del todo justo. Es comprensible, por ejemplo,
que Planck, Dirac,Heisenberg o Schrödinger abanderen el grupo de físicos responsables de la cuantización de la materia y
la energía. También lo es que la equiparación de la importancia de Watson, Crick y Wilkinsen los estudios sobre el ácido
desoxirribonucleico siga siendo polémica. Que el apellido Curie sea tan ligera y comúnmente asociado al descubrimiento de
la radiactividad, sin embargo, ya no lo es tanto.

Siendo estrictos —quizá demasiado, pero no es el momento adecuado para ahondar en el tema—,Marie Curie contribuyó
con sus experimentos al estudio de la radiactividad y a su vez descubrió el polonio y el radio —que también aisló— a finales
del siglo XIX. En ese momento se conocían 79 elementos químicos y desde entonces se han registrado otros 33, siendo
enorme la lista de los científicos responsables de su descubrimiento; asimismo y como hemos mencionado, fueron muchos
quienes investigaron el fenómeno radiactivo, y a pesar de todo ello, de pocos se puede afirmar que hayan alcanzado la ya
centenaria fama mundial de Madame Curie. ¿Por qué ocupa entonces un lugar tan destacado en el imaginario social? Es
frecuente leer su nombre en las enumeraciones de los científicos más importantes de la historia, pero a la vista de lo
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expuesto, cabe preguntarse si la notoriedad del personaje histórico no habrá exagerado en la cultura popular su mérito como
investigadora y, en tal caso, a qué se debe entonces tal notoriedad. Cuál es el porqué de la sobredimensión de su gloria en
comparación con la de tantos otros científicos que, al igual que ella, han descubierto nuevos elementos químicos o realizado
trabajos en el campo de la radiactividad.

Una nueva propiedad de la materia: la radiactividad

“He visto con mis propios ojos su eficacia descargando un conductor electrificado; es más como magia que
cualquier otra cosa que haya visto u oído en ciencia”
Lord Kelvin, 1897

Alrededor de 1650 e inspirándose en los trabajos de Galileo Galilei y Evangelista Torricelli, Otto von Guericke inventó la
bomba de vacío. Él no lo sabía, por supuesto, pero había iniciado un largo camino que a la postre conduciría al
descubrimiento de la radiactividad, de la desintegración atómica, de la fisión nuclear. La curación del cáncer mediante
radioterapia o el desastre de Fukushima habrían sido imposibles sin él, si nos ponemos hiperbólicos.

Consciente de algunas experiencias relatadas por el astrónomo y sacerdote francés Jean Picard en 1675, que había
advertido cómo al mover barómetros —tubos de Torricelli en los que se produce un vacío parcial— se generaba un
misterioso haz de luz, el científico inglés Francis Hauksbee explicó en su libro de 1709 Experimentos fisiomecánicos en
distintos asuntos que al agitar un recipiente de vidrio del que se había extraído el aire mediante una bomba de vacío y en
cuyo interior se habían colocado unas gotas de mercurio, se podía apreciar un cierto resplandor fosforescente.

Casi un siglo y medio más tarde, en 1850, el inventor alemán Heinrich Geissler construyó una nueva bomba de vacío
mucho más eficaz con la que era capaz de extraer el aire de tubos de vidrio —llamados tubos de Geissler— en cuyos
extremos colocaba un electrodo positivo, denominado ánodo, y un electrodo negativo, denominado cátodo, a los que
aplicaba concretas descargas eléctricas provocando curiosos fenómenos luminosos debido a la diferencia de potencial entre
ambos electrodos. Unos años después, su compatriota Julius Pückler observó que a medida que se iba extrayendo el gas del
tubo, el efecto luminoso se hacía menos intenso hasta que únicamente se apreciaba una tímida luz alrededor del electrodo
positivo y un reflejo fosforescente en el extremo contrario, entre los cuales mediaba un intenso espacio oscuro.
Finalmente, Johann Wilhelm Hittorf y Eugen Goldstein predijeron que en realidad se trataba de rayos que viajaban desde
el cátodo al ánodo, aceptándose la nomenclatura propuesta por este último en 1876, rayos catódicos, quien de hecho creía
que su naturaleza era ondulatoria. Tal y como sospechaba William Crookes y como por fin demostró el también
británicoJoseph John Thomson en 1897, en realidad tales rayos tenían naturaleza corpuscular. El propio Thomson señalaba
tiempo después que los corpúsculos no solo eran siempre de la misma clase, sino que además su masa era menor que la de
cualquier átomo conocido, por lo que se debía deducir que en realidad eran componentes elementales del átomo. Habían sido
descubiertos los electrones, y los rayos catódicos no eran otra cosa que corrientes formadas por los mismos.

Cuatro años antes, el físico alemán Wilhelm Conrad Röntgen comenzó sus estudios sobre los rayos catódicos. El 8 de
noviembre de 1895, trabajando con una evolución del tubo de Geissler operada por Crookes, observó que sobre un papel
indicador de platinocianuro de bario colocado a su lado se había formado una línea transversal que tan solo podía responder
a la radiación de la luz, lo cual era imposible ya que el tubo catódico estaba totalmente cubierto por papel negro. Parecía
consistir, pues, en un nuevo tipo de radiación capaz de atravesar cuerpos opacos a la que, por desconocimiento de su
naturaleza, denominó rayos X. Nadie podía demostrar que tuviesen carácter ondulatorio, pero desde un primer momento la
comunidad científica sospechó que se trataba de radiación electromagnética y que, a diferencia de los propios rayos
catódicos, no consistía en una corriente de partículas.

A medida que los estudios sobre los rayos X avanzaban, su popularidad comenzó a crecer inconteniblemente. A principios
de enero de 1896, el London Daily Chronicle publicaba: “El profesor Röntgen de la Universidad de Wurzburgo ha
descubierto una luz que, al efectuar una fotografía, atraviesa la carne, el vestido y otras sustancias orgánicas”. El día 20 de
ese mismo mes, el insigne matemático Henri Poincaré presentó en la Academia de Ciencias de Francia una comunicación
de los doctoresOudin y Barthélemy consistente en una fotografía de los huesos de una mano que habían realizado

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utilizando los asombrosos rayos X.

En esa sesión se hallaba presente el hombre que terminaría


haciendo encajar todas las piezas,Henri Becquerel. Como
él mismo anotó más adelante, ese día preguntó a Poincaré
cuál era el lugar de emisión de los rayos X, a lo que el
matemático respondió que el origen de la radiación se
encontraba en la franja luminosa de la pared que recibía el
flujo catódico. Ante esa respuesta, Becquerel se preguntó si
todos los cuerpos fosforescentes emitirían rayos parecidos
y comenzó a realizar experimentos que, finalmente, no
confirmaron la previsión con que los había empezado.

Sin embargo, la comunicación presentada por Poincaré


había despertado el interés de otros científicos
como Charles Henry o Gustave Le Bon, aunque los
resultados de sus experimentos tampoco convencieron a
Becquerel, que sospechaba que nadie estaba trabajando en
la dirección adecuada. Afortunadamente y todavía con la
fosforescencia como norte en su brújula, había observado
en los compuestos de un determinado elemento algunas
propiedades que le hicieron creer que tal vez podrían
producir la misma radiación que los rayos de Röntgen, lo que sin duda sería una fantástica señal. Se trataba de compuestos
de uranio.

El 24 de febrero presentó su primera comunicación a la Academia de Ciencias. Se denominaba Sobre las radiaciones
emitidas por fosforescencia y en ella explicaba que había observado cómo las sales de uranio, colocadas sobre una placa
fotográfica completamente envuelta en papel negro, eran capaces de impresionar la placa después de haber dejado todo el
conjunto varias horas a la luz del sol. Es decir, concluía que la sustancia fosforescente, por efecto de la luz solar, emitía
radiaciones capaces de atravesar cuerpos opacos.

Pero, como decía al inicio de este artículo, en ocasiones el azar interviene oportunamente en la investigación científica y
súbitamente todo se ve mucho más claro. El 2 de marzo, apenas unos días después de haber recibido las conclusiones de
Becquerel sobre radiación por fosforescencia, la Academia de Ciencias se encontraba con una extraordinaria segunda
comunicación del físico francés. Unos días antes, a causa del mal tiempo, se había visto obligado a guardar en un cajón la
placa fotográfica cubierta por el papel negro sobre el cual se hallaban las sales de uranio. Las nubes impedían que el sol
realizase su labor, y esta era esencial en sus experimentos. Después de varios días de borrasca decidió revelar la placa, aun
sabiendo que las posibles imágenes obtenidas serían casi inapreciables debido a la ausencia de luz solar. Cuál sería su
sorpresa cuando observó que la placa no solo había sido impresionada por las sales de uranio sino que las imágenes
producidas eran más nítidas que nunca. No se había producido fosforescencia alguna ya que el equipo había permanecido
ajeno a la luz, dentro de un cajón, de modo que el resultado se debía al número de horas y no a la incidencia de los rayos del
sol. El uranio producía semejante radiación per se, sin necesidad de excitación alguna. La pregunta era por qué.

El 9 de marzo, Becquerel informaba a la Academia de Ciencias de que la extraña radiación de las sales de uranio convertía a
los gases en conductores debido a su ionización, y que tras siete días encerradas en la más absoluta oscuridad, todavía
continuaban emitiendo radiación. El día 18 publicaba en lasComptes rendus, el diario de la Academia: “Las radiaciones de
las sales de uranio son emitidas no solo cuando son expuestas a la luz, sino incluso cuando se mantienen en la oscuridad, y
durante más de dos meses los mismos fragmentos de varias sales, aisladas de todas las radiaciones conocidas con capacidad
de excitación, han continuando emitiendo nuevos rayos sin que se perciba su debilitamiento. Esto me ha llevado a pensar
que el efecto es debido a la presencia en estas sales del elemento uranio (…) que, creo, es el primer ejemplo de un metal que
exhibe un fenómeno del tipo de una fosforescencia invisible”.
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Hoy en día sabemos en qué consiste exactamente esa “fosforescencia invisible”. Henri Becquerel había descubierto la
radiactividad.

Marie Sklodowska

Hasta este momento, la participación de Marie en el nuevo hallazgo científico se reducía a la mera observación. Se había
licenciado en Ciencias en 1893 y en Matemáticas en 1894, cuando Röntgen todavía comenzaba sus primeros estudios sobre
los rayos catódicos que finalmente derivarían en el descubrimiento de los rayos X. Un año más tarde, el 26 de julio de 1895,
contraía matrimonio con el profesor de Física Pierre Curie, ocho años mayor que ella, y en 1896 iniciaba su tesis doctoral
sobre “los interesantes experimentos de Henri Becquerel con las sales del raro metal uranio”. Cuando comenzó a estudiar el
recién descubierto fenómeno, por lo tanto, la comunidad científica ya sabía de la existencia de lo que más adelante ella y su
marido denominarían “radiactividad”. Dotar de un nombre a la radiación hallada por Becquerel, sin embargo, no los
convierte en sus descubridores.

Marie Salomea Sklodowska nació en Varsovia el 7 de


noviembre de 1867. Fue la quinta y última hija de un
profesor de Física y Matemáticas y de una pianista, cantante
y directora de una escuela femenina que falleció cuando la
pequeña Marie solo tenía once años de edad. La mayor parte
de Polonia se encontraba entonces ocupada por Rusia, y el
sentimiento nacionalista estuvo muy presente en Marie
desde su infancia —hasta el punto de que, acompañada de
su hermanaHelena, asistía a clases clandestinas sobre la
cultura de su pueblo—. Tal es así que, habiendo terminado
el bachillerato a la edad de quince años y tras pasar varios
meses en la casa que su tío tenía cerca de Galitzia, regresó a
Varsovia con la intención de ser profesora en alguna escuela
en la que todavía permaneciese vivo el espíritu patriota. Las
estrecheces económicas que atravesaban los suyos y la vejez
de su padre, sin embargo, la obligaron a dejar la residencia
familiar y aceptar un trabajo como institutriz lejos del hogar.
A pesar de ello, sus aspiraciones intelectuales continuaban
intactas, y los aires feministas que se respiraban en la
Europa de la segunda mitad del siglo XIX —acaso avivados
en Varsovia por la traducción al polaco en 1870 del ensayo
de John Stuart Mill El sometimiento de las mujeres—
propiciaban que quisiese estudiar Física y Matemáticas en
París, siguiendo el ejemplo de algunas mujeres que habían
logrado cursar estudios superiores en el extranjero. Acordó
con su hermana Bronia que esta estudiaría primero en
Francia con la ayuda económica de Marie y posteriormente
lo haría ella misma con el patrocinio de su hermana. Su
empleo como institutriz, sin embargo, no la complacía en absoluto. Buena prueba de ello son las muchas cartas que,
compadeciéndose de sí misma, escribió a su prima Henrietta Michalowskaacerca de la opinión que le merecían las dos
familias para las que trabajó, algunos de cuyos fragmentos son reflejo de la personalidad soberbia y un tanto depresiva de la
joven Marie, a pesar de su corta edad:

“Desde que nos separamos mi existencia ha sido la de una prisionera. Ni a mi peor enemigo desearía que viviese en tal
infierno. Es una de esas familias ricas en donde, cuando hay gente, se habla francés —un francés de camareros—, y en
donde no se pagan las facturas en seis meses y, no obstante, se tira el dinero por la ventana mientras se economiza

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avaramente el aceite de las lámparas. Pasan por ser generosos y liberales y, en realidad, están dominados por el más
sombrío embrutecimiento”

10 de diciembre de 1885.

“Hoy hemos tenido una nueva escena porque (Andzia) no quería levantarse a la hora habitual. Por fin, me he visto
obligada a agarrarla de la mano y tirarla de la cama. Dentro de mí hervía. No te puedes imaginar lo que me perjudican
estas pequeñas cosas. Una tontería semejante me pone enferma horas y horas, pero era necesario que yo dijera la última
palabra”

“No son (las jóvenes del lugar) malas criaturas, pero su educación no ha desarrollado su espíritu y las fiestas de aquí,
insensatas e incesantes, han acabado de disipar sus ideas. En cuanto a los muchachos hay muy pocos que sean amables
y menos aún inteligentes. Para las unas y para los otros, palabras tales como “positivismo”, “cuestión obrera”, etc. son
verdaderas bestias negras, suponiendo que las hayan oído pronunciar alguna vez, lo cual sería una excepción”

5 de abril de 1886

“He adquirido la costumbre de levantarme a las seis de la mañana para poder trabajar más. Leo en este momento la
física de Daniell, la sociología de Spencer en francés y las lecciones de anatomía y de fisiología de Paul Bers en ruso.
Leo muchas cosas a la vez. El estudio de una sola materia podría fatigar mi cerebro. Cuando me siento absolutamente
inepta para leer con provecho, resuelvo problemas de álgebra y trigonometría, que no soportan faltas de atención y me
devuelven al buen camino”

“¿Mis planes para el porvenir? Son tan corrientes y simples que no vale la pena hablar de ellos… Salir adelante tanto
como pueda y cuando no pueda más, decir adiós a este bajo mundo. Algunas gentes pretenden que, a pesar de todo, es
necesario que pase por esa clase de fiebre que se llama amor. Esto no entra absolutamente en mis planes”

12 de diciembre de 1886

“En nuestro rincón provinciano, el hielo y las ventajas que aporta tienen para nosotros, por lo menos, tanta importancia
como una discusión entre conservadores y progresistas en tu Galitzia. ¡Es una satisfacción saber que existen comarcas
geográficas donde las gentes se agitan e incluso piensan! Mientras tú vives en el centro del movimiento, mi existencia
se asemeja extrañamente a la de una de esas semillas de lino que ansían las aguas que bañan nuestras riberas. Espero
salir pronto de este letargo”

“La necesidad de nuevas impresiones, de cambio de vida y de movimiento, me atenaza por momentos con tal fuerza
que tengo deseos de cometer las más grandes locuras a fin de que mi vida no sea eternamente igual”

25 de noviembre de 1888

En los primeros meses de 1889, Marie encontró un nuevo trabajo como institutriz cerca de Varsovia, y por lo tanto más cerca
de su familia. Su primo Józef Boguski, que había estudiado en Rusia conMendeleiev y que era director del laboratorio del
Museo de Industria y Agricultura, le permitió utilizar sus equipos e instrumentos con el fin de que la joven de veintiún años
pudiese continuar su formación por su cuenta. Rodeada de muchos otros jóvenes que compartían sus ideales nacionalistas y
su vocación intelectual, Marie decidió por fin poner rumbo a la ciudad de la libertad y el conocimiento. En noviembre de
1891, a punto de cumplir los veinticuatro, se mudó a París.

De acuerdo con el pacto al que había llegado con su hermana Bronia, se instaló en la casa en la que esta residía con su
marido, en La Villete, donde él ejercía como médico. Marie se había matriculado en la Facultad de Ciencias de la Sorbona y
notaba cómo su formación, propia de una joven autodidacta, era considerablemente inferior a la del resto de estudiantes de
su curso. Su tiempo se dividía entre clases, trabajos y estudio, bien en la biblioteca de la universidad, bien en su propia
habitación y hasta altas horas de la madrugada. El tiempo que tardaba en llegar a la Sorbona desde La Villete —más de una
hora—y la nula serenidad de que gozaba en casa de su hermana no hacían más que empeorar la escasez de horas que tanto la
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angustiaba, por lo que en marzo del año siguiente se trasladó a una pequeña habitación a quince minutos de la facultad.
“Trabajo mil veces más que al principio —le confesaba por carta a su hermano—, ya que mi cuñadito había tomado por
costumbre molestarme por cualquier cosa. No podía soportar que, estando en casa, me ocupara de otra cosa que no fuese
conversar agradablemente con él”.

Dos años después de iniciar sus estudios en la Universidad de la Sorbona, Marie obtenía su licence ès sciences y continuaba
estudiando para licenciarse también en Matemáticas. Unos meses antes de conseguirlo, en la primavera de 1894, conoció a
Pierre.

Marie Curie

En sus Notas autobiográficas escribe Marie:

“Uno de mis compatriotas, un profesor de la Universidad de Friburgo que me había visitado, me invitó a su casa junto a
un joven físico de París, a quien conocía y estimaba mucho. Cuando entré en la habitación vi, enmarcado por la
ventana francesa que se abría al balcón, un hombre joven y alto con pelo castaño rojizo y ojos grandes y limpios.
Advertí la expresión grave y amable de su cara, al igual que un cierto abandono en su actitud, sugiriendo el soñador
absorto en sus reflexiones. Me mostró una sencilla cordialidad y me pareció muy agradable”.

Pierre Curie nació el 15 de mayo de 1859 en París. Obtuvo el título de Bachillerato a los dieciséis años y se licenció en la
Facultad de Ciencias en noviembre de 1877, dos años más tarde. Habiendo trabajado como ayudante adjunto en el
laboratorio de física de la Sorbona desde el 1 de enero de 1878 hasta agosto de 1880, cuando pasó a ser ayudante, el 1 de
noviembre de 1882 fue nombrado ayudante de física en la recién creada Escuela Municipal de Física y Química Industrial de
París. Aunque según los estatutos de la Escuela los ayudantes debían abstenerse de realizar investigaciones personales para
poder dedicar todo su tiempo a la atención del alumnado, en la práctica sí se les permitía usar los laboratorios de la
institución, lo cual propició enormemente el desarrollo de las investigaciones de Pierre. Su hermano Jacques y él venían
estudiando desde 1880 las propiedades eléctricas de algunos cristales y habían descubierto la existencia de cargas eléctricas

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en la superficie de los mismos así como la polarización de su masa cuando eran sometidos a variaciones de presión, ya fuese
por compresión o por dilatación, lo que denominaron “piezoelectricidad”. Gracias a tales hallazgos, lograron desarrollar un
instrumento capaz de medir con precisión pequeñas cantidades de electricidad así como corrientes de baja intensidad, el
electrómetro piezoeléctrico de cuarzo, alabado por el mismísimo barónKelvin en 1883.

Tras quince años compaginando sus trabajos sobre piezoelectricidad y su labor docente, en 1895 la Escuela Municipal de
Física y Química Industrial creaba una cátedra para Pierre y la Academia de Ciencias reconocía el descubrimiento científico
de los hermanos Curie, siéndoles concedido el prestigioso premio Planté.

Ese mismo año, el 26 de julio, Pierre contraía matrimonio con Marie Sklodowska en el Ayuntamiento de Sceaux.
Habiéndose licenciado en Ciencias en 1893 y en Matemáticas en 1894, Marie obtuvo una autorización para colaborar con su
marido en el laboratorio de la escuela en la que era profesor. Unos meses más tarde, ya en 1896, decidió iniciar los estudios
correspondientes a su tesis doctoral, que versaría sobre la recientemente descubierta radiación de Becquerel.

Por fin, es en este punto y no antes donde las trayectorias profesionales de Pierre y Marie Curie coinciden con el largo
camino recorrido hasta el momento en la investigación de la radiactividad, conocida entonces como “fosforescencia
invisible” o “hiperfosforescencia” —término propuesto por el británico Silvanus Thompson—. Hasta ahora hemos revisado
tanto los pasos que condujeron a su descubrimiento por Henri Becquerel en 1896 como el desarrollo de las vidas de Marie y
Pierre hasta que, pocos meses después, decidieron dedicarse a su investigación. A partir del citado año, el estudio de la
radiactividad y la carrera profesional de ambos permanecerán íntimamente ligadas.

El polonio

Fue en el modesto laboratorio de la calle Lhomond, en la


que se ubicaba la Escuela Municipal de Física y Química
Industrial, donde Marie llevó a cabo sus más célebres
averiguaciones. Comenzó estudiando la conductibilidad del
aire por efecto de la radiación de Becquerel, utilizando para
ello el electrómetro inventado por Pierre. Además de las
sales de uranio, se propuso detectar qué otros materiales
generaban semejante radiación y en qué medida. Bastaba
con observar si el electrómetro detectaba alguna corriente
eléctrica entre dos placas de metal en el medio de las cuales
se había colocado previamente la sustancia examinada, así
como la intensidad de esa corriente.

Halló así que el torio era un elemento químico con la misma


propiedad extraña que el uranio —aunque Gerhard Carl
Schmidt, quien estaba realizando experimentos similares a
los de Marie, llevó a cabo el mismo hallazgo unas semanas
antes que ella— y llegó a la conclusión de que los
compuestos de uranio eran más activos —es decir, la
intensidad de la corriente era mayor— cuanto más uranio
contenían. Sin embargo había dos de ellos, la pechblenda y
la calcolita, que eran más activos que el propio uranio, lo
cual indicaba que tal vez había en ellos algún elemento
químico que por sí mismo generaba una radiación incluso superior a la del uranio. Marie necesitaba confirmar sus sospechas
y solicitó la ayuda de Pierre, que dejó a un lado sus estudios sobre cristales para examinar los compuestos. No se arrepentiría
de hacerlo.

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El 12 de abril de 1898 se publicaba en las Comptes rendus el primer artículo de Marie, Rayos emitidos por los compuestos
del uranio y el torio, donde sencillamente relataba sus investigaciones con los mencionados elementos. Tres meses más
tarde, la colaboración con Pierre comenzaba a dar sus primeros frutos, y ambos presentaban a la Academia de Ciencias su
artículo Sobre una nueva sustancia radiactiva contenida en la pechblenda.

Lo cierto es que esa fue la primera vez en que se utilizó el término finalmente adoptado con carácter general, y fue la propia
Marie quien se encargó de dejar bien claro que lo había acuñado ella. “Yo he denominado radiactivas a las sustancias que
dan lugar a una emisión de este género y he dado el nombre de radiactividad a la nueva propiedad de la materia”, escribiría
más adelante en un claro ejemplo de vanidad similar al que observamos en algunas de las cartas que envió a su prima
mientras trabajaba como institutriz. Discúlpenme la maldad, pero resulta irritante que ni siquiera se acordase de su marido al
destacarse como autora del nombre de un fenómeno que ni mucho menos había descubierto ella, cuando además no era la
única persona que lo estaba investigando ni tenía la más mínima idea de qué podía ser aquello que acababa de nombrar.

En el artículo se indicaban los procedimientos realizados para reducir la pechblenda a varios elementos químicos y se
señalaba la imposible separación total de la sustancia radiactiva y el bismuto, lo que no había impedido sin embargo haber
logrado una muestra que, a pesar de no ser pura, era cuatrocientas veces más activa que el uranio. Finalmente, se sugería la
posibilidad de haber descubierto un nuevo metal y se proponía, de confirmarse su existencia, el nombre de “polonio” por
coincidir con el del país de origen de uno de los dos autores.

Antes de que el artículo fuese publicado en el diario de la Academia de Ciencias y a pesar de no tener la absoluta certeza de
estar ante un nuevo elemento químico, Marie envió un comunicado a la prensa de su país en el que afirmaba haber
descubierto el nuevo metal, bautizado en honor a su patria. Solo ella lo firmaba y el apellido Sklodowska volvía a ocupar el
lugar a la derecha de su nombre que desde hacía unos años era testigo de su matrimonio con Pierre.

El radio

El gran descubrimiento del matrimonio Curie fue anunciado el 26 de diciembre de 1898 en la sesión de la Academia de
Ciencias en la que se presentó el artículo Sobre una nueva sustancia fuertemente radiactiva contenida en la pechblenda,
para cuya conclusión necesitaron la ayuda del químico Gustave Bémont, quien consta como coautor del mismo.

Debemos recordar que Marie y Pierre estaban intentando averiguar qué otros materiales generaban la misma radiación que el
uranio cuando descubrieron el polonio y la radiactividad del torio. Los compuestos analizados que se mostraron activos
fueron muchos, pero dejando a un lado el polonio, en casi todos parecía producirse una correlación exacta entre la radiación
producida y la cantidad de uranio o torio que contenían. Algunos de ellos, no obstante, mostraban una actividad tres o cuatro
veces superior, y cuanto más conseguían separar el elemento aparentemente responsable, más apreciable era la enorme
cantidad de radiación que generaba. Químicamente muy similar al bario, Bémont y los Curie llegaron a aislar una porción de
material novecientas veces más radiactivo que el uranio, y sin embargo todavía quedaba un largo camino hasta poder obtener
una muestra pura de la sustancia, que acordaron denominar “radio”.

En 1899, Pierre y Marie obtuvieron varias toneladas de pechblenda de las minas de Sankt Joachimsthal así como la
inestimable colaboración de la Sociedad Central de Productos Químicos, y comenzaron a trabajar con el firme propósito de
aislar el radio. En 1902, Marie anunció que su peso atómico era 225 “con una incertidumbre que no supera probablemente la
unidad”, pero el valor que posteriormente se aceptaría sería 226,0254. Tras cuatro largos años, habían conseguido reducir
todas aquellas toneladas a unos míseros cien miligramos de un compuesto bastante puro, pero aún así el radio no se aislaría
completamente hasta 1910, una vez fallecido Pierre.

A partir de entonces, la carrera profesional de Marie se centraría en estudios y análisis sobre el nuevo elemento químico,
fundamentalmente gracias a la colaboración de los industriales Armet de Lisle, quien había fundado una fábrica llamada
Sales de Radio en la que reservó un área para los trabaos químicos de Marie, y Jacques Danne, que cooperaba con ella a
través de su Sociedad Industrial del Radio. Asimismo, el barón Henri Rothschild, quien anteriormente había financiado la
adquisición de las diez toneladas de pechblenda en Sankt Joachimsthal, permitiría a Marie utilizar sus instalaciones en la
Sociedad Anónima de Tratamientos Químicos.
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Mientras su esposa desarrollaba sus experimentos e investigaciones con los compuestos que extraía de la pechblenda, Pierre
inventaba un electroscopio pensado para la medición concreta de radiación, continuaba su labor docente en la Escuela
Municipal de Física y Química Industrial y llevaba a cabo estudios sobre los efectos fisiológicos del radio. Ambos se
mostraban manifiestamente interesados en analizar las sustancias que generaban radiactividad, en los efectos de la misma y
en su observación, pero ninguno de los dos tenía ni la más remota idea de qué diablos eran aquellos rayos producidos por el
uranio, el torio, el polonio y el radio. Estaban dedicando su vida a estudiar algo que no eran capaces de comprender,
deteniéndose en las sustancias radiactivas que conocían y sus compuestos, pero mientras tanto otros científicos empezaban a
tenerlo todo cada vez más claro. Empezaban a entender la radiactividad.

Qué es la radiactividad

“La causa y el origen de la radiación emitida constantemente por el uranio y sus sales todavía continúa siendo
un misterio”
Ernest Rutherford, 1899

Henri Becquerel parecía haberse puesto manos a la obra en la tarea de contestar a la pregunta que todos se hacían, por lo que
Pierre y Marie no tardaron en reaccionar. En un artículo publicado en 1902 llamado Sobre los cuerpos radiactivos,
expusieron de forma concisa y para evitar malentendidos qué ideas eran suyas, pero al mismo tiempo reconocieron el punto
al que no eran capaces de llegar. ”Desde el comienzo de nuestras investigaciones hemos admitido que la radiactividad era
una propiedad atómica de los cuerpos”, aclaran contundentemente señalando además que esa sospecha es la que siempre ha
guiado sus investigaciones. “No tenemos ninguna idea —confiesan a continuación— sobre la cantidad de energía que se
pone en juego en los fenómenos de la radiactividad, y no sabemos tampoco según qué leyes se disipa ni si varía con el
estado físico y químico de los cuerpos radiactivos”.

Por supuesto, no eran los únicos que intentaban encontrar a ciegas el camino correcto. Crookes y Mendeleiev ya habían
formulado por aquel entonces sus hipótesis, cuyo desatino e incoherencia científica ponían de manifiesto la comprensible
desorientación de la comunidad física. De todos modos, Marie no iba tan desencaminada en sus razonamientos como sus
conclusiones en su artículo de 1902 podrían dar a entender. De hecho, dos años antes de su publicación ya había comparado
los corpúsculos que presumiblemente componían los rayos catódicos con posibles partículas que escaparían inevitablemente
del radio, entendiendo que el átomo era por lo tanto divisible, que la materia radiactiva se encontraba en un estado de
inestabilidad y que el radio debería perder peso constantemente.

El mismo año que Pierre y Marie publicabanSobre los cuerpos radiactivos, Ernest Rutherford escribía a su madre: “Tengo
que continuar, ya que siempre hay gente tras mis pasos. Tengo que publicar mi trabajo actual tan pronto como sea posible
para continuar en la carrera. Los mejores esprínteres en este camino de investigación son Becquerel y los Curie”.

Hoy en día sabemos que la radiactividad es una propiedad de los isótopos inestables, que para alcanzar su estado
fundamental necesitan emitir radiación en forma de lo que el propio Rutherford identificó como rayos alfa, rayos beta y
rayos gamma. Todo el proceso de investigación y averiguación no es interesante para este artículo, pero sí es imprescindible
dejar constancia de la importantísima labor desarrollada por Rutherford, de quien Otto Hahn dijo que “era la única persona
que tenía una comprensión real de la radiactividad y que vio su significado”. Baste señalar, a efectos informativos, que la
radiación de partículas alfa consiste en la emisión de núcleos de helio y la desintegración beta en la emisión de electrones o
positrones, mientras que la radiación gamma es un tipo de radiación electromagnética y por lo tanto tiene naturaleza
ondulatoria, a diferencia de las otras dos.

En un artículo publicado en 1903 en Philosophical Magazine, Ernest Rutherford expuso sus ideas sobre radiactividad, y en
concreto su célebre teoría sobre transformaciones radiactivas. Movida por el talante orgulloso y soberbio que siempre la
caracterizó, Marie expresaba en su tesis doctoral del mismo año que todavía no existía ninguna teoría demostrada y
consistente en ese campo. Por fin, al año siguiente escribía: “Las investigaciones más recientes son favorables a la hipótesis
de una transformación atómica del radio”. Como era de esperar, tenía algo más que añadir: “Esta hipótesis ha sido propuesta
desde el principio de nuestras investigaciones sobre radiactividad”. Como explica el profesor Sánchez Ron en su

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7/10/2018 – Desmontando a Madame Curie; ensayo sobre su leyenda

ensayo Marie Curie y su tiempo, o no había entendido los


trabajos de Rutherford, o no había profundizado más allá
de la naturaleza atómica del proceso en su análisis, o
simplemente se estaba apuntando un tanto que no le
correspondía.

El 5 de noviembre de 1906, Marie sustituía a Pierre en la


cátedra de Física de la Sorbona, que había sido concedida a
su marido en 1904, un año antes de fallecer. En su primera
intervención como profesora, señaló: “Vemos que la
hipótesis de las transformaciones radiactivas se adapta muy
bien en el estado actual de su desarrollo. Esta hipótesis se
encuentra entre las que fueron indicadas por el señor Curie
y yo desde el comienzo de nuestras investigaciones sobre
radiactividad”. Mientras ella se empeñaba en reclamar la
paternidad de la teoría sobre transformaciones radiactivas y
Thomson elaboraba conjeturas sustentadas en su modelo de
átomo, Rutherford seguía trabando para averiguar la causa
de la desintegración atómica. En Transformaciones
radiactivas, de 1906, el físico neozelandés explicaba que
los átomos de los radioelementos parecían desintegrarse
espontáneamente o que tal desintegración se producía por
fuerzas que escapaban a su entendimiento, preguntándose
cómo era posible semejante fenómeno. Consideraba como
causa más probable, no obstante, la pérdida de energía en
forma de radiación electromagnética…

En 1907, Albert Einstein reflexionaba sobre la correlación entre masa y energía expresada en su fórmula E=mc² y el análisis
de la desintegración atómica que se podría realizar a partir de esta. “La ley de constancia de la masa —anotaba— se aplica a
un sistema físico simple solamente cuando su energía permanece constante; es entonces equivalente al principio de
conservación de la energía”. A la vista de la equivalencia en que cristalizaba la teoría de la relatividad especial, Ernest
Rutherford no parecía ir, pues, muy desencaminado en sus predicciones. “La desintegración radiactiva de una sustancia —
continuaba Einstein— va acompañada de la emisión de cantidades enormes de energía”.

No sería posible explicar de forma completa y satisfactoria la radiactividad hasta 1928, en pleno imperio de la mecánica
cuántica, cuando George Gamow, Ronald Gurney y Edward Condoninterpretaron la desintegración radiactiva desde el
punto de vista de la probabilidad no nula de que una partícula atraviese una barrera de potencial mayor que la energía
cinética de la propia partícula. Sé que no parece muy conveniente meterse en jardines cuánticos a estas alturas y por eso no
lo voy a hacer, pero resulta útil conocer al menos qué dirección tomaron las investigaciones sobre radiactividad y hacia qué
horizonte evolucionaron las ideas de Madame Curie.

Durante la sesión inaugural del Segundo Congreso Internacional de Radiología y Electricidad celebrado en Bruselas entre el
12 y el 15 de septiembre de 19010, Rutherford leyó un informe sobre la necesidad de establecer un patrón internacional para
el radio, debido a la heterogeneidad que al respecto había observado en varios laboratorios europeos. Una vez solventado ese
punto, se decidió reservar el nombre Curie para una cantidad concreta de radio, en homenaje a Pierre. A pesar de la
resolución adoptada, Marie envió una nota a Rutherford en la que se indicaba que “Madame Curie desea un cambio en las
proposiciones adoptadas ayer por la tarde”. Lo cierto es que, después de todo, sería comprensible que la opinión de aquel
sobre ella no fuese la mejor… Y de hecho no lo era.

En una carta que envió a su amigo, el físico Bertram Borden Boltwood, sobre el denso Tratado de Radioactividad que
Marie había publicado en 1910, Rutherford valoraba expresamente el trabajo de la francesa, y de un modo un tanto más
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velado, efectuaba alguna que otra consideración añadida:

“Pienso que ha cometido la equivocación de intentar incluir todos los trabajos, viejos y nuevos, con muy poca discusión
crítica de su importancia relativa. Leyendo su libro, casi podría pensar que estoy leyendo el mío, con el trabajo añadido de
haber incluido los que se ha hecho en los últimos años. En conjunto, ella es mucho mejor, como cabría esperar, en el lado
químico, y demuestra alguna falta de profundidad en el lado físico, especialmente en su discusión de las radiaciones. En
algunas partes es muy divertido de leer, cuando está ansiosa por reclamar prioridad para la ciencia francesa o, más bien, para
ella y su marido… Se reproducen largas citas para demostrar su actitud mental en la época que está considerando. Por cierto,
veo una tabla de minerales como apéndice que dice que tomó delJahrbuch, ¡pero que tiene un parecido extraordinario con la
lista que tú diste en mi segunda edición!”

En aquella época, Max Planck y Walther Nernst estaban valorando la posibilidad de organizar un congreso para el
desarrollo de la mecánica cuántica, idea que se concretó en los Congresos Internacionales de Física y Química Solvay, que
contaban entre sus asistentes con los más importantes físicos del momento. Del primero de ellos, celebrado en Bruselas a
principios de noviembre de 1911, tan solo cabe destacar, en relación con este artículo, que Marie se limitó a intervenir muy
brevemente en los debates que seguían a las presentaciones, a veces de forma insustancial, y que a pesar de que Rutherford
ya había presentado su famoso modelo atómico, ella continuaba apoyando el modelo de Thomson. Parecía ir siempre un
paso por detrás, y de hecho nunca llegó a mostrarse muy activa en ninguno de ellos. En el de 1921, por ejemplo, volvió a
insistir en consideraciones que ya había expuesto en 1911, haciendo además referencia a la estructura nuclear del átomo sin
tener en cuenta el modelo cuántico propuesto por Bohr en 1913, con las limitaciones para la física teórica que resultaban de
la aplicación de los principios tradicionales de la física clásica.

El mundo científico en el que había vivido Marie evolucionaba ahora sin ella a través de la mecánica cuántica y la física de
partículas. Desde hacía muchos años la ciencia avanzaba mucho más rápido que sus investigaciones, y sus contribuciones al
campo de la radiactividad —de la física en general— se habían estancado en 1902, cuando descubrió junto a su marido que
se trataba de una propiedad atómica de los cuerpos.

De hecho, una vez examinados sus logros en el mundo de la química y la física, podemos concluir que se reducen al
descubrimiento y estudio del polonio y el radio y a la investigación del fenómeno radiactivo, un terreno en el que fue
ampliamente superada por Becquerel —como descubridor—, Rutheford o Gamow, y cuyas aportaciones se confunden con
sus numerosos trabajos y análisis sobre el radio. No quiere esto decir, por supuesto, que se tratase de una científica menor o
de segundo nivel. Hazañas como las mencionadas —sobre todo en el campo de la química— la convierten en una importante
investigadora cuya reputación profesional debe ser altamente estimada en la medida de lo posible. Sin embargo, extraña la
descomunal fama que los años han otorgado a su nombre, desligándolo de la realidad. Muchos otros han descubierto
elementos químicos, como Martin Heinrich Klaproth —uranio, zirconio, y cerio— o William Ramsay —argón, kriptón,
neón y xenón—, por citar dos ejemplos, y sin embargo ninguno ha alcanzado el renombre de Madame Curie. Son docenas
los científicos célebres que han investigado la radiactividad —Pierre Curie, sin ir más lejos—, y pocos son tan
frecuentemente mencionados como Marie. ¿A qué se debe entonces su notoriedad? ¿Cuál es el origen de esa popularidad
que tan habitualmente lleva a la gente a considerarla entre las principales mentes de nuestro tiempo?

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La leyenda de Madame Curie

“A menudo los grandes son desconocidos o, peor, mal conocidos”


Thomas Carlyle

“El nombre de Curie es glorioso, pero es un problema muy delicado determinar con seguridad, en las actuales
circunstancias, qué parte desempeñó realmente Madame Curie en su colaboración científica con Pierre Curie, al igual
que con otros sabios. Cuando el señor y la señora Curie unieron sus fuerzas, él ya era autor de una obra de primera
línea, en la que había mostrado el genio de su profunda intuición con algunos trabajos quizá más destacados que el
futuro descubrimiento del radio. Él era el maestro, ella una licenciada en Ciencias, una mera estudiante preparando su
tesis para el doctorado. Mientras (Pierre) Curie vivía, Francia mantuvo su superioridad en el mundo de todo lo que
tenía que ver con la radiactividad. Desde su muerte, son los ingleses, Rutherford, Ramsay, Soddy y otros, los que se
han hecho famosos”. Le Journal des Débats, 20 de enero de 1911.

Es difícil determinar, tantos años después, si en los éxitos científicos del matrimonio Curie Pierre era quien aportaba el
talento y Marie tan solo unía su firma. No solo es difícil, sino que además es injusto. Ciertamente, Marie necesitó desde el
primer instante en su investigación de la ayuda de su marido, quien tuvo que suspender sus experimentos sobre cristales para
prestarle su colaboración. Es conocido asimismo el talante tímido y escasamente ambicioso de Pierre, que pudo contribuir a
que no estuviese interesado en el mérito y el reconocimiento que, como hemos visto en varias ocasiones a lo largo del
artículo, tanto ansiaba su mujer. Sin embargo no es menos evidente que sin el tesón, la disciplina y, por supuesto, la
inteligencia y formación de Marie, tal vez hubiesen sido otros los que hoy ocupasen tan destacado lugar en la historia de la
ciencia. Que Rutherford adelantase salvajemente a la investigadora francesa en el campo de la radiactividad no obedece
tanto a la desaparición de Pierre como a la incontestable solidez de las teorías de aquel, así como a su maravilloso talento y
genio científico.

De hecho, lejos de constituir un lastre para la imagen de Marie, la unión civil y profesional con Pierre es probablemente uno
de los motivos de la extraordinaria dimensión social que ha adquirido como personaje histórico. No es común que hallazgos

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tan importantes como el descubrimiento de dos nuevos elementos químicos sean obra de un matrimonio de científicos, lo
que hace de ello una anécdota memorable. Y de eso se trata, precisamente. De permanecer en la memoria.

La segunda causa de la firme instalación de Marie en la cultura popular está, al igual que la tercera, relacionada con la
anterior. Al fin y al cabo, la fama de Pierre no ha llegado a alcanzar tan altas cotas, y uno de los motivos es obviamente el
sexo de su pareja. Que un matrimonio de científicos gozase de popularidad era inusual, pero que una mujer se codease con
los más célebres pensadores de su época en una relación de igualdad profesional, no lo era menos. En noviembre de 1891,
cuando Marie se matriculó en la Facultad de Ciencias, la emancipación femenina todavía no era una realidad tangible, y
entre los nueve mil alumnos que cursaban estudios en la Sorbona, únicamente unos doscientos eran mujeres. Y eso porque se
trataba de París… Cuando obtuvo su licenciatura dos años más tarde, solo otra mujer se licenció con ella en toda la
Universidad. Toda su carrera estuvo marcada por su condición de mujer, lo que indudablemente la convirtió en el
rompehielos de un mundo científico completamente dominado por los hombres y en la insignia de un cada vez más
consistente movimiento feminista muy necesitado de referentes. Esta circunstancia, tan idónea para alimentar la mitomanía,
fue sin embargo un severo inconveniente en una sociedad todavía ajena la igualdad de sexos. Buena prueba de ello es que a
pesar de sus logros científicos, jamás consiguió ser miembro de la Academia de Ciencias de París. Su ateísmo, su carácter
progresista y sus ideas nacionalistas, desde luego, tampoco ayudaron demasiado.

Dejar de ser la esposa de Pierre Curie no hizo más que contribuir al incremento de su fama. La mañana del 19 de abril de
1906, cuando se dirigía a su laboratorio, el físico francés resbaló a causa de la lluvia en la calle Dauphine y fue arrollado por
un coche de caballos cargado con más de cuatro toneladas de material militar. El impacto fue letal. Marie se convirtió en la
viuda de uno de los grandes científicos franceses del momento, y el mundo comenzó a observarla con los ojos de quien
conoce el terrible desconsuelo del que se queda solo. Pasaban casi todo su tiempo juntos. Vivían y trabajaban juntos. La
propia Marie confesaba que apenas tenía cartas de su marido porque siempre estaban juntos. Once días después de fallecer
Pierre, comenzó a escribir un diario que refleja su amargura y su dolor. Pensamientos como “nunca pensé que tendría que
vivir sin ti” o “no comprendo por qué tengo que vivir sin verte”, tan comunes en la muerte de un ser querido, se repiten
constantemente.

En cuarto lugar se encuentran los efectos de la radiación sobre su organismo. Ya en 1901, Pierre Curie y Henri Becquerel
publicaban un artículo titulado La acción fisiológica de los rayos del radio sobre los experimentos realizados al respecto
por Friedich Giesel en Alemania. “El señor Giesel —explicaban— ha colocado sobre su brazo durante unas horas bromuro
de bario radiado rodeado de una hoja de celuloide. Los rayos que actúan a través del celuloide han provocado sobre la piel
un ligero enrojecimiento. Dos o tres semanas más tarde el enrojecimiento aumentó produciéndose una inflamación y
terminando por caerse la piel. El señor Curie ha reproducido sobre sí mismo la experiencia del señor Geisel. Cincuenta y dos
días después de la acción de los rayos, queda todavía una especie de llaga que toma un aspecto grisáceo, indicando una
mortificación más profunda”. Evidentemente, no conocían lo peligroso que era el fuego con el que estaban jugando. Sus
manos, debido al contacto directo con las sustancias radiactivas, perdían la piel y nunca dejaban de doler. La salud de Pierre
empeoró notablemente, aunque su muerte evitó que sufriera aún más. Marie, sin embargo, llegó a ser operada cuatro veces
de cataratas, sufrió insoportables dolores en los dedos de las manos toda su vida, se quedó ciega y finalmente falleció a causa
de una anemia aplásica provocada probablemente por la radiación. La historiografía suele caer en la tentación de relatar
estos hechos con una cierta tendencia hagiográfica, como si Pierre y Marie fuesen dos mártires al servicio de la ciencia que
antepusieron sus investigaciones a su salud, pero lo cierto es que no fue así. Ni ellos ni ningún otro científico que trabajase
en el campo de la radiactividad podían sospechar cuáles eran las horribles consecuencias de su exposición. De
hecho, Frédéric Joliot observó en sus análisis de documentos expuestos a la radiación que la contaminación de estos en un
período de treinta años había descendido casi cien veces. Es decir, en el momento en que los expertos comenzaron a
percatarse de los riesgos que conllevaban sus investigaciones, tomaron las medidas necesarias para protegerse, aunque tal
vez era demasiado tarde. Efectivamente, Marie falleció debido a sus trabajos sobre el radio, pero cuando los inició
desconocía lo mucho que terminarían deteriorando su salud. No era su intención llevar a cabo un acto de heroicidad. En
cualquier caso, cuál fuese su actitud ante las enfermedades provocadas por la radiactividad resulta ahora indiferente. Que
estas, así como su muerte, contribuyeron a agrandar su leyenda, es lo único relevante.

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