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Teoría del caos

En el desarrollo de la teoría del caos, se sucedieron tres pasos fundamentales. El


primero de ellos ocurrió hacia finales del siglo XIX, cuando el físico–matemático Henri
Poincaré introdujo el concepto de no linealidad, que contradecía el ideal clásico de los
sistemas lineales en los que causa y efecto se identifican plenamente, y la resultante
de un fenómeno es igual a la suma de sus partes. La no linealidad implica divergencia
entre resultado y origen, y la simple adición de las partes de un hecho no corresponde
al producto final, por lo que los algoritmos lineales poco pueden hacer para explicar su
dinámica. El problema no era menor, si se considera que un 90% de los procesos de
la naturaleza son de carácter no lineal.

El meteorólogo Edward Lorenz, sin proponérselo, dio en 1960 el segundo paso en el


avance de la teoría del caos. Al estar realizando un día simulaciones a partir del
comportamiento de los parámetros meteorológicos elementales, copió por error los
números de la impresión anterior de sus registros y los introdujo en la computadora;
observó que el resultado de las condiciones atmosféricas, a escaso tiempo del punto
de partida, divergía parcialmente del obtenido con anterioridad, pero al cabo de pocos
meses –ficticios, puesto que eran simulaciones– las pautas perdían la semejanza por
completo. Lorenz descubrió que el problema se hallaba en los decimales: el programa
guardaba seis, pero para ahorrar espacio él sólo había introducido tres, convencido de
que el resultado apenas se resentiría (Lorenz, 1963).

Este incidente aparentemente inocuo, marcó el fin de los pronósticos a largo plazo;
Leith (1974) y Lorenz (1993) establecen que la condición inicial se vuelve crítica en
pronósticos meteorológicos que van más allá de dos semanas. Este descubrimiento
puso de manifiesto la extremada sensibilidad de los sistemas no lineales, la cual se
ilustra con el concepto denominado efecto mariposa o "dependencia crítica de las
condiciones iniciales", donde se resalta la influencia que ejerce la más mínima
perturbación en el estado en que se origina el sistema sobre el estado final del mismo.
El escritor James Gleick (1987) parafrasea: "si una mariposa agita hoy con su aleteo el
aire de Pekin, puede modificar los sistemas climáticos de Nueva York el mes que
viene". Se establece entonces que cualquier variación, ya sea de una milésima o de
una millonésima en alguna variable, forma una pequeña muesca que modificará el
sistema hasta el punto de hacerlo imprevisible.

Finalmente, el tercer paso se lo imprimió el carácter no lineal e iterativo de los


sistemas en la naturaleza, que con instrucciones muy sencillas origina estructuras
sumamente complejas. La mayor parte de la materia va de la abundancia de lo sencillo
a la escasez de lo complejo, con una distribución piramidal (Ashby, 1972). Aquí, la
palabra complejidad indica la cantidad de elementos de un sistema (estructura), sus
interacciones potenciales (función) y el número de estados posibles en que se
traducen a través de sus relaciones (organización). De esta manera, la complejidad
sistémica está en proporción directa con su variedad y variabilidad y es, por lo tanto,
una medida comparativa (Forrester, 1971).

Estas características también se observan en los lenguajes escritos, los cuales parten
de las letras y pasan luego por las palabras, frases, párrafos, capítulos y libros, con la
peculiaridad de que las letras solas no tienen nada que ver con el significado de las
palabras, ni tampoco estas últimas aisladas determinan lo que una frase quiere decir, y
así sucesivamente. La letra "h" no está emparentada con el concepto huracán y la
palabra "con" puede acompañar igual a una frase de amor o de odio. Esto significa
que cuanto más de cerca se mire un problema en la naturaleza, tanto más borrosa se
vuelve su solución. Las estructuras más complejas o altas en la pirámide tienen
propiedades ajenas y diferentes a las de niveles inferiores, situación que le genera un
problema importante a la ciencia, al perder ésta su capacidad de predicción; a dichas
propiedades se les conoce como propiedades emergentes (Morin, 1994). Sin
embargo, si la precisión difumina aún más el objeto de estudio, ¿qué estrategia debe
emplearse para estudiar los sistemas complejos? Aquí interviene la teoría de
la totalidad, que concibe el mundo como un todo orgánico, fluido e interconectado; si
algo falla no debe buscarse la porción dañada, sino más bien hay que revisar el
sistema completo, ya que se trata de una unidad indisoluble (Morin, 1994).

Resulta incompleto tratar de observar la naturaleza de modo fragmentado y explicarlo


todo mediante la suma de sus partes, ignorando dos aspectos primordiales: la
imposibilidad de "meter la totalidad en una bolsa", porque ésta también forma parte de
aquella, y la dependencia que existe entre el observador, lo observado y el proceso de
observación: dado que el hombre forma parte de la totalidad, su percepción y su mera
presencia altera el objeto de estudio. El caos se debe interpretar desde el punto de
vista global para salvar las fronteras de las diferentes disciplinas y aceptar la paradoja
que convierte lo simple y lo complejo, el orden y el caos en elementos inseparables,
donde la palabra "elementos" define a las partes o componentes de un sistema que
pueden organizarse en un modelo. Ejemplo de esta paradoja es el denominado fractal
de Mandelbrot (1983), una de las concepciones más complejas que ha imaginado el
hombre, el cual se creó a partir de una ecuación iterativa muy simple. Desde esta
visión, el caos se convierte en una inagotable fuente de creatividad de la que también
puede surgir el orden, proceso que puede revertirse, generándose entonces caos a
partir de la armonía. Las civilizaciones antiguas creían en la armonía entre el caos y el
orden, y definían al primero como "una suerte de orden implícito"; quizá sea el
momento de reflexionar y retomar el concepto.

Velocidad de la sedimentación

Sedimentación al proceso natural por el cual las partículas más pesadas que el agua, que se
encuentran en su seno en suspensión, son removidas por la acción de la gravedad.

Las impurezas naturales pueden encontrarse en las aguas según tres estados de suspensión en
función del diámetro. Éstos son: a) Suspensiones hasta diámetros de 10-4 cm. b) Coloides
entre 10-4 y 10-6 cm. c) Soluciones para diámetros aún menores de 10-6 cm. Estos tres
estados de dispersión dan igual lugar a tres procedimientos distintos para eliminar las
impurezas. El primero destinado a eliminar las de diámetros mayores de 10-4 cm. constituye la
"sedimentación simple". El segundo implica la aglutinación de los coloides para su remoción a
fin de formar un "floc" que pueda sedimentar. Finalmente, el tercer proceso, que
esencialmente consiste en transformar en insolubles los compuestos solubles, aglutinarlos
para formar el "floc" y permitir así la sedimentación. Es decir que en muchos casos, las
impurezas pueden ser, al menos en teoría removidas mediante el proceso de sedimentación. A
continuación detallaremos un cuadro en el que se presenta a título ilustrativo valores de la
"velocidad de sedimentación" correspondiente a partículas de peso específico 2,65 kg./dm.3 y
a una temperatura del agua de 10° C, teniendo en cuenta distintos diámetros y los tiempos
necesarios para sedimentar 0,3 m.
Geología y minas
Autor: José Quezada Castillo

Docente: Ing. MARIA FERNANDA


GUARDERAS ORTIZ

Loja – Ecuador

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