Vous êtes sur la page 1sur 9

EL ORDEN CONSERVADOR

La Generación del ’80 y su proyecto

La clase dirigente que acompaña el proceso de modernización en el que el progreso económico y la organización
política provocan el surgimiento de una nueva sociedad, es la denominada Generación del ’80. En ella se destacan
personalidades de distinta edad y formación como Paul Groussac, Miguel Cané, Eduardo Wilde, Carlos Pellegrini,
Luis Saenz Peña y Joaquín V. González. La idea de progreso en el campo social junto a la fe en los avances del
capitalismo industrial genera una visión optimista del futuro humano. Esta revisión, propia del positivismo requiere
para su realización eliminar los obstáculos que, para los hombres del ’80, son principalmente la tradición tanto
indígena como hispánica y la falta de educación al estilo europeo. La Argentina se integra a la economía europea y al
mercado mundial como compradora de manufacturas y proveedora de materias primas. Aunque las vacas son más
pesadas, la balanza comercial siempre nos será desfavorable. Los hombres de esta generación se caracterizaron por
heredar y compartir muchos de los pensamientos y aspiraciones de la generación del 37, como el de que sólo la clase
letrada es la poseedora del derecho a conducir el país y la adhesión al pensamiento liberal. El liberalismo sostuvo la fe
en el progreso y la creencia en que el desarrollo económico sólo se alcanzaría mediante el juego libre de las fuerzas
comerciales y con gobiernos limitados a respetar la libertad individual. Fueron discípulos del pensamiento de Juan
Bautista Alberdi y Herbert Spencer. Para Juan B. Alberdi (1818-84), consolidada definitivamente la unidad del país,
había que "civilizarlo", y los dos pilares básicos del desarrollo eran para éste y sus discípulos ideológicos, la mano de
obra y el capital extranjero. Los hombres del 80, esencialmente políticos y no teóricos, hicieron suyos estos postulados
que, prácticamente eran los que habían dominado los últimos veinte años. Herbert Spencer (1820-1903) fue un
notable teórico social británico que intentó aplicar las leyes evolutivas de la biología al estudio de la sociedad. Influido
por Charles Darwin (1809-82), también tomó de este el principio de la supervivencia del más apto. El grupo dirigente
del ’80 adhiere al liberalismo económico pero practica un claro conservadurismo político reservándose el manejo de
los mecanismos del poder al considerarse los únicos aptos para detentarlo. El uso del fraude electoral es moneda
corriente y está facilitado por el sistema de voto cantado, la inexistencia de padrones oficiales y el ejercicio de la
intimidación y la violencia. Esto alejaba a la gente en común de la política a la que ve como una farsa, sin partidos que
la representen y sin posibilidades de expresar libremente su opinión. El proceso de la Constitución de una hegemonía
Gubernamental, basada en el control de la sucesión que el presidente saliente ejercía sobre el presidente que lo iba a
suceder, sobre mecanismo de fraude y control electoral aplicados lisa y llanamente en la emisión del sufragio y sobre
todo, por el control que el gobierno nacional ejercía sobre las provincias y los gobernadores de provincia. Es el Senado
de la nación el que va a recibir a los gobernadores salientes que a su vez cuidan la sucesión y que a su vez controlan el
sistema junto con los presidentes. Todas estas prácticas antidemocráticas y excluyentes son comunes a las diversas
vertientes políticas que se alternan en el poder. En aquél entonces, gobernaba un solo bloque y dentro de ese bloque
convivía el temperamento conservador, si por temperamento conservador se entiende conservar las posiciones de
poder adquiridas, con el temperamento liberal, si por temperamento liberal se entiende la apertura a un horizonte de
reformas que en aquella época era muy importante. El positivismo representó la vanguardia ideológica de una
burguesía identificada con el avance sostenido de la ciencia y de la técnica, como forma de desarrollar las fuerzas
productivas y de terminar con las secuelas de la "barbarie" tanto en el orden material como el cultural. La "utopía"
positivista apuntaba a configurar sociedades previsibles en las cuales los individuos estuvieran absolutamente
absorbidos por el poder.

De esa preferencia por lo previsible, tomaba fuerza la idea de suprimir la "política", identificada con el caudillismo, la
confrontación violenta y en general la aparición de tendencias orientadas a suplantar al sector que ejercía el poder. Se
pensaba en su reemplazo por la "administración", una actividad regular, con rasgos "científicos", legitimada por la
posesión de un saber sobre el bien de la sociedad nacional que abrevara en los grandes derroteros de la "civilización" y
consolidara un progreso tan lineal corno indefinido en su duración. Burócratas serenos, eran el modelo de
"administradores" que debían reemplazar a los "políticos" de una época superada. Buscaron nacionalizar la cultura del
país. Preocupados por los posibles efectos desintegradores de la política inmigratoria, practicaron un liberalismo de
neto corte laicista y promovieron la separación de la Iglesia en las cuestiones referentes al Estado. Esto trajo como
consecuencia el enfrentamiento con la Iglesia y los sectores católicos representados, entre otros, por José M. Estrada,
Pedro Goyena, Emilio Lamarca. El debate entre ambos sectores se caracterizó por el menosprecio que el grupo
innovador manifestaba por las posiciones católicas, ya que para la mentalidad positivista el dogmatismo cristiano era el
principal obstáculo en el camino hacia el progreso. Sin embargo, liberales y católicos no se enfrentaron en el aspecto
socio-económico. El rol del país, como proveedor de materias primas, era compartido por ambos sectores. Un aspecto
polémico con respecto al tema tratado es el de la existencia o no de un programa generacional. Algunos analistas
hablan de un "proyecto político y económico de la generación del 80" que, si bien no fue enunciado en forma explícita,
se lo puede encontrar definido en discursos políticos y parlamentarios. Manifestaciones de este proyecto serían en el
campo político social: las leyes laicas, la concentración del poder y la política inmigratoria.

La "pax roquista"

Las presidencias fundadoras de la nacionalidad –Mitre, Sarmiento y Avellaneda- prepararon las condiciones políticas,
sociales y económicas que permitieron a Roca imponer el modelo alberdiano de organización nacional. Se había
afianzado el carácter presidencialista del sistema y se habían apaciguado los conflictos interprovinciales. Desde 1862
todo candidato presidencial había necesitado contar con el beneplácito de por lo menos uno de los grupos políticos
porteños. El Colegio electoral que eligió a Roca lo hizo prescindiendo de los votos de los electores de Buenos Aires y
de Corrientes. La Liga de Gobernadores había inaugurado un sistema de control electoral que se fue perfeccionando y
dio como resultado la estructura de un régimen político que garantizaba lo que Alberdi se había preocupado por
precisar, una "república posible", en la que el ejercicio del poder político estuviera reservado al grupo más ilustrado y
mejor preparado para atender el interés y el bienestar de todos los argentinos. Desde las Ciencias Políticas, Natalio
Botana ha realizado un minucioso análisis de los comportamientos políticos recurrentes entre 1880 y 1912 -año en que
se puso en vigencia la Ley de voto secreto y obligatorio-para tratar de comprender la estructura interna de un orden
que supo aprovechar los recursos institucionales de la Constitución y adecuarlos para restringir el acceso a los cargos
electivos.
En la medida en que los grupos dirigentes provinciales pudieron desarrollar sentimientos de legitimidad compartidos
con respecto a las reglas de sucesión del poder; se estructuró un sistema de hegemonía basado en lo que Botana define
como la unificación del origen electoral de los cargos gubernamentales: "Habrá siempre electores, poder electoral,
elecciones y control, pero los electores serán los gobernantes y no los gobernados, el poder electoral residirá en los
recursos coercitivos o económicos de los gobiernos y no en el soberano que lo delega de abajo hacia arriba. Las
elecciones consistirán en la designación del sucesor por el funcionario saliente y el control lo ejercerá el gobernante
sobre los gobernados antes que el ciudadano sobre el magistrado." El presidente de la nación se ubicó en el vértice de
una pirámide desde donde impuso el candidato a sucederle con el aval de los gobernadores de provincia quienes
controlaban las elecciones en sus respectivos distritos electorales. Lógicamente los mandatarios provinciales
dominaban una red de funcionarios inferiores (jueces de paz, concejales municipales y comandantes militares) que
organizaban los comicios. La clave del sistema estaba en la ley electoral que pautaba el voto cantado y voluntario y
dejaba la organización de los padrones y actos comiciales a las autoridades locales que se constituían en los primeros
agentes del fraude. Las listas de diputados nacionales y las bancas del Senado surgían del acuerdo entre cada
gobernador y el presidente, dado que los ejecutivos provinciales eran árbitros naturales de la distribución de cargos en
cada gobernación, disponían de las bancas en la legislatura y se constituían en agentes de la voluntad presidencial.
La plena vigencia de este régimen aseguró al país una década de paz y orden interno que se tradujo en la casi
desaparición de intervenciones a las provincias. En este sentido el P.A.N. (Partido Autonomista Nacional) cumplió una
función importante como ámbito de comunicación de las oligarquías provinciales. La "pax roquista" permitió concretar
una importante labor de gobierno en lo concerniente a la legislación y administración de estructuras estatales acordes
con el concepto de progreso según lo entendía la clase gobernante. Acompañó a Roca en la vicepresidencia Francisco
Madero, un hombre de negocios sin peso político propio, pero vinculado a lo más tradicional de la sociedad porteña.
El presidente formó su gabinete con provincianos que habían sido sólidos apoyos en la Liga como Antonio del Viso,
ex-gobernador de Córdoba en el ministerio de Interior y Manuel D. Pizarro, también cordobés pero arraigado en el
círculo político santafesino dominado por Simón de Iriondo, otro de los puntales de la candidatura de Roca en el
Interior. Entre los porteños, Bernardo de Irigoyen tuvo destacada actuación al frente de la cancillería y Juan José
Romero, reconocido hombre de finanzas, en el ministerio de Hacienda. Carlos Pellegrini y Eduardo Wilde se
convirtieron en leales funcionarios del presidente, el primero como representante del gobierno ante la banca
internacional y el segundo desde el gabinete en las instancias decisivas de los conflictos entre el Estado y la Iglesia. Un
párrafo aparte merece la gestión de Domingo Faustino Sarmiento al frente del Consejo Nacional de Educación,
organismo encargado de la administración de las escuelas primarias nacionales. El sanjuanino sin embargo criticaría el
régimen político instaurado al amparo del rémington y en función de una carrera de empréstitos e inversiones que se
volverían desenfrenadas y promoverían la exaltación de valores materiales en una sociedad muy poco cuidadosa con
los principios republicanos tan caros al modelo de país que Sarmiento había soñado.
El ejército avanzaba sobre la frontera indígena en el Chaco y en la Patagonia para obtener el definitivo control de los
territorios nacionales, y los capitales extranjeros eran captados por el gobierno para destinarlos a obras de
infraestructura como la modernización de los puertos de Buenos Aires y Rosario, la extensión de la red ferroviaria y las
Obras de Salubridad de la Capital; pero también para la ampliación del crédito y la expansión de la circulación
monetaria que generaría la especulación financiera a gran escala.

El mito del progreso indefinido

Mucho se ha escrito sobre esta generación de políticos y su proyecto y las opiniones de los especialistas son divergentes
en cuanto al grado de intervención que le cupo al estado en el control de las variables económicas. Donde no hay
discrepancias es en reconocer las influencias del positivismo europeo, a través de las ideas de Augusto Comte y
Herbert Spencer, aceptadas como teoría del conocimiento y como interpretación de la realidad histórica nacional; si
bien los últimos trabajos sobre el tema advierten acerca de la adaptación del ideario de estos pensadores según las
necesidades particulares que el contexto local imponía y al grado de pragmatismo con que la clase gobernante se
manejó. La llamada "generación del Ochenta" creyó que la historia avanzaba a través de etapas sucesivas e insoslayables
a un proceso evolutivo hacia el progreso. Esta idea, ya manifiesta en algunos escritos de la generación del 37 tendería
un puente entre los pensadores del Salón Literario y los estadistas del orden conservador.
La influencia spenceriana se canalizó fundamentalmente en medidas con respecto a la iglesia en su relación con el
estado, en al ámbito educativo y en el orden económico. Contra las ideas evolucionistas se levantó el sector católico
liderado por José Manuel Estrada y Pedro Goyena quienes consideraron que el liberalismo y el anticlericalismo del
gobierno socavaban los principios de la fe católica de la familia argentina. En desacuerdo con los proyectos del
ejecutivo renunció Manuel D.Pizarro y asumió la cartera de Justicia y Educación Eduardo Wilde. Lector asiduo de
Comte y Spencer, el nuevo ministro fue el sólido defensor del programa de secularización emprendido por los
presidentes Roca y Juárez Celman que se concretó en las leyes de educación común, de Matrimonio Civil y de
creación del Registro Civil de las personas. El estado fue categórico en defender sus prerrogativas aún a costa de
romper relaciones diplomáticas con la Santa Sede. Con el presidente Juárez Celman los principios del liberalismo
económico ortodoxo fueron llevados hasta las últimas consecuencias. Convencido de la incapacidad del Estado como
administrador y empresario rechazó toda intervención del mismo en empresas económicas y liquidó aquéllas que aún
tenían participación estatal, como el Ferrocarril Andino y el Oeste o las obras de salubridad de la ciudad de Buenos
Aires. Como contrapartida intensificó las concesiones al capital privado que en términos políticos se tradujo en la
presencia de un círculo de favorecidos por el presidente. Una profunda transformación en las costumbres alentada por
la creencia en el exitismo económico como valor supremo del individuo modificaba sustancialmente el
comportamiento social.
Estas circunstancias no pueden dejar de considerarse como antecedentes de la crisis que se desataría en el año noventa.

Política y sociedad en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX

Para poder evaluar la magnitud y trascendencia de los cambios operados en la estructura social de la Argentina durante
este período es importante tener en cuenta la información que procede de diferentes registros estadísticos,
especialmente la que proveen los censos nacionales de 1869 y 1895. El censo realizado durante la presidencia de
Sarmiento indicaba que la población rondaba entonces una cifra cercana a 1.800.000 habitantes -lo que ya
representaba un aumento de casi el 80% para lo estimado hacia 1853 -, de los cuales casi la mitad se concentraba en las
provincias del litoral. Los extranjeros -entre los cuales predominaban los italianos seguidos por españoles y franceses
representaban un 12 % del total de la población, y en su gran mayoría se encontraban radicados en el litoral con un
predominio abrumador de Buenos Aires. Con respecto a otros registros estadísticos parciales, el censo de 1869 ponía
de manifiesto un crecimiento del peso de la población urbana, que para esa fecha llegaba al 35% del total, y una fuerte
polarización que reducía lo que difusamente podría acercarse a una clase media a un 10%. Los esfuerzos deliberados
por poblar el territorio fueron estimulados por los cambios económicos operados durante los años siguientes, lo que
provocó un profundo impacto en la estructura demográfica que quedó gráficamente expuestos en las cifras del Censo
Nacional de 1895. La población rondaba entonces los 4.000.000 de habitantes y, expansión agropecuaria de por
medio, se ratificaba la tendencia a la concentración en las provincias del litoral que ahora retenían al 63,5 % del total de
la población. La población foránea llegaba ahora a un 25 % del total y se mantenía el predominio de los italianos, que
recién en el Censo de 1914 serían relegados por los españoles. Por entonces casi el 90% de estos inmigrantes se
hallaba radicado en el litoral. Las ciudades continuaban su marcha ascendente, y ratificaban la tendencia esbozada en
el censo anterior, ya que para entonces se concentraba en ellas el 42 % de la población del país. Las oportunidades de
ascenso social permitieron que para entonces se pudiera observar un notorio desarrollo de sectores intermedios -tanto
urbanos como rurales -que, transcurrido un cuarto de siglo, era posible estimarlos entre un 25 y un 30 % del total de la
población. No obstante, la euforia desplegada en torno al vertiginoso crecimiento económico y las posibilidades de
inserción social que este ofrecía, estas eran tan ciertas como acotadas, ya que casi dos tercios de la población podía ser
caracterizado como "pobre".

De la gran aldea a la metrópoli

Los treinta años comprendidos entre la federalización de Buenos Aires y el Centenario de la Revolución de Mayo
marcaron el comienzo de la transición de la ciudad hacia su perfil de gran metrópoli de América del Sur. Esta
condición no sólo la adquirió por su crecimiento en superficie y en población sino -y principalmente-por las peculiares
características que adoptó el paisaje urbano del casco céntrico y su prolongación hacia el norte y por la modernización
de los servicios, de iluminación, sanitarios y de transporte. El primer intendente municipal, Torcuato de Alvear dedicó
especial atención a la remodelación del casco histórico de la ciudad, siguiendo los criterios de los urbanistas franceses.
La plaza de Mayo ganó en espacio pero perdió la Recova Vieja. Desde el Cabildo, que perdió los arcos del ala
izquierda, se abrió la Avenida de Mayo en dirección oeste hasta Callao donde se proyectó una plaza para enmarcar el
nuevo edificio del Congreso. A lo largo de la nueva avenida se construyeron edificios que también siguieron las pautas
del estilo francés y se elevaron a mayores alturas -seis pisos fue el máximo permitido hasta 1914 -gracias a la utilización
de estructuras de hormigón armado y vigas de hierro. Oficinas, hoteles, restaurantes y casas de comercio se instalaron
en la nueva arteria, convertida para el Centenario en centro neurálgico de la ciudad. También se construyeron entre
fines del siglo pasado y la primera década del XX el Palacio municipal y el edificio del diario La Prensa, actualmente
sede de la Casa de la Cultura del Gobierno de la Ciudad. Otro eje en dirección norte-sur se proyectó sobre la actual
avenida Nueve de Julio, pero su construcción recién se iniciaría en los años treinta. Hacia 1913 comenzaron a
diagramarse la dos diagonales (Norte y Sur) que buscaban prolongarse hasta la plaza Lavalle y hasta la calle
Independencia respectivamente. La Diagonal Norte facilitaría el acceso directo al solar del antiguo Parque de Artillería
donde se había iniciado la construcción del nuevo Palacio de Justicia Finalmente el Teatro Colón también se trasladó
de la esquina norte de la Plaza de Mayo al lugar que hoy ocupa. En 1887 la ciudad adquirió su extensión actual por la
incorporación de Belgrano y San José de Flores. Esta prolongación de la capital requirió, entre otros
emprendimientos, el entubamiento del arroyo Maldonado que quedó, hacia 1930 contenido debajo de las avenidas
Bullrich y Juan B. Justo. Las arterias perimetrales del norte y noreste se completarían con la prolongación de la salida
al Tigre y la apertura de la avenida Costanera. La expansión de la cuadrícula urbana respondió a la modernización del
sistema de transportes. Las líneas de tranvías a caballo habían seguido en su diagrama los ejes del ferrocarril. Hacia
1903-1904 la electrificación cambió la vida de los porteños al permitir un fácil acceso al centro desde los distintos
barrios y facilitar la comunicación interbarrial. Proporcionalmente a la reducción del precio del boleto se amplió su
acceso a las clases populares a quienes permitió desplazarse en busca de trabajo más allá del domicilio o incursionar en
las ofertas recreativas que empezaba a ofrecer el Centro. Además del tranvía a partir de 1913 circuló la primera línea
de subterráneos -la línea A-que unió Plaza de Mayo con Caballito. Asociado a la nueva dinámica que imprimía el
transporte, el negocio inmobiliario impulsó el loteo de las áreas vacías que se convirtieron en la esperanza de la
vivienda propia para la familia inmigrante. Pequeños núcleos urbanos se generaron en las proximidades de las
estaciones intermedias de los ferrocarriles, origen de los barrios de Coghlan, Villa Devoto, Floresta y Liniers; en los
cruces de calles que de pronto se convertían en centro de reunión como San Juan y Boedo o Caseros y La Rioja; y en
la proximidad de mercados como el Abasto, inaugurado en 1889 o los nuevos mataderos del sur abiertos en 1901
origen de Nueva Chicago. La ciudad hacia el norte -coherente con los gustos de la élite-se afrancesaba y sus barrios
adquirían el status de zona residencial en la que volcaban costosos proyectos los arquitectos mejor cotizados en París.
Son representativas de principios de siglo las residencias que rodean la plaza Carlos Pellegrini hoy sedes de las
embajadas de Francia (Palacio Ortíz Basualdo) y Brasil (Residencia Celedonio Pereda) y el hotel de Félix de Álzaga
Unzué en la subida de la calle Cerrito. Otro de los complejos proyectados en esta época es el que corresponde a la
Plaza San Martín en el que se destacan las residencias de José C. Paz (hoy Círculo Militar) y de Leonor Castellanos de
Anchorena sobre la calle Arenales. Se puede seguir la historia arquitectónica de principios de siglo en algunos
palacetes de Palermo Chico y en fragmentos de la Avenida Alvear. Entre 1890 y 1910 se diseñaron los jardines de
Palermo, paseo exclusivo de la oligarquía, tal como los podemos ver en la actualidad. Su autor fue el paisajista Charles
Thays, responsable también del proyecto y realización del Jardín Botánico.
Hacia 1915 hubo una reacción contra el predominio del estilo francés y una búsqueda de formas y diseños que
inspirados en las tradiciones del país remitieran al pasado colonial. Representativa de este intento fue la obra del
arquitecto Martín Noel, autor del actual Museo Fernández Blanco. También de principios de siglo fueron algunos
ejemplos de Art Nouveau como el Hospital Español obra del arquitecto argentino Julián J.García Nuñez. Otros estilos
representativos de la arquitectura europea anglosajona pueden verse en algunas viviendas aledañas a las estaciones
suburbanas de los ferrocarriles ingleses; además de los monumentales hangares de la estación Retiro proyectados en
Gran Bretaña. La cabeza de Goliat crecía entre contrastes marcados por el afrancesado snobismo individualista de la
burguesía agropecuaria de la pampa húmeda, la colorida paleta de la Boca del Riachuelo y los grises y sucios
conventillos de Catedral al Sur. En conjunto contenía una variedad de tipos humanos que le darían cien imágenes
distintas a los barrios porteños. Aunque justificaba la admiración del extranjero, quienes pasaban sus límites y se
internaban más allá de su damero, comprobaban su condición de fachada insolente de un país de artesanos y
campesinos.

Más vale rico y sano…

La inserción de la Argentina en el mercado mundial contribuyó de manera decisiva a dar forma a ese Estado Nacional
que bajo principios liberales se consolidó a largo de las llamadas "presidencias históricas" (1862 -1880. Esta economía
de mercado requería -con todas las exenciones que su posición periférica le otorgaba -de la formación de una sociedad
burguesa estratificada, flexible y permeable, que ofreciera posibilidades ciertas de movilidad social acordes con el éxito
individual. Pero esta nueva sociedad se asentaba sobre las bases de una rígida estructura que contaba con sus propios
réprobos y elegidos, y si la transformación se mostraba -al menos en términos teóricos- indulgente con los primeros, no
podía poner en peligro la gloriosa existencia de estos últimos. Si bien se puede considerar que los cambios operados a
nivel mundial excedían su voluntad, no opusieron resistencias a una circunstancia que bien llevada (y los intelectuales
no lo habían descuidado) auguraba la preservación de sus intereses. En esta fase del desarrollo capitalista, en la
argentina emergió una burguesía que, como señala Jorge Sábato, aun cuando se presentaba bastante estratificada, se
hallaba poco fraccionada sectorialmente. Los sectores m s altos presentaban además un grado de homogeneidad muy
particular, ya que poseían el control de todas las actividades económicas. El monopolio de estas actividades que
durante el período fueron resultando cada vez m s rentables les garantizaba su predominio social y el control absoluto
del aparato político, y si de sus ideas liberales al respecto de esto último surgía algún inoportuno remordimiento,
recibieron el estímulo del cientificismo y su fe en el progreso. Influenciados por el pensamiento positivista, estaban
persuadidos que la sociedad debía ser conducida por los que naturalmente se hallaban mejor dotados para ello,
quedando a su cargo la tarea de operar los resortes que facilitaran la consecución de la parte que le correspondía a la
Argentina en la era donde la humanidad marchaba sin retorno hacia el "progreso". La sociedad era interpretada en
términos biológicos como un organismo, donde el orden era indicador de salud y los conflictos eran indicios de
enfermedad. Esta "república oligárquica" era conducida por una elite política y económica que pronto se encargó de
establecer los parámetros del "prestigio social". Para preservar ese lugar de privilegio recurrieron a una variada gama de
estrategias que les permitieron distinguirse y poder reconocer a propios de extraños. Frente a la marea humana que
llegaba para "hacer la América", la elite, sin ser demasiado original pero si muy perseverante se apresuró a pergeñar los
elementos que definían su identidad. Por este motivo ordenó su patrimonio cultural y construyó una imagen de lo
deseable que por diversos canales -muy especialmente a través de la educación -se extendió hacia el resto de la
sociedad con el objeto de lograr consenso y adhesión. La puesta en valor del concepto de "nacionalidad" otorgó a los
descendientes de las familias m s antiguas un handicap especial que los colocó a la altura de los padres fundadores y
realzó y dio sentido a su actitud paternalista.
No obstante esta interesante e interesada evocación de los orígenes, la alta burguesía no ocultaba su incontenible
pasión por la modernidad que llegaba desde Europa -sobre todo por la tradición francesa que arremetía contra el
patrimonio hispánico -e incorporaba símbolos y comportamientos sociales que, en ocasiones en tono paródico,
pretendían reproducir la vida de las grandes capitales del viejo mundo. Tal vez por ello, "inauténticos" "faroleros" y
"nuevos ricos" son sólo algunos de los maldicientes calificativos con que la historiografía crítica caracterizó a la
oligarquía argentina que por aquellos tiempos gustaba de intercalar en sus discursos algunas palabras en francés y en
inglés como un símbolo de distinción.
Cuando Buenos Aires se pobló de inmigrantes abandonaron el sur de la ciudad en dirección al norte, donde
edificaron modernas mansiones que, en la medida de lo posible, decoraban con objetos de arte que importaban -
cuánto mejor si se habían traído de un viaje! -de los centros culturales europeos. De allí llegaba también la calidad y el
estilo de la indumentaria que se lucía en los ámbitos públicos. Los hombres tenían su espacio reservado -salvo
contadas excepciones -en el Club del Progreso, en el Jockey Club o en distinguidas confiterías como la del Águila que
se encontraba en la calle Florida. Las mujeres, relegadas a un segundo plano, lucían sus modelos en los restaurantes,
en los teatros donde llegaban con cierto desdén artistas de renombre, y en los paseos públicos de Palermo y de la
Recoleta. Las "vacaciones" eran otro elemento de distingo social, y al veraneo en Montevideo, a partir de 1888 se le
suma Mar del Pata con rango de lugar "exclusivo". Mirar y ser visto era ya desde entonces la clave para pertenecer.
Nada nuevo bajo el sol.
En torno a este grupo reducido que representaba un generoso 1 % del total, se aglutinaban los "socios menores" del
desarrollo. La actividad económica había permitido el surgimiento de sectores medios tanto en el ámbito rural como
en el urbano (profesionales, comerciantes, funcionarios, industriales, maestros, arrendatarios favorecidos) que aunque
excluidos de un modo manifiesto por una activa profilaxis que les adjudicaba política, económica y socialmente un rol
secundario, sentían que su destino y sus ilusiones para el porvenir se hallaban estrechamente ligados a las estrategias de
los sectores dirigentes.

Los unos y los otros

El clima del Centenario reflejó un optimismo inconmovible en el crecimiento económico del país, sólo levemente
empañado por las manifestaciones anarquistas y las huelgas y por quienes denunciaban el anquilosamiento de un
régimen que ya no podía dar respuestas legítimas a un amplio sector de la ciudadanía. La inmigración, la educación
pública y el crecimiento del modelo primario exportador habían transformado la realidad social y amplios sectores
medios reclamaban su derecho a la cuota de poder político que el sistema les negaba. Una corriente reformista de
intelectuales liberales estaba atenta a los cambios que se percibían en el cuerpo social y comenzaban a unir sus
preocupaciones por la transformación de las instituciones y hábitos políticos, con los requerimientos que en el ámbito
obrero se manifestaban en los grupos socialistas y, en forma más violenta, en las organizaciones anarquistas. Desde
1895 el partido fundado por Juan B. Justo representaba la línea reformista del socialismo europeo basada en el
reconocimiento de la política parlamentaria como ámbito de lucha y defensa de los intereses de la clase trabajadora.
Una dirigencia partidaria integrada por médicos y abogados le daba un cariz aburguesado y lo posicionaba mejor para
relacionarse con los reformistas de la élite dirigente. Fueron importantes los contactos en el ámbito universitario donde
las preocupaciones científicas de las distintas disciplinas podían superar las diferencias ideológicas. El deterioro de la
moral pública denunciado por Matienzo se hizo compatible con las preocupaciones de Joaquín V. González por un
código de legislación del trabajo, inspirado en la organización de los departamentos de trabajo norteamericanos.
Algunos socialistas entre ellos, Enrique del Valle Iberlucea, y Manuel Ugarte contribuyeron con el ministro del Interior
de Roca en su redacción. El proyecto de Ley Nacional de Trabajo fue un cuerpo jurídico que contempló los más
modernos criterios en su género. Contratos de trabajo, obligación empresaria de indemnizaciones por accidentes,
condiciones de higiene y seguridad en los lugares de trabajo, tribunales de conciliación y arbitraje y regulación para la
organización de asociaciones profesionales, fueron algunos de los tópicos que reglamentó el proyecto. Los anarquistas
lo condenaron como un intento del gobierno por controlar las organizaciones obreras. Los socialistas en su sexto
Congreso reunido en Rosario reprobaron las restricciones impuestas a la organización del movimiento obrero; pero
fueron más cautos y en vías de capitalizar las iniciativas del gobierno nombraron una comisión para asesorar al
diputado Alfredo Palacios en la presentación de enmiendas que contemplaran las aspiraciones del partido. Desde las
bases obreras socialistas, sin embargo, el proyecto fue repudiado.
La actitud en general de la clase dirigente era de incomprensión frente a las demandas del proletariado. No cabía en la
mente de los notables la posibilidad de justificar huelgas y manifestaciones de protesta; mucho menos comprendían
cómo un país con la riqueza y las posibilidades de ascenso social que ofrecía Argentina podía ser un terreno fértil para
las ideas anarquistas. La oligarquía se volvía xenófoba y se refugiaba en las relaciones paternalistas, todavía posibles en
el ámbito rural, pero impracticables con los trabajadores urbanos en su mayoría extranjeros y con mayor conciencia de
sus derechos. El proyecto de González quedó encajonado en el Congreso y la legislación destinada a mejorar las
condiciones del sector obrero fue obra casi exclusiva de los socialistas, quienes la tomaron como parte central de su
labor en las cámaras. En 1905 se sancionó la ley 4661 de descanso dominical y al año siguiente el diputado Alfredo L.
Palacios presentó su proyecto de regulación del trabajo de mujeres y niños. De larga discusión fue el proyecto sobre
seguros por accidentes de trabajo defendido durante 1915 por Juan B. Justo. Cuando a partir de 1907 quedó instalado
el Departamento Nacional de Trabajo, los socialistas se preocuparon por que el organismo funcionara con la mayor
independencia posible de los poderes políticos; sobre todo a partir de 1910, cuando el ministro del Interior Indalecio
Gómez tendió a intervenir directamente en los conflictos obreros.

Balance de la transición. El movimiento obrero: ¿"peligro social o justa reivindicación?"

Desde las últimas décadas del siglo XIX irrumpió un nuevo actor social: el movimiento obrero. Su crecimiento resultó
de varios factores: los cambios económico -sociales, el aporte inmigratorio, las nuevas corrientes ideológicas. Incidieron
más en las ciudades del litoral "donde -explica Cortés Conde -los inmigrantes constituían un número importante…" Este
autor destaca el crecimiento de la rama secundaria de la economía: "los censos […] de los años 1895 y 1914 indican
que el personal empleado en las industrias pasó […] de 174.782 […] a 410.201, de los cuales, en 1895, 72.391 eran
argentinos y 103.291 extranjeros y en 1914, 209.623 argentinos y 210.578 extranjeros…". En ese marco debe situarse la
expansión sindical. Como en otras partes del mundo, pese a la prosperidad del país, la situación de los asalariados era
penosa: "Se trabajaba escribió Martín S. Casaretto en su Historia del movimiento obrero argentino jornadas de 10, 12 y
hasta 14 horas, por salarios irrisorios […] trataban grosera y despóticamente a los obreros y empleados, sin
reconocerles el más elemental derecho de reclamar […] Un considerable número […] vivía en sucios y antihigiénicos
conventillos, donde el agua sólo se podía usar en cantidad medida y los restantes hacinados en casuchas sin ninguna
comodidad…" El sistema político no les abría cauce dentro del marco institucional. Un sector pudo hallar apoyo en los
Círculos Católicos de Obreros inspirados en la Encíclica Rerum Novarum de 1891. Mayor repercusión tuvieron las
corrientes clasistas revolucionarias e internacionalistas: el anarquismo, el sindicalismo y el socialismo. Al cumplirse el
Centenario de Mayo, el movimiento obrero argentino tenía tras de sí una historia de medio siglo: el primer paso se
asigna a los tipógrafos, que en 1857 crearon una entidad mutual, la Sociedad Tipográfica Bonaerense. Ese sector se
agrupó en 1878 en lo que habría sido el primer sindicato local, la Unión Tipográfica, de corta vida, que protagonizó el
primer movimiento huelguístico por mejoras salariales. En los años 80´ se produjeron movimientos aislados en
diversos oficios: panaderos, tapiceros, carpinteros, prácticos de navegación, albañiles, mayorales y cocheros de tranvías,
servidores domésticos, madereros, municipales, telefónicos… En 1887 se creó La Fraternidad. Sociedad de Ayuda
Mutua de Maquinistas y Fogoneros de Locomotoras. Algunos de estos embrionarios movimientos, de carácter a
menudo espontáneo -como el de los carteros o de los telefonistas -, fueron vistos con simpatía incluso por sectores
conservadores de la opinión pública. Más tarde las cosas cambiaron; especialmente cuando los demandantes
profundizaron el sentido de sus reclamos o se hicieron oir en medios de prensa propios cuyos solos nombres (a
menudo en lengua foránea) planteaban una amenaza nada disimulada al orden establecido: Gli Incendiari, Sempre
avanti, Los Esclavos, Ni Dieu Ni Maitre, El Perseguido… La prensa sindical, socialista (La Vanguardia, 1894) o
anarquista (La Protesta, 1897), irrumpió con fuerza creciente en el escenario del periodismo local. (Entre otras
publicaciones pueden citarse: El Obrero Panadero, 1894; El Reporter del Puerto, 1903; El Empleado de Tranvías,
1906; El Obrero Gráfico, 1907).

Primeras federaciones sindicales: la unidad imposible

Impulsados principalmente por militantes socialistas, grupos de obreros festejaron por primera vez el 1º de Mayo con
un sentido reivindicatorio en el tumultuoso 1890 y a lo largo de esa década, socialistas, anarquistas y sindicalistas
intentaron sin éxito constituir una entidad única de carácter confederal. Los distintos enfoques considerados para
enfrentar al sistema capitalista produjeron más disidencias y divisiones internas, tendencia que se prolongaría en el
tiempo. Así, en los primeros años del siglo XX se constituyeron dos centrales obreras: la Federación Obrera Argentina
-desde 1904 denominada FORA (Federación Obrera Regional Argentina)-, que reunía a sindicatos de tendencia
predominantemente anarquista, y la UGT (Unión General de Trabajadores), socialista. Además existían sindicatos
autónomos. Los reclamos de carácter revolucionario, la creciente agitación social y el incremento de las huelgas, que se
extendían por distintas zonas del país, alarmaron a la clase dominante que los consideró -señala Cortés Conde-como
"un real peligro social". En 1902 el Congreso sancionó la llamada Ley de Residencia que proporcionaba al gobierno un
instrumento coactivo contra el movimiento obrero. Su inspirador fue el senador Miguel Cané.

La "semana roja" de 1909 y la ley de defensa social de 1910

El Partido Socialista participaba activamente en apoyo del movimiento obrero y sus dirigentes más destacados -como
Alfredo L. Palacios o Nicolás Repetto- eran oradores frecuentes en muchos actos y movilizaciones. También hacían
sentir su acción dentro del sistema político y del marco constitucional, en el Congreso, propiciando reformas sociales u
oponiéndose a las medidas represivas. La acción de esos parlamentarios logró en la primera década del siglo la sanción
de algunas leyes sociales (disponiendo el descanso dominical o la supresión de medidores de agua en los conventillos,
etc.). Pero no alcanzaba para cumplir rápidamente con las mayores aspiraciones obreras y mucho menos con los
planteos de los sectores más radicalizados. Con altibajos (debidos a la acción represiva de las autoridades o al
desaliento producido por las divisiones en el mismo movimiento obrero) las acciones de protesta fueron creciendo:
manifestaciones multitudinarias -que tenían por escenario principal la capital -, huelgas y boicots. La violencia hizo su
aparición con creciente frecuencia. El 1º de Mayo de 1909 una multitudinaria manifestación obrera en la zona de la
plaza Lorea y la Avenida de Mayo fue objeto de una brutal represión policial. Las autoridades alegaron que un
manifestante había disparado primero contra la policía; los dirigentes obreros denunciaron la existencia de una
provocación. Resultado: ocho manifestantes muertos y más de cien heridos. La UGT, la FORA y varios sindicatos
autónomos declararon una huelga general que paralizó la ciudad de Buenos Aires durante varios días y se extendió a
varias ciudades del interior. Durante su transcurso hubo nuevos choques callejeros y duros actos de represión.
Finalmente -pese a que el Presidente había felicitado al jefe de policía coronel Ramón L. Falcón por su desempeño -las
autoridades aceptaron negociar, liberar a presos y abrir locales y periódicos obreros clausurados y el paro se levantó
con una victoria parcial. En noviembre un joven militante anarquista, Simón Radowitzky, asesinó utilizando una bomba
-al coronel Falcón y a su secretario. El atentado era visto por los anarquistas partidarios de la "acción directa" como una
vindicta por los obreros muertos en mayo. A la violencia política que había jalonado toda la historia del país, se
sumaba la violencia social en ambos sentidos. El crimen dio pie al incremento -o sirvió como justificación-de la
reacción implacable del poder político: detenciones, deportaciones, cierres de locales y destrucción de imprentas. El
Centenario -como ya se ha narrado en otra nota -fue precedido por nuevas acciones de protesta contra las medidas
represivas y por la libertad de los presos sociales. En junio de 1910 -con el motivo o con la excusa del estallido de una
bomba en el Teatro Colón-se sancionó una ley llamada de "defensa social" que acentuaba las disposiciones de la ley
4144 y disponía severas penas contra los agitadores sociales, actores o instigadores, incluyendo la pena de muerte en
los casos de terrorismo que causaran decesos. Además de perseguir acciones como la tenencia de explosivos o la
preparación o instigación de atentados, iba dirigida contra la difusión de las ideas anarquistas, habilitaba la limitación
del derecho de reunión, y condenaba las ofensas a los símbolos nacionales (que los internacionalistas no acataban). La
CORA (Confederación Obrera Regional Argentina), entidad que había surgido de uno de los frustrados intentos de
unificación del movimiento (formada por los sindicatos de la antigua UGT y otros) acusó a las autoridades de
pretender destruir "todo movimiento o intento liberador del proletariado". Siguió una ola de deportaciones de
extranjeros y de confinamiento de militantes argentinos en la Tierra del Fuego.

Saenz Peña lo hizo: sufragio secreto y obligatorio... para los varones

Fue una de las dos reformas electorales más importantes de la historia política nacional: puso fin a una etapa de fraude
y abrió para la ciudadanía masculina el efectivo ejercicio del sufragio. (La segunda fue la que implantó en 1947, con
carácter nacional, el voto femenino, reconociendo derechos políticos a la otra mitad de la población, que hasta
entonces solamente pudo intervenir electoralmente en alguna jurisdicción provincial). La reforma propiciada desde
1910 por el progresista Roque Sáenz Peña se concretó a través de una serie de medidas sancionadas en las leyes 8129 y
8130 de 1911, y 8871 de 1912. Las dos primeras establecieron un nuevo enrolamiento general obligatorio de los
varones de 18 años cumplidos y la libreta de enrolamiento como "documento de identificación personal"; la
elaboración del padrón electoral (lista de votantes) se haría sobre la base del empadronamiento militar (empleado para
el servicio militar obligatorio). La formación y control de los padrones electorales quedaba bajo la jurisdicción de la
Justicia. La Ley 8871 -ley general de elecciones, llamada vulgarmente "Ley Sáenz Peña" -entre otras disposiciones, dio
al sufragio, por primera vez en estas tierras, carácter de secreto y obligatorio, fijando además normas precisas para
proclamar las candidaturas, constituir las mesas electorales, emitir el voto, realizar y fiscalizar el escrutinio, etcétera. La
formación y control de los padrones sobre la base del enrolamiento y bajo jurisdicción de la Justicia pretendía evitar la
alteración arbitraria de las listas de votantes por parte de los poderes políticos predominantes en cada distrito o
circunstancia. Sin aquella garantía, las listas de electores habían sido antes herramientas para el fraude. El carácter de
secreto del voto preservaba al votante de las presiones de las autoridades, de los poderosos de turno o de militantes
demasiado ardorosos.
La reglamentación de los comicios y del escrutinio buscaba terminar con antiguos "vicios", que habían llegado a
ensangrentar los atrios donde se votaba y convertido los recuentos de votos en verdaderos escándalos. El sistema
estableció un régimen que de hecho conducía a la representación de mayoría y minoría; se dividió el territorio nacional
en distritos electorales plurinominales en cada uno de los cuales el votante sufragaba por los 2/3 de los cargos a elegir:
En la práctica, el partido que obtenía mayor número de votos cubría con sus candidatos esa proporción (de electores,
diputados, concejales, etc.); el que le seguía en cantidad de sufragios, ocupaba con los suyos el tercio restante. El
carácter obligatorio se explica en un contexto en el que era necesario -como se dijo entonces-"crear al sufragante",
terminar con la abstención resultante del descreimiento popular y generar un apoyo legitimador del poder político. Se
procuraba, como afirmaba el P. E. en uno de los proyectos, "estimular y garantizar el voto de los ciudadanos para
constituir legal y honestamente los poderes […] de origen popular". El sistema tuvo, con algunas reformas, vigencia
durante todo el siglo y fue la base legitimadora de los gobiernos constitucionales.
El hecho que gobiernos surgidos dentro de ese marco.-por mayorías más o menos significativas-fueran derrocados
fácilmente en varias oportunidades mostró que un régimen electoral transparente era una base imprescindible para la
vigencia de un sistema democrático, pero no suficiente. Fue, pese a ello, un enorme paso adelante en el progreso
democrático y generó una positiva tradición electoral en el país.

El 2 de abril de 1916 se votó en todo el país por electores de presidente y vice. Tres fórmulas habían quedado en pie,
los demócratas progresistas, los radicales (Hipólito Yrigoyen-Pelagio Luna) y los socialistas (Juan B. Justo-Nicolás
Repetto). La dispersión en las filas conservadoras favoreció al radicalismo. Las fuerzas conservadoras también votaron
por candidatos propios: Ángel D. Rojas para presidente y Juan E. Serú para vice. Los demócratas progresistas
perdieron a último momento un buen caudal de electores. Con una ajustada mayoría fue consagrado presidente electo
de los argentinos el caudillo radical Hipólito Yrigoyen. La clase gobernante no pensó que les sería arrebatada la
presidencia y confió en su viejo estilo de hacer política. La Argentina entraba en una nueva etapa en la que perdurarían
muchos de los vicios del orden conservador y se sumarían otros, producto de la presión ejercida por una nueva clase
política que accedía al poder con la lógica urgencia de sus expectativas largamente postergada.

Vous aimerez peut-être aussi