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El sacerdote católico que inauguró el

ateísmo moderno después de su muerte


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César Noragueda - Oct 7, 2018 - 15:50 (CET)

A veces, la historia nos sorprende con que las personas de las que surgen las ideas y los
libros más revolucionarios son aquellas que uno menos esperaría.

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No creer en ninguno de los dioses sobre cuyas espaldas espirituales se han levantado
infinidad de religiones en todo el mundo sigue siendo una anomalía. Lo que piensa la gente
siempre resulta difícil de cuantificar, pero eso no quiere decir que no podamos hacer
análisis de la situación en este tema espinoso, y el último gran estudio que el Pew Research
Center realizó en agosto de 2017 tuvo como curiosas conclusiones que, si bien la religión
está experimentado un declive imparable en Occidente como reflejan los datos recogidos
por la Unión Europea, engorda sus filas mucho más que el ateísmo en el resto del globo,
que en 2012 lo cuantificaba Gallup International en un trece por ciento, con un veintitrés de
ciudadanos no religiosos. Pero ¿cuándo comenzó la teoría sistemática de los que niegan
la existencia de los dioses? Una buena pregunta.
Aquel que inauguró el ateísmo sistemático en 1729 para las generaciones modernas era
nada más y nada menos que Jean Meslier, un sacerdote católico francés

Los académicos suelen señalar un libro tremebundo del siglo XVIII, al que se conoce
brevemente con el nombre de Memoria contra la religión, como aquel que dio el
pistoletazo de salida al ateísmo moderno. En él, su autor desgrana una larguísima serie de
argumentos lógicos contra la idea de que existe la divinidad, multitud de alegaciones
teológicas del cristianismo y la injusticia intolerable que, según él, sufrían los súbditos a
manos de los poderosos de la Tierra: no podía ser una obra más subversiva en aquel
entonces, de manera que a nadie debe extrañar que quien la escribió, con más de sesenta
años, esperara a que lo metiesen en un ataúd y lo enterrasen antes de que otro ser humano
plantara los ojos en ella. Y el profesor Julio Seoane Pinilla dice en el prólogo de la edición
en castellano de Laetoli que esta obra, “si no magna, es, cuando menos, voluminosa”.

En verdad, a lo largo de las setecientas páginas que suma, su autor demuestra que no hay
quien le gane a lúcido y exhaustivo y, a la vez, a pelmazo, porque lo que Memoria
contra la religión tiene de riguroso e interesante —todo que podían permitir los
conocimientos de la época— lo tiene de tostón por la infinidad de reiteraciones en las
que incurre y los pasajes infumables que entraña. Además, el autor no es ningún
Voltaire ni ningún barón D'Holbach y, tal vez a consecuencia de su humilde educación
eclesiástica, el estilo de su escritura carece de la deliciosa fluidez que se halla en los textos
del par de nobles ilustrados, que ofrecieron las muchas horas de ocio que les
proporcionaban sus privilegios sociales para luchar por el racionalismo con otras obras
como sus respectivas Tratado sobre la tolerancia (1763) o Cartas a Eugenia (1768).
Laetoli
Meslier escribe contra la idea de divinidad, la teología cristiana y la injusticia que sufrían
los súbditos a manos de los poderosos de la Tierra: no podía ser más subversivo entonces

De todos modos, su indiscutible mediocridad literaria no le resta tino, calibre ni


influencia en el pensamiento filosófico posterior de las minorías no religiosas. Su título
completo, aunque típico, da una idea clara de la gran verborrea de su autor: Memoria de los
pensamientos y sentimientos de Jean Meslier, cura de Étrépigny y de Balaives, acerca de
ciertos errores y falsedades en la guía y gobierno de los hombres, donde se hallan
demostraciones claras y evidentes de la vanidad y falsedad de todas las divinidades y
religiones que hay en el mundo, memoria que debe ser entregada a sus parroquianos
después de su muerte para que sirva de testimonio de la verdad, tanto para ellos como
para sus semejantes. Porque sí, aquel que inauguró el ateísmo sistemático para las
generaciones modernas era nada más y nada menos que un sacerdote católico.

“La vida de Meslier es poco conocida”, cuenta Julio Seoane, “y de lo que sabemos
podemos concluir que pasó sus días apaciblemente entre sus vecinos sin haber tenido casi
ningún problema”. Casi, ya que . Pero “no era alguien que se hubiese distinguido por sus
continuas protestas o su aliento revolucionario”, y “nuestra solidaridad va, no con su
hipocresía, sino con la angustia que debía de suponer predicar aquello en lo que se
descreía, con el dolor y el no saber qué hacer”, porque a sus parroquianos “tenía que
mirarles a la cara y mentirles con las mentiras que más odiaba”, con una rabia oculta que
debió de consumirle durante tantos años y que “se filtra en cada página del texto que
Meslier nos legó como última voluntad, como íntima confesión”. Aunque tuvo un
enfrentamiento con el noble Antoine de Touly por maltratar a sus campesinos y se negó a
sustituir a dos jóvenes y lozanas asistentas.

Hasta que Voltaire no le puso las manos encima al ensayo de Meslier en 1762, no se
convirtió en un auténtico fenómeno literario, cuyo eco intelectual llega hasta nuestros días

El buen cura deseaba redactar su Memoria “a fin de poner a vuestra disposición, a la


vuestra y a la de vuestros semejantes, un medio que os pueda ayudar a desengañaros y os
pueda servir para que podáis poneros de acuerdo entre vosotros, si así lo queréis, a fin de
sustraeros y libraros de todos esos errores detestables y de todos esos detestables
abusos y supersticiones en los que os halláis inmersos”. Y concluye en 1729, el mismo
año de su muerte: “Nací de la nada y dentro de poco volveré a la nada”, tal vez
sepultado en una tumba sin nombre del castillo de Étrépigny. Su sucesor encontró la
obra, que fue guardada en tres registros judiciales y luego transcrita para algunos nobles; y
hasta que Voltaire no le puso las manos encima en 1762, arrancándole deshonestamente
“todas sus referencias a las cuestiones materialistas y a la lucha por la igualdad”, y la dio a
conocer a su público, no se pudo convertir en un auténtico fenómeno literario, cuyo eco
intelectual llega hasta nuestros días.

https://hipertextual.com/2018/10/jean-meslier

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