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PREDICA: San Marcos 12,38-44. Día de presentación 29.10.

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El fariseísmo es la máxima perversión de la religión, la más peligrosa sin duda porque


mantiene la apariencia de santidad, pero la desmiente con las obras, el mismo San
Juan Bautista les llamaba “raza de víboras” frase utilizada también por Cristo para
resumir el comportamiento de los fariseos. Las víboras no se ven, son pequeñas, pero
muerden al hombre de manera mortal.

Así actuaban y actúan el fariseísmo, pues sus integrantes tenían y tienen apariencia
de bondad y de santidad a los ojos del pueblo, pero su levadura que es la hipocresía
contamina y envenena a la gente de la manera más fatal, es decir, sin darse cuenta, al
igual que una gota de veneno en un vaso de agua.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 12, 38-44

En el santo evangelio que acabamos de escuchar el Señor resume el comportamiento


de los escribas, nos damos cuenta que el problema de estos instruidos, es que se
perdían en su deseo de cosechar alabanzas para sí mismos y en su ambición por
tener predominio sobre los demás, el evangelista San Juan resumió el pecado de ellos
de esta manera:

“Preferían recibir la honra que dan los hombres a recibir la honra que da Dios”.

Solo deseaban la admiración de los hombres, por eso hacían grandes alardes de
Santidad en un intento permanente de conseguir reconocimiento religioso y social.

Sin duda era muy grave que para satisfacer sus deseos de vanidad, estos religiosos no
tuvieran ningún tipo de reparo en usar las cosas santas de Dios y aprovecharse de la
viudas quitándoles sus casas, disimulando con largas oraciones, han quedado como
un ejemplo histórico de como la religión se puede usar para promover el orgullo
personal y la codicia.

Pero este mismo espíritu farisaico sigue acechando hoy día a todo hombre. Si somos
honestos, tenemos que reconocer que esas mismas ansias que ellos sentían por el
elogio humano y el aplauso, están profundamente arraigadas en nuestra naturaleza
caída y nos conviene detenernos para reflexionar hasta qué punto ésta sutil tentación
se puede haber introducido en nuestra propia vida o en nuestra forma de practicar el
cristianismo, cuando hacemos oración, cuando damos ofrenda, cuando ayunamos nos
gusta contarlo, nos gusta que nos vean o dejamos que solo Dios vea lo que hacemos.

Cuando servimos a Dios en la Iglesia, enseñando a los hermanos, cuando damos


catequesis, cuando predicamos la palabra de Dios, ¿lo hacemos para gloriar a nuestro
Señor Jesucristo o lo hacemos para ser admirados, alabados por los demás,? si lo
hacemos de esta manera entonces somos parte los escribas modernos.

Los escribas eran los máximos exponentes de la ley, los que enseñaban, los que
guiaban al pueblo de Israel, pero Jesús los llamó hipócritas porque no hacían lo que
enseñaban, disimulaban con largas oraciones mientras se aprovechaban de las viudas.

En el Antiguo Testamento, Dios ordena protección y cuidado a viudas y huérfanos, y


alerta en varias ocasiones sobre los abusos contra ellas y sus hijos. Las viudas son
especialmente queridas a los ojos de Dios, que las protege y las llena de beneficios
muy especiales. Así mismo en el Nuevo Testamento las viudas aparecen también
como objeto de especial afecto por parte de Jesús.
Son aquellos que no tienen cobertura legal o económica. Su problema no es de simple
opresión psicológica sino de supervivencia: abandonados a sí mismos, van cayendo
en mendigos, marginación, inseguridad jurídica y muerte.

Viudas... siguen siendo hoy los que de hecho pueden ser utilizados por otros, en un
mundo que está dejando cada día a más millones de personas en un tipo
de intemperie económica y jurídica y social, sin que pase nada, si ellos mueren, sin
que nadie ni los que nos llamamos cristianos elevemos las manos si son oprimidos. El
apóstol San Santiago dice:

La religión pura y sin mancha delante de Dios el Padre es esta: ayudar a los
huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y no mancharse con la maldad del
mundo” Santiago 1,27

Quienes son las viudas el día de hoy, son las personas sencillas, los pobres, los
marginados, que los maestros de la ley de hoy se están aprovechando de ellos. Hoy
hay cristianos indiferentes ante quienes se aprovechan de los demás, hay quienes
decimos estar en contra del aborto y del matrimonio homosexual solo por mencionar
dos pecados que claman al cielo, pero nos parece bien que haya leyes que lo permitan
para quien esté de acuerdo, leyes que están disfrazados, que es por la vida y por la
familia pero que en realidad penalizan a mujeres que por un accidente o por una
situación involuntaria abortan, se marginan a las personas con ideología de género,
leyes que se quiere aprobar, para que aquellas jovencitas que son violadas y quedan
embarazadas aborten.

Como dice el apóstol Santiago como buenos cristianos no debemos mancharnos con
la maldad del mundo, que ponen sus propios intereses encima de los preceptos
inmutables de Dios, la ley natural debe existir pero como una participación en la
sabiduría de Dios, es decir que las leyes existirán de acuerdo a los preceptos de Dios.

Así como se justifica estos dos males o pecados así también muchos justifican el
adulterio, la manipulación de embriones, la ideología de género, el indiferentismo
religioso, la moral etc. Justificamos todas estas cosas porque nuestra vida está alejada
de Dios, no queremos que Dios o la Iglesia se meta en nuestra manera de pensar y
vivir. Además se quiere imponer estos preceptos humanos a los demás cristianos
como si fuera parte del depósito de la fe.

“¡Hay de los que llaman el mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz
por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo” Isaías 5,20

Hoy hay maestros de la ley que utilizan la religión como medio de obtener sus
propios beneficios, hoy se predica el evangelio de la prosperidad entre más des, Dios
te va a dar más y si no prosperas, si no recibes más es porque te falta fe, esos son los
fariseos de hoy aprovecharse de la Palabra de Dios para sacarle provecho.

Pero también nosotros tenemos mucho que aprender de los pobres, la viuda del
evangelio que da todo, sus únicas dos monedas lo único que tenía para vivir, por qué
Jesús alaba a ella y no alaba a la gente que daban bastantes monedas, esto era
beneficioso para el templo. Es porque Dios ve el Corazón, los que daban bastante,
daban de lo que les sobraba mientras la viuda dio lo único que tenía y lo dio de todo
corazón, porque confiaba en Dios, no se preocupaba por el día de mañana porque
sabía que Dios le iba a proveer.

En una ocasión había un rey muy cristiano que no tenía hijos mandó a colocar unos
anuncios en todos los pueblos de su reino que decía: a todo joven que aspire a ser
sucesor del rey tenía que solicitar una entrevista con el y que reuniera los siguientes
requisitos:

1o. Amar a Dios.


2o. Amar a su prójimo.

En una aldea muy lejana, un joven leyó el anuncio y reflexionó que él cumplía los
requisitos, pues amaba a Dios y, amaba a los demás. El único impedimento es que no
contaba con ropas dignas para presentarse ante el rey. No tenía dinero para comprarse
su ropa ni para el viaje.

Pero Trabajó día y noche, ahorró al máximo y cuando tuvo una cantidad suficiente para
el viaje, compró ropas finas, algunas joyas y solicitando una entrevista al rey
emprendió el viaje.

Siete días después, estando a las puertas de la ciudad se acercó a un pobre mendigo.
Aquel pobre hombre temblaba de frío y estaba cubierto sólo con trapos descosidos. Sus
brazos extendidos rogaban auxilio. Imploró con una débil y ronca voz: -Estoy
hambriento y tengo frío, por favor, ayúdeme. El joven quedó tan conmovido por las
necesidades del mendigo, que de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y se puso
los trapos del mendigo. Sin pensarlo dos veces le dio también parte de las provisiones
que llevaba.

Cruzando las calles de la ciudad, una mujer con dos niños tan sucios como ella, le
suplicó: -¡Mis niños tienen hambre y yo no tengo trabajo! Sin pensarlo dos veces,
nuestro amigo se sacó el anillo del dedo y la cadena de oro del cuello y junto con el
resto de las provisiones se los entregó a la pobre mujer. Entonces, en forma titubeante,
continuó su viaje al castillo vestido con trapos y carente de provisiones para regresar a
su aldea.

A su llegada al castillo, un asistente del rey le mostró el camino a un grande y lujoso


salón. Después de esperar, por fin fue admitido a la sala del trono.

El joven inclinó la mirada ante el rey. Cuál no sería su sorpresa cuando alzó los ojos y
se encontró con los del rey. Atónito y con la boca abierta dijo: -¡Usted... usted! ¡Usted es
el mendigo que estaba a la vera del camino! En ese instante entró una mujer con dos
niños trayéndole agua al cansado viajero, para que se lavara, y saciara su sed. Su
sorpresa fue también mayúscula: -¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de
la ciudad!

-Sí -replicó el rey- yo era ese mendigo, y mi esposa y mis dos sobrinos también
estuvieron allí. -Pero... pe... pero... ¡usted es el rey! ¿Por qué hizo eso? Tartamudeó
tragando saliva, después de ganar un poco de confianza.

-Porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran auténticas. ¡Tú serás mi heredero!
-sentenció el rey- ¡Tú heredarás mi reino!
Hermanos y Hnas. Esta anécdota nos enseña el significado de dar? Evidentemente no
se trata de dar lo que a uno le sobra. Eso lo hace cualquiera. Para eso no hace falta
ser cristiano. El más avaricioso de los hombres también puede comportase así, sin
tener ni hacer mérito alguno; es más, se puede dar millones, sin ser cristiano y sin
sacrificar nada. Eso es lo que hacen muchísimos multimillonarios. Incluso para recibir
beneficios tributarios. Claro, se dirá que peor sería que no dieran nada e incluso les
gustará sacarse muchas fotos para dejar evidencia de su “acto generoso”.

Pero nada de esto pide el Señor, ni le halaga. El Señor nos pide amarnos los unos a los
otros, como él nos ama. El que ama ha de estar dispuesto a dar su vida por los
demás. Ello implica, con mayor razón, que será capaz de dar aún aquello que necesita
para vivir diariamente. Eso es lo que nos cuesta entender. No queremos entenderlo,
porque nos suena demasiado duro, demasiado exigente.

Queremos a un Señor que se alegre con nuestra fortuna, con lo que vamos
consiguiendo y atesorando. Que presuma con nosotros de nuestras riquezas. Y esto
no es así. Y no es que las riquezas sean malas o que ser rico sea malo. Lo malo es ser
rico, atesorar, mientras otros no tienen, mientras otros padecen hambre y sed. Porque
la pobreza, el hambre y la sed, son producto de la mala distribución, de una mala
organización, que favorece a los que más tienen, en desmedida de los menos
favorecidos y en la que todos tenemos alguna responsabilidad.

Entonces, mientras haya pobres, mientras haya hambre, mientras haya seres humanos
que sufre por la escasez y otros requieran varias vidas para gastar su fortuna, el Señor
seguirá exigiéndonos desprendimiento y generosidad sin medida. ¡Tenemos que ser
solidarios mientras estamos aquí!

Por otro lado, sabiendo que nada de lo que podamos atesorar en esta vida nos será
útil para la otra, que nada nos podremos llevar, qué sentido tiene acumular riquezas.
Hay que usar lo poco o mucho que tenemos para abrirnos las puertas del cielo. Esto
es, dar generosamente todo lo que podemos, sin mirar a quien, así ganaremos un
lugar en el paraíso y habremos hecho buen uso de todo cuanto pudimos recibir aquí.
Tengamos en cuenta que se trata de bienes pasajeros, de vida efímera… ¿Para qué
atesorarlos? ¿Para qué acumularlos? Nuestro mayor tesoro debe ser el amor, la
gratitud, la alegría y el bienestar de nuestros hermanos.

Jesús nos dijo: Bienaventurados los pobres de Espíritu, porque de ellos es el Reino de
los cielos. “Ser pobre de espíritu significa aceptar la total dependencia de la
misericordia de Dios”. No tener nada, no ser nada por sí mismo, pero recibirlo todo,
con una conciencia muy viva de la gratitud absoluta de los dones de Dios.
En la pobreza de corazón es muy importante “no reclamar nada, no reivindicar
nada por el bien que hemos realizado”.

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