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Discurso pedagógico
Es el resultado de unas teorías que han sido aprehendidas por el individuo y que se han construido
desde diversas formas
Saber pedagógico
Se entiende como un recurso que reúne discursos, teorías, paradigmas que provienen de muchas
fuentes sobre la educación y la enseñanza. Uno de los fines del saber pedagógico es sistematizar la
actividad humana que conduce las acciones educativas y de formación utilizando principios y
método.
El educador
Es un ser reflexivo, racional, que toma decisiones, valora acciones, emite juicios, tiene creencias y
genera rutinas propias de su desarrollo docente.
El educador debe:
a. Ser un agente de cambio, que guíe a sus estudiantes y que los conozca.
b. Ser consciente de las expectativas de sus estudiantes, comprender su universo para
encontrar puntos de contacto; despertar la pasión por el conocimiento.
c. Usar métodos y metodologías apropiadas e innovadoras que permitan el desarrollo de
competencias; generar espacios para la reflexión continua.
d. Activar procesos de pensamiento.
e. Establecer relaciones asertivas de convivencia con los estudiantes en beneficio del
desarrollo humano.
f. Mostrar distintos caminos.
g. Hacer innovaciones pedagógicas fundamentadas en la investigación
h. Debe mantener una relación positiva con los estudiantes buscando desarrollar nuevas
capacidades
El educador debe actuar conforme a las características de un mundo globalizado para saber y
saber hacer frente a la constante novedad.
Procesos metacognitivos
Estrategias de aprendizajes
Las relaciones del hombre con el mundo, implican cada vez más la necesidad de realizar
interpretaciones muy puntuales, a la vez que generalizadas y desde diferentes ópticas, de la
naturaleza, lo social, la cultura y los diversos saberes; posiciones hermenéuticas que no limiten el
accionar humano a la recuperación y reproducción de lo que existe, sino que además conduzcan al
desarrollo por la producción de ciencia y tecnología, la creación de obras de arte, en fin, la
consolidación de perspectivas innovadoras, que hacen necesario involucrar la sensibilidad, la
imaginación y la creatividad en la transformación del mundo.
Más allá de ser creador y solucionador de problemas, el educador debe tener la creatividad como
condición de vida, que le permita construir ámbitos originales de cultura, imaginación, producción
y cambio.
Esta dimensión, sin embargo, con todo el caudal humanista que comporta, no es suficiente para
caracterizar en forma exclusiva al docente, por cuanto él, al igual que sus estudiantes, participa de
una dinámica social de relaciones regidas por normas establecidas por consenso cultural, histórico
o religioso que buscan por sobre todo mantener el principio de valor y dignidad de la persona
humana.
Una segunda dimensión que ha de tener el educador que realiza una práctica pedagógica exitosa
en su quehacer pedagógico, esto es, la dimensión ética.
Tradicionalmente ligada a lo religioso, en los últimos tiempos la ética ha comenzado a concebirse,
a la crisis de las creencias que comienza a poner en duda la existencia de Dios como autoridad
máxima, de lo moral, como el producto de un acuerdo en el que, en condiciones de igualdad los
miembros de un grupo social, de un estado o de una nación, deciden por sí mismo las reglas que
han de normar la convivencia.
Algunos filósofos modernos, entre ellos J. Habermas y KO. Apel, proponen para tal efecto una
ética dialógica en desarrollo, de la cual, mediante el diálogo y la participación crítica de todos los
afectados, se establecen parámetros dentro de los cuales puede llevarse a cabo la vida social de
manera armónica, autónoma e igualitaria: una ética cívica que se constituye en la única manera de
lograr acuerdos entre creyentes y no creyentes, que supera las limitaciones de cualquier forma de
discriminación existente entre los miembros de un grupo humano, como lo plantea Adela Cortina.
Así pues, la dimensión ética del proyecto de vida del educador se rige como un imperativo
pedagógico por cuanto, aparte de constituir éste un modelo inevitable para el estudiante,
circunstancia que debe tener presente en todo momento durante su gestión; mas que teorizar
sobre valores, el docente debe practicarlos, motivar la reflexión sobre ellos y, lo más importante,
promover su asimilación a la vida personal del estudiante.
Desde las aulas y fuera de ellas y más aún desde su propio comportamiento, el educador debe
proponer por la democracia, la justicia y la solidaridad como valores cívicos y el amor, el respeto,
la tolerancia y la libertad entre otros valores morales necesarios para lograr una relación social
humana y trascendente; realizar acciones educativas desde las cuales el estudiante pueda
vivenciar esos valores y encontrar espacios propicios para la reflexión sobre los mismos, de
manera que no se conviertan en letra muerta, inserta en los Manuales de Convivencia, los
Reglamentos Estudiantiles, la Constitución Orgánica o las Leyes Nacionale
Dependiendo del enfoque particular que le imprima la institución a la educación que en ella se
imparte, puede resultar como la dimensión más importante de todas las que debe tener en cuenta
el educador en su acción educadora.
La dimensión cognoscitiva engloba los discursos acerca de la disciplina o la ciencia sobre la cual se
realiza el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Hay que reconocer, si se pretende realizar una práctica pedagógica de éxito, a pesar de que el
discurso, sea verbal, escrito, icónico o realizado con base en cualquier otro lenguaje, adquiere
entidad independiente una vez ha sido formulado, debe implicar para su autor un trabajo que lo
convierta en un verdadero discurrir o en palabras de Foucault-en la reverberación de la verdad
naciendo ante los propios ojos.
Y estructurar el discurso significa tener en cuenta no sólo lo que se dice sino cómo se dice, en qué
contexto, dirigido a quién y apoyado en cuáles otros discursos simultáneos (como el de los gestos,
posturas y movimientos, por ejemplo).
Significa también considerar entre otras cosas, las exigencias del método que propone Foucault,
entre las que se cuenta un principio de trastocamiento, mediante el cual se reconoce las fuentes
del discurso y se definen las intencionalidades inminentes en él; un principio de discontinuidad
que fija los límites del discurso, incluidos entre ellos otros discursos que se cruzan o yuxtaponen al
mismo; un principio de especificidad que hace que el autor, en cierta medida violente el contenido
al que se ha de referir, introduciendo en el discurso su propia perspectiva personal y por último,
un principio de exterioridad que relaciona el discurso con lo que se sitúa en el contexto.
Estos, entre otros, son algunos de los pequeños detalles que el docente, como un artista, va
colocando en su obra mientras pone en juego su conocimiento, su saber hacer y por sobre todo,
su propio ser, su corazón, tal como lo conciben las filosofías orientales de la producción.
Hasta aquí se ha hecho una delimitación de las condiciones estrictamente humanas del educador
que realiza una práctica pedagógica exitosa; así mismo se ha tratado de reconstruir su perfil
personal a través del análisis de las dimensiones dentro de las cuales debe inscribirse su proyecto
de vida, vale la pena preguntarse por los espacios en los cuales se mueve y el tipo de acciones que
realiza.
Siguiendo con la metáfora referencio el taller en el que el artista realiza su obra, los factores que
debe considerar durante el proceso de su creación, las actitudes que debe asumir y las que debe
imprimir a su expresión (el estudiante) y la valoración permanente que debe llevar a cabo sobre
todo el procedimiento, para estar seguro de que está resultando como él desea.
El aula, el hogar, el barrio, la ciudad, son espacios de los que habitualmente hablamos cuando
hacemos referencia a los lugares en los que se realiza el proceso educativo; son espacios físicos,
dimensionales, que se pueden inclusive transformar o adaptar de alguna manera, para hacerlos
propicios a las intenciones de formación.
Todos ellos sin embargo, se ubican dentro de otro espacio macro, no físico, lleno de acciones,
expresiones, encuentros, conversaciones, rutinas, un espacio eminentemente intersubjetivo, en el
cual educador, educando, padre de familia, autoridad civil, militar o religiosa, son por encima de
cualquier clasificación de roles sociales que se pretenda, actores capaces de lenguaje y acción.
Es el espacio de la vida cotidiana, una realidad que se percibe en todo tiempo y lugar y que
depende del lenguaje y de la cultura en cuanto ellos proporcionan significado y patrones de
interpretación a todo lo que ocurre.
Es ahí donde ocurre la educación; el educador debe estar atento a los cambios que se operan, a las
discontinuidades, al paso brusco de una situación a otra y construir estrategias que posibiliten el
éxito de su gestión. No basta con realizar un plan detallado de lo que ocurrirá en la clase; en su
transcurso, en la relación que se establece con los otros actores y con el entorno, nunca se sabe
con exactitud lo que va a suceder y ante esa indeterminación el educador debe estar presto a
actuar, aprovechando cada una de las variaciones coyunturales en beneficio de sus propósito.
Es ahí donde ocurren los conflictos que como se sabe, pueden potenciar el conocimiento o
paralizar a los actores, que se generan especialmente cuando las situaciones no tienen un
significado común para los interlocutores, pero que pueden convertirse en el motor que impulse la
actividad investigativa del estudiante, cuando el docente los utiliza como dispositivos para el
aprendizaje.
En su relación práctica con el estudiante, el profesor emplea también el sentido común, aquel que
hace que los significados sean de carácter colectivo como resultado de referentes espacio
temporales, sociales y culturales combinados; conocimiento del que participan los individuos que
han tenido los mismos estímulos y distintas historias personales.
Tiene en cuenta que el tiempo de la vida cotidiana es variable, que depende de las circunstancias y
perspectivas de los diferentes ritmos a los cuales el docente adapta su propia actividad, para
poder obtener los mejores resultados con todos sus estudiantes.
Sabe también el educador que el mundo de la vida cotidiana es un mundo normalizado, reglado
por acuerdos que permiten las relaciones humanas y que pueden ser transgredidos o modificados
de acuerdo con el devenir social e involucra este conocimiento en su práctica pedagógica, pues de
él depende en parte la enseñanza de los valores civiles y morales
Utiliza también los sistemas de clasificación que le proporciona la vida cotidiana, provenientes de
la cultura y dependientes del espacio social y el tiempo histórico específico en el que se está
realizando la acción educadora para establecer los límites entre lo permitido y lo prohibido, entre
lo relevante y lo que es poco importante, entre el poder y la dependencia; lo emplea para
identificar, dentro del ámbito de lo personal las convicciones, creencias y responsabilidades
arraigadas en el individuo y los espacios que puede aprovechar a manera de oportunidades de
conocimiento. Sabe en últimas, que su discurso solo puede ser construido desde la coparticipación
en el acto educativo y que, como todo acto de habla, debe ser inteligible, porque responde a un
sistema de reglas gramaticales compartidas intersubjetivamente y tiene un referente socialmente
compartido; debe tener pretensiones de veracidad, en la medida en que es percibido por el otro
como dotado de sentido, corresponde con una serie de expectativas de comportamiento
legítimamente reguladas y revela su
Pero esto no es todo, la práctica pedagógica, además de ubicarse en el mundo de la vida cotidiana,
tiene un componente importante relacionado con la sensibilidad y el sentimiento, con el amor que
emana de la dimensión espiritual del ser humano y que posibilita, entre educador y educando una
relación que va más allá del mero proceso de enseñanza - aprendizaje.
Los caminos vitales siempre se construyen con el otro; el hombre está siempre en la búsqueda del
amor que es el máximo símbolo de la dimensión humana, que se cristaliza en el reconocimiento.
La acción pedagógica parte de ese reconocimiento del otro con sus emociones, sus
apasionamientos, sus deseos, tolerándolos, respetándolos y ayudándolos a resignificarse,
adquiriendo sentido, sin desconocer el educador que en esta acción pone de sí sus propios
sentimientos, deseos, emociones y apasionamientos.
Para reconocer al otro es necesario reconocerse primero a sí mismo y entender que ese otro no
puede ser responsable de lo que uno sienta o piense con respecto a él. Vivimos en la diversidad
que nos hace percibir las realidades de forma diferente y cada vez que sentimos, lo hacemos en
concordancia con esas percepciones. En el compartir es donde descubrimos que cada mundo de
emociones corresponde a un mundo de la vida diferente, que tiene un sentido particular que
debemos interpretar y resignificar de acuerdo con nuestra propia perspectiva.
El papel del educador en este campo, está enfocado a hacer sentir, a promover reacciones, a
generar emociones. Su posibilidad está en saber interpretar, en saber leer el mundo del
estudiante, en reconocer para ser reconocido, en una acción plena de amor, aún en medio del
conflicto
Hasta aquí se ha hablado del hombre como eje, actor y motor de la relación interactiva que es la
relación pedagógica y que se evidencia en una práctica pedagógica; pero no hemos contemplado
un hecho fundamental: el individuo, todos los individuos, están inmersos en formas universales de
interacción y producción, en organizaciones. La institución educativa es una de ellas, al igual que
las empresas, los equipos, las comunidades, entre otras, con las que conviven dentro de una
sociedad (y ésta también es una organización).
Corresponde al educador dentro de ella, la doble responsabilidad de ser líder y de formar líderes.
El liderazgo es el arte de movilizar personas y talentos mediante una comunicación apropiada y
eficaz, afirma Gustavo Mutis. La esencia del liderazgo está en saber cómo formar a otros,
permitiendo que crezcan y estableciendo con ellos una relación de interdependencia.
Vuelven a aparecer dentro de esta nueva faceta que acabo de introducir en el análisis de las
acciones docentes, esta dimensión estética que provee al maestro de sensibilidad y la dimensión
ética que le exige tener, proyectar y formar en valores.
En cualquier tipo de organización humana se necesitan personas que promuevan el cambio desde
sus propias actitudes y a través de la motivación que puedan dar a otros. El liderazgo es,
fundamentalmente, cuestión de comunicación y de una comunicación de doble vía, en la cual la
base es el reconocimiento de los individuos que participan con sus habilidades, aptitudes y
actitudes, de manera que con base en ellas, se pueda llevar a cabo la planeación y ejecución de
acciones de desarrollo.
De otro lado, el líder está llamado a reconocer, al interior de la organización, los elementos
culturales visibles y los no visibles. Los primeros, es decir los comportamientos, tienen su origen en
los segundos, esto es, en los valores. Sobre éstos últimos ejerce su acción, porque de esa manera
los cambios que logre serán perecederos y firmes.
El educador pues, como líder de la acción educadora parte de estos reconocimientos para planear
lo que pretende lograr, es decir, para construir el camino que le permita hacer realidad la misión
institucional.
Para planear es necesario tener actitudes positivas, mentalidad proyectiva y apertura al cambio: si
se es capaz de soñar, se es capaz también de visionar el futuro y en concordancia con él, planear la
propia misión en el mundo pero, para alcanzar el éxito se necesita además, que el educador se
enamore de lo que hace, disfrute al máximo de sus actividades. En este sentido, vale la pena
pensar en que el educador debe hacer de la formación de otros, su propósito personal y
entregarse a él en una actitud de compromiso.
Como líder, el educador debe estar en capacidad de dirigir a los estudiantes para que actúen de
acuerdo con lo planeado y supervisar las tareas que realicen lo cual no quiere decir que no tenga
que explicarles los propósitos que persigue y, en virtud de ellos, pida y acepte sugerencias.
Debe apoyar y facilitar el esfuerzo de los estudiantes y compartir con ellos la toma de decisiones,
en un clima de confianza que le permita delegar responsabilidades y dejar en manos de ellos la
resolución de problemas.
Una vez más, con lo que hasta aquí se ha afirmado con respecto a la actitud de liderazgo del
educador, se confirma que su gestión debe estar encaminada a mostrar caminos, motivar y
encontrar los dispositivos y estrategias que le posibiliten a los estudiantes la apropiación del
conocimiento.
De otra parte, otro planteamiento que se ha hecho con respecto al liderazgo: se afirma atrás que
el educador debe ser líder y debe formar líderes; y reflexionar pues sobre la manera de lograr que
los estudiantes se conviertan en sujetos proactivos capaces de tomar sus propias decisiones y
desempeñarse en el mundo autónomamente.
Y lograr que un individuo sea autónomo es empezar por hacerle reconocerse a sí mismo como un
ser valioso, digno, que durante su.
vida puede tener aciertos y fracasos, capitalizar los primeros y corregir los segundos, aceptando
siempre las consecuencias de sus actos, alcanzar la autoconfianza es, en resumen, lo que pretende
este primer paso.
Otro aspecto por el que debe propender el educador en su práctica pedagógica en este sentido, es
el de conseguir que el individuo decida acerca de sus propias metas, visiones su propio futuro,
construya su proyecto vital y lleve a cabo acciones concomitantes. Tener propósitos claros hace
que la vida tenga significado.
Relacionado con el anterior, otro factor que debe estimular el docente en el estudiante es el
compromiso, la promesa sincera de realizar todas las tareas necesarias para construir el futuro
que se desea. El compromiso no acepta excusas e involucra a las personas en el eterno
perfeccionamiento de sí mismas.
Todo lo anterior, unido al fomento de la idea de que el ser humano sólo puede realizarse como tal
en grupo, en una relación permanente con otros, a través del trabajo colaborativo, lleva a pensar
en la necesidad de generar en el estudiante actitudes cooperativas, solidarias hacerle comprender
que ser
líder no es ejercer un poder coercitivo, sino contribuir para que cada quien encuentre su propio
impulso.
Pero, cómo saber si las dimensiones personales se corresponden con el ideal ético, estético y
cognitivo que se ha establecido al comienzo. ¿Cómo saber si se está considerando la vida cotidiana
con toda su carga de influencia sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje? ¿Cómo averiguar qué
tanto le reconocen sus estudiantes como líderes y en qué medida pueden ellos comportarse como
tales a partir de las actitudes que se hayan podido fomentar durante el proceso de formación?
Aquí es donde entra en juego la evaluación, concebida como un conjunto de juicios valorativos
que dinamizan el transcurrir vital de los actores involucrados en ellos.
Evaluación o valoración crítica que permite tomar distancia y analizar los hechos, los individuos,
los saberes, prácticamente todo, incluidos el educador en relación con la cultura, los valores y la
normatividad social.
Tradicionalmente, la evaluación ha sido considerada como un mecanismo de control, con una gran
dosis de subjetividad implícita. Poco o nada se tiene en cuenta, cuando de evaluar se trata, el
marco cultural y social en que se inscribe el objeto de la valoración y ella se convierte en una
forma expresión de autoritarismo y coerción.
Cosa similar sucede en el campo de la educación: la evaluación es una acción de una sola vía,
ejercida generalmente a partir de resultados visibles que se cotejan tan sólo con la perspectiva del
evaluador; el estudiante sabe o no sabe algo acerca de algo, si su expresión sobre el asunto tiene
mayor o menor relación con lo que el profesor espera de él; el educador es o no un individuo
exitoso, dependiendo únicamente de si la valoración de sus acciones, realizada por los
estudiantes, se ajusta a las predisposiciones institucionales.
Si bien es cierto que buena parte de la valoración depende del reconocimiento externo, por lo
menos a eso es lo que está acostumbrado el educador, también es necesario aceptar que, sólo en
la medida en que el sujeto sea capaz de tomar distancia frente a sí mismo, reflexionar sobre sus
actos y establecer sus aciertos y errores, podrá asumir la responsabilidad de llevar a cabo los
cambios o modificaciones necesarios.
Lo anterior conduce a pensar en dos cosas importantes: en primer lugar que la evaluación no
puede ser unidireccional sino participativa; el evaluado tiene también derecho a mirarse a sí
mismo y expresar críticamente la valoración que hace de sus propios actos. En segundo término
que evaluar, pese a la tradición y las exigencias de los organismos gubernamentales encargados,
no es lo mismo que calificar o clasificar numéricamente, porque la valoración ha de tener en
cuenta además, factores como el tiempo, el espacio, las condiciones particulares, el proceso
desarrollado para llegar a un resultado.
Todo lo que hasta aquí se ha contemplado, en cuanto tiene que ver con las dimensiones
personales del docente y con algunas de las acciones que realiza en desarrollo de su proyecto
profesional, es apenas una aproximación personal al tema, que no pretende, ni mucho menos,
constituirse en un manual de comportamientos, sino más bien en material de reflexión que
contribuya a lograr, como resultado, una educación de calidad.
Suficiente si se consideró, para apoyar la idea inicial acerca del educador como un artista o como
un científico movido por el compromiso y no como un actor improvisado de una comedia que no
le pertenece.
Un artista que en cada una de sus obras expresa su propio ser, su propia esencia sin olvidar que
luego, con el transcurrir del tiempo, ellos adquirirán identidad propia y quizá llegue el día en que
nadie se acuerde del autor porque la firma que plasmó en algún rincón oculto se desvaneció por la
acción de otros elementos.
“Alguien que sólo sabe qué ha aprendido pero no cómo lo aprendió, todavía tiene mucho que
aprender”. Swieringa & Wierdsma, (1995).
La autonomía se logra cuando se piensa por sí mismo, con sentido crítico, a través de la
interacción de diferentes miradas. Se es autónomo cuando se es capaz de gobernarse a sí mismo y
liderar su propia vida.
Las políticas educativas plantean la necesidad de ayudar a los educandos a que se conviertan en
seres capaces de aprender a aprender, individuos bien informados y motivados, capaces de
reflexionar y dar solución a los problemas que se les presente.
El educador tiene el reto de ayudar a sus estudiantes a que se concienticen de sus habilidades y
competencias y debe en su práctica pedagógica, plantear una serie de estrategias que le ayuden a
sus educandos a construir significados, producir conocimiento, lograr comprensión y evocar
fácilmente la información que ha procesado, así como monitorear las variables o características de
cada individuo, de la tareas asignadas y hasta de las estrategias de enseñanza o de aprendizaje
que utiliza para abordar el conocimiento.
Para lograr que un educando aprenda a aprender y por ende logre la autonomía es necesario que
los profesores los ayuden a ser más conscientes sobre la forma de aprender y así puedan
enfrentar con éxito diversas situaciones de aprendizaje.
Así mismo, los educadores en sus prácticas pedagógicas deben ayudar a los educandos a
concientizarse sobre su estado afectivo y motivacional, así como de las habilidades de
pensamiento que intervienen cuando aprenden un contenido y mejoran los conocimientos del
estudiante con respecto a las estrategias de aprendizaje que puede utilizar.
Para lograr que un educando aprenda a aprender y por ende logre la autonomía es necesario que
los profesores los ayuden a ser más conscientes sobre la forma de aprender y así puedan
enfrentar con éxito diversas situaciones de aprendizaje.
Así mismo, los educadores en sus prácticas pedagógicas deben ayudar a los educandos a
concientizarse sobre su estado afectivo y motivacional, así como de las habilidades de
pensamiento que intervienen cuando aprenden un contenido y mejoran los conocimientos del
estudiante con respecto a las estrategias de aprendizaje que puede utilizar.