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Juan Carlos Moreno Cabrera: Prejuicios sobre el euskera.

Las lenguas nos acompañan en la práctica totalidad de las facetas de nuestros quehaceres diarios
y durante toda nuestra vida. Por ello, sentimos una gran familiaridad con ellas, lo que nos lleva
a generar una serie de presentaciones e ideas lingüísticas que consideramos incuestionables de
puro obvias. Normalmente, los juicios que hacemos sobre nuestra propia lengua están influidos
por esa familiaridad de la que hablo pero, dado que nuestro conocimiento lingüístico natural no
es reflexivo, no somos conscientes de él y, por tanto, no podemos acceder a él directamente sin
un adiestramiento previo que no es fácil de conseguir. Por consiguiente, esos juicios suelen estar
dirigidos por impresiones superficiales y normalmente están completamente descaminados y no
llegan a penetrar casi nunca en el núcleo de nuestro conocimiento inconsciente de la gramática
de una lengua.

Por otro lado, solemos asumir de forma acrítica las valoraciones sociales de las lenguas que nos
vienen impuestas, pero que aparecen disfrazadas en forma de supuestas propiedades intrínsecas
de los idiomas. De este modo, por ejemplo, poca gente pone en cuestión que el inglés es la
lengua internacional por excelencia, como si ese fuera un rasgo inherente de esa lengua, cuando
la realidad es que las lenguas se hacen internacionales no por sí mismas, sino porque han sido
impuestas como tales por determinadas instancias influyentes en los terrenos social, político o
económico, como ha ocurrido de hecho en el caso del inglés. Por otro lado, las lenguas
asociadas a instancias más restringidas o menos poderosas se ven en seguida como impuestas
cuando se intentan afianzar y potenciar. Es lo que pasa en el Estado español con el gallego,
catalán y euskera, cuyos esfuerzos de promoción son vistos por algunos como una imposición
intolerable, normalmente los mismos que no se quejan nunca de otras lenguas realmente
impuestas en muchos ámbitos como ocurre con el inglés, el francés o el español.

Un fenómeno curioso es que no sólo nos sentimos autorizados a emitir opiniones y juicios sobre
las lenguas que conocemos, sino que también lo acostumbramos a hacer fácilmente sobre las
que no conocemos. En este caso, solemos basarnos en comparaciones teniendo en cuenta las
lenguas con las que estamos familiarizados. Acabamos de decir que los juicios sobre estas
lenguas que dominamos suelen ser superficiales y estar equivocados; por ello, con mayor razón
suelen estar equivocados los juicios que hacemos sobre otras lenguas a partir de los que tenemos
sobre las nuestras. Por ello, los prejuicios lingüísticos son numerosos y persistentes y es muy
difícil erradicarlos. La única manera de eliminarlos o, al menos, atenuarlos es el conocimiento y
la educación. Precisamente, una de las tareas fundamentales de los lingüistas es la de poner su
ciencia al servicio de la sociedad y una forma de hacerlo es precisamente la que consiste en
cuestionar mediante una argumentación comprensible los muchos prejuicios que tenemos sobre
las lenguas, sobre su estructura, funcionamiento, uso y circunstancias sociales.

Es conveniente tener en cuenta que los prejuicios, como las ideas en general, no son puros datos
informativos, sino auténticas actitudes y modos de comportamiento. Por ello, no basta con saber
que determinada idea está desautorizada por los expertos en la materia, hay que modificar esas
actitudes y modos de comportamiento asociados a ella, lo que supone un esfuerzo mucho mayor
que el simple conocimiento pasivo de unos datos u opiniones. No basta, pues, con informar
simplemente sobre estos errores, sino que hay que enseñar e inducir un comportamiento distinto
al que es determinado por ellos.

En este artículo vamos a hablar de algunos de los prejuicios lingüísticos habituales en torno al
euskera, que sirven como ejemplificación de la forma en que se enuncian y desarrollan los
prejuicios sobre las lenguas en general. Nos centraremos, sobre todo, en aquellos prejuicios
habituales en personas que no están familiarizados con la lengua y que no tienen una relación
directa con ella. Por consiguiente, vamos a centrarnos sobre todo en los juicios sobre las lenguas
que son frecuentes en medios no especializados que tienen gran influencia sobre la opinión
pública.
Cuando se menciona el vasco o euskera en un foro de carácter general, no especializado, surgen
en seguida, mediante el resorte más o menos automático típico de los tópicos y lugares
comunes, una serie de ideas y preguntas que suelen estar impregnadas de algunos de los
prejuicios sobre esta lengua que vamos a analizar a continuación.

Como anécdota personal ilustrativa de lo que acabo de decir, puedo referir que cuando doy una
conferencia de lingüística es frecuente que alguien del público me pregunte, venga o no a cuento
respecto del tema tratado, sobre el origen del vasco. Esto es curioso, porque nadie hasta ahora
me ha preguntado, por ejemplo, por el origen del inglés, que es bien conocido por los
especialistas, pero mucho menos por el público en general, que piensa equivocadamente que
este idioma siempre ha sido más o menos como es ahora, aunque restringido geográficamente a
Inglaterra. Los prejuicios sobre el euskera que voy a comentar, unos pocos entre una apreciable
cantidad de ellos, se pueden ilustrar mediante expresiones lapidarias como las siguientes:

1. El euskera es una lengua muy antigua, arcaica o primitiva que se pierde en la noche de los
tiempos.
2. El euskera es una lengua aislada.
3. El euskera está fragmentado en multitud de dialectos no inteligibles.
4. El euskera moderno (euskera batua) es una lengua artificial inventada.
5. El euskera es una lengua muy complicada en todo o en parte.

Voy a examinarlos uno a uno para mostrar que son falsos o que están mal planteados y, lo que
es peor, que en muchos casos disimulan u ocultan una intención de menospreciar o desprestigiar
la lengua.

Empecemos por la idea de que el euskera es una lengua antigua, arcaica o primitiva. Toda
lengua que se hable y se adquiera naturalmente en estos momentos en el mundo es una lengua
contemporánea y, por tanto, es una lengua actual. Las lenguas antiguas, que no se hablan hoy en
día, se denominan precisamente con este adjetivo: griego antiguo, inglés antiguo, antiguo
eslavo. El euskera es una lengua que se habla en estos momentos en el mundo y que es
adquirida de forma natural por los niños y, por tanto, es una lengua moderna, tanto como el
inglés, francés o español modernos. Ciertamente, no es una lengua indoeuropea, como el
español o el inglés, y, posiblemente, la lengua antigua de la que proviene el euskera actual es
pre-indoeuropea. Con todo, eso no quiere decir necesariamente que aquella lengua fuera más
antigua que la lengua indoeuropea: podrían incluso ser hijas, primas o parientes más lejanos de
alguna lengua anterior más antigua aún. De todas formas, como no conocemos ninguna otra
lengua directamente relacionada con el euskera es muy difícil establecer hasta dónde habría que
remontarse en el tiempo para encontrar la lengua ancestral de la que proviene el euskera actual.

En todo caso, el euskera actual no es una lengua arcaica, antigua o primitiva, sino una lengua
contemporánea, moderna y actual como cualquier otra lengua que se adquiera y hable en este
incipiente siglo XXI. Por otro lado, todas las lenguas habladas han surgido de la transformación
de otras lenguas anteriores. El castellano o el catalán no surgieron de la nada sino de la
transformación del latín vulgar y, por tanto, tienen también una historia larga y compleja,
aunque mucho mejor conocida que la del euskera.

Todas las lenguas conservan rasgos procedentes de etapas muy antiguas. Por ejemplo, la palabra
castellana padre, que procede del latín patrem, es una palabra heredada de la lengua indoeuropea
ancestral y, por tanto, puede tener unos seis mil años de antigüedad. En consonancia con ello, el
euskera conserva sin duda rasgos de etapas muy antiguas de la lengua; pero igual que no
decimos que el español es una lengua antigua, arcaica o primitiva, tampoco tiene sentido decir
lo propio del euskera actual. Por consiguiente, todas las lenguas habladas en la actualidad tienen
rasgos innovadores y además conservan elementos (normalmente palabras y raíces) de mucha
antigüedad. Todas las lenguas actuales son a la vez muy nuevas y muy viejas y no tiene mucho
sentido decir que entre las lenguas modernas actuales las hay muy antiguas, arcaicas o
primitivas, ya que no hay ninguna lengua natural en el mundo totalmente nueva.

Sabemos que el ser humano habita en Australia desde hace como mínimo sesenta mil años
(Dixon 2002: . No cabe duda de que las pocas lenguas indígenas australianas que apenas
sobreviven hoy en día proceden de aquellas que se hablaron hace varias decenas de miles de
años; sin embargo, son lenguas actuales, surgidas a través de una serie innumerable de
transformaciones experimentadas a lo largo de esos milenios y no lenguas antiguas o arcaicas;
son tan modernas como las lenguas de Europa. Y no se trata de lenguas primitivas o arcaicas:
están tan desarrolladas en sus aspectos gramaticales como las lenguas europeas y son tan
antiguas como ellas, porque, por ejemplo, el indoeuropeo, lengua ancestral de la que derivan la
mayoría de las lenguas de Europa y que podría tener al menos unos seis mil años de antigüedad,
es seguro que no surgió de la nada, sino como hija de otras lenguas aún más antiguas que habrán
de remontarse en última instancia a las primeras lenguas de los primeros seres humanos, como
en el caso de las lenguas indígenas de Australia.

La pérdida de estas lenguas indígenas de Australia, como la de todas las lenguas, no solo es
negativa porque se trata de lenguas contemporáneas, actuales, sino también porque son
herederas de una tradición de decenas de miles de años como poco. Esto se ha de aplicar a todas
las lenguas habladas en el mundo actual y, por supuesto, también al euskera.

El énfasis en la parte ancestral del euskera hace que a veces se considere que esta lengua es una
especie de fósil viviente que nos puede dar las claves para el entendimiento de determinadas
lenguas antiguas (como algunas de la España antigua, por ejemplo). Este consideración de fósil
lingüístico ha dado origen a innumerables mitos sobre el primitivismo del euskera, a cual más
fantasioso. Estos mitos fueron recogidos pacientemente por Antonio Tovar (Tovar 1980). A
consecuencia de esto, se intenta utilizar el euskera actual como clave de ciertos aspectos de la
lingüística prehistórica. Esto es un despropósito, tal como ha mostrado en numerosas ocasiones
el investigador R. L. Trask (Trask 1997: 411), dado que el euskera actual es una lengua
contemporánea que procede de alguna lengua ancestral a través de una serie de
transformaciones sin duda muy importantes. Por tanto, sólo los aspectos más antiguos del
euskera actual nos pueden ser útiles en esa tarea y, por consiguiente, sólo una investigación
sólida de esos aspectos podría darnos alguna clave al respecto y esta investigación se presenta
bastante complicada y llena de dificultades, dado que no hay lenguas antiguas de referencia que
nos sirvan de guía en este caso, como ocurre con las lenguas indoeuropeas. Sobre lo que puede
hacerse en este terreno desde una perspectiva auténticamente científica se pueden consultar los
trabajos reunidos en Hualde, Lakarra y Trask (eds.) 1995.

La idea de que el euskera es una lengua aislada se utiliza a veces para darle un carácter
intrínsecamente excepcional, que de ningún modo tiene. Es verdad que el euskera no pertenece
a la misma familia lingüística de sus lenguas vecinas y, por otro lado, la familia lingüística a la
que pertenece tiene como único representante a esta lengua: se trata, pues, de una familia
lingüística con una sola lengua superviviente; además, esta familia no parece estar directamente
relacionada con ninguna otra familia lingüística conocida. Todo ello puede llevar a decir al
especialista que la familia lingüística a la que pertenece el euskera está aislada. Bien, pero es la
familia lingüística y no la lengua lo que está aislado. Es decir, el carácter de aislamiento sólo se
puede predicar de un aspecto de esta lengua, pero en modo alguno puede predicarse de la lengua
en todas sus facetas. Sin embargo se pasa de lo primero a lo segundo con demasiada facilidad y
prontitud; véase la siguiente caracterización del vasco:
“Lengua genéticamente aislada propia del pueblo vasco, única lengua aislada de Europa que
conserva hablantes.” (Del Moral 2002: 191)
La expresión genéticamente aislada es correcta; sin embargo, a continuación se dice que es la
única lengua aislada de Europa. En el contexto en el que aparece en esta cita, el adjetivo aislada
se ha de interpretar como genéticamente aislada. Sin embargo, en cuanto lo extraigamos de él,
aislada se va a interpretar como propiedad caracterizadora de la lengua vasca en su totalidad y
aquí es donde puede surgir una concepción claramente errónea.

En efecto, a lo largo de los siglos, el vasco ha entrado en relación con diversas lenguas y esas
relaciones han dejado una impronta indeleble en ella, numerosos rasgos lingüísticos tomados de
lenguas vecinas hacen que en la estructura y el léxico del euskera haya testimonios
inconfundibles de una serie de complejas relaciones lingüísticas de esta lengua con lenguas
vecinas. Por tanto, el euskera no es una lengua aislada en sentido general y, probablemente,
nunca lo haya sido.

La tercera idea, la de que el euskera está fragmentado en varios dialectos a veces no inteligibles
entre sí, se utiliza muy a menudo para minimizar y menospreciar la lengua sobre todo cuando se
compara esta lengua con otras de las que se dice que están muy cohesionadas y en las que se
observa una unidad muy consistente que facilita el entendimiento entre las personas que hablan
diferentes variedades. Lo cierto es que todas las lenguas habladas se manifiestan en multitud de
dialectos o variedades algunos de las cuales no son inmediatamente inteligibles entre sí: esto
pasa, en especial, con idiomas hablados por millones de personas. El inglés, por ejemplo, está
fragmentado en centenares de variedades que incluyen no solo los numerosos dialectos de la
misma Gran Bretaña, sino las muchas variedades que existen en África, América, Asia y
Oceanía (véase, por ejemplo, McCarthur 1998). Algo análogo puede decirse de lenguas
habladas por millones de personas como el francés, alemán, español o árabe. Todas estas
lenguas están fragmentadas, aunque esto nunca o casi nunca se dice o se deja ver. Cuando una
lengua es hablada por diversas comunidades lingüísticas, cada una tiende a desarrollar una
forma peculiar de hablar que la caracteriza como tal comunidad. Eso pasa con todas las lenguas
vivas y, por tanto, también con el euskera, como lengua viva que es.

La cuarta idea, que suele acompañar a la tercera en los intentos de desmerecer el euskera,
mantiene que el euskera estándar o euskera batua es una lengua artificial. Esto tiene parte de
verdad pero lo que no se dice es que todas las lenguas estándares existentes son en parte
artificiales. El inglés, el español, el alemán o el árabe estándares son lenguas parcialmente
artificiales y, por tanto, no naturales. A pesar de ello se suele poner énfasis en el carácter de
invención puntual del euskera batua, frente al supuesto carácter más o menos natural de otras
lenguas estándares, para minimizar sus aspectos artificiales. Comparemos lo que se dice del
español y del vasco respecto de esta cuestión en el diccionario de las lenguas del mundo citado
antes:
“En el año 1713 es fundada, por orden de Felipe V, la Real Academia Española, a imitación de
la francesa. Su propósito es el dictar normas reguladoras, y así son señaladas en el llamado
Diccionario de Autoridades (1726-1739), en una Ortografía (1741) y en una Gramática (1771)
que sirven de base para la enseñanza obligatoria del español en todas las escuelas del reino.”
(Del Moral 2002: 182)
“La Academia de la Lengua Vasca o Euskaltzaindia tuvo que decidir entre elegir de las
variedades literarias la que destacaba sobre las otras (…) o bien adoptar una solución de
compromiso que respondiese al uso hablado y escrito mayoritario y facilitase la unidad. Eligió
la segunda opción y en 1968 se crea el euskera batua, lengua normalizada que se concibió sobre
todo para ser escrita, y que constituye el modelo gramatical que aglutina y resume las
diferencias dialectales y sociales.” (Del Moral 2002: 192)
Se observa una curiosa diferencia en el tratamiento del español y del euskera. De esta lengua se
dice que fue creada en 1968 por una institución, lo que subraya su carácter artificial que podría
llevar a algunos a decir que el euskera batua es una lengua inventada. Sin embargo, en ningún
momento se dice que el español estándar moderno surgió en 1739, 1741 o en 1771, al publicarse
el diccionario, la ortografía o la gramática. Y es que tan absurdo es decir que el español estándar
moderno se inventó en 1771 como decir que el euskera estándar se inventó en 1968. Lo que se
hizo en el caso español fue exactamente lo mismo que se hizo siglos después en el caso del
euskera: se dictaron normas reguladoras, que suponen una elaboración más o menos artificial de
las normas gramaticales naturales, sometidas a continuos cambios y transformaciones. De esta
forma, tanto el español estándar como el euskera batua que se enseñan en los colegios son
lenguas parcialmente artificiales. La existencia de una lengua estándar es un fenómeno típico de
las sociedades occidentales que surge de determinadas elaboraciones culturales de las lenguas
naturales que se usan en ellas. Pensar que estas elaboraciones son lenguas naturales, lleva, como
vamos a ver a continuación, a no entender adecuadamente ese fenómeno.

Lo que el niño castellano de Valladolid aprende de modo natural es el castellano vallisoletano,


lo que el niño de Damasco aprende de forma natural es el árabe sirio. Es en la escuela donde a
esos niños se les enseña la lengua estándar (español, árabe culto moderno), dado que esta lengua
no puede aprenderse de forma natural, sino mediante la instrucción explícita típica de todo
conocimiento cultural construido artificialmente. Esta característica de las lenguas estándares en
general hace que, a pesar de una enseñanza generalizada en nuestra sociedades occidentales, la
gente en general nunca llega a adecuar totalmente su forma de hablar y escribir a los dictados
escolares de la lengua estándar, a sus normas reguladoras. Siempre existe la queja de que la
mayor parte de la gente habla mal y escribe peor. Lo que esto quiere decir es que, por mucho
que se enseñe la lengua estándar, la mayoría de la gente no consigue automatizarla igual que la
lengua vulgar, ni el niño consigue aprenderla de forma espontánea por mucho que la oiga
hablar. Sólo una pequeña minoría de personas muy conscientes de sus hábitos lingüísticos y que
dedican buena parte de sus esfuerzos al cultivo de esos hábitos, logra hablar y escribir de
acuerdo con los cánones de la lengua estándar y en general solo lo hacen en determinadas
ocasiones que requieren cierta formalidad o solemnidad, dado que ello supone un considerable
esfuerzo. ¿A qué se debe esto? Desde luego, no a que la mayoría de la gente sea incapaz, sino a
que la lengua estándar tiene muchos aspectos artificiales que hace que no pueda ser aprendible y
automatizable de forma espontánea, como ocurre con las lenguas naturales y tal como vamos a
explicar un poco más adelante. Esta es la razón de que, por ejemplo, sólo una minoría de los
ingleses hablen y escriban de acuerdo con las normas del inglés estándar o de que muchos
hispanohablantes cometan continuamente determinadas faltas gramaticales que a veces aparecen
recogidas y corregidas en los manuales de estilo.

Esta idea de la artificialidad se utiliza junto con la anterior, la idea de la diferenciación dialectal,
para intentar menospreciar una lengua y ensalzar otra. Por ejemplo, cuando se dice que el
español es una lengua muy cohesionada, sin apenas diferencias, nos fijamos en el español
escrito estándar y pasamos por alto las numerosas y a veces profundas diferencias fonéticas,
morfológicas, sintácticas y léxicas que hay entre las diversas variedades habladas del español de
España y América. Cuando decimos que el euskera está fragmentado nos fijamos en la lengua
natural hablada por las diversas comunidades euskaldunes y cuando se nos llama la atención
sobre el hecho de que existe una lengua estándar unificada, se nos dice que el euskera batua es
artificial. Pero es que el español, el inglés, el árabe o el alemán estándares son tan artificiales
como el euskera batua, tal como acabamos de decir.

Si, por alguna razón, fallan las ideas anteriores para justificar un menosprecio o desinterés por el
euskera o simplemente no se considera correcto recurrir a ellas, siempre queda el último de los
recursos: mantener que la lengua es en sí misma muy difícil en todo o en parte,
independientemente de otras consideraciones sociales, políticas o demográficas. Es decir, se
intenta recurrir a una característica estrictamente lingüística que no sea sospechosa de estar
contaminada por algún aspecto social o político, que siempre puede ser objeto de discusión.
Esta supuesta dificultad intrínseca de la lengua es otro de los argumentos utilizados para
despreciar o marginar el euskera. Por ejemplo, en el diccionario de las lenguas del mundo citado
antes se nos dice en la entrada dedicada al euskera: “El verbo es de una enorme complejidad”
(Del Moral 2002: 193). En otro lugar (Moreno Cabrera 2000: 128-136), intento mostrar que el
verbo vasco no es más complicado que el verbo español, todo depende de la presentación que
hagamos de su morfología.
Pero ¿tiene sentido decir que unas lenguas son más complicadas que otras? Ante esa pregunta,
hay que subrayar que es radicalmente falsa la idea de que ciertas lenguas tienen una serie de
rasgos que las hacen en sí mismas, fuera de toda comparación con otras lenguas,
intrínsecamente difíciles. Lo absurdo de esta idea puede verse si consideramos los requisitos
que ha de cumplir toda lengua natural para que pueda funcionar y sobrevivir como tal. En
primer lugar, debe ser aprendible por parte de los niños sin ningún tipo de instrucción
específica. Una lengua que no tenga esta característica no puede haber sobrevivido durante
siglos o milenios, dado que no podría haber sido transmitida de generación en generación. En
segundo lugar, toda lengua natural está automatizada en el uso cotidiano normal de la misma:
ello supone que tanto desde el punto de vista fonético como gramatical y léxico, la lengua ha de
ser tal que se adecue totalmente a los mecanismos automáticos de procesamiento y producción
lingüísticos delimitados por las capacidades psicofisiológicas de los seres humanos sanos. Una
lengua que no cumpliese estos dos requisitos no podría sobrevivir ni ser utilizada eficientemente
en una comunidad lingüística. Estos dos requisitos son muy estrictos y además todas las lenguas
naturales están drásticamente limitadas por ellos. Eso significa que el grado de dificultad o
complejidad de las lenguas naturales está totalmente condicionado por dichos requisitos y, por
consiguiente, está fijado de antemano por ellos. La dificultad de una lengua natural nunca puede
ir más allá del límite de la aprendibilidad natural por parte del niño y del límite de la
automatización en su uso. El euskera, como todas las lenguas naturales, cumple los dos
requisitos. Los niños son capaces de aprender euskera antes de ir al colegio, siempre y cuando
estén en un entorno euskaldún, por supuesto, y los euskaldunes cuya lengua primera es el
euskera utilizan la lengua de modo automático, sin tener que pensar en declinaciones o
conjugaciones.

En el párrafo anterior he hecho hincapié en el adjetivo natural, dado que si bien todas las
lenguas naturales tienen que tener necesariamente un grado de complejidad muy similar, esto no
necesariamente se aplica a las lenguas parcialmente artificiales como las lenguas estándar,
basadas en parte en elaboraciones culturales más o menos complejas. Las lenguas estándar son
en general difíciles porque, al estar elaboradas artificialmente, no se atienen necesariamente a
las capacidad lingüísticas naturales de los seres humanos. Sus descripciones en las gramáticas
usuales se realizan de una forma también artificial y artificiosa. Para comprobar esto, podemos
fijarnos en que, por ejemplo, los niños rusos adquieren de forma natural los diferentes casos
nominales (nominativo, acusativo, genitivo, dativo, instrumental y prepositivo) sin tener la
menor idea de lo que es un caso, ni de cuántas declinaciones hay. Es en la escuela donde se les
presentan las tablas de las diversas declinaciones, que resultan muy difíciles de aprender (tanto
para el nativo como para el extranjero que estudia el idioma). Ello es así porque tales tablas son
elaboraciones artificiales de las lenguas que no se adecuan a los requisitos naturales de la
actuación lingüística. De igual forma, el niño vasco aprende el supuestamente complejo sistema
verbal vasco de forma natural antes de ir a la escuela, sin tener ni idea de modos, tiempos,
aspectos, voces, verbos auxiliares etc… Todos esos conceptos son elaboraciones artificiales que
son difíciles de aprender y de manejar y que no deberían ser los criterios que sirven de base para
evaluar la dificultad o facilidad de una lengua.

El euskera es una lengua natural contemporánea que tiene las características propias de
cualquier otra lengua natural y los intentos de disminuirla, marginarla o menospreciarla
utilizando prejuicios como los que cinco que hemos analizado, nunca pueden estar basados en el
conocimiento científico de las lenguas, sino en determinadas ideologías monolingüistas que
pretenden justificar o afianzar situaciones de desequilibrio manifiesto entre dos o más lenguas y
culturas diferentes que conviven en un mismo ámbito.

El euskera está en estos momentos en una situación mucho más favorable que hace cien años,
época en la que prejuicios como los que hemos comentado estaban aún mucho más extendidos
que ahora. Ahora bien, si queremos ser realistas en modo alguno podemos decir que esta lengua
no necesita ya apoyo y promoción y que, por tanto, se la puede dejar a su aire. Desde muchos
puntos de vista, existe todavía hoy en día un gran desequilibrio entre el euskera y el español y el
francés que es necesario ir contrarrestando en muy diversos ámbitos (educación, cultura,
economía, justicia…) y no podemos permitir que prejuicios como los que he descrito puedan
servir para justificar aquellas actitudes de quienes mantienen que el euskera ya no necesita
promoción y apoyo bien porque consideren que se trata de una especie de pieza de museo que
solo conviene conservar en formol, bien porque opinen que basta con que se utilice en un
ámbito familiar y estrictamente local. El euskera es una lengua del siglo XXI, es una lengua
europea moderna y, por tanto, tiene el mismo derecho que las demás a ocupar el lugar más
relevante posible en todos los ámbitos de nuestra sociedad occidental contemporánea

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