Vous êtes sur la page 1sur 4

Exclusión cultural

La cultura es un conjunto de todas las formas a través de las cuales una


sociedad regula el comportamiento de las personas que lo conforman.”
los grupos indígenas, los grupos afrocolombianos, cultos religiosos,
grupos urbanos” … tienen costumbres, educación, practicas, normas y
reglas.. aquello que hace la cultura al hombre
la capacidad de reflexionar de sí mismo específicamente, crítico
y completamente a
través de los valores que efectuamos son expresiones que el hombre expres
a, toma conciencia busca y crea obras que lo transcienden…. se reconoce
como un proyecto inadecuado y pone en cuestión sus propias realizaciones…

Para excluir la cultura de otros es necesario pertenecer a una cultura mayoritaria o


simplemente más poderosa. La exclusión de una cultura o de una forma
cultural se basa en el convencimiento de que la cultura que se excluye es tan
perversa que hay que eliminarla mediante tácticas de marginación o de exterminio
físico. A lo largo de la Historia innumerables grupos culturales han sido
estigmatizados y exterminados no por las cosas que hacían o por sus prácticas
culturales sino simplemente por lo que eran.

Si bien es cierto que la exclusión cultural menosprecia y arrincona a los


símbolos, las representaciones, los principios, las costumbres y lo celebrativo,
entre otras cosas, también es verdad que debajo de esas exclusiones están los
agentes que las generan. Esos agentes son las personas reunidas en grupo, son
los grupos sociales, son las sociedades.
Desde esta perspectiva, la exclusión cultural es una exclusión social. He aquí el
marco que acoge y cubre a la exclusión cultural.
Por exclusión social se entiende la imposibilidad de una persona o de un grupo
social para participar activamente en las esferas económicas, culturales, políticas
o institucionales de la sociedad. El excluido cultural no puede interpretar los
hechos ni los acontecimientos desde sus valores; menos aún puede juzgar, ni
pensar la realidad desde las teorías que abriga en su interior; ni, obviamente,
podrá tomar decisiones desde los principios, actitudes y normas que regulan su
cosmovisión. El excluido cultural, además de ser un excluido social, es el “don
nadie” con quien no se cuenta para nada porque por no tener ni tiene nombre.
Más aún, si quiere pasar desapercibido, no señalado con el dedo acusador de su
diferencia, se vemoralmente obligado a cambiar su nombre originario por otro que
se asemeje a los impuestos en las pilas bautismales de la cultura dominante.
Es el colmo de la perversión buscada y estratégicamente elaborada por la clase
culturalmente dominante. Entre otros comportamientos, quiero señalar algunos,
como el desclasamiento, la inculturación voluntaria, la sumisión dóxica, la ilusión
colectiva y la doxosofía.

El desclasamiento consiste en olvidarse del origen de donde se procede. Es


el caso del joven estudiante en la brasileña ciudad de Manaus, por ejemplo, que
perteneciendo a una clase campesina con sus usos y costumbres se hace pasar
por el señorito camuflado de la ciudad y de la Universidad donde confiesa ser
quien no es y se atreve a criticar los valores mamados en su infancia, no por
estar convencido de su falta de ética, sino por miedo a que le consideren inferior,
perteneciente a otra cultura rechazada por quien posee ante él un ascendente o
por no perder la influencia de quien le interpela. Niega a su padre y a su madre, no
digamos a su clase, en aras de conquistar un puesto de trabajo al que no llegaría
si confiesa su auténtico origen social.
La inculturación voluntaria se da en el excluido cultural cuando éste acepta los
valores de la clase dominante, negándose a sí mismo, adquiriendo los modales
del excluyente y sometiéndose servilmente a los mandatos de quien le explota. Es
el mejor ejemplo de alienación de la persona.

La sumisión dóxica la consigue el Estado moderno que ha tenido capacidad


para legitimarse legalmente ante la población. Dicho Estado no necesita dar
órdenes de manera directa ni ejercer coerción física, le basta con la incorporación
de los individuos y la organización de la cultura excluida, convirtiéndolos en
agentes reproductores de la dominación. El Estado, a través de sus aparatos
educativos, docentes y culturales crea disposiciones, diría Bourdieu, para producir
unas estructuras cognitivas que incorpora en el esquema mental del excluido de
su idiosincrasia y asimilado a la cultura exógena. Esta nueva mentalidad, edificada
sobre el terreno de la persona o grupo étnico diferente, será el instrumento capaz
de garantizar la creencia en la doxa o simples opiniones sostenidas por el Estado.

La ilusión colectiva se produce cuando la clase económica y culturalmente


dominante hace creer a las culturas dominadas que las disposiciones, normas o
leyes por ella promulgadas, a través de su representante, el Estado, son las que
les convienen, aunque en realidad no tengan en cuenta sus auténticos intereses
que les deberían ayudar a liberarse de la exclusión sociocultural en que se
encuentran.
La doxosofía consiste en valerse de dirigentes pertenecientes a la propia
cultura excluida para hacer ver a los culturalmente excluidos que están
recuperando
su propia cultura nativa mediante ilustraciones teóricas, cuando en realidad están
perdiéndola al adoptar en la práctica la cultura dominante. Por ejemplo, al
participar en las elecciones oficiales, en los partidos políticos del sistema, en los
sindicatos, en las instituciones culturales oficiales donde no se considera la cultura
ajena a la imperante, sino sólo a ésta.
Resumiendo, el culturalmente excluido se enmarca en el campo más amplio
de la exclusión social y padece el clásico fenómeno de la legitimación a través de
los canales político-educativos de que dispone la clase dominante que, a su vez,
manipula al gran instrumento de un Estado que no representa el interés de los
excluidos, sino el de los excluyentes. Esta legitimación consigue hacer comulgar
a la población con “ruedas de molino”, de tal manera que muestra lo éticamente
incorrecto como si fuera correcto y al revés.

El racismo cultural que todos llevamos encima.


Podemos empezar por un ejemplo. En cierta ocasión un colega profesor de la
universidad que impartía una interesante materia optativa de jazz me comentó
que tenía en su clase a una chica de color; con toda ingenuidad creyó que la chica
en cuestión sería una buena alumna para ayudarle a introducir a los demás en las
clases de jazz. Su sorpresa vino cuando, al preguntarle a la chica sobre esta
cuestión le manifestó que no sabía en absoluto moverse en una sala de baile y
que por ello acudió a sus clases. El colega me comentó hasta qué punto había
sido víctima él mismo del “racismo cultural”. En efecto, había supuesto que por el
solo hecho de tener la piel de color, podía saber bailar mejor que los demás. Este
racismo cultural es el que nos invita a creer que la gente de color lleva la danza en
la sangre, los “gitanos son ladrones”, los “italianos apasionados”, los “catalanes
son tacaños”, los “andaluces alegres” y los “alemanes son trabajadores”. Las
pseudo-ciencias sociales pueden perpetuar estos mitos mediante las falsas
“encuestas de opinión” o de “carácter” que “confirman” que a cada comunidad
política le corresponde un determinado estereotipo cultural o normas de
comportamientos y convenciones estéticas.
Es en base a este racismo cultural que se crean identidades nacionales falsas,
que refuerzan la autoestima, elogian las virtudes nacionales y sostienen que
nosotros somos los mejores. Al mismo tiempo el racismo cultural desprecia a los
que no somos “nosotros”, es decir a los demás, a los que atribuyen lo mismo que
a “nosotros” pero en negativo; les niega la creatividad, desprecia su lengua si es
que es diferente, ridiculiza sus hábitos y combate su religión. El grupo se defiende
de las acusaciones de racismo diciendo que preserva su identidad cultural frente a
la agresión del otro; hay que tener presente que para el racismo cultural la sola
presencia del otro es ya una agresión, dado que le molesta la existencia misma de
la diferencia. El racismo cultural conduce también al genocidio cultural ya que a
menudo, el desprecio de la cultura del otro comporta la voluntad de destruirla.
Una de las armas del racismo cultural suele ser el nacionalismo esencialista.
Utilizadas en el campo de la política sus efectos suelen ser devastadores; otra
arma del mismo calibre es el fundamentalismo religioso, que divide a los humanos
entre “los nuestros” y todos los demás. Sin embargo estos son temas que se
sitúan en los límites de este trabajo, aun cuando no se pueden obviar.

Conclusión
La falta de aceptación hacia personas con diferente creencias y estilo de vida, le
decimos que existe discriminación cultural, la difusión de una ideología-sostén de
conceptos macroeconómicos globalizantes propicia un proceso de
"homogeneización" que intenta socavar la identidad pluricultural de un continente
que alberga (junto a numerosas otras colectividades) a más de cuatrocientos
pueblos indígenas. Pueblos que admiten diferencias étnicas entre sí, que
expresan una rica diversidad de manifestaciones culturales y sobreviven en
condiciones de marginalidad económica y social.
Es importante destacar que la cultura promueve el diálogo constante sobre temas
diversos a nivel nacional como internacional a partir de una visión amplia del arte y
la cultura como producción de sentido en la trama social. Este espacio forma parte
de un conjunto de iniciativas, conferencias, foros, diálogos, debates y
controversias orientadas a estimular la reflexión sobre los procesos y prácticas
culturales desde una perspectiva contextualizada en la complejidad histórica y en
la diversidad cultural de América Latina. Es por ello, que al no existir estas
diversidades entre pueblos, existe la discriminación cultural, porque no se respeta
las creencias, valores y tradiciones de un pueblo, de unas personas.

Vous aimerez peut-être aussi