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El Caldo Primigenio

En los primeros lagos que se formaron en la superficie terrestre había numerosas sales
minerales, magnesio, azufre, hierro. El agua estaba a unas temperaturas muy elevadas y sobre
ella había una ardiente masa de aire compuesta de hidrógeno, metano, vapor de agua y
amoníaco. Todo esto ocurría en la más completa oscuridad, el Sol aún no había entrado en
ignición y la nebulosa solar impedía que se viera el más mínimo destello de luz estelar.

Pero a pesar de estas condiciones tan adversas, había una gran cantidad de energía.

Había dos fuentes de energía principales, una era el calor interno de la Tierra, provocado por la
constante caída de meteoritos, la presión interna, los terremotos continuos mientras el
planeta seguía asentándose y los elementos radioactivos de su interior. La otra fuente de
energía era la frecuente, casi continua formación de tormentas eléctricas en aquella atmósfera
de vapor de agua, metano y amoníaco bombardeada por partículas de polvo y gas que aún
seguían cayendo desde el espacio exterior.

En aquellos primeros lagos saturados de sales minerales, fosfatos, sulfuros, silicatos, y


acariciados por una brisa de metano, amoníaco e hidrógeno, las moléculas reaccionaban con
otras moléculas y se formaban moléculas más complejas. Algunas de estas nuevas moléculas
no eran estables y resultaban destruidas, pero otras combinaciones sí resultaban bastante
estables, perdurando durante más tiempo y pasando a formar parte de un caldo que cada vez
se hacía más complejo. Así, el azar iba generando compuestos, algunos más simples, otros más
complejos. Por regla general, las moléculas complejas eran capaces de almacenar más energía
que las simples, y como la energía abundaba, esto hizo que la complejidad del caldo
primigenio fuera también en aumento.

El hecho de que en aquel ambiente no existiese oxígeno libre permitía que las sustancias
creadas perdurasen hasta que un nuevo aporte energético pudiese desintegrarlas, pero debido
a la diferencia de características de las diversas moléculas, en los mares primitivos se produjo
una diferenciación por sustancias.

Cerca de las fuentes energéticas, (en aquella época las rocas radioactivas, los geíseres,
volcanes y las tormentas eléctricas) se creaban moléculas complejas. Debido a la distinta
densidad estas moléculas derivaban dentro del caldo primigenio. Si la nueva molécula derivaba
hacia una zona donde el aporte energético fuera excesivo sería desintegrada con rapidez y sus
componentes serían usados para iniciar otras combinaciones.

Si la molécula derivaba hacia una zona libre de aporte energético permanecía a salvo y
perduraba. Con el tiempo se formaron "depósitos" de moléculas complejas en el corazón de
los lagos primitivos conteniendo sustancias como formaldehído, ácidos fórmico, acético y
láctico, urea y hasta algunos aminoácidos simples como glicina y alanina.

El momento en que el Sol comenzó a brillar en el cielo supuso un punto de inflexión que
cambió las reglas del juego. Por un lado hubo una nueva fuente energética en forma de rayos
ultravioleta que bombardeaban la superficie de los mares. Esto hizo que el número de
moléculas complejas que se formaban sufriese un incremento espectacular. Por otro lado, los
rayos UV no podían atravesar un determinado espesor de agua, de ahí que las sustancias
recién formadas, si eran más pesadas que el agua o quedaban en suspensión, podían derivar
hacia el fondo marino donde se mantenían a salvo de los rayos cósmicos que pudieran
desintegrarlas. Por este motivo los mares se convirtieron en gigantescos depósitos de
moléculas complejas.

Las corrientes marinas provocadas por el viento, las mareas, la diferencia de temperatura de
las aguas o incluso la explosión de volcanes submarinos, hacían que parte de las sustancias
creadas afloraran de vez en cuando a la superficie del mar, siendo sometidas a un nuevo
bombardeo de rayos UV. La mayor parte de las veces esto producía la disgregación de la
molécula, pero otras veces se fabricaban moléculas más complejas.

Con todo y con eso, el balance seguía siendo positivo, eran muchas más las moléculas
complejas que se creaban y depositaban en el fondo marino que las que eran devueltas a la
superficie y disgregadas. De ahí que la composición del caldo primigenio siguiese aumentando
su complejidad hasta el punto de que se formasen purinas y azúcares como la adenina y la
ribosa, componentes de los ácidos nucléicos.

Conforme aumentaba la complejidad del caldo aumentaba también la probabilidad de que se


formasen sustancias aún más complejas. Así, cuando el caldo estaba saturado de ácidos
nucléicos, purinas y azúcares, resultó inevitable que de esta mezcla surgiesen los primeros
nucleótidos e incluso algunos compuestos tan complejos como el Trifosfato de Adenosina
(ATP), uno de los componentes fundamentales de la vida.

Al examinar una molécula de ATP vemos que es una molécula sumamente compleja, su
fórmula cuantitativa sería C10O13H16N5P3

No obstante, esta fórmula no revela la complejidad de la molécula, para llegar a entender cuán
compleja es tendríamos que fijarnos más bien en la fórmula estructural que nos revelará mejor
toda su complejidad.

Realmente, si tuviésemos que partir exclusivamente de los elementos que se encontraban en


la atmósfera primigenia, la probabilidad de que se formase ATP resultaría tan baja que sería
absurdo siquiera considerarla. Podrían pasar mil veces la edad del sistema solar y aún
podríamos estar esperando que se formase ATP a partir de agua, metano, amoníaco y las sales
de sulfuros y fosfatos que existían en el caldo primigenio. Pero de este caldo primigenio no
surgió el ATP, sino un caldo más complejo que el anterior, en el cual surgieron moléculas más
complejas que aumentaron la complejidad del caldo en un ciclo que se retroalimentaba a sí
mismo hasta hacer inevitable la formación de ATP.

De hecho, todo lo expuesto hasta ahora no son más que los pasos lógicos que debió dar la
naturaleza y que los científicos del último siglo han intentado ¡y conseguido! reproducir paso a
paso. La ausencia de oxigeno gaseoso fue fundamental para evitar la oxidación de las nuevas
células. En 1953, los investigadores Harold C. Urey y Stanley L. Miller diseñaron un dispositivo
que reproducía la atmosfera primitiva. Probaron que a partir de sustancias inorgánicas, y en las
condiciones atmosféricas particulares, era posible obtener moléculas orgánicas, como los
aminoácidos. El experimento fue repetido por varios científicos con diversas variaciones a lo
largo de varios años, sustituyendo algunos componentes originales y usando luz ultravioleta en
lugar de electrodos y en todas las ocasiones se produjeron sustancias complejas y hasta
algunos aminoácidos más complejos que la glicina y la alanina que consiguieron Urey y Miller.

Ahora bien, todas estas substancias siguen siendo simples moléculas, incapaces de equipararse
a la complejidad de una célula viva.

El Origen de la Vida
Hasta ahora hemos visto cómo, desde la formación de los primeros mares, se inició un proceso
de creación de moléculas complejas. El caldo primigenio llegó a contener un porcentaje muy
elevado (un uno por ciento de TODA el agua marina es mucho) de moléculas complejas, y
entre ellas había gran cantidad de proteínas y aminoácidos.

Las proteínas y aminoácidos tienden a unirse entre sí, en ocasiones al azar pero en otras
ocasiones forman estructuras regulares. Así, Sidney Fox, un bioquímico norteamericano,
descubrió que si se calentaba una mezcla de aminoácidos se formaban largas cadenas de
proteínas. Y estas cadenas de proteínas al enfriarse se agrupaban las unas junto a las otras
para formar una membrana. Como resultaba que las cadenas proteínicas eran más anchas por
un extremo que por el otro, la membrana no era completamente plana sino que se iba
curvando hasta formar una esfera cerrada, tal como una pelota de ping-pon. O como la
membrana de una célula.

De hecho, el parecido de estas microesferas a una célula es notable, ambas son esféricas,
separan el interior de la esfera del interior, dejando pasar moléculas pequeñas pero siendo
impermeables a moléculas mayores de un tamaño determinado. Debido a que uno de los
extremos de la proteína tiene diferente carga eléctrica que el otro, se produce un efecto de
ósmosis que hace que el interior de la microesfera tenga una mayor proporción de moléculas
complejas en suspensión.

Antes de la creación de estas microesferas había un caldo más o menos homogéneo cubriendo
todos los mares con una solución de menos de un uno por ciento de moléculas complejas que
de vez en cuando eran bombardeadas por rayos UV. Al formarse estas microesferas, cada una
de ellas se convertía en un pequeño laboratorio en el que la concentración de moléculas
complejas era muy superior, y las probabilidades de que con ellas se formaran moléculas más
complejas eran aún mayores.

Es posible que debido a ello en algunas zonas de las costas donde las corrientes marinas no
fuesen muy fuertes se formasen colonias de microesferas. Estas colonias tendrían un aspecto
semejante al de la espuma marina y una consistencia coloidal, similar a la clara del huevo. En
cada una de estas colonias habrían millones de microesferas, cada una con distintas
concentraciones y combinaciones de elementos, cada una un laboratorio químico donde se
fabricaban nuevas sustancias, donde el azar realizaba nuevos experimentos.

A veces se creaban sustancias que hacían que la esfera se destruyera, otras veces se formaban
sustancias que las hacían destruir a las esferas cercanas, y otras sustancias las hacían crecer o
dividirse en dos o más esferas. A pesar de todo, esto no era vida ni reproducción pues los actos
de las microesferas seguían siendo regulados por procesos externos, tales como los rayos UV,
o el encuentro fortuito con otras sustancias químicas, además de que las microesferas
resultantes eran distintas a la original.

La cantidad de microesferas que se creaban y destruían cada día en los mares primigenios
debían contarse por miles de millones. Miles de millones de microesferas construyéndose cada
día, cada una con una composición distinta, cada una sometida a un ambiente distinto. Día tras
día, año tras año, milenio tras milenio.

Entre tal cantidad de experimentos surgieron esferas capaces de crecer alimentándose de


otras esferas de su entorno, pero que tarde o temprano encontraban en su camino una
sustancia que las destruía. Otras esferas eran capaces de crecer hasta llegar a un tamaño tal
que una reacción química en su interior provocaba que la esfera se dividiera, quizás en dos,
quizás en más esferas menores. A veces las esferas resultantes eran parecidas a la original.
Cuando esto ocurría aumentaban enormemente las probabilidades de que las esferas hijas
fueran tan complejas como la madre, pero ni siquiera entonces se podía considerar que era
vida, aún faltaba algo, un mecanismo capaz de transmitir la información sin cambios desde la
madre a todas y cada una de las hijas.

Este mecanismo es el ADN, una molécula sumamente compleja compuesta de dos hélices que
se enroscan la una sobre la otra y que se mantiene estable flotando en un caldo de ácido
nucleico compuesto de numerosas moléculas de proteínas, aminoácidos, enzimas y
nucleótidos. Cuando determinadas sustancias entran en contacto con un extremo de la
molécula de ADN, esta comienza a abrirse separándose las dos hélices. Por el hueco que queda
entre ellas penetra el ácido nucleico. La mayoría de las moléculas de este ácido no encajan así
que no son afectadas por las hélices desemparejadas. Pero cuando un nucleótido determinado
pasa junto a su complementario en una de las hélices divididas, queda fijado en su sitio
completándose un escalón de la hélice. Esto hace que la doble hélice se abra un poco más y en
el hueco ambas hélices se van completando con una copia complementaria. Cuando el proceso
llega hasta el extremo final de la doble hélice original, cada una de las hélices ha generado a su
complementaria existiendo ahora dos hélices idénticas entre sí e idénticas a la hélice original.

Por sí solo, el ADN tampoco es una sustancia viva, no podría encontrar por sí mismo todos los
nucleótidos necesarios para replicarse, pero en el interior de una microesfera la concentración
de nucleótidos puede ser suficiente para que el ADN pueda multiplicarse.

Y aún así hace falta que el ADN se empiece a dividir al mismo tiempo que la esfera que lo
contiene, es decir que la sustancia que provoca la división del ADN debe fabricarse al mismo
tiempo que otra que provoque la división de la microesfera.

Son tantas las condiciones necesarias que harían falta una increíble cantidad de coincidencias
para que apareciera una microesfera capaz de reproducirse, si no fuera así no hubieran hecho
falta más de mil millones de años para que apareciera la primera célula viva.

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