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Con tan buena fortuna que, al caer, el huevo no se rompió. Pasada un tiempo, un diminuto
pico empezó a resquebrajar el huevo desde dentro: primero fue el pico, luego las garras,
hasta que al final consiguió sacar todo el cuerpo.
La pequeña cría de águila se crió junto con los polluelos de las gallinas. Sin embargo los
otros pollos se mofaban de él por ser diferente, llegando a picotearle con frecuencia.
Un buen día, un águila sobrevoló el corral y vio cómo hasta los polluelos más pequeños se
mofaban de la cría de águila.
“¡Te digo que vueles!”, le respondió el águila cada vez más enfadada de ver la actitud del
aguilucho.
Así que el águila cogió a la pequeña cría y lo llevó hasta la cima de una colina. Una vez
allí, lo empujó al vacío y el aguilucho desesperado empezó a batir las alas tratando de volar,
hasta que empezó a darse cuenta que podía hacerlo y además de forma excepcional.
¿Cuántas veces nos hemos tenido que asomar al abismo para darnos cuenta de lo que
somos capaces de hacer?
Cuento adaptado del publicado en el libro “Cuentos para reconfortar el espíritu” de Ramiro Calle
Isabel Iglesias
https://isabeliglesiasalvarez.com/2014/05/19/cuentos-para-reflexionar-el-aguila-que-no-sabia-
quien-era/ Fecha consulta Web 10.08.2017