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15/10/2018 El gozo del servicio desinteresado - Por Cristina B.

Franco

El gozo del servicio desinteresado


Octubre 2018 Conferencia general
Por Cristina B. Franco
Segunda Consejera de la Presidencia General de la Primaria

Le hemos prometido a nuestro Padre Celestial que le serviremos a Él y a


los demás con amor y que haremos Su voluntad en todas las cosas.

Después de la última conferencia general, muchas personas se acercaron a mí con


la misma pregunta: “¿Son cómodos esos asientos?”. Mi respuesta siempre fue la
misma: “Esos asientos son muy cómodos si no tienes que discursar”. Es verdad, ¿no
es cierto? Mi silla no ha sido tan cómoda en esta conferencia, pero estoy realmente
agradecida por la bendición y el honor de hablarles a ustedes esta noche.

A veces, cuando servimos, nos toca sentarnos en diferentes asientos. Algunos son
bastante cómodos y otros no lo son, pero le hemos prometido a nuestro Padre
Celestial que le serviremos a Él y a los demás con amor y que haremos Su voluntad
en todas las cosas.

Hace unos años, los jóvenes de la Iglesia aprendieron que “cuando se ‘[embarcan]
en el servicio de Dios’ [Doctrina y Convenios 4:2] comienzan la travesía más
extraordinaria del mundo; ayudan a Dios a apresurar Su obra y es una experiencia
grandiosa, gozosa y maravillosa”1. Es una travesía disponible para todos, de
cualquier edad, y también es una travesía que nos lleva a lo que nuestro amado
profeta ha mencionado como “el camino de los convenios”2.

Desafortunadamente, sin embargo, vivimos en un mundo egoísta en el que las


personas constantemente preguntan: “¿Qué gano yo?” en lugar de preguntar: “¿A
quién puedo ayudar hoy?” o “¿Cómo puedo servir mejor al Señor en mi
llamamiento”, o “¿Estoy dándolo todo al Señor?”.

Un gran ejemplo en mi vida de servicio desinteresado es la hermana Victoria


Antonietti. Victoria era una de las maestras de la Primaria de mi rama en Argentina,
donde yo crecí. Cada martes por la tarde, cuando nos reuníamos para la Primaria,
ella nos traía una torta de chocolate. A todos les encantaba la torta; bueno, a todos
menos a mí. ¡Yo odiaba la torta de chocolate! Y aunque ella trataba de compartir la
torta conmigo, yo siempre rechazaba su ofrecimiento.

Un día, después de que ella había compartido la torta de chocolate con el resto de
los niños, le pregunté: “¿Por qué no trae un sabor diferente, como naranja o
vainilla?”.

Después de reír un poco, me preguntó: “¿Por qué no pruebas tú un pedacito? Esta


torta está hecha con un ingrediente especial y te prometo que, si lo pruebas, ¡te
gustará!”.
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Miré a mi alrededor y, para mi sorpresa, todos parecían estar disfrutando aquella


torta. Accedí a probarlo. ¿Adivinan qué sucedió? ¡Me encantó! Esa fue la primera vez
que disfruté de un pastel de chocolate.

No fue hasta muchos años después que descubrí cuál era el ingrediente secreto de
la torta de chocolate de la hermana Antonietti. Mis hijos y yo visitábamos a mi
madre cada semana. En una de esas visitas, mi mamá y yo estábamos disfrutando
de un trozo de torta de chocolate y le conté cómo me había comenzado a gustar
dicha torta. Entonces ella me contó el resto de la historia.

“Verás, Cris”, dijo mi mamá, “Victoria y su familia no tenían muchos recursos y cada
semana ella tenía que elegir entre pagar el autobús para llevarla a ella y a sus
cuatro hijos a la Primaria o comprar los ingredientes para hacer la torta de
chocolate para su clase de la Primaria. Siempre eligió la torta de chocolate antes
que el autobús, y ella y sus hijos caminaban más de tres kilómetros de ida y de
vuelta, sin importar el clima”.

Ese día aprecié más su torta de chocolate. Más importante aún, aprendí que el
ingrediente secreto de la torta de Victoria era el amor que ella tenía por aquellos a
quienes servía y su sacri cio desinteresado por nosotros.

Pensar en la torta de Victoria me ayuda a recordar un sacri cio desinteresado que


se encuentra en las grandes y eternas lecciones que enseñó el Señor a Sus
discípulos cuando se dirigió hacia las arcas de la ofrenda del templo. Ya conocen la
historia. El élder James E. Talmage enseñó que había trece arcas “en [las cuales] la
gente depositaba sus donaciones para los [diferentes propósitos] indicados por las
inscripciones sobre los cofres”. Jesús observaba las las de donantes, formadas por
diferentes tipos de personas. Algunos daban sus ofrendas con “sinceridad de
propósito” mientras que otros echaban “grandes sumas de oro y plata”, esperando
ser vistos, observados y alabados por sus donaciones.

“Entre la multitud se hallaba una viuda pobre, la cual… echó en una de las arcas dos
pequeñas monedas de bronce conocidas como blancas. El total de su contribución
no llegaba ni a medio centavo de dólar. El Señor [llamando a Sus discípulos
alrededor de sí, les dirigió su atención a la acción de aquella pobre viuda y lo que
había hecho, y les] dijo: ‘De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos
los que han echado al arca, porque todos han echado de lo que les sobra; pero
esta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento’ [Marcos 12:43–44]”3.

La viuda no parecía tener una posición notable en la sociedad de su tiempo. Ella en


realidad tenía algo más importante: sus intenciones eran puras y dio todo lo que
tenía para dar. Tal vez dio menos que otros, más silenciosamente que otros, de
manera diferente que otros. A los ojos de algunos, lo que ella dio era insigni cante;
pero a los ojos del Salvador, quien “discierne los pensamientos y las intenciones del
corazón”4, ella lo dio todo.

Hermanas, ¿estamos dándolo todo al Señor sin reservas? ¿Estamos sacri cando
nuestro tiempo y nuestros talentos para que la nueva generación pueda aprender
a amar al Señor y guardar Sus mandamientos? ¿Estamos ministrando tanto a

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quienes nos rodean como a aquellos que se nos han asignado con amor y con
diligencia, sacri cando tiempo y energía que podría utilizarse de otras maneras?
¿Estamos viviendo los dos grandes mandamientos, amar a Dios y amar a Sus hijos?5
A menudo, ese amor se mani esta como servicio.

El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “Nuestro Salvador se entregó al servicio


desinteresado. Él enseñó que cada uno de nosotros debe seguirle al desechar los
intereses egoístas a n de servir a los demás”.

Él continuó:

“Un ejemplo familiar de lo que signi ca perder nuestra vida al servicio de los
demás… es el sacri cio que los padres hacen por sus hijos. Las madres sufren dolor
y la pérdida de prioridades y comodidades personales para dar a luz y criar a cada
hijo. Los padres ajustan sus vidas y prioridades para proveer para la familia…

“Nos regocijamos también por aquellos que cuidan a familiares discapacitados y


padres ancianos. Ninguno de los que prestan ese servicio se pregunta: ‘¿Qué gano
yo?’. Todo ello requiere dejar a un lado la comodidad personal para servir
desinteresadamente…

“[Y] todo esto ilustra el principio eterno de que somos más felices y nos sentimos
más satisfechos cuando actuamos y servimos por lo que damos, y no por lo que
recibimos.

“Nuestro Salvador nos enseña a seguirlo al hacer los sacri cios necesarios para
perder nuestra vida en el servicio desinteresado a los demás”6.

El presidente Thomas S. Monson asimismo enseñó que “quizás cuando


comparezcamos ante nuestro Hacedor, no se nos pregunte: ‘¿Cuántos cargos
desempeñó?’, sino más bien: ‘¿A cuántas personas ayudó?’. En realidad, nunca
podrán amar al Señor hasta que no lo sirvan al servir a Su pueblo”7.

En otras palabras, hermanas, no importará si nos sentamos en los asientos


cómodos o si nos esforzamos por llegar hasta el nal de la reunión en una silla
plegable oxidada en la última la. Ni siquiera importará si, por necesidad, salimos al
vestíbulo para consolar a un bebé que llora. Lo que importará es que vengamos
con un deseo de servir, que notemos a aquellos a quienes ministramos y los
saludemos con alegría, y que nos presentemos a aquellos que comparten nuestra
la de sillas plegables, brindándoles amistad, aunque no estemos asignados a
ministrarles. Y sin duda importará que todo lo que hagamos sea hecho con el
ingrediente especial del servicio combinado con el amor y el sacri cio.

He llegado a saber que no tenemos que hacer una torta de chocolate para ser
maestros de Primaria exitosos, porque lo que importa no es la torta, sino el amor
detrás de aquella acción.

Testi co que ese amor se vuelve sagrado por medio del sacri cio: el sacri cio de
una maestra y aún más a través del sacri cio supremo y eterno del Hijo de Dios.

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15/10/2018 El gozo del servicio desinteresado - Por Cristina B. Franco

¡Doy testimonio de que Él vive! Lo amo y anhelo desechar los deseos egoístas a n
de amar y ministrar como Él lo hace. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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