Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
“Existen seres llamados vampiros; todos nosotros tenemos pruebas de su existencia. Incluso en el
caso de que no dispusiéramos de nuestras desafortunadas experiencias, las enseñanzas y los registros
de la antigüedad proporcionan pruebas suficientes para las personas cuerdas. Admito que, al
principio, yo mismo era escéptico al respecto. Si no me hubiera preparado durante muchos años para
que mi mente permaneciera clara, no lo habría podido creer en tanto los hechos me demostraran que
era cierto, con pruebas fehacientes e irrefutables. Si, ¡ay!, hubiera sabido antes lo que sé ahora e
incluso lo que adivino, hubiéramos podido quizá salvar una vida que nos era tan preciosa a todos
cuantos la amábamos. Pero eso ya no tiene remedio, y debemos continuar trabajando, de tal modo
que otras pobres almas no perezcan, en tanto nos sea posible salvarlas. El nosferatu no muere como
las abejas cuando han picado, dejando su aguijón. Es mucho más fuerte y, debido a ello, tiene mucho
más poder para hacer el mal. Ese vampiro que se encuentra entre nosotros es tan fuerte
personalmente como veinte hombres; tiene una inteligencia más aguda que la de los mortales, puesto
que ha ido creciendo a través de los tiempos; posee todavía la ayuda de la nigromancia, que es, como
lo implica su etimología, la adivinación por la muerte, y todos los muertos que fallecen a causa suya
están a sus órdenes; es rudo y más que rudo; puede, sin limitaciones, aparecer y desaparecer a
voluntad cuando y donde lo desee y en cualquiera de las formas que le son propias; puede, dentro de
sus límites, dirigir a los elementos; la tormenta, la niebla, los truenos; puede dar órdenes a los
animales dañinos, a las ratas, los búhos y los murciélagos... A las polillas, a los zorros y a los lobos;
puede crecer y disminuir de tamaño; y puede a veces hacerse invisible. Así pues, ¿cómo vamos a
llevar a cabo nuestro ataque para destruirlo? ¿Cómo podremos encontrar el lugar en que se oculta y,
después de haberlo hallado, destruirlo? Amigos míos, es una gran labor. Vamos a emprender una
tarea terrible, y puede haber suficiente para hacer que los valientes se estremezcan. Puesto que si
fracasamos en nuestra lucha, él tendrá que vencernos necesariamente y, ¿dónde terminaremos
nosotros en ese caso? La vida no es nada; no le doy importancia. Pero, fracasar en este caso no
significa solamente vida o muerte. Es que nos volveríamos como él; que en adelante seríamos seres
nefandos de la noche, como él... Seres sin corazón ni conciencia, que se dedican a la rapiña de los
cuerpos y almas de quienes más aman. Para nosotros, las puertas del cielo permanecerán cerradas
para siempre, porque, ¿quién podrá abrírnoslas? Continuaremos existiendo, despreciados por todos,
como una mancha ante el resplandor de Dios; como una flecha en el costado de quien murió por
nosotros. Pero, estamos frente a frente con el deber y, en ese caso, ¿podemos retroceder? En lo que a
mí respecta, digo que no; pero yo soy viejo, y la vida, con su brillo, sus lugares agradables, el canto
de los pájaros, su música y su amor, ha quedado muy atrás. Todos los demás son jóvenes. Algunos
de ustedes han conocido el dolor, pero les esperan todavía días muy dichosos. ¿Qué dicen ustedes?
[…]
Todo cuanto tenemos como puntos de referencia son las tradiciones y las supersticiones. Esos
fundamentos no parecen, al principio, ser muy importantes, cuando se ponen en juego la vida y la
muerte. No tenemos modo de controlar otros medios, y, en segundo lugar porque, después de todo,
esas cosas, la tradición y las supersticiones, son algo. ¿No es cierto que otros conservan la creencia
en los vampiros, aunque nosotros no? Hace un año, ¿quién de nosotros hubiera aceptado una
posibilidad semejante, en medio de nuestro siglo diecinueve, científico, escéptico y realista? Incluso
nos negábamos a aceptar una creencia que parecía justificada ante nuestros propios ojos. Aceptemos
entonces que el vampiro y la creencia en sus limitaciones y en el remedio contra él reposan por el
momento sobre la misma base. Puesto que déjenme decirles que ha sido conocido en todos los
lugares que han sido habitados por los hombres. En la antigua Grecia, en la antigua Roma; existió en
Alemania, en Francia, en la India, incluso en el Chernoseso; y en China, que se encuentra tan lejos de
nosotros, por todos conceptos, existe todavía, y los pueblos los temen incluso en nuestros días. Ha
seguido la estela de los islandeses navegantes, de los malditos hunos, de los eslavos, los sajones y los
magiares. Hasta aquí, tenemos todo lo que podríamos necesitar para actuar; y permítanme decirles
que muchas de las creencias han sido justificadas por lo que hemos visto en nuestra propia y
desgraciada experiencia. El vampiro sigue viviendo y no puede morir simplemente a causa del paso
del tiempo; puede fortalecerse, cuando tiene oportunidad de alimentarse de la sangre de los seres
vivos. Todavía más: hemos visto entre nosotros que puede incluso rejuvenecerse; que sus facultades
vitales se hacen más poderosas y que parecen refrescarse cuando tiene suficiente provisión de sangre
humana. Pero no puede prosperar sin ese régimen; no come como los demás. Ni siquiera el amigo
Jonathan, que vivió con él durante varias semanas, lo vio comer nunca. No proyecta sombra, ni se
refleja en los espejos, como observó también Jonathan. Tiene la fuerza de muchos en sus manos,
testimonio también de Jonathan, cuando cerró la puerta contra los lobos y cuando lo ayudó a bajar de
la diligencia. Puede transformarse en lobo, como lo sabemos por su llegada a Whitby y por el amigo
John, que lo vio salir volando de la casa contigua, y por mi amigo Quincey que lo vio en la ventana
de la señorita Lucy. Puede aparecer en medio de una niebla que él mismo produce, como lo atestigua
el noble capitán del barco, que lo puso a prueba; pero, por cuanto sabemos, la distancia a que puede
hacer llegar esa niebla es limitada y solamente puede encontrarse en torno a él. Llega en los rayos de
luz de la luna como el polvo cósmico... Como nuevamente Jonathan vio a esas hermanas en el
castillo de Drácula. Se hace tan pequeño... Nosotros mismos vimos a la señorita Lucy, antes de que
recuperara la paz, entrar por una rendija del tamaño de un cabello en la puerta de su tumba. Puede,
una vez que ha encontrado el camino, salir o entrar de o a cualquier sitio, por muy herméticamente
cerrado que esté, o incluso unido por el fuego..., soldado, podríamos decir. Puede ver en la
oscuridad..., lo cual no es un pequeño poder en un mundo que está siempre sumido a medias en la
oscuridad. Pero, escúchenme bien: puede hacer todas esas cosas, aunque no está libre. No, es todavía
más prisionero que el esclavo en las galeras o el loco en su celda. No puede ir a donde quiera.
Aunque no pertenece a la naturaleza debe, no obstante, obedecer a algunas de las leyes naturales...
No sabemos por qué. No puede entrar en cualquier lugar al principio, a menos que haya algún
habitante de la casa que lo haga entrar; aunque después pueda entrar cuándo y cómo quiera. Sus
poderes cesan, como los de todas las cosas malignas, al llegar el día. Solamente en algunas ocasiones
puede gozar de cierto margen de libertad. Si no se encuentra exactamente en el lugar debido,
solamente puede cambiarse al mediodía o en el preciso momento de la puesta del sol o del amanecer.
Son cosas que hemos sabido, y que en nuestros registros hemos probado por inferencia. Así, mientras
puede hacer lo que guste dentro de sus límites, cuando se encuentra en el lugar que le corresponde,
en tierra, en su ataúd o en el infierno, en un lugar profano, como vimos cuando se dirigió a la tumba
del suicida en Whitby; en otros lugares, solamente puede cambiarse cuando llega el momento
oportuno. Se dice también que solamente puede pasar por las aguas corrientes al reflujo de la marea.
Además, hay cosas que lo afectan de tal forma que pierde su poder, como los ajos, que ya
conocemos, y las cosas sagradas, como este símbolo, mi crucifijo, que estaba entre nosotros incluso
ahora, cuando hicimos nuestra resolución; para él todas esas cosas no es nada; pero toma su lugar a
distancia y guarda silencio, con respeto. Existen otras cosas también, de las que voy a hablarles, por
si en nuestra investigación las necesitamos. La rama de rosal silvestre que se coloca sobre su féretro
le impide salir de él; una bala consagrada disparada al interior de su ataúd lo mata, de tal forma que
queda verdaderamente muerto; en cuanto a atravesarlo con una estaca de madera o a cortarle la
cabeza, eso lo hace reposar para siempre. Lo hemos visto con nuestros propios ojos. Así, cuando
encontremos el lugar en que habita ese hombre del pasado, podemos hacer que permanezca en su
féretro y destruirlo, si empleamos todos nuestros conocimientos al respecto. Pero es inteligente. Le
pedí a mi amigo Arminius, de la Universidad de Budapest, que me diera informes para establecer su
ficha y, por todos los medios a su disposición, me comunicó lo que sabía. En realidad, debía tratarse
del Voivo de Drácula que obtuvo su nobleza luchando contra los turcos, sobre el gran río que se
encuentra en la frontera misma de las tierras turcas. De ser así, no se trataba entonces de un hombre
común; puesto que en esa época y durante varios siglos después se habló de él como del más
inteligente y sabio, así como el más valiente de los hijos de la "tierra más allá de los bosques". Ese
poderoso cerebro y esa resolución férrea lo acompañaron a la tumba y se enfrentan ahora a nosotros.
Los Drácula eran, según Arminius, una familia grande y noble; aunque, de vez en cuando, había
vástagos que, según sus coetáneos, habían tenido tratos con el maligno. Aprendieron sus secretos en
la Escolomancia, entre las montañas sobre el lago Hermanstadt, donde el diablo reclamaba al décimo
estudiante como suyo propio. En los registros hay palabras como..., brujo, y... Satán e infierno; y en
un manuscrito se habla de este mismo Drácula como de un "wampyr", que todos comprendemos
perfectamente. De esa familia surgieron muchos hombres y mujeres grandes, y sus tumbas
consagraron la tierra donde sólo este ser maligno puede morar. Porque no es el menor de sus horrores
que ese ser maligno esté enraizado en todas las cosas buenas, sino que no puede reposar en suelo que
tenga reliquias santas”.
(profesor Van Helsing)
Capítulo 4
Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos. Con una
ansiedad rayana en la agonía, coloqué a mí alrededor los instrumentos que me iban a
permitir infundir un hálito de vida a la cosa inerte que yacía a mis pies. Era ya la una de la
madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente, y la vela casi se había
consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo la criatura abría sus ojos
amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su
cuerpo.
¿Cómo expresar mi sensación ante esta catástrofe, o describir el engendro que con
tanto esfuerzo e infinito trabajo había creado? Sus miembros estaban bien proporcionados y
había seleccionado sus rasgos por hermosos. ¡Hermosos!: ¡santo cielo! Su piel amarillenta
apenas si ocultaba el entramado de músculos y arterias; tenía el pelo negro, largo y
lustroso, los dientes blanquísimos; pero todo ello no hacía más que resaltar el horrible
contraste con sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las pálidas órbitas en
las que se hundían, el rostro arrugado, y los finos y negruzcos labios.
Las alteraciones de la vida no son ni mucho menos tantas como las de los
sentimientos humanos. Durante casi dos años había trabajado infatigablemente con el único
propósito de infundir vida en un cuerpo inerte. Para ello me había privado de descanso y
de salud. Lo había deseado con un fervor que sobrepasaba con mucho la moderación; pero
ahora que lo había conseguido, la hermosura del sueño se desvanecía y la repugnancia y el
horror me embargaban. Incapaz de soportar la visión del ser que había creado, salí
precipitadamente de la estancia. Ya en mi dormitorio, paseé por la habitación sin lograr
conciliar el sueño. Finalmente, el cansancio se impuso a mi agitación, y vestido me eché
sobre la cama en el intento de encontrar algunos momentos de olvido. Mas fue en vano;
pude dormir, pero tuve horribles pesadillas. Veía a Elizabeth, rebosante de salud, paseando
por las calles de Ingolstadt. Con sorpresa y alegría la abrazaba, pero en cuanto mis labios
rozaron los suyos, empalidecieron con el tinte de la muerte; sus rasgos parecieron cambiar,
y tuve la sensación de sostener entre mis brazos el cadáver de mi madre; un sudario la
envolvía, y vi cómo los gusanos reptaban entre los dobleces de la tela.
Me desperté horrorizado; un sudor frío me bañaba la frente, me castañeteaban los
dientes y movimientos convulsivos me sacudían los miembros. A la pálida y amarillenta
luz de la luna que se filtraba por entre las contraventanas, vi al engendro, al monstruo
miserable que había creado. Tenía levantada la cortina de la cama, y sus ojos, si así podían
llamarse, me miraban fijamente. Entreabrió la mandíbula y murmuró unos sonidos
ininteligibles, a la vez que una mueca arrugaba sus mejillas. Puede que hablara, pero no lo
oí. Tendía hacia mí una mano, como si intentara detenerme, pero esquivándola me
precipité escaleras abajo. Me refugié en el patio de la casa, donde permanecí el resto de la
noche, paseando arriba y abajo, profundamente agitado, escuchando con atención,
temiendo cada ruido como si fuera a anunciarme la llegada del cadáver demoníaco al que
tan fatalmente había dado vida. ¡Ay!, Ningún mortal podría soportar el horror que
inspiraba aquel rostro. Ni una momia reanimada podría ser tan espantosa como aquel
engendro. Lo había observado cuando aún estaba incompleto, y ya entonces era
repugnante; pero cuando sus músculos y articulaciones tuvieron movimiento, se convirtió
en algo que ni siquiera Dante hubiera podido concebir.
[…]
1
Puede tratarse de William Hunter (1718–1783), médico británico autor de una Anatomía del útero grávido, muy
importante por su riqueza iconográfica, o de su hermano John (1738–1793), famoso cirujano que reunió la mejor
colección de historia natural de su tiempo.
No obstante, cabe imaginar que este tipo de cirugía se haya practicado antes clandestinamente.
Criaturas como los hermanos siameses... Y en las criptas de la Inquisición. No cabe duda de que su
objetivo no era sino el arte de la tortura, pero al menos algunos de los inquisidores debieron de tener
un mínimo de curiosidad científica.
–Pero estas cosas–dije yo–, estos animales hablan.
Él dijo que así era y procedió a señalar que las posibilidades de la vivisección no terminan en la
simple metamorfosis física. A un cerdo se le puede educar. La estructura mental es aún menos
determinada que la corporal. La ciencia del hipnotismo, cada vez más cultivada, parece apuntar a la
posibilidad de sustituir viejos instintos inherentes por sensaciones nuevas.[…]
Le pregunté por qué había tomado como modelo al ser humano. Entonces me pareció, y aún hoy
sigue pareciéndomelo, que aquella elección encerraba una extraña perversidad.
Confesó que todo había sido fruto de la casualidad.
–También habría podido dedicarme a convertir ovejas en llamas y llamas en ovejas. Supongo que la
figura humana tiene algo que atrae al espíritu artístico más que cualquier otra forma animal. Pero no
me he limitado a la creación humana. En un par de ocasiones... –se quedó callado, casi durante un
minuto–. ¡Estos años! ¡Cómo han pasado! Hoy he perdido todo un día para salvarle a usted la vida, y
ahora estoy perdiendo una hora explicándole mi punto de vista.
[…]
Pasé muchos días educando a la bestia (ya hacía tres o cuatro meses que la tenía). Le enseñé los
rudimentos de la lengua inglesa, ciertas nociones de cálculo e incluso conseguí que leyese el alfabeto.
Pero su aprendizaje fue muy lento, aunque me había topado con idiotas aún mayores. En un principio
su mente era como una hoja en blanco; no recordaba lo que había sido en el pasado. Cuando se le
curaron las cicatrices sólo le quedó algo de dolor y cierto envaramiento; era capaz de conversar un
poco, y lo llevé a conocer a los canacas.
Al principio [los canacas] le tenían un miedo espantoso, y eso me ofendía bastante, porque yo me
sentía orgulloso de él, pero parecía tan manso y era tan humilde que acabaron aceptándolo y
ocupándose de su educación. Aprendía deprisa; era mimético y adaptable, y se construyó un chamizo a
mi juicio mejor que los demás del poblado. Había entre aquellos muchachos una especie de misionero
que le enseñó a leer, o al menos a deletrear, y le inculcó ciertos conceptos morales básicos. Pero, al
parecer, las costumbres de la bestia dejaban mucho que desear.
Me tomé unos días de descanso y, aprovechando un estado de ánimo favorable, me dispuse a
escribir un informe sobre el asunto para despertar a la fisiología inglesa. Luego me encontré a la criatura
agazapada en lo alto de un árbol y parloteando con dos canacas que habían estado molestándolo. Lo
amenacé, le dije que su proceder era inhumano, desperté en él un sentimiento de vergüenza y volví
aquí dispuesto a mejorar los resultados de mi trabajo antes de presentarlos en Inglaterra. Y los he
mejorado, pero, en cierto sentido, se está produciendo un retroceso: las manifestaciones de rebeldía
crecen día a día... Quiero hacer cosas mejores. Quiero conseguirlo.
Actividad
1) ¿En qué se asemejan el monstruo de Frankenstein y las criaturas del Dr. Moreau?
2) ¿Qué relación manifiestan Van Helsing, Frankenstein y el Dr. Moreau con la ciencia?
3) ¿Qué cuestionamientos a la ciencia implican estos tres monstruos?