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¿De qué hablamos cuando decimos “sexualidad”? Una forma de definir y comprender la sexualidad
se expresa en la afirmación sintética dicha muy frecuentemente por docentes: que los seres
humanos nacemos sexuados y somos sexuados. Esta idea de nacer y ser sexuado tiene el valor de
introducir una legitimidad a la sexualidad, reconocida como parte de la naturaleza humana y
sometida a ser desarrollada como otros aspectos de la vida personal. Expresa una manera de
sintetizar una concepción histórica específica, una manera particular de definir y comprender la
sexualidad, sea como fruto de una programación biológica del individuo, como fruto de una
evolución filogenética de la especie que supone un específico y particular modelo de sexualidad
(cúspide evolutiva), o como una evolución de la sociedad humana desde una sexualidad primitiva
variada, hasta la heterosexualidad monogámica como su máximo desarrollo.
En este sentido, la condición sexual sería previa al orden social. En esta perspectiva, a la sociedad
le cabe canalizar o reprimir la expresión del impulso sexual (Parker y Gagnon, 1994). A su vez, la
sexualidad sería del nivel del individuo, un atributo biológico y psicológico, como cuerpo y como
identidad. Con ello, la sociedad sería sólo un contexto, un medio para el aprendizaje de formas
civilizadas de vivir y convivir en la sexualidad. Por otra parte, la sexualidad estaría configurada
dicotómicamente, como sexualidad femenina y como sexualidad masculina, universales y
comunes. Del mismo modo, la función reproductiva fundaría el sentido y las prácticas. Así, la
sexualidad deviene heterosexualidad. Finalmente, se dice que seríamos sexuados en todas las
dimensiones de la vida; el sexo entonces sería como un hilo organizador de todas las relaciones
humanas. Así, la sexualidad sustituye al género.
En general, la sexualidad se ubica muy centralmente en un debate que relaciona biología y cultura,
naturaleza y sociedad. Por ello, su observación y su conceptualización es también una construcción
histórica; a medida que la sociedad ha re-conceptualizado dicha relación, también ha sometido a
revisión y debate las teorías de la sexualidad, y consecuentemente, las elaboraciones sociales
prevalentes.
La sexualidad en los seres humanos es al mismo tiempo fruto de posibilidades biológicas, procesos
psicológicos y configuraciones sociales, culturales, históricas. Sobre esto sostiene Jeffrey Weeks:
“es una construcción histórica, que reúne una multitud de distintas posibilidades biológicas y
mentales (…) que no necesariamente deben estar vinculadas, y que en otras culturas no lo han
estado. Todos los elementos constitutivos de la sexualidad tienen su origen en el cuerpo o en la
mente (…) Pero las capacidades del cuerpo y la psique adquieren significado sólo en las relaciones
sociales”. (1998, p. 20). En esta perspectiva, la biología actúa para fijar límites potenciales y
referencias de respuestas en cada individuo. Estos establecen los parámetros dentro de los cuales
la cultura y el entorno pueden ejercer su influencia, tal como ha sostenido Milton Diamond (1976),
investigador que ha profundizado en el efecto combinado de la genética y el entorno sobre el
comportamiento sexual y el desarrollo. Jeffrey Weeks señala que “las posibilidades eróticas del
animal humano, su capacidad de ternura, intimidad y placer nunca pueden ser expresadas
‘espontáneamente’, sin transformaciones muy complejas…" (1985, p.21). En esta perspectiva, la
sexualidad es más bien un producto altamente específico de nuestras relaciones sociales, mucho
Por ello, el comportamiento sexual constituye un comportamiento social (Bozon, 2002; Gagnon y
Simon, 1973). Las ciencias sociales operan con el postulado que los comportamientos humanos no
pueden ser analizados como hechos instintivos, programados por la naturaleza (Gagnon y Simon,
1973). Este postulado se aplica también a los comportamientos sexuales. Sin embargo, esto no es
obvio. En otro tipo de comportamiento humano sucede parecido. La violencia contra las mujeres
puede ser concebida como fruto de unos atributos biológicos masculinos –impulsos agresivos- que
se activan en determinadas interacciones que implican a las mujeres, o como expresión o efecto de
un dominio masculino que encuentra en el ejercicio de la violencia un mecanismo de control sobre
éstas. Ambas afirmaciones expresan elaboraciones sociales existentes sobre la violencia. Al mismo
tiempo, expresan concepciones teóricas distintas y divergentes. Focalizadamente lo mismo puede
decirse de la violencia sexual. Históricamente los violadores han justificado su comportamiento
basándose en una elaboración social sobre la sexualidad de los hombres que afirma la existencia
de impulsos sexuales débilmente controlables, los que expuestos a ciertas situaciones resultan
incontrolables.
Desde esta perspectiva, la sexualidad es menos el principio original que explica las otras
conductas, sino una conducta que tiene su fuente y que puede ser explicada a partir de otros
aspectos de la vida social. Los procesos socioculturales juegan un rol fundamental en determinar lo
que percibimos e interpretamos, más precisamente cómo construimos lo que es y lo que no es lo
sexual (Ortner y Whitehead, 1981a y b; Herdt y Stoller, 1990). En esta perspectiva es lo no-sexual
lo que confiere significado a lo sexual, no de modo inverso. (Bozon, 2002), “y el comportamiento
sexual puede expresar y servir fines no sexuales” (Gagnon y Simon, 1973, p. 17).
Como tal, el término sexualidad no designa una esfera constituida propiamente tal, sino una
construcción sociocultural e histórica, que estructura una relación entre prácticas físicas,
significados y relaciones específicas entre las personas que tienen base en el cuerpo y el sexo.
Refiere a una configuración de deseo, sexo y género. Organiza las formas del erotismo y de la
reproducción, así como las relaciones y los contextos en que éstos se manifiestan. Se sitúa tanto
en el nivel de los individuos como de las relaciones y vínculos entre éstos, y de las relaciones de
éstos con las instituciones. Constituye a la vez una experiencia personal e histórica, y su
construcción y su transformación se realizan en el proceso mismo en que se construye y se
transforma la realidad social. Se ubica en relaciones sociales específicas de poder, entre las cuales
las más importantes son las de género, las económicas, las étnicas y las generacionales.
Hemos sostenido antes que no existen conexiones universales, necesarias, naturales, fijas ni
esenciales entre la naturaleza y los procesos de aculturación de los individuos. Según el sociólogo
británico Jeffrey Weeks, “La cultura moderna ha supuesto que existe una conexión íntima entre el
hecho de ser biológicamente macho o hembra (Es decir, tener los órganos sexuales y la capacidad
reproductiva correspondiente) y la forma correcta de comportamiento erótico (Por lo general el coito
genital entre hombres y mujeres)” (1998, p. 19).
Se han desarrollado dos categorías para comprender esta conexión: sexo y género. Originalmente,
el último fue definido en contraposición a sexo, en el marco de una lógica binaria. La noción de
sexo designó una caracterización biológica que distingue al macho y la hembra de la especie
humana; el concepto de género, en tanto, aspiraba a distinguir entre el hecho del dimorfismo sexual
de la especie humana, y la caracterización de lo masculino y lo femenino que acompañan en las
culturas a la presencia de los dos sexos en la naturaleza. La noción sexo/género se orientó a
diferenciar lo supuestamente natural e inmodificable (El primero), de lo cultural y por lo tanto
modificable (El último). Sin embargo, esa formulación en la actualidad se encuentra sometida a
análisis. Tal como sostiene Judith Butler, el sexo lejos de ser algo dado o pre-simbólico es una
categoría política; el sexo es parte de una práctica regulatoria que produce los cuerpos de varones
y mujeres como oposiciones, complementariedades, especializaciones; que funda y legitima
ordenamientos jerárquicos y dominaciones en distintos planos de la vida social; y que normativiza
la sexualidad. En este sentido, el sexo igual que el género, no es lo que uno es sino en lo que uno
se convierte.
Los cuerpos de hombres y de mujeres han sido construidos históricamente en sociedades bajo una
lógica de oposiciones, complementariedades, especializaciones, jerarquizaciones y dominio. En
este sentido, las diferencias entre los cuerpos han sido organizadas de un modo estrictamente
unidimensional, en el que uno y otro cuerpo son construidos como opuestos, contrarios, polos de
un mismo eje; por ello se construyen como antípodas: mientras más cerca de un polo se esté, más
lejos del otro se está.
Asimismo, tales diferencias en los cuerpos, más precisamente en su anatomía y fisiología, pueden
ser interpretadas como muy intensas y decisivas en lo que hombres y mujeres sienten, hacen,
interactúan, aspiran, etc. La intensificación de las diferencias o similitudes es histórica y social. En
esta perspectiva, pueden ser interpretadas (Como importantes diferencias en tamaño corporal,
tamaño de cerebros, fuerza física, reproducción biológica, etc.) las cuales, a su vez, darían lugar a
diferencias psicológicas y sociales.
Sin embargo, los cuerpos no sólo son organizados en sus diferencias en sí mismas; son, al mismo
tiempo, jerarquizadas. Es justamente, el proceso social y cultural de jerarquización lo que hace
comprensible la intensificación de las diferencias prevalente en nuestra sociedad. Los binarismos
clásicos producen no sólo diferencias, producen jerarquizaciones. Las categorizaciones fuerte-
débil, o activo-pasivo atribuidos a hombres y mujeres no son neutras; conllevan especializaciones,
subordinaciones, dependencias, discriminaciones, dominio; es decir, se inscriben en relaciones
sociales de poder.
También las formas de los cuerpos pueden ser elaboradas originando directa y linealmente desde
la biología a una determinada y particular sexualidad. Así, el hecho morfológico que las mujeres
tienen genitales “hacia adentro”, es decir que se sitúan en la zona genital de una forma en que no
pueden ser vistos, sino sólo si se abren las piernas, hace que en una relación sexual con un
hombre en su interior es introducido el pene hacia adentro. Hay quienes elaboran esta forma
corporal de sus órganos, oculta al observador, como dando lugar a una femenina “sexualidad
secreta”. Esto constituye una naturalización de los cuerpos y la sexualidad. En este caso, las
formas de la naturaleza, producirían, a su vez, particulares formas en las prácticas y en las
subjetividades.
También existe una aproximación a los cuerpos humanos como si mantuvieran intactos y latentes
los atributos que tuvieron en la prehistoria, y la historia social y cultural de la especie humana no
podría inhibir su manifestación, es más, se actualizarían sistemáticamente. Tales atributos tendrían
una doble función de sobrevivencia y de organización de la vida. Así, el cuerpo del hombre es
elaborado como cuando estaba provisto para la caza y la defensa y dotado para el trabajo fuera del
hogar; mientras el cuerpo de la mujer estaba dotado para la recolección y las labores domésticas,
la agricultura doméstica y la crianza. Esto fue así en ciertos períodos de la humanidad. No
obstante, la transformación de las sociedades, particularmente el cambio en la economía y la
tecnología, ha reducido la diferenciación funcional entre hombre y mujer en las actividades
productivas o generadoras de bienes y servicios en muchos ámbitos; la tecnología anticonceptiva
ha modificado la reproducción biológica, se ha reducido la fecundidad y con ello las mujeres pasan
periodos más cortos de su vida en los eventos reproductivos y destinan menor tiempo en su vida a
su función de cuidado materno que en el pasado.
La ciencia médica contribuye a producir esta transformación, a lo que los historiadores señalan
como la invención de la homosexualidad operada por la psiquiatría. El acto sodomítico pre-
moderno era considerado en su tiempo como un delito o vicio; en la modernidad la recién
construida identidad homosexual deviene enfermedad, además de delito. La medicina establece
una taxonomía de la perversión (término que aparece en 1885); diseña una enfermedad mental,
con sus particularidades, síntomas y gradaciones. El ‘homosexual’ se constituyó en un tipo
psicológico anormal. Cuando esto ocurre, se introduce una alteridad radical entre el normal o
heterosexual y el patológico u homosexual. Este último, un perverso. Así, “el lenguaje de la
perversión divide al mundo de la sexualidad en lo normal y anormal, los elegidos y los condenados,
y rara vez coinciden.” (Weeks, 1998, pág.77).
En la segunda parte del siglo XX, el ‘homosexual’ que se había constituido desde la segunda mitad
del siglo XIX en un tipo psicológico anormal, fue normalizado en virtud de que no había patología
psiquiátrica asociada, en la década de 1970 por la American Psychiatric Association. Una
recategorización del fenómeno de la homosexualidad se produce en el ‘Diagnosis and Statistical of
Mental Disorders III’, El DSM-III-R, de la American Psychyatric Association en los años sesenta –
desde 1974 a 1980-. Precedió a la decisión de declarar la desvinculación de la homosexualidad de
la taxonomía psicopatológíca institucional, un conjunto de investigaciones clínicas sobre el ajuste
psicológico de los sujetos homosexuales.
La diversidad, que podría haber sido organizada como múltiples posibilidades en los planos del
deseo, las prácticas y las identidades, se organiza fundamentalmente como identidades sociales
sexuadas bajo la denominación de orientación sexual. Así, se adoptan las categorías de
heterosexualidad, homosexualidad y bisexualidad. La verdad que la orientación heterosexual no se
presenta como una identidad sexual pública propiamente tal. La orientación bisexual no se ha
constituido en una identidad sexual. Las identidades son públicas y se configuran en la historia, y la
bisexualidad es en la actualidad aún un poco tránsfuga, no tiene rasgos propios y reconocibles. La
orientación homosexual es la que se ha constituido en una identidad sexual pública. Se trata de
una identidad configurada históricamente muy recientemente, y es propiamente una autodefinición
–no la definen ni las prácticas por si solas ni la atracción, sino una reflexividad, una adscripción, un
estilo o una comunidad-, y hoy ésta se conoce como identidad gay.1
En esta perspectiva puede ser comprendido uno de los elementos constitutivos de la concepción
contemporánea de la sexualidad: una vez desarrollada e introducida la tecnología anticonceptiva
médica a mitad del siglo XX, la sexualidad emergió como una esfera autonomizada respecto de la
reproducción.2
1
La
constitución
reciente
de
identidades
sociales
sexuales
conecta
también
con
una
transformación
cultural
de
las
identidades.
En
las
sociedades
pos-tradicionales,
la
identidad,
más
que
una
‘esencia’
dada,
deviene
en
algo
que
debe
ser
trabajado,
reflexionado,
negociado
con
otros
en
forma
permanente.
Sugiere
Zygmunt
Bauman
(2003;
2004)
que
el
proyecto
moderno
“prometía
liberar
al
individuo
de
la
identidad
heredada.
No
obstante,
no
se
oponía
a
la
identidad
como
tal,
a
tener
una
identidad
(...)
únicamente
transformaba
la
identidad
de
una
cuestión
de
adscripción
en
una
conquista,
convirtiéndola,
por
lo
tanto,
en
una
tarea
individual
y
en
responsabilidad
de
todo
individuo”.
(2003,
p.
30).
2
En
este
nuevo
carácter
de
la
sexualidad
(no
reproductivo)
se
encuentran
la
sexualidad
heterosexual
con
las
no
heterosexuales,
que
lo
tuvieron desde siempre.
En la sociedad chilena, el Estado inicia una política promocional del uso de la recientemente
desarrollada tecnología anticonceptiva médica desde mediados de la década de 1960. Su
introducción hizo factible un notable y progresivo descenso del nivel de fecundidad de las mujeres
en la sociedad chilena a partir de su adopción. Han transitado sucesivamente, generación a
generación, desde un nivel superior a cinco hijos en la década de 1950 -5.0 para el primero y 5.3
para segundo quinquenio- a un nivel de 1.9 hijos por mujer al término del periodo reproductivo en
2003. También se han reconfigurado los contextos en los cuales se realiza la maternidad –y
paternidad- de las nuevas generaciones de niños/as: se reducen los nacimientos bajo la forma del
matrimonio y se incrementan los nacimientos de hijos/as nacidos de mujeres solteras y co-
habitantes. Los calendarios reproductivos de las mujeres se han modificado en el curso de las
generaciones: se desplazan y concentran en ciertas edades. En el curso de los últimos cuarenta
años, en la sociedad chilena se ha reducido la brecha entre los estratos sociales en el número de
hijos, produciéndose crecientemente una relativa convergencia de las mujeres en niveles de
fecundidad según estatus socioeconómico.
3 Es más, la píldora utilizada desde su invención por las mujeres con la función manifiesta de planificar el número de miembros de la
familia,
traspasa
inesperadamente
las
fronteras
de
su
objetivo
inicial,
el
control
de
la
natalidad.
Liberada
por
los
métodos
anticonceptivos
y
culturalmente
separados
sexualidad
y
reproducción,
la
mujer
pudo
participar
activamente
en
la
reinvención
del
mundo
a
partir
de
su
actoría
social
en
el
espacio
de
lo
público
(Stelling,
2000).
Estructuras e Individuo
instituciones individualización
Tradición y Trayectorias
normatividad biográficas
Modernización - modernidad
El sentido amplio del cambio puede ser comprendido utilizando los conceptos de homogeneidad y
heterogeneidad. El primer concepto alude a una visión de la sociedad en la cual opera una idea de
que el movimiento de la sociedad tiende a hacerla cada vez más homogénea, es decir, que tanto
las estructuras y las instituciones sociales como las prácticas y la cultura tienden a ser iguales para
todas las personas y en todos los lugares; tras esta forma de comprender la sociedad yace una
idea de progreso, de desarrollo continuo en el tiempo. De este modo, se esperaba que la
educación, que el desarrollo económico y que el avance científico y tecnológico finalmente
permitiera alcanzar una sociedad desarrollada y homogénea para todos los individuos. En esta
visión, muchas de las orientaciones normativas son percibidas como universales e iguales para
todas las personas, en todos los lugares; por ejemplo, se piensa que la moral debe ser única e
igual para todas las personas y, con ello, que es posible declarar que muchas conductas, juicios y
proposiciones son “inmorales” o desviantes. A esta homogeneidad normativa se corresponde
también la homogeneidad de las instituciones normativas, en que todas ellas operan sobre
fundamentos comunes y sobre imágenes de lo que debe ser la sociedad y el comportamiento de
las personas.
El concepto de heterogeneidad apunta en el sentido opuesto: la sociedad muestra más bien una
tendencia hacia la diferenciación y la diversificación de las estructuras y las instituciones sociales,
de las prácticas y de las orientaciones culturales; no opera un modelo único de sociedad ni
tampoco ésta tiende a ser homogénea sino plural, diversa, variada. Del mismo modo, no opera una
moral única y universal sino, más bien, actuaciones y decisiones morales de los individuos, los
cuales tienen que hacerse cargo de sus circunstancias, de las situaciones concretas en que
realizan sus vidas; las personas operan moralmente en situación, es decir, están confrontadas a
decidir haciéndose cargo de las consecuencias de sus decisiones. La creciente globalización
financiera, tecnológica y comunicacional acelera este proceso de diferenciación interna de las
sociedades al poner en contacto formas de organización del tiempo y del espacio (Por ejemplo, los
malls y los hipermercados) que surgieron en contextos distintos a aquellos en los cuales se instalan
y que reestructuran las formas de vida locales. También la globalización supone que productos y
respuestas culturales generadas en otros contextos se instalan en las sociedades y comunidades
locales, resignificándolas, transformándolas.
En la actualidad, los sujetos han de desarrollar mayores capacidades para interrogar y reflexionar
sobre las condiciones de su existencia (Reflexividad), lo que amplía las posibilidades de cuestionar
y problematizar las fuentes tradicionales de sentido (Beck, 2001). Al mismo tiempo, la sociedad se
vuelve más compleja y diferenciada, se multiplican los sistemas de creencias y valores,
diversificándose las opciones en relación a las cuales los individuos han de construir y hacer
significativa su experiencia (Lechner, 2002). En un contexto de ‘des-tradicionalización’, cada
individuo debe tomar decisiones cotidianamente, evaluar opciones y cursos de acción posibles. Las
identidades personales se abren, así, a una multiplicidad de oportunidades, riesgos y
ambigüedades que cada individuo debe gestionar reflexivamente en un horizonte donde las normas
y las reglas de acción son cada vez más inciertas. El proceso de individualización no significa la
ausencia de tradiciones u orientaciones sociales para la acción, sino más bien que éstas son
cambiantes, muchas veces contradictorias y, fundamentalmente, asumidas por las personas como
posibilidades u opciones más que como obligaciones. Así, el valor normativo que adquieren las
tradiciones hoy en día proviene, en gran medida, más que de sí mismas, de la decisión reflexiva del
individuo de adscribirse a ellas (PNUD, 2002).
La presión sobre el sujeto a hacerse cargo de sí mismo se realiza en condiciones tales que éste no
dispone de las posibilidades y oportunidades de elección en aspectos fundamentales de sus
trayectorias biográficas. En estas condiciones de alta vulnerabilidad el individuo no sólo está
confrontado a evaluar los efectos futuros de sus acciones y, por tanto, el riesgo asociado a ellas,
sino que, además, tiene escasas o nulas posibilidades u oportunidades de elección y, por tanto,
tiene escaso control sobre su trayectoria de vida (Flores et. al, 2000). Puede pensarse, por ejemplo,
en una adolescente que se embaraza y es madre tempranamente. Si antes podía permanecer en
su familia de origen al modo de una madre soltera que ha quedado fuera del mercado matrimonial,
hoy se encuentra apremiada a ser una jefa de hogar de una familiar nuclear monoparental. Es
decir, mientras antes podía realizar trabajo doméstico en una familia extendida, hoy deberá
abandonar su familia de origen y generar una nueva familia cualesquiera sean sus condiciones de
vida.
Sugerimos que la sexualidad en una persona puede ser comprendida mejor si se la observa como
una trayectoria, como un recorrido, vivida en un contexto social en que otros muchos aspectos de
la vida personal y social se transforman constantemente.
El concepto de trayectoria se refiere a una línea de vida o carrera, a un camino a lo largo de toda la
vida, que puede variar y cambiar en dirección, grado y proporción” (Elder, 1991, en Tuirán, s/f). La
trayectoria no supone ninguna secuencia en particular ni determinada velocidad en el proceso del
propio tránsito (Blanco, 2001, en Tuirán, 1990).
Las trayectorias pueden desarrollarse sin presentar rupturas profundas, lo que le da un marco de
continuidad a lo largo del tiempo. Del mismo modo, las trayectorias pueden ser desbordadas por
otras dimensiones. Francis Godard (1996) respecto de este entrelazamiento de distintos dominios
afirma: “Un individuo no es una historia. Se constituye como tal a partir de varias historias. Cada
unidad de observación, cada individuo es por lo menos cuatro historias: historia residencial, historia
familiar, historia de formación e historia profesional.” Cada sujeto hace la suya, pero ésta se
encuentra inscrita en la transformación de las trayectorias de grupos de sujetos en un momento y
en una sociedad determinada.
Las trayectorias sexuales de las generaciones nacidas en las últimas décadas son cada vez más
diferentes a las de las generaciones más adultas. Cursan con largos periodos de sexualidad activa,
no conyugal ni reproductiva. Se ha constituido un periodo de sexualidad juvenil. Se ha producido
una prolongación del periodo educacional –que alcanza hasta el fin de la tercera década de la vida
en los programas de doctorado-, la reducción del número de hijos –que llega a sólo dos en el curso
de la vida- y el desplazamiento a edades más adultas de la fecundidad –entre 25 y 35 años-, la
retardación de las edades de uniones –el matrimonio se realiza hacia 26 años entre las mujeres y
29 años entre los hombres.
Las trayectorias sexuales de las mujeres se han prolongado en sus vidas. Hoy se observa un
retardo en la interrupción de la sexualidad activa, y ello implica un alargamiento de la sexualidad en
etapa post-reproductiva. Los procesos de cesación de la sexualidad activa no se organizan en la
actualidad en una vinculación simple con los fenómenos corporales de climaterio y envejecimiento,
y tampoco, linealmente con los cambios en la situación de pareja de las personas. Del mismo modo
que los umbrales de entrada a la vida sexual activa se adelantan, los umbrales de salida
retroceden.
Las prácticas, las relaciones y las significaciones sexuales de las personas constituyen una síntesis
de las experiencias en las cuales se construyen como seres sociales. Las formas específicas que
asume la experiencia de la sexualidad son el resultado de condiciones y modelamientos
diferenciales según el lugar en que se esté situado en la estructura social. Las desigualdades y las
asimetrías en las relaciones de poder y la dominación son actuadas en las relaciones sexuales.
Puede hablarse propiamente de una traducción sexual de las relaciones sociales (Bozon, 2002). La
sexualidad no constituye una esfera de la vida personal y social que pueda por sí sola producir
desigualdades o su anverso, equivalencias entre los sujetos. Esta expresa lo que ocurre en general
en las relaciones sociales. La sexualidad, como otros aspectos de la vida personal y social, se
encuentra configurada socialmente en el marco de relaciones sociales de poder. Del mismo modo,
su configuración se encuentra ligada a otras relaciones sociales, conformando un entramado de
relaciones de poder en el que se inscribe la sexualidad.
Las relaciones de género, la clase social y la etnicidad constituyen relaciones sociales que son
llamadas ejes maestros. Sugerimos un tipo de relación social complementariamente a las
anteriores, la relación inter-generacional, definida por la dependencia de los individuos jóvenes
respecto de los adultos. Esta categoría permite observar una relación preferente en dos ámbitos
básicos de socialización, subjetivación e individualización de niños, niñas y adolescentes, a saber,
las familias y escuelas, entre hijos/s en la niñez y adolescencia y padres y madres, y entre
estudiantes y profesores/as, direcciones y pares.
a. Categoría.
Género a veces se usa como un término, no como una categoría. Se lo usa como antes se usó el
término sexo, para designar a hombres y mujeres. Cuando se lo usa, a veces se lo hace como una
categoría psicológica (En cuanto identidades) o psicosocial (En cuanto como roles). La categoría
de género no refiere sólo a un ordenamiento de las relaciones sociales –públicas y privadas- entre
hombres y mujeres (Atribuidas al sexo). También refiere a las relaciones de los hombres y de las
mujeres entre sí. Una dimensión que organiza tales relaciones es el deseo. Por ello, se trata más
propiamente de un ordenamiento de los siguientes elementos: sexo, género y deseo.4 El género es
primeramente una categoría política. Remite al poder, en tanto la diferenciación supone
jerarquización y dominio.
Esquemáticamente dicho, el poder refiere a la capacidad de una persona para hacer actuar a otra,
para movilizarla. En este sentido, para muchas personas su experiencia social conlleva la
participación simultánea en múltiples sistemas de relaciones de poder y, por tanto, en múltiples
esquemas de subordinación y coordinación, cada uno de los cuales presenta su propia
especificidad (Bourdieu, 1994). Las personas participan en sistemas diversificados de relaciones de
poder. Se ha utilizado el concepto de posicionamiento para dar cuenta tanto del contexto en el que
4
Un
elemento
que
atraviesa
la
organización
tanto
de
las
relaciones
entre
hombres
y
mujeres,
y
de
hombres
y
de
mujeres
ente
sí
es
la
práctica
corporal
y
la
atracción
sexual,
es
decir
con
quienes
interactúan
sexualmente.
Una
organización
contemporánea
de
prácticas
corporales
y
atracciones
es
aquella
que
distingue
entre
heterosexualidad,
es
decir,
entre
hombres
y
mujeres,
homosexualidad
-de
los
hombres
entre
sí,
lesbianismo
–de
las
mujeres
entre
sí-
y
de
bisexuales.
Más
ampliamente
el
género
refiere
a
ordenamientos
identitarios
que
incluyen
el
fenómeno
trans-género
en
general.
Las relaciones jerárquicas o de poder pueden ser observadas como relaciones de subordinación y
de coordinación que suponen modos de legitimación, de organización y de gestión de la
diferenciación y la asimetría social. En este sentido, tanto las relaciones de género como las
relaciones entre generaciones constituyen sistemas complejos que están sujetos a sus propias
tensiones; la subordinación requiere de la coordinación como condición para su auto organización o
auto reproducción como sistema de manejo de la diferenciación social. A la vez que una
imposición, el orden social es también conflicto y negociación. Cada actor que participa en el
sistema de relaciones dispone de alguna capacidad para influir en ella; no obstante, ello tiene una
estrecha relación con el contexto de la relación o de la interacción o el ambiente social y cultural en
que se realiza. En ello radica su carácter de construcción social en ello radica también su
posibilidad de transformación (Luhmann, 1995).
5 Con inter-genéricas, se hace referencia a las relaciones que se dan entre los géneros masculino y femenino; mientras que con lo intra-
genérico,
se
denomina
aquellas
relaciones
que
se
dan
dentro
de
un
género,
sea
este
el
femenino
o
el
masculino.
6
Puede
sugerirse
a
modo
de
ejemplo,
el
siguiente
caso:
“una
mujer
de
algún
país
latinoamericano,
profesional
de
clase
media,
casada,
atravesará
por
distintas
posiciones
en
un
mismo
día:
puede
estar
en
una
relación
de
subordinación
con
sus
esposo;
pero
de
superioridad
frente
a
su
empleada
doméstica;
luego
en
el
trabajo
está
en
una
posición
superior
a
la
del
estafeta
y
el
secretario;
en
igualdad
con
sus
pares
y
en
subordinación
con
su
jefe,
etc.”
(Montecino
y
Rebolledo,
1996).
La relación entre estratificación social y prácticas, significados y relaciones ha sido tratada como
una diferencia cultural. Más precisamente, como la existencia de culturas sexuales asociadas a las
clases sociales. Un cierto sentido común clasista elabora la existencia de las clases sociales como
ordenamientos evolutivos de los grupos sociales; a su vez, tales grupos reproducirían una
evolución cultural de las sociedades, portadores de unas sexualidades más primitivas o más
evolucionadas; a la existencia de sociedades con sexualidades más próximas a la naturaleza,
sociedades primitivas, y sociedades con sexualidades evolucionadas, sociedades civilizadas
Un tipo de análisis también posible en las ciencias sociales puede asociarse a una comprensión de
los estudios sobre la pobreza, que la observan cultura sexual, concebida como patrones de
comportamientos socio-demográficos repetidos persistente y continuamente: reproducción,
uniones, trabajo doméstico, etc.
Un cierto sentido común elabora la relación entre la sexualidad y la estratificación social al mismo
tiempo como causas o consecuencias la una respecto de la otra, o como influencias recíprocas.
En el curso de los últimos cuarenta años, en el país ha habido una reducción diferenciada de la
natalidad, mayor en las mujeres de menor NSE -correspondientes a los dos primeros cuartiles- y
menor en las mujeres de mayor NSE -correspondientes a los dos últimos cuartiles- (Valenzuela,
Tironi y Scully, 2006). Se ha reducido la brecha entre unas y otras mujeres en el número de hijos,
produciéndose crecientemente una relativa convergencia en el comportamiento reproductivo.
Ambas mujeres tienen menos hijos en la actualidad, pero la primera redujo su fecundidad de forma
más intensa, y al hacerlo, devienen más parecidas en sus procesos reproductivos.
Del mismo modo, existen comportamientos que son atribuidos a la clase que, sin embargo
corresponden más bien a otras condiciones, que pueden o no coincidir con ésta. Esto puede ser
observado en la siguiente situación. Se dice que las mujeres pobres por el hecho de pertenecer a
una cierta cultura de la pobreza tendrían un patrón reproductivo específico. El proceso de
incorporación al mercado del trabajo por parte de las mujeres que se produce en las últimas
décadas introduce una brecha en su comportamiento reproductivo. El INE7, en un análisis de los
tres últimos censos nacionales, informa que las mujeres activas tenían un promedio de 1,6 hijos
por mujer en 1982 y en 1992; en tanto que en 2002 éste alcanzó a 1,5. A su vez, las mujeres
inactivas tuvieron un nivel de fecundidad de 3,3 hijos por mujer en 1982; de 3,1 en 1992 y de 2,5
en el año 2002. El nivel general de fecundidad alcanzaba a 2,5 hijos promedio por mujer en 1982; a
2,4 en 1992 y a 2,0 en 2002.
La noción de clase social aparece cualificada por los procesos de movilidad social estructural que
tienen lugar en la sociedad; los individuos pueden haber nacido en un medio social y haber
modificado sus pertenencias e identidades sociales a lo largo de sus trayectorias biográficas. En
este sentido, las inscripciones sociales de los individuos pueden ser observadas al mismo tiempo
7 Instituto Nacional de Estadísticas. Nov. 2006. Fecundidad en Chile: Situación reciente.
Puede sugerirse que los procesos de individualización e individuación tienen una incidencia directa
en las elaboraciones posibles de realizar por una persona a lo largo de su trayectoria biográfica; la
disponibilidad de condiciones sociales, económicas y culturales para la construcción de trayectorias
biográficas dotadas de autonomía aparece entonces como una condición para la elaboración
reflexiva de la sexualidad. Del mismo modo, la ausencia de dichas condiciones reduce
drásticamente las posibilidades y oportunidades para la interpretación y reinterpretación reflexiva
de las experiencias sexuales.
Así, cuando las mujeres situadas en los sectores de menores ingresos en las nuevas generaciones
alcanzan un nivel educacional superior al de los padres (Con bajos niveles de escolaridad), hacen
una entrada en la sexualidad activa más tardía. Del mismo modo, cuando las jóvenes no alcanzan
niveles educacionales superiores al de los padres, sino que comparten con ellos un bajo nivel de
escolaridad, hacen una entrada en la sexualidad activa más temprana que las primeras. Puede
sugerirse que una movilidad educacional ascendente, a su vez, está asociada a una retardación de
la iniciación sexual, expresaría una trayectoria biográfica más orientada por un proyecto
profesional, que posterga un proyecto de conformación de un proyecto de familia.
4.1. Introducción.
Investigaciones desarrolladas por el Grupo Iniciativa (1999) y por la Fundación Futuro (2000),
permiten situar una tendencia cultural que atraviesa gran parte de la sociedad chilena. La primera
muestra que casi 6 de cada 10 de las mujeres entrevistadas tiene una opinión favorable sobre el
inicio de la vida sexual antes del matrimonio; de éstas 1 de cada 4 mujeres opina que la mujer
puede iniciar su vida sexual cuando lo desee. Esta proporción aumenta a una de cada 3 mujeres en
el tramo de mujeres más jóvenes, 20 a 33 años. Esta opinión coincide con lo que expresan los
hombres. Por su parte, la última muestra que respecto a las relaciones sexuales antes del
matrimonio, un 46.5% de la población opina que no son ni buenas ni malas, un 39.5% opina que
son buenas y sólo un 11.5% que son malas. Ello deviene en reconocimiento de la sexualidad juvenil.
Si la norma está confrontada a persuadir a los individuos, las instituciones normativas están
confrontadas a incrementar su eficacia en la sociedad, de modo de poder efectivamente influir
sobre ella; en la sociedad contemporánea, ninguna de ellas, de manera aislada, aparece provista
de la capacidad para hacerlo, salvo de manera limitada. Se reconfiguran, entonces, las relaciones
entre instituciones; éstas buscan influirse mutuamente, de modo de lograr que sus propuestas
normativas sean adoptadas o representadas por las otras.
El campo en que ello se realiza es el de la relación con el Estado, es decir, el poder para
transformar la norma en ley (la norma puede transgredirse sin que necesariamente tenga costos, la
ley no). Por ello, tanto las instituciones religiosas como las instituciones médicas, científicas,
culturales o sociales se dirigen activamente al Estado, procurando que sus orientaciones
normativas sean reconocidas en la legislación, operando prescriptiva o proscriptivamente (Por
ejemplo, la disputa legal por la “píldora del día después”).
8
Puede
recordarse
aquí
el
debate
sobre
la
introducción
de
la
anticoncepción
de
emergencia
en
el
país.
La
medicina
y
la
Iglesia
católica
ofrecieron
ambas
argumentaciones
al
mismo
tiempo
científicas
y
éticas.
Finalmente, se han reconfigurado las relaciones entre el sujeto y las instituciones normativas; más
que con un carácter prescriptivo o proscriptivo, la institución tiende a reducir su capacidad de
control y tiende a un carácter más bien indicativo, es decir, la norma tiene que explicarse o
justificarse a sí misma frente a los individuos, tiene que convencerlos, seducirlos, parecer racional,
ser biográficamente productiva. Su valor radica en que sea inteligible, viable y útil para el individuo;
éste requiere hacer sentido de la norma, interpretarla, adaptarla a sus requerimientos biográficos,
vivirla socialmente en la relación con el mundo. En este sentido, en general, el individuo cobra
autonomía respecto de las instituciones normativas, está confrontado a discernir reflexivamente la
norma en la diversidad de situaciones que le toca vivir cotidianamente, hacerse cargo de sus
decisiones.
Incluso los sentidos que tiene un mismo concepto normativo, el de la responsabilidad sexual, usado
extendidamente por las instituciones, puede ser (Y lo es) reinterpretado y significado
constantemente por los individuos, y en direcciones divergentes respecto de las instituciones. En tal
sentido, puede sugerirse que cuando una mujer usa una tecnología preventiva (Por ejemplo la
píldora), al hacerlo puede contravenir una norma religiosa de la iglesia a la que pertenece (Que
indicaría el uso de un método natural), y sigue la norma médica (Que indica el uso de formas
eficientes y que reduzcan riesgos para la salud), sin embargo, ella construye una coherencia
interna sobre la base de una alta responsabilidad personal respecto de la maternidad o la salud,
etc., que le permite continuar sintiéndose miembro de su iglesia.
9 Una iniciación sexual marital resulta excepcional en las nuevas generaciones de hombres y mujeres (5%).
El amor es un sentimiento humano. Al mismo tiempo, constituye una filosofía y una construcción
social histórica específica en las sociedades. Del mismo modo, aún cuando menos observado de
este modo, el amor constituye una práctica (Una práctica de lo amoroso) situadas en el marco del
conjunto de las relaciones sociales; entre éstas, las relaciones de poder.
En cuanto sentimiento, el amor dice relación con los afectos, y por ello, es una experiencia común a
los seres humanos, independiente de sus condiciones históricas y sociales. En el primer tiempo de
vida, entre un ser humano y su progenitora se establece por una parte una relación de dependencia
biológica –no se sobrevive sin ella en la naturaleza, su lactancia y cuidado- y por otra, un lazo
basado en unas posibilidades corporales derivadas de la evolución biológica de los cuerpos que
hacen que lo anterior se produzca en una proximidad corporal (Los cuerpos se encuentran en un
abrazo que la madre provee, más allá de la cercanía de las glándulas mamarias y la boca) y en un
contacto visual (uno/a y otro/a se observan y responden mutuamente). Entre dependencia biológica
y contacto intenso de los cuerpos emergería el lazo emocional. La expectativa del/a hijo/a sobre la
proximidad del cuerpo materno que le alimenta y abraza fundaría la emergencia del lazo afectivo,
que implica primero a los cuerpos y las emociones recíprocas, y más tarde al lenguaje y las
representaciones y significaciones mutuas. El elemento más primario del lazo afectivo consistiría
en el apego, que provee seguridad y confianza. Más tarde en la vida, el lazo afectivo se extendería
a la sociedad humana, cuando ya es posible transitar de la dependencia respecto de la madre a la
dependencia del grupo, y más adelante, a las relaciones afectivas entre individuos.
Lo anterior expresa bien el carácter histórico de las construcciones sociales específicas del amor
que se producen en una sociedad cualquiera, y cómo, por tanto, también se transforman con el
tiempo. Es decir, constituyen representaciones, imágenes e ideas acerca de las relaciones
amorosas (Amores ideales, legítimos, indecentes o prohibidos), subjetividades en torno al
sentimiento y a las relaciones, contextos en que se produce (Enamorarse de una persona de otra
pertenencia social, religiosa, nacional o política, etc.), normatividades legales (Regulaciones
monogámicas de las uniones, prohibición de uniones homosexuales, infidelidades, crímenes
pasionales, etc.) y consuetudinarias (Homogamia, es decir, relacionarse afectivamente y unirse con
personas pertenecientes a una misma condición, por ejemplo es más frecuente casarse con
Según
De
Rougemont
(1938)
no
procede
del
romanticismo
europeo
(siglo
XIX)
sino
en
torno
a
la
literatura
medieval
a
fines
de
la
edad
10
media, y sustituye al amor cortés más propiamente de la edad media.
La intimidad11 puede ser observada como un “orden emocional” en las relaciones entre las
personas en la esfera privada, sobre la base de la equivalencia o igual valor entre los individuos
implicados. Desde una perspectiva sociológica, la intimidad se constituye en un nuevo dominio en
desarrollo en las relaciones familiares, de pareja, parentales. En esos casos, sea entre los hombres
y sus hijos o entre los integrantes de una pareja, la intimidad es posible si las personas implicadas
tienen equivalencia entre sí en la relación.
Más próximos a la psicología, puede afirmarse que la intimidad supone en un mismo proceso –en
los niveles personal y relacional-, diferenciación y porosidad. Requiere de un hábito psicológico de
consistencia similar a la de las membranas porosas de que hablan los biólogos: unir manteniendo
la separación. Personas no diferenciadas entre sí establecen vínculos no individualizados; sujetos
sin límites personales no realizan intercambios afectivos propiamente tales. Del mismo modo, en
sentido contrario, una forma de expresar la noción de intimidad, esta vez por negación, es la de la
línea férrea, en cuyos largos tramos, hay dos rieles sostenidos en durmientes, siempre próximos,
no obstante permanecen siempre a igual distancia y, por ello nunca podrían intersectarse,
encontrarse.
La intimidad supone condiciones para la disponibilidad espacial y/o temporal de las personas. Más
en general, conlleva diversos elementos concurrentes: factores facilitadotes y bloqueadores,
componentes específicos, requerimientos y disposiciones personales. (Calderone, 1972).
Aún cuando menos observado de este modo, el amor constituye una práctica (una práctica de lo
amoroso), más propiamente un sistema organizado de prácticas, que estructuran los afectos de los
sujetos. En esta perspectiva, una relación amorosa puede ser considerada como un conjunto de
11 La palabra intimidad procede del latín intimus, que significa "lo de más adentro", "lo más profundo".
Cada uno remite no solamente a lo que puede disponer, en función de la naturaleza de sus
capitales, sino igualmente de lo que puede invertir en la relación, en función de una división sexual
del trabajo afectivo. Los sujetos, hombres y mujeres, pueden decir que se entregan enteramente
uno/a al/la otro/a, pero ello no necesariamente resulta ser así desde la perspectiva de lo que hacen.
En los sentimientos amorosos de los hombres y de las mujeres puede constatarse todavía hoy la
existencia de una asimetría, basada en una dependencia afectiva de las últimas respecto de los
primeros, que no es consecuencia de su dependencia económica, sino producto de la ideología del
amor romántico, de una elaboración de la identidad personal y femenina como incompleta mientras
no se “encuentre” al hombre ideal y único que le complementará y le confirmará (Sonia Dayan-
Herzbrun, 1982). Por ello, en sus prácticas las diferencias en el tiempo disponible para el otro u otra
varían (Las mujeres suelen buscar obtener tiempo del otro y los hombres suelen concederlo), en la
activación y continuidad de la conversación en la relación (De responsabilidad de las mujeres), en
el cuidado (Asignado a las mujeres respecto de todo el grupo familiar), en la expresión física del
afecto (Más emocional en ellas y más corporalmente erotizado en ellos) y en la creación de
condiciones para la intimidad (Se dice que ellas serían por naturaleza más proclives a la intimidad y
a la auto-revelación).
Por ello, esta distinción entre la idea del amor como amor ideal, con frecuencia imaginado como
liberado de dominación y violencia, y las prácticas amorosas, traspasadas por las circunstancias de
la vida real, requiere de atención. Con frecuencia, la dominación y la violencia son legitimadas en
referencia al amor, sobre el argumento de que tales comportamientos son demostrativos de la
significación del otro, es decir, de lo importante que es el otro u otra para un individuo (La violencia
como significante del vínculo).
12
La
Domination
Masculine,
Paris,
Editions
du
Seuil,
1998.
El sentido común usa unas expresiones que asocian el sentimiento amoroso a la muerte y a la
violencia: “morir por amor”, “amores que matan” o “matar por amor”. La ley dio un estatuto especial,
lo llamó “crimen pasional”. Quien asesina a otro/a en nombre del amor, presa de una locura de
amor u obnubilación del juicio debido a la pasión que le une a éste/a. Este "estado alterado de
conciencia", como lo nombra a menudo la justicia, suele ser elaborado socialmente como la
respuesta a una ofensa que merece ser “vengada” (Jimeno, 2002). Podría preguntarse si el
asesinato es fruto de una pasión basada en una ofensa al sentimiento amoroso, ¿Por qué se mata
a mujeres?, ¿Por qué no asesinan ellas por las mismas razones y en las mismas situaciones? El
sentimiento amoroso se presenta marcado por la dominación masculina. La traición femenina
constituiría una ofensa a la masculinidad.
El asesinato de una mujer por parte de su pareja o ex pareja constituye un femicidio. Cuando la
pasión conduce a un asesinato, el acto criminal se nos aparece como un acto sorpresivo e
imprevisible, sin embargo, es con mucha frecuencia un desenlace de una prolongada historia de
violencia de género. El asesinato vinculado a las relaciones afectivas no es el efecto de un conflicto
en el campo de la pasión, del erotismo o la sexualidad, sino que es fruto del sexismo, es decir,
expresa el intento de un hombre de doblegar, someter o capitular a una mujer en cuanto tal para
mantener la posición de dominio respecto de ella.
Las mujeres pertenecientes a las generaciones mayores en la sociedad chilena (Nacidas en las
primeras décadas del siglo XX)13 reconocen que las prescripciones sociales y culturales les
indicaban mantenerse vírgenes hasta el matrimonio, no ser infieles y tener una única pareja en el
curso de la vida. Para los hombres, en tanto, las prescripciones sociales y culturales indicaban una
En
las
generaciones
de
mujeres
nacidas
en
las
décadas
de
1930
dos
de
cada
tres
mujeres
se
iniciaba
sexualmente
en
la
“noche
de
13
bodas”;
entre
las
que
nacieron
en
la
década
de
1950,
dos
de
cada
cinco,
y
entre
las
que
nacieron
en
la
década
de
1970
sólo
una
de
cada
veinte
lo
hace
en
el
matrimonio.
Las mujeres pertenecientes a las generaciones jóvenes se inician sexualmente sin estar casadas y
lo hacen más tempranamente que sus madres y abuelas; tendrán más parejas sexuales que éstas
en virtud de la postergación de la edad de las uniones, de la ruptura marital, de la ampliación de los
contextos en los que se tiene sexo, etc. Se espera de ellas que inscriban su vida sexual en un
contexto relacional y que el amor sea su fundamento. Aún cuando entre los/as jóvenes las
relaciones sexuales surgen en etapas tempranas de la conformación de una relación de pareja, la
expectativa del vínculo amoroso da sentido a la implicación sexual de las mujeres. Sin embargo, ya
en ese momento de sus trayectorias los hombres de su misma generación habrán tenido más
parejas sexuales que ellas (A los 22 años ellas habrán tenido dos y ellos, cuatro). En este sentido,
la libertad sexual alcanzada por las mujeres respecto de su entrada no marital en la sexualidad
activa no le deja fuera de los juicios críticos sobre la cantidad de parejas sexuales; pueden ampliar
el número de parejas respecto de las generaciones anteriores, pero al mismo tiempo han de cuidar
una imagen social de selectividad personal y, con ello, su reputación personal.
El proceso de entrada del afecto en las relaciones conyugales y familiares hizo surgir el ideal y la
práctica del matrimonio por amor14 (Singly, 1987), que se vuelven dominantes en el siglo veinte
(Aries, 1973; Luhmann, 1985; de Singly, 1987): el matrimonio por amor implica, por una parte, que
el casamiento no depende ya de las negociaciones entre familias, sino de una elección personal de
los cónyuges y, por otra, que la única razón de la elección es el sentimiento amoroso (Bozon,
1991a; Bozon, 1991b).
Más recientemente, en las últimas décadas, el ideal del matrimonio por amor se disuelve
progresivamente en el de pareja por amor. Para aproximarse a una re-conceptualización de la
relación de pareja, Bozon usa la expresión “pareja subjetiva contemporánea,” queriendo dar cuenta
con este término de la transformación en la conyugalidad en las sociedades occidentales, indicando
que el elemento constitutivo de la pareja habría pasado de una definición institucional del casamiento
a una definición interna y subjetiva (Bozon, 2002).
La pareja contemporánea se caracteriza tanto por la referencia al sentimiento amoroso, cuanto por
la importancia creciente que asumen. Por un lado, los dominios, autonomías relativas e intereses
14
Por
otro
lado,
y
en
una
perspectiva
que
analiza
el
vínculo
de
la
relación
amorosa
con
la
sexualidad,
Octavio
Paz
(1993),
propone
una
diferenciación
entre
la
sexualidad,
el
amor
y
el
erotismo.
En
cuanto
a
las
relaciones
intersubjetivas,
la
sexualidad
sería
el
primer
escalón
del
desarrollo
de
la
especie
y
el
amor
el
último.
Aunque
la
frontera
entre
amor
y
erotismo
a
veces
es
sutil
y
se
diluye,
la
diferenciación
fundamental
radicaría,
sin
embargo,
en
que
en
el
primer
caso,
existe
atracción
hacia
una
persona
única,
mientras
que
en
el
segundo,
no
se
da
esta
relación
de
exclusividad
entre
dos
personas.
Para
Paz,
la
idea
de
amor,
es
relativamente
reciente,
la
sitúa
en
el
siglo
XII,
con
el
nacimiento
del
amor
cortés
en
el
sur
de
Francia.
Este
amor
aunque
existía
en
forma
difusa
como
sentimiento,
no
es
sino
hasta
la
Edad
Media
que
se
constituye
en
modelo
de
relación14.
La difusión del ideal del matrimonio por amor, y luego de la pareja por amor, modifica la relación de
dependencia que ligó tradicionalmente la sexualidad al matrimonio: el intercambio sexual -que se
apoya sobre el lazo amoroso- devino motor interno de la conyugalidad moderna (Bozon, 1991b;
Bozon, 1998). La sexualidad se volvió así a la vez el producto y el alimento de la relación.
Respecto de este fenómeno señala el Informe de Desarrollo Humano del año 2002 que: “(En la
sociedad chilena) la pareja se vuelve un fin en sí mismo y se desliga en su significación del
matrimonio y de la procreación. Ello estimula relaciones más flexibles y más complejas, donde el
conflicto y la negociación forman parte deseable de la vida en común. Allí la sexualidad se vuelve
un aspecto central” (p. 227). Las tendencias de cambio en la noción de pareja y la centralidad que
adquiere la sexualidad al interior de ella dibujan un nuevo escenario marcado por la afirmación de
la individualidad, la que da origen a una nueva noción de pareja en que ella importa “como relación
entre individuos y como espacio de potenciación del aprendizaje y del desarrollo personal”. Así, la
sexualidad es percibida “como una dinámica fundamental en las relaciones de pareja y también en
la realización personal. Se constituye, así, en un campo con dinámicas y sentidos que cada
persona debe moldear y poner al servicio de la expresión personal. Las personas observan en ello
un cambio muy notorio respecto de la sexualidad de las generaciones anteriores, la que
caracterizan como una práctica regulada por la sociedad y difícilmente moldeable por cada
individuo” (PNUD, 2002, p. 225).
François de Singly (2000) vincula los procesos de transformación de las relaciones de pareja a
fenómenos de individualización contemporáneos. En una sociedad caracterizada por una fuerte
individualización de la vida privada, vivir juntos obliga a cada uno de sus habitantes a tener en
cuenta a los otros, a la coexistencia. Los individuos “con”, deben elaborar un espacio que inscribe
su común pertenencia. Pero deben también respetarse mutuamente cuando en otro momento
quieren definirse como individuos “solos”.
La devaluación del matrimonio como institución y de la cohabitación como forma de vida común
descansa sobre crítica idéntica. Las dos –la institución y el espacio- son percibidos como un
encierro de las parejas para el primero en los roles, en estatutos preestablecidos, para el segundo
en una rutina. Lo que significa lo mismo desde el punto de vista de los efectos: a saber la
imposibilidad de ser uno mismo y de constituir una comunidad respetuosa de las identidades
personales.
Más recientemente, se configuran unos modos de relaciones que buscan articular al mismo tiempo
-y no sucesivamente- momentos de soledad y momentos de comunidad, una vida que autoriza a
estar juntos permitiéndose al mismo tiempo a estar solo si lo desea. Por ensayo y error, se trata de
llevar una “doble vida”: no en el sentido de dos vidas conyugales, sino en el sentido de una vida
conyugal asociada a una vida personal (Singly, 2000).
Con frecuencia, las personas afirman que vivir juntos es indispensable para ser feliz cuando se está
en pareja. Compartir una vivienda aporta a la relación de las personas comprometidas en una
pareja. En una sociedad caracterizada por una fuerte individualización de la vida privada, vivir en
un espacio compartido obliga a cada uno de sus habitantes a tener en cuenta a los otros, ellos
mismos confrontados a esa coexistencia. Los individuos “con” deben elaborar un espacio que
inscribe su común pertenencia. Pero deben también respetarse mutuamente cuando en otro
momento quieren definirse como individuos “solos”. La complejidad de la vida en común tiene que
ver con esa alternancia entre espacios y tiempos de vida común y espacios y tiempo de vida
separados. Por ese hecho, la persona que vive con otro no se regula únicamente en función de sus
propias normas; ellos deben resistir (Según grados variables) a la tentación del egoísmo. El lazo
social, al exterior de la esfera privada, no puede formarse solamente entre individuos socializados
al interior de la familia (O de un equivalente) es decir, acostumbrados a vivir “con” y entonces a
tener en cuenta al otro.
La intimidad tal como se la define en la actualidad constituiría una experiencia común a los
miembros de una familia, aún puede suponerse fundadamente que esto no sucede a menudo,
Cuando un muchacho cuyos padres están divorciados, dice respecto de su padre con el cual no
vive cotidianamente y a quien visita, que es un padre “lejano”, probablemente no está diciendo que
lo sea físicamente o que no le provea de recursos materiales, sino que puede estar situándolo en el
plano de la intimidad. Ello refiere a una transformación reciente en la relación entre padre e hijos,
que abandona progresivamente la posición superior del primero -una función de autoridad a la
manera de una ley y una distancia emocional vinculada al control sobre el último- para construirse
sobre una intensa comunicación emocional15, que al menos imaginariamente suspende dicha
superioridad. Lo anterior refiere a una versión moderna de la intimidad.
La intimidad supone condiciones para la disponibilidad espacial y/o temporal de las personas.
(Calderone, 1972). En la tercera parte de la película El Chacotero Sentimental16 puede verse la
importancia que puede el espacio privado –cuando se carece del mismo- en relación con la
construcción de intimidad, emergencia del erotismo y lugar para el sexo. .
Basada
primariamente
en
la
seguridad
y
la
confianza,
extendiéndose
entre
otras
cosas,
al
gozo.
15
Tercera
historia
TODO
ES
CANCHA,
de
la
película
EL
CHACOTERO
SENTIMENTAL,
dirigida
por
Cristián
Galaz
y
actuada
por
16
Tamara Acosta, Pablo Macaya, Alejandro Trejo. CEBRA Producciones, DVD Video, Video Chile.
Existe en la actualidad una fuerte conexión entre intimidad y prácticas sexuales. Presentan dos
tipos de conexiones según el contexto de relaciones entre las personas. Intimidad es condición en
las parejas y en quienes tienen sexo en contexto de amistad. La intimidad antecede a la situación
erótica y le provee de la condición emocional17.
Cuando las parejas viven todo o un alto nivel de tiempo unidas (casadas o conviviendo), una
condición muy propia de ellas es la cotidianeidad. Vivir juntos supone compartir la vida en su
dimensión de cotidianeidad, la intimidad, el erotismo y las prácticas sexuales.
El siguiente esquema sugiere un modo de aproximarse a las conexiones que organizan la conexión
entre la sexualidad y otras de las dimensiones de la vida de las parejas en que sus integrantes
viven juntos:
17 Recuérdese un reclamo que a veces hacen las mujeres a sus parejas masculinas en el sentido que carecerían de ternura o atención
emocional previa (el dicho “Dos cucharadas y a la papa” expresa bien este juicio).
Con alguna frecuencia se afirma que la rutina reduce o inhibe a las parejas las oportunidades
materiales y disposiciones psicológicas para situaciones de intimidad. Puede sugerirse que por el
contrario una cotidianeidad organizada, en que las rutinas se encuentren establecidas y los
comportamientos se ajusten a ellas, provee de mejores condiciones para la intimidad. Un ejemplo
que indica un elemento –el de las oportunidades materiales- es el de automaticidad de una
conducta que necesita ser realizada constantemente: el cepillado de dientes, mientras más
impensadamente (Menos reflexivamente) se haga, menos debemos ocuparnos en planear, decidir,
etc.; su gracia es que se vuelva justamente rutina. Lo mismo puede decirse de la compra en el
supermercado, el lavado de ropas, etc. Una práctica cuyo automatismo afecta intensamente las
condiciones para la intimidad –más importante, a nuestro juicio, que la ubicación del televisor en el
dormitorio- es la disponibilidad espacio-temporal estricta para los integrantes de una pareja en el
hogar. En ello, una práctica fundamental es la relacionada con el horario en que se duermen los
hijos e hijas en la niñez. Tiempo de sueño de los últimos es tiempo abierto a la intimidad para los
primeros.
La intimidad se presenta allí como clima emocional, pero al mismo tiempo como contactos
emocionales singularizados. En ese marco, en las parejas cuyos integrantes viven juntos en medio
de la intimidad emerge el erotismo, que quiebra la continuidad de una cotidianeidad y se abre a la
construcción extra-cotidiana de una senda posible que entremezcle el deseo propio con el deseo
del otro, a partir de contenidos eróticos incipientes: imágenes y fantasías; evocaciones y vivencias;
olores, sudores, caricias, abrazos, texturas y colores; decires, susurros y gemidos.
El erotismo, dice Octavio Paz, es una sexualidad transformada. Puede sugerirse que el erotismo es
una sofisticación. Ello es posible por versatilidad de los cuerpos humanos (Su gran movilidad, la
plasticidad en sus posiciones, la capacidad de abrazarse, de mirarse), y por la integración de las
funciones hipotalámicas asociadas a la función sexual con centros de la corteza cerebral.18
También es posible porque las sociedades humanas construyen social y culturalmente formas
Las
prácticas
sexuales
se
aprenden.
Respecto
de
las
respuestas
funcionales,
a
diferencia
de
una
elaboración
social
muy
común
que
18
sostiene
que
serían
puro
resultado
de
la
naturaleza
biológica
y
que
cree
que
serían
muy
diferentes
en
formas
e
intensidades,
éstas
han
de
ser
aprendidas
aún
en
los
actos
elementales
del
coito
(Harlow
y
Harlow,
1965).
Las
pautas
de
conducta
copulatoria
están
mucho
menos
diferenciadas
sexualmente
en
los
seres
humanos
que
en
los
animales.
Los
sistemas
neuronales
que
producen
las
pautas
motoras
humanas
menos
diferenciadas
son,
a
su
vez,
menos
diferenciados.
Aunque
se
observan
algunas
diferencias
fundamentales
entre
las
respuestas
masculinas
y
femeninas
a
los
estímulos
sexuales,
existen
probablemente
menos
diferencia
entre
los
sexos
que
la
variación
individual
ente
personas
de
un
mismo
sexo
(Kronhausen
y
Kronhausen,
1965).
A diferencia del pasado en que era un deber en la pareja (El débito conyugal), las prácticas
sexuales hoy se ubican más bien en una lógica de derecho. El surgimiento de la norma del
orgasmo simultáneo en los hombres y, sobre todo, en las mujeres, que indica el reconocimiento de
una especificidad y de una autonomía del placer femenino. Por ello se orientan al placer y se
vuelven más plásticas.19 No obstante, contradictoriamente, si en la década de 1960 el orgasmo fue
demanda femenina, devino en la actualidad un deber. Se ha introducido una intervención médica
sobre las prácticas sexuales (Terapias, viagra, etc.), que buscaría volverlas placenteras, pero al
mismo tiempo les asocia una norma de rendimiento sexual.
Por ello, cada época, cada sociedad produce una organización específica de las prácticas. Por
ejemplo, tradicionalmente la práctica de sexo anal estaba altamente especializada: estuvo
exclusivamente asociada a las prácticas comercializadas, sólo esperables con la prostituta, nunca
con la esposa. Lo mismo puede sostenerse respecto de quién hace el despliegue del deseo (Lo
que llamaban la iniciativa, ubicada hasta hace poco exclusivamente en los hombres). Lo anterior
indica también el hecho que dicha organización es resultado, nunca el origen, de las relaciones
sociales de género. El estado de estas últimas relaciones se expresará en la organización de las
prácticas de hombres y mujeres.
El deseo erótico, a diferencia de una expectativa común, no necesariamente emerge como fruto de
una compartida y simultánea activación entre quienes están disponibles para un encuentro sexual.
El deseo suele activarse en una de las personas, quien lo sitúa respecto de sí misma y del otro
como intencionalidad. Desde esa intencionalidad lo despliega hacia la otra persona. Tal despliegue
puede activar una respuesta erótica o no. Esta última por ello a su vez en puede abrirse y
disponerse a acoplar un propio deseo emergente con la otra persona. En tal situación los deseos
son deseos mutuos, comunes, compartidos.
19
El
surgimiento
de
la
tecnología
reproductiva
conlleva
una
autonomización
de
un
dominio
propiamente
sexual.
En
la
actualidad,
lo
propio
de
la
sexualidad
es
ser
infecunda
(Bozon,
2002).
En
las
representaciones
sociales
de
la
sexualidad,
los
actos
sexuales
destinados
a
la
procreación
se
constituyen
progresivamente
en
situaciones
específicas
que
interrumpen
una
sexualidad
no
reproductiva
y
una
práctica
contraceptiva.
Aun
cuando
ello
no
se
logre
plenamente,
como
sucede
preferentemente
en
las
sociedades
en
desarrollo,
aún
allí,
los
sentidos
comunes
se
representan
la
separación
como
disponible
tecnológicamente.
Las
tecnologías
reproductivas
han
logrado
producir
una
ruptura
más
o
menos
radical
entre
sexualidad
y
reproducción.
Deseo común
Acoplamiento deseo
Despliegue deseo
Activación deseo
Situación erótica
Intimidad
El tránsito desde el erotismo a las prácticas sexuales puede operarse o no. Requiere de un manejo
suficiente, de un contexto y de unos guiones compartidos entre quienes interactúan.
La satisfacción sexual ha sido relacionada con la frecuencia de las relaciones sexuales, haber
experimentado orgasmo y tipo de prácticas sexuales, (Haavio-Manila y Kontula, 1997; Laumann et
al, 1994). Estudios más recientes afirman, sin embargo, que su importancia sería relativa y menor
en relación a variables afectivas y relacionales.21
20
Lo
que
presentamos
a
continuación
está
basado
en
la
Tesis
Doctoral
del
psicólogo
Jaime
Barrientos,
titulada
La
satisfacción
sexual
en
Chile
(2003).
La
satisfacción
sexual
en
Chile.
Tesis
Doctoral.
Faculta
de
Psicología,
Departamento
de
psicología
social,
Universitat
de
Barcelona,
Barcelona,
España.
No
publicada.
21
Laumann
et
al,
1994;
Haavio-Manila
y
Kontula,
1994;
Metts
y
Cupach,
1989,
1991;
Cupach
y
Comstock,
1990;
Byers,
Demmons,
Lawrence,
19989;
Byers
y
Demmons,
1999;
Yela,
2002;
Waite
y
Joyner,
2001;
Bozon,
2002ª
y
b;
DeLamater,
1991;
Davies,
Katz,
Jackson,
1999;
CONASIDA-ANRS,
2000;
Haavio-Manila
y
Kontula,
1997.
Sus prácticas y significaciones difieren; sus sentidos, sus normatividades, sus prescripciones
difieren. Lo que puede ser hecho en una edad no necesariamente puede ser hecho en otra (Tener
relaciones sexuales, por ejemplo, no puede hacerse en la niñez), lo que puede ser hecho bajo una
normatividad social no necesariamente puede ser hecho en otra, y, además cambian en el tiempo
en una sociedad determinada (Tener o no tener sexo antes del matrimonio, en el pasado; tener
sexo o no en el hogar paterno cuando se es adolescente). Unas sexualidades y otras no
necesariamente son miradas o vistas recíprocamente. Tampoco comunicadas necesariamente
(Prácticas privadas) Pero todas ellas circulan en las familias.
A continuación hacemos una referencia a una sexualidad, la de las mujeres madres en contexto
post-marital. Lo hacemos porque parece ser menos conocida y menos problematizada en términos
de las percepciones construidas desde las relaciones de género –de las mujeres separadas- y de
las relaciones inter-generacionales, en este caso de las madres.
La edad es el factor individual más importante para determinar la formación de una nueva unión. A
mayor edad, menor probabilidad de constituir una nueva pareja. En este caso, la influencia es más
fuerte para las mujeres que para los hombres: dicha probabilidad se reduce en un 25% entre
mujeres separadas con 30 años o más, respecto a aquéllas que se separan a los 20 años en
Estados Unidos (Bumpass y otros, 1990; Coleman y otros, 2000; Cassan y otros, 2001). De nuevo,
estas diferencias de género se suavizan si se hace referencia a una unión consensual (Wu y
Balakrishnan, 1994). El tiempo transcurrido entre el divorcio y las segundas nupcias y la
constitución de una nueva unión se prolonga con la edad tanto en hombres como mujeres. Muy
relacionada con la edad a la separación, la duración del primer matrimonio muestra una relación
negativa con las segundas nupcias, más por un efecto edad que por los hábitos que se hayan
podido adquirir en el matrimonio. La edad al contraer el primer matrimonio tiene un efecto negativo
en la entrada en unión consensual post-divorcio en las mujeres (en el hombre no sería
significativo), es decir, a mayor edad cuando se casan, menor propensión a entrar en cohabitación
después de una ruptura (Bumpass y otros, 1990).
El sexo también condiciona la probabilidad de establecer una nueva unión matrimonial: una mujer
tiene menos probabilidades de volverse a unir que un hombre, y esta dificultad se incrementa con
la edad, con el nivel educativo y con la situación de empleo (Coleman y otros, 2000).
Contrariamente, el nivel educativo, indicador indirecto del capital social, favorece la probabilidad de
encontrar un nuevo cónyuge entre los hombres (Cassan y otros, 2001). En las uniones
consensuales, estas divergencias de género no serían tan claras. La educación como determinante
de las consecuencias postdivorcio tiene un fuerte impacto positivo en ambos sexos en la transición
a la cohabitación (Wu y Balakrishnan, 1994).
Relacionado con su coste —financiero para el nuevo cónyuge y con la complejidad relacional de las
familias reconstituidas—, la presencia de hijos también modifica las probabilidades de volver a
establecer una unión de pareja, lo cual hace disminuir las probabilidades, tanto en hombres como
mujeres (Coleman y otros, 2000). Si nos referimos a una unión consensual, el caso canadiense nos
muestra un efecto positivo para los hombres (Bumpass y otros, 1990); también en el caso francés,
cuando el hombre tiene más de dos hijos, la presencia de descendencia es un factor que favorece
la segunda unión. El efecto de la edad de los hijos (Negativo hasta los 10 años del niño o la niña)
está más relacionado con las dificultades de la madre a volverse a unir (Cassan y otros, 2001).
La red social influencia la transición a la segunda unión, en el sentido de que una mujer con poco
apoyo social, a partir de una cierta edad, tiene menos probabilidad de volverse a unir (Coleman y
otros, 2000). En cambio, en el caso de Gran Bretaña, el hombre supliría la falta de una amplia red
social mediante la formación de una nueva unión (Sigle-Rushton, 2006).
Sin embargo, Villeneuve-Gokalp (1999) afirma que en situaciones de ruptura las mujeres dan
prioridad a sus compromisos familiares. Michel Bozon (2001b) reinterpreta de dos modos distintos
Michel Bozon (1995) sostiene que los períodos que siguen a una ruptura son propicios para un
cuestionamiento de las actitudes previas en relación a sexualidad, sobre todo entre las mujeres
respecto de los contextos sexuales en los cuales es posible y legítimo tener sexo.
Complementariamente, los hombres y mujeres que forman una segunda pareja, después de una
vida conyugal de cierta duración, tienen una actitud menos “conyugal” en relación a la sexualidad;
sus actitudes respecto a la fidelidad en la pareja, por ejemplo, son menos estrictas que en los
sujetos en parejas nacientes. (Bozon, 1988). Las mujeres en tales periodos y en tales condiciones
familiares pueden mantener relaciones sexuales o afectivas, más estables o más episódicas, sin
formar una segunda pareja (Por lo menos no enseguida).
Del mismo modo, presentan niveles educacionales relativamente altos; un poco más elevados que
las casadas y similar a los hombres con igual status marital. Sin embargo, pese a sus altos niveles
educacionales y su mayor integración al mercado laboral, pertenecen mayoritariamente a los
quintiles más pobres de la población. Y no se trata de un efecto general sobre los sujetos del
divorcio. Los hombres y mujeres separados presentan ubicaciones disímiles en la estructura
socioeconómica, inversas entre sí: las mujeres separadas principalmente en quintiles primero y
segundo, moderadamente en el tercero y cuarto, y más reducidamente en el quinto, los hombres,
en cambio, hombres separados se ubican principalmente en quintiles quinto y cuarto,
moderadamente en el tercero, y más reducidamente en el primero y segundo.
¿En qué contextos se sitúa la sexualidad post-conyugal?, ¿Con quiénes tienen sexo las mujeres
divorciadas y separadas que permanecen activas sexualmente? Interesa aquí indagar sobre una
eventual redefinición de los contextos y escenarios que definen los vínculos, así como los grados
de proximidad y distancia entre los sujetos participantes en las interacciones sexuales. Así, junto
con precisar contextos de pareja y de ocasionalidad –como se haría habitualmente-, en el caso del
último indagamos sobre la proximidad y recursividad de los escenarios en las interacciones con ex-
parejas, a las cuales añadimos las interacciones con la figura del/a esposo/a, puesto que
técnicamente corresponde a una ex-pareja (Decir esposa o esposo para designar al sujeto que lo
fue en el pasado es un uso más frecuente entre los hombres, como puede observarse en el gráfico
que se presenta a continuación).
En este sentido, proponemos que se constituye un contexto de relacionamiento que puede ser
definido como ‘sociabilidad sexual’, es decir, como construcción de un vínculo de proximidad
emocional entre dos personas que puede dar lugar a la sexualidad de manera recursiva, no
constante, pero tampoco episódica. Ya no se trata de la figura tradicional del o de la amante sino
de una figura nueva en que la intimidad (En cuanto afecto y confianza) opera como una condición
para la relación, es decir, como un orden emocional de las relaciones en que habría simpatía,
Su inclusión en esta investigación de tesis tiene el propósito de ofrecer un marco de referencia para
comprender algunas de las principales transformaciones en la sexualidad que se presentan en las
conclusiones de este trabajo, discernir su significación y establecer las conexiones que pueden
resultar importantes para explorar sus proyecciones y sus impactos en la transformación social y
sexual continua de la sociedad chilena.
No todas las sociedades ni todas las personas operan con un mismo y único concepto de familia;
tampoco es siempre el mismo en la historia en una misma sociedad. Es probable que una generación
no comparta sus concepciones de familia con las generaciones anteriores (Por ejemplo entre nietos y
abuelos) ni con otros grupos sociales contemporáneos (Por ejemplo entre musulmanes árabes y
protestantes alemanes). De hecho, el concepto de familia se transforma con la sociedad y tanto sus
significados y experiencias, prácticas y normas, así como también el lugar que ocupa la familia en la
sociedad son el resultado de las experiencias históricas por las que ha pasado la sociedad. “Cada
época conoce sus formas de familia”, dice Martine Segalen, y agrega: “sociedad y familia son el
producto de fuerzas sociales, económicas y culturales comunes, sin que una sea el resultado de la
otra.” (en Valenzuela, Tironi y Scully, 2006) El uso de una noción acrítica y ahistórica del concepto de
familia, asume una particular configuración de familia como la forma de organización natural y
universal de los seres humanos independientemente de sus contextos. Dice a este respecto Reuben:
“la familia como concepto genérico, esto es en su forma más primigenia, puede ser considerada
como una institución que cumple con funciones elementales por lo tanto, la familia debe pensarse
según condiciones históricas existentes; asumiendo formas distintas en el cumplimiento de esas
funciones.” (2001, p. 27).
Por ello, resultaría más apropiado hablar de familias, en plural, que de una “modalidad” única y
singular de familia. La expresión “modalidades de familia” puede referirse a muchas de sus
dimensiones, que tienen algún grado de autonomía entre sí. Típicamente se ha utilizado para
Existe un conjunto de otros atributos indicativos de nuevas formas familiares: familias mono-
parentales (en su mayoría lideradas por mujeres) y recompuestas (“Tus hijos, mis hijos y los
nuestros”, a veces llamadas step families en inglés), que derivan del incremento de las
separaciones, divorcios y segundas uniones (Jelin y Díaz Muñoz, 2003); los casos emergentes de
parejas homosexuales (Jelin y Díaz- Muñoz, 2003; Beck-Gernsheim, 2002)22 y algunos fenómenos
que por definición se apartan de la noción de familia, pero que constituyen formas alternativas de
unión como ocurre con las parejas que viven aparte o living apart together (De Jong, 2004; Beck-
Gernsheim, 2002; UNECE-UNFPA, 2002). Algunas de estas nuevas formas familiares no son
propiamente nuevas (Por ejemplo, las mono-parentales), aunque sí lo son sus condiciones de
manifestación (En grupos etarios y sociales diferentes, por ejemplo).
Puede sugerirse que una aproximación a la diversidad histórica de las modalidades de familia
requiere observar sus procesos de transformación y desarrollo de tendencias a la generalización de
ciertos rasgos a escala global -como lo fue en su momento la nucleación, y como lo está siendo la
equiparación de las relaciones entre géneros y generaciones en su interior-, a la vez que precisar
los rasgos culturalmente específicos, respecto de los cuales no resulta predecible su tendencia
futura.
En la sociedad chilena, desde 1992 en adelante los censos usan una tipología de hogares que
distingue siete tipos de hogares, de formas familiares y no familiares (SERNAM, 1992; SERNAM-INE.
2004). Los hogares están definidos por la forma que ellos se organizan de acuerdo a la presencia o
ausencia de determinados miembros en el hogar. Para tales efectos, los miembros del hogar,
detallados en la pregunta censal correspondiente, se clasifican en: cónyuge (esposo/a y conviviente);
hijo (hijo/a e hijastro/a); pariente (yerno/nuera; nieto/a; hermano/a; padres y suegro/a). Esta tipología,
sin embargo, todavía deja fuera, por ahora, como decíamos más arriba, al tipo de hogar sin el vínculo
típico de conyugalidad.23 Su actual caracterización es la siguiente:
22
En
este
sentido,
una
matriz
hetero-normativa
dejaría
fuera
otros
ordenamientos
familiares
no
hegemónicos,
por
ejemplo
las
mujeres
que
tienen
familias
homoparentales.
23
Se
ha
sugerido
el
uso
de
la
noción
de
familias
“posnucleares”
(Requena,
1993,
citado
por
González,
2003),
para
conceptualizar
las
formas
familiares
originadas
en
uniones
no
matrimoniales,
las
parejas
sin
descendencia,
las
familias
“combinadas”,
con
hijos
procedentes
de
uniones
anteriores,
las
familias
mono-parentales,
las
familias
homoparentales.
La sociedad chilena transita hacia familias pequeñas. El tamaño medio de los hogares ha disminuido
paulatinamente desde mediados de la década de 1960 hasta la actualidad, en el contexto de las
transformaciones producidas en la fecundidad de las mujeres (En general, del proceso de transición
demográfica que se inicia en ese periodo), en la estructuración de las uniones y organización de las
relaciones de parejas en general. El tamaño medio del hogar ha evolucionado de 5.1% miembros en
1970, a 4.5%, en 1982, a 3.9%, en 1992, y a 3.6%, en 2002.
En dicha evolución se ha ido produciendo una reducción de la brecha que diferenciaba el tamaño de
los hogares entre los estratos socioeconómicos, desde un mayor tamaño en los estratos sociales
populares a uno menor en los estratos altos. En los últimos años se mantiene estable el tamaño de los
hogares en mejor posición económica relativa, en tanto continúa descendiendo en los otros
(Raczynski, 2006, citado en Valenzuela, Tironi y Scully, 2006).
En tercer lugar, la jefatura femenina promedio (32%) es muy variable: en los hogares nucleares mono-
parentales alcanza al 85%, mientras en los hogares nucleares bi-parentales lo hace sólo al 11%. La
distribución de los hogares mono-parentales por sexo del jefe muestra a la vez que las mujeres, con
mucha mayor frecuencia que los hombres, forman hogares donde viven sin pareja solas con sus hijos.
En 2002, un total de 341 mil hogares estaban integrados por mujeres y sus hijos, de las cuales casi la
mitad era menor de 40 años.
Del mismo modo, se produce una reducción leve de las uniones entre los censos de 1992 y 2002 -
desde 57.5% a 55.1%. Al mismo tiempo que el matrimonio desciende en el periodo -de 51.8% a
46,2%-, se produce un ascenso importante de la convivencia –de 5.7% a 8.9%. Por ello, puede
afirmarse la existencia, en la actualidad, de una recomposición interna de las uniones en la
sociedad chilena. El descenso en los niveles de sujetos unidos, aparece también asociado a un
incremento de la proporción de sujetos separados –que dejan la condición de unidos- y de solteros
–que no ingresan a ella.
Por otra parte, al mismo tiempo, se modifican las edades del matrimonio. Se ha producido un
aumento de la edad promedio del matrimonio de aproximadamente tres años entre 1980 y 2000
para hombres y mujeres; no obstante, persiste una sistemática brecha etaria cercana a tres años
entre los géneros.
24 Es decir, en hogares donde el cónyuge está presente y dentro de éstos donde la mujer cónyuge es económicamente activa.
En el periodo 1990-2003 se observa de forma general un descenso notable del matrimonio en los
diversos grupos de edad, con la sola excepción de los hombres mayores de 80 años y de las
mujeres mayores de 65 años. Ello implica un desplazamiento de la edad del matrimonio hacia
edades mayores. Pero, al mismo tiempo, implica un descenso de la condición conyugal en la
población chilena.
En este periodo los descensos del matrimonio son mayores entre los hombres que entre las
mujeres, en un marco de niveles disímiles de conyugalidad, en el cual éstos presentan los mayores
niveles. Por ello, puede sugerirse una reducción de la brecha conyugal entre los sexos. ¿Qué
grupos etarios cambian más significativamente en relación al matrimonio? El matrimonio no
desciende de igual forma en todas las cohortes etarias. Entre las mujeres, las cohortes en que más
desciende el matrimonio son las situadas entre los 20 y 34 años de edad. Entre los hombres, las
cohortes en que más desciende el matrimonio son las situadas entre los 20 y 44 años de edad.
Cuando el matrimonio disminuye en los grupos etarios aquí analizados, preferentemente entre los
más jóvenes ¿qué le substituye? o ¿qué otros estados civiles absorben la diferencia? La
cohabitación y la soltería son los dos estados que pueden asociarse a una substitución de la
conyugalidad. Sus ascensos sincrónicos en tales grupos etarios así lo indican. Por cierto, en el
mismo periodo, se observa un aumento notable de la cohabitación en los diversos grupos de edad,
con la sola excepción de los hombres y mujeres mayores de 80 años, en el marco de niveles
generales relativamente reducidos. En 1990, ninguna cohorte supera el 7% en la población chilena;
en 2003, varias cohortes se ubican en torno al 15%.
Del mismo modo, se observa un aumento de la soltería en los diversos grupos de edad, aunque
desigual. La proporción de solteras/os aumenta 10 puntos porcentuales entre las mujeres del grupo
20-24 años; entre los hombres de 25-29 años, llega a 13 puntos porcentuales. Por cierto, ello se
explica por un desplazamiento de la edad del matrimonio. No obstante, un incremento leve de la
soltería en las cohortes mayores es expresivo de un leve descenso general de las uniones.
En la década de 1950 la fecundidad de las mujeres en el país se situaba por sobre cinco hijos -más
precisamente, 5.0 y 5.3 para el primero y segundo quinquenio-. Inicia su descenso a partir de la
década de 1960. Desciende primero en un proceso de reducción acelerado hasta fines de la
El proceso de reducción de la fecundidad afecta a las mujeres de todos los grupos de edad, a
pesar de que su intensidad es variable; y modifica, a su vez, el aporte relativo a la tasa global de
fecundidad de los mismos. Del mismo modo, observada la evolución en términos de tasas de
fecundidad por grupos de edades -es decir la cantidad de mujeres que dentro del rango de edad ha
tenido hijos, y en este caso se calcula por cada mil mujeres- también existen diferencias indicativas
de una transformación de las edades de la maternidad en la sociedad chilena.
Por su parte, el segmento de mujeres entre 20 y 29 años ha tenido históricamente las tasas más
altas de fecundidad. Las ha reducido en las últimas décadas, no obstante, continúan siendo
mayores. En1950 la tasa específica del grupo de 20-24 años alcanzaba a 195 por mil, y la del
grupo de 25-29 años alcanzaba a 198 por mil; en 2003, alcanzan a 94 por mil y a 100.4 por mil,
respectivamente. También el segmento de mujeres entre 30 y 39 años ha reducido de forma
importante en las últimas décadas, no obstante, los grupos etarios que lo componen han
presentado intensidades y ritmos distintos en su evolución, lo que produce una divergencia
manifiesta tanto en las tasas de fecundidad propias como en sus aportes relativos. Por una parte,
las tasas específicas de los grupos de 30-34 años y 35-39 años alcanzaban en 1950 a 161 y 131
por mil, respectivamente; en 2003, alcanzan a 88.6 y 51.7 por mil, respectivamente. Es decir, el
grupo mayor descendió de forma más importante, permaneciendo el más joven más próximo a los
segmentos de 20-29 años, por tanto, situado entre los grupos de mayores tasas de fecundidad. Así,
el mayor aporte relativo a la tasa global de fecundidad se ha situado en los grupos de mujeres entre
20 y 34 años. Los grupos 20-24 años, 25-29 años y 30-34 años presentan en la actualidad los
niveles más altos y semejantes entre sí: 23%, 24% y 22%, respectivamente, en el año 2003. El
grupo de 35-39 años ha tendido a la reducción de su aporte en el tiempo (13% en el año 2003).
Finalmente, el segmento adolescente -grupo de mujeres entre 15 y 19 años- inicia más tardíamente
y en menor magnitud su descenso en su tasa específica de fecundidad. En 1950 la tasa alcanzaba
a 73 por mil. Hasta 1975 la tasa de fecundidad adolescente se mantuvo bastante constante en
torno a 80 por mil. A partir de 1975 comenzó a descender, aunque con fluctuaciones, hasta
alcanzar una tasa en torno a 60 por mil hasta el año 2000; luego desciende más aceleradamente
hasta la tasa actual –2003- de 54.7 por mil.27 No obstante la reducción en la tasa de fecundidad
adolescente, dado que los descensos entre las mujeres mayores han sido más significativos, su
aporte relativo a la tasa global de fecundidad muestra una tendencia, aunque fluctuante, al
aumento en las últimas décadas. Entre 1950 y 1975 el aporte relativo de la fecundidad de las
25
Fuente:
INE/CELADE.
“Estimaciones
y
proyecciones
de
población
por
sexo
y
edad.
Total
país:
1950-2050”
26
Instituto
Nacional
de
Estadísticas,
INE.
Anuario
de
Estadísticas
Vitales.
Año
2003.
27
Instituto
Nacional
de
Estadísticas,
INE.
Anuario
de
Estadísticas
Vitales.
Año
2003.
Por su parte, el nivel de nacimientos fuera del matrimonio aumentó de 15.9% en 1960 a 53.8% en
el año 2003. Dicho incremento se explica, según Osvaldo Larrañaga (2006, en: Valenzuela, Tironi y
Scully, 2006), por una caída en la tasa de natalidad de las mujeres casadas y, al mismo tiempo,
una elevación en el porcentaje de mujeres no casadas en todos los tramos de edad a partir de
1990, ya que la tasa de natalidad de natalidad de mujeres no casadas se ha mantenido
relativamente estable en el periodo (sólo a partir de 1990 contribuye con las mujeres jóvenes).
Los nacimientos fuera del contexto marital se producen en tres contextos distintos: la maternidad
en soltería, la maternidad de mujeres separadas- y la parentalidad en convivencia. Recientemente,
en 2003, un 22% de los nacimientos corresponde a madres que cohabitan, una proporción un poco
menor corresponde a solteras (18,3%) y una proporción pequeña (5,2%), a separadas.
Análisis realizados por Osvaldo Larrañaga (2006), basados en los últimos censos -en los cuales se
aproxima el NSE a través de los años de escolaridad y se considera una cohorte de mujeres de 35-
39 años para estimar el número de hijos al término del periodo reproductivo y se las clasifica en
cuartiles que permiten considerar la evolución de la escolaridad en el tiempo-, muestran que ha
habido una reducción diferenciada de la natalidad, mayor en las mujeres de menor NSE -
correspondientes a los dos primeros cuartiles- y menor en las mujeres de mayor NSE -
correspondientes a los dos últimos cuartiles-.
En el curso de los últimos cuarenta años, en la sociedad chilena se ha reducido la brecha entre
unas y otras mujeres en el número de hijos, produciéndose crecientemente una relativa
convergencia en el comportamiento reproductivo. Así, en 1960, mientras una mujer perteneciente al
primer cuartil de escolaridad tenía 5,72 hijos al término del periodo reproductivo, la del cuarto cuartil
tenía 3,01; en el año 2000, la primera sólo tiene 2,88 y la última sólo 1,91. Ambas mujeres tienen
menos hijos en la actualidad, pero la primera redujo su fecundidad de forma más intensa, y al
hacerlo, devienen más parecidas en sus procesos reproductivos.
28 Instituto Nacional de Estadísticas, INE. Anuarios de Estadísticas Vitales. Años 2000, 2001, 2002 y 2003.
Existe una intensa relación positiva entre niveles de escolaridad y grados de inserción en el mundo
laboral. La más alta tasa de participación se presenta entre las mujeres que tienen los más altos
niveles de escolaridad. Las mujeres con educación superior tienen una tasa cercana a 75%, en 2003,
más alta que todas las otras mujeres, aunque más baja que la tasa de participación de los hombres.
Las mujeres con educación secundaria tienen una tasa más baja que las anteriores, cercana a 55%.
Por su parte, las mujeres con educación básica o sin educación tienen una tasa inferior a la mitad de
las mujeres con niveles de educación superior. La evolución de las tasas en la última década, no
obstante, indican que los mayores incrementos más altos entre los dos últimos grupos de mujeres. Del
mismo modo, en el primer quintil hay un 24,5% de participación y en el último quintil hay 52%. Esta
diferencia también se observa en la formalización del empleo: un 45,1% de las trabajadoras
pertenecientes al quintil más pobre del país lo hace en condiciones de un contrato laboral, en tanto
esto alcanza a 87,16% entre las mujeres del quintil más adinerado.
Un estudio internacional realizado por la OIT y PNUD (2005), sostiene que la mujer sufre una
exclusión del mercado de trabajo en nuestro país que ocurriría en dos niveles: La exclusión del
mercado de trabajo remite a las condiciones socioeconómicas y culturales que se interponen al
desempeño por parte de una mujer a realizar una actividad remunerada. Dentro de esta dimensión, la
distribución de tradicional de tareas domésticas implica, en definitiva, formas de subordinación de la
mujer que limitan su acceso al mercado del trabajo. En el periodo 1998-2002, las mujeres tardaron
más en conseguir un empleo que los hombres y tuvieron una mayor tasa de desempleo que ellos. En
segundo lugar, la exclusión en el mercado del trabajo alude a la discriminación de género que muchas
mujeres reciben en sus respectivos lugares de trabajo. En esta dimensión, el género se asoció
fuertemente a las situaciones de pobreza e indigencia que ellas experimentan. La pobreza de las
mujeres revise un carácter más crónico, a diferencia de la pobreza de los hombres, pues las primeras
carecen muchas veces de autonomía económica y social. La situación de vulnerabilidad es mayor
La
mayoría
de
los
países
latinoamericanos
tiene
más
de
un
50%
de
participación
femenina.
Esta
diferencia
se
acentúa
aún
más
si
se
29
compara
con
los
países
de
la
OECD,
los
que
a
fines
de
la
década
de
los
noventa
tenían
una
tasa
promedio
que
llegaba
a
un
60%1.
(OIT,
1998).
La Encuesta CASEN de 2006 muestra que el aumento de las jefaturas de hogar femenina es
porcentualmente mas importante en los estratos más pobres, lo que implica que las mujeres están
siendo sostenedoras económicas y de la gestión reproductiva de los hogares. En el primer quintil
de ingresos hay más mujeres jefas de hogar que en los quintiles de mayor ingresos (34,3% v/s
26,1%)30
Hasta ahora la incorporación de mujeres al mundo del trabajo se realiza en un contexto económico,
social y cultural en el cual, por una parte, ingresan en un mercado de trabajo flexible y precarizado en
el que se concentran en los puestos menos calificados, peor remunerados, de menor estatus social,
aun cuando los niveles educativos de la fuerza de trabajo femenina superan a los de la fuerza de
trabajo masculina; y, por otra parte, experimentan las tensiones derivadas de unas transformaciones
que aunque han debilitado las representaciones tradicionales de las funciones adscritas a las mujeres
abriéndoles nuevas opciones de desarrollo personal y de autonomía, no han alcanzado los patrones
que norman las relaciones de género. Así, las mujeres ingresan al mundo del trabajo ampliando su
repertorio identitario, pero manteniendo las funciones de cuidado y de administración doméstica que
les atribuía el modelo de familia que sostenía la sociedad capitalista industrial. No se produce una
redistribución del tiempo social de trabajo entre los sexos lo que se traduce, por una parte, en una
mayor carga de trabajo total para las mujeres, y por otra, en la exposición de las mujeres a factores de
riesgo derivados del ejercicio de dos trabajos simultáneos pero diferentes: el trabajo productivo y el
reproductivo.
La Encuesta Experimental de Uso del Tiempo en Chile (INE-MINSAL, 2007),31 que analiza lo
división sexual del trabajo a interior de los hogares, muestra que un 77,3% de las mujeres se
dedica a las tareas del hogar, independientemente si trabaja remuneradamente fuera del hogar, en
tanto sólo un 36,6% de los hombres realiza esa misma labor. En cuanto al cuidado de personas en
el hogar, un 32,8% de las mujeres lo realiza, cifra que desciende drásticamente al 7,8% de los
hombres.
30
Trabajo
doméstico
no
remunerado
en
las
mujeres.
Notas
para
el
debate
sobre
la
participación
de
las
mujeres
en
la
economía
del
trabajo
no
remunerado.
Documento
Temático
elaborado
por
MIDEPLAN
como
material
de
apoyo
al
Seminario
Protección
Social
y
Género.
Octubre
2008
31
Encuesta
Experimental
sobre
el
Uso
del
Tiempo
en
el
Gran
Santiago.
Resultados
Preliminares.
2008.
INE-MINSAL
Chile.
Asimismo, las mujeres realizan el 60,1% del trabajo doméstico no remunerado; los hombres, sólo el
39.9%. Del mismo modo, las mujeres dedican 233.63 minutos promedio a los quehaceres
domésticos; los hombres, sólo 93,37 minutos. Mientras los hombres ocupan en promedio 380
minutos diarios en trabajar, educarse o capacitarse, las mujeres ocupan 288 minutos de su tiempo
en las mismas actividades; una diferencia de 100 minutos a favor de los varones. El promedio de
tiempo libre declarado por los varones es levemente mayor que el declarado por las mujeres, sin
embargo la diferencia no es significativa: en promedio las mujeres dedican 270 minutos diarios a
actividades de tiempo libre y los hombres 305 minutos, lo que significa una diferencia de 30
minutos en promedio.
En este sentido las madres y los padres de niños, niñas y adolescentes de hoy, ya tienen consigo
aprendizajes en el ámbito de las relaciones de género que les orientan, aunque insuficientes y
muchas veces contradictorios, hacia unas prácticas y discursos, significaciones e interpretaciones,
hacia una mayor igualdad entre hombres y mujeres.
De este modo, podemos apreciar una reconfiguración en las relaciones de género al interior de los
grupos familiares, así como una transformación en los modos de socialización de género al interior
de estos espacios.
Al mismo tiempo el trabajo en la esfera doméstica estuvo en un contexto tradicional, a cargo de las
mujeres, dándose también una distribución desigual en la colaboración en el trabajo doméstico de
hijos e hijas. Así, podíamos ver como a las hijas se les socializaba para las labores domésticas, se
les exigía ayudarles a las madres en este tipo de labores mientras que los hermanos varones, o
bien el padre gozaba de no tener que realizar estas labores, o bien, realizarlas en menor medida.
En la socialización actual de las hijas, las madres y los padres, desean y tratan de que ellas
estudien y tengan una profesión. Desde un punto de vista histórico ello implica una incursión de las
mujeres en territorios tradicionalmente masculinos y lo hacen, no sólo por las transformaciones del
mercado y el desarrollo personal, sino también porque las familias estiman que ser autónomas
En este sentido, la socialización femenina al interior del espacio familiar, en la actualidad, se centra
principalmente en el aprendizaje para la inclusión e integración en el mercado laboral, y para la
realización de labores doméstica y el cuidado de las y los otros integrantes de su espacio familiar.
Ello implica el desarrollo en la vida familiar de nuevas prácticas, nuevas normas, nuevas
conversaciones que conduzcan a nuevos aprendizajes para los niños, niñas y adolescentes en
todos los planos de la vida de esta manera.
De esta manera se hace fundamental revisar aspectos que muchas veces pasan desapercibidos,
por obvios y “naturales”, conduciendo a la reproducción de relaciones que no quisiéramos
promover.
Por ejemplo, los padres y las madres favorecen desigualmente la conversación entre las niñas y
niños como un modo preferente de resolución de conflictos en las parejas y familias, y con ello
contribuyen a establecer unos modos sexistas de resolverlo en la adultez. Así, las niñas son
intensivamente estimuladas y reforzadas en la conversación, incluso ante los conflictos en que
unos modos conversacionales son valorados como propiamente femeninos por una menor
agresividad que implicarían, mientras que los niños son menos estimulados a hacer aprendizajes
de la conversación y, en caso de conflictos son entrenados en el uso de los golpes físicos, con el
argumento de saber defenderse de los ataques de otros; cosa que se estima poco femenina para
las mujeres y muy masculina para los hombres.
Al mismo tiempo, se puede observar que la socialización en los juegos infantiles presenta pautas
diferenciadas de los roles masculinos y femeninos que niñas y niños deberían cumplir en el futuro.
Es así como por ejemplo, existen muñecas que simulan hijos/as, coches y juegos de tacitas para
las niñas, mientras que los niños pequeños suelen jugar con súper héroes y medios de transporte.
Si bien se puede ver en estos juegos pautas de socialización diferenciadas según el género,
podemos dar cuenta que estas pautas se encuentran en transformación y tensión. Por ejemplo, al
momento que se logra inculcar en el niño la responsabilidad paterna, o a la niña determinados
valores o roles que habían sido considerados tradicionalmente como masculinos, o bien, cuando
existe la posibilidad de realización de juegos integrados para niños y niñas donde los pone y los
representa a futuro en espacios de mayor equidad.
Del mismo modo, en los aprendizajes prácticos del trabajo domestico se produce con frecuencia
una intensidad y esfuerzo desigual por parte de los padres y las madres respecto de los niños y
niñas: a los primeros, porque se les atribuye una mayor torpeza manual y de motricidad fina, se les
asignan menos tareas o se les asignan tareas complementarias, de colaboración; a las niñas, en
32
Al
mismo
tiempo,
más
que
una
elección,
el
trabajo
fuera
del
hogar
se
presenta
como
una
condición
de
viabilidad
familiar,
una
condición
de
ejercicio
de
la
propia
autonomía
e
individualización
de
los
adultos,
y
como
una
condición
de
aprendizaje
de
la
autonomía
e
individualización
de
las
generaciones
más
jóvenes.
Se
trabaja
fuera
del
hogar
para
generar
ingresos
que
permitan
que
las
generaciones
más
jóvenes
dispongan
de
mejores
oportunidades
para
realizar
sus
proyectos
de
vida,
a
la
vez
que
para
realizarse
como
personas
y
para
que
los
hijos
e
hijas
aprendan
a
compatibilizar
la
pertenencia
familiar
con
el
mundo
fuera
de
ella.
Los aprendizajes de relaciones, vínculos afectivos que tienen lugar en la familia tienen como
referencia inmediata a las experiencias que sus miembros tienen, día a día, fuera de la misma, en
el mundo exterior: en el trabajo, en la calle, en la escuela, en los espacios públicos, en otros
domicilios, etc. En este sentido, la experiencia de familia se construye también, de manera muy
importante, a partir del hecho de que cada uno de sus miembros “vive” también en sociedad; la
familia, en sentido figurativo, tiene significado en tanto opera como un fundamento para la vida de
los individuos en la sociedad o en el mundo de la vida.
Lo anterior implica que la familia juega un doble papel en relación a sus miembros: por un lado,
constituye un grupo de pertenencia e identificación para cada uno de sus miembros y, por
otro, permite que sus miembros realicen los aprendizajes que les servirán para construir sus
propios proyectos de vida o proyectos biográficos en la sociedad. A continuación, proponemos el
siguiente mapa conceptual para representar la situación de la familia en la sociedad contemporánea:
Interacciones e Interacciones e
intercambios intercambios
públicos. En el públicos. En el
Individuo Individuo
trabajo, escuela, trabajo, escuela,
calle. calle.
Familia
Pertenencia
Identificación
Interacciones e Interacciones e
intercambios intercambios
públicos. En el Individuo Individuo públicos. En el
trabajo, escuela, trabajo, escuela,
calle. calle.
Como se observa en la figura anterior, la familia se constituye como un grupo humano que provee
sentidos de pertenencia e identificación para sus miembros. No obstante, cada miembro de la familia
construye relaciones y compromisos de acción con múltiples otras personas fuera de la familia, con las
cuales realiza intercambios estratégicos, es decir, que contribuyen a su propio proyecto de vida y a
sus propias trayectorias biográficas (en la escuela, en el trabajo, en la calle, en los lugares públicos,
etc.). De esta forma, la familia se presenta como un proceso siempre abierto y constante de
construcción de un espacio y un tiempo común, que integra las conversaciones y los vínculos que sus
miembros sostienen fuera de ella, permitiendo que cada miembro sienta que pertenece a un círculo
pequeño, íntimo y separado del mundo.
Para que esta conexión entre los individuos y la sociedad se logre, es fundamental la realización en
la familia de dos procesos de aprendizaje: la socialización y la subjetivación. La primera dice
relación con el aprendizaje y la internalización de las normas sociales que hacen posible que el
individuo opere en relación a las instituciones y a otros individuos; en este sentido, la socialización
responde a las expectativas que la sociedad tiene respecto del individuo y su integración social. La
subjetivación, por su parte, dice relación con los modos en que los individuos elaboran y significan
sus propias experiencias de estar y vivir en sociedad y del sentido de su vida en tanto única y
singular; en este sentido, la subjetivación constituye el modo en que los individuos ‘actúan sobre sí
mismos’ produciendo sus propios modos de pensar, de sentir y de actuar.
Examinemos esto último con un ejemplo. Si se piensa en adolescentes que viven en una población
de la periferia de Santiago donde el micro-tráfico de drogas ilegales busca incluirles, que promueve
su consumo y les integra a las redes de distribución a cambio de dinero, que pueden estar fuera del
sistema escolar y del mundo del trabajo, que han abandonado tempranamente la primera y no
están capacitados para ingresar al último; puede decirse que requerirán una alta solvencia
subjetiva. Allí, donde los riesgos están próximos (hay droga a la mano, riñas, etc.), requieren estar
constantemente volcados sobre sí mismos, sobre sus propias experiencias, actuar sobre sí mismos
y hacerlo con una alta reflexividad, requerirán nunca estar des-subjetivados (ebrios o drogados, con
armas, etc.). Si se piensa en adolescentes que viven en comunas de altos ingresos, es verdad que
tienen riesgos importantes pero serán distintos (más riesgo de accidentes automovilísticos que de
drogas). No queremos decir que no usen drogas, sin embargo, no se encuentran cotidianamente
con ella, cercana y disponible ni están asediados por micro-traficantes como lo están los primeros.
Por ello, respecto de un fenómeno –en este caso la droga- requiere una menor solvencia subjetiva.
Individuo
Socialización Subjetivación
Familia
Normas sociales Aprendizajes
Instituciones Significados
Tradición Sentidos
Identidad
Auto-reconocimiento
Como se observa, en la familia los individuos construyen tanto sus identidades personales como
sus proyectos de vida. En este caso, la noción de proyecto de vida indica una orientación hacia la
realización de una vida con sentido, que se proyecta hacia algo, que se despliega en el tiempo
biográfico (por ejemplo, estudiar para alcanzar una carrera técnica o profesional). Los procesos de
socialización y de subjetivación tienen una incidencia directa sobre la conformación de la identidad
personal de cada uno de los miembros de la familia, así como también en la conformación de sus
proyectos de vida.
Por último, asumimos que una función fundamental de la familia concierne a la proyectividad de sus
miembros, es decir, a crear las condiciones para que los miembros más jóvenes puedan acceder a
la educación, a la salud y, en general, a los bienes culturales de la sociedad. Hemos señalado
antes la importancia que en los procesos de construcción de la propia identidad personal y de la
propia proyectividad biográfica juega el auto-reconocimiento, es decir, el aprendizaje de auto-
confianza, auto-estima y auto-respeto. Estos mismos aprendizajes constituyen también la base
para la construcción de proyectos de vida de cada uno de los miembros de la familia.
8.1. Introducción.
Las sociedades hacen un esfuerzo importante y extendido por socializar en la niñez en materia de
sexualidad, esto que se denomina tipificación social genérica, que no se limita al aprendizaje de
roles, sino que alcanza a la configuración de la subjetividad, y a la estructuración de las relaciones
sociales.
A veces las preguntas acerca de la sexualidad y la niñez, suelen producirse en un contexto en que
los adultos e instituciones socializadoras -entre éstas, la escuela-, se encuentran atravesados por
representaciones e imaginarios sociales atemorizantes –sobre desviaciones, sobre-erotizaciones,
riesgos y daños, etc. Hay preguntas que se formulan sobre el desarrollo sexual; se orientan a saber
lo que sería esperable como comportamientos y experiencias en la niñez y lo que constituiría una
alteración del mismo. Este tipo de preguntas con frecuencia se orienta a conocer el origen de
comportamientos, representaciones, identidades y deseos que se considerarían impropias del
desarrollo, no normales, desviadas. Todo ello con el fin de disponer de los conocimientos que les
permitan detectar tempranamente las señales que les permitirían actuar para inhibirles
oportunamente en el momento en que se inician. Lo mismo ocurre con el desarrollo sexual y los
potenciales daños de determinados comportamientos y experiencias infantiles. Se busca conocer
los efectos de estos comportamientos y experiencias en la adultez, con el fin de disponer de las
herramientas que les permitan configurar ambientes más protectores y niños más auto-cuidados,
así como detectar tempranamente señales de daños a evitar o reducir.
A continuación tratamos un conjunto de elementos que dicen relación con la comprensión del
desarrollo sexual de los individuos en la niñez. Nos situamos ante la temática buscando hacernos
cargo de su complejidad y del estado todavía limitado de la investigación en el campo científico.
Por todo esto, un modo particular que asume este texto es el de la pregunta acerca de las
preguntas relacionadas con la sexualidad en la niñez. Se orienta a servir a los y las docente ante
una situación en que se hace manifiesta la sexualidad y su relación con el género tal como son
experimentados y expresados por los niños y niñas con los cuales desarrolla su labor pedagógica.
Formulamos a continuación una crítica a la visión unitaria del desarrollo psico-sexual prevalente en
la psicología. La perspectiva evolutiva suele dar cuenta de las dis-continuidades intra-sujetos (al
interior del individuo en sus etapas de desarrollo), pero se afirma en las regularidades inter-sujetos
(entre uno/a y otro/a); en esa medida, da cuenta de lo común y regular a los sujetos (Araujo y cols.
2005).
Al individuo le fija etapas de desarrollo, a las que establece funciones y logros asociados.
Construye una línea y supone una potencialidad que, dadas las condiciones adecuadas, se
desarrollará en las direcciones previstas (Katchadourian, 1992). Cuando no se produce, esto es
interpretado como inmadurez, alteración o desviación. EL desarrollo humano se extiende por toda
la vida y no existe un estado final que pueda contarse como un estado de madurez o de
maduración. Sin embargo, en el desarrollo existen procesos continuos y discontinuos que se
desenvuelven en momentos variables del ciclo vital. Se caracteriza, por tanto, por la plasticidad.
Las personas viven y experimentan a lo largo de su vida una gran variabilidad individual, mostrando
Jeffrey Weeks formula una crítica a la noción de desarrollo que subyace en la discusión sobre la
‘homosexualidad’, que puede ser observada como un analizador de la complejidad de una
aproximación hetero-normativa a la cuestión del desarrollo. En la carta de respuesta que Freud
envía a una madre de un joven homosexual, afirma que la homosexualidad no constituye
degeneración ni enfermedad ni delito. Sin embargo, constituye “una inhibición en el desarrollo”33.
Cuando se introduce la noción de “inhibición”, antes se ha introducido en el desarrollo un punto de
término apropiado, una meta34. Afirma que esta aproximación al desarrollo psico-sexual presenta la
dificultad de ser inconsistente cuando sostiene meta única y variedad. Dice: “Una vez que se
introduce una versión de la sexualidad dirigida a una meta, por más subrepticiamente35 que sea,
empieza a tambalearse todo el edificio de la variedad sexual, tan laboriosamente construido.”
(Weeks, 1998, págs. 75-76).
33 “Por supuesto que la homosexualidad no es ninguna bendición, pero no es nada de lo que uno tenga que avergonzarse; no es un vicio
ni
una
degradación,
y
tampoco
se
puede
considerar
una
enfermedad.
Nosotros
estimamos
que
es
una
variación
del
desarrollo
sexual.
Muchos
hombres
notables
de
los
tiempos
antiguos
y
modernos
fueron
homosexuales,
entre
ellos
personajes
ilustres
como
Platón,
Miguel
Angel,
Leonardo
da
Vinci,
etc.
Es
una
gran
injusticia,
y
también
una
crueldad,
tachar
de
delito
a
la
homosexualidad.”
(destacado
nuestro)
(Notas
históricas:
una
carta
de
Freud
a
una
madre,
1951
citado
en
Weeks,
1998)
34
Respecto
del
desarrollo
psico-sexual,
Freud
reproduce
su
hipótesis
sobre
la
evolución
de
las
sociedades:
el
paso
desde
la
promiscuidad
y
la
perversidad,
que
habrían
sido
típicas
de
una
sexualidad
primitiva,
hasta
la
heterosexualidad
monogámica,
que
sería
típica
de
una
sexualidad
civilizada.
35
Subrepticiamente:
que
se
realiza
en
forma
oculta
y
a
escondidas.
En
el
contexto,
se
refiere
a
que
se
realiza
discretamente
o
de
manera no explícita.
Cuando un ser humano nace, el grupo humano al que se incorpora hace una atribución de género,
y lo hace basándose en la apariencia de sus genitales externos. El primer grupo humano,
generalmente la familia, se vincula con el bebé y le socializa sobre la base de esta distinción de
sexo, sobre un cuerpo identificado. El sexo anatómico opera –tal como es entendido por
investigadores como John Money y Robert Stoller-, como un estímulo social, es decir, activa en el
entorno del bebé una serie de disposiciones socializadoras respecto de identidad, conducta y
deseo.
Existen algunos niños y niñas para quienes la experiencia privada e íntima de pertenencia a un
sexo es muy compleja y problemática: perteneciendo a un sexo biológico, preferirían ser o
pertenecer al otro sexo.37 Existen también algunos niños/as cuya experiencia privada e íntima del
género no ajusta en su desarrollo una conciencia de ser de una de las dos categorías de género
disponibles, a saber, ser femenina o ser masculino; escapa a los ordenamientos binarios
(femenino/masculino) y se ubica en un campo de mixturas genéricas.
Se espera que niños y niñas ajusten sus expresiones corporales, conductas sociales y significados
asociados, emociones y afectos; intereses, relaciones interpersonales y contextos interaccionales a
la tipificación de conductas de sexo/género de la sociedad en que viven, tipificación social genérica
que en contextos tradicionales sitúa a hombres y mujeres en papeles extremos, opuestos y
complementarios.
El juego constituye uno de los espacios de socialización y subjetivación en la infancia y niñez. Este
se encuentra atravesado por el género, es decir, busca producir tempranamente en la vida de los
individuos una organización de sus identidades, papeles y deseos. Juegos y juguetes están
36 Hacia los tres años la mayoría de los niños y niñas puede seleccionar a una figura de una muñeca consistente con su propio género y
hacia
los
cuatro
años
puede
seleccionar
correctamente
la
muñeca
del
sexo
tipo
adulto
en
el
cual
esperan
crecer.
La
mayoría
de
los
niños
y
niñas
de
dos
años
de
edad
responden
correctamente
a
la
pregunta:
“¿Eres
tú
un
niño
o
una
niña?”,
y
a
los
tres
años
de
edad
la
mayoría
responde
correctamente
a
la
pregunta:
“¿Eres
tú
como
este
muñeco
(en
el
caso
de
un
niño)
o
esta
muñeca
(en
el
caso
de
una
niña)?”.
37
Esto
último
puede
ser
expresado
directamente
por
niños
pequeños
como
el
interés
por
ser
del
otro
sexo,
en
tanto,
niños
mayores
aprenden que no es posible cambiar de sexo y que una frase en ese sentido va a ser desaprobada.
Las elecciones que hagan en torno de juegos y juguetes expresan sus intereses –a pesar que a
medida que crecen los niños y niñas aprenden cuáles son aquellos tipificados generizadamente, y
que se espera que jueguen. Muchos juegos son diádicos o colectivos. En los juegos se desarrollan,
por tanto, relaciones entre los individuos y estas relaciones se producen en contextos
interaccionales específicos. Las relaciones interpersonales y los contextos se encuentran
asociados a la naturaleza de los juegos y sus reglas. Las relaciones interpersonales entre los
actores que juegan pueden ser más fluidas, estandarizadas y predecibles, ó más interferidas y
ambiguas desde la perspectiva de lo que se espera como relaciones de género.
Probablemente una mayoría de niños y niñas ajustan óptimamente a lo que se espera en términos
de adecuación al género en sus expresiones corporales, conductas sociales y significados
asociados; emociones y afectos, intereses, relaciones interpersonales y contextos interaccionales.
Esto se traduce en un proceso de desarrollo temprano en la vida de los individuos, de una
organización de sus identidades, papeles y deseos.
Hay niños y niñas que no ajustan a las características de lo que se denomina “conductas e
intereses de sexo tipo”. Son niños y niñas que no parecen interesados en ajustar expresiones
corporales, conductas sociales y significados asociados, emociones y afectos, intereses, y
relaciones interpersonales y contextos interaccionales a lo que la tipificación social genérica les
indica y con la cual ajusta la mayoría de niños y niñas.
Si se les observa, estos niños y niñas inter-género aparecen más próximos a los/as del otro sexo
de su misma edad, y más diferentes a los/as de su mismo sexo y edad. Pueden ser más próximos
o más diferentes en distintas formas e intensidades.
Cuando se les da la oportunidad de jugar con juegos del tipo niño o del tipo niña, estos niños/as
inter-género eligen juegos y juguetes más próximos a los que elegirían los/as del otro sexo de su
misma edad, y más diferentes a los/as de su mismo sexo y edad; o puede expresarse sólo como
desinterés o ausencia de participación en juegos tipificados a su sexo.
Los niños y niñas que no ajustan en su proceso de desarrollo de sus identidades, papeles y deseos
a la tipificación social genérica suelen ser sometidos a exigencias extraordinarias de adecuarse a
las conductas de sexo tipo. Cuando esto ocurre, los niños y niñas atípicos pierden oportunidades
para flexibilizar sus conductas de sexo tipo. Cuando son forzados/as a comportarse de un modo
masculino (en el caso de los niños hombres) o femenino (en el caso de las niñas mujeres) muy
típico o exageradamente típico (como cuando el padre lleva al niño a jugar fútbol o a aprender box;
cuando se fuerza a la niña a usar ropa extremadamente femenina) a ellos/as les resulta
Existe una mayor flexibilidad cultural hacia la conducta de las niñas. No suelen ser percibidas como
radicalmente inadecuadas; puede esperarse que en la adolescencia se vuelvan “femeninas”, o
pueden ser percibidas como teniendo atributos que les ayudarán cuando sean adultas a incursionar
en campos de la vida social tradicionalmente masculinos y que requerirían de tales atributos. No
existe flexibilidad cultural alguna, en cambio, hacia los niños. Se cree que su atipicidad sería una
expresión temprana de una futura homosexualidad adulta; que habría, por tanto, que inhibirla.
Algunos de estos niños y niñas probablemente dirigirán en el futuro sus intereses eróticos y
románticos hacia personas de igual sexo. Existe una relación más intensa entre una atipicidad en la
niñez y una orientación sexual posterior homosexual. Al mismo tiempo, sucede que una atipicidad
en la niñez pueda mantenerse hasta la adultez en conexión con una orientación heterosexual.
También sucede que una orientación homosexual en la adultez no ha sido necesariamente
precedida por una atipicidad en la niñez.
También los niños atípicos son sometidos a las primeras experiencias homofóbicas por parte de
sus pares, los que a su vez de ese modo la aprenden. La homofobia constituye un principio
organizador de la definición de virilidad; más que el miedo hacia los hombres gay, es el miedo a
aquello que de sí pueda percibirse como tal, es decir, a lo que los demás hombres puedan
desenmascarar o revelar aspectos no masculinos (Kimmel, 1997). Se ejerce violencia física y
simbólica sobre aquellos que representen la diferencia o alejamiento de los límites de lo masculino.
En el lenguaje, la homofobia se mezcla con el sexismo: mariquita, amanerado, niñita.
En la niñez las personas juegan a aprender unos modos históricos específicos en que su sociedad
y su comunidad resuelven los asuntos de la sobrevivencia y de la vida en común. Estas funciones
dan lugar a papeles a ejercer por las personas. Existen funciones comunes a todas las personas,
otras se encuentran organizadas diferenciadamente. Existen funciones vinculadas a la
sobrevivencia humana, y que por ello deben ser resueltas siempre: la reproducción biológica, la
provisión de recursos y la protección continúan siendo fundamentales. No obstante, todas son
realizadas de modos distintos en la historia de la humanidad por las sociedades y comunidades.
Hay funciones que se encuentran cultural y socialmente organizadas para ser realizadas por
hombres y por mujeres. A eso se llama en la socialización durante la niñez una tipificación social de
género. Niños y niñas aprenden las funciones indicadas como papeles generizados; es lo que se
llama roles sexuales.
Aún quienes piensan que todas las funciones y papeles de las personas en la vida social y en la
vida familiar derivan de atributos biológicos de la especie que determinan los comportamientos de
los machos y hembras humanas, afirman que se aprenden en el proceso de la socialización.
Sostienen que se trata del aprendizaje de unos papeles y funciones altamente diferenciados y
fundados en las funciones productivas (hombres como proveedores de recursos de subsistencia y
protección) y reproductivas (mujeres en las tareas de parir y criar hijos) como fuera necesario en
etapas prehistóricas de la humanidad. El aprendizaje es concebido como un entrenamiento en los
niños y niñas para asumir papeles y funciones, basados en esa lógica fundamental; cualesquiera
que sean los contextos y condiciones históricas la socialización reproduciría esas funciones
primarias.
Elisabeth Badinter (1993) sostiene que el proceso de construcción identitaria de los hombres en la
niñez se basa en una socialización genérica uno de cuyas características es que opera mediante
la negación de tres figuras: no ser mujer (Ser débil), no ser niño (No llorar), no ser homosexual (Ser
viril). Por ello, su desarrollo se acompaña de gran ansiedad (Temor a no llegar a serlo) y de
esfuerzo (Intentar llegar a serlo).
Los hombres desde la niñez, y a partir del dato anatómico del pene, aprenderían que son hombres,
que por su origen biológico lo son. Sin embargo, al mismo tiempo, aprenderían que son
incompletos, y que la plenitud se logra en la adultez. Norma Fuller (2003) distingue, desde un punto
de vista secuencial del ciclo vital, dos dimensiones de la masculinidad: una natural asociada a la
Para
Michael
Kimmel
(1997),
la
masculinidad
puede
ser
definida
como
un
conjunto
de
significados
siempre
cambiantes,
que
38
construimos
a
través
de
nuestras
relaciones
con
nosotros
mismos,
con
los
otros,
y
con
nuestro
mundo.
La
virilidad
no
es
ni
estática
ni
atemporal,
es
histórica;
no
es
la
manifestación
de
una
esencia
interior;
es
construida
socialmente;
no
sube
a
la
conciencia
desde
nuestros
componentes
biológicos;
es
creada
en
la
cultura.
La
virilidad
significa
cosas
diferentes
en
diferentes
épocas
para
diferentes
personas.
Hemos
llegado
a
conocer
lo
que
significa
ser
un
hombre
en
nuestra
cultura
al
ubicar
nuestras
definiciones
en
oposición
a
un
conjunto
de
otros,
minorías
raciales,
minorías
sexuales,
y,
por
sobre
todo,
las
mujeres.
El aprendizaje de la masculinidad así concebido supone una paradoja: pese a nacer hombres,
deben hacerse hombres. Que los hombres se sometan a lo que estos investigadores llaman
ortopedia, es decir, un proceso o recorrido que tiene como resultado final el hacerse hombres en
que los varones, pese a nacer hombres, sienten que se deben hacer hombres. La existencia de
ritos de iniciación es interpretada como una respuesta a la ambigüedad y complejidad que entraña
la identidad del varón: los rituales marcarían los límites con relación a lo femenino. Olavarría,
Benavente y Mellado (1998) sostienen que habría mecanismos de sanción, cuya principal finalidad
sería el de delimitar la subjetividad masculina.
Uno de estos, el más radical probablemente, ocurre cuando el varón ingresa al campo de lo
abyecto, aquel terreno que marca la ruptura y pérdida del individuo respecto de la condición
masculina. Este límite es lo femenino, y el último bastión de la virilidad estaría representado por la
homosexualidad pasiva, que sería la mayor amenaza, por cuanto la disposición penetrativa
constituiría el verdadero núcleo de la masculinidad. (Fuller, 1997). De fondo, la homosexualidad es
–como dice Robert Connell- “la bodega de todo lo que es simbólicamente expelido de la
masculinidad hegemónica.” (Connell, 1997, pág.41)
El término ‘cuerpo’ designa cualquier cosa que tiene una extensión limitada. El cuerpo humano
tiene una extensión limitada y es, por lo tanto, un cuerpo físico; en tanto cuerpo físico, a su vez, el
cuerpo humano es morfología y es función. La figura es la morfología superficial del cuerpo
susceptible de ser captada por la mirada y contiene una multiplicidad de elementos, de los cuales
destacan el rostro y la silueta. Las funciones y mecanismos corporales proporcionan al individuo las
sensaciones de poseer un cuerpo, de habitar un cuerpo, de ser un cuerpo.
El término “corporalidad” alude propiamente a una construcción social del cuerpo. Consideramos
dos aspectos primarios de esta construcción social: la representación personal, es decir, la noción
que cada individuo tiene de su propio cuerpo y que puede ser expresada como imagen corporal,
experiencia y significados, y el cuerpo como símbolo sociocultural, es decir, la noción de cuerpo
que predomina en la sociedad y en la cultura en un momento determinado. En este sentido, la
corporalidad se presenta como un campo de elaboración de un individuo: su propia corporalidad se
inscribe en la noción de corporalidad que predomina en la sociedad en su propia época y su propia
comunidad.
Los cuerpos aprenden, incluso aquello que no pensamos habitualmente como aprendizaje. Las
prácticas sexuales proceden de un proceso en el cual se adquiere una capacidad para reconocer lo
que constituye y no constituye una situación sexual, una capacidad de percibir estados del cuerpo
(tanto el deseo, la excitación o el orgasmo, como el asco, la ansiedad, el temor o la vergüenza) y
reconocer situaciones de potencial erotismo e intimidad; saber operar los movimientos y
posiciones, los ritmos y coordinaciones en la interacción sexual, lo que se debe hacer con tal o cual
persona (por ejemplo, como en el pasado, diferenciar estrictamente lo que se hacía con una
trabajadora sexual de lo que se hacía con la esposa), en tal o cual circunstancia o en tal o cual
momento; precisa los sentimientos y motivaciones que le son apropiados; y aporta elementos que
unen la vida erótica a la vida social en general (Gagnon y Simon, 1987). Ello, a su vez opera en el
plano subjetivo de la vida mental, en el plano de la organización de las interacciones, en el plano de
las prescripciones culturales más generales.
Aspectos más complejos y que se encuentran fuertemente asociados no sólo a las prácticas, sino
también a las experiencias y significados de la sexualidad son por ejemplo, sentimientos como el
asco o el temor. Piénsese, por ejemplo, en la experiencia de la vergüenza. La experiencia de
sentirse avergonzado en una situación específica es del orden de las emociones y significados
(uno/a se “siente”) y de ser reconocida esta experiencia por otra persona es del orden de la
observación del cuerpo (uno/a “ve” el enrojecimiento de las mejillas). La experiencia de la
vergüenza así analizada permite entender el grado en que una experiencia –en este caso, moral-
puede incardinarse en el cuerpo de un individuo, al punto de ser directamente expresada y
verificada allí. Lo mismo sucede con el asco y el temor que puede experimentarse en la esfera de
la sexualidad.
El primero de éstos, el asco, es un aprendizaje temprano en que las personas encargadas del
cuidado corporal de las y los niños, sin buscarlo, participan activamente. En la enseñanza de la
limpieza del cuerpo, por ejemplo, que con frecuencia se basa en la prevención de probables
infecciones y el control de olores y fluidos, puede estarse instalando al mismo tiempo una
preocupación intensa sobre los riesgos, temores, vergüenza y asco a los contactos genitales,
texturas, humedad, olores y colores. Este aprendizaje tendría consecuencias determinadas en la
posterior vivencia de la sexualidad, al aparecer como una reacción casi automática frente a estos
elementos, y que no necesariamente tendrán una explicación clara por parte de la persona, en ese
momento en esa situación, pero que finalmente son aprendizajes que se adquirieron en algún
momento de su vida.
Esta pregunta puede responderse por los profesionales afirmando que es normal o que es anormal.
Pueden decir que es dañina para el desarrollo o que lo enriquece: puede así considerárselo como
un elemento conducente a la configuración del erotismo, necesario o, por el contrario, que les
vuelve viciosos del sexo, que les conduce a no tener intimidad sexual con otras personas. Por otra
parte, puede decirse que un nivel adecuado de excitación es normal, que uno más elevado sería
expresivo de una alteración del desarrollo psico-sexual; o que es normal en condiciones de
privacidad y de soledad. También pueden comprender la masturbación como una conducta
39 Samuel Augusto Tissot en 1760 publicó el primer texto científico, “L’Onanisme”, sobre lo que hoy se denomina como masturbación.
Sugerimos que la masturbación constituye un lugar preferente que cristaliza una de las ansiedades
sociales acerca de la sexualidad. Primero, si en la niñez no se tienen relaciones sexuales todavía,
¿Qué significado tendrían esta práctica y experiencia placentera?, ¿Qué efectos tendría sobre su
desarrollo? o ¿Qué efecto tendría sobre la auto-regulación de los placeres? Segundo, dado que
refiere a una sexualidad no reproductiva y a una sexualidad que prescinde de las interacciones
entre personas, su existencia activa el fantasma de una sexualidad desprovista de vínculos
afectivos y que renuncia enteramente a la procreación. Por tanto es una cuestión más moral que
científica. Tercero, los niños y niñas, que no han configurado las fronteras y límites entre los
espacios privados y públicos, podrían ser vistos, y por ello activar inadvertidamente el deseo
perverso de algunos adultos. Su ocurrencia les expondría al abuso.
En la actualidad, a algunos padres, madres o docentes les preocupa la práctica auto-erótica de los
niños y niñas. Examinemos esto. Se preguntan por la normalidad de ésta en relación con su
desarrollo sexual, especialmente cuando se trata de las mujeres.
Por su parte, los y las profesionales -médicos, psicólogos, psiquiatras- pueden responder a tal
pregunta como si fuese propiamente una pregunta que hace al desarrollo psico-sexual; no
primeramente una pregunta moral como lo antes de la modernidad, cuando podía ser elaboraba
socialmente como un vicio, no como enfermedad. Esta pregunta puede responderse por los
profesionales afirmando que es normal o que es anormal. Pueden decirse que es dañina para el
desarrollo o que lo enriquece: puede así considerárselo como un elemento conducente a la
configuración del erotismo, necesario o, por el contrario, que les vuelve viciosos del sexo, que les
conduce a no tener intimidad sexual con otras personas.
Puede decirse que un nivel adecuado de excitación es normal, que uno más elevado sería
expresivo de una alteración del desarrollo psico-sexual; o que es normal en condiciones de
privacidad y de soledad. También pueden comprender la masturbación como una conducta
primitiva en el desarrollo (A la manera del "niño salvaje" que aún no sería un "ser social"), que ya
crecerá y la abandonará.
Hay que interrogarnos por nuestras razones para preocuparnos o interesarnos. Sugerimos que la
masturbación constituye un lugar preferente que cristaliza una de las ansiedades sociales acerca
de la sexualidad. Por una parte, y que es la que aquí interesa, es acerca de la sexualidad en los
niños. Si no tienen sexo todavía, ¿Qué significado tendrían estas prácticas, deseos y experiencia
placentera; qué efectos tendría sobre su desarrollo? o ¿Qué efecto tendría sobre la auto-regulación
de los placeres? Refiere también a una sexualidad no reproductiva, a la sexualidad que prescinde
de las interacciones con otro. Por ello, aparece amenazante. Las personas podrían renunciar
enteramente a los vínculos. Podría ser una práctica viciosa. Por tanto es una cuestión más moral
que científica.
En las sociedades contemporáneas niños y niñas son objeto en la actualidad de una fuerte
preocupación en relación con sus cuerpos sexuados. Una perspectiva de desarrollo (sano), de
riesgo (daño) y de derecho se entrecruzan en esta preocupación. Lo anterior se vincula con una
Así, se han incorporado unas disciplinas del cuerpo que intensifican su atención en sus contactos
corporales de los/as niños/as con adultos (Orientadas a evitar las diversas formas del abuso
sexual) y con otros/as niños/as (A fin de evitar su erotización). También se ha activado la
reflexividad social respecto de los mismos riesgos y daños; los medios de comunicación han sido
importantes en su sensibilización, y activos elaboradores de concepciones en torno al fenómeno
que resultan preocupantes (En la medida, por ejemplo, en que argumentan que se trata de
experiencias que “dejan huellas irreparables, indelebles, imborrables” en quienes las han vivido. Se
han construido recursos profesionales, legales –institucionales- para su detección y tratamiento de
las víctimas, y sanciones a los culpables.
Se ha introducido una pedagogía destinada a prevenirlo. Sobre esto último habría que inventar el
modo en que esto pueda hacerse sin producir un miedo tal a los contactos corporales conectados a
la intimidad y el afecto entre las personas, en este caso entre niño/as y adultos, que les conduzca
en la adultez a generar una ansiedad tal que les inhiba en su intimidad sexual. Poner atención a los
niños y niñas a fin de evitarles esa experiencia y favorecer aprendizajes de auto-cuidado es muy
importante, pero al mismo tiempo hay que atender a los adultos, a la cultura de la violencia sexual,
el maltrato y la desigualdad entre adultos y niño/as y entre hombres y mujeres. Quienes abusan
sexualmente son personas que tienen acceso a las relaciones sexuales con otros adultos; quienes
tienen deseo exclusivo por los niños o niñas son muchos menos.
La temporalidad anterior, que examina las relaciones entre hombres y mujeres en una generación
particular, la generación joven, puede ser observada también en el conjunto de grupos
generacionales en una sociedad. Las configuraciones de una generación se ubican en el contexto
de tensiones, continuidades y discontinuidades. Las discontinuidades conllevan reconfiguraciones
que pueden producir transformaciones no sólo en el plano de las relaciones de género, sino
también entre una generación y la o las siguientes. Una transformación a ser observada entre las
generaciones es la relacionada con la estructuración social de las edades. Tal es el caso de la
transformación combinada de las edades de la primera relación, de las uniones y de la fecundidad,
que crea condiciones para un periodo de una sexualidad propiamente juvenil en las trayectorias
biográficas en las nuevas generaciones.41
A su vez, una separación temporal por un periodo prolongado de la sexualidad respecto de las
uniones y de la reproducción puede ser analizada como un elemento de recomposición de las
relaciones inter-generacionales en las sociedades contemporáneas según la cual una
autonomización sexual promueve o expresa una aún mayor autonomía respecto de los padres.
Funda condiciones culturales para una sexualidad más propiamente de individuos -en el sentido
que las relaciones sexuales no están ya subordinadas a la existencia previa de pareja ni del
matrimonio (Bozon, 1991b, 1998). De igual modo, tal separación temporal entre sexualidad juvenil y
conyugalidad favorece la diversificación de las trayectorias sexuales y socio-afectivas.
40
La
iniciación
sexual
puede
ser
observada
como
un
indicador
de
la
forma
en
que
se
organizan
las
relaciones
de
género
en
un
contexto
particular,
el
de
la
entrada
en
las
relaciones
sexuales
y
de
pareja.
Más
ampliamente
puede
ser
concebida
como
un
momento
–decisivo,
en
opinión
de
Bozon
(2003)-
en
la
construcción
y
en
la
interiorización
de
las
relaciones
entre
los
sexos.
41
Sucintamente,
ello
puede
ser
expresado
como
una
reducción
de
la
edad
femenina
de
iniciación
sexual
conectada
a
una
sincronización
de
los
calendarios
de
hombres
y
mujeres,
del
mismo
modo
que
la
instalación
de
una
separación
entre
las
edades
de
entrada
en
la
sexualidad
activa
y
de
iniciación
de
relaciones
conyugales,
a
su
vez,
más
tardías
en
las
nuevas
generaciones
En la interpretación sobre las edades más tempranas de la iniciación sexual en la sociedad chilena
por parte de algunos/as investigadores/as se combinan y articulan dos fenómenos, uno biológico y
otro cultural: una maduración sexual que activa impulsos e impele a su realización, y agencias
culturales que producen una hiper-erotización ambiental, y que por ello provocan sobre los sujetos
adolescentes la estimulación e incitación en una condición de alta activación sexual de sus
organismos.
En sentido contrario, no interpretamos la iniciación sexual menos como fruto de la interacción entre
maduración sexual y estimulación ambiental, sino como fruto de prescripciones culturales y
patrones sociales que organizan las edades de las uniones, la conformación de familia, la
fecundidad, etc.
En el mundo hay unas sociedades en las cuales la socialización sexual y socio-afectiva se orientó
tradicionalmente a que las mujeres formasen uniones (Con hombres ostensiblemente mayores) y
estuviesen en condiciones de procrear lo más próximamente a la pubertad -a evitar su retardación-.
En esas sociedades, al mismo tiempo, no existía una prescripción social intensa para que los
hombres jóvenes se iniciaran sexualmente en las mismas edades ni en las mismas condiciones
que las mujeres, aunque éstos tenían por lo general un periodo de vida sexual pre-marital. Se trata
de una orientación, en general, la edad de iniciación sexual fue más tardía en los hombres y más
temprana en las mujeres. Este modo cultural de iniciación sexual ha sido prevalente
tradicionalmente en Africa sub-sahariana (Por Ejemplo en Mali, Senegal o Etiopía).
Otras sociedades en el mundo se caracterizaban por una proximidad de las edades de iniciación
entre hombres y mujeres, tardía para ambos. La socialización sexual y socio-afectiva se orientó
tradicionalmente a la formación tardía de uniones. Este modo se lo encontraba tradicionalmente en
algunas sociedades de Asia como Singapur o Sri Lanka, China y en Vietnam; también en
sociedades católicas no latinas como Polonia y Lituania. En otras sociedades europeas de Europa
del Norte, también Suiza, Alemania o República Checa existe una tradición de iniciación sexual
similar para hombres y mujeres y más temprana que en las sociedades del resto del continente.
En la Encuesta Nacional de Juventud de 2006, un 71.9% de jóvenes entre 15 y 29 años que han
tenido relaciones sexuales declara haber experimentado, no obstante, caricias sexuales, 74.8% de
los hombres y 68.8% de las mujeres. 39.5% de las y los adolescentes entre 15 y 19 años las han
experimentado.
Se trata de un conjunto de etapas sucesivas desde el beso profundo a las caricias sobre el cuerpo
y los genitales, las relaciones sexuales sin penetración (outercourse), la penetración genital, y más
aún, a explorar otras formas de realizar los acoplamientos corporales.
Actos sexuales experimentados por los no iniciados sexualmente por sexo y edad
Total Sexo Tramos de edad
Hombre Mujer 15-19 20-24 25-29
Besos con lengua 75,9 74,4 77,1 76,3 75,4 70,2
Caricias corporales (sin tocar genitales) 51,5 53,1 50,1 50,9 52,9 55,6
Caricias sexuales (tocando genitales, sin penetración) 16,6 19,0 14,7 14,9 22,1 27,0
Sexo oral 2,0 3,0 1,2 2,2 1,5 1,9
Ninguna de las anteriores 18,6 18,8 18,5 19,0 16,2 21,2
No responde 1,5 1,5 1,4 1,4 0,9 4,2
Total 166,1 169,7 163,1 164,7 169,0 180,2
Estas prácticas son interpretadas por algunos investigadores a veces como prácticas alternativas,
como prácticas de sexo seguro. Las sitúan en una lógica de práctica preventiva. Sugerimos que
sobre todo se trata de prácticas orientadas a la construcción de un guión sexual personal e
interpersonal
Durante la segunda parte del siglo XX se produce un descenso de las edades de entrada en la
sexualidad activa de las generaciones de mujeres, del mismo modo que muestra una oscilación
entre los hombres nacidos durante el siglo XX en la sociedad chilena (Más precisamente, desde
1929). Las mujeres y hombres nacidos en las décadas recientes en la sociedad chilena tienen unos
Por su parte, la evolución de las edades de entrada en la sexualidad activa ha tenido un curso
discontinuo y fluctuante durante el siglo XX. Los hombres nacidos entre 1929 y 1959 presentan
edades medianas de iniciación que fluctúan en torno a los 16.5 y los 17.7 años. Las generaciones
posteriores presentan una cierta estabilización en torno de los 17 años. Así, en la cohorte de
hombres nacidos entre 1960 y 1964 la edad mediana es de 17 años. En los años siguientes se
observa una leve elevación (17.3 años en la cohorte 1965-1970, 17.5 años en la cohorte 1970-1974
y 17.2 años en la cohorte 1975-1980).
MUJER HOMBRE
Mediana de Edad Mediana de edad de
Rango Intercuartil Rango Intercuartil
Cohortes de iniciación (Años) iniciación (Años)
La
Encuesta
Nacional
de
Comportamiento
Sexual
(CONASIDA/ANRS)
provee
información
de
la
población
chilena
desde
18
a
69
años
42
de
edad
en
el
tiempo
de
su
aplicación
y
la
hemos
organizado
en
cohortes
por
año
de
nacimiento,
desde
1929
a
1980,
de
forma
general
por
quinquenios
situados
en
los
diversos
decenios
del
siglo.
Por otra parte, en un sentido complementario, lo anterior conlleva una reducción de las diferencias
en las edades respecto de los hombres. Asistimos a una reducción de la brecha entre los sexos en
las generaciones más jóvenes. La evolución de las edades de entrada en la sexualidad activa
conlleva –o es expresiva de- una reducción de la asimetría entre los géneros que caracterizó a las
generaciones más antiguas. Ello produce el efecto de una sincronización en los calendarios de
entrada a la sexualidad activa de hombres y mujeres en las nuevas generaciones (Lagrange et
L’homond, 1997). Por cierto, esta sincronización temporal de las primeras experiencias de la
sexualidad sustituye a la relativa dispersión de los comportamientos de antes, e indica la existencia
–como se verá más adelante- de nuevos procesos de construcción social de la entrada a la
sexualidad activa.
9.5. La primera pareja sexual, el surgimiento de la sexualidad no marital entre las mujeres.
Como puede observarse en el gráfico a continuación, hasta los años 1940, entre las mujeres la
primera pareja sexual se organizaba principalmente en torno a la pareja conyugal -el esposo-, y
muy secundariamente en torno al novio/pololo.43 Las generaciones de mujeres nacidas en la
década de 1940 inician una tendencia divergente entre ambos tipos de relaciones44: crece
sostenidamente hasta las últimas décadas del siglo XX la presencia del pololo o novio al tiempo
que disminuye progresivamente, sin estabilizarse aún, la del esposo, produciéndose en las
décadas siguientes una substitución casi plena del esposo por el novio o pololo –90% para las
nacidas entre 1975 y 1980. La inflexión que inicia tal mutación corresponde a las mujeres que
hacen su entrada en la sexualidad activa en la primera parte de la década de 1960, transformación
que incluso precede al descenso de las edades de iniciación sexual.
En
la
cohorte
de
mujeres
nacidas
entre
1935
y
1939,
el
65.7%
se
iniciaba
con
el
esposo.
43
Entre
las
mujeres
nacidas
entre
1940
y
1944,
el
pololo/novio
se
eleva
a
41.5%,
entre
1950
y
1954,
el
pololo/novio
alcanza
a
56.5%
y
44
continúa elevándose en las décadas siguientes. En la cohorte de 1965 y 1969, un 74.4% se iniciaba con el pololo o novio,
Como puede verse en el gráfico a continuación, para los hombres de todas las generaciones
estudiadas, en cambio, la entrada en la sexualidad activa no se inscribe en modo alguno en el
marco de la pareja conyugal. Antes de la década de 1960 existe una gran diversidad y variabilidad
de primeras parejas sexuales. Son parejas oscilantes en esos años: Recién conocida, prostituta45,
amiga, novia o polola. La primera relación sexual en los hombres nacidos hasta la década de 1950
se produce en dos contextos: uno que articula ocasionalidad y sociabilidad en una incorporación de
amiga, trabajadora sexual y recién conocida -un tipo de sociabilidad diversa, muy próxima a la
ocasionalidad-; y un marco de pareja afectiva, a gran distancia de la conyugalidad.
A partir de los nacidos a mediados de la década de 1960, la primera pareja sexual se estabiliza en
dos tipos de parejas: una basada en la sociabilidad de la amistad, bajo la figura de la amiga, y otra
basada en torno a la pareja afectiva no conyugal -la novia o plolola. Se rediseña la sociabilidad
anterior: la recién conocida y la trabajadora sexual, un tipo de primeras compañeras sexuales de
los hombres de las generaciones mayores, se reconfiguran sobre una articulación de distancia
afectiva y proximidad social en la figura de la amiga, que se conserva en la actualidad, y se
incrementa el contexto amoroso: probablemente, aunque no están diferenciadas en el cuestionario,
la pareja afectiva no conyugal evolucionó desde la novia a la polola.
Hace algunos años una estudiante secundaria del Liceo José Francisco Vergara, de Viña del Mar,
en la V Región presentó una denuncia por discriminación a la autoridad de educación. El objeto de
la discriminación habría sido una conducta interpretada institucionalmente como manifestación de
45 La Encuesta CONASIDA/ARNS utiliza en el instrumento el término prostituta por su mayor capacidad de ser comprendido por las y los
entrevistados en ese momento en el país. Sin embargo, en adelante usaremos el de trabajadora sexual.
Estas experiencias nos interrogan acerca de la existencia de una transformación en las prácticas
sexuales y generizadas, y auto-definiciones identitarias, de la visibilización de lo minoritario sexual
y ampliación de derechos sexuales y relacionales. También constituyen un desafío a las y los
investigadores para la comprensión de las experiencias para las personas y familias. Las
comunidades escolares están desafiadas a generar condiciones para transformarse en
comunidades inclusivas.
En una aproximación más clásica del desarrollo, en la adolescencia podrían producirse prácticas,
afectos, atracciones que eran interpretadas como transitorias, confusiones temporales en la
construcción de la identidad sexual adulta. En las últimas décadas, se ha asumido una
especificidad del desarrollo de gays y lesbianas, sin embargo, presentaría una cierta linealidad en
una progresividad que comienza en la niñez con la atracción por el mismo sexo, seguido de la
conducta sexual por el mismo sexo durante la adolescencia temprana, culminando en la
autodefinición en la adolescencia tardía o en la madurez joven (Fox, 1996). Esta formulación, no
obstante, no considera las identidades variables; más recientemente se reconoce la bisexualidad
como una identidad sexual no transitoria (Diamond, 1998: Doll, 1997; Fox, 1996).
• Estadio II: Confusión de Identidad y Negación. Durante esta fase los jóvenes tienden a no
enfrentar sus sentimientos y deseos, como mecanismo de defensa y protección ante lo que no
pueden afrontar psicológicamente46. Puede aparecer un auto-rechazo de sus sentimientos y
atracciones.
• Estadio IV: Experimentación, exploración e intimidad. Esta etapa se define como una exploración
de la vivencia homosexual. Es una fase caracterizada por la búsqueda de apoyos de socialización
con los iguales.
• Estadio VI: Manifestación. Este es un proceso que puede durar toda la vida o un tiempo corto.
Los/ las adolescentes necesitan decidir cuándo y a quién revelar su homosexualidad. Si la
manifestación de la homosexualidad es una etapa en el proceso de salida del armario, la revelación
puede convertirse en un proceso interminable cada vez que la persona va entablando nuevas
amistades heterosexuales.
• Estadio VII: Consolidación e identidad: El/la joven se percibe como un ser global. La orientación
sexual deja de sentirse como un componente único de la identidad. La persona automatiza su
identidad sin necesidad de estar en un continuo proceso de análisis, es una perspectiva más
integradora y normalizada.
Según Herdt (en Blumenfeld, 2005) existen otras variables implicadas en el proceso de “salida” que
desarrollan los adolescentes y jóvenes. Así, puede señalarse, en primer lugar, que los(as)
adolescentes con comportamiento de género no convencional o atípico y con experiencias
homosexuales tempranas tienden a vivir el proceso de modo más rápido, pues las probabilidades
de esconderlo son menores. Esto genera en el/la joven una menor confusión en su identidad de
orientación sexual. Aquellos(as) que, sin embargo, han tenido comportamientos de género acordes
a lo esperado socialmente y han mantenido experiencias heterosexuales inicialmente, tienden a
tener un mayor grado de confusión en su identidad de orientación sexual.
46
Algunos/as
adolescentes
verbalizan:
“podría
ser
homosexual,
pero
también
podría
ser
bisexual”,
“quizás
solo
sea
algo
temporal,
una
fase”,
“mis
sentimientos
solamente
son
hacia
esta
persona,
en
este
caso
es
una
mujer,
pero
esto
es
algo
excepcional”.
En tercer lugar, el proceso de salida en los jóvenes de forma saludable está vinculado a la mayor
visibilidad existente y al grado de apoyo recibido por la comunidad homosexual. Lo que implica que
en lugares carentes de estos apoyos, como son los entornos rurales, resulta más complicado. Esta
etapa puede ser especialmente difícil para los jóvenes que conviven al interior de identidades
étnicas, raciales y religiosas, pues genera un sentimiento de una identidad ya construida por otra
diferente, en lugar integración de ambas. En cuarto lugar, el mayor riesgo en materias tales como
depresión, abuso de sustancias, suicidio, violencia sexual, etc., están relacionados más con el
estigma y rechazo que con la propia confusión y capacidad de mantener relaciones íntimas.
Peter-Paul Heinemann47 describió cómo los/as niños/as en grupo no sólo se relacionan de modo
constructivo, sino que también pueden desarrollar dinámicas en las que ejercen violencia física o
mental, hostigamiento y marginación con alguno/a o algunos/as de sus compañeros/as. Patricia
Donoso (2000) define matonaje como la discriminación que se ejerce grupalmente contra algún
miembro de la comunidad escolar excluyéndolo de la convivencia grupal. El matonaje es violencia
grupal indebida, provocada por el deseo de causar malestar a una persona. Este malestar incluye
desde ofensas sutiles hasta la violencia física. El matonaje es expresión de dinámicas grupales
antes que de la voluntad individual.
El bullying homofóbico consiste en el maltrato a las personas por su orientación sexual (Rivers,
1995). Podemos hablar de bullying homofóbico cuando el discriminado es una persona que
autodefine (no necesariamente de manera pública) como homosexual. La orientación sexual sólo
puede ser definida por el sujeto en cuestión: no podemos definir a otro/a como homosexual sin que
éste se designe a sí mismo como tal. La determinación de la orientación sexual no opera como un
“diagnóstico” que pueda ser “detectado” por otro. Surge en un proceso de construcción subjetiva de
la identidad de las personas. El matonaje se dirige a mujeres y hombres adolescentes que así se
auto-definen. También se dirige a adolescentes que son percibidos como atípicos en su adecuación
a la tipificación social genérica. En términos de magnitud el mayor maltrato se produce en relación
con estos/as adolescentes. También probablemente es el maltrato experimentado desde etapas
anteriores a la adolescencia.
Las formas de bullying o matonaje son diversas, sutiles y manifiestas, usan métodos antiguos y
nuevos: a.) Maltrato físico: empujones, puñetazos, patadas, agresiones con objetos, y ataques a la
propiedad; b.) Maltrato verbal: poner sobrenombres, insultar, ridiculizar, amenazas, intimidación,
descalificaciones y menosprecios en público; c.) Maltrato psicológico: mediante acciones
encaminadas a minar la autoestima del individuo y fomentar su sensación de inseguridad y temor;
47 Heinemann En: Donoso, Patricia: El matonaje: la discriminación grupal que margina. En: Magendzo, Abraham; Donoso, Patricia
(Eds.):
Cuando
a
uno
lo
molestan….
Un
acercamiento
a
la
discriminación
en
la
escuela.
Santiago.
LOM
Ediciones
/
PIIE.
Primera
edición,
noviembre
de
2000.
Las conductas de acoso suelen repetirse en el tiempo de forma reiterada para que puedan ser
consideradas como tales. Además, su mantenimiento las consolida y hace más dañinas. Entre las
víctimas y los agresores suele darse siempre un desequilibrio de poder, bien sea físico, psicológico,
de status social o de otro rango48. Los/as hostigadores generalmente justifican su actuar en la
medida que consideran que el/la hostigado/a (el que sufre el matonaje) presenta una conducta
provocativa, lo cual puede tener algo de verdad o ser sólo imaginación. Los actos de intimidación o
matonaje se producen en su mayoría lejos del alcance de los adultos y más dentro que fuera del
recinto escolar. En las escuelas los lugares preferentes de ocurrencia son la clase sin profesor/a,
los recreos sin vigilancia, los pasillos y la clase con profesorado, en este orden.
Todas las conductas de acoso producen efectos dañinos a corto, medio y largo plazo en quien la
sufre y también consecuencias negativas en el resto de los/as participantes. Aunque exista un
blanco directo sobre quien el agresor dirige sus ataques, indudablemente el bullying afecta a todos
los participantes, víctimas, agresores/as y testigos.
a. Para la víctima: Es para quien tiene consecuencias más nefastas ya que puede desembocar en
fracaso y dificultades escolares, niveles altos y continuos de ansiedad, insatisfacción, fobia a ir al
colegio, riesgos físicos, y en definitiva conformación de una personalidad insegura distante del
desarrollo integral de la persona. La imagen que tienen de sí mismos/as puede llegar a ser muy
negativa en cuanto a su competencia académica, conductual y de apariencia física. En algunos
casos puede desencadenar reacciones agresivas e intentos de suicidio.
b. Para el agresor/a: Puede suponer para él/ella un aprendizaje sobre cómo conseguir los objetivos
y, por tanto, estar en la antesala de la conducta delictiva. Con ello, el agresor/a consigue un
reforzamiento sobre el acto de dominio-sumisión como algo bueno y deseable y, por otra parte, lo
puede instrumentalizar como método de tener un estatus en el grupo, una forma de reconocimiento
social por parte de los demás. Si ellos/as aprenden que esa es la forma de establecer vínculos
sociales, generalizarán esas actuaciones a otros grupos en los que se integren, donde serán
igualmente molestos/as. Incluso, cuando vayan a conformar relaciones de pareja, pueden extender
esas formas de dominio y sumisión a la convivencia doméstica, como los casos que
lamentablemente sufren muchas mujeres.
48 Avilés Martínez, José María: Op. Cit.
Si los padres y madres de los y las adolescentes de hoy han nacido entre las décadas de 1960 y
1970, con seguridad habrán tenido un acercamiento precario a la prevención en sus primeras
relaciones sexuales; sólo uno de cada cuatro la habrá experimentado en su propia vida. Las
trayectorias preventivas de ambas generaciones –de padres y de hijos- son distintas: Una
generación hace una entrada a la práctica preventiva más tardía, la otra está demandada a hacerla
más temprana; una estuvo más orientada al embarazo no previsto, la otra se encuentra presionada
también por la existencia del sida.
Ello es manifiesto en los niveles de uso de la tecnología anticonceptiva médica en las generaciones
que hicieron su entrada en la sexualidad activa en las distintas generaciones. Las generaciones de
hombres y mujeres nacidos antes la década de 1950 en Chile, homogéneamente no usaron –o,
más precisamente, lo hicieron sólo uno de cada veinte; en la generación nacida en la década
siguiente, es decir, de 1950, lo hace uno de cada diez, y lo hacen principalmente las mujeres; entre
las personas nacidas en la segunda parte de la década de 1960 y en la de 1970, uno de cada
cuatro usa tecnología.
Una progresión importante se experimenta en una etapa muy temprana del proceso, en el periodo
en que se está aún con la primera pareja sexual. En el cuadro a continuación, en la Encuesta
UCHILE/CONASIDA (2005) puede observarse esta evolución. Un 28 de mujeres y 26 de hombres
que no habiendo usado la primera vez, incorporan la tecnología preventiva inmediatamente
después. En sentido contrario, existe un 3% de mujeres y un 17% de hombres que habiendo usado
la primera vez, la abandonan inmediatamente después.
Sugerimos que una primera relación desprotegida puede constituirse en una experiencia personal o
interpersonal de temor y remordimiento. Cuando a una relación desprotegida le sigue un retraso en
la regla menstrual, la experiencia de temor ante la probabilidad de un embarazo no previsto
activaría una evaluación crítica y remordimiento sobre la desprotección que le precedió. Eso genera
unas disposiciones subjetivas favorables a la práctica preventiva.
CUADRO 1
El condón es el método más usado la primera vez. Un 88.8% de los que previenen la primera vez lo
usan; en la última relación desciende su uso a 42.6%. La píldora es el segundo método más usado.
Al revés del condón, su uso asciende. Un 14.8% de los que previenen la primera vez, la usan; en la
última vez aumenta su uso a 38.2%. Se incorpora el DIU. Un 0.9% lo usan en la primera vez; en
última vez su uso alcanza a 15.1%.
49 Véase la Encuesta Nacional de Comportamiento Sexual (CONASIDA/ANRS, 1998), las encuestas nacionales de juventud (INJUV, en
sus
versiones
de
1997,
2000,
2003
y
2006),
el
Estudio
de
Mercadeo
Social
del
Condón
(CONASIDA/Demoscópica
y
Fondo
Global
de
Lucha
contra
la
Tuberculosis,
la
Malaria
y
el
SIDA,
2005)
Una práctica preventiva instalada por un o una adolescente en su vida sexual puede desestabilizarse.
Existen diversas situaciones en las cuales la práctica preventiva que opera en la normalidad se
desestabiliza.50 Un tipo de situación sexual en que la práctica preventiva se desestabiliza es la crisis
en el pololeo.
Una pareja de adolescentes que ha construido un guión compartido de protección y que ha decidido
usar una tecnología la píldora, la usa como un método para la estabilidad de la práctica sexual -de uso
sistemático y recursivo, día a día– en un contexto que así la incorpora –la relación de pareja, que es
continua. La píldora en su sistematicidad sigue al ritmo de la continuidad de la relación de pareja.
Cuando la última .la relación- se vuelve discontinua introduce una misma tensión en la en la primera –
la píldora- que la acompañaba en la práctica sexual.
En el devenir de una relación de pareja puede sobrevenir una crisis: una ruptura entre los miembros
de la relación que procede como un distanciamiento ambiguo y una ambivalencia emocional. La crisis
desestabiliza la práctica sistemática en su adherencia al método: su uso permanece a la espera de
una resolución de la crisis, pero a medida que pasa el tiempo se vuelve irregular, hasta que finalmente
se abandona.
50 Entre otras situaciones, puede suceder en una situación de consumo excesivo de alcohol u otra sustancia ilícita.
Una imagen expresa de mejor manera la idea que queremos formular a propósito de una
experiencia necesaria en una etapa de entrada en una práctica de coordinaciones, reconocimiento
del cuerpo, de las emociones, los significados. Proponemos la imagen del “planeador”, el aparato
deportivo que permite a un sujeto volar por cerros y valles, costas y desiertos, sin urgencia y sin
prisa, que sobrevolando una y otra vez un territorio, organiza sus coordenadas y conoce sus
evoluciones. A distancia lo conoce. Si un día fuera a alguno de los cerros, valles, costas o
desiertos que sobrevuela, reconocería sus coordenadas fundamentales, se encontraría en un
territorio por él mapeado.
Sugerimos que al territorio del sexo puede arribarse mejor al modo de un planeador. Esta
formulación opera sobre una crítica a dos elaboraciones sociales prevalentes sobre este proceso.
Vamos a sugerir una denominación para éstas; la tesis del momento o la oportunidad y la tesis de
no se piense. La primera sostiene que el sexo en la vida de un o una adolescente sobreviene,
afirma su espontaneidad y su fuerza instintiva o pasional, asume que no es programable, que es
susceptible de ser provocado por el amor en las mujeres y siempre activado en los hombres, que
no existe finalmente control posible, que acaecerá cuando tenga que ser. La segunda elabora el
sexo como tentación, que puede ser controlado poniéndolo fuera del pensamiento; si no se piensa
en él no sucede. En ambas aproximaciones no cabe la conversación, por innecesaria, por
incitadora.
Como hemos mostrado precedentemente, el nivel de uso inicial de método es bajo en Chile (44.7%
usa en primera vez; 47% los hombres y 42.1% las mujeres), sin embargo, crece posteriormente
(72.4% usa en última relación sexual; hombres usan 69.3%; las mujeres, 75.9%. El nivel de
protección inicial, así como el tránsito posterior son expresivos de una escasa planeación.
Existe una relación directa entre el tipo de relación que se tiene con la otra persona implicada y los
niveles de conversación que precede a los primeros actos sexuales. Así, la iniciación en contexto
de una pareja presenta superiores niveles de conversación (70.3% en hombres y 65.8% en
mujeres) que en contextos de amistad y de ocasionalidad (recién conocidos), que presentan niveles
relativamente similares (entre 32.1% y 40.4%).
Entre las mujeres los niveles de conversación tienen una relación directamente proporcional con
las edades en que se produce la iniciación sexual; en los hombres, estos permanecen
relativamente constantes. Cuando se inician a los 15 años, la conversación alcanza a 42% en las
mujeres; cuando se inician a los 18 años, la conversación alcanza a 73,5%.
Las conversaciones que preceden a las interacciones sexuales entre los y las adolescentes se
orientan a coordinarse primero normativamente para una práctica preventiva; luego, a generar un
guión compartido de auto y mutuo cuidado.
Un o una adolescente puede tener o no tener relaciones sexuales en ese momento de la vida.
Ambos comportamientos son opciones legítimas, más o menos legítimas según las valoraciones
personales y de sus familias y comunidades. Tener uno u otro comportamiento puede ser una
elección interna o una indicación de su familia o comunidad. En la sociedad chilena, como hemos
mostrado antes, una de cada veinte mujeres jóvenes inicia su actividad sexual en el matrimonio.
Cualquiera sea el caso, su implementación requiere de un proceso de decisión. En su caso, es un
proceso de constantes decisiones. Esto, porque la sexualidad en esa etapa de la vida no tiene
necesariamente los contextos estabilizados, como tiende a ocurrir con los adultos.
Tener y no tener relaciones sexuales en ese momento de la vida tienen exigencias de gestión
importantes. No basta con elegir abstenerse para que sea sostenidamente así. Tampoco basta con
elegir tener sexo protegido para que sea realmente así. Ambas opciones son, en un sentido,
provisionales, situacionales.
Cualquiera sea la decisión a la que arribe un o una adolescente -sea estar sexualmente active/a o
no tener relaciones sexuales- para su implementación y sostenimiento en todas las situaciones
demanda de él o ella siempre una planeación.
El embarazo adolescente constituye un problema social tanto por sus efectos biográficos sobre las
mujeres –reduce drásticamente sus posibilidades y oportunidades de estudio, de trabajo, de
movilidad social, de realización personal, de ejercicio de derechos-, por sus efectos sobre los hijos
e hijas –puede afectar drásticamente las condiciones de la crianza, de socialización y de inserción
social-, como por la estratificación sociocultural a la cual está asociada.
El embarazo adolescente51 es aquel que sucede en la segunda década de la vida de una mujer,
edad en la cual resulta social y culturalmente extemporáneo. Esto, en el entendido de que no
constituye una edad para procrear, sino una edad para crecer y desarrollarse. A pesar de que
tradicionalmente esta fue considerada una edad adecuada para la maternidad, progresivamente en
nuestra sociedad se ha ido considerando problemático el embarazo para el desarrollo personal y
social de las mujeres y sus hijos e hijas, para el ejercicio de sus derechos, para la equidad en las
relaciones de género, para su plena integración social.
Para su estudio se utiliza como indicador la fecundidad de las mujeres entre 15 y 19 años de edad,
que corresponde a los nacidos vivos de las mujeres entre estas edades. En este indicador se
incluye la fecundidad de las mujeres menores de 15 años, y deja fuera, todos aquellos embarazos
que no llegan a término (Principalmente abortos) así como aquellos que comienzan a los 19 años y
finalizan a los 20.
El último Censo nacional del año 2002 indica que el 12.3 de las jóvenes entre 15 y 19 años declara
tener hijos, es decir, ese segmento de mujeres, que alcanza a 77,29 por mil mujeres, se encuentra
experimentando biográfica y socialmente la condición de maternidad adolescente.
51 Según la definición de la OMS, adolescencia es la etapa de la vida, que transcurre entre los 10 y los 19 años de edad, en la cual se
completa
la
maduración
sexual,
la
independencia
psicológica
y
se
transita
desde
una
dependencia
a
una
independencia
económica
y
social,
a
lo
menos,
relativa.
Al respecto, en Chile, la información disponible evidencia una enorme distancia entre comunas de
estratos populares y las otras en la proporción o aporte a las tasa de fecundidad por parte de las
mujeres adolescentes. En la RM, en sus extremos, en La Pintana, uno de cada 4 niños/as que nace
tiene por madre a una adolescente, mientras en Vitacura, sólo uno de cada 126 niños nace bajo
esa condición materna.
En estudios de seguimiento, se ha observado que los hijos de madres adolescentes tienen más
probabilidades de desnutrición, menores niveles de estudio, mayores probabilidades de colocación
en servicios de menores y mayores riesgos de maltrato infantil, presentan mayores riesgos de
problemas en la infancia y la adolescencia53. Entre aquellas mujeres que han sido madres
adolescentes existe un mayor riesgo de que su hija sea madre adolescente también, ya que puede
existir reincidencia generacional54.
Por otro lado, la maternidad adolescente ha sido asociada a condiciones de pobreza en cuanto da
lugar a una jefatura de hogar femenina55. En general se ha establecido la existencia de tres
conjuntos de factores que determinan la mayor pobreza de los hogares con jefatura femenina, en
comparación con los hogares con jefatura masculina:
• Los hogares con jefatura femenina son más pobres que los que tienen jefatura masculina porque,
tienen que sustentar comparativamente a más dependientes; tienen menos adultos que contribuyan
económicamente.
52
UNFPA.,
FLACSO
Chile.
(2007),
Salud
Sexual
y
Reproductiva
en
Chile
2007:
actualización
de
datos
estadísticos.
53
SERNAM-UNICEF,
Julio
1992.
54
Nadia
Núñez.
(1993)
“Muñecas
por
niñas”,
en
Rompan
Filas
28,
Nº
109.
En
http://serpiente.dgsca.unam/rompan/40/rf40d.html
55
Véase
Buvinic,
Mayra.
(1990).
“La
Vulnerabilidad
de
los
Hogares
con
Jefatura
Femenina:
Preguntas
y
Opciones
de
Política
para
América Latina y El Caribe” CEPAL. Santiago, Chile.
Por otro lado, Olavarría (2008) plantea que dentro de la población de adolescentes embarazadas
de los quintiles de más bajos ingresos, destaca que la mayor parte (67) pertenecen a hogares
extendidos, vale decir, conviven con otros parientes, además de uno o ambos padres y/o
hermanos/as. Esto en contraste con la población de adolescentes no embarazadas, pertenecientes
a los mismos quintiles, las que en su mayoría son parte de hogares nucleares (60,1), es decir, vive
con uno o ambos padres y/o hermanos/as.
La situación de las estudiantes embarazadas o madres respecto del sistema escolar formal puede
ser formulada como una estructura que vincula a un sujeto (la estudiante) y una institución (el
sistema escolar). Por ello mismo, por un lado, se expresa una subjetividad (una vida) expuesta a la
experiencia del riesgo de la exclusión de uno de sus caminos principales de realización biográfica
(la educación); y por otro lado se expresa una institución (una estructura cristalizada de respuestas
habituales) con capacidad para tomar decisiones que pueden abrir o cerrar el liceo (o la educación)
como camino biográfico disponible para las estudiantes embarazadas.
Puede sugerirse que existe una doble dirección en la relación entre la maternidad adolescente y el
nivel de escolarización. Por una parte, el embarazo a edades tempranas puede tener como
consecuencia la deserción del sistema de educación formal. Por otra parte, el bajo nivel de
instrucción, asociado al no ingreso o deserción temprana del sistema de educación formal por
razones distintas a la maternidad, pueda generar condiciones para la ocurrencia de un embarazo a
edades tempranas.
Según datos del INE 2005, mientras un 78% de las adolescentes que no son madres asisten a un
establecimiento educacional, sólo un 5% de las que son adolescentes madres lo hacen56.
Lo anterior constituye una tensión crítica para la continuidad en la escuela: abandonar la escuela
en vistas a trabajar, con un horizonte reducido de opciones para ingresar al mercado laboral y
ocupar empleos precarios; si la incursión en el mercado laboral es exitosa, es decir, logra un
empleo, no logrará generar recursos para retornar a la escuela; quedan así ubicadas en sectores
precarios del mercado laboral, sub-calificados e inestables. Si fracasan, una vez hecha la
deserción, quedarán en sus casas al cuidado de los hijos y responsables del trabajo doméstico
como una forma de contribuir a la economía familiar. Sapelli y Torche (2004), plantean que a
medida que aumenta la edad, crece la deserción escolar por la mayor posibilidad de conseguir
trabajo. De igual manera, mientras más bajos sean los ingresos de la familia, más alta es la
probabilidad de que un adolescente deje de estudiar, por ende, mayor deserción.
El abandono escolar, al interferir con las opciones de educación, capacitación y desarrollo de las
adolescentes, especialmente las de los sectores más pobres, dificulta la salida de ellas, de sus
hijos y sus familias del denominado círculo vicioso de la pobreza. En este sentido, las mujeres
tienen mayor probabilidad de desertar al sistema escolar que los hombres, aunque estar en
situación de maternidad o paternidad aumenta las posibilidades de abandono escolar, ocurriendo
en muchos casos, durante el embarazo, lo que en algunos casos se traduce en el no retorno a los
estudios. La necesidad de generar ingresos impulsa a muchas adolescentes a una temprana
incorporación a la fuerza laboral sin estar previamente capacitadas para ello. Lo anterior las lleva a
buscar y permanecer en trabajos precarios y mal remunerados y con posibilidades escasas de
mejorar su situación en el futuro.57 En este sentido, Beyer (1998), plantea que la baja escolaridad
aumenta la probabilidad de estar desempleado. Asimismo, una adolescente que ha desertado del
sistema educacional para insertarse en el mercado laboral, irá adquiriendo experiencia a lo largo de
la vida, sin embargo, al tener un bajo nivel educacional, sus ingresos crecerán sólo marginalmente.
Según estimaciones de Olavarría (2008), casi tres cuartas partes de adolescentes embarazadas no
asistían a un establecimiento educacional en el año 2006. Asimismo, las adolescentes
embarazadas sí se encontraban estudiando, en comparación con el grupo total de estudiantes,
contaban con tres características: a) mayor situación de carencia económica, B) menor acceso a
sistemas de protección; C) pertenencia a familias extensas y responsabilidades mayores al grupo
de estudiantes de la misma edad.
Cuadernillo
temático:
Análisis
de
la
Sexualidad
y
Maternidad
adolescente
en
Chile.
INE.
Agosto,
2005.
Chile.
56
Electra
González;
Adolescente
embarazada.
Aspectos
Sociales.
En:
Embarazo
en
adolescentes.
Diagnóstico
en
1991;
57
UNICEF/SERNAM. Santiago, 1992.
En la última década del siglo XX, el Estado chileno ha generado y perfeccionado una normativa
tendiente a asegurar la permanencia de las adolescentes embarazadas/madres en el sistema
escolar formal y ha tendido a buscar los medios a través de los cuales puede constituirse en un
mecanismo eficaz para la permanencia de las estudiantes embarazadas y madres en dicho
sistema.
La normativa vigente, así como las acciones de instituciones y personas expresa la disposición de
la sociedad y del Estado chileno a proveer medios concretos a través de los cuales los/as jóvenes
escapen a las determinaciones ambientales restrictivas y puedan desplegar sus proyectos de vida,
especialmente los pertenecientes a los estratos sociales populares; a reducir los daños del
embarazo y la maternidad y asegurarles igualdad de oportunidades y derechos a las mujeres
jóvenes, ampliar el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos de las y los adolescentes y
jóvenes; a prevenir los riesgos y promover los derechos de los niños y niñas nacidos en esta
particular condición de maternidad.
Según el inciso tercero del Artículo 2º de la ley Nº 18962, que regula el estatuto de las estudiantes
en situación de embarazo y maternidad, es un derecho para ellas ingresar y permanecer en la
educación básica y media, no pudiendo ser objeto de ningún tipo de discriminación, así como
tampoco ser presionada u obligada a cambiar de jornada o curso producto de la situación de
embarazo o maternidad. De igual manera, el establecimiento educacional debe proporcionar todas
las facilidades académicas necesarias a la estudiante en esta condición para asistir a
establecimientos de salud para el control prenatal periódico, así como controles post parto y los que
requiera el lactante. Con ello se pretende evitar la deserción escolar de un segmento de jóvenes
mujeres a causa de la maternidad, asegurarles oportunidades de desarrollo y promover contextos
escolares, familiares y sociales, más globalmente, no discriminatorios, responsables y
humanizados.
En los últimos años, el MINEDUC ha ido desarrollando una estrategia de apoyo a la permanencia
de las adolescentes embarazadas y madres en el liceo, compuesta por un conjunto de
orientaciones referidas al diseño, implementación, operación y evaluación de un programa de
acompañamiento y apoyo psicosocial ofrecido en el contexto del sistema escolar, al que se
integra una conexión con servicios y beneficios existentes en las redes estatales locales, dirigido a
adolescentes embarazadas y madres destinados a favorecer su retención y permanencia en el
sistema escolar. El objetivo central de esta estrategia, es producir la mayor compatibilidad
alcanzable ente la función materna y la condición de estudiante en aquellas adolescentes de
estratos sociales populares en situación de embarazo o maternidad, de modo de inhibir los
efectos negativos de la maternidad temprana sobre el desarrollo personal y social de las mujeres,
sus hijos/as y familias.
En este sentido, la estrategia contempla la provisión de apoyo psicosocial para crear las
capacidades de funcionamiento básico de las adolescentes ante el acontecimiento del embarazo
y ante la función materna a desarrollar; además, propone desarrollar acciones tendientes a
facilitar el acercamiento de las estudiantes embarazadas y madres a la oferta de servicios y
beneficios que necesitan y que son ofrecidos por la red; asimismo, la estrategia propone generar
las normativas que contribuyan a crear condiciones de flexibilización y adecuación institucional a
Construir compatibilidad
Puede sugerirse que el trabajo que se realice con las estudiantes ha de focalizar en un conjunto
amplio de dimensiones -las cuales definen aspectos específicos a considerar prioritariamente en la
intervención-, diversos ámbitos de intervención –actores, relaciones, territorios e instituciones a los
cuales implica directa o indirectamente-, un conjunto de criterios y principios que orientan la acción,
así como un conjunto de ideas-fuerza que sintetizan los sentidos y propósitos de la intervención.
Las dimensiones propuestas son las siguientes: inclusión a la comunidad escolar (pertenencia e
identificación con la comunidad escolar y la inclusión de la estudiante hacia ésta); inclusión al
grupo de pares (pertenencia e identificación al grupo de pares); compromiso con el aprendizaje
(razones y emociones que mueven al sujeto a querer estudiar, incorporarse y permanecer en el
liceo, a desplegar esfuerzos y adquirir una disciplina que sea compatible con el logro de éxitos en
sus aprendizajes y rendimientos); estudio compatible (promover los ajustes personales,
familiares, institucionales y comunitarios para que resulte posible la compatibilización de la
maternidad y la asistencia al liceo); compromiso con la maternidad (compromiso de las
estudiantes con su maternidad, es decir, con la relación con su hijo o hija, y con las funciones y
vínculos en ella implicados); legitimidad (La situación de las estudiantes embarazadas y madres
habitualmente supone una vulneración de los derechos del/la niño/a. Una persona hace efectivo un
derecho cuando lo conoce, lo valora y tiene los medios para exigir su cumplimiento. Por eso,
promover los derechos como parte del proceso educativo es crucial); soporte familiar (promover
Finalmente, puede sugerirse que el desafío institucional que enfrenta el sistema educacional
respecto del embarazo y maternidad adolescentes es el de construir una compatibilización entre
maternidad y educación que haga posible el éxito escolar en condiciones de pobreza.
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