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La Edad Media
El efecto jurídico más inmediato de la caída del Imperio romano occidental fue la
difusión de una forma de producción del derecho no estatalista ni legalista, sino
eminentemente consuetudinaria, que se manifestó en el alto grado de pluralismo
jurídico.
La idea imperial
La institución del Sacro Imperio Romano, que partió de la idea de la translatio imperii a
los emperadores carolingios, es decir, la idea de la transmición a éstos del título de
emperador del Imperio romano occidental. De aquel Sacro imperio se comienza a
hablar a partir del siglo x con Oton I, cuando la condición del rey germánico y la de
emperador romano empiezan a coincidir bajo el nombre de Sacro imperio romano
germánico. Esta idea imperial respondía al modelo de Europa como universitas
christiana y fue más una construcción ideológica que una realidad política.
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La continuidad entre el Imperio romano y el Sacro Imperio, sin embargo, fue
incompleta en un aspecto importante, pues en la Edad Media no sobrevivió en la
práctica la distinción romana entre el ius publicum y el ius privatum.
Durante los primeros siglos de la Edad Media el emperador, los reyes y los restantes
señores feudales ostentan de modo indiferenciado el poder político, el jurídico y el
económico, formando todos esos poderes parte de su patrimonio personal, como tal
divisible por herencia (así se dividió inmediatamente el Imperio de Carlomagno,
debilitándose enseguida).
En el plano cultural, como nada hay garantizado para siempre en la historia, tras las
invasiones germánicas la Europa occidental prácticamente volvió al estado mítico y
mágico religioso anterior al surgimiento de la filosofía en Grecia.
Por su parte, volviendo a la Edad Media, la importancia política del papado tuvo
también su manifestación jurídica en la relevancia del Derecho canónico, que se fue
desarrollando mediante costumbres y reglas de la Iglesia hasta terminar por ser
recopilado sistemáticamente hacia el 1140 en el Decreto de Graciano.
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En los anteriores procesos, que se refieren sobre todo a la Alta Edad Media, se
produce un punto de inflexión a partir del siglo XI, cuando se abre el periodo de la
llamada Baja Edad Media, que se puede dar por concluido en el siglo XVI. Este
periodo, en el que se prepara el paso al mundo moderno, puede caracterizarse
mediante tres rasgos interrelacionados:
El ius commune
El ius commune tuvo dos componentes: el Derecho romano Justiniano, relativo a los
asuntos temporales, y el Derecho canónico, formado por la doctrina de los Padres de
la Iglesia y las normas aprobadas por los concilios y los papas romanos, que, aun con
menor peso que el primero, se consideró como Derecho común para los asuntos
“espirituales” propios del ámbito eclesiástico. Se debe recordar que el proceso de
hegemonía y de unificación conseguido por el ius commune estuvo lejos de ser
completo, pues no solo coexistió siempre, en mayor o menor influencia recíproca, con
cada Derecho local, o ius propium –formado tanto por los Distintos Derechos
consuetudinarios tradicionales, generalmente de carácter municipal, como por el
Derecho real, que los distintos reyes irían sancionando cada vez más frecuentemente,
por sí solos o con el Parlamento o Cortes correspondientes-, sino que este último
terminaría siendo de aplicación preferente, quedando el ius commune como supletorio,
según el criterio jurídico lex specialis derogat generali.
El fenómeno de la recepción del ius commune fue producto del éxito de las
universidades y de la influencia de los juristas dentro y fuera de ellas. (…) Pero el éxito
no habría podido ser completo si esos mismos juristas no hubieran estado al servicio
de los príncipes medievales.
Por lo demás, conviene tener presentes las tres fases que caracterizan la evolución de
las fuentes del Derecho en el tránsito del medioevo a la modernidad:
1) Corresponde a los siglos XII y XIII, se caracteriza por el predominio del ius
commune, que es de aplicación preferente sobre otras normas.
2) Entre los siglos XIV y XVI se afirman los iura propia de los distintos reinos, ya
en formación como Estados modernos, aunque la validez de aquellos es
todavía concurrente con el ius commune.
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3) A partir del siglo XVII, fase de la independencia completa de los iura propia,
que relegan al ius commune a derecho subsidiario.
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desarrollaron también el pensamiento inductivo y sistematizador. Conforma a él,
partiendo de casos o problemas concretos y comparando distintas situaciones,
llegaban a situaciones jurídicas de validez más general.
Al modo de estudio del Derecho conocido como mos italicus, propio de los glosadores
y comentaristas, se contrapone un modo diferente, que se desarrolla en Francia y se
conoce como mos gallicus.
El mos gallicus derivó a partir del siglo XVI en lo que se conoce como jurisprudencia
elegante o escuela de los cultos. Asociándose también entonces al calvinismo frente al
catolicismo, hasta el punto de que llegó a ser condenado por la Iglesia católica.
En un principio, los glosadores fueron decididos partidarios del poder del emperador, a
quien atribuyeron el carácter de legibus solutus.
La dominación romana, extendida durante los primeros cinco siglos de nuestra era, no
dejó rastros jurídicos en Inglaterra similares a la vulgarización consuetudinaria del
Derecho romano en Alemania, Francia o España. De ahí que el sistema jurídico inglés
fuera no sólo consuetudinario y local sino también esencialmente autóctono hasta el
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siglo XI, cuando con la conquista normanda de la isla británica salvo Escocia comienza
a formarse el common law.
El common law puede caracterizarse por dos rasgos iniciales. En primer lugar, fue
también un derecho autóctono, prácticamente ajeno, a pesar de su denominación, al
ius commune de raíz romana. Y en segundo lugar, se trató de un sistema jurídico que,
aunque no sustituyó por completo a los Derechos locales, se logró imponer como
sistema jurídico centralizado (para Inglaterra y Gales) antes y en mayor medida de lo
que ocurrió con los Derechos locales en la Europa continental.
El common law es, en efecto, producto de una fuerte centralización de dos tipos: de un
lado, centralización administrativa, conseguida dentro de la jerarquización feudal por
los reyes normandos; y, de otro lado, centralización judicial, en la que resultó decisivo
el proceso de unificación de los criterios jurídicos llevado a cabo por los tribunales del
rey. El common law resultó ser así un Derecho tempranamente centralizado a partir
del siglo XII por obra de la importancia política del estamento de los jueces, en cuanto
juristas prácticos, sin apenas intervención de los juristas teóricos, una vez más a
diferencia del Derecho europeo continental.
La expresión common law contiene una fuerte ambigüedad, pues, según los contextos,
puede oponerse a cuatro tipos distintos de derecho:
Las nociones de ley y derecho (lex y ius) no coinciden por completo ni se relacionan
en el significado común q hoy damos a esas palabras.
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En Tomás, ambos tipos de leyes tienen una original unidad en cuanto forman parte de
un mismo designio, pues tanto el orden humano como el de las cosas y los animales
quedan integrados en un mismo plan divino y eterno, unificados bajo la providencia de
Dios como monarca del universo.
Dentro de la noción de ley positiva se incluyen dos clases distintas de ley: la divina y
la humana. La ley divina es la que Dios, que es quien tiene a su cargo el cuidado de la
comunidad cristiana, ha expresado o “promulgado” a través de la revelación en las
Escrituras, fundamentalmente tanto en los Diez Mandamientos como en los Mandatos
de Cristo, y que, siguiendo a Pablo Tarso, Aquino considera que coincide en buena
parte de la ley natural. La ley humana por su parte abarca a las normas promulgadas
por los gobernantes para el cuidado de la comunidad a la que dirigen.
Para Tomás de Aquino las leyes injustas no son leyes, esto es, no son válidas ni
siquiera jurídicamente. Juan Pablo II en el Evangelium vitae, considera como anti-
jurídicas a las normas positivas que declaran lícitos la eutanasia o el aborto. Para
Tomás de Aquino, las normas jurídicas positivas deben derivarse de manera directa o
indirecta a partir del Derecho natural.
La tesis de la sociabilidad natural del hombre, una vez más procedente de Aristóteles,
da por supuesto q hay una tendencia natural entre la existencia de una comunidad
política y su gobierno, de modo que si la asociación política no necesita especial
justificación, tampoco en principio lo necesita el gobierno, al menos en el sentido de
que la carga de la prueba corresponde a quien quiere mostrar que el poder político no
está justificado. En Aquino, incluso, la transición va rápidamente de la natural
sociabilidad humana a la monarquía como mejor forma de gobierno.
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La titularidad originaria del poder del pueblo. Concepciones descendentes y
ascendentes del poder
En la visión teocéntrica del mundo que tiene Tomás, el origen último del poder no
puede ser otro que divino, estando inscrito en el plan previsto por Dios para los
hombres. Ahora bien, la atribución de ese poder a los gobernantes no es directa, sino
a través del pueblo, que es su depositario originario.
En la visión tomista, el mismo origen divino del poder y el fin último de todos los
cristianos, incluidos sus gobernantes, de conseguir la salvación eterna, otorgaba a la
iglesia y, a su cabeza, al papa un papel de dirección y, de ser necesario, de corrección
del poder secular.
La que primeramente hizo su aparición fue la teoría descendiente del poder papal,
que, apoyada, sobre todo en el texto evangélico en el que Cristo da a Pedro el poder
de atar y desatar en el cielo lo que decida en la tierra, fue sustentada por los papas y
la doctrina católica medieval como justificación de la titularidad de un poder personal
universal y pleno, no solo por encima de la iglesia, piramildalmente jerarquizada, sino
también de los poderes de los príncipes seculares, sobre cuya espada, llegado el
caso, predominaba la espada de la iglesia, blandida legítimamente solo por el papa.
Aunque las concepciones descendentes del poder fueron las dominantes en la Edad
Media, Ullman destaca la creciente rivalidad de la concepción ascendente del poder,
de la que considera antecedentes tanto a la Roma republicana como al sistema de
gobierno de las tribus germánicas. Junto a ciertas formas de poder desde abajo
ejercido en entidades menores enclavadas de los reinos como las aldeas y, ya desde
el siglo XII, las ciudades y las asociaciones y corporaciones gremiales de artesanos y
comerciantes, también las instituciones feudales, sin ser en si mismas expresión de un
poder popular, contribuyeron al debilitamiento de los gobiernos reales. Por su parte,
los levantamientos de campesinos, artesanos y comunidades religiosas heréticas, que
también proliferaron a partir del siglo XII, fueron un contrapeso incómodo tanto para
los reyes como para el papado.