Vous êtes sur la page 1sur 21

Zanatta

Introducción

El titulo es de por si tan vasto y ambicioso que se presta a expectativas excesivas o distorsionadas y por ende a
desilusiones. Se infiere la inevitable renuncia a toda completitud. Este libro ofrece una peculiar clave de lectura de la
historia latinoamericana, que el lector no tendrá en dificultad descubrir. Se aproxima a Latinoamérica adoptando un
principio de heterogeneidad. Por otra parte, considera la evidente existencia de un principio de unidad.

Los latinoamericanos crecieron unidos en la obediencia a la iglesia de Roma, de la cual los reyes ibéricos y el clero a
sus órdenes eran los garantes.

Lo cierto es que con el tiempo, el principio unitario puso en evidencia sus propios límites. Para empezar, la unidad
política no sobrevivió al derrumbe o declinar de aquello que la había hecho posible: la caída del imperio español y la
decadencia del imperio portugués. En cuanto a la unidad espiritual, la fe y la retorica de la hermandad
latinoamericana nunca han subsumido por completo el trauma de la conquista. Hay que señalar la existencia de
mundos espirituales separados, como también de diversos conglomerados étnicos y sociales. Tendencias centrípetas
y fuerzas centrifugas han escandido siempre el movimiento de la historia latinoamericana.

Unidad y pluralidad son los dos polos de la historia latinoamericana entre los cuales transcurrirá este libro. Un
trayecto que une historia y geografía, trayecto que indica la progresiva deseuropeizacion y americanización (América
es parte de Occidente a su manera). Lo que ahora comienza es la historia de la vertiente americana de lo que es lícito
llamar el Occidente latino (América como parte de la Europa católica).

1. El patrimonio espiritual de la Colonia

España y Portugal implantaron en Iberoamérica las hondas raíces de su civilización. La consolidación de las
sociedades coloniales por un lado, y el esfuerzo de las coronas ibéricas por acrecentar su poder en los territorios
imperiales para extraer de ellos más recursos y triunfar sobre el desafío de las potencias nacionales en ascenso, por
otro lado, resquebrajaron durante el siglo XVIII el tradicional vinculo entre la parte europea y la americana de los
imperios ibéricos. No obstante, dicha unión no llego a romperse.

La herencia política

A lo largo de casi tres siglos América Latina fue Europa. Por lo pronto los casos de la América hispana y el de la
portuguesa son distintos. Aquella América compartió desde entonces rasgos y destinos de la civilización hispánica,
cuyo elemento unitario y principio residía en la catolicidad, en la cual encontraba además, su misión política.

Los imperios ibéricos fueron organizados y concebidos para dejar en herencia tanto un principio de unidad como uno
de fragmentación. El imperio español se concibió a sí mismo en en la armonía entre sus partes, ponía de manifiesto
el ordenamiento divino. Un orden de cuya unidad política y espiritual el rey era garante, titular de la ley y protector
de la iglesia (diughh).

A cambio del reconocimiento de su propia soberanía, el rey realizaba importantes concesiones a estos súbditos. “La
ley se acata pero no se cumple” la ley del rey era reconocida en signo de sumisión a su legitimo poder; el gobierno
era otra cosa, fundado sobre usos, costumbres y poderes de las elites locales. Pero los monarcas admitían también el
principio de fragmentación, el cual prevaleció una vez caído el imperio: para mantener unidos con eficacia aquellos
miembros, extraños o extranjeros unos de otros, solo existía la obediencia al rey, a lo que añadía la pertenencia a
una misma civilización, concepción fuerte en lo espiritual, aunque débil en términos políticos.
La sociedad orgánica

Como en todas las sociedades occidentales de aquella época, también la ibérica en América era orgánica y
presentaba dos rasgos fundamentales: era una sociedad “sin individuos”, en el sentido de que los individuos se veían
sometidos al organismo social en su conjunto; y era jerárquica, porque, como en todo cuerpo orgánico, tampoco en
este todos sus miembros tenían la misma relevancia, cada uno debía desempeñar el papel que Dios y la naturaleza le
habían asignado.

Estas sociedades orgánicas, sin embargo, eran ricas en contrastes y ambivalencias. Contrastes porque, a pesar de
haber sido fundadas sobre desigualdades profundas e institucionalizadas, se veían sujetas a revueltas recurrentes y a
una sorda hostilidad contra el orden establecido. Ambivalencias porque la naturaleza orgánica de la sociedad dejaba
a los más oprimidos amplias posibilidades de autogobierno una vez satisfechas las obligaciones preestablecidas (ej:
mita, comunidades indígenas).

Un orden corporativo que en América Latina asumió rasgos inéditos o más marcados. Las frecuentes barreras entre
un estado y otro de aquella sociedad de hecho no eran solo el fruto de la riqueza o del linaje, pero eran
acumulativas; también eran barreras étnicas y culturales que equivalían a compartimientos que separaban mundos
extraños entre sí aunque constreñidos a vivir en estrecha relación.

Una economía periférica

Lo que resulta más relevante es que América se volvió periferia de un centro económico lejano (herencia para
América Independiente). Un centro (el español más que el portugués) que ejercito el monopolio comercial con los
territorios americanos y que busco conservarlo. Dicho centro se volvió periferia de otro centro, el que desde el norte
de Europa guio la revolución en el comercio y en la industria a partir del siglo XVIII.

Cuando el cordón umbilical con España y Portugal se cortó por completo, la economía de América Latina quedo
huérfana de un vínculo que era más que dependiente (hasta que volvió a anudarlo con la nueva potencia
hegemónica, Gran Bretaña).

Todo esto tuvo otros corolarios. El primero, la debilidad intrínseca del mercado interno pero aun más la proyección
hacia el exterior de la economía del área y continuando con la propensión a la especialización productiva dirigida a la
exportación y los escasos incentivos al desarrollo de las actividades manufactureras, inhibidas por la
complementariedad económica con un centro lejano.

Se trataba de fuerzas centrifugas dada la natural tendencia de cada una de las regiones a establecer vínculos con el
socio exterior más conveniente, dando la espalda a los territorios que la confinaban, frecuentemente tan vecinos
como extraños.

Un régimen de cristiandad

América Ibérica quedo fuera de la Reforma protestante, se torno así tierra de Contrarreforma. La iglesia católica
asumió en estos territorios (a diferencia de Europa) un rol sin parangón. En la historia de América Latina, el mito
originario de la unidad política y espiritual resistirá con extraordinaria fuerza la creciente diferenciación de las
sociedades modernas.
La erosión del pacto colonial

Las reformas que en el siglo XVIII realizaron los Borbones y el marqués de Pombal, ministro en la corte de Portugal,
erosionaron el pacto que había mantenido unido a los imperios ibéricos.

Las reformas buscaban encaminar un proceso de modernización de los imperios y de centralización de la autoridad a
través del cual la Corona pudiera administrarlas mejor, gobernarlas de manera más directa y extraer recursos de
modo más eficiente. Así lo quisieron los reinos ibéricos para enfrentar la decadencia que los acechaba y por las
nuevas potencias que los desafiaban.

Las elites criollas en América empezaron a sentirse traicionadas en el plano político y perjudicadas en el económico.
Entre los americanos del siglo XVIII fueron brotando vagos sentimientos patrióticos. Además surgieron nuevos y
vibrantes núcleos coloniales como Caracas y Buenos Aires, donde la herencia hispánica era artificial y donde el
comercio ingles alcanzo más rápidamente sus objetivos, allí los movimientos independentistas surgieron con más
fuerza.

Las reformas borbónicas

El principal objetivo (económico) de las reformas era el cobro efectivo de más impuestos en las posesiones
americanas. En el plano administrativo se creó la institución de las intendencias para enfrentar la corrupción, malas
prácticas e ineficiencia por parte de las elites criollas (intento centralista). En cuanto al ejercito este fue reorganizado
y modernizado; con un largo servicio militar, americanización del mismo (peligro para los mismos españoles, de allí
surgieron los líderes independentistas) y con un pesado costo a mantener. En el plano religioso, numerosas
intelectuales de la corte juzgaban a la iglesia un lastre para el desarrollo económico y para los planes de
modernización de la Corona y consideraban que su enorme poder limitaba el poder del Soberano y sus funcionarios.
Para todo ello se requirió la erradicación de las órdenes religiosas en general y de los jesuitas en especial, a ello le
siguió en América, la secularización de sus conspicuas propiedades.

Estas medidas generaron reacciones diversas. Por parte del clero superior, fueron necesarias. Pero tanto el bajo
clero como los estratos populares se sublevaron contra las autoridades enviadas por la Corona, acusándolas de
impiedad. Formaron de este modo lo que con el tiempo se constituyo como una alianza recurrente en otros
momentos de la historia latinoamericana.

2. La independencia de América Latina

El inicio del derrumbe de los imperios ibéricos en América fue desencadenado por la invasión de los ejércitos
franceses de Napoleón, primero en Portugal y luego en España. Mientras que la corte portuguesa encontró refugio en
Brasil y creo así las condiciones para una independencia indolora, bajo el signo de la continuidad monárquica, la
caída del monarca español, en cambio, provoco un enorme vacío de poder en la América hispánica.

Las invasiones napoleónicas

En el caso de Brasil, la corte portuguesa de los Braganza, logro abandonar Lisboa antes de la llegada de Bonaparte y
debido a ello a su imperio no le toco la misma suerte que al hispánico: la decapitación (privado de su rey). En el caso
de España, Napoleón encarcelo al rey Carlos IV y al hijo en favor del cual este monarca había abdicado, Fernando VII.
Hecho esto, impuso en el poder a su hermano José. Así, la figura del soberano, desaparecía al instante. Sin el rey el
imperio hispánico (heterogéneo) había perdido su principio de unidad.
La fase autonomista

Los acontecimientos se encaminaron por vías diferentes, no de forma lineal. Sin embargo, hay dos rasgos que los
caracterizan en general: 1) Plantearse el problema de quien tenía ahora el derecho de ejercer el poder de modo
legitimo, los principales centros administrativos americanos reaccionaron de la misma manera que lo habían hecho
las ciudades españolas: creando juntas órganos políticos encargados del ejercicio de la autoridad. 2) Las juntas
nacidas en América declararon que asumían el poder como solución transitoria, es decir, lo hacían en nombre de
Fernando VII (llamado el deseado) y hasta tanto retomara el trono. Los criollos que guiaron aquellas juntas tenían
muy claro que dicha ausencia les brindaba la oportunidad de recuperar la autonomía perdida a causa de los
Borbones y de reformular su vínculo con la Corona.

Tanto así fue que, además de declararse soberanas y de ejercer los poderes del estado, en muchos casos dichas
juntas revocaron el monopolio comercial con España y liberalizaron el comercio con los ingleses. Por este motivo la
primera fase del proceso de independencia suele ser llamada “autonomista”. Sin embargo, se configuraba ya como
una revolución política. Votada en 1812 la Constitución de Cádiz tenia la expresa función de crear un poder legitimo
en ausencia del rey, pero también debía poner límites al poder absoluto del soberano una vez que este hubiera
retornado al trono. En este sentido, se trataba de una Constitución liberal, fueron invitados a participar
representantes americanos. Aquella experiencia fue de importancia por dos motivos: 1) Gran parte de la América
hispánica vivió su primera experiencia electoral, en la que tomaron parte incluso vastos estratos populares. 2) Aun
cuando manifestaban buena disposición respecto de los pedidos de los americanos, los constituyentes españoles
reafirmaron el principio de primacía peninsular, con lo que asestaron un nuevo golpe a la fe y expectativas de los
criollos de ultramar.

La política moderna

Conviene aclarar algunas cuestiones clave sobre las cuales los historiadores continúan debatiendo. Según algunos,
los móviles que dirigieron a los americanos a la independencia, eran liberales; así las revoluciones
hispanoamericanas habrían formado parte de una ola revolucionaria mucho más amplia y general, que en los
Estados Unidos y en Francia había desplazado al Ancien Regime, invocando la soberanía del pueblo. Se buscaba un
nuevo pacto social y político que codificara, organizara y delimitara el poder político y lo legitimara en nombre del
pueblo soberano y no de la mera voluntad de Dios. En cambio, otros historiadores afirman que la situación fue
diferente. El golpe decisivo asestado al vínculo de América con España habría sido resultado de la progresiva
transformación de esta última: de imperio católico a moderno estado- nación. Esto ocurrió desde las reformas de los
Borbones. En este caso, la independencia de América Latina no habría sido fruto de una revolución liberal contra el
absolutismo español (que negaba las libertades modernas, civiles e individuales) sino de la reacción americana en
defensa de las libertades antiguas (corporativas y coloniales) contra la modernización impuesta por España. En ese
caso, las cortes no habrían sido órganos de la moderna soberanía popular expresada por ciudadanos dotados de
iguales derechos políticos, sino en cambio, de la antigua soberanía corporativa, donde las corporaciones eran los
sujetos del orden político y social y donde la soberanía, en última instancia, tenía su origen y legitimidad en Dios y en
su ley.

El imaginario antiguo

Nuevas y viejas referencias se entrecruzaron sin descanso en el debate intelectual que precedió y acompaño a las
luchas por la independencia de la América española. Por un lado, soplo con fuerza entre las elites cultas el viento de
la ilustración con un nuevo modo de concebir la vida a través de los ideales de la libertad individual y la afirmación
de la razón sobre el dogma. Por otro lado, en todos los niveles de la sociedad colonial permanecía arraigada la
tradicional concepción organicista del orden social, sobre la base de la cual la sociedad era un organismo o una
familia en cuya cabeza estaba el rey o quien lo reemplazara. Privada de esta, el cuerpo social estaba predestinado a
la disolución. El cemento de aquel orden era la religión, a la que se invocaba como fundamento de la sociedad. Fue
precisamente a la religión y a su defensa a las que, en muchos casos, apelaron los mismos revolucionarios para
movilizar a un pueblo al que sus ideas resultaban ajenas. Finalmente, estas fueron absorbidas o neutralizadas por la
fuerza del imaginario antiguo.

Las guerras de independencia

Derrotados los franceses y retornado Fernando VII al trono de España en los primeros meses de 1814, el rey declaro
nula la Constitución de Cádiz y restauro el absolutismo, traicionando las expectativas de los liberales de España y de
América, a quienes, además, persiguió con encarnizamiento.

Desde aquellos territorios se inicio la guerra propiamente dicha por la independencia americana, contra la
dominación española, es decir, la guerra contra un imperio que se había vuelto abiertamente hostil a las
reivindicaciones de mayor igualdad, libertad y autonomía.

Quienes llevaron a su término la guerra de independencia fueron los dos militares mas celebres. Se trato de Simón
Bolívar, quien habiendo penetrado en Nueva Granada, guio la liberación de las actuales Venezuela y Colombia, antes
de dirigirse a los actuales Perú y Ecuador, donde se había encastillado la ultima fortaleza del poder español y las
elites criollas se mostraban en general, menos propensas que en otras partes a abrazar la causa liberal e
independentista; y José de San Martin, el general argentino que, partiendo del Rio de la Plata, atravesó los Andes y
libero Chile, para después dirigirse a Perú, donde proclamo la independencia y asesto duros golpes a los españoles,
aunque sin lograr el derrumbe de su poderío.

Finalmente en 1822, los dos libertadores, bloqueados por la última resistencia española, se encontraron en
Guayaquil y reunieron sus ejércitos. Bolívar era el animador de una confederación de repúblicas independientes y
San Martin tendía a buscar una solución monárquica constitucional bajo la Corona de un príncipe extranjero.
Mientras el segundo salió de escena, Bolívar asumió la conducción de las operaciones y dirigió el último asalto contra
los españoles en la sierra peruana, poniendo fin al imperio español en América del Sur.

Los caminos de la independencia

La independencia para la América Ibérica no se produjo de manera lineal.

Por completo peculiar fue la independencia de Brasil, ocurrida en 1822, con el desdoblamiento de la corona de los
Braganza, regresado a Lisboa Joao VI por insistencia de las cortes liberales, dejo a su hijo como regente de Brasil.
Dada la hostilidad de las elites brasileñas a las pretensiones portuguesas de imponer el centralismo, Pedro I instituyo
una monarquía constitucional independiente. Por este motivo y dado que en Brasil no se produjo ningún vacío de
poder, el proceso de independencia nacional fue distinto del de las colonias hispánicas: se trato de un proceso
pacífico, que no implico ninguna movilización popular; así, mientras que del imperio hispánico nacieron numerosas
repúblicas, bajo la forma monárquica Brasil conservo la unidad territorial, que mantuvo hasta 1899.

En cambio en la América hispánica las cosas no ocurrieron del mismo modo. Lo que sucedió en su franja meridional,
conmovida por las largas campañas militares de aquellos años, no se replico en México, de cuyo destino dependió,
en un primer momento, toda América Central. También aquí la invasión napoleónica de España suscito grandes
fermentos políticos y estimulo el nacimiento de una junta local, la cual, no obstante, pronto fue disuelta por la
autoridad real, lo que indujo a quienes la sostenían (guiados por el padre Manuel Hidalgo) a reunir un ejército
popular formado en su mayoría por españoles. Ni el recurso a la violencia fue suficiente para derrotar al ejército
realista, ni la convocatoria de campesinos indígenas agrado a las elites criollas, las cuales temían una revuelta de los
indios mucho más que la dominación española, a la cual por lo demás estaban muy vinculados.
Los independentistas fueron durante mucho tiempo derrotados por el ejército español, guiado por un oficial criollo
conservador. Agustín de Iturbide, hasta que este, enterado de que los liberales españoles habían impuesto a
Fernando VII el retorno a la Constitución de Cádiz, se decidió a volverse garante de la independencia mexicana,
suscribiendo en 1821 el Plan de Iguala, que por cierto proveía un México independiente dotado de sus cortes, pero
decidido a proteger a la iglesia y a tener como soberano un Borbón. Pero el plan fracaso debido a las resistencias
españolas. La pretensión de Iturbide de asumir el mismo el titulo de emperador cayó en virtud de la reacción liberal
y republicana, que lo derroco e instauro la república.

En cuanto a América del Sur, primero las guerras y después la caída del imperio español pusieron a las elites liberales
americanas frente a la cruda realidad. En primer lugar, constataron que el pueblo soberano que invocaban como
fundamento del nuevo orden político era imaginario mucho más que real y que aquellas sociedades llenas de indios,
esclavos y mestizos de todo tipo eran intrincados rompecabezas y no por cierto, el pueblo virtuoso presupuesto por
los liberales y sus constituciones. En segundo lugar, los líderes independentistas no pudieron impedir que,
desaparecido el soberano, el entero organismo se hiciera pedazos y que cada uno de ellos, libre del pacto de lealtad
al rey, se considerara en posesión de una soberanía plena. Tanto es así que de un imperio nacieron numerosos
estados, a su vez presa de violentas hostilidades entre ciudades y provincias, todas libres, todas soberanas.

La doctrina Monroe

Los dos pilares sobre los cuales se fundaba la doctrina, el primero era una advertencia a los estados europeos de que
no intervinieran en los asuntos de los nuevos estados americanos. Toda intervención seria entendida como una
amenaza a la seguridad de Washington. El segundo pilar, consistía en el correspondiente compromiso de los estados
Unidos a permanecer extraños a los asuntos litigiosos europeos y a los de las colonias europeas ya establecidas en
América. Síntesis de ambos era la formula “América para los americanos”, que aludía a los ejes del excepcionalismo
norteamericano, de los cuales la doctrina había sido extraída.

Un principio según el cual Europa representaba el pasado, impregnado de absolutismo y constelado de monarquías,
mientras que América era el futuro y por lo tanto, el espacio donde los Estados Unidos habrían proyectado su
civilización democrática y republicana. Un principio destinado, sin embargo, a permanecer poco más que virtual en
el curso del siglo XIX, cuando la influencia de las potencias europeas en América Latina no hizo más que crecer y sus
intervenciones militares fueron múltiples, pero que actuó como brújula de la política estadounidense y comenzó a
manifestarse en forma concreta antes que nada allí donde los Estados Unidos tenían prioridades estratégicas y
fuerza para imponerlas: primero en México y luego en la cuenca del Caribe.

3. Las repúblicas sin estado

Las décadas posteriores a la independencia se caracterizaron por la fragmentación del poder en el plano político y en
el plano económico por la ruptura de vínculos con España y el surgimiento del vinculo con Gran Bretaña, se trato de
un interregno marcado por la escasa actividad económica, que fue causa de la escasez de recursos que padecían los
nuevos estados.

Inestabilidad y estancación

La inestabilidad política se manifestó por la imposibilidad de las nuevas autoridades, de imponer el orden y hacer
valer la ley y la autoridad de sus constituciones, sujetas a continuas luchas entre caudillos. Es posible afirmar que los
nuevos estados eran más una propuesta o un deseo que una realidad. En cuanto a la inestabilidad económica, la
producción y el comercio se resintieron como resultado de los efectos destructivos de las guerras de independencia
y por la ruptura del vínculo con la Madre Patria.

Es posible vincular esos problemas a factores estructurales. Complementarias durante siglos de las ibéricas y sin
poder confiar en mercados nacionales, las economías del área se habrían encontrado de golpe privadas de los
ingresos vitales del comercio colonial y sin alcanzar a sustituirlos, al menos en el corto plazo, a través de las nuevas
relaciones comerciales con las potencias en ascenso. A esto siguió una sustancial estancación comercial y con ella,
una drástica reducción de las finanzas publicas. Así, los nuevos estados se encontraron privados de los recursos
necesarios para construir sus propias estructuras y por consiguiente, para hacer valer su autoridad en el territorio
nacional.

Por otro lado, parece posible explicar estos fenómenos a partir de factores estructurales. En términos generales, la
desaparición del principio de unidad impuso a toda aquella región la cruda realidad de su pluralidad. Si por un lado
los principios liberales habían sido lo bastante fuertes para erosionar el viejo orden orgánico, no pudieron fundar
uno nuevo. Prospero la inestabilidad política, a causa a su vez de la estancación económica.

Liberales y conservadores

La historia de América Latina en el siglo XIX esta surcada por el constante conflicto entre liberales y conservadores.
Dichas tendencias fueron durante mucho tiempo meras representaciones de personalidades bien conocidas, blancas
y económicamente desahogadas. En muchos casos, la adscripción a uno u otro de los dos bandos no dependió
siquiera de la ideología, sino del territorio o del grupo familiar de pertenencia.

La divisoria de aguas entre liberales y conservadores siempre revistió importancia. En un primer momento, se refirió
a la forma del estado y a la distribución de sus poderes, temas sobre los cuales los liberales sostuvieron con más
convicción los ideales del federalismo y del parlamentarismo. Los conservadores, en cambio, favorecieron el
centralismo y los gobiernos fuertes. No obstante la más profunda razón que separo a ambos bandos fue el papel que
unos y otros asignaban a la iglesia católica en los nuevos estados. Un papel que los liberales buscaban reducir y del
cual los conservadores se erigían en protectores.

Las constituciones

Las constituciones de la primera ola, coetáneas con la independencia y con las luchas por conseguirla, en muchos
casos expresaron un liberalismo romántico optimista, doctrinario. En cuanto reacciones al absolutismo español y al
temor de que una nueva tiranía lo reemplazara, esas primeras constituciones no se limitaron a introducir las
libertades civiles individuales y abolir algunos de los legados corporativos, además previeron un poder ejecutivo
débil, parlamentos con poderes amplios, estados federales y un extendido derecho al voto.

Sin embargo, dada su ineficacia y habiendo constatado que no bastaba con proclamar las virtudes para inducir a los
ciudadanos a practicarlas, una segunda ola constitucional que duro desde las declaraciones americanas de
independencia hasta mediados del siglo, expreso principios conservadores y centralistas. A veces, remitiéndose con
respeto a la Constitución de Cádiz, otras veces declarándose herederas del modelo napoleónico. En síntesis, esta
nueva ola postulo la necesidad de adaptar el principio liberal de la Constitución a las tradiciones y realidades sociales
locales, sobre las cuales prevaleció el juicio amargo y pesimista.

Aun bajo la jurisdicción de aquellas constituciones, en la mayoría de los casos el poder político fue ejercido por
caudillos, es decir, por jefes políticos y militares de perfil social heterogéneo, con un modo de ejercer el poder
mucho mas consonante con las viejas costumbres que con el nuevo espíritu constitucional. Aunque muchas veces
ejercido por la fuerza e incluso extendido a nivel social, su fundamento era una amplia red de clientelas informales a
la cual el caudillo garantizaba protección a cambio de lealtad, prebendas a cambio de obediencia. Dado que su
autoridad estaba por encima de leyes y normas y era arbitraria y personal, puede afirmarse que, el orden legal
continuo siendo el antiguo.

Sociedad y economía en transición

En términos sociales, la más importante fue la lenta desaparición de la esclavitud. Esto no ocurrió por influencia
decisiva de lo establecido en las nuevas constituciones, sino por los crecientes obstáculos a la trata de esclavos, por
su escasa productividad y porque a menudo fue el precio a pagar para enrolarlos en las fuerzas armadas.

Aun para la población de las sociedades indígenas la independencia y sus guerras implicaron lentos cambios, los
cuales se dirigían a desmantelar los derechos y deberes corporativos, empezando por el tributo indio, con el fin de
hacer a todos ciudadanos iguales y libres en las nuevas repúblicas. Dicho objetivo, con frecuencia quedo entrampado
en los problemas fiscales de los nuevos estados, lo que los indujo en muchos casos, en especial en Perú y Bolivia, a
mantener por largo tiempo los tributos. Esto llego al punto de causar violentas reacciones contra la liberación del
yugo corporativo y en defensa de la República de Indios, que era su emblema. Allí donde eran una institución
difundida y arraigada, las comunidades indígenas no desaparecieron, aunque desde la mitad del siglo la presión
sobre ellas y sobre sus tierras se acrecentó en todas partes.

En la esfera económica, la novedad más importante fue la introducción y difusión de la libertad de comercio con
Gran Bretaña. Estos nuevos intercambios establecieron las premisas de la creciente influencia política y económica
tanto del estrato comercial en crecimiento en las principales ciudades portuarias, como de los terratenientes
propietarios capaces de producir para los mercados externos.

El siglo británico

Algunos historiadores observan que el crecimiento de los intercambios con Gran Bretaña bloqueo para siempre la
diferenciación de las economías locales y el crecimiento del mercado interno, y favoreció la producción de materias
primas requeridas en cantidades siempre mayores por el mercado ingles y europeo. En cambio otros, consideran
que lo primero que hizo Gran Bretaña en virtud de la libertad comercial recién introducida fue u2y1 la asfixia del
monopolio español, responsable, a su vez, de haber penalizado con sus exportaciones textiles y de otro género a los
artesanos americanos y de haber inhibido en América Latina tanto el crecimiento del mercado interno como la
diferenciación productiva. En este sentido, el capitalismo británico habría abierto perspectivas inéditas para las
economías locales, gracias al lento pero constante florecimiento del comercio, al cual, desde la mitad del siglo,
acompañaron con su inmensa fuerza los grandes bancos de inversión y las empresas ferroviarias.

Desde entonces comenzó a cobrar forma aquello que suele llamarse la “división internacional del trabajo”, inducida
por la Revolución Industrial, en el seno de la cual le toco a América Latina el papel de proveedora de materias primas
minerales y agropecuarias.

La inflexión de mediados del siglo XIX

Confluyeron las nuevas oportunidades que se abrían a la región a través de la integración comercial y financiera con
las más grandes potencias del hemisferio norte, pero aun más importantes fueron la conciencia y la constatación
cada vez más difundidas en amplios estratos de las elites criollas, de que la independencia había quedado a mitad de
camino.

Para crear naciones nuevas y progresistas, era necesario adoptar medidas drásticas, en primer lugar se rato de
atacar al histórico pilar del viejo orden: la iglesia católica.
Las leyes liberales, dirigidas a secularizar los bienes eclesiásticos, a laicizar la escuela pública, a reubicar el registro
civil, los matrimonios y los cementerios en la esfera estatal, pronunciaron los conflictos. Así la elite social y
económica se dividió en dos partidos: liberales y conservadores.

Teoría política y debate intelectual

Sobre el frente conservador prevalecía la idea de que el orden debía ser el necesario preludio de la liberalización
política. Su idea era la de un gobierno libre del condicionamiento de los poderes locales y de un pueblo al que se
juzgaba poco preparado para tomar parte en la vida pública. También aspiraban a un gobierno que hiciera suya la
misión pedagógica de formar ciudadanos y difundir un sentimiento de nacionalidad, pasos previos a una gradual
liberalización política.

Los liberales propusieron, una especie de trasplante cultural, ya que consideraban que tanto el orden como el
progreso estaban al alcance de América Latina, aunque a condición de suministrarle al continente dosis masivas de
liberalismo. La cultura hispánica, entendida en su estructura clerical y corporativa, era para ellos causa primaria de
atraso.

Tanto como sus adversarios conservadores, también los liberales partían de un diagnostico pesimista respecto a la
capacidad de autogobierno de los pueblos latinoamericanos.

Los casos nacionales. La norma y las excepciones

Una vez derrocado el rey, cada territorio o ciudad con peso propio se adueño de su soberanía o retomo la posesión
de lo que consideraba una libertad antigua que le correspondía apenas estuviera disuelto el pacto con el soberano
(1840 disolución de la Confederación Centroamericana, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Salvador y Costa Rica;
1830 disolución de La Gran Colombia, naciendo Ecuador, Venezuela y Colombia; Virreinato de Perú, pierde Chile y
Bolivia; y la disolución de las Provincias del Rio de la Plata que da nacimiento a Paraguay y Uruguay).

Además de estar enfrentados y de no contar con fronteras precisas, desde un primer momento los nuevos estados
se vieron surcados por profundos desgarramientos, cada uno por motivos singulares, aunque en el fondo todos
guardaban similitudes (ejemplo: la rivalidad entre Buenos Aires y las provincias del interior o las guerras civiles en
Perú).

En cuanto las excepciones, la primera es Brasil, donde la unidad política y territorial ha sido estable gracias al poder
moderador de Pedro I y Pedro II. Otra excepción fue la de Chile que encontró estabilidad gracias a la relativa
homogeneidad de sus elites y a la concentración geográfica.

México: un caso extremo

Fue un caso emblemático por dos razones: En primer lugar, México fue el vibrante corazón del imperio español y allí
las raíces de la sociedad colonial eran más profundas. En segundo lugar, por su proximidad con los Estados Unidos.

A propósito de la primera razón, no sorprenderá que en México los conflictos entre conservadores y liberales fueron
más radicales y violentos que en otras partes. El prestigioso líder del liberalismo mexicano fue Benito Juárez,
inspirador desde 1855 de La Reforma, un conjunto de leyes que se encargo de demoler los privilegios de la iglesia y a
promover la economía de mercado. Estos objetivos fueron perseguidos también por medio de la abolición de las
comunidades indias, para que los indios sean ciudadanos iguales a todos en la nueva nación. En contra de tales leyes,
se levantaron los conservadores, en auxilio de los cuales intervino, Napoleón III, quien en 1864 impuso a
Maximiliano Habsburgo en el trono mexicano, creado para este propósito. Dicha medida indujo a Juárez a buscar el
apoyo de los Estados Unidos, irritados por la afrenta francesa a la Doctrina Monroe, cuando estaban en plena Guerra
de Secesión. Finalmente, los franceses abandonaron el país, el Habsburgo no logro mantenerse en el poder y fue
fusilado y Juárez volvió a la presidencia en 1867.

Por lo que toca a la segunda razón, en 1845, cuando el gobierno estadounidense busco anexar Texas, territorio
mexicano que se había proclamado independiente, se desencadeno la guerra entre ambos países, que concluyo con
la derrota de México. En 1848 termino el conflicto, que además significo el tránsito a la soberanía estadounidense de
inmensos territorios antes mexicanos: California, Nuevo México, Colorado y Arizona, con lo que los Estados Unidos
se allanaron la vía hacia el océano pacifico, dejando abierto un gravoso conflicto contencioso con su vecino del sur.

4. La era liberal

En las últimas décadas del siglo XIX, en América Latina se crearon las condiciones para una profunda transformación
política, económica, social y cultural. La transformación consistió en el inicio de un largo periodo durante el cual se
consolidaron las estructuras de los estados- nación y se atenuó el caudillismo; se produjo el boom de la economía de
exportación de materias primas hacia los mercados europeos; los ferrocarriles comenzaron a surcar los grandes
espacios latinoamericanos y millones de inmigrantes europeos llegaron a las costas latinoamericanas. Los regímenes
liberales y los efectos de la agitada modernización promovida por los mismos, no tardaron en generar reacciones que
los pusieron en crisis.

El nacimiento del estado moderno

Entre la década de 1870 y la Primera Guerra Mundial, la economía se hallaba en un estado de estancación pero se
inicio un periodo largo de crecimiento y donde dominaban los caudillos comenzó a ganar vigencia la estabilidad, y a
surgir y consolidarse las modernas estructuras del estado- nación (ejércitos nacionales, recaudación de impuestos,
impartir justicia y construir ciudadanos y a la nació a través de las escuelas).

La pregunta es ¿por qué empezó a producirse en esos años aquello que antes había sido imposible? En principio,
tanto la Revolución Industrial europea como la revolución tecnológica instalaron las condiciones para que América
Latina se integrara a la economía mundial, con lo cual el comercio y las inversiones aumentaron y con ellos los
ingresos del estado, que contaron con los recursos para consolidar su propia autoridad. En segundo término, tuvo
lugar un implícito entre liberales y conservadores, basado en el común interés por el orden social, la estabilidad
política y el progreso económico.

State building y Nation building

Construir un estado en América Latina ha resultado difícil, a propósito de la heterogeneidad étnica, fragmentación
social y territorial.

El primer paso fue conocer el territorio y su población, se realizaron así los primeros censos nacionales, armar
padrones, cuantificar, medir y catalogar a la población.

Tanto en la progresiva unificación del espacio nacional como en la concreta ocupación del territorio, en muchos
casos los militares desempeñaron funciones clave. Así como fue decisivo el papel del poder judicial tanto a nivel
central como local. Por entonces, en muchos países se sancionaron nuevos códigos civiles y penales y la magistratura
se volvió un cuerpo más autónomo y profesional

El modelo primario exportador

El modelo económico primario exportador, estaba basado en el libre comercio, en el que América Latina se
especializo en la exportación de materias primas hacia Europa (minerales para la industria y agropecuarias). En
sentido contrario viajaron hacia América las manufacturas europeas, en especial británicas, al mismo tiempo,
arribaron capitales europeos y norteamericanos, necesarios para crear las infraestructuras sin las cuales la corriente
vigorosa del intercambio atlántico se habría secado. Se trataba de capitales destinados a proyectos que implicaban
excavar puertos de agua profunda, extender vías férreas, sentar las bases de un sistema crediticio, realizar túneles,
explotar minas, etc.

Entre los historiadores hay quienes ven allí un emblema de un nuevo y letal dominio colonial que distorsiono y volvió
estructuralmente dependiente a la economía local, sometiéndola a las potencias del extranjero. Otros, en cambio,
perciben el inicio de una prometedora modernización que, aunque atravesada por fragilidades, le permitió a
América Latina salir de una producción encallada en el autoconsumismo y sostener y consolidar el orden
constitucional liberal.

Una sociedad en transformación

Hubo un crecimiento demográfico, debido al flujo de inmigrantes europeos y al acelerado proceso de urbanización; a
ello se le sumo la escolarización; la tercerización por la proliferación de nuevas profesiones y una incipiente
industrialización (México, Brasil y Argentina) donde las elites dirigieron hacia la industria los capitales acumulados y
en aquellos donde el crecimiento de la producción minera indujo a la conformación de importantes centros
industriales.

Las sociedades de América Latina comenzaron a diferenciarse y se volvieron más complejas, aunque en todas
sobrevivió la sociedad tradicional.

Se transformaron las elites, dado que al flanco de las más tradicionales, animadas de espíritu aristocrático, surgieron
otras nuevas de valores burgueses. No obstante, estas también se hallaban vinculadas a la propiedad de la tierra, de
la que en esta época se produjo, en general, una enorme concentración. Cambiaron los estratos populares, en
especial en los centros urbanos, donde con frecuencia surgieron sólidos y combativos núcleos proletarios. En el
ámbito rural declino la hacienda y el trabajo se volvió más libre, sujeto al mercado. Asimismo, crecieron las capas
medias de la sociedad, con frecuencia, conformadas por mestizos o por migrantes, diferenciadas y distribuidas en
oficios, empleos y profesiones que iban desde el comercio y la administración pública hasta los bancos, la escuela y
el ejército. Capas medias muchas veces próximas al proletariado urbano, pero formadas también por profesionales e
intelectuales deseosos de afirmación, prestigio e influencia, bien dispuestos a moverse en la arena política.

La gran ola migratoria

En la era liberal, todos los estados latinoamericanos buscaron atraer inmigrantes, exhibiendo razones económicas y
culturales (racistas). Generalmente los grandes flujos migratorios se dirigieron hacia el hemisferio austral, donde el
clima era templado y se abrían amplias perspectivas de oportunidades de mejoras económicas y sociales, dada la
desproporción de los grandes espacios existentes y la escasa población.

La ilusión de las oligarquías

Los regímenes de la era liberal eran denominados “oligárquicos” concepto que a la vez correcto y engañoso. Es
correcto en el sentido de que se trataba de regímenes políticos donde la participación estaba limitada y donde el
poder político y el económico tendían a superponerse. En cambio es engañoso si no se tiene en cuenta que así era la
política en Occidente antes del advenimiento de la sociedad de masas, una actividad desarrollada por personajes
notables y prósperos; y que la violencia, la corrupción y los fraudes que solían caracterizar a las elecciones en
América Latina eran por entonces fenómenos comunes en Europa. Resulta aun mas engañoso si no se advierten los
cambios en curso en estas décadas a medida que la economía, la sociedad y la cultura se transformaban, en especial,
una clara tendencia a la ampliación de la esfera pública, a la liberalización del debate político, a la expansión del
sufragio y a competencias políticas más virulentas que en el pasado, al menos en las áreas urbanas.

Dicho esto, es preciso añadir que, con todas sus diferencias, los regímenes de la época fueron modernizadores en el
campo económico pero conservadores en el político, ya que procuraron mantener el monopolio del poder hasta el
punto de convertir con frecuencia a las constituciones en pactos entre oligarquías y a las elecciones en ficciones
democráticas, donde legitimar ordenes políticos poco o nada representativos de los diversos estratos sociales.

Se producía así una convergencia entre liberales y conservadores y entre sus imaginarios políticos y sociales, el más
racionalista e individualista de los primeros y el más religioso y organicista de los segundos. Una concordancia de la
cual fue emblema la ideología de estos regímenes: el positivismo. El organicismo cientificista encontró así un sólido
punto de contacto con el católico.

Dicha ideología legitimo aun más la costumbre de gobernar prescindiendo de la política, entendida como la
artificiosa división de una sociedad que Dios o la naturaleza habían concebido unida y armónica. En este sentido,
dichos regímenes inauguraron una larga y robusta tradición antipolitica, con hondas repercusiones en la historia
latinoamericana posterior.

Desde fines del siglo XIX, el nacimiento de nuevos partidos políticos en diversas partes de América Latina e incluso de
numerosos y combativos movimientos obreros, fue síntoma de las primeras y profundas grietas que estaban
abriéndose sobre la superficie estable de los regímenes liberales.

Juntos pero diversos: México, Brasil y Argentina

En México, el periodo estuvo dominado por Porfirio Díaz, a partir del cual se lo denomina Porfiriato. Fue un régimen
longevo, que se extendió desde 1876 a 1910. Se trato de una autocracia: un régimen personalista y autoritario que
impuso el orden luego de numerosas guerras civiles. Una vez depuestas las banderas de la reforma liberal, Porfirio
Díaz volvió a pacificar el país para explotar a pleno las oportunidades de progreso económico ofrecidas por la rápida
apertura de los mercados. Para hacerlo, suturo las relaciones con la iglesia y se gano el apoyo de los grandes
terratenientes, beneficiados por el despegue de las exportaciones y por las tierras sustraídas a las comunidades
indias. En el campo económico, el suyo fue un régimen modernizador, capaz de atraer inversiones ingentes, hacer
subir las exportaciones agrícolas y mineras, hacer crecer la economía y los ingresos fiscales, y promover la difusión
de los ferrocarriles. Se produjo un gran boom demográfico. En términos ideológicos, el Porfiriato fue un típico
régimen positivista. Con el tiempo las reivindicaciones sociales y las demandas de democracia política se volvieron
más intensas y acuciantes. Además, con la vejez de Díaz se impuso el problema de la sucesión: dado que la suya era
más una dictadura desprovista de canales representativos, la crisis asumió formas traumáticas; para hacerlo caer fue
preciso una revolución.

Análogo aunque diverso fue el caso de Brasil, donde Pedro II, sometido por un lado a la hostilidad de los
republicanos y por el otro a la de los grandes latifundistas contrarios a su decisión de abolir la esclavitud, cayó en
1899 debido a un golpe militar. Nació así la República Velha que se extendió hasta 1930. Se trato de un régimen cuya
naturaleza encontró expresión política en la Constitución de 1891, que sancionó la naturaleza federal del estado y
con ella, la amplia autonomía de los estados que lo integraban. Los dos estados más ricos eran Mina Gerais y San
Pablo. En este sentido, fue un pacto entre oligarquías en el cual las más débiles aceptaron la guía de las más fuertes
a cambio de la libertad de acción en el ámbito local, donde las estructuras sociales cambiaron poco. La clave
económica de aquel régimen fue el café, a la que dieron gran impulso los capitales ingleses y los inmigrantes que
proveyeron la mano de obra abundante y un gran aporte al nacimiento de una nueva burguesía.

El caso de la Argentina, la transformación se debió a la profundidad sin parangón con la que la nación fue
revolucionada por la inmigración y por la intensidad impar de su integración al capitalismo británico.

El comienzo del siglo americano

La guerra de 1898 entre los Estados Unidos y España por Cuba, represento un revés radical para las relaciones
internacionales de América Latina.

Con aquella guerra comenzó la expansión militar y económica estadounidense en la parte latina del hemisferio.
Empezando por Cuba, a la cual Washington reconoció independencia al precio de reservarse el derecho de intervenir
en sus asuntos internos; siguiendo con Panamá, donde, en 1903, las tropas estadounidenses ayudaron a los
irrendentistas locales a obtener la independencia de Colombia a cambio de la concesión del derecho de construir un
canal interoceánico, inaugurado en 1914; siguiendo con numerosos países del área donde se proyecto la influencia
estadounidense. Aquella fue la época en la cual la Doctrina Monroe se volvió objeto predilecto de la hostilidad del
embrionario nacionalismo latinoamericano, del cual fue un numen, entre otros, el padre de la independencia
cubana, José Martí.

La independencia de Cuba

En 1898, mientras en Cuba ardía la guerra de independencia de España liderada por los patriotas locales, el gobierno
de Washington decidió la intervención militar en la isla para preservar la paz y proteger los intereses y la vida de los
ciudadanos estadounidenses. El Congreso añadió a este objetivo el de favorecer la independencia de Cuba. En los
hechos, lo que insinuó el Tratado de Paz con el que se cerró la guerra fue la institución de una especie de
protectorado estadounidense en la isla. La fórmula que sanciono estas soluciones fue la Enmienda Platt. El
documento reconocía a los Estados Unidos el derecho de intervención en la isla para preservar la paz interior y la
independencia, y limitaba el derecho cubano de contraer libremente deudas y estipular alianzas estratégicas que
representaran una amenaza para la seguridad del gran vecino, derecho que, en los años posteriores, Estados Unidos
no dejo de reclamar.

José Martí teorizo sobre la necesidad de conciliar la revolución nacional con la democrática en Cuba. Fue un agudo
crítico de los regímenes oligárquicos del continente, a los que contrapuso la necesidad de dar voz a los sectores
populares, y de su ideología positivista, a la que opuso la necesidad de integrar los componentes étnicos. Liberal
idealista, imagino y defendió un proceso de construcción nacional nacido de las bases, de la sociedad civil,
idealizando a veces su poder y su rol. Estos fueron los principios que trasplantó en el Partido Revolucionario Cubano,
del cual fue fundador en 1892 e ideólogo. Típica de Martí fue la precoz conciencia con la que advirtió los signos de
las aspiraciones hegemónicas de los Estados Unidos. La amenaza que este representaba lo indujo a postular, la lucha
de los pueblos latinoamericanos por una “segunda independencia”.

5. El ocaso de la era liberal

En el plano político el crecimiento de la escolarización y la ampliación de la ciudadanía política sometieron a una


dura prueba al elitismo de los regímenes liberales y se expresaron en el crecimiento de los nuevos movimientos
políticos decididos a combatirlos. En el plano social, volvieron más evidente la urgencia del conflicto moderno entre el
capital y el trabajo. En el plano económico, el extraordinario crecimiento hizo emerger su lado más oscuro: la
vulnerabilidad de un modelo basado en el comercio exterior. En el plano ideológico, el mito del progreso tendió a
sustentar una vasta reacción nacionalista.

La crisis y sus nudos

La Primera Guerra hizo sonar los primeros toques de alarma para el sostenimiento tanto de los regímenes
oligárquicos como del propio modelo económico. Por otro lado la Gran Depresión se inicio en América Latina no solo
con el colapso del modelo económico imperante, sino también con una imprevista ráfaga de golpes de estado en los
principales países, en los que empezó una larga era militar.

Es preciso establecer algunas premisas. La primera es que los problemas que América Latina afronto no eran,
sustancialmente distintos a los que enfrentaron las potencias europeas. La segunda premisa es que la creciente
dificultad de los regímenes oligárquicos para gobernar, revelo su incapacidad de ampliar las bases sociales, es decir,
de construir un consenso.

Más singular que raro: el caso de Uruguay

Uruguay paso de una forma más virtuosa que otros del liberalismo a la democracia, sentando los fundamentos de
un sólido sistema democrático destinado a perdurar hasta la violenta crisis de los años setenta, para luego renacer
con renovado vigor. Aquella democracia descansaba en el alto grado de laicismo de la vida pública y en el buen nivel
de vida de la mayor parte de la población, en la elevada escolarización y en servicios sociales más extendidos y
eficientes que en otros lados.

El hombre que encarno el nacimiento de la institucionalización de este sistema fue José Batlle y Ordoñez, ocupando
en dos ocasiones la presidencia de la República. De hecho, fue el primero en su país y en el continente en ampliar la
base social de los dos partidos tradicionales al conceder precozmente el sufragio universal, luego extendido a las
mujeres por sus sucesores en las décadas de los ’20 y los ’30. Para que fueran eficaces sus reformas políticas y
duradero el sistema que creo fueron necesarias numerosas reformas, comenzando por las sociales, que Batlle
fomento cuando en 1905 reconoció el derecho de huelga y sindicalización a los trabajadores urbanos. En el decenio
siguiente, la reducción a 8 horas de la jornada laboral y por una moderna legislación social. La política reformista del
gobierno, su firme adhesión a los preceptos constitucionales y el rol del árbitro asignado al estado en los conflictos
sociales condujeron a ese frente por una vía moderada y gradualista más que por el sendero revolucionario que
tendía a imponerse en otros lados.

Las causas políticas

En términos políticos, suele afirmarse que lo que más erosiono la estabilidad y legitimidad de esos regímenes fue el
incremento de la demanda de “democracia”. En verdad, sería más correcto decir que se trataba de una demanda de
participación o de cambio. Expresiones de nuevas clases sembraron profundas raíces en los nuevos partidos. Se
trataba de partidos cuyos programas solían presentar, como primer punto, el reclamo de elecciones libres y
transparentes, con lo que intentaban arrinconar a la oligarquía, dejando al descubierto la obvia contradicción al
desafiarla a respetar los principios que proclamaban las constituciones.

Allí donde la elite en el poder era más solida, o donde más débil eran las nuevas fuerzas porque el país era más
atrasado, se asistía a una reacción autoritaria. En cambio, allí donde la modernidad se había impuesto sobre los
viejos regímenes que apenas lograban contener sus efectos, surgieron otros fenómenos típicos del advenimiento de
la sociedad de masas. En ambos casos, la declinación de los regímenes liberales no preparo el camino a la
democracia representativa, sino a regímenes de otro tipo.

Emblema de la misma demanda genérica de participación y cambio fue el movimiento de la Reforma Universitaria en
Córdoba, Argentina en 1918, cuyo programa planteaba la democratización del acceso al gobierno de la universidad.
Sus ecos se extendieron por toda América Latina. La Reforma contribuyo también a la emergencia de otros partidos
o movimientos, surgidos en el seno de la moderna cuestión social, que también comenzaba a imponerse. Por lo
demás, a menudo tenían la capacidad de hacer sentir con vigor los efectos de su lucha y eran particularmente
fuertes en los sectores clave de la economía, no se transformaron en modernos partidos de masas, aunque
cumplieron un importante papel al minar las bases sociales y certezas ideológicas del régimen liberal- oligárquico.

El APRA y los partidos radicales

Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) fue el partido que fundó el joven líder peruano Víctor Raúl Haya
de la Torre en 1924 en México, país donde se hallaba exiliado. Se trataba de una formación política con ambición
supranacional, expresión de las corrientes que, en diversos puntos de América Latina, buscaban conciliar
democracia, reforma social y nacionalismo, transformada luego en protagonista crucial de la atribulada historia del
Perú. Con el tiempo, su influencia política se hizo sentir en varios países latinoamericanos. El APRA, cuya base social
comprendía principalmente a los sectores medios, aunque incluía también ciertas franjas del proletariado, incitaba a
la lucha contra el imperialismo de los Estados Unidos.

Además el programa originario del APRA preveía la unión de lo que su líder definía como Indoamerica, aludiendo al
rescate de las raíces indígenas de la región, la nacionalización de las tierras y la minería, y un genérico frente
antiimperialista universal. Si bien muchos de estos puntos lo aproximaban en un primer momento a los movimientos
marxistas en gestación, la ideología del APRA se caracterizo por un acentuado nacionalismo que conduciría a la
teorización de una suerte de tercera vía entre capitalismo y comunismo (rasgo típico de los populismos
latinoamericanos).

Las causas sociales y económicas

Los regímenes oligárquicos no estaban preparados para afrontar los modernos conflictos sociales e ideológicos, ni
para gobernar el imparable pluralismo político.

La gallina de los huevos de oro de los regímenes oligárquicos (el modelo exportador de materias primas) sufrió
durante la primera guerra sus primeros cortocircuitos serios, que comenzaron a resquebrajar sus bases. En primer
lugar, indujo a los países americanos con capital a sustituir importaciones, es decir, a crear una red de industrias,
cuyo resultado fue impulsar la modernización social y las demandas políticas que asediaban a los regímenes
oligárquicos. Facilito de ese modo la creciente penetración en la región del capital estadounidense, en lugar de los
capitales europeos, y sumo con ello un nuevo combustible a la vivaz llama nacionalista.

No obstante, lo más destacable es que la totalidad de esos fenómenos lesiono la convicción de que aquel modelo
fuese eterno y virtuoso y se difundió la certeza de que comportaba serios riesgos, entre los cuales el más evidente
era la vulnerabilidad de las economías latinoamericanas. La escasez de bienes, la inflación que erosionaba los
salarios, los grandes bolsones de desocupación, la ausencia del sistema previsional, fueron la base de la gran ola de
huelgas, a menudo violentas e incluso con violencia represiva, que atravesó América Latina.

La revolución mexicana

La revolución mexicana tuvo una fase armada que se extendió desde 1911 a 1917. Se trato de hecho, de una violenta
guerra civil. En verdad la revolución mexicana fue varias revoluciones juntas, a partir de las cuales el Porfiriato
alcanzo un final traumático y se echaron las bases de un nuevo orden político y social.

Nació como una revolución política, bajo la presión de las elites liberales del norte del país que reivindicaban la
democratización del régimen. De esa revolución fue el líder Francisco Madero, que desafió a Díaz a elecciones, pero
se levanto en armas y llamo a la revuelta junto a toda la resistencia. Obtenido el exilio del dictador y ya en el poder,
Madero pronto se vio abrumado por el disenso entre los revolucionarios y la reacción del ejercito. De hecho,
numerosos revolucionarios, con Zapata a la cabeza, no estaban dispuestos a entregar las armas hasta tanto no se
hubiera conseguido la reforma agraria por la cual se habían alzado.

Fue entonces en el apogeo de la violencia y el caos, que el general Victoriano Huerta tomo el poder por la fuerza.
Para contradecir ese desarrollo nació en el norte del país un ejército constitucionalista, bajo la guía de Carranza.
Mientras tanto en el sur continuaba la lucha campesina contra Huerta conducida por Zapata. Esta situación se
prolongo hasta que los Estados Unidos decidieron el envío de un contingente militar al puerto de Veracruz, con el
objetivo de estrangular al gobierno de Huerta y obligarlo a abandonar el territorio. Los Estados Unidos actuaban con
la convicción de que México debía avanzar pronto hacia un cambio profundo y de que solo el sostén a los ejércitos
constitucionales garantizaría un gobierno estable y democrático.

Huerta cayó, México se hallo en la práctica sin estado. Lo que en realidad empezó en ese momento fue el
enfrentamiento entre fuerzas extrañas entre sí, que entonces habían combatido al enemigo común: los ejércitos
constitucionales de Carranza y las tropas de Zapata y Villa, los cuales terminaron derrotados. Revolución política, la
mexicana fue también una gigantesca explosión social encarnada en la poderosa corriente campesina de la cual
Zapata fue el líder indiscutido. Hombre del sur, mestizo, indígena, en las antípodas de los ricos y cultos
constitucionalistas del norte, su objetivo era obtener la restitución para la comunidad campesina, de las tierras
perdidas en la época del Porfiriato bajo el embate creciente del latifundismo.

El objetivo de la revolución era la Constitución de Querétaro de 1917, que por un lado acogió los principios liberales
propugnados por los ejércitos vencedores y por otro lado introdujo principios sociales y nacionalistas inéditos en la
región, como la propiedad de la nación sobre los bienes del subsuelo y las bases de una reforma agraria.
El nuevo clima ideológico

Los viejos modelos se habían resquebrajado, una vez consolidados los estados, era preciso forjar ciudadanos para
hacer la nación, inculcando en la población un sentido de pertenencia y destino compartido. Esto fue así a tal punto
que, al propiciar la inmigración, la elite positivista intento atenuar el componente étnico indígena y afroamericano,
incrementando el blanco (europeo), con la convicción de que la heterogeneidad era un lastre para el desarrollo de la
civilización. En ese nuevo clima maduraron las corrientes indigenistas y la reivindicación de la América mestiza, que
ofrecía como peculiar aporte a la civilización su “raza cósmica”, el hombre nuevo creado por su excepcional historia,
como sostenía el mexicano José Vasconcelos.

Al dogma cientificista le sucedió una reacción espiritualista, madurada a fines de los años ’20, que dio lugar a un
verdadero revival católico, donde se conjugaron catolicidad y nación en una mezcla típica de muchos países
hispánicos.

En lugar de la virtud y de la libertad del individuo, comenzaron a revalorizarse la esencia y los valores de la
comunidad, cimentada en la unidad religiosa, en el caso de los católicos o bien como unidad de clase en el caso de
los marxistas, entre los cuales comenzaron a emerger corrientes que se esforzaban en nacionalizar aquella ideología
de por si internacionalista. Ese fue el caso del peruano José Carlos Mariátegui, cuyos esfuerzos tendieron a
reconducirla a una suerte de comunismo incaico primigenio.

El cosmopolitismo era considerado un hábito oligárquico, que se reducía a la imitación de las elites extranjeras o una
costumbre extraña al pueblo. Sobre dicho pueblo florecieron además, estudios etnográficos y antropológicos,
investigaciones interesadas en reconstruir las costumbres alimentarias, musicales, religiosas, en búsqueda de su
sentido y de su identidad y con ello, de los de la nación.

Esas fueron en el plano ideológico, las premisas de la marea nacionalista que comenzó a propagarse en el
continente.

El krausismo

La doctrina procede del filósofo alemán Karl Krause, consiste en una suerte de liberalismo espiritualista que arribo a
América Latina a través de España. Lo que probablemente lo volvió tan atractivo en el clima cultural de América
Latina y susceptible de desarrollos distintos de las premisas liberales de las cuales partió, fue su esfuerzo en conciliar
liberalismo y organicismo.

Los derroteros de la crisis liberal

Los caminos seguidos por las crisis de los regímenes oligárquicos fueron múltiples. En México donde el Porfiriato
acabo por convertirse en una peligrosa tapa agujereada sobre una olla en ebullición. Esa olla era la sociedad
mexicana, en la cual diversas voces, durante mucho tiempo oprimidas, explotaron al unísono y echaron las bases de
la transición larga y violenta, hacia un nuevo orden político, económico y social.

En el extremo opuesto, al menos en lo que atañe a los países mayores, se ubicaba en esa época a la Argentina donde
la Ley Sáenz Peña de 1912 abrió las puertas a algo que parecía poder operar la virtuosa metamorfosis del régimen
oligárquico en régimen democrático, mediante la elección con el sufragio universal masculino, del líder radical
Hipólito Yrigoyen en 1916. En 1922 se ratifico la regular alternancia constitucional, confirmada seis años después
cuando Yrigoyen fue nuevamente electo. Sin embargo, en 1930 un golpe de estado, encabezado por el general
Uriburu, puso fin a aquella incipiente experiencia democrática, que cayó víctima de diversas causas. La más evidente
fue la reacción conservadora de vastos sectores contra la democracia política. Nacieron grupos nacionalistas
antidemocráticos, se difundieron corrientes ideológicas autoritarias y se formaron movimientos
contrarrevolucionarios. Además, la joven e imperfecta democracia argentina sucumbió debido a la tendencia del
partido mayoritario, el radical, a transformarse en un movimiento nacional, desnaturalizando de ese modo el
espíritu pluralista de la democracia moderna.
No obstante, las masas (o los fantasmas que evocaban) no fueron en todas partes decisivas a la hora de generar la
crisis del régimen oligárquico. En principio, en Brasil, donde se sumaron además otros dos factores. El primero fue el
emerger a la luz de un nuevo estado, Rio Grande do Sul, que horado la consuetudinaria alternancia en el poder entre
las elites de San Pablo y Minas Gerais. Pero el segundo factor, aun mas importante, fueron los militares,
especialmente los denominados tenentes, jóvenes oficiales de grado intermedio, que ya en los años ’20 habían
protagonizado varias revueltas y que ahora encarnaban más que otros el nuevo clima nacionalista, imponiendo la
creación de un estado centralizado y decidido a organizar bajo su ala a la población, mientras que la elite había
creado un estado disperso en numerosas autonomías, privado de ascendencia popular. Ese fue el sentido del golpe
de 1930.

La inestabilidad política sacudió en otras ocasiones los fundamentos del continente. Los casos son numerosos,
aunque peculiares; en general los militares fueron los protagonistas, derrocando o poniendo bajo su tutela las
instituciones liberales surgidas durante los regímenes oligárquicos y todo cuanto parecía demasiado frágil para
soportar el choque de la modernidad, en especial en aquellas sociedades atravesadas por la fragmentación social, en
las cuales los militares parecían la expresión política de una elite blanca (y de su cultura). No obstante, la
intervención de los militares no tuvo siempre un solo sentido, a favor de una clase social especifica, sino que fue
variando en los diversos contextos.

La edad del intervencionalismo norteamericano y el ascenso del nacionalismo

Las intervenciones militares de los Estados Unidos en el área centroamericana y caribeña tuvieron lugar en los
primeros treinta años del siglo XX. Tenían el fin de poner fin a las guerras civiles imponiendo un hombre o un partido
fiel a Washington, o de proteger a los ciudadanos y a las propiedades estadounidenses amenazadas por el desorden
local. Se trataba de grandes multinacionales que incrementaban desmesuradamente sus intereses en la extracción
minera o en los primeros pasos de la industria petrolífera o bien en el campo de la producción de bienes típicos de la
agricultura subtropical, ámbito en el que descolló la United Fruit Company.

En otros casos, las intervenciones militares estadounidenses tuvieron mayores ambiciones políticas y expresaron un
claro intento paternalista y pedagógico, con el objetivo de sentar las bases institucionales de estados y
administraciones más solidas y eficaces. En todos los casos, sin embargo, la política estadounidense en la región fue
la puesta en escena de la doctrina del destino manifiesto y comporto no solo la intervención militar, sino también
una profunda expansión comercial. El nacionalismo latinoamericano encontró a su enemigo en los Estados Unidos,
en su injerencia política y en las bases mismas de la civilización que aspiraba a exportar.

La guerra del Chaco

Bolivia y Paraguay, eran los únicos dos estados privados de salida al mar, perdedores además de los conflictos
bélicos del siglo XIX. Si bien suele postularse que la guerra tuvo su origen en la competencia entre dos grandes
empresas petroleras extranjeras por un territorio cuestionado en los límites entre ambos países, lo cierto es que
predominaron otros motivos. En especial, peso la frustración boliviana por la derrota en la negociación de su salida
al Pacifico, que indujo al gobierno a buscar abrir una brecha hacia el Atlántico a través del sistema fluvial de débil
Paraguay; a ello coadyuvo el clima nacionalista, que aumento como nunca en ese periodo. La guerra culmino en
1935, con la firma del armisticio en Buenos Aires, lo cual le granjeo al ministro de Relaciones Exteriores argentino el
premio Nobel de la Paz, al Paraguay el reconocimiento de la soberanía sobre el territorio en disputa y a Bolivia una
nueva humillación a causa de crisis inminentes.

6. Corporativismo y sociedad de masas

La Gran Depresión de los años ´30 del siglo XX acentuó la crisis del liberalismo en América Latina así como también
contribuyo a hacer descarrilar la ya delicada transición hacia la democracia política, en la mayoría de los países. La
larga noche en la cual entraron la civilización burguesa y la democracia representativa tuvo por correlato la difusión
de las grandes ideologías totalitarias del siglo XX, es decir, el fascismo y el comunismo, en las que se inspiraron
numerosas corrientes sociales y fuerzas políticas. Nacionalismo político y dirigismo económico fueron rasgos
distintivos de la nueva etapa.

La declinación del modelo exportador de las materias primas

La caída de la Bolsa de Wall Street en octubre de 1929 revelo cuando interdependiente se había tornado el mundo y
el alto precio a pagar por ello.

Los efectos: la repentina caída del precio de las materias primas exportables, la cual, junto con la contracción de los
mercados afectados por la crisis y el agotamiento del flujo de capitales extranjeros hacia la región, provoco en toda
América Latina una reducción drástica de los ingresos y del valor de las exportaciones. Todo esto causo efectos en
cadena, tanto en el plano económico como en el social y político.

Por un lado, la caída de los ingresos golpeo la economía local, con sus consecuencias en términos de aumento de la
desocupación, agitación social e inestabilidad política. Por otro lado, los presupuestos públicos se vieron reducidos.

Distinta, en cambio, es la cuestión del modelo de desarrollo. La crisis de 1929 asesto un golpe letal al modelo
exportador de materias primas y creó las condiciones para su descarte. A menudo se recurrió a medidas
proteccionistas y en América Latina, creció la intervención económica del estado. Del mismo modo, en la formación
de la riqueza se tendió a reducir el peso del comercio e incrementar el de la industria.

Hacia la sociedad de masas

Así como cambiaron el perfil económico de América Latina, la Gran Depresión y la guerra mundial modificaron
también lo social, a veces imponiendo bruscos giros. Ese fue el caso de la inmigración, que, tras haber trastocado
durante décadas el panorama demográfico de buena parte del continente, se empantano en los bancos de arena de
la crisis.

En este marco, es preciso mencionar también la inmigración interna, es decir, la masa de población rural que,
empujada por el crecimiento demográfico y la concentración de la tierra, abandono la campaña para radicarse en la
ciudad, donde, no obstante, era difícil hallar sustento dadas las dimensiones limitadas de la naciente industria. Los
principales centros urbanos, no fueron capaces de hacer frente a la novedad ni de proveer los servicios necesarios,
de modo que a su alrededor crecieron cada vez mas vastas y numerosas aglomeraciones de ranchos.

El hecho es que, si por un lado, la economía basada en la exportación había favorecido grandes concentraciones de
tierras, en su mayoría usufructuadas por monocultivos para el mercado mundial, por otro lado, gran parte del
ámbito agrícola presentaba un perfil por demás arcaico en el cual dominaba el autoconsumo y se extendía la miseria,
donde el mercado interno permanecía raquítico y la mayoría de la población carecía de tierra o esta le resultaba,
donde los contratos de arrendamiento eran a menudo formas legales de servidumbre… dados los rasgos que asumió
la urbanización y las tensiones que atravesaban el mundo agrícola, no sorprende que tanto en el campo como en la
ciudad se crearan las condiciones para la explosión de revueltas y conflictos. La sociedad comenzaba a presentar los
contornos típicos de la sociedad de masas.

A partir de entonces, comenzaron a prefigurarse las corrientes sindicales. Se destacaban los sindicatos clasistas,
donde socialistas y comunistas minaron el declinante anarquismo y hacia 1938 convirtieron la Confederación de
Trabajadores de América Latina, un organismo colateral, en un frente antifascista. A estos se sumaban los sindicatos
católicos, para atraer consensos en torno a la invocación de la doctrina social del Papa, es decir, de una tercera vía
entre comunismo y capitalismo. Por último, se destacaban los precoces esfuerzos llevados a cabo por los sindicatos
estadounidenses para difundir el panamericanismo entre los trabajadores de América Latina, en pugna con las
ideologías clasistas.
La noche de la democracia

Diversos factores históricos pesaron entonces sobre el destino de la democracia. En primer lugar, las abismales
desigualdades sociales, que eran fruto tanto de los ingresos económicos como de la etnia y la historia. Dicha
desigualdad condujo a que las elites estuvieran mal predispuestas o temerosas de cuanto en general fuera a abrir las
puertas de la representación política. En segundo lugar, la desigualdad era de tal naturaleza que volvía a la
democracia liberal, extraña y hostil a los ojos de los sectores étnicos y sociales que presionaban por su inclusión, los
cuales se mostraron propensos a sostener una idea distinta y mas arcaica de democracia: una orgánica, invocada por
los líderes populistas, intolerante hacia las mediaciones y las instituciones de la democracia representativa y abocada
a unir al pueblo contra sus supuestos enemigos, internos y externos. En tercer lugar, ni siquiera la tradición jugo a
favor de la democracia política, ya que esta no había alcanzado a echar raíces en los diversos estratos sociales.

Los militares: cómo y por qué

En la mayor parte de los países, la crisis de los regímenes liberales condujo a las fuerzas armadas al escenario
político, ya sea a través de golpes de estado o bien en funciones políticas

Es preciso tener en cuenta que los militares ya habían estado en el poder en el pasado, lejos de ser simples caudillos
de uniforme, ahora eran miembros de instituciones profesionales organizadas y relativamente disciplinadas.

La pregunta que persiste es por qué fueron los militares quienes ocuparon estos roles. Tampoco en este caso la
respuesta es univoca. En general, en países que eran presa de profundos conflictos, las fuerzas armadas subrogaron
con la potencia de las armas la debilidad de las instituciones representativas. A ello se añade que, allí donde las
divisiones sociales y étnicas eran demasiado profundas para resolverse en el marco de una democracia liberal, las
instituciones militares se erguían como órganos democráticos.

En realidad, en estas sociedades hendidas por profundas fracturas, los militares reivindicaban para sí una función
tutelar sobre la nación entera. Sus intervenciones pretendían imponer o restaurar la unidad allí donde las
instituciones democráticas y los pactos constitucionales fallaban: la unidad política, entendida como armonía entre
sectores o clases y la unidad espiritual entendida como adhesión a la identidad eterna de la nación, de la cual las
fuerzas armadas se proclamaban depositarias, al punto de convertirse en el mayor foco de nacionalismo.

Las fuerzas armadas, institución orgánica por excelencia, entendían su misión, dirigida a conservar el orden y la
unidad ante las amenazas o promover el desarrollo y la integración de las masas para devolver la armonía al
organismo social.

El renacimiento católico

La reacción antiliberal sería incomprensible en su más intima si se obviara el resurgimiento del catolicismo, que
comenzó a producirse en América Latina a partir de los ’30.

En el plano institucional, la iglesia latinoamericana alcanzo una incipiente madurez gracias en particular a los
esfuerzos de la Santa Sede por centralizar su gobierno, vigilar la disciplina y dictar doctrina. Se trato de una fuerza
activa en la sociedad, propensa a simpatizar con los ideales corporativos de los movimientos nacionalistas, con los
cuales en muchos casos estrecho íntimos contactos. Mucho más importante fue el mundo ideal que evoco, en torno
al cual tendían a reunirse cada vez más fuerzas sociales e intelectuales, desilusionadas por el desembarco de la
modernización liberal o desde siempre hostiles a ella. La iglesia comenzó a alimentar sueños de revancha, es decir, a
aprovechar el ocaso de la fe liberal en el progreso para volver a ocupar el centro de la sociedad. Así, propuso recetas
políticas, invocando un orden corporativo y recetas sociales, reclamando la colaboración entre las clases sociales en
sintonía con las encíclicas sociales del pontífice.

La iglesia se erigió en depositaria de la identidad de la nación amenazada por las fracturas políticas y sociales y por
las ideologías revolucionarias. Buscaba hacerlo venciendo al liberalismo, con sus corolarios políticos y económicos, a
los cuales singularizaba en la democracia individualista y en el capitalismo desenfrenado; combatiendo al
comunismo, en el que denunciaba la aposteosis materialista de la sociedad que había vuelto la espalda a Dios;
afirmando el resurgimiento de una civilización católica, expresada en una sociedad armónica organizada en
corporaciones y representada por una democracia orgánica.

Los populismos

La crisis del liberalismo y la ofensiva antiliberal se desplegaron en un número cada vez mayor de países y tomaron la
forma de fenómenos peculiares, denominados con la categoría de “populismos”.

En términos económicos y sociales, los populismos fueron regímenes fundados sobre amplias bases populares, a las
cuales guiaron a la integración a través de políticas más o menos vastas de distribución de riquezas.

En cuanto a la naturaleza política, los populismos se caracterizaron por una concepción antiliberal de la democracia,
entendida en términos de organización de relaciones sociales. Típica de los populismos fue la pretensión o la
convicción de representar al pueblo en toda su complejidad. En los hechos los populismos aparecían como
movimientos y doctrinas nacionales. El populismo tiene a presentarse de modo univoco, con políticas exitosas en lo
inmediato pero insostenibles a largo plazo.

En síntesis, los populismos que surgieron de la crisis del liberalismo en América Latina contenían una intrínseca
ambivalencia. Por un lado fueron extensos y populares canales de integración y nacionalización de las masas antes
excluidas o marginadas de la vida política y social. Al hacerlo recurrieron a una ideología y a prácticas políticas
autoritarias, impermeables u hostiles al pluralismo, en nombre de la unidad política y doctrinaria del pueblo.

Getulio Vargas y el Estado Novo

Desde 1930 a 1945 la historia brasileña estuvo dominada por Vargas. Hasta 1937 su gobierno fue constitucional, en
sus primeros años promovió la centralización política, lo que condujo a violentos conflictos con San Pablo.
Consolidado por el apoyo de los tenentes cultivo un decidido nacionalismo económico. Partidario de un estado
unitario y fuerte, enemigo de la democracia liberal, Vargas recurrió a la represión. Sostenido por las fuerzas armadas
y en sintonía con la iglesia católica en 1937 impuso una dictadura a la que llamo “Estado Novo” (fue lo más
semejante al fascismo europeo en América Latina). Vargas cerró el parlamento, silencio la oposición, censuro la
presa y recurrió a la tortura y encarcelamiento, tampoco oculto su admiración hacia Hitler y Mussolini. Por otro lado,
introducía leyes sociales y concedía ciertas ventajas a los obreros de la industria, acaso para prevenir la adhesión a
los ideales revolucionarios.

La Segunda Guerra Mundial sanciono el ocaso del Estado Novo y la caída de Vargas, destituido por los militares en
1945. Durante la guerra Vargas decidió colaborar con Estados Unidos (Aliados) porque era lo que más le convenía al
país, lo que lo coloco en una estridente contradicción. Ello lo obligo a dar principio a una liberalización y a fundar un
partido político para participar en las tan demoradas elecciones.

Su populismo fue limitado tanto social como territorialmente y comporto una baja tasa de movilización política de
masas.

Lázaro Cárdenas y la herencia de la revolución mexicana

México, en los años ’20 y ’30, durante el llamado “maximato”, época en la que imperio Calles, se vio convulsionado
por la guerra cristera. Fue una guerra campesina y religiosa desencadenada por la sublevación de la población del
centro de México, guiada por el clero contra las duras medidas anticlericales tomadas por Calles. En tanto, la
institucionalización de la revolución y la organización de las masas dentro del cauce del régimen se hicieron realidad
entre 1934 y 1940, durante el mandato presidencial de Lázaro Cárdenas. Se trataba de un hombre que Calles había
escogido como sucesor, pensando que podría controlarlo pero que tomo distancia rápidamente. En el campo social,
Cárdenas dio extraordinario impulso a la reforma agraria. En la promoción del nacionalismo económico, la
nacionalización del petróleo en 1938, además favoreció la creación de la Confederación de Trabajadores Mexicanos.

Cárdenas desemboco también en un resultado corporativo basado en su concepción organicista de la sociedad.

De su concepción corporativa, que compartía con los otros populismos, fue fiel reflejo el partido que fundó para
institucionalizar el régimen nacido con la revolución: el Partido de la Revolución Mexicana.

El orden que surgió de allí fue en sustancia un régimen semiautoritario con base de masas. Con base de masas,
puesto que el estado y el partido que lo encarnaba se mantuvieron desde entonces ligados, por un doble mandato, a
las grandes organizaciones populares; autoritario porque funciono en los hechos como una suerte de régimen de
partido único, con una oposición restringida a legitimar con su presencia residual la hegemonía del partido de
gobierno, que a partir de 1946 seria denominado emblemáticamente, Partido Revolucionario Institucional.

La buena vecindad y la guerra

A comienzos de los años ’30, el arribo a la Casa Blanca de Roosevelt, comporto importantes cambios en las
relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Comenzaba la política de “buena vecindad” con la cual se
comprometió a desestimar el corolario a la Doctrina Monroe. A causa de que no había arrojado los resultados
esperados y por haber alimentado en América Latina ese nacionalismo antinorteramericano. Esta nueva política,
puede ser entendida (en el marco de la crisis de 1929) como un nuevo modo de obtener los antiguos objetivos,
aunque la forma dista de ser secundaria.

Esta política mejoro el clima entre ambas partes del hemisferio y echo las bases de la idea de una comunidad
panamericana.

Con la entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra, este tuvo como prioridad asegurar el apoyo latinoamericano
a la causa de los aliados. Chile y Argentina, permanecieron neutrales.

Vous aimerez peut-être aussi