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Nota de Cátedra elaborada por la Prof. Lic.

María Adriana Menéndez de Zumer

Nota de Catedra

ESCUELA Y ESCOLARES MODERNOS Y POSMODERNOS

Hemos señalado que los sujetos se construyen merced a las experiencias. Frente a
esta afirmación cabe plantearse algunas preguntas:

 ¿Cómo influye la escuela en esa construcción?


 ¿La influencia de la escuela es la misma en la modernidad que en la
posmodernidad?
 De existir diferencia en las características del sujeto escolar actual, ¿los
docentes son conscientes de ello o se manejan con identidades supuestas que
no coinciden con la realidad?

Para orientar la reflexión sobre estas preguntas, que sin lugar a dudas movilizan a los
actuales o futuros docentes, se presentará a continuación una comparación entre la escuela
y los alumnos modernos y posmodernos, atendiendo a diversos aspectos.

Constitución de la subjetividad

Marcelo Caruso e Inés Dussel (1999) señalan que la cultura escolar moderna marcó a
fuego la identidad de los sujetos cuando se constituyó el sistema educativo en la Argentina.
Al respecto expresan “Como la educación iba a redimir o salvar a la población de la ignorancia
o la barbarie, se les pedía a los sujetos sociales (gauchos, obreros, cirujas, amas de casa, católicos
o protestantes) que dejaran en la puerta de la escuela su cultura y concurrieran allí justamente a
construirse otra identidad” (pp. 46).

La educación moderna intentaba:

 que se dejaran de lado las culturas familiares, regionales sociales que


preexistían a la escuela y
 que esta escuela fuese la encargada de construir un sujeto pedagógico tipo
que suprimiera o dominara al sujeto social previo.

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“En esta línea, muchos políticos y educadores sostuvieron programas de formación de nuevos
sujetos sociales a través de la educación escolar. Manuel Belgrano lo manifestaba así en la
Memoria de 1796: había que fundar la Escuela de Agricultura porque a partir de ella se
conformaría el agricultor moderno, científico, racional, sujeto social inexistente en el Río de la
Plata de ese entonces. Asimismo, Sarmiento planteaba que el sujeto pedagógico formaría a los
ciudadanos, teniendo siempre en su imaginario al pequeño colono propietario y activo miembro de
su comunidad”. (pp. 46)

Esta primacía de lo escolar en la constitución de los sujetos se ha roto; los sujetos


construyen sus identidades no exclusivamente a través del sistema educativo. Los alumnos,
niños o adolescentes, entran a la escuela con diversas identidades previas y con pocas
“ganas” de asumir la identidad escolar; es más, muchas veces consideran que la escuela
amenaza las identidades que han venido conformando.

Además la escuela, aunque sigue siendo un lugar al que hay que ir, ya no promete
futuros mejores, su legitimidad está en crisis.

Homogeneidad – diversidad

Completando la idea planteada en el apartado anterior, es posible señalar que la


escuela moderna no sólo fue una institución encargada de homogeneizar a los sujetos, de
borrar sus diferencias de cultura y clase social en la medida que intentaba formar un sujeto
pedagógico tipo, sino también una institución que consideraba que la mayoría de los
alumnos eran relativamente iguales (normales), en cuanto a sus posibilidades de
aprendizaje (principalmente en las áreas de lengua y matemática) y a sus ritmos y tiempos
para alcanzar los objetivos de los diferentes grados escolares. Quedaban excluidos de esta
categoría de normalidad los que no se adaptaban a ese patrón por poseer alguna deficiencia,
disminución o dificultad escolar a los que, por ser diferentes, se los escolarizaba en centros
específicos o simplemente se los expulsaba del sistema educativo por no cumplir con las
expectativas.

La escuela de las últimas décadas está cambiando esta concepción, ya no puede borrar
o descalificar la diversidad, ni segregar a los alumnos diferentes. Esto obedece a varias
razones: la extensión de la enseñanza obligatoria y el aumento masivo de la población
escolar hacen cada vez más evidente que son más las diferencias que las uniformidades
entre los sujetos; las nuevas teorías de aprendizaje muestran que existen diversos modo de
aprender y que las experiencias previas que traen los alumnos a la escuela enriquecen sus
aprendizajes; los establecimientos de enseñanza especial no siempre cumplieron con el
objetivo de capacitar para la vida, haciéndose evidente que muchos de sus alumnos pueden
recibir una mejor educación en una institución de enseñanza común; varios de los
problemas de rendimiento o de conducta que actualmente observamos en las aulas, y que
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antaño llevaron a la segregación porque se consideraban irrecuperables ya que estaban mal


atribuidos a factores internos de los alumnos, remiten si la escuela comprende las
características distintivas de estos sujetos y arbitra los medios oportunos para superarlos.

Frente a esta situación la consideración a la diversidad de los alumnos, y la atención a


aquellos que poseen necesidades educativas especiales, se hace imprescindible en la escuela
de la posmodernidad.

Nota: estas diferencias se seguirán considerando en dos notas de cátedra:


“Diversidad en la escuela” y “Problemas escolares”.

Transmisión del saber

En la modernidad la escuela era el lugar donde se transmitía el saber, y el docente


junto con el libro eran los portadores de la verdad indiscutida.

Hoy los medios de comunicación y las nuevas tecnologías digitales des-ubican y des-
centran el saber de su doble confinamiento en el espacio de la escuela y en el tiempo del
aprendizaje escolar. El alumno aprende en otros lugares y en otros momentos diferentes de
los propuestos por la institución.

Hoy el saber está en todas partes, se produce y circula por otros lugares, y esto es algo
que la escuela tiene que aceptar y sobre todo utilizar a su favor. Los medios en general, e
Internet en especial, son lugares a los que todos pueden recurrir para informarse; por
ejemplo, ya no es indispensable el profesor de historia para explicar los problemas de
Medio Oriente; el alumno cuenta con películas y documentales on - line, con libros
digitalizados y abundantes noticiosos que los presentan incluso en tiempo real.

Frente a esta realidad el desafío consiste en reestructurar el rol del docente en el aula.
El docente actual debe comprender y aceptar que su saber es importante, pero también que
tiene que adaptarse a significativos cambios si quiere ayudar a construir sujetos para el
mundo actual.

Dos subjetividades distintas

Para tratar esta temática se considerarán ideas planteadas por Corea C. y Lewkowicz
I. (2004), en su texto “Pedagogía del aburrido”, y para comenzar se especificará qué
entiende por subjetividad.

“Martín Buber decía que el mundo crea en nosotros el espacio donde recibirlo. El
mundo nos obliga a habitarlo, pero el modo en que le damos lugar al mundo en nosotros es
tarea que corre por nuestra cuenta. ¿Qué es una subjetividad? Es un modo de hacer en el

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mundo. Es un modo de hacer con el mundo. Una subjetividad es un modo de hacer con lo
real”. (Corea C. y Lewkowicz I., 2004, pp. 48).

La subjetividad es, por tanto, la serie de prácticas sobre lo real, las “operaciones”
que se inventan, ejecutan y repiten para habitar en el mundo.

Años atrás las subjetividades estaban sólidamente instituidas, ya que los sujetos
estaban obligados a ejecutar “determinadas operaciones” para permanecer en las
instituciones, y la subjetividad se instituía reproduciendo esas operaciones a través de un
sinnúmero de prácticas.

En esa época la subjetividad pedagógica se instituía leyendo libros para la escuela o


la universidad, identificando y subrayando sus ideas principales, relacionando ideas de ese
texto o de él con otro, ubicando su temática en la totalidad del programa, contestando
consignas, sometiéndose al ritual llamado examen en el que se evaluaba el desempeño en
todas las operaciones anteriores.

Indudablemente esas operaciones requerían memorizar, la memoria era una


condición esencial para llevarlas a cabo, pero a su vez se instituía como efecto de esas
prácticas. La lectura y también la escritura eran prácticas que, propiciadas desde la escuela
o la universidad, instituían la memoria como una de las condiciones básicas para el
ejercicio de las operaciones que ellas mismas requerían.

Las actividades pedagógicas suponían además estar concentrado, estar en un lugar


en lo posible sentado, alejado de estímulos irrelevantes y en una relación de intimidad con
la propia conciencia: ya que para leer debo escuchar mi voz que es como escuchar mi
pensamiento; para escribir debo ver mi letra que es como leer mi pensamiento, si pienso o
razono debo escuchar mi propia voz con la que entro en diálogo. Es decir existe una
correlación entre memoria, atención y pensamiento en un espacio interior.

En contraposición con lo anteriormente señalado, en la actualidad se da prioridad a


mirar televisión más que a leer o escribir, y para ver TV es conveniente estar lo más
olvidado posible, idealmente tirado, incluso haciendo otra cosa. Para mirar la tele no es
necesario concentrarse en la pantalla, es más, generalmente se está haciendo otra cosa
(jugando, comiendo, estudiando, tejiendo), “no miro un programa miro la tele”. Cuando se
mira televisión la información no llega a interiorizarse, la prueba es que al minuto de haber
hecho zapping no se recuerda lo que se vio.

Los dos momentos antes planteados (que hemos venido señalando como modernidad
y posmodernidad) han generado dos tipos de subjetividad diferentes. En el primer caso
estábamos ante prácticas que instituyeron la conciencia y la memoria como su efecto
ulterior; la conciencia ejerció hegemonía sobre la percepción, el sistema perceptivo fue

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doblegado para lograr un mejor funcionamiento de la razón. En el segundo caso no se hace


necesaria la memoria ya que ninguno de los estímulos que se suceden en pura actualidad
requiere el anterior para ser decodificado. En la subjetividad actual predomina la
percepción sobre la conciencia; la subjetividad informacional se constituye a expensas de la
conciencia.

Ahora bien, ante una saturación de estimulación perceptiva y ante una conciencia que
no llega a captar de qué se trata, se instala el aburrimiento. Antes el aburrimiento se
estructuraba mediante la prohibición (no me dejan ir porque me porté mal, por eso me
aburro); pero la prohibición no es un problema de la subjetividad contemporánea. Hoy el
aburrimiento surge por saturación y un ejemplo típico es el adolescente aburrido haciendo
zapping.

La saturación produce también un efecto bien conocido por todos: la


desconcentración. El sensorio hiperestimulado responde defensivamente con la
desconexión. Tenemos entonces la actitud subjetiva del desconectado, del que “está en
otra” del “que se fuga”, pero no se fuga para refugiarse en un lugar aislado a prueba de
estímulos que le posibilite pensar, sino que la fuga es una dispersión, una especie de
“desvanecimiento”.

Aburrimiento y falta de atención, dos características de los alumnos actuales que los
docentes cuestionan y deben aprender a enfrentar.

Los jóvenes alumnos actuales también muestran, frecuentemente, un deterioro en las


competencias de lectoescritura; pocos pueden escribir de manera correcta, comprender
textos, dar respuestas adecuadas a preguntas conforme al nivel escolar alcanzado.

También evidencian faltas de disciplina, entran y salen del aula en cualquier


momento frecuentemente sin pedir permiso ni disculpa; pero además cuando entran hacen
ruido, se besan con su pares y pasan en esta actividad hasta que terminan de saludar.

¿Cómo pensar conceptualmente estas situaciones? ¿Qué explicaciones se pueden dar?

El problema es que el tipo subjetivo necesario para habitar la escuela secundaria, e


incluso la universidad no está instituido. La escuela interpela al alumno moderno, pero el
que contesta no es ese alumno, sino una subjetividad publicitaria. Los chicos se comportan
fundamentalmente al uso mediático.

Que los alumnos escriban mal es un síntoma de una falla en la producción de la


subjetividad escolar, en parte como resultado de la destitución, del “desfondamiento” de las
instituciones; pero no sólo como efecto del fracaso de la labor institucional, sino también

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como resultado de la existencia de otra producción subjetiva: la producida mediante la


experiencia mediática.

Ahora bien, los chicos no leen ni escriben como la institución espera, pero son
expertos en opinar, en hacer zapping, leer imágenes; poseen una subjetividad producida por
el discurso mediático.

Cuando se dice que los alumnos no leen ni escriben, falta agregar: como la escuela
espera y necesita que lean y escriban; los chicos leen imágenes, tienen una lectura que no
está institucionalizada, no leen y escriben la letra.

La lectoescritura contemporánea no es en rigor lectoescritura, se trata de lecturas y


escrituras de distinto soporte. La lectoescritura del chateo es muy distinta de la escritura de
una carta, que era lo típico años atrás. Cuando el chico chatea no se detiene a pensar lo que
le dice el otro, va mandando “lo que le sale”. Cuando uno escribe una carta debe darse
tiempo para pensar, para releer, para corregir lo expresado. En las condiciones actuales no
sólo se ha disuelto el código, sino la comunicación misma. En el chateo no hay
comunicación, hay contacto, interacción.

Frente a los cambios observados puede intentarse restituir lo que se ha perdido o


comenzar a considerar las nuevas estrategias logradas.

Esta segunda instancia lleva a no ver la televisión y lo mediático en general como un


obstáculo para la escuela, sino como una realidad que instituye nuevas subjetividades.

Al respecto Joan Ferrés señala que, por efecto de las nuevas tecnologías los alumnos
han conformado otra forma de percibir, de pensar y de actuar, nuevas formas que el docente
deberá conocer si pretende “sintonizar” con ellos y lograr que “no se queden dormidos en la
clase”.

Nota: para completar el tema de la influencia de los medios de comunicación en la


constitución de los actuales alumnos se anexa a esta nota de cátedra un texto de Joan Ferrés
(2000).

Transmisión unilateral – transmisión recíproca

En la escuela moderna la comunicación del saber era unilateral, vertical, se traspasaba


la información desde alguien que la poseía a otro que no la tenía.

Actualmente el modelo ha cambiado, la comunicación ha variado, siendo necesario


tener en cuenta la reciprocidad; muchas veces es tanto o más importante lo que los alumnos
transmiten al docente y entre sí, que lo que el adulto propone.

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Conclusión

Para concluir es importante señalar que, si bien actualmente siguen existiendo los
alumnos niños o adolescentes, no podemos decir que tengan las mismas características de
unos años atrás. Estas características deben ser tenidas en cuenta por los docentes si no
quieren manejarse con identidades supuestas, si quieren realmente “sintonizar” con sus
alumnos.

Cuando la escuela constituía al valioso sujeto pedagógico porque era una institución
con legitimidad que aseguraba futuros mejores; cuando la diversidad de los alumnos se
desconocía e incluso se trataba de borrar en pos de un sujeto medio ideal; cuando la voz del
docente era la única que se escuchaba, era posible mantener a todos los alumnos cinco
horas sentados pendiente del importante mensaje de su maestro. Pero actualmente, cuando
lo valioso no es el adulto sino el niño y fundamentalmente el adolescente, cuando la escuela
no es la única que transmite saberes, e incluso cuando sus saberes muchas veces son menos
deseables que los que ofrecen los medios de comunicación, esta situación no se da y no es
difícil que exista una brecha entre el docente (que muchas veces mantiene la idea de un
sujeto y una escuela moderna) y sus reales alumnos; brecha que se debe superar con el
conocimiento del sujeto actual.

Bibliografía

CARUSO, M., DUSSEL, I. (1999), De Sarmiento a los Simpsons. Cinco conceptos para pensar la
educación contemporánea, Buenos Aires, Ed. Kapelusz.
COREA C. Y LEWKOWICZ I. (2004). Pedagogía del aburrido. Escuelas destituidas, familias perpleja,.
Buenos Aires, Ed. Paidós.
FERRÉS, J. (2000), Educar en la cultura del espectáculo, Barcelona, Ed. Paidós.
La escuela posmoderna, en: http://eltoroporlasastas.wordpress.com/2013/01/10/la-escuela-posmoderna/
MARCHESI, A., COLL, C., PALACIOS, J. (1999), Desarrollo psicológico y educación 3. Trastornos del
desarrollo y necesidades educativas especiales, Madrid, Ed. Alianza.

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